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Meditaciones Sobre La Santisima Virgen - Tomo II

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I\TEDITACIONES SOBRE LA
SANTÍsTMA VIRGEI{
TOMO II

Ttp. cnróLtcA cAgALg


trcclór or LranreÍe
C^spt, log. . BAnc:LoNA

http://www.obrascatolicas.com
,

Es rnoprEDAD

Imprenta Moderna de Guinart y Puiolar, Bruch, 63. - Barcelona

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MEDITACIONES
S OBR E I-A

SANTÍsIMA VIRGEN
PARA USo DEL CLERo Y oe LoS FIELES

por el
'R, P. A. Vermeersch, S.
J.
Profesor de TeologÍa
traducidas por el
R. P. Antonio Viladevall, S. J.

CON LICENCIA

TOMO II

- Parte suplementgria
Sábadoso

BARCELONA
GUSTAVO GILI, Eor
Calle lJniversidad, 45
MCMXII

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IMPRIMI POTEST
JoseeHUS BnnnacHINA
Praepositus Prov. Aragoniae t)

NIHIL OBSTAT
El Censor,
Jnrrrre Poxs, S. J.
I

Barcelona 5 de Octubre de 191 I '

IMPRINNNSE
El Provicario General,
Jusrtxo GuttART
Por mandado de Su Sría'
Lrc. SÀLvADoR CenneRAs, PBRo'
Scrio. Canc.

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TERCERA PARTE

Meditaciones para los sábados

ADVERTENCIAS PRELIMINARES

I. María es Madre de Dios. apero lo es simple-


mente á la manera de las demás mujeres que han tãni-
do la dicha de dar á luz hornbres itustres y grandes
bienhechores de la humanidad?
Su maternidad, en este caso, no le aRàdiría mérito
alguno; todos sus antepasados coÍnpa rtirían con ella
semejante gloria y sería Jesús, Hijo de Ma ría, de igual
rnanera que es nieto de Joaquín y Ana.
Así piensa de la Madre de Dios la here jía protes-
tante; pero su error herético destruye toda la tôología
de nuestra justificación; y la intõrpretación servil-
mente literal de los sagrados textos, unida al Ínenos-
precio de la tradición viva, re oculta en gran parte Ia
economía divina de nuestra reparación. No es, pues, ex-
traflo que esa religión mutir ada y sin alrna. no haya
conservado sino una imagen fría y descolorida de la
_ .-.Madre de Dios.
1'-' No faltan tarnpoco católicos, ignorantes por des.
la fe, que tienen de Ia Virgen
rnpleta é insuficiente, pareclda,
ello , á, la idea que de ella tienen
que no corresponde por cierto
edad. Como hijos dóciles de la
honores que tributa ála Madre
)rrAcroNES, ToMo u.- 1.

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2 TEIRcERA PARTE. sÁeeDos
\l,

de Dios, sin penetrar ni aun sospechar la razon íntima


de estos homenajes.
No conocen el lugar que la Madre de Dios ocupa
en el plan divino y el valor de1 consentitniettto que de-
cidió su maternidad, y por esto les sorpretrde el len-
guaj. q. los santos, y parécenles puras hipérboles las
expresiones cle la liturgia, porque no se han dejado
convencer por los argulnentos que en favor de ios pri-
vilegios de María se formulan.
En estas meditaciones tendremos siempre fija la
mirada en el verdadero retrato de la Madre de Dios,
tal cual la Iglesia lo ha recibido con el depósito de la
fe y guardado con tanto amor, para ir descubriendo en
-con
é1,
'cencias
el transcurrir de los siglos, bellezas y magnifi-
desconocidas en un principio
La materia exige consideraciones que tal vez Pa-
f ezcan arduas á lo:; leciores poco f amiliarizados con la
teología (1). Pero el àsfuerzo de su atención sentiráse
alentãdo por la espeÍanza de alcanzar más pleno coÍlo.
cimiento ãe la Santísima Virgen y de Jesucristo, del
cual María no puede sePararse.
Afrádase que lViaría, aunque tan sublime, es_ sin
embargo más parecida á nosotros que su divino Hilo.
Si, corão dice ãt epOstol, nuestra predestinación debe
modelarse sobre la de Jesucristo mismo; mucho más
debe asemejarse alade su'Madre. Desarrollaráse, PoÍ
consiguiente, á nuestra vista el plan de nuestra propia
- santif-ícación, á medida que se nos vaya presentando la
de Mar ía; y la realidad que nos llene de pasmo re§pecto'

(1) Suceder á., por 1o demás, á la mayor parte de nuestros lecto-


res, que no podrán recorre-r cad,a afro ía sórie completa'de esta§
meditaciones escritas para cincuenta y cuatro sábados.parezcaÍt
Podrán,
pu"=, suprimir; en el ptán que se formen, los temas que les
menos,á su ProPósito:

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ADVERTENCIAS PRELIMTNARES 3

de ella, nos dará, á conocer las misericordias con que


Dios nos previene también á, nosotros, y la manera
con que debemos correspond er á los beneficios que nos
otorga.
II. El amor divino eligió ala Madre de Dios, lle-
nóla de riqu ezas, y la condujo por caminos magníficos
al término en que la corona. Hállanse en el punto de
partida una elección, y gracias y privilegios insignes;
el camino seguido es el de las virtudes, que conducen
á incornparable gloria.
Las gracias, las virtudes y las glorias de María
dividen así naturalmente la tercera parte de nuestro
trabajo en tres secciones, las cuales, sin embargo,
difieren poco por su objeto. Porque, las gracias y las
virtudes ino constituyen por ventura sus glorias más
espléndidas? Y estas glorias, lo mismo que las virtudes
ino son gracias á su vez? Con todo, el ejercicio de las
virtudes introduce el elemento de una cooperación Ii-
bre; y en las glorias se nos rnuestra enteramente per-
fectiy acabaãa la obra de Dios. Después de contem-
plar el punto de donde parte María por la gracia de
Dios, ha de ser gustoso y agradable contemplar
las alturas á que esta gracia, secundada por una vo-
luntad perfectamente dócil , para siempre la ha subli-
mado. '

III. Ilustres representantes de la teología, nos han


dejado en sus obras un concepto científico y cristiano
de la Madre de Dios. Plácenos citar aquí con recono-
cimiento á, aquellos cuyos trabajos nos han particular-
mente ayudado para componer estas meditaciones.
SaNro Tomes bosquejó en la 3.a parte de su Sa-
ma teológica una Mariología, sabia y piadosamente
desarrollada por sus comentaristas, especialmente por
Suenez.

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4 TERcERA pARTE. sÁBeDos

Al lado de estos grandes nombres rnencionaremos,


por orden cronológico, algunos autores recientes.
PassacLrA, De Immaculoto Deiporoe Conceptu,
Romae, 1854, 1855, 3 vol.
MArou, Obispo de Bruias, L'Immaculée Concep-
tion de la B. Vierge Marie, considérée comme dog-
me de foi, Bruxelles, 1857 , 2 vol.
Aucusro NrcoLAS , Morío y el plan divino, 2 vol.
A. HatNe, De Hyperdulia ejusque fundomento.
Dissertatio historico-theologica, Louvain, 1864 (Tesis
doctoral). \

ScneeBEN, Handbuch der katholischen Dogma-


tik, t.3, Freiburg im Breisgau, 1873-1887.
TenRrcN, S. J., Lo Màre de Dieu et la Màre des
hommes, París, 1899.
GeNNRRI, Cardenal, L' Immaculato Concepimento
di Mario in relazione colla sao vita, Rorna, 1904.

SECCION PRIMERA

Las gracias de Marra

sÁ e a o o P RI M conside rada
" 1?' ; íx :::";l: lff , T" "','

Plon de ltt meditación


-Dios es principio, Dios
es fin de todas las cosas: esas dos verdades son fun-
damento de todala vida moral; pero una y otra, por
desgracia, se ven frecuentemente desconocidas y olvi-
dadas, siendo la primera de ellas la que más se halla

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LAS GRACIAS DE IIIARÍA 5
expuesta á un coÍnpleto y general olvido. Vamos, pues,
á aprovecharnos con avidez de Ia ocasión que, de pro:
fundizar en ella, se nos ofrece en esta móaitrción
cual se remonta hasta la fuente suprema de
, la
todas las
\ grandezas de María: la libre elección Oe Dios.
Verernos
q-ue la elección divina contiene ana gron íección
de
dependencio obsoluta y completa" sumisión; qr.
constituye pora tloría y para-nosotros un sapremo
Ítonor, y gug propor ciona'ó Dios ana gtorificación
universal. En otros térrninos, nos hurniria, nos honra,
y glorifica á su Autor. Esta es la rnateria de los punl
tos de este ejercicio.

MEDITactór.t

«o ltomo, tu quis es) qai respondeas Deo?»


(Rorn.
IX, 2o).
oh Ítombre 6qaién eres tú para discutir con
Dios?
1.nn PnBluDro. Trasradándonos á aquer instante,
separado de nosotros por innurnerables ,igtor,
efl qre
nada había sido creadô, pero en que ya existía
Dios,
esforcérnonos por aislar de.todo là aern ás
á la Majes-
tad divina y nuestras rniradas en eila sora, coÍno
el rya grande,Íijar
za y bondad que plenarnente se basta á
\ sl Íntsma.
2.o PRELUDT.. pidamos la gracia de coÍnprender
mejor el abisrno de nuestra nadã, para rnejor
curnplir
nuestro prirner deber de criaturas.

I. La elección divina, gran lección de dependen-


Imag te Dios,.la lnnu-
I
e de Ues. Todos son
nada, to de no podér-
srno con rasgos t ados del rnundo

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6 TERcERA PARTE' sÁeaDos

real. Ahí'están delante de Dios inmóviles y mudos, sin


voz ni aun para defender Su propia causa, la causa Su-
pi"*u de su llamamiento ála existencia. En este uni'
versal silencio de todas las cosas, Dios no oye ryá:
que á sí mismo: iquieTace! Esto que es verdad G
con respecto á todo lo no es Dios, io es también
con respecto á María.
de ser agradables á la
de ver en ella á :una criatur
dora á Dios de cuanto tieÍre
II. TamPoco nosotros n(
de nuestro oãg.n : «Quid habes quod non accepis---
ti? (l) cQué tén 10 1o hayamos recibido? aY
que'dâtã.i-,o tení alguna?
rramos los ojos á
icuántas vec
esta evidencia! amente cada vez
mos; cada vez que
ia, empeflándonos en
que es p.or voluntad
pronuncian nuestros
hombres ó las cosas.

II. La elección divina §upremo honor de la


-ó Dios
determina 1i-
creación._I. La elección con que
úr. y soberanamente crear tal cual t9t, en tales ó
es rn pensamiento eterno de
cuales circunstancias,
Diosi y, cuando se trata de úna criatura racional' Úfl
-div
amor i no, igualmente eterno ' '

Eterno )írtomíento. María está allí, en Pio:'


imagen tomada. de 13
;pero cómoí No está como una de donde se deriva
realidad, sino como un prototipo,
identifica-
la misma realidad: ideal, modelõ, prototipo,

( 1) 1 .a Cor. IV, 7

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do con Dios, .,,11'ffi;: ,. il;. será María
iEterno amor, que crea el objeto que ha de amar!
II. Este mismo honor se nos concede á nosotros,
aunque tan pequefros. Antes de que pudiésernos cono-
cernos á nosotros misrnos, antes de qlle pudiésemos
amarnos, antes que nadie en el mundo pudiese sofrar
siqr-riera ni Íijar en nosotros una mirada, üil pensaÍnien-
to, una benévola voluntad, Dios nos conocía y nos
amaba iOh abismo de la sabiduría y del amor divino,
que responde al abismo de nuestra nada! Seamos muy
agradecidos.
' '
IItr. La elección divina, fuente para Dios de uni-
versal glorificación.-1. Si todo cuanto existe, toda
cualidad, todo elernento positivo de cualquier ser, vie-
ne como de su primer principio de Dios, gúe es razón
de ser de sí mismo, claro está que todo manifiesta la
verdad y la bondad de Dios; y flsí toda excelencia de
María, cualquier alabarrza pronunciada en honor suyo,
viene á parar necesariarnente á esta rnanifestación.
II. Si todo se terrnina en Dios, no temamos alabar
á María, que mientras no la confundamos con Dios,
alabar á su Madre es honrarle á El,
Mas entendamos también cómo debemos referir á
Dios todas nuestras ventajas, nuestras cualidades,
nuestros talentos. Procuremos hacer completa justicia
á' nuestro Criador, honrándole por todo, flo sólo de
palabra sino también con obras; ernpleando cuanto te-
nemos y cuanto somos en servirle y amarle y hacer
que de todos sta arnado y servido. Es cierto que nues-
tras buenas obras glorifican todas á Dios según la me-
dida misma de su bondad; pero aumentarnos esta bon-
dad esforzándonos en meiorarlas y ofreciendo á Dios
expresarnente el homenaje de todas las cosas.

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TERCERA PARTE. SÁBADoS

col-oQUro

Adorernos á Dios en el coloquio; y supliquémosle,


por María, nos comunique una perfecta humildad y se
digne admitir la completa ofrenda de nosotros mismos.
Glorifiquérnosle también en su Madre. Ave Moría.
sÁenoo SEGUNDo.-t_l;L?::L.ftre María para ra drvina

Plan de Ia meditoción.-La maternidad divina es


la más sublime de las elecciones con que María fué
favorecida; la primera entre estas gloriosas predesti-
naciones que se ofrece á nuestra mente y que ante
todo se ven dría espontáneamente á los labios, así del
teólogo que reflexiona sobre los planes de Dios, como
del simple fiel que no consulta más que su piedad. Ma-
ría es Madre de Dios. Ya otras veces, especialmente
en las meditaciones pata la fiesta de la Maternidad de
María y Ia de Nuestra Sef,ora del Sagrado Cora zón,
hemos tratado de este magnífico asunto, del cual pue-
de decirse que no vamos ya á separarnos en adelante,
pues la divina Maternidad es la causa y la explicación
de todas las prerrogativas, de todas las excelencias,
de todas las glorias de María.
Conforrne al fin propuesto á esta tercera parte,
quisiéramos que apareciese en este lugar, lo más clara
y completamente posible, cuanto se contiene en la idea
de Madre de Dios. Vamos, pues, á acometer tan difícil
empresa con humilde sencillez, reservando para las si-
guientes meditaciones el afradir nuevos detalles; por-
que esta dignidad inmensa sobrepuja nuestra inteligen-
cia icuánto más nuestras palabras!, siéndonos por en-
de imposible encerrar en una sola meditación cuanto

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LAS GRACIAS DE MARíA 9

alcanza á, comprender de ella nuestro entendimiento.


prime'
Considerando i, gru.ia de la Maternidad divina,

y en el tercero , el c
porciono sobre lo
dre de Dios.
MEDITACION

usonctificavit tabernoculunt suum Altissimus"


(Ps. XLV, 9).
Et Aftísímo ha santiftcado su tabernóctrlo.
1.ro PnelUDIo. Imaginémonos la humilde morada
de Nazaret, visitada por õl ángel San Gabriel, quien
saluda aMaría con esias palabias: «Has hallado gracia
ante Dios., '|

2: PneluDIO. Pidam )s instantemente la singular


gracia de sentir para con María un santo respeto y un
indecible amor.

I.La gracia de la Maternidad divina, considerada


en sí miúa.-I. con un sentimiento de respeto cual
debió sentirlo luloisés cuando, pisando la tierra santifi-
cada, acercóse lentamente ála zarza, Qüe la presencia
de Dios hacía parecer ardiente, acerquémonos nosotros
paso á paso ála Madre de Dios, tabernáculo vivo del
Sef,or.
1. Jtzgando como desde afuero y por comporo-
ción, decimos: a) Que por encima de las relaciones
con Dios, Qüe nuestr a razÓn conoce Como existentes ó

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10 TPRCBRA PARTE. SÁBADoS

posibles, hay otras de orden superior, de las cuales


aun ta posibilidad se le oculta y que no conoce sino por
revelación. Estas son tres : la unión hipostática, la
rnaternidad divina, la filiación adoptiva; entre las cua-
les, como se ve, la Madre de Dios ocupa el segundo lu-.
gar (1). Hállase de pronto María levantada por encirna
de todo el universo criado, por encirna de todas las.
creaciones posibles, salvo únicarnente la hurnanidad
del Verbo; de rnodo que
honor rnás grande que pue
ra. b) La n:aternidad divin
na Ínerecerse. Nuestra acti
de Ilevar fruto alguno de salvación, llega sin ernbargo
á rnerecer, rnediante la gracia, aun ra gioria del ciei-o;
pero la dignidad de Madre de Dios es de un orden
rnás elevado, al cual no llega la gracia. Del rnisrno
rnodo que para una naturaleza hurnana fué un beneficio
absolutamente gratuito verse asunta y apropiada á, sí
por la Persona del verbo; del mismo rnodo ia elección
de una Madre de Dios no pudo, en los divinos consejos,
seguirse á
-la previsión de buenas obras, cualesquiera
que éstas fuesen. Aunque una especiar abundanôia de
gracias constituyó la convenienfe preparación de la
'escogida, estas gracias, con todo, son consecuencia
de
la eleccióÍr, y no pueden, por consiguiente, disminuir su
gratuita liberalidad (2).
2. Apliquernos ahora á la maternidad divina lo
(1) suÁnrz, in 3 p., q. zz, d. 1, s. 1. ScnpBBE\, Lehrbuch etc.
t.3, n. 1614 ss.; TrnRrEN, La Jlíêre de Dieu.etc.,t. 1,p.23g, 255.
(2) Sólo en este sentido puede Ia Iglesia, en el Ràgina caeti,feli-
citar á María por haber merecido lleva? al Salvador. Si entendemos
estas palabras como refiriéndose á un rrerdadero mérito (lo cual no
es necesario), María pudo merecer, poÍ la gracia recibida, aquel
grado de pureza y santidad que Dios había juigado conveniente à la
escogida para la divina maternidad. v. saxio TouÁs, 3. p., e. 2,
artículo 17, ad J.unr (i Scnepnrx, t. Q, n. 1594.

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LAS GRACIAS DE MARÍA 11

que sabemos del oficio comrinrnente asignado ó las


madres.
a) Inmediatamente adrnirarnos la rnás estupenda de
todas las fecundidades reales ó posibles en el orden
criado: la
fecundidad que produce á un Hombre Dios.
Y lpor qué medio? Por cornunicación de la propia subs-
tancia. Considerémoslo: la madre proporciona, efl su
seno misrno, la materia que se incorpora en su hijo, ó
por rnejor decir que constituye el cuerpo de su hijo;
esta substancia, al pasar al hijo, úonserva el sello de su
origen, y así la madre, por lo que el hijo conserva
de ella, sigue y se continúa en la existencia separada
de su hijo. Este papel representa enteramente María
con respecto al Verbo divino, ytanto más enterarnente,
cuanto que Cristo no tiene padre entre los hornbres.
Aunque no está ella unida personalrnent e ala divinidad,
proporciona una carne que lo está; pasa y se cornunica
ála Persona del Verbo de Dios por algo de sí rnisma,
por algo que guarda para siernpre el sello de la perso-
nalidad de María. He aquí cómo sola ella, y por una
operación natural, confina María con la divinidad (l).
b) gcon quién concurrió María á esta inefable -conpro-
ducción? No solainente, como los otros padres,
una acción criadora de Dios, güe produce el alnna.
Sabemos ioh inefable rnisterio! que de toda la eterni-
dad el Padre engendra al Verbo, segunda persona de
la adorable Trinidad: pues bien, Máría le presta su
_concurso para dar á su Verbo un nacimiento temporal.
No puede concebirse más augusto rninisterio.
c) La autoridad de eminentes teólogos nos perrnite
entrar en consideraciones aún más elevadas, Recorde-

( 1) Expresión célebre de CeypreNo: «,So/a ad fines deitatis pro-


pria operatione naturali attigit.» 112.a 2,n", q. 103, art.4.

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12 TERCERÀ PARTB. SÁBADOS

rnos ante todo que, además del parentesco propiamente


dicho, fundado en la comunidad de la sangre, hay
otro, la af inidad, QUe da entr ada á cada uno de los espo-
sos en la familia del otro. María, como Madre de Cristo,
está unida á El por la rnás estrecha consanguinidad;
rnas, poÍ otra parte, existe entre el Verbo y su propia
naturaleza humana una unión más íntima, más com-
pleta, más indisoluble, Qüe la que hay en cualquier
matrimonio; pues que, en lugar de la simple fusión
morol de dos personas, esta unión apropi a ála Persona
del Verbo la naturaleza con la que se une. Ahora bien,
esta naturaleza está tornada de María, contiene la
Sangre de María. iNo Se ve, pues, clara la inconcebible
consecuencia? El Verbo, en cambio de la naturaleza
que toma de su Madre, le comunica la afinidad con Su
Persona; la convierte en pariente de su Persona, es
decir, de Dios mismo. En esta afinidad reconoce Santo
Tornás el origen del culto más elevado que á María
tributamos con el nombre de Hyperdulia (1).
3. Pero la maternidad de María no resulta única-
mente, fli siquiera principalmente, de su propia ac-
ción; sino que proviene también, y ante todo, de la in'
fluencia divina del Hijo, que descendiendo á María,
la hace su Madre por el hecho de unir á su divinidad la
humana naturaleza suministrada por la Virgen. De este
modo, viene á ser la Persona del Verbo , para con
María, la de un esposo que habita en ella y se da á sí
mismo por hijo á su esposa. Marí4, pues, está doble-
mente unida con Jesucristo, como Madre y como espo-
sa; y la unión de su persona criada con la persona in-
creada del Verbo, constituye la imagen más perf ecta

(1). Div. Tou. 2.a 2.o" q. 103, à.4, ad 2. Véase el comentario


de CevprANo sobre esta noción de afinidad, participada en cierto
grado por todos los hombres.

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LAS GRACIAS DE MARÍÀ 13

de la misma unión hipostática, Qüe une la naturaleza

cenciai y, mientras dura su vida mortal' cumple el filial

I[. La maternidad divina caracterizando á María.


nuestra admiración
-1. Y crecerá aún en gran manera
ante la Virgen Madre, âl conocer que esta dignidad
incomparable de Madre de Dios, no es una cualidad
adventicia que accid
persona, cuyos desti
sino que determina I
física, moral y sobre
constitución misma de María; que caract etiza Su
persona.
Para comprender meior esta particularidad, demos

(1) V. ScgBEBEN. t. 3, n. 759, 760.

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L4 TERCERA PARTE. SÁBRDoS

una mirada á la distribución de medios para las dernás


carreras. Dios pone á disposición de la humanidad un
mundo exterior y un fondo de fue rzas, de talentos, de
inclinaciones naturales y de gracias. Los hornLres
libres, aunque gobernadós por rã providencia, se rnul-
tiplican sobre la tierra, y de sus enlaces nacen otros
hornbres dotados de estas ó aquellas cualidades t1e
talento ó de sentirnientos, á las cuales se ha dado tal ó
cual educación, adquiriendo así diversas capacidades
para diferentes empleos ó estados. Dios, aunque deja
obrar á los hombres, vela para que esas capácidades
sean suficientes á las necesidades de la Iglesia y de la
sociedad civil; y tanto las oraciones como las buenas
obras pueden Ínerecer á una sociedad ó á una época
más numerosos, más ilustrados y más sinceros hom-
bres de abnegación y sacrificio.
Así es cómo los modos de vida son , á la vea libre-
mente escogidos y providencialmente dados por Dios.
El Espíritu, dice el Apóstol, dispensa á su placer las
graçias, los rninisterios, las operaciones (l). No todos
son apóstoles, doctores ó profetas.
Cuanto más una carrera levanta á un orden superior
y pertenece á una más extraordinaria economía, tanto
es más directa y exclusiva la acción de Dios en ella y
tanto menos depende de una elección arbitraria de los
hombres. Designa el Sefror particularrnente sus doce
Apóstoles y les dice: «<No me habéis escogido vosotros,
sino que os he elegido yo (2)». Sin embargo, no puede
dudarse que a la mayor parte de los hornbres ningún
decreto divino, lógicarnente anterior al conocimiento
de sus actos libres, les asigna tal ó cual determinada
función.
(I ) 1.4 Cor. XII, 1 l.
(2) Joann. XV, 16.

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LAS GRACIAS DE MARÍÂ 15

Cristo torna á sus apóstoles de entre los que halla


provistos de Ias convenientes disposiciones; sin que la
aptitud á la divina elección quede lirnit ada á, solos los
escogidos.
Pero la preparación de la Madre de Dios, no puede
quedar abandonada, por decirlo así, á los caprichos de
los hornbres ó al azar de las circunstancias; ni puede
ser resultado de la fidelidad, aun extraordinarià, de
una hija de Adán á ciertas gracias participadas por mu-
chos. cNo debía una especial providencia velar aun so-
bre la formación física de esta mujer, de la cual el Hijo
de Dios había de tornar su carne para ser el más per-
fecto de los hornbres, y buscar hasta en sus rnás proiun-
das raíces los elernentos del carácter natu ral que el
misrno verbo quería para su humanidad? ciertamente
que, en el orden sobren atural y divino, distinguió ante
todo a Maria una especial eleccion a la cual estãban vin-
culadas todas aquellas gracias, á ella sola reservadas,
que convenían 'á la futura Madre de Dios. Así coÍno
Adán fué criado corno padre del género humano y no
podía ser otra cosa, y así como la primera rnujer te rue
dada coÍno coÍnpafrera y rnadre de todos los vivientes,
sin que fuera otra su vocación; así también nació Jesu-
cristo, cual nuevo Adán-salvador y le fué asociadà Ma-
ríapara ser otra Eva, elegida precisamente para este
no para otro en este rnundô. Sólo María podía ser
Ii-n y
Madre de Dios, y si esto no fuese, María no existiría.
Mucho antes de la ernba jada de Gabriel, si una rnirada
hubiese podido penetrar en María, hubiese reconocido
ya en ella ala futura Madre de Dios. Aunque los des.
posorios con el Verbo celebráronse en el rnisterio de la
Anunciación; pero ya María fué desde el primer instan-
te su gloriosa desposada, ungida desde entonces y con-
sagrada por la gracia para ser Madre de Dios.

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16 TFRCERA PARTE. SÁBR OS

II. Nuestras aplicaciones, no por Ser analógicas,


deiarán de ser muy útiles. Obrar bien es hacernos
capaces de grandes cosas; es entrar en un orden en
que una. espãcial Providencia nos prepall precio:ls
ocasiones de más alta y más universal influencia. No
oigamos los conseios de la carne; unámonos lo más
ap"retadamente posible con el principio de todo bien.

trII. Lo pasado y lo porvenir de la Madre de


Dios.-I. i. de la Madre de Dios, es la
Lo pasado
época que precede á la maternidad. Resulta de las
cônsideraciones precedentes que dicho pasado debe
estar compuesto ãe una serie inaudita de gracias y. de
privilegios, debidos á la persona.de María, mística des-
posada" de Dios, no por sola la gracia santificante,
iino por su vocación á la divina maternidad. Estas
graciás y privilegios serán objeto de nuestras medita-
ciones.
2. Lo porvenir para María eS una tealeza univer-
sal. Entre estas dos grandes épocas pudo María ser
pobre y pasar por la ôbscuridad de una vida terrena;
pero .õtô fué atcidental y provisorio. Como Madre de
bios ve á sus pies la humanidad entera y toda la crea'
ción: hónranla ya los reyes y los pueblos aguardando el
establecimiento del orden universal, de aquel incon-
testable reino de Dios en que cristo Io ofrecerá todo
á su Padre (1), y en que María ocupará el lugar de
honor entre todas las criaturas.
II. Ponderemos bien la ley general por la que, aun
en el mundo criado, la proximidad con Dios da una irre-
vocable grandeza. vanidad es y error buscar otro
medio dõ engrandecerse. Las distinciones que Dios

(l) 1.a Cor. XV,24.

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LAS GRACIAS DE MARÍA 17

definitivamente no reconoce, se borran, como la estela


del navío, sobre las móviles ondas.

col.oQUro

icómo no renovar, en el coloquio, las ardientes fe-


Iicitaciones á Maúa, junto con el homenaje de respeto
que acrecientan el arnor y la admiración? Unamôs á
esto el propósito de estrecharnos rnás y más con
Dios, fuente de toda grande za verdadera . Ave maris
stella: éste es el propio cántico de alab anzas ála Ma-
dre de Dios.
sÁeADo rERcEoo.-k: de la madre
BilTogenitura
Plon de la meditoción nota un teólo-
-corno
go (1), el concepto de hija única de Dios, bien compren-
dido, responde del modo rnás edecuado á la cornunica-
ción con Dios, Qüê María debe á su rnaternidad. He ahí
po.r qué, de la maternidad divina, pasaÍnos luego á con-
siderar esta prirnogenitura que la Iglesia reconoce en
María, apropiándole lo que là Escriúra santa dice de la
sabiduría eterna. Dgrpués de considerar en el primer
punto la primogenitura de la sabicruría increoda,
consagraremos el segundo ála primogenituro de Ma-
ría con respecto tÍ toda la creación, y el tercero á
su primogenituro entre los ltombres y ios cristianos.

MEDITACION
Ít

:fliryogenita ante omnem creaturotn» (Eccli.


xxlv, 5) Primogénita ante todos los críaturas.

lj",I"l,.-,.T;: l:l;]"

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18 TERCERA PARTE. SÁBADOS

1 .rn PnnlUDIO. Representémonos el interior de

la casa de Nazaret en el momento en que el ángel


aparece allí para anunciar á María los designios de
Dios sobre elia y proclamarla bendita entre todas las
mujeres.
2P PnelUDIO. Pidamos la gracia de conocer más
y más áJesús y de amarle más en su augusta Madre.
I. Primogenitura de la Sabiduría increada.-I.
Levantémonos en alas de la fe hasta el inefable misterio
de la Santísima Trinidad, no para comprender lo que
supera á toda inteligencia finita, sino para ropetirly-
miidemente lo que Dios nos ha hecho conocer de Ella
y hallar en la percepción, aunque rudimentaria y con-
irru de la más sublime de las verdades, el principio de
una eminente santidad.
Dios es uno en tres Personas: Padre, Hijo y Espí-
ritu Santo. Estas tres Personas no se dividen; sino que
tienen .una misma y única divinidad identificada con
cada una de Ellas. En todo son iguales, no distinguién-
dose más que por su origen diferente. El Hiio procede
del Padre;-el Padre y el Hiio son un solo principio de
donde procede el Espíritu Santo. Admirable fecundidad
interioi cuya razón de ser no conocemos, sabiendo
únicamente que reside en la perfección misma de la
esencia divina. Como Inteligencia infinita, esta esencia
exige en Dios un Verbo; como infinito Amor exige un
Esp-íritu Santo. La tazón de estas dos procesiones del
Verbo y del Espíritu Santo hace también que la Sabi-
duría divina, identificada con las tres Personas, se
atribuya á Dios Hijo, como la Santidad y Amor divino,
identificados con las tres Personas, se atribuy a al Es-
píritu Santo. Sabemos finalmente que la_segrrr$, Per-
ionu de la Santísima Trinidad procede del Padre por

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LAS GRACIAS DE MARíA 19
generación: de ahí su nornbre de Hijo, y que esta gene_
ración eterna es fuente de una priínó[.àitr* absolu-
tarnente universal.
o) Primogenitura relativamente á todas las obras
de Dios, á todas las criaturas que rnetafóricamente
Ilarnarnos engendradas por Dios. irl prirnofenitura que
más bien que un sirnp[e privilegio de ,nTig,iedad
ito
eterno es necesariarnente anterio r át cuanto Iier. prà-
cipio en el_ tiernpo),
_i_rnprica una causaridad ejeicida
sobre todo lo dernás. No-sólo eristía el Verbo
óuanOo
todo fué criado, sino que todo fué criado po; É;
nia ipsum facta
-sunt, o;
ler et sine ip,si factum est
nihil (1). c) Primogenitura que necesariarnente se ex-
tiende á todos los órdenes: ál orden natural y al sobre-
natural, y en cada orden , á, toda bondad, á toda
cuali-
dad existente ó posible.
II. 1 . Después de haber adorado en silencio, con_
fesando nuestra nada ante Dios, considerernos
con
cuánta rnayor excelencia se verifica la noción
de pri-
Igg.nitura _en Dios, que en todo el rnundo creado. [Jn
hijo prirnogénito, efl una farnilia humana) no lo .r.ü
a]s31a superioridad natural p-ersonar;' rnientras
el Primogénito de Dios es el_óinfinito .áÀpurado ôru
con
seres finitos' EI hornbre no es prirnogénito ôin,
con re-
Iación á unos pocos herrnanos;rnientrãs que ar prirnágà-
nito de Dios le sigue la rnuchedurnbr. inrrrerable
de
los seres. El hotple prirnogénito en nada contribuye
ar
nacirniento y cualidades de ãus herrnanos Ínenores;
Ínas
todas las criaturas son obra del Prirnogé;ito de
Dios.
Aplicación particular de una verdãd general. En
Dios y en las criaturas hállanse perfeccionel del rnisrno
nornbre; pero lcuánto rnás eminóntes en Dios!
(1) Joann. I, 3. Todo ha sido hecho por Er, y sin Er nada
hecho. ha sido

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20 TERCERA PARTE. SÁBADOS

2. Por consiguiente cuando esté en nuestra mano


el escoger; cuand"o podamos Ver, amar, poseer, alcan-
zar .rãlidrdes de Dios ó de las criaturas ino sería
el colmo de la insensatez mendigarlas de éstas mejor
que de Dios? sobre
de bienes que ordina
seos: la honra mor ' i
abandonan la honra, el goc el am
óiãr para buscar la sombra de estos bienes, en los que
pr.oón ofrecerles las criaturasl icuántos quisieran di-
vidir su cor azÓn entre Dios y la criatura, como si pu-
diese ésta afladir algo á labondad del criador! Ponga-
*ot, con los santosltoda nuestra espeÍanza en Dios y
busquemos en El todas las cosas'

II. La primogenitura de María con respecto â


todo lo criado.-I. 1 . AP
sublime lenguaje de que es
«Poseyóme el Seflor en el
toda la eternidad antes de
fuí establecida desde la et
días, antes de que la tierra fuese hecha. No existían
aún los abismoJ y yo era ya concebida; aun no
habían
brotado las fuentes
grandiosa mole de I
cuando Yo había Ya
ejes del mundo, Y Y
cielos, cuando con I
establecía el éter en lo alt
las nubes; cuando circunsc
sus
imponía leyes á las aguas ,,.par1 que no traspasasen
límites; cuándo asentãba los fundamentos de la tierra,
(1)'
Vo .rtába allí disponiendo con El todas las cosas»
(1) Prov. VIII, 32 ss'

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LAS GRACIAS DE MARÍA 2I

. \u.lglesia, para perrnitirse semejante aplicación,


inspiróse segurarnente en la estrecha unión qr. rnedia
entre María y su Hijo, en la sublirne afinidad de la Ma-
dre de cristo con la persona del verbo, er la unión
moral que de ahí resulta y que perrnite gÍorificar ér una
de las dos personas con ros'atiibutos d"e la otra. Mas
afirrna al rnisrno tiempo, eÍl términos rnagníficos, una
prirnogenitura que realrnente compete á ftaría . para
cornprenderla, dírijarnos una rniraáa á los dernás horn-
breq á quienes Dios instituyó sus prirnogénitos.
2. Adán fué el prirneio de iodos -los hornbres,
criado por Dios para cornunicar á los dernás la hurnana
naturaleza, por rnedio de la coÍnpafrera sacada de él
mismo. Debían , âl nacer de Adán y
Eva, heredar sobren atural sobrõ-
artadida á su n cuanto á esta vida
sobren atural, investidos de cier_
ta primogenitura. Abrahatn, padre de los creyentes,
favorê que debía transmitir fior *.-
dio de iios, era tarnbién, por este
título, . cían Dios. pero ni Adán,' ni Eva,
ni Abraham produ
..1a. vida que iban á transrnitir,
sino
.que la habían recibido, y al cornunicarla cumplían
sirnplernente la condición ó 1a ley de una herencia di-
vina
Adán, por su pecado, pierde esta vida sobren atural
Para síY ; y Dios, QUe de toda la
eternidad dõ toda la eternidrà a.-
creta una por medio de su Hijo he-
cho hornbre, nuevo Adán muy superior al primero,
Je-
sucristo, en efecto, posee en su naturaiera diviãa,
aquella vida sobren atural, eue fué paraAdán un bene-
ficio gratuitamente afradidoJ y en su natura leza hurna-
na Ínerece y caus a la gracia, toda la gracia devu
elta á

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22 TERCERÀ PARTE. SÁBADOS

los hombres, los cuales se salvan tan sólo en atención


á estos méritos. Aun el mismo Abraham debe á su fe

Dios (1).En virtud, pues, de su misma maternidad, ocu-


pa Màría, al lado de su Hijo, el.primer lugar en el pen-
ãamiento divino. Y ocupa este lugar pata recibir, Pof
los méritos de Jesucristo, una más inmediata y más

verso, es, sin embargo, la primogénita en el pen-


samiento divino.
II.Admiremos aquí la gran deza de María y feli-
citemos á nuestra Madre.

(l) Metou, oP. cit., t. 1, P. 354'

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\

LAS GRACIAS DE MARíA 23

No olvidernos, sin embargo, los particulares respec-


tos de prirnogenitura que colocan a María sobre todos
los hombres y todos los cristianos.
1. Por lo que toca á los hombres, María, âl dar
al mundo al autor de Ia gracia, ejerce sobre la gracia
de todos una influencia õausal rnediata, pero reuj,
QUe
integra su primogenitura.
2. En cuanto á los cristianos, Jesucristo ha rea-
lizado evidentemente en María la põrfección del cris-
tianismo; la ha hecho el acabado modelo de todos los
cristianos: en consecuencia, María gozapara con nos-
otros la dignidad de causa ejernplar.
3.- Al pie de la cruz de su Hijo adquirió adernás
una iuerza de intercesión, Qüe se inviêrte en alcan-
zarnos todas las gracias que recibimos, y por este tí-
tulo, ejerce inrnediata influr ncia en nuestia-vida sobre-
natural.
II. Al considerar estos nuevos títulos de prirno-
genitura que Maria posee con respecto á,nosotros, go-
cémonos de la intirnidad más estrecha que con ella ãos
urre, y recurramos con especial confianza á la
QUe,
de.spués de su Hijo divino, es causa para nosotros- de
toda la gracia. Cuanto más alcanza, tanto mejor cum-
ple su misión y rnanifiesta su poder.

col-oQUrO

Poseídos de la más profunda reverencia, rindaÍnos


hornenaje á la santidad de Dios. Recon ozcamos luego,
cuán buena se Ínuestra esta Majestad div ina para con
nosotros, especialmente dándonos á María, y pidaÍnos
á esta-virgen, y, por ella á Jesús, la graciã de vivir
estrechamente unidos con Dios . Ave máris stello.

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24 TERCERA PARTE. SÁBADOS

sÁe,\oo cuARTO -tox$ed"estinación de Ia rnadre

Ptan de ta meditación -Tócanos considerar aho-


ra la gracia de la maternidad divina en sus magníficas
consecuencias. Para la Madre de Dios, nada hay míl
importante que su predestinación ? l^ gloria...La subli-
*idod de su predestinación y lu garantí-a de esa
mismo predeitinoción, dividitán esta meditación en
dos puntos.

MEDITACION

usedere autem od de,tterom meom vel sinistroffi,


non est meum dare vohis, sed quibus parotum est a
Patre meo>> (Matth' XX , 23)
Itto me nàa cí mí hacero,s sentar rÍ mi derecha
ó
ó mi izquiercla; estos lugares se reservon pora los
elegidos
ti Por mi Padre.
.r* PnelUDIO. Consideremos á María en lo más
alto de la gloria celestial, fijando nuestra imaginación
en los esplendores del cielo.
2.o PRELUDIO. Pidamos la gracia sumamente pre-
ciosa de afia nzarnos en aquellas interiores disposicio-
nes y de multiplicar aquelias buenas obras que hacen
más cierta nr.rtra salvàción y aumentan los grados
de
nuestra eterna felicidad.

I.sublimídad de la predestinación de María.-I.


1. El orden , la armonía, la belleza de conjunto 9tl
universo tienen sus quiebras é infortunios individuales
ordenadas al bien universal,
il; resultan de las lôyes
ios seres desprovistos de razón
V ,o reclaman para
compensación ni miramiento alguno' Mas Dios está

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LAS GRACIAS DE IIIARIA 25

coÍno obligado á mirar por las criaturas racionales con


una atención particular, que provea suficientemente al
fin personal de cada una de ellas. iPrivilegio esplén-
dido del hombre acá abajo, QUe se itrterese por él la
Providencia especial de su Criador!
Providencia que llega al colmo de la bondad, cuan-
do, no contenta con prôporcionar los medios de sal-
vación, conduce efectivamente al hornbre, por las di-
versas peripecias de su vida , al ténnino magnífico de
su destino sobrenatural. Este beneficio recibe entonces
el nornbre depredestinación, y .s el mayor de todos,
puesto que asegura una felicidad que pone en olvido
todas las otras dichas é infortunios.
2, Ahora bien, María no fué destinada únicamente
á la gloria, sino que Dios la reservó allí tan elevado
trono, gtre es verdadera reina de todo el Ínundo creado
de los cuerpos y de los espíritus. ;Cómo comprender
y celebrar la sublirnidad de una predestinación que
justifique el Magnificat en que María dijo: «De
toda la eternidad ninguna criatura hubo tan amada
de Dios como yo; en todala eternidad, ninguna cria-
tura será tan dichosa corno yo»?
II. 1 . Después de contemplar largo rato esta
grandeza de María, considerernos la palabra de Cristo:
«En la casa de mi Padre hay muchas rnansiones» (l).
La predestinación viene á parar en plenitudes de bienes
que varían según el mérito adquirido por la gracia de
Dios. Podemos con justicia decir: Dios nos ofrece la
conquista del cielo, y con igual razón aún afradir: Dios
nos ofrece en el cielo la elección de muchos puestos,
unos más magníficos que otros.
Un instante tan sólo que reflexionáramos sobre
(1) Joann. XIV, 2.

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26 TERCERA PARTE. sÁsaDos

ello, inspiraríanos un deseo insaciable de tenderal


rnás encümbrado de los tronos que nos sea dado con-
quistar. Y, sin embargo, renunciamos prácticamente á
tan hermosa ambición cada Yez que optamos por el pe-
cado ó por algo menos bueno, en contraposición de una
cosa rnó;or que Se nos presenta como asequible moral-
mente. Nuestra debilidad explica estos errores; pero
icómo comprender la indiferentê actitud de muchos
õristianos inlaciables de placeres, de riquezas, de ho-
nores, los cuales, mientras en el orden de las CoSaS
criadas aspiran de ta
nada les preocupa
yan de ocupar en el
rración se concibe,

positivo afecto á los biene


alma de los santos. Santa
á caminar hasta el día de
ndidos con tal de alcanzar
de gloria eterna.

II. La garantía de la predestinación de María'


es el divino decreto irre-
-1. 1. Lã predestinación

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LAS GRACTAS DE MARÍA 27

vo, vivimos inciertos de nuestra salvación, y esta in-


certidurnbre, aun sin sumirnos en una loca ansiedad,
nos es penosa en grado tanto mayor, cuanto rnás dulce
la mãnte la segur
entre todos bendi
ornplacencia hacia
á leer su noÍnbre
vida! iGracia insigne, pero extrernadarnente rara!

sabe, pues, Qüe está predestinada á ser la Reina de


todos los ánge_les y de todos los santos. ;euién podrá
decir el gozo de su alrna?

en estado de gracia, si no de la estricta justicia de


Dios, á Io rnenos de esa equidad superior á la cual El
no falta jamás. b) Tampoco ignoramos que un hijo de
María no perecerá, y sabernoí cuán ddcà es mor ír ha-

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28 TERCERA PARTB. SÁBADOS

biendo profesado una constante devoción al Corazón


del Soberano Juez. c) Es igualmente imposible que
Dios condene al hurnilde de cofazon, el cual puede apli-
carse aquella bienaventuranza: Bienaventurados los
mansos. d) La te católica que prof esamos aumenta
por sí sola nuestras esperanzas Y, al recibir digna-
mente la Hostia santa, tenemos derecho á cantar con
la lglesia: oOh sagratdo convite.... que nos es pren-
da Oe futura glorial . e) Si vestimos hábito religioso
éno hemos oídó por ventura las magníficas segurida-
àes que nos da Cristo, al prometer la vida eterna á
quien por El haya renunciado á sus naturales afectos
yr a sus bienes?
Bendigamos á Dios por su generosa prgdigalidad
en rodearnos de las más firmes garantías. Tales me-
dios pone El á nuestra disposición, 9tre no dudan los
teólogos en decir; « Si no eres predestinado, trabaja
por sérlo., La gran conclusión práctica de esta me-
ãitación debe versar sobre el empleo de estos me-
dios (1).
coLoQUIO

, al hacer el coloquio, en admirar


el Dios Profesa á su Madre' Y reno-
ve taciones á María, tanto más gus-
tosamente, cuanto que el mismo decreto que la llena de

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LAS GRACIAS DE MARÍA 29

favores, nos la da por Medianera de gracias y de


intercesión.
Esta rnisión que la Madre de Dios cumple paracon
nosotros, arrancará á nuestro corazón una ardiente
súplica hacia ella, durante la cual le expondremos
nuestros ternores por nosotros misrnos ó por las per-
sonas que nos tocan de cerca y cuya salvación sabe-
mos que está en peligro. Conjurémosla humildernente
que no permita nuestra ruina , Ave maris stello.

sÁeepo QUlNro. de ta madre


-t"fJTi:"".ntificante

Plan de la meditoción
meditac
-Tratarernos en esta

cioso d
fructific
roción
primer punto , la gracia
inicial de llrlaría será objeto
del segundo, y nuestra gracia iniciat lo será del
tercero y último.

MEDTTAcTóN

«Diligit Dominas portas sion saper omnia tober-


nacula Jacob» (Ps. LXXXVI, 2).
Ama el sefror los puertos de sión mtÍs que (Í
todos los tiendas de Jacob.
1.'* PnnluDlo , La escena pasa también en Na-
zaret en la humilde morada de María. El ángel San Ga-
briel saluda en María á, una criatura llena dé gracia.
2.o PneluDro. PidaÍnos con instancii el favor
d.- rpleciar dignamente nuestra elección á la gracia,
á fin de no disipar tan precioso tesoro.

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30 TERCERA PARTE. SABADOS

I. -Lagracia inicial generalmente considerada.


Itjlaturaleza 1, grodo de la gracia inicial. 1. Al
-1.
beneficio de la vida natural, hase dignado Dios af,adir,
en sus criaturas racionales, el de una vida sobrena-
tural y divina, que las comunica al darles la gracia
santif icante.
Tratemos de comprender algo mejor este ines-
timable beneficio.
La gracia santificante es un verdadero comple-
mento de nuestro sér, pero no debido; una f orma
real, una cualidad habitual, que nos eleva por encima
de toda Ia naturaleza criada y nos comunica una inefa-
ble semejanza Con Dios. Hácenos justos, Santos, agra-
dables á Dios, del cual, por medio de ella, dejamos de
ser simples siervos, para convertirnos en hijos adop-
tivos paternalmente amados. De la manera que á
nuestra naturaTeza corresponden ciertas facultades y
cierta actividad, proporcionadas armoniosamente á
nuestro destino puramente natural, de la misma manera
á, la gracia santif icante corresponden f acultades supe-
riores, Ias virtudes infusas y una actividad en relación
con nuestro fin sobrenatural y divino. Todo un con-
jünto de sublimes dones desciende, por consiguiente,
á nuestra alma al mismo tiempo que la gracia santi-
ficante. MaS aún, el Padre que tenemos en el cielo,
mientras agu arda á que vayamos á gozar de su heren-
cia, viene á nosotros atraído por la gracia santificante,
y Dios habita en el justo, Y el cuerpo del justo es
templo del Espíritu Santo.
La gracia santificante es un querer Dios hacernos
semejaátes á sí mismo y participantes de su felicidad,
una invitación formal á ella hecha por ese mismo Dios
que crea la amabilidad, haciendo así posible su amor.
Y este favor es aásolutomente gratuito: nosotros

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LAS GRÀCIAS DE IITARÍA 31

somos tan radicalmente irnpotentes para Ínerecer tal


beneficio ó pata disponernos á é1, corno incapaz es la
nada para prepararse á recibir la existencia.
2. Esta gracia comunícala Dios al alrna en diver-
sos grados, según un plan infinitamente sabio, cuya
economía no nos ha sido revel ada (1). sabernos, sin em-
bargo,qlg tiene en cuenta las disposiciones de los
adultos. Y cuando en el santo bautiirno la gracia es
comunicada al alrna de un nifro, la estrecha solidaridad
que Dios ha establecido entre los hornbres, aun por lo
que toca á la vida sobren atural, nos da der.ttro á
creer (2) que las disposiciones de los padres, la virtud
del rninistro-misrno que confiere el §acramento y las
oraciones ofrecidas á Dios con este fin, influyen en Ia
abundancia de Ia gracia que se concede.
II. cQué sentimientos debe infundir en nuestra
alrna la clara inteligencia de esta dpctrirra?
CQué con-
clusiones prácticas debernos sacar de ella?
Muchedumbre de sentimientos y útiles resoluciones
se nos ofrecen. a) Lo grande del beneficio excita la
adrniración y el .reconocimiento. cQué es el hombre
paru que hagáis tanto caso de él? (3). b)El valor de la
gracia y su incompatibilidad con ei pecado deben ins-
pirarnos una profunda aversiôn á toda culpa grave.
c)
!? gratuito del beneficio nos trae a la meÍnoria las
palabras de san Pablo: «geué tienes que no lo rruyás
recibido?' «4Por qué te glorías corno si esto no fuãse
un don?,, (4) . La verdad dêstruye la vanidad. d) h sá-
berana dispensación de las grãcias nos inspira una su-
(l) Conc. Trid. sess. 6, c. Z.
e nuestra opinión, damos á conocer ros
funda Está tundaaa en Ia economía generar
de la s.
(3) Job VII, tZ.
(4) .a Cor. IV, 7.
1

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32 TERcERA PARTE. sÁBADos

misión respetuosa y filial al plan divino ' e) Debemos


dar gracias a oios por las virtudes de nuestros padres,
ya que nos hemos aprovechado de sus oraciones y de
sus méritos; y los pàdtes deberían orar, desde
antes
de nacer sus t,ilos , para que éstos fueran prevenidos
con gracias especiales.
Escaso en demasía es el número de los padres
qug
se acuerdan de practicar esta intercesión en favor del
preocupados salud y
hijo que va á nacer; antes .d. .la
vida del cuerpo, ningún cuidado tienen de la vida
so-
brenatural.
El aprecio de I a graciahatá también que los padres
difieran lo menos posiUte la hora del bautizo '

II.La primera gracia de la Madre de Dios'-


I. paraconocer los caracteres de la gracia inicial y
de
con
María, comparémosla con la gracia de Jesucristo
la de los demás hombres.
1. La gracio cle Jesucristo.-a) La naturaleza
par-
humana de õristo, unida físicamente aladivinidad,
unión de la santidad substancial del
ticipaba por esta
es decir, de la santidad identificada con É1, que
Verbo,
daba á sus actos un mérito infinito. Las operaciones
Aà :esucristo, aun prescindiendo de la
gracia santifi-
de la vida eterna; sóIo-El hubiera
cante, eran-Oignut
la hubiese re-
póaiaô *.r...", ra gracia santificante, si
ãiUiOo posteriormente á su existencia humana '
física-
b) Esta misma unión con el Verbo excluíapartici'
*.ní. todà pásibilidad de pecado y aun toda
riginal.
isto no experimentó aumen-
I desde un PrinciPio toda la
Dios convenir á su Hiig
a fué consumada en El

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LAS GRAcTAS DE uenÍe 33

desde el prirner instante por la visión beatífica de que


continuarnente gozó. En otros térrninos, la gracia de
Jesucristo no creció: fué la gracia, no de un viador
sobre Ia tierra, sino de un bienaventurado posesor del
paraíso.
2. Lo gracia de los otros hombres.-a) Des-
pués del pecado original no reciben ya los hornbres Ia
gracia en el prirner rnoÍnento de su existencia; ni acom-
pafla la misrna gracia á la propagación de la naturaleza
hurnana, sino que aguarda el rrúento en que aquel sil-
vestre retofro, QUe tal es el recién nacidof sea injerto
en el olir.o verdadero Jesucristo (l); inserción que anti-
guamente se debía á la fe de ros padres en él futuro
Redentor, y que hoy normalrnente se practica por el
rito sacraÍnental del bautismo (Z).
b) Esta gracia prornete la gloria, aunque no la da
de presente; y está destinada á iecibir, durànte toda la
vida, dichosos aumentos.
3. La gracio de la Madre de Dios.-La Madre
de Dios hállase colocada, poÍ su gracia inicial, entre los
dernás hornbres y su Hijo Jesucristo.
a) La gracia de la maternidad divina no es santi-
ficante por sí rnisrna fli, por consiguiente, María es
substancialrnente santa coÍno su divi-no Hijo, yâ gue,
tornadas en sí, ni su naturaleza ni su persona contienen
título alguno positivo para recibir la gracia santifican-
te. Mas, considerad á, María en concreto con su
vocacion á la maternidad divina, y luego se os aparece-
rá como la mujer vestida del sor, jesucíisto;coÍno hija y
) Rom. XI, 1 T, 24.
(l
(2)sabido es,_por otra parte, que er acto de amor perfecto, he-
cho con el auxilio del socorro actuál de Dios
v er íotã
implícito del bautismo, suple el rito sacramental
"oni.niunAo
para el efecto
esencial de la amistad y de la gracia, no parael caráciar;"brãil;:
"' o'fros sac iam e n'f o s
;';,:::'::i,-x i"":i:::

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34 TERCBRA PARTE. SÁBADOS

esposa de Dios, á quien este celestial esposo no pugde


*ônos de amar; llamada á, entrar en contacto físico
con la fuente de la gracia, Y debiendo, por ende, recibir
oleadas de esta agúa divina. Antes que dé la vida cor-
poral á un Dios, e1 preciso que la vida sobrenatural la
dignifique para hacer este presente; y así una gracia
iníigne va á prepararla para contraer con Dios una
per[etua afir-rioad. ipor cuántos títulos era moralmente
àeuiaa la gracia a la Madre de Dios! En nosotros nada
hay que e*ij ala gracia; en María exigíala. una gracia
mayor, aunque también gratuita: la gracia de la ma-
ternidad divina.
b) Por otra parte, la gracia de María es, como la
nr.ítru, efecto (ànticipado) de la Redención, âl igual
que la mismu grà.ia dô la maternidad. Puede y debe la
gracia Crecer-en María, sin que vaya acompafrada en
ãttu de la visión beatífica. por todos estos respectos
María es semeiante á nosotros; pero nos hace ventaja
en la perpetuidad de su gracia, porque María estuvo y
p.r*án.ôió .n estado de gracia desde el principio de
iu existencia. Aventájanos también á nosotros y aun
á los puros espíritus por la perfección positiva de esta
vida sobrenatural, recibida desde el principio en un gra-
do eminente. ;cómo precisarlo? Por lo menos hubo de
ser suficiente para elevar á María, PoÍ sucesivos au-
mentos, sobre todos los elegidos, ya que debía ser
Reina de todos ellos. y aun, según una opinión acredi-
tada, la gracia inicial de María sobrepuj ólagracia ter'
minal delos más favorecidos (1).
arbi-
iEs ésta por ventura una opinión concebida
(1) véase por eiemplo á SuÁnBz, in 3^'' part., q. XXVII, d' 4, s'1'
.Una opinión p-tudf e permite aún afirmar que la Santísima Virgen
rãcibió'desde entonces una gracia superior á la de todos los santos
3 p' q. 18, d' 4'
vfãaor ros aneãiõr lo*udos-en conjunto». v. Sttar, in

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LAS GRACIAS DE MARi 35

trariamente? De ningún modo. Dios suele en sus lar-


guezas llegar hasta más alla de Io necesario. Lo nece-
sârio era una gracia que, poco á poco, levantase á
María rnás alto que los cielos; pero-una gracia que de
repente la transportase á esa altur4 sería conforme á la
acosturnbrada magnificencia de Dios. cy no parece rnás
conveniente que María, predestinada á ser Madre de
Dios, flo pasase nunca por grados de inferioriclad? ;y
no convenía, finalrnente, una gracia del todo privilegia-
da, única, para preparar convenientemente ia hablta-
ción del Hijo de Dios? (t)
II. ProcureÍnos sencillamente, con estas reflexio-
nes, acrecentar rruestra estima hacia María . lNada
hry más grande en el rnundo creado que esta Madre!

III. Nuestra elección a la gracia.-1. El benefi-


cio de la gracia, aun siendo de infinito valor en cual-
quiera de sus grados, crece según su duración y
abunilancia.
a) Dios nos ha dado la graci a J)rontamente. Hé-
mosla recibido desde la infancia, éstaba con nosotros
en la cuna,_ no aguardando para rnanifestarse y obrar
rnás que el despertar del heredero del reino, êlegido
por el rnejor de los padres.
b) La hemos tenido desde entonces abundante.
iNo perteneceÍnos por ventura á la nueva ley, á
familias cristianas, que desde tiempo inrnernorial se
han ido transrnitiendo el patrimonio de la fe católica?
c) La gracia posee en nosotros, cristianos (hijos
en pleno derecho, y ilo sujetos á observanciuwuàras),
una excelencia rnisteriosa que hacía decir á Cristó,

(1) Oración de la Iglesia en la fiesta de la Inmaculada Concep-


ción.

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36 TERCERA PARTE. SÁBADOS

que San Juan Bautista, el mayor de los profetas de la


antigua lãy, cedía al más humilde hijo del reino de los
cielos (1).
'úanifestemos
2, á Dios nuestra gratitud; tenga-
mos la gracia en grande estima; Seamos generosos á
fin de aumentarla en nosotros.
col-oQUIO

Después de saludar á María, llena de gracia, pi-


dámosle que nuestra vida se emplee -e1 a-delante en
acrecentai en nosotros la gracia. Ave Marío.

SÁgADO SEXTO .-La Inmaculada Concepción


de la Madre de Dios

Plan de la meditación -Hemos considerado la


gracia inicial de la Madre de Dios. iY en qué instante
tue derramada en su alma? La contestaci ón á esta pre-
gunta nos conduce á contemplar la Inmaculada con-
õepción de María. Es verdad qu9 muchas meditaciones
han tenido por tema est : privilegio; pe.ro, gegÉn el
plan que nót hemos trazado, debemos dar de é1, en
ãste lugar, una noción más teológica. No nos olvidemos
de diri[ir siempre nuestra; reflexiones á, la estima, 4l
amor, ãl culto práctico de la Virgen Santísima: en una
falabra, al excelente fruto espiritual
del aumento de
devoción hacia la Madre de Dios. En los tres p_untos
de esta meditación veremos: el privilegío de la Inma'
culoda concepción en sí mismo; su razÓn. de ser en
el plan divinoi tas gloriosas consecuencias de este
privilegio Y de su Proclamación'

(1) Luc. VII, 28.

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LAS GRACIAS DE nnanía 37

MEDITACION

<<(/na est columbo mea>> (Cant. VI, B).


[Ina sola es mi paloma.
1.nn PnBr-uDIo. Imaginémonos á María Inmacu-
lada vestida con su manto azul, con la mirada en el
cielo, y á su Hij o allá, en lo alto, al cual dirige ella ar-
diente plegaria.
2P PnBluDIo. Pidamos con instancia la inteli-
gencia de la fe. iOh Dios mío! Dadme á entender algo
de la sabiduría y hermosura de las obras que Vos pro-
ponéis á mi fe y adoración. Da mihi intellectum (1).

I. El dogma de la lnmaculada Concepción.-No


podemos ilegar mejor á comprender este magnífico
privilegio, que tomando uno á uno los elementos de que
se compone la def inición dogmática.
I. Preservacion de la calpa original.-1 , Re-
cordemos que una rnisteriosa ley de herencia nos co-
munica á todos la triste culpa de Adán. Por este pe-
cado perdió nuestro primer padre la iusticia original,
sobrenatural ornamento, liberalmente otorgado; pero
soberanamente impuesto en su persona á la naturaleza
humana. En el momento en que un alma espiritual, cria-
da por Dios, se une á un principio material para comen-
zat una existencia humana, esta alma debe, so pena de
desplacer á Dios y de aparecer ante El rnanchada é
impura, vestirse con la hermosura de la gracia santifi-
cante, y hallarse así ordenada á su fin. lMas ây,
que por haber pecado en Adán, y sernos el pecado de
Adán misteriosamente imputado, esta gracia es rehu-

(1) Ps. CXVIII, 34, 73,125.

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38 TERCERA PARTE, SÁBADOS

sada á nues tra alma, y Dios aparta de ella su paternal


mirada! .

María nace de Adán coÍno todos los demás hiios de


los hombres, y sin embargo no contrae este pecado. Al
contrario, indemne del contagio, recibe en Su alma,
desde el prirner momento, la esplendorosa luz de una
extraordinaria gracia santificante; y en lugar de verse
objeto de aversión, es prevenida con un amor especialí-
simo.
2. Esta primera consideración nos muestra un fa-
vor capaz de provocar nuestra gozosa admiracion y
de poner en nuestros labios deliciosas felicitaciones.
Pero tarnbién nos hace comprender la rabia con que
rnira la impiedad el dogma de la Inmaculada Concep-
ción, porque la herrnosura original de María supone es-
tar nosotros manchados, CoSa que repugna á ese orgu-
llo que celebra la nativa bondad del hombre (1), mien-
trai que la dificultad en comprender cómo heredarnos
nosotios la falta de Adán, proporciona álatazónsober-
bia el pretexto suficiente para levantarse contra la fe.
En cuanto á nosotros, confesemos humildemente la
mancha de nuestro origen y sometamos nuestra inteli-
vgencia á la inf inita sabiduría de Dios.
II. Preservación por uno gracia y un privilegio
tinicos. (Z)-Hemos meditado ya esta singularidad del
( I ) Al negar la bondad original del hombre considerado en sus
relaciones con su verdadero fin, que eS sobrenatural, no caemos en
el exceso opuesto, que consiste en afirmar una nativa maldad' Na-
turalmente hablandó, el horhbre nada tiene en sí de positivamente
malo: sus facultades superiores son inclinadas á lo honesto; pero en
.u ,"r completo no se úalla positivameyte orientado hacia este bien,
hásta el punto de no poderse desviar de él sino mediante la educa-
ción y iales. Al nacer no es malo, si -
no déb del bien ' La educación debe
fortale
(2) a bula de la Proclamación del
dogma.

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LAS GI(ACIAS DE MARÍA 39

privilegio, ffiüy á propósito para hacérnoslo apreciar


más. Én la multitud innumerable de hombres que f or-
man la descendencia dé Adán, nada nos autotiza para
exceptuar á alguno de la mancha original, salvo á, la
Madie de Dios. aQué es, pues, María para ser así ben-
dita entre todas las mujeres?
III. En consideración cí los méritos de Jesucris'
to Salvador del género humano. -l . No olvidemos
este tercer rasgo, gre no sólo eS característico, sino
que además def iend e á la religión del reproche que la
dirigen los herejes, de eclipsar á Jesucristo en favor de
no §é qué Mariol atría. Según las ensef,anzas de la Igle'
sia, la Inmaculada Concepción es un beneficio, no sólo
de Dios Creador, sino también de Dios Redentor. Los
grandes doctores de los siglos xtl y xIII se detuvie-
ron ante esta dificultad de conciliar la pweza original
de María con la universal necesidad de Ia Redención.
De tal modo era desde entonces aseverado este último
dogma, Que jamás hubiera sido conocido el prirnero si
la teología, por un ilustre representante (l) suyo, no
hubiese demostrado que este privilegio, lejos de sus-
traer á María de la acción redentora de su Hijo, hacía
producir á, ésta su más excelente fruto. María eS Ia
gloria más pura de Jesucristo.
Tal es la grande tradición de la Iglesia: todo está
sometido á Cristo, todo le pertenec-e, todo constituye
su gloria, para que todo sàa por El referido al Pa'
dre (2). Cuando profesamos, siguiendo al Apóstol (3)
que, aun en el cielo, todos doblan su rodilla al nombre
de Jesús, no exceptuamos á su Madre.

1) El Franciscano Duns Scoto.


(
(2) .Todo es vuestro, vosotros de Cristo, Cristo de Dios, (l.u
Cor. lll, 22, 23).
(3r Philip. II, 10.

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40 TERCERA pARTE. sÁs,rDos

Tengamos cuenta con fomentar siempre recta-


mente nuestra devoción á María, procurando vaya á
parur prácticamente en horrra y glorificación de Cristo.
Dirijámonos á esta Madre para ser por ella conducidos
ó conservados en el único carnino verdadero, QUe es
Jesús.

II. Razón de ser de la Inmaculada Concepción


en el plan divino.-I. 1. Con la maternidad divifra,
tomada aisladamente, se relaciona una alta razón de
conveniencia, fácil de comprender, que hace irnproba-
ble la mancha original en aquella á quien Dios se dig-
nó revestir de una tan imcomparable dignidad.
2. Mas lcuán imperiosas razones no dimanan de
la tradicional noción, Qüe nos muestra en la Madre
de Dios á otra Eva victoriosarnente opuesta al demo-
nio y á su raza, una hija por excelencia y aun una esposa
de Dios! De ahí que el pecado, aun el original, nos
parece inconciliable con ella,, á la manera que la derro-
ta es inconciliable con la victofia, el amor paternal de
Dios con su cólera vengadora, la elección de una es-
posa con una verdadera aversión. iAh! mucho tiernpo
hace, güe al aplicar la Iglesia á María la magnífica
descripción que nos muestra á la Sabiduría eterna
siempre con Dios, amada de El y acompafrándole en
todas sus obras, entonaba en definitiva un cántico en
honor de la Inmaculada.
Si la Inmaculada Concepción de María es una gra-
cia, un beneficio gratuito, no hay para qué decir que
la liberalidad de Dios no debía tornar consejo sino de
sí misma: María tenía, efl su vocación á, la maternidad
divina, un título y una especie de derecho á recibir este
privilegio. No es simplemente inmaculada como lo se-
ría cualquiera criatura á quien Dios preservase del pe-

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LAS GRACIAS DE MARÍA 4i

cado original; es inmaculada porque, si stt origen natu-


ral de Adán la hacía deudora del pecado, sú misión
personal exigía que se viese libre de é1. El privile-
gio de María, único de hecho, es además incomuni'
coble.
II. Después de pagar un iusto tributo de adrnira-
ción á nuestra Madre, dirijamos varia atención á las
razones especiales que deberían establecer una más
completa oposición entre muchos hombres y el pecado.
Oposición del cristiano, que sellado con el sello de la
Santísima Trinidad y llamado á triunfar de un mundo
corrompido, debe por consiguiente propagar el cristia-
nismo con el buen ejernplo de su vida. Oposición ma-
yor del religioso, que acepta de la Iglesi a la rnisión
de representar el perfecto evangelio de Cristo , para
facilitar á los hombres el curnplimiento del estricto de-
ber, hacer honor a la sociedad cristiana y emprender
cualquier obra heroica. Oposición, en cierto rnodo rnás
radical aún, del sacerdote, medianero entre el cielo y
la tierra, llevando en su alma la imagen del sacerdo-
cio de Cristo y encargado de engendrar otros Cristos,
sembrando la divina palabra y administrando los sacra-
mentos.
Misiones todas gloriosas; Ínas iay, cuán olvidadas
con grave perjuicio de las almas! iQué de pecados,
qué de prevaricaciones entre aquellos de quienes de-
cía el apóstol: «Templum Dei sçnctam est, quod es-
tis vos" (1), «El templo de Dios es santo, y vosotros
sois este templo»! Si los cristianos fuesen fieles á sus
deberes, nuestra religión tendría unaÍuerza de expan-
sión irresistible; el mundo entero sería cristiano. iAy!
nuestras prevaricaciones y nuestras flaquezas hacen

(1) 1.4 Cor. III, 17.

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42 TERCEhA pARrE. sÁeeDos

que la barca de Pedro parezca pronta siempre á su-


mergirse. Llorernos tantos rnales.

III. Gloriosas consecuencias de la lnmaculada


Concepción y de su proclamación.-I. El privilegio
de la Inrnaculada Concepción, glorioso ante todo por
sus consecuencias directas, es decir por las demás
prerrogativas que con él se relacionan, lo es también
indirectamente, por la inteligencia más perfecta que
nos da de las grandezas y herrnosura de María.
1. Gloria de las consecuencias directas. A la
Inmaculada Concepción se refiere, en efecto, la armo-
niosa unidad interior de María, el silencio de las pasio-
nes, la facilidad de tender á toda verdad y á todo bien
y aun cierta inmunidad de Ia rnuerte, Qüe transfoÍma
el carácter de su mortalidad.
2. Gloria indirecla. La fe en este privilegio es-
clarece con nueva luz todala vida de María. La pleni-
tud de sus gracias nos parece más absoluta, es más
perfectamente bendita entre todas las mujeres, el Se-
fror está más pronto con ella, su oficio de segunda Eva
se presenta con mayor limpide z á, nuestros ojos, el plan
de la Redención nos satisface rnás y, sin segunda in-
tención, sin restricción ninguna, acTamaÍnos, aun en el
cielo, á María como Reina de todos los santos. En esta
ocasión, como en todas, la fe ilumina á la inteligencia
y le presta sus encantadoras percepciones, QUe confir-
man la verdad.
II. La proclamación de este privilegio, en nues-
tra época, ensalza: a) La pureza ante un siglo que ha
glorificado á la pasión; b) La humildad, ante un siglo
que se pierde por el orgullo; c) La vida sobrenatural,
á, la cual pertenece por entero este privilegio, ante un
siglo naturalista.

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LAS GRACIAS DE IIIARÍA 43

coLoQUIO

Felicitemos á la Santísima Virgen, demos gracias


á Dios por haber manifestado etl nuestros días á todas
las miradas, ün privilegio tan glorioso, Y ofrezcamos el
propósito de una vida humilde y pura . Ave María.

SÁBADO SÉPTIfto.-Paralelo entre la maternidad divina


y la gracia santificante

Plan de la meditación -CoÍnparación instructiva


y á la par fructuosa es la que pone en parangón la más
alta dignidad y la prerrogativa única de la mayor de
las criaturas, con una gracia esencialmente común á
todos los escogidos del cielo y á todos los buenos
cristianos de la tierra. Consideraremos sucesivamente
la maternidad divina sin la grocio, la gracia e.ri-
Sida por la maternidad y, f inalmente , la moternidad
preporoda por la gracia.
MEDITACION

«Si linguis hominum loquar et angelorum, carita-


tem autem non habeam, factus Sam velut aes Sonans
out cymbolum tinniens>> (l .^ Cor. XIII, l).
Aunque hoble las lenguas de los hombres y de
los tíngeles, si no tengo la caridod, soy como un
bronce que suena ó una c(tmponilla que repica.
1 .Bn PneluDlo. Imaginémonos en Nazaret, efl la
morada de la Virgen, en el rnomento de saludarla el
ángel llena de gracia.
2.o PneluDlo. Pidamos el favor de concebir una
profunda y absoluta estima de la gracia de Dios.

I. La maternidad divina sin la gracia santiiican-

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44 TERcERA pARTE. sÁBADos

te (1).-1. Cuando, para conforÍnarnos con la costum-


bre de nuestro espíritu, separamos dos cosas tan indi-
solublemente unidas corno la maternidad divina y la
gracia santif icante, debemos conceder á la maternidad
divina la ventaja de la sublimidad. Ser madre de Dios
por una operación natural, es más que ser su hijo por
una adopción, cuya causa formal es Ia gracia santifican-
te. Dar á Dios la naturaleza hurnana, es más que reci-
bir de EI simplemente la elerración de la propia natura-
leza. Mandar á un Dios, obtener su respeto, es más
que deberle atestiguar una filial sumisión. Pertenecer
al orden hipostático por una relación verdadera y mu-
tua de consaguinidad con Aquel que lo constituye, es
rnás que ocupar el puesto de honor en el orden Ínenos
elevado de la gracia habitual: la santidad da derecho
al culto de dulía; pero Ia Madre debe ser honrada con
el culto de Ítiperdulía.
Con todo, la maternidad divina no santifica por sí
misrna, ni hace Ínerecer directarnente la gloria del cie-
lo. María debe su exaltación definitiva, el grado de su
eterna bienaventuranza, á una santidad que formalmen-
te se mide por la gracia santificante, y en este sentido
podernos aplicar á, la rnaternidad divina el expresivo
lenguaje de San Pablo relativamente á los más estima-
bles dones. Aunque fuese Madre de Dios, si (por im-
posible) no tuviese la caridad, no sería nada ni sacaría
provecho alguno de mi incomparable dignidqd (2).
(l) Véase SuÁnpz in 3. part., q. XXVII,disp. I, sect 2,yel R. P.
Hucox O. P., ,llater divínoe gratiae, Revue Thomiste, 1902, p.437 ss.
(2) S. AcusrÍx pudo escribir en este sentido: <<il[aterna propin-
quitas nihil Mariae profuisset, nisi felicitts Christum corde quom cor-
ne gestasset,. El maternal parentesco de nada hubiese aprovechado
á María, si no hubiese más dichosamente llevado á Cristo en el co-
razón que en su seno» . (De sancta Virginitate, c. 3. Migne, P.L.rt.40,
col 397). Véase para esta interpretación de S. Agustín, SrrÁns.z in3.
p., e. XXVII, d. l, s. 2.

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LAS GRACIAS DE MARÍA 45

II. Proposición es ésta asombrosa para quien la


rnedita y, sin ernbargo, rigurosamente exacta. Proposi-
ción que, al decir de los santos Padres, flo ofrecía nin-
guna duda para María, que no acepta el ser Madre de
Dios sino después de comprobar el acuerdo de esta
dignidad con todos sus deberes.
;Cuál no debe ser, pues, nuestra estiÍna por la gra-
cia santificante, y qué valor no debeÍnos dar á vivir en
paz con Dios! Las seflales ó efectos de esta estirna
son los siguientes:
1 . Nos hace confesar con prontitucl y buena volun-
tad más brillantes éxitos en los otros que en nosotros
mismos. Soportamos fácilmente semejantes inferiorida-
des, si poseemos la gracia de Dios , lPara qué sirve
todo lo demás?
2, Nos explica la conducta de los santos, las pre-
cauciones que tomaban, los sacrificios que se irnponían
para perseverar rnás segurarnente en la amistad con
Dios. Ni aun la esperanza de realizar un gran bien,
aunque por otra parte pueda enardecernos por la con-
Íianza del divino socorro debe hacernos afróntar teme-
rariamente cualquier peligro.
3. Nos ilumina sobre los principios que deben
guiar nuestras decisiones y consejos.iEn la elección de
estado, flo basta examinar qué carrera proÍnete mayor
influencia exterior; sino conviene sobre todo cbn-
siderar qué partido asegura rnejor la santidad personal.
Si miramos las cosas á laluz de la fe, verernos adernás,
que la Providencia divina concilia arrnoniosamente to-
das las cosâs, y que, al fin y al cabo , d,ejándose guiar
principalmente por el deseo de la santidad, uno Ítega
á realizar más abundantemente el bien general.
4. Estimúlanos á concebir un horror, una aver-
sión profun da a todo pecado.

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46 TERCERA PARTE. SÁBADOS

II. La gracia exigida por la maternidad divina.


la maternidad divi-
-1. Felizmente, la oposición entre
na y la gracia santificante es imposible; al contrario,
la maternidad exige la gracia santificante y la exige
en su más alto grado, y por este nuevo título la supe-
ra, como que la
exigencia como
«Al hablar del p
de la Santísima
Seflor» (1).
1 . Nadie duda de que la maternida d e"rige la gra'
cio santificante, porque la Virgen, en cuanto Madre,
recibió el respeto y el afecto de su Hijo (2); y en el
orden presente, Dios no puede amar á, una criatura si
no ve en ella la gracia. 4Podría, pues, suceder que el
misrno Hijo debiese, como Dios, rech azar á, la que,
coÍno hombre, abraza con el amor rnás tierno? lAcaso

dables?
2. La maternidad exige el grodo mtÍs olto de
grocia.María, como Madre de Dios, debía ser honrada
éntre todas las criaturas, y semejantes honores supo-
nen la más eminente santidad.
II. Aunque en nosotros nada hay ,que implique
una exclusión necesaria del pecado; con todo la digni-
(1) De natura et gratia, c.36. Mignê, P. L., t.44, col. 267 '
fi» Esta razónpúede, por analogía, aplicarse á San José y á
los antepasados á quienes conoció Jesucristo'

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LAS GRACIAS DE MARÍA 47

dad con que Dios nos ha favorecido , la situación en


que nos ha colocado ino importan por venturala con-
veniencia de esta exclusión por la cual su gracia nos
invita á velar? ;No debería colocarse la vútud, y no
en un grado ordinario, entre las cualidades brillanÍes á
las cuales tanto sacrifican los hornbres?

III. La maternidad divina preparada por la gra-


cia.
-l . Ba jo otro respecto, la [racia que ornó el
alma de María, la preparó á ser Madre áe Dios; la
dispuso, en el más amplio sentido de la palabr à, á alcan-
zar la rnás alta dignidad y á presentar a la hurnanidad el
Ínayor servicio que jarnás se vió. porque ningún acto
hay rnás apostólico que el consentirniento de -María á
ser Madre de Dios. lcuán santa y cuán bella alianza d,e
la gracia con la fecundidad del célo!
II. Es cierto que Dios no suple siempre rnilagro-
samente los talentos y la natural habilidad, aun para
los efectos que parecen irnportar á su gloria. Asi los
santos pueden ser Prelados irnprudentes, directores
rnal aconsejados y rnuy rnedianós predicadores; pero
la acción má_s real y rnás compleiarnente fecunda,
está asegurada al talento, puesto al servicio de la ,rr-
tidad; rnientras que los talentos sin virtud son estériles,
cuando no llegan á causar los Ínayores dafros. puede,
pues, cada uno de nosotros decirse á sí rnisrno, ,i
aspiro á hacer algún bien, debo santificarÍne. Ilusión
pérfida y á las veces fatal es mirar la santidad corno
inútil ó accesoria.

col-oQUIO

Admirando en María la
_completa preferencia que
concedió á la amistad con Dios, la sripticaià*or nos

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48 TERCERA PARTE. SÁBADOS

ensefie á decir con SeN IcNRclO «Tomad, Sefror, to-


das mis cosas; pero dejadme vuestro amor y vuestra
gracia». No admitamos absoluta aficiÓn á cosa alguna,
cualquiera que sea.

SÁgeOO OCTAVO.-Las virtudes infusas y los dones de


la Madre de Dios

Plan de la meditoción En , esta meditación,


-
después de una interrupción traída p9r el-útil paralelo
entie la gracia habitual y la maternidad divina' vamos
á continuãr el examen de los gloriosos favores vitt-
culados á esta maternidad. En los tres puntos veremos
la razon genernl de las nes del
Espíritu Santo; la libera conce'
diãos ó lvlorío; y finalm osotros
mismos.

MEDrracrÓu

«Indait me vestimentis salutis et indumento iusti-


tíoe círcumdedit me quosí sponsam ornatam moni-
lib 0).
ras de salud Y envolvióme
en como ana esqoso adornoda
con stt s ioyas.
1 .ER PneluDIO. Trasladémonos á la humilde mo-
rada de Nazaret en el momento en que el ángel pro-
clama á María,
Z.opneluo instancia el favor de
mejor compren s dones de nuestro
.iiááor y eàOtu más generosa Y fi-
lialmente.

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LAS GRAcTAS DE nrnnÍe 49

tr. Las virtudes infusas y los dones en el plan


divino.-I. No Ie bastó al Dios de toda bondad lla-
Ínarnos á una bienaventuranza,, para cuya posesión ni
teníarnos título
li capacidad; sino que, [ueiiendo pro-
porcionarnos la honra y satisfacción inrnensa de tender
proveyó de
ico fin; y fal-
de su poder,
d. Refu erza,
leza rnisrna con la gracia san-
tificante; luego, siguiendo ras facultader põr las qre
nuestra naturaleza obra, af,ade á cada una de elias
nuevas potencias de un orden superior, á fin de que en
nuestros misÍnos actos, por el valor y ia dignidad del
principio de que dirnanan, pueda leerõe el fin- sublime
á
que se enderezan.
Estas son las virtudes infusas (1), que se nos
coÍnunican al correr sobre nosotros el 'agua del santo
bautismo ó al recibir la gracia habituat"y ta caridad.
El cristiano revestido de tal dignidad santificado,
i
es, para el Espíritu santo, un ternflo, adquirido
' con el
precio de la sangre de Jesucristo. aY podrfa este
di-
vino Huésp9d,_al bajar á nosotros, dejar de traernos
sus regalos? Estos son sus dones, nuevo ornato
de
nuestras alÍnas , armas nue
nos para brillarrtes accione
riuestras obras al Espíritu
oculto,y á cornunicarnos u
lar á donde nos irnpela el s
de temor nos inspira un vivo ten,or de ofender á
Dios;
el don de piedad nos hace establecer con Dios el dulce
(ll Infusas, por oposición á ras virtudes
bitos resultan naturalmente de ta -repãticiónadquiridas, cuyos há_
ti.ãuàrt. de actos
"1":lTJil.,"'#::_,

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50 TERCERA PARTE. ,'urADos

comercio de hijos con Su padre; conocemos mejor á


Dios por el don de ciencio| la fortaleza del Espíritu
§anto nos hace triunfar de los grandes obstáculos; la
íititigrncia nos comunica un santo discernimiento; el
don de conseio guíanos con seguridad en los porme-
res de nuestra cõnducta; la sabídurío, finalmente, nos
coloca en un punto de vista divino y nol es dada para
apreciar exaciamente todas las cosas (1)'
Así enriquecidos, vemos aumentarse estos tesoros
á medida que aumenta nuestra correspondencia á las
gracias de Dios nuestros pro-
frior actos fort hábitos á que
dun origen, no nsidad de los
Jon., g"ratuitos; pero nues estial, atento
á las le]res de nuestra naturaleza, se digna conformar
con ellãs su Providencia sobrenatural y, tomando
oca-
sión de nuestros actos buenos, robustece y amplía las
virtudes que en nosotros ha derramado.
II. 1 . con cuánta razÓn la vista de losexclama- divinos
benef icios arranc ará á nuestra alma aquella
para que
.ún del Salmista (2): ";Qué es el hombre hlr,a
así te dignes acordarte de él? » , y- n9: reconocer
la verdad de esta palabra de la tmitoción de
cristo
(á)r ..Ninguna criaÍura hay tan amada como el alma
que se entrega á Dios»'
Recon ozcaínos la santidad con que somos
ungi-
2. con el más
dos, lo cual engendrará en nosotros, para
cristianos, un sentimiento de
õú;. de los ,ãrauOeros
profundoymerecirJo.respetg;. í- áz 1^--^.
' - J. eNÍo nos sentimo§ obligados levantar nues-

(l)Veánselasnocionesmásprecis.asquedamosenlasmedi-
taciones para la quincena de Pentecostés'
(2) Ps. VIII, 5
. (5) Lib. IV, c. 13.

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LAS GRACIAS DE MARÍA 51

tros ojos á las rnás encurnbradas cirnas, á concebir


deseos nobles, á usar un lenguaje digno, á ejecutar ac-
ciones levantadas?

II. Las virtudes y dones en María.-r. l. Las


virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo entran
corno partes principales en la constitución de la san-
tidad, y p9r consiguiente fueron ya desde el principio
cornunicadas á María en el eminente grado que con-
venía á la Madre de Dios , á la esposa prediÍecta del
Sefror.
2. María, colocada desde sus principios sobre
Ias rnás altas curnbres, podía sin embargo-progresar,
estando sus progresos en proporción dã sus gracias,
de las cuales ciertarnente sacaba todo el fruto,-Íner..d
á su perfecta fidelidad. ;Quién, pues, podrá seguirla
e_n sus rapidas ascensiones, ó qué ojos podrán coátern-
plarla alcanzando alturas á donde no ílegan nuestras
rniradas?
II. Paguemos una vez más á nuestra Madre el
justo tributo de nuestra adrniración; pero para rnás
agradarle, renovernos el propósito de progresar nos-
otros Ínisrnos. Ante nosotros se extieàde un carnpo
indefinido; no ternamos, pues, acelerar nuestra carrera.
;Por qué conservar en estado de rescoldo cubierto de
ceniza lo que podría tener el ardor y la actividad de
Ia llama de una inmensa hoguera? ;A
[ué viene la len-
titud, cuando Ia rapide z es una conáición de seguridad?
ioh languidez cobarde, QUe priva á,la vida de su lustre
y su frescura, y comprornete tan grandes bienes! sa-
cudarnos ya nuestra fatal indolenú.

III. Las virtudes y dones en nosotros.-I. ieué


rnaravilla contemplar tãtes úqu-ezas en María, Madre

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52 TERCERa PARTE' sÁgADos

de Dios; y cuánto mayor maravilla verlas en nosotros


mismosl' V sin emba?So, es verdad
que todos esos
divinos presentes, en menor grado sin duda, pero
de Dios,
substancialmente los mismos que en la Madre
se hallan en nosotros
1.Estcín en mí.;Puedo decirlo así? si, .ol l'l
cuántas
que no los haya perdii,lo Pof el pecado. ioh
ruinas acumula nuestra infidelidaál Dejemo:,.pu:1, .d'
posible de1 in-
medir nuestras faltas con sola la pena que
las
fierno; midámoslas con las bondades de Dios á en
*.norprecian, y con la obra de Dios que destruyen
nosotros.
te-
2. Estcín en mí.;Pero cómo? eTal vez como
pocg menos que
soro perdido, ignorado, de capital
ástérii? ;Es así óomo hay que. considerarlos?
cier-
II. Decidámonos uítuiurlos del modo debido,
tamente sin preocupainos ni inquietarnos
demasiado,
pero sí con un santo valoi'
En los reVeSeS y las penas, Sea el recuerdo
de

estos bienes nuestro consuelo. En la dicha, modere


pues tal vez
este mismo recuerdo nuestro contento,
verdad, más rico que
á(rr.f A. qui* triunfamos, es, en de
saquemo.s
nosotros. En todas las circunstancias
aspiraciones
este recuerdo icon que alentar nuestras el bien'
y nuestro valoi, parâ obrar abundantemente
COLOQUIO

ice como
Figurémonos oir á' J
! (1) Con-
álaSamaritana: iSi conoc uemos al
f esemos nuestra ignoran
su ue aParte
Salvador,'pãi*àoio"de

(l) Joan. IV, 10

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I-AS GRACIAS DE MARíA 53

las tinieblas de nuestro espíritu y destierre la rnolicie


de nuestro corazón, á fin de que con gran eficacia po-
damos ofrecerle el propósito de aumentar santarnente
en nosotros las virtudes y dones de Dios. Ave Marío,

sÁgnoo NovENo.-Los dones preternaturales


de la Madre de Dios
i

Plan de la meditación la beileza espiritual de


la gracia, que adornaba el -A
alrna de nuestros primeros
padres, había Dios afradido algunos doneó de un
orden inferior, superiores con todã á las exigencias de
nuestra naturaleza. Tales dones, magnífica vestidura
de su persona , hermos ura nueva y ãncanto delicioso
esparcido por su existencia aun teirestre, son califica-
dos de dones preternaturales. Eran: el verse libres
de la muerte, la exención de todo sufrirniento; la inte-
gridad, es decir la inrnunidad de la concupiscencia y
de los movimientos desordenados de las pasiones. Ã
estos tres dones afladíase, según el sentir de los teó-
logos, una adrnirable ciencia infusa, gtre irnportaba un
conocirniento extraordinario, aun de Ias .obrs de este
rnundo . La parte de tales dones que a María'le cupo
10: sugerirá utilísirnas consideraciones. María y el iu-
Ílimiento; María y la mortalidad, María y loõ dones
de íntegridad y ciencia: esta será la mat.iiu de nues-
tros tres puntos.

MEDITACION

<<Deaurabis eam ouro mundissimo intus et foris,


(Exod. XXV, 1l).
Lo dorartís con oro purísimo por dentro y por
fuero.

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54 TERCERA PARTE' sÁBaDos

1 PnBluDIO. veAmos en la casa de la santí-


.ro
sima Virgen ãfãngel San Gabrier
que ra saluda llena
de gracia.
2,oPneluDlo.Pidamoslagraciadeconocer ella á
más y más á nuestra Madre y dé aprender dede
poner prácticamente la virtuã por encima los
deleites.
I.LaSantísimaVirgenyeldolor.-I.Silos
del estado de
dones preternaturales eraí trutô propio
inocenôiu; si sólo el pecado que nos
los
podiajustificarsuprivación;claroestá
soberanamente exenta del pecado original,
denuevoacá'abajoladichosavidadelp
más inocente
ningun, n...sidad rigurosa exigía que.la
de las criaturas fuese exenta dJ las miserias de
nues-
Dios la libre
tra presente condición. Hay que deiar a sabiduría'
de. su
decisión, en los s beranos consejos
las prerrogllivas cle Adán'
cQué es lo'qr. t i,o? Entre
ha -
unas , sin afradir nada á, su
perf eciión moral
'valor
otras rearzaban su
cían su vida más dericiosa;
más perfecia , iusticia y
moral , realizando un ideal de
aumentando las facilidades parajl
bien' Ni á la huma-
Dios fueron concedidos
nidad ae ciisto ni ála úadró de
Elzo; -mas los
de puro que
sobre la tierra los dones les fueron
eran como un .o*plemento de iu peit-".=ó.n, el sufri-
C'1?1o
dados con iu gru.iu oiúinal. Conoció también '
mártires; conociólo
miento y ruã,Etn"y deios
reina de los mismos
María, y la invocamos como
mártires. la sabidu-
II. icuán diferentes son los consejolde Estos aprecia-
ría diviru ae 10s juicios de ros hombr:s!
de la pena y
rían y busc arían ante todo ras exenciones á' María;
fueron negadas
la 1elicidaí pr.rente, Qüe. dones qúe fueron la he-
mieutras dáràn de barato los

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LAS GRACIAS DE MARfA 55

rencia de María porque debían serlo, pues consti-


tuyen el perfeccionarniento de la justicia y el medio
casi indispensable para llevar una vida perfectarnente
pura.
Sin embargo iquién tiene razón? gcuánto no debe
exceder la estima de lo honesto á la de lo agradable?
cQué deja en pos de sí una satisfacción pasajera, cuan-
do eternos frutos pueden brotar en el dolor?
Procuremos llegar á donde tantos santos se felici-
tan de haber llegado; esforcémonos por vivir sin bus-
car las satisfacciones presentes, dirigiendo todos nues-
tros afectos á los bienes que han de venir.

II. María y la muerte.-I. La rnuerte, dice el


apóstol, es el estipendio del pecado (1). por este título
María no debía rnorir;y rnuchos han creído y creen aún,
llge Ia unión tan armónica entre el alma y ól cuerpo de
María no fué efectivamente disuelta poila rnuerte. La
rnayor parte, con todo, deducen de ra rnuerte de Cris-
to, la muerte de su Madre, y ésta es ra persuasión uni-
versal del pueblo cristiano.
Pero esta rnuerte no fué como la nues tra. María
pudo rnorir, porque un ser coÍnpuesto no tiene en sí
pdncipio alguno de inrnortalidad; rnurió, en efecto, por-
que en esta hurnillación la Madre no debía separarse
de- su Hijo. Nuestra rnuerte es una pena, una expia-
ción; la muerte de María no tiene ning ún caractei de
tal. Nosotros Ínorirnos coÍno sujetos ál-amuerte; María
no está sorneti da á este irnperio, sino que su rnuerte
es una sublime participación de los destinos de su Hijo,
_un -r_asgo
que perfecciona la sem ejanza entre el Hijó y
la Madre; la rnuerte se presenta á nosotros espantosr-,

(l) Rom. VI, 23.

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56 TERçERA PARTE. SÁBADOS

precedida de penosas enfermedades; á María se le


presenta sin enfermedad, sin dolor, tranquila, suave,
efecto del amor, Y âffiable á causa de Cristo.
II. . Aceptemos con resignación la muerte, que Ma-
ría no rehusó, pues esta aceptación es meritoria; y pro-
curemos imitar en alg o á la Santísima Virgen, aman-
do, á ejemplo suyo, lal penas, Ios dolores, las humilla-
ciones,' como rasgos de sem eianza con nuestro dulce
Salvador. Grande es el amor de Cristo cuando presta
atractivos á las cosas más ingratas: éste es asimismo
uno de sus más hermosos triunfos. ;Pensamos en ello
en nuestras contrariedades y tristezas?

III. María y los dones de integridad y de cien-


cia.-I. 1. Ninguna tentación interior, ninguna- insu'
bordinación de És pasiones, podía empecer á María
en su ímpetu hacia et bien. María no conoció las rebel-
días de là concupiscencia, ni las semicomplacencias de
la voluntad en el desorden moral.
2. lCuál fué la ciencia de María? Difícil es precisar
este punto. Nada hay que pruebe en María una ciencia
infusâ de las verdadês-humana's y profanas; su ciencia
de las cosas divinas fué, en verdad' susceptible de pro-
greso, yâ que, según el testimonio del Evangelista,
f,ubo en lu vida dã Jesús misterios que ella guardaba
en su cora zÓn sin comprenderlos todavía (1). Por otra
parte, parece que antà María el camino del bien debió
de abrírse inundado de luces. Ella era el trono de la
Sabiduría eterna: ;podía, pues, alguna obscuridad de-
tener Su marcha? Ciertamente, las tazones de los rnás
altos deberes y el arte y modo de cumpljrlos se le re-
Ir.r.ntaban cõn la más viva claridad. A la
plenitud de

(1) Luc. V, 2, 50.

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LAS GRACIAS DE IIIARÍA 57

Ia ciencia práctica del bien , artadamos magníficas pers-


pectivas del rnundo sobren atural y todo cuanto una
Madre de Dios debía saber. Hasta aquí llega nuestra
investigación.

coLoQUro

Esta rneditación encierra lecciones para nuestra vi-


do y para nuestr a muerte.
a) Inclinemos hunrildernente la cabeza ante Dios
gue nos impone la pena y la prueba de la disolución
de nuestro ser, y con verdadero sentimiento de amor,

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58 TERcERA PARTE' sÁBlDos

después de invocar á María, digamos á Dios la ora-


ción indulgenciada por su santidad Fío x
(1).
Domàe Deus meus, iam nunc quodcumque mor-
suis an-
tis genus prout tibí ptoóuerit, c-um omnibus
goítOus, poenis ac doloribus, de munu tua oequo oc
tibenti animo acciPio.
Sefior Díos míà, desde ahora ocepto de vuestra
mono, con ónimo resignodo y buena voluntod, caol-
quier'género de mueíte que os plazca enviarfftg,
bon tídas sÍ/s ongustíos, penos y dolores.
b) OÍrezcamoi a Maiía una viaa de orden y .de
prrá.n.ia fiaõti.r. No deseemos la dicha actual, sino
la virtud.
Salomón suPlicó al Sef,or le ensefrase el
arte de
Dios. Pida-
gobern ar á, su Pueblo, con lo cual agradó
á
Ave
áos nosotros el de gobernar nuestras Pasiones.
lVIorío.

SÁgeOO DÉCIMO.-Las gracia§ 'gratis


dadas' âla Madre
de Dlos

Plon de la meditación. Después- de dar una


s gracias
-«gratis dadas», admil-a-
co"ncedidasT la Sontísima Vir-
ual discurriremos sobre los que
suerte.

MEDITACION

uAstítit regina a de,rtrís tais in vestitu deouroto,


circumdata v"aríetate, (Ps. XLIV, 10)'

(l)Indulgenciaplenariaálahoradelamuerteparatodoslos
eüê, después ãe confesar
y comulgar, hayan rezado, á lo menos una
vez en su viOã, *tã açto ôo, ,etõadero sentimiento de amor para
con Dios.

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LAS GRACIAS DE IVTARÍA 59

Colocóse la reina tÍ ta derechtt con vestido bor-


dado de oro) y engalanada con adornos varios.
1.Bn PnBuuDro. En la casa de Nazaret, el ángel,
arrebatado por la grandeza de María, la proclama
llena de gracia.
2,o PnBLUDro. Pidarnos la gracia de recibir hu-
mildemente y santarnente utilizar, á ejemplo de María,
las divinas largue zas.

I. Las gracias gratis dadas en general.-I. 1.


Los dones de Dios son todos efecto de una gratuita li-
beralidad; pero los de orden sobrenatural tornan, de su
dignidad rnisma, un nuevo carácter de generosidad,
puesto que exceden la necesidad y exigencia de toda
naturaleza criada.
Sin ernbargo, ciertos beneficios de este orden, co-
Íno la gracia santificante, Ias virtudes infusas y los
auxilios de gracias actuales, tienden directarnente á
nuestra santificación y están por consiguiente a la dis-
posición de todos, ya que Dios sincerarnente quiere la
salvación de todos los hornbres (l). Si los priÍneros
dones son gratuitos, el aumento de los rnismos puede
merecerse; rnientras que otros dones, al contrario, no
tienden tanto al provecho espiritual del que con ellos
se ve favorecido, cuanto á la utilidad general de la
Iglesia. No siendo consiguientes á, ningún mérito, ni
confiriéndolo directamente, y estando reservados á al-
gunos pocos, son por un nuevo título gratuitos: por
esta causa reciben, efl teología, el nombre degracias
grotis cladas (2).
2. Podernos aún dividir éstas en dos clases. Per-
(l) t.a Tim. II, 4.
(2) se las designa también con el nombre griego que emplea
San Pablo, charismata (l.a Cor. XII, 7-12).

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60 TERCERA PARTE. sÁBADos
-primera
tenecen á, la los ministerios de que está uno
encargado; las obligaciones que debe llenar, con los
poderes á tal fin requeridos; los talerrtos naturales y
aun los socorros sobrenaturales, dispensados á los que
tienen algún encargo para el bien general de la so-
ciedad: pór ejemplo, la jurisdicción, la infalibilidad, el
sacerdocio. A la segunda clase, entendida más estric-
tamente, Se refieren los favores que, fli siquiera re-
claman una común necesidad de orden social, sino que
responden á una economía extraordinaria, y no tie-
nen más fórmula que ésta: El Espíritu sopla donde le
place.
Estas gracias son de conocimiento, como la profe-
cía, el disõernimiento de espíritus; de lenguaie, como
el don de lenguas, la particular unción para explicar
las cosas de la fe é insinuar sus santas persuasiones;
ó bien de acción, como la gracia de hacer milagros y
curaciones.
3. Tales beneficios confirman la fe y son ocasión
de grandes bienes. iQué movimiento de piedad no han
proiocado las revelaciones hechas ala Benrl Mnncn-
RITA ManÍa, ó las apariciones de Lourdes!
Sin Ser meritorias por sí mismas, constituyen con
todo un ornamento del alma, y el buen uso que de ellas
se haga, es digno de alabanza y de recompensa.
Lõs santos] sin embargo, PoÍ espíritu de humildad,
-abaio
rehuían los honores acá y temían recibir las
v
gracias gratis dadas.
II. lnry otro es ei espíritu del siglo, 9üe fomenta
las ambiciones y llena la historia de luchas, de rivali-
dades, de intri§as y de odios. iCuánto más proJgcho-
so es para el rãundô el espíritu cristiano que, dejadas
apartó celosas competencias, aproxima unos á otros
á los hombres y da su lugar á los que más lo merecen'

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LAS GRACTAS DE uenÍe 61,

Procuremos adoptar este espíritu; y si la voz de los


superiores, la necesidad de las circunstancias, ven
en nuestra elevación una garantía del bien general,
no nos detenga entonces ningún temor estrecho y pu-
silánirne. Desdefremos, con todo, los carninos y tortuósi-
dades ambiciosas, contentándonos de buena gana con
el papel de inferiores. Este partido, el más prudente
para nosotros mismos, es también el más ventajoso
para el bien universal, al cual ya se perjudica con sólo
procurar con desasosiego el poder y los cargos de más
brillo.

II. Las gracias gratis dadas á la Santísima vir-


gen.-I. En los designios de Dios, la rnayor de las
criaturas no debía jamas apartarse, en la tiêrra, de la
y
To.d_estg obscuridad que convenían á su sexo y con-
dición. En el curso de su vida terrestre no adveitimos
ni predicación pública, ni rninisterio sagrado, ni mila-
gros esplendentes, ni ruidosas acciones.
Mas, por una parte, la rnisrna divina rnaternidad es
el rnás sublime de todos los ministerios, de todas las
funciones que puede el hornbre llenar; y por otra parte
María tenía en su vocación y en sus oeltinos, un iituto
á todas las prerrogativas, á todos los espirituales or-
yen á
e, sal-
o cua-
Esta opinión viene confi rmada por los relatos rnis-
Ínos de Ia Escritura. iQué inspiración profética, qué
ilustración no llenaba con sus luces a Marí, .runào,
antes que toda hurnana criat sra, se entera del rniste-

(1) Véase SuÁnBz, in 3. part., q. XXVII, d. 20.

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62 TERCERA PARTE. SÁBADOS

rio de la Encarnación y lo celebra en su lvlagniftcat!


las circuns-
iQué discernimiento de espíritus en todas
iancias de su vidal cFaltóia por ventura el poder de
los milagros, cuando la vemoà obtener el primero de
los mila[ros deJesús? 1No es de ella de quien aplen-
dió san- Lucas el Evangelio de la infancia del sal-
vador, y en quien, despuês de la muerte y ascensión
de Ciiõto, buscaron los apóstoles y discípulos luz
y edificación? aY ahora, desde lo alto del cielo, no es
foLaría, nuestra grande taumaturga, âl mismo tiempo
que la más elevúa iluminadora, la más prudente con-
sejera de los hombres?
II. Admiremos la abundancia de los divinos dones
en María; pero al verl a tan modesta, tan reservada en
el uso y mànifestación de todo aquello con que Dios la
favoreõiO, y tan atenta á lk nar simplemente el cargo
que le incu-mbe, rechacemos todo pretexto para librar-
nor de los humildes deberes de nuestra profesión.

III. Las gracias gratis dadaS á nosotros mismos.


Nuestõs talentos y nuestros éxitos pueden ser
-1.
comparados con las gracias gratis dadas, lo misrno
que
los iargos honrosos (ue se nos confían. Ninguna razón
hay de"complacernos por ellos en nosotros mismos.
"
2. Seamos prudenteS y circunspectos, sin Ser eS-
cépticos, en el examen y prueba de los favores singu-
laies. En lugar de tender á lo extraordinario, ponga-
mos nuestra"atención en la práctica de las virtudes
impuestas á todos.
'3. una humilde sencillez nos valdrá los oportunos
auxilios para elevarnos a la altura de rruestra misión.
No temamos las responsabilidades que te-ngamos que
asumir, y facilite nuestra obediencia el favor divino
que á loá suPeriores se concede.

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.LAS GRACIAS DE MARÍA ó3

col,oQUrO

Presentémonos á Dios por María para ofrecer á


Je-
sucristo nuestros propósitos de sacrilicio. Indique,ios
nuestras preferencias por el sacrificio obscuro, que nos
expone rnenos á nosotros misrnos y es) con frecuencia,
rnás glorioso á Dios.

sÁeeoo uNDECrMo.--rff actuales de la Madre


f;fi:r."
Plan de la meditación las gracias y dones
-De trãnsitoriaã, pero
habituales pasernos á las influencias
incesantes, por las cuales Dios nos apartadel rnai y so-
brenatural iza los impulsos de nuestrà actividad.
- El prirner punto nos record arála noción de las gra-
cias actuales en sus do9 principales formas; el segun-
do estará consagrado á las gràcias medic'inoles cle
la santísima virgeni el teõero á las grocias solu-
dables.

MEDITACION

<<sine men!Ítil pgtgslzs facere» (Joan. xv,5).


Sin mí noda podéis hocer.
1.Bn PneluDlo. Representérnonos Ia casa de
Na-
zaret El ángel del seflor saluda á María, Ilena de
gracia.
2.o PneluDro. pidaÍnos la gracia de conocer me-
ior .la dignidad de nuestra
celertút Madre y de crecer
en hurnildad y gratitud para con Dios.

I. Las gracias actuales en general.-I. 1. Ha-

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64 TERcERA PARTE' sÁBADos

biendo Dios resuelto divin izar á su criatura inteligen-


te, aun á la que se había envilecido po1 el pecado,
' empie za por dotarla de una nueva naturaleza, la gra-
cia santificante; luego, por las virtudes sobrenaturales,
comunica á sus faiultades una potencia de acción,
que excede los límites de toda natural actividad.
Los dones del Espíritu santo ponen en ella propensio-
nes celestiales y preciosas aptitudes para seguir
las mociones de lô aito, He aquí, pues, á esta criatura
dispuesta á llevar una vida moral sobrenatural , Y á
ilustrarse con actos dignos de una infinita bienaven-
ttlranza.
2. aBasta ya? ;Está ya todo concluído? ;Esta na-
da que somos nosotros en comparación de una dicha
sobienatural, está ya enteramente llena?
No, faltan aún dos cosas'
a) La vida sobrenatural se desarrolla en un hom-
en
AS

Peli
un
para
teriormente la vida; una previsión, una asistencia
ahorrar las tuerzas del hombre y no exponerlas a rna-
los encuentros que facilísimamente le serían fatales.
Este socorro es la gra cia medicinol, beneficio comple-
io, atención multif'-orme de \a Providencia. Por ella
son ,á*oridas las ocasiones demasiado peligrosas, y la
prueba iamás excede á nuestras fuerzas; obran sobre
nosotroô irflrencias saludables; palabras buenas, Pef-
.urriros ejemplos, advertencias interiores de consuelo
ó de ,e*oidimienio, nos alientan al bien y nos
apartan
* á.i *ul; una acción divina calma el ímpetu de las pa-
siones, arumbra ra inÍeligencia y for-t-alece
la voluntad.
iÍ' ôonsideremos ruestra actividad moral. Nues-

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LAS GRACIAS DE MARÍA 65

tros actos reflejos van precedidos de otros indelibera-


dos, efl los cuales tienen sus raíces, lo mismo que en la
libre elección de nuestra voluntad. para obrar cual-
quier acto, hay que pensarlo primero; y debe una re-
solución ser propuesta antes que sea aprobada. apor
ventura toda proposición de nuestra inteligencia no se
hace por el irnpulso de algún rnovirniento de nuestra
voluntad? Inútil sería para nuestro intento, proseguir y
profundizar esta investigación; bástanos reôorclal quó
los conocimientos y los impulsos no libres, sin necesitar-
nos ú obligarnos, son necesarios para el ejercicio de
nuestra libre actividad.
. Preguntamos pues: lDe qué orden son esos pensa-
mientos irreflexivos, estos espontáneos quereres que
preceden, á lo menos en sus prirneros rnovjmientos (l),
el uso de nuestras virtudes sobre naturales?
Provista ya de todos sus aprestos, nuestra nave está
pronta para zarpar hacia el puerto de la vida eterna.
Mas gcuál será el impulso que Ia Ínueva? ;Una Íuerza
natural va á irnperar á_tuerzas superiores que se pon-
gan en rnovirniento? ;Podra groriarse la nituralezà de
haber deterrninado la accióã de la gracia, y de ser
así-principio de todos nuestros méritõs? aveiase per-
turbad a la armoniosa proporción de los medios con el
fin, por Ia inferiori dad de los principios? No, la bondad
de Dios nada hace á rnedias. i{e ,quí que, á. un rnodo
misterioso, deslí zase El misrno en nuestra actividad
inicial. La idea inicial, el prirner rayo que alumbra
nuestra inteligencia, el prirner impulso de nuestra vo-
luntad hacia todo lo bueno, débenãe
iuntamente á nues-
(l) En efecto, nuestros actos libres se encadenan los unos con
los otros: el segunclo es provocado por el primero; el tercero, por
el segundo; el acto indeiiberado no es necêsario, sino al principio
u"
'il;Íl.ro*Es, roMo rr. -5.

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66 TERCERA PARTE. sÁBaDos

tras facultades y áun concurso sobrenaturol que Dios


nos presta y que no nos abandona en toda la duración
de nuestro acto. Dios previene así todas nuestras ac-
ciones meritorias, del mismo modo que Su brazo nos
ayuda á llevarlas á cabo: y así pensamos, queremos,
o-bramos el bien, llevados por las alas de su gracia.
II. Estas consideraciones pueden excitar en nos-
otros i a) Un sentimiento de humildad,, pues que no!
hacen entender mejor la doble nada que somos en el
orden natural y en el orden sobrenatural.
b) Una viva gratitud por todo cuanto Dios se
en nosotros.
" obrargran cuidado de no arruinar la obra de Dios
digna
c) Un
en nuestras almas.

II. Las graciasmedicinales en la Madre de Dios'


por la Santísima Virgen que at9-
-1. Dios hrro más
nuar ó corregir una disposición morbosa heredada de
los primeros padres; y más bien qle el remedio, le
conôedió la salud. Por una acción absolutamente pre-
ventiva, quitó de ella el principio mismo de interior de-
bilidad; y aun es poco decir que lo quitó: reguló de tal
manera ias pasiones y los apetitos de esta criatura
privilegiada ya desde êl primer instante de su vida,
que las- Íuerias inferiores presentáronse á ella como
tropas dócilmente alineadás pa\a obedeceÍ,' no para
*rndur ó precipitar la acción. María, robuslu y santa,
pudo afrontar sin peligro dificult-ades y pruebas, apres-
iardore á triunfar en cada rna de ellas.
II. 1. En cuanto á nosotros, COnfesemos nuestra
debilidad y nuestra impotencia; reconozcamos que
si la proviãencia divina no trubiese tenido cuidado en
ip^ri^r las ocasiones, hubiéramos sido capaces de las
más atroces iniquidades.

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. LAS ,;RACIAS DE MARÍA 67

, 2. No nos acobardernos, sin ernbargo, que Dios


puede y quiere hacernos salir incólumes de los más peli-
grosos pasos, si nos ponemos en ellos forzados verda-
deramente por las circunstancias ó atraídos por el
interés de su gloria. Ved los mártires: estábales prohi-
bido correr temerariamente á,la rnuerte; pero arrastra-
dos ante el juez, ri siquiera debían preocuparse de lo
que iban á, contestar á sus pérfidas preguntas. El
Espíritu divino los iluminaba (1), del mismo modo que
los sostenía en los tormentos.
3. No nos será difícil recordar, en nuestra vida,
las ocasiones peligrosas de que fuimos librados y las
bienhechoras influencias de que hemos sido objeto. He
aquí los especiales beneficios de la gracia.
4. Nosotros mismos podeÍnos proporcionar á otros
esta gracia de Dios, si les edificaÍnos con nuestras pa-
Iabras y eiernplos.

Iil. Las gracias satudables de la Madre de Dios.


-1. Hemos de concebir las gracias saludables de la
Madre de Dios? corno reiteradas invitaciones que el
Rey de reyes dirige á la más favorecida cle las
criaturas para excit arla á remontarse hasta cerca de
Su trono. «Hija de Jerusalén, reconoce cuanto yo he
puesto en ti de gracia y de hermosura; estas riqtezas,
esta nobleza, estos adornos, están destinados á un
mundo rnejor que el que huellas con tus pies. Ven, sube
á, lacumbre en donde Yo rnisrno Íne encuentro. Pero Ia
distancia es inn:ensa. ;Fáltante las alas? Helas aquí.
Mi gracia es la que te levanta y te lleva. Ernprende el
vuelo; nada temas. »
Y María se lanza, en efecto, pudiendo con verdad

( 1) Matth. X, 19.

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68 TER ERA PARTE. SÁBADOS

decirse de ella, Qüe irá de virtud en virtud hasta con-


templar el rostro de Dios en Sión (1).
II. 1. Entreguémonos á la santa emoción que nos
inspiran los sublimes llamamientos dirigidos á nuestra,
Madre.
2. Sin comparar nuestros privilegios con los de
la Virgen Santísima, podemos reconocer que nuestra
alma éstá provista de riquezas, cuyo destino no es de
este mundo; hemos sido criados para algo mejor que
esta tierra.
Nada haya, pues, de vil, nada de bajo en nuestros
deseos y designios, antes aspiremos á, lo grande. Si
otros se resignan á arrastrarse, flo retarde esta me-
dianía nuestro vuelo, sino que más bien ha de inspirar-
nos esto una suave y paciente compasión para con los
que se cierran tan magníficos horizontes.
COLOQUIO

Tengamos con María, y luego con Jesús, ür coloquio


de confJanza y de humildad. De confianza: «Todo lo
puedo en el que me.conforta»; de humildad: ";Quién
me librará dé este cuerpo de muerte? » Entonces bro-
tará de nuestro cotazón una plegaria; invocaremos tres
veces al Sefror para que al menos nos diga: «Bástate
con mi gracia» (2).
.r
sÁe AD o Duo DÉec# §aG ra m entar e s
?;i":" "f""Hf:
la -A la santificación
Plan de meditaciÓn por
las obras afrádese, en la vida cristiana,la santificación
por los sacramentos. También bajo esta forma derra-
(1) Ps. LXXXIII, S.
(2) Phil. IV, 13; Rom. VII, 24; 2.a Cot. XII, 8, 9'

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LAS GRACIAS DE MARÍA 69
rnóse Ia gracia sobre la Madre de Dios. En el prirner
punto verernos la naturaleza de las gracias socro-
mentales,'en el segundo, sa abundaícia en tl,laría;
en el tercero los medios de aprovecharnos mós de
los socramentos.
MEDTTAcTóN

"llisitanos in solutari tuo»> (ps. CV ,4).


Visítanos paro darnos tu sa'lud, ' '
1.'* PneluDro. Representérnonos el cenáculo en
el rnornento en que bajó el Espíritu Santo sobre María
y los apóstoles.
2.o PneluDro. pidaÍnos la gracia de irnitar á
María en la ferviente recepción delos sacraÍnentos.

I. Las gracias sacramentales.-1. Hernos visto


cómo se digna Dios insinuarse en nuestra actividad,
para proporcionarnos la satisfacción de producir frutos
de salud. El quiere, en su liberalidad, üu..rnos gozar
adernás de las inf luencias directas del orden sobre-
natural, en que no intervienen como causas, sino
Ét
misrno, cristo, y el instrurnento por el cual se digna
obrar (1). Esta influencia la ejerce Dios conro causa
principal; fué merecida por crióto, y se confiere
miste-
riosarnente por un rito áe institución divina, eiecutado
por un rninistro legítimo, deputado por el mismo
Dios.
J:l gr 11 gracia õacrarnentãlr Qüe recibirnos sin con-
tribuir efectivamente á ella. Veà al nifro recién nacido,
rnientras sobre él se derrarna el agua del bautisrno.
eQué sabe él? 6Qué hace? Nada. yiele ,qri regene-
rado, enriquecido, santificado . La rnisrna virtud obra
(1) He aquí por qué esta gracia se ilama et opere operato; por-
que es causada por una operaiión que recibimoÉ,
ná ío, ninguna
acción nuestra.

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70 TERcERA PARTE' sÁBADos

en los dernás sacramentos, aun en aqrlellos que recibi-


mos siendo adultos. Entonces, sin ernbargo, Dios
subordina sus efectos á nuestro consentimiento, Y
pro-
porciona su intensidad á las disposiciones que en nos-

espiritual mediocridad, y pidamos perdón.

(1) Oseae XIII, 9'

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LAS GRACIAS DE I}ÍARíA 7I
var en su alma el carácter del cristiano y entrar oficial-
mente en la Iglesia de su Hijo . L,a veniãa del Espíritu
Santo fué para ella una extraordinaria recepción del
sacramento de la confirmación. Pero insistaÍnos prin-
cipalmente en la mística y cotidiana renovación que en
su alma causaba la Eucaristía, introduciendo otra vez
en su coràzón la hurnanidadr Qüe ella había dado á,luz.
iOh, quién podrá concebir las maravillas de su unión
con su divino Hijo en este sacramento de fe y de amor!
Y de un modo general, consideremos la virtud indefi-
nida de los sacramentos, penseÍnos en la perfección de
las disposiciones de María, y fácilrnente deduciremos
la prodigipsa altura á que estos solos medios debieron
elevar á nuestra Madre.
II. Felicitémosla y tornémosla por nrodelo en nues-
tras comuniones y, si nos sucede estar fríos y desola-
dos, oirezcarnos al Sefror el corazón de su Madre, re-
ccrdándole las excelentes comuniones que hacía y
uniendo á ellas las nuestras con el deseo.

III. El buen uso de los sacramentos. icuán


importante es llegarse á los sacramentos con un santo
fervor! Habiéndonos penetrado de esta verdad, bus-
quemos_el rnedio de rnejorar nuestras disposiciones.
1 . De un modo negativo en prirner rugar, exclu-
yendo la rutína, Asegurernos una cuidadoú prepara-
ción á cada uno de los sacramentos que recibarno§. No
olvidemos que, aunque hay otros rnedios de aurnentar
la gracia santificante, sin embargo, los sacramentos
son los canales especialrnente desiinados á proporcio-
nárnosla con abundancia. Además, ellos contienen una
gracia patticular en relación con nuestras necesidades,
restituyéndonos así, en parte, aquella facilidad y fuer-
za de que gozaríamos sin el pecado original. Pensernos

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:

72 TERCERA PARTE. SABADoS

también en la sangre de Cristo que nos los mereció, y


que corre allí, representada por su virtud. .

2. Los sacramentos son protestas de fe y de es-


peranza en Cristo. Desenvolvamos en nosotros estos
sentimientos á fin de darles toda su verdad y consi-
guientemente, toda su eficacia.

ro,-oôuro

Recordemos á los discípulos de Emaús, á los cuales


la conversación con Cristo llenaba de secreto ardor.
iJesús viene con tanta frecuencia á nosotros para co-
municarnos el fervor de la caridad! Pidámosle por su
Madre que nos consuma de aÍnor á é1. lVlonstra de
esse Matrem: Muestra, oh María, QUe eres nuestra
Madre.

SÁAAOO TRECE.-La impecabilidad de la Madre de Dios

Plan de la meditación,-IVttestros pecados, la


impecabilidad de Marío, nuestra lucha contro el
pecado, tales serán los puntos de esta meditación.

MEDITACION

«Nihit inquinatum in eam incurr#, (Sap. VII ,25).


Itlada moncltado se encuentra en ello.
1."n PnelUDIO. Representémonos á la Virgen en
su casita de Nazaret, contestando al ángel: «He aquí
la esclava del Sef,or».
2.o PnELUDIo. Pidamos, además de la gracia de
concebir una alta estima de nuestra Madre, la de
trabajar con el ardor de que todos los santos nos dan
ejemplo, en alejar de nosotros el pecado.

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LAS GRACIAS DE MARÍA 73

I. Nuestros pecados . - I. iCuán saludable es


convencernos bien de que somos pecadores!
1 . Supongamos que ahora nuestra vida se desliza

sin cometer pecado mortal. Pero y el pasado, êl irre-


vocable pasado gqué nos recuerda? Sus'manchas hubie-
sen sido indelebles, á no ser por la gracia del Seflor.
2. Aun ahora iqué de desórdenes y extravíos!
Por encima de nosotros está Dioç. iLe tributamos los
debidos hornenajes? 1Cuántas iras sordas, cuántas im-
paciencias á la menor contrariedacl! A nuestro lado
hállase el prójimo con sus éxitos, sus reveses, sus
necesidades, sus f laquezas. ; Cuáles no son nuestros
celosos pensamientos; qué tendencia á denigrar no
experimentamos en nosotros; qué gozo tan maligno;
cuán indiferente egoísmo! iCuán severamente juzga-
mos á los demás! Por lo que atafle á nosotros mísmos:
icuán fácilmente nos vencen nuestras viles pasiones,
nuestros sensuales y golosos apetitos; cuán necia va-
nidad nos entretiene en una exager ada complacencia
de nosotros mismos! iCuán fácilmente nos doblegaÍnos
ante la dificultad; cuán cobardes somos para declaÍaÍ-
nos del partido de Jesucristo! iCuántas mentirillas
ocultas en nuestro lenguaje; cuán suspectas segundas
intenciones en nuestros intentos! Prosigamos esta enu-
meración, recorriendo, yâ nuestras faoultades, para
conocer el abuso que de ellas hemos hecho, yâ los
preceptos, para oponerles nuestras faltas, ya las vir-
tudes, para notar su ausencia, ya nuestras jornadas,
nuestras ocapociones, nuestras relaciones ) pata lle-
gar á la humilde confesión de Sex AcusrÍN, y pregun-
témonos con lágrimas: uiDónde pues, ó cuándo, Sefror,
he estado sin culpa?» (1)

(1) Confesiones l, I, c.7 (M. P. L. t. 32. col, 666).

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71 TERCERA PARTE. sÁeADos

II.Esta conclusión no debe descorazonarnos; por-


que podemos y debemos afladir á ella al mismo tiempo
esta verdad: que, tales cuales somos, Dios nos sufre
y nos ama. Esto ha de dar como fruto en nosotros la
persuasión, la nrás útil de todas, de que nuestra vida
espiritual no tiene más fundamento que la misericor'
dia paternal de Dios. Entonces comprenderemos me-
jor el Beati misericordes (1), bienaventurados los
misericordiosos .

II. La impecabilídad de la Madre de Dios.-


1. Haciéndose eco de una tradición moralmente uná-
nime, ensefra el concilio de Trento (2), que María fué
exenta de todo pecado actual, que no hubo jamás en
ella el rnenor movimiento de la voluntad contrario á
algún precepto divino.
2. Más aún; esta pureza no era simplemente un
hecho; sino que la exigían las íntirnas y sublimes rela-
ciones de María con Dios. Si nada manchado entra
en el cielo, mucho menos aún podía mancha alguna
profanar el tabernáculo vivo, el cielo por excelencia,
reservado al Verbo divino (3).
3. Esta inmunidad de toda mancha eS, con res'
pecto á todos los hiios de Adán, uil privilegio único,
una bendición que sólo María recibió. Fueron los
apóstoles conf irrnados en gracia, asegurados de la
divina amistad, tenían el don de la perseverencia per-
fecta. Pero María, con exclusión de todos los demás
hombres, obtuvo una perfecto confirmocion en el bien
que excluía todo pecado venial. Por este don llevaba

(r) Matth. V,7.


(2) Sess. VI, can. 23.
ig) Es decir, como hemos visto, que Dios no podía escoger un
orden del mundo en quela Madre de Dios tuviese pecado.

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LAS GRACIAS DE MARíA 7-3.

nuestra Madre acá abajo la vida que llevaremos todos


en la gloria del cielo. Mas, âllí la irnpecabilidad pro-
vendrá de la vista de Dios, mientras que en María fué
fruto de la abundancia de la gracia (1). Merced á esta
abundancia, y álarazón más alta de su impecabilidad,
María no sólo igualaba á los ángeles, pero aun los so-
brepujaba. Aúrn más: ya que ninguna unión con Dios
puede concebirse más íntima que la de su Madre, tam-
poco puede concebirse, efl una pura criatura, oposi-
ción rnás radical al pecado. María, ptles, llegó al más
alto graclo posible de pureza.
1. La impecabilidad de María, comparada con la
de Cristo, se distingue de ella por su causa próxima.
Cristo tenía en sí misrno, efl la unión de su naturaleza
humana con la persona divin a, la más absoluta imposi'
bilidad de faltar á su deber. Al contrario, la voluntad
de Marira, tomada aisladanrente, estaba sujeta aÍaltar.
Si no faltó, debiólo por una parte á su gloriosa exención
de la concupiscencia y tentación interior, como á las
gracias actuales extraorclinarias;pero fué, por otra par-
te, efecto de la atención con que procuró María corres-
ponder libremente ala gracia de Dios. María preserva-
da del fuego de la concupiscencia, exenta de todo pri-
mer movimiento contrario á la ley, podía no pecar; era
además por una gracia extraordinaria, invitada á no
faltar y consentía libremente en ser Madre de Dios, La
irnpecabilidad de María, infinitamente menos elevada
que la de su Hijo, permítenos aplicarle el elogio de los
libros santos: «Pudo transgredir la ley y no lo hizo»,
Lirnitémonos, efl este punto, á cornprender bien la
elevada dignidad de María.

II[. Nuestra lucha contra el pecado.-I. Los san-


(1) V. Div. Tnou. in. III. dist. 13, e. 1, art.2, e.3, sol 3,ad2.

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76 TERcERA pARTE. sÁn.tpos

tos recorrieron los más variados caminos; pero todos


trabajaron por extirpar de su cora zón el pecado. Pen-
sémoslo bien: Dios no necesita de ninguno de nuestros
servicios, y nosotros ignoramos nuestra futura suerte.
Sembramos penosamente, sin saber si existiremos
para recoger la cosecha. Los frutos de nuestros traba-
jos pueden perecer en flor. Nuestros más bellos desig-
nios pueden no corresponder al plan divino; pero es
una tarea ciertamente útil y muy del agrado de Dios
la de afanarse en disrninuir, en suprimir nuestros pe-
cados. 4Hemos empleado, en este trabajo, los cuida-
dos debidos? Hagámoslo en adelante.
II. Táctica que debernos seguir: a) Roguemos, á
fin de alcanzar grandes gracias de Dios. b) Sujetemos
nuestras pasiones, dorninernos nuestros primeros mo-
vimientos. Por estos dos medios participaremos, en
alguna manera, de la gracia de preservación de María.
c) Por la meditación atenta de cada uno de nuestros
deberes, penetremos bien nuestro espíritu de su razón
de ser. d) Busquemos la raíz de nuestras principales
faltas y ataquémoslas con el examen particular. e) En
nuestras relaciones con Dios, efl nuestros ejercicios
de piedad, tengamos una fe ilustrada, que nos haga
preferir la cualidad al número, que nos haga reconocer
mayor valor en un Padrenuestro rezado despacio y
con atención, que en muchos rezados precipitadamente
en el mismo tiempo.

coLoQUro

Dirijamos una plegaria ferviente á María, para ob-


tener un humilde y santo valor en la lucha contra el pe-
cado. Bendigámosla por las maternales atenciones que
ha tenido á fin de preservarnos de muchos pecados.

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LAS GRACTAS DE uanÍa 77

«Àve moris stella... Vitam proesto purom;> Haced


que nuestra vida sea pura.

sÁeA.oo CATORCE.-L+ libertad de la Madre de Dios

Plon de la meditación
-ordénase esta medita-
ción á obtener el gran resultado de poner clararnente
á nuestra vista, nuestra propia responsabilidad en el
orden espiritual; á hacernos comprender cómo, aun en
este misrno terreno, se verifica el proverbio: «Ayúdate
y te ayudarér, y á arrancarnos de una indolencia fatal
á nuestro adelantarniento. Vearnos sucesivamente, la
razón de ser providencial de la libertad y el respeto
con que Dios la deja obrar; los frutos de la libertad
en rlaríu, t el uso que, tÍ ejemplo suyo, debemos
hocer de dicha facultad.

MEDITACION

«Grotio ejus in me vacua non fuit, sed abundon-


tius illis omnibus laborAvi>> (l.u Cor. XV, l0).
su gracia no estuvo ociosa en mí, sino que tra-
bajé mós qae todos ellos.
1.er PneluDlo. En la morada de María, oigarnos á
la hurnilde Virgen contestar al ángel de Dios; «Hága-
se en mí según tu palabra.»
2.o PRELUDTo. Solicitemos con vivas instancias po-
der seguir el ejemplo de nuestra Madre, cooperandb a
los beneficios del Sef,or con generosa fidelidad.

I. La tazón providencial de ser de la libertad


en nosotros.-I. 4Por qué nos da Dios la libertad?
;Hasta qué punto la respeta?
1. Razón de ser de nuestra libertad.-Entende.

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78 TERcERA PARTE. sÁBADos

mos la libertad tal cual existe en nosotros, aun con la


facultad de obrar el rnal. De que Ia opción por lo malo
repugne á la infinita santidad de Dios y ni siquiera
puedã concebirse en una voluntad que es regla de
iodas las cosas, podría malamente concluirse, que la
facultad de obrar rnal no es una perfección relativa de
nuestra voluntad, sino que, al contrario, constituye un
defecto. No hay que olvidar, en efecto, Qüe ciertas
cualidades verdaderas de la criatura, pero qtle están su-
jetas á su irnperfeccion esencial, no pueden hallarse en
el ser infinito. Muy precioso es para nosotros el tener
ojos en el Cuerpo, y Con todo, estos mismos ojos, Se
rían en un puro espíritu, y mucho más en Dios, sef,al
de inferioridad natural. La libertad de Dios es la de
una voluntad, en que la bondad de nuestras acciones
halla su medida; la nuestra es la de una voluntad so-
metida á, una regla suPerior.
La posibilidaã de laltar resulta de nuestra condi-
ción: da gloria áDios y nos presta servicio á nosotros
mismos. ã1 Oo glorio tÍ Dios. Por ella ve Dios venir
y terminarse en El, flo solarnente los seres fatalmente
árrastrados hacia su centr l, sino aun las inteligencias
que, al llegarse áEllibremente, se determinan árendir
ho*en aje-á su bondad. Por ella también, tiene Dios
ocasión de manifestar su lisericordia, y la divina Sa-
biduría juguetea en el universo. Voluntarias activida-
des se agitan y Se revuelven en diversos sentidos, sin
poder estorbar el orden del mundo ni impedir la eiecu-
àiOn clel supremo plan de Dios. b) Sírvenos ó nos-
otros mism'os. Nos atribuye el especial honor de ha-
ber podido laltar y no haberlo hecho; de haber salido
victôriosos de Ia prueba. El peligro misrno corrido,la
dificultad vencida ino aumentan por ventura la dicha
y la honra del exito? «Dichoso el hombre, dice el

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LAS GRACIAS DE IÚARÍA 79

Eclesiástico (1) que ha podido quebrantar la ley y no


la ha quebrantado. ,
2. Respeto de Dios por esta libertad. Dios
consagra á esta libertad un respeto cuyas manifesta-
ciones nos sorprenden y confunden, y aun pueden es-
candalizar el orgullo del irnpío. Aunque EI ayuda al
hombre á obrar bien, permítele que dafle y obre mal.
Dios perrnite a la blasfemia que salga de la boca; al
sacrilegio, que sea perpetrado; a la humana necedad,
que inutilice los más útiles designios; á la malicia hu-
mana que destruya las más bellas eÍnpresas, que pierda
la fe é impida su propagación. Misteriosa tolerancia,
que hará, brillar tanto más la Sabiduría divina, cuando
veamos que todos y cada uno de estos elernentos, con-
tribuyen al bien de los escogidos y ála glorificación del
Todopoderoso.
II. Pero la adoración silenciosa debe ser corona-
da con una conclusión práctica. Consideremos este
campo f értil y estos depósitos repletos de fecunda
semilla. Oh hombre, tú no has hecho el campo ni la
semilla, y cffgas, sin ernbargo, con la responsabilidad
de la cosecha . La tierra no se abrira por sí rnisrn a para
recibir la semilla, y esta no irá, por sí rnisma á arro-
jarse en el surco. No puedes descargar sobre Ia di-
vina Providencia el cuidado del cultivo. Lo mismo su-
cede con los frutos de salvación que deben brotar
en nuestra alma y en el rnundo. Hernos de esperarlo
todo de Dios; pero debemos pedir su auxilio y obrar
al rnismo tiempo: trabajar en nosotros rnisrnos, afron-
tando las dificultades y f ormando nuestro carácter
moral y sobrenatural; trabajar en los otros ó por fue-
ra) para cornbatir el rnal y asegurar el bien. De poco

(l) Eccli. XXXI, 10.

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80 TtrRCERA PARTE. SÁBADOS

sirve lamentarse y suspirar por milagros. fQué haces


de tu inteligencia y de tubrazo? La espiritualidad, en-
tendida de otro modo, es afectación llena de ilusiones
y de engafros.
Examinémonos seriamente á nosotros mismos y
examinemos también nuestra actitud. Fijémonos bien
en que la bendición de Dios consiste en hacernos go-
zar del trabajo de nuestras manos (1); la santidad y
la salvación son fruto de nuestro trabajo.

II. Los frutos de la tibertad en María. - I. 1 .

;Hasta qué punto respetó Dios la libertad de María?


No sólo sus actos de virtud fueron practicados li'
brernente; pero, lo que es más, la suerte del género
hurnano fué entreg ada á su discreción. El ángel no la
violentó, sino que María fué Madre de Dios porque
quiso
' serlo.
2. Mas icuáles no fueron los frutos de la libertad
en aquellas benditas Ínanos! En cuanto al mundo: de
ella hemos recibido todos á Jesús misrno; en cuanto á
sí misma, llegó al apogeo del mérito y de la gloria,
Ciertamente qr. todos los principios vinieron de Dios.
uPor la gracia de Dios soy lo que so}r» (2); uel Todo-
poderosõ ha hecho en mí grandes cosas»; perg esta
gracia no fué recibida en vano, yo he cooperado con
õtta; he perseguido todos los nobles fines que me han
sido propuestõs; he aceptado todas las invitaciones de
Diosi t subido á todas las alturas á que fuí convida-
da; las"gracias de Dios, multiplicadas en mis manos
po; mi gãnerosa correspondencia á ellas, ffiê han ele-
vado põr ascensiones rápidas y sublimes hasta la cum-
bre de la gloria.
(1) Ps. CXXVII, 2.
(2) l.a Cor. XV, 10.

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LAS GRACIAs DE u,rRÍe 81

II. El don de }a libertad brilla en María con todo


su esplendor. Al felicitar por elio á nuestra Madre,
hallaremos de qué admirar y bendecir á la divina Sa-
biduría por sus designios sobre nosotros.

III. Uso que debemos de hacer de nuestra liber-


tad.-I. El buen uso de nuestra libertad consiste en
corresponder activamente a la doble gracia de Dios.
1 . A la gracia medicinal, por las precauciones
de la prudencia. 1Cuántas veces nosotros, frágiles y dé-
biles como somos, nos arrojamos temerariamente en
el peligro, rnientras que María tan protegida en lo inte-
rior de sí misma, busca el abrigo del ternplo, vive en
el retiro, se atma con todas las precauciones que con-
vienen á su sexo y condición!
2. A la graci a sohrenotural, por la diligencia con
que procurernos perfeccionarnos y cumplir la misión
apostólica que, efl grados diversos, nos ha caído á
todos en suerte.
Nuestros defectos en este punto pueden ser: una
cobarde disimulación) que afecta ignorancia y busca
excusarse con una f icticia irnpotencia; un egoísmo
perezoso, que sacrifica el bien al descanso y á la falsa
paz de la inercia y de la indiferencia; una desconfton-
za mezquina, Qúe no osa lanzarse á nada.
II. He aquí por qué no adelantamos; y-lManoà
por qué se
obran muchos males á nuestro alrededor. á la
obra, pues, sin presunción; pero con generosidad!

coLoQUro

Santarnente prosternados ante Dios, efl presencia


de la Santísima Virgen, pidamos perdón dó nuestra
.' r' m o s n o b e m e n t e a r e s p o n -
r r

T',i,ll :::T',*l, : :: :

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82 TERcERa PARTE. sABÀDos

sabilidad de nuestra libertad; decidámonos á obr ar para


nosotros mismos y para los dem ás. Ave moris Stello...
Iter pora tutum: usalve estrella del mar... Prepáranos
un camino seguro. »

SÁBADO QUtNCE.-El ángel custodio de la Madre de Dios

Plon de lo meditación.--La asistencia cle un ángel

Dios.
Un
custod
punto,
objeto
Jlfioría con el óngel.

MEDITACION

(Matth. IV, 6).


oditt.
â María los desig-
nios de Dios que á ella se referían, y ql invitarlaá con-
sentir con ellos, ejercía el arcángel Gabriel para con
la virgen una de las acostumbradas funçiones de los

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LAS GRACIAS DE MARÍA 83

ángeles custodios. PodeÍnos, pues, reconocer en él á


un representante del ángel custodio de María.
Natural será, efl este supuesto, reconstituir en el
primer preludio la escena de la Encarnación, y figu-
rarnos á María recibiendo, efl su hurnilde rnorad a, al
mensajero de este gran misterio.
2.o PnpluDro. Pidamos instanternente la gracia
preciosa de concebir para con nuestro ángel custodio
un aprecio lleno de gratitucl, y de rnantener con él
relaciones de santa y saludable amistad.

I. El plan de la divina Providencia.-1. 1 . La


más noble de nuestras influencias, es evidentemente la
que ejercemos sobre otras criaturas racionales. pues
qué avaldrí a la pena de trab ajar en la materia, si nadie
pudiese admirar ó utili zar el ef ecto producido? Las obras
que á nadie sirven, son obras enteramente inútiles.
Pues bien, entre las influencias que podemos ejercer
sobre otros, la mejor de todas es la acción del orden
sobrenatural y divino.
;Pero no hay peligro de que la ventaja de uno se
convierta en detrirnento de otro? El honor de influir
sobre otra persona ino redunda en detrimento de Ia
misma, privándola de otra gloria, ó sea la de hallarse
bajo la influencia inrnediata de Dios?
Admiremos la sabiduría y bondad divinas, gre han
sabido conciliarlo todo para supremo bien nuestro.
2. Veamos, en primer lugar, lo que pasa entre los
hombres. Todos I s que quieren, pueden trabajar en
la vifla del Sefror, llenando la misión gloriosa de contri-
buir á la grande obra de Jesucristo, la salvación de las
alrnas. cQué pecador se ha convertido, qué justo se ha
santificado sin deber nada á otro hombre , á la Íuerza
de una buena palabra, ó ala eloçuençia arrebatadora de

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U TERcERÀ PARrE. sÁsaoos

un ejemplo edificante? Los mismos Sacramentos, cana-


les abiertos expresamente para contener y derramar
sobre nosotros la gracia de Cristo, no difunden sus
aguas saludables sobre nuestras almas sino á la Yoz
dét legítimo ministro, que es también un hombre.
Dús, sin embargo, se reserva Ia parte principal de
esta obra. Pablo puede plantar, es decir, anunciar ex-
teriormente la doctrina saludable; Apolo puede espar-
cir el dichoso rocío de sus predicaciones; pero á, sólo
Dios toca dar el crecimiento (1). La palabra exterior
que penetra por los oídos, Se Convierte en pensamien-
to y feliz inspiración del bien; este pgnsamiento y esta
inspiración, elevados por un misterioso concurso divi-
no, constituyen, con el libre consentimiento del sujeto,
el digno principio de una acción que ha de merecer el
cielo. Y en los sacramentos, mientras Pedro bautiza,
más bautiza todavía Cristo: en otros términos, Pedro
no es más que un instrumento de que se sirve Dios
-para obrar en el alma sobrenaturalmente.
3. De un modo semejante debemos concebir la
accíon de los cíngeles sobre los hombres. Las mis-
mas jerarquías celestiales están sobrepuestas las unas
á las otras. Esta es la doctrina de Santo Tomás: los
espíritus de un orden superior comunican Sus luces á
los de orden menos elevado y á los hombres.
La armonía de esta últirna asociación de todos los
Seres racionales, no la conoceremos enteramente hasta
la eternidad.
Una tradición iudía enseflaba la intervención de
los ángeles en las teofanías del Antiguo Testamento.
Si atendemos á ella, la ley judía fué dictada a Moisés
por Dios mismo, y sin embargo San Pablo nos ensef,a

(1) l.a Cor. III, 7.

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LAS GRACTAS DE uenÍa 8b

expresamente que Dios ia comunicó rpor el ministerio


de los ángeles (1).
Los ángeles, pues, intervienen en los beneficios
exteriores y generales de Dios, y al mismo tiempo tam-
bién en las gracias interiores y particulares. Tienen
ellos su modo propio de sugerir santos pensamientos
y puros afectos, de conducirnos al bien y apartarnos
del rnal.
II. Conclusiones. Este sublirne rninisterio á que
somos llamados, se presta á excelentes aplicacio-
nes:
1. ;Habíarnos pensado jarnás en que todos hernos
nacido apóstoles ? i Nos preocupamos bastante del
bien que podemos realizar durante toda nuestra vida? Si
nos acaece ejercer un rninisterio sagrado, dtenemos
plena conciencia del grande honor õr" de -ello nos
resulta? lCon cuánto cuidado, con cuánto gozo curn-
pliríarnos, bajo el imperio de esta persuasióã, tan ele-
vadas funciones !

2. Los ángeles no sólo nos contemplan, sino que


nos ofrecen también su apoyo. Sean nuestras invocaclo-
nes testimonio de la gratitud y presteza con que acep -
tarnos su concurso. Obrando en su presencia y con su
auxilio , haríamos mayores bienes, sería rnás pura nues-
tra intención y evitaríarnos los peligros que pueden
'mezclarse aún con las rnás santas oõupaciônes.
;por
vêntura el rnisrno sefror no evoca el pensamientô de
Ios ángeles para inspirarnos horror al escándalo? (2)
Recordernos los frutos que el Bparo peono naeÀó
recogía de su ferviente devoción á los ángeles, y las
Ínaravillas de salvación que obró en las alrnãs.

(l ) Galat. III, 19.


(2) Matth. XVIII, 10.

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8ó TERcERA PÀRrIr. sáBenos

cuando sólo el rastrearlo ha de resultar muy prove-


choso para nuestras almas Fijos en esta doble persua-
sión, ltos preguntamos aquí: ;qtré sentimientos expe-
rimentaba el ángel custodio de Nlaría, y cuáles eran su
actitud y su conducta?
1 . Los sentimientos. El ángel custodio de María

después á stt colmo cuando el ángel conoci ó la elec-


ción por la cual era María enctlmbiada á la dignidad
de Madre de Dios.
2. El programa de sú conducttt tenía dos como
grandes partei: el ángel presentaba á, Dios los ho-
menajes de María afradiendq á ellos sus humildes, pero
fervientes súplicas; y ponía sumo cuidado en seguir á
la Virgen en todos Stts pasos, efl cubrirla con Su pro-
tección, eo apartar de ella toda causa de dafro.
I I . 1 . La acciótr de nuestro ángel custodio Se
desenvuelve toda en favor nuestro, Con relación á
Dios, á nosotros mismos y á las demás criaturas.
Él ofrece nuestras súplicas á Dios, supliendo sus
múltiples imperfecciones.
Como benévolo testigo, más noble que los reyes'y
príncipes de la tierra, concibe verdadero gozo por cada
uno de nuestros esfuerzos, Pot,Cada una de nuestras
obras meritorias, incitándonos El mismo á todo bien.

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LAS GRACIAS DB MARÍA 87

El nos defiende de nuestros enernigos visibles é


irrvisibles y nos preserva de toda suerte de rnales.
2. Una fe rnás viva, Qüe verdaderaÍnente nos hicie-
se ver un ángel á nuestro lado, transformaría toda
nuestra vida. Desaparecerían los temores humanos,
nada nos costaría ser fervorosos; en la oración y en
Ia acción el recuerdo de tan precioso auxiliar nos álen-
taría con invencible seguridad; seríaÍnos á la vez rnás
esforzados y rnás protegidos.

III. María ante su ángel custodio.--1. À[aría


á su vez, podernos afirmarlo sin dudar, experirnentaba
un sincero respeto para con su ángel. iCon qué defc-
rencia trataría á su ángel custodio aqu ella-, a quien
hemos visto tan humildemente servicial con su piirnal
F:t: respeto iba acompafrado de una suave gràtitrd.
Nada hay que decir de su perfecta docilidad en se-
guir 9u{Ouier llarnamiento que se le dirigiera en noÍn-
bre de Dios.
II. semejantes deberes nos incumben para con
nue_stro ángel,y no podernos ignorar lo que de nosotros
reclaman el respeto y la gratitud. Más 6cómo Ínos-
trarnos dóciles en seguir á un guía que no conoce-
mos? 1Córno prestar oído ét un consejeio cuya voz no
oímos?
Basta desterrar las aficiones desordenadas y poner
gran cuidado que nuestra intención sea póriecta-
_en
rnente recta. Los designios que tienen por único norte
nuestra santa religió_n, ésos son los que aconseja nues-
tro ángel custodio. Podernos bien côrnprender, po, la
paz serena que acoÍnp ar.a al deseo de seguirlos y por
cierta confian za que en el fondo de la vúuntao ienti-
Tos, QUê nuestro ángel aprob ará semejante conducta,
si ya no es él mismo quien le ha inspirado.

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B8 TERCERA PARTE. sÁglDos

ooLoQUIO

En un fervoroso coloquio con María, con Su ángel


y con el nuestro, procuremos renovar nuestra devo-
ãiOn con los santos ángeles, devoción que nos hará
progresar á nosotros mismos y nos asegur ?rá con el
irrójÍmo una tan saludable influencia . Ave lllaría.

SECCIONI SEGUNDA

Las virtudes de la Madre de Dios

SÁeepo DIE Z Y SEIS.-Progresos espirituales de la


Madre de Dios

Plon de lo meditación -Antes de considerar las


principales virtudes de la Santísima Virgen. parécenos
àerá tan interesante como provechoso, abarcar con
una mirada el conjunto de su espiritual aprovecha-
miento. María podía progresar, como hemos ya visto,
y en efecto progresó continuamente toda su vida; no hay
áu. dudarlo. iÕuáles son las leye_s, las ocasiones, los
instrumentos de este progreso? iCuán práctica y cuán
hermosa eS esta cuestión para nosotros ! Veremos,
pues, sucesivamente las grandes etapas de la santifi-
àación de María y los medios de que se sirvió para
recorrerlas gloriosamente.

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LAS VIRTUDE.S 89

MEDITACION

«Qaoe est ista qaae progreditur sicut aaroro


consargens? (Cant. VI, 9).
6Quién es ésta que ovanza como la naciente
aurora?
1.pn PneluDro. Consideremos también á la Vir-
gen en la casa de Nazaret, principal teatro de su san-
tif icación.
2.o PneluDro. Pidarnos la gracia de juntar á una
creciente adrniración por la Madre de Dios, una per-
fecta correspondencia á las gracias que á nosotros
mismos se nos ofrecen.

I. Las grandes etapas de la santificación de la


Madre de DÍos.-I. En la rápida y continua marcha
de la Virgen hacia una santidad cada día más acab ada,
la tradición eclesiástica nos permite distinguir ciertas
épocas ó momentos, sefralados por algún extraordina-
rio adelantamiento espiritual.
1. Desde muy antiguo (1) hase dividido, bajo este
aspecto, la vida de la Virgen en dos grandes períodos,
uno anterior, y posterior el otro á la maternidad divi-
na. La primera santificación constituyó un período
preparatorio y de disposición. Recordando un símil
de uso muy frecuente en la literatura sagrada, Ma-
ría era entonces la blanca lana que se prepara á,
enrojecerse con Ia sangre del Cordero. Su gracia está
modelada, durante todo este tiempo, sobre el molde
común de nuestra gracia, QUe es la de hijos arioptit,osi

( 1 ) Véase Ia piadosísima carta del pseudo -Jerónimo á Paula y át


Eustoquio n.7 (siglo VIII) Migne, P. L.,1.30, col. l2g.

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90 'rERCER.I PARTE. sÁBADos

distinguiéndose solamente de la nuestra por su extra-


ordinaria abundancia. La segunda santificación coinci-
de con el momento de su rnaternidad . La lana, íntima-
mente unida con la fuente de la gracia, toma sus vivos
colores de aquélla. À{.aría llega ála perfección de llla-
dre de Dios, perfección que resulta de su especial
unión con el Verbo, asernejándose de esta manera al
tipo humano rnás perfecto, ó sea Jesucristo; el cual,
además de la santidad infinita de la natur aleza divina,
posee una santidad propia, constituída por la indisolu-
ble unión de stt naturaleza humana con su Persona.
2. ÀIaría, rica con esta doble santificación, marcha
de progreso en progreso hasta llegar al remate de su
acabado perfeccionamiento en la gloria, donde entra
en posesión de su fin.
Su camino está escalonado de sucesos santifican-
tes: grandes pruebas, cuyo tipo es la cruz, Y Brandes
consuelos, cuyo tipo es Pentecostés.
II. La gran distancia que de María nos separa, flo
impide las aplicaciones anagógicas. Entre el primero y
el último instante de nuestra vida cristiana, hállanse
colocados diversos términos de etapas intermediarias.
Desde el bautismo pasamos á la recepción de la Euca-
ristía. A partir de este mornento, las frecuentes visitas
de Cristo, prolongadas en los admirables efectos de la
caridad , ála que vienen á fomentar y desarrollar, cons-
tituyen una presencia moralmente continua, destinada
á dar como una nueva forma á nuestra santificación.
Luego viene la elección de un estado de vida. Aun el
que escogen la mayor parte, el matrimonio, comienza
para el cástiano Cõn un sacramento, y ofrece medios
especiales de santificación. Pues ;qué diremos de la en-
trada en la vida religiosa, ó de la consagración del
sacerdocio?

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I-AS VIRI'TÍDES 9T

Epocas de santificación son tarnbién ciertas gran-


des pruehas, ruinas de proyectos humanos sobre los
cuales se levanta más herrnoso y más puro el edificio
espiritual, y ciertas grandes consolaciones que, acep-
tadas con humildad y afecto filial, santamente nos ani-
man á mayor confi anza y valor.
Al par que bendecimos á Dios por las múltiples
atenciones de su Providencia ino tenemos que lamen-
tar, por ventura, el poco provecho que de ellas hemos
sacado? No nos acobardemos, sin embargo; pero há-
gannos Ios dafros pasados santamente avaros para lo
porvenir.

lI. Medios de santificación de la Madre de Dios.


-1. 1. Noternos, ante todo, gue María se santificó en
todo lugar y en toda ocasión; en el templo, en Nazaret,
en Belén, en Caná, junto ála crttz, en el Cenáculo; en
los acontecimientos dichosos y en los grandes infortu-
nios.
iQué error, pues, yâ sefralado en la Imitación de
Cristo (1), aguardar para santificarnos otra atmósfera,
otro círculo de personas, de acontecimientos ó de co-
sas! Los santos han vivido en todos los clirnas y en las
rnás variadas circunstancias. 1Cuánto más útil es per-
suadirse de que no hay lugar ni acontecimiento que no
sean, por algún respecto, santificantes, y tomar todas
las cosas precisamente por este lado!
2. Los medios de santificación de que se sirvió la
Virgen Santísima, redúcense todos al buen uso de los
sacrarnentos y a la práctica de las buenas obras que
Dios deseaba de ella, las cuales, sobre todo, consistían
en el fiel curnplirniento de todos los deberes legales:

(1) L. I, c. 9, y l. III, c. 27.

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92 TERCERA PARTE. SABADOS

cosa que María guardó fielmente,, no eximiéndose de


ninguna prescripción de la antigua ley. Venían luego
todãs las buenas acciones que una perfecta voluntad
de bien obrar le dict aba bajo la influencia de la gracia
y la dirección del Espíritu Santo.
II. Todo plan serio de santificación debe calcarse
sobre el de María. Hay que recibir bien los sacramen-
tos; hay que multiplicar nuestras acciones meritorias.
iCuántos cristianos declararíanse decididos á seguir
las inspiraciones divinas si tuviesen medio de recono-
cerlas! Mas no tien en razón en aguardar no sé qué voz
milagrosa que venga de parte de Dios á, hablarles al
oído ó al corazón. Para las cosas de perfección hállan-
Se en un error Semejante al Oel mal rico; no estarían
lejos de desear que algún bienaventurado habitante del
paraíso les hiciera, efl forma sensible, una visita Plrso-
nal para comunicarles los deseos del Altísimo. 6Olvi-
dáis, les podría echar en cara el Sefror, que mi Evan-
gelio y mi lglesia os manifiestan ya sobradamente rnis
quereres? No hay inspiraciones ciertas sino éstas:
1. La inspiración de obedecer â toda ley justa,
á todo mandamiento legítimo. ;A qué mira esta obe-
diencia sino á,Dios? Y El la quiere entera, pronta, ale-
gre. Obedecer de mala gana y corno con repugnancia,
es duplicar la pena y disminuir el mérito.
2. 'La inspiración de ejecutar toda buena obra q1e
razonablemente parezca estar á, nuestro alcance. El
principio de cada una de ellas se halla en una gracia
preveniente que ilumina el entendimiento y excita la
voluntad, y esto es la insPiración.
3. La inspiración de p )ner en toda buena obra un
diligente cuidado, evitando el inquietarse. escrupulosa-
mente por minucias lQuién puede dudar de que tal sea
el beneplácito divino?

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LAS VIRTUDES 93

Raros son tal vez los movimientos extraordinarios


de lo alto; pero si Dios se digna reservarnos alguno
de ellos, nuestra docilidad á las gracias cotidianas ncs
hará prontos para secundar sus más especiales favo-
res. Por este camino de entera fidelidad nuestro ade-
lantarniento será rápido y seguro.

coI-oQUro

Recordernos, efl espíritu, la historia de nuestra san-


tificación. Al lado de acontecimientos felices, por los
cuales bendeciremos áDios, icuántos otros hry, sef,a-
lados con errores prácticos, resultado de nuestra poca
conÍianza y generosidad! Ofrezcamos á María y á
Jesús un nuevo plan, cuyo ofrecimiento se dignarán
aceptar, y apresurar su realización. Ave Marío.

sÁgaDo DrF,z y SIETE.-La f,e de Ia Madre de Dios.-La


libertad meritoria de esta misma fe

Plan de la meditocion
-En esta época atorrnen-
tada y enervada por la duda, 6podríarnos aprender en
la escuela de la Santísirna Virgen más útil lección que
la de una fe varonil, ilustrada, práctica? Confiados en
el apoyo y en el ejemplo de nuestra Madre Inmacula-
da, trabajemos con especial ardor por obtener de la
divina liberalidad, este don inestimable de una fe, que
sea el descanso de nuestra vida, sü luz, y el principio
director de nuestra actividad. Consagrarernos esta
meditación á la voluntad de creer: es decir, al acto
libre, hecho con la gracia de Dios, QUe decide la adhe-
sión de la inteligencia. Consideraremos prirnero la fe
libre de ll[aría, después el secreto de esta Íe, final-
mente los corolarios prácticos) que se deducen de
esta libertad y de este seÇreto.

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9t ]'E,RCERA PrrRl'ft. SÁga»os

MEDITACION

«Beato qaoe credidisti» (Luc. I,45).


Dichosotú , qlue creíste.
.Bn PnnlUDIO. Recompongamos brevenrente la es-
1

cena de la Anunciación de María. Un ángel bajado del


cielo propone de parte de Dios a la Virgen Santísima,
ser Madre cle Dios. Turbada María por un instante,
por el encomiástico lenguaje del ángel, objet a la hu-
mana imposibilidad en que se halla de ser madre, sin
faltar á su voto de virginidad. El ángel le decl ata un
plan que todo lo concilia, y apela para su realización á
ia Omnipotencia divina: uTu misma prima lsabel, dice,
acaba de ser objeto de una bendición que manifies-
ta una Bondad omnipotente., Esto basta á, María:
cree las palabras divinas que el ángel le transmite
y, bajo la fe de estas palabras, acepta el ser Madre de
Dios.
2.o PneLUDIo. Imaginémonos detalladamente la
morada, el aposentillo en que pasa esta escena.
3.r* PnelUDIO. Pidamos Con instancia conocer más
y más Ia naturalezade la fe, y confirmarnos en las dis-
[osiciolles que fortalecen y desarrollan esta virtud en
nuestras almas.

I. La fe libre y meritoria de María. - I . La


Escritura sagrada y los Santos Padres nos atestiguan
la excelencia de la fe de MaÍía. En el Evangelio' mue-
ve el Espíritu Santo á Isabel para que felicite á María
por su fê; y los Padres de la lglesia se complacen en
reconocer, ett la fe de Mafia, el principio de su mater-
nidad y de su grandeza. Es entre ellos axiomático Quer
«Ficte concepit, ficle peperit: por la fe concibió al

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LAS VIRTUDES 95

Verbo; y por la fe Ie dió áluz, (l).


Esta fe de María
vet só evidentemente sobre todas las verdades conte-
nidas en el depósito de la antigua revelación. Mas,
estudiémosla en el sublime aumen[o que recibió, desde
el instante en que ÀIaría aceptó creer en su propia rna-
ternidad. Repasemos en nuestro espíritu esta escena.
;Vemos algo en ella que violente la adhesión? Al con-
trario, se ilesprende la impresión de que María, al
creer, fué prudentemente dócil; pero qúe habría, del
rnismo modo, podido no creer. presentá-base la propo-
sición á la credibilidad iluminada por tantos lados,
ôr.
justif icaban el asentirn iento; peio tenía otros lados
obscuros, que permitían rechazarra. La concordancia
del discurso del ángel con las antiguas profecías, la
santidad de su aspecto, Ia elevación de sus rniras en-
teramente puras y ende rezadas á glorif icar á Dios, la
revelación otro prodigio fácil de averiguar: tales
_de
eran los lados Iurninosos en que fiió María sü atención.
Podía cen todo fácilmente exagerarse á sí misma lo
raro de la embajada, lo inverosímil de que Ia elección
recayese sobre ella , la imposibilidad aparente rle la
anunciada maravilla, para permanecer en la duda ó
pedir determinadas sefrales àntes de sujetar su enten-
dimiento. No obró ella así; antes, contenta con las
luces suficientes que Ie habían sido proporcionadas,
rnandó á su razón adherirse con inconmovible lirmeza
u lu palabru. d.^
?ig:, y así, en lugar de penosa perple-
jidad, tuvo Ia felicidad y el rnéritó de creer.
II. lcuán á propósito viene el record,ar que la fe
es libre; que pertenece al núrnero de las adhesiones
(tan frecuentes en la vida del hombre), que se veri .

fican por el imperio de la voruntad! prevenidos y


(1) sau AcusrÍx, E,chiridion (M., p. L, t. 40, col. 24g); Sax
BnRnenoo tercer sermón para Naviclad (M p'. L., t. tg3, col. tZt),
,

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96 TERCERA PARTE. SABADOS

ayudados de la gracia, creemos porque queremos


creer.
1. La libertad del acto de fe es necesaria para

resplandor, pero necesario y sin mérito.


2. Esta libertad explica las tentaciones contra la
fe. Aun las irrecusables evidencias ptteden ser com-
batidas por el singular poder que poseemos, de falsear
el instrumento dé nuestros conocimientos y condenar

mos observar. Debemos ir á, la fe, guiados por Dios,

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LAS VIRTUDES 97

ses ino es , por ventura, por nuestra negligencia ó


pereza? sHemos prestado á Dios bastantemente el
concurso de oración y de acción, güe exige para favo-
recernos con la abundancia de sus gracias?

II.El secreto de la fe en la Madre de Dios.-


I. cDe dónde le vení a á, la Madre de Dios su facilidad
en creer? Siendo una Virgen perfectamente pura, no
oía en sí ninguna voz discordante, flo sentía ningún
afecto inferior, que opusiera á los deberes de la fe al-
gún interés de sensualidad ó de amor propio; como
criatura perfectomente sumisa, rro fornentaba ninguna
pretensión orgullosa contraria al derecho soberãno,
que Dios tiene, de imponer la revelación y de escoger
el rnodo de ella y sus pruebas; estando su inteligen-cia
en perfecto equilibrio, sabía que por encima ãe ella
estaba un Dios, no sólo incapa z de errar ó de engaf,ar,
sino también deseoso de coÍnunicar á sus criatúas Ia
verdad necesaria" gCómo, pues, permitiría que el error
se encubriese coÍr las aparienciai oe la veràad, y que
las sinceras investigaciones no viniesen á parar sino
9n ]ls -an.gustias de la duda? De ahí que, con sirnplici-
dad infarrtil, acercábase ella á Dios y abandonábase á
El por una fe, cuya Íirmeza se medía con la divin a in-
f alibilidad.
II. Estas disposiciones nos muestran cuán razo
nable es creer. No se nos pide un asentimiento irrefle-
xivo, sino que atendarnos a la voz que, ef, las horas de
calrna y en el silencio de las pasiones, hace oir en nos-
otros la misrna razón; la cual: por" una parte, nos descu-
bre un Dios todopoderoso que vera por su criatura,
un Dios cuya soberanía y veracidad son infínitas; y
por otra parte una religión enteramente santa, sublírne
., y rodeacia de rnagní
:'j,:::::i #,],]:r'eceptos

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98 TERcERÀ PARTE. sÁsADos

ficas garantías; un Fundador, cuya sabiduría y vi{ud


desafían la calumnia; las maravillas obradas por El ó
en su nombre; la historia y duración de esta religión;
su incomparable superioridad sobre las otras, y la im-
posibilidad manifiesta de reemplazarla por ningún sis-
tema filosófico: todo esto habla muy alto en su favor.
g Y qué otra cosa es tener á esta religión coÍTlo
revelada por Dios é irnponer á, nuestra inteligencia
la adhesión que ella prescribe, sino reconocer el do-
minio de Dios y rendir homenaje á su veracidad? El
hombre que cree, flo hace sino odedecer a dos verda-
des ciertas: el dominio absoluto de Dios y su infinita
veracidad: de aquí parte, y por la entera fe en esta
veracidad y la plena sumisión á su autoridad , alcanza
todas las verdades que Dios se digna dar á conocer.
Creer es aceptar plenamente, Pof la autoridad de Dios
revelador, todas las verdades que El se digna rnanifes-
tar; es aceptarlas por el imperio de una voluntad, que
rinde homen aje á la soberanía de Dios y confía en su
veracidad.
Demos gracias al Seflor por el don de la fe; gusle-
mos de grabar en nuestra mente las brillantes confir-
macioneé de la religión católica, Y Procuremos fortale-
cer las disposiciones que nos permitan acercarnos á
Dios, con una confian za enteramente filial.

III. Corolarios prácticos.-Las precedentes con-


sideraciones nos conducen á estas Consecuencias prác-
ticas, sumamente importantes para ia dicha y seguridad
de nuestra vida.
1. Hay que evitar de esPí-
ritu y la cõstumbre de in xclusivis-
mo en las objeciones. esto, en
un laberinto de interrninables perplejidades, eh que sG

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LÂ S VIRTUDES 99

pierde toda Íirmeza, llegando ,á hacerse incapaz de


entender lo verdadero.
2.Hay que Íijar con frecuencia nuestra mente en
las ventaias y lados luminosos de la fe, más que
en ciertas dificultades, que Dios permite, para dejar
pretexto á la incredulidad y hacer rnás cornpleto el
hornenaje que el creyente rinde á la infini[a vera-
cidad.
- 3. Irnporta mucho apartar las ideas rnisantrópicas
y las perspectivas sombrías: todo cuanto abate el valor
tiende á dafiar la fe, y los funestos resultados del pe-
sirnisrno dernuestran suficientemente su falsedad.
4. Tengamos cuidado en fortalecer el imperio de
la voluntad dentro de nosotros Ínisrnos.
5. Cultivernos Ia humildad y Ia confian za enDios.
. g. Roguernos frecuenternente para obtene r la gra-
cia de una abundante fe.

coLoQLrro

En vista del gran número de los que yacen aún en


las tinieblas, demos las rnás vivas gracias á Dios por el
don de la fe. Supliquérnosle, por lí Virgen bondadosa,
no pernrita que esta luz cleje de ilunrinar nuestro carni-
no. Roguernos pcr la conservación de la fe en los
países católicos, rnultiplicando después los actos de
sencillo abandono en Dios. Refugiémonos junto á El,
como se refugia un nifro junto á su padre . olrezcarnos
finalrnente el propósito de renovar con frecuencia el
acto de fe, y de no ornitirlo nunca en nuestras oracio-
nes de la mafiana. Credo. Aí,e kíarío.

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100 TERCIcRA PARTE. SÁBADOS

SÁgeO O DTE Z Y OCHO.-La fe de la Madre de Dios '


Las glorlosas humillaciones de esta fe

Plan de lo meditación la fe es libre, conviene


-Si
inclinarnos á creer. Este es el fin de la presente medi-
tación: hacernos comprender mejor la honra y el mérito
de creer, y descubrir en las mismas humillaciones de
rruestra fu, motivos de estar santamente celosos y aun
a. He aquí cuál será el orden de este
illación de la Íe, gloriosa pora Dios,
misrna humillación , gloriosa paro el
o punto; el iusto orgullo de creer,
tercer punto.
MEDITACION

<rEcce ancilla Domini" (Luc. I, 38).


He aquí la esclava del Sefror.
1.r* PnelUDIo. Imaginémonos el santuario de Na-
zaret, efl que María nos declara el secreto de su fe y
de su vida entera, al contestar al ángel: «He aquí la
esclava del Sefror.'
2.o PnelUDIO. Pidamos la gracia de concebir
una profunda estima de la fe, á fin de aficionarnos
más y más á ellay desarrollarla en nosotros, siguiendo
los llámamientos de Dios y los ejemplos de la Santísi-
ma Virgen.

I. La humillaciÓn, gloriosa para Dios.-I. Lale


de María puede compararse á:u;n árbol gigantesco' cuya
copa se eieva hasta las nubes, porque sus raíces se
Sumergen hasta los abisrnos de la tierra. Pata com-
prende-rla, habría que alcanzar la profundidad del sen-

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LAS VIRTUDES 1OI

timiento que la hiio exclamar: uHe aquí la escl aya del


seflor. » Probemos de entender algo ,aÃalizando la surni-
sión contenida en un acto de fe plenamente deliberado.
La perfección de esta surnisión nos d,ará la idea rnás
exacta de la fe de María.
l. La fe nos inicia en un mundo nuevo, sobrenatu-
ral, con respecto del cual no éramos nada.
Al consentir en esta iniciación, confesaÍnos esa
nada que somos y aceptarnos confiadarnente el nuevo
destino, á que la sabiduría y bondad de Dios se dig-
nan llamarnos.
2, El homtre que cree, aparta lejos de sí las pre-
suntuosas tendencias de los fariseos que, cerrando los
ojos á las maravillas que el Salvadoi se*braba en su
camino, subordinaban su asentirniento a tal ó cual se-
f,al
,por ellos escogida. El fiel, por el contrario, con-
tento con las prúebas puestas á su alcance, dice á
Dios: «sef,or, á vuestra sabiduría dejo el hacer brillar
sobre vuestra palabra esas luces que discierne un co-
razón humi]9. y puro, y peÍrnitir ras obscuridades que
extravían á la humana soberbia. »
3. El cristiano, por la firrn eza de la fe, hunrilla su
razón ante el misterio, hasta aceptar, bajo la palabra
divina, aparentes contradiccionês, y esto con una deci-
sión rnás inconmovible que la de sus propias eviden-
cias. Ni cuestiones curiosas, ni seductórus objeciones
lleg-an á sacar á su inteligencia del descanso que halla
en Dios; está pronto á arlrnitirro todo, antes qüe dudar
de la inf inita veracidad y paternal Providencia del
Creador.
II. Dios, al invitarnos á creer, nosrofrece un Íne-
dio de glorificarle excelenternente. Dérnosle por ello
gracias de todo corazón y mostremos una santa dili-
gencia en corresponder á esta gracia.
ceué cosa huy

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102 TI..RCE,RA PAIR'1'8. SÁEEDOS

más justa que humillar nuestra ra'zÓn ante la divina


Sabidu ría, y confesar nuestra nada ante el Criador?
Ratifiquemos, pues, con plena conciencia, las humilla-
ciones contenidas en nuestros actos pasados, y haga-
rnos que sean igualmente profundas en lO porvenir.
3. Esta glõria que el hombre, humillándose, PÍo-
cura áDios,ionfirma a Su vez nuestra f e . La verdad,
y no el error, glorifica directament a Dios. Nuestra
ie católica se muestra verdadera aun por eso solo, que
nos acerca más á Dios y nos santifica más que cttal-
quier otra religión; si llega á Dios, es porque viene
de El .

La humillación, gloriosa para el hombre.-I.


II.
A la volunt aria humillación del hombre, se complace
Dios en corresponder con magnífica exaltación . La
sumisión de María preludia su gloriosa maternidad'
1A qué alturas no nos levanta Dios, cuando
nosotros,
creyendo, nos abajanros!
Algunas refle*iones sobre el papel y-l atazÓn de
Ser de-la fe nos descubrirán la honra que Dios nos ha-
, al pedirnos que fiemos de su palabra.
ce
'o) En rigor, hubiera Dios podido no revelarnos
1.
cosa alguna de sí mismo ni de los magníficos destinos
que nos reserva Su bondad. MaS entonces, hubiéramos
ignorado el polo hacia el cual está orientada nuestra
e"xistencia, ej valor de nuestros esfuerzos y la esplen-
didez de la futura reconpensa. Sin deseo, Sin esperan-
za del cielo, sitt amor filial para con quien nos lo pre-
par4 nos habríamos portado Como esclavos temerosos
de un -de quería Ser
Dios, qtfe nuestro Padre. iCuánto
más digno es un ser dotado de inteligencia caminar
consciãntemente hacia el fin de su vida!
b) En lugar de darnos á creer las verdades con

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LAS VIRTUDES 103

que se digna enriquecer nuestro patrimonio, podía


Dios proporcionarnos los elementos de una rigurosa
demostración, lo cual hubiese sido fundar nuestia ac-
tividad sobrenatural sobre una convicción, seme jante á
las que dirigen nuestros actos en el orden temporal
y presente.
gPor qué, pues, la revelación? Porque quiere Dios
que sepamos la vida superior que nos regala, y el tér-
mino sublirne á que ella debe conducirnos.
lPor qué la fe? Porque este conocirniento que nos
conduce á El, Io quiere Dios apoyado sobre El, sobre
El únicanrente, sobre su autoridad; porque quiere ser
El rnismo la verdad que ilurnine nuestra sobren atural

ejercen sobre un objeto divino.


2. Este es el papel esencial y principal que des-
ernpefra la fe y la revelación. Nos proporcionan, ade-
más, el auxilio de que necesita la humanidad, en su
condición actual , para poseer con suficiente certeza
un conjunto bastante cornpleto de verdades rnorales y
superiores al orclen natural.
3. La fe es, pues, un inefable encuentro de Dios,
que baja del cielo, con el hornbre, que hurnillándose á
Dios, acepta subir al cielo; es una unión de nuestra
mente con la verdad suprema é infalible; es una luz
que nos libra de los más perjudiciales errores.
Ninguno de nuestros conocimientos alcanza tan
elevado objeto; ninguno hay rnás cierto; ninguno tiene
un fundamento tan digno; ninguno pone en jüego fuer-
zas tan sublimes, las de nuestras facultades éuperio-

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104 TERcERA PARTE. sÁs.{ Dos

res y aun las de Dios mismo, que interviene, con es-


pecial concurso, á cada acto de fe.
En las percepciones sensibles fttndamos una acti-
vidad, que nos es comútn con los animales; la vida ra-
cional, más excelente, se apoya sobre los jtticios del
entendimiento. Gracias á Ia fe, la vida superior á toda
la naturaleza se funda en la palabra de Dios, verdad
infinita , La fe es quien IIos abre este camino. A los
que no recibieron el bautisrno en su infancia, las pri-
meras gracias les son dadas para conducirles al acto
de fe, y por é1, á la esperanza y luego á la caridad. Y
esta aurora de una vida divina, es también su último
crepúsculo . La triste noche de la muerte espiritual no
cierra enteramente sobre el hombre, sino con la ruina
de la fe. Mientras ésta subsiste, la forma divina no se
ha perdido enteramente. En el fango del pecado dis-
tingue Dios todavía una chispa latente de fuego sa-
grado, pronta a avivarse cuando una voluntad humil-
de la' expone al sol de Ia gracia: así en el barro del
pozo en que, antes de partirse para la cautividad de
Babilonia, habían los sacerdotes escondido el fuego
del altar, brotó, bajo la iniluencia del sol, una viva
llama que devoró la pira y los manjares ofrecidos en
sacrif icio (1).
Todos los actos de f e se operan mediante las
fuerzas sobreaf,adidas por Dios á nuestra naturaleza.
Más aún, ninguno de ellos se lleva á cabo sin nueva
y especial intervención de Dios.
II. iCuánta gratitud debemos á Dios, Y en cuánta
estima hemos de tener el beneficio de la fe! 1Ah! icuán
triste sería perder la fe! No imitemos, pues, la teme-
ridad de tantos cristianos que la exponen á todos los

(1) 2.o Macab. I, 19-22.

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LAS VIRTUDES 105

peligros. DefendaÍnos la fe en nosotros mismos; de-


fendámosla en nuestros hijos y en cuantos de nosotros
dependen. A este efecto, favorezcamos por todos los
medios la educación é instrucción cristianas, y arran-
quemos de manos de los pobres y de los pequefruelos
las publicaciones que siembranla duda y la corrupción.

III.
El justo orgullo de la fe.-Debemos tener á
honrael creer. Esta conclusión evidentemente se de-
duce de las consideraciones precedentes. Mas iqué
supone este santo orgullo?
1. Santamente dichoso.s en creer, debernos pro-
fesar entera adhesi on ér los dogmas de la fe sin ceder
á un absurdo respeto hurnano., que nos rebaja á nues-
tros propios ojos, lo rnismo que á los de todo hornbre
sensato.
2. Santarnente celosos de nuestra fe y de su hon-
tâ, hemos de usar de un prudente discernimiento , para
distinguir la palabra divina de cualquiera afirmación
humana, y reservar para sólo la primera el asentimien-
to supremo de la fe. Ciertamente, así como Dios no
podría concurrir á una falsedad, los puntos no revela-
dos por El no pueden ser objeto sino de actos de fe
aparerrtes. Pero hay aún dernasiadas de estas aparien-
cias. Y las retractaciones que nos obligan á volver
sobre nuestras adhesiones que creíamos supreÍnas,
nos desconciertan á nosotros mrsmos y son capaces
de escandalizarnos. He ahí porqué, sin pasar á una
excesiva desconf ian za) no huy que admitir ligeramente
las intervenciones extraordinarias de Dios en los ne-
gocios de este rnundo. Muchos sentirnientos interiores,
muchas palabras y presentimientos, rnuchos sucesos
en nosotros ó fuera de nosotros, se presentan como
inspiraciones, revelaciones ó Ínaravillas divinas. No

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r06 TERCERA PAR.rE. sÁerrDos

las aceptemos como tales, sino con detenido examen,


ni exageremos la cert eza de la conclusión á que nos
conduzca.su examen diligente. No convirtamos la pro-
babilidad en evidencia, ni Ia evidencia humana en cer-
teza divina.
No olvidemos tampoco que la Iglesia no propone
á nuestra fe los hechos portentosos, flo contenidos en
el depósito de la revelación . La lgiesia no cubre con
el manto de su infalibilidad las piadosas creencias,
aunque las permita y aun las aliente. Si dan origen á
alguna fiesta , habrá que distinguir entre el objeto del
culto, fundado sobre una razón teológica permanente,
y Ia ocasión, tal vez transitoria, que ha determinado
tal ó cual manifestación de piedad.
Esta sabia prudencia nos hará, evitar los errores,
sin favorecer á un semiescepticismo inconciliable con
la sencillez de una fe viva. Nos permitirá adernás ad-
mitir los hechos nuevos del mundo sobrenatural funda-
dos en pruebas humanas, y nos librará de todo escán-
dalo, de todo disgusto, si relatos acreditados, aun de
largo tiempo, parecen luego destittrídos de base histó-
rica seria.

coLOQUIO

En este coloquio, santamente arrebatados por el


honor de Creer, podemos reflexionar sobre las pala-
bras de la lglesia: uSefror, serviros es reinar. » Des-
pués de haber aceptado con profunda gratitud el en-
grandecernos por nuestra sumisión al Criador, pidá-
mosle por María y su hijo querido, proteja nuestra fe
y desenvuelva en nosotros las disposiciones de humil-
dad y prudencia que nos aseguran la dicha de una fe
ilustrada y sincera . Ave ll[aría.

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LAS VIRTUDES 107

SÁBÀDO DLEI Y NUEVE.-La fe de la Madre de Dios


Las pruebas de esta fe

Plon de la meditación
-Suele Dios someter la
fe de sus escogidos á una triple prueba: no ven; no
comprenden,' cre,en ver lo contrario. Consideremos
estas pruebas en María , para hacer de ellas objeto de
útiles aplicaciones á nosotros mismos.

MEDITACION

"Beati qai non viderunt, et crediderttnt>> (Joan.


xx , 29).
Bienoventurados los que, sin verl creyeron.
1.'n PnpluDro. Representémonos el pobre esta-
blo de Belen. Veamos allí á la Virgen en adoración á
los pies de su Hijito.
2.o PRELUDTo. Pidamos la gracia de entender más
claramente la razón de ser de las pruebas de la fe,
á fin de aprovecharnos rnejor de ellas y superarlas con
mayor triunfo.

I. La prueba de lo invisible.-I. Nada anunciaba


en el Nifro Jesús la magnífica misión que debía curnplir.
El Hombre Dios, hecho en todo semejante á nos-
otros (1), ocultaba su esplendor, tomando toda la rea-
lidad de la infancia, de la debilidad, de la más hurnilde
profesión. iQué vista tan desconcertante para el pue-
blo judío que sofraba con un Mesías! María, sin ver,
creía.
II. Asimisffio, en todas las épocas, el fiel ve los

(1) Hebr. ll, 17.

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10J 'rriRCERA PARTE. sÁeeDos

bienes exteriores que atraen sus miradas, Y flo ve los


bienes eternos que la fe le hace esperar.
Experimenta las solicitaciones de los sentidos hacia
sus objetos y sus invitaciones á los .placeres aun pro-
hibidos, y no siente las inmensas delicias que le piden
el sacri.f icio de ellos.
Ve Ia masa de los hombres correr ávidos hacia las
riquezas, las honras, los placeres, Y su mirada no sigue
las numerosas falanges, qug triunfan en el cielo.
Oye las críticas-, las reprobaciones, los insultos,
las burlas de los hombres, y no oye la voz de Dios Ó
de sus ángeles, que alientan y felicitan.
Asiste cada día al espectáculo de blasfemias y pe-
cados, que Se glorían de quedar impunes; conoce la
Iglesia negada y perseguida, y no contempla la Jeru-
sãlén, gue se regocija en una victoria sin fin.
6Cómo soportamos nosotros estas pruebas de la
fe? Acostumbrémonos á no iuzgar por los sentidos.
Por la repetición de actos nos fortaleceremos.

lI. La prueba de lo incompren§ible. - I. Una


piadosa coniideración nos hace suponer ciertas confi-
dencias, explicando con claridad á la Santísi*? Virgen,
toda la ecoàomía de la vida y muerte del Salvador.
iNo nos extravía, tal vez, nuestra humana prudencia en
õsta suposición? éNo es más verosímil que los profun-
dos consejos de Dios hayarr dejado á su Madre todos
los triunfos de la fe? Por lo menos el Evangelio nos
dice que, la Virgen Santísinta no comprendió ciertas
palabias que el NiRo Jesús le dirigió_cuando fué halla-
do en el tàmplo (1). cQué uso hizo ella de estas pal?-
bras? Santamente persuadida de su divina virtud,

(I ) Luc. II, 50.

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LAS VIRTUDES 109

guardólas en su corazón, como en precioso estuche,


digno de contener las perlas de más subido valor.
II. Esta es la segunda prueba de la fe: el misterio,
la obscuridad para la inteligencia. iCuán fácil sería
triunfar de los sentidos, si nuestra inteligencia gozase
de una plena satisfacción; si la evidencia demostrase
la necesidad de Io que hemos de creer! Pero penosas
obscuridades aumentan la dificultad . Obscuridades
sobre las perf ecciones divinas, sobre el plan divino ,
sobre la economía de la Encarnación, sobre la toleran-
cia y la extensión del rnal moral, sobre el número mis-
mo de los que carecen de fe.
Sepamos, como María, gnarclar preciosa y hurnil-
demente las palabras de Dios que no cornprendernos.
Tengamos en Dios bastante conf ianza para creer que
no nos arrepentiremos jarnás de haber sometido hu-
mildemente nuestra inteligencia y aguardado las cla-
ridades de la visión eterna.

lll. La prueba de las apariencias contrarias.-I.


Lejos de asistir á los prepat'ativos de un reino glo-
rioso y universal, María contemplaba córno todo se
disponíapara la derrcta. Jesús parece vencido siem-
pre y en todas partes: vencido en su vida oculta, Qüe
salva huyendo del puflal de los asesinos; vencido en
su vida pública, durante la cual pocos creen en EI, y
aun sus rmismos parientes rehusan seguirle; vencido
sobre todo en su rnuerte. Y, sin embargo, la fe cle Ma-
ría no titubeó.
II. La fe manifiesta toda su Íuerza dirigiéndose al
puerto contra viento y marea. Es preciso que. ni con-
trarios acontecirnientos ni los más difíciles rnisterios
la hagan dudar ni ternblar. Este será su más hermoso
título de glo ria.

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110 TERCE,RA PARTE. sÁsepos

Comprendamos bien el valor de este homenaje tri-


butado á la veracidad de nuestro Padre celestial.
iCuán lógico es llegar hasta este punto! gPodríamos
decir al rezar el credo; «Creo, Dios mío, creo sobre
todas las cosos», si bastasen algunas apariencias con-
trarias, algunas objeciones no resueltas , para substituir
la fe por la perplejidad y la duda voluntarias? iNo es
Dios digno de una confianza rnás absoluta? iEs justo
ceder á unas obscuridades que, á lo más, prueban la
debilidad de nuestr a razón, pero no corlmueven de nin-
guna manera los fundamentos positivos y reales de
nuestra fe? iCuántas dificultades, QUe parecían inven-
cibles, s€ han disipado como por sí mismas.

presentados a;.r,illffi,r, tengamos et gusto


de renovarle nuestro acto de fe y decirle transportados,
que saboreamos la hermosura de esta entera adhesión,
que cree en El sin ver y sin comprender; que cree , á,
pesar de todos los c.ontrarios pretextos, poniendo su
palabra y su bondad por encirna de los sentidos y de
larazón. Supliquémosle nos conceda luz y gracia para
ofrecerle, siempre y cada día mejor, sernejante horne-
naje. Ave ,Warío.

SÁBA.OO VEINTE.-La fe de la Madre de Dios.


Triunfos de esta fc

Plan de la meditación -De las pruebas de la fe,


pasamos á sus victorias. La fe nos proporciona un
triple triunfo: en la gracia que nos obtiene, la supe-
rioridad que nos da sobre el tiempo presente y la
visión beatífica, cuya preparació,n es. Estos serán
los puntos de esta rneditación.

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LAS VIRTUDES 111

MEDITACION

«Per fidem vicerunt regno, adepti sunt repromis-


siones»> (Hebr.XI, 33).
Por lo fe vencieron los reinos, olcanzoron los
promesas.
1.Bn PneluDro. Representémonos la casa de za-
carías y el lugar en que pasó la entrevista entre Ma-
líu y su prirna Santa Isabel. Isabel proclarna á Iv1aría
bienaventurada, por haber creído en el cumplimiento
de las palabras de Dios.
2.o PneluDro. Pidarnos instanternente una íntima
convicción de la gran deza inapreciable que la fe pro-
porciona á nuestra existencia.

I. La fe principio de una gracia triunfar.-r. 1.


Dios, antes de conceder gracias farticulares, suele exi-
gir_a1gun acto grande de fe.En el AntiguoTestanaen-
to Abraharn debió creer que, el hijo que iba asacrificar,
sería el heredero de las prornesas. Durante toda su
vida mortal, pide Jesucristo la fe para obrar sus gran-
des milagros. La Íalta de fe pone'obstáculo á los"pro-
digios; la intensidad de la fe triunfa de las dificultades.
lDerogaráse esta ley en la historia de las exaltaciones
de la Santísirna Virgen? De ningún rnodo, Cuando Dios
va á ionferirle la suprerna dignidad de Madre suya,
en el momento de poner ante sus ojos una perspectiva
mucho rnás magnífica y gloriosa que la quê descubrió
el primer patriarca, las conquistas de su innurnerable
posteridad; antes de revelarle una bendición de que,
por ella, iba á aprovecharse la humanidad entera; pro-
pone á su fe cosas inauditas: será madre perrnanecien-
do Virgen, y el hijo que ella, pobre doncellita, dará át

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n2 TERCERA PARTE. sÁe.\Dos

htz, será el glorioso Heredero en quien vienen á cum-


plirse todas las prornesas. Quiere Dios que María Sea
absolutamente la primera en reemplazar la fe del Re-
dentor prornetido por la del Rederrtor concebido y na-
cido de ella. Según la expresión de los Santos Padres,
el parto espiritual por la fe, precederá en María al
parto corporal del Salvador del mttndo.
2. Dios exige, además, una Íe perseveranterá pe-
sar de las apariencias contrarias. Abraham hubo de
continuar creyendo en su vocación y en la de Isaac,
aun al sacar e[ cuchillo para inmolar á aquel hijo de
predilección. iCuánto niás brillante no fué la perseve-
rancia de Maríal Su fe en la gloriosa real eza de su
Hijo atravesó intacta los aflos tan obscuros de la infan-
cia y de la adolescencia de Jesús, las contradicciones
de la vida pública del Salvador y, sobre todo, los sufri-
mientos, las humillaciones infinitas de Ia pasión y aun
de la muerte en ctuz.
II. Somos, á nuestra vez, invitados por Dios átra-
ducir en actos nuestra fe, somos especialtnente hoy so-
licitados á creer en Jesús, Verbo encarttado y Salvador
del mundo, y hemos de perseverar en esta fe, á pesar
de las negaciones que los incrédulos pronLlncian, eÍl
nombre de una pretendida cienciâ, Y auÍl á pesar de Ios
mentís aparentes de la historia hunrillada de la
Iglesia. Ante nosotros -se e:ltiende tambiérr una tie-
rra de promisión mas hermosa que la que fué mostrada
á Abraharn , la cual no conquistaremos sino al precio
de una fe firme y constante,

[Í. La fe, principio de superioridad. - I. .


1 Her-
moso eS ser superior a los rnales de esta vida; pero
más lo es , tal vez, mostrarse superior a la buena for-
tuna, y entrambas superioridades asegura la fe. San

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L;rS vIRTUDES I13
Pablo describe y canta estas victorias de la fe en el
capítulo once de su carta á los Hebreos. «Por la fe,
dice, Abraharn abandonóse ciegamente á, Ia dirección
de Dios; Sara creyó que sería rnadre á pesar de su
edad avanzada; Abraham confió en que su hijo inrnola-
do heredaría las promesas; la fe hizô pasar'á los ver-
daderos Israelitas como extranjeros por esta tierra, con
la esperanza de una patria mejor; la fe hizo preferir á
Moisés participar de los sufrimientos de su pueblo, á
gozff de las delicias de la corte real de Egipto; por la
fe fueron aceptadas todas las privaciones y penalidades
del tiempo presente. » En una palabra: reconoce el
Apóstol, en la fe, un perpetuo triunfo sobre el atractivo
de los bienes presentes, sobre los ternores de los pre-
sentes rnales y sobre las presentes apariencias. Ella nos
hace despreciar los bienes y los males de esta vida ante
la perspectiva de los bienes futuros, y sostiene el va-
lor y la esperanza, cuando ya todo parece perdido.
2. veamos esta espléndida superioridad en nues-
tra Madre. Desde antes del nacimiento del Mesías, Ia
fe la induce á colocar el honor de la virginidad por en-
cima de todos los goces de la maternidaã y de la farni-
lia; elia la hace capaz de soportar todos los sacrificios
y aun el martirio interior reservado á la Madre de
Dios; ella sostiene su valor en rnedio de las pruebas
de toda su vida.
ll _ Y para nosotros ies Ia fe un principio de victo-
rias? Todos los días se nos ofrecen ocasionês, pequeflas
ó_grandes, de actos meritorios de desprendimienfo; sin
abnegación no podríarnos ni recogernos, ni oraf , ni sacri-
ficarnos, ni ser caritativos y generosos, ni llenar todo el
plan de una vida perfectarnente cristiana. iNo hay, ade-
rnás, ligeras penalidades y, sobre todo, frecuentei humi-
sufrir ó huminaciones púbri'
"1'::;:j:J::i::'j",T

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111 TERCIRA PARTE. sÁ9.\l)os

cas de que participar, como católicos, sacerdotes ó reli-


giosos? En todos estos encuentros, podrían decaer
nuestros brazos por pereza ó cobardía, si no viniese una
fe viva á confirmarnos.

La fe, preparación de la visión eterna.-l .La


III.
fe,luzde la vida presente, preparala visión de los cielos.
1 . Como luz de ía vida presente ;qué resplandor no
proyecta sobre los acontecimientos de nuestra vida!
La fe ngs declara lo que somos y lo que debemos ha-
cer. Ella nos da la clave del gran problema planteado
por los males, lo mismo que por los bienes de esta vida.
btt, nos ilustra sobre nuôstro presente y nuestro pcr-
venir. Ella suple de hecho la impotencia moral en que
se halla la sola razón, para descubrir con suficiente cer-
teza y plenitud toda la cadena de los deberes que nos
ata cón Dios y con nuestro fin. Pafa convencernos de
ello, basta prestar un momento de atención al estado
de alma de los que han abandonado la fe. Aprovechán-
dose durante algún tiempo del hábito de las ideas cris-
tianas, han podido alimentar la ilusión de construir por
sí mismos un edificio moral tazonable, Qüê copiaban de
nuestra religión. Mas, poco á poco, estos vestigios
fueron debilitándose ,, y á la hora presente ;qué convic-
ción permanece entera en su espíritu, qué deber está
en pie á sus ojos, qué respuesta pueden dar al a.ngus-
tioso problema del destino humano? Todo en ellos es
controversia, duda, obscuridad.
2. Prepora la vísiÓn del cielo. Requiérense
ciertamente otras condiciones, mas la de la fe es in-
dispensable. «La fe, dice Sex AcusrÍx (1), os hace
(1) Sermón 4B c. 1, r. 1 (M., P. L.1t. 38' col. 254). Sobre las rela-
ciones entre la fe y la inteligencia, vid. Slx AcustÍx, Libr, un' XVII,
(M. P. L.)
Quaestionum rn §. Matthaeum, hacia el fin

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I-AS VIRTUDES 1r5

creer lo que no veis, y' os Ínerece ver lo que creéis. »


Y por este respecto, proclamaba á María más dichosa
de haber concebido á Cristo por la fe, en su corazón,
que por haberle llevado en su seno (1). Al contemplar
á María en la curnbre de la celestial felicidad, pode-
mos decirle, coÍno Isabel:lOh, qué bienaventurada
eres porque has creído!
II. ojala que estas consideracioÍres, jurrto con la
gracia de Dios, nos dispongan para creer con una fe
más viva y más ardiente. Agra dezcamos vivamente al
Sef,or el habernos conservado la fe.
col-oQUro
FeliciteÍnos á María por su fe, y pidárnosle nos haga
participantes de ella y ser del núrnero de los fervoro-
sos cristianos, que ponen su gloria en ofrecer á su Sal-
vador y su Dios una fe tanto más entera, cuanto es
rnás contradicha y negada. Ave Moría,

sÁeaDo VEINTIUNO.-La fe de Ia Madre de Dios


Práctica cotid iana de esta fe

i lan de la meditacion -En Ia vida fervorosa, la


fe y dicta la conducta que irnpondría
supl e á la visión,
necesariamente la verdad rrista en sí misma. Estudie-
mos el ejernplo de esta vida, güe María nos ofrecer €n
srrs relaciones, en las prócticas públicas del culto
y en los cotidianos acontecimientos.
MEDITACION
«In fide.vivo Filii Dei» (Galat. II, ZO).
Vivo en la fe del Hijo de Dios.

(l) De la sanla virginidad,l. !, c. 3 (M., p. L., t.40, col.3gz).

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t16 TERcERA PARTE. sÁgeDos

1.er PnuuDIo. Representémonos la ciudad de Na-


zaret donde se deslizo, en gran parte, la vida de la San-
tísima Virgen.
2.o PneluDlo. Pidamos la gracia de aplicar los
principios de nuestra fe á la vida cotidiana, á fin de
vivir vida de fe, á ejemplo de María y de los santos.
I. La prátctica de la fe en las relaciones.-l . La
Santísima Virgen se nos manifiesta sumisa á Augusto
en cuanto á loi actos de la vida civil , y á San José por
lo que respecta á la vida íntima. Vésela igualmente
moitrarse, sin estudio ni af ectación , buena y obse-
quiosa con sus iguales, especialmente en Hebrón, al
visitar á su prima, y eil Canát, cuando impetra el primer
milagro de Jesús. Investida de una superioridad volun-
tariamente aceptada por el Nifro Dios, sigue, sin duda
ninguna, en la misma simplicidad para regir la infancia
y là adolescencia de Jesús. Cttando desde 1o alto de
ia Cruz escogió Cristo á San Juan para reempl azarle
junto á ella, supo María, en medio de su propio Inar-
tirio, aceptar sin queia esta substitución.
II. Una fe viva y práctica nos hatá reconocer á
Dios, Sü majestad, su sabiduría. y su bondad, en las re-
laciones de inferioridad, igualdad ó superioridad que
resultan de nuestra situación ó de las circunstancias.
Llenos de sumisión á sus planes, pondremos nuestra
dicha en conformarnos con ellos, sin queiarnos de los
caracteres con quienes debemos tratar, sin enorgulle-
* cernos de nuestros adelantos, sin contristarnos por
los fracasos que echan por tierra muchas de nuestras
empresas. De este modo, todo nos será provechoso
y nos acercaremos al ideal que el Sef,or nos hace de-
sear en su oración: "Padre nuestro... hágase ttr volun-
tad, así en la tierra como en el cielo.,

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LAS VIRTUDES n7
II. La práctica de la fe en los actos del culto
públi a exactamente con todas
las c tatar de dispensarse de
ellas lado humillante 5r penoso.
Había visto á Jesús someterse á la circuncisióà, y so-
rnetióse ella á la purificación legal.
trI. si nuestra rnirada prolundizase en Dios; si
nuestro oído atendiese á, su voz que nos convida á
tributarle el homenaje prescrito ó recomendado por
la autoridad legítirna, icórno nos apresuraríarnos á
curnplirla! La fe nos hace oir esta voi en las órdenes
de la legítirna autoridad.
iores á las sencillas prácti-
sia ó por nuestros superio-
librarse de ellas. Más atin,
te con las prescripciones
se descuidan como acceso-
rias, y rêputémonos dichosos de poder, aurl en Ias cosas
pequefras, hacer brillar nuestra perfecta docilidad y Ia
prontitud de nuestra obediencia. Procuremos tarnbién
acornodarnos al espíritu de la Iglesia en la división de
los tiempos del aflo y en la obsúvancia de las fiestas.
sea la cuar_esma, para nosotros, tiempo de penitencia,
y los días de Pascua motivo de santá alegrta. Instru-
yámonos en
.la significación de las fieqta-s y ceremo-
nias para mejor adaptar a eras nuestra vida.

III. La práctÍca de la fe en los cotidianos acon-


tecirnientos.-I. Dios nos habla por ios aconteci- .
mientos, como por los oráculos que nos da a leer ó á
oir. En arnbos casos, su palabra nace de una incom-
prensible ciencia; va encaminad a á nuestro bien y me-
rece ser acogida con igual respeto y amor.
Esta consideración- de fe âcompafraba á, María en

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118 TERCIIRA PARTE. sÁnADos

los grandes y en los peqqgf,os incidentes de su exis-


tencia: en gõten como en ngipto, en el Calvario como
en el cenáculo. icuánt a fuerza sacaba de ahí, cuánto
valor y cuánto consuelo!
Esforcémonos en abandonarnos igualmente
II. 1.
en brazos de la Providencia. Dejemos ya de oponer
miras humanas á sus celestiales designios, y aun
cuando nuestros proyectos vayan guiados por -una
intención enteramentõ sobrenatural, deiemos â Dios
secundarlas ó permitir queden frustradas, según su
beneplácito.
2. Los SuceSoS que Se desarrollan, ya en la vida
escena
privad à,Yà en la
e

àlgun, vez manifiestan e


n
la?rovidencia, Presént
profundos Y desconcertante .. n

embargo, ádorando divina sin dejarnos


la Sabiduría
turbar, V guardemos cuidadosamente, en nuestro cora-
-rJ.u.rdo
zón, ei del buen ó mal éxito, QÚe fué p1l1
nosotros ,n rayo de luz . iNo eS por ventur a la fiel
-
confianza en úor, la que conduce á los santos a la
perf ección?

coLoQUIO

á virrir en adelante, á la vista de


ofrezcámonos
María, una vida de f e, que nos haga decir con el
Àpóstol: «La vida que al presglte llevo, está dirigida
. enteramente por là f e del Hijo de Dios» (1). Ave
lVlaría.

(t) Galat, II,20.

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L A S \rIRT U Í) t.,t S ll9

sÁe ÀDo vErs rroós. esperanza de la Madre de Dios


Natu raleza y -La
objeto de esta esperanza

Plan de la meditación
hoy día,, recordar, no
-No será
solarnente la
de escasa utili-
dicha,
iud sino tarn-
bién el deber de la espera nza. Nuestra época, tan
atrevida en sus dudas, es excesivarnente trmida en
sus esperanzas. o por mejor decir, el estar tan vaci-
lante en la fe, es causa de que lo esté tarnbién en la
esperanza. En cuanto á nosotros, procureÍnos refugiar-
los paru siempre, siguiendo el ejeinplo de Maríã, en
la inexpugnable ciudadela de la esperanza en Dios. La
prirnera rnedita ción de esta virtud versará , sobre la
noturaleza y ohjeto (e la esperonza en g.enerol,
ll.go sobre el objeto d9 las esperonzos dí twarío',
finalmente sobre e/ objeto cle nuestro esperanzo.

MEDITACION

«l\lon erit impossibite apad Deum omne verbum»»


(Luc. I, 37),
IVinguno palobro hay irrealizobte paro .Dios.
1.er PneluDlo. ve.arnos la casa de Nazaret. EI án-
gel San Gabriel está en presencia de María. Esta
acepta el ser Madre de Dios.
2.( .PneluDro. Supliquemos ardienternente á Dios
que, movidos profundarnente por el rnérito de Ia espe-
Íanza, cooperemos á la gracia, con la práctica de tan
preciosa virtud.

I. Naturaleza y objeto de ra espera nza en gene-


ral..-I. 1. Dios ha hecho al hombre promesas ãe in-
finita liberalidad, en que brilla, desde lá caíd,a original,

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120 TERCERA I'}ÀR'!'E. sÁBADos

una magníiica misericordia; estas pronlesas las conoce'


mos poI la f e . La espera nza' apoyada en la f idelidad de
Diosl nos hace esperar firmemente de El, PoÍ los mé-
ritos de Jesucristo, la vida eterna y todos los medios
requeridos para conducirnos á ella.
El motivo de la esperanza es un atributo divino;
la inviolable fidelidad de Dios á sus promesas.
El objeto principal de la espera; aquel al cual todo
se refiere, es también Dios, cuya posesión constituye
la felicidad esencial de la eternidad. He aquí por qtté
la espera nza es virtud teologal: porqtle Dios es su
causa inmediata Y su objeto.
La ftrmezo de la esperanza es absoluta de parl.e
de Dioi. Nosotros podemos dejar de poner las condi-
ciones; pero Dios no faltará á su palabra.
Para explicar el lazo que une ala esperanza Con
la fe, podríamos decir que, poÍ la esperanza, aguarda-
mos Oô Dios todo lo que la fe nos dice haber El pro-
metido. Y efectivamente todas las prornesas de Dios
son relativas á la vida eterna Ó á los medios, ya gene-
rales, yâ
-
particulares, de obtenerla.
2. Póro.el objeto de la esperanza es tan grande,
que naturalmente resulta ittaccesible. Tan imposible
er obtener ese bien, ó sea Dios poseído en sí mismo,
que, lejos de poder llegar á El por nuestras propias
fuerzas, ni siquiera concebimos el modo secreto Con
que la Omnipotencia divina nos elevará tan alto. Y
áquí es donde aparece el mérito de la esperanza.
' a) La espera nza es un espléndido homenaje tribu-
tado al poder ,, á la bondad , á la lealtad del Criador;
homenajô llevado hasta tal punto, Qtre cuenta con lo
imposibie, en el sentido arriba expuesto. Esperando,
le digo á Dios: "La imposibilidad aparente no me arre-
dra, Óiot mío, porque vuestro poder se extiende hasta

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I ,AS VIRI'UD I]S IzL

más allá de lo que yo puedo conocer corno posible;


tampoco me arredra mi indignidad, pues vuestra mise-
ricordiosa bondad se digna olvid arla, para hacerme di-
choso: Vos podéis, Vos queréis entregaros á mí; Vos
lo haréis, porque vuestra palabra no puede faltar. Mi
divisa es la del ángel: Nada hay imposible á Dios.,
b) La esp eranza es tambien un espléndido home-
naje tributado á los méritos de Cristo y al valor de su
Redención, pues por esos méritos y por esa redención
lo esperamos todo. El alma del que espera se muestra,
por este lado, hurnilde, ya que renuncia á fundar su
felicidad sobre sí rnisma.
3. Por el contrario, desesperar es sustraerse al
esfuerzo impuesto por Dios ó proclamar inútil y vano
tal esf úerzo. Sustraerse al esfuerzo. iQué injuria in-
ferida áDios, á quien se desdefra como á bien dema-
siado vil para ser adquirido á costa de alguna pena!
Proclomar inritil tal esfuerzo. iQué injuria inferida
al poder y á la fidelidad divina! ;No equivale esto á
afirmar que no puede Dios levantarnos hasta sí, ó que
nos engafla al prometerlo? iCuán grande es el pecado
de quien deja de esperar!
II. Cornprendamos, pues, el rnérito y el deber de
la espeÍanza, y demos gracias á Dios que convierte el
más dulce sentimiento en consoladora necesidad ioh
mandamiento del más arnable de los Padres!

II. El obieto de las esperanzas de la Madre de


Dios.-I. Tuvo María que esperar, como nosotros,
los bienes de la vida futura; pero, al l.ado de estas co-
munes esperanzas, las esperanzas propias de la virgen
implicaban tres imposibilidades, sobre las cuales quisié-
rarnos llamar la atención.
1. Para comprender la primera hay que recordal

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r22 TERCERA PARTE. SÁBADOS

el profundo sentimiento de su bajeza personal que


siempre acompafraba á María, Ella, que nada es verda-
deramente á sus propios ojos, se encuentra escogida
para ser cuanto de más grande hay en el mundo; para
recibir una dignidad cuya inmensidad ella más que na-
die conocía. gQuién, pues, ponderará la Íuerza de una
esperanza capaz de traspasar la distancia que la humil-
de doncellita veía entre ella y lá maternidad divina?
Tal fué la esperanza de María. «Dios, canta ella, ha
mirado a la baieza de su esclava (1).,
2. Siendo virgen, ve que se le promete utta rnater-
nidad que respet ará su virginal pureza. Nueva imposi-
bilidad de que triunfa la esperanza' «Ninguna palabra
hay irrealizable para Dios» (2).
3. Por obscura y pequefra que se halle, debe ella
esperar, no url lugar cualquiera en el cielo, sino el
que conviene á su dignidad, el primero entre todos;
debe pues, y así lo quiere Dios, ejercitar con el soco-
rro divino, una virtud bastante eminente para elevarla
sobre los serafines. Esta tarea imposible, la asume
María con igual confianza.
II. Tratemos de comprender bien, por una atenta
consideración, la elevada esperanza de la humilde Vir-
gen para admirarla é imitarla.

III. El objeto de nuestras esperanzas.-También


nosotros debemos alcanzar y realizar imposibles.
1. Imposibilidad del deber. Cualesquiera que sean,
por una parte las obligaciones de nuestrci estado, y
por otra, nuestra debilidad y las dificultades engen-
dradas por una larga indolencia, debemos esperar fir-
memente el cumplimiento de nuestro deber, contar
(1) Luc. I, 48.
(2) Luc. I, 37.

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[,AS VIRTUDES t23
con los auxilios necesariosy no dudar de la gracia.
No debemos volver atrás ante la sublimidad de
nuestra vocación. Confiar plenamente, es esperar de
Dios la santidad misrna.
2. La imposibilidad de la resurreccion Recor-
dernos las burlonas sonrisas que acogieron las pala-
bras de San Pablo cuando ante el Areópago habló de
la resurrección cle los cuerpos' (1) . La àeõta judía de
los Saduceos, Ilegó hasta negar este dogma. Y á la
verdad, á cada ruina de una existencia hurnana, en
presencia de un cadáver, se experimenta una irnpre-
sión de irnposibilidad. ;Una vida inmortal llena de glo-
ria vendrá jamás á reanimar esta masa inerte, caída
con todo su peso, después de tenerse apenas en pie
durante los cortos af,os de una vida lánguida?
A pesar de esto, hay que esperar la resurrección.
ioh, cómo insiste San Pablo sobre este objeto de la
espera nzal (2)
3. La imposibilidad de la glorio eternet cQué
tiene además de verosírnil, que nosotros, tan apegados
a la tierra por todos nuestros pensamientos y deseos,
seamos un día hallados dignos de la gloria y bienaven-
turanza del misrno Dios?
De nuevo, debemos firrnernente esperar este bien,
y Ínarchar valerosamente á su conquista. lAdelante,
fiados en la palabra de Dios!

coLoQuro

San Pablo nos dice: «No os contristéis corno los


que no tienen esperanza>> (3). iNo tener esperanza!
(1) Act. apost. XVII, 32.
(2) 1.4 Cor. XV, 12-32.
(3) l.a Thes. IV, 1.

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t2t TERcERA PARTE. sÁeADos

lPuede concebirse nad4 más doloroso? Esta es la


suerte de los incrédulos, según este testimonio de San
Pablo. sCompadezcámosles profundamente! Bendiga-
mos al Sefror por María de habernos dado y prescrito
la esperanz4 y Concluyarnos con un fervoroso acto de
esta excelsa virtud . Solve Regino! ... Spes nostra,
salve! " lSalud, oh Reina! . . ioh esperanza nuestra,
salud!,

SÁBAOO VEINTITRES.-. La esperanza de la Madre de Dios


Hermosura y utilidad de esta esperanza

Plon de la meditación.-Lo hermosuro, lo atili'


dad de la esperanzo, y los medios de fomentor en
nosotr os esta v irtud f ormarán los tres puntos de la
meditocion presente.

MEDITACION

Benedictus Deus et Pater Domini l{ostri Jesu


Christi Çui, secundum misericordiam suom mag-
nom, regenerovit nos in spem vivam>> (1." Petr. I, 3).
Bendito seo Dios y el Padre de h'uestro Sefror
Jesucristo Çae , segtin su gron misericordio, nos ho
regenerodo con viva esqeronzo.
1.., PneluDlo. Imaginémonos el Calvario y á Ma-
ría de pie junto á la Cruz en la cual sufre su l-lijo.
2.o PnELUDIo. Roguemos á fin de cotnprender la
hermosura y utilidad de la esperanza y de poner todo
nuestro cuidado en cultivarla con la ayuda de Dios.

Hermosura de la e§peranza,-Dirijamos una


I.
mirada sobre la humilde y sencilla mujer, María. Re-
cordemos la grandeza de su misión, el heroísmo de

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LAS VIRTUDES 125

sus resoluciones, la extensión de sus sacrificios y de


sus dolores. Esta misión no la arredró; el tiernpo no
conmovió sus resoluciones; la adversidad no quebrantó
la fortaleza de su alma. De pie, cuando el ángel la lla-
mó en nombre de Dios, lo estaba también cuando, junto
á la cruz, oyó á su Hijo despedirse de ella. lAdmira-
ble belleza morai! lCuál es su secreto? La espe-
ranza.
La esperanza es, efectivarnente el valor de nues-
tra alma, más fuerte que todas las dificultades.
I I . Esta noción debería bastar , para avalor arla át
nuestros ojos. Por la esperanza, el alina se levanta;
por la esperanza, el alma triunfa. Esperar es derribar
al enernigo en ltrgar de verse batido y derrotado.
Avergoncémonos de nuestra pasada cobardía, y aspi-
reÍnos con toda nuestra alma á la virtud de los fuertes.

II. Utilidad de la esperanza.-En la vida de la


Virgen Santísima nada hay pequef,o, nada pusilánime,
nada impuro. Obró María acciones grandes por su ob-
jeto, y la elevación del fin agrandó todas las demás.
Este es el fruto magnífico de la esperanza. En efecto:
1. La esperanza purifrca. El esperar verdaderos
bienes futuros nos aparta de los f alsos bienes presen-
tes. iQuién puede pensar confiadamente en la feli-
cidad del cielo y ceder al incentivo de rlna ternporal y
baja concupiscenci a? La espera nza es el remedio con -
tra el pecado.
2. La esperanza impulsa rÍ obrar. Todo el tra-
bajo de la siembra se expiica por la esperanza de la
recolección . La esperanza anima las grandes eÍnpresas
y los vastos designios.
3. La esperanza alienta. Dando seguridad, quita
esa desdichada pusilanimidad que sernine utraliia la

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126 TERCERA PARTE. sÁeADos

acción de los hombres. La esperanza es la audacia


de los buenos.

III.-Medios de adquirir y fomentar la esp eÍanza,


La esperanza es un don de Dios, al mismo tiempô
-1.
que una virtud.Hay, pues, Qüe pedirla á Dios y coope-
rar á la gracia que para ella nos dispone.
cEn que consiste esta disposición?
1. Dejemos aparte una objeción bastante común
y que se ofrece por sí misma . La espera nza, QUe
no puede faltar por parte de Dios, puede verse frus-
trada por parte nuestra. Siempre tengo motivos para
dudar de rní mismo. iNo basta este justo temor para
arruinar el magnífico edif icio de mi f utura espera nza?
Pues bien, ni aun esto debe debilitar mi esperanza,
si comparo mi Ílaqueza con la Providencia divina.
Dios que promete, conoce toda mi debilidad. 4Y no
sería prometer vanamente, si esta mi propia miseria
crease un obstáculo verdaderatnente serio al objeto
esperado? Yo mismo, débil é inconstante, soy el
llamado por Dios. Esto basta para que yo diga: este
llamamiento tendrá su efecto, á menos de una volun-
tad orgullosa ó decididamente mala: en otra palabra, á
no ser que yo me niegue á esperar. La esperanza, al
modo de la fe, implica el abandonarse á esa Providen-
cia divina que no engafla á'nadie. u.Spe§ non confun'
dit, La esp eranza no da lugar á conf usiótt » (1) .

Empleemos los medios positivos que Dios pone en


nuestra mano . a) El eiercicio de lo fe. La fe práctica,
poniendo bien á la vista los bienes, los hace más
deseables. b) La purezo de los costumbres. Desde
el punto en que nuestra mirada se aparta de la tierra,

( l) Rom. V, 5.

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LAS VIRTUDES t27

dirígese al cielo: «Ubi enim thesaurtts vester est, ibi


et cor vestrum erit, Vuestro corazón estará donde
tengáis vuestro tesoro» (1). c) La prtíctica de los
buenas obras, nos hace tocar coÍno con el dedo nues-
tro poder de bien obrar. d) La meditación de los
beneficios divinos y de los misterios de lo religión:
Estos beneTicios y estos misterios contienen la prenda
de los bienes que esperamos. e) Los luces celestio-
les que nos obtendrá la oración sobre la virtud de la
esperanza.
II. Muchas veces nos hemos lamentado de tener
una esperanza muy mediana; pero 4hemos hecho algo
para robustecerla y aviv arla? iNo habemos por ven-
tura aguardado perezosamente á que ella viniese á
nosotros? Depongamos un error tan perjudicial.

En un coroquio, ,,J;::Ti:.. espera nza, medite-


Ínos Ia palabra de la Escritura: Spe goudentes (2).
Alegrémonos con Ia esperanza: todas las otras alegrías
son falsas, sólo ésta es verdadera. Refugiémonos en el
seno paternal de nuestro Dios; depongamos en El toda
nuestra solicitud demasiado inquieta (3). Pidamos gra-
cia para hacerlo, por la intercesión de nuestra celes-
tial Madre . Ave JVIoría,

sÁanoo VEII{TICUATRO.-La esperanza de la Madre


de Dios: Pruebas de la esperanza

Plon de la meditación
-Nada hay que así fomente
la perseverancia como la previsión de las dificultades
( 1) Luc. XII, 13.
(2) Rom. XII, 12.
(3) l.a Petr. V, 7.

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128 TERCERA PARTE. SÁBADOS

juntamente con los medios de vencerlas. A este Tin


vaÍnos á considerar las pruebas de la espe ranza: des-
pués de estudiar sa razón de ser ) las verernos sur-
cando la vida de la Santísima Virgen y luego nuestra
propio vida.

MEDITACION

« Induti loricam fidei et caritatis, et galeam,


spem salutis, quoniam non posuit nos Deus in iram,
sed in acquisitionem salutis per Dominum ÀIos-
trum Jesum Christum (1 .a Thessal. V, 8, 9).
Tomemos por vestido la loriga de la fe y coridad
ypor casco la esperonza de solvacion; porque no
nos ha destinado Dios pora ltt ira, sino pora olcan-
zor lo solvación por lútestro Sefror Jesucristo.
1..* PnBluDIo. Representémonos á María al pie de
la cruz.
2.o PRELUDI(). Pidarnos la gracia de poder santa-
mente pasar las pruebas de la esperanza.

I. Razón de ser de las pruebas de la esp eranza.


-1. Dios se complació en probar la esperanza de
ios
que ama. La vida de Abraham, tal cual nos la narra la
Sagrada Escritura, nos ofrece un notable ejemplo de
esta conducta de Dios. Es proÍnetida á este patriarca
una innumerable descendencia, y está prometida en
Isaac; y sin embargo, recibe Abraham la orden de sa-
crificar al heredero de las promesas. En el momento
en que levanta el brazo para herir éno parece que va á
arruinar por su propia mano, la esperanza que guarda
en su corazón?
iCuántas VeCeS, en las vidas de los santos, vemos
SUS más caros proyectos comprometidos por Ia contra-

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LAS VIRTUDES t29

dicción, hasta el punto de parecer sin esperanzal


Vense también, á las veces, obligados â descargar
el golpe fatal sobre la obra que pensaban ejecutar ét
gloria de Dios.
II. ;Por qué sernejantes pruebas? Dios nada per-
rnite que no pueda glorificarle y sernos útil. 1Cuánto
más herrnosa es y más brillante Ia esperanza del hom-
bre de quien pueda decirse: Contra spem in spem
credidit, «iEsperó contra toda esperanzal» (1) El fun-
darnento de la verdadera esperanza es la fe. Ahora
bien, cuando todo parece sonreir á nuestros proyectos,
y preparar el deseado acontecimiento, 4sabemos cuáles
son nuestros apoyos, si estas favorables apariencias
ó Dios? Ciertamente, las criaturas y su acción vienen
de Dios y no subsisten sino por El; pero esta depen-
dencia esencial de las criaturas se escapa con fre-
cuenci a á nuestra atención, y nos apoyamos en la nada,
aun en los momentos en que afirmamos no f iarnos
sino de Dios. Al contrarió, cuando, humanaÍnerrte
hablando, todo se derrumba, entonces podernos coÍn-
probar la sinceridad de nuestra espera nza. Si ésta
se mantiene firme iqué hermoso espectáculo para los
ángeles y los hombres! Si sonnos conmovidos, averi-
guamos ult defecto en nuestra confianza. Sin acobar-
darnos, intentemos un nuevo ensayo con más vigor. La
derrota espiritual no será definitiva.

II. Fruebas de la esperanza durante la vida de


la Santísima Virgen.-I, 1. La asidua lectura de la
Biblia hací a Íamiliares á María los anuncios prof éticos
del porvenir de Israel. lCuán rnagníficos destinos es-
taban proÍnetidos á aquel pueblo! iMras, cómo contras-

:'1.,:"::i:, l:,,",r _e

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130 TERCERA PARTE. SÁBADOS

taban con la realidad! Hasta el advenimiento del Me'


sías, el cetro no debía salir de Judá; y este reino, tri-
butario ya de los romanos, estaba á punto de acabarse,
cuando nada preparaba una gloriosa revancha. Todo
anunciaba ruina y decadencia, allí donde todo parecía
deber ser gloria y resurrección.
2. Su divino Hijo nacía como Salvador universal,
y he aquí que encuentra la contradicción y la incredu-
Iidad, aun en su f amilia; y su carrera, esclarecida
apenas por el resplandor de algunos triunfos Inomentá-
neos, termina por la derrota, en apariencia definitiva,
de la cruz. No nos olvidemos de consid erar aquí la
pasión y la cruz del Salvador, no cuales aparecen hoy
iluminadas con los esplen dores del triunf o sobre la
muerte, sino para comprender toda la profundidad de
la esperanza de María. Reavivemos las horas y los
días cle angustia durante los cuales afluían a la Madre
de Dios noticias cada vez más desoladoras, con las
pesimistas apreciaciones que provocaban la rabia de
los sacerdotes, el temor de los apóstoles, el olvido del
pueblo todo iAh, cómo parecen tener razón los que
desesperan! Abraham no vió caer la cabeza de su ama-
do hijo, mientras qua, ála vista de María, el velo de la
muerte se extendió plenamente sobre el cuerpo y el
rostro de Jesús y aun, al parecer, sobre su misma mi-
sión Afradamos aún que todo cuanto el afecto hace
sentir de petla, autnenta la properrsiórr a la descon-
lianza.
II. Midamos la esperanza de la Virgen, con la
rnagnitud de un desastre comprendido así, y nos pare-
cerá magnífica, digna de toda admiración. Feliciternos,
pues, á À{aría y demos gracias á Dios.

III. Pruebas de la esperanza en nue§tra vida.-

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LAS VTRTUDES 131

Estas pruebas son de orden público y de orden por-


ticular.
I. 1 . Pruebas de orden ptíblico. Representarnos
una causa destina da á triunf aÍ y, sin enrbargo, ;cuáles
son los presagios de lo futuro que se desp?enden de
las circunstancias actuales? La atmósfera àrnbiente es
anticri.stiana; la audaci a y la Íuerza están al servicio
de la irreligión (1); diríase que Ia tirnidez y la vacila-
ción caracterizan á los partidarios de cristo y defen-
sores de la Iglesia. Háblase de rnt'rltiples defecciones
aun de entre las filas del clero: la apostasía oficial es
un hecho consurnado. 1Y cuántos se irnaginan oir sonar
el toque de agonía de nuestra fe! Nuestro aspecto no
es de conquistadores, sino de vencidos que piérden te-
rreno y retroceden.
2. Prueba s particulores. icuánt as razanes pare-
ce haber para descor azonarnos! Mientras que Ia ôspe-
ranza versa sobre bienes lejanos é invisibles, voôes
contrarias se levantan en nosotros, y nos presen tan
goces palpables y actuales; y su poder de àeducción
hállase aulnentado por el ejemplo de úna multitud de
Irornbres qle_ se dejan arrastiar. A esta prueba de
la sensualida_d y cel ejenrplo de otros, hay que afradir
frecuentes desastres interiores, infidelioãoes , aun tal
vez pecados, que nos conducen á dejar caer nuestros
brazos por el cansancio y la descon Íiunra.
;Nos será
acaso posible la virtud cristiarra? ceué diremos de la
perfección? gQuiénes soÍnos nosótios para tender y
llegar a ella?
II. Dios, sin 'embargo, nos manda espera r la virtucl
y aun Ia perfección, y si esperaÍnos, llàgarernos á la
meta. RepitaÍnos aquella su forrnal pron.,eãr, Spes non
.
(-1) "Lo que sobre todo fal'ta á la sociedad moderna es la
energía
del bien,, MoNTALEMBEnT, Oeuvres polém,iqurr, t.2, p.226,

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t32 TERCERA PARTE. SÁBADOS

confundit, «La esperanza no confunde, (1), con que


nos anuncia el día en que los iustos volverán á levantar
la cabeza; en que los impíos serán entregados á una
irremediable y pública confusión. Estemos ciertos de
este porvenir.

COLOQUIO

Ya que nos va en ello nuestros más caros inte-


reses, supliquemos á Marí a al pie de la ctuz' nos comu-
nique algo de su invencible esperanza. Salve Regina,
Spes nostra ) salve: « lSalve, oh Reina; espef anza
nuestra, salve!»

SÁeeOO VEINTICINCO . - La esperanza de la Madre


de Dios: Tres tentaciones contrarias ála esperalza

Plon de lo meditación - El confirmar la es-


peÍanza es un resultado tan importante -para toda
nuestra vida, que nos ha parecido á propósito consi-
derar más de terca tres géneros de particulares difi-
cultades, que con más frecuencia detienen al hombre en
el camino real de la espera nza cristi ana Cada una.
de ellas merecería ser tómada aparte, Y ésta es la
causa por que, al ordenar esta meditación, dividiremos
cada punto- en tres partes que podrían constituir pun-
tos dô meditaciones distin,as. consideraremos sucesi-
vamente la tentación de ra desolación; la de la sensuo-
lidad, y la que nace del sentimiento de naestra
propia miseria
(1) Rom. V, 5.

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LAS VIRTUDES 133

MEDITACION

,rln quo e,rultabitis, modicam nunc si oportet


contristari in variis tentotionibus» (1.' Petr. I, 6).
Lo esperanza htt de llenaros de gozo) si en el
breve espocio de la vida presente os han de afligir
v arias tentaciones .
1.en PneluDlo. Trasladémonos con el pensamiento
ála rnorada de María, quien teniendo junto á sí á San
Juan, pasó las tristes horas que transcurrieron desde la
muerte de Jesús á su resurrección.
PneluDlo 2.o Pidamos constantemente la grande
gracia de tener una esperanza rnás fuerte que todas
las pruebas del tiernpo presente.

I. Tentación de la desolación.- I. Ltt prueba


en sí misma. No es raro, tanto en el rnundo como en
el claustro, hallar el gusto y el sentimiento de la pie-
dad como embotados y perdidos. Dios, las cosas del
cielo nada dicen ya al alma. Quiere uno orar y no
logra sino balbucir con los labios ciertas fórmulas que
parecen como una mentira en la boca que las pronun-
'cia; abandonándose las oraciones vocales, hállase el
espíritu coÍno presa de un vago adormecimiento que le
priva de su actividad. Aun después de comulgar y en
los días festivos, cuando se esperaba alguna emoción
bienhechora, quédase uno frío y seco ; la fuente del
sentimiento parece agotada. iQué diferencia de los
hermosos días pasados! Entonces Dios se presentaba
por sí mismo, mientras que ahora se le busca en vano;
entonces hablaba dulcemente al corazón, ahora nues-
tras preguntas quedan sin respuesta; entonces creíase
experimentar su presencia, ahora se siente una irnpre-

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13+ TERCERA PARTE. sÁgenos

sión de abandono; entonces sonreía la primavera,


ahora estamos en crudo invierno.
Después de darnos cuettta de este estado, tratemos
de explicárnoslo. Puede provenir de varias causas.
1. En primer lugar, de falta de táctica. Mientras
que todo progresa y todo cambia en nosotros y a nues-
tro alrededor, ino siguen nuestros ejercicios de piedad
calcados sobre nuestros primeros ensayos? Hablamos
y obramos de otro rnodo que como lo hacíamos en
nuestra nirtez, e fl nuestra adolescencia. en nttestra
juventud; pero oramos siempre del mismo modo, siguien-
do un método que ha llegado á ser rutinario. El plan es
uniforme, la ejecución no ha variado. Contento con los
pasados esfuerzos, espera uno vivir con este corto ca-
pital, sin nuevo trabajo por aumentarlo . La rneditación
de las mismas escenas mueve á las mismas reflexiones.
Antes podían éstas ser agradables por su novedad;
mas despojadas de este atractivo, hállanse al presente
como desecadas y sin iugo . La costumbre todo lo
gasta: el dolor, el placer y aun la satisfacción.
2. La aridez depende, á las veces, de falta de
generosidad. Antes era uno recogido , y ahora se
entrega al mundo exterior; mortificábase, y ahora ad-
mite comodidades; buscaba á Dios, mientras que ahora '
se busca á sí mismo. No lo olvidemos: el sacrificio es
la sal de la vida espiritual. Obrad mucho por Dios,
y casi siempre conversaréis f ácilmente con El.
3. La tercera causa de la sequedad es la negli-
gencia misma en disponerse á los eiercicios espirituales;
la incuria de la preparación. Retrocédese ante la difi-
cultad.
4. Este estado de apatía, Qtre puede ser conse-
cuencia natural de una vida demasiado uniforme, ,cons-
tituye, además, una prueba providencialmente dispen-

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LAS VIRTUDES 135

sada para lluestro mayor bien. Si Vemos que, Con la


edad, se ntimos ya menos las influencias de las humanas
causas de la emoción icuánto más fácilmente puede lan-
guidecer el ardor sensible para con lo que está sobre
la esfera natural de nuestra actividad! Pero cuando el
socorro sensible se nos retira, queda el lugar entera-
mente libre para el fundamento verdadero de todo: una
fe que obra sin ver y sin sentir; virtud ciertamente más
difícil y trabajosa, pero también más pura y más meri-
toria. Ba jo la tierra helada que la recubre, ve Dios
germinar la semilla, y prepararse el tallo que va á
brotar lozano de debajo de la tierra. Así su ojo sigue
con atención esta labor latente que transforma un alma
y la prepara, bajo la fría obscuridad de una fe deso-
lada , á las deliciosas claridades, á las ardientes emo-
ciones de la eternal visión.
Prácticamente hay que pasar aquí á examinar seria-
mente las causas de nuestras desolaciones, para quitar
cuanto pueda haber en ellas de voluntario. En efecto,
la consolación es un auxilio del que no debemos pri-
varnos á nosotros mismos. Aunque hay qLle aceptar
con resignación y con Íianza las desolaciones perrni-
tidas por Dios, no hay que buscarlas ni introducir-
las en nosotros más que los otros géneros de tenta-
ciones.
II. Esta prueba en Marío. -1. Nada se nos ha
revelado sobre los interiores consuelos de la Santísima
Virgen. Sabemos, sin embargo, que la desolación no
pudo ser en ella rnás que prueba de su virtud. Ciertas
situaciones de su vida ofrecen como el tipo exterior
acabado de una completa desolación. Pensemos en los
tres días transcurridos desde la pérdida de Jesús hasta
el momento en que fué hallado en el templo; pensemos
en los aflos que pasó María sin Jesús y como si fuese

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136 TERCERA PARTE. SÁBADoS

ignorada de El, todo el tiempo que sobrevivió á la


Ascensión
ProcureÍnos penetrar la inmensidad de los sacrifi-
cios que hizo ella en estas circunstancias. Mas ;córno
lograrlo? Sería menester, cuando menos, üfl corazÍn de
madre , para sentir el gozo que semejante corazón
experimenta, con la compafría de un hijo únicamente
amado, y oponer luego á él la desgarradora pena de
una larga separación. lCuánto mayor fué esta pena
en el corazón de María., alejado de Jesús!
2. Mas, durante todo el tiempo de estas pruebas,
el alma de María, siempre grande y robusta, no titu-
beó, su acción no disminuyó, ni se errtibió su ardor.
Admiremos tanta Íortaleza.
III. Ía prueba de la desolacion en nuestra
'nuestra
ttida.
prueba es una época preciosa en vida,
-Esta
puesto que nos proporciona ocasión de muchos méritos:
-
Mérito d,e humitdad, si aceptamos la prueba sin
irritación y sin secreta amargura
Mérito de paciencia, si continuamos obrando bien,
sin dejarnos vencer por el choque de las repugnancias
ni cansar por lo largo del tiernpo.
Mérito propio de la esperanza. Violentos asaltos
vienen á veces á combatir al hombre en el preciso mo-
mento en que no siente las santas energías que Dios
en él depositó; y es propio de la desolación proyectar
sobre lo futuro los más sombríos colores y hacer en-
trever luchas sin tregua é insuperables dificultades.
Pero, sin tomarme siquiera la pena de disipar estos
fantasmas, usaré yo el lenguaje de la esperanza. Cual-
quiera que sea el furor del vendabal, por grandes que
puedan ser el número, la Íuerza y la malicia de mis
âdversarios, no cesaré de decir: Si consistant odver-
Sum me castro, non tirnebit cor meum (1), «Aunqtte

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LAS VIRTUDES 137

se levanten ejércitos contra mí, no temerá mi corazón.»>


Antes tengo confian za de poder afradir un día: Arran-
casteis, Sefror, mi alma de los abismos de lo muerte
1, del infierno (2).
y para prevenir nuestra
Aun antes de la desolación
ilaqueza, velemos cuidadosamente en no fundar nada
sobre el frágil apoyo de un gusto ó consolación nece-
sariamente pasajera.

II. La tentación de sensualidad. Muy dife-


rente aspecto que la desolación tiene-1.la prueba de la
sensualidad. La desolación preséntase triste, conster-
nada, sin tornar interés en cosa alguna, sin plan positi-
vo. La sensualidad es alegre, sonriente y propone pér-
fidamente un objeto seductor. Aquélla decía: no ames
nada; ésta sugiere apasionados afectos, pero es hacia
algún bien presente y sensible. iCuán daf,osos son es-
tos atractivos, que distraen de la vista de lo futuro!
Ved á vu causados por esos
funestos moralrnente perdi-
dos, poÍ ellos! Y aun entre
los que se portan bien 1cuántas satisfacciones actuales
procuradas á costa de los goces futuros de la gloria!
II. María no tuvo que sufrir los asaltos de la sen-
sualidad dentro de sí rnisma; pero, eÍr su admirable
virginidad, nos da ejernplo de una perfecta superiori-
dad sobre los sentidos.
Felicitémosla por la elevación de sus rniras, y per-
suadárnonos de la realidad de su dicha.
III. La tentación de la sensualidad acecha siernpre
á nuestra puerta el momento de arrastrarnos. Arrné-
monos, pues, contra ella tt) con la oración, b) con la
(l) Ps. XXVI, 3.
(2) Ps. XXIX, 4.

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138
,TERCERA PARTE. SÁBA DOS

nreditación: penetremos la vanidad de la satisfacción


que se nos ofrece y la prÓtima realidad de nuestras
magníficas espera nzas; c) con la sincera aceptación del
srcfifi.io, cieitamente reol qtle á sabiendas ofrecimos,
según los deberes de nuestro estado; d) con el hábito
de abnegarnos y Sacrificarnos en cosas pequefras, que
nos familiaricert con la victoria.

III. El sentimiento de nuestra miseria.-Una Íal-


sa humildad nos expone á recibir fatales golpes ' La
consideración, tan útil por otra parte, de nuestra pro-
pia miseria, puede también, abatirnos y descorazonaf '
,or . La desproporción entre lo que somos y lo que
Dios nos manda esperar, no debe conducirnos á una
conclusión deprimente . cuando esta tentación nos
asalte, acordêmonos del poder inf inito de Dios y
de los méritos de Jesucristo y, siguiendo el ejemplo
de Srx lcxlcro, rechacemos resueltamente todo pen-
samiento que nos impida tener una plena confi anza en
Dios.
Examinemos cuidadosamente si ha hecho presa en
nosotros alguna tentación de este género. Repitamos
con frecuerr".iu la oración de S.rN lçxeClo:
oDadme,
Sefror, la humildad; pero una humildad que me permita
amaros » (1) .

II. María, aunque exenta de positivas misertas


personales, veía tan claramente su nada, Qre hubiera
podido esta vista inspirarle los más desoladores pensa-
mientos, si la luerza de su esperanza no les hubiera
entredicho completamente que se acercasen'
III. ;Cuál ierá para nosotros el remedio, preser-
vativo ó curativo, contra semejante tentación? La ora-

(1) Fnexcrosr, El espíritu cte san lgnAcio, v' sobre la humildad'

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LAS VIRI'UDES 139

ción, la continrla oración. Luego la convicción, cada


vez más profunda, de esta doble verdad: Dios que me
hizo la prornesa no ignora rni miseria; el fundamento
de rni confian za está en El y no en mí. Especial gloria
es de Dios hacer. tarrto por lo que vale tan poco.

coLoQUro

Roguemos ardienternente á María, á fin de que


nuestra esperanza venza todos los obstáculos y no
vaya jamás á zozobrar. Solve Regina! Spes nostra
solve! lSalve, oh Reina! lEspeÍanza nuestra, salve!

SÁgrfoO VEII{TISEIS. - La esperanza de la Madre


de Dios: Frutos de esta esperanza

Plon de la meditación.-La esperanza llena la


presente vida de confianza y nos asegura, para lo por-
venir, el bie n esperado. Estos dos grandes frutos
acabarán, con la gracia de Dios, de áfianzarnos en una
invencible esperanza. Los consideraremos, uno en pos
de otro, en los dos primeros puntos; el tercero nos Ínos-
trará estos frutos recogidos por lo Virgen,

MEDITACION

«§pes non confandit» (Rorn. V, 5).


Lo esperonzo no nos engofra.
1.er PneluDlo. veamos la sala del convite en las
bodas de Caná.
2.o PnELUDro. Pidamos instanternente la gracia de
lograr, poÍ la misericordia de Dios y la intercêsión de
nuestra Madre, los rnagníiicos frutos de la espera nza
cristiana.

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140 TERCERA PARTE. SÁBADOS

I. El fruto de la conlianza.-l . Volor de la con-


ftanza. 1. Imaginennos un enferrno vencido p.or el
dolor y la enfermtdad. Viene un médico de grande re-
putación y, después de examinarlo, declara que el mal
ês curable y descubre al paciente la perspectiva, aun-
que lejana, de la convalecencia y la salud. Inmediata-
mente'óbrase en el desdichado una interior revolución:
recobra el valor, con la convicción de que la lucha con-
tra la enfermedad no será inútil; la ltz que en lonta-
nanza vislumbra, ha cambiado el aspecto de las cosas;
el mismo mal, el actual dolor se le hacen tolerables, y
aun se Concilian Con ulla secreta alegría, que la espe-
ranza del restablecimiento hace nacer. Esta transfor-
mación es obra de la conftanza;'y Ia conf ianza en Dios
es hija primogénita de la espeÍanza. Es, en efecto,
la tranqüit, ce"rtidumbre de una crecida esperanza (1).
2. Este enfermo es la humanidad, es cada hombre
en particular, enfermo por el deseo, las pasiones, la
voluntad, tanto como poi la flaqueza del cuerpo. Jesús
es el rnédico que anuncia el fin de sus males. iDichoso
el que se deia persuadir! Transfórmase inmediatamen-
te su vida y'aun él misrno; adquiere la voluntad de lu-
char y de ren..t; hácese capaz de soportar las penas;
permanece tranquilo y Seguro ante la amenaza y el
peligro.
La con tianzahace gozar de una pazmás deliciosa que
todo sentimiento (z), é impele á,los más heroicos actos
de virtud. Record"*os ei lazo que une la confianza
sin conÍianza una
á esa abnegación
santidad? Por otra
s prometidos Por la

(1)véaseSrxroTolrÁs2.a2.'-'",Q.cxxVIII,art.l,ad'6'
t2) PhiliP. IV,7'

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LAS VIRTUDES 14I

e; eclipsan cle tal modo todas las cosas presentes


f
que, cuando una viva confianza nos las pone como ante
los ojos, nada se nos hace costoso para asegurar su
posesión definitiva, en el grado que esperan los santos.
II. iOh! Dejémonos llevar de los preciosos encan-
tos de una dulce confi anz\ y abandonemos decidida-
rnente un pesirnismo tan estéril como sombrío. Es más
noble y generoso sonreir á la vida y a todos sus debe-
res, que revolvernos contra los hombres y las cosas.
ProcureÍnos igualmente inspirar confi anza á los de-
más. Dar confianza es multiplicar el núrnero de los
hombres dichosos.
Al mismo tiernpo, retengamos esta verdad: La vir-
tud, á los principios es penosa, mientras que su pro-
greso y desarrollo son causa de bienestar.,;Cuánto se
engaflan los que pretenden ser santos á rnedias! Que-
dan corno enredados en las mal eza.s, sin llegar al cam-
po raso: en el cornbate espiritual, sostienen la lucha
sin pegar nunca aquellos golpes decisivos que ponen
en fug a al enemigo.

II. El fruto eterno.-I. La esperanza tiene por


objeto propio las riquezas infinitas. eQué mejor fruto
podría llevar? Si la espera nza me da á mi Dios y su
bienaventuranza lpuedo yo desear ó sofrar algo rnás?
iNo estaré yo entonces en el colmo de todos rnis de-
seos?
Pues bien, Ia esperanza realiza su objeto. Cl ara-
mente lo dice el Apóstol: «La esperanza no engafra;
porque en la caridad que el Esp iritu Santo ha dérra-
rnado en nuestros corazones, tenernos las arras de Ia
felicidad que Dios nos tiene preparada» (1). «porque
(1) Spes autem non confundit, quio caritas Dei ctiffttsa est in cor-
dibus nostris per. spiritum sonchtm, qui datus est nottis (Rom. v, í).

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t12 TERcERA PARTE. sÁeeDos

ha esperado en mí, dice también la Esc ritura, le libra-


ré» (1). Esperar es, en cierto modo, empeflar santa-
rnente la divina lealtad; la cual no puede hacernos
traición.
II. Grabemos bien en nuestra alma los inrnen-
sos dafros que causa toda desesperacion y el eterno
tesoro prometido á quien quiera esperarlo. iQué par-
tido más inútíl y más funesto que la cobardía!

III. Frutos de la esperanza en María. - iQué


conftanza no produjo en María la esperanza, y cómo
la fuso
'1. Loen posesión de los bienes esperodo-s!
,-confionza. La confianza de María brilla
en las adversidades, entre las cttales permaneció Su
corazón tranquilo Y firme.
1. Confió en que su virginidad no suf riría detri-
mento algtttto por su unión con San José. Análoga
confianza debe acompafrarnos en los peligros neceso'
rios corridos por el servicio de Dios. Así, nada su-
lrirá el recogimiento, de parte de un verdadero aposto-
Iado. MaS, no confundantos las ocasiones peligrogas,
que impone la necesidad, con las que afrontamos volun-
iariamente; los peligros aceptados para servicio de
Dios, con aquellos á que nos conduce nttestra pasión ó
nuestra debilidad.
2. Tiene Maríaconf i anz4 e r qtte Dios esclare-
cerá la duda tan penosa que atormenta el espíritu de
San José y ,quell, terríble ansiedad causada por el
hechõ de nô aóertarse á explicar la maternidad de su
casta esposa. Alguna equivocación puede hacer que se
ciernan àobre noãotros inmerecidas sospechas, que los
mismos santos no lograron evitar ell stt vida: tengamos

(1) Ps. XC, 14.

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LAS VIRTUDES 143

confianza de que Dios sabrá hacer que todo ello re-


dunde en gloria para sí y en provecho para nosotros.
3. María, cuando su huída á Egipto, nos da un
ejernplo de confianza que imitar en las persecuciones
declaradas, de que la lglesia ó nosotros mismos pode-
Ínos ser blanco.
4. María, en las bodas de caná, tiene confianza,
á pesar de la repulsa que parece oponer Jesús á su
petición de un milagro . La conÍianza halla su más im-
portante y continua aplicación en la pleg aria asidua y
perseverante.
II. El objeto esperado.-Basta contemplar á tan
gloriosa Reina junto al trono de su divino iri;o. cNo
Pjsee aquí, por ventura, cuanto esperaba su alma en el
Calvario?
Estemos pues, á nuestra vez, de pie en el Calvario
de nuestras pruebas y dificultades, para obtenerlo
todo por nuestra rnisma esperanza.

cot-oQUIO

Reflexionando de nrevo sobre la naturaleza de la


esperanza, sus pruebas, sus contrarias tentaciones,
sus consuelos y sus frutos; feliciternos y demos gra-
cias á María, de ser para nosotros un módelo perfãcto
y grande inspiradora de la esperanza. y, para corres-
ponder á sus bondades, pidamos perdón de haber du-
dado ó de haber, á lo Ínenos, esperado tan poco; reco-
nozcaÍnos cuanto amor propio y cuanto orgullo había
en nuestras faltas de esp eraflza, y ofre zcamos á María
y por ella, á Jesús, una vida fundada en una cornpleta
confi anza en Dios. Sitlve Regina! Spes nostra, sal-
ve! «;salve, oh Reina! ;Esperãnza nuestra, salve!»

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t44 TERCERA PARTE. SÁBADOS

sÁ e e o I a Madre
? JB IIJ';ltI: ;;':""""': ill,H
que crece nuestra
Ptan de to rneclitación -Alla par
/Vladre del amor her-
piadosa admiración para con
moso, conviene tarnbién que lleguemos á alcanzar un
santo afecto ala misma caridad. Esta reina de las vir-
tudes nos hace amar á Dios por sí mismo, y al prójimo
por Dios. En los diferentes ejercicios que vamos á
consagrar á, la caridad, la consideraremos sucesiva-
mente como amor de Dios y como arnor de los hom-
bres. Esta meditación va destinada á poner de relieve
la excelencia del amor de Dios. Adoptamos esta sen-
cilla disposición: La caridact cte la Madre de Dios: lo
e,rcelencia cle la cariclad, la obligocion que nos im-
pone de huir cuidadosamente del pecado y aprove-
charnos de los sacramentos.

MEDITACION

«lVuntietis ei quia omore lttngueo» (Cant. V, 8)'


Decidle que langaidezco de amor '
1.t* Pnst-uDlo. Imaginémonos á María bajo la
figura de una reina arrebãtadora de bell eza, coloc ada
.à' t, gloria del cielo junto á su Hijo ama_dísipo.
2.õ PnBt-uDIo. pidamos con todo el ardor de que
solnos capaces, la gracia de comprender el precio y la
excelencia de la caridad. . :

I. La caridad de la Madre de Dios.-I. 1. Des-


orientados por especiosas objeciones, pudier-on algunos
teólogos, .n lo pasado, poner en duda la Inmaculada
concãp.ion de Ma ría. sL perpetua virginidatl ha ha-

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LAS VIRTUDES t4ó
Ilado contradictores entre los herejes; pero nadie que
luyu pretendido honrar á Jesucristo, ha^puesto en duda
la caridad de la Madre del Redentor. eir" la santifica-
ción no haya coincidido estrictarnents con el primer
rnornento de su existencia; que la rnisrna virginal inte-
gridad haya perecido en la rnaternidad, eh rig"or, puede
que el orb de la caridad no
ente el alrna de la Madre de
inar siquiera.
! Hasta el punto de superar
ntos y espíritus bienaven-
turados. Esto es lo que asirnisrno proclaman á una
voz todos los doctores catóricos de oriente y occi-
dente.
II. mirada se fija en la
hurnilde zaret, de Belén y de Ia
huída a ena ,, y0 dulce y apaci-
ble, ya en qle la .oriemple,
engafraríanos si no nos la nrostrase interiorrnente ubru-
sada de un divino fuego, cuyos ardores se aurnentan
cada día hasta el fin dé esta vioa rnortal, cuando ya no
pueda el cuerpo retener al alma, ó rnejor hasta que
sea él rnismo, de un golpe, transportado con ella á lo
más alto de los cielos (1). DetengáÍnonos asornbrados
á la vista del sagrado fuego que consurne á nuestra
Madre. Tributémosre hornenãjeó y felicitaciones.

II. Excelencia de la caridad.-Esta unanirnidad


de sufragios nos rnuestr a la excelencia de la rnás her-
Ínosa entre las virtudes. probenros de decir algo en su
alabanza.
I. La caridad es amistad entre Dios y el hornbre,
(1) Nos expresamos así, porgue ciertos escritores ponen en
"'::::::"ff ..:. : l;:'"
a"
"áría

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r46 TERCERA PARTE. sÁeeDos

y esta palabra lo dice todo. Dios


puede ser temido é invocado e ; Pero
sOto la religiOn ruA ada Por Dio
ado el
mandamienío de amarle, Y sólo
o este
precepto del amor. ;Signi
iigencia no pueda descubri
núestro cora zón no Pueda
múltiples y esPléndidos ben
De ningona manera. A todo hombre bien nacido , atrán'
canle las divinas bondades acentos de viva gratitud.
Mas , paÍa osar unirnos con Dios por amor,
y concebir
este ientimiento de amistad que nos hace vivir
en
nosotros, es preciso echar un
Dios y que Dios viva en
p'uentá iobre el espantoso abismo que tos separa.de
El. Este puente r^oto Dios puede echarlo; sólo Dios
hacer-
halla, en los conseios de su sabiduría,el medio de
El, para que de.nuestro cotazón pueda
nãt llegar hasta
y digno, eãte grito sublime: «Dios mío,
brotarl sincãro
os amo sobre todas las cosas, porque sois infinitamente
bueno.» Este grito es el acto de caridad'
1. La caridad es el complemento de todas las vir-
por
tudes sobrenaturales, las cuales no existen sino
ella, y sin la caridad no tendrían tazón de ser' lPara
q;é'tã tel lPara qué la esperanza? Para conducirnos
á la caridad .
' 2. La caridad es un sentimiento que nos es comun z

con Dios mismo; sentimiento que caractetiza


ala vo-
divina: «Dios es caridadl (1)' iCuán noble debe
luntad
enDios!
ser est" u*oi qu" se halratambiénformalmente
sobre la
3. La caridad subsiste siempre. Amamosde creer
tierra; amaremos en el cielo. Deiaremos
posea-
cuando veamos; dejaremos de esperar cuando

( 1) 1.u J oan. IV, 16'

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LAS VJRTUDES t47
mos; pero nunca dejarernos .de aÍnar. Por la caridad
empezamos acá abajo nuestra vida eterna.
4. Si por la caridad se define al rnismo Dios, tarn-
bién la caridad da al hornbre todo su valo r a los ojos de
Dios. Vano es el rango y la fortuna, vanos los éxitos
y los talentos: Dios pasa más alla. Pero no es vana la
caridqd. Hornbre, scómo arnas? Tu lugar en el cielo de
esto depende.
5' Tal pareció, la cariclad á algunas nobles inteli-
gencial, que osaron identificarla con el rnismo Espíritu
Santo (1); como si un tan sublime sentimiento nô pu-
diese ser cosa creada.
II.Después de haber rneditado sobre las gran-
dezas de la caridad, penetrémonos bien de esta ver-
dad: que Dios es quien nos invita á amarle. ;Dónde
encontrar acciones de gracias bastante vivas?

III. Dos corolarios prácticos.- Maravillados de


tal tesoro nos sentimos irnperiosamente inducidos á
sacar estos dos corolarios prácticos:
l. un pecado mortal destruye la caridad, arruina
esta obra rnagnífica de la bondad de Dios. ;puede ser
nunca bastanternente odiado?
Este'pecado se comete por interés, por posion o
por orgullo. Pero iqué interés hay comparable con el
de la caridad? ;Cómo se compra tan carô el satisfacer
una pasión, hasta sacrificar por ella la caridad? 1A cos-
ta de cuánto envilecimiento es el hombre orgulloso!

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148 'tERcERa PAttrE. sÁBADos

2.
Podemos conocer la caridad por el cuidado que
pusiéremos en recibir los sacramentos, sobre todo el
del amor. iCuán poco trabaio , paÍa tan grande recom-
pensa! Examinemos de qué modo recibimos los sacra-
mentos, reformémonos á fin de atraet más abundan-
temente sobre nosotros las aguas de estas divinas
fuentes de vida. iQuién dudaría en emplear cualquier
medio á trueque de acrecentar su fortuna terrena.
coLOQUIO
Vivas acciottes de gracias, mezcladas con un filial
arrepentimiento y propósitos enérgicos: Jre aquí lo que
debemos presentar á Dios por mano de María y de su
Hijo, Jesús. Podre nuestro y Ave Morío.

SÁeeOO VEINTIOCHO.-La caridad de la Madre de


Dios.-La piedra de toque de la caridad

Plon de la meditocion -El amor, cuyo término


es el Padre que tettemos en los cielos, Se nos muestra
tan bello, Qüe parece deber cautivar nuestro corazón.
iEs tan fácil persuadirnos de que amamos á' Dios!
Pero, para prevenir cualquiera ilusión funesta, nos in-
dica ef SeRor un medio de verificar la realidad de este
amor. Dóciles rà SuS ensefranzas, dediquemos el pre-
sente ejercicio á esta comprobación. Consideraremos'
en el primer punto, la sefral e.tigido por Jesucristor'
verémosla luego brillar en María; y en el tercer punto
comprobaremos su conmovedor lletmamiento en el
Podre nuestro.
MEDITACION
«Qtti hobet monclata mea, et servat eo, ille est
qai diligit me>> (Joan. XIV, 2l).

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I
I

LAS VIRTUDES 149

- El que tiene mis mondomientos l, los guarclct,


éste es el qtte'me a.mrt.
1.Bn PneluDIO. Representérnonos al sef,or rodea-
do de sus discípulos ydiciéndoles las palabras del texto.
2.o PRELUDTo. Pidamos con las nrás vivas instan-
cias la gracia de amar verdaderamente a Dios.

I. La sefral del verdadero amor.-I. 1,. El pen-


samiento de la Majestad divina y de todas sus bonda-
des, y Ia rnagnificencia de algunas de sus obras, son
capaces de exc itar en nuestra alma un sentirniento
de asornbro y de ernoción, Ínuy confundible con el
amor. El Sefror, sin reprobar este irnpulso, nos pone
en guardia contra semejante irusión. La verdadera
prueba del aÍnor la busca Er en la conducta , La con-
f orrnidad de nuestras obras con la ley: he aquí,
segúrn
El mismo, el indicio cierto del arnor.
2 lcuánta verdad hay en esta lección! ciertaÍnen-
te el amor reside en la voluntad: es un sentirniento.
Pero este sentirniento nos conduce á querer el bien de
los que aÍnaÍnos; y la intensidacl de este deseo mide
la realidad misrna del arnor. ;Córno juzgarnos de los
afectos hurnanos? No tanto por las pálun'.as y por las
lágrirnas, cuanto por Ias acciones do verdade.u' bene-
volencia, r*f9.todo p.or las que irnportan esfuerzo y
sacrificio. Débil es el amor qu. hace poco y no se
molesta mucho; grande y magnrfico el qre .. óluidu y
se inmola.
Nosotros no podernos procurar á Dios ningún bien
que aÍiada cosa alguna á su perfección y felicid"ad;
sólo
su gloria externa puede ser él obieto de nuestras ansias
y esfuerro:. y elta
.gloria resulta del curnplimiento
de su voluntad. lCuál sería la glorificación ideal de
este tierno Padre? Pues no otra sino obtener de sus

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150 TERCERA PATRL]. SÁBADOS

criaturas libres la perfecta obediencia, Qüe necesaria:


mente le prestan lás causas fatalmente determinadas.
La observancia, pues, de los mandamientos eS la
mejor prueba de nuestro amor.
3. Esta primera tazón, Yâ más que suficiente, se
refuerza con otra atSn más radical. Nosotros no ama-
mos á Dios por nuestras propias fuerzas, sino baio el
impulso de là gracia diviru y por la virtud infusa de la
cuiidr,l. Ahorã bien, una transgresiÓn grave, al paso
que extingue nuestra caridad, nos quita aun el medio
de amar á Dios. Ni podernos lisonjearnos ó consolar-
nos pensando que les amamos á lo menos algo; no, flo
amamos ya nada enteramente.
El amor, además, establece cierta unidad entre los
que Se aman. ;Y donde nos uniremos Con Dios sino en
él cumplimiento de su voluntad?
4. E,sta sefral del amor tiene sus grados. ;Quieres
observar todas sus órdenes aun ligeras y procurarle
esta gloria? Pues amas más que si te contentases con
huir à'e los pecados mortales. Pero aquél alcanza la
palma del amor, que va á buscar, en el Seno de Dios,
ciertos designios más delicados y recónditos que Pl lo
nos imponel para adoptarlos corno constante regla de
conducta.
II. Hay quienes protestan de su amor á Dios en
el momentó mismo en que cometen el pecado. iCuán
enorme es Su ceguedad! Aun sin ir tan lejos éno nos
hemos engafradõ á, veces nosotros ntismos ? Enten-
damos, á Ío menos para en adelante, dónde está la
realidad del amor.

II. La sefral de este amor en la Madre de Dios.


La Reina y Madre del amor hermoso eS un ad-
-1.
mirable modelo áe esta verdadera caridad. En ella no

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Lns vIRru'DES 151

hubo culpa mortal ni venial, sino una voluntad que


en todas las cosas buscaba complacer á Dios: Ecoe
ancillo Domini, «He aquí la escl ava del Seflor'», éste
es el resumen de toda su vida. Trátase de ser Ma-
dre de Dios, Ecce ancílla. Trátase de sacrificar á su
tlijo en la crsz, Ecce ancilla. Trátase, después de
la resurrección, de aguardar durante largos aflos la
hora de reunirse á su Salvador y su Dios , Ecce
ancilla.
I I. Esf orcérnonos en penetrar la perf ección de
esta obediencia 'à Dios, y la dificultad que había en
practic arla.

III. El acto de amor del Padre nuestro.-I. El


Sef,or pone en nuestros labios la sublime oración del
Padre nuestro, que cada día rczamos. 4Sabíamos que
contiene un excelente acto de amor? Fiat voluntas
taa, «Hágase tu voluntad,: tal es el deseo del ver-
dadero amor.
II. Insistamos en semejante deseo cuando recemos
esta oración, y tro neguemos á Dios el amor que nos
pide . La voluntad es lo que hay de más grande y rnás
santo. El espectáculo más herrnoso del mundo es la
unión de voluntades entre la criatura y el Criador.
aDudaríamos en dar á Dios esta prueba de afecto?
;Córno no dársela lo más enteramente posible? 1Cómo
., no amar cualquiera l.y, pensando que es voluntad

divina, y que el cumplirla es procurar á, Dios el único


bien que de nuestra parte le es aceptable?

coLoQUro

Lamentando nuestras defecciones, digamos de todo


corazón á Dios y repitámosle, ayudados de nuestra

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152 TERcERA PARTE. sÁeeoos

Madre: uDios mío, hágase tu voluntad» . Padre nues-


tro. Ave ,Woría.

SÁeeOO VEINTINUEVE.-La caridad de la Madre de Dios


para con los hombres.-Dimensiones de esta caridad

Plan de la meditación pre-


-Esta meditación se
senta como vengadora de una caridad, cuya hermosu-
ra y grandeza denigra ó desconoce la calumnia ó la
ignorancia. Este fin le da un carácter especial; pero
responde á una necesidad de nuestro tiempo: la de re-
sistir á la corriente naturalista, QUe extravía a los hom-
bres, hasta hacerles preferir muchas veces las obras de
la naturaleza á las de la gracia. iNo se oye, por ventu-
ra, ensalzar los afectos humanos y sensibles con perjui-
cio del amor de caridad? A fin de concebir una alta idea
de la caridad, en cuonto se terntino en los hombres,
admiraremos, en el primer punto, sus vastas propor-
ciones) para verlas luego realizadas en tloría y
finalmente realizobles en nosotros mismos,

MEDITACION

« Scire supereminentem scientitte cctritatem


Christi ut impleamíni in omnem plenitudinem
Dei" (Ephes. III, 19.)
Saber la coridad de Cristo) que supera toda
ciencio, p(tr(t recibir lct ple nitud de los clones de
Dios.
1.er PnEluDIo. Representémonos al Sefror rodeado
de sus apóstoles, en el momento en que les recuerda el
mandamiento de Ia caridad . .

2.o PnELIIDIo. Pidamos la gracia de entusiasmar'


nos santamente ante la gran deza magnífica de la ca-

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LAS VIRTUDES 153

ridad , para desdeflar, en coÍnparación de ella, todo


sentirniento puraÍnente hurnano.

, Las dimensiones de la caridad, amor de los


rrês.-I. 1. llejos de nosotros para siempre esa
idea de Ia caridad, que le engendra detràctores
;vâiltâ enernigos! Con dernasiada frecuencia se la
tfla como un aÍnor de
i' encargo, efl cuyo nornbre
e uno fríarnente y casi á la fuerza, si bien con
tud, ciertas tareas, útiles por otra parte y ma-
canrente prescritas, e fl f avor de unos hornbres
rn los cuales, er el fondo, queda uno indiferente.
e rnodo truécase la caridad en un amor sin
sin juventud, sin alientos, sin vida. quedando
amor pasional los colores, los encantos y las
s iniciativas. iY no protestan aún bastanteton-
falsificación de la más bella de las virtudes y,
rslo sin vacilar, de la más pura y rnás ardienie
rÍnas, las lágrirnas de Jesús, ejernplar divino de
'idad, y e.n por de Ej, las
'cloreiy los entusiasrnos de alôgrias, los pun-
los santos?
)igarnos más bien los líricos acentos del más

tirniento inrnenso, cuyas grandiosas dinrensiones en


altura, anchura, profundidãd y longitud, ,aspiramos á
comprender mejor.
(I) 1.a Cor. 13.
(2) Ephes. III, 18.

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154 TERCERA PARTE. SÁBADOS
lo t,ás
iLa alturo de la caridadl Subid, subicl hasta
alto de los cielos, hasta el corazón rnismo de Dios: de
allí es de donde, como de su manantial. desciende;
allá es á donde se remonta como á su término: senti-
miento del cual nosotros participamos comunicado por
Dios, viviendo en El, de El Y Por El'
iLa onchuro de la caridad! Dios, como Padre,
abraza amorosamente á todas las criaturas racionales,
salvo las que, culpa suya, han incurrido en su de-
PoÍ
finitiva maldición.
La caridad tiene igual extensión. En todas las cria-
turas racionales hallisu razón de ser, ya que todas
se refieren á Dios y son criadas para poseerle. En su
calurOso abrazo, abarca á los hombres presentes, ex-
tiéndese á los pasados, Qüe no conoció, y á los futu-
ros, Qüe aun ,à pr.de aãivinar; las inteligencias del
cielo, ju. almas del purgatorio y los honrbres de este
mundo; los amigos y los enenrigos. ES un amor que Se
desborda, rompi"endó todos los diques, y traspasa todas
las fronteras lôvantadas por la nattraleza ó por el arte.
para
iLa profundidad de la caridad! Ella quiere
todos e[ *ó;or dg los bienes y procura que sea lo más
intenso posiÉte, Y lo compraría a cualqlier precio y de
cualquier modo. «Deseo, escribía San Pablo, Ser alla-
tema por mis hermanos» (1)'
eterna,
iLà tongitud d,ela caridad! En Dios, que es
sin principio ni fin, más larga que todos los tiempos:
'perpetuo
caritate dileri te, «te he amado con amor
eterno,. La ôaridad dura toda la vida del hombre, y
dura para todos, á pesar de la frialdad y la ingratitud,
yr se prolonga por los siglos de los siglot'
II: Entreguémonos á la admiración que este es-

(l) Rom. IX,3.

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LAS VIRTUDES 155

pectáCulo forzosamente nos inspira. Amar á nuestro


prójimo con amor de caridad, iqué resolución tan su-
blime!, iqué objetivo se nos propone para su realiza-
ción! Nada más grande, nada más levantado; no es po-
sible concebir un empleo mejor de nuestra vida.

II. Dimensiones de esta caridad en María.-I. La


caridad de María, tomada de Dios y referida á El
corno toda verdadera caridad, pero tornada más abun-
dantemente y devuelta más cargada de frutos, extién-
dese á todos los hombres, como á otros tantos hijos
espiritualmente engendrados , y â todos los bienaven-
turados espíritus, sobre los cuales María reina como
graciosa y amable Soberana. Caridad profunda, hasta
hacer á María Reina de todos los mártires, ofrecien-
do por los hombres rnás que á sí misrna, á su Hijo y á su
Dios. Caridad de indefinida longitud, cuya trama no
pudieron romper los verdugos, corno ni tampoco los
pecadores, que siempre, si quieren, hallan en ella un
refugio. Testigo son de ello tantas espléndidas con-
versiones, debidas manifiestamente á la intervención
de esta buena Madre.
II. En nuestras angustias y penas, flo olvidemos
que María nos atna, efl el cielo, con un amor maternal
que no puede desfallecer. Pero debemos disponernos
para sentir los bienhechores efectos de esta caridad
por medio de una humilde confi anza.

ru. Dimensiones de nuestra caridad.-I. Exa-


minemos nuestro amor á los hombres y los límites
estrechos en que tal vez lo hernos encerrado.
En su altura, 4hemos abandonado acaso el princi-
pio y motivos divinos por razones secundarias y acce-
sorias?

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156 TERCERA PARTE. sÁseoos

En su longitud, iqué de fronteras circunscriben


tal vez nuestro amor: fronteras de patria, de lenguaje,
de natural simpatía, de carácter ó de humor!
En su profundidadr lcuán mezquinos son nuestros
dones, cuán avara nuestra parsimonia en disponer de
nuestros bienes y de nosotros misrnos! 1Cuán barato
hemos pretendido amar!
En su longitud, icuán pronto, tal vez, quedó nues-
tro amor cansado de Su aparente inutilidad, descon-
certado por el aislamiento y derribado por Ia ingratitud!
No son éstos los caracteres de la verdadera ca-
ridad.
II. ;Cuál puede y debe ser nuestro amor á los
hombres?
' El piincipio de, nuestros actos es la inteligencia y la
.

voluntad.
Es, pues, preciso purificarios de todo obstáculo
que pudiera oponerse á,la caridad. Por consiguiente:
a) Hay que desterrar de la inteligencia todo pensa-
miento severo, pesimista, orflulloso, celoso; y reem-
plazarlo por pensamientos indulgentes y humildes,
hasta poner á los demás sobre nosotros mism os; b) Hay
que desterrar de la voluntad todo sentimiento amargo,
desesperado , para reempl azar el odio y la aversión
por una confiada dulzura; c) Hay que desterrar de la
conversación toda palabra que pueda herir á los hom-
bres, apartarlos unos de otros, dividirlos: tengamos
cuidado con las imprudencias: d) Ílay que desterrar de
nuestras acciones cuanto repugne, disguste, contraríe;
hay que ser serviciales y diligentes, cediendo á los de-
más el primer lugar.
iQué plan!; mas también, iqué resultado en pers-
pectiva! Emprendamos su eiecución punto por punto.
Pero entendamos que no vamos á ser comprendidos ni

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LAS VIRTUDES 157

imitados por muchos hombres. Cierto es que no llega-


ríamos al término si, en lugar de tornai ejernplo te
Jesús y María, tuviésemos cuenta con lo que se piensa,
se dice, ó se practica sobre la tierra.

coLoQUro

Trabemos fervorosa conversación con la Reina del


Amor herrnoso, para que ella levante nuestros corazo-
nes á tanta sublimidad. Ave Marícr.

SÁgeOO TREINTA.-I-a caridad de la Madre de Dios:


La caridad triunfadora del egoísmo

Plan de la meditación el egoísmo


-Estudiemos
para mejor vencerle y derribarle á ejemplo de María.
Tres puntos: I{aturaleza y formo del egoísmo; Vic-
toria de la Santísima Virgen sobre el egoísmo; Vic-
toria que hemos de conseguir sobre él nosotros
mismos.

MEDITACION

"omnes quae saa sunt quaerunt, non qaae sunt


Jesu Christi» (Philip. II, 21).
Todos buscan sus interesa.s, no los de Jesa-
cristo.
1 .Bn PneluDro. Representémonos al sefror en
aquella hora, tan dolorosarnente interesante, que siguió
á la última cena. He aquí que promulga su mandamiénto
nuevo, el de amarnos en él n:risrno, con amor fraternal.
2.o PneluDro. Pidamos la gracia de extirpar de
nuestra vida el egoísmo, irnitando á Jesús y á María.

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158 TERcERA PARTE. sÁsADos

Naturaleza y forrna del egoísmo. -- I. 1 . De-


I.
bemos amarnos á, nosotros mismos y no podemos
Ser egoístas. ;Cómo estas dos proposiciones no Son
contrãrias entre sí? ceué amor nos obliga Dios á tener
para con nosotros mismos? eQué amor de nosotros mis-
mos se reprueba con el nombre de egoísmo?
iNo lô notamos? El vicioso amor de sí rnismo
se úunifiesta por cierta oposición que le pone en pug-
na con Dios y con los demás hombres. Según su
grado, molestã ó contratía á la caridad, Qüê une al
[ornbre con Dios y a los hombres entre sí.
Venimos de Dios, y p ara Dios somos así ttosotros
mismos como todas nuestras cualidades. Debemos,
pues, á Dios esa correspondenglu.d. afecto que un hijo
debe á su padre, del cual recibió la vida y cuya seme-
janzaostenta. Dios nos hizo nacer en el seno de Ia gran
íamilia humana: debemos, pues, reconocer, además, Y
fomentar semejante fraterniaad. El egoísta en el hogar
doméstico, es el hijo que no reserva, en Su corazón,
lugar para su padre y sus hermanos; el egoísta en la
.r"ru de Dios ó en la familia humana, es el que se ama
á sí mismo, separadamente de Dios y de los hornbres;
ãt qu. busca sus conveniencias y sus gustos, sin inquie-
tarse por los otros.
Esta separación de Dios, esta exclusión de los
demás, pueden Ser tnás ó menos completas, según la
intensidad del egoísrno. Mas ino se comprende que al
lado de un egoii*o radical, absoluto, necesariamente
impopular, qiíe limitara todo su ef ecto á sí mismo,
prãaà halluri. otro egoísmo más moderado y menos
àparente, el cual no es otra CoSa sino el amor exclu-
siVo á un corto número? E,goísmo real, siir embargo,
porque se encierra en límites más estrechos qtte los de
i. u*ubilidad. Tal es frecuentemente el amor que, con

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LAS VIRTUDES 159

el nombre de amor de familia ó de los amigos, opónese


Con frecuencia a la caridad. Mirémoslo más de cerca.
2. a) La caridad no desconoce ninguna de las
tegítímas emociones del hombre. Aunque puede conci-
liarse con un carácter seco y frío, y no infunde en los
hombres de este temperamento una sensibilidad más
viva, SaCa, sin embargo, de las pasiones puestas á su
servicio, un auxiliar precioso y una perfección acciden-
tal. La apariencia menos jovial y menos calurosa de la
caridad no radica en esta virtud, sino en aquel en quien
reside. Mas el amor dictado por un motivo distinto de
la caridad, contiene siernpre cierto egoísmo: deséase el
placer, poÍ otra parte honesto, de una Conversación
interesante, Como entre Compafreros de un mismo hu-
mor; la dulzura de una Comunicación hecha con aban-
dono; la satisfacción ó el consuelo de verse objeto de
elección ó preferencia. La caridad, por el contrario, sin
hallar qué reprender en esta Comunicación, conversa-
ción ó preferencia, flo se detiene en nada de todo esto
á fin de amar gratuitomente con toda su alma.
b) La caridad no descottoce los lazos de prori'
midad, porque observa el orden en nuestras relacio-
nes legítimas; pero arna á, cada uno tanto cuanto exi-
gen las razones que tiene para amarle. Stl extensión
demárcanlo los muchos ó pocos motivos que solicitan
su afecto. Así observa el incomunicable lazo que une á
los hijos con los padres, al esposo con la esposa, dedi-
cando especial benevolencia a los padres, á los hijos, al
esposo , á la esposa. Atiende a la movible escala de las
necesidades, y está pronta á inclinarse hacia otras na-
cientes indigencias. Une á, los hombres, y por su
medio los corazones de éstos laten al ttnísono, y siem-
pre está dispuesta á acoger á un nuevo hermano ani-
mado de los misÍnos sentirnientos.

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160 TERCERA PARTE. SÁBADOS

La caridad coÍnprende, pues, virtualmente todos los


otros amores, pero roÍnpe sus artificiales diques. Ad-
rnite el sentimiento, pero sabe ser sefr ora de él para
olvidarse de sí, según la rnedida en que este olvido
aprovecha al arnor ó deja en libertad para amar; ad-
mite, pues, el sentimiento, pero sin egoísta exclusión;
la materia y el brazo podrán faltar en el ejercicio de
Ia caridad, pero el corazón, jamás.
II. Procuremos penetrarnos bien de estas ideas
exactas, para no dejarnos seducir por ciertos amores
rnenos nobles.

II. Exclusión del egoísmo en María.-I. María


amó á su hijo rnás allá de cuanto puede fingir la ima-
ginación. iMisterio de aÍnor, peÍo al misrno tiernpo rnis-
terio de generosidad! iVed cómo supo su caridad apar-
tar toda exclusión!
Ella arna, mas ipor quién? Por Dios, bien persuadida
de que, si tiene este Hijo es sólo porque Dios lo quiere.
Ni guardó á aquel Hijo para sí sola. Durante toda
la vida pública del Salvador, privóse ella de su con-
versación, y ofrecióle por todos con tal ardor, que por
ello mereció ser la Reina de los apóstoles.
I I . iCuánto deberíamos profun dizar en esa cari-
dad cle nuestra Madre! Uniríanse entonces á nuestras
felicitaciones, acciotles de gracias y propósitos de ge-
nerosidad.

III. Nuestra victoria sobre el egoísmo.-Estudie-


mos con mucho cuidado las forntas posibles de nuestro
egoísmo:
1 . En nuestros afectos, la arnistad particular ce-

losa de la competencia.
2. En nuestras simpatías, el arnor lirnitado á un

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LAS VIRTUDES 161

país, á un Instituto, á una provincia, â una localidad.


3. En nuestras obras y en el uso de nuestros bie-
nes irepartimos de buena gana nuestros recursos, el
fruto de nuestros talentos?
4. En nuestra manera de obrar el hien, descar-
tando ciertos modos posibles, por vanidad, por peÍeza,
por amor propio lastimado.
II. Esforcémonos en coÍnprender la gran ley de la
caridad. uCualquiera que haya recibido de la divina
Bondad mayor abundancia, sea de bienes exteriores
del cuerpo, sea de bienes del alma, los ha recibido con
el objeto de que sirvan á su propia perfección, y junta-
mente, corno rninistro de la Providencia , para alivio de
los clernás (1).

col-oQUro

En este coioquio, admiremos al Cor azón de Jesús y


la amplitud de sus sentimientos. Luego, pasando al co-
razón de nuestra Madre, gocémonos de ver en ella una
perfecta imitadora de su Hijo. IY nuestro corazón per-
manece aún tan estrecho! ioh, Corazón de Jest'rs, por
el cora zón de vuesti'a À{adre, haced mi corazón seÍne-
jante al vuestro! Ave María,

sÁsADo TREINTA y UNO.-La caridad de ta Madre de


Dios.-La caridad y las otras virtudes
Plan de la meditación.- El paralelo entre la cari-
dad y las ot.-as virtudes, compl etará nuestras conside-
raciones precedentes, y al acrecentar nuestra estima
por la reina de las virtudes, nos rnanifestará la exce-
(1) Encíclica Rerum no'norum sobre 7a condición de los obre-
'"
*','Ji;:::::,::'j,,
_,,

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162 TERCERÀ PARTE. SÁBADOS

lencia de todas las de María. Verernos sucesivamente


cómo lo caridad corona todas las virtudes; cómo las
inspiro y cómo María, poÍ consiguiente , los poseyó
todas en grodo eminente.

MEDITACION

"Nunc autem monent fides, spes, coritos, tria


haec, mojor outem horum est caritas»> (1 ." Cor.
xilt, 13).
fe, la esperanzo, la cari-
Áhoro permonecen la
dad, grandes virtudes los tres; pero la moyor de
ellas es la coridad.
1.rn Pner-uDlo. Figurémonos á la Santísima Vir-
gen presentándose dulce y buena á su prima Isabel.
2.o PnELuDIo. Pidamos la gracia de que crezcan
en nosotros estas virtudes, que la caridad corona é
inspira.

I.
La caridad corona de las virtudes.-I. La 1.
excelencia de la caridad no consiste en una simple pri-
macía de honor y de categoría. La caridad, comple-
mento necesario de todas las virtudes, eS como el
remate que cubre todo el edificio y sin el cual, abierto
á los vientos y á la lluvia, sería inhabitable.
lCon qué términos tan expresivos inculca San Pa'
blo esta necesidad! iCon qué imágenes trata de gra'
barla en nuestro espíritu! «Vana es la elocuencia de
los hombres y aun la de los ángeles; vana toda ciencia
y aun la profecía; vana la fe aunque fuese capaz -de
trasladar las montaf,as; vano el renunciar todos los
bienes en los pobres; vano el rnartirio de un cuerpo

( I ) 1 .r Cor. XIII, 13.

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LAS VIRTUDES 163

entregaclo á las llarnas: si no tengo caridad, con todo


esto, no soy nada; todo esto no me sirve de nada (l).
2. Después de haber pesado la fuer za de cada una
de estas expresiones, tratemos de explicárnoslas. iDe
dónde viene esta indispensable necesidad de la cari-
dad? De que soÍnos hechos para Dios. Todo es, por
consiguiente, inútil cuanto no va á parar aEL Ahora
bien, efl el orden actual del rnundo, ilo hay más que un
camino para llegar hasta Díos, el camino de la caridad.
Desde que nos hizo la magnífica oierta de su amistad,
ya no acepta El otros homenajes, otros presentes, ni
otras ofrendas, que hornenajes, presentes y ofrendas
de arnigos. Si la caridad está ausente, las santas ener-
gías de las demás virtudes no pueden conducirnos á
Dios. Por la curnbre de la caridad, toca el hombre ála
Bondad infinita.
Es cierto que aun el pecador es capaz de buenas
obras, sobre las cuales Dios, por su rnisericordia que
sobrepuja á la justicia, se digna dirigir una mirada
compasiva; pero estas obras no pueden servir sino
para irnplorar de Dios Ia restitución misrna de la cari-
dad, sin la cual no hay mérito alguno para la vida
eterna. A la hora de Ia rnuerte se verá coÍnprobada
esta cornpleta esterilidad, QUê el Apóstol pone de relie-
ve en su carta á los fieles de Corinto.
II. iQué compasión deberían inspirarnos la jac-
tancia, las estrepitosas risas, las vanas pretensiones
de los pecadores! Su alma está rnuerta, iDios quiera
que no lo esté jarnás la nuestra!

ll. La caridad inspiradora de las virtudes.-1.


1 . Si Dios no se complace sino en la obra que per-
todo acto generoso y bueno pue-
feccion a la caridad,
de ser, no solamente referido áÉL sino tárnbién óurn-

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164 TERCERA PARTE. SÁBADOS

plido por su amor. iNo mira por ventura colno hecho


á El mismo el servicio prestado al menor de los stt-
yos? (1)
La caridad puede así convertirse en inspiradora
de todo pensamiento honesto, de toda palabra correc-
ta, de toda acción laudable; puede cubrir con su oro
puro todas las ofrendas que destinamos á Dios.
El Seflor mismo confirma esta doctrin a al reducir
todos los mandarnientos al amor de Dios y del pró-
jimo. Si todo es algún rnodo de amar á Dios, todo pue-
de hacerse por amor de Dios.
2. Muy útil es, por otra parte, Qü8 el recuerdo de
la caridad acompafle el ejercicio mismo de las virtudes,
y que la intención de la caridad las ennobl ezca: así
ãerán todas verdaderas y de buenos quilates. iNo hay
acaso una falsa bondad, QUe se hace cómplice del mal,
y que no es más que flaqteza y cobardía? ;Y no hay
también un celo exagerado y mal entendido, que no
puede llevar ningúrr fruto? El Apóstol parece Íiiar su
vista en estos êxcesos cuando celebra el proceder
propio de la caridad, «paciente, benigna, alejada de
ia envidia, de la presunción y de la vana complacencia,
desprovista de ambición y miras interesadas; que \uq^
enc-ona, ni nada-interpreta mal; que no se alegra de lo
malo, sino que participa del gozo de la verdad» (2).
;Como no pensar aquí en ciertos celadores de las
buenas causas, llenos de hiel y de amargurq QUo exa-
geran las culpas, y ernpujan hasta el extremo de la
ã.s.tperación á los que aún podían convertirse? iEs
la causa de Dios la que así les excita? iNo se dejan lle-
var en el fondo de algún rencor,r no alimentan alguna
ambición, no acariciaã algún interés? No son éstos los
(11 jvlatth. XXV, 4-6.
(2) 1.a Cor. XIII, 4-6.

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LAS VIRTUDES 165

Macabeos que Dios escoge parasarvaciónde su pueblo.


Se exponen á dafiar, aun cuando defiendan la verdad.
II. 1. Procurernos que, efl nuestras acciones, do-
minen rnotivos del aÍnor.
Vigilernos para que nuestro celo sea siernpre
dictado por una muy pura intención y constantemente
acompafrado de una bondad prudente y sufrida.

III. María y las otras virtudes.-I. Las relaciones


de la caridad con las dernás virtudes nos permiten dedu-
cir, sin ningún género cie duda, de la caridad de la vir-
gen, todas sus virtudes. La vida de María nos es en su
mayor parte desconocida, y aun podía el Evangelista
pasar en silencio los pocos rasgos de fe, de const-ancia,
de piedad que de ellanos cuentã, pues bastábanos saber
que el alrna de María ardía en santo amor, para recono-
cer_lr.g9, QUe reflejaba la belleza de todur lusyirtudes.
II. Después de reflexionar atentamente en la ver-
dad de esta inducción, saquemos la consecuencia prác-
tica de que el medio rnás óorto , y más suave al rnismo
tienrpo ,, para adquirir todas ras
-virtudes,
es acosturn-
brarnos á obrar con espíritu de aÍnor, y a fundarlo
todo en Ia ley de la cariàad, según la paiabra de sau
AcusrÍx: «EI amor a la penã ó nos hace arnarla, ;
-quit
Lrhi amatur non laboratur, aut et labor amatur (7)'_

H,sarnos er coroqu,:;::J;:., de ra Reina de ros


cielos. Contemplérnosla adornáda de magnífica vesti-
(1) De bono viduitatis c. 21 (M., p. L., t. 40, col. 44g). La misma
idea se halla expresada en su sermón 70, c. 3 (M., p.
L., t. 3g, cor.
444). Sar Bpnx-a.noo dice igualmente: «úbi autem'^
se_cl sâpor», Donde hay amor
õr,labor non
-gu.to.
9gt, !o hay trabriãiino o---
85 in Canttca n, 8. (M., p. L., t. lg3,
sermón
col. t tgS).

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166 TERCERA PARTE. sÁsADos

dura, cubierta de pedrería y de los más variados


ornamentos, símbolos de sus virtudes. Pidamos que
nuestra caridad participe de la Suya tan excelente.
Regina caeli laetare! ulReina del cielo, alégrate!'

SÁeeDO TRE,IN rA Y f)OS.-La humildad de la Madre de


Dios.-Hermosura de esta humildad

Plan de lo meditación Esta meditación está


destina d,a á, darnos á conocer mejor la hermosura y la
grandeza de la verdadera humildad, virtud cristiana
! fundamento de la vida espir-itual. Veremos sucesi-
ír*.nte la naturoleza y los coracteres de la humil-
dacl ,lo admirable humitdad de lo Modre de Dios,
12 los medios que tenemos de imitar cí lWaría.

I
MEDITACION
«Discite o me,, quio mitis sum et humilis corde>>
(Matth. XI ,29).
Aprended de ffií, que soy manso t2 humilde de
corozón.
1 . ER PnelUDIO. Representémonos á María en la
humilde casita de Nazaret, en el momento en que acep-
ta el ser Madre de Dios.
2.o PnELUDIO. Pidamos la gracia de penetrarnos
de estima y admiración por tan hermosa virtud, á fin
de parecernos más á nuestra admirable Madre celestial'

I. y caracteres de la humildad.-I.
Naturaleza
1. La virtud
humildad, de la voluntad libre, modera,
según los designios de la Providencia, el deseo de
nuõstra propia exaltación. Esta breve def inición nos
muestr a ya cuán preciosa sea esta virtud.

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LAS VIRTUDES 167

d. Pero, según
aoalomenos
rehusando tta-
la voiuntad de

gar en nuestra conducta. Para ser capaz de practicarla,


huy que haberse acercado á Dios, cômo puóo* hacerlo

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168 TERCERA PARTE. SÁBADOS

un cristiano; hay que reconocer, corno é1, en la volun-


tad divina una voluntad paternal. El ejernplo mismo de
un Hornbre-Dios no es excesivo para inducir al sacri-
ficio de una tan vehemente propensión, cual es la que
nos empuja hacia el brillo y los honores.
II. Para seguir, durante toda nuestra vida, la
gloriosa ensefra de tan hermosa vii:tucl, esforcémonos
en gustar sus atractivos.

Itr. Admirabte humildad de la Madre de Dios.-I.


La Virgen es hurnilde siempre y en todas partes. Es-
lo antes y después cle su maternidad. Es humilde ante
Isabel, ante José y en toda su vida privada; lo es en
la vida pública del Salvador, eclipsándose de buena
gana rnientras El predica el reino de Dios. Sólo se
reserva el derecho de reaparecer para compartir con
El la suprema deshonra de la cruz. Y esta humildad
persevera aún después que Jesús entró en la gloria.
Mas, contemplemos el magníf ico espectáculo de
esta humildad en el misterio de la AnunciaciÓn. Antes

nente, para Ia que se le exige una resolución repentina


y sin dàmora, y cuanto que el elogio viene de lo alto.
II. gNos maravillaremos, después de esto, de que
la humildad de la Virgen Santísima haya arreb atado á

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LAS VIRTUDES r69
los Santos Padres, y que hayan éstos reconocido, efl
su inmenso abatimiento propio, la preparación para su
glorificación suprerna? Traternos de participar de su
entusiasmo por nuestra Madre.

III. La adquisiciórr de la humildad.-I. La ple-


na posesión de un tesoro, como la verdadera humildad,
supone continuos y prolongados esfuer zos, llevados á
cabo bajo la influencia'de la gracia. Pero nada debe
parecernos costoso por adquirirla.
Por otra parte, podernos sacar partido de todo;
nuestra misma miseria y nuestros tropiezos nos pres-
t-qn preciosos recursos. En efecto , trátase de persua-
dirnos íntimamente de la hermosura y necesidad de la
hurnildad. iDe dónde sacar esta persuasión? La con-
sideración de la misma virtud, de sus caracteres, del
papel que desempefra, será sin duda Ínuy útil; pero el
arguÍnento resulta sin réplica, si lo confirrnamos con el
recuerdo de lo poco que somos y, sobre todo, de las
faltas que hernos cometido. Aqui es donde se muestra,
si es lícito decirlo así, la virtud santificante que reco-
nocía Sex IcmACro en los errores pasados (1). Su
memoria nos hará-poco exigentes, y muy dóciles al go-
bierno de Dios. lCuán dulce nos parecerá el yugo ãel
Sefror; cuán ligeras las penas de esta vida, si
[ensu-
Ínos en los tormentos, que las pruebas presentes subs-
tituyen, y en la irreparable desdicha de que nos libra
la divina ley I (2)
II. vearnos sinceramente si nos hemos aprove-
chado de las facilidades que teníamos para llegar á
ser hurnildes. icuánto deberíamos avergonzarnos si
(l) Dp FnaNcrosr, L'esprit cte SÍ. lgnace, XtX.
(2) Vide Sax Benrrn»o,4.0 Sermón sobre el Salrno: eui habítot,
n. 4 (M., P. L., t. 783, col. Ig2).

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170 TERCERA PARTE, SÁgeDoS

hallásemos que á nuestras rnúltiples prevaricaciones,


afradimos tod avía un humor melancólico é inacabables
quejas!

coloQUro
Pidamos perdón de lo incorregiblemente obstinados
que permanecemos en nuestra vanidad ó soberbia. Y,
llenos de admiración por la humilde Madre de Dios,
supliquémosla acepte nuestro propósito de hacernos
verdaderamente humildes, y que se digne enseflarnos
el secreto de una virtud tan hermosa y tan fecunda.
Ave Moría.

sÁgeoo TREINTA Y TRES.-La humildad de la Madre de


Dios.-Admirables efectos de esta humildad

Plan de la meditación Ên esta


-Contemplaremos,
meditación, tres admirables resuitados á que conduce
la humildad: nos funda en la verdod, en-la grocia t,'
virtud, on lo paz y Io dicha.

MEDITACION

"Deus superbis resistit, humilibus autem dat


gratiam" (Jac. [V, 8).
Dios resiste d los soberbios) pero cí los humildes
do grocio.
1 .pn PnnluDlo. Consideremos á la Santísima Vir-
gen ante Isabel, su prima, á la cual saluda ella prime-
ro. A las magnífícas alabanzas de Isabel, responde
María exclamando: «Glorifica mi alma al Seflor... Dig-
nóse mirar á, la humildad de su esclava, etc. »
2.o PRELU»Io Pidamos la gracia de comprender

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LAS VIRTUDES T7I

bien los frutos de la humildad, para admirarlos en nues-


tra Madre y trabajar por adquirirlos nosotros mismos.

I. La humildad y la verdad.-I. 1. Seamos sin-


ceros con nosotros mismos. lNuestras relaciones cotl
los prójimos están exentas de fraudes y de engaf,os?
i Al poner sencillamente los ojos en nuestra con-
ducta, flo tenemos que avergonzaÍnos como bajo una
acusación de rnentira? Hemos dejado decir, er elogio
nuestro, [o que era falso; hemos aceptado cumplirnien-
tos inmerecidos; hemos opuesto excusas y quejas á jus-
tos reproches; hemos alterado la verdad pata hacer
más interesantes nuestros relatos, ó hacernos atribuir
una influencia, un papel más considerabl e, quizás para
denigrar á nuestros rivales. gPor qué dejarnos deslus-
trar una virtud tan noble como la veracidad? Por jac-
tancia, poÍ vanidad, por orgullo.
2. El don de ser franco y completarnente veraz, es
propio del hurnilde . La humildad excluye de la inteli-
gencia el error sobre nosotros mismos, sobre nuestros
talentos y nuestro mérito; de la voluntad, alejando la
excesiva complacencia en nosotros rnisrnos: pone en
nuestros labios palabras leales, desnudas de todo dis-
Íraz; destierra cle nuestros actos las pretensiones y la
ostentación.

todos los deseos al plan de la Providencia.


II. iCuán precioso es este fruto de la sinceridadl
iQué hermoso es ser siempre verídico! No puede uno
rehusar su estinración a la perfecta rectitud y lealtad;

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172 TERCERA PARTE. sÁeeDos

al contrario, sobre el que se adorna con méritos ajenos


caen el ridículo y el desprecio. Y no olvidemos que de
nada le servirá, al soberbio y al vanidoso el haber acer-
tado á ocultarse acá abajo con apariencias contrarias;
que su falso juego, patente siempre ante Dios y sus
escogidos, será descubierto en el juicio final á los ojos
del universo entero.
La humildad, de tal rnanera está en la verdad de
nuestra situación, Qüe el orgulloso es detestado, el va-
nidoso cae en ridículo, y la popularidad vincúlase in-
venciblemente al hornbre que junta, al mérito, la humil-
dad y la modestia.

II. La humildad y la gracia con las virfudes.


-
I. 1. Dios da su gracia d los humildes. ;Por qué?
Porque el humilde le tributará esa gloria, Qüe es el
fin de toda obra de Dios, tnientras .que el orgulloso
abusaría de las divinas gracias.
2. Sin humildad, perece toda virtud, ya que el al-
ma de la virtud es la intención recta, y el soberbio no
la tiene sino torcida . La virtud no se ejercita sin el au-
xilio divino; la fuerza de lo alto deja de elevar un acto
viciado en su principio (1), y así substráese el divino
socorro á quien deja de ser humilde.
3. Al contrario, la humildad allana el camino de
toda virtud. El humilde, favorecido con más abundante
gracia, profesa una sumisión á Dios que facilita suma-
mente la fe; haciéndose superior á los temores de un
rnal resultado, y lejos, Sin embargo. de una temeraria
presunción, despli.go una actividad llena de fort aleza;
es desinteresado; sin apasionarse por el cuidado de los
(l) Le suponemos enteramente viciado, porque aigo de va-
nidad se mezcla fácilmente con ntiras honestas, sin deformar el
acto todo entero.

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LAS VIRTUDES 1-c
ll.)

honores; a la docilidad que él rnuestra á Dios, corres-


ponde una docilidad cad a vez mayor de las pasiones al
imperio de la razón; el hurnilde es casto como sin es-
luerzo, y icómo siendo superior á Ias intrigas y celo-
sas rivalidades, no ha de cumplir el gran mandamiento
' de arnar á los hombres? gNo es, poa otra parte, todo
acto bueno una forrna de Ia surnisión á Dios que busca
la humildad?
II. Adrniremos, efl María, estos efectos de la hu-
rnildad. Lo gracia de la maternidad síguese á su hu-
milde aquiescencia ála palabra divina. Así lo ensef,an
Ios Santos Padres: jamás hubiese escogido Dios una
rnujer menos hunrilde que María. 1Cuán verdadera
fortoleza hay en la tranquilidad con que delibera sobre
el gran designio, para el cual le pide el ángel su consen-
tirniento! Sólo una extraordinaria hurnildad podía, en
aquel rnomento, preservarla de toda agitaci ón.La hu-
rnildad proteje su pudor, díctale una conducta llena de
saave reserva; a haber sido Ínenos humilde, á las pri-
meras indicaciones del ángel hubiese dicho interior-
mente acliós á su perfecttt castidad. y toda la cori-
clad que demuestra á su prinra, se explica igualmente
por su profunda humildad.

III" La hurnildad y la paz iunto con la dicha.-


I. Mientras nuestra vista puede seguir á María en su
vida íntiffio, vémosla ejecutar sinrpiêmente todas las
cosas, dichosa, contenta de su estaclo, cle su amado
Hijo, de cuantos la rodean. Todas sus pruebas vienen
endulzadas por un sentirniento de calma y de paz.
II. La humildad suprirne evidenternente, durante
el esfuerzo, la inquieta agitación, y el decaimiento
después del rnal éxito. ;Por qué ha de andar inquieto
y abatido el que no ha obrado sino por Dios y aôepta

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174 TERCERA PARTB. SÁE i\ DOS

gustoso todas las disposiciones de la Providencia? La


paz reina en el alma de los humildes, como un goce an-
ticipado de aquella paz deliciosa que se disf ruta en el
cielo. Allí mismo, en la desigualdad de la gloria y de
la recompensa 4cuál es el secreto del inefable contento
de todos? La caridad, hecha posible por una perfecta
humildad; la amorosa sumisión que los elegidos tienen
á Dios, sü Padre.
III . Ena jena dos por los encantos de esta virtud,
ávidos de paz y tranquilidad, entreguémonos á' la prác-
tica asidua de la humildad. No escuchemos ya las pér'
fidas voces contrarias.

coLoQUIO

Consideremos, en el coloquio, que el Sefror dió la


humildad como seflal distintiva de su carácter. «Tomad-
me como maestro, porque Soy manso y humilde de co-
(1). lCuán supremo honor concede á esta virtud!
' razón,
Latrumitdad es también nota característica de María.
de ser nuest este
y María, Y ia el
ãe una pÍo! Ma'
río.

sÁseoo rRElNr""r"olyt:T,;t" prudencia de ra

Plon de to meditación -Para adquirir una noción


exacta de esta virtud, cuya influencia rige toda nues-
tra vida espiritual, conãideraremos simplemente la
verdadero iaturaleza de la pradencia, lo intención,

(1) Matth. XI, 29. Cfr. Philip. II' 5-9'

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LAS VINTUDES 175
que es su almq y sus odmirables efectos. Las consi-
deraciones de cada punto irán confirmadas con el ejem-
plo de la Madre de Dios.

MEDITACION

. «Principiam sapientiae timor Domini, et scien-


cio sanctoram_ prudentia» (prov. Ix, r0).
El temor de Dios es principio de la sobidurío y
lo ciencia de los santos es la'prudencia.
l.'tt PnpluDro . La entrevista con el ángel san
Gabriel, en que resplandece Ia asombrosa hurnildad de
María, hace resaltar asirnisÍno la perfección de su pr;-
dencia. Representémonos, pues, êl aposento donde
pasa el rnisterio de la Anunciación.
2.o PneluDro. pidarnos á Dios se digne cornuni-
carnos abundantemente una virtud tan neõsaria coÍno
la prudencia"

I. verdadera noción de la prudencia. I . 1 .


Condecórase frecuentemente con ál nornbre de - pru-
derrcia, el talento práctico de llegar át un fin bueno, in-
diferenl. y aun rnalo. pasa por prudente el hombre
que sabe cuidar de su salud, sus intereses, su popula-
ridad. En este sentido no es sino cierta habiliàaà:
un
,Ite, lue pueden poseer así los malos como los buenos.
cNo dijo por ventura el Sefror, que en el rnanejo de sus
negocios, los hijos de estg siglo arrentaian en pruden-
cia a los hijos de la luz? (l)
2. Para describir en pocas palabras la de
la. prudencia, la definirnos: ,ná virtud del'irtud
entendi-
miento que, bajo la influencia de una voluntad recta,

(1) Luc. XVI, 8.

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176 TERCERA PARTE. SÁBADOS

nos hace buscar constantemente, y preferir y adoptar


en la práctica, el partido de la virtud. Supone, pues,
buena disposición en la voluntad. Bajo el impulso de
ésta, el espíritu delibera sobre las acciones que hay
que ejecutar ú omitir; determina á obrar bien, é impera
la buena acción ó la ornisión meritoria. Como se ve ,
la virtud de la prudencia es la aliada de la buena in-
tención , á la cual guía en la elección de todo bien . La
prudencia, que no es más que una habiliclad, puede ser-
virle de muy útil instrumento.
3. lcuánto se aprecia esta habilidad! iY qué es,
sin embargo, comparada con la virtud? Aquélla pro-
longa por unos días una vida perecedera, ésta hace
vivir eiernamente; aquélla da algunas bocanadas de
incienso, que luego se disipa; ensefra á gobernar súb-
ditos, Qüe luego Se Confunden con su rey en un mismo
polvo: la virtud hace gozar de eternos honores, comu-
ni., una dicha sin fin a las pasiones que ha sujetado
á sí, y prepara una definitiva preponderancia para el
día en qr. los hombres saigan del sepulcro.
iCórno se burla Dios de los conseios humanos!
iCuántos de esos hábiles, tan entendidos en los
nego-
cios temporales, están en camino de fracasar en los
negocios eternos, expuestos á excl arnar un día, baio
el [olpe de la más amarga de las desilusiones: «Mirad
á ãquellos que hacíamoá ntanco de nuestras burlas y
poníamos .ó*o ejemplo de necia simplicidad. Su vida
parecíanos locura y Su muerte deshonrada. ilnsensa-
tos de nosotros! Ellos son ahora contados entre los
hijos de Dios y su herencia es con los santos. iAh, nos
hemos engafrado! (1) lConsoladora esperanza parg-los
qr" partic'iparr del'don precioso de los esccgidos! Use-
(l) SaP.V,3-5:

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LAS VIRTUDES I77

mos bien, sin embargo, de Ia prudencia natural: este


buen uso forma parte de nttestros deberes.
II. Consideremos el ejemplo de la Santísima Vir-
gen.Ni en su voto de virginidad, ni en la objeción que
al ángel prcpuso, ni en el sacrificio de su Hijo, ni en el
perdón que otorgó á los verdugos, escuchó la voz del
mundo y de la carne; mas, haciéndose superior á todos
sus conse;os, siguió valerosamente los que le dictaba
el amor divino.
Irlotemos la hermosura de esta prudencia. iNo es
el remate de una serie de victorias sobre los enemigos
domésticos, á los cuales sucumben la Ínayor parte de
los hombres?
III. Reflexionando sobre nosotros mismos, pense-
mos cúán fácilmerrte admitimos algún principio inspira-
dor de nuestros actos, distinto del de Ia virtud. iQué
es nuestra oración cuando algunos negocios nos asal-
tan? aQué viene á ser nuestra caridad en presencia
de alguna leve afrenta? cEn qué se trueca nuestro
celo cuando hemos sufrido alguna contradicción ó al-
gún fracaso?
Humillémonos y tomemos saludables resoluciones.

II. La intención, que es el alma de la pruden-


cia.-I. Por la gracia de Dios, muchos que debemos
tal vez desesperar de obtener nunc a la prudencia hu-
mana y temporal, podemos muy bien llegar á una pru-
dencia consuÍnada. En vano es que deseemos la salud,la
fortuna, la popularidad; si ncs faltan elementos para
ello, la buena intención no los suplirá, como no llenarát
tarnpoco las lagunas de nuestra inteligencia y de nues-
tro juicio.
Mas, poÍ admirable disposición de la Providencia,
de tar modo está vincurada
'''^:J"1::."',:::t'":,:i:111'
178 TERCERA pARTE. sÁeeDos

a la buena intención, que ésta asegura á aquélla. No


hay irnpotencia intelectual que vàlga. El ãrror, que
compÍomete los efectos exteriores, no podrá ernpaflar
la belle za moral de un acto inspirado en una intención
recta.
Esta reflexión al alcance de todos, mas, profunda-
mente verdadera, es Ínuy apta para calrnar los celos y
prevenir las quejas. ;Cuántas alrnas sencillas est ara-n
por encima de rnuchos tenidos por hábiles acá abajo!
II. La buena intención no es solamente garantía
de la prudencia, sino que acrecienta su precio, á medi-
da que ella es mejor. Recorrarnos las cualidades re-
queridas.
1 . La intención debe ser
firffil, para no ser con-
movida por las voces contrarias de dentro ó de fuera.
Sin esta Íirmeza, la prudencia no podría ser cons-
tante.
2, La intención debe ser puro. si se mezcla con
miras bajas, vicia igualrneirte la elección de la cual
es principio. Se engafrará uno ó será precipitado; la
acción revelará este engafro, de que se es á la vez ac-
tor y víctirna.
3. cuanto rnás elevada es la intención, más segu-
ra es la prudencia. Hermosa es la intención de obrar
el bien; más hermosa la de hacer lo mejor; absoluta-
mente hermosa la de obrar lo perfecto.
Esto nos ensefra cuánto nos importa adquirir una
voluntad fuerte y ser enteramente sinceros con nos-
otros misrnos. Esta fortaleza y sinceridad, ro sólo nos
darán constancia y purezal sino que levant arán nues-
tra intención, pues á nadie gusta decidirse por Io que
claramente conoce como menos bueno; y llos inspirarán.
también más valor para apuntar alto; la falta de valor
explica lo rara que es la verdadera santidad.

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LAS VIRTUDES t79

III. 1. La intención de la Santísinra Virgen está


contenida en su Ecce ancilla Domini, y Humilitotem
ancillae suoe (l).Aquí leernos la intención de servir
á Dios en todas las cosas y regirse constantemente
por la voluntad divina. Esta es la más alta de las in-
tenciones. Nada hay bueno, sino en cuanto lo quiere
ó aprtteba Dios. Buscar, pues, la voluntad de Dios
por sí misrna, es lo más sublirne; es la intención que
rnás estrechamente une ala criatura con el Criador.
2. A ejemplo de María, entreguémonos á ser es-
clavos de la voluntad divina y a amarla como hijos del
tnismo Dios, con quien está identificada.
.

III. Admirables efectos de Ia prudencia.-I. 1.


No se nos puede ocultar el general y magnífico oficio
de la prudencia. En todos los órdenes de cosas, ella nos
determina á escoger lo que es moralrnente bueno; y
cuando esta virtud llega á su colffio, su más delicio-
so fruto es inducirnos á abrazar siempre lo rnejor.
Su tendencia es, pues, hacer al hombre tan santo corno
Dios quiere que sea.
2. MediteÍnos el valor de esta bondad. cQué cosa
hry rnás rara que una realidad confundiéndose con el
ideal? lCuán rnal responde la estatu a á la idea clel ar-
tista! lcuán mal traduce la plunra el ideal del escritor!
;Y qué ideal más grande que el de nuestra santidad, tal
cual se halla en la rnente divina? Acercarse á este
ideal ino es cuanto puede haber de nrás apreciable? No
ahorreÍnos ningt'rn sacrificio para adquirir la prudencia.
II. En María, obtiene esta prudencia su efecto
completo. Sólo ella, entre los hornbres , realizó el ideal
de su santidad. Colocada por la prirnera gracia divina

(1) He aquí la esclava del Sefror. La humildad cle su esclava.

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180 TERcERA PARTE. sÁeeDos

sobre las más altas cumbres, levantó allí el edificio es-


piritual de su perfección, tan grande y tan hermoso,
como Dios rnismo lo había planeado. Entre la invitación
divina y la correspondencia de sus actos, no dejó María
el menor resquicio. He aquí ya la primera plenitud de
gracia, QUe consiste en la ausencia de toda imperfec-
ción. lCuán incomparable Madre nos ha dado Dios!
Ofrezcamos á María nuestras felicitaciones. Con-
cibarnos de ella una estirna cada día mayor. Y no te'
Inamos nosotros mismos corresponder á la gracia de
lo alto. 6Temor de seLsolicitados por Dios? ;Temor de
vivir como santos? lLejos de nosotros semejante co-
bardía! ;Lejos tarnbién de nosotros las miserables y
dafrosas disimulaciones !

coLoQUro

A los pies de María, y coÍl su auxilio, comencemos


este coloquio por una deliberación. Recordemos todas
las consideraciones hechas sobre la prudencia, su na-
turaleza, sus condiciones, sus efectos. ;No hay motivo
pala tomar una decisión capital en nuestra vida: la de
aplicarnos á ser santos cuanto Dios lo quiera?
cQué nos ha f altado para ello?
;Por qué causa?
Fijemos nuestro plan. Roguemos á María lo bendi-
ga. Vírgo prudentissíma)oro pro nobis. «Virgen pru-
dentísiffiâ, ruega por nosotros » .

sÁeÀDo TREINIàí":,f,.ffiLa rerigión de ra

Plan de la meditacion -iOjalá que esta meditación


nos inspire un santo afán por defender los derechos de

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LAS VIRTUDES 181

Dios, ün vivo anhelo de reivindicar estos derechos!


Examinaremos en tres puntos sucesivos, la virtud de
la religion, sus ocentos, s//s actos.

MEDITACION

«Reddite quae sunt caesaris, caesari, et


?rg_o
quae sunt Dei, Deo» (Matth. XXII, 2l).
.
Do4 paes al césar, lo que es ctet césar, y á
^
Dios, lo que es de Dios
1.'n PnBluDro. considerernos á María, orando en
el ternplo de Jerusalén.
2.o PRELrrDro. pidarnos con fervor á Dios es-
tar santanrente penetrados de cuanto le debemos, y
r
santarnente deseosos de tributarle honor y gloria.

I. La virtud de la religión.-I. La religión es el


sentirniento de los derechos de Dios sobre nõsotros, y
la propensión á satisfacerlos. Esta sed de llenar exac-
tamente nuestros deberes para con Dios, hace de la
religión una especie de justicia ; la entinencia de los
derechos de Dios, hacen de eila la más noble de las
justiciaSy, después de las virtudes teologales, la pri-
Ínera entre las virtudes de la voluntad. Úta inclina á
esta potencia a pagar Dios Io que á Dios pertenece,
.a
según la herrnosa palabra del Seflor, citada en el .n.u-
bezamiento de este ejercicio.
Mas
.banse _iay! icuán desconocida es hoy esta virtudl Alá-
los hombres de ser honrados en sus relaciones
con los dernás; predícase la justicia, hasta querer elimi-
nar la caridad; pero se olvida y aun abiertarnente se
desprecia la justicia para con Dios. En más de un
país es ya cosa resuelta el no rogar á Dios en adelante
de un modo oficial, y negarle tõoo público ho*"n aje;

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rB2 TERcERÀ PARTE. sÁeeD(.)s

evítase aún el pronunciar su nombre : se llega hasta


hacer ostentación de positivo ateísmo.
II. lCuán íntimamente penetrada estaba María de
los derechos de Dios, y cuán ávida de satisfacer á to-
dos! Mas;cómo leer, êfl el fondo de su alma,el ardor de
sus sentimientos? No podemos iuzgat de ellos sino por
ciertas expansiones: su prof esión de estarle entera-
mente sumisa, en el Ecce oncílla Domini, y su entu-
siasmo en el Mogniftcot.
II I . Deseosos de imitar á nuestra Madre, con-
cibamos un vivo sentimiento de los derechos de
Dios.
Luego, al ver la triste apostasía de los gobiernos,
sintamoi interiormente algo de aquel celo, Qüe hacía
intolerable al padre de los Macabeos (1) el espectáculo
de un israelita yendo á ofrecer incienso á un ídolo. To-
rnemos santamente por nuestra cuent a la Causa de Dios.
Defendámosla hastá para con El mismo, manifestándole
nuestro deseo ardiente de ver más respetados Sus
derechos. nSi se arna á Nuestro Seflor Jesucristo de
todo corazón., con toda el alma, con todas las fuerzas,
no se sufre el verle in juriado ó despreciado (2).
Neguémonos á honrar y reconocer esa iusticia muti-
lada, que viola los títulos más imprescriptibles. Pro-
testemos contra esa parcial honradez, contagiada con
un orgulloso olvido de la esencial dependencia de la
criatura.

II. Los acentos de la religiÓn.-I. El afecto por


los derechos de Dios, tradúcese como naturalmente por
la adoración , la gratitud, la conf ian za y la súplica ' Se
(l) 1.o Machab. II, 23, etc.
iZt S. BenNARDo,'sermon 11 in Cant. n. 8 (M., P. L., torno 183'
col.998).

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LAS VIRTUDES 183

adora á una Majestad infinita, y no se adora más que


á Ella; se du! gracias á un ,rpiemo
fíase en una Próvidencia paternal; se
nita Liberalidad , ála cual ie pide nos a
ca; y puesto que hernos pecado, se
misericordia. Hállanse es
rias perfectas, cuales so
boca de sus sacerclotes.
Dios por un homenaje de
una-gracia ó beneficio;
confian za en el recuerdo
sona favorecida, y este re
nuev o f avor. Por otra parte, fl e sus oraciones, la
Igles_ialo espera todo por los rnéritos de Nuestro se-
flor Jesucristo: y icuántas veces no nos hace
irnplorar
perdóny rnisericordia!
Por Io demás, estas expresiones rnutuarnente se
llaman una a otra, como también los sentirnientos
de
que son eco, Adorar, dar gracias, recordar
beneficios
recibidos, es excitar la conlianra, es irnpedi
r la irnpa-
ciencia, Ia rnurrnuración, el decaimiento de ániffio,
qu.
entibia y casi anura nuestra oración. y una pre[aiia
así forrnul adil nos alcanza favores que, á ,, -uar,
acrecientan Ia confian za y provocan nuevas
adoracio-
nes y nuevos hacimientos de gracias.
II. lPodemos dudar de qi'e todos estos sentirnien-

sriya el milagro de trocarse

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181 TBRcERA PART'E. sÁn.rDos

tribuyó mucho su oración 'á la veniila del Espíritu


Santo sobre los apóstoles? (1)
III. Es más fácil indignarse contra los impíos, Qüe
cumplir nosotros mismos los deberes de la verdadera
piedad. Entendamos, á lo meno_s, 9üe entre estos debe-
tes se halla el de orar bien iCuántas cosas dice esta
palabrâ, y cuántos errores y faltas, tal Yez, nos re-
ôuerdat Ét error principal consiste en cierta precipita-
ción, ganosa más bien de decir muchas oraciones, que
no delezar pocas pero pausadamente. Las faltas más
frecuentes son debidas á la ciisipación y al desorden'
Hay negligencia en recogerse tln irrstante antes de
orar; en fij ar la atención en Dios, á quien nos acerca-
lxos, y efl consiclerar atentamente la suma trascenden-
cia dej acto que acoÍnetemos, gracias á lo cual las ora-
ciones se rezan en circunstancias de lugar y tiempo,
que obstan á, la atención (2). Corrijamos semeiantes
.rtot.s, lamentemos estas negligencias, sin olvidar, PoÍ
lo demás, que las distracciones involuntarias no deben
acobardarnos; pues no impiden que nuestras plegarias
se eleven hastá un Dios, 9üe lee los deseos de nues-
tros corazones y tiene sobre todo en cuenta la buena
intención.
Obliguémonos á ofrecer cada día algqlq oración espe-
cial; y;n todas las súplicas en que nos dirigimos áDios,
ugruá.zcamos, supliquemos, pidamos misericordia'
(1) Encíclic a Divinum ilud, al fin'
iílHablamos de las oraciones que permiten y aun exigen-1as
des-
obligáciones de nuestro estado,y que se rezan en los momentos ora-
tinaãos á los deberes religiosos. Muy distinto es el caso de las de
ciones de supererogación, que uno procura rezar) aun en medio
vicia-
ãuíã.upacionãs-. A1esar de las impãrfecciones, éstas no vantrabaio
de
das con ninguna irreveren.iu, poiqre entonces es tiempo
y no de oracú, y Dios ,e.ôno.é allí ,í d"..o de làva ntar á' El
nuestro corazón, no una negligencia en honrarle en el tiempo reque'
rido.

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LAS VIRTUDES 185

II1. Actos de la virtud de la religión. - I. La


religión inspira 'varios actos. Además del homenaje
verbal de la adoración, de la alabanza y de la oración,
toma la forrna de consagración, de voto, de iura'
mento; santifica los días festivos y, sobre todo, sacri-
fica. El sacrificio manifiesta, por sí mismo, todos los
derechos de Dios y toda la sumisión ó reconocimiento
del hombre. Es el compendio de la religión.
II. Jesucristo, eil el Calvario, es el gran sacrifi-
cador. Pero después de É1, está María, ratificando
como Madre la ofrenda del gran sacerdote, que es
Hijo suyo. Además, siguiendo las huellas del Sefror,
confórmase exactamente con todas las prescripciones
de la ley tocantes al culto de Dios, af,adiendo á ellas
el hornenaje espontáneo de todos sus días.
III. Nuestra religión debe comprender, asimismo,
la participación en la ofrenda del sacrificio de la ley
nueva, la observancia de todas las prescripciones posi-
tivas y la afladidura de actos espontáneos y faculta-
tivos.
1. El sacri/icio de la cruz sigue ofreciéndose en
la Iglesia: es la santa misa. Lo ofrece el mismo Gran
Sacerdote, Jesucristo; pero con la intervención de un
ministro delegado, el celebrante, y efl nombre de todo
el pueblo cristiano. Conociendo esta parte que en el
sacrificio tenemos, unámonos expresamente al sacer-
. dote 1 para confirmar la oblación de Jesucristo á su
Padre. Gustemos de repetiy á Dios que, incapaces de
ofrecerle nada digno de El, nos gozaÍnos en poder
presentarle la infinita humillaciórr de su Hijo único,
coÍno acción de gracias y como adoración, con espíritu
de propiciación y de intercesión confiada.
2. Para cornpensar esta disminución de respeto,
que no podemos menos de experimentar con dolor, pon-

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186 TERCER.{ pARTE. sÁB;lDos

garnos todo el cuidado posible en ohedecer bien á lo


Iglesia, en todos sus mandarnientos, especialmente en
los que tocan al culto de Dios; y no procuremos subs-
traernos á ellos, ni adrnitarnos fácilmente paranosotros
mismos, excusas ó dispensasde la santa rnisa ó del rezo.
Conformémonos religiosamente con las indicaciones,
aun accesorias, tocantes al tiempo y modo de cumplir
las acciones presentes. Este era el espíritu de los san-
tos, que, poÍ esta escrupulosa fidelidad, manifestaban
su perfecta hurnildad y su deseo de servir á Dios. Se .

complacían en molestarse por Dios. Esforcémonos en


fomentar estas disposiciones á nuestro alrededor,
sobre todo mediante la educación de la infancia y
juventud.
3. Los actos lihres de devocion, según las diver-
sas f ormas sugeridas por las circunstancias, deben
cornpletar la práctica de la virtud de la religión. Son
aquellas espirituales inmolaciones, que todo cristiano
está llarnado á oirecer, según el apóstol San Pedro (1);
las cuales, tanto más se acercan á la hermosura del
sacrificio, cuanto es su causa rnás santa, y afectan á
una parte más principal de nuestra vida ó de nosotros
mismos. Inmolaciones á la piedad filial; inmolaciones
á la fidelidad conyugal; inmolaciones á, la perfecta
pureza: todo esto puede of recer al Sefror Ia religión.
Pero principalmente of recerá las inmolaciones rnás
directamente relacionadas con la causa de Dios y, la
principal de todas, la consagración de la vida entera á
Dios mediante Ia profesión religiosa.
No nos,neguernos á ninguno de estos sacrificios, que
Dios nos pida. Y no privemos á nuestros hijos del
honor y la dicha de ofrecerlos; dispongamos á la

(l) 1.4 Petr. II,5.

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' LAS vIRTUDBS 1Ü

generosidad á aquellos á quienes se extiende nues-


tra influencia.

coLoQUro

Recordemos, efl el coloquio, el triste espectáculo


del público desconocimiento de los derechos de Dios.
Proclamernos estos derechos y protestemos de nuestro
deseo decidido de satisfacerlos. Supliquemos después,
á nuestra Madre, cuyas alabanzas y sacrificios ofrece-
remos á Dios, gue nos ensefre á orar y á sacrificarnos.
Av e llIaría,

SÁeeOO TTREINTA Y SEIS.-La justicia de la Madre

pton cte to meditar)"r.'l;, este ejercicio, nos pro-


ponemos el designio de ajustarnos á una conducta recta
y leal, fundada en una cornpleta justicia y entera ver-
dad. La ineditación tendrá tres puntos: La iusticia
'su perfección; la perlección de la justicia en
12
María; esta perfección en nosotros mismos.

MEDITACTÓN

«Qui timent Dominurn invenient judicium ius-


tum, et iustitios quasi lumen occendent» (Eccli.
xxxil, 20).
Los que temen al Sefror hallorcín un iusto juicio,
y sas justicias brillorrÍn como luces encendidas.
1 ."n PneluDlo. Consideremos la modesta casa
santificada por la Sagrada Familia. Allí lYlaría, á la
sombra del hogar doméstico, ejercita cada día las más
eminentes virtudes.

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188 TERCERA PARTE. SÁBeDoS

2.o PnBluDo. Pidarnos instantemente la gracia


de tener hambre y sed de justicia , á ejernplo de Jesús
y de María.

I. La iusticia cumplida.-I. Es la justicia, pÍo-


piarnente hablando, una virtud cardinal que nos induce
á respetar el derecho ajeno. Grande y levantada vir-
tud, Qtre es firme asiento del orden social. iPero cuánto
más hermosa es todavía, cuando la tomamos en toda su
amplitud, con las virtudes ó perfecciones que le for-
man cortejo, como á reina suya! Entonces, aparta del
manejo de nuestros negocios temporales todo procedi-
miento ambiguo, todo rnedio sospechoso . La equidad
forma su corona, la verdad reina en sus discursos,
compónese su conducta de fran queza, rec.titud y deli-
cadeza.
II. Esforcémonos en comprender todo el esplen-
dor de virtud tan soberana, las preocupaciones de que
nos libra, la satisfacción que al alma proporciona.
iCuán agradable es al Sefror semejante virtud! Es
una nueva forma de aquella sirnplicidad tan recomen-
dada por el divino Maestro á sus discípulos, que detes-
ta los artificios y cuyo lenguaje, eco del pensamiento,
tiene por fórmula: «es» ó «no es» (1).
Al mismo tiempo es un motivo de edificación.
iCuánto deben procurar dar ejemplo de justicia no
común las personas que profesan la piedad! Si no quie-
ren dar pie á que sea criticada la misma religión, deben
guardar la más exquisita lealtad y un desinterés por
encima de toda sospecha. So pena de escandalizar, de-
ben prohibirse a sí mismos, no sólo los fraudes propia-
mente dichos y los engafros, sino también ciertas prác-

(1) Matth. V, 37.

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LAS VIRTUDES 189

ticas sospechosas,, tal vez tolerables en rigor; pero que


suponen una sed de lucro, una codicia inconciliable con
las aspiraciones celestiales.
Todos estos rnotivos nos obligan á reflexionar con
cuidado si tenenros algo que reprocharnos; si con cual-
quier pretexto, mirando por nuestros propios intereses
ó por otros más sagrados que estén á nuestro cargo,
hemos cornprometido en algo nuestra concienciâ, ó uiu-
{o de procedimientos poco correctos. Ni la Iglesia, ni
Dios deben ser servidos por medios sernejantés.

II. Perfecta justicia de María.- I. El prof undo


sentirniento de la justicia que reinaba en el alma de
María, adivínase en todos sus pasos. puédese constan-
temente adrnirar en ellos una actitud sencilla y digna,
alejada de todo engaflo y disirnulación, pron ti a dãr á
todos lo que les tocaba.
.
Esta perfección puede, adernás, inferirse de su jus-
ticia para con Dios, de sus otras virtudes y de sus
generales disposiciones. Una rnás eminente justicia, el
culto que profesaba por los derechos de Dios creador,
autor de las personas y las cosas, facilitab, y esforza-
ba el respeto hacia los derechos de ios hornb?es. En Ia
voluntad de Dios, Qtre ella se obligaba á curnplir, Ieía
el supreÍno título que consagra el derecho de ias cria-
turas. Humilde, despegada de las cosas exteriores y de
sí misma, llena de inalterable confian za en Dios, era
demasiado superior á los intereses humanos para de-
jarse tentar por procedimientos poco delicados.
II. ;Querernos perfeccionar nuestra justicia? prac-
tiquernos el desapego para conse rvar en nosotros la en-
tera libertad del corazon, y pongarnos con abandono
completo, en Ínanos de Dios, nueitro presente y nues-
tro porvenir. Las circunstancias traen situaciones tan

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1e0 TERCERA PARTE. SÁBÀDOS

delicadas, que ponen en duro aprieto la suerte de toda


una familia , á, la cual sólo el recurso á la Providencia
libra de pérfidas sugestiones.

II1. Nuestra iusticia. --1. «Seflor, pregunta el Sal-


mista: aQuién podrá habitar en vuestro tabernáculo y
gozar del reposo en vuestra santa montafra? Aquel,
responde, que vive sin ntancha y practica la justi-
cia (1)., Y luego pasa á enumerar los fraudeS, é iniqui-
dades de que se abstiene el justo.
Lección divina, que no podemos desatender. Podrá
parecer poco á propósito insistir tanto en la justicia, ha-
blando con cristianos que aspiran a la perfección. iNo
será esto Suponer en ellos preocupaciones, cuya sola
Sospecha es ya injuriosa? MaS cono zcamos mejor el co-
razón humano, la fascirración de los bienes exteriores'
la multiplicidad cle excusas, la influencia del desorden
y del tiopel de los negocios. Es realmente una gloria
no ceder jamás á pocó honrosas solicitaciotles. gSon
muchos los hombres que gozan de perfecta serenidad
de espíritu, y que viven sin temor de su última hora?
II. No nos desdeflemos, PoÍ consiguiente, de unir
á las miras más elevadas, consideraciones más humil-
des, pero no por eso menos prácticas.
Hagamos un rnuy leal examen sobre nuestra con-
ducta, para apartar de ella todo cuanto pueda parecer
fraude ó hipocresía.
f . iCuál es nuestra iusticia? ;Cuál nuestra equi-
dad? iCuál nuestro desinterés?
2,
aCuál es nuestra veracidad? ccómo
juzgam_os
á los demás y cómo hablamos de ellos? No olvide-
mos que la juÀticia se debe á todos, Y gue puede faltar-

(l ) Ps. XIV , l, 2.

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LA S VIRTUDES 19r
se á ella aun en el rnodo de atacar á los adversarios
de una buena causa.
cueste Io que cueste, nos conviene una perfecta
corrección en nuestra vida. suprirnarnos todos
nues_
tros defectos, sin dejar ni uno solo.

COLOQUIO

oÍrezcaÍnos á nuestra Madre, y ruego, por


eila, á
Jesús, uÍr firrne propósito de rectítud y i.uitua. Nos fe-
IicitareÍnos eternamente de deb er á nuestra
devoción
para con María, el rnérito y la honra
de hab.r uiuiOoãi
. abrigo de todo reproche aõ inyusticia .
Ave Morío.

sÁeaoo TREINTA y SIETE.-La tempra nza de la


Madre de Dios

y asegura la afab

MEDITACION

<<
Quasi Libanus odorem suavitatis habete »
(Ecles. XXXIX, 1g).
Erhalod un perfume como de incienso.
1'Bn PneluDlo. veaÍnos ra sara
donde están reu-
nidos los convidados de las boáas
de C;;á, entre los
cuales se hall a la Virgen Santísirna.
2.o PRELUDT.. pJdaÍnos ru- irportante
comprender bien y de bien practicar
gracia de
ra viriud de ra
templanza.

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t?2 TERCERA PARTE. SÁBADOS

[. oieada general sobre la templanza.-1. La'


virtud .rrdinrl d; la tem planza encierra en sus ustos f
jnclinarse ó en-
límites el apetito sensibie y le impicle
tregarse con exceso á los obfetos_que le son.más ape-
tecibles.-Sería hacer injuria a la Santísima Virgen fe-
licitarla por su compleia victoria sobre las concupis-
cencias inferiores. sus pasiones, lejos de contrariar át
la razón, estaban habituadas á atend et á sus órdenes
é indicaciones. Subamos más arriba y admiremos cómo
la belle za propia de la templanz4 ó sea, el equiliblio'
brilla en tod a la conversación de la Madre de Dios'
«crecía
Siguienrlo los magníficos consejos del sabio,
.oãro los rosales píantados á la orilla de las aguas-y es-
parcía suavísimo perf ume;cubríase de odoríferas flores
como el lirio, producía graciosas ramas Y, entonan-
(1)'
do cánticos, bendecía a Dios en todas sus obras»
Los atractivos del Hombre Dios se hallaban repro-
ducidos, en grado sumo, en su santa Madre.
II. Los encantos de tan perfecta virtud, flo pue-
den menos de llamarnos la atención sobre nuestros
juicios y nuestros actos.
l. Los hombres, aun los virtuosos, deben á sus
propias imperfecciones mezquinas,
desmaf,adas, exageradas n la virtud y
dan pretex ío a la- calumni á la crítica.
Consciente ó inconsciente muy rígidos
censores de la virtud. Suponed dos hombres: el uno,
relajado, cae en multitud de extravíos; el otro, de-
seoso peca por algún exterior exceso:
'
encia al prirnéro, sin dificultad al-
otorg
guna, las maneras del segundo nos dis-
[usta llegan á hacérsenos insoportables'

(1) E,ccli. XXXIX, 17-19.

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LAS VIRTUDES 193

Esta diferencia de actitud ino oculta tal vez algo de


envidia? El uno está caído: fácil es ser generoso con
él; el otro está en pie y manifiesta un valor, cuya falta
tal vez sentirnos en nosotros: camina á la victoria,
cuando nosotros no experirnentamos sino derrotas. El
primero debe hacerse perdonar sólo de Dios; el se-
gundo debe alcanzar de los hornbres perdón, por las
ventajas que les lleva.
confesemos sin embargo, por lo que á nosotros
toca, nuestra injusticia, y separnos reconocer el verda-
dero mérito.
2. Mas, si debernos endere zar nuestros juicios
sobre los demás, velernos por nosotros rnismos , para
no cornproÍneter, con nuestra torpeza,la núle causa de
la virtud. A este efecto poseían los santos varios se-
cretos: criticaban poco á los demás, pero eran jueces
rigurosos de sí rnismos;-no buscaban ser vistos ni
admkados;-dentro de los lírnites perrnitidos mostrá-
banse cornplacientes y serviciales. Las víctirnas del
respeto hurnano buscan sirnpatías, aun á costa del de-
ber; los rnaldicientes y murÍnuradores las buscan á ex-
pensas del prójirno; los santos no las querían, sino á
expensas cie sí misrnos. eNo nos conven dría tener el
valor de adoptar este últirno partído?

II. Exclusión de la inflexibilidad.-1. Al lado de


espíritus volubles y voluntades irresolutas y flexibles,
hállanse asimismo caracteres dernasiado absolutos.
Atribuyen éstos á ciertas reglas de conducta, que se
h?n irnpuesto, una perpetua inrnutabilidad, que no con-
viene rnás que á los suprernos principios, y de la cual
carecen aun las leyes positivas. No hay cónsideración
-haga
g.r" les adrnitir excepción en sus principios prác-
e'os choôa: rnás re var-
"'1",*:i:.:::'j ,:::"

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19+ TERCERA PARTE. SÁEEDOS

dría chocar contra una pefra! Esta inflexibilidad hace


al hombre Curo , tenaz, inaccesible, intratable. iY qué
encierra en el fondo? Una confian za sin límites en su
propio juicio, ün grande apego á sus comodidades; por-
que este rigor ahorra muchas molestias, y especial-
rnente el engorro de tener cuenta con la variedad de
CaSoS y apreciarlos. En resumen, eS orgullo y Sen-
sualidad.
No fué así María: su voto de virginidad le es
II.
más caro que la misma vida, y sin embargo, ála pro-
posición dô ser madre, no responde con una de aquellas
categóricas y precipitadas negativas, que hacen á uno
sordõ á toda iazon; sino que alega claramente su di-
ficultad, reservándose el pesar la respuesta y hallar
tal vez en ella alguna explicación.
III. Semeiaãte moderación hace evitar medidas
intempestivas, cuyos efectos son coll harta frecuencia
perjudiciales, é inspira una caridad verdaderamente
útil al proiimo.
Cuídernos, pues, mucho de que la debida inflexibili-
dad de los principios no degeÍlere en altanera ó egoís'
ta intlexibilidad de la Persona.

III.
La afabilidad.-1. Todo cuanto sabemos de
la vida de la Santísima Virgen, nos la ntuestra afable
y buena.Ni su unión íntima õon Dios, ni su desapego de
iodo, la irnpedían conversar sencillamente con sus pró-
jimos y sus amigos ; it a ofrecerles sus servicios y sus
ielicitáciones; acudir aun á sus fiestas y mostrarse eÍl
ellas delicadamente atenta. Siupo juntar en su vida
la rnayor austeridad coÍ1 una constante amabilidad, la
correõción más rigurosa, con una soltura llena de en-
cantos.
II. El hombre afable no es ni adulador ni melancó-

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LAS VIRTUDES 195

lico: aunque I ado de agradar,


ca
evita con co é inoportuna
contradicción elente de la tem-
planza, lleva la sefral distintiva de una acabada virtud.
La virtud, en efecto, no rige tan sólo nuestras relacio-
nes directas con Dios, sino también nuestras relacio-

vos ataques de la n aturaleza.


Pero ique arte tan precióso! proporciona al bien
sqs rnás grandes;conquistas, y es rnás apostólico que la
rnisma predicación.

col-oQUro
R_ogueÍnos a María que nos ensefre esta perfecta
ternpl anza que se entrega enterarnente á Dio., y se
presta á los hornbres para su bien y su consuelo.'íofut
pulchro es filario

sÁeÀDo rRErNr.\ y virginidad cre la Madre


"?:r;*a
Plan de la meditacion.-La castidad realza la
templanza; la virginidad es su perfección. En la virgi-

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t% TERCERA PARTE, sÁg^n'oos

nidad de María contemplaremos, en primer luga', §u-


pterfección esenciot,luégo el priuilegr-o -qy, le- fué
'otorgado por Dios', y to_rinica invíolabilidad que
valiõá María el título de Virgen de las vírgenes'

MEDITACION

«Ecce Virgo concipiet» (lsai. VII ,, 14)'


He aquí que ana virgen concebiró'
1 .er PnBT,UDIO. R.úesentémonos la casita
de Na-
zaret; María responde ai ángel San Gabriel: «;Cómo
puedo ser madre siendo virgen?'
2.o PRer.uDro. Pidamos la gracia de cornprender
mejor las sublimes prerrogativai d. María y de conce-
bir una más perfecta estima de la virginidad.

I. La virginidad esencial de la Madre de Dios'


La virginidad supone un hecho y ula intención:
-1.
el hecho de tã lntegridád corporal, que no ha desflorado
ningun a bajasatiúcción, y la intención, la resolución
de lrivurró para siempre de 9.sta clase de satisfaccio-
nes: resolución que toma ordinariamente la forma de
voto. No se es ,irgen sino por Dios. Y este propósito
gana en valor *orr-i, según el principio que lo inspira
extiende.
f" "l espacio de tiempo á que secontemporáneos, les ha
La figereza de nuestios
conducido, á las veces, á dictámenes poco favorables
sobre esta virginidad Qüe , desde los primeros siglos de
la Iglesia, opo"nían los apologistas, con noble orgullo,'á
la cãrrupción pagana. A loJojos de muchos, el oficio
de esposa y d."*udre parece pref erible al estado
de
de la virgen, á lacual reprochrl el desconocimiento
las penaã y sacrificios de la maternidad.
y
No intónta la lglesia poner en dud a la hermosura

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LAS VIRTUDES t97
grande za del o origen divino
defendió cont reivindica, pro-
poniendo á Io su propia unión
con Cristo, y nviolabilidad de
sus vínculos. Mas, á pesar de esto gquién no ve con
cuánta razón ensalza el estado de virginidad por en.
cima del estado conyugal?
1. La elección de la virginidad na
pio rnás elevado: del afán de irnperar s
nes, de sacrificarlas y triunf ar sobre
que al matrimonio conduce una idea de
2. El rnatrimonio, al reclamar un sacrificio nece-
sario, limitado al pequeflo círculo de la farnilia, lirnita
otra abnegación espontánea, cuya esfera es más ex-
tensa . La persona virgen es libre para entregarse á
cualquier obra hermosa y grande, güe puedan recla-
mar las necesidades de la humanidarJ.
3. El espectáculo de un triunfo completo sobre
las más fuertes propensiones, es socialrnente más
útil, que el del uso honesto dei placer: es rnás raro y
de más aliento. A los envilecedores desórdenes de un
mundo corrornpido, opone la virgen el contraste de sus
elevadas renuncias. La vista del heroísmo hace acep-
tar más fácilmente el estricto deber.

más unida á las circunstancias que la destruyen.


198 TERCERA PARTE. sÁBADos

2. El voto d,e virginidad que María hizo, rnovida


sin duda por el ardor de una caridad sin igual, resplul-
dece tanto más, cuanto que fué pronunciado antes de
la predicación del Salvádot, y qu., ofrecido en edad
*rV temprana, abraza toda la vida de la Madre de
Dios sobre la tierra.
III. Según nuestra condición, podemos aquí ó con.
firmar nuest-ro voto de virginidad, ó al menos entender
toda la hermosura de esta santa entrega. Y tenemos
todos ocasión de grabar en nuestro espíritu este tan
saludable principio: que la dignidad y el valor de
nuestras acciones depénden de la generosidad de nues-
tras miras.
Nótese esta incontestable gradación: pequeflas y
mezquinas en cuanto son debidas á un móvil de interés
person ecen á medida
queseparallegará
Suapobienuniver-
sal, es decir, Dios.

II. La ada de María'-I' Ma-


ría, por un Pudo iuntar á la virgi-
nidaà de los aPetitos sensibles
'contraria. Magníligu'
;;;;arvados de toda impresign
inmunidad de la concupiócencia, que aseguraba á
la
virgen una espléndida armonía de todas sus facultades.
il. Nosotr ventaia'
mereceremos e un ex-
quirito cuidado Todo lo
resPeto
[irna.ytodo . 1 , -,-
culto voluntario. El culto
mínimo obligat
á

iã iusticia la transforma en equidad; el culto a la


abne-
gr.iOn de las cosas exteriorês se embeliece, eil Sax
FnexcISCo, con la poesía t e los desposorios con la po-
LAS VIRTUDES 199

breza; ciertos héroes de la caridad parecen haberse


desposado con la rniseria del prójimo. Así, con mayor
razón, puédese adoptar una doble actitud para con
la castidad: resignarse, coÍno á rnás no poder, á los
sacrificios necesarios, exponiéndose á, luChas, dificul-
tadesy peligros, ó dedicarle un afecto positivo que
importa la modestia, la reserva compatiute con ios
deberes del propio estado y todo un conjunto de aten-
ciones delicadas 1 gozando así por adelantado ia segu-
ridad y dicha de los ángeles. Esta segunda actitud es
triunfal; la otra es tan difícil de sostener, que pára
ordinariarnente en derrota.

ItrI. María, virgen de las vírgenes.- I . La ex-


presión, Virgen de las vírgenes, indica una virginidad
erninente . Para rnerecerla hubo María de sefralaise en-
tre todas las vírgenes á fin de atraer sobre sí la adrnira-
ción entusiasta de las rnás perfectas (1). Así como la
virginidad es una perfección de la castidad, así la virgi-
nidad de la virginidad es una perfección de la rnisrna vTr-
ginidad, perfección de la cual debe resultar un ideat de
atrttctivos, y en el orden rnoral un poder comunicativo.
Lgsagrada Escritura coloca, por otra parte, la virgi-
nidad de María en una clase especial. EI nonibre de vir-
g_en aparece en ella coÍno propio de Mar ía (2). Ell a es la
virgen, forrnando por sí sola un orden apaite. ;córno se
explica esto? Podemôs dar de eilo una triple erfilicación.
' 1. En María, Ia necesidad de la virginidad no tiene
su principio en la entrega de una criatura, qlle vincula
á la castidad perfecta su fideridad y su reíigión; sino
(1) virginitas in fltoria propter gratíae
ercelle a giacia, dió á. María'uná virsiniclad
rnucho I Pseudo Jerónimo á paul, yÉusto-
quio n. 2S).
(2) Isai. VII, 14; Matth. 1,23i Luc. 1,27.

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200 TERCERA PARTE. SÁeeDos

en la elección de un Dios, Qüe escoge á, María como

identif i
2. de María no está sim-
plemen d, sino que se deduce
àe ella aria. Cristo no Podía
descender de Adán de modo que pareciese someter su
humanidad a la ley del pecado; por consiguiente, no
podía nacer sino de una virgen, y María fué consagra-
da virgen, para poder, entre todas las ntujeres, Ser

(1) Ps. XLV, 5.

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LAS VTRTUDES 201

II. Despué,s de ofrecer á María una y muchas


veces la expresión de nuestro pasmo, reflexionemos
sobre el deber especial de pureza que nos impone nues-
tro carácter de cristianos. Somos miembros de Cristo,
somos patrimonio del Espíritu Santo; dejarnos corrom-
pêr, es consentir en una profanación y participar en
una injusticia. Este razonamiento no es nuestro, sino
del Apóstol San Pablo (1).
El voto de virginidad del sacerdote está vinculado
á su ordenación sacerdotal, y el religioso ve el suyo
unido á su prof esión.
Así es como, sin llegar á la perfección sublime de
María, podemos reproducir algurios de sus rasgos;
aparte de que ya, como á Madre nuestra, le debernos
especiales obligaciones de santidad.
Gloriérnonos de ellas, y seámosles fieles.

En et coloquio con;:ffiIl"r"las vírsenes, junta-


remos, con nuestras felicitaciones, un generoso propó-
sito de consagrar alapureza un culto de tierno efecto,
esperando de la intercesión de nuestra buena Madre
tos efectos de esta santa voluntad. Toto pulchro es,
Maria. Ella nos presentaú, á, Jesús, cuya espléndida
corona forman las vírgenes: Jesu corona virgínuffi,
«Jesús corona de las vírgenes».

sÁefoo TREII\\rTA y NUEVE.-La fortat eza de la


Madre de Dios

Plan de la meditoción
-icuán á, propósito es, en
este siglo de moral debilidad, insistir sobre lo precioso

(1) l.a Cor. VI, 15, etc.


202 TERCERA PARTE. sÁseoos

de la fortalezà,Y demostrar que tan magní[ica cualidad


puede
'ta ser un ornamento de nuestra alrnal Lavirtud de
fortoleza y su hermosaro serán objeto del priryer
punto; en el segundo admiraremos á' la Reina de los
mtírtires; y estudiaremos ell el tercero los medios de
hocernos fuertes.

MEDITACION

«Mulierem fortem quis inveníet? Procul et de


ultimis I'inibus pretíum eius» (Prov. XXXI, 10).
eQuíén hattitrtí tí uno muier fuerte.2 SÍ/ precio es
como- et de las precíosidades traídas de los miÍs
remotos países.
1.,in PReIUDIO. Figurémonos el calvario y á Ma-
ría de pie, junto á la cruz en que expira Jesús.
2.o PRELUDIO. Pidamos ardienternente' por medio
de María,la gracia de una grande fortal eza moral.

I. La fortaleza y su hermosura.-l. La fortale-


za es una virtud cardinal que nos hace moralmente su-
periores á las dificultades. Imperando al temor así
bo*o ala audacia, pronta á sufrir y á obrar, á sostener
el choque del enemigo lo mismo que á tomar la ofensi-
vâ, sigue esta virtud, sin abatimiento ni temeridad, la
línea recta del más elevado de.ber. Los peligros en que
corre riesgo la vida, hácenla brillar con todo su esplen-
dor, y poaesta razón es la gloria de los mártires.
eità virtud revístese, en el hombre, de especial
hermosura, porque el hombre es naturalmente débil y
físicamente incapa z de dominar muchas fuerzas contra-
rias. En él es vàrdaderamente la victoria del vencido,
'i Íi:"t;liiffi:: t,l,t',ã.á! uo*iración paracon
LAS VIRTUDES 203

el hornbre dotado de fortaleza moral. El deseo de esta


virtud nos dispondra á recibirla y desarrollarla en nos-
otros.

II. La Reina de los mártires.-I. ioh! Fijemos


bien nuestros ojos en María., en el inaudito espectáculo
que of rece su constancia en medio de la pasión de
Cristo. Recordernos ante todo quién es: Virgen educa-
da en el retiro, lejos de los hombres y del estrépito,
admirable err su modestia, viviendo santamente retira-
da. Ya, desde hace algún tiempo, los hornbres no osan
declararse por el Salvador (1). Henos aquí llegados á
las solemnidades de la Pascua. La rnuchedumbre es in-
mensa, la escena llena de espanto y de terror. Acer-
carse á Jesús, en estos Ínomentos, es correr un extremo
peligro; ésta es, al menos, la impresión que se experi-
menta. Y de todos modos, está María tan conjunta á su
Hijo, que se halla envuelta en la rnisma sentencia que
condena á, Jesucristo á muerte de cruz. Juzgad ahora
de su heroísmo, al verla, er estos sombríos y doloro-
sos moÍnentos, curnplir todos l'os deberes de la más
amante de las madres, y dominar el ternor, la audacia
y las más vehementes pasiones, con un irnperio que las
contiene y maneja á su voluntad. 1Cómo sabe sufrir
y cómo sabe obrar!
Noblernente agresiva, atraviesa las filas, hiende la
muchedurnbre, sube hasta el Calvario, V vâ á postrarse
al pie mismo de la cruz. Noblemente rnagnàninra, flo
tiemblan sus rodillas, ni prorrumpe en clarnores ni re-
proches. Noblernente sufrida, Íro siente para con sus
perseguidores ni cólera ni odio, antes obrando con
hidalguía ofrece por ellos su vida y la cle su Hijo.

(I ) Joan. VII, I 3; lX, 22.


n4 TERcERA PARTE. sÁBADos

Noblemente intrépida, acepta de Dios el caliz, todo el


caliz de la pasión; y aun no contenta con esto, únese á
Dios parainmolar á su Hijo. Noblemente paciente, per-
*uneôe durante tres horas de pie y silenciosa en el
Calvario, donde no cesa de ofrecer Su sacrificio.
Noblemente resignada, acepta verse huérfana de su
Hijo y aun de sus mortales despojos, y cual si esto
fuera-poco, todavía ayuda ella misma á' amottajarlo.
II. ioh Madre de Dios y madre nuestra! lCuán
grande y cuán bella parecéis, á_poco que nos paremos
ã considerar vuestroà dolores! Reino de los mártires,
rogad por nosotros.

Ill. Medios de alcanzar la fortale za.-L. La her-


mosura de la Íortaleza, el ejemplo de nuestra Madre,
nos inspiran una santa ambición de ser fuertes tambien
nosotrot y de dar á la virtud infusa de la fort aleza, la
facilidad áe un hábito adquirido. Todos podemos alcan-
zarlo. 4Cuáles son los medios para ello?
1 . La oración ardiente y perseverante '

2. La atenta consideración de la pasión de Cristo


y de los dolores de María.
3. La educación de la voluntad, la cual hay que
ejercitar en acometer cosas duras, y-habituarla á perse-
Verar aun en las cosas pequef,as. iCuán preciosos Son,
bajo este respeto, los humildes sacrificios de cada día
y la espont ánea renunciación de ciertos goces!
4. De un modo especial , la victoria sobre la dift'
cultad presente. Todos luchamos con alguna dificul-
tad, int'erior ó exterior; corporal, espiritual ó moral.
Es decir, todos nos hallamos ante una tarea, Qüe nos
parece ingrata o incómoda. ;Ceclemos, nos doblega-
*or moraJmemte, retrocedemos, abriendo así camino á
nuevas derrotas? lEstamos decididos á vencer? La vic-
LAS VIN?UDES 205

toria es segura y nos conducira á más hermosos triun-


fos. Sí, esta lucha con la dificultad presente es un lla-
mamiento de Dios á vencer un enemigo, a triunfar de
un obstáculo. Y esta victoria, que Dios nos hace posi-
ble, nos dispondrá á más brillantes acciones para las
cuales fáltanos aún el valor y Ia aptitud.
II. Trabajemos sin demora en esta firme dirección.
En lugar de dejar caer los brazos é inclin ar la cabeza,
alcernos nuestra frente llenos de conÍianza en Dios.
Lo que parece abatknos está destinado á aguerrirnos.
En este sentido explican los Santos Padres la palabra
de Dios á S. Pablo (1): «La virtud se perfecciona en la
Ílaquezarr.
Velemos igualrnente, si estamos encargados de la
educación de la juventud, por fortalecer los caracteres
y disponerlos á los sacrificios y ála lucha.

coLoQUro

En piadosa conversación con nuestra Madre, des-


pués de compadecer sus sufrirnientos , olrezcárnosle el
propósito que ha de serle más agradable: el de sacar de
sus dolores, con su auxilio, Ia fortaleza para nunca aco-
bardarnos. Stobat,ülctter dolorosa.

sÁeADo cUARENTA.-Mansedumbre y paciencia de la


Madre de Dios

Ptan de ta meditación servicio presta ría-


Ínos á' la sociedad, haciendo-Gran
resalta r la nobleza y her-
mosura de la mansedurnbre y de la paciencia. Admira-
remos, pues, efl el primer punto estas virtudes; como
(i) v. s. AçusrÍs, sro, ToruÁs, citados por conNELy en este
lugar, 2.4 Cor. XII, 9.

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206 TERCERA PARTE. sÁÉíoos

virtudes de tos fuertes,, en el segundo como virtudes


de Marío, y en el tercero veremos como pueden Ser
también v i rtudes nue stras.

MEDITACION t

,,Fructus autem Spiritus est caritas, gaudiuffi,


pot, patientia...>> (Galat. V, 22).
Fruto son del Espíritu lct caridad, gozo, Po1'
ponsaÍnos ante nuestros ojos .,
"tíK'l;;ruDro.
espectáculo que ofrece María en el Calvario iunt o á' la
cruz.
2.o PnELUDIO. Pidamos la gracia de vernos.cauti-
vados por los atractivos de las dos hermosas virtudes
de la paciencia y mansedumbre.

I. La mansedumbre y la paciencia, virtudes de


IOS fuertes.-1. La mansedumbre reprime los arre-
batos de la cól era,la pocíencia impide los abatimientos
de la tristeza. Virtudes son éstas hechas para ir á la
pàf , prestarse mutuo apoyo y aun para comprobarse
mutuamente. La irnpaciencia provoca la cólera: ésta
cae, poÍ reacción, en el abatimiento; y si no Se eS pa-
ciente, la mansedumbre corre peligro de no Ser más
que apatía y f alta de valor. Estas virtudes residen en
el hombre Sano de cor azón, af ectuoso y valiente.
1. Son indicio de fortaleza, porque prueban su-
perioridad sobre las pasiottes y dificultades. Según el
ântigtro proverbio, el hotnbre manso no tiene pasión
desõrdenada (1). El paciente está por encitna de todo
obstáculo. Si es á la vez maÍlso y paciente, ejerce el
(t) Mitis non patitur. S, Tsou. 1,2, Q. LIX, a.2. ad- l, iuxta Ants-
rorELEu, Top. IV,5 (125)::rpôoç ó úraO\q }á1eror.

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LAS VIRTUDES 2Ü
hombre un verdadero imperio sobre sí mismo y sobre
el mundo. Y este dominio es tanto más magnífico cuan-
to las causas de cólera ó de cobarde tristeza son rnás
numerosas; nranifiéstanse dentro de nosotros, así en
las molestias del cuerpo y los defectos del espíritu,
coÍno en los vicios de carácter y fl aquezas de la volun-
tad; y fuera de nosotros, en los hombres y su natural,
en las cosas y sus combinaciones, en los casos for-
tuitos y en los que trae una interrción calculada; final-
mente, proporciónalas también el tiernpo, que hace al
hornbre inconstante. El hombre manso y fuerte es un
triunfador, que no cesa de vencer á sus enemigos.
2. Más aún: la Ínansedurnbre y la paciencia son
causa de fortaleza; aseguran al hombre, que de ellas
está dotado, la plena posesión de todas sus facultades
para deliberar, decidir y ejecutar. ;Cuántos errores se
cometen, qué de males se suscitan por los arrebatos de
la cólera! 1Y cuánta influencia nos proporcionan sobre
los demás la mansedumbre y la paciencia! Este es un
hechõ de que da testirnonio ,nu experiencia cierta. Mas,
gcórno explicarlo? Porque el hornbre Ínanso y paciente
no lastirna el arnor propio del que quisiera convencer;
no hurnilla á la person a para ganar la causa, porque,
evitando el excitar al prójirno, le deja enteramente su
juicio; porque la hermosura de su mansedumbre y de su
paciencia es un espectáculo que atrae: á todos gusta
conquistar el favor del hornbre manso y paciente.
II. Afrádase á esto, Qtre ni la cólera rri el abatinrien-
to son elernentos de clicha, mientras que el hornbre
manso y sufrido, ailernás del placer qrle causa toda
noble cleterminación t gozâ tarnbién de sus presentes
triunfos y url gusto anticipado de la futura recornpensa.
;Córno, pues, flo aficionarnos á estas hermosas virtu-
des y no decidirnos á adquirirlasP

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208 TERCERA PAnrE. sÁra.oos

II. La mansedumbre y la paciencia, virtudes de


lllaría.-I. 1 . Para demostrar la excelencia de estas
virtudes en María ino eS, por ventura, suficiente re-
cordar que la mansedumbre y la humildad forman el
caráctei propio de Jesucristo? 1Cómo podrían faltar en
la criaturamás semejante á Jesús?
2. Seguicl en espíritu todas las pruebas sufridas
por Maríaldesde el nacimiento de Jesús en un pesebre,
hasta la cruz de su Hijo y su propia Asunción: huída,
destierro, pérdida del Niflo, soledad, dolores, compa-
sión, desofación, latga espera del cielo. iEn cuál de
ellas estuvo María fúera de sí por la ira, ó fué inferior
á sí misma por un cobarde abatimiento? Siempre tran-
quila y fuerte, siempre grande y digna: tal nos lo mues-
tra el evangelio.
3. Estã paciente mansedumbre entra de tal modo
en la figura de María, que ningún pintor ha descuidado
este raigo, y en todas las lenguas se la apellida Virgen
dulcísimã, y esta mansedumbre explica, humanamente,
el secreto encanto que atrae los corazones á la devo-
ción hacia Ia Madre de Dios.
II. Procuremos, esçudrifrando con cuidado algún
episodio de su vida, deiarnos i_mpresionar-.por la p!-
cíencia y mansedumbre de la Santísima Virgen ,- á fin
de conságrar á esta buena Madre una más completa y
más personal admiración.
Por lo demás, María, desde lo alto del cielo, sigue
mostrándonos esta misrna amable longanimidad, y de
ello damos nosotros mismos buen testimonio, recu-
rriendo á ella sin cesar, aun después de constantes y
repetidas defecciones.
ioh! démosle gracias por una cualidad que nos es
tan preciosa y nos viene frecuentemente tan á pro-
pósito.

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I-AS VIRTUDES 209

lll. La adquisición de estas dos virtudes.


Decididos ya, por el primero y segundo punto, á-1. co-
rresponder á la gracia, que nos urge á adquirir ó fo-
mentar en nosotros estas dos virtudes de la manse-
dumbre y la paciencia, busquemos ahora el método
apto para conseguirlo.
1. Ante todo, dérnonos cuenta'de nuestro estado.
gCuál es nuestra mansedurnbre? dCuál nuestra pacien-
cia? eQué defectos tenemos que corregir?
2. No nos olvidemos de orar.
3. La rnansedumbre es hija de la humildad, y la
paciencia nace de la confian za en Dios . La tranquila
mirada, que la Providencia nos hace Íijar en lo porve-
nir, facilita para lo presente la longanimidad.
4. Estudiemos la
hermosúra y los felices efectos
de estas virtudes, y
adernás todas las razones que
tenemos de rnoderar nuestras exigencias para con Dios
y para con los hombres.
5. Acordémonos también de esta ley práctica:
nosotros sornos fuertes al prinrer despertar de las pa-
siones; pero débiles cuando se han desencadenado .

ICUánto más difícil es expulsarlas que impedirles la


entrada! Ejercitémonos, pues, en dominar al principio
nuestros movirnientos pasionales, yâ rechazándolos
directamente, yâ fijando en otro obieto nuestra aten-
ción.
6. Usemos del examen particular para fortalecer
la voluntad y dominar a nuestros enemigos unos en
pos de otros.

COLOQUI O

Hagamos este coloquio con la virgen dulcísima


para aprender de ella á irnitar la hurnilde rnansedumbre
MEDrr.acroNES. ToMo. r.r.- 14.

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210 TERCERA PARTE,. sÁsADos

y la constancia de su Hijo. O clemefrs, o pio, o dul-


bts Virgo Mario! ioh Virgen clemente, oh Virgen
piadosa, oh dulce Virgen Maríal

SECCION TERCERA

Las glorias de María, Madre de Dios

sÁeeoo cuAREnttn:r5;';;?jlteza morar de Maria,

Plon de la meditacíÓn -Relaciónase esta medi-


tación muy naturalmente con las de la precedente sec-
ción. Nos proponemos estudiar en ella la primera entre
las gloriai dà María, ó sea, sü encantadora belleza
*orã1. Siendo nuestro deseo presentar una síntesis de
ella, quisiéramos grabar su imagen, Pot medio de algu-
nos rosgos satiõntes, en nuestra inteligencia y en
nuestro cora zÓn.
Una perfecta purezo d,a á la persona de María el
esplendór d. la unidad; resplandece en su rostro la
a|egría y, al mismo tiempo , el dolor lo seflala con su
sello vaionil; y esta belleza es consagrada por una
indefectib le Pose sión.
Éstas coirsideraciones dividen Yâ, por sí solas ,

nuestra meditación.

MEDITACION

,<Cor meum et caro mea e'rultoverunt ín DeUm


vivum» (Ps. LXXXIII, 3).

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LAS GLORIAS I)E MARÍA 2tr
,Mi corazon t, mi carne Se regocijoron en Dios
vivo.
l.er PneluDro. Figurémonos á María bajo el as-
pecto de la admirable mujer descrita en el Apocalip-
sis, vestida del sol, teniendo bajo sus pies la luna y
coronada su frente con una diaderna de doce estrellas.
2.o PnELuDro. Roguemos á Dios rlos conceda una
profunda admiración por nuestra celestial Madre, y
una santa voluntad de perf eccionarnos á ejernplo suyo.

I. Esplendor de Ia pureza.-I. Dirijamos una


rnirada á la pureza divino. Considerarla como simple
carencia de pecado, no es mirarla en sí rnisma; es no
conocer nada cle ella . La divina pureza es Ia comple-
tísima unidad del ser divino, poÍ la cual todo en Dios
es Dios. Por ella Dios se penetra á sí mismo por un
conocimiento tan inmediato que se identifica con El
tirismo, y se arna tanto cuanto es amable, con un arnor
igualrnente identificado consigo mismo. Además, Dios
solo se determina a sí rnisrno á conocer todas las
cosas y halla únicarnente en sí toda la razón de amar-
Ias: en otras palabras, la pureza de Dios es la simple
identidad de su ser divino, de su ciencia, de su amor,
sin dependencia ni receptividad, de modo que justifica
este lenguaje: Dios no es sino Dios, ilo conoce sino á
Dios, flo ama sino á Dios, y al mismo tiempo es todo
bien, lo conoce todo, y ama toda bondad.
Absoluta perfección y plenitud la de Dios, y tal que
Íne arroja a sus plantas convencido de rni nada, rubori-
lado y lleno de gratitud por el amor que me prof esa.
Expresémosle nuestro reconocimiento.
Pureza de la Santísima virgen criatura
necesariamente ha de permanecer á-Toda infinita clistan-
cia de esta adrnirable unidad divina. puédese siempre

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212 TERcERA PAR'IE. sÁsaDos

concebir utt conocimiento menos mediato ó menos ina-


decuado de Dios, rfl amor más único y más com-
Qüe el conocimiento y amor realizados
pleto, fuera de
Dios.
Con todo, la pureza positiva de las criaturas debe
aproximarse á este divino ejemplar. Es, pues, efl el
otden moral, la unidad por la cual una criatura perte-
nece á Dios y tiende toda entera á El; es el atractivo
integral de lo infinito sobre lo finito. Cuanto más per-
tenecemos á Dios, tanto más puros somos. Nuestra ele-
vación al orden sobrenatural da así lugar á una prreza
más excelente que cuantas podíamos alcanzar por
las solas fuerzas naturales. Ved cómo brilla en Su más
alto grado esta prreza en la humanidad del Verbo.
Abanãonada á sí misma, nuestra naturaleza humana
hubiera quedado inferior á los ángeles Y, por ende, me-
nos pura que ellos. Pero he aquí (ue la asume el Verbo
de Dios, y queda toda enteramente entreg ada á Dios'
Sus mismos actos Son actos de una Persona divina' Su
es consumada.
^plureza
María no cede en pur eza más que á su divino Hijo '
Por la gracia de la maternidad divina, su mismo cuerpo
y las põt*n.ias de su vida vegetativa reciben directa-
mente un empleo divino. Ninguna otra criatura pudo
poner al servicio de Dios, flo solamente sus actos, sino
ãun su natu raleza ó substancia misma. Afládase á esta
primera prerrogativa, además de una más limp]a vista
he la intàligenc-ía orientada plenamente hacia Dios, la
perfecta sumisión de sus pasiones y propensiones, Qüe
secundaban al apetito superior; dése á este apetito,
en sus ímpetus hàcia Dios, toda la natural y sobr-en3-
tural intensidad, de que estaba dotada la voluntad de
la Madre de Dios, y se tendrá una débil idea de la pu-
teza de María.

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LAS GLORIAS DE }IARfA 213

II. I\luestra purificacion positiva .-_El problerna


de nuestra purificación consiste, pues:
1. En disminuir las divisiones y particione,s.' di-
visiones de gustos, divisiones de afectos, divisiones de
intenciones; trabajo de renunciación de nosotros mis-
mos y victorias sobre las pasiones; disrninución de las
inf luencias que no sean las de nuestras f acultades
superiores. Estas influencias son, unas exteriores á
nosotros, coÍno los acontecirnientos, faustos ó adver-
sos; y otras interiores, como los diversos movimientos
á que estamos sujetos.
2. En entregornos totalrnente tÍ Dios: es decir,
refiriendo á El más directarnente, más fuertemente,
más enterarnente así ntrestro cuerpo, como nuestra
alma, nuestras intenciones y nuestras actos.
1A qué grado de pur eza no se elevaron los santos?
Bien pudo SaN BEnxaRDo escribir, que todo le caus aba
fastidio si no veía en ello irnpreso el nornbre de Je-
sús (1). Y saN Fnaxcrsco DE Selns exclamaba: usl
conociese que en rni corazon hay Ia menor fibra que
no estuviese enteramente ternpl ud,^en el amor de Diàs,
al instante la arrancaría. iAh! artancadrne el corazón si
no debo ernplearlo todo entero en arnar (Z).
No temamos, con todo, QUe esta unidad de pensa-
miento y de amor nos convierta en duros y fríos. No se
1ma al
proiimo sino identificándole consigó rnismo ó con
Dios, con el cual se está de anteÍnano união. gserá nues-
tro amor menos verdadero y menos intenso; porque se
refleje en Dios más que en nosotros rnisrnosl conside-
reÍno_s_, poÍ lo dernás, la ternura de
Jesús y de los santos.
eHemos dado siquiera algunos pasos en este camino
de la unidad y pure za positiva?
(1) Sermón l5.o lrt cantica n. e$.t. , p.L., t. lE3, col . g4,1 t.
Q) HruoNr. Vida 1,7, c.5, i rit-'.'

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2r.+ TERcERA PARTE. sÁeeDos

II. La expansión del gozo unida a Ia virilidad


del dolor.-I. 1 . La belleza moral sin gozo ni suf ri-
miento, Sería Como un Cuerpo sin alma y sin vida. Sin
gozo no parecería ni modelada en Dios, ni aprobada por
É1. gY óó*o se mostraría noble y varonil, sin sufri-
mienlo? Dios es infinitamente santo , á la par que infini-
tamente dichoso, y la virtud viene de El é imita sus
perfecciones. lPodría, pues, virtud alguna reflejar su
santidad, sin reflejar su dicha? Àtas, PoÍ otra parte, si
todo en el deber f uese gustoso iqué pro movería en
una criatura falible la elevación de miras, cómo se ma-
nif esta ría la Íuerza que la santidad del Criador tiene
de su misma infinidad? Después de la culpa original, es
decir, habiendo en nosotros contrarias inclinaciones, eS
menester que la conducta virtuosa demuestre, PoÍ medio
clel sacrifióio, Qüe se inspira en una intención superior
al gusto sensibie ó al vil interés. Supuesta la existencia
de hombres malos, deben servir para hacer brillar la
justicia de los buenos; el sufrimiento es el crisol de don-
de sale probad ala virtud humana; las cotrtradicciones y
persecutiones de los malos preparan los laureles á los
mártires.
En el alma de Jesucristo se manifestaba, en su rnás
alto grado, el misterioso enlace del sufrimiento con la
felicidad. Aquella alma no dejó de tener ante los ojos la
vista de Dios y la vista de la cruz; gozo constante-
mente de la vi§ión beatíficâ, Y sufrió constantemente la
perspectiva cierta de los más atroces tormentos. Du-
iantê toda su vida mortal, saboreó el Salvador junta-
mente todos los gozos del cielo y todas las penas de la
tierra. Y á la verdad éste es un nuevo título para pro-
bar que la belleza moral es una mezcla de consuelos y
doloies, y que tal belleza no puede ser perfecta sin pa-
Íecerse á la de Jesucristo '

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LAS GLoRIAS DE IIARíA 215

2. He aquí por qué recibió María, más que nadie


en este mundo, el sello del gozo y del dolor. Aunque
exenta del pecado original y de la lucha interior, ha de
ver su rnérito y la hermosura de sus acclones realzados
por costosos actos, y su vida, más que ninguna otra,
debe conformarse con la de Jesucristo. Desde antiguo
han admiraclo los santos, en la Madre de Dios, el supre-
mo dolor unido al supremo consuelo (1). ;Quién cómo
ella poseyó á Jesús y go zó de El? aY quién sufrió más
por Jesús desde la profecía de Simeón? aQué fe hubo
más viva que la de María y más capaz de reernplazar
acá abajo la visión? ;Y quién corno la Madre de Dios
suspiró y gimió por el cielo? lQuién gustó como ella
del beneficio de la redención, y quién lloró como ella
la pérdida de las almas? Un rnisrno aÍnor la hacía así
apurar la copa de todas las delicias y el c aliz de to-
das las amarguras.
II. La alianza del sufrimiento con el consuelo há-
llase tarnbién en la vida de los santos. San Pablo nos
dió su forma clásica al exclamar: «Sicut abundant pos-
siones Christi in nobis, ito per Christum abundat
consolalio rtostra... . . . Superabundo gaudio in omni
tribulatione nostra (2). En la rnisma proporción en
que abundan los suf rimientos de Cristo en nosotros,
abundan nuestros consuelos por Cristo. .. . . Reboso de
gozo en todas mis tribulaciones». Los santos, consola-
dos por parte cle Dios y del cielo, debieron sufrir por
parte de la tierra y de los hombres.
No nos maraville, pues, tener que pasar por doloro-
sas pruebas. Al contrario, declarémonos como San
Pablo, dispuestos á todo , á la abundancia como á la
(l ) Véase por eiemplo el 3.u, sermón de S. Vrcexrr Frnnsn
(l' l4l9) en la Natividad de Nuestra Sefrora.
(2) 2.4 Cor,I, 5; VII, 4.

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2t6 TERCERA PARTE. SÁNEDOS

escasez (l).Mas, á fin de alcanzaÍ este objeto, unámo-


nos íntimamente con el principio de todo bien, Dios,
por las virtudes teologales de fe, esperanza y cari-
dad, y hagámonos superiores á las criaturas, cuya im-
perfección es principio de todo mal.

III. La consagración de la inmutabilidad.-l . La


santidad de Dios import a la inmóvil posesión de todo
bien . La bell eza moral debe ser coronada por la esta-
bilidad. María estuvo de tal modo revestida de la gracia
de Dios, Qüe tuvo en el bien una Íiieza, formalmen-
te tan grande como la de los ángeles y bienaventura-
dos def cielo, y producida por una imperiosa necesidad.
A un bienaventurado del cielo le repugn atía me-
nos faltar, QUe á, la Madre de Dios y esposa del
Verbo . La pureza de María, inmediatamente infe-
rior á la del Verbo , alcanza lo sumo de la pureza
creada.
II. Comparemos con esta Íiieza en el bien, nues-
tra inconstancia, y procuremos remediarla Con la hu-
mildad, la con lianza en Dios y los ejercicios que forta-
lecen la voluntad.

IoLoQUIO

Fijemos nuestras miradas en María y maravi-


llémonos de tanta hermosura. Retirémonos como en-
cantados de esta santidad, después de haber sose-
gadamente pedido tener en ella alguna participación.
iVitom proesta purom. ioh María, concédenos una
vida pura!,

(l) Philip, IV, 12.

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LAS GLOKIAS DE MARÍA 217

SÁBADO CUARENTA Y Dos.-lncorruptibilidad gloriosa


del cuerpo de M aría

Plan de lo meditación despttés de algu-


-Pasando,
nas reflexiones generales, de la consideración de nues-
tra Madre á la de nosotros mismos, meditaremos pri-
mero sobre /a muerte y lo corrupción; después sobre
lo preservoción de que Íué objeto el cuerpo de lo
tladre de Dios; finalmente sobre nuestra futuro li-
bertad de la corrupción,

MEDITACIÓN

«l\ton dabis sanctum tuum videre corraptionem»


(Ps. XV, 10). ,

ItIo entregarós (í la corrapción lo consagrado


á ti (1). a
1.nn PnEluDIo. Imaginémonos ver á María en lo
más alto del cielo.
2.o PnnluDlo. Pidamos instantemente la gracia
de crecer en admiración por María y de disponernos,
por una vida enteramente santa , á la incorruptibilidad
de la vida futura.

I. La muerte y la corrupción.-1. 1 . La muer-


t€, esta penosa división y disolución de nuestro ser,
no está f atalrnente destituída de mérito y de gloria.
Como nos lo ha rnostrado Jesucristo, la derrota puede
contener el triunfo; la victoriosa puede ser vencida
al mismo tiempo en que reporta el triunfo. Espléndida
es la victoria del mártir, que sacrifica su vida a la vida
(1) Aplícase literalmente este texto al cuerpo del Salvador 5,,
por analogía, al de su Madre.

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218 TERcERA PARTE. sÁeeoos

eterna; completa es la victoria del cristiano sobre toda


la vida presente, cuando sin pena la abandona, lleno
del espíritu de Cristo, á quien muriendo imita, corrien-
do á un porvenir que rebosa en promesas, y bendicien-
do al Dios de amor cuyo decreto acepta; magnífica-
mente fecunda es la victoria de quien se inmola por el
prójimo, por Ia patria, por la Iglesia.
Todas estas glorias hallárotrse reunidas en la muer-
te de .[esucristo. Ninguna más voluntaria, más doloro-
sâ, más noble, ni más útil. Quiso morir por amor á su
Padre (1), y al morir, ofrécele un sacrificio perpetuo,
sólo digno de Dios, á quien su tránsito procuró infinita
gloria, mientras