LAVALLÉ Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO
III
Queda hecho el depósito
que marca la ley.
ERNESTO QUESADA
LAVALLE
Y
La Batalla de Quebracho Herrado
EPOCA DE ROSAS
ARTES Y LETRAS Av. de MAYO 1357
1927
EDITORIAL BUENOS AIRES
ADVERTENCIA
El contenido del presente volumen, siguiendo el plan
explicado en la reciente edición de “La época de Ro-
SfO$”, se compone en parte de una serie de monografías
aparecidas en 1897 en la revista La Quincena.
Con ese motivo decía entonces lo siguiente: “ La índo
le de la revista nos impide observar con libertad el mé
todo analítico, vale decir, el detenernos en todos los de
talles, abonando su exactitud con la publicación íntegra
de documentos inéditos, a fin de llevar al ánimo del lec
tor desprevenido el convencimiento de que nuestra ma
nera de encarar y juzgar los hechos y los hombres, no es
fruto de un prejuicio o de apasionamiento o simpatía,
sino el resultado fatal que impone la compulsa de los
papeles de la época. Nuestro propósito, al proceder así,
era justamente abonar la sinceridad absoluta de esta
investigación, provocando una rectificación o aclara
ción cualquiera, que, apoyada a su vez en documentos
desconocidos, viniera a modificar el juicio emanado de
las pruebas de que hoy pocAnos disponer. Volvemos a
repetirlo: escribimos sine irá ypstudio.” Y agregaba aun:
“Historiamos rápida pero exactamente nuestra guerra
civil: nos hemos visto forzados a disentir de todos los
6 ebnebto quesada
autores que hasta ahora se habían ocupado de dicho asun
to, a fin de restablecer la verdad histórica a la luz de
la correspondencia inédita que contiene nuestro archivo.
Dada la índole sintética de esta serie de estudios, hemos
omitido la publicación íntegra de los documentos ma
nuscritos. Más de uno ha tachado por ello. Nos apresu
ramos a darle la razón. ‘ ‘ Pienso — ha dicho M. Cañe:
La diplomacia de la revolución, en La Biblioteca, —
que, en esta materia, el criterio individual debe desapa
recer; los documentos del pasado deben publicarse siem
pre íntegros, hasta con sus errores de texto y sus faltas
de ortografía. Donde el que los edita, o el que los lee,
no encuentra sino charlas y lugares comunes insignifi
cantes, otro espíritu más sutil o más preparado hallará
tal vez indicios o indicaciones vagas que le permitirán
afirmar hechos u opiniones de real importancia para el
conocimiento de la historia”. Muy exacto, si bien quizá
pueda hacerse alguna salvedad respecto de las “faltas"*de
ortografía”. Y tan opinamos así, que todo nuestro li
bro está basado en ese sistema; si bien, en otras oca
siones abusamos quiza de aquel método, pues las notas
interrumpen a las veces la hilación del texto. Pero otra
es la índole del presente estudio, como ya lo hemos mani
festado repetidas veces: de ahí que omitamos en absolu
to las reproducciones in extenso del texto inédito, y1 re
duzcamos a su menor expresión las citas, siempre que
nos es posible; lo que no quiere decir que cada cosa no
esté ampliamente comprobada por piezas en nuestro ar
chivo, de modo que, a la menor objección, ¡fácil y agra
dable nos sería aclarar cualquier detalle que se conside
re dudoso.”
Como expresión de métalo histórico, no tengo nada
que agregar ni que modificar. Este libro, puede decirse,
es tan inédito como los anteriores, porque las colecciones
de aquella revista son rarísimas y la mayoría de los
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 7
lectores actuales ni sospechan siquiera su existencia. Por
eso los editores han considerado que dicha investigación
debería publicarse en forma de libro.
E. Q.
Noviembre 1926.
I
LA INVASION UNITARIA DEL 39
Ved al pueblo; pues si algo significa
De Rosas el poder, sólo él lo explica,
Como explica esa serie de caudillos
Que desde Mayo acá en nuestras campañas
Sus enseñas de sangre y sus cuchillos
Pasearon como fieras alimañas.
Echeverría, AVELLANEDA (Poemas, p. 336)
Sentemos, ante todo, algunos prolegómenos indispen
sables, si bien tenemos que contentarnos con indicar sólo
las grandes líneas del cuadro.
... El general Lavalle, después de derrotado el motín
militar de 1828, a pesar del sacrificio de Dorrego, emi
gró a la Colonia. No se resignaba, empero, con ver a Ro
sas triunfante y tranquilo en el gobierno. Los miembros
del cónclave unitario, concentrados en Montevideo, lo
incitaban sin cesar a la acción. “No se vió a aquellos
proceres decaer de la fortaleza de su ánimo en el largo
destierro. Hubo en sus actos, más que error, una obceca
ción : presumían demasiado de sí y tenían por sus adver
sarios un desdén altanero. Esto es transitorio, decían:
volveremos pronto; seremos llamados." Tal los describe,
años después, un ilustre argentino que conoció a fondo
10 ERNESTO QUESADA
la vida de la emigración. Avellaneda, al expresarse así,
añade que (1) “la ceguera en la conducta de aquellos
hombres se explica por no conocerse bien a sí mismos
y por conocer mal a los otros’’, y llega hasta calificar
de “candidez infantil’’, la singular confianza en el sere
mos llamados a que se ha aludido.
Sea de ello lo que fuera, Lavalle participaba de aque
lla idiosincracia, y, en consecuencia, inició y fomentó
las continuas revueltas de López en Entre Ríos, en 1830
y1 1831. Incansable en la conspiración, y “protegido en
cierto modo por Rivera, tenía ya organizada una fuerte
división para invadir nuevamente al Entre Ríos, que era
paso preciso para atacar a Rosas, cuando la noticia fatal
de que el general Paz había sido prisionero, en la pro
vincia de Córdoba, por el caudillo López, lo hizo aban
donar la idea de toda empresa”. Y añade su fiel biógra
fo Lacasa, que, siendo presidente legal de la Banda
Oriental el general Oribe, cuya candidatura “fué recibi
da con general aplauso”, el eterno revoltoso Rivera se
alzó en armas contra la autoridad constitucional: Lava
lle voló al lado de los revoltosos, “hasta que el comba
te del Palmar, mandado en jefe por el general Lava
lle, en 1838, puso término por entonces a la contienda,
arrojando de la silla presidencial (2) a Oribe.” Pues
bien: en estas circunstancias — declara el mismo Laca
sa — Lavalle pidió a Rivera, su amigo y compañero,
algunos auxilios para invadir a Buenos Aires, que era
el arsenal de los recursos de Rosas. Sobrevino entonces el
injustificado bloqueo francés de todos los puertos ar
gentinos, y la emigración residente en Montevideo empe
zó a agitarse, y formó el atrevido proyecto de traer la
(1) Avellaneda. Rivadavia. (La Biblioteca, t. IV).
(2) Lacasa. Vida militar y política del general Lavalle
(passim).
LAVALLE T LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 11
guerra a Buenos Aires. Lavalle se puso de acuerdo con
Mr. Buchet de Martigny, plenipotenciario francés, y dió
comienzo a sus trabajos incitando a Castelli, en el sur,
a que se alzara. Así sucedió, y la intentona llamada “re
volución del sur, de 1839”, coincidió con la invasión a
Entre Ríos, llevada personalmente por Lavalle. Ambas
operaciones no eran, con todo, sino fragmentos de un
vastísimo plan.
El partido unitario combinó un movimiento simultá
neo en todo el país. Castelli debía alzarse en el sur de
la provincia de Buenos Aires, para atraer en su persecu
ción las fuerzas de Rosas, mientras Maza se levantaba
con su regimiento en plena capital. Al mismo tiempo,
Lavalle invadía a Entre Ríos; Paz se posesionaba de Co
rrientes; Avellaneda convulsionaba el norte de la repú
blica, cuyas principales provincias estaban minadas;
Brizuela defeccionaba con La Rioja, López Máscara con
Santa Fe, y desde Chile sublevaban a Cuyo. Dominaban
los ríos, gracias a la escuadra francesa; tenían elemen
tos de sobra, gracias al abundante oro francés; conta
ban con sólidas bases de operaciones, gracias a la alian
za con Rivera, y a la tácita complicidad de Chile y de
Bolivia.
La caída de Rosas era indudable, a haberse realizado el
ingenioso plan en tiempo oportuno. Rosas todo lo igno
raba: sabía que se conspiraba, tenía sospechas, pero to
do era vago. Con todo: vigilaba sin cesar y maduraba
su plan. “Veo — escribía a Pacheco (3) — lo que te di
ce el amigo D. Manuel López, respecto de la noticia que
le han dado del actual gobernador de Salta, el tal Solá.
A mí no me engañará, porque yo lo tengo bien calado.
(3) Rosas a Pacheco. Buenos Aires, febrero 24 de 1840. (Ms.
inédito). Se refería en esa carta a López Quebracho, el goberna
dor de Córdoba.
12 EBNESTO QUESADA
Es un perverso salvaje unitario de los más ingratos y
traidores a la sagrada causa de la república. Pero ya
se acerca el desenlace de mi pian. Me parece que he de
acertar en el remedio”. Luego, pues, Rosas tenía su plan.
Y que no descuidaba a los contrarios, lo demuestra este
párrafo de carta: “El general Paz, veremos como se
conduce. Está en la Colonia. De cualquier modo, este
hombre no lo considero yo capaz. Está como abotagado
o entorpecido. Puedes trasmitir este párrafo literalmen
te a nuestro compañero, el general López”. (4) Esto
demuestra que menospreciaba demasiado a sus más se
rios adversarios, lo que explica su exceso de confianza,
y cómo pudo organizarse y desenvolverse el plan unita
rio, sin que le atribuyese importancia, al extremo de ex
ponerse a ser víctima de su propia impremeditación. No
faltan, sin embargo, en los acontecimientos humanos, so
bre todo en las vastas conspiraciones y en las revolucio
nes que tienen que contar con numerosos afiliados, no
todos igualmente discretos o hábiles, algún acontecimien
to imprevisto que precipita las cosas y desbarata las
combinaciones mejor ideadas.
La revolución del sur estalló aislada e intempestiva
mente : Castelli no pudo esperar más. Lavalle entonces
se precipitó, embarcándose para Martín García, en los
transportes de guerra franceses: fué en balde que Rive
ra, más frío, le observara que no convenía a los intere
ses del Estado Oriental, ni a la causa de la libertad
argentina, que se llevara a cabo una empresa que, por
la debilidad de sus medios, no podía dar otro resultado
que el sacrificio de una porción de hombres que eran la
esperanza de la patria, y, como consecuencia inmediata,
el afianzamiento del tirano. (5) La isla de Martín Gar-
(4) Rosas a Pacheco. Buenos Aires, abril 28 de 1840 (Ms.
inédito).
(5 Lacasa, loo. cit.
LAVALLE T LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 13
cía había sido conquistada por los franceses, derramando
sangre argentina: allí, sin embargo, organizó Lavalle la
legión libertadora, sosteniendo — como lo declara su
ayudante Lacasa — con los jefes de la escuadra france
sa y demás agentes públicos de aquella nación, las re
laciones más importantes. Desconcertado un tanto por
el fracaso del plan de levantamiento simultáneo, se lan
zó en septiembre de 1839 sobre Entre Ríos, transportan
do sus tropas en buques de guerra franceses, y aceptando
de ellos el auxilio de hombres y de dinero, que la em
presa requería.
Mientras tanto, Rivera, que había recibido caudales
de oro francés para invadir a su vez la república, se
dirigió sobre Echagüe, a quien derrotó en Cagancha,
coincidiendo esto con el efímero triunfo de Lavalle en
Yeruá. La provincia de Corrientes, entonces, se sublevó
con su gobernador Ferré. Entre tanto, Castelli y sus he
roicos gauchos del sur fueron abandonados a su suerte:
su pedido desesperado de socorro alcanzó a Lavalle, a
raíz del triunfo de Yeruá. El acto de Dolores demostra
ba que aquel levantamiento carecía de cabezas milita
res : se le pidió' a Lavalle enviara jefes. El general —
declara su jefe de estado mayor (6) — sostenía que
era “una revolución de cosas y no de hombres”.
El resultado fué que la “revolución del sur” conclu
yó trágicamente.
Organiza Lavalle un ejército correntino en el Miñay y
otro en Capitaminí: la fortuna parecía sonreír a su au
dacia. Pero no encontró eco en Entre Ríos: en la legis
latura, “sus miembros guardaron silencio, permanecien
do fieles a la causa de Rosas”.
Por último, Echagüe lo derrota en el Sauce Grande, a
(6 Pueyrredón. Apuntes para la historia. (Buenos Aires
1861).
14 ERNESTO QUESADA
pesar de la artillería que Lavalle había desembarcado
de los buques de guerra franceses.
Los acontecimientos, en la república, se habían atro
pellado. Apenas ahogada en sangre la revolución de Cas-
telli, aborta en la ciudad la de Maza; estalla después
la sublevación del interior, con la “coalición del norte”,
y a ella se pliega Lamadrid, comisionado de Rosas. La
noticia del pronunciamiento de Tucumán es traída por
el célebre baqueano Alico, y Lavalle la recibe cuando
ya el desaliento lo invadía. Esa comunicación, que había
burlado la vigilancia de los gobiernos federales, atrave
sando media república “en el hueco de un cañón de pis
tola, forrado con cuero y trenzado después con tientos,
como el cabo de un rebenque”, cambiaba la faz de la
situación, poniendo en manos del partido unitario el
norte y oeste de la república, y todo el parque militar
acumulado por Rosas en Tucumán.
Hacía, en efecto, casi un año que Lavalle merodeaba
en Entre Ríos, correteando de aquí para allá, y prac
ticando la infecunda guerra de montonera, a que se ha
bía acostumbrado con Rivera. La provincia estaba exte
nuada : sólo las continuas caganchadas —- para usar la
fraseología de entonces — de los jefes federales, podían
hacer que no fuera un fracaso la invernada de las fuer
zas unitarias. La deserción de los correntines era cons
tante; se volvían a sus pagos; la juventud porteña que
creyó que la campaña de su caudillo sería sólo un paseo
militar, al que daría realce formando el “escuadrón de
Mayo”, comenzaba a desgranarse: muchos paquetes vol
vían a Montevideo. La mayor parte de la gente no esta
ba fogueada, y tenía que ser débil para sobrellevar las
fatigas de una guerra. El ejército no tenía la debida dis
ciplina militar, trabajado por las disensiones de su ofi
cialidad, entre los viejos unitarios y los lomo negros, co
mo Triarte y otros; la rivalidad entre Lavalle y Paz
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 15
era ya manifiesta; muchos jefes, descontentos con el sis
tema de “montoneras ciudadanas”, comenzaban a reti
rarse ... La dirección de la guerra se resentía del ‘ ‘ tira
y afloja” entre Lavalle y los delegados de la “Comi
sión Argentina”, que habían tomado a lo serio el papel
de comisarios civiles, a estilo de los representantes del
famoso ‘ ‘ Comité de Salud Pública ” en la época de la re
volución francesa. Mientras tanto, los proceres unita
rios en Montevideo se multiplicaban para hacer frente
a todo: Alsina había convertido su casa en taller para
confeccionar vestuarios, ponchos, etc.; otros alistaban
voluntarios, principalmente vascos, y les auxiliaban con
25 patacones por cabeza: a cargo de dicha legión corrían
el secretario del consulado francés, Baradere, y otro
francés, Mr. Bernard. Rivera destacaba a Necochea con
600 hombres, “para recoger algunas vacas” de Entre
Ríos. Martigny entregaba 500.000 francos a Rivera, pa
ra que alistara otro ejército. El pronunciamiento de
Tucumán reanimó la alianza franco-unitaria: “Ya no
podemos tratar con Rosas exclamó Martigny, porque
le han retirado las facultades que antes tenía.” En bal
de se le argüía: “eso es una quimera, porque Vd. de
be persuadirse de que, arreglada la cuestión del bloqueo
y retirando Vds. el apoyo que están dando a los disi
dentes, caerá Lavalle, caerá Ferré, se someterá Tucu
mán sin tirar un tiro, y Dios sabe cómo le irá a Rivera”.
El iluso plenipotenciario francés replicaba: “es más
probable que triunfen los unitarios, con la cosa de Tu
cumán, porque Rosas se ha de ver pronto falto de hom
bres y de recursos; además de que, si Lavalle consigue
triunfar de Echagüe, como es de esperar, debemos con
siderar como concluida esta cuestión, porque puesto La-
valle en Santa Fe, tenemos por nuestras las demás pro
vincias”.
Pero, todos reconocían que era indispensable obrar
16 ERNESTO QUESADA
sin pérdida de minuto. Rivera comenzaba a fastidiarse
contra los franceses, por la tiranía que ejercían en los
puertos orientales, que trataban como propios. El almi
rante francés, más reflexivo que el plenipotenciario,
comprendía las grandes dificultades que le rodeaban,
para guardar el bloqueo con la poca fuerza que tenía
disponible; veía el papel ridículo que estaba haciendo
la fuerza naval francesa, estacionada en el Paraná;
sospechaba que entre las cabezas unitarias y riveristas
había no pocas ilusas, y algunas intrigantes; y no esta
ba distante de considerar que para Francia era más
correcto tratar con el gobierno establecido y serio de
Rosas, que fomentar una revolución en la cual se veía
que no había cabeza, y que se echaba mano de los ele
mentos más heterogéneos (7). Más aun: todavía en ma
yo de 1840 el almirante Dupotel se resistía a entender
se con la “Comisión Argentina”, pero el ministro Mar-
tigny le obligó a ello, y le ordenó le entregara todo el
armamento francés que había llegado en la Alcmene. En
esos momentos, la escuadra bloqueadora se componía de
25 buques de guerra, repartidos como sigue: 6, en el río
Paraná; 1, en el Tuyú; 1, en el Salado; 2, en la rada
de Buenos Aires; 2, en la Ensenada; 1, en la Colonia;
1, en las barrancas de San Gregorio; 2, en Martín Gar
cía; y1 6, en Montevideo. (8) Había ya informado de la
situación al gobierno francés, y el almirante esperaba
por momentos recibir nuevas instrucciones que lo in
dependizaran de su ministro, o que éste fuera relevado.
Era evidente que la acción francesa tenía que ser esté
ril con esa divergencia fundamental de miras entre su
jefe militar y su director diplomático. Mientras tanto,
(7 Cf: Carta del unitario disfrazado (¿Giró?) a Rosas. Mon
tevideo, junio 2 de 1840. Ms. orig. Archivo Pacheco.
(8) Correspondencia reservada. Ms. inédito, Archivo Pacheoo
(Correspondencia 1840. f. 146).
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 17
Rosas aprovechaba la coyuntura para poner en prácti
ca el divide et impera, y preparaba el terreno con el al
mirante para una negociación definitiva.
La “Comisión Argentina” de Montevideo empuja en
tonces a Lavalle sobre Buenos Aires. El jefe de la es
cuadrilla francesa, Penaud, convencido de la falta de
seriedad militar de la empresa, pretende llevar el ejér
cito de nuevo a Martín García, para que se reorganice
allí; Lavalle insiste en que lo desembarque en la costa
norte de Buenos Aires. Por fin, el 28 de julio de
1840, logra Lavalle embarcar sus fuerzas en Punta Gor
da, en 23 buques mercantes, convoyados por la escua
drilla francesa, que se componía de los cañoneros Tac-
tique, Eglantine, Vigié, bergantín Sylphe, corbeta Ex-
peditive, y otros buques menores. Lavalle, junto con
Agüero, Carril, general Iriarte, y los escuadrones de
Hornos y Saavedra, iban en la Expeditive, con el jefe de
la escuadra, Penaud; mientras que en la Tactique se en
contraba el E. M. y el escuadrón “Mayo”. El embar
que se había efectuado a la vista del ejército de Echa-
güe, que coronaba la barranca y barría la playa con la
artillería del reducto; nadie se movió... y hasta se di
jo que carnearon los últimos caballos que tenían! Al for
zar el paso del Rosario, la alianza franco unitaria fué
sellada de nuevo con sangre: en el combate con las fuer
zas de tierra, murieron en la escuadra varios unitarios y
franceses, entre éstos el oficial del Sylphe, Mr. Fabre.
II
LAVALLE EN BUENOS- AIRES
Hemos dejado a Lavalle embarcado en la escuadra
francesa, con el “ejército libertador”. El paso del Ro
sario había sido forzado, y se avistaban ya las costas de
la provincia de Buenos Aires.
En agosto Io. de 1840 fondea la escuadra frente a
San Nicolás. “Marcho inmediato a la costa — decía el
comandante de aquella localidad (9) — y en esta dis
posición he llegado a este punto, donde he ordenado cam
pe la división, hasta que 23 buques que han fondeado al
frente, sigan aguas abajo, en cuyo caso lo haré también
con toda mi fuerza”. Lavalle tenía inteligencias secre
tas en la plaza, y1 esperaba una sublevación a su favor.
“La fuerza militar que la guarnecía — ha dicho des
pués el jefe del E. M. unitario — impidió que los medios
puestos en juego, diesen resultados favorables”. A pesar
de su absoluta superioridad militar, pues los cañones de
la escuadra habrían neutralizado cualquier resistencia,
Lavalle prefirió seguir adelante, dejando frente a la
(9) Garretón a Rosas. San Nicolás, agosto Io,
20 Ernesto quebada
plaza a la Eglantine. Careciendo de caballos y de medios
de movilidad, su deber era procurárselos primero, pa
ra lo cual debía dirigirse al punto convenido de ante
mano : la toma de San Nicolás hubiera sido un triunfo
efímero y que podía comprometer el éxito de la expe
dición. Pero esa prudencia fué erróneamente interpre
tada, en el sentido de que su objetivo no era la provin
cia, sino que en realidad se dirigía a Martín García.
Rosas no se convencía de que un desembarco era in
minente. No tenía elementos reunidos para oponerse se
riamente a esa operación. El comandante general del
departamento del norte, general Pacheco, no tenía a
sus órdenes más que milicias adventicias, reclutadas en
esos días. No había, pues, sino dejar desembarcar a La-
valle, en caso que éste lo intentase, pues Pacheco era
demasiado oficial de escuela para pretender oponerse al
desembarco de una fuerza militar, apoyada en los pode
rosos cañones de una escuadra, oponiendo sólo gauchos
armados con lanza y sable. La sorpresa había sido ab
soluta : nadie se imaginó el audaz golpe de mano de La-
valle. El plan de resistencia fué, entonces, de observar
el enemigo, darse cuenta exacta de su fuerza, y organi
zar precipitadamente la del gobierno, pidiendo a Rosas
enviara los pocos cuerpos veteranos que le quedaban. “Es
indudable — decía Pacheco (10) — que los buques con
ducen un número de gente de tierra que pasará de 1500
hombres, lo que se advierte fácilmente, porque vienen
sobre las cubiertas”.
Rosas, curioso es decirlo, se encontraba en una si
tuación especial: ni había soñado siquiera con la po
sibilidad de semejante invasión. El general Echagüe,
después de la victoria del Sauce Grande, le escribía que
los restos del ejército unitario se habían refugiado en
(10) Pacheco a Rosaa. San Nicolás, agosto 2.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 21
el Diamante, en los buques franceses, con el propósito
de huir. Las mejores tropas veteranas, incluyendo el
regimiento Auxiliares de los Andes, habían sido sucesi
vamente enviadas por Rosas para reforzar al ejército de
Echagüe. No quedaban en la provincia sino sus mili
cias, y éstas no habían sido movilizadas, porque reinaba
la seguridad de que, gracias al triunfo obtenido, el em
barque de los unitarios significada una retirada a Mar
tín García y la consiguiente disolución de su ejército:
de ahí que el paso de la escuadrilla por el Paraná fue
ra observado, no con temor, sino más bien con burla,
sin sospechar la actitud que asumiría Lavalle; y tan
no creyó Rosas en un desembarco, a pesar de las comu
nicaciones de Pacheco, que no envió a éste las fuerzas
veteranas pedidas. Este le decía: “es de mi deber poner
en conocimiento de V. E. que se me han presentado vo
luntarios varios vecinos pudientes y algunos de edad
avanzada, como el que no ha sido preciso ninguna vio
lencia para proveernos de abundantes caballadas y las
partidas de gente que de todas partes vienen a reunir
se, encuentran la mayor liberalidad en cuanto necesi
tan, lo que me convence de que esta población cooperará
en masa’’. (11) Pero con esos elementos nada serio po
día hacerse: Rosas seguía tranquilo, porque creía que
se trataba, en último caso, de una tentativa desespera
da de Lavalle, que prefería jugar una última partida
con los restos de su antiguo ejército.
La actitud de Rosas era lógica: no podía sospechar
la increíble ligereza demostrada por Echagüe. Este —
lo confiesa uno de los jefes de Lavalle — “no supo sa-
¿ar el partido que le ofrecían las ventajas obtenidas,
con lo que habría afianzado a Rosas. Vencedor, vió a
los vencidos ofrecerle una oportunidad de anonadarlos y
(11) Pacheco a Rosas. San Nicolás, agosto 2.
22 ERNESTO QUESADA
anonadar con ellos a la revolución. Dejóla escapar, no
aceptando el combate con que se le provocó, y, lo que es
más increíble todavía, dando a su adversario, colocado
en situación desesperada, el tiempo suficiente para que
pudiese retirarse y evacuar el territorio entrerriano, sin
perseguirlo tenazmente.” (12)
Como se ve, había sido otra caganchada. Y, sin em
bargo, en el parte a Rosas, dice Echagüe que “los mi
serables restos de la batalla del 16 habían sucumbido
casi totalmente bajo el fuego mortífero de la artillería
o ahogándose en el Paraná, para sustraerse al poder del
ejército”. Con razón el general Lavalle, en presencia
de la actitud de Echagüe, dijo a Paz, en un arrebato de
satisfacción: “Es preciso que levantemos un monu
mento de oro al general enemigo, que tan generosamen
te contribuye a que nos salvemos!” Y Paz, comentando
esas palabras, agrega: “No se si alguna vez hizo Rosas
cargos a Echagüe, que bien los merecía: sin su nega
tiva cooperación, no hubiera sufrido Rosas la impor
tuna visita que hizo el general Lavalle a la provincia
de Buenos Aires”. (13)
Echagüe era uno de los “figurones” de aquella épo
ca desgraciada: jactancioso y de una inaptitud militar
dudosa, fué el principal, aunque involuntario, coopera
dor de la invasión de Lavalle, la cual — considerada
fríamente del punto de vista militar — era una ope
ración descabellada. Y Echagüe, al obrar así, lo hizo
obedeciendo quizá instintivamente al mezquino senti
miento de estrecho localismo, pues sólo veía que Entre
Ríos se libraba del adversario, y en el fondo no le dis
gustaba que aquél jugara una mala partida a Buenos
Aires. Rosas, a pesar de su perspicacia, tenía una alta
(12) Elía. Memoria histórica.
(13) Paz. Memorias póstumas. III, 633.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 23
idea de las aptitudes y de la lealtad de Echag'üe; mien
tras que desconfiaba — y los acontecimientos le dieron
después la razón — de J. P. López, el caudillo santa-
fecino.
Por eso estaba desguarnecida la frontera norte de la
provincia. El mismo Pacheco, su jefe inmediato, estaba
residiendo en su estancia del Salto, ajeno por completo
a los peligros de una posible invasión, y ocupado sólo
de contener a los indios. Rosas, más por fórmula que
por precaución, lo hizo pasar a la costa y tomar el man
do de las milicias, precipitadamente reunidas, como si
se tratara de una inofensiva demostración militar. En
la Capital nadie, ni en sueños, imaginaba que se traería
un ataque en esa forma.
Esas razones son las que explican el relativo éxito
del desembarco de Lavalle. Al acercarse éste, destacó con
anticipación una partida de 50 hombres resueltos, al
mando de su ayudante Lacasa, capitán Camelino, y ofi
ciales Iraola, Pelliza y Cañé, para que se internaran
ocultamente, y reunieran las caballadas que tenían ya
preparadas los estancieron unitarios Lynch, Castex y
Martín. El éxito coronó esta audaz maniobra: el 2 de
agosto desembarcó la expedición en el arroyo Cabrera, y
24 horas después disponía de 2.000 caballos, sin haber
sido sentidos. (14) Lavalle no pudo, sin embargo, des
embarcar en el lugar convenido, tuvo que hacerlo pri
mero en la isla frente al Baradero: y recién el día 5 puso
en tierra, en San Pedro, una división de 1.000 hom
bres, al mando de Vega, Rico y Avalos. Las guardias
de la costa no opusieron resistencia: el jefe de la fuerza
de observación, Ponciano Montalvo, después de haber
ocultado con partes falsos el desembarco de los enemi-
(14) Lacasa. Vida 'militar, ed. cit., p, 156, A. Magariños Cer
vantes, Estudios históricos, p. 163,
24 ERNESTO QUESADA
gos, de cuya vigilancia estaba encargado por esa par
te, — como capitán de la compañía de infantería de
milicias de San Pedro — se negó a ir con su compañía
a hacer fuego a los enemigos. Las otras fuerzas volantes
apostadas por Pacheco, estaban empeñadas en un tiro
teo muy desigual: el capitán Montalvo, ya de acuerdo
con los invasores, pretextó que los cívicos no querían
reunirse, y concluyó por plegarse a la legión Avalos,
apenas ésta se posesionó de la barranca. (15) Primero
desembarcó el teniente Rufino Varela, al mando de 15
hombres, a las 3 p. m. El escuadrón Cullen siguió des
pués, y la legión Avalos completó las fuerzas de des
embarco. (16)
Este incidente demuestra acabadamente que Lavalle
tenía inteligencias en la provincia, y que contaba con la
neutralidad de algunos jefes, y aún con su traición:
cuando se dirigió a San Pedro sabía que estaba pre
parada la milicia de aquel punto: entre los jefes fede
rales que allí se pasaron a Lavalle, se encontraba el co
mandante José Corvalán, hijo del general y edecán de
Rosas. Esto explica también el por qué del éxito de la
expedición Lacasa, y cómo pudo traerle al ejército 1.600
caballos y 800 vacas, sin que arreo tan grande fuera
sorprendido. En el primer momento, todos creyeron en
el triunfo de Lavalle, y muchos jefes y oficiales del
ejército federal se mostraron ambiguos, para facilitar
una evolución, según se presentaran las cosas. Algunos
jueces de paz estaban en el secreto, y esperaban sólo
para pronunciarse el momento oportuno.
(15 Detalle inédito, Cf. Edecán Ramos a Pacheco, Santos
Lugares, setiembre 3. Aquel oficial, al retirarse Lavalle, cayó
en poder de Rosas y se le instruyó su proceso, donde consta
su connivencia.
(16) N. Quirno Costa, Biografía del coronel D. Angel Sal
vadores, (B. A. 1863), p. 78.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBBACHO HERRADO 25
Ha sido, pues, un error suponer que Lavalle se lan
zara ciegamente a invadir la provincia de Buenos Ai
res, sin contar de antemano con apoyo dentro y fuera
de la misma. La “Comisión Argentina” de Montevideo,
no sólo le garantía los recursos de dinero, vestuario y
aún gente, sino la cooperación efectiva del ministro
francés Martigny; éste, apesar de las instrucciones es
trictas recibidas de su gobierno, (17) prometía cooperar
con un desembarco armado en los suburbios de la ciu
dad, el día que Lavalle llegara a sus puertas. Los tra
bajos unitarios en la provincia, no sólo habían movido
la actividad de los ricos estancieros de aquella filia
ción, que reunieron caballadas y recursos, sino que ha
bían comprometido a muchos jefes del ejército: el co
mandante Borda, con su fuerza, cumplió su compromi
so, pasándose, cerca de San Nicolás, a la legión Mén
dez; el coronel Lagos pretextó enfermedades e inconve
nientes, para inmovilizarse apenas invadió Lavalle. Es
te decía oficialmente: “El coronel Lagos se ha retirado
a su estancia, de acuerdo con el general en jefe”, (18)
después de haber solicitado garantías suficientes en ca
so de pasarse, (19) tanto que en Montevideo se dió la
noticia de su defección, (20)
El general Pacheco, que tenía bajo su comando el de
partamento invadido, había notado la duplicidad de la
conducta de varios jueces de paz, (21) la tibieza de otros
(17) Nota del mariscal Soult.
(18) Lavalle a Camelino, Arrecifes, agosto 14, (ms.).
(19) Ella, Memoria histórica, loe. cit., t. IX, p. 121.
(20) Carta de Montevideo, agosto 13. Hoja suelta en nuestro
archivo.
(21) José V. Martínez, juez de paz, a Pacheco, San Antonio
de Areco, agosto 3. Las caballadas a que alude, las entregó des
pués a Lavalle.
26 EBNE8TO QUESADA
jefes, (22) y no sabía hasta qué punto estaba minado el
terreno. Trató de reconcentrar cerca de San Pedro to
das las milicias que pudo, y al día siguiente, al frente de
unos 1.000 hombres, se adelantó a reconocer las posicio
nes del enemigo: quería cerciorarse de su número, de
la calidad de elementos reunidos, y retirarse sin com
prometer un combate. Sus fuerzas eran inferiores, y ha
bía impartido órdenes a sus jefes subalternos para con
centrarse.
Lavalle había montado una división, y emprendía ya
lo que creyó ser una marcha triunfal. El 6 de agosto, al
anochecer, llega al Tala, y se desconcierta al aperci
birse de que venía a su encuentro una numerosa divi
sión. Pacheco aprovecha el estupor del adversario, y se
corre de derecha a izquierda, reconociendo tranquila
mente las fuerzas del enemigo, sin que éste se moviera.
El general federal, debido a la obscuridad de la noche,
se acercó tanto a las filas unitarias que casi se vió en
vuelto en la legión Rico, logrando escapar debido sólo
a su veloz caballo y a su sangre fría. (23)
Pacheco ejecutó esa arriesgada maniobra, porque en los
alrededores comenzaba a circular la voz entre el paisa
naje, de que los unitarios decían: ‘ ‘ nos vamos a la capi
tal sin tirar un tiro; ningún obstáculo se nos opone; te
nemos caballos de sobra y no nos darán alcance.” (24)
Era necesario, pues, evitar todo eso, y, con los escasos
elementos de que disponía, Pacheco resolvió, no sólo
practicar un reconocimiento, sino dar un susto a los in-
(22) Lagos a Pacheco. Rojas, agosto 14; Pergamino, sep
tiembre 2, etc.
(23) Margariños Cervantes. Estudios Históricos, página 442.
El arrojo de Pacheco pudo costarle caro, como le costó a Paz
su famoso reconocimiento.
(24) Declaraciones de presos. Archivo Pacheco.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERBADO 27
vasores y paralizar un tanto su empuje, para dar tiem
po a que se preparara Rosas.
Tal fué el encuentro de Tala, “escaramuza que no
merece el nombre de batalla, porque nadie peleó’’. (25)
El objeto de Pacheco se llenó más allá de sus previsio
nes; no sólo quedó desconcertado Lavalle y flaqueó su
decisión, sino que se le dispararon las caballadas re
unidas, lo que era un serio contratiempo para los inva
sores. (26) “Por desgracia — dice el parte oficial de
Lavalle — las caballadas se asustaron con el ruido de
la acción, y se dispersaron todas, no habiendo podido re
unirse por lo ocurrido’’. Ese resultado lo obtuvo Pache
co haciendo desfilar a la carrera a sus escuadrones que
lanzaban “gritos semejantes a los de las hordas salva
jes.”
Lavalle se reconcentró en San Pedro. “Ahora — dice
(27) — me ocupo exclusivamente de reunir caballadas,
para montar todo el resto de la caballería del ejército,
y marchar sobre la capital”. Sin embargo, perdió tiem
po en escribir partes y circulares, abultando “la derrota
de Pacheco”, y haciendo repicar y gastar pólvora en
salvas.
En agosto 10 nombró comandante militar de San Pe
dro, a don Juan Camelino, para que organice aquel im
portante punto de comunicación, en cuyas aguas queda
ba fondeada la escuadrilla francesa, y desde el cual don
Salvador María del Carril — su consejero en 1840, como
lo había sido en 1828 — mantenía las relaciones con la
“Comisión” en Montevideo.
Mientras tanto, aquel encuentro cortó el empuje de
(25) Lacasa. Vida militar, pág. 168.
(26) Elía. Memoria histórica, pág. 188. Díaz. Historia poli-
tica y militar, t. V, pág. 67. Es, pues, errada la versión de Sal*
días, Historia de la Confederación, t. III, pág. 187.
(27) Lavalle a Vilela. Cuartel general, agosto 7.
28 ERNESTO QUESADA
la invasión y salvó la situación; impidió que Lavalle
realizara el avance audaz indicado. Rosas comprendió
que aquello lo salvaba, pues le daba tiempo para pre
pararse ; por eso le decía a Pacheco: ‘ ‘ todas tus dispo
siciones son muy acertadas; en cuanto al choque de ar
mas del 6, te repito mis congratulaciones”. (28) En el
acto reaccionó del abatimiento que le había producido la
noticia de la invasión, y empezó a desplegar una activi
dad febril. Desde ese momento, la causa federal quedaba
triunfante. (29)
Efectivamente, Lavalle perdió 4 días en San Pedro,
de donde recién se movió lentamente el 10, yendo a
acampar a legua y media; él marchó a Arrecifes con su
caballería, dejando la infantería en lo de Cuero. En el
ínterin, había destacado sobre San Nicolás la legión Mén
dez, para tomar aquella plaza, que defendía el coman
dante Carretón.
La expedición de Méndez fué un error militar: no só
lo fraccionaba las fuerzas invasoras, sino que demora
ba el avance sobre la ciudad.
El único factor en favor de Lavalle era la sorpresa:
si Pacheco no lo detiene el 6, y dispersa sus caballadas,
cae el 7 u 8 sobre la ciudad, y, en el desconcierto, del
primer momento, seguramente habría triunfado. Con
razón se le decía oficialmente a Pacheco: “el susto que
los unitarios llevaron en la noche del 6 paralizó su plan,
y dió tiempo a S. E. para todo”. (30)
Lavalle creía que los jefes federales comprometidos
se le plegarían en el acto. La legión Méndez incorporó,
(28) Rosas a Pacheco. Buenos Aires, agosto 12.
(29) “En el encuentro del Tala me arrojé como el primer
soldado, para dar tiempo a que se preparase la capital, que iba
a ser sorprendida, y quién sabe las combinaciones que habría
allí con ellos’’. (Apuntes de Pacheco. Ms. inédito).
(30) Edecán Ramos a Pacheco. Santos Lugares, agosto 22.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HEBBADO 29
en efecto, al comandante Borda, pero con sólo 50 hom
bres. El 11 de agosto notifica arrogantemente a Garre-
tón, que se presente “una hora después de recibir la
intimación, bien entendido que, de no verificarlo, será
pasado por las armas en el acto’’, agregando que “el si
lencio de 5 minutos, será considerado como una negati
va”. Garretón contestó que cumpliera su deber con dig
nidad. (31) Y el coronel Méndez optó tranquilamente
por hacer volver grupas a sus jinetes, y venir a incorpo
rarse al ejército invasor.
Lavalle marchaba ignorando cómo sería recibido por
la población: para explorarlo, destacó al comandante
Benavente, sobre Pergamino, y al comandante Sotelo,
sobre Arrecifes; el primero logró incorporar 230 hom
bres, y el segundo, 250. Resolvió Lavalle avanzar, acam
pando el 13 a una legua de Arrecifes; al día siguiente
14, se le incorporó la legión Méndez.
Entonces organizó su ejército, que se componía: a)
división Vega, 4 escuadrones, 500 hombres; b) legiones:
Méndez, 2 id. 300; Abalos, 4 id. 400; Rico, 2 id. 300;
Ocampo. 2 id. 350; Noguera, 2 id. 400; Mayo, 1 id. 80;
c) batallón Salvadores, 300 infantes, 60 artilleros, con 2
piezas de a 4, y 2 obuses. Tenía, pues, entre jefes y tro
pa, un ejército de 3000 hombres bien equipados y per
trechados. Lo dividió en 2 cuerpos: lo. compuesto de
la división Vega, y las legiones Abalos, Ocampo, Rico y
Noguera, bajo su inmediato mando; 2o. batallón Salva
dores, legión Méndez y Mayo, con las partidas de Bena
vente y Sotelo, al mando del coronel Vilela. (32)
El cuerpo mandado por el coronel Vilela, marchó por
el fortín de Acero; y el resto, con Lavalle, se dirigió
a San Antonio de Areco.
(31) Ambas notas se encuentran en El Diario de la tarde.
(32) Ella. Memoria hietórica,
30 ERNESTO QUESADA
Los víveres que requisicionaba Lavalle en el camino,
no sólo eran para su división: a pesar de estar fondeada
la escuadra francesa frente a San Pedro, tenía que pro
veer a la subsistencia de la gente dejada allí, entre la
que se contaban las numerosas familias que había traí
do consigo desde Punta Gorda. (33)
Pacheco se dió cuenta de las faltas de su contrario.
Resuelve iniciar una guerra de partidas, escopeteando
de cerca a los invasores, mientras que lo sigue por su
flanco izquierdo y retaguardia. Rosas le había confiado
la dirección de la campaña: “S. E. lo deja a la capaci
dad y saber de V. E. — le dice el edecán Corvalán (34)
— pues, como a la distancia no puede ponerse en todos
los casos, considera más conveniente que V. E. obre se
gún se lo aconsejen su acreditado juicio y talento”. Pa
checo dispone, entonces, recabar la cooperación del go
bernador de Santa Fe, Juan Pablo López, para que cu
bra la retaguardia; indica a Rosas la conveniencia de
concentrar un fuerte ejército en el campamento de San
tos Lugares, para proteger la ciudad; y de hacer con
verger todas las fuerzas diseminadas en la campaña, a
fin de encerrar al ejército invasor dentro de un anillo
de hierro.
El plan se realizó con método. El gobernador López,
(a) Máscara, se dirigió en auxilio de San Nicolás (35),
donde Lavalle había dejado de jefe al comandante Ca-
melino, y que era un punto importante, por estar ancla-
(33 Lavalle a Camelino. Cuartel general, agosto 11: “Remito
a Vd. 15 rollos de tabaco y 9 tercios de yerba, con el objeto de
racionar las fuerzas de su mando’’. En otra carta, lugar y fecha
ut supra, dice: “A las familias que han venido con el ejército
de punta Gorda, las hará bajar a tierra y cuidará de darles habi
tación, carne, yerba y tabaco’’.
(34) Corvalán a Pacheco. Buenos Aires, agosto 14,
(35) J. P. López a Pacheco. Agosta 12,
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERBADO 31
da a su frente la escuadra francesa y aseguradas así las
comunicaciones con Montevideo.
El coronel Bernardo González, con el regimiento ve
terano número 2, se situó al flanco izquierdo del ejér
cito unitario (36). Al mismo tiempo, el día 13, Rosas orga
nizaba el ejército de Santos Lugares, enviando allí, co
mo mucho, el batallón Libertad del coronel Maza, y el
Restauradores, del coronel Ravelo.
En agosto 14 el invasor estaba en el Pergamino: 300
hombres, mandados por Rico, ocuparon el punto y1 cam
biaron autoridades, mientras otra división partía de
Arrecifes para el Salto (37). Era otro nuevo fracciona
miento de los invasores: Rico se dirigía al sud, con el pro
pósito de reanimar las cenizas de la insurrección del
año anterior.
No descuidaba el general unitario recoger cuantas
fuerzas podía: la falta de presentación de voluntarios
lo preocupaba profundamente. “Habiendo resuelto in
corporar al ejército toda la milicia activa del territorio
que vamos ocupando — decía Lavalle — prevengo a Vd.
haga marchar al mayor Reinoso con toda la milicia ac
tiva: debe incorporar todos los hombres aptos para las
armas, que encuentre en su tránsito, las armas que en
cuentre, y los caballos necesarios”. (38) Pues bien, Rei
noso se le incorporó sólo con 139 hombres. (39)
Las fuerzas federales, obedeciendo la consigna reci
bida, se retiraban apenas avistaban la vanguardia uni
taria: así lo hizo la columna de González y Navarrete,
fuerte de 600 hombres, al aproximarse Lavalle a San An
tonio de Areco. Sigue el invasor a Capilla de Giles: se
retiran las tropas del gobierno en dirección a Luján.
(36) J. Lorenzo Moreno a Lavalle, Pergamino, agosto 17.
(37) Lagos a Pacheco, Pojas, agosto 14.
(38) Lavalle a Camelino, Arrecifes, agosto 14.
(39) Camelino a Lavalle, San Pedro, agosto 17,
32 ERNESTO QUESADA
Así lo llevaron a Lavalle, atrayéndolo al centro de la
provincia, alejándolo de su base de operaciones, que era
la costa, y envolviéndolo poco a poco.
El 20, por fin, llega Lavalle a Lujan, ocupada la
noche antes por Vilela.
Lavalle había engrosado su columna: tenía como
4.000 hombres, pero su marcha era lentísima, porque
recogía mujeres y chusma: su infantería se componía de
300 correntinos; y su artillería, de 5 piezas.
El coronel Vicente González, (a) Carancho del Monte,
se encontraba al frente del regimiento núm. 3, en ese
punto. El comandante Lorea, (a) Chirino, estaba con
dos escuadrones en Navarro. Pacheco picaba la reta
guardia. Rosas estaba a vanguardia. El general Pru
dencio Rosas organizaba en Chascomús otra fuerte di
visión. El movimiento envolvente de las fuerzas fede
rales se llevaba a cabo.
Lavalle parecía distraído. En lugar de efectuar mar
chas rápidas y caer como el rayo, para lo cual tenía
soberbias caballadas y tropa entusiasta, andaba a paso
de tortuga, se cargaba de tráfago inútil, no se aperci
bía del movimiento circular del enemigo; y se contentó
con ordenar la concentración de las diversas divisiones
volantes, que había mandado en todas direcciones. Hasta
sus mismos jefes habían perdido la noción de la movili
dad: Rico, enviado a sublevar el sud, que debía obrar
con rapidez suma, atravesar el río Salado, reclutar gen
te y volver sobre la ciudad, se detiene en la cañada de
Navarro a cargarse con pesadas carretas.
Lavalle fija como punto de concentración, Mercedes.
Rosas confirmó entonces en que el plan unitario era
atacar la ciudad, pero en la duda esperó a cerciorarse,
dejando diseminadas en la campaña las fuerzas con que
contaba. El fraccionamiento del ejército unitario lo in
trigaba, y más lo desconcertó la marcha al sud de la
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 33
división Rico: cuando Lavalle penetró en Giles, Rosas
temió que se dirigiera a marchas forzadas sobre el Mon
te, para tomar el valioso parque depositado allí, y que
custodiaba el coronel González, con el regimiento nú
mero 3. Supuso que Rico pasaría a sublevar al sud, di
rigiéndose por el exterior del río Salado. Sin embargo,
aquellas marchas podían tener por objeto una rápida con
vergencia de todas las divisiones cerca de Luján, y un
súbito ataque a la ciudad, que los unitarios suponían
sin ejército.
El 17, a media noche, Rosas se dirigió al campamen
to de Santos Lugares, y modificó su plan de campaña,
como sigue: la división del Monte tenía allí 1.000 hom
bres, incluso 200 infantes, 40 artilleros y1 3 piezas, ha
biendo destacado 2 escuadrones a Cañuelas. El coronel
González permanecía al frente del grueso del núm. 3; y
el comandante Lorea, a la cabeza del destacamento de
Cañuelas. Si cargaba sobre esa división el grueso del
ejército unitario, era seguro un fracaso: el ejército de
Santos Lugares estaba en plena reorganización, por la
incorporación de reclutas, y no era prudente enviarlo
a reforzar la posición del Monte. Una batalla en esas
condiciones equivalía a la pérdida de aquellos 1500 hom
bres, y, sobre todo, el parque. Concentrar en Santos
Lugares la división núm. 3 era peligroso, pues una bata
lla sería dudosa, y no se sabía si Lavalle se dirigía al
Monte, o iba sobre la ciudad, o retrocedía sobre Pa
checo.
Rosas resolvió entonces que González enviase el par
que a San Vicente; que si Lavalle atacaba, retrocediese
y se contentase con hostilizarlo por su flanco izquierdo,
por medio de tiradores. El comandante Lorea, desde Ca
ñuelas, quedó encargado de mandar partidas a Luján, y
de contentarse con seguir por la izquierda al ejército
invasor, hostilizándolo. Se les recomendó a ambos jefes
34 ERNESTO QUESADA
que, aún atacados, prefirieran retirarse y no aceptar
combate bajo ningún pretexto. El general Prudencio
Rosas, que en Chascomús, a la cabeza del regimiento nú
mero 6, reunía una división, debía reconcentrarse en la
Magdalena, en caso de avanzar en esa dirección el ejér
cito unitario: tenía por base la creciente extraordinaria
del río Salado ese año, que constituía un obstáculo se
rio para las operaciones militares. Por último, se ordenó a
todas las fuerzas diseminadas que evitaran cualquier
combate, y se contentaran con seguir a la distancia y por
los flancos al ejército invasor, hostilizándolo siempre, y
sólo aceptaran batalla siendo evidentemente inferior el
enemigo. Todas las fuerzas situadas en el radio de 5 le
guas a la redonda, de la ciudad, fueron concentradas en
Santos Lugares, a donde se llevó la infantería y artille
ría, que estaban en Lomas. Y siendo tan extensa la lí
nea del río Luján, se resolvió que, del Pilar arriba, la
vigilara el regimiento número 1, al mando del coronel
B. González; y del Pilar abajo, el número 2, que man
daba el comandante Navarrete. (40)
Rosas delegó el mando en el ministro Arana, y se dedi
có por entero a la campaña, sin descuidar la negocia
ción con los franceses, que fué su gran coup de Jarnac.
La reacción se había producido. La palabra de orden
en la ciudad, era afectar la indiferencia más extraor
dinaria. Cualesquiera que fueran las emociones que en
el foro interno abrigaban las familias, en pro o en
contra de la invasión, la vida exterior nada traslucía. No
se hubiera dicho que era aquel un momento crítico. Los
diarios seguían tranquilamente publicando extractos de
periódicos europeos. Los teatros funcionaban como siem
pre : el público se apasionaba en el teatro Argentino por
la preciosa comedia de Bretón de los Herreros: Muérete
(40) Edecán Ramos a Pacheco, Santos Lugares, agosto 20.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 35
y verás; o aplaudía El Trovador, en el teatro de la
Victoria. En los días en que Rosas se encontraba en San
tos Lucrares, el teatro Argentino estrenó un dramón que
conmovió a todos: El gitano, o ciudades y montañas;
(41) y en el teatro de la Victoria se aplaudía frenética
mente a la diva Bergatti, en Semíramide, o a Miguel
Vacani, en Cristina. Lo único que se había innovado, era
el agregado del dúo bufo: Che bella vita e il militar,
en que se lucían Vacani y Viera. En los negocios se
repetían con la acostumbrada regularidad los remates
de Arrióla y los de Gowland; y el jardinero Thorndike
continuaba vendiendo con éxito sus moreras y1 sus plan
tas. El mismo Circo de Gallos, de la calle Venezuela,
tenía siempre público numeroso.
