Estructuración y Exclusión Social
Estructuración y Exclusión Social
En principio, la lectura realizada por Norbert Elías describe una particularidad importante
respecto a las relaciones de establecidos y marginados más comunes, generalmente
caracterizadas por diferencias de índole fenotípico, cultural o de clase, que aparentemente
explican la línea de exclusión que convierte a un grupo en marginado; sin embargo, su
análisis toma lugar en una comunidad obrera donde el grupo establecido y el marginado no
comparten a simple vista alguna diferencia que pueda explicar su relación jerarquizada,
exceptuando la antigüedad de uno de los grupos en el barrio. De allí, descubre el origen de su
relación jerarquizada en el nivel de cohesión del grupo establecido, quienes llevaban
generaciones viviendo en el mismo vecindario y habían construido un relato de un
“nosotros”, intermediado por una serie de costumbres, normas y narrativas que constituían
una identidad colectiva estable en el tiempo. Por el contrario, el grupo con características
muy similares asentados en el barrio posteriormente, carecía de esta cohesión entre sus
miembros, presentándose tanto como “unos extraños entre sí” como extraños para el grupo
previamente establecido, siendo percibidos como unos “otros” que amenazaban su identidad
colectiva, y a su vez el orden que esta sostenía.
La diferencia de cohesión entre ambos grupos, permitió que el grupo establecido pudiese
ejercer mayor poder sobre el otro, por un lado, cooptando los espacios de participación del
vecindario, consiguiendo mantenerlos aislados de la toma de decisiones, y por el otro,
logrando construir una imágen superior de sí mismos e inferior de los otros, usadas como
mecanismo de defensa contra los marginados, a través de la estigmatización, el chisme y la
sanción social para aquellos del grupo establecido que tuvieran contacto con los otros
obreros. Estas imágenes se configuraron mediante la difusión de una serie de discursos que
englobaban características intachables para los establecidos, haciendo que se consideraran a
sí mismos como “los mejores” y asignando a los últimos todas las características opuestas,
calificándolos como “los peores”. De esta manera, la relación desigual de poder se tradujo a
una relación de superioridad e inferioridad de valor humano, la cual se hizo efectiva cuando
los individuos se reconocieron bajo las etiquetas asignadas a su colectividad: los marginados
verdaderamente se sentían inferiores a los establecidos, lo que los paralizaba y conservaba la
balanza de poder estática, manteniendo la relación de exclusión.
Para comprender cómo los individuos se definen a sí mismos de acuerdo a los discursos
relacionados a cada grupo, que continúan circulando a través de varias generaciones, como el
caso analizado por Elías (2016), vale la pena traer a colación el concepto de “registro
reflexivo” o “entendimiento reflexivo” propuesto por Giddens (2015). Este consiste en la
capacidad de los sujetos sociales para aprehender y registrar sin mayor esfuerzo en su
entendimiento todo lo que ocurre en su realidad social, gracias a explicaciones que
construyen vinculadas al sentido común. Las interacciones y relaciones sociales acontecen
cotidianamente bajo un conjunto de ritos, costumbres, prácticas y demás códigos implícitos
que son dados por hecho, por lo que el “entendimiento reflexivo” permite a los sujetos
sociales familiarizarse con ellos, entenderlos de forma sintética e interiorizarlos para
replicarlos en su acción cotidiana, logrando relacionarse socialmente con naturalidad.
De esta manera, el registro reflexivo está basado en el entorno social más inmediato, por lo
que se actualiza constantemente y está sujeto a cambios de acuerdo a lo que suceda en él.
Esto ocurre con los miembros del grupo establecido y marginado, puesto que su noción de sí
mismos se construye en base a la posición que ocupen en su realidad social, construida a su
vez por los otros y sus acciones. Así, si constantemente reciben y registran una serie de
discursos que describen cómo son y cómo deben comportarse, marcando el lugar que ocupan
en el espectro de relaciones sociales de un espacio determinado, a su vez legitimado por
normas que delimitan la interacción entre un grupo y el otro, y por la exclusión total de uno
de ellos en los diferentes ámbitos de la vida social, entonces estas dinámicas de interacción
serán interiorizadas en su entendimiento, reflejándose y replicándose en su actuar. Por un
lado, los miembros del grupo marginado terminan aceptando esta realidad, donde ocupan una
posición inferior en el relacionamiento con el grupo establecido puesto que se consideran a sí
mismos y se sienten como tal, sin tener muy claro las razones que lo explican, más allá de
aquellas relacionadas con el sentido común, naturalizando el orden social de su contexto.
Se le preguntó si sentía que era igual a un japonés común. Respuesta: «No, matamos
animales. Somos sucios y algunos piensan que no somos humanos». Pregunta: «¿Tú
crees que eres humano?» Respuesta (pausa larga): «No lo sé ... Somos malos y
sucios» (Elías, 2016, p.42)
Respecto a los miembros del grupo establecido, es posible relacionar esta noción en primer
lugar, con la amenaza que percibieron con la llegada de los nuevos obreros al vecindario,
puesto que en su “registro reflexivo” ya había una construcción de identidad colectiva
bastante compacta, unas prácticas y normas que mantenían la estabilidad en su comunidad.
La llegada de nuevos obreros con poca cohesión puede considerarse como algo nuevo para
dicho registro, capaz de poner en duda lo construido e interiorizado frente a sus estilos de
vida, pero también la identidad de los sujetos construida en base a su pertenencia al grupo. Y,
por supuesto, el registro reflexivo también se relaciona con la imágen enaltecida que
construyeron de sí mismos, ya que esta agregaba a su autoconcepto, siendo fuente de orgullo
y sirviendo de motivación para replicar acciones aprendidas en sus interacciones con otros
miembros, como el chisme; o para abstenerse de realizar otras, como el contacto con los
marginados, por la recompensa o el rechazo social que suponían.
Así mismo, este concepto es útil para comprender por qué se sostiene la exclusión y
estigmatización hacia los marginados con el paso de las generaciones, puesto que los sujetos
de las nuevas generaciones incorporan en su entendimiento reflexivo la identidad colectiva, y
a su vez, el puesto que se supone deben ocupar en su relación, aún si las condiciones de poder
cambian. Giddens (2016) atribuye a esto “las propiedades estructurales” de las relaciones
sociales, es decir, los elementos o recursos institucionalizados que las configuran. Un ejemplo
de ello, son los sentimientos de superioridad o deshonra humana consistentes en el tiempo,
que quedan en forma de “huellas mnémicas” orientando la conducta de los sujetos sociales
(p.61).
Lo anterior permite responder en mayor medida cómo los miembros del grupo establecido y
marginado han contribuido a la continuación de esta relación, y cómo podría transformarse.
Al considerar la acción social como estructurada y estructurante, se evidencian las acciones
de ambos grupos que reproducen la relación desigual de poder, pero también cómo han sido
estructuradas, retomando el concepto de registro reflexivo ya explicado. Por su parte, los
establecidos han mantenido esta relación de exclusión a través de varias de sus acciones,
como el monopolio de los recursos de poder, la construcción de imágenes contrapuestas de
ambos grupos basadas en discursos que destacan a sus miembros pero degradan y
estigmatizan a los marginados, así como la difusión de dichos discursos mediante el chisme y
la reproducción del mismo; acciones que también han sido estructuradas por su pertenencia al
grupo, puesto que su identidad propia se ha construido en función de la colectiva, lo que
implica procurar cumplir con las normas definidas al interior del grupo con tal de no sufrir las
consecuencias que pudiesen arriesgarla, como el rechazo o la expulsión de este.
Finalmente, podemos concluir que las relaciones entre establecidos y marginados se sostienen
a través del tiempo por la acción de los sujetos sociales a ambos lados de la relación, acción
que a la vez se alimenta de recursos y elementos presentes en el contexto social donde
surgen, gracias a que los sujetos se constituyen a sí mismos en base al mismo, y por lo tanto,
también lo está la conciencia con la que articulan su comportamiento y la concepción que
construyen de sí mismos en las múltiples redes y relaciones sociales. Por esta razón, al actuar
terminan reproduciendo esta serie de recursos, sucesivamente profundizándolos en las
prácticas sociales de dicho contexto y continuando esta retroalimentación, lo que hace
parecer muy difíciles las posibles transformaciones en estas relaciones. Sin embargo, si bien
hay que reconocer que la realidad social es compleja, esta no es estática, y está cambiando
todo el tiempo por mínimo que parezca; ya sea por las consecuencias imprevistas que los
sujetos sociales no prevén cuando actúan, o por las mismas acciones intencionadas de los
agentes sociales que alteran su realidad cercana. Ignorar la agencia de los sujetos sociales
equivale a negar la fluidez y dinamismo de las relaciones sociales, y la capacidad de los
mismos de otorgar un sentido a las interacciones cotidianas, el cual siempre está puesto en
disputa en el encuentro con otros, por lo que está sujeto a la negociación y a posibles
transformaciones. De esta manera, las relaciones sociales se transforman y/o reproducen
desde la acción de los mismos sujetos sociales, y la influencia de lo que construyen mediante
ella, dando lugar a una relación recíproca que toma lugar todo el tiempo en la vida social.
Referencias