En el ínterin, se concentraban en Mercedes las diver
sas divisiones unitarias: Méndez llegó allí después de su
inútil excursión a San Nicolás; Vilela convergió tam
bién. sin haber obtenido resultado alguno de su corre
ría; Rico, al poco tiempo, regresó porque el río Salado no
estaba vadeable. Lavalle pudo entonces darse cuenta de
su situación; la invasión “había encontrado algunas
simpatías en San Pedro, Arrecifes y Areco. pero éstas
terminaron enteramente a la altura del río Lujan.”
(42) Ya no podía escribir a Lamadrid, como lo hizo al
desembarcar: “La opinión del país está muy pronun
ciada en nuestro favor. Mis paisanos esperaban con im
paciencia la venida del ejército libertador, y nuestras
filas se engrosarán más considerablemente en poco tiem
po. porque los más están hoy con nosotros. Esta favo
rable disposición me hace esperar que venceré en breves
días al tirano.” (43) Una semana después, ya orde-
(41) De unos autores hoy olvidados: Alboire y Fauché.
(42) Lacasa. Vida militar.
(43) Lavalle a Lamadrid. El Tala, agosto 7.
36 ERNESTO QUESADA
naba a sus jefes subalternos que incorporaran todos los
hombres aptos para las armas, sin esperar que se pre
sentaran voluntarios. (44) En Mercedes, el vacío más
completo se hizo a su derredor: no contaba sino con
sus propios elementos, y le era hostil la población. Re
suelve entonces intentar el esfuerzo supremo, y, aprove
chando la decisión de sus parciales y las magníficas ca
balladas de que disponía, avanza a marchas forzadas so
bre la ciudad, a fin de provocar una sublevación po
pular, y el desembarque por la Recoleta de la prometida
división francesa.
Pero, realmente, el caballeresco Lavalle era impotente
para dominar los acontecimientos: “la negra estrella’’,
de que habla su ayudante, (45) ya lo perseguía. Su avan
ce, en lugar de ser rapidísimo y sólo con los elementos
de pelea, fué de una lentitud desesperante. Habiendo
salido de Mercedes el 19 de agosto, todavía el 21 esta
ba en Lujan, acampado en la estancia de Gómez. Allí
vuelve a modificar su plan, y destaca una división de
1000 hombres, a las órdenes de Vega, sobre Navarro para
desalojar de allí al comandante Lorea, que lo seguía,
observándolo. Marcha en seguida con 2500 hombre a la
estancia del Pino. (46) Lorea, cumpliendo sus instruc
ciones, al acercarse la columna enemiga, se deja perse
guir hasta desbandarse ostensiblemente el 24, después
de haber dado tiempo a Pacheco para interponerse en
tre ambas fracciones del ejército unitario.
Esa es la también “famosa” chirinada de Lorea, como
la proclamó Lavalle. (47)
Rosas, entre tanto, desplegaba en Santos Lugares una
(44) Lavalle a Camelino, Arrecifes, agosto 14.
(45) Lacasa, Vida militar.
(46) Lorea a Pacheco, Navarro, agosto 22.
(47) Lavalle a Camelino, En marcha, agosto 20.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 37
actividad febril; a todo atendía, al despacho ordinario,
al servicio especial de campaña: “me tienen loco los
chasques de todas partes,” exclamaba. (48)
Lavalle había destacado a Valdez, con una partida
en la que iban los indios presos en Martín García, con
el objeto de sublevai’ las indiadas del sud. Rosas orde
na entonces que el coronel Martiniano Rodríguez, que
bajaba de la frontera con 400 soldados, se incorpore a
la división del Tandil — otros 400 hombres, — que
mandaba el coronel Aguilera.
Los jueces de paz habían recibido orden de hacer
arrear todas las caballadas, pero no cumplieron sino
a medias, sea porque en unos casos los particulares las
escondiesen; sea, en otros, — como en el de San Anto
nio de Areco, — porque se declararon por Lavalle. Ro
sas necesitaba 3000 caballos para montar el ejército de
Santos Lugares, y sólo contaba con la reserva de las ca
balladas de Morón, Matanzas y Quilmes, pero quería
“más bien se limpiasen los que estaba en riesgo de caer
en poder de los enemigos.” (49)
Además, lo tenía perplejo la actitud de Máscara.
“¿Por qué no habrá aproximádose a dar cuidados al
enemigo, y reportar con esto las ventajas recíprocas que
serían consiguiente?” Y agrega: “¿Podrá ser miedo?
¿De qué?”. (50) Tenía fundados motivos para descon
fiar de las intrigas de Vera, secretario de aquél...
La marcha de Lavalle era de una morosidad incom
prensible. En agosto 24 su posición era la siguiente: una
división de caballería de 1000 y pico de hombres, desde
la estancia de Gómez hasta la cañada de Navarro, don
de estaban las fuerzas de Olmos: el resto, con la in-
(48) Rosas a Pacheco, Santos Lugares, agosto 22.
(49) Edecán Ramos a Pacheco. Santos Lugares, agosto 22.
(50) Ibid.
38 ERNESTO QUESADA
fantería y artillería — 6 piezas: 4 cañones y 2 obuses
— en Luján, en la quinta de Solveira.
Por fin, el 27 vuelve a Lujan: “allí se ocupó de los
aprestos de la marcha del ejército sobre la capital”, di
ce su jefe de E. M., coronel Elía. Pero recién el 28 a la
noche rompe la marcha, y acampa en la quinta de Mar
có... a 2 leguas de allí.
Estaba entonces lo más optimista. Acababa de inter
ceptar comunicaciones de Aldao a Rosas, comunicándo
le el estado de Cuyo, la actitud de Brizuela, y la marcha
de Lamadrid a Córdoba. La división Vega había dis
persado en esos días los escuadrones de Chirino; las mi
licias de la Magdalena, se habían sublevado; el regi
miento de Granada — que formaba el núcleo de la di
visión federal de Chascomús — estaba muy indeciso. De
ahí que comunicara oficialmente: “La causa de la
libertad hace rápidos progresos, y el general en jefe es
pera que bien pronto serán premiados los esfuerzos de
los soldados de la patria”. Y agrega: “El ejército
libertador no imita el sistema de mentiras, con que el
tirano intenta ocultar su crítica situación”. (51)
Ahora bien, el coronel V. González, al frente del regi
miento núm. 3, habiéndosele reunido el comandante
Maestre, que trajo 200 infantes y 2 piezas desde Lobos,
se acerca a la línea unitaria. Rosas, al tener conoci
miento de su movimiento, le reitera su orden de “no
exponer’ la artillería e infantería, sino hacerlas retirar
adentro, hostilizando de cerca al enemigo con los escua
drones de caballería, a no ser que se cortase alguna di
visión inferior, en cuyo solo caso podría atacar”.
Rosas no acertaba a comprender la singular actitud
de Lavalle y su casi paralización. Creía que no era si
no un ardid de guerra y que encubría algún plan, que
(51) Lavalle a Camelino. En marcha, agosto 29.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 39
se esforzaba por adivinar. Estaba perplejo. “Bien satis
fecho de la exactitud de cuanto me indicas, — le escri
bía a Pacheco — no puede hacerse una pintura más
exacta del mismo juicio, que yo, como tú, tengo formado.
En cuanto a la fuerza del enemigo y1 demás a este res
pecto que me comunicas, estoy persuadido de lo mis
mo, pero aún no se qué hacer hasta hoy, para decidirme
a atacar las columnas divididas.’’ Su plan era que Pa
checo marchase con su división, a la que se incorporaría
el coronel Rodríguez, y persiguiera a la columna unita
ria que estaba en Lobos. Rosas, con su ejército, atacaría
a Lavalle en Luján, cooperando el coronel V. González.
Sin embargo, Rosas escribe aún a Pacheco: “Si pudié
ramos vernos acá, creo que a la voz, aunque fuera unas
pocas horas, algo acordaríamos de provecho. En su con
secuencia, vente dejando tus órdenes, y acordaremos lo
que hemos de hacer, porque, de todos modos, creo de
absoluta necesidad ya disponer algo, después de la divi
sión que ha hecho el enemigo.” (52)
Pacheco le observó que su división era informe, com
puesta de paisanaje casi sin armas ni municiones, con
escasez de caballos, pues todos los del norte habían si
do o tornados por Lavalle-, o recogidos por Rosas, por
Lagos y Lamela: más de 500 reclutas iban desarmados.
No tenía sino caballería. “No se ha consultado el arma
mento disponible para la reunión de estos hombres: hay
que instruirlos, desde los ejercicios doctrinales”. Rosas,
en el campamento de Santos Lugares.
El coronel González (a) Carancho del Monte, que se
había dadó cuenta de que Rico quedaba cortado en Lo
bos, (53) avanzó sobre Lavalle, creyendo que no choca-
(52) Rosas a Pacheco. Santos Lugares, agosto 25.
(53) González a Rosas. Monte, agosto 24.
40 EBNE8TO QUESADA
ría sino con columnas sueltas, y que el grueso del ejér
cito había continuado su marcha. Lo creía, con cierta
lógica, empeñado en el avance sobre Santos Lugares:
lo pica entonces por la retaguardia, persigue las peque
ñas partidas que salen a su encuentro, y se vé de repente
casi envuelto por el ejército entero. Consecuente con las
órdenes terminantes de Rosas, rehuye el combate, pero
al retirarse vése a su turno perseguido porcuna división
de 1000 hombres, que lo obliga a disparar más de 5
leguas, con pérdida de alguna gente y teniendo que aban
donar parte de sus bagajes. He ahí la sonada “derrota”
de González. (54)
El ejército invasor, que había abandonado a Luján el
1’ de setiembre, se dirigía a la ciudad por la cañada
de la Paja; y fué el coronel Vega quien chocó con Gon
zález.
Simultáneamente, Lavalle ocupa el pueblo del Pilar
con su vanguardia, pero manteniendo siempre cerca de
Luján el grueso del ejército (55). En la noche del 3, ha
bía acampado en la estancia de Irigoyen. Esperaba por
momentos recibir noticias de que el cacique Baigorria
— a quien había escrito con antelación en ese sentido —
había aparecido con la indiada alzada, por las Mulitas,
(54) Lavalle a F. Soto. Cañada de la Paja, setiembre 4. La
división González era relativamente importante, pues el mentado
“regimiento núm. 3 de milicias patricias de la campaña” se
componía: a) batallón de infantería: 4 compañías — 225 hombres,
170 soldados, 55 clases); h) regimiento de caballería: 6 escua
drones — 1946 hombres, 1633 soldados, 313 clases); c) auxilia
res indígenas: 2 caciques con 3 capitanejos y 85 indios. Su ar
mamento era: para la infantería, 222 fusiles; para la caballería,
530 tercerolas y 1405 lanzas. La plana mayor se componía de 1
coronel, 2 comandantes, 2 sargentos mayores y 12 ayudantes. Cf:
Estado fechado en el Arroyo del Contador, septiembre 20 de 184Q.
Archivo Pacheco; doc. of. 40 p. 243.
(55) González (B.) a Pacheco, Puente de Márquez, septiem
bre 2.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 41
Barrancosa o Federación, dispuesto a cumplir su com
promiso de que “él y su gente tendrán un premio que
les asegure una vida regalada y pacífica “.En este sen
tido escribe a los jefes adictos de campaña para que to
leren los malones de Baigorria. (56)
Mientras tanto, Rosas reconocía la precisión militar
del director de la guerra. En agosto 26 le escribía a Ló
pez: “Pacheco está con su ejército ocupando la van
guardia, y ha rendido con la división benemérita de su
mando un servicio de la más alta importancia, porque
no ha perdido de vista ni un momento al enemigo; cho
cándolo, cuando debió hacerlo, con el objeto de entrete
ner sus marchas, como consiguió, y trayéndolo siempre
incomodado, tiroteándolo, empujando sns partidas para
que no tomasen más extensión. “(57)
Rosas estaba ya más tranquilo: sabía que Pacheco es
taba disciplinando rápidamente sus milicias, habiendo re
cibido vestuario y armas; Oribe había pasado el Para
ná, con sus parciales; J. P. López venía al frente de sus
santafecinos; el círculo envolvente se estrechaba al de
rredor de Lavalle: el ejército de Santos Lugares esta
ba ya montado. “Dijo Lavalle que venía derecho a to
mar la ciudad, porque yo no tenía ejército, — le escribe
al gobernador de Santa Fe—; en efecto, no lo tenía re
unido, pero se equivocó porque cuando menos él creyó,
marché y me coloqué a la cabeza de fuerzas que respe
tó, y no siguió más adelante a atacarlo.” (58)
Lavalle combinaba en esos momentos su plan definiti
vo de ataque. La partida de Valdez y Villalba debía
sublevar el sud, para lo cual solicita en agosto 21 del
almirante francés el envío de un buque de guerra, con
(56) Lavalle a Soto, Cañada de la Paja, septiembre 4.
(57) Rosas a J. P. López. Santos Lugares, agosto 26.
(58) Rosas a J. P. López, Santos Lugares, agosto 26.
42 ERNESTO QUESADA
tropas de desembarco, para que se situara en las bocas
del río Salado. El debía atacar la ciudad el mismo día
que la escuadra francesa desembarcase en los bajos de
la Recoleta una fuerte división: envió en septiembre 2
a su hermano don José Lavalle, a que determine el mo
mento preciso de aquella operación. (59) Calculaba que,
al anuncio del desembarco, Rosas destacaría sobre el pun
to amenazado su infantería y artillería, y sería enton
ces fácil atacar la caballería de Santos Lugares, y des
truirla. Por fin, la noche de septiembre 4 fué de an
siedad en el campo unitario: se dieron los toques de
marcha, y se ordenó dirigirse “a trote y galope” a la
estancia del Pino. ¿Era el comienzo del ataque? Así lo
creyó todo el mundo, y en los fogones corrió la noti
cia de que la escuadra francesa había ya desembarcado
en la playa de la Recoleta un cuerpo de ejército de
3.000 marinos de desembarco, con dos baterías de ar
tillería. (60)
¿ Cuál era, en esos momentos, el estado respectivo de
los ejércitos de Lavalle y Rosas, que iban a chocar en
la cañada pantanosa de Morón? Lavalle revistaba 3.500
jinetes, 400 infantes y 6 piezas; Rosas tenía 3.300 ji
netes, 2.200 infantes y 12 piezas. En la ciudad se cal
culaba en 2.000 hombres y el número de los que Mansilla
podía oponer a los 3.000 franceses. Lo único que a La-
valle hacía falta era armamento. “Mande 300 tercero
las, 300 cananas, 400 sables, 400 tiros, 500 lanzas, 10.000
cartuchos a bala, 4.000 piedras de chispa, y vestuario
del que he dejado en el campamento. Que sea con la ma
yor actividad y prontitud, porque sólo espero ese ar
mamento para marchar.’’ (61)
(59) F. Varela a Lavalle, Montevideo, octubre 4.
(60) Carta de Luis Manterola, Morón, septiembre 4.
(61) Lavalle a Camelino, Guardia de Luján, agosto 30.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 43
A pesar de su desgraciado prurito por querer dis
frazarse de caudillo de montoneras, Lavalle era un mi
litar experto y que se había dado perfecta cuenta de la
situación crítica en que se encontraba. Su invasión había
sido un golpe de sublime audacia, fiado en las seguri
dades de sus mentores civiles — que siempre le fueron tan
fatales—, y los que garantían que la campaña se levan
taría en su favor como un solo hombre. En cambio, el
vacío absoluto que se hizo a su derredor le convenció de
que no se trataba de una marcha triunfal, sino de una
guerra de conquista: no podía contar sino con los hom
bres que lo rodeaban y no podía fiarse del paisanaje.
Atacar la ciudad con su sola fuerza, era insensato. La
alianza con los franceses era lo que lo salvaba: desde
que juntos hacían la guerra, exigió que cooperaran con
los batallones de desembarco, la marinería y la artille
ría de la escuadra. Se convino en practicar conjunta
mente el ataque: la escuadra desembarcaría un cuerpo de
ejército igual al suyo — 3.000 hombres — y tomaría por
asalto la plaza, al mismo tiempo que él se arrojaría con
sus lanzas sobre las rancherías de Santos Lugares.
La ciudad no podía lógicamente resistir la embestida
de 3.000 veteranos franceses; Rosas no la habría podi
do auxiliar, so pena de comprometer el éxito del choque
simultáneo con Lavalle; y es indudable que los elemen
tos unitarios de la ciudad se habrían alzado, apenas ocu
pada ésta militarmente. El éxito del ataque forzosamen
te tenía que producir el desbande de las fuerzas mili
cianas aisladas, en diversos puntos de la campaña, y mu
chos jefes federales habrían aprovechado la ocasión,
para proclamarse unitarios y revelarse más papistas que
el papa. Por eso decía entonces Lavalle con razón; ‘ ‘ La
gos anda titubeando”. (62)
(62) Lavalle a Soto. Cañada de la Paja, septiembre 4. Ms.
44 ERNESTO QUESADA
Lo curioso del caso es que la actitud de López era,
también muy sospechosa. Se eternizaba en el sitio de San
Pedro, y se susurraba que estaba ganando tiempo a la
espera de algún triunfo decisivo de Lavalle, para pro
nunciarse en su favor, como lo hizo en peores condicio*
nes un año después. Así, habiéndole solicitado Pacheco
lo auxiliara con un batallón de infantería, de cuya ar
ma carecía en absoluto, resuelve López enviar su me
jor cuerpo, el Defensores de la independencia, con 1 pie
za a San Nicolás. Pacheco se encontraba con eso redu
cido casi a la impotencia: “si V. S. hubiese tenido con
sigo ese batallón — le decía Rosas, el día 24 — no esta
rían los salvajes unitarios donde se encuentran.’’ (63)
No podía ser más grave la situación.
¿Era posible el éxito en esas condiciones? Sí, lo era,
suponiendo que el cuerpo de desembarco tomara la ciu
dad, lo que dejaba a Rosas entre dos fuegos. El movi
miento de Lavalle parecía, pues, serio.
Rosas lo consideró así, y tomó las más estrictas me
didas para estar preparado a recibir el choque defini
tivo, al saber que Lavalle reanudaba su marcha, en la
noche del 4. Pero fué una falsa alarma: aquella marcha
era uno de los tantos movimientos que ordenaba y con
traordenaba en esos días Lavalle, y que sus partida
rios suponían inspirados en el deseo de despistar a los
numerosos vichadores y bomberos de que estaba rodea
do el campamento unitario. En Montevideo, la espeeta-
tiva era intensa: el mismo contraalmirante Dupotel, en
presencia de los hechos, declaró que “le hacía gran im
presión, por lo ventajoso de la posición de Lavalle”,
(64) llegando hasta demorar su contestación a las pro
puestas que había recibido de la cancillería de Rosas, pa-
----------- . j i
(63) Ramos a Pacheco. Santos Lugares, agosto 24. Ms.
(64) Florencio Varela a Lavalle, Montevideo, octubre 4.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 45
ra dejar que los acontecimientos le indicaran la ruta a
seguir. El momento era, pues, solemne.
El general Mansilla, jefe de la plaza de Buenos Aires,
como inspector y comandante general de armas, organi
za ese mismo día, septiembre 4, un plan de defensa para
resistir al ataque inminente de Lavalle. (65) Los gene
rales Soler, Guido y Huidobro, fueron puestos al frente
de las divisiones de la guarnición, y se resolvió concen
trar la defensa de la plaza en un perímetro de 2 cua
dras de la plaza de la Victoria, con la base del río. El
efectivo de las fuerzas disponibles era reducido: (66)
las barricadas fueron ordenadas de carros y fardos, con
(65) Plan de defensa de la ciudad de Buenos Aires, amena
zada de vm ataque de las fuerzas al mando del general Lavalle.
(66) 14 división, al mando de Soler:
a} l.er batallón de cívicos.
b) batallón “Guardia Argentina”.
o) 4<? de vigilantes.
d) piquete de 50 serenos.
La 2» división, al mando de Guido:
a) cuerpo de 40 tenientes alcaldes.
d) 3.er batallón, (40 hombres).
La 3» división, al mando de Ruiz Huidobro:
a) piquete de 50 tenientes alcaldes.
b) „ „ 30 serenos.
c) 3.er batallón 60 hombres).
La reserva se componía:
a) remanente de serenos.
b) „ de cívicos.
o) „ de tenientes alcaldes.
d) 2 piezas de artillería.
Además, quedaban ‘ ‘ disponibles ’' para reforzar el punto ata
cado:
a) 100 serenos, 60 alcaldes y 40 cívicos.
b) 850 hombres del batallón Rebajados.
c) 700 del regimiento id.
d) escuadrón del No 1.
46 ERNESTO QUESADA
una zanja. En la recoba se colocó la reserva y se
concentró todos los elementos de parque, maestranza y
proveeduría, en el fuerte. Se tomaron las medidas más
minuciosas para prever cualquier contingencia, determi
nando la forma de la concentración de las fuerzas.
Como se ve, nadie dudaba del ataque decisivo de La-
valle ...
ni
LA RETIRADA FATAL
.. .Durante varios días permaneció Lavalle en Merlo,
a las puertas de Buenos Aires, sin tomar resolución al
guna. Mientras tanto, el movimiento envolvente de las
fuerzas federales se iba efectuando con toda precisión.
Rosas no se explicaba la inacción de su adversario, y
seguía obrando con toda cautela, recomendando se cir
cunvalara y hostilizara al invasor, pero sin arriesgar
combate alguno.
Nadie se movía en Buenos Aires: el inspector gene
ral de armas, general Mansilla, seguía reuniendo a los
enrolados del batallón de patricios de infantería, y del
batallón “Restauradores” sin apresuramiento alguno;
(67) en las listas diarias de los que pedían pasapor
te, se leía la mención lacónica: “no ha habido solicitan
tes”; los teatros funcionaban como si nada extraordi
nario aconteciese, y la actriz Alvara García elegía esos
(67) En septiembre 2, los avisos de convocatoria, pegados en
las esquinas de las calles, daban término de 15 días para concu
rrir a los cuarteles respectivos. Cf. Diario de la tarde, núm. 2738.
48 ERNESTO QUESADA
días para dar su beneficio, con La madre culpable, y
bailar unas boleras del contrabandista, que hicieron fu
ror.
¿Qué le pasaba a Lavalle? No bien se situó en Mer
lo, dentro del radio de los sucesos definitivos, en que
era indispensable vencer o sucumbir, el general Lava
lle se quedó embargado: se puso preocupado, silencioso,
retraído, como si quisiera ocultar a los que le rodeaban
que estaba vacilante, irresoluto, sin plan. (68) “A su
paso, los pocos hacendados que se habían declarado por
los invasores, habían quemado sus naves”, vale decir,
no podían ya retroceder (69). ¿Qué resolución toma La-
valle? Al anochecer del 6 de septiembre da orden de
marcha. ¿Es el ataque a la ciudad, por todos anhelado?
No. Es... la retirada! “Habiendo sido la intención del
ejército batir la fuerza de González, y entablar relacio
nes importantes; — participa oficialmente el general in
vasor, (70) — conseguidos ambos objetos, ha resuelto
alejarse, porque la escasez de pastos hace imposible la
permanencia del ejército”. ¿Es esa toda la explicación?
Al comandante militar de Lujan, le oficia: “Habiendo
batido el ejército las fuerzas de González, y persuadido
el general en jefe que la intención de Rosas es concen
trar su caballería, que no se atreve a desprender de Ca
seros y con el objeto de batir las fuerzas de J. Pablo
López, que se halla interpuesto entre el ejército liber
tador y el de las provincias amigas, mandado por el ge
neral Lamadrid, he resuelto marchar con una columna
ligera en persecución de López, debiendo seguir este mo-
(68) V. F. López. Historia argentina, ed. cit. página 556.
(69) Cf. manifiesto del vecindario de Giles, Agosto 26 (J.
M. Gutiérrez, Vida de Echeverría, en t. V, página 71 de las Obras
completas, ed. cit.).
(70) Lavalle a F. S. Vilela. Merlo, septiembre 6.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 49
vimiento el resto del ejército, a las órdenes del coronel
Vilela.” (71) Y eso es todo!
La retirada fué un fracaso. El pánico de los que se
habían comprometido por Lavalle, fué sin límites. “No
sólo hombres sueltos, sino padres de familia, tuvieron
que asilarse con mujeres e hijos, en aquel laberinto que
se llamaba ejército. Más de 5.000 hombres, carretas, ba
gajes, 20.000 caballos van en la columna.” (72) El mis
mo Lavalle se dió perfecta cuenta del desastre. En las
circulares a las autoridades adietas de la campaña, les
dice: “Reuna toda la gente y caballada, marche con
ellas, unido a la columna del coronel Vilela; previniendo
a todos los patriotas comprometidos, a fin de que se re
tiren de ese punto, para librarse de la ferocidad de Ro
sas, que sacrificará a cuantos se hayan pronunciado en
favor de la causa de la libertad.” (73)
La resolución adoptada por Lavalle en Merlo causó
estupor profundo en los contemporáneos. “Su retirada
ha sido un golpe de muerte para la revolución, — le
escribía sobre la marcha Florencio Varela (74); — no
hay una sola persona que no haya condenado ese funes
tísimo movimiento. No comprendo cómo se justificará
Vd. ahora ni nunca. El defecto de Vd. ha sido no pe
dir consejo ni oirlo de nadie, decidir por sí solo; y, por
desgracia, no siempre decide Vd. lo mejor. Vd. es mi
litar, buen militar, excelente militar, bajo muchísimos
respectos; pero no bajo todos; y, sobre todo, no es Vd.
tan político como militar. Por desgracia, la guerra ac
tual es más política, más de revolución, que militar y
de estrategia. La última evacuación de Buenos Aires no
(71) Lavalle a Soto. Cañada de Arias, septiembre 7.
(72) V. F. López Historia, cit., pág. 560.
(73) Lavalle a Soto. Cañada de Arias, septiembre 7.
(74) F. Varela a Lavalle. Montevideo, Octubre 4 de 1840.
50 ERNESTO QUESADA
es ciertamente operación militar: su importancia polí
tica es inmensa, domina todo.”
Y el conspicuo unitario no se equivocaba. La retirada
de Merlo fué la señal del desastre. De ahí que los hom
bres pensadores de aquel tiempo tuvieran la más desen
cantada idea de Lavalle, pues, como militar o político,
sólo había acarreado males a su patria, esterilizando
los esfuerzos más ingentes, por más que otro fuera su
propósito y a otro objetivo tendieran sus anhelos. No se
animaban los unitarios a decirlo en público, en vida de
aquél, porque era el único prestigio militar de que dispo
nían, pues Paz, después de su boleada de Córdoba, su
permanencia en Buenos Aires, y su poco altiva evasión
violando su palabra de honor, estaba reducido a posi
ción secundaria y no gozaba de popularidad. Lo curioso
es que participaba de esa opinión el mismo Rosas: ‘‘El
general Paz veremos cómo se conduce — escribía aquél
(75) — de cualquier modo, este hombre no lo considero
ya capaz: está como abotagado o entorpecido”. Respecto
de Lavalle, tampoco se han resuelto sus correligiona
rios a confesar su incapacidad posteriormente, por te
mor de destruir una leyenda, que sólo se mantiene gra
cias a un piadoso noli me tangere.
Sin embargo, Echeverría, rompiendo el acuerdo táci
to, no pudo menos de decir:
Todo estaba en su mano y lo ha perdido:
Lavalle es una espada sin cabeza;
Sobre nosotros, entre tanto, pesa
Su prestigio fatal, y obrando inerte
Nos lleva a la derrota y a la muerte!
Y, en otra ocasión, exclama:
(75) Rmm a Pacheco. Bueno» Aires, Atril 28 de 1840. M. 8.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 51
Lavalle, el precursor de las derrotas •..
Oh Lavalle! Lavalle! muy chico era
Para echar sobre sí cosas tan grandes (76)
Hasta los escritores más enemigos de Rosas y par
tidarios de Lavalle, no han podido encontrar explica
ción plausible a la retirada. López, cuya clara inteli-
gencia se oscurece cuando se refiere a Rosas, llega a de
clarar: “La verdad, por dolorosa que sea, debe decir
se : no fué Rosas, sino el general Lavalle quien se inu
tilizó a sí mismo; porque algo le faltara, ese no se qué
de las grandes ocasiones, para responder a la misión que
en aquel momento pesaba sobre sus hombros.” (77)
Otros llegan a calificar aquel paso, como “extraña con
ducta”. (78)
Y era tanto más “extraña”, cuanto que Lavalle aca
baba de escribir a Lamadrid estas significativas pala
bras: “Vd. no dude que aquí está el nudo de la cues
tión, y que, vencedor el ejército libertador en Buenos
Aires, los partidarios de la tiranía en las provincias cae
rán muy luego.” (79) El grande y radical error de La-
valle y del partido unitario en 1839 y la guerra, civil
subsiguiente, fué no darse cuenta de que pertenecían a
una facción metropolitana y no a un partido popular;
contaban con parte de la minoría culta, pero tenían
en su contra a la inmensa mayoría. La emigración uni
taria, durante su alejamiento del país, nada había olvi
dado y1 nada había aprendido. Creía en la panacea de la
constitución unitaria de 1826, e imaginaba las revolucio
nes como la decembrista de 1828. No faltaron, sin em
bargo, hombres ilustrados — no de “pontífices”, pero
(76) Echeverría. Avellaneda. (Poemas, p. 351).
(77) V. F. López, Manual, p. 560.
(78) Magariños Cervantes, Estudios históricos, p. 167.
(79) Lavalle a Lamadrid. El Tala, agosto, 7. Ms.
52 ERNESTO QUESADA
sí de la nueva generación — que señalaron el escollo.
Alberdi le escribía a Lavalle: “En 1828 la campaña
y1 sus ideas sometieron al pueblo. Hoy, el pueblo y
sus ideas deben someter la campaña. El general Lava
lle no será fuerte en su país por las masas ignorantes:
es preciso que la minoría ilustrada llegue a subordinar
la mayoría semi-bárbara” (80). En el fondo, Lavalle no
conocía su país: era el prototipo del porteño metropo
litano, que consideraba al “interior” como un apéndi
ce de la campaña de su provincia; y era tan iluso que
la cruel experiencia de 1829 nada le había enseñado, y
continuaba siendo el ensorberbecido decembrista de
1828.
j Cuál fué, entonces, la explicación verdadera de su re
tirada? La ostensible la tenemos en sus comunicaciones
oficiales de esa fecha: retrocedía para batir a López. La
verdadera la podemos encontrar en dos fuentes autén
ticas : el testimonio de su biógrafo y ayudante Lacasa,
y el de su jefe de E. M. entonces, Elía. El primero sos
tiene que fué por la inferioridad numérica del ejército
unitario: 2.500 jinetes y 300 infantes con 2 piezas;
mientras que Rosas defendía la ciudad con 3.300 ji
netes, 2.200 infantes y 12 piezas. La división santafeci
na venía por su espalda: atacarla, era asegurar la co
municación fluvial, por donde recibían los recursos fran;
ceses, y dar, también, así la mano, aunque indirectamen
te, a la “coalición del norte”. Pero dice esto, que es muy
sugestivo:—‘ ‘ La columna libertadora no tenía más te
rreno que el que pisaba. El ejército permaneció tres días
en Merlo, a 2 leguas del enemigo, con el objeto de
ver si alguno de sus cuerpos se insurreccionaba, i Por
qué el pueblo de Buenos Aires no se puso de pie, para
(80) Alberdi. Consideraciones, etc. 128.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 53
pulverizar a su tirano?” (81) Elía es también explí
cito :—‘ ‘ El general esperaba que su presencia en Merlo
despertase el entusiasmo de los habitantes, y que pro
duciría también en el ejército enemigo alguna reac
ción ... y el ejército libertador no vio un solo hombre,
de ninguna condición, que fuese a llevarle la más sim
ple noticia. Nada se sabía del enemigo, ni de la, capi
tal, pues desde Luján los lugares que habían sido reco
rridos ofrecían un aspecto sepulcral.” Pero agrega que
la retirada “habría podido evitarse si no hubiese falta
do al general Lavalle, la cooperación de sus aliados los
franceses y del Estado Oriental.” (82)
La fragilidad de la alianza franco-unitario uruguaya
se vió desde el primer momento, y hemos ya explicado
sus causas: Rivera buscaba sólo “los subsidios”; Mar-
tigny empleaba a los unitarios como “carne de cañón”.
Por eso Rivera se llamó a sosiego apenas recibió su me
dio millón de francos; y la política de Martigny fué
considerada tan inhábil por el gobierno francés, que des
pachó pliegos revocándole sus poderes y ordenando al al
mirante Dupotet cesara de subvencionar una revuelta
semejante, ínter llegaba Mackau para arreglar todo. Esa
orden había llegado a Montevideo el 9 de agosto, por un
bergantín que precedía a Mackau, y Dupotet en el acto
significó a Penaud, jefe de la escuadrilla francesa en
San Pedro, que se retirara de allí. Pero el 12 llegó la
noticia del desembarco de Lavalle, y Dupotet titubeó. De
Merlo despacha aquél a su hermano para solicitar el
desembarco de los marinos franceses: antes de que Du
potet tuviera que resolver el arduo problema, — pues,
a pesar de sus instrucciones, el golpe era tentador por
lo teatral, — llega conjuntamente la noticia de la ino-
(81) Lacasa. Vida de Lavalle, p. 168.
(82) Elía. Memoria histórica, 180.
54 EBNE8T0 QUE8ADA
pinada retirada de Lavalle... Con razón le dice Vare-
la: “Vd. había escrito el 21 de agosto al señor Martigny
pidiéndole la cooperación armada del almirante: el 4 de
septiembre despachó Vd. a su hermano con ese solo ob
jeto; y el 7, tres días después, abandona Vd. la provin
cia, y se va a Santa Fe, sin aguardar respuesta a una
misión tan grave. Esa conducta es inconcebible.” (83)
Y efectivamente lo era. En una comunicación desti
nada a permanecer secreta, le dice Lavalle a Lamadrid,
al proponerle éste más tarde que él invadiera a Buenos
Aires: “En cuanto a la empresa que Vd. medita sobre
Buenos Aires, siento decirle que soy de muy diferente
opinión. Yo desembarqué en San Pedro más de 2.000
hombres, entre los cuales había algunos centenares de
porteños, llenos de simpatías y de relaciones en aquel
país. Esta columna deshizo tres grupos enemigos, fué
dueña de la campaña durante un mes, y no encontró
lo que tiene Vd. esperanza de hallar.” (84). Esa es, pues,
la verdadera explicación de su conducta: la invasión era
impopular, no encontró sino el vacío; los mentores civi
les que en Montevideo le aseguraban que el pueblo era
unitario y que todos odiaban a Rosas, lo engañaron míse
ramente: el pueblo era federal, y sostenía a Rosas, de
testando el círculo faccioso y anárquico de “la logia uni
taria”. Esta impopularidad unitaria fué lo que más
exaltó a Rosas: “Ninguna insurrección en los pueblos;
ninguna defección en el ejército, ni en las numerosas
tribus de indios, ha manchado tanto honor y tanta glo
ria.” (85). Los pocos que se incorporaron, no fueron
paisanos, sino “unitarios de copete”: (86) por eso Ro-
(83) Varela a Lavalle, loe. cit.
(84) Lavalle a Lamadrid. Diciembre 15 de 1840. Ms.
(85) Rosas a Arana. Morón, octubre 25 de 1840.
(86) Rosas a Arana. Morón, septiembre 20.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 65
sas fué implacable para con éstos, que eran los causan
tes de la perturbación, y fué benigno con las otros, a los
que nada hizo. Lavalle, efectivamente, ante la absoluta
falta de cooperación en la población, y en la necesidad
de remontar su ejército para emplear el abundante ar
mamento que le proporcionaban los franceses, recurrió
al error de hacer pasar como “voluntarios” a todos los
que podía tomar: de ahí que le escribieran de Montevi'
deo que era preciso que abandonase “el errado sistema
de agarrar gente por fuerza, para que luego lo agarre
Rosas.” (87)
(87) Vareta a Lavalle. Montevideo, octubre 4.
IV
EL “EJERCITO” UNITARIO'
Hay, además, otras razones que explican el fracaso de
Lavalle y la poca cooperación que su invasión militar
encontró en el país. El llamado “ejército libertador” era
un conjunto de huestes desordenadas e indisciplinadas.
“La subordinación era poco menos que desconocida, o,
al menos, estaba basada de un modo particular y sobre
muy débiles fundamentos: todo se hacía consistir en las
afecciones y en la influencia personal de los jefes, y muy
particularmente en la del general. Toda autoridad, todo,
derivaba de la persona del general, y es seguro que, si
éste hubiese faltado, se hubiera desquiciado en un día
el ejército. No se pasaba lista, ni se hacía ejercicio pe
riódicamente : no se daban revistas. Los soldados no ne
cesitaban licencia para ausentarse por 8 o 15 días, y
lo peor es que estas ausencias no eran inocentes, sino que
las hacían para ir a merodear y devastar el país. Eran
unas verdaderas expediciones en pequeño, para las cuales
los soldados nombraban oficiales que los mandasen en
tre ellos mismos, y cuya duración era la de la expedi
ción. De aquí resultaba que una cuarta parte del ejér
58 ERNESTO QUESADA
cito estaba fuera de las filas, porque andaba a 6, 12 o 20
leguas, de modo que cuando se quería que estuviesen, era
preciso recurrir a arbitrios ingeniosos. ’ ’ Más aún: ‘ ‘ Todo
eso lo referían unánimemente los jefes y oficiales del
ejército, añadiendo en tono de alabanza, que esas parti
das merodeadoras, con sus oficiales improvisados por
ellas mismas, habían batido otras enemigas que les habían
salido al encuentro. Eso se quería explicar atribuyén
dolo a una muestra de exaltada bravura y patriotismo;
pero, en realidad, era un efecto de la más terrible desmo
ralización, que había de despopularizar al fin la causa
y el ejército.” (88)
¿Quién hace pintura semejante del ejército “liberta
dor”? ¿Acaso es algún adversario, algún federal impla
cable ? Nada de eso: es uno de los jefes más ilustres de
la cruzada unitaria, el cual ha dejado una obra, que,—
al decir de autoridad tan irrecusable como la de V. F.
López, — “no sólo es lo mejor que se ha escrito sobre
el período de la guerra social de 1820 a 1848, sino un
libro de tan indispensable estudio que los profesores y
maestros de historia nacional no deben dejarlo de la
mano: diurna nocturnaque manu”. (89)
El mismo Lavalle, en aquellos días críticos de la in
vasión, confirma aquellos hechos lamentables. “Ya ten
dríamos alguna gente de armas — escribe en septiembre
21 (90) — si no fueran los inauditos desórdenes de al
gunos foragidos que vienen entre nosotros; pero he re
suelto empezar a fusilar para contener estos excesos
que acabarán por perdernos”. ¿No es esto bien explí
cito? Pues bien: el jefe de E. M. del ejército invasor
también ha tenido que confesarlo: “Por desgracia, —
(88) Paz, Memorias póstumas. III. 667.
(89) V. F. López, Manual de la Historia Argentina. 545.
(90) Lavalle a Camelino. Las Barrancas, septiembre 21 de
1840 M. S.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 59
dice (91) — desvirtuada la moral, se cometieron algu
nos excesos, cuya reprensión reclamaba una severa dis
ciplina. Por una fatalidad que nunca será bastantemen
te deplorada, el ejército libertador, en vez de conquis
tar simpatías, con tal conducta labraba la fosa en que
debían sepultarse su fama y sus merecimientos. Así,
las órdenes generales del ejército no son un baldón eter
no para los que, con su complicidad o tolerancia, las
motivaron. ’ ’
Y esto es tan exacto, que bastará recordar, sin comen
tarios, la siguiente orden general: “El general en jefe
del ejército libertador está cansado de reconvenir a los
jefes por su tolerancia y su abandono. Nada ha obteni
do, y los soldados se han convertido en una horda de
salteadores y foragidos. El general en jefe se avergüen
za de mandar hombres tales. La locomanía que se ha apo
derado de algunos jefes, que con su tolerancia han creí
do ganarse la estimación del soldado y hacerse de parti
do, ha producido un mal que graba un borrón eterno en
un ejército, cuya gloria se halla eclipsada por tan infame
proceder.’’ Y, para hacer efectivas sus miras, concluye
por establecer que “los jefes de día están suficiente
mente autorizados para castigar en el acto, con la pena
de muerte, a todo individuo o individuos, de cualquier
clase que fueren, y que, llamados al orden, no obede
cieran.” (92)
Pero eso, desgraciadamente, no era sino una ráfaga
pasajera de energía. Lavalle parecía haber olvidado el
principio fundamental del arte de la guerra: “Nada
más delicado que la institución militar: por el hecho mis
mo de que tiene la fuerza, el hombre está siempre in
clinado a abusar de dicha fuerza; y para que un cuer-
(91) Elía. Memoria histórica, IX, 139.
(92) Ibid.
60 ERNESTO QUESADA
po franco permanezca inofensivo en medio de la pobla
ción civil, es preciso que se encuentre retenido por el fre
no de la más poderosa disciplina. ’ ’
Puede juzgarse el efecto que produciría en las pací
ficas poblaciones argentinas, que principiaban a gozar
de tranquilidad y que se hallaban dedicadas a las labo
res rurales, una irrupción semejante de “hordas de sal
teadores y foragidos ’ ’ — para usar el calificativo de La-
valle, — que comenzaba por arrebatarles todos sus ca
ballos, por arrearles toda su hacienda, por talarles sus
campos y arrasarles sus viviendas, dejándolos sumidos
en la más negra orfandad!
No se crea que hay en esto la menor exageración. “No
admite duda — dice un conspicuo unitario (93) — que
el ejército libertador cometía desórdenes, y que estaba
entregado a una desenfrenada licencia. Este método, si
mal puede llamarse, era sistemático; el general Lavalle
se había propuesto vencer a sus enemigos por los mis
mos medios con que ellos lo habían vencido 10 o 12 años
antes. Entonces, la licencia gaucha-demagoga se sobre
puso a las tropas regulares que él mandaba, y ahora
quería él sobreponerse a sus enemigos, relajando todos
los resortes de la disciplina y permitiendo todos los des
órdenes. Funesto error que, tanto en política como en
lo militar, nos ha causado horribles males, y, lo que es
más, ha hecho desvanecer la mayor parte de nuestras
esperanzas”.
Se trataba, pues, de un procedimiento sistemático:
era la “entrada a saco” en país enemigo, al son de con
quista. ¿Qué de extraño tiene que el país entero se estre
meciera de indignación y repeliera con rabia invasión
de tal naturaleza? Parecía que se hubieran desatado en
el país las iras de la revolución francesa en el 93, cuan-
(93) Paz. Memorias póstulas. II, 434.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 61
do los demagogos — al decir de Taine — “habían he
cho de su facción un ejército que, por consigna, tenía la
licencia y, por prest, el pillaje: parecido a los de Tilly
y Wallenstein.”
Pero no era esto sólo. La alianza con los franceses
proporcionaba a la invasión recursos en abundancia y
oro a discreción. /.Qué uso se hizo de todo ello? Oigamos
a un testigo ocular: “El mismo desgreño se observaba
en la administración de los caudales públicos, pues aun
que había intendente (94) y comisión, pienso que estos
funcionarios ni llenaron, ni pensaron jamás seriamente
llenar sus funciones. La distribución de armamento, ves
tuario, raciones, no era menos irregular, y hablando del
primero, diré que tuvo el ejército una abundancia nun
ca vista en los nuestros, tanto por su número como por
su calidad superior: los franceses proveyeron con pro
fusión. A nadie se hacía cargo por las armas que perdía,
rompía o tiraba: tal era la facilidad de conseguirlas.
La distribución de raciones participaba del mismo des
orden que todo lo demás: la yerba y el tabaco se saca
ban por tercios, sin cuenta ni razón. /,Y la comida? Se
hacía a discreción: no hay idea de tal desperdicio y ni
será fácil imaginarse cuánto se perdía inútilmente; bas
te decir que donde campaba el ejército, desaparecían
como por encanto numerosos rebaños, y se consumían
sin aprovecharse, rodeos enteros.” (95)
Con razón, pues, huían despavoridos los habitantes al
aproximarse los “libertadores”. Y con no menor razón
se desataron todas las iras de la venganza en presencia
de tanto vandalismo.
Las huestes “libertadoras” atravesaron así la mejor
(94) Y eso que el intendente general era don Salvador M. del
Carril.
(95) Paz, loo. cit.
62 ERNESTO QUESADA
parte de la provincia, y cada día fué más sensible el va
cío en su derredor. Pero nada se les importaba. El oro
francés los indemnizaba de todo. “Muchas veces se re
partieron a la tropa efectos de ultramar, finos, y parti
cularmente a las mujeres, a quienes, se daba el gracioso
nombre de patricias, las que tuvieron su parte en ellos.
Se les distribuyeron pañuelos y medias de seda, y otras
cosas de esa clase, y con la misma irregularidad que se
hacía con todo lo demás... Las mujeres son un cáncer
de nuestros ejércitos, pero un cáncer que es difícil cor
tar, principalmente en los compuestos de paisanaje, des
pués de las tradiciones que nos han légalo los Artigas,
los Ramírez y los Otorguez, y que han continuado sus
discípulos.’’ (96) ¡Curiosa confesión! Al estudiar la
marcha de aquel histórico ejército, el observador impar
cial se cree transportado a la época anterior a la famo
sa guerra de los 30 años, a los tiempos del duque de Al
ba y de la lucha de los Países Bajos. Cuando Alba mar
chó a las provincias flamencas, atravesó media Europa a
la cabeza del primer ejército del siglo; oigamos como lo
describe Motley (97) : “Ese ejército perfecto en todos
sus departamentos, llevaba además una división de 2.000
prostitutas, regularmente enganchadas, disciplinadas y
distribuidas en cuerpos, como la caballería o la arti
llería. Brantóme especialmente encomia esa organización,
y dice que había 1400 a caballo, belles et Graves comme
des princesses, y 600 a pie, bien á point aussi.” El ejér
cito de Lavalle podía, pues, en esto paragonarse con el
de Alba.
¿Qué “regeneración” podía llevarse a cabo con méto
dos semejantes? Inútil era que corriera el oro a rauda
les. “Fuera de los suministros de todo género que hizo
(96) Paz, Memorias póstumas, II, 622.
(97) Motley, The rise of the dutch republic. II, 110.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 63
la comisión argentina, del producto de gratuitas eroga
ciones, de valiosos empréstitos que contrajo, y fuera de
lo que daban los franceses, el general Lavalle celebró con
tratos y1 contrajo empeños que montaban a sumas con
siderables. No se detenía en ofrecimientos; siguiendo el
sistema de Rivera, se proponía ligar los hombres y ha
cerlos depender de él, por la esperanza de que los tu
viese presentes para los pagos. Los agraciados poco apro
vechaban, porque el dinero que recibían iba por lo gene
ral a la carpeta: el juego era la diversión universal, y
hasta se hizo distribución de naipes a los cuerpos.” (98)
El general Lavalle no se paraba en barras; apenas des
embarcado en San Pedro, escribe a Lamadrid: “ Se que
la falta de numerario es la mayor dificultad con que
Vds. cuentan. Yo puedo responder a Vd. de que el teso
ro de Buenos Aires pagará la cantidad de 20.000 duros
de que Vds. pueden disponer.” (99) Era tan singular
aquella confianza ingenua que, más adelante, vuelve a
escribir a Lamadrid pidiéndole ganado del interior, y
le dice: “Es obvio que los propietarios de esos ganados
han de ser resarcidos con ventaja en la provincia de
Buenos Aires.” El “con ventaja” es encantador... pe
ro, como decía el mismo Lavalle: “Nosotros debemos sa
crificar las formas y los usos de un orden regular, a la
rapidez y comodidad.” (100) El reparto de la túnica
resultó, sin embargo, anticipado.
“Mucho se ha dicho — escribe el general Paz (101)
— de los provechos y sórdidas especulaciones de algu
nos exaltados patriotas en Montevideo, tanto con los cau
dales que suministraron los franceses, como con el pro
ducto de las cuantiosas erogaciones y empréstitos que se
(98) Paz, loe. cit.
(99) Lavalle a Lamadrid. El Tala, agosto 7 de 1840. M. 9.
(100) Lavalle a Lamadrid, Calchines, noviembre 12. M. 8.
(101) Paz, loe. cit. II. 626.
64 ERNESTO QUESADA
contrajeron. El almirante Dupotet lo creía y lo decía
así, bien que en la universal corrupción de Montevideo
esto no debiese causar grande escándalo. Lo admirable
es que en este siglo de positivismo, cuando se han he
cho sudar las prensas con asuntos insignificantes, nadie
haya tocado éste; antes por el contrario, se ha procu
rado echarle tierra. Jamás se ha tratado de exigir, ni de
dar una cuenta, una satisfacción cualquiera, de la in
versión de tan ingentes caudales.’’
Este conjunto de razones es el que explica como, des
de un principio, los unitarios sensatos se dieron cuenta
del fracaso. “La autoridad de los libertadores no se
siente fuera de su campo, escribía Pico. (102) Esto nos
aflige infinito a todos. Si al general no se lo dicen, será
por contemplaciones, que en tales negocios son muy in
oportunas. Vds. no han ido a dar batallas por el placer
de combatir, ni por ganar glorias. En las guerras ci
viles no hay glorias militares. Han ido a ganar proséli
tos contra Rosas, y esto no lo han de conseguir sino es
parciendo su acción por todo el país.” La conducta del
ejército unitario, en vez de ganar prosélitos, enajena
ba voluntades, y convertía a los indiferentes en adver
sarios iracundos.
Hemos preferido abusar de las citas para reconsti
tuir la fisonomía moral del “ejército libertador”; y pa
ra mayor acierto nos hemos contentado con reprodu
cir los rasgos que nos revelan escritos o documentos de
exlusiva procedencia unitaria. Hasta hemos creído con
veniente repetir determinadas citas de documentos, uti
lizados ya en el libro que a Lamadrid y la coalición del
Norte hemos dedicado, pero obramos así deliberadamente
para que testimonios semejantes, de una importancia
decisiva, se graben en lo más hondo de la conciencia de
(102) F. Pico a Chilavert, Montevideo, octubre 23 de 1839.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBBACHO HERBADO 65
nuestros lectores. Por eso, al historiar nuevamente estos
sucesos, a los que fué menester referirse en el citado li
bro, hemos preferido repetir las probanzas a omitirlas
del todo, sobre todo cuando se trata de documentación
auténticamente unitaria. Tenemos sobre la mesa infi
nidad de testimonios federales de la época, que refie
ren hechos cometidos por los “libertadores”, y que ha
rían parar los pelos de punta: preferimos no servirnos
de esos documentos, porque pueden ser argüidos de par
ciales, y deseamos estudiar aquellos acontecimientos con
la máxima imparcialidad, aun cuando quede destruida
una leyenda que resulta injusta, y1 restablecida la ver
dad, por dolorosa que sea. Pero tiempo es de llamar las
cosas por su nombre.
Alguna razón asistía, pues, a Rosas para decir ofi
cialmente en esos días (103) : “Los unitarios se han
propuesto, impíos, sacrilegos, hacer a su patria una gue
rra salvaje desconocida en el mundo civilizado; los fe
derales están resueltos a marchar primero por todos los
diversos escombros de la más tremenda desolación y rui
na, antes que pasar por una vergonzosa, humillante es
clavitud. ’ ’
i Cómo se explica que el general Lavalle llegara a esos
extremos? “Era — dice un coetáneo (104) — general
mente querido de la tropa, y tenía gran influencia en el
soldado; nadie ignora que poseía ciertas dotes especiales
que lo hacían amar; a la par del efecto de la varonil
presencia, poseía buenos talentos, tenía rasgos de genio
y concepciones felices, que emanaban de aquellas pri
meras cualidades; hubiera sido de desear más perseve
rancia para seguir un plan, y un poco de más paciencia
(103) Rosas al gobernador delegado, Morón, septiembre 20
de 1840.
(104) Paz, loe. cit.
66 EBNEBTO QUESADA
para desarrollar los pormenores de su ejecución. Estaba
sujeto a impresiones fuertes, pero transitorias, de lo que
resultó que no se le vió marchar por un sistema constan
te, sino seguir rumbos contrarios y con frecuencia to
cando los extremos.” Podemos considerar como exacto
ese retrato trazado por el general Paz; coincide con lo
que Florencio Varela le decía al mismo Lavalle: “Cuan
do Vd. haya adoptado una idea, un plan, ejecútelo y
no lo deje al día siguiente por otro, ni por accidentes.
Todos, pero principalmente los marinos franceses, que
han tratado a Vd. de cerca, le acusan de no tener la me
nor consistencia en sus ideas: de adoptar hoy un plan
y olvidarlo mañana Esta inconsecuencia debe dar funes
tos resultados.’’ (105) Y un escritor que se distingue
por su saña implacable contra Rosas, estudiando la in
vasión de Lavalle en 1840, no puede menos de confesar:
“Sea que este jefe careciese de las aptitudes que requie
re el mando en jefe de un ejército, para ensamblar y
organizar con sistema los miembros de ese gran cuerpo
coherente, vivo, semoviente, que se llama ejército, el
hecho hoy reconocido es que el ejército a las órdenes
del general Lavalle en 1840 era apenas un embrión vo
luminoso, débilmente vertebrado.” (106)
Indudablemente, Lavalle estaba desorientado. Tal era
su conducta, que los guerreros de la independencia que
al principio entraron en la revolución y se incorporaron
al ejército, fueron separándose uno después de otro. Así,
desde los primeros pasos, se retiró el bravo coronel Ola-
varría, el cual “dejó la legión lleno de pesar y sólo es
timulado por el honor: su permanencia en ella no podía
conciliarse con el carácter del general en jefe.” (107)
(105) F. Varela a Lavalle, Montevideo, octubre 4 de 1840.
(106) V. F. López, Manual, 545.
(107) Ella, Memoria histórica, v. 13],
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 67
Así, el coronel Chilavert, quien, en una carta al doctor
Francisco Pico, le decía: “He tenido que abandonar las
filas del ejército libertador. El general Lavalle tiene un
orgullo infernal, y es más déspota que Rosas. Bien con
vencido estoy que para Lavalle no hay patria: no habrá
sino males, y más espantosos que los causados por Ro
sas, porque sus propensiones son peores que las de aquél.
La guerra va tomando un aspecto feo, y Lavalle no tie
ne capacidad para llevarla a cabo con éxito: conclui
rá por perder el ejército.” (108) Sería interminable la
lista de todos los jefes o personajes conspicuos que se
vieron forzados a abandonar a Lavalle: el coronel Mon
tero, el auditor de guerra doctor Rodríguez, el ilustre
general Paz, el heroico coronel Niceto Vega. Su primer
jefe de E. M. coronel Puey’rredón refiere de esta ma
nera su separación: “Nosotros no hemos de marchar
ya nunca bien, y es mejor que nos separemos, me con
testó el general. Es mejor, pues, adios, fueron las ulti
mas palabras cambiadas entre el general Lavalle y yo.”
(109) Antes de terminar la campaña, ya no quedaba al
lado de Lavalle ni jefes, ni oficiales, ni tropa: se le fue
ron separando el general Triarte; los coroneles Salvado
res, Pieres, Méndez; los comandantes Cortinas, Reyes.
Benavente, Hornos, Saavedra. Más aún: la tropa misma
tuvo al fin que abandonarlo: “El que medita — ha dicho
uno de los jefes de aquella cruzada (110) — sobre los
más triviales detalles que tengan tendencia a retratar la
organización que el general Lavalle quiso dar al ejér
cito que tuvo a sus órdenes, conocerá las causas que obra
ron para que se disolviese como el humo”. Efectivamen
te, concluyeron por separársele escuadrones enteros, co
dos) Chilavert a Pico, apud Baldías. Historia de la Con
federación Til.
(109) Pueyrredón. Apuntes, 135.
(110) Triarte. Memorias inéditas, %7,
68 ERNESTO QUESADA
mo el “Mayo”, los cuerpos correntinos, etc. “Todos, al
partir — dice un testigo ocular (111) — llevaban en su
corazón el sentimiento de alejarse de las legiones en cu
yas filas tantas veces habían marchado a los combates, y
su sentimiento era tanto más profundo, cuanto presen
tían los males que aguardaban a la querida y desven
turada patria.” Es difícil, pues, en presencia de seme
jantes hechos, no reconocer que el general Lavalle, que
así procedía con sus propios partidarios, debía conci
tar en su contra las pasiones bravias de la gran masa de
la población.
Un conspicuo unitario, actor en aquellos sucesos, ha
dicho con sinceridad: “¿Era que el general Lavalle, pro
fundamente impresionado por sus recuerdos de 10 años
atrás, en que, al mando de fuerzas bien disciplinadas,
había sido vencido por montoneras; eran esos recuerdos
los que lo habían inducido a cambiar de táctica y plan
de operaciones, en su cruzada de 1840 contra Rosas? ¿El
caudillo desgreñado y demasiado indulgente con los su
yos, había reemplazado en él al hombre de orden seve
ro de otros tiempos? Pienso que sí; y, singular coin
cidencia! en Rosas se había operado el mismo cam
bio pero en sentido inverso: de montonero que. ha
bía sido en 1831, habíase vuelto militar serio en los días
a que asistíamos. La organización y movimiento de sus
fuerzas eran ahora correctas, prevaleciendo en ello mar
cada predilección por las armas de infantería y caballe
ría. Rosas había, pues, adelantado alguna cosa en los
años transcurridos.” (112) El testimonio es precioso,
porque proviene nada menos que del secretario militar
de Lamadrid. Y otro unitario indudable, el doctor An
drés Lamas, se veía forzado a declarar: (113) “El dic-
(111) Elía, loe. cit., XI, 391.
(112) B. Villafañe, Reminiscencias, 161.
(113) A. Lamas, Escritos políticos.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 69
tador Rosas ha verificado un cambio profundo en la gue
rra de estos países; él ha comprendido la superioridad
incontestable de las tropas regladas y de la guerra re
gular ; y aunque incapaz de hacerla por sí mismo, ha te
nido el buen sentido de intentarlo por todos los medios
que han estado a su alcance.”
Efectivamente, los ejércitos de la confederación se
distinguieron por su disciplina y por la pericia militar
con que fueron mandados. El general Pacheco era un mi
litar de escuela, y un brillante oficial de San Martín:
‘‘Fué clarísimo e infatigable en formar y mantener to
das las clases del ejército fieles y escrupulosas obser
vadoras de las ordenanzas, castigando inflexiblemente to
da contravención, sin que entibiasen su celo jamás, ni
la amistad, ni los respetos humanos, ni los demás secre
tos que debilitan la justicia, menos recta e imparcial
que la suya. Este era el loable objeto de su vigilancia,
de sus afanes y desvelos, y en virtud de él se le vió
siempre incansable en el bufete, expidiendo las órde
nes concernientes, para dar a los negocios el mayor impul
so; corría como el relámpago a toda hora por los cuar
teles, por el campo de instrucción, por los hospitales, por
los laboratorios, y demás oficinas del ejército, hasta mi
rar por sus ojos el rancho y comida de los soldados; en
una palabra, trató y consiguió con su ejemplo y doctri
na formar de todo su ejército un modelo de subordi
nación, disciplina militar, honor, valor, y amor al or
den, que le eternizarán en la memoria de los pueblos res
peto y gratitud.” Ese testimonio de un militar imparcial
demuestra que, entre los jefes al servicio del gobierno
de Rosas, eran otros los métodos y los sistemas que los
que imperaban en las filas invasoras. Y eran muchos los
jefes federales de esas condiciones: “Quesada, (Juan
Isidro) como Pacheco, Mansilla, Rolón, Ravelo, Corva-
lán y tantos otros, que fueron bravos guerreros de la in-
70 ebnebto quebada
dependencia — ha dicho un militar argentino (114) —
sirvió al gobierno de Rosas, nada más que cumpliendo su
deber como militar, sin que su nombre haya sufrido en
lo más mínimo, siendo siempre soldado caballeresco y
honrado, como lo fuera en los tiempos de la indepen
dencia, a cuyos grandes y gloriosos recuerdos asoció su
nombre.” El contraste, pues, se acentúa entre las tropas
regulares de la confederación, y ‘‘las montoneras ciu
dadanas” de la invasión unitaria.
Ese mismo contraste explica la verdadera causa del
fracaso de la invasión, del vacío que la rodeó, y de la
tempestad de reacción que provocó. Lavalle se dió cuenta
de los hechos, del fracaso, del vacío, de la reacción, pe
ro sin atinar con la causa que los producía: apenas se
convenció de lo que pasaba, comprendió que no le queda
ba más papel que retirarse. Esa fué la verdadera ra
zón de la retirada de Merlo, sin obedecer a plan estraté
gico alguno, y condenándose a llevar la existencia obs
cura de la montonera. Creyó Lavalle que su presencia
a las puertas de la ciudad bastaría para producir la caí
da de Rosas; cuando se convenció de su engaño, ‘‘nuevo
Coriolano”, — dice un escritor unitario, (115) — la ra
bia y el despecho se apoderaron de él; volvió la espalda
a sus esperanzas, y, bajo el pretexto de perseguir a Juan
Pablo López, que amenazaba su retaguardia, se encami
nó hacia el interior del país, esperando de lo desconoci
do una reparación cualquiera de sus esfuerzos burla
dos. La licencia de su tropa en ese retroceso fué es
pantosa. ’ ’
(114) J. M. Espora, Enciclopedia Militar, III.
(115) B. Villafañe, Reminiscencias, 162.
V
LA CRUZADA LIBERTADORA
¿Cuáles fueron las consecuencias inmediatas de la de
sastrosa retirada?
En primer lugar, desacreditar la causa defendida,
desanimar a los partidarios, y concluir por desautori
zarse ante sus aliados. Lo que se había iniciado como
“cruzada libertadora”, degeneraba en simple y obscura
guerra de montonera, sin honor, sin gloria y sin espe
ranza de éxito.
El gobierno francés debía aprovechar con ansia ese
pretexto para desligarse de un connubio incómodo, y del
que ya se había apercibido el gabinete de Luis Felipe:—
“Hay peligro y peligro eminente — decía en febrero de
aquel año el mariscal Soult (116) — en perseverar con
aliados tales como los que nos ha dado la fuerza de las
cosas, en un sistema que conduce a alargar incesante
mente el círculo de las complicaciones y que amenaza
arrastrarnos más lejos de lo que convendría”. De ahí
que fuera enviado el almirante Dupotet para refrenar
(116) Soult a Martigny, París, febrero 26.
72 EBNESTO QUESADA
el celo excesivo de Martigny, y que se resolviera, por
último, reemplazar a éste por Mackau;
llosas conocía todos los secretos de la política de las
Tullerías, respecto del Río de la Plata, gracias a las in
discreciones intencionadas del ministro inglés Mandevi-
lle. Esperaba, pues, el momento oportuno para enta
blar una negociación de cuyo éxito no podía dudar, por
que el papel de la Francia en la contienda tomaba ya
tintes subidos de ridículo, además de que le costaba ero
gaciones que pesaban excesivamente sobre su tesoro. Sa
bía que en momento alguno el bloqueo asumiría los ca
racteres de un desembarco armado, porque jamás se en
viaron tropas con ese objeto: bastaba para impedirlo la
actitud inequívoca de Inglaterra, cuyos intereses comer
ciales no le permitirían tolerar cosa semejante.
La invasión de Lavalle, fomentada por Martigny,
cuando ya presentía éste su inevitable retiro, y1 sabía que
Mackau estaba en viaje, tuvo por objeto tentar un es
fuerzo desesperado, para que, a la llegada del nuevo en
viado francés, la alianza tuviera el sello irrevocable del
éxito, encontrando a Lavalle en Buenos Aires. Nada eco
nomizó Martigny en ese sentido, y Dupotet, aun cuando
con repugnancia, dejó hacer. Eso explica por qué, cuan
do llego a Montevideo el día 12 de septiembre la noticia
del desembarque de Lavalle en San Pedro, “en el acto
las músicas se lanzaron a la calle, y se dispersaron co
hetes, y echaron a vuelo las campanas; durando esas
ruidosas manifestaciones toda la noche.” (117) Se trata
ba de impresionar a los franceses, sobre todo a Du
potet.
Las instrucciones que tenía aquel almirante y que co
nocía Martigny, le vedaban emplear fuerzas francesas
en operación de desembarco; el sonado pedido de La-
(117) Carta de Alajó, Montevideo, agosto 13. Hoja suelta.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 73
valJe era, pues, inútil, y sólo tenía probabilidad de éxi
to si, a favor del entusiasmo bullanguero de sus amigos
de Montevideo, y de los empeños desesperados de Mar-
tigny, — que deseaba concluir la cuestión favorable
mente para su política, antes de que llegara Mackau y
resultara desautorizado, — se obtenía que Dupotet ex
tralimitara sus instrucciones. Esto, lo hemos visto, es
tuvo a punto de suceder.
La retirada de Lavalle desbarató todo. Martigny se
vió perdido. Dupotet recobró su serenidad, y cuando, a
fines del mismo mes de septiembre, arribó a Montevi
deo el barón de Mackau, ya no se podía dudar de que
se entablaría y realizaría una negociación con Rosas. Y
veremos oportunamente con cuánta habilidad supo Ro
sas sacar partido de la situación favorable que se le pre
sentaba.
La retirada de Merlo fué, pues, decisiva para la cau
sa unitaria. De rechazo vino a consolidar la posición de
Rosas, a mostrar la seriedad de su gobierno, su orga
nización militar y el apoyo que tenía en la opinión.
VI
LA SITUACION DE ROSAS
¿Cuál era la situación de la ciudad de Buenos Aires,
en los días que precedieron y siguieron a la retirada de
Lavalle? “Nunca Rosas se había encontrado en situa
ción más apurada, — declara un escritor unitario. (118)
— La Francia bloqueaba sus puertos; las provincias se
habían alzado contra él; el general Paz, en Corrientes,
organizaba un ejército. Él Estado Oriental se preparaba
para atacarlo; sus ejércitos, completamente desmorali
zados en el interior, huían ante los libertadores. El mis
mo López, que desde lejos seguía la retaguardia de La-
valle, era tan impotente, que habiendo atacado por tres
veces a San Pedro, donde habían quedado los enfermos
del ejército, fué rechazado en todas por la escasa fuerza
que lo custodiaba. Y Lavalle, en estas circunstancias, no
tenía más que estirar el brazo para tocar con su lanza
las puertas de Buenos Aires!' ’
La ciudad había sido, desde los comienzos de la revo
lución de la independencia, el baluarte del partido uni
tario; en ella contaba con sus más ardientes partida-
(118) Magariños Cervantes, Estudios históricos, 167,
76 ERNESTO QUESADA
rios; fuera de ella, las masas le eran hostiles. 4 Era,
pues, extraordinaria la efervescencia ? Nada de eso:
mientras Lavalle permaneció en Merlo, nadie se movió
de la ciudad, ni ésta se conmovió en lo más mínimo. To
das las clases sociales, las familias de ambos bandos, es
taban cansadas de revueltas y no ambicionaban sino
orden y tranquilidad. Nadie creyó en el éxito de la in
tentona unitaria; los amigos de Lavalle deploraron en
silencio la obcecación de los emigrados; todos se lamen
taban por los desastres que veían venir. Pero la vida or
dinaria no se interrumpió; la fisonomía de la ciudad fué
la misma de antes. Y, curioso es reconocerlo, la misma
retirada de Lavalle tampoco la modificó: ni los federa
les se exaltaron al principio por ello, ni los antiguos uni
tarios dieron señales de sentimiento extraordinario.
¿Quiere esto decir que en la metrópoli porteña, en
la cuna y regazo del partido unitario, no existían ya
personas que simpatizaran con aquella causa? Sin duda,
el simpatizar con las doctrinas unitarias está muy dis
tante de implicar aprobación por la manera cómo los
“proceres” las querían realizar, y menos invadiendo el
propio país como aliados del extranjero. Además, los
unitarios más exaltados no se encontraban ya en Buenos
Aires porque habían emigrado sucesivamente, unos por
haberse comprometido demasiado, otros por moda, pues
el carácter de proscripto tenía un cierto tinte de roman
ticismo byroniano. Por último, entre los unitarios que
habían permanecido en sus casas, hay que tener en
cuenta que se realizaba un fenómeno conocido: “En la
mayor parte de los hombres — observa Taine — la
distancia entre la convicción y la acción es grande; las
costumbres adquiridas, la pereza, el temor y el egoísmo,
ocupan el espacio intermedio. En el momento de mar
char, se siente la gente llena de inquietud, se ve que
el camino a seguir es bastante peligroso y obscuro: se
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERBADO 77
titubea, se demora, se teme comprometerse demasiado,
ir démasiado lejos. Aquel que ha contribuido con faci
lidad con su palabra, lo hace menos con su dinero; tal
otro, que abre su bolsa, no está dispuesto a ofrecer su
persona...” Añádase a todo esto el cansancio inmenso,
general en todas las clases sociales, y se comprenderá
por qué la intentona descabellada de Lavalle, fuera de
la gente del pueblo — carne de cañón — que es la vícti
ma de toda clase de “libertadores”, no encontrará eco
en la masa de la población, y provocara más bien dis
gusto en las clases ilustradas.
... Había en el puerto, en razón del bloqueo, sólo bu
ques de guerra extranjeros. Los franceses tenían las
corbetas Ferie, Triomphante, Alcméne; los bergantines
D’Assas, Cassard y Vigilant. Los ingleses, las fragatas
^aragoa, Acteon, y el bergantín Clio. Los norteamerica
nos, la corbeta Decatur. Los brasileros, la 29 de Agosto.
La población concurría a la alameda a presenciar aquel
espectáculo singular.
Nadie hubiera dicho que un ejército invasor estaba a
las puertas de la ciudad, y que una escuadra enemiga
dominaba a la plaza con el fuego de su artillería.
La Colecturía se ocupaba en avisar tranquilamente al
público que desde el 14 de septiembre se empezaría a
cobrar la contribución directa del año anterior, 1839,
y concedía para su pago un plazo prudencial de 30
días. El Crédito Público, por intermedio de don Juan
Bautista Peña, anunciaba que el día 12 tendría lugar la
amortización normal de los fondos públicos. Los tribu
nales proseguían imperturbables su tarea ordinaria: el
juez de 1* instancia, doctor Bernardo Pereda, citaba
a los acreedores de Pastor Montt, a la secretaría de
Izarrualde; el juez doctor Campana fallaba el asunto
Fragueyro versus Navas, por la oficina de López; el
Consulado — tribunal de comercio, — por medio de su
78 EBNE0TO QUESADA
escribano Ortiz, llamaba a verificación de créditos en
el concurso de Orina.
Los particulares se ocupaban de sus asuntos, como si
nada extraordinario sucediese. En esos días, en lugar
de aumentar los avisos de venta de fincas, se hacen no
tar los de compra de las mismas: alguno desea adqui
rir una quinta que no diste 20 cuadras de la plaza Vic
toria; otro quiere una casa en el barrio del alto, cuyo
valor no exceda de 10.000 pesos; otro clama por alqui
lar una casa en sitio regular, por 250 pesos mensuales.
Hasta hay uno que anuncia su intención de comprar una
criada de buena conducta, siempre que el desembolso no
pase de 1.500 pesos.
Los hacendados, a pesar del estado singular de la cam
paña, no modifican tampoco sus negocios. Don Pedro
Sheridan sigue ofreciendo sus capones gordos en la calle
Victoria; don Alejandro Noble los vende en su quinta
de la Boca. Las entradas de la tablada eran numerosas:
habían disminuido las de la tablada norte, pero aumen
tado los de la tablada sud, por razones obvias. Pero es
el hecho que el mismo día 7 de septiembre — cuando
dió principio Lavalle a su retirada de Merlo — entraron
a la tablada 260 cabezas vacunas para abasto, proce
dentes de Lobos, y 160 de Arrecifes; no mencionamos
las de Flores, Matanzas, etc. El día 8, desde Lujan, —■
nótese bien que elegimos a designio los partidos rurales
más afectados por la invasión, — entraron 152 cabezas;
de Morón. Cañuelas, y otros puntos, varias tropas. Cual
quiera habría creído que por lo menos hubiera debido
interrumpirse el tráfico de haciendas...
Los negocios generales tampoco ofrecen particulari
dad. Unicamente los usureros parecen olfatear que ha
llegado su momento: llueven las ofertas de dinero a ré
dito ; hay un famoso escritorio en la calle de la Paz, que se
distingue por sus avisos tentadores. Los escribanos también
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HEBRADO 79
multiplican sus ofertas de “dinero perteneciente a meno
res y viudas pupilares”, a fin de colocarlo sobre hipo-
ca; una cierta oficina en la calle Federación dice tener
‘ ‘ cualquier cantidad ’
La gente parece preocuparse de los asuntos más tri
viales; uno ofrece por los periódicos gratificaciones a
quien le encuentre un loro verde, extraviado el martes
8; otra familia muy conocida ruega devuelvan ‘ ‘ una bata
de muselina color caña, envuelta en un pañuelo de seda
color oro”, que acababa de perder.
La Sala de Comercio se aflige porque sus socios se
llevan los periódicos y no los devuelven: elige esos días
para pedir por los diarios que entreguen los números
atrasados del Athenoc&um, Mirror, Literary Gazette, Le
Temps y Gazette de France.
La librería de Ortiz juzga el momento propicio para
anunciar un nuevo surtido — recibido probablemente
por contrabando — de novelas escogidas, y es curioso
darse cuenta de las preferencias literarias de la época:
El italiano o el confesionario de los penitentes negros,
parece ser un título popular, como también: La Galaica
o la escuela de Blenidoleig; mientras que se adivinan los
lectores sentimentales de la Historia galante de un joven
siciliano. El gusto romántico de la época se revela hasta
en los menores detalles. La Gaceta Mercantil acostumbra
ba publicar pequeñas novelas y ¿cuál es la que enton
ces eligió? Una titulada El Barón de Grogzwig, que es
un colmo de romanticismo exagerado.
La Aduana, no teniendo quizá otra cosa mejor en que
ocuparse a causa de las inacción forzada a que la reducía
el bloqueo, resolvió esos días vender rezagos. Y entre
rollos de tabaco negro, — el vicio favorito de nuestros
abuelos, — sombreros de paja y otros artículos, saca
a la venta los 20 tomos de un Viaje al Congo. Forzan
do el bloqueo, algo se recibía, pues la sombrerería de lo
80 ERNESTO QUESADA
de Gutiérrez ofrece una partida de felpas, “recién in
troducidas”; y en la acera del teatro se ostentaban cier
tos elegantes sombreros de paja de Italia.
Los teatros tampoco parecen apercibirse de la grave
dad de la situación. El teatro Argentino daba la come
dia Marcela o El Amor por el tejado; el de la Victoria,
la tragedia El duque de Viseo; el circo Olímpico, en
el jardín del Retiro, repetía sus funciones de volanti
nes, en las que hacían las delicias del público grueso la
Manuela Donado, que bailaba el gato a la perfección;
la Catalina Manzanares, que lo enloquecía con la media
caña, y el mitripili; Gervasio Macías bailaba el minuet
provinciano, y Segundo Laguna descollaba en el gato
con zapateo: era, pues, el reinado del criollismo de Juan
Mor eirá, sin mezcla alguna. Como se ve, la comisión
creada por la ley de agosto 23 de 1837 para revisar los
espectáculos teatrales, no estaba ociosa en los días críti
cos de septiembre de 1840.
i De qué se ocupaban los diarios durante aquellos días ?
El que los lea sin darse cuenta de lo que pasaba fuera
de la ciudad, no sospecharía nada anormal. Traen sen
dos artículos sobre temas de un interés “sorprenden
te”: se ocupan de la actitud de O’Connell en presencia
del bilí Stanley; de la situación de Mehemet Alí, en
Egipto; de la agitación liberal de Gronniguen contra el
gobierno holandés; del Código Penal otomano; de la
muerte de Paganini... Las oficinas públicas, como si
nada pasara: Lúea, el administrador de Correos, llama
tranquilamente a los maestros de postas de la provincia
“para ser satisfechos de sus alcances”; y la Biblioteca
Pública no encuentra nada más oportuno que ofrecer por
los diarios comprar la Retórica Epistolar del presbítero
Márquez.
í Se sintieron los efectos de la invasión en la cares
tía de los artículos de primera necesidad? El trigo, por
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 81
ejemplo, que el día 6 se vendía a 90 pesos la fanega,
llegó a 107 el 10, pero el 15 baja a 88, y el 26 a 70.
“En Buenos Aires ha bajado todo, — escribía un con
temporáneo (119)—, tanto que el azúcar blanco está a 5
pesos, y la yerba a 9 pesos, y en proporción todos los de
más renglones; la sal, de 500 pesos ha bajado a 200.”
El comercio terrestre no se había interrumpido: en
esos mismos días los comisionistas enviaban y recibían
tropas de carretas y arrias de muías; don Gervasio Cas
tro despachaba sus tropas de arrias para San Juan;
Alcorta y Morón, para Mendoza; Manuel J. Molina fle
taba tropa de carretas para Córdoba, y llamaba a “las
personas que quieran cargar o ir de pasaje”. Asombra
tal indiferencia: ¡ Lamadrid estaba en Córdoba, y1 La-
valle interceptaba el camino!
Lo único que puede traicionar lo anormal del momen
to, eran los avisos ordenando la renovación de las pa
peletas; y el reiterado ofrecimiento de divisas “anchas
y angostas, en cintas de aguas y de listón, desde 2 rea
les hasta 5 pesos”, en cuya confección se distinguía
una conocida litografía de la calle Representantes. En
cambio, un jardinero ponía grandes avisos ofreciendo
“jazmines de Venus”, por más que se pretenda que
Venus es frígida cuando Marte se enardece; y monsieur
Mulin — un Moussion avant la lettre — anuncia que
une a sus habilidades profesionales, la de “zurcir muse
lina y velos, haciéndoles el punto”.
Es curioso darse cuenta de cómo podía marchar el
gobierno, en medio de la situación afligente en que lo
ponía el bloqueo, por un lado, y el peligro súbito en que
lo colocaba la invasión, por el otro. El nervio de la gue
rra es el dinero, y justamente las rentas fiscales estaban
reducidas entonces a su mínima expresión. La aduana
(119) J. M. Florea a Lagos, Santos Lugares, agosto 26, M. 8.
82 ERNESTO QUESADA
tenía en sus arcas... 96 pesos en metálico, y por dere
chos a lo que podía entrar forzando el bloqueo, 807.764
pesos papel, en letras, de los cuales apenas se cobraron
25.318. Se había recurrido a vender tierra pública, pa
ra procurar fondos al tesoro, y aquel mes de septiembre
lo único que ingresó fué 24.526 pesos. Con esas peque
ñas cantidades hubo que hacer frente a 1.504.698 pesos
de gastos, de los cuales la guerra sólo absorbió 905.761.
Y el déficit de septiembre se unía a una serie consecuti
va de déficits provenientes de los meses anteriores, y
sería seguido de otra serie, de los meses subsiguientes.
Para saldarlo se recurrió primero a la deuda clasificada,
pero ésta ascendía ya entonces a 1.597.473 pesos; se
echó mano enseguida de las emisiones sucesivas de bi
lletes de tesorería, mas éstos llegaban a 4.385.600 pesos;
por último, para remediar la situación, habiendo ago
tado ya todas las economías que podían humanamente
practicarse — hasta el punto que los hospitales se soste
nían con donativos particulares, y de los que se daba
cuenta por los diarios, — fué menester apelar a las
prensas de la Casa de Moneda, y pedir a la honorabili
dad de una junta compuesta por Bernabé de Escalada,
Miguel de Riglos, Cazón, Alsina, Martínez y otros, que
aumentaran los billetes moneda corriente hasta llegar, a
fines de septiembre, a la cifra de 42 millones! Debido a
eso, podían pagarse los empleados y no se sentía tanto
la escasez.
VI
LA INVASION AL INTERIOR
Entre tanto, Lavalle se dirigía precipitadamente en
dirección a San Pedro, sitiado por el gobernador santa-
fecino López. Los estancieros unitarios, que habían co
metido la imprudencia de quemar sus naves y declararse
por la invasión, arrastrando algunos sus peonadas, esta
ban aterrorizados ante el fiasco. La mayor parte de ellos
habían tenido el presentimiento de “la desacordada aven
tura de aquel hombre, a quien Echeverría llamó espada
sin cabeza’ que venía a realizar un movimiento de he
cho, visiblemente impotente; pero estaban condenados,
como todos los hombres inteligentes de su generación,
a ser cómplices de los errores de aquellos hombres que
levantaban la bandera azul y1 presentaban el pecho a
las lanzas con banderola roja. Los vecinos de los de
partamentos de campaña ocupados por las armas liber
tadoras no podían huir de entre ellos; eso habría equi
valido a pasarse a las filas del déspota, porque la si
tuación no tenía término medio, y la alternativa era
forzosa y fatal.” (120) Así se expresa otro unitario de
(120) J. M. Gutiérrez. Vida, de Echeverría, 72.
84 ERNESTO QUESADA
nota, que no puede menos que reconocer a renglón segui
do que “la aparición de Lavalle en la provincia de Bue
nos Aires fué rápida y funesta como la de un fantas
ma”. El éxodo fué violentísimo: los que podían seguían
las huestes que se retiraban; los otros ganaban la costa
para emigrar, y abandonaban todo en el desastre.
Mientras tanto, la concentración de las fuerzas fede
rales en el norte de la provincia de Buenos Aires, seguía
efectuándose con método, aun cuando lentamente. El go
bernador santafecino López había puesto sitio a la ciu
dad de San Pedro, esperando la incorporación de Oribe,
que se había desprendido del ejército de Echagüe. Pa
checo continuaba reuniendo y disciplinando las milicias;
y los jefes tibios — en vista del fiasco de Lavalle —
desplegaban ahora un celo singular: el coronel Lagos, cu
ya oportuna enfermedad (121) lo había paralizado des
de que Lavalle invadió, apenas inicia éste su retirada,
recobra súbitamente la salud y comienza a reunir con
actividad toda la gente que puede. Y habiéndole Rosas
manifestado su extrañeza por tan singular inacción, se
apresura a contestar para protestarse de “su sentimien
to porque, hallándose inutilizado, no ha podido acre
ditar su decisión”, y concluye diciendo que “ni el es
tado de su salud algo decadente por ahora será un obs
táculo a sus esfuerzos”. (122) Ya Lavalle había ini
ciado la retirada: los dados estaban tirados.
Lagos, para acreditar su celo, atribuye al odio a los
santafecinos la resistencia de San Pedro, mientras que
en realidad lo que hubo fué un quid-pro-quo cómico.
(121) Lagos a Pacheco. Sojas, agosto 14. M. S. “Ha em
peorado el estado de mi brazo enfermo, y se me ha agravado otra
dolencia que hacía muchos días empecé a sentir”. “Todavía no
puedo casi escribir”. Lagos a Pacheco. Pergamino, septiembre 2.
M. S.
(122) Ramos a Lagos. Santos Lugares, septiembre 21. M. S.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 85
Lavalle había dejado de comandante militar de San Pe
dro a Camelino (123), a fin de asegurar aquel punto de
comunicación con la escuadra francesa y Montevideo.
Como era pública voz en el partido unitario que La
gos y Borda estaban convenidos en pasarse, habiéndo
lo efectuado éste último, sucedió que, al presentarse
en agosto 30 el mismo Lagos, con una escolta de 30 hom
bres, ante San Pedro, Camelino lo consideró como de los
suyos. Lagos refiere el incidente de una manera ori
ginal: — “Anteayer, — dice (124) — muy de mañana,
estuve sobre aquel pueblo de San Pedro e intimé a la
autoridad que hubiese que saliera a recibir mis órdenes;
se prestaron a ello de un modo muy franco y con con
fianza; pero al tiempo de verificarlo, lo rehusé yo, por
que se me indicó por conducto de un oficial de allí que
no podían alterar las órdenes que les había dejado La-
valle, pero que irían donde yo les llamara, bajo la pala
bra de honor, y me retiré con los 30 hombres que me
acompañaban.” i Qué explicación tiene ese hecho? Fué
voz corriente que Lagos venía pasado, con escolta, a po
nerse al frente de las fuerzas unitarias reunidas en San
Pedro, suponiendo vencedor a Lavalle y en vísperas de
penetrar en la ciudad. Pero se encuentra con la sor
presa del general J. P. López, y, dudando de cómo esta
ban las cosas, opta prudentemente por mantenerse a
la espeetativa en situación equívoca. (125) Por eso de
cía entonces Lavalle con razón: ‘ ‘ Lagos anda titubean
do”. (126)
Lo curioso del caso es que la actitud de López era tam
bién sospechosa: todos parecían entregarse a un doble
(123) Orden del día de Lavalle. San Pedro, agosto 10. M. 8.
(124) Lagos a Pacheco, Pergamino, septiembre 2. M. 8.
(125) Carta de Atajó, desde Montevideo. {Hoja suelta im
presa).
(126) Lavalle a Soto. Cañada de la Paja, septiembre 4. M. 8.
86 EBNESTO QUESADA
juego en el primer momento, mientras las probabilida
des favorecían a Lavalle. La verdad es que López se
eternizaba en el sitio de San Pedro, y se susurraba que
estaba ganando tiempo a la espera de un triunfo deci
sivo de Lavalle, para definir su actitud. Así, 'habiéndo
le solicitado Pacheco que lo auxiliara con un batallón
de infantería, de cuya arma carecía en absoluto, re
suelve López enviar su mejor cuerpo, el “Defensores
de la independencia” con una pieza, de guarnición a
San Nicolás, sabiendo que con esa medida reducía casi
a la impotencia a Pacheco: “Si V. S. hubiese tenido
consigo ese batallón — le decía Rosas en esos mismos
días (127) — no estarían los salvajes unitarios donde
se encuentran”. Y esa actitud de López era tanto más
significativa, cuanto que Rosas acababa de escribirle:
“Pacheco está con su ejército ocupando la vanguardia,
y ha rendido con la división benemérita de su man
do un servicio de la más alta importancia, porque no
ha perdido de vista ni un momento al enemigo; chocán
dolo, cuando debió hacerlo, con el fin de entretener sus
marchas, como consiguió, y trayéndolo siempre incomo
dado, tiroteándolo, empujando sus partidas para que no
tomasen más extensión”. (128) ¡Y López le niega un
auxilio decisivo! Con razón pareció inexplicable su con
ducta.
López, con su división, se había situado en la costa
del Espinillo, y sus partidas interceptaban las salidas del
pueblo, “en términos que la guarnicin está en alarma
permanente día y noche”. (129) Los víveres escaseaban,
y San Pedro desbordaba de familias refugiadas de los
campos vecinos, y que huían de la soldadesca santafeci-
(127) Ramos a Pacheco. Santos Lugares, agosto 24. M. 8.
(128) Rosas a López. Santos Lugares, agosto 26. M. S.
(129) Camelino a Lavalle. San Pedro, septiembre 10. M. S.
LAVALLE Y LA BATAII DE QUEBRACHO HERRADO 87
na: la escuadra francesa tenía que auxiliarlos con víve
res y efectos. El intendente de la invasión, que estaba a
bordo de la escuadra, no descuidaba la defensa: “Le
mando con el patrón de la ballenera — escribía a Ca-
melino (130) — 800 cartuchos de tercerola y con Bo-
ne le he mandado 200, lo que hacen 1.000 tiros. Es
preciso economizar las municiones mucho. Le remito
igualmente una caja de tercerolas, que le encargo pon
ga en buenas manos. No será demasiado toda y cual
quiera precaución que Vd. tome contra las tentativas
de Mascarilla”.
Los oficiales franceses experimentaron especial fas
tidio por el sitio, pues, sin duda para entretener sus
ocios, sus buques habían principiado a ocuparse en car
gar toda clase de “frutos del país’’, pagando una bico
ca a los paisanos que les llevaban cuero, sebo, cerda,
cenizas y demás artículos, los que eran tanto más abun
dantes cuanto que no se necesitaban guías para justi
ficar su propiedad, y se carneaba todo lo que se encon
traba a mano. Los jefes unitarios apoyaban aquel singu
lar comercio, “pues, es preciso — decía Camelino (131)
— entusiasmar estas buenas gentes de modo que siem
pre estén adictos al ejército libertador; de no hacerlo
así, los ánimos decaen, la confianza se aminora, y todas
las ventajas que podríamos sacar de ellas quedan nulas”.
Ya se ve que hasta los correctos marinos franceses sabían
hermanar el utile cum dulcí, probablemente contagia
dos por lo que el general Paz designa como “la uni
versal corrupción de Montevideo”.
Camelino, entre tanto, no tenía más que 200 soldados;
su fuerza militar se componía de una compañía de caba
llería, 40 hombres, al mando del capitán Ramón Qui-
(130) S. M. del Carril a Camelino. Sin fecha. M. 8.
(131) Camelino a Lavalle. San Pedro, septiembre 10. M. 8.
88 ERNESTO QUESADA
roga, hijo del general; la infantería tenía 58 plazas; el
piquete de veteranos, 13 hombres, la policía, 40; la re
serva, 60. (132) A pesar de ello, defendió vivamente la
población: distribuyó la gente en cantones, situándolos
en las azoteas, a las órdenes de Morales y de un oficial
Miyeres, que se había pasado de las fuerzas de Garre-
tón, con 10 hombres, (133) hecho insignificante que ha
bía sin embargo arrancado a Lavalle estas palabras hi
perbólicas: “Este suceso brillante es un agüero seguro
de las glorias que nos esperan. Con semejantes hom
bres, tendremos patria, tendremos libertad”. (134) En
uno de los encuentros, un capitán Rodríguez, al frente
de un piquete sitiador, entró al pueblo cubriéndose con
bandera blanca; pero, escarmentado Camelino con el
fiasco de Lagos y temeroso de que fuera aquello un ar
did de guerra, ordenó su fusilamiento.
Lavalle se acercaba ya: López había recibido el co
rrespondiente aviso, y no teniendo fuerzas suficientes pa
ra resistirle, resuelve levantar el sitio el día 9, a la tar
de, y acampa en las chacras de Fiyingo. Además, había
recibido un falso aviso de que Oroño, unido con el caci
que Baigorria, se habían avistado a las inmediaciones
del Pergamino. (135) López comienza entonces a des
plegar una hábil táctica gauchesca: amagaba dejarse
sorprender; Lavalle se precipitaba sobre él, y, en el mo
mento crítico, el caudillo santafecino se le escurría de
las manos. “Máscara se nos ha escapado milagrosamen
te — escribe Lavalle (136)—; estaba entregado al más
completo descuido, casi a caballo suelto, y yo a dos le-
(132) Camelino a Lavalle. San Pedro, agosto 17. M. S.
(133) Zinny. Historia de los gobernadores. I. 107.
(134) Lavalle a Camelino. En marcha, agosto 29. M. S.
(135) Camelino a Lavalle. San Pedro, septiembre 10. M. S.
(136) Lavalle a Camelino. Estancia de Lomare», septiembre
11. M. S.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 89
guas de distancia, marchando sobre él, y con los cono
cimientos que me daba un hombre que hacía media ho
ra había salido de su campo. Máscara salió de galope”
Así lo fué llevando López, poco a poco, hasta los confi
nes de la provincia. Lavalle se enardecía en su persecu
ción. “El ejército — escribía (137) — no puede con
tinuar la lucha sobre Buenos Aires, sin destruir prime
ro a Máscara; vea, sino, la situación en que nos ha pues
to”. Comenzaba, pues, a darse cuenta de lo ridículo
de su posición.
De ahí que le dijera Varela (138) con razón: “iQué
puede Vd. buscar ni hallar en Santa Fe, que justifique
el abandono de Buenos Aires? Entre tanto, Rosas ha
obtenido un triunfo señalado con su ausencia de Vd.
de la Capital. Los pueblos de la campaña, que se habían
pronunciado por el ejército, y que se ven abandonados
antes de un mes, han quedado desiertos, y Rosas tala
las moradas de los que mostraron simpatías por los li
bertadores.” Por supuesto, la retirada de Lavalle hacía
imposible continuar ocupando San Pedro. Era, sin em
bargo, la base de operaciones y un punto de comuni
cación que era menester sostener con esperanza de pro
tección, o abandonarlo con seguridad. En el descon
cierto general, Camelino perdió la cabeza: en lugar de
aprovechar de la excepcional ventaja de la escuadra pa
ra despachar con ella toda boca inútil, en nada pensó,
y evacuó el pueblo “con una precipitación y desorden
indecibles, sin dejar una res de carne para la escua
dra”. (139) El pánico fué tal que hizo correr la voz
de que “el ejército federal venía degollando de edad
(137) Lavalle a Camelino. Estancia de Linares, septiembre
11. M. S.
(138) F. Varela a Lavalle. Montevideo, octubre 4.
(139) S. M. del Carril a Lavalle. San Pedro, septiembre 14.
90 ERNESTO QUESADA
de 7 años arriba”, lo que produjo el saqueo de la po
blación y su abandono por los habitantes. (140)
No solamente eso: Camelino arreó consigo a todas las
familias que pudo, llevando 60 carretas cargadas, y el
piquete de cívicos. Lavalle entonces le ordena que “fuer
ce sus marchas a todo andar”, pero se ve obligado a
demorar la retirada del ejército para no alejarse de
masiado de aquella columna: — “Esta demora — le
dice (141) — es muy perjudicial, pues podrían perder
se las ventajas conseguidas”. Y eso que Lavalle ig
noraba la extensión de la grave imprudencia que come
tía Camelino al arrear consigo a tantas familias inúti
les. Cuando, semanas después y ya en territorio santa-
fecino, se le incorporó aquel jefe con sus 60 carretas
llenas de familias, Lavalle no pudo ocultar su disgus
to, y le dijo: “Ha cometido Vd. una imprudencia, cuyas
consecuencias no puede Vd. mismo calcular. Quiera el
cielo no llegue un día en que esas carretas y esas fa
milias sean causa de un desastre.’’ (142) En efecto,
puede decirse que fueron los innumerables convoyes de
familias lo que hizo perder al ejército unitario su movi
lidad y produjo el descalabro del Quebracho Herrado.
Al retirarse de las aguas de San Pedro, la escuadra
embarcó 300 heridos, conduciéndolos a Las Vacas. El ca
pitán Balán, que mandaba los buques fletados por la
intendencia, no quiso demorarse para tomar a bordo
las familias que luego fueron tan fatales a Camelino, en
torpeciendo sus marchas. (143)
El ejército unitario marchaba en dirección a Santa
Fe en dos columnas: el grueso del mismo, mandado por
Lavalle, se dirigió por la costa; y el resto, al mando del
(140) Urraco a Rosas. San Pedro, septiembre 16.
(141) Lavalle a Camelino.Barrancas, septiembre 21. M. S.
(142) Elía. Memoria histórica, X, 42.
(143) R. Lavalle, nota a Elía. Memoria histórica, IX, 133.
lavalle y la batalla de quebracho herbado 91
coronel Vilela, tomó por el centro. Mientras tanto, Ori
be, con su división oriental, había sido destacado del
ejército de Eehagüe, y había pasado el río en agosto 30,
estando acampado en San Nicolás con 700 jinetes y 300
infantes. Lavalle se dirige a sitiar aquel punto; Oribe
lo evacúa con su caballería y se incorpora a López:
en septiembre 17, López y Oribe se encontraban acam
pados en el Saladillo, cerca del Rosario, mientras La-
valle estaba en Cerrillos. (144) San Nicolás resistió vic
toriosamente al sitio, que Lavalle se apresuró a levan
tar.
Mientras tanto, Pacheco procedía metódicamente en
la organización de su ejército. La evolucióln de La-
valle lo obligaba a concentrar sus divisiones y prepa
rarlas para una campaña seria. Las tropas a sus órde
nes eran, hasta entonces, simples milicias adventicias,
pues todos los cuerpos veteranos estaban concentrados a
las órdenes de Rosas, o por éste destacados en diversos
puntos. De ahí que sus fuerzas fueran informes, habien
do muchos reclutas sin armas y muchos también inúti
les, con escasez de caballos, pues todos los del norte, que
habían escapado a la formidable razzia de Lavalle, ha
bían sido recogidos para Rosas, por Lagos y Lamela.
La falta de caballos dificultaba en extremo las mar
chas de Pacheco. Lamela había desplegado un celo ex
traordinario en la comisión que le confiara Rosas: en
septiembre 17 le remite todavía 700 caballos, dejándo
lo montado para su cuerpo de 200 hombres: (145) Pa
checo reclama porque lo dejan a pie: Rosas ordena en
tonces a Lamela y a los jueces de paz del norte que le
envíen todos los caballos que recojan, y le ordena que
(144) J. A. Garretán a J. F. Olleroa. San Nicolás, septiem
bre 17. M. S.
(145) Ramos a Lamela. Santos Lugares, septiembre 17. M. 8.
92 ERNESTO QUESADA
“para hacerse de todos los caballos, no se reserven ni
los montados a individuos no pertenecientes al ejérci
to.” (146) Y en carta particular, le agrega: “Res
pecto de los caballos, como ya te indiqué, he prevenido
a los jueces de paz del norte hasta Lobos, que todos los
gordos que vayan recibiendo, te los vayan mandando.
Igual número de los que te llevasen gordos, podrían traer
los conductores, de los que ya convenga pasen a inver
nada. De este modo conservarías la dotación de las di
visiones, sin perjuicio de las invernadas de ellas por
Ramallo, o en los mejores campos por esa parte. Pero
sobre esto también tú debes disponer lo que consideres
más acertado. A mí lo que me parece es que por esta
parte sólo debe conservarse una dotación abundante pa
ra ese ejército. Es decir, en poder de sus divisiones los
necesarios, y1 en sus invernadas en los mejores pastos los
otros, donde estén seguros, y que, engordando, sirvan
para ir mudando aquéllos. En lo que sí estoy fijo es
que no debe quedar, si posible es, ni un caballo en las
estancias, chacras, etc., solamente los precisos en los
juzgados para hacer correr los chasques, como me indi
cas, y para los demás objetos relativos al servicio pura
mente militar. Es decir que considero conveniente que
todas las caballadas estén en poder de los diferentes
cuerpos del ejército, y en sus invernadas, de modo que
nunca puedan servir al enemigo, y que durante la gue
rra y hasta su terminación así continúe” (147).
Resuelta esa importante cuestión, quedaba la del ar
mamento. Pacheco reclamaba insistentemente de Rosas
el envío de los necesarios pertrechos de guerra. Rosas
se apresuraba a satisfacer ese deseo, y le remitía todo
(146) Ramos a Pacheco. Santos Lugares, septiembre 25. M. 8.
(147) Rosas a Pacheco. Morón, octubre 9. M. 8.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 93
lo que solicitaba. “Puedes pedirme lo que necesites’’,
le escribía (148).
Pacheco se dedicó entonces a disciplinar sus cuerpos.
“No he perdido tiempo en la instrucción de estas mili
cias — escribía en septiembre 21 (149)—, con la ven
taja ya de haberse vencido la repugnancia que se ad
vertía en algunos cuerpos, a los ejercicios doctrinales.
No me lisonjeo, sin embargo, que pueda establecerse una
completa disciplina que en algunas proporciones estaba
completamente abandonada de la cabeza a los pies. No
obstante, seré tenaz a este respecto.’’
En aquellos momentos, Pacheco se encontraba a la ca
beza de un ejército compuesto de 3000 jinetes, de pura
caballería de milicia, con algunos escuadrones de cara
bineros. “Ocupaba la línea, desde el fortín de Areco
hasta el Arroyo del Medio, donde llegaba la avanzada,
y ésta seguía hasta la cola de la columna del enemigo,
en proporción que vaya descubriendo la dirección de la
columna principal.” (150) A sus espaldas, tanto el ejér
cito de Santos Lugares, como las divisiones volantes que
dependían de aquél, ascendían a 6000 hombres.
El estado especial de las milicias que formaban el
ejército de Pacheco, explica la razón de su actitud al
perseguir a Lavalle en su retirada. Sin cuerpos vete
ranos, sin infantería y sin artillería, habría sido insen
sato querer impedir el paso al ejército unitario. Por eso
Pacheco se desesperaba, solicitando de Rosas se le incor
poraran tanto el regimiento número 3, que mandaba V.
González, como los batallones de Costa y de Inostrosa,
dejados en San Nicolás y Rosario, y suplica se le man-
(148) Rosas a Pacheco. Morón, octubre 9. M. 8.
(149) Pacheco a J. P. López. Arroyo de Burgos, septiembre
11. M. 8.
(150) Pacheco a J. P. López. Arroyo de Burgos, septiembre
19. M. 8.
94 ERNESTO QUESADA
de una brigada de artillería. (151). La creciente del río
Arrecifes impedía la pronta incorporación de González,
y en cuanto a los cuerpos tropieza con la ingerencia de
López.
El gobernador santafecino estaba empeñado en que
Pacheco pasara el arroyo del Medio y pisara territorio
de su mando. “Hasta hoy he fortificado los pueblos pa
ra salvarlos de los golpes de esos infames afrancesados
— le escribía en septiembre 17 (152) — y1 he procurado
contener sus marchas sin poder empeñar una acción por
la superioridad de las fuerzas enemigas, y esta misma
circunstancia me obliga a retirarme lentamente, espe
rando que V. S. acelere sus marchas siquiera con una
columna de 2000 hombres de caballería, única fuerza
que necesito para dar un golpe terrible y ejemplar.”
Justamente preocupado Pacheco con esa actitud de man
do, que planteaba un problema militar gravísimo, el
cual podía hacer peligrar la eficacia de la acción de
Rosas, se dirige a éste consultándole el punto, pues,
con arreglo al tratado del litoral, de 1831, que era ley
suprema de la Confederación, apenas pasara a territorio
santafecino López tendría derecho a reclamar el man
do; el artículo 14 era terminante: “Las fuerzas terres
tres o marítimas que se envíen en auxilio de la pro
vincia invadida, deberán obrar con sujeción al gobier
no de ésta mientras pisen su territorio”. Lavalle acaba
ba de atravesar el arroyo del Medio el 18 de septiem
bre, (153) y el caso era claro. Pacheco demora sus mar
chas y consulta si debe obedecer a López, pasar el Carca-
rañá, operar en Santa Fe y dejar descubierto a Bue-
(151) Pacheco a Rosas. En Marcha, septiembre 25. M. S.
(152) J. P. López a Pacheco. Carca/rañá, septiembre 17.
M. 8.
(153) Laprida a B. González. Las Hermanas, septiembre 18.
M. 8.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 95
nos Aires, siendo así que “Lavalle empuja las fuerzas de
Santa Fe al otro lado del Carcarañá para volver tal vez
sobre sus pasos, porque su cuerpo pesado lo ha dejado
en el arroyo Pavón.” (154) Rosas, en presencia de la
dificultad, elude la contestación directa, pero le dice:
“Está V. S. facultado para proceder en todo según con
sidere más conveniente o acertado, porque hace plena
confianza de la capacidad de V. S., y porque, a tan
larga distancia, no podrá darle órdenes terminantes, se
gún las circunstancias y1 los sucesos que se desenvuel
van o tengan lugar”. (155)
Este conflicto inesperado vino a favorecer la situa
ción de Lavalle, reduciendo a la impotencia a López, y
deteniendo la marcha de Pacheco. Porque, si bien La-
valle llevaba un “arreo de 20.000 caballos, y esto em
baraza las marchas y perjudica la conservación”, López
estaba también con las caballadas muy atrasadas. (156)
Eso es lo que explica cómo pudo Lavalle intentar y
realizar con éxito el ataque y toma de Santa Fe, a pesar
de la valiente defensa del coronel Garzón; y por qué no
fué éste auxiliado oportunamente.
No quedaba ya en la provincia de Buenos Aires más
que una división unitaria: la de Valdés y1 Villalba. Des
tacada del ejército al iniciarse la invasión, con el ob
jeto de procurar la sublevación de las indiadas del sud
y de lanzar las hordas salvajes sobre el gobierno que se
quería derribar, no pudo convergir a tiempo al resol
verse la retirada y se vió cortada del grueso de las tro
pas. Lavalle no tuvo más remedio que abandonarla a su
suerte, esperando que se recostara al sud y se corrie-
(154) Pacheco a Rosas. En marcha, septiembre 19. M. S.
(155) Ramos a Pacheco. Santos Lugares, septiembre 22. M.
(156) Pacheco a Rosas. En Marcha, septiembre 25. M. 8.
96 ERNESTO QUESADA
ra a la frontera de Santa Fe, buscando incorporarse a
la división Vilela.
Valdés, gracias a los indios de Martín García que lle
vaba consigo, había logrado reunir algunas lanzas; pero
su objeto estaba frustado: los caciques no quisieron em
barcarse en aventura alguna contra Rosas, cuyo presti
gio en las tolderías estaba muy cimentado: ni Payné, ni
Pichun, ni ningún cacique prestigioso de los ranqueles,
quiso oir proposiciones; en cuanto a los caciques pam
pas, estaban recelosos por el reciente malón dado al
Fuerte Mayo. (157) Se dirigía a Melincué buscando la
incorporación con Lavalle: sólo lo seguían 100 hombres y
llevaban 300 caballos, (158) Pacheco destaca en su per
secución dos divisiones ligeras sobre el flanco izquier
do: una sobre Melincué, la otra por la India Muerta,
pues en el Fuerte Federación quedaba la fuerza del
mayor Plaza. Apenas conocida la poca importancia de
las fuerzas de Valdés, resuelve Pacheco hacer replegar
se las dos divisiones destacadas en su persecución, y1
abandonar ésta al mayor Plaza y a la guarnición del
Fuerte Federación. (159)
Efectivamente, Valdés venía ya huyendo, y1 su pro
pósito era el de evitar un encuentro. Pero Plaza lo sor
prende el 30 de septiembre por la mañana, lo deshace y
toma 74 prisioneros. (160) No escapó ni un hombre. La
correspondencia tomada “demuestra que nada tenían
conseguido de los indios ranqueles ni demás tribus ene
migas, ni de ningún cuerpo del ejército de línea y mi
licias.” (161)
(157) Rosas a Calderón. Buenos Aires, junio 24. M. S.
(158) Ramos a M. Rodríguez. Santos Lugares, septiembre
25. M. S.
(159) Pacheco a Rosas. Pavón, octubre Io. M. S.
(160) Plaza a Rosas. Cabeza de Buey, septiembre 30.
(161) Ramos a Pacheco. Santos Lugares, octubre 4. M. 8.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 97
Mientras tanto, el coronel V. González estaba siemprn
detenido por la creciente: “El río de Arrecifes está
crecido,—le escribía a Pacheco, (162) — el chasque lo ha
pasado a nado; luego que el río dé paso seguiré mi
marcha.’’ Por otra parte, el mejor cuerpo de Pacheco
lo tenía destacado en la vanguardia: el coronel Laprida,
en efecto, mandaba unos 600 veteranos. (163)
El gobernador López no dejaba descansar a Pacheco:
misiva tras misiva, las órdenes se repetían. Por fin, en
septiembre 30 le escribe: (164) “El enemigo se ha
lla en la chacra de Audino, a dos leguas de la capital, a
ésta le han dado dos fuertes asaltos, en que se ha sos
tenido, pero hallándose escasos de municiones para una
defensa de muchos días.’’ Pacheco había reiterado sus
consultas a Rosas: ya no era dable prolongar aquella
situación equívoca. Rosas había reiterado su contesta
ción: “lo faculta para proceder con plena libertad, se
gún lo considere V. S. por más conveniente y acerta
do, y1 que, en su consecuencia, obre sin temor de errar,
seguro que todo cuanto haga y disponga ha de ser siem
pre aprobado por S. E.” (165)
Pacheco entonces penetra en Santa Fe, y se dirige a
San Lorenzo, punto de reunión con las fuerzas de Ló
pez y de Oribe, organizando su marcha en tres colum
nas paralelas, desde la frontera a la costa, con un cuerpo
de vanguardia al frente, para poder abarcar la caba-
(162) V. González a Pacheco. Arroyo del Contador, septiem
bre 21. M. 8.
(163) Laprida a B. González. Las Hermanas, septiembre 18.
M. 8. El cuerpo de Laprida se componía de: 1 coronel, 1 coman
dante, 5 mayores, 9 capitanes, 26 oficiales y 522 soldados.
(164) J. P. López a Pacheco. Estancia de Crespo, septiem
bre 30. M. 8.
(165) Ramos a Pacheco. Santos Lugares, septiembre 26. M. 8.
98 ERNESTO QUESADA
Hada que hubiere quedado. (166) En octubre 5 atravie
sa el Carcarañá, obedeciendo las órdenes de López.
Era tarde. Santa Fe caía en poder de Lavalle, obte
niendo aquel triunfo solitario, debido tan sólo a la
falta de unidad en la dirección de la guerra por parte
de los ejércitos del gobierno.
(166) Pacheco a Rosas. En marcha, octubre 4. M. S.
VII
LA TOMA DE SANTA FE
Al pisar Lavalle el territorio santafecino, se le ha
bían presentado dos temperamentos: o costear el Car-
carañá, e internarse a Córdoba buscando su incorpora
ción a Lamadrid, a quien sabía dueño de Tucumán, y
adueñarse así del interior; o detenerse en el paso de
Gorondona y retroceder, en vista de que el gobernador
López (a) Máscara y el “presidente” Oribe habían co
metido el error de reunir sus caballerías, dejando sus
infanterías en Rosario y San Nicolás, y de que Pacheco
avanzaba con lentitud, dando la última mano a la orga
nización de sus milicias, con las que no arriesgaría un
encuentro, a la espera de los refuerzos de tropa vete
rana que la lógica indicaba debían serle enviados de
Santos Lugares. Optando por el mismo temperamento,
la revolución se consolidaba, y1 se producía el levanta
miento de todo el interior, pero venía el conflicto de man
do con Lamadrid; prefiriendo el segundo camino, era
probable un triunfo rápido, restablecía su comunica
ción con la escuadra y se ponía a] habla con Monte
video y Corrientes, Se inclinó a este último plan, pero
100 ERNESTO QUESADA
era evidente que debía sacrificar todo a la rapidez y
batir aisladamente las fuerzas enemigas, antes de que
opearan su concentración.
Lav perdió medio mes en escaramuzas insignifican
tes. Tc-mó por los Desmochados con una gran pacho
rra, mientras que Vilela seguía por el camino real. Ló
pez y Oribe se replegaban en dirección al Chaco; el co
ronel Andrade hostigaba sin cesar a los invasores.
Por otra parte, “los unitarios sufrían deserciones;
desde que Lavalle pasó el arroyo del Medio, fueron más
de 400”: esto escribía Oribe el 21 de septiembre (167)
y el paso de Lavalle se había efectuado el 18.
Resolvió Lavalle el 28 de septiembre atacar la ciu
dad de Santa Fe, donde se había encerrado el coronel
Garzón, con 750 infantes y 150 jinetes, encomendando
esa operación al general Triarte, a cuyas órdenes se pu
so un cuerpo de 1000 hombres de las 3 armas, compues
to de la división Vega, la legión Méndez, la legión Sal
vadores y 4 piezas de artillería. Intima éste a Garzón
evacúe la ciudad, embarcándose desarmado con cuantos
quieran seguirlo ’ ’; aquél contestó ‘ ‘ que tiene pólvora
y balas”. La nota de Triarte agregaba: “la más leve
resistencia que encuentre será la señal de exterminio”.
Lavalle, efectivamente, le había prevenido que convenía
“hacer un terrible ejemplar y aterrar a los enemigos
con un gran golpe”. (168)
Siquiera sea de paso, debe hacerse notar lo infunda
do de una de las tantas patrañas que se han hecho
correr: se pretende que la intimación de Triarte fué
enviada por una mujer, y se ha dicho que “el temor que
fuese degollado, hizo que se valiese Triarte de aquella
(167) Oribe a Rosas.Cañada de Malaquias, septiembre 21.
M. S.
(168) Triarte. Memorias inéditas en La Biblioteca, IV,
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERBADO 101
mujer”. (169) No sólo el mismo Triarte se ha encar
gado de destruir esa invención (170), sino que para
sustentarla es preciso no conocer ni de oídas el carác
ter excesivamente caballeresco de Garzón. No hay nece
sidad, al escribir historia, de recurrir a esa sal gruesa
de los gacetilleros.
La lucha era desigual. En el campamento de Lavalle,
ante la seguridad del triunfo y del saqueo en perspec
tiva, el desorden habitual llegó a su colmo. Turbas en
teras se habían separado del campo sin conocimiento del
general, y se ocuparon en robar todas las casas ais
ladas. ‘‘El camino que conduce de Audino a Santa Fe
estaba cubierto de gente: era una romería que venía a
participar del botín, — confiesa el general vencedor—,
y esta gente que ascendía a más de 1000 hombres vaga
ba en todas direcciones, y una gran parte se ocupaba
de saquear las casas abandonadas de las orillas, y hasta
de las inmediaciones de la plaza atrincherada.” Garzón,
en efecto, se había replegado al reducto artillado en la
plaza principal.
A pesar de estar habituado al vergonzoso desorden de
los “libertadores”, a Triarte repugnaba realizar el asal
to por la tarde, temiendo los horrores del saqueo noc
turno. Ordena, en consecuencia, que se prepare el ata
que para la mañana siguiente. Lavalle estaba nervioso,
pues apenas le quedaban 600 hombres formados; ordena
entonces a Triarte que tome la ciudad “a todo tran
ce”. La fácil operación hubo de fracasar a causa de
la maldita indisciplina de aquellos militares, que pa
recían considerar la guerra como asunto en que cada
uno hacía su santa voluntad: como Triarte había sido
lomo negro, los jefes unitarios pretendieron desobedecer-
(169) N. Quirno Costa. Biografía de Salvadores, 82.
(170) Iriarte. Memorias inéditas.
102 ERNESTO QUESADA
le, y el coronel Díaz se lo manifestó abiertamente. Otros
jefes, como Vega, abandonaban sus divisiones y pene
traban disfrazados a la ciudad, pasando la noche en ale
gre francachela. Fué necesario que Lavalle escribiera,
para poner orden en tal desorden.
A la mañana siguiente la ciudad fué embestida por
puntos opuestos y a la vez, debiendo las fuerzas conver
ger a la plaza, donde estaba Garzón. Al llegar allí, y es
tando las bocacalles enfiladas por cañones, se había re
suelto forzar, por el interior de las manzanas, la puer
ta traviesa del convento de la Merced, que tenía su fren
te sobre la plaza. Tocó al entonces capitán, Juan Andrés
del Campo, la tarea de realizar esa hazaña, que aseguraba
el éxito de la jornada. Una vez en el interior del templo,
se dió la señal general del asalto. Este fué forzosamente
breve: dominada la plaza por los fuegos enemigos, Garzón
tuvo que replegarse, y así lo hizo, encerrándose con un
centenar de hombres en el edificio atrincherado de la
Aduana.
Al coronel Díaz le fué encomendada la toma de la
Matriz y de las torres ocupadas por la guarnición. A las
dos cuadras de la plaza, Díaz ordenó a del Campo que,
a la cabeza de 80 tiradores escogidos, avanzara por el fon
do de las manzanas y asaltara por las tapias el patio del
convento de la Merced, permaneciendo el resto del cuerpo
a la espera de aquella arriesgada y delicada operación.
El valiente capitán derribó la puerta de una casa abando
nada, saltó por las tapias de los fondos y, cuando los (fe
derales, acantonados en la torre del convento se apercibie
ron de su presencia estaba ya en el gran patio de naranjos,
a cuyo fondo se divisaba el portón conventual que daba a
la plaza. El fuego certero de los de la torre le derribó 15
de sus 80 hombres pero, sin perder tiempo en contes
tarles, los distribuyó convenientemente en los amplios
lavalle y la batalla de quebracho herrado 103
corredores que rodean al patio, desde allí envió parte al
coronel Díaz de que estaba cumplida la orden. Al rato
penetra la fuerza de Díaz por la brecha practicada,
y como no se hubiera logrado apagar los fuegos de los de
la torre, ordenó se pegara fuego a ésta, lo que efec
tuó del Campo, haciendo que ardiera la escalera y1 toda la
obra de maderamen del interior.
Descorridos los cerrojos del portón, y formado en co
lumna, en el patio, el batallón, listo para atropellar la
plaza a la orden de ataque, Díaz envió el parte con
venido a Iriarte. Media hora después sonó el clarín del
ataque y simultáneamente fué asaltada la plaza por sus
cuatro costados, introduciendo la confusión en los de
fensores.
Al abrir el portón se vió enfrentado un cañón y a los
artilleros prontos con la mecha para hacer fuego. Una
certera descarga del batallón de Díaz inutilizó el pique
te, y el cañón fué tomado a la bayoneta antes de que los
artilleros se repusieran de la sorpresa.
En menos de una hora todo hubo concluido en la pla
za. Dispersos o rendidos los defensores, apenas había
podido refugiarse Garzón con un centenar de hombres en
el edificio atrincherado de la Aduana. El coronel Díaz,
de cuyo lado se encontraba dicho edificio, inmediata
mente lo hizo cerca y abocar a él 8 piezas de artille
ría. Antes de hacer fuego, envió como parlamentario al
teniente Rufino Varela para exigir la rendición de Gar
zón, dando a éste un minuto para contestar. Garzón veía
la inminencia del peligro y la insensatez de la resistencia,
pero queriendo ganar tiempo dice a Varela: “Pero, ¿qué
entiende Vd. por un minuto?” “La respuesta instantá
nea” fué la contestación, y como siguiera en silencio, sin
agregar palabra Varela comenzó a bajar la escalera. En
tonces lo llamó Garzón y, en presencia de sus oficiales,
se hizo ratificar las condiciones de la capitulación, a
104 ERNESTO QUESADA
saber, garantía de vidas. Acto continuo salió Varela y
volvió con Díaz, quien condujo a Garzón al Cabildo,
donde se encontraban las habitaciones de aquél, las cua
les, sin embargo, ya habían sido saqueadas por la solda
desca, por cuya razón los prisioneros fueron trasladados
a la cercana casa de la viuda de Cullen, hermana del
coronel santafecino Rodríguez del Fresno, a quien ya se
había resuelto nombrar comandante general de armas
de la provincia (171).
“Acordé con el coronel Díaz, en el acto que supe es
to — dice uno de los jefes del ataque (172) — que mar
chase con su batallón y dos piezas de artillería e intímase
rendición. Situada esta fuerza a una cuadra, mandó el
coronel Díaz al teniente don Rufino Varela como parla
mentario a intimar rendición, lo que se efectuó, garan
tiéndoles la vida.” Mientras tanto, Iriarte se había man
tenido en las afueras de la ciudad, al frente de la re
serva, para reforzar cualquier punto débil, impedir un
súbito ataque del coronel Andrade, y contener el des
bande y el saqueo. “Temía — ha confesado Iriarte —
una desbandada; todos ansiaban, jefes, oficiales y sol
dados, por entrar en el pueblo, y si yo no los contenía
con mi presencia, la línea podía desaparecer: al menor
descuido me iba a quedar sin un soldado de caballería”.
Tan razonable era ese temor que, apenas se tuvo no
ticia de la rendición de Garzón, “ya era tal la afluencia
de soldados que robaban las casas, forzando sus puer
tas, que las calles estaban llenas con ebrios, en su mayor
parte. Toda esa turba pertenecía a las divisiones que es
taban en el cuartel general y que se habían separado del
campo sin conocimiento del general en jefe; era tal el
(171) Reminiscencias orales del coronel Juan Andrés del
Campo.
(172) P. Rodríguez del Fresno. Revista del Paraná, I, 6.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 105
desorden — sigue diciendo Triarte (173) — que hube de
hacerlos echar sable en mano por mi comitiva para su
campamento, pero salían de un lado y entraban por otro.
El desorden seguía, y ni matando se podía contener
a la soldadesca. Había más de 1000 hombres saqueadores
de las divisiones del cuartel general, la mayor parte de
éstos no se incorporaron al ejército sino 50 días des
pués.” Huelgan los comentarios.
Luego que se supo en todo el ejército la rendición de
Garzón, con garantía de vida, los jefes “libertadores”
se sintieron poseídos de curiosa indignación. Se reunie
ron al día siguiente en el vivac del coronel Vega “y
allí acordaron nombrar una comisión encargada de pe
dir al general en jefe, que el general Garzón, el gober
nador Méndez y todos los jefes y oficiales tomados pri
sioneros, fuesen conducidos al campo del ejército, y fusi
lados inmediatamente. El derecho de represalias auto
rizaba una medida que era imperiosamente reclamada
por la justicia para regularizar una guerra en la que
la sangre de los libres se había derramado.” El jefe
de E. M. de Lavalle, testigo presencial de los sucesos y
que hace esta relación, continúa: “La comisión se pre
sentó al general en jefe, y reclamó ante él la ejecución
de los prisioneros, haciendo valer todos los motivos que
exigían medida tan cruenta, pero de rigurosa justicia. El
general, cediendo a la fuerza irresistible de la necesidad,
les dijo: Sí, señores, los prisioneros serán fusilados.”
(174)
¿Cómo juzgar conducta semejante? Los unitarios han
callado la boca, y pasan por este incidente como por so
bre ascuas, lo que no les ha impedido escandalizarse
(173) Iriarte, loe. cit.
(174) Elía. Episodio de la guerra civil, en Revista del Pa~
raná, I. 316.
106 EBNESTO QUEBADA
y poner el grito en el cielo cuando, un año después, Al-
dao hizo decapitar a Acha, prisionero en análogas con
diciones: ¡tal es la justicia partidista! El hecho que re
salta es éste: esos oficiales habían capitulado con ga
rantía de la vida, y el general vencedor ordenó su fusi
lamiento. Ello servirá para probar que la güera tenía
caracteres tan odiosos, que ese hecho, que los unitarios
han explotado contra el partido federal con tan dudosa
buena fe con motivo del fusilamiento del capitulado de
San Juan, del mismo modo puede atribuírseles a ellos.
La ceguera era de la época y no era patrimonio exclu
sivo de tal o cual partido político.
No sólo predominaba aquel sentimiento en las clases
militares: los civiles no eran menos exaltados. Uno de los
ciudadanos más conspicuos de Santa Fe escribió esos
días a Lavalle: “Exterminemos de una vez, oh valiente
general, a estos hombres de sangre, a esos monstruos
que han llenado de luto su patria, que les dió el ser y que
les ha colmado de favores.” (175)
Los prisioneros fueron amarrados y conducidos al
campamento. La sentencia no fué, sin embargo, cum
plida, porque “si los fusilaba, los orientales se alarma
rían, en atención a que, siendo los primeros en quienes
recayese una tal sentencia, creerían que obraba un es
píritu de odio nacional, y que los argentinos emigrados
quedaban expuestos a una terrible venganza, de la que
no se escaparían ni las mujeres ni los niños.” (176)
Lo curioso del caso — y que demuestra cuán poco va
lor tenía la “capitulación” en esos tiempos — es que,
pocas semanas después, sobre el campo de batalla del
Quebracho Herrado y al pronunciarse la derrota, el ge
neral unitario tuvo un repentino ataque de remordimien-
(175) M. M. Aldao a Lavalle. Santa Fe, octubre 8. M. S.
(176) Iriarte. Memorias, IV. Elía, Episodio I, 317.
lavalle y la batalla de quebracho herbado 107
to, y ordenó que se cumpliera la sentencia de fusila
miento a los capitulados. “Lavalle tenía prisionero en
su campo al general Eugenio Garzón, y en los mo
mentos críticos del desastre resolvió fusilarlo; pero uno
de loS legionarios porteños, el oficial J. M. Pelliza,
acercándose al general en jefe, le manifestó que la muer
te del prisionero iba a cubrir de vergüenza al ejército
libertador; que, si no podía custodiarse, ya que esta ra
zón se daba, lo acertado sería devolverlo al general
Oribe.” (177)
El mismo día de la toma de la ciudad, fué nombrado
comandante general de armas de la provincia el coronel
Rodríguez del Fresno, a cuyo lado se puso a Félix Frías,
como secretario. Se apresura Lavalle a ordenarle que:
“el arbitrio que debe emplearse para sacar al pueblo de
la vieja vía en que se encuentra, es que, reuniendo las
notabilidades de la provincia, determine que ellas pro
cedan a la mayor brevedad posible a elegir un gobier
no provisorio.” (178) Por supuesto, el resultado de aque
lla elección no podía ser dudoso: resultó canónica. ‘ ‘ Ayer
fué la elección de gobernador: Rodríguez ha sido elec
to”, comunicaba Frías. (179)
López sabía muy bien que todo aquello era transitorio,
pero se encontraba en una situación difícil: su van
guardia, compuesta de 200 hombres, mandados por el
coronel Andrade, marchó en octubre 5 a la laguna Lar
ga, buscando aguadas. “No hay ya duda de que la si
tuación de Máscara es desesperadísima”, decían los uni
tarios, y añadían que ellos “tenían cuanto sea posible
para el bien del ejército”. (180) Sin embargo, López ata-
(177) M. A. Pelliza. La dictadura de Rosas, 204.
(178) Lavalle a Rodríguez del Fresno. El Vinal, octubre 5.
M. 9.
(179) Frías a Lavalle. Santa Fe, octubre 9. M. S. J
(180) Rodríguez a Lavalle. Santa Fe, octubre 4. M. 8.
108 ERNESTO QUESADA
có vigorosamente a Coronda, donde se encontraba el je
fe unitario Oroño: tomó la población a la cabeza de 500
hombres, e hizo replegar al enemigo a la isla vecina. Esto
no cambiaba la situación: “No tenga Vd. cuidado — es
cribe Rodríguez a Lavalle — por la seguridad de este
pueblo, pues estamos dispuestos a defenderlo a todo
trance antes que Máscara se acerque a la plaza.” (181)
Efectivamente, la situación parecía favorecer las ar
mas unitarias. La inacción de las fuerzas federales les
había permitido adueñarse de un puerto, que restablecía
su base de operaciones, pues dominaban la vía fluvial, y
por ella recibían de Montevideo armamento, vestuario y
recursos; los ponía en comunicación con Corrientes, don
de Paz había ya organizado un poderoso ejército, con el
cual amagaba a Entre Ríos. El éxito de la guerra habría
podido cambiar, y de nuevo era favorable la coyuntura
para Lavalle.
Pero la intentona unitaria llevaba en sí más de un vi
cio orgánico que la condenaba a la muerte. Además del
desorden terrible de aquel ejército, que se gloriaba de
llamarse “montonera ciudadana”, el cáncer principal
de la situación residía en el hecho de que los hombres
dirigentes del partido unitario estaban profundamente di
vididos y se odiaban entre sí. El partido unitario, en
efecto, no era en esos días un partido principista, sino
una coalición de todos los elementos adversos al gobierno
de Rosas: antiguos unitarios pur sang, “lomos negros”
despechados, federales desterrados, gentes con ideales di
versos y con ambiciones tremendas, que, creyendo siem
pre, con una ceguera singular, que el triunfo era seguro,
sólo se preocupaban de destruirse de antemano entre sí,
anulando una facción a la otra, y detestándose los unos
a los otros con tanta o mayor cordialidad como odiaban
(181) Rodríguez a Lavalle. Santa Fe, octubre 6. M. S.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 109
al enemigo común. Los jefes unitarios no podían verse:
Paz, Lavalle y Lamadrid eran incompatibles; jamás pu
dieron actuar juntos, cada uno desdeñaba al otro, lo
consideraba en menos, ambicionaba para sí, la gloria, y. .
aun miraba con secreto júbilo los desastres de sus ému
los, porque tenía la jactancia de creer que cada cual,
solo, bastaba y sobraba para triunfar y dominar. Lo
mismo que con los generales, pasaba con los jefes secun
darios: a cada momento se separaban de sus respectivos
cuerpos por no poder vivir con sus generales. La tropa,
en medio de la indisciplina y en presencia de estas ren
cillas que se comentaban en los fogones de los campamen
tos, perdía la fe en sus jefes, y de antemano se sentía
derrotada, por la indecisión y la vacilación continua en
las órdenes. Las provincias, que presenciaban esas tris
tes discordias y esos ejemplos desalentadores, menos fe
podrían tener en tan singulares “libertadores”. De ahí
que las masas populares por doquier fueran adversas al
movimiento unitario, permaneciendo fieles a los gobiernos
constituidos; y la minoría ilustrada sólo con tibieza se in
corporaba a esas “cruzadas” descabelladas. Los entretelo
nes del partido unitario en esa época son tristísimos; el pa
triotismo parecía consistir sólo en la ambición personal;
la patria era supeditada al partido, y el partido al círculo.
Lavalle, en Santa Fe, se encontró por esa razón entre
Seylla y Caribdis: los “proceres” — eternos directores
de la lucha armada, desde la tranquilidad del bufete —
desde Montevideo lo vituperaban e impulsaban a la ac
ción, cualquiera que ésta fuera; si se dirigía a Corrien
tes, tendría que actuar como segundo de Paz, además de
que Ferré no le perdonaba la mala fe con que le sonsacó
los batallones correntines; si marchaba a Tucumán, donde
lo sabía triunfante a Lamadrid, a la cabeza de la “coa
lición del norte”, tendría también que actuar en segunda
fila. Permanecer inactivo era un funesto error; unirse a
110 BBNE8TO QUESADA
Paz o Lamadrid, un sacrificio superior a su amor propio.
La indecisión lo consumía, y su situación se empeoraba
diariamente.
No sabiendo por cuál temperamento decidirse, tomó la
peor de las resoluciones: acampar, con su inmensa caba
llada, en los potreros de los Calchines, lo que tenía que
serle fatal, pues ‘ ‘ la naturaleza de los pastos, algunas dis
paradas ocasionadas por los tigres del campo, y una hier
ba venenosa, el mio-mio, dejaron al ejército poco menos
que a pie” (182).
(182) Lacasa. Vida militar. 171
VIII
LA ORGANIZACION DEL EJERCITO FEDERAL:
ORIBE Y PACHECO
Apenas se internó en la provincia de Santa Fe, Pache
co se encontró paralizado por dos razones principales:
primero, halló que el ejército santafecino, a las órdenes
de López, y la división oriental, al mando de Oribe, cons
tituían dos cuerpos distintos y que obraban cada cual por
su lado; segundo, lo espantó la seca que reinaba hacía
más de un año, de modo que no había ni pastos ni agua
das.
Este último inconveniente no 'podía ser más grave.
“Desde el Rosario hasta aquí — escribía Pacheco, en
Coronda (183) — no hay más aguadas que las del Car-
carañá y el Paraná; un año hace que no llueve en esta
parte de la provincia: por consiguiente no hay pastos,
y nuestros caballos — sin embargo de todo el esmero
de los jefes de los cuerpos y los que se nombran de ser
vicio a este objeto — están tan extenuados, que en las
últimas marchas, que no han pasado de 4 leguas,
(183) Pacheco a Bogas. Montes de Coronda, octubre 13. M. S.
112 ERNESTO QUESADA
han quedado más de 400 caballos en cada una, y es pre
ciso desprender partidas para que, poco a poco, los lle
ven para atrás. En mucho peor estado encontré las di
visiones de los señores generales López y Oribe, y sin el
auxilio de mis caballos no hubieran podido moverse”.
La situación era tan terrible, que Pacheco temió quedarse
a pie en pocos días.
Entre tanto, López pretendía que era mejor dirigirse
a Santo Tomé, sobre la costa del Paraná; Oribe era de
opinión opuesta. Bastaba que uno opinara blanco, para
que otro sostuviera negro.
Lavalle, al mismo tiempo, continuaba tranquilamente
acampado en los Calchines, con la mayor parte de su
gente desbandada y entregada a las delicias de Capua
de la ciudad recientemente tomada. Estaba dejando per
der sus caballadas, y vivía encerrado en un campamento
que parecía un aduar por el número de carretas que
albergaban infinitas familias de todas clases y condi
ciones, produciendo el efecto más pintoresco la mezcla
de pacíficos ciudadanos con los soldados de uniformes
abigarrados; las tiendas de campaña alternando con los
inmensos “castillos” de las travesías pampeanas; las se
ñoras honestas codeándose con las “patricias” chillona
mente ataviadas. Aquella inacción era fatal y se perdía
una ocasión preciosa, pues si Lavalle cae sobre el ejér
cito federal, aniquilado y desorganizado, es casi seguro
que lo derrota. El ejército unitario tenía en ese momen
to una infantería superior a la contraria, — en fuerza
numérica, pues en organización militar es dudoso, —
y una artillería excelente, con 10 piezas bien amunicio
nadas y servidas, mientras los otros sólo tenían 4 pie
zas ; la misma caballería unitaria era superior por el
número y el estado de los caballos. La unidad de mando
en el campo unitario era, además, una inapreciable ven
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 113
taja, pues en el lado federal cada jefe, en ese momento,
obraba por su cuenta.
Pacheco, que veía con claridad la situación, temblaba
por el éxito de un encuentro. Los elementos de guerra
de que disponía eran exiguos: los refuerzos veteranos pe
didos a Rosas, y prometidos siempre, no llegaban, y sólo
mucho tiempo después tuvo la explicación de esa enigmá
tica demora: ‘ ‘ Aún no he hecho marchar la división que
comanda el coronel Granada, y el batallón Libertad, —
le escribía Rosas, en octubre 27 (184), — porque, estando
adelantado el tratado con Francia, podría tal movimien
to acaso creerse otra cosa, y quizá perjudicar, y como
de un día para otro espero concluir aquel importante
asunto, esto es lo que aun me detiene”. En el Ínterin
Pacheco veía inminente el avance de Lamadrid sobre
Santa Fe, la concentración con Lavalle, y una batalla
en condiciones desfavorables. Había emprendido sólo una
campaña de persecución contra Lavalle, y de repente la
situación tomaba un cariz gravísimo. “Esta campaña, —
le escribía a Rosas (185) — va a decidir la de todas
las provincias de la confederación, y afectar la seguridad
de la de Buenos Aires”.
Lo más serio, sin embargo, era la anarquía abso
luta en el mando y dirección de la guerra. Autoriza
do Pacheco por Rosas, de una manera explícita y re
petida, para obrar según su exclusivo criterio, tropeza
ba con la dificultad de que Oribe no se prestaba a
obedecer, alegando sus ínfulas “presidenciales”; y, por
otra parte, López invocaba su derecho como goberna
dor de aquella provincia, para mandar a todos. Pa
checo, en el acto, informó a Rosas (186) : “Como es-
(184) Rosas a Pacheco. Santos Lugares, octubre 27. M. S.
(185) Pacheco a Rosas. Coronela, octubre 16. M. S.
(186) Pacheco a Rosas. Coronda, octubre 16. M. S.
114 ERNESTO QUESADA
te ejército, si así puede llamarse, se compone de tres
cuerpos distintos, — aunque el de Santa Fie no se
nos ha reunido—, y con jefes de más grado y más ca
racterizados que yo, es de absoluta necesidad que V. E.
se digne determinar cuál de los dos que son superiores
debe tomar el mando en jefe; porque, dividido y cada
uno con la exclusiva responsabilidad del cuerpo que
manda, tiene gravísimos inconvenientes y muy princi
palmente para mí, que debo colocarme en el último lu
gar, y en el único que puedo ser de alguna utilidad, si
V. E. considerase que todavía debería permanecer en
este ejército.’’ Oribe, por su parte, se había ya apresu
rado a enviar a su ministro general, Villademoros, a
Buenos Aires, para que obtuviera de Rosas el mando
supremo, (187) con lo cual se colmaban todas sus ambi
ciones, y que le había hecho escribir poco tiendo antes
a Pacheco: “Todo, amigo querido, anuncia triunfos
y glorias; pero mis deseos, a este respecto, estarían de
todo punto llenos si V. fuera partícipe de ellos, ayu
dándonos con su brazo y sus conocimientos, sobre lo
que alguna vez llegué a lisonjearme. La cuestión es
importante: es el último esfuerzo de los salvajes uni
tarios, y es preciso ahogarlo para siempre; para ello
nada nos falta, porque nuestro ejército es superior, sin
exagerar, en fuerza, moral y valor; pero cuanto más
se reuna de importante, tanto más segura será la em
presa”. (188) López, en presencia de las observacio
nes de Pacheco, que alegaba órdenes expresas de Ro
sas, le decía, en tono agridulce: “No han podido rea
lizarse las lisonjeras esperanzas de dar una acción de-
(187) Ramos a Pacheco. Santos Lugares, octubre 13. M. 3.
“El capitán Linares ha venido de San Pedro, con un piquete
de 14 milicianos, escoltando a Villademoros, ministro de Ori
be, y a Benitez, secretario de Eehagüe.’’
(188) Oribe a Pacheco. Sauce Grande, junio 2. M. S.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 115
cisiva, por razones que V. S. ha manifestado, que, si
no han producido el convencimiento en el ánimo del
que firma, se ha prestado, sin embargo, deferentemen
te a esperar la aprobación del excelentísimo gobierno,
encargado de los negocios de paz, guerra y relaciones
exteriores.” (189)
La solución de la dificultad estaba, pues, en manos de
Rosas. El conflicto era serio: el general Pacheco era
el más hábil como militar y el que más respeto le me
recía; el brigadier general Oribe era, nominalmente, el
jefe de un estado aliado, mayor en grado militar y en
jerarquía política; el gobernador López era capitán ge
neral, y, sobre todo, le amparaba el texto expreso a in-
tergiversable del tratado de 1831.
En estricto derecho, la solución debió ser favorable a
López; pero, no sólo se trataba de una capacidad mi
litar inferior, lo que haría peligrar el éxito de la gue
rra, sino que Rosas desconfiaba de él, de tiempo atrás.
Sabía que el cónclave unitario había estado en rela
ciones con López, por medio de Mariano Vera, herma
no del secretario de aquél; que Ferré, el gobernador de
Corrientes, había estado a punto de celebrar un tratado
con él, para levantarse contra Rosas. “Contesto al se
ñor gobernador sobre la operación de V.—escribía La-
valle a Vera, al comienzo de la campaña (190).—Es im
posible que yo me desprenda de 300 hombres del ejér
cito; para su operación no es preciso gran número de
gente. Con los oficiales santafecinos que yo le mandaré,
los indios, y 200 hombres, tiene V. lo suficiente.” Por
eso, se ha dicho con razón que: ‘ ‘ López estaba de acuer
do con el gobernador de Corrientes, pero no había po-
(189) J. P. López a Pacheco. Cuartel General, octubre 14.
M. 8.
(190) Lavalle a M. Vera. Yaguarí, enero 5.
116 EBNESTO QUESADA
dido pronunciarse, porque las fuerzas que estaban ba
jo sus órdenes y las del general Oribe, eran compues
tas de cuerpos enviados en su mayor parte de Buenos
Aires: sobre esta clase de tropas no tenía ascendien
te alguno el general santafecino, ni las fuerzas de su
provincia eran suficientes para empeñar con ventaja un
suceso. El gobernador de Santa Fe había perdido en
consecuencia la confianza del general Rosas, cuyo ca
rácter suspicaz trató en vano de adormecer con pro
testas repetidas en una lealtad, cuya exageración esta
ba denotando la falsedad de su origen.” (191)
Rosas hacía tiempo que trataba de evitar, con infi
nita diplomacia, un rompimiento con López. Cuando
el ruidoso conflicto, provocado intencionalmente por
éste, con Echagüe, se apresuró a escribirle (192) :
‘‘He leído, con la calma e imparcialidad necesarias, los
documentos relativos, y le aseguro que lo he sentido
tanto más desde que no he podido encontrar esa razón
bastante para fundar su retirada. Algo y mucho tam
bién, en casos semejantes, debe dejarse a la pruden
cia.” El alma de la intriga santafecina era el secreta
rio -de López, Calixto de Vera. De ahí que Rosas es
cribiera a Pacheco (193) : “Si tienes motivo de acer
carte al compañero don Juan Pablo López, convendría
como cosa tuya le hablases en reserva sobre el secreta
rio que tiene, diciéndole que es hombre_ muy mal opi
nado, de intriga, muy falso y siempre tenido por uni
tario. A mi juicio, este hombre le está haciendo co
meter al señor López mil errores y nos ha de hacer mu
cho mal. Ya logró hacerlo poner mal con los entrerria-
(191) Díaz. Historia política y militar. V. 52. En efecto,
López (a) Máscara se declaró por los unitarios en noviembre
del año siguiente, 1841.
(192) Rosas a J. P. López. Buenos Aires, marzo Io. M. 9.
(193) Rosas a Pacheco. Buenos Aires, marzo 7. M. S.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 117
nos; después con el señor Echagüe; enseguida venirse
sin decir una palabra hasta su llegada al Rosario, pa
sar las notas que dirigió a la Honorable Junta de En
tre Ríos exigiéndole despachos de general en jefe del
ejército contra Lavalle, otra al señor Echag'üe recla
mando acremente a Oroño, y conmigo estaría también
mal si no fuese la prudencia con que conozco debo llevar
esa clase de asuntos, mucho más conociendo que el
secretario es la causa principal. El seuor Echagüe está
en la misma persuasión, sin yo haber hecho otra cosa
que calmarlo y conciliario todo, y me ha prometido no
abandonar la marcha de sobrada prudencia que corres
ponde. ’ ’
Antes, sin embargo, de que Rosas tuviese tiempo ma
terial para pronunciarse en el grave conflicto que le
sometían los tres generales, los acontecimientos se pre
cipitaban en el teatro de la guerra. “Una total inacción,
entre tanto se obtiene con aquella resolución — escribía
López (194), — no sólo perjudica altamente a los in
tereses generales, sino a su opinión misma, y se da tiem
po al enemigo para descansar sus caballos, para prepa
rarse más y más a una batalla decisiva, y para pro
veerse de cuantos elementos le sean precisos a este ob
jeto, de tan grande importancia.” El propósito de Ló
pez era sacar a Pacheco los batallones Costa y Rincón,
y un regimiento de caballería, con lo que desmembraba
las fuerzas y las exponía a contrastes parciales: Pa
checo no podía consentir en esto. Era evidente, sin em
bargo, la necesidad de solucionar en alguna forma el
conflicto, mientras Rosas lo resolvía. Así se hizo: “A
consecuencia de las dos cartas — escribía Pacheco a
Rosas (195) — que tengo el honor de acompañar a V.
(194) López a Pacheco. Cuartel General, octubre 14. M. 9.
(195) Pacheco a Posas. Cuartel General, octubre 1°. M. 9.
118 ERNESTO QUESADA
E. original la del exorno, señor gobernador de esta pro
vincia, y en copia la de S. E. el señor presidente del
Estado Oriental del Uruguay, se formará un cuerpo
mixto, con el que marcharé dentro de dos días, hasta
encontrar y batir a los salvajes traidores unitarios, cu
ya posición me parece que no la abandonen.” López no
quiso permanecer en el ejército en posición desairada:
pasó a Entre Ríos, “con el objeto de acordar asuntos
importantes con el general Echagüe, y — dice Pache
co (196) — se sirvió encargarme, hasta su regreso, la
dirección del ejército.” Poco después López escribía a
Pacheco (197) — “Pienso marchar esta tarde al Ro
sario. Están ordenados todos mis comandantes, que en
mi ausencia es a Vd. a quien han de dar sus partes
de todas las ocurrencias, como de quien han de recibir
órdenes, como jefe principal de todo el ejército.”
Coincidió este hecho con una lluvia copiosa que in
terrumpía la seca, y permitía emprender operaciones
activas de guerra. Los resultados no se hicieron espe
rar. El comandante unitario Oroño fué deshecho en
Santo Tomé: “Nuestra retirada — escribe Oroño a La-
valle (198) — fué tan precipitada que los soldados que
me acompañaban han perdido algunas armas, montu
ras y ropa; de los hombres que estaban reunidos con
migo han quedado muchos dispersados en las islas, y
algunas partidas que tenía sobre el Carcarañá han que
dado cortadas, de suerte que necesitan una protección
pronta, a fin de que al amor de sus familias no se pre
senten a Máscara, o se disgusten por el abandono que
se hace de ellos.” Pacheco no descansa. “Con esta oca
sión — dice — determiné que el teniente coronel Jacin-
(196) Pacheco a Rosas.lfonte de los Padres, octubre 21. M. S.
(197) J. P. López a Pacheco. Coronado, octubre 23. M. S.
(198) Oroño a Lavalle. Santo Tomé, octubre 11, M. 9.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 119
to Andrade, con. 400 tiradores, marchase, cubriéndose
del monte, a atacar tres escuadrones de los salvajes uni
tarios, acampados en las quintas de Santa Fe, y a cua
lesquiera otros destacamentos de que tuviesen noticia.”
(199) El efecto fué fulminante: la legión Méndez fué
acuchillada y destruida en octubre 19, y perseguida
hasta las calles mismas de la ciudad. “Sus restos — lo
confiesa el jefe E. M. de Lavalle (200) — se refugia
ron, parte en la ciudad donde llevaron la alarma, y
otros en el campo del ejército.” Lavalle, entonces, mo
vió su campo del otro lado del Saladillo.
La actividad impresa a las operaciones de guerra por
Pacheco tuvo pronto que paralizarse. Rosas acababa de
resolver el arduo conflicto. “Soy yo hoy — escribe a
Pacheco (201) — el general en jefe del ejército de la
república, a cuya cabeza estoy y mientras no esté en
ese cuerpo de ejército, perteneciente a aquél, el que le
corresponde como segundo por la investidura que tie
ne, y que es el general E chagüe, soy de opinión que el
general Oribe desempeñe las funciones de tal. De es
te modo, creo que todo se concilia, y que nuestro com
pañero el señor López, como tú, quedarán gustosos en
este nombramiento: primero, porque así es justo que
le correspondamos todos, cuando llega el caso de elegir
general en jefe interino de ese cuerpo de ejército, en
cuya virtud nada más natural que entre tres amigos,
dignos hijos fieles de la Confederación y de la Amé
rica, me incline por ahora al de más graduación. De
bes, pues, decir a los mencionados generales, que tengan
ésta por suya.” Esta fué toda la credencial de Oribe,
cuyo nombramiento resultó un enigma para los contem-
(199) Pacheco a Rosas. Monte de los Padres, octubre 21.
M. S.
(200) Elía. Memoria histórica. X, 52.
(201) Rosas a Pacheco. Santos Lugares, octubre 18. M. S,
120 ERNESTO QUESADA
poráneos, y es esta la primera vez que se ve explicado
de un modo auténtico.
Pacheco recibió esa comunicación el 23 de octubre,
acampado en el Monte de los Padres: en el acto es
cribe a Rosas (202) : “La carta que V. E. me ha hecho
el honor de escribirme con fecha 18 del presente mes,
la he presentado original a los señores generales, S.
E. el señor brigadier don Manuel Oribe, y el señor
gobernador don Juan Pablo López, y hoy mismo se la
he remitido en copia al excelentísimo señor general
en jefe del ejército confederado, don Pascual Echagüe.
Creo que el primero contestará a V. E. después que ha
ya obtenido la contestación del señor general Echagüe.
La adjunta copia es la que me contesta el señor López,
al partir para el Rosario, a donde lo llamaban asuntos
del servicio. Relativamente a mí, considero muy acer
tada la elección en el señor Oribe: a V. E. le es cons
tante mi único deseo y mi perfecta conformidad con
sus superiores disposiciones, por otra parte muy arre
gladas al orden militar.” Quedó, pues, así definitiva
mente organizado aquel ejército, que tomó por nom
bre el de “Ejército unido de vanguardia de la Confe
deración Argentina”, y fué considerado como parte del
ejército nacional, cuyo núcleo principal permanecía
acampado en Santos Lugares, y que obedecía al mando
supremo del general Rosas. Oribe mandaba el ejército
de vanguardia como general en jefe interino, pertene
ciendo el mando en propiedad del general Echagüe.
Al disolverse el “cuerpo mixto”, que Pacheco había
mandado en jefe durante unos pocos días, la situación
era tal que, si se obraba con la actividad con que había
dado impulso a las operaciones, Lavalle difícilmente po-
(202) Pacheco a Rosas. Monte de los Padres, octubre 24.
M. 8.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 121
dría resistir. El golpe que había recibido a las puertas
mismas de Santa Fe era de más consideración que lo
que expresaba el parte de Andrade, pues si aquella
tropa no se hubiera detenido en el despojo, habría has
ta tomado las 9 piezas de artillería que los unitarios
habían abandonado en la plaza. La deserción de las tro
pas unitarias seguía cada día en aumento: los correnti
nes, sobre todo, abandonaban por grupos al ejército, pa
ra toma río arriba hasta Corrientes; no era más abun
dante en incorporarse al ejército de la confederación,
porque los jefes “libertadores” hacían correr la voz
de que se mataba irremisiblemente a todo pasado, y la
gente pobre, arrastrada contra su voluntad, titubeaba por
eso en volver a sus hogares. Los lanchones entrerrianos
habían capturado uno de los buques que desde Monte
video llevaban elementes bélicos para Lavalle.
Lo único que preocupaba a Pacheco era el gran ele
mento criollo de guerra: el caballo. “Nuestras caballa
das — escribía a Rosas (203) — se han postrado bas
tante; apenas hemos podido conservar la de reserva en
regulares carnes. Este estado lo ha causado: Io., la ab
soluta escasez de pasto en las costas; 2°., el servicio
fuerte, principalmente en la provisión; 3°, la toleran
cia y1 falta de economía en algunos jefes, sin embar
go de las repetidas órdenes generales que se han dado
a este respecto. Hoy tenemos reunida en los montes to
da la caballada. Está bueno el campo, pero es contra
todas las reglas, y lo peor es que no podemos ocuparnos
de la instrucción, que es tan precisa.”
Oribe fué reconocido como general en jefe, en la or
den del día de octubre 29, tiempo que demoró en lle
gar la contestación de Echagüe. Pacheco entregaba el
(203) Pacheco a Rosas. Monte de los Padres, octubre 24.
M. S.
122 ERNESTO QUESADA
ejército en inmejorable condición “sin que hayamos te
nido en todo el tiempo un solo desertor’’, decía con
orgullo. (204) Oribe comenzó por desaprobar el plan
de campaña de Pacheco: éste había resuelto emplear la
numerosa caballería, relevando divisiones puestas en
movimiento para hostilizar a los unitarios, a fin de man
tener sin descanso a la caballería enemiga u obligarla
a encerrase en su estrecha posición, mientras que se lo
graba acercarse, con sólo tres jornadas, a la frontera
de Córdoba, de donde se protegía la capital, se reani
maban las milicias rurales, y se contribuía por este me
dio al éxito general de las operaciones militares de la
confederación, aprovechándose la imprudencia con que
Lavalle había extenuado sus caballos. De esa manera
se le alejaba toda esperanza de recursos en una situa
ción en que el hambre, que ya empezaban a manifestar
sus soldados, lo habría obligado a salir de su refugio
con las monturas al hombro, para buscar el alimento
que no lo habrían encontrado en ninguna dirección, a
menos de 40 leguas.
El primer acto de Oribe fué desautorizar ese plan.
Y, sin embargo, “esto era práctico — escribía Pacheco
a Rosas (205) — de muy fácil ejecución también, na
die lo desconocía, pero la gloria de una batalla y la
economía de algunas vacas alucinaba a alguno, sin con
sultar la situación, las circunstancias y los resultados
que sin empeñarla — si hubiera sido posible — se hu
bieran conseguido en una escala mayor; mejor sin du
da : oportunidad que en muchas campañas apenas se
ofrece una vez.’’ La falta militar cometida por Oribe
no debía tener mayores consecuencias, porque la “ne-
(204) Pacheco a Rosas. Lomas de Coronda, octubre 30.
M. S.
(205) Pacheco a Rosas. Lomas de Coronda, octubre 30. M. 8.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 123
gra estrella’’ de Lavalle no le dejaba errar desacier
tos.
El hecho de que el ejército nacional fuera mandado
por un extranjero no dejó de tener sus consecuencias.
López se indignó: “Se me asegura — escribe a Pache
co (206) — está dado a reconocer nuestro amigo el com
pañero Oribe de general en jefe del ejército, y creo
que, si esto es así, o ha sido un olvido en avisármelo,
o que tal vez la comunicación se ha extraviado, porque
no me es posible abrigar otras ideas; así es que, deseo
so de salir de dudas, y de poderme mover, porque la
inacción me es insoportable, y quiero obrar contra los
salvajes unitarios en Córdoba cuanto me sea posible,
envío ésta por medio de un propio, esperando se sirva
contestarme a la mayor brevedad, para, según su res
puesta, arreglar mis planes y combinaciones, o desistir
de ellos, poniéndolo todo en conocimiento del general
Rosas.” Y, sobre la marcha, formuló su queja a Rosas,
temeroso de que aquella medida fuera una prueba de
desconfianza a su persona, y tuviera por objeto impe
dirle declararse por la revolución. Rosas se apresuró
a contestarle: (207) “No es misterioso el nombramien
to del señor Oribe, de general del ejército, como Vd.
me indica. Había que nombrar un general en jefe in
terino de un cuerpo de ejército de la república. Al
marchar una noche para ésta con la esperanza de arre
glar la cuestión francesa, escribí una carta al general
Pacheco, dieiéndole que entre tres dignos hijos fieles
de la confederación y de la América, no se extrañase
que me decidiese por el de más graduación. Que la
dicha carta la enseñase a Vd., al señor Oribe, y al se
ñor Echagüe, para que cada uno la tuviera por suya en
(206) P. López a Pacheco. Rosario, noviembre 6. M. 8.
(207) Rosas a López. Buenos Aires, noviembre 20. M. 8.
124 ERNESTO QUESADA
la parte que le correspondiese. Esto, o cosa muy pare
cida, fué lo que le decía en substancia. Vd. la vió, en
efecto; y antes ya me había repetido Vd. su buena dis
posición a cuanto yo dispusiera sobre el particular.
¿Dónde está, pues, el misterio? Medite Vd. con madu
ra detención, y verá el acierto, la razón y nobleza, con
que he procedido. La indicación de Vd. en orden al
tratado litoral, es enteramente equivocada. Léalo Vd.
y verá que es todo, absolutamente todo, al contrario
de lo que Vd. se ha figurado. Celebro que Vd. haya
marchado a conferenciar con los generales, y no dudo
que habrá sido con el provecho que es consiguiente. Vd.
se aflige porque quiere las cosas a medida de su deseo;
y es necesario que se haga cargo de las circunstancias
extraordinarias, en que todo no puede por ello ser per
fecto, ni como generalmente lo deseamos.”
En efecto, Rosas había tenido que pedir a Pacheco
interviniera para impedir la separación de López, y pa
ra ponerlo de acuerdo con Oribe, lo que se había efec
tuado en una entrevista en San Lorenzo. Profundamen
te resentido López, se sometió en apariencia; pero, ale
gando su mala salud, desde aquel día se abstuvo de par
ticipar en la guerra, y su ánimo comenzó a inclinarse
en el sentido de los consejos de su secretario Vera, has
ta" que, al fin, antes de un año, su situación se tornó
ya tan crítica que se vió obligado a declararse abier
tamente contra Rosas en las postrimerías del movimien
to unitario, lo que le ocasionó la pérdida de su go
bierno
Pacheco, como perfecto militar, tenía que acatar las
órdenes de un superior jerárquico; pero se sintió tam
bién lastimado con el nombramiento de un jefe extran
jero y que le era inferior en aptitudes de mando: ade
más, por más melosas que fuesen las protestas de amis
tad que le prodigaba Oribe, sabía Pacheco que no le
lavalle y la batalla de quebracho herrado 125
quería bien, como no quería bien a ningún jefe argen
tino, pues vivía rodeado de un grupo de oficiales orien
tales que se consideraban postergados porque no se les
daba mando, y que hostilizaban a todos los que no per
tenecían a su círculo. La situación personal de Pache
co en el ejército se tornaba, pues, muy difícil, a pesar
de que Oribe lo había nombrado jefe de la vanguardia
del ejército unido. De ahí que aquél escribiera a Ro
sas insinuándole la idea de que, mientras Oribe con
el grueso del ejército seguía a Lavalle, fuese destacada
una división para caer sobre Córdoba, a fin de destruir
a Lamadrid, con cuyo objeto solicitaba el mando de
aquel cuerpo en caso que se resolviese organizarlo. Su
objeto era ver claro, alejarse del lado de Oribe y de
su grupo de orientales. Rosas, que tuvo siempre por
Pacheco y sus talentos militares el respeto más profun
do, le contestó (208) : “Mucho aprecio tu oferta pa
ra la empresa sobre Córdoba; pero ya ves que yo des
de acá no puedo resolverla. Tu separación del señor Ori
be dejaría un vacío, que no tendría cómo repararlo.
Pero, como todo esto puede también tener sus momen
tos de excepción, pudiera llegar el caso de que tu se
paración por pocos días no fuese tan precisa, y la co
misión que te se encomendase de la mayor importan
cia.”
Oribe era un jefe poco simpático, y su grupo de
orientales, por su falta de prudencia, tenía desagrada
do al ejército entero. Pacheco estaba displicente. Ló
pez se había retirado. Se habían recibido todos los re
fuerzos pedidos: los principales cuerpos veteranos, de
Santos Lugares, se habían incorporado ya, trayendo un
importante material bélico; el ejército tenía, en sus
parques, una reserva de 30.000 tiros, Sin embargo, Ori-
(208) Rosas a Pacheco. Buenos Aires, noviembre 20. M. S.
126 ERNESTO QUESADA
be no demostraba tener plan alguno; seguía acampado.
Se estaba perdiendo un tiempo preciosoel nuevo jefe
resultaba inferior a la tarea. Lo único que equilibra
ba la situación eran las enormes faltas militares que
cometía Lavalle, el horrible desorden de sus huestes, la
deserción escandalosa de sus soldados y la inacción in
concebible en el fondo de los potreros de Calchines.
Pacheco se decide entonces a escribir a Rosas: “Los
unitarios — le dice (209) — permanecen en las dos po
siciones de Santa Fe y los Calchines; pero, escaseándo
les ya en uno y' otro punto los medios de subsistencia,
no debe dudarse que pronto se pondrán en movimien
to. La situación va a ser crítica y podrá ser desespe
rada, con un poco de trabajo de nuestra parte. La opi
nión del presidente Oribe y del gobernador López es
de que se retirarán a Corrientes. Yo estoy muy distan
te de pensar así, por razones que no pueden contes
tarse. En todo caso, intentará una reunión con el trai
dor Lamadrid, sobre la frontera de Santa Fe, y siem
pre con la tendencia de marcha sobre la provincia de
Buenos Aires. Basta sólo pensar en el aliciente que
esta marcha ofrecerá a estos salteadores, para no du
darlo. Podría detenerme en otras consideraciones so
bre la probabilidad de los movimientos y la oportuni
dad de nuestras observaciones; pero, como esto perte
nece al general en jefe, sólo me limitaré a decir, con
siderándolo de mi riguroso deber, que hasta ahora no
tenemos un plan de campaña. Se han propuesto, discu
tido y aceptado más de uno, pero poco después ha sido
alterado en lo substancial, o del todo abandonado.”
(209) Pacheco a Rosas. Coronta, noviembre 5. M. S.
IX
EL PLAN DE LAVALLE
Pacheco estaba perfectamente en lo cierto. Véase,
sino, el propio testimonio de Lavalle, quien escribía, a
Lamadrid, en carta cifrada, en aquellos mismos días:
“Todos nuestros raciocinios sobre las operaciones
más inmediatas, deben partir del principio de que es
necesario sostener a Santa Fe, porque es moral, políti
co y justo, y porque además lo reclama la humanidad.
La población de esa ciudad se ha decidido por nuestra
causa y nos facilita ya 400 guerreros cuya mitad es ca
ballería. Es preciso que Vd. sepa que del Carearañá pa
ra el norte ya no hay ganado alguno. El enemigo ha
consumido y exterminado el que había hasta el Salado,
pues ha creído hacer con esto una hostilidad eficaz a
la capital de esta provincia, cuya población y este ejér
cito han consumido el resto. La ciudad no tiene víveres
sino para 20 días, y este ejército, para 8. La guarni
ción de la ciudad es fuerte, pero no puedo dejarle ca
ballos, y de consiguiente 200 hombres montados bastan
para rendirla por hambre. Teniendo presente esta cir
cunstancia, convendrá Vd. en la necesidad de arrojar
128 ERNESTO QUESADA
a Pacheco de esta provincia, bien sea por una bata
lla, si lo podemos obligar, o forzándolo a una retirada
que sea desastrosa para el moral y física de su ejér
cito.” (210) La gran preocupación de Lavalle era Pa
checo; despreciaba a los otros jefes de la confedera
ción, pero Pacheco no lo dejaba dormir tranquilo. “La
operación que indiqué a Vd. — escribía a Lamadrid
— era con concepto a que Pacheco hubiese venido a
tomar una posición análoga a la nueva situación en que
los ha puesto la gran revolución de Córdoba, suponien
do que se mantuviesen tenaces en quitarme esta pro
vincia, u obligarme a atacarlos en posiciones elegidas
por ellos, es decir, un bosque, donde sus 800 infantes
les hubieran dado una ventaja considerable.”
Lavalle, aparentemente, hacía creer que había re
suelto, poco antes y después de muchas vacilaciones, la
alternativa que se le presentaba, optando por embarcar
se'y dirigirse a Corrientes; con ello trataba de conte
ner a sus mejores escuadrones, que eran los que con
engaño, había sacado de aquella provincia, y que anhe
laban regresar a sus lares; y a los legionarios del “Ma
yo” y otros cuerpos, que se veían así más cerca de la
frontera uruguaya, a donde podrían pasar, si no era po
sible actuar de consuno con Paz. La situación de La
madrid en Tucumán, en el fondo, no le parecía muy só
lida e ignoraba aun el éxito de la tentativa sobre Cór
doba. Como dominaba el río, por carecer Rosas en ab
soluto de escuadra, gracias al bloqueo francés, resuel
ve enviar al general Iriarte a Corrientes, con el objeto
(210) Lavalle a Lamadrid. Calchines, noviembre 12. M. S.
Este documento importantísimo, tomado más tarde con el ar
chivo de Lamadrid en el Rodeo del Medio, lo hemos traducido
cqu la clave de la cifra a la vista. Lo indicado en bastardilla estaba
en cifra.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 129
ostensible de preparar el terreno, para incorporar su
ejército al de Paz.
Esta resolución fué tomada a mediados de octubre:
el 17 llegó Triarte a Santa Fe, a fin de embarcarse pa
ra Goya, debiendo salir el 20. “La víspera de mi pro
yectada partida — dice Triarte (211) — se recibió la
noticia de que tres buques mercantes, fletados por el
ejército para su servicio y que conducían armamento,
vestuario y municiones, habían sido atacados por tres
lanchones artillados enemigos. Mi viaje se hizo imprac
ticable hasta que se concluyese el armamento de una
fuerza sutil.” En el ínterin, los acontecimientos sufrie
ron un vuelco completo, que cambió la faz de la guerra.
En octubre 30 recibe Lavalle, por intermedio del fa
moso baqueano Alico, la noticia de la revolución de
Córdoba y del triunfo de Lamadrid. “No es una vic
toria militar — escribe entusiasmado Lavalle (212) —
es la sublevación en masa de la provincia de Córdoba.
Debo ir a Córdoba con el ejército; es preciso aprove
char el primer entusiasmo; es el más pujante, cada ho
ra que yo demore aquí la considero un crimen.” Orde
na entonces al “gobernador” Rodríguez del Fresno
que, si no puede sostenerse en la ciudad, la abandone,
llevando toda la gente disponible, y1 despache en los bu
ques a todas las familias que pueda. En su apuro, la
eterna pesadilla de Pacheco no lo deja tranquilo: “Si
Vd. hablase conmigo lo persuadiría de que no debemos
atacar a Pacheco. Es preciso no darle batalla al enemi
go donde él quiere y está preparado, y a un oficial como
Pacheco, que sabe elegir el terreno y sacar ventajas de
(211) Triarte al Congreso de Corrientes. Santa Fe, noviem
bre 12. M. 8.
(212) Lavalle a Rodrigues. Campamento; octubre 30. M. 8.
130 ERNESTO QUESADA
él”. Pero le agrega: “contésteme luego, lueguísimo, y
no se le dé nada, que volveremos pronto.”
En el acto combina su plan: marchar a incorporarse
a Lamadrid, atrayendo tras de sí en su persecución al
ejército de la confederación. Una vez unido con Lama
drid, y refrescadas sus caballadas, dejarle a aquél todo
el bagaje pesado — el coronel Díaz incorporó al ejérci
to otras 90 carretas con familias santafecinas (213) —
y contramarchar rápidamente C'arcarañá abajo, para
caer como el rayo sobre Buenos Aires. Oribe, entonces,
o lo perseguía, y en ese caso Lamadrid lo traqueaba y
demoraba su marcha; o libraba batalla a aquél, y de
jaba, en el ínterin, descubierta a Buenos Aires. (214)
Rosas se encontraba sin ejército serio: los mejores cuer
pos y todos los recursos se hallaban ahora en el ejér
cito de vanguardia... ¿ Estaba, pues, en vísperas de
cambiarse la “negra estrella”, y de sonreír a Lavalle
la fortuna?
(213) Elía. Memoria histórica. XI, 147.
(214) Lacasa. Vida militar, 172.
X
EL PLAN DE LAMADRID
Casi al mismo tiempo que Rosas celebraba el trata
do Mackau-Arana, festejaba Lavalle la entrada de La
madrid, al frente de un ejército, a Córdoba, y la re
volución estallada allí (215). Esta noticia, como las
demás, que continuamente cambiaban entre sí Lavalle
y Lamadrid, para los movimientos de los ejércitos uni
tarios y para mantener o ganar situaciones políticas
(215) He aquí una importante carta inédita del general La-
valle al coronel Rodríguez del Fresno, gobernador unitario de
Santa Fe, después de la toma de la ciudad: Octubre 30, a las 2
de la tarde. Viva la libertad, mi querido señor Rodríguez. Nuestra
causa se ha robustecido con un gigante. No es una victoria mi
litar la que tengo que comunicarle, que no supondría otra cosa
que un ejército de menos. Es la sublevación en masa de la pro
vincia de Córdoba, a la aparición del general Lamadrid en su
frontera. Es una revolución igual a la de Corrientes. Estoy ro
deado de más papeles que los que puedo leer. Cartas más nuevas
que las que incluyo, me comunican la captura del comandante So
sa por su misma gente. Manuel López había huido ya para el de
partamento del Rosario, y aquel caudillo había quedado en el sur
con 200 hombres para hacer montoneras, pero estos mismos hú
sares lo prendieron. Este era el último que quedaba en favor de
132 ERNESTO QUESADA
en el interior, se debía al famoso baqueano Alico (216),
que desempeñó un verdadero papel prominente en
aquella lucha terrible.
López. Todos los demás fueron abandonados por la fuerza que
mandaban. El nuevo gobierno tenía ya 4.000 voluntarios. En fin,
mi querido amigo, en Córdoba ha habido revolurión, y el tirano
sentirá pronto las terribles consecuencias. La carta que le inclu
yo del general Lamadrid, venía abierta al lado de otra para mí
bajo un mismo sobre; la que va para Frías, venía cerrada y la
abrí. Vamos a esto, mi querido; nuestra bella causa está ganada
para la libertad. He aquí una grave cuestión. ¿Puede Vd. soste
nerse en Santa Fe sin el ejército? Si Vd. lo puede, nada tengo
que decir sino marcharme; pero si no lo puede, nada tengo que
decir sino antes de 8 días; avíseme pronto, muy pronto. Si Vd.
hablase conmigo, lo persuadiría de que no debemos atacar a Pa
checo. Iba a empezar a escribir sobre ésto, pero es muy largo y
tengo un mundo sobre mi cabeza. Luego tendremos también mu
cha infantería y cañones, después de eso, es preciso no darle ba
talla al enemigo donde él quiere y está preparado, y a un oficial
como Pacheco, que sabe elegir el terreno y sacará ventajas de él.
Si Vd. no puede sostenerse en la ciudad, se irá con la gente
y éste lo habrá aquí. Lea todo esto a mi hermano. Es preciso
reunir todos los buques posibles y concluir luego, luego. El ar
mamento de los que se queden, todo ha de estar pronto, pero con
calma y serenidad, porque de lo contrario eso será un barullo.
Deme todo el dinero que pueda, en calidad de préstamo, y que
pues en Córdoba hay mucha pobreza. Otro mal que hay allí es fal
ta de caballos. Contésteme luego, lueguísimo, y no se le de nada,
que luego volveremos. Mandaré al coronel Díaz para que saque y
conduzca todo hasta aquí. El llevará precauciones, y con él me
mandará el dinero. Ayer tarde salió de aquí la legión Abalos, pa
ra encontrar las carretas que según Vd., han debido salir anoche.
Supongo que las carretas no habrán salido. Siento que Vdes.
me hayan hecho hacer tal operación mal hecha. Adios, amigo,
lo felicita de corazón su amigo afectísimo. Juan Lavalle. Los bu
ques no deben ya salir para la Bajada, aunque concluyan su arma
mento, hasta segundo orden.” (Archivo Pacheco. Legajo suple
mentario año 40. Esta comunicación fué tomada en el Quebracho;
estaba escrita en cifra, pero ha sido traducida con la misma cifra
a la vista).
(216) Alico “era tan eximio en su ejercicio de baqueano, que
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 133
Efectivamente, el general Lamadrid, — el Pilón
(217), como le llamaban vulgarmente los federales —
cuando acudió a Rioja desde Tucumán, enviado en
auxilio de Brizuela, llevaba consigo un cuerpo de 300
coraceros escogidos y 130 infantes, habiendo dejado el
resto de las fuerzas en Tucumán, a las órdenes del co
ronel Acha (218), quien estaba encargado de recibir los
puede asegurarse sin exageración que en su mente estaban va
ciados al daguerreotipo el plano geográfico de toda la república,
así como la carta topográfica de cada una de las provincias ar
gentinas. Alico no sólo conocía los caminos, los lugares poblados
y despoblados y las distancias por las vías ordinarias, sino también
las leguas que había de un punto a otro por sendas extravia
das, la naturaleza de los pastos, la condición de las aguadas,
y el tiempo preciso que necesitaba el ejército para llegar de un
punto a otro. El general no tenía otra cosa que decirle: * ‘ quiero
ir a tal parte o amanecer en cual ’ \ que ya él con seguridad le
determinaba las horas que se precisaban para la operación y ca
mino por donde había de ejecutarse la marcha con más facili
dad. Debe agregarse que ese hombre extraordinario era unitario
entusiasta y que prestaba expcutáneamente sus servicios a los
ejércitos que combatían el caudillaje en cualquier parte del país
en que hicieran la guerra.” Cf. Lacasa. Vida Militar, cit., p.
201.
(217) Manuel F. Mantilla, en sus Narraciones, refiere, como
oída al general Mitre, la titulada Pilón, en la cual se da esta ex
plicación de aquel sobrenombre: ‘ ‘ Angelis, en su empeño por
complacer a Rosas, cansado de insultar a Damadrid, inventó para
él el apodo de Pilón, vocablo equivalente a caballo de oreja cor
tada, patrio, — en el lenguaje de las provincias del interior —•
y que fué aplicado a Lamadrid porque tenía una oreja desper
fecta a consecuencia de una herida recibida en la guerra de la
independencia.” (M. F. Mantilla: Narraciones. Buenos Ai
res, 1888, p. 88). Llamaban entonces en las provincias medite
rráneas — sobre todo, en las andinas — pilonar, cortar una ore
ja, y se pilonaba los mejores caballos del ejército, como medio
más eficaz de evitar, con la fealdad que produce la mutilación
el robo tan frecuente de caballos en aquella época. (V. Pérez
Rosales. Recuerdos del pasado. Santiago 1882, p. 96).
(218) El coronel Acha, que tanto se ilustró después con su
134 ERNESTO QUE8ADA
contingentes de las provincias del norte, y disciplinar el
ejército de reserva. De esa manera, Lamadrid se incor
poraba al ejército riojano de Brizuela, y1 se proponía
dominar las provincias de Cuyo; como Aeha quedaba
protegiendo las del norte, y como esperaba lo hiciera
Lavalle con las del litoral.
Las cosas no habían pasado tan fácilmente como se
lo imaginaba Lavalle.
Al plegarse Lamadrid al movimiento revolucionario
de las provincias coaligadas, se conoció en el acto que
trataría de obrar con la máxima rapidez, i Cuál sería
el primer objetivo de Lamadrid? Se creyó erradamente
que trataría de aniquilar a Ibarra, por ser éste la co
lumna más fuerte del partido federal en el norte (219).
triunfo de Angaco y cuyo nombre tiene, además, la triste cele
bridad de su fusilamiento en el Desaguadero, había sido solda
do valiente a las órdenes de Rauch y de Suárez en el sur de
Buenos Aires. Siendo 2’ jefe del regimiento de húsares, en cuyo
seno se encontraba el gobernador Dorrego, sublevó la fuerza fal
tando a su honor de militar, y entregó al ilustre mártir para que
fuera bárbaramente fusilado, sin proceso y sin pretexto, en Na
varro por Lavalle. La acción de Acha con Dorrego es exacta
mente análoga a la de Sandoval con Avellaneda, ambas tu
vieron los mismos resultados. Como era natural, Acha se convir
tió en furioso unitario y enemigo de Rosas. Después de la bata
lla de la Cindadela en 1830, en la cual el valor prodigioso que
mostró le conquistó la admiración de los tucumanos, Acha emi
gró a Bolivia, y regresó a Tucumán al saber que iba a tener
el pronunciamiento. Era indudablemente un jefe valiente y hábil.
(219) En una carta inédita de don Jacinto Flores de Córdoba,
dirigida al doctor Marco Avellaneda en Junio de 1840, se daban
noticias interesantes sobre los trabajos unitarios en aquella pro
vincia y sobre el estado de su gobierno, que estaba descuidado y des
armado. Se encontraba por entonces en Córdoba el coronel Uriburu,
padre del que después fué presidente de la república. Era un hom
bre de valer en el interior y de influencia en su provincia, a donde
se dirigía, y en cuyos sucesos tomó parte muy activa, como pronto
veremos. Muy amigo del general Pacheco, a la sazón residente en
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 135
De ahí que el gobierno de Córdoba no viera tan in-
su estancia “Las Gemelas”, del Salto (provincia de Buenos Ai
res), le escribía con suma frecuencia y en aquella correspondencia
se encuentra la clave de muchos sucesos obscuros del interior, y que
utilizaremos al estudiar la acción militar y política del gobierno
de Rosas en la época que nos ocupa. Rosas lo estimaba especial
mente. * ‘ Celebro que hayas hablado con el señor Uriburu — es
cribe Rosas a Pacheco. {Abril 23 de 1840.) Le adornan en efecto
las virtudes con que lo consideras. Es el hombre que en aquellas
provincias endulzaba algo los disgustos que me causaban los erro
res de nuestro infortunado amigo, el señor Heredia. ” La carta que
sigue demuestra que, en efecto, el gobierno de Córdoba estaba
desarmado y descuidado, porque el general López creía firmemen
te que lo protegía lo bastante la provincia de Santiago del Este
ro, a cuyo frente se encontraba el general Ibarra, que no sólo
era el mejor baluarte del federalismo en la región norte, sino que
era la llave de la política en las provincias del centro y norte, por
que, encontrándose interpuesto forzosamente entre estas últimas
y el litoral, por sus manos pasaba toda la correspondencia de y
para Rosas. En Córdoba no podían imaginarse que la coalición
del norte se lanzara sobre el centro o sobre Cuyo, dejando a sus
puertas a Ibarra: lo lógico era atacar y destruir primero a éste, y
en seguida continuar hacia adelante. Del punto de vista político
y militar, era esto, sin duda, lo más lógico; pero Ibarra era de
masiado fuerte y demasiado sagaz: Avellaneda y Lamadrid pre
firieron no estrellarse contra él, sino tratar de flanquearlo, como
lo hicieron.
He aquí la carta del coronel Uriburu: “Córdoba, mayo 14 de
1840. Señor Don Angel Pacheco: Mi general y amigo de todo mi
aprecio: El 12 del corriente llegué a esta ciudad, algo mejorado
de mis males. Desde entonces he deseado una oportunidad de di
rigirme a Vd., manifestándole mi profundo reconocimiento a su
benévola amistad. Debía haber pasado hasta mi vecindario Salta,
pues aunque no bien sano de mis males, me lo hubiesen ellos
permitido; pero la noticia del pronunciamiento del Tucumán, en
cabezado por el traidor Madrid, del que lo creo a Vd. impuesto,
me ha hecho parar en esta ciudad, donde pienso permanecer
hasta que adquiera noticias ciertas de aquellos pueblos, y vea el
desenlace del Entre Ríos, que de una y otra parte existimos en
ésta en el mayor silencio. Parece que en caso de obrar Madrid
y Acha, y según se dice en ésta, será por ahora sobre Santiago^
136 ERNESTO QUESADA
mediato el peligro, como lo era, según lo bien prepara
do del terreno.
Hemos ya indicado ligeramente cuál fué el éxito del
primer movimiento de Lamadrid sobre Córdoba: vea
mos ahora qué razones determinaron su marcha sobre
a donde lo creo muy prevenido al señor Ibarra; si entrase La
Rio ja, como también lo indican los tucumanos en sus actas, ex
tenderían sus operaciones a esta provincia y, a mi ver, en este
caso, con muy buen resultado, pues está desarmada, y con mu
chos enemigos interiores, que trabajan hoy, y que en ese caso se
pronunciarían contra el gobierno; mas La Rioja hasta hoy se man
tiene en silencio a pesar de haber mandado el gobierno del Tucu-
mán al coronel Córdoba, como agente suyo, cerca del señor Bri-
zuela, y hay la fundada esperanza de que este señor se mantenga
firme por la federación, en razón de prevenciones que deben exis
tir de atrás en contra de Madrid. La provincia de Jujuy se ha
pronunciado lo mismo que el Tucumán, y habiendo depuesto a
Iturbe, su anterior mandatario, le ha sucedido don Roque Al-
varado, comerciante. De Salta nada se dice; parece que no quie
re dar la cara, y aun de Catamarca aseguran que hay oposicio
nes para hacer lo que Tucumán, de parte del comandante gene
ral de aquella provincia. Todo depende, mi general, del resultado
que saquemos en Entre Ríos y Buenos Aires; pero sin embargo,
creo que es necesario no descuidemos el norte de la república,
que parece que hay plan vasto de conflagarlo. Le ruego a Vd.
se sirva honrarme con sus comunicaciones, bajo la cubierta de
este señor gobernador, porque ellas me traerán el bien de poner
me al corriente de los negocios públicos, para según eso resol
ver sobre mi persona con acierto. Al señor gobernador López, que
vi en el Saladillo, le dije sus muy afectuosos recuerdos, y él me
manifestó la íntima adhesión hacia la persona de Vd., y sus deseos
por tener una entrevista con Vd. y que por las circunstancias no
se lo exigía. Le ruego a Vd., mi general, de presentar mis respe
tos a mi señora Dolores, su digna esposa, deseando que libre de su
embarazo con felicidad, asimismo que se sirva dar mis recuer
dos al señor canónigo y cura de esa, doctor Torres, y al señor co
ronel Lagos; cabiéndome la satisfacción de poder asegurar a Vd.
que me honro mucho de ser tan adicto y antiguo amigo suyo, co
mo su decidido servidor Q. B. S. M. Evaristo de Uriburu.’’ (Ar
chivo Pacheco, vol. Correspondencia, 1840, f. 268).
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 137
Rioja, y, por último, su invasión triunfante a Córdoba.
Apenas salió Lamadrid de Tucumán, tuvo lugar su
primer contraste: el coronel Celedonio Gutiérrez, jefe
prestigioso, se separó del ejército con su regimiento, y
pasó a Santiago a fin de presentarse al gobernador Iba-
rra. Lamadrid siguió para Catamarca, pues en los Bal
des debía esperarlo el gobernador Cubas, con un con
tingente militar. Allí tuvo su segundo contraste: Cubas
se separó del ejército... (220)
Temiendo Lamadrid quedar sin gente, vuelve sobre
Tucumán, que acababa de invadir Gutiérrez, con los cho-
y anos de Ibarra (221). Logra rechazarlo en Quiroz, y
(220) “Así que supo Cubas la defección de Gutiérrez, lo en
contré desalentado y sin querer dejar tampoco alguna fuerza, o,
cuando menos, sus mejores caballos para continuar yo solo, so
pretexto de habérsele defeccionado a él también un comandante
con un escuadrón. En vano fueron todas las reflexiones que le hi
ce sobre la necesidad de continuar mi marcha y no dejar chas
queados a los riojanos y cordobeses que estaban de acuerdo: él
regresó a Catamarca.. . (Lamadrid. Memorias, t. II, p. 157).
(221) Choyanos, en la fraseología de la época, en las pro
vincias del Norte, equivalía a “bandidos”. En las provincias
mediterráneas se llamaban así, porque Ibarra tenía por cos
tumbre no mantener milicia fija, sino apenas un par de cente
nares de policianos; pero cuando necesitaba invadir otra pro
vincia o facilitar algún contingente, hacía correr la voz entre
el gauchaje de que se reunieran para una “volteada”. Con el
aliciente del botín, — al estilo de los bandos irregulares de la
guerra de los 30 años—, se reunían algunos centenares de gau
chos, se incorporaban al núcleo militar que debía dirigirlos, y
se lanzaban como azote de Atila sobre los pueblos amenazados.
De esta manera Ibarra se hacía temer de sus vecinos, dispo
nía de fuerzas militares sin gastar en ellas un real y se hacía
querer de los santiagueños, indómitos entonces y bravios. El
procedimiento, sin duda, es lamentable; pero debe recordarse
que no sólo fué admitido en Europa durante el feudalismo, si
no que en los tiempos modernos era el sistema empleado por
Felipe II, con las bandas de Noircarmes en la lucha titánica
con los Países Bajos.
138 ERNESTO QUESADA
pasó a Tucumán, donde a la sazón se reunía el congreso
de la coalición (222), y dió aviso a Lavalle en Entre Ríos
de que los gobernadores de las cinco provincias coali-
gadas lo acababan de nombrar general en jefe del ejér
cito de las provincias (223).
(222) Ese congreso debía nombrar al gobierno general pro
visional; pero, dice Lamadrid, “el objeto principal de este con
greso debía ser formar un ejército de los contingentes que de
bía dar cada una de las provincias pronunciadas; invitar a las
demás a que enviasen sus diputados para la más pronta ins
talación de un congreso general, al efecto de constituir el país;
enviar agentes a las repúblicas vecinas, y seguir dirigiendo mien
tras tanto la política el gobierno que se nombraría al efecto. ’'
—Memorias, t. II, p. 158.
(223) “Preciso es advertir — dice el mismo Lamadrid, {Me
morias, t. II, p. 162) — que cuando escribí al general Lavalle,
yo era el general nombrado por las provincias para mandar
el ejército que ellas debían formar, o al menos estaba autoriza
do como tal por los gobernadores.”
XI
LA CAMPAÑA A LA RIOJA: BRIZUELA
Y ALDAO
Mientras tanto, Aldao había ya invadido La Rioja, y
Brizuela — el director “titular'’ de la coalición — pe
ligraba. Entonces se resolvió que Lamadrid marchase rá
pidamente en su auxilio y que Acha quedara organizan
do los contingentes militares de la coalición.
Al llegar a La Rioja e incorporarse con Brizuela, vió
que Aldao había invadido esa provincia con 1.100 hom
bres y que tenía próxima una vanguardia de 400, mien
tras que Brizuela estaba en la inacción al frente de 1.200
milicianos. Lamadrid había sido recibido con vítores,
pero Brizuela, siguiendo su política de taimado, si ofre
cía todo no cumplía nada. Aldao, aprovechándose de
la inercia del caudillo riojano, había arreado todos los
ganados, de modo que los ejércitos de la coalición sufrían
hambre verdadera (224). Lamadrid logró obtener de
(224) El general Faz—memorias, ed. cit., II, 424—se burla
del lance de Lamadrid, cuando, retirándose a bu campamento
gritaron los soldados en coro “Tengo hambre...” y él acalló
140 EBNE8TO QUESADA
Briznela unos 300 hombres, al mando de Peñaloza (a)
El chacho, y con ellos sorprendió en la Redonda la van-
la grita con 2 chifles de vino y... una vidalita. Lamadrid (Ob
servaciones, ed. cit., 382) replica refiriendo en detalle el inci
dente, y diciendo que hizo que los cantores tucumanog can
taran esta vidalita:
¡ Constancia, bravos riojanes,
Que aunque no haya que comer.
Tus amigos tucumanos
Sabrán morir o vencer!
que los cantores riojanos replicaron y que “ pasaron casi todo
ei resto de la noche cantando en contrapunto, sobre cuál de los
dos pueblos tenía más abnegación para salvar la patria”. Vi-
llafañe, secretario de Lamadrid, confirma la escena (Reminis
cencias, ed. cit., 143). Este último refiere otro episodio carac
terístico: “En otra ocasión — dice (cp. cit., 135) — era de
noche; marchábamos a pie al frente de la columna el general
y yo, llevando de la brida nuestros caballos. De vez en cuando
oíamos a nuestra espalda, gritos como éste: — Hambre, ham
bre!... Empanadas...! etc. Evocábanse estas imágenes y otras
semejantes, como quien insultara el dolor con marcado despe
cho. Confieso que mi alma iba traspasada, y que llegué a te
mer apareciera de repente una especie de sálvese quien pueda!
El general continuaba silencioso y triste. Quise saber lo que por
él pasaba y me aventuré a dirigirle estas palabras: — ¿Dónde
estaba usted, general, cuando se dio la batalla de Quirogaf
Después de un momento, que se prolongó demasiado, me contes
tó: — “Déjeme por ahora, estoy componiendo una vidalita!!!”
Al oir esta salida, me ocurrió un extraño pensamiento: ¿es el
general, o soy yo quien está loco?” “La vidalita” es de origen
montañés, tiene su abolengo de aquella raza que tuvo al sol por
deidad primera, y era adorado en templos colosales de piedra o
bajo el infinito cielo de América, a la hora en que el dios fla
mígero se hundía envuelto en llamaradas rojas en el pavoroso oc
cidente, y cuando aparecía de nuevo, aprisionado aun por las nu
bes de la noche que al asomar la aurora se tiñen de deliciosos
rubores. Ella tiene su unísono en el triste de la llanura donde can
tó Santos Vega. Tiembla la voz que modula aquella música, lo
mismo que la de las vírgenes sagradas cuando entonan sus salmos
ante los altares; y cuando el campesino la repite sin palabras
en las laderas y en los bosques, en la quena legendaria do sus an-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 141
guardia de Aldao, dispersándola (225). Aldao entonces
retrocedió.
Fué entonces que Lamadrid tuvo conocimiento de la
situación de Lavalle en Buenos Aires, por una comuni
cación interceptada del gobernador López (a) Quebra
cho, de Córdoba, a Aldao (a) El fraile-, de Mendoza
(226). Lamadrid, sobre la marcha, escribe al goberna-
tepasados, se siente brotar lágrimas de las peñas y correr en si
lencio sobre el granito el llanto secular de la Niobe de Ovidio”.
J. V. González. Recuerdos de la tierra, en La Biblioteca, II, p. 396).
La vidalita, como es sabido, son “ estrofas que cantaban nues
tros gauchos del interior, terminando todas ellas con un estri
billo o coro, cuya significación denuncia el sentimiento del bar
do o trovador que solloza. Las de Lamadrid acababan por
¡muerte al tirano! ¡morir o vencer! etc.” Por supuerto, Lama-
drid refiere el incidente con lujo de detalles en sus Memorias,
(II, 166). El coro de la vidalita en cuestión, era:
Siga la guerra,
Truene el cañón,
Pronto tendremos
Constitución.
“Los riojanos infantes que estaban inmediatos, así que oye
ron esta cuarteta, corrieron a contestarla... Luego que los vi
exaltados y en contrapunto, comencé a distribuirles en pequeñas
partes toda la provisión que había traído: todo el campamento
concurrió al canto, se olvidaban todos los soldados del hambre, y
se pasaron cantando con el mayor entusiasmo hasta las dos de
la mañana...” (Op. cit., II, p. 168).
(225) Lamadrid (Memorias. II, p. 162) refiere esa escara
muza con el colorido de un combate épico, en el que resulta
que su sobrino el mayor Alvarez hizo actos de heroicidad. Pe
ro “como el general Brizuela me hubiera encargado a mi sa
lida — dice Lamadrid — que no me precipitara a cargar solo al
ejército enemigo, y ya tuviese aviso de haber salido de La Rio-
ja; y por otra parte, no tenía caballos aptos para cerseguir al
enemigo, no juzgué prudente el perseguirlo...”
(226) El gobernador de Córdoba exageraba las noticias de
invasión de Lavalle y la derrota de Pacheco, pintando como
inminente el asalto de la ciudad misma de Buenos Aires, por
que “tomó ese pretexto — dice un jefe unitario (Elia, Memo
ria, loe. c., X, 257) — para negarse a enviar a Aldao Iqs auxi-
142 ERNESTO QUESADA
dor de Santiago una carta amenazadora (227), con el
objeto de paralizarlo; hace que Brizuela intime su di
misión al de Córdoba, y le exige que destaque a Yanson
con 200 hombres sobre San Juan, para destruir a Be-
navídez. Al mismo tiempo combina con D. Juan Rosas,
una revolución unitaria en Mendoza contra Aldao; y
líos que le había pedido, y le aconsejaba que, en caso de verse
apurado por las fuerzas riojanas, se replegase sobre Córdoba
donde sería auxiliado con todos los elementos de la provincia. ”
Lamadrid, después de imponer a Brizuela de la comunicación
interceptada, y de enviarle una copia a Aldao para que se cre
yera perdido, resolvió devolver a López el mismo oficial porta
dor de aquella nota, intimándole que abandonara el gobierno.. .
Y “para que mejor se impusiera él mismo de mi ejército y
de su estado — dice Lamadrid (Memorias, tomo II, p. 164) —
le mandaba aquella comunicación con su mismo oficial conduc
tor, que había sido preso por mis partidas, y visto todo el ejér
cito, el cual estaría en Córdoba antes de 20 días..”
(227) Cuartel general en marcha, Agosto 28 de 1838.
Señor don Felipe Ibarra:
Mi querido Felipe: A pesar de los ultrajes que me has pro
digado, como simple ciudadano no puedo ser tu enemigo: si tú
hubieras escuchado mis consejos, y no te hubieras dejado alu
cinar por tus áulicos, tu posición hoy sería menos difícil y tu
porvenir más seguro y ventajoso.
Te remito una copia de la carta que acabo de recibir del ge
neral Lavalle con el célebre Alico, por la que percibirás que ten
go derecho a hablarte con la seguridad y confianza de un jefe
vencedor. Te lo repito, he mirado los epítetos que me concedes
y he reído. — Yo no se aborrecer. — Tu situación es bien com
plicada en el día. — A la fecha el general Lavalle ha puesto
en conflicto al que creías invencible, la opinión pronunciada
contra él producirá su esfuerzo acostumbrado, y, abatido aquel
baluarte, el resultado de la lucha ya no se dudará. Considera
bien la posición de Posas, y verás si están por él las proba
bilidades del triunfo. Vuelve enseguida la vista sobre tu aliado
de Córdoba y lo hallarás sobre un volcán. El pueblo cordobés
no necesita sino del más pequeño apoyo para alzarse y destruir
al guaso que lo ultraja. Si tú con tus maniobras no hubieses
entorpecido mis movimientos, ya el asunto estaría concluido ;
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 143
con el Dr. Miguel Pinero otra de igual carácter en Cór
doba, contra López. Pero la actividad febril de Lama
drid se estrella contra la inercia bruta de Brizuela, que
pierde más de un mes en idas y venidas (228) ; Ibarra,
pero con esto no has hecho más que retardar un acontecimien
to que estallará más tarde. Mira, por otra parte, al Fraile pron
to a sucumbir bajo los esfuerzos de una provincia poderosa por
los recursos y su unión, favorecido por las simpatías nume
rosas que cuenta en las filas enemigas, e invencible por la na
turaleza misma del suelo que sirve de teatro a la contienda. —
¿Crees tú que si aquel jefe sufre algún desastre podrá ha
llar nuevos elementos para rehacerse y repetir la tentativa?
No te creo tan necio. — El terror es inútil cuando la opinión es
protegida por un ejército vencedor; y vencerá, no lo dudes, y
Córdoba estará pronto bajo nuestra protección, o pasará un
mes. — Escucha. — Con tu obstinación, no conseguirás otra
cosa que encrespar más los ánimos contra ti, y contra la mi
serable provincia que presides. No son infortunios positivos so
lamente los que te abrumarán — el remordimiento, los gemidos
de todo un pueblo caerán también sobre ti.
Aún es tiempo. — El padre o lego que tantas veces insul
taste, puede salvarte todavía si te acoges a la última prueba
de amistad que te ofrece, tendiendo un velo a lo pasado. Pero
para esto es preciso que me entregues al cobarde Gutiérrez,
al estúpido animal que te alucinó con sus promesas quizás; con
el deseo de mandar tal vez. — En fin, interpreta como quieras
mi lenguaje. — el tiempo te revelará si es o no sincero. —
Los momentos son preciosos, escoge; pero cuidado con errar! —
Un arrepentimiento tardío suele atormentar!
Adios, manda como quieras a tu antiguo y verdadero amigo.
Gregorio Aráoz de la Madrid.
Está conforme.
Félix G. Frías.
Secretario del ejército libertador.
(Esta carta está publicada en Díaz. Historia política y mili
tar, ed. cit., V. 193).
(228) Es preciso leer en las Memorias de Lamadrid su odi
sea con Brizuela. “La razón que daba este general para opo
nerse a todas estas medidas, era la de que juzgaba mejor que
todos juntos persiguiéramos al Fraile. Yo tenía poco que con
descender cqb este hombre funesto y mucho más desde que esta-
144 ERNESTO QUESADA
entretanto, al recibo de la carta de Lamadrid, se apre
sura a prevenir a López (229). Indudablemente aque-
ba nombrado y reconocido para jefe supremo y director de la
guerra, por el congreso de agentes que se había instalado ya
en Tucumán antes de la derrota de la caballería de Aldao, y
aun antes de saberse este nombramiento, porque la fuerza de
La Rioja y su armamento era toda la esperanza de las pro-
vincias’'. Apenas consiguió Lamadrid orden para marchar en
una dirección, recibió contraorden para ir en otra. Y eso que,
como lo dice él mismo, (Memorias, II, p. 165) “no alcanzaba
la carne para el ejército sino dando un día sí y otro no, media
ración solamente, y hubieron ocasiones que nos pasamos dos
días sin comer. ’ ’
(229) Santiago, Septiembre 2 de 1838, 9 de la noche.
Señor don Manuel López:
Mi buen amigo y compañero:
En este momento acabo de recibir una carta del traidor Ma
drid, fecha 28 de agosto, en marcha, y supongo la ha escrito en
Catamarca. Contiene mil disparates en forma de consejos, la
cual no le remito porque lo más de ella se reduce a groseros
insultos contra la benemérita persona de Vd. Asegura que en
un mes, a más tardar, vendrá a tierra, y lo mismo dice del
compañero Aldao; agregando que Vd. está sobre un volcán que
pronto reventará.
Su principal objeto al escribirme ha sido el remitirme una
copia de carta que dice haber recibido de Lavalle, y es la
misma que he mandado transcribir y la remito a Vd. Parece
que estos hombres, a fuerza de mentiras, pretenden hacer la
guerra, pero no concibo cómo, después de sucesos tan grandes
y notorios, se atreva Lavalle a decir todo lo que aparece en la
carta. Léala Vd. detenidamente y sírvase hablarme sobre ellar
en la inteligencia que nada de todo ello me sorprende, porque
veo que, en cualquier circunstancia, a Lavalle hace cuenta atizar
más y más el fuego en estos desgraciados. Lo único que ad
vierto en dicha carta de nuevo es esa supuesta derrota de Pa
checo en la noche del 6 de agosto, y esto no tengo como contra
decirlo, gracias al silencio de nuestros amigos de abajo, que
dejan pasar 2 y 3 meses sin escribirnos una sola línea, al paso
que nuestros enemigos se corresponden con la mayor actividad,
y aún por encima de nosotros, salvando mil inconvenientes y
peligros,
LAVALLE ¥ LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 145
líos momentos eran importantes, pero nada había que
hacer con un imbécil como Brizuela.
Ruego y suplico a Vd., mi buen amigo, que me haga saber su
contestación a esta carta, comunicándome todo cuanto sepa, co
mo acostumbra Vd. hacerlo. Y, entre tanto, admita Vd. el fino
afecto de este su fiel compañero y amigo Q. S. M. B.
Felipe Ibarra.
Nota. — Amigo: le haré una indicación, si le parece bien, y es
que tenga 1 o 2 hombres amigos de confianza en la provin
cia de Buenos Aires, prevenidos para que en el momento de
tener lugar cualquier suceso, favorable o adverso, vengan volan
do a comunicar a Vd. Indico a Vd. esto, por si acaso nuestros
amigo de abajo están creyendo que nosotros hemos de desmayar
al saber una noticia funesta; si así lo creen, se equivocan, pero
tal vez esto será lo que los obliga a avisarnos sólo lo bueno, y
no lo malo. — (Hay una rúbrica).
(Archivo Pacheco, vol. cit., f. 136).
XII
LAMADRID EN CORDOBA
Lamadrid entonces resuelve marchar sobre Córdoba,
donde todo estaba preparado para que estallara la revo
lución (230) dejando que los de Mendoza se entendieran
solos, pues en último caso habrían servido para entrete
ner a Aldao (231). Los jefes cordobeses, apalabrados ya,
(230) El mismo Lamadrid lo dice (Memorias, t. II, p.
169): A las tres horas de haber salido del Portezuelo, donde
quedó el general Brizuela, recibí un chasque del coronel Aparicio
desde la sierra de Córdoba, avisándome que estaba dispuesto a
pronunciarse contra su gobierno, pero que necesitaba para dar
este paso que yo lo auxiliara con una división... Me mandó
proponer, con el Dr. Malbrán, que me dirigiera por San Roque
sobre la capital de Córdoba, pero juzgué más ventajoso mar
charme por Santa Catalina, ganando a todos los jefes del nor
te, a quienes dirigí comunicaciones al instante por medio del
coronel Casanóva, que mandé a vanguardia con el mayor Al-
varez, y, ordenando al coronel Aparicio que siguiera él por
San Roque, continuó mi marcha sobre la capital, después de
haber adelantado un propio a los patriotas de Córdoba, avi
sándoles la intimación que dirigía ese mismo día al goberna
dor ... ’ ’
(231) El movimiento unitario, encabezado por D. Juan Ro
sas, estalló, por último, en noviembre 4, y puso de gobernador
interino al coronel Molina, queriendo parlamentar con Aldao;
pero éste, que estaba en San I/uis, marchó sin detenerse sobre
148 EBNE8T0 QUESADA
bs fueron plegando a las fuerzas de Lamadrid. En va
no quiso Brizuela ordenar el regreso de Lamadrid: éste
prefirió desobedecer (232). Al llegar a Córdoba, la revo
lución estalló a su aproximación encabezada por el Dr.
José Francisco Alvarez, — que fué electo gobernador
provisorio—, Paz, Ferreira, Lozano, Ocampo, Igarzá-
Mendoza y al aproximarse se desbandaron las fuerzas revolu
cionarias. “El 13 — dice el cronista Zinny (Historia de los
gobernadores de las provincias argentinas, ed. cit. III, 150) —
no había ni gobierno ni enemigo alguno de la pseudo-federa-
eión en toda la provincia, quedando así sofocado aquel movi
miento sin la menor oposición.” Zinny, en esto como en casi
todo su libro, se sirve de los documentos oficiales de la época,
sin mencionarlos, y por dar a su obra un barniz anti-federal
(en consonancia con la opinión reinante cuando publicó su li
bro) les intercala algunas frases de efecto. Así, lo de p sen do-
federación en la frase citada es lo único de Zinny: lo demás
como toda la crónica de esa revolución, es sacado textualmente
de la nota de Aldao al gobernador López, de Córdoba (fecha
Mendoza, noviembre 26 de 1840. cf. Diario de la tarde, enero
5 de 1841, N° 2837). Sarmiento (El general frai Félix Aldao,
en Obras completas, ed. cit., VII, p. 266) agrega: “todos
esperaban otras matanzas del año 29, pero nada de esto hubo.
Destierros, persecuciones, despojos y contribuciones, fué toda
la venganza que tomó. Aldao ha mostrado en estos últimos años
que la sangre de los ciudadanos le causaba horror.”
(232) Elia, Memoria histórica, X, 263. Como el coronel Elia
fué posteriormente jefe de E. M. de Lamadrid en Tucumán, to
dos estos informes son auténticos, pues él declara que le han sido
suministrados por el mismo Lamadrid. En efecto, he aquí como
Lamadrid refiere el incidente en sus Memorias, (t. I, p. 170):
“Al emprender mi marcha para pasar la travesía, recibí una co
municación del general Brizuela, en la cual, suponiendo que el
fraile general había contramarchado hacia Ulape, me ordenaba re
troceder a dicho punto donde él se dirigía con su ejército, por la
Costa del Medio, y me aseguraba que, después de batido el fraile,
me daría más fuerzas para que continuase mi marcha sobre Cór
doba, lo cual era sólo un pretexto para hacerme regresar.
Yo, que estaba cierto de la falsedad del retroceso del
fraile por mis bomberos, y de que no teníamos que comer en el
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 149
bal, Posse, Soage y sobre todo el Dr. Miguel Piñero (233).
Lamadrid entró el mismo día octubre 11, y su primer
largo del camino hasta Ulape, ni aún allí mismo, y que, por
otra parte, había comprometido al coronel Aparicio y manda
do auxiliarlo con una fuerza, le contesté que no me era po
sible retroceder sin dejar perdidos así al coronel que habíase
prestado a mi llamamiento, como a la fuerza que había man
dado en su auxilio; que, a más de esto, me hallaba con1 la
mitad de mi fuerza a pie y que en la vuelta estaba cierto que
se me desertaría la mayor parte de ella, que había consentido ir
a Córdoba con la certeza del triunfo, pues tenía el convenci
miento de que retrocediendo iba a perecer de hambre en Ulape, y,
sobre todo, porque para batir al fraile tenía él fuerza doblada sin
necesitar de la mía: que, hecho el cargo del compromiso en que
ya estábamos de no abandonar al jefe de la Sierra que ha
bíamos comprometido, ni a la fuerza que había mandado en su
auxilio, así como de la importancia de asegurarnos de la pro
vincia de Córdoba, de donde podría yo proporcionarle recur
sos para su ejército, ya prestados por ella, o proporcionándolos
el general Lavalle, con quien era preciso ponernos de acuerdo,
me dispensaría no poder volver a su llamado, y continuaría
su marcha sobre San Juan, pues que el fraile había tomado el
camino de San Luis, conociendo su importancia para defender
a San Juan y Mendoza, que los dejaba abandonados.”
(233) El doctor Vicente F. López, — que fué secretario del
ramo de guerra, en el gobierno resultante de la revolución —
da muchos detalles de la preparación y desarrollo de aquel mo
vimiento (Manual de la historia argentina, dedicado a los profe
sores y maestros que la enseñan — Buenos Aires, 1896, p. 570
y sgts). A pesar de haber sido actor en ella, los 55 años que
habían pasado desde entonces han hecho seguramente flaquear su
memoria, pues su relación está llena de contradicciones y de erro
res. Describe la congiura como si se tratara del 4o acto de “Hu
gonotes”, y Lamadrid no aparece para nada en escena. Los
conjurados cordobeses se apalabran, encabezados por el doctor
Francisco Alvarez, se ponen de acuerdo con un negro y un mu
lato, que eran oficiales en los cuerpos cívicos, y combinan con
Avellaneda, en Tucumán, el estallido... Para juzgar de la ex
actitud de esos recuerdos bastará este párrafo: “El 7 de
octubre por la noche se recibió la noticia de que Lamadrid y
Rojo habían pasado de la provincia de Santiago del Estero a la
150 ERNESTO QUESADA
cuidado fué comunicar el suceso a Lavalle, despachando
a Alico con ese objeto.
Poco antes de llegar a Córdoba, acababa Lamadrid de
de Córdoba. ’ ’ Ahora bien: Lamadrid se encontraba en La Rio-
ja, desde agosto, y en septiembre 12 derrotaba a Aldao en la
Hedionda. De La Rioja se dirigió a Córdoba, sublevando a los
jefes de campaña, Casanova, Aparicio, etc. Al aproximarse a
Córdoba intimó a López ‘ ‘por conducto del teniente coronel
Argüello, que dejase al pueblo en plena libertad para que eli
giera su gobierno.” Más aún: el mismo Lamadrid agrega {Me
morias, t. II, p. 172): “Como ya estaban prevenidos con este
aviso los patriotas de la ciudad, así de mi aproximación como
de la intimación que había, dirigido a su gobierno, y de la de
cisión de todas las fuerzas del norte y de la sierra, así como
de haber mandado al benemérito coronel Manuel Salas a ocupar
el fuerte del Tío con una partida, convocaron al valiente y
distinguido cuerpo de cívicos, con su benemérito comandante el
teniente coronel Gigena, e hicieron la intimación al gobierno el
11 de octubre, el cual, después de haber mandado a recibir a
mi parlamentario, abandonó el puesto...” Convocado entonces el
pueblo, nombró provisoriamente de gobernador al doctor Fran
cisco Alvarez, el cual, después de recibido, me dirigió el aviso
de su nombramiento, suplicándome suspendiese mi entrada para
dar tiempo al pueblo que quería salir a recibirme: este aviso me
encontró en marcha a las inmediaciones de la capital, y fué pre
ciso demorarnos dos o tres horas, después de las cuales veri
ficamos la entrada con inmenso regocijo del pueblo todo, que
salió a recibirnos fuera”. Mientras tanto, el doctor López se
contenta con decir incidentalmente, después de relatar la re
volución : “A pocos días de allí se llegó el general Lamadrid con
algo más de 1600 hombres...” Es preciso no exagerar las cosas:
Lamadrid marchaba sobre Córdoba al frente de un poderoso ejér
cito, y venía de La Rioja. El gobernador López no tenía cómo
resistirle y prefirió retirarse ante su avance. Entonces se hizo la
revolución, llegando Lamadrid el mismo día. Añade el doctor Ló
pez : ‘ ‘ Hemos dado alguna extensión a este relato porque esta
revolución de Córdoba salvó al general Lavalle de tener que hacer
una capitulación horrible que no podía evitar”. Nada más exage
rado: lo que evitó la capitulación fué la aproximación del ejér
cito de Lamadrid y el formidable movimiento de la coalición del
norte.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 151
conocer, por un chasque propio, la funesta retirada de
Lavalle (234) : desde ese momento la revolución se con
vertía en una lucha desesperada (235). El nuevo gober
nador Alvarez se apresuró a reunir 4000 hombres y,,
comprendiendo que se trataba de hacer el esfuerzo su
premo, se lo avisó a Lavalle para que combinaran todas
las fuerzas revolucionarias (236).
(234) Lo supo por un oficial Almandos, a quien había en
viado en comisión hasta el Pergamino para que le trajera noti
cias ciertas, quien le informó “que el general Lavalle había lle
gado hasta los suburbios de Buenos Aires, y de allí tuvo que
contramarchar hacia el interior, para perseguir a D. Juan Pa
blo López (a) Mascarilla, que maniobraba a retaguardia”, (cf.
Lamadrid, Observaciones, ed. cit., p. 383).
(235) “Lamadrid aparentó satisfacción y alegría al reci
bir esta noticia — dice Villafañe (Reminiscencias, ed. cit., 152 \
— comentóla favorablemente ante todos, lisonjeándose con la
idea de que, una vez reunidos, seríamos invencibles. Por la
noche, solos en la carpa, dije: ¿Y le parece a usted bien, mi
general, la retirada de Lavalle estando ya casi en Buenos Aires?
— ¡Qué me va a parecer bien! — replicó con animación. Era
menester haber tomado esa ciudad o perecer, una vez en sus ex
tramuros. Su movimiento retrógado es una derrota: eso de volver
sobre Mascarilla es una pobre excusa! ’;
(236) Los hombres de esa revolución — dice un escritor
santafecino (Rasgos biográficos del general D. Angel V. Pe-
ñaloza, Paraná, 1863)—ayudados por el contingente que el ge
neral Lamadrid traía consigo, consiguieron organizar un ejér
cito de cerca de 4.000 hombres, el cual se mandó ofrecer al ge
neral Lavalle por una comisión de vecinos respetables, para
que con su ayuda pudiese batir fácilmente las fuerzas que,
al mando del general Oribe, había despachado Rosas en su se
guimiento. Lavalle, cuya impericia militar era sólo comparable
con su petulante arrogancia, esquivó una contestación decisiva
al ofrecimiento que se le hacía, y anticipó la batalla en situa
ción y condiciones desesperadas, por no dar a sus amigos parte
en una gloria que él quería sólo para sí. Los resultados, sin
embargo, no correspondieron a sus esperanzas, y los campos de
Quebracho Herrado dan testimonio del castigo que recibió su
vanidad el 28 de noviembre de 1840.”
152 ERNESTO QUESADA
Cuando Lavalle recibió esas comunicaciones, se halla
ba en una situación desesperada.
Acababa de apoderarse de la ciudad de Santa Fe, en
un asalto que hará siempre honor al jefe federal, gene
ral Garzón, que cayó allí prisionero (237). En el ac
to, Lavalle ordenó que el jefe vencedor, coronel Rodrí
guez del Fresno, convocara al pueblo soberano a... elegir
gobernador (238). Como era natural, en una elección
(237) El coronel Rodríguez del Fresno publicó en 1861
en la Revista del Paraná (año I, núm. 7, agosto 31 de 1861),
con el título de Ataque y toma de la ciudad de Santa Fe. Epi
sodio de la guerra civil 1840, una exacta relación de aquella
operación de guerra. Allí da cuenta del asalto, heroica defensa
y final rendición de Garzón y oficiales, “garantiéndoles la
vida.” Refiere, además, que Lavalle resolvió fusilarlos a
pesar de la capitulación-, diciendo “les bajaré el cogote."
Pero que, a los ruegos de la viuda de Cullen, que debía gran
des servicios a Garzón, “el general Lavalle, en atención a los
hechos que refería la suplicante, accedió a la petición; pero
una vez concedida la vida a Garzón, los otros fueron favore
cidos con la misma gracia.” El coronel Elía había publicado en
la misma Revista del Paraná (año I, N°. 1861), un fragmento
inédito relativo al mismo incidente, y sacado de su Historia de
la guerra sostenida por los libres de la República Argentina, con-
tra^ el tirano D. Juan Manuel de Rosas, escrita en Sucre, capital
de BOlivia, el año 41. (Trabajo publicado con notas: del Dr. Angel
J. Carranza, en la Revista Nacional, t. V-XI, bajo el título de Me
moria histórica, etc., y cuyo testimonio es tan precioso para
esa época). Pues bien, el coronel Elía refiere que Lavalle
resolvió: “los prisioneros serán fusilados”, y que le dio órde
nes al respecto, pero que posteriormente le dió contra-orden.
(238) Ejército Libertador y cuartel general en el Vinal, oc
tubre 5 de 1840.
Al Sr. Comandante general de armas de la provincia de Santa
ta Fe, comandante don Pedro Rodríguez:
El tirano Pablo López, gobernador interino de esta provin
cia, tuvo la temeridad de provocar al ejército libertador desde
el momento que éste desembarcó en la provincia de Buenos
Aires, para libertarla del odioso tirano que la oprime. El ge
neral en jefe resolvió entonces escarmentar al presuntuoso cau-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 153
semejante, resultó aclamado canónicamente el jefe mili
tar (239).
dillo, librando al heroico pueblo santafecino de su feroz do
minación. Este objeto se ha llenado y el tirano ha abandonado
la provincia, perseguido y batido por los escuadrones descu
bridores del ejército libertador; así lo único que resta para
concluir la obra de la libertad y regeneración del pueblo san
tafecino, es restablecer el imperio de las leyes. Pero el fu
gitivo López ha dispersado la legislatura provincial, y en tal
estado el arbitrio que debe emplearse para sacar al pueblo de
la vieja vía en que se encuentra, es que el señor comandante
general, reuniendo las notabilidades de la provincia, determine
que ellas procedan a la mayor brevedad posible a elegir un go
bierno provisorio, que presida interinamente la dirección de los
negocios públicos.
Con tan patriótico fin, el general en jefe invita al Sr. Co
mandante general, resuelto como está a no intervenir para nada
en un acto que es de exclusivo derecho del pueblo santafecino.
El general en jefe saluda al señor comandante con su consi
deración distinguida.
Juan Lavalle.
(Archivo Pacheco, vol. Correspondencia, 1840).
(239) Santa Fe, octubre 9 de 1840.
Sr. General don Juan Lavalle.
Mi estimado General:
En este momento se me presenta uno de los soldados de Oro
ño y dice que éste ha sido derrotado por una fuerza de Más
cara; que pasó a la isla; que han perdido las caballadas, ar
mas y monturas. Con el que me da la noticia han venido hasta
las quintas de la ciudad 27 hombres. Les he dado orden de per
manecer aquí. Oroño viene con la demás gente por las islas.
Después de este suceso, es fácil al enemigo arrebatarnos la
caballada que tiene en la isla el mayor Herrera. En conse
cuencia, le doy orden para que la saque mañana temprano.
Bejarano ha reunido ayer 700 caballos en estado de servir
Puedo proporcionar a Vd. hasta 1000. Supongo que este número
será bastante para la división, que debe marchar a atajar a
López y traer a su regreso ganados. Esta operación me parece
de suma importancia.
Ayer interceptamos la comunicación, de que envío a Vd. co-
154 ERNESTO QUEBADA
Tras este insignificante éxito, y habiendo descuidado
su base de operaciones, alejándose de la provincia de
Buenos Aires y de la de Córdoba, donde se preparaba
a operar el ejército de Lamadrid, Lavalle tuvo otra va
cilación funesta para la causa que defendía. En vez de
resolverse a su rápida incorporación con Lamadrid,
pia. He prendido en consecuencia, a los Osunas, Alzogaray y
8 más enemigos nuestros.
Parece indudable que Echagüe ha sido completamente batido.
Nos da esta noticia una mujer, que llegó a las 12 de la noche
de ayer. Dice que ella ha hablado con los mismos soldados de
la escolta de Echagüe que se preservaban dispersos en la Ba
jada, que allí estaban dispuestos a abrir las puertas al ge
neral Paz, sin hacerle la menor resistencia. La mujer dice que
su marido ha marchado esta madrugada a llevar esta noticia a
su campo. Si ha llegado, usted sabrá por él estos pormenores.
Los buques están 4 leguas de aquí. Hemos mandado un
hombre, que les lleva noticias y nos traerá las que tengan de
Montevideo.
Mientras López permanezca donde está, nos es imposible ase
gurar las caballadas en la isla, y el abasto de esta población
será muy difícil.
Esta noche sale el chasque para Córdoba, que se volvió por
los sucesos de Coronda.
Si Vd. quiere escribir a Montevideo, despacharemos un lan-
chón, que saldrá en el momento que recibamos sus comunica
ciones.
Esperamos el boletín de Vd. y la proclama. Nos ha parecido
bien publicar el trabajo del general Triarte, que tiene, por ser
una relación detallada, el mérito que le falta como boletín.
En la aduana no hay armamento de caballería. Si Vd. man
da una división sobre Máscara, de aquí se podrían mandar al
paso de Miura o de las Piedras los 1000 caballos que ofrezco a
Vd.
Me repito su afectísimo servidor.
Pedro Rodríguez del Fresno.
Mi querido general: *
Ayer fué la elección del gobernador. Rodríguez ha sido electo.
Comunicará a Vd. su nombramiento oficialmente.
Me ha parecido bien publicar la carta de López, refutada
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 155
acampó en los alrededores de la ciudad recién tomada,
pastoreando su inmensa caballada en los Calchines, lo
que le fué fatal.
Mientras Lavalle malgastaba así su tiempo y demos
traba no saber cuidar del principal elemento de guerra
entonces — el caballo — Rosas desplegaba una actividad
febril, y en cada carta se ocupaba con especial solicitud
justamente de lo que su contrario descuidaba, de las ca
balladas (240). Al mismo tiempo hacía construir mapas
por Rojo, que me va a ayudar en la redacción, porque yo sólo
no basto.
Siempre de Vd. atento servidor.
Félix G. Frías.
Tenga Vd. la bondad de decir al general Iriarte, que irán sus
encargos mañana.
(Archivo Pacheco, vol. Correspondencia 1840. f, 153. M. S.
original).
(240) Partido de Morón, octubre 9 de 1840.
Señor don Angel Pacheco:
Mi querido amigo:
Doy principio a la contestación de tu apreciable fecha Io. del
corriente, manifestándote ser muy acertadas todas tus dispo
siciones, y muy recomendables tus tareas, e ímprobo trabajo.
Te mando los artilleros que me pides, y he ordenado y reco
mendado sean de los mejores. En cuanto a municiones, te man
do de las que aparecen de la relación, porque no sé los ver
daderos calibres. — Puedes pedirme las que necesites.
Del vestuario que te mando, puedes proveer o remediar al
batallón Independencia.
Por la relación verás el armamento, prendas de vestuario,
yerba, tabaco y papel, que te mando. Advertirás varios artícu
los de armamentos, etc., en pequeño. Los mando aprovechando
la oportunidad, porque pueden servirte para llenar algunas fal
tas, o necesidades, o para reponer algo inútil; y porque sino te
sirve algo, y te estorba, puede lo que fuese regresar en las
mismas carretas.
Respecto de los caballos, como ya te indiqué, he prevenido a
los jueces de paz del norte hasta Lobos, que todos los gordos
que vayan recibiendo, te los vayan mandando. Igual número
de los que te llevasen gordos, podrían traer los conductores de
156 ERNESTO QUESADA
especiales del teatro de la guerra, y se los remitía a Pa
checo (241).
los que ya convenga pasen a invernada. De este modo conser
varías la dotación de las divisiones, sin perjuicio de las inver
nadas de ellas por Ramallo, o en los mejores campos por esa
parte. Pero sobre esto también tú debes disponer lo que consi
deres más acertado. A mí lo que me parece es, que por esa
parte solo debe conservarse una dotación abundante para ese
ejército. Es decir, en poder de sus divisiones las necesarias, y
en sus invernadas en los mejores pastos la otras, donde estén
seguras y, que, engordando, sirvan para ir mudando aquellas,
como lo que me indicas se ha empezado a hacer en Ramallo
y más acá.
En lo que sí estoy fijo es que no debe quedar, si posible es,
ni un caballo en las estancias, chacras, etc. Solamente los pre
cisos en los juzgados para hacer correr los chasques como me
indicas, y para los demás objetos relativos al servicio puramen
te del ejército. Es decir que considero conveniente que todas las
caballadas estén en poder de los diferentes cuerpos del ejér
cito, y en sus invernadas, de modo que nunca puedan servir al
enemigo, y que durante la guerra, y hasta su terminación, así
continúe. Así lo estoy haciendo, sin dejar de repetir la orden
a cada instante a los jueces.
Por mandarte la carta de la provincia de Santa Fe que me
pides, y la relación de lo que llevan las carretas, he demorado
hasta hoy este chasque. Va ésta pero no aquélla; porque aun
no la han acabado. Quizá venga mañana, así que llegue te la
mandaré. No la había aparente, y la mandé hacer.
Se que está buena mi señora doña Dolores, y tus cariñosos
hijos. Le mandé una tuya, y va la adjunta, que debe ser su
contestación.
Deseando tu mejor salud y acierto, quedo, como siempre, tuyo
fino, atento amigo
Juan M. de Rosas.
(Archivo Pacheco, vol. Correspondencia 1840, f).
(241) Excmo. señor gobernador y capitán general. Ilustre
Restaurador de las leyes, brigadier don Juan Manuel de
Rosas:
Mi general de todo mi respeto:
En el momento que concluyo el mapa que V. E. ha deseado,
lo presento a mi señora doña Manuelita, para que a la mayor
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 157
Lavalle se ilusionaba con que la escuadra francesa le
suministraría de nuevo auxilios, ignorando que en esos
días se celebraba en Buenos Aires el tratado Mackau-
Arana, y que ya las fuerzas francesas habían recibido
orden de abandonarlo. Las fuerzas federales seguían re
concentrándose a gran prisa en C'oronda. Lavalle titu
beaba entre reunirse a Lamadrid en Córdoba, o a Paz
en Corrientes: sabía que en ambos casos no sería sino
brevedad sea remitido a V. E. Este mapa es construido, en lo
que comprende de Santa Fe, en virtud de datos y conocimientos
de distancias relativas que yo había podido adquirir en la pro
secución de los trabajos geográficos de nuestras provincias, d©
que constantemente me ocupo: fácil será a V. E. conocer, com
parando este actual mapa con todos los que hasta hoy se han
publicado, el notable embrollo y desatinada confusión en que
están (en estos) los caminos principales, arroyos, etc.: por lo
mismo conozco que era imposible que V. E. pudiese guiarse o
servirse de los dichos mapas publicados, pues basta la menor
noción de las localidades de la comarca que aquí se representa,
para juzgar de aquellas incoherencias, transposiciones, supre
siones, etc.
Lo que yo he trabajado es únicamente lo que poseía en mis
borradores; no he conseguido algún práctico a quien consultar
o averiguar para adelantar algunos conocimientos, más en la
parte interior limítrofe con Córdoba. El señor Benitez, que
estuvo a verme esta mañana con este objeto, dice que solo es
práctico de la costa; lo cual yo ya tenía ordenado.
Deseo que este trabajo, así imperfecto o incompleto, merezca
la aceptación de V. E.; pues por mi parte, ni en esto ni en
otra cualquier cosa malograría yo la ocasión de ser de algún
modo útil a V. E.
Pido a V. E. el favor de que, no requiriéndolo la naturaleza
indispensable del servicio, no se permita sacar copia de este
mapa, ni de sus datos; pues aun cuando estos sean demasiado
vulgares, no es dado a cualquiera ordenarlos de un modo con
secuente entre sí, en la manera que aparecen: este trabajo es
fruto y parte de las continuas tareas que desde muchos años
sobrellevo, para llegar al fin a completar una obra algo digna
de nuestro país en materia de geografía. Por esto evito publi
caciones parciales, o suministrar trozos a nadie; pues esto solo
158 ERNESTO QUESADA
el segundo en el mando. Tomó al fin la resolución de di
rigirse a Corrientes, adonde resolvió mandar como co
misionado al general Triarte: pidió entonces a la escua
dra francesa que lo transportara con sus fuerzas por el
río Paraná. La escuadra demoró contestarle, esperan
do de un momento a otros órdenes de Mackau.
En ese Ínterin, llegan a Lavalle las comunicaciones de
Lamadrid avisándole su entrada triunfal en Córdoba y
la instalación del gobierno unitario de Alvarez. Cambia
entonces Lavalle de plan (242); abandona la idea de ir a
conduce a dar materia de especulación a tal o cual extranjero
pedante, para lucir estudios y trabajos ajenos: dentro de poco
yo pienso llegar a mi término; y para entonces desde ahora,
me atrevo a invocar y contar con la poderosa protección de V.
Excelencia.
Suplico a V. E. que disimule la difusión de esta carta, y que
me repito su muy obediente y adicto servidor Q. S. M. B.
José Arenarles.
Mañana entregaré otro ejemplar del presente mapa.
Octubre 9 de 1840.
(Archivo Pacheco, vol. Correspondencia 1840).
(242) El general Triarte no marchó a Corrientes, sino que
fué sustituido por el mayor Ferreyra. Acerca de este incidente
da curiosos detalles una comunicación inédita del general Triar
te, datada en Santa Fe, a noviembre 12 de 1840, y dirigida
"al Honorable Congreso de la provincia de Corrientes.”
Es una larga relación de toda la campaña, y dice, entre
otras cosas:
"Las comunicaciones de S. E. el señor general en jefe del
ejército libertador, que el sargento mayor, don Dionisio Fe
rreyra pondrá en manos de V. H., lo impondrán que el preci
tado señor general me había comisionado cerca del gobierno y
del honorable congreso de Corrientes, para dar las explicacio
nes convenientes sobre los diferentes puntos contenidos en los
mencionados despachos; pero sucesos imprevistos entonces pos
tergaron mi salida de esta capital, y otros más recientes me
han obligado a desistir. Tengo orden del señor general en jefe
de dar a su nombre un pleno conocimiento a V. H. porque sus
complicadas y continuas atenciones lo imposibilitan para hacer-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 159
Corrientes, donde el general Paz había ya organizado
lo por sí mismo, como tenía determinado; pues hoy, o mañana
a más tardar, debe ponerse en marcha con el ejército de su
mando, para efectuar su reunión con el 2o. ejército del norts,
al mando del señor general, don Gregorio Aráoz de Lamadrid.
“Asimismo, y en cuanto lo permiten los límites que deben
observarse en una nota oficial, llenaré el deber de dar a V. H.
las explicaciones a que se refiere el excmo. señor general en
jefe, al tiempo de elevar al conocimiento del honorable congre
so mi nombramiento.
“El 15 del ppdo. llegué a esta capital, procedente del cuar
tel general, y el 17 estuve despachado por el señor general en
jefe: me ocupé desde entonces del apresto de un buque que me
condujese hasta Goya, y el 20, víspera de mi proyectada par
tida, se recibió la noticia que 3 buques mercantes, fletados por
el ejército para su servicio y que conducían vestuario, armamen
to y municiones, habían sido atacados por 3 lanchones artilla
dos y 4 chalanas armadas enemigas, y aunque fueron rechazadas
con valentía, mi viaje se hizo impracticable, hasta tanto que se
concluyese el armamento de una fuerza sutil, que en el día está
próxima a salir para el Paraná. En este intermedio, se recibie
ron, el 31 del mismo mes, las noticias más satisfactorias de los
ejércitos libertadores del interior, y del pronunciamiento de la
benemérita provincia de Córdoba en favor de la buena causa
contra el tirano de Buenos Aires; y él deseo de concurrir per-
socalmente a la próxima campaña que va a abrirse, me decidió
a presentar al señor general en jefe una escusación: ésta fué
admitida, y es la razón por la que el señor general en jefe
ha ordenado que_ el sargento mayor Ferreyra sea el conductor
de las comunicaciones a que me he referido...
“...después del 16 de julio el general en jefe no le quedó
otro arbitrio que pasar sin demora el río Paraná. El ejército,
aunque conservaba su moral, no estaba ya en actitud de pro
vocar otro encuentro, no podía dirigir sus marchas a la provin
cia de Corrientes, pues por su frente e izquierda le obstruía el
paso el ejército libertador superior en número en todas ar
mas, y con exceso en infantería y artillería; en otra batalla
todas las probabilidades estaban en favor del enemigo. Por
su derecha, los ríos de Nogoyá y Gualeguay eran un poderoso
obstáculo para un ejército en retirada y seguido por su adver
sario; y en tal estado no se presentaba otro recurso que pasar
160 ERNESTO QUEBADA
importantes fuerzas y se encamina en dirección a Oórdo-
el Paraná con todo el ejército para salvarlo. El general en
jefe, sin embargo, reunió los jefes correntines y les ofreció
pasaporte a todos los que quisiesen regresar a su provincia; al
gunos lo admitieron, pero el mayor número unánime declaró que
estaban bien dispuestos a llevar la guerra contra el tirano al
territorio de la provincia de Buenos Aires, o de Santa Fe,
convencidos que era en las circunstancias el mejor y único par
tido que debía tomarse.
“Los sucesos posteriores están consignados en el boletín sus
cripto por el general en jefe, y, por lo tanto, me creo relevado
de ulteriores explicaciones, puesto que reina en este documento
la más severa imparcialidad, y los hechos no tienen otro colorido
que el de la desnuda verdad.
“Desde que desembarcamos en San Pedro, el general en jefe
se ocupó de los medios para ponerse en comunicación con el ge
neral Lamadrid, lo consiguió en efecto, y la noticia de la lle
gada del ejército libertador a las playas de la provincia de Bue
nos Aires hizo revivir el fervoroso entusiasmo de nuestros com
patriotas del interior, cuya situación en verdad no era muy fe
liz desde que el ejército tucumano se había visto obligado a
retirarse a aquella capital, después de haber abierto la campaña
sobre Santiago del Estero, a consecuencia de la defección del
traidor Gutiérrez. El 2o. ejército abrió, pues, su segunda cam
paña, derrotó al liberticida Aldao, y con su presencia desper
tó en los beneméritos habitantes de la provincia de Córdoba el
amor sagrado de la libertad, y una revolución gloriosa de in
mensas consecuencias ha sido el resultado del importante movi
miento del 2o. ejército del norte; pero este ejército estaría aun
estacionado en Tucumán, sin la aparición del ejército libertador
en la orilla derecha del Paraná; y es pues, una evidencia que si
el general en jefe no hubiera tomado la resolución de trans^
portarlo, la causa do la libertad habría ya sucumbido, y el ti
rano estaría dominando, sino en todas las provincias, al menos
en las del sud y litorales; cuando en el día, gracias a tan feliz
determinación, inspirada sin duda por el genio benéfico de la
libertad, que patrocina nuestra causa, el verdugo Rosas tan solo
cuenta con la desgraciada provincia de Buenos Aires, para
oponerse a una invasión en masa.
“Tal es, honorable congreso, el cuadro brillante que ofrecen
hoy nuestros negocios, y en los documentos insertos en el
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 161
ba, a través de un verdadero desierto.
7 del Libertador, verá V. H. que no lo he exagerado. Aconte
cimientos de tanta magnitud han resuelto al general en jefe a
abrir una nueva campaña, y la dirección de sus marchas será
hacia el 2o. ejército, que también está ya en movimiento hasta
encontrarse con nuestras fuerzas, a cuyo fin ha sido incesante
la comunicación que el general en jefe ha sostenido con el se
ñor general Lamadrid, desde que éste entró en Córdoba
Esta resolución es a todas luces necesaria y justa, después de
la grandiosa revolución de Córdoba, y del casi total exterminio
del ejército de Aldao, que ha sido segunda vez derrotado por
el 1er. ejército del norte, al mando del señor general Brizue-
la. V. H. encontrará, además de estas razones, una más, y bas
tante por sí sola, en las comunicaciones que conduce el sargen
to mayor Ferreyra, para aprobar la determinación del general
en jefe. Los pueblos en masa van a marchar contra el tirano,
y todas las provincias de la república reconquistarán su liber
tad y sus derechos en los campos de la provincia de Buenos
Aires, que va a ser el teatro de la guerra.
"Al abrir el señor general en jefe su nueva campaña, deja
esta capital en estado de defensa, quedando en ella el excmo.
señor gobernador provisorio con tropas de su provincia, y al
gunas más pertenecientes al ejército libertador. El ejército de
Buenos Aires, cuya fuerza total no asciende a 3000 hombres, y
que ha estado estacionado cerca de un mes en las inmedia
ciones do Corondo, al mando de Oribe y Pacheco, sabemos que
se ha retirado. . . ”
(Archivo Pacheco, vol. Notas 1840, f. 272).
Es curioso observar que el general Triarte era casi siempre
el elegido por Lavalle para misiones semejantes. Por eso Paz
(Memorias postumas) ha ido hasta decir que ese rol "era poco
honroso.” Lo que había es que el general Triarte era lomo ne
gro, y Lavalle solo miraba con buenos ojos a los unitarios. Los
jefes lomo negros, al llegar al campamento Triarte, le dijeron:
"Gracias a Dios que tenemos un general de nuestro partido,
aquí nos tienen en cuenta de perros.” Y el general contesto
(Ataque y defensa y juicio sumario de las Memorias del general
Pas, por el general Tomás Triarte. Buenos Aires 1855, p. 22) :
"Señores, aquí no hay partidos, en este ejército hay una sola
cabeza, el general Lavalle, a quien todos debemos obedecer cie
gamente.” Y permaneció sin cargo alguno, acompañando a La-
valle, hasta que ya en Tucumán no le fué posible seguir.
XIII
ORIBE Y SU MANDO EN JEFE DEL EJERCITO
FEDERAL
Mientras tanto, la retirada de Lavalle de la provincia
de Buenos Aires y su entrada a la de Santa Fe, haciendo
retroceder ante su empuje al gobernador López (a) Mas
carilla, y perseguido por Pacheco, planteó un problema
militar que estuvo a punto de hacer peligrar la efica
cia de la acción de Rosas.
Estando las provincias argentinas sólo confederadas y
sin gobierno central, más que para las relaciones ex
teriores, su régimen interprovincial dependía de las es
tipulaciones del tratado cuadrilátero. Con arreglo a és
te, en caso de conmoción interna y1 de auxilio militar de
una provincia a otra, mandaba en jefe las fuerzas re
unidas el gobernador del territorio en que se encontra
sen.
De ahí que apenas pisaron las fuerzas de Pacheco el
territorio de Santa Fe, el gobernador López principió a
querer disponer de ellas. Pero era evidente la inferiori
dad militar de jaquel funcionario, y su incapacidad era
notoria; a sus órdenes, se habría seguramente cometido
164 ERNESTO QUESADA
otra nueva cag anchada. (243) Pacheco así lo compren
dió; desconfiaba, además de la lealtad de López (a)
Máscara (244), y por eso se resistió a las medidas absur
das del gobernador santafecino, pues éste quería des
membrar sus fuerzas, quitándole la infantería y arti
llería para incorporarlas a su propia división.
Además, Oribe con su núcleo oriental acababa de pa
sar de Entre Ríos y actuaba por su cuenta en Santa
Fe, pretendiendo que, en su calidad de presidente cons
titucional del Estado Oriental, era el aliado del gobier
no de la Confederación, y no le tocaba someterse a los
gobernadores de provincia. Esa circunstancia anarqui
zaba las fuerzas federales, impedía una dirección única
y concentrada, y constituía una gran ventaja para La-
valle. El conflicto era insoluble entre Pacheco, López y
Oribe: el primero se dirigió a Rosas exponiendo la sitúa-
(243) Alusión a la incapacidad de Echagüe en la batalla de
Cagancha. Cf. carta del unitario disfrazado, en nota supra. Los
contemporáneos pretenden que el unitario disfrazado era el se
ñor Giró.
(244) Necesario es tener en cuenta, además, que la conduc
ta del general Juan Pablo López era ya entonces muy equí
voca. “López — dice Díaz, Historia política y militar, cit. V. 52
— estaba de acuerdo con el gobernador de Corrientes, don Pedro
Ferré, pero no había podido pronunciarse: primero ,porque las
fuerzas que estaban bajo sus órdenes, y las del general Oribe,
eran compuestas de cuerpos enviados en su mayor parte de Bue
nos Aires. Sobre esta clase de tropas no tenía ascendiente al
guno el general santafecino, ni las fuerzas de su provincia erau
suficientes paja empeñar con ventaja un suceso. El gobernador
de Santa Fe había perdido en consecuencia la confianza del
general Rosas, cuyo carácter suspicaz trató en vano de ador
mecer con protestas repetidas de una lealtad, cuya exageración
estaba denunciando la falsedad de su origen. Más tarde el caudillo
santafecino, temiendo las consecuencia de una conducta que se
había hecho notoria, se pronunció definitivamente.” López (a)
Máscara, se declaró por los unitarios en noviembre del año
siguiente (1841).
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 165
ción, indicando que mientras tanto adoptarían como mo-
dus vivendi la formación de un cuerpo mixto (245).
(245) Viva la federación.
Campo general, en Pabón, en Octu
bre Io. de 1840 — Año 31 de la Li
bertad, 29 de la Independencia y 11
de la Confederación Argentina.
Al Excmo. señor Gobernador y Capitán General de la provincia,
Ilustre Restaurador de las Leyes, Brigadier don Juan Ma
nuel de Rosas.
Excmo. señor:
Tengo el honor de escribir a V. E. el recibo de las notas que
se ha servido V. E. dirigirme; dos, con fecha 21, el duplicado
y triplicado de fecha 22, dos notas más de la misma fecha,
una del 25, y otra del 26, todas del mes corriente.
A consecuencia de las dos cartas que tengo el honor de acom
pañar a V. E. original la del excelentísimo señor gobernador de
esta provincia, y en copia la de S. E. el señor presidente del
Estado Oriental del Uruguay, se formará un cuerpo mixto, con
el que marcharé dentro de dos días, hasta encontrar y batir a
los salvajes traidores unitarios, cuya posición me parece que no
la abandonan.
Con ese motivo, doy orden para replegarse a las dos divisio
nes que había separado a larga distancia sobre mi flanco iz
quierdo, en observación del salvaje unitario Valdés; pero, siendo
ya conocida la inferioridad de su fuerza, abandonaré su persecu
ción al mayor Plaza, a la guarnición del fuerte Federación, y
a 200 hombres al mando del capitán Soto, de cuyos movimientos
dan una idea exacta las copias que pongo dentro de esta cu
bierta.
De los ciudadanos que se han ido reuniendo llevo más de 500
hombres desarmados, como lo advertirá V. E. por los dos solos
estados del regimiento núm. 2 y secundo escuadrón del de cam
paña. Si en el armamento de estas plazas se dignase V. E. agre
gar algunos machetes de los que he visto en los almacenes de ese
ejército, son muy necesarios para el lancero.
Ni los oficiales ni la tropa tienen vicios, ni de donde sa
carlos.
Dios guarde a V. E. muchos años.
Excmo. señor.
Angel Pacheco,
(Archivo Pacheco, vol. Borradores, 1840, f. 252).
166 ERNESTO QUESADA
El gobernador López consintió en deferir también a
Rosas la solución del conflicto, esperando mientras tan
to (246) y para, evitar choques, pretextando arreglos
Contestación de Rosas.
Ramos a Pacheco, Santos Lugares, Octubre 6.
Al resumir la nota, agrega: “hasta encontrar y batir a los
salvajes traidores unitarios, a no ser que antes encontrase Vd.
a S. E. el señor gobernador López, quien tomará entonces el
mando por su categoría de capitán general, dispondrá lo que
juzgase más conveniente. Estando facultado para proceder con
plena libertad, todo lo que Vd. haga y disponga, será siempre
aprobado por S. E.”
(246) FEDERACIÓN, PATRIOTISMO, LEALTAD O MUERTE.
Cuartel general, Octubre 14 de 1840.
Año 31 de la libertad 25 de la In
dependencia y 11 de la Confedera
ción Argentina.
XZ señor general don Angel Pacheco:
Desde que V. S. pisó el territorio de esta provincia con su fuer
te y valiente ejército, alimenté fundadamente la esperanza de
que el traidor salvaje unitario Juan Lavalle sería inmediata
mente batido y exterminado. Tal era, y es, el voto y ardorosos
deseos de mis bravos; y que de este modo, y con un golpe de
muerte (que no puede dudarse) se daría un día grande de glo
ria a la patria, y terminarían los perjuicios e incalculables ma
les que afligen a esta provincia, reduciéndola a su total deso
lación.
No han podido realizarse aquellas lisonjeras esperanzas de dar
una acción decisiva, tanto más fundadas, cuanto que V. S. in
dica al infrascripto en una de sus apreciables notas, traer
consigo los batallones de infantería Costa y Rincón, con 4 pie
zas de artillería; por razones que ha manifestado, que si no
han producido el convencimiento del ánimo del que firma, se
ha prestado, sin embargo, deferentemente a esperar la aproba
ción del excelentísimo gobierno, encargado de los negocios de
paz, guerra y relaciones exteriores; mas una total inacción, en
tre tanto se obtiene aquella resolución, no sólo perjudica alta
mente a los intereses generales, a juicio del que firma, sino a su
opinión misma, y se da tiempo al enemigo para descansar sus
caballos, para prepararse más y más a una batalla decisiva,
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 167
con el gobernador Echagüe, pasó a Entre Ríos, delegan
do en ei ínterin el mando en Pacheco, circunstancia que
éste aprovechó para batir a las fuerzas de Lavalle (247).
Rosas, apercibido de la gravedad de la situación, se
apresuró a cortar el nudo gordiano, refundiendo todas
las fuerzas militares que operaban sobre Lavalle, en lo
que llamó “ejército unido” y confiando su mando supe
rior a Oribe. He aquí las razones que tuvo para ello:
“Soy yo hoy — decía Rosas a Pacheco, en octubre 18
y para proveerse de cuantos elementos le sean precisos a ese ob
jeto, de tan grande importancia.
Las provincias de la Liga, que habían fundado sus esperanzas
en la reunión de los dos ejércitos, y que miraban en esto el to
tal y pronto exterminio de los salvajes unitarios y su execra
ble caudillo, formarán los comentarios que quieran, e interpre
tarán la dilación en perjuicio sin duda, del infrascripto; por
lo mismo, espera el que firma que V. S. se servirá franquear
le la fuerza de 400 hombres bien montados, y 400 caballos, para
principiar sus operaciones hostiles contra el enemigo, descansan
do entre tanto el resto del ejército donde convenga y designe.
Dios guarde a V. S. muchos años.
Pablo López.
Calixto Vera.
{Archivo Pacheco, vol. Documentos oficiales, 1840, f. 259).
(247) El general Pacheco, en nota a Rosas, fechada en el
“ Monte de los Padres” a Octubre 21 de 1840, le dice:
4 ‘ La lluvia copiosa con que nos ha favorecido el cielo, nos
pone ya en actitud de emprender algunas operaciones gene
rales. Habiendo pasado a el Entre Líos 8. E. el señor gobernador
de esta provincia, con el objeto de acordar asuntos importantes,
con 8. E. el señor general Echagüe, se sirvió encargarme {hasta
su regreso) la dirección del ejército: con esta ocasión determi
né que el teniente coronel don Jacinto Andrade, con 400 tira
dores de este cuerpo, marchasen, cubriéndose del monte, a ata
car tres escuadrones de los salvajes unitarios acampados en las
quintas de Santa Fe, y a cualesquiera otros destacamentos de
que tuviesen noticia, como que aprovechasen las ventajas que
les ofrece su repentino ataque.”
{Archi/vo Pacheco, vol. Notas 1840, f. 267).
168 ERNESTO QUESADA
(248) — el general en jefe del ejército de la república,
a cuya cabeza estoy, y mientras no esté en ese cuerpo de
ejército, perteneciente a aquél, el que le corresponde co
mo segundo, por la investidura que tiene, y que es el ge
neral Echagüe, soy de opinión que el general Oribe des
empeñe las funciones de tal. De este modo creo que todo
se concilia y que nuestro compañero el señor López, co
mo tú, quedarán gustosos con el nombramiento (249); pri
mero, porque la elección recaería en un general digno de
este elevado rango; segundo, porque así es justo que le
correspondamos todos, cuando llega el caso de elegir ge
neral en jefe interino de ese cuerpo de ejército, en cu
ya virtud nada más natural que entre tres amigos, dig-
(248) Véase el texto íntegro de la carta de Rosas, ut supra.
Hemos insistido en aclarar este punto, porque se rodeó siem
pre de cierto misterio el hecho singular de que en aquella guerra
argentina los ejércitos fueran mandados por un extranjero.
(249) He aquí lo que contestóle Pacheco: “Monte de los Pa
dres, octubre 24 de 1840. Excmo. señor Brigadier D. Juan M.
de Rosas. Señor: La carta que V. E. me ha hecho el honor de
escribirme con fecha 18 del presente mes, la he presentado ori
ginal a los señores generales, S. E. el señor brigadier D. Ma
nuel Oribe, y el señor gobernador D. Juan Pablo López, y hoy
mismo se la he remitido la copia al excmo. señor general en
jefe del ejército confederado, D. Pascual Echagüe. Creo que el
primero contestará a V. E. después que haya obtenido la con
testación del señor general Echagüe. La adjunta copia es la
que me contesta el señor López, al partir para el Rosario, a
donde lo llamaban asuntos del servicio. Relativamente a mí, con
sidero muy acertada la elección en el señor Oribe: a V. E. le
es constante mi único deseo y mi perfecta conformidad con sus
superiores disposiciones, por otra parte, muy arregladas al or
den militar. Desde ahora puedo pronosticar a V. E. que, si se
obra con la actividad eon que ha debido hacerse desde 18 días
a esta parte, el salvaje unitario Lavalle debe sucumbir sin re
medio, con solo un cuerpo de ligeros: tal ha sido y debe ser
aun su crítica situación. El golpe que recibieron los traidores,
a las puertas mismas de Santa Fe, es de más consideración de
lo que expresa el parte del teniente coronel Andrade: perdie-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 169
nos hijos fieles de la confederación y de la América, me
incline por ahora al de más graduación. Debes, pues, de
cir a los enunciados generales que tengan ésta por
suya...”
ron al coronel Acuña, un mayor de correntines, 2 oficiales y más
de 120 muertos y 1 oficial y 26 prisioneros. Con otra tropa que
no se hubiese detenido en el despojo, habrían tomado las 9
piezas de artillería que habían abandonado en la plaza, sin em
bargo de estar cubiertas por las trincheras. Ha empezado con
fuerza la deserción de los correntinos y según los pasados, no
bajan ya de 200 en estos últimos días. Sería muy abundante
también hacia esta parte, pero están todos persuadidos que a
los que se pasan se les mata aquí irremediablemente, por lo
que sería tal vez oportuno algunos ejemplares emplear, para
disuadir a aquella clase pobre que, habiendo sido arrastrada, no
titubearía en volver a sus hogares.
Los lanchones del Entre Ríos han tomado 1 buque de los 3
que venían a Santa Fe para los salvajes unitarios. El tiroteo
se sostuvo por algunas horas, aunque solo un buque, de los 3,
hacía fuego. Este es un nuevo triunfo que me ofrece la oca
sión de felicitar a V. E. a nombre mío y de los señores jefes,
oficiales y tropa de mi inmediato mando. Nuestras caballadas
se han postrado bastante: apenas hemos podido conservar la de
reserva en regulares carnes. Este estado lo ha causado: Io. la
absoluta escasez de pasto en las costas; 2°., el servicio fuerte,
principalmente en la provisión, y 3°., la tolerancia y falta de
economía en algunos jefes, sin embargo de las repetidas órdenes
que se han dado a este respecto. Hoy tenemos reunida en los
montes toda la caballada. Está bueno el campo, pero es con
tra todas las reglas, y lo peor es que no podemos ocuparnos
de la instrucción, que es tan precisa. Por las comunicaciones que
acompaño a V. E. adjuntas, se persuadirá del estado miserable
de la provincia de Córdoba, y de la necesidad de que V. E.
reanime aquellos; espíritus, mientras después de concluir con
los que tenemos al frente, pasa una columna a castigar los crí
menes del inmundo asqueroso traidor Lamadrid, sino viene tam
bién a concluir aquí; y otra irá, naturalmente, a terminar el
estado de agitación en el Oriente. Tal es la perspectiva de la
guerra, que se presenta delante de mis ojos, y solo es preciso
para verlo realizado, un cálculo inteligente y mucha actividad:
todo lo tenemos.”
XIV
LA PERSECUCION A LAVALLE
El general Oribe, pues, se puso a la cabeza del “ejér
cito unido”, y principió a perseguir tenazmente a La-
valle. Este se dió cuenta del peligro que corría, e inme
diatamente comprendió que la salvación de la causa uni
taria estaba en oponer un ejército concentrado al unido
de la confederación. Era, pues, necesario procurar la re
unión con Lamadrid, que se encontraba a la cabeza del
brillante ejército de la coalición. Lavalle resolvió enton
ces evitar todo choque con Oribe y, a marchas forza
das, dirigirse a Córdoba por el desierto. Le trasmite,
pues, sus instrucciones a Lamadrid (250) y, apenas prin-
(250) He aquí ese importante documento inédito:
Cuartel general en los Calchines,
Noviembre 12 (1840) a mediodía.
fieñor general don Gregorio Aráoz de La Madrid:
Mi bravo amigo:
Nuestro Alico llegó a este campo ayer tarde y me apresuro a
despacharlo porque es urgente hacer saber a Vd. que no de
be ya practicar la marcha que le indiqué en mis anteriores.
Estando, pues, de prisa, dejaré la contestación de sus apre
ciables del 3 y 5 del presente que me entregó Alico, para cuan-
172 ERNESTO QUESADA
cipiada su marcha, Oribe, que estaba vigilante, logró sa-
do tenga el placer de estrecharlo en mis brazos, y sólo me con
traeré a manifestar a Vd. la operación militar que, a mi jui
cio, deben ejecutar ese y este ejército, teniendo en vista la
situación actual del enemigo.
Alico me asegura que el cautivo Cabrera y su compañero pa
sarán bien y como en la carta que conducía para Vd. le in
cluía una elave, me empezaré a servir de ella por precaución,
bien entendido que, si por accidente, la citada clave no hubiese
llegado a sus manos, Alico va impuesto y ha comprendido bien
lo fundamental de la operación, es decir, las marchas que Vd.,
el comandante Salas y yo, debemos efectuar. Será necesario
que Vd. le escriba a este jefe inmediatamente después de reci
bir ésta, pues como él no tiene la clave, yo no hago sino indi
carle.
Todos nuestros raciocinios sobre las operaciones más inme
diatas, deben partir del principio de que es necesario sostener
a Santa Fe, porque es moral, político y justo, y porque además
lo reclama la humanidad. La población de esa ciudad se ha de
cidido por nuestra causa y nos facilita ya 400 guerreros, cuya
mitad es caballería. Es preciso que Vd. sepa que del Carca-
rañá para el norte no hay ganado alguno. El enemigo ha con
sumido y exterminado el que había hasta el Salado, pues ha
creído hacer con esto una hostilidad eficaz a la capital de esta
provincia, cuya población y este ejército* han consumido casi
todo el resto, La ciudad no tiene víveres sino para 20 días,
y este ejército para ocho, La guarnición de la ciudad es fuer
te, pero no puedo dejarle caballos, y de consiguiente 200 hombres
montados bastan para rendirla por hambre,
Teniendo presente esta circunstancia, convendrá usted en la
necesidad de arrojar a Pacheco de esta provincia, bien sea por
una batalla, si lo podemos obligar, o bien forzándolo a una
retirada que sea desastrosa para el moral y el físico de su
ejército; pero es preciso también dejar protegida la capital y
traerle ganados de la frontera del Tío. Creo que el comandan
te Salas es a propósito para esto, con una columna que no baje
de 600 hombres.
La operación que indiqué a Vd. en mis anteriores, era con
concepto a que Pacheco hubiese venido a tomar una posición
análoga a la nueva situación en que los ha puesto la gran revo
lución de Córdoba, suponiendo que se mantuviesen tenaces en
quitarme esta provincia, u obligarme a atacarlos en posicio-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 173
blearle la flor de sus tropas. “Por un descuido imperdo
nes elegidas por ellos, es decir, un bosque, donde sus< 800 in
fantes les hubieran dado una ventaja considerable. Le habrá
indicado a Vd. una marcha penosísima, pero no había reme
dio en el caso que acabo de expresar.
Pero Pacheco (según lo que me comunica un confidente) se
ha retirado a las barrancas, donde estaba el ocho del presente,
pero ignoro si habrá continuado su retirada. En cualquiera de
esos casos, o en el de que sea falsa la noticia del confidente,
y permanezca Pacheco en Coronda, es urgente que Vd. marche
con su ejército a Romero, para cuyo punto me pondré yo en
marcha mañana. Pero como tengo que esperar la reunión de
una columna que saldrá pasado mañana de Santa Fe, no podré
probablemente pasar el Salado hasta el 16. Es preciso que Vd.
traiga ganado para ese y este ejércico, que llegará muy ham
briento a Romero. Digo al comandante Salas, contestando sus
últimas cartas, que debe marchar también a aquel punto,
llevando ganado y caballada para este ejército, según la
orden que le ruego a Vd. le participe. Yo le entregaré
una buena y numerosa caballada de la provincia de Buenos Ai
res, pero flaca, la que, colocada en buenos pastos, será su
perior luego que engorde. En aquel punto acordaremos los mo
vimientos y el modo como Salas ha de auxiliar la ciudad de
Santa Fe, mientras nosotros ponemos la vista a un objeto más
grande. Ésta reunión, mi querido amigo, tiene doble importan
cia por la necesidad vital de que nos pongamos de acuerdo
sobre puntos esenciales y conducentes al éxito de esta lucha
verdaderamente sagrada.
Repito que es de gran necesidad que Vd. me traiga gana
do, y haga un esfuerzo por traer el mayor número de caballos
que pueda. Si Vd. retarda su llegada a Romero, haga adelan
tar ganado con una partida fuerte.
Supongo que Vd. escribirá sobre todos estos objetos al exce
lentísimo gobierno de esa provincia, a quien tuve el honor de di
rigirme con fecha 7 del presente. No quiero distraer sus aten
ciones sobre todos estos pormenores. Nosotros debemos sacri
ficar las formas y los usos de un orden regular, a la rapidez y
comodidad. Yo por mi parte estoy en un desierto donde no
tengo ni comodidad ni un momento desocupado, como lo verá
Vd. por la fisonomía de esta carta. Es bien obvio que los
174 ERNESTO QUESADA
nable — confiesa el mismo Lavalle — (251) de las divisio
nes Ríos, Méndez y parte de la infantería acantonada
a orillas de Santa Fe, sufrimos un combate que nos cues
ta la pérdida del teniente coronel Díaz, comandante
Méndez, y bastantes oficiales y tropa; y que me obliga
a remontarme basta Cayastá o más adelante”, y el ven
cedor, coronel Andrade, refiere los demás detalles en su
parte (252), pues los “acuchilló hasta una distancia de
propietarios de esos ganados han de ser resarcidos con ven
taja en la provincia de Buenos Aires.
Me repito su amigo siempre.
Juan Lavalle.
(Archivo Pacheco, vol. Correspondencia 1841, fol. 471. Esta
carta interceptada tiene en clave lo indicado con bastardilla en
el texto).
(251) Carta a Lamadrid, noviembre 20 de 1840, cf. Díaz.
Historia política militar, ed. cit., V. 76.
(252) Fechado en Arroyo de Aguiar, noviembre 16 (Diario
de la tarde, Diciembre 5 de 1840, núm. 2814). El coronel An
drade era un experto jefe santafecino, que ya en noviembre 2
había obtenido otro triunfo sobre las fuerzas de Lavalle, per
siguiéndolos hasta las calles mismas de la ciudad de Santa Fe
(c. parte fechada, noviembre 3 en el mismo número del Diario
de la tarde). La derrota de noviembre 15 fué muy seria.
HE1 general en jefe — dice el coronel Ella — marchaba a la
cabeza de la columna, sin llevar descubridores a su frente y en
completa seguridad, cuando repentinamente se sintió un fuerte
tiroteo a cierta distancia, sobre la derecha de la cabeza de la
columna y muchos toques de corneta. El día se mostraba apenas
en ese momento. Incontinenti, la columna hace alto, y el general
en jefe ordena al comandante Abalos desplegase en batalla sobre
la derecha por retaguardia de la cabeza. El movimiento de
despliegue se empezaba a ejecutar cuando la legión fué cargada
bruscamente por retaguardia de la izquierda por 2 escuadrones
enemigos, y la más brava legión del ejército fué arrrollada an
tes que hubiese acabado de desplegar ni podido conocer al ad
versario. ’ (Memoria histórica, loe. cit., XI, pág. 18). Lacasa,
en su Vida militar cit. juzga más discreto callar este combate,
que demuestra que el ejército de Lavalle no sólo no tenía disci
plina en su organización, sino que ni observaba los preceptos
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HEEBADO 175
10 cuadras, en cuya fuga envolvieron otras columnas,
dejando en el campo como 300 muertos, entre ellos por
ción de oficiales.’’ (253)
Apenas Lavalle se puso en marcha, se lanzó en su per-
más elementales del arte militar. Así pagó con creces esos pro-
cedimientos de montanera en presencia de un ejército regular!
(253) Ya días antes había recibido otro recio golpe, al que
se refiere este documento:
Santo Tomé, octubre 11 de 1840.
Excmo. señor general don Juan Lavalle:
Mi querido general :
El día 8 del corriente, llegó el teniente Siburu a la isla don
de me hallaba acampado, y en el momento de haberme informa
do de la disposición de V. E., tomé todas las medidas conve
nientes para hacer la retirada que V. E. me ordenaba; pero el
día 9 muy temprano se me presentó una fuerza enemiga
muy superior en número a la mía, la que fué detenida como
dos horas por un fuego activo, pues sólo tenía yo como 20
fusileros y 10 carabineros; no ocupé más fusiles por no tener
piedras, así es que la superioridad numérica nos hizo ceder, con
pérdida de 1 soldado muerto y 2 heridos. Los enemigos han
recibido la pérdida de muchos hombres que vimos caer preci
samente muertos, y muchos más habrán sido heridos, pues nos
pusimos a distancia como de 50 varas con un riacho por medio;
en esta posición hemos hecho lo que nos ha sido posible.
Nuestra retirada fué tan precipitada que los soldados que me
acompañaban han perdido algunas armas, monturas y ropa*, de
los hombres que estaban reunidos conmigo han quedado muchos
dispersos en las islas, y algunas partidas que tenía sobre el
Carcarañá han quedado cortadas, de suerte que necesitan una
protección pronta, a fin de que al amor de sus familias no se
presenten a Máscara, o se disgusten por el abandono que se hace
de ellos; pues ninguno de los departamentos es más adicto a
nuestra causa, y es necesario hacer un sacrificio para socorrer
los, porque es de advertir que Máscara no pierde oportunidad
de reducirlos a sus nefandas miras.
Tengo noticia que Máscara intenta arrearse todas las hacien
das del departamento de Coronda para abajo, y parece muy
necesario a costa de todo sacrificio, empujarlos para que no
practiquen el arreo de los ganados, cuya noticia aflige en ex
tremo a mis reunidos porque estos no tienen más caudal que
176 ERNESTO QUESADA
secución Oribe. Aquél quería evitar combate, para con
servar intactas sus fuerzas hasta reunirse con Lama
drid, pero éste estaba resuelto a impedírselo. La per
secución fué terrible (254). Lavalle se vió perdido: man-
sus pastoreos, y muy principalmente la gran falta que harán
los ganados a nuestro ejército.
El mismo día 9 que llegué a este destino, di parte a Rodrí
guez del suceso acontecido, y viendo el silencio de éste, me
he visto en la necesidad de repetirlo por escrito a V. E. Muchos
deseos tengo de imponer a V. E. personalmente del estado de
las cosas, pero no me es posible, por el estado en que he salido;
pero, sin embargo, tendré el gusto de hacerlo en oportunidad.
Es cuanto ocurre por ahora a su más adicto amigo y afmo.
servidor Q. B. S. M.
Santiago Oroño.
Hoy día de la fecha han alcanzado los enemigos hasta unas
pocas cuadras de Santo Tomé.
(Archivo Pacheco y vol. 9, Correspondencia 1840, f. 257).
(254) Para lograr evitar el combate, Lavalle — dice Laca-
sa (Vida Militar ed. cit. p. 173) — “marchaba en 2 colum
nas paralelas, con 2 o 3 escuadrones de la división Vega y el
batallón de infantería desplegados a retaguardia, llevando en
el centro todas las carretas y bagajes del ejército. Retirán
dose en esa formación, disputó por más de 20 al general Ori
be el campo de batalla. Cuando los tiradores enemigos caían ya
sobre nuestros flancos en número considerable, y el ejército de
Oribe se acercaba demasiado por la retaguardia, el general La-
valle hacía alto, desdoblaba las 2 columnas que marchaban pa
ralelas y formaba línea de batalla, sirviéndole de base los
cuerpos en que iban desplegados. Oribe entonces hacía alto tam
bién, para formar su línea, y cuando se aprestaba ya para ini
ciar la batalla, Lavalle volvía a doblar la suya, y tomando la
primera formación que antes llevaba, seguía la retirada, dejando
a Oribe burlado una vez más”. El grave y craso error militar
del general Lavalle en esa retirada, que se asemejaba a una fuga,
fué el cargar su ejército con una infinidad de carretas de bueyes,
llevando familias y gente inútil. Esto quitaba toda elasticidad a
sus movimientos y era un estorbo que debía llevarlo a la ruina.
No se resolvió a aligerar esos bagajes inútiles, y eso lo perdió.
Y sin embargo el coronel Elía (Memoria histórica, loe. cit X,
pág. 42) refiere que le oyó decir: “Quiera el cielo no llegue un
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 177
dó repetir a Lamadrid que el día 20 estaría con su ejér
cito en Romero, que lo esperase allí; despachó después a
su ayudante Jiménez encareciéndole lo mismo (255).
Durante la persecución, el ejército federal iba refor
zándose, mientras que el unitario se debilitaba y desmo
ralizaba. “Maniobrando hacia este punto — escribe Pa
checo a López (Quebracho), desde Barrancas, en noviem-
día en que esas carretas y esas familias sean causa de un desas
tre. El ejército puede verse en horribles compromisos, para pro
teger unas gentes que no debieron abandonar su hogar ’ A pesar
de esas palabras, pronunciadas cuando se le incorporó al ejér
cito el comandante Camelino, con 40 carretas llevando familias
de San Pedro, Lavalle volvió a repetir la misma falta en San
ta Fe; “permitiendo — dice Elía (loe. cit. XI, 147) — que
un gran número de familias indigentes de Santa Fe siguiesen la
columna, las que, unidas a las de San Pedro, formaban una ma
sa numerosa, que, transportada en carretas, componía un convoy
de más de 90 de éstas, sin contar varios carruajes pesados, que
conducían a las familias del gobernador, del comandante Aldao,
y algunas otras igualmente notables. Embarazado el ejército con
tan inmenso tráfago, debía perder naturalmente su movilidad,
en circunstancias en que más que nunca se recomendaba la rapi
dez, pues teníamos que pasar bien cerca del enemigo, al inter
narnos en un territorio extenso, ingrato y completamente desti
tuido de recursos.”
(255) “Apresuramos nuestro movimiento en dirección de
Romero — dice el secretario militar de Lamadrid (Villafañe,
Reminiscencias ed. cit. 154) — y se dió orden al coronel Salas
de llegar a dicho punto lo más breve posible, y comunicarnos
desde luego todo lo que fijara su atención. Nosotros perma
necimos como a 10 leguas de distancia, consultando siempre el
cuidado de nuestros caballos y las localidades de mejores pas
tos. Tres o cuatro días después de la vuelta de Alico, se nos
presentó un edecán del general Lavalle, con una hojita de pa
pel en la que se leía: “Compañero, esté Vd. a lo que le diga
el portador; es mi ayudante, sargento mayor D. Tomás Jimé
nez”. Interrogado este jefe, decía: que el ejército en retirada
constaba de 5.000 hombres bien montados; que marchaban, sí,
muy hambrientos y atormentados por la sed, y de ahí para
nosotros la necesidad de salir a su encuentro con los recursos
178 EBNE8T0 QUESADA
bre 18 (256) — nos hemos remontado con más de 7.000
caballos gordos y en buen estado; hemos provisto de ca
ballos de refresco a los escuadrones que hostilizan al
enemigo; hemos recibido las armas y municiones que
nos faltaban; hemos aumentado nuestra fuerza con 1300
veteranos de primera clase, y 6 piezas de artillería lige
ra, bien dotadas.” Lavalle, no solo había perdido más
de 800 hombres en los diversos encuentros, sino había
arruinado sus caballadas, e iba en una situación deses
perada.
que el caso exigía. ¡Siempre lo exagerado! Lavalle no llevaba
más de 3000 hombres, incluyendo como 200 mujeres, y todos mal
montados... ”
(256) Pacheco a M. López. Barrancas, noviembre 18 de 1840.
(Ms. inéd. Arch. Pach. vol. Corresp. 40, f. 203).
ACTIVIDAD DE LAMADRID
Entre tanto, Lamadrid había estado ocupado en la or
ganización del nuevo ejército y en la persecución del
gobernador derrocado López. Este, triunfante la revolu
ción y en presencia de la llegada de Lamadrid, se había
replegado con las fuerzas fieles hacia el Río 4o. Mientras
remontaba el ejército, Lamadrid envió en persecución de
aquél al comandante Cazanova y al mayor Crisóstomo
Alvarez, al frente de 150 hombres, a las que se unió Apa
ricio con otros 150. La persecución se frustró, porque Ca
zanova — al decir de Lamadrid (257) — “no quiso ha
cerlo, sino que le dió tiempo y aún avisos para que se
salvara’’; quedó Alvarez al mando de la fuerza, pero
habiendo sufrido un ataque de López en la Cruz Alta
(258), marchó entonces el mismo Lamadrid, tanto más
(257) Observaciones, (ed. cit. p. 384). En las Memorias (t.
II, p. 173) insiste Lamadrid en esa acusación: “Muy pronto
me convencí — dice, — de que las miras de Cazanova se dirigían a
dar escape a su antiguo jefe y amigo, el ex gobernador López;
le ordené retirarse, dejando el mando al sargento mayor don
Crisóstomo Alvarez.”
(258) “El resultado de esta imprudencia (meterse en la
180 ERNESTO QUESADA
cuanto qce supo que López había sido reforzado con un
escuadrón del ejército de Oribe que éste le envió al man
do del famoso Barcena (a) Tuerto. Pero, como hubiera
nombrado 2o. jefe del ejército al riojano Gordillo, envia
do por Brizuela, aquél, obedeciendo órdenes de éste, se
retiró con las fuerzas riojanas (259). La columna de
Lamadrid quedó reducida a 600 hombres, más la divi
sión de Salas, que tenía 300, y otros tantos Alvarez: el
resto, cívicos, reclutas, etc., estaban disciplinándose en
la ciudad de Córdoba.
Por otra parte, hemos visto ya que se había preocu
pado de la necesidad ineludible de convulsionar de nuevo
a Cuyo y paralizar las fuerzas federales de Aldao.
Para lograr este objeto, Lamadrid se puso en relación
Cruz Alta) — dice Lamadrid, en sus Memorias, (t. II, p. 174)
— fué el haberlo asaltado de improviso el ex gobernador López,
que estaba al otro lado del río, con 150 hombres bien montados,
incluso el vecindario de aquel pueblo y algunos indios... El ma
yor Alvarez, a pesar de estar mal montado, apresuró su mar
cha así que sintió los fuegos, y muy luego avistó a los enemi
gos que venían peleando con su partida, en cuyas circunstancias
asomó por su derecha el comandante Cabral, con su fuerza per
fectamente montada. Alvarez entonces manda orden a Cabral
para que se aproxime con su fuerza o le proporcione algunos ca.
ballos de los muchos que llevaba de tiro. Muy lejos de obede
cerle, retrocedió sin franquearle un solo caballo siquiera, y el
mayor Alvarez tuvo que dejar regresarse a los enemigos a su
vista, y volverse al Saladillo...”
(259) “Gordillo — dice Lamadrid (Memorias, t. II, p. 175)
— logró, por medio de sus conversaciones con los oficiales, ha
cer que se me desertasen más de 50 hombres, en la noche del 1Q
de noviembre en que verifiqué mi salida, y posteriormente que
me viese precisado a despacharlos a todos, ya para evitar un
motín a que los habían preparado, ya en fin para no verme
precisado a castigarlos como merecían...” Se ve, pues, que la
cohesión militar de los ejército unitarios era un poco singu
lar: constantemente se lamenta Lamadrid de las deserciones y
defecciones. Y es un fenómeno curioso que nada de eso pasaba
en loe ejércitos federales.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 181
con don Juan Rozas, distinguido unitario mendocino, y
con don Eufrasio Videla, puntano, decidido anti-rosis-
ta. Estos combinaron el plan bastante hábilmente: como
Aldao, con las fuerzas mendocinas, se encontraba jaquea
do por Brizuela, aprovecharon esta situación para lograr
su objeto.
El 4 de noviembre el gobernador delegado Juan Isi
dro Maza íué sorprendido en Mendoza por un movimien
to popular encabezado por Juan Rozas. Derrocado aquél,
fué nombrado en su lugar el coronel Pedro Molina, fe
deral conocido, pero persona a quien Rozas (Juan) in
fluenciaba, y este último quedó como su ministro. El
objeto de esta combinación era adormecer a Aldao, si
mulando un simple cambio de personas, pero no de sis
tema.
Aldao no cayó en la trampa. Sabedor del movimiento
el día 9, a pocas leguas de San Luis, retrocedió sobre
la marcha con tal energía, que el 12 estaba a las puertas
de Mendoza, lo que, dice el mismo Aldao (260) : “fué
suficiente para que a la noche se dispersasen 700 hom
bres que los salvajes unitarios habían reunido en el Reta
mo.” El resultado fué que huyeron los comprometidos,
y que repuesto el gobernador Correas, lo nombrara al
mismo Aldao como delegado.
Como se ve, la intentona de Mendoza no había sido
seria. Mientras tanto, apenas los conjurados puníanos
supieron que Aldao se retiraba a Mendoza, se lanzaron
a la revuelta el día 12 (261). Depusieron al gobernador
(260) Nota de Aldao a López, fecha noviembre 26 de 1840.
Cf: Gaceta Mercantil, enero lv de 1841.
(261) Respecto de la revolución de San Luis, trasmiten datos
nuevos los siguientes documentos inéditos del gobernador Lu
cero:
Noviembre 24 de 1840.
Señor Don Bernardina Vera:
Mi querido y nunca olvidado compañero: El día 11 del pre-
182 ERNESTO QUESADA
Calderón, y nombraron una junto gubernativa, compues-
sente estalló una revolución en San Luis, fraguada por los sal
vajes unitarios, y protegida por los bárbaros del sur, encabezán
dolos el facineroso Manuel Baigorria, y por el norte los cordo
beses y riojanos; en circunstancias que el señor Aldao se había
marchado de la costa por la de Mendoza, como dos o tres días
antes, a efecto de contener otra convulsión que había en aquel
país. Es de advertir que el general Aldao me había ordenado,
con fecha 6, que pasase a la de Renca a efecto de ver si po
día, en algún tanto, moralizar aquellas gentes, que se habían
amilanado por las grandísimas mentiras que habían introducido
los perversos unitarios: en efecto, pasé y llegué a dicho punto
el 9, y pude juntar alguna milicia y como 40 dragones de lí
nea, únicos que habían quedado sin desertarse; pero en vano
fueron mis esfuerzos, porque ya había habido venta de las ar
mas, y a mí también intentaron hacerme lo que al coronel Sosa
en Río IV, pues con aquellos traidores mismos era la combi
nación que habían tenido los complicados de San Luis y la
campaña.
El 15 en la noche ya me vi en el duro caso de salirme a
escape, girando hacia la costa, con el fin de pasar a la de
Mendoza, a reunirme con las fuerzas del señor Aldao, y como
mi marcha sólo la podía hacer con las noches, solo, y sin ser
vaqueano en noches tan oscuras y los caminos intransitables,
embebí en esas sierras algunos días escondido, que ni para ade
lante ni para atrás podía abreviar mi retirada: y para mayor
tormento ya fui sentido por aquellos lugares, por lo que/ me
vi precisado a cambiar de campo, hasta que con el mismo tra
bajo y demora pude arribar al punto donde me hallo, para po
der escribir e informarme del estado de la provincia de San
Luis, que es el más lamentable.
Del gobernador Calderón se que se escapó de que lo agarra
sen los revolucionarios, pero ignoro de su paradero. Del señor
Aldao nada se de cierto, pero estoy en asegurarle que entró a
Mendoza según los díceres. La provincia de San Luis, en par
ticular su pueblo, ha sido saqueado por los indios, y asesinado
el administrador de correos, y su administración actual se com
pone de una junta gubernativa, de unitarios; el jefe de las
fuerzas lo es el tal Baigorria y porción de comandantes de aque
llos unitarios más viles y vengativos, de modo que la campaña
se ha envuelto en luto para los federales y en alegría para los
salvajes unitarios, ruina total del bien del hombre.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 183
ta de tres miembros, que dominó la provincia casi un
Ahora me aseguran que dice Baigorria que va a hacer in
vadir con los indios la provincia de Buenos Aires, con un corto
número de ellos, y que son 2.000 indios que va a mandar a
San Carlos, y fuerzas cristianas, por el camino real lo van a
invadir al señor Aldao a Mendoza. Este es el plan de los uni
tarios que les han oído los federales que hablan conmigo a es
condidas y que se han presentado a las órdenes de los unita
rios. Pueden hacerlo todo, si nuestro restaurador de las leyes,
general brigadier, encargado de las relaciones exteriores, don
Juan Manuel de Rosas, no nos protege cuanto antes con fuer
zas respetables sobre Córdoba y San Luis, antes que prevalezca
y tome cuerpo la mentira de los traidores y la intriga de los
falsos federales, que con un par de mil hombres creo que ha
rían desaparecer todo el plan de estos pérfidos unitarios y fede
rales intrigantes.
El modo con que los unitarios han logrado reducir a las gen
tes, han sido haciéndoles creer que Rosas y Aldao son los tira
nos que ocasionan la guerra y suponiéndoles cosas de infamia;
hablando cuanto mal pueden de los héroes de la patria, consi
guen que todo desnaturalizado los siga acompañándolos en el
odio, que es hacer que las mismas tropas aborrezcan a sus in
mediatos jefes que son fieles a la causa federal, y hacer que
rer a los intrigantes, haciéndoles creer que en esto consisten
sus felicidades, y reposo, proclamándoles que su sistema no es
otro que constituir al país, y con estas y otras porciones de bar
baries han podido conseguir desorganizar el buen orden y pa
sar el armamento a las manos de los enemigos de la patria. Ti
tulando al señor Brizuela de general y dictador de la guerra,
acaban de consumar toda clase de iniquidades que puede apete
cer la perfidia.
Desde el 15 hasta la fecha a que vivo como ave nocturna, sin
más compañía que la de un oficial, metido en los bosques más
inhabitables, esperando del cielo la protección por medio de
nuestro restaurador de las leyes o del general Aldao, como úni
cos hijos fieles de la patria y que pueden tocar los recursos nece
sarios para la salvación del país; que yo, así que se aproxime
este apoyo, haré de mi parte cuanto pueda a favor de la sa
grada causa que tanto nos ha costado.
Espero que tan luego como se imponga de ésta, la ponga en
el superior conocimiento de nuestro restaurador de las leyes pa
184 ERNESTO QUESADA
par de meses, es decir, hasta que Aldao, seguro ya de
ra su mejor inteligencia, y por el mismo conducto espero me di
ga la esperanza que aguardo para mi gobierno.
Y le desea toda felicidad éste, su compañero de armas que
lo es
Pablo Lucero.
(Archivo Pacheco. Legajo suplementario: Año 40. Esta carta
es una copia auténtica y oficial, testimoniada por don Carlos
Amézaga).
Diciembre 2 de 1840.
Señor Don Bernardina Vera:
Querido compañero y amigo: El chasque que mandé con fe
cha 24 del próximo pasado se volvió de estos medios del Río IV al
norte, diciendo que no había podido pasar el que vino aquí el
29 del próximo pasado, y ahora mando otro que ha sido de
dragones, y creo que éste llegará.
Me refiero a la carta del 24 del pasado, añadiéndole que las
hostilidades en la misma provincia por los revolucionarios cada
día hacen sentir más el peso de sus iniquidades, y los indios
todos los días se entran arriando todo cuanto encuentran, como
que el comodante que han puesto los unitarios es el facineroso
Baigorria; por esto no más verá, Vd. cómo podrá estar el país.
El chasque que mandé para el general Aldao también tuve la
desgracia que se volvió uno de ellos, diciendo que no podían
pasar, pero que el que iba de enviado verbal no ha vuelto;
puede que haya pasado.
Siempre quedo haciendo diligencias de ver si puedo mandar
otro por otro lado, porque dicen que lo van a atacar al general
Aldao, aunque no sé con qué gente cuentan; los díceres son que
la gente de Brizuela y los mendocinos de D. Pedro Núñez y
puntanos. Pero Brizuela me aseguran que no se mueve de Ula-
pe; los mendocinos de Núñez fueron derrotados, los puntanos al
zados, los más de los departamentos sólo contarán con los in
dios, y parte de gente de los que hacen acuerdos. Lo cierto
del caso es que han echado contribuciones de miles de pesos, y
caballadas que, con tan crecido número, creo que morirán y no
cumplirán. Algunas personas ya se han echado a los campos, a
pesar que están rodeados de enemigos por todas direcciones. Es
toy en asegurarle que cualquiera fuerza que venga en nuestra
protección hará desaparecer para siempre el plan de estos per
versos, y se replegarán a sus guaridas, llevándose a Brizuela
y a los indios.
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 185
Mendoza, avanzó de nuevo con su ejército (262), derrotan
do fácilmente en Las Quijadas, el 2 de enero de 1841,
a una de las divisiones de Lamadrid, mandada por Vega
en auxilio de San Luis.
Los cordobeses disponen a su antojo de las propiedades de los
vecinos de la provincia de San Luis, esto es, de los federales,
y al paso que van, sus miras es el concluir con los intereses
de la referida provincia, como que está bajo de la tiranía de los
unitarios, que ya no hay con qué comparar sus perversidades.
Y con esto, querido compañero, con ansias aguardo me diga
si tenemos esperanzas o no de la protección de nuestro restaura
dor de las leyes, para nuestro consuelo; con el mismo conduc
tor de ésta puede hacerlo.
Deseo lo pase sin novedad, quedando de Vd. como siempre
su compañero y amigo.
Pablo Lucero.
(Archivo Pacheco, legajo suplementario, Año 40. Documento
en copia auténtica, certificada por Carlos Amézaga).
(262) El cabecilla Videla hizo un arreglo con el goberna
dor delegado Romualdo Maldez y Ares (por ausencia de pro
pietario, coronel Calderón). En el cabildo abierto convocado al
día siguiente del triunfo, se nombró una junta gubernativa, la
que se apresuró a dirigir al gobernador derrocado la siguiente
comunicación:
VIVA LA LIBERTAD!
LIBERTAD, CONSTITUCION O MUERTE
El gobierno provisorio
Interino de la provincia.
San Luis, Noviembre 24 de 1840.
Al qx-gobernador, coronel don José Gregorio Calderón:
La Suprema Junta gubernativa de la provincia, hallándose
en la necesidad, para seguir su marcha, de la presencia de V.
S. para hacer formal entrega del archivo y más cosas perte
necientes al ministerio de gobierno, espera no desconocerá V.
S. esta necesidad, y se presentará ante esta Junta guberna
tiva 24 horas después de haber recibido ésta.
DIOS, PATRIA Y LIBERTAD
José Leandro Cortés. — José
R. Poblet. — Lorenzo Ri
beros, suplente.
186 ERNESTO QUEBADA
Pero, mientras tanto, con estas maniobras, durante
noviembre y diciembre de 1840, Lamadrid había parali-
(Ms. original en nuestro archivo).
Por supuesto, el coronel Calderón no reconoció “la necesidad’'
de presentarse.
El epílogo de este incidente fué que, apenas destruido el go
bierno revolucionario a raíz de la acción de “Las Quijadas",
el general Alemán, delegado de Aldao, hizo nombrar en 6 de ene
ro de 1841 gobernador propietario al coronel Pablo Lucero.
El ex gobernador Calderón presentó en el acto la siguiente
solicitud:
VIVA LA FEDERACION! ..
A Id muy honorable Sala de R. R. de la provincia:
El ex gobernador, coronel del primer regimiento de la provin
cia de San Luis, ciudadano argentino, José Gregorio Calderón,
natural y vecino de ésta, ante V. H., y con el respeto debido,
como mejor haya lugar en derecho, me presento y digo:
Que las calidades de honrado ciudadano y federal neto me
hicieron acreedor a la confianza de mis conciudadanos felera-
les; fui colocado en la presidencia de la junta gubernativa de
la provincia, nombrado y puesto en posesión de la comandan
cia general de armas. En la época más azarosa, desgraciada y di
fícil en que se ha visto, serví estos empleos dos años y me
dio sin sueldo ni interés particular alguno, y según lo que pres
cribe el reglamento.
Fui enseguida electo gobernador y capitán general; al acep
tar tan alto y honroso destino prometí y juré, por Dios y la pa
tria, ante la representación del pueblo soberano, cumplir fiel y
legalmente todas las obligaciones que tal destino me imponía,
sostener y defender la independencia y libertad de la repúbli
ca, y la sagrada causa nacional de la federación, por todos los
medios que estuviesen en la esfera de mi posibilidad.
Por dos años fui encargado del gobierno, al fin de los cuales
di cuenta al H. cuerpo representativo del uso que hice del po
der que me confirió, el que fué aprobado satisfactoriamente,
y en consecuencia se me declaró exento de todo cargo y respon
sabilidad.
Después de este acto, fui nuevamente elegido por la H. repre
sentación gobernador y capitán general por 5 años, que debían
concluir al fin del año 40; fui investido al mismo tiempo
de todas las facultades ordinarias y extraordinarias, o, lo que
LAVALLE T LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 18-3
zado a Cuyo, obligando a Aldao a inmovilizarse en Men
doza, y permitiendo a Brizuela que consolidara su posi
ción en La Rioja y asegurara la de San Luis. Lejos, pues,
es lo mismo, con toda la suma del poder público. A pesar de mi
insuficiencia, fui obligado por la voluntad general de los re
presentantes, y por el sentimiento íntimo de mi puro y acendra
do patriotismo, a cargar sobre mis débiles hombros el peso in
menso de aquel gran poder. Prometí y juré nuevamente, del mis
mo modo que la vez primera, cumplir fiel y legalmente todas
las obligaciones anexas al nuevo poder que me fué confiado, sos
tener y defender la libertad e independencia, lo mismo que la
sacrosanta causa de la federación, según queda dicho antes. Pe
ro, como antes de concluir el año referido citado, fui despo
jado violentamente del gobierno, de la comandancia general
de armas y aun de todos los derechos de ciudadano, por la re
volución del 11 de noviembre, que hizo el infame bando traidor
de los salvajes unitarios, unidos con los salvajes del sud, y
acaudillado por el salvaje Eufrasio Videla y sus secuaces, efec
tuó la revolución más pérfida, inicua y feroz que se registrara
con espanto en la historia de los crímenes más horrendos que
han cometidos los salvajes e inmundos unitarios.
Este terrible y funesto acontecimiento me ha privado hasta
hoy de hacer legal y formal entrega del poder que obtuve, y
satisfacer al público del uso que hice de él. Es por esto xque pi
do a V. H. haga del modo más justo y conveniente que una au
toridad competente e imparcial conozca y juzgue de todos aque
llos actos de que el gobierno debe dar cuenta, y responder se
gún las leyes.
Si de ello resultase que, pudiendo, dejé de hacer el mayor bien
posible al país, por dolo o mala fe, me sujeto gustoso al fallo
que la autoridad dé, siendo conforme a la justicia y a la ley. Y
si no resultare criminalidad ni cargo legítimo contra mí, espero
se me dé aquella satisfacción que corresponde a los ciudadanos
que llenan con dignidad, patriotismo y honradez los deberes de
los altos puestos que se les confían a su cargo y dirección.
Por tanto, a V. H. pido y suplico que, habiéndome por pre
sentado, se sirva proveer según pido, por ser de justicia; juro
no proceder de malicia y protesto lo necesario en forma.
José Gregorio Calderón.
(Ms. original en nuestro archivo).
(263) Se ve, pues, que es injusta la crítica que hace a Lia-
188 EBNESTO QUESADA
de merecer la crítica que le ha hecho el general Paz,
de que perdió en Córdoba su tiempo (263), Lamadrid
madrid el general Paz, por haber permanecido aquél en Córdoba
20 días. uNo se echa de ver en qué invirtió todo este tiempo—
dice (Memorias Póstumas, ed. cit. II, 426) — pues que nin
gunos arreglos administrativos podrían detenerlo, habiendo un
gobierno, y muy pocos debieron ser los militares que lo ocupa
sen, cuando luego dice que había aumentado tan poco su fuer-
za”. Pero Paz lealmente declara que su juicio respecto de esa
campaña estriba sólo en las Memorias inéditas de Lamadrid:
‘ ‘si algún día poseyere otros documentos, no dejaré de añadir lo
que crea conveniente ’ \ agrega. Pues bien: hoy existen esos do
cumentos. Lamadrid en sus Observaciones muy someramente lle
na ese vacío, pero el coronel Elía lo hace profusamente en su
Memoria histórica, Villafañe en sus Reminiscencias, y además
multitud de documentos inéditos. Las Memorias de Lamadrid de
muestran acabadamente cuál fué el empleo de su tiempo en
aquel período.
Sobre la campaña de la sierra da interesantes detalles el si
guiente documento inédito:
VIVA LA FEDERACION
Cruz Alta, noviembre 21 de 1840.
Señor General D. Angel Pacheco:
Compañero y amigo de mi singular aprecio:
Tengo la grata complacencia de avisar a Vd. el recibo de sus
muy apreciables comunicaciones de fecha 18 y 19 del corriente,
con inclusión de la copia fiel de su referencia, las que me han
instruido, llenándome de inmensa satisfacción por el próspero re
sultado que nos ha dado el encuentro que tuvo lugar el 15 del
actual, entre la división de la izquierda de vanguardia, al man
do del benemérito teniente coronel Andrade, con otra del salva
je asesino Lavalle, en que éste, con pérdida de 400 hombres de
sus miserables esclavos, fué atacado en medio de sus columnas
y acuchillado en todas direcciones.
Un acontecimiento tan feliz para nuestras armas nos presa
gia de un modo positivo la victoria que con fundamento espe
ramos, y que ese ejército dará un día de gloria a la patria, ha
ciendo triunfar como otras tantas veces la santa causa que sos
tiene con ardoroso entusiasmo sin ejemplo.
Felicito a Vd. y a los valientes de su mando cordial y ex
presivamente por tan plausible suceso, que nos hace ver tan cer-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 189
lo había aprovechado con éxito; si Brizuela hubiera sido
otro hombre, las revoluciones simultáneas de Mendoza y
San Luis habrían dado a la coalición el dominio de Cu-
cano el término glorioso a que aspiramos. ¡Dios conceda al Sr.
presidente y a Vd. todo acierto para que afiancen la felicidad de
los estados de la confederación y la tranquilidad de la repúbli
ca, que no puede haberla mientras existan estos salvajes!
Después de esto paso a decirle que antes de ayer se me incor
poró la vanguardia, al mando del comandante Juárez, con la ma
yor parte de las fuerzas que tenía y sus caballadas; de los pocos
hombres que faltan los más deben haberse dispersado, pues son
contados los que el enemigo ha tomado prisioneros. Según datos
que tengo a la vista, aun ha cometido la perfidia de fusilarme
2 enfermos que había en el pueblito del Fraile Muerto, un co-
rondero y el otro cordobés. El que ha cometido esta infamia es
el abominable sobrino del traidor Lamadrid, Alvarez, que me
aseguran vino al mando de esa fuerza.
También me ha hecho fusilar Lamadrid otros dos que suponía
fuesen bomberos, y que tuvieron la desgracia de caer en. su po
der. Este caribe y la indigna turba de su séquito, no conocen
los usos de la guerra, pero ellos sufrirán una justa represalia.
Por uno último venido de Córdoba estoy informado que el
traidor Lamadrid, el 14 se hallaba en la posta del 2o, con más
de 800 hombres, 300 poco más o menos de infantería, el resto
de caballería, con 4 piezas de artillería. Que el lunes 16 debía
estar en las Mojarras, según se decía, para de allí dirigirse al
paso de Ferreyra, hoy Villanueva del Rosario, donde se ha
llaba su vanguardia, al mando del traidor Cazanova, cuya fuer
za consistía en 400 hombres, 100 infantes y el resto de caba
llería. De ésta era procedente la que sorprendió a Juárez en el
Frayle Muerto.
El salvaje Lamadrid cuenta actualmente con 1200 hombres,
500 de infantería y el resto de caballería, inclusive en este
número la que trajo de Tucumán y La Rio ja. Para dentro de
un mes concibo que él traidor Lamadrid tendrá el plan de fi
jarse en la Villanueva para organizar allí su ejército, haciendo
que su vanguardia se conserve en el Frayle Muerto. Por este
mismo principio vengo en conocimiento de que por la fronte
ra al río no se ha hecho cosa alguna para llamar la atención
hacia a ese punto.
El Río IV sigue siempre plegado a las miras de los salva-
190 ERNESTO QUESADA
yo, y simplificado la cuestión. El fracaso de ambos mo
vimientos y la inercia de Brizuela, que no corrió a apo
yarlos, demuestra que las cabezas unitarias no valora-
jes, a causa de la influencia de los Cabral, Celman y otra me
dia docena de esta clase. Se me asegura por dos individuos del
cuerpo de húsares, oriundos del Río III, que han venido a re
unírseme, que no pasan de 100 hombres los que de este regi
miento se han prestado a servir a los unitarios. De los oficiales,
sólo el mayor Cortés está de particular, y un capitán, los demás
siguen al servicio con aquellos malvados. Con esta fuerza vete
rana, y la que desertó de dragones del Saladillo, estaba el
picaro de Cazanova levantando un regimiento, a cuyo' efecto
había procedido a enganchar.
De los demás departamentos de la provincia nada puedo sa
ber de positivo a causa de la malograda empresa de Juárez;
pero hay presunciones fundadas de que la mayor parte de las ma
sas e^tán en disidencia can los traidores, esperando únicamente
la apariencia de una columna respetable por esta parte para
obrar bajo su apoyo. Sobre esto y todo lo demás que los estrechos
límites de esta comunicación no me permite extenderme, le dará
un detalle más exacto el portador de ésta, D. Norberto de Zava-
Jía, persona de mi entera confianza, por haber servido el go
bierno en delegación y ser un federal neto. El mismo hará pre
sente a Vd. y al Sr. presidente la necesidad imperiosa que hay
de que, si no es perjudicial a las grandes operaciones en que es
tán ocupados, me auxilien con 2 o 3 escuadrones de caballe
ría, para, sobre la fuerza que tengo aquí reunida, ir organizan
do una división que basta a imponer respeto a los traidores,
Ínterin viene la columna de auxilio a esta provincia, de lo que
celebraría muchísimo fuese Vd. el general electo, pues en esto
están todos los federales que me acompañan en perfecta confor-
mitad. Yo he excusado pedirlo directamente al ilustre restau
rador, porque aún está pendiente la contestación a la nota que
le dirigí, reclamando su cooperación a la restauración de esta
provincia.
Reitero a Vd. mis agradecimientos por la buena disposi
ción que me manifiesta respecto a mi persona. Yo me hallo ani
mado de iguales sentimientos hacia Vd. porque ciertamente nos
ligan simpatías de la amistad y de unos mismos principios.
Remito a Vd. *los dos baqueanos que me pide, de los locales
que hoy ocupa el salvaje Lamadrid. A éstos puede, siendo de su
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 191
ban la realidad como era debido, sino que creían que con
intentonas y entusiasmos podían cambiar la faz del
país.
agrado, detenerlos allí, para que le den una idea de los que
en lo sucesivo pueda ocupar el enemigo.
Estoy instruido de las ventajas que se han reportado con traer
el ejército a ese punto, manteniendo bien más de 7.000 caba
llos que perecían por falta de forraje más adelante. Tanto esto
como lo demás que Vd. me describe, lo estimo como lo más
exacto y conozco la importancia de sus medidas.
Agradezco mucho las indicaciones que me hace, pues ellas prue
ban una verdadera amistad; no las dejaré de poner en prác
tica en cuanto me sea posible, por encontrarlas oportunas.
El camino principal que estoy ocupando no pienso descubrir
lo, y si tengo algún refuerzo de ese ejército, a fuerza de manio
bras obligaré al traidor Lamadrid a estar encerrado en sus
posiciones.
Reciba Vd. en conclusión, con mis ardientes sentimientos pa
ra su bien y felicidad, la expresión del fino afecto con que
es de Vd. su obsecuente compañero y amigo Q. S. M. B.
Ma/ñuel Lópes.
(Doc. original, Archivo Pacheco, vol: Correspondencia 1840,
f. 196).
XVI
LAMADRID Y LAVALLE: SU DESENCUENTRO
En esa emergencia, recibió Lamadrid la comunicación
de Lavalle a que me he referido. Dejó, pues, a Alvarez
que se entendiera sólo con López, y despachó a Salas con
800 cabezas de ganado para Romero (264). Salas llegó
(264) Lamadrid, en sus Memorias (t. II, p. 177) dice:
“Recibí, por conducto de mi baqueano Alico, una comunicación
del general Lavalle desde los Calchines, en la cual me decía
que el 20 de noviembre debíamos reunirnos los dos ejércitos en
Romero, para acordar un plan de campaña; que su ejército
debería llegar en dicho día sin haber comido un día o dos, que
en esta virtud le mandara adelantar algún ganado, que era lo
único que necesitaba. Con este aviso me fué ya forzoso variar
mi plan de campaña, pues necesitaba del coronel Salas para la
reunión del ganado que debía mandar con él al general La-
valle; así fué que en el acto de recibir esta comunicación mandó
alcanzar al coronel con la orden para que retrocediere al Tío, a
prepararlo, y mandé al mayor Alvarez suspender su marcha sobre
Ja Cruz Alta. Vuelto Salas al Tío y antes de ponerse en mar
cha para Romero, con 800 cabezas de ganado con que manda
ba yo encontrar al general Lavalle, llegó a mi campo, enviado
por éste desde Calchines, al mayor Jiménez, su ayudante do
campo, y me entregó un papelito poco más grande que una ho
ja de cigarro, con esta inscripción: “Compañero: esté usted
194 ERNESTO QUESADA
allí en tiempo, pero no pudiendo permanecer en dicho
lugar a causa de no haber aguada ni pastos (265), se
a lo que le diga mi edecán, Juan Lavalle”, y su rúbrica. Yo,
sin embargo de que la firma era la misma del general, pues la
confrontamos con mi secretario don Benjamín Villafañe y otros
que la conocían, tuve mis desconfianzas de que pudiera ser
falseada por los enemigos, y aun me avancé a creer que el
edecán se hubiese pasado, y con este motivo tratasen de hacer
me caer en alguna emboscada. El motivo que tenía para esta
sospecha, era el de haber dejado en Buenos Aires, al servicio
de Rosas, a un hermano de éste tucumano. Por esta razón lo
llamé aparte, y le ordené me hablase con franqueza y manifea*
tase el verdadero* estado en que se hallaba el ejército, así de
caballada y armamento como de su fuerza, y sin embargo, de ha
berme asegurado que tenía el general más de 5.000 hombres
perfectamente montados, armados y equipados, que traía para
mi ejército armamento, vestuario y varios otros artículos, como
tabaco, yerba, etc., y que sólo necesitaba de ganado, sin indi
carme ningún peligro por parte del enemigo, siempre tuve mis
recelos por el motivo dicho, y lo mandé pasar a Córdoba con
uno de mis ayudantes, so pretexto de que fuese a dar per
sonalmente la noticia al gobierno, y escribí a éste mis recelos,
mandándole el papel del general, y encargándole no lo perdie
ran de vista, pero guardándole la mayor cautela. Despachado el
edecán del general Lavalle para Córdoba, continué mi marcha
para el Tío, después de haber avisado al mayor Alvarez el mo
tivo por qué había hecho retroceder a Salas, y los avisos que
tenía del general, y encargándole la mayor vigilancia”.
(265) ”E1 coronel Salas — dice Lamadrid (Memorias, t.
II, p. 178 — me mandó aviso al llegar a Romero, de no haber
agua en todo el camino ni para el ganado y tropa que él lleva
ba, mucho menos para mi división, que pasaba de 800 hom
bres, y más la caballada de reserva y ganado que llevaba, y me
aconsejaba regresase a la Esquina, donde tenía agua y buenos
pastos, pues no había adquirido él noticia ninguna del ejército,
y para llegar a Romero se había visto precisado a dividir su
fuerza y el ganado en pequeñas tropas, y aun así no habían en
contrado sino muy pequeños charcos de agua enteramente barro
sa. Con este aviso retrocedí a la Esquina, el 20, después de
haber estado ya a pocas leguas del Quebracho Herrado, pero
ordenando a Salas que adelantase sus bomberos a saber del ge-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 195
retiró a 5 leguas, “tomando, sin embargo, las precaucio
nes necesarias para averiguar lo que ocurriera referen
te al ejércio que se aguardaba”. (266) Llegó el 27, y
Lamadrid, que estaba con algunas de sus fuerzas a cor
ta distancia, seguía sin recibir noticias de Lavalle...
entonces, creyendo aquél que Lavalle hubiera tomado
otra dirección, siguió hacia el Tío (267). Ese movimien-
neral Lavalle y que permaneciera hasta el 22 en la noche con el
ganado en el punto de Homero; y que, en caso de no tener no
ticia del ejército hasta dicha hora, se pusiese en retirada. En
el mismo día 20, así que recibí el aviso del comandante Salas y
antes de retroceder con mi fuerza, despaché a mi ayudante el
mayor Almandos con 4 hombres, buenos baqueanos y bien
montados, adelantase hasta el Salado en busca del general La-
valle, y le diera noticia de los motivos que tenían mi marcha, y
la del ganado que lo esperaba en Homero. El 21 a la noche re
gresó el mayor Almandos del Salado, sin haber encontrado no
ticia alguna del ejército. Mandé enseguida al célebre baqueano
Alico, que había ido dos veces ya al ejército, dándole 2 hom
bres y 6 buenos caballos, pero éste regresó igualmente el 24
en la noche desde más allá del Salado, corrido por una partida
que juzgó enemiga. ’ ’
(266) Villafañe, Reminiscencias, loe. citado, p. 155.
(267) “Estábamos ya en el día 27 — dice Villafañe, loe.
cit. — y, sin embargo, ninguna noticia que pudiera indicarnos el
rumbo a seguir. Lamadrid vacilaba en febril inquietud. Enton
ces ocurrióle un pensamiento: “Lavalle se encuentra rodeado
de enemigos: es Mascarilla probablemente quien se ha inter
puesto entre él ^y nosotros, y es Oribe quien lo atacará de
frente.M Bajo esta impresión se dispuso a seguir a marchas for
zadas hacia el Tío, y de allí tomar la dirección conveniente. Su
designio era llamar la atención del enemigo a su espalda, por un
punto para él inopinado. Resolución atrevida, desesperada, por
no llamársele desatinada. ¡La distancia a recorrer no era menor
de 90 a 100 leguas!” He aquí sómo Lamadrid (Memorias t. II,
p. 179) explica su retirada: “Como todas las diligencias que se
habían practicado hasta el 24 para saber el motivo de la demora
del general Lavalle, habían sido infructuosas, y como dicho general,
no sólo hubiese faltado a su cita de estar el 20 en Romero, sin
anticiparme aviso* ninguno del motivo que había ocasionado su
196 ERNESTO QUESADA
to fué la gran fatalidad de los unitarios. Lavalle se en
contraba en esos momentos a pocas leguas de allí...
¿A cuál de los dos jefes incumbe la tremenda respon
sabilidad del hecho? El general Paz ha criticado durí-
simamente la actitud de Lamadrid (268), pero Villafañe
demora, juzgué, como era natural, que el enemigo se había in
terpuesto entre su ejército y mi división; y que si el general
Lavalle, con 5.000 hombres bien montados no había podido po
ner en mi conocimiento los motivos que embarazaban su mar
cha, obligándole a faltar a una cita que entre militares es sa
grada, menos podría yo pasar con 1.100 hombres a encontrarlo.
En esta persecución, y como el único medio que me quedaba de
favorecer al general y su ejército, me puse en marcha con mi
división hacia la Herradura, donde estaba mi vanguardia, el
25 a la noche, pidiendo de oficio al gobierno de Córdoba me
mandase alcanzar con algunos escuadrones de milicias a la ma
yor brevedad hacia la Cruz Alta, y dejando al coronel Salas en
el Tío, con sus 300 hombres y las 2.000 cabezas de ganado
para marchar con ellas al encuentro del general, así que adqui
riese noticias de su situación, pues era de esperar que lo comu
nicaría. Con esta marcha a retaguardia del enemigo por su flan
co izquierdo, esperaba yo llamar sobre mí una parte consi
derable del ejército de Oribe, y proporcionar por este medio
la comunicación del general Lavalle con la fuerza que dejaba
en Tío.”
(268) Memorias Póstumas, ed. cit. II, p. 427 y sgts. Pas
agrega. 1 ‘ existían entre ambos generales celos y mutuas des
confianzas que les impedía al uno, explicarse francamente, y al
otro, obrar en el sentido más conveniente. Sin duda había en el
general Lavalle falta de franqueza, y además una invencible re
pugnancia a decir que necesitaba los auxilios y cooperación del
general Lamadrid; pero hubiera sido muy generoso de parte de
éste sobreponerse a esa falta, y obrar únicamente en el sentido
del bien general... Lo que hizo el general Lamadrid fué lo
peor que podía hacerse, de modo que, pudiendo salvar al ejér
cito libertador, lo dejó sacrificar por sus enemigos. Podía te
mer el general Lamadrid que el enemigo se hubiese interpues
to entre él y el general Lavalle, y que creyese, en tal caso, im
posible su reunión. Mas esto era lo que debía averiguarse antes
de hacer un movimiento excéntrico y que abandonaba entera-
pierite a su destino al ejército a quien se había propuesto dar
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 197
con imparcialidad atribuye la culpa a ambos, pues ni
uno ni otro, a pesar de la corta distancia que los se
paraba, hizo nada por descubrir el paradero del otro
(269). Elía mismo, que refiere minuciosamente todos
los antecedentes de aquella terrible retirada, no dice que
Lavalle hubiera hecho el menor esfuerzo para dar aviso
de su aproximación a Lamadrid, sino cuanto estuvo a
una legua de los campos del Quebracho (270). El amor
: i Si i
la mano. El mejor modo de conseguir esto último era conservar’
se, si es que no podía avanzar, lo más próximo posible en la
dirección que debía traer ese ejército; pero, variar en esos mo
mentos su línea de operaciones, dirigiéndose el 25 a la Herradu
ra, sin tener noticia alguna, fué una operación errónea y fatal
en sus consecuencias. No es temerario el decir que a ello fué
debido el desastre del Quebracho, y todas sus tremendas conse
cuencias ’ \
(269) “El día 20 Lavalle debía estar en Romero — dice
Villafañe (Reminiscencias, loe. cit. p. 156); — llegó el 27 y no
se había presentado en ese lugar, ni rumor alguno en las inme
diaciones anunciaba su presencia en esa dirección. En toda cir
cunstancia, pero muy especialmente en las que nos rodeaban, era
menester no faltar a la cita dada, siendo indispensable a lo me
nos avisar por qué se faltaba. Es aquí que empieza un proceso
para ambos generales. ¿Por qué Lavalle, conocedor de sus obli
gaciones como soldado y jefe de un ejército, cuya suerte se li
gaba tan íntimamente al nuestro, guardaba ese obstinado silen
cio? ¿Y por qué Lamadrid se atenía simplemente a los avisos
de Salas y Lavalle, y no enviaba, costara lo que costase, agentes
que le comunicaran día por día, hora por hora, lo que era de
Lavalle? En momentos tan decisivos y solemnes, toda actividad
de una y otra parte era insuficiente. ¿Pcrr qué entonces tanta
calma o inercia, siendo tan grande el interés que iba en la pa
rada? ¿Por ventura el general Lavalle confiaba demasiado en
sus fuerzas, para el caso de un encuentro con el enemigo? Y, en
cuanto a Lamadrid, ¿fiaba también a los suyos, cualquiera que
fuese el resultado a que llegara el general enemigo ?. .. Si yo
hubiera sabido entonces mirar las cosas del punto de vista que
hoy me ofrecen, ¡cuánto desencanto habría sentido por hombrea
que a la sazón me inspiraban respeto casi religioso! ’ *
(270) Lavalle, efectivamente, escribió dos líneas el 27 a la
198 ERNESTO QUESADA
propio de Lavalle (271) era tan enorme que, al estudiar
noche. He aquí como explica este incidente Elía (Memoria histó
rica, loe. cit. XI, 285): “El día 28, hallándose el general Madrid
en el campo de las Zorras, dispuesto a continuar su marcha sobre
el Fraile Muerto, recibió un expreso del coronel Salas, acompa
ñándole la comunicación escrita por el general Lavalle la noche del
día anterior, en Romero, y conducida por el mayor Jiménez, en
que le anunciaba “ .. .que el enemigo había querido estorbar su
marcha, pero que su vanguardia había bastado para dispersar
los.’ A la vez que el general Madrid recibía esa nota, Salas le
anunciaba en la suya que muchos dispersos llegaban a su campa
mento, desesperados de hambre y sed, y que, por consecuencia, se
ponía en marcha para ir a encontrar al ejército libertador, llevan
do el ganado, algunos caballos y toda el agua que le fuera posible
conducir. . . Bien avanzada la noche del 28, al mover su campo
el general Madrid, recibió un nuevo chasque del coronel Salas en
que le anunciaba la completa derrota del ejército libertador, acae
cida en la tarde de ese mismo día en el Quebracho Herrado,\
Efectivamente, Lamadrid (Memorias, tít. II, pág. 180) es bien
explícito al respecto: “ El 29 de noviembre me hadaba en el cam
po de las Zorras, que dista como 30 leguas del punto de mi partida,
e iba yo a romper mi marcha para el Fraile Muerto, cuando se me
presenta un chasque del coronel Salas, adjuntándome una esquela
del general Lavalle fechada en Romero el día 27 y escrita con lá
piz ; y en la cual me decía: ‘ ‘ Los enemigos intentaron embara
zarme el paso del Salado, pero mi vanguardia ha bastado para
dispersarlos; mándeme encontrar con algún ganado' \ Por la for
ma de la letra y la desigualdad de los renglones parecía haber sido
escrita de a caballo; mas entre tanto el coronel Salas me decía en
su nota, que estaban llegando muchos hombres dispersos, muertos
de hambre y de sed, y que él salía a encontrar al ejército con el
ganado, llevándole toda el agua posible en carretas y cargueros,
para cuyo efecto estaba haciendo sacar bolsas enteras de terne
ras... a eso de las 19 de la noche se me presenta por una de
mis avanzadas un nuevo chasque de Salas, que había muerto
dos caballos en su precipitada marcha, avisándome la derrota del
ejército del Quebracho y de hallarse ya en el Tío más de 300
dispersos que llegaban en grupos, entre ellos varios jefes y ofi
ciales; \
(271) “Hallándonos con el general en jefe, el coronel Vega,
Díaz y yo — dice Elía (Memoria histórica, loe. cit. XI, pág. 159)
—después de habernos ocupado sobre la tenacidad con que el
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 199
fríamente el incidente (272) se ve que por vanidad nada
comunicó, a pesar de su situación desesperada (273), co
mo nada esperó Lamadrid, a pesar de conocer la inmi-
enemigo continuaba la persecución, cosa que era bien extraña,
(!) le insinuamos que el ejército podría acelerar sus marchas,
abandonando la inmensa rémora de tanta carreta, para sólo sal
var las que contenían artículos de guerra cuya conservación era
indispensable. “No, amigos míos, repuso, aun no ha llegado la hora
de hacer penosos sacrificios, y cada carreta que tengamos quo
abandonar, debe costarle sangre al enemigo.” Callamos, nuestro
silencio que era un indicio de nuestra tácita reprobación, no arran
có otra explicación. Ojalá que el general en jefe, penetrado de
la inminente situación del ejército, hubiese adoptado la única
medida capaz de evitar su total destrucción!...”
(272) Lacasa. (Vida militar, loe. cit.).
(273) “En medio de un fuego terrible y de un sol abrasador,
el ejército se arrastraba lentamente, oponiendo el valor al valor,
pero sufriendo los tormentos de Tántalo. Rodeado por tantos
^objetos capaces de conmover el corazón más duro, nada había tan
digno de compasión como los pobres infantes. Sus manos desga
rradas ya no podían sostener el fusil, y sus pies hinchados ha
brían perdido la acción; de modo que muchos de esos bravos
guerreros sucumbieron presa de la desesperación, y maldiciendo
al tirano autor de su fin lamentable. La caballería, casi la ma
yor parte desmontada, sólo ofrecía la mitad de su fuerza numé
rica, porque en la marcha de la noche había perdido millares do
caballos, de que quedó sembrada la campaña, en razón de su can
sancio. Si el cuadro de la masa de los combatientes era terrible,
el que presentaban las infelices familias, soportando las mismas
miserias del soldado, era por sí solo capaz de hacer helar el co
razón de espanto. El ejército apenas marchaba, tanto por los
frecuentes altos que a cada paso se veía obligado a hacer para
dar aliento a los hombres y para rechazar el enemigo... ” (Elía
Memoria histórica, loe. cit. XI, 151). Y, sin embargo, Lavalle^
por no mendigar el auxilio de su rival Lamadrid, a pesar de estar
a úna jornada de distancia de éste, recién a última hora, cuando
vió que era imposible salvarse, el 27 a la noche, le envió un chas
que... Aun cuando Lamadrid, que lo recibió el 28 a mediodía,
hubiese volado, habría llegado tarde para evitar el desastre. Pero
si Lavalle hubiera sofocado su amor propio y hubiera mandado
aviso tras aviso con tiempo, el desastre se evita por completo.
¡ Qué pequeneces!...
200 ERNESTO QUESADA
nencia del peligro y de saber que su auxilio sería de
cisivo (274). Si, en lugar de esas menguadas rencillas
de amor propio, que hacían absolutamente incompatibles
a Lavalle y Lamadrid, aquellos jefes hubieran obedeci
do a los dictados de su patriotismo y sacrificado en aras
del triunfo de su partido la vanagloria egoísta, la faz
de la república habría sido quizás otra. A pesar de los
errores cometidos ya, la concurrencia de ambos ejérci
tos a una batalla contra el enemigo común habría pro
ducido, según todas las probabilidades, una derrota com
pleta del ejército federal, que era entonces el único or-
(274) Elía, (Memoria histórica, loe. cit. XI, pág. 284). La
madrid (Memorias, tít. pág; 181), al recibir la noticia
de la derrota del Quebracho Herrado, dice: “Puede figurarse cuál
sería mi desesperación al encontrarme a 30 leguas o más del
Quebracho con aquella noticia, después de haber estado hasta el
25 a distancia de 6 u 8 leguas de este punto, y vístome precisado
a emprender aquella marcha por la sola falta de franqueza del
general Lavalle para avisarme, como debió hacerlo, que el ene
migo lo perseguía, y que el mal estado de sus caballadas le
había privado de llegar a Romero el día prefijado”. El coronel
Elía, que iba con Lavalle y relata imparcialmente los incidentes de
aquella campaña, no puede menos de decir (loe. cit.) : “ Yo mismo,
víctima de las consecuencias que produjo su falta de asistencia a
Romero, tal vez lo consideré como el autor de nuestros desastres.
Pero cuando más tarde, templada ya la exasperación que la des
gracia produjo, conocí las causas que lo habían forzado a obrar
así, conviene, como convinieron muchos y en especial el general
Lavalle, que Madrid no podía merecer un reproche, a no ser que
llevara el sello de la injusticia”. El mismo Lamadrid, al refutar
los cargos del general Paz, dice (Observaciones, ed. cit. pág. 385) :
“¿Por qué Lavalle no fué más franco para conmigo, como debía
serlo, y tan sólo me mandó decir que no olvidara por Dios de
mandarle encontrar con carne y agua sobre todo, porque venían
muertos de hambre y sed? ¿No pudo y debió con igual franqueza
decirme que venía a pie y que las fuerzas del enemigo eran doble
que las suyas?... Quizá tenga razón Paz si juzgaba que hubiera
celos por parte de Lavalle, y esos celos eclipsaron todas sus glorias,
lo condujeron hasta el sepulcro y nos perdieron a todos!”
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 201
ganizado por el gobierno de Rosas. Dominando el norte,
gracias a la coalición; el centro, merced a la revolución
cordobesa; paralizado el oeste, por las intentonas de San
Luis y Mendoza; jaqueado Echagüe por el ejército de
Paz, en Corrientes; no quedaba a Rosas más que Buenos
Aires — estremecido en el sud por la reciente revolu
ción — y Santa Fe, que habrían arrollado los ejércitos
unitarios triunfantes. La victoria habría decidido a los
pusilánimes y habría contenido a los prudentes: los con
tingentes habrían afluido para el ejército de reserva en
Tucumán, que habría paralizado a Ibarra, en Santiago
— el cual no tenía fuerzas organizadas—, a Benavídez,
en San Juan y a Aldao en Mendoza. El avance conjun
to de Lavalle y Lamadrid, por un lado, y de Paz, por el
otro — dejando que Aeha, con la reserva, contuviera
a Ibarra, Benavídez y Aldao, ya paralizados por el ejér
cito de Brizuela, en La Rioja, habría producido fatal
mente la caída de Rosas, sin ejército, sin recursos, ais
lado. El partido unitario habría dominado todo el país, y
habría impuesto por el sable su famosa Constitución del
año 26.
Eso era lo lógico... si el partido unitario hubiera
sido un partido principista, y sus miembros hubieran
depuesto en aras del mismo sus ambiciones de “gallos
de aldea”. Pero sucedía lo contrario: el partido unita
rio no era tal partido principista, sino una coalición de
todos los elementos adversos al gobierno de Rosas: an
tiguos unitarios pur sang, “lomos negros” despechados,
federales desterrados, gentes con ideales diversos y con
ambiciones tremendas, que, creyendo siempre, con una
ceguera singular, que el triunfo era seguro, sólo se pre
ocupaban de destruirse de antemano entre sí, anulan
do una facción a la otra, y detestándose unos a los otros
con tanta o mayor cordialidad como odiaban al adver
sario común. Los generales unitarios no podían verse:
202 EBNESTO QUESADA
Paz, Lavalle y Lamadrid eran incompatibles: jamás pu
dieron actuar juntos, cada uno desdeñaba al otro, lo
consideraba en menos, ambicionaba para sí la gloria,
y... aún miraba con secreto júbilo los desastres de los
émulos, porque tenía la jactancia de creer que cada uno
sólo bastaba y sobraba para triunfar y dominar! Lo
mismo que con los generales, pasaba con los jefes se
cundarios unitarios: a cada momento se separaban de
sus respectivos ejércitos por no poder vivir con sus ge
nerales. La tropa, en medio de la indisciplina y1 en
presencia de estas rencillas que se comentaban en los fo
gones de los campamentos, perdía la fe en sus jefes y de
antemano se sentía derrotada, por la indecisión y la
vacilación continua en las órdenes.
Las provincias, que presenciaban esas tristes discordias
y esos ejemplos desalentadores, menos fe podrían tener
en tan singulares “libertadores”.
De ahí que las masas populares fueran adversas al
movimiento unitario, y fieles a los gobiernos constitui
dos ; y la minoría ilustrada sólo con tibieza se incorpora
ba a esas “cruzadas” descabelladas, que, a lo mejor —
como Lavalle en Merlo — salían disparando y abando
nando fríamente a los que habían tenido la candidez de
creer en las proclamas bombásticas y en sus sempiternas
ilusiones, alimentadas por las más pueriles tergiversa
ciones de los hechos reales.
Lo peor es que, por las rencillas de los jefes que a la
patria anteponían su partido y al partido su persona, ni
siquiera en el desastre y en la desgracia tenían un mo
mento siquiera de buen sentido. Tal sucedió con Lama
drid y1 Lavalle en aquella campaña: acabamos de ver có
mo procedieron, cuando aún se creían invencibles cada
uno por su lado. Veamos lo que hicieron cuando la rea
lidad los dejó estupefactos.
XVII
LA BATALLA DEL QUEBRACHO HERRADO
Al llegar al Quebracho, ya no pudo Lavalle evitar la
batalla: Oribe lo perseguía de tal modo, que, no encon
trando a Lamadrid, era preferible morir a seguir huyen
do tan desesperadamente.
Mientras tanto, horas antes todo había sido incerti
dumbre en el campo federal. Oribe había convocado un
consejo de guerra, sin sospechar lo inminente de una
batalla. Las opiniones de los jefes fueron lo más varia
das: el uno, quería retirarse: el otro, ladearse a 6 le
guas, a buscar una aguada incierta y escasa, pretendien
do que si no se la encontraba tendría que perecer el ejér
cito, que ya no podía aguantar una persecución seme
jante; otros objetaron que si se encontraba tal aguada,
sería insuficiente y apenas alcanzaría para un día. Por
delante no se podía continuar, porque la aguada del
Quebracho quedaría agotada si los unitarios paraban allí
algunas horas. Si se retrocedía, además del pésimo efecto
moral de abandonar la persecución, no se encontraría
aguada en dos días más. La situación era desesperada.
Entonces Pacheco declaró que estaba resuelto a batirse
204 EBNE8TO QUESADA
con las solas tropas de vanguardia y que se oponía, sea
a desviarse o a retroceder por razón de la aguada. Oribe
se dejó convencer por esas razones y se convino en pro
vocar una batalla. Los jefes orientales, contrariados con
esa resolución, y viendo cuál era el papel prominente
que los sucesos ofrecían a Pacheco — a quien Oribe ha
bía echado encima el peso de la responsabilidad, dicién-
dole que le confiaría las mejores fuerzas para que de
él dependiera el triunfo o la derrota — hicieron uso de
una estratagema singular: despacharon ayudantes a las
diversas divisiones, haciendo correr que Pacheco se ha
bía pasado con su escolta al enemigo, con el objeto sin
duda de que la tropa no le obedeciese.
Al día siguiente, Pacheco, de acuerdo con lo resuel
to, desde temprano tomó su puesto de combate, hostili
zando con guerrillas a Lavalle. Este se resistía a tender
su línea de batalla, pero, hostigado al fin, al mediodía
ordenó la colocación de los cuerpos en una línea recta,
dejando a retaguardia el tráfago y la inmensidad de
carretas que arrastraba.
A las 2 p. m. la batalla se inició: el encuentro fué
brevísimo: tres horas después todo había terminado.
Lavalle tendió su línea de batalla, la cual, a pesar de
su extensión, resultaba débil, porque siendo su fuerza
principal la caballería, ésta se encontraba montada en
animales cansados. Oribe desplegó sus fuerzas, agolpan
do a su derecha la flor de su ejército, a las órdenes de
Pacheco: era evidente su propósito de fiar a esa ala el
éxito de la jornada. Lavalle, por el contrario, concentró
sus mejores escuadrones en su izquierda, de modo que
quedó casi a un costado de la línea el batallón Díaz y
la artillería.
El centro del ejército federal era mandado por el co
mandante Costa, y se componía de 3 batallones y la ar
tillería; el ala izquierda, la mandaba el coronel Lagos
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 205
y tenía sólo 2 regimientos; el ala derecha, a las órdenes
de Pacheco, tenía los mejores cuerpos de caballería (275).
Ambos ejércitos estaban a 10 cuadras escasas el uno
del otro.
La disposición respectiva de ambos ejércitos ofrecía a
Lavalle la probabilidad de una victoria inesperada, si su
caballería lograba romper la izquierda general, y tenía
suficiente empuje para arrollar todo por delante en el
primer esfuerzo. Era indudable que el estado de las ca
balgaduras no permitía fiar en ellas durante una ac
ción larga, pero sí podía contarse con una atropellada
brillante.
Tal fué el plan de Lavalle: los escuadrones unitarios,
fanatizados al oír el toque de carga, atacaron bizarramen
te, arrollando las fuerzas de Lagos. Pero al mismo tiem
po Pacheco atropellaba la línea unitaria, la sableaba, la
destrozaba y envolvía su centro. Los escuadrones que La-
valle había conducido al primer empuje, con sus caballos
cansados y, desmoralizados al sentir triunfante por la
(275) El ejército de Oribe tenía 6000 hombres: 4000 de ca«
ballería, 1600 de infantería y 400 entre artilleros, escolta, etc.
He aquí su formación en, la batalla:
a) Centro: comandante Costa.
1. batallón Independencia: mayor Martínez.
2. „ Patricios: comandante Domínguez.
3. „ Defensores: „ Rincón.
4. „ Artillería „ Pon.
b) Ala izquierda: coronel Lagos.
1. parte del regimiento No 3.
2. Escuadrón Orientales.
3. Dragones.
c) Ala derecha: general Pacheco.
1. División del Sud: coronel Granada.
2. regimiento No 4 „ Laprida.
3. Escolta Libertad: comandante Bustos.
4. regimiento Nq 2: „ Navarrete.
5. „ n 1: coronel B. González.
6. parte del regimiento Nq 3.
206 ERNESTO QUESADA
retaguardia al enemigo, se encontraron entre dos fuer
zas.
Eran las 4 p. m. El combate hasta entonces había sido
más bien favorable a Lavalle, pero sus escuadrones ya
no evolucionaban con el mismo desembarazo. Los ginetes
tenían que rezagarse a su pesar: los caballos estaban
postrados. Pacheco, que seguía con ojo avizor los movi
mientos del enemigo, lanza sus regimientos de reserva,
que en el acto arrollan y acuchillan las desmoralizadas
huestes unitarias.
El desbande se produjo instantáneo: Lavalle, que, en
lugar de dominar el campo de batalla como general en
jefe para remediar cualquier contratiempo había pre
ferido convertirse en un oficial cualquiera, cargando al
enemigo a la cabeza de sus escuadrones, no se dió cuen
ta del desastre. No habiendo quien mandara en la línea
unitaria, cada jéfe campeó por sus respetos.
Al retirarse Lavalle, convencido de la pérdida de la
batalla, todavía ordenó que se resistiera a pie firme el
choque de los enemigos. El resultado fué que, cuando el
coronel Vega le convenció del desastre y lo hizo huir a
todo galope, mientras él defendía su retaguardia, fué
tarde para ordenar al coronel Díaz que salvara la in
fantería. Los inmensos bagajes del ejército también ha
bían sido abandonados desde el primer instante. Sin em
bargo, el ayudante Lacasa, que iba bien montado, logra
alcanzar a Díaz. Este se retiraba con su batallón forma
do en cuadro. “Los soldados, alineados, silenciosos y al
tivos en medio de su derrota, marchaban sin dejar abrir
un claro en las filas. Por su correcta formación pare
cían hacer ejercicios en un campo de maniobras, más
bien que tentar el último esfuerzo de salvación sobre un
campo de batalla. ” (276) Lacasa trasmite a Díaz la
(276) M. Espora. Episodios nacionales^ Buenos Aires, 1888,
pág. 211,
LAVALLE Y LA BATALLA LE QUEBRACHO HERBADO 207
orden de Lavalle, “que se salvase a todo trance.” El
pundonoroso oficial no sólo no podía ni debía abandonar
su cuerpo, sino que veía el campo de batalla converti
do en una confusión indescriptible, y la persecución des
plegándose por todas partes. Su contestación fué heroica;
“Diga Vd. al general que donde mueren mis sol
dados morirá su coronel”.
El desastre fué absoluto: de los 4200 hombres que com
ponían su ejército, (277) perdió Lavalle en esa jornada
1500 hombres, con varios jefes y oficiales, incluso toda
la artillería y la infantería; un repuesto inmenso de
municiones, armamento de toda clase, 3000 Cjaballos,
vestuario, parque, banderas, imprenta, equipaje, carre
tas, correspondencia y cuantos elementos de guerra po
seía (278). El triunfo del ejército federal se debió ex
(277) He aquí el detalle, dado por el coronel Díaz:
a. División Vega.............................................. CC
600 hombres
b. Abalos . . 400
c. Vilela . . 1057
d. Campos . 230
e. Noguera . 230
Ruiz .. . 230 V
íh Escolta . . 217
h. Bejarano 100
Aldao . . 220
3- Oroño . . . 60
k. artillería . 119
I. infantería 400
m. ff cívicos . . 37
n. íf Allende .. 50
o. Escuadrón Mayo 250
Total 4200 hombres
(Cf. Conocimiento de la fuerza total que el ejército unitario
______
presentó en la batalla del 28 del pasado, en que fué vencido. El
coronel prisionero Pedro José Díaz es el que lo ha demostrado
con exactitud. Véase La Gaceta Mercantil, enero 1* de 1841).
(278) Elía, Memoria histórica, loe. cit., XI, 169). “Pérdida
la batalla del Quebracho Herrado — dice el general Paz (Me-
208 ERNESTO QUESADA
elusivamente al general Pacheco, como lo reconoció
Oribe (279).
morias Póstumas), ed. cit., II, 432) — ya no era, a mi juicio,
posible pensar en una nueva batalla. Verdad es que había ele
mentos para formar otro ejército inmediatamente, reuniendo las
fuerzas de Córdoba, de Salta, y las que tenía el general Lama
drid ; pero la dificultad estaba en compaginarlas. La organi
zación del ejército libertador fué viciosa desde un principio, y
no era a presencia del enemigo y bajo la impresión de una de
rrota, que podía procederse a mejorarla. Lo que me parece que
convenía, era replegarse, disputando en cuanto fuese posible el
terreno, y sin perder de vista el grande objeto de regularizar los
medios que quedaban de resistencia”.
(279) El parte oficial de Oribe, datado en Ranchos, a diciem
bre 12 de 1841 (vid. publicación en folleto especial, con el plano
de la batalla) lo reconoce claramente: “El ala derecha del
ejército unido — dice — a las órdenes del valiente y hábil gene
ral don Angel Pacheco, la desplegó escalonada, con órdenes de
caer sobre el flanco izquierdo del enemigo... Ejecutada esta ope
ración, que impuso al enemigo, era ya preciso continuarla con
arrojo... El enemigo disputó con encarnizamiento el triunfo, y
muy principalmente en su izquierda, que fué reforzada por 3
escuadrones que tenía como en reserva y en protección de su
convoy; sin embargo, este esfuerzo fué ineficaz, porque el ge
neral Pacheco, con la derecha de su mando, siempre eligió con
tino y bravura todas las ocasiones ventajosas que se 1p presen
taron en esta parte de la línea, hasta que afirmó la victoria... ”
En esa batalla tuvo lugar un incidente histórico que conviene
poner, siquiera incidentalmente, bien en claro. Durante la batalla
— dice el parte oficial — “el general Pacheco, con algunos
escuadrones, dió alcance al batallón de infantería enemiga, a
quien intimó rendición, el cual con todos sus jefes, oficiales, tro
pa y armas, se le sometieron”. Uno de aquellos prisioneros, pues
to en libertad más tarde por Rosas, escribió en Montevideo (1842)
los Rasgos de la política de Rosas; o escenas de barbarie, seguidas
to la batalla del Quebracho, por un testigo presencial y paciente.
Allí refiere ese ihcidente como sigue: “Cuando las huestes del
ejército que peleaba por la libertad e instituciones a la República
Argentina, fueron dispersadas o deshechas en los campos del Que
bracho, el día 28 de noviembre de 1840, el reducido pero deci
dido cuerpo de infantería, único que tenía el ejército, a las órde-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 209
Lo que salvó los restos del ejército unitario fué el
saqueo de sus bagajes por las tropas federales, que ve
nían casi desnudas y careciendo de todo. Si se hubiera
podido impedir la desorganización que eso produjo, no
escapa un soldado del ejército de Lavalle.
La victoria tampoco dio los resultados que debió dar,
porque Oribe no supo aprovecharla. El departamento del
Río 4o., el del Tío, y hasta el del Río 2°., quedaron en po
der de las fuerzas federales, por ese solo suceso: no ha
bía, pues, más que marchar para apoderarse de la ca
pital de Córdoba. Todas las declaraciones de los prisio
nes de su intrépido coronel D. Pedro José Díaz, hizo esfuerzos
asombrosos en el lugar del infortunio, para que el enemigo com
pletara su triunfo sobre ese puñado de valientes aislados y solos,
a precio subido, que le conquistará el renombre de soldados dignos
de la causa por que combatían, a la cual resolvieron consagrar
con heroísmo su próximamente último aliento. Prevenido el ene
migo de la resolución de esta tropa de no dejar inerme correr
sobre sus cuellos el cuchillo de los degolladores, inició proposicio
nes que vinieron a ser admitidas cuando el general Pacheco com
pareció en persona ante este grupo organizado y resueltamente ar
mado, y juró sobre su honor y su espada respetar las vidas y li
bertades de los infantes, siempre que sin otra resistencia depusie
ran las armas, que empuñaban aún, en los momentos de la capi
tulación. Agregó, bajo la misma solemnidad, y a la faz de los
que trataban y muchos de los suyos que se aproximaron luego que
se sintió la negociación pacífica, que se juraba sobre las armadu
ras de la guerra: “Que el batallón sería conservado en el ejército,
hasta tanto que fuera posible enviarlo con seguridad a Buenos
Aires, para que allí cada uno usara de amplia libertad, a condi
ción expresa que no volvería ninguno a la guerra, ni a combatir
por otros medios la dictadura de Rosas”. Admitidas las condi
ciones y deberes recíprocos que se acordaron en este pacto, el ba
tallón, a la voz de su jefe, formó sus armas en pabellón, y desfiló
a una distancia inmediata, para que el general Pacheco se reci
biera de las armas que tanto terror inspiraban a sus subordi
nados. Como se había incorporado a los infantes algunos oficia
les y soldados dispersos, pertenecientes a la caballería, el total
de los capitulados sería como de 460, oficiales y tropa”. El general
210 EBNE0TO QUESADA
ñeros estaban contestes en que era mortal el golpe recibi
do. Pero era necesario obrar con energía y rapidez, sin
dar tiempo a una reacción. Mientras tanto, se dejó es
capar a Lavalle, y1 se paralizaron los progresos, sin sa
car partido de la victoria, por haber permitido Oribe
que los cuerpos se cebasen en el botín que les ofrecía
la provincia. Parecía como si no se tratara de destruir
al enemigo, sino de vivir a costillas del territorio que se
pisaba: los más encarnizados eran los orientales, que for
maban la híbrida “división del señor presidente”.
La campaña debió terminar en el Quebracho, pero Ori
be no era el hombre para ello. Su favoritismo para con
los oficiales orientales que lo habían seguido en la emi
gración, lo llevaba a relajar toda disciplina. Dejaba la
brarse a su lado verdaderas fortunas^ con mil manejos
perjudiciales: los caballos que se tomaban se mandaban
devolver, pero entregando animales buenos por malos;
de la hacienda para carnear, se apartaba lo gordo para
venderlo en plaza, y sólo lo flaco se distribuía a los cuer
pos. Se levantaban cuerpos con reclutas, que se vestían y
sustentaban disponiendo de lo que pertenecía al ejér
cito, pero sin darle conocimiento a los jefes del caso. Los
Pacheco, que era sólo jefe del ala derecha del ejército, dió cuen
ta del hecho al general en Jefe Oribe y éste ordenó que los
prisioneros se le incorporaran. La misión de Pacheco había con
cluido: era subalterno, y su superior jerárquico era el que dispo
nía. El testigo paciente, cuya relación hemos recordado, refiere
escenas de barbarie a que dice sometió Oribe a los prisioneros: no
es de este lugar examinar la exactitud de esa referencia. Años
después, en septiembre de 1857, a requisición del juez del crimen
de la capital Dr. Alsina, el general Pacheco fué mandado in
formar, “bajo su palabra de honor, detallando minuciosa/ y
fundadamente la verdad de los hechos”, sobre diversos puntos,
y entre otros “sobre la capitulación que hicieron con él las fuer
zas del ejército libertador, al mando del general Lavalle, rendi
das en el Quebracho”. En nuestro libro Lkz decapitación de Acha
(Buenos Aires 1893, pág. 66) hemos publicado esas actuaciones ju-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 211
oficiales favoritos abusaban: ponían presos a los que les
convenía y los castigaban sin dar conocimiento a los jefes
respectivos. Mientras tanto, habiendo un sargento orien
tal querido arrebatar el poncho al asistente de un jefe
porteño, éste lo conduce preso; pero al día siguiente Ori
be lo pone en libertad.
Pues bien: ese núcleo de favoritos era el que imperaba
en el ejército, y fué el opuesto a sacar rápidamente el
fruto de la victoria del Quebracho, prefiriendo aprove
char del país en que se encontraba emigrado.
La primera noticia de la batalla del Quebracho He
rrado llegó a Córdoba en momentos en que las autorida
des estaban en el teatro de la Comedia, un domingo a la
noche. El gobernador Alvarez, con el objeto de impedir
la divulgación de la noticia y el desaliento consiguiente,
hizo repicar las campanas hasta las 2 a. m., como si se
diciales. Respecto del incidente del Quebracho, dice Pacheco: “En
la acción del Quebracho, la caballería del general Lavalle, des
pués de varios choques, había abandonado el campo; su artille
ría había sido también abandonada, después de un fuego muy
sostenido. Una columna de infantería, a las órdenes del coronel
Díaz, se retiraba en masa, en un orden perfecto, pero por te*
rrenos desiertos, enteramente llanos y sin agua por muchas le
guas. Su situación era, por consiguiente, desesperada, pues con
sólo algunas piezas de artillería, que ya se aproximaban, habría
sido despedazada; para evitarlo le intimé rendición, lo que efec
tuó bajo la condición de garantirle la vida al coronel, que era
el único a quien podía considerar ese peligro, por antecedentes
que me eran conocidos. En esta acción yo no mandada el ejér
cito, sino la caballería de la derecha, ésta se encontraba ya ade
lantada y a alguna distancia, habiéndome quedado con sólo un
piquete al lado de la columna que había depuesto las armas. En
tales circunstancia, una gran parte de la caballería de la iz
quierda se venía a la carga, a la desbandada, sobre aquella tropa
desarmada; los oficiales, viendo el inminente peligro que los
amenazaba, me rodeaban para que los protegiera. Conociendo
que si esa tropa llegaba a las manos en ese orden, no podía evi
tar un destrozo, me adelanté solo hacia ella para contenerla, si
212 EBNE8T0 QUESADA
tratara de un triunfo, so color de celebrar la incorpora
ción de Lavalle a Lamadrid, y diciendo que aquél había
destrozado a 800 hombres de Pacheco. El chasque, sin
embargo, traía este oficio de Salas: habían llegado 600
derrotados de Lavalle, con la noticia de que los había
hecho pedazos Pacheco y que no sabían nada de Lava
lle, que quedaban en poder del enemigo 80 carretas, to
dos los bagages y artillería. Agregaba el chasque que aJ
pasar el río del Tío, llegaban 400 hombres de los disper
sados, con Vilela. El general Lamadrid pedía, en conse
cuencia, todos los cazadores y1 cuantas milicias pudieran
mandarle para contener a Pacheco. (280)
Lamadrid, mientras tanto, en mérito del aviso que re
cién el 27 a la noche se decidió a enviarle Lavalle, avanza
ba a marchas forzadas hacia el Quebracho. Sabedor del
desastre (281) precipita más sus marchas, llegando casi
era posible, o sacrificarme en el cumplimiento de mi deber res
pecto de prisioneros, previniendo a éstos que si no podía conte
ner la tropa que avanzaba, tomasen las armas y se defendiesen,
apoyados por el piquete que los custodiaba, mientras eran prote
gidos por algunos escuadrones que mandaba a regresar en el acto:
felizmente fui obedecido sin gran dificultad. Desde el día si
guiente el coronel Díaz podía recorrer todos nuestros campos,
acompañado sólo de un ayudante,\
(280) Contiene detalles curiosos una carta interceptada de 8.
Bravo, fechada lunes, a las 3 de la mañana. “Aquí se preparan
infinitos, incluso el gobernador, para ir a visitar a Tío a Lava
lle, y yo veo que este pueblo va a quedar desierto en pocos días
con la emigración”.
(281) “Tan inesperada noticia llenó de amargura al gene
ral Lamadrid, pero sobreponiéndose a todo, sólo pensó en hacer lo
posible para prevenir sus terribles resultados, y por lo mismo,
se puso en marcha precipitada sobre el Tío, para con su pre
sencia reanimar el entusiasmo de los restos salvados de la ca
tástrofe. La marcha fué sin interrupción durante todo el resto
de la noche, y al amanecer del 29 los coroneles Vega, Rico, muchos
oficiales y soldados, ya se hallaban incorporados a su co
lumna, quienes lo informaron de las verdaderas causas que habían
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERBADO 213
a encontrarse con el ejército vencedor pero logrando in
corporar a los dispersos (282).
Lavalle pretendió echar sobre Lamadrid la responsa
bilidad del desastre. (283) Era necesario en aquellos mo
mentos supremos adoptar un plan de campaña. Lamadrid
opinaba por la instantánea reorganización de los restos
del ejército, incorporarlos al suyo, caer en el acto sobre
Oribe, que no sospecharía tal ataque, y dar una bata
lla desesperada. Lavalle rechazó la idea y optó por hacer
la guerra de partidas en grande escala, o sea con grue
sas divisiones. La opinión de Lavalle prevaleció. (284)
ocasionado la pérdida de la batalla”. (Elía: Memoria histórica,
loe. cit. XI, 287). En la mañana del 30, marchando siempre La
madrid sobre el Tío, recibió un chasque extraordinario del coronel
Salas, anunciándole que el ejército enemigo sólo distaba dos le
guas de dicho paraje.
(282) “Justo es decir — añade Elía, loe. cit. — que los res
tos dispersados del ejército libertador que, desde el día 29, se
reunieron al general Lamadrid, hallaron en éste, así como en todos
sus jefes, oficiales y tropa, amigos solícitos que hicieron cuanto
fué dable para dulcificar su penosa situación”.
(283) “ .. .Los de poncho azul, que se acercaban a nosotros —
dice el secretario de Lamadrid (Villafañe, op. cit., f. 158), — era
la gente de aquel ejército en dispersión. El general Lavalle, bien
que de los últimos, no tardó en llegar, y aquí de los reproches
y recriminaciones sobre lo que uno y otro debió hacer de su parte
y no hizo en aquella ocasión! Lavalle decía a Lamadrid: “Yo citó
a Vd. para el día 20 en Romero, y sin embargo, Vd. no estuvo allí”.
“Sí, contestaba Lamadrid, pero es que V. no repitió sus avisos,
como era de esperar”. “Pero es que Vd. debió estar allí en ese
día ”. “ J^ero es que yo no podía entrar en esos lugares sin pas
tos, ni agua, tan sólo a esperar y esperar; pues que tampoco faltó
a la cita, desde que el coronel Salas estuvo allí, sin hallarme yo
mismo lejos de él”. No se quiso ir adelante, quizá por miedo
de enardecer la cuestión, o mejor, por pensar en lo que convenía
hacer en lo futuro. Mi desencanto subió de punto... ”
(284) “Y debía ser así — añade Villafañe (loe. cit. f. 159) —
Lamadrid era hombre humilde. Al acordarse de Lavalle, lo hacía
siempre teniendo en vista una potencia superior. Lo vi en toda
214 EBNE8T0 QUESADA
Lamadrid entonces le propuso dirigirse él con sus fuer
zas sobre la campaña de Buenos Aires y tentar una sor
presa, dejando al ejército de Oribe entre él y Lavalle.
Tampoco aceptó esto Lavalle. (285)
ocasión dispuesto siempre a obedecer a sus consejos. En esa no
che, una vez en la carpa, recordando la discusión habida, me dijo:
“Pero es que Lavalle está cabreado (acobardado), por eso no
quiere tentar la reunión de fuerzas y una embestida a la de Ori
be”. A su vez Lavalle, al día siguiente de aquella conferencia,
me tomó del brazo y deteniéndose me dijo: “¿No le parece a
Vd- ÍAu desatino lo que propone Lamadrid?” “Mi general, todo
x^rece peligroso en estas circunstancias”. “Sí, me replicó
con énfasis, pero nada es tan peligroso como estos generales sa
bleadores ¡ ” Lavalle se decidió por el sistema de la guerra de re
cursos, porque lo había practicado en la Banda Oriental a las ór
denes del general Rivera, “pero — dice un historiador (Díaz,
Historia política y militar, ed. cit., V, 191) — ni tenía para eso
las condiciones del general Rivera, ni los jefes que poseía éste, edu
cados en aquella escuela, ni el teatro elegido finalmente se presta
ba a tal plan de campaña, desde que el general Lavalle no tenía
en él simpatías, relaciones íntimas y conocimientos prácticos. La-
valle había residido algún tiempo en la ciudad de Mendoza, y eso
era todo”.
(285) Queda de esto una constancia irrefutable. Como ya es
taban etiqueteados ambos jefes, iban en grupos separados, de mo
do que se comunicaban por escrito. Lavalle rechazó el plan de
Lamadrid por carta fechada a diciembre 15 y que por vez pri
mera hemos publicado nosotros. (Véase el texto en nota artículo
publicado en El Tiempo). Por otra parte, Lamadrid explica así
el incidente, en sus Memorias (t. II, pág. 186: “Aun conservo
el proyecto( vista la resistencia que Lavalle oponía a todos mis
proyectos) de marcharme solo con el ejército de las provincias
sobre el norte de la campaña de Buenos Aires, dejando a Oribe
en el Tío y Villa del Rosario. A este efecto proclamé mis tropas,
y encontrándolas decididas moví mi campo hasta el otro lado del
río, con el ánimo de no dar aviso al general Lavalle de esta mi
determinación, hasta después de haber hecho la primera jornada,
mas reflexionando esa noche que podrían los pueblos del norte re
probar ésta mi resolución, por no haberla antes consultado con
dicho general, que era quien le merecía hasta entonces su mayor
concepto, le hice un propio esa misma noche avisándole mi reso-
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 216
4 Qué fuerzas contaban los ejércitos unitarios en aquel
momento? A pesar de la derrota del Quebracho, el ejér
cito de Lavalle tenía 2.000 hombres; Lamadrid tenía
1.800, bien disciplinados; en marcha venía Sola con 400
sáltenos; en La Rioja, Brizuela tenía 1.200 soldados;
Avellaneda, en Tucumán, contaba con 800 milicianos, sin
hablar de Paz en Corrientes, del contingente de Cata-
marca y de las milicias que reunía Alvarez en la ciu
dad de Córdoba. Por de pronto, listos para emprender
la ofensiva había cerca de 5.000 hombres reunidos y en
pocos días podrían incorporarse los contingentes tucu-
mano, catamarqueño, y el ejército riojano, o servir de re
serva. (286)
lución, y las ventajas que esperaba reportar de esta atrevida em-
presa, con la cual Oribe se vería precisado a seguirme con el todo,
o con parte de su ejército y en cualquiera de esos casos podría él
hostilizarlo por la espalda, por tener ya su ejército montado. La
contestación que recibí al siguiente día del general fué entera
mente negativa, pues me decía que siendo él y sus jefes hijos
de Buenos Aires, nada habían podido hacer, teniendo desembar
cados en San Pedro como 3000 hombres, menos haría yo con una
fuerza extraña y mucho más inferior; y que lejos de alentar
con este paso, no haría otra cosa que perder la revolución, que era
mejor llamar al enemigo al interior de las provincias, y allí es
perarlo en una posición ventajosa, después de haberlo debilitado
en su marcha e inutilizándole sus caballadas”.
(286) El doctor Vicente P. López, testigo presencial — pues
estaba entonces en Córdoba y era nada menos que secretario del
ministro de la guerra (el coronel Julián Martínez) del gobierno
revolucionario — es mas optimista en sus cálculos: ‘ ‘ Con un
poco de quietud de espíritu y de genio militar — dice {Manual
de la historia argentina, ed. cit. pág. 575) — el general Lavalle
habría podido reorganizar un precioso ejército de 7.000 hombrea
a lo menos; tenía allí como 1.000 infantes, quizá más, de primer
orden, entre cívicos de Córdoba y los 3 batallones de Tucumán y
de Salta; el escuadrón de coraceros salteños, mandado por los
coroneles Pojo y Acha; los lanceros de Giraldes y la caballería
de la división tucumana. Había, pues, medios para haber reor
ganizado un ejército nuevo y fuerte; y Oribe debió temerlo, pue§<
216 ERNESTO QUESADA
Si Lavalle y1 Lamadrid, rehechos, bien montados, bien
municionados, como lo estaban, gracias al gobernador
Alvarez de Córdoba, se hubieran arrojado sobre el ejér
cito de Oribe, el resultado habría sido, según todas las
probabilidades, favorable a la causa unitaria. El ejército
federal, en efecto, a pesar de su triunfo, estaba en des
favorables condiciones; pues marchaba por una travesía
sin agua, y cuyos pocos pozos habían sido secados por las
fuerzas unitarias que venían persiguiendo; haciendo
marchas terribles, con “un sol abrasador, soportando los
horrores de una sed inaguantable, y aumentando la pre
cipitación de las marchas para dar alcance al enemi
go.” (287)
La coyuntura, pues, era favorable para el plan de La
madrid : lo único que podía objetársele era que jugaba
el todo por el todo, pues derrotado el ejército unido, no
quedaba al partido unitario esperanza alguna, Pero a
veces es preciso recordar el viejo adagio: audaces fortu
na juvat, pues a los audaces protege la fortuna.
Lamadrid, además, estaba espantado por los excesos
de la soldadesca desenfrenada de Lavalle, y quería evi-
to que se estacionó un mes sin azancar de la frontera,\
La divergencia entre el cálculo del doctor López y el nuestro,
es de 2.000 hombres; pero proviene de que aquel historiador esti
ma las huestes de Lavalle en una “multitud informe, desordena
da, que se compondría de 3 a 4.000 hombres en conjunto,,.
Nosotros hemos fijado los dispersos de Lavalle en 2.000, porque
es la cifra que da Lamadrid en sus Memorias. De todas mane
ras, queda evidenciado que la causa unitaria era, en ese momen
to, la más poderosa por el número de soldados sobre las armas,
por las situaciones provinciales de que era dueña, y aun por
las condiciones del adversario, pues el ejército de Oribe pisaba
territorio gobernado por enemigos y estaba diezmado por lo pe
noso de la campaña, lejos del centro de operaciones y sin po
sibilidad de recibir refuerzos.
(287) Parte oficial de la batalla del Quebracho Herrado (ed.
Citv pág. 4).
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 217
tar que el pánico moral de la retirada, después del de
sastre, hiciera más insoportable su peso sobre las provin
cias y desacreditara la causa a que servía. (288)
Lavalle se negó rotundamente a todo: el 3 de diciem
bre se separó de Lamadrid, marchando con su ejército
a Sinsacate; Lamadrid se replegó entonces el 4 a Cór
doba.
(288) Lamadrid, en sus Memorias (t. II, pág. 184 y sgts.) es
bien explícito: “El pueblo de Córdoba se había desmoralizado
completamente con la llegada de algunos jefes, oficiales y sol
dados de los dispersos del ejército libertador, a consecuencia
de algunas tropelías cometidas por los últimos. .. Las milicias de
Córdoba habían sido atropelladas e insultadas torpemente por
los soldados del ejército libertador de Lavalle, que nada respeta
ban. .. Manifesté al general Lavalle la imperiosa necesidad que
había de contener su tropa, si no queríamos que todos los cordo
beses se convirtieran, de amigos decididos nuestros, como lo eran,
en nuestro más mortales enemigos,\
XVIII
LAMENTABLE EPILOGO
El dado estaba tirado: Lavalle prevalecía. La agonía
comenzaba. En ejecución de su plan de guerra, Lavalle
despachó al coronel Vilela, con una división sobre Cuy1©;
al coronel Acha, con otra, sobre Santiago; y al coronel
Salas, con otra, sobre Río 2o. Como se ve, Lamadrid
se había prestado a todo.
Pero ese plan, militarmente considerado, era otro
nuevo error de Lavalle. ‘ ‘ En primer lugar, necesitaba je-
fes capaces, inteligentes y1 adecuados. En segundo lugar,
necesitaba cuerpos de tropas moralizadas, que no fue
sen, con los excesos de la indisciplina, a concitar el odio
popular. En tercer lugar, era preciso que hubiese en los
pueblos o provincias que iban a ocuparse, unas disposi
ciones tales, que se prestasen con facilidad a la impul
sión que iban a darles los libertadores. Finalmente, se
necesitaba establecer un centro común de relaciones, o
sea una autoridad general, que diese dirección a esos
cuerpos, y a los distritos que levantasen.” (289)
(289) Paz. Memorias Póstumas (ed. cit., t. II, p. 433). El
general Paz olvida que la guerra en el interior estaba bajo la égi-
220 ERNESTO QUE8ADA
Fraccionar en partidas sueltas los restos de un ejér
cito desmoralizado por una derrota reciente, era insen
sato; debilitaba su nervio, lo exponía a la deserción en
masa y renunciaba a la eficacia de una acción en común.
El grande y radical error de Lavalle y del partido uni
tario en 1839 y la guerra civil subsiguiente, fué el de no
darse cuenta de que pertenecían a una facción metropoli
tana y no a un partido popular; contaban con parte de
la minoría culta, pero tenían en su contra a la inmensa
mayoría. La emigración unitaria, durante su alejamiento
del país, nada había olvidado y nada había aprendido.
Creía en la panacea de la constitución unitaria de 1826,
e imaginaba las revoluciones como los decembristas de
1828. No faltaron, sin embargo, hombres ilustrados — no
de los pontífices, pero sí de la nueva generación (290)
que señalaron el escollo. Alberdi le escribía a Lavalle:
da de la Coalición del Norte, y que ésta había nombrado “di
rector supremo de la guerra ” al general Brizuela. Indudable
mente, conociendo a Brizuela, como debían conocerlo Avellaneda
y los hombres dirigentes de la Coalición — ese nombramiento era
en realidad ad honor em-, pero entonces resulta que todo aquel
movimiento careció de plan maduro, de cabeza dirigente y de una
mano poderosa para dirigir los elementos y heterogéneos reunidos
Fué una intentona más o menos ilusa, más o menos “unitaria”:
no había una mente superior que pusiera orden en el desorden.
El resultado era fatal: el sacrificio inútil, y el desastre total.
(290) Porque, efectivamente, frente a los unitarios pur sang,
como los describe Sarmiento, en su Facundo (Obras completas,
ed. cit., VII, 101) estaba la generación nueva, enrolada en la
Asociación Mayo, fundada por Echeverría. Alberdi era una de
sus figuras descollantes; como lo fué Avellaneda, el alma de la
Coalición del Norte', Francisco Alvarez, el de la revolución de
Córdoba el 40; “doquier que se pelea contra Rosas, al lado de
los proscriptos de todos los partidos, se ven los jóvenes de la
nueva generación, fraternizando con ellos por el amor a la pa
tria”. (Echeverría, Dogma socialista, ed. cit, p. 55).
LAVALLE Y LA BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO 221
“En 1828 la campaña y sus ideas sometieron al pueblo.
Hoy el pueblo y sus ideas deben someter la campaña.
El general Lavalle no será fuerte en su país por las
masas ignorantes: es preciso que la minoría ilustrada
llegue a subordinar la mayoría semibárbara.” (291)
Luego Lavalle no conocía a su país: era un porteño me
tropolitano, que consideraba al interior como a la cam
paña de su provincia; ignoraba que en las provincias la
gran masa era eminentemente federal, y que, aun cuan
do fuera indiferente, en presencia de los escuadrones por
teños que cometían toda clase de excesos, como en país
conquistado, tenía que volverse hostil. Así sucedió: otra
vez Lavalle, por su complacencia, perdió la causa de la
revolución.
Esta tenía aun el norte: Tucumán, Salta y Jujuy, con
un ejército a las órdenes de Avellaneda; Catamarca y
Rioja, con otro ejército a las órdenes de Brizuela; Co
rrientes, con otro ejército, a las órdenes de Paz; Córdo
ba, con el gran ejército a las órdenes de Lavalle y La
madrid. Además, la Comisión Argentina de Montevideo,
y la de Santiago de Chile, les daban recursos y dinero
en abundancia. San Luis (292 y Mendoza estaban con-
(291) Consideraciones, (cit. en A. J. Carranza, La revolución
del sur; ed. cit., p. 128).
(292) La revolución de San Luis, a que se refieren las dos
cartas inéditas del coronel Lucero, reproducidas ut supra, triun
fante desde noviembre 11, tuvo por dictador a don Eufresio Vi-
dela, quien organizó las milicias, y resistió hasta enero 2 de 1841,
en que fué batido por Aldao en la acción de las Quijadas. “Al
dao les otorgó libertad, dándoles pasaporte para que fuesen don
de quisieran, a excepción de Videla y don Rufino Suárez, que la
obtuvieron con la condición de irse a Chile”. (Zinny. Historia de
los gobernadores, III, 36). Durante dos meses los unitarios fue
ron dueños de la situación, pero no pudiendo ser auxiliados por
Lamadrid, a causa del desastre de Lavalle, sucumbieron al fin.
La revolución de Mendoza, como se ha visto ut supra, triun-
222 EBNE8T0 QUESADA
vulsionadas; Entre Ríos, amenazado por Paz, inmovili
zaba un ejército federal. El gobierno de la Confedera
ción sólo tenía el grande ejército a las órdenes de Oribe
y Pacheco; el de Echagüe, jaqueado por Paz; la situa
ción de Ibarra en Santiago, y las de Aldao y Benavídez
en Cuyo. Pero los unitarios estaban divididos, no tenían
unidad de acción ni cabeza alguna superior que impusiera
sus vistas: reinaba en sus fuerzas la licencia, y en sus
hombres dirigentes, la anarquía; mientras que los fede
rales estaban unidos, sus ejércitos disciplinados, y la
unidad de dirección reconcentrada en Rosas, cuya supre
macía ninguno discutía. El resultado no podía ser du
doso. (293)
fante en noviembre 9 — pues que debía estallar simultáneamente
con la de San Luis, — fué sofocada por Aldao el 14 del mismo
mes. Esas convulsiones eran exóticas en aquellas provincias, pues
las hacía un grupo de gente patricia, movida por los unitarios y
apoyada en el auxilio probable de éstos: por eso se ve que no tie
nen ni consecuencia.
(293) Echeverría, (Dogma socialista, ed. cit., 55) explica
claramente este fenómeno: “Un sentimiento común, — dice,
refiriéndose a los emigrados argentinos — les hizo olvidar sus opi
niones y resentimientos pasados, en unos el odio a Rosas, en otros
el amor a la patria. Pero ese vínculo no era sobrado fuerte para
anudar de un modo indisoluble voluntades tan disconformes: no
era una creencia común capaz de producir una fe común, con
centración de poder y acuerdo simultáneo de acción. Por el menor
contraste, ese sentimient se relajaba y aflojaba el vínculo de la
unión: el amor propio ofendido, las aspiraciones personales, la
divergencia de pareceres sobre la situación, producían entre ellos
desacuerdo, luego la dislocación, luego la impotencia y los desas
tres. Rosas, al contrario, luchaba con un poder central, y por la
fe en su estrella que tienen sus sostenedores. La lucha, pues, era
desigual, y los patriotas fueron vencidos,,.
INDICE
INDICE
Pág.
Advertencia ................................................................. 5
I La invasión unitaria del 39................................... 9
II Lavalle en Buenos Aires.......................................... 19
III La retirada fatal........................................................ 47
IV El “ejército” unitario............................................... 57
V La cruzada libertadora............................................. 71
VI La situación de Rosas.............................................. 75
VIb La invasión al interior............................................. 84
VII La toma de Santa Fe............................................... 99
VIII La organización del ejército federal: Oribe y
Pacheco......................................................................... 111
IX El plan de Lavalle................................................... 127
X El plan de Lamadrid............................................. 131
XI La campaña a la Hioja: Brizuela yAldao............. 138
XII Lamadrid en Córdoba............................................. 147
XIII Oribe y su mando en jefe delejército federal 163
XIV La persecución a Lavalle......................................... 171
XV Actividad de Lamadrid........................................... 179
XVI Lamadrid y Lavalle: su desencuentro.................. 193
XVII La batalla de Quebracho Herrado.......................... 203
XVIII Lamentable epílogo................................................... 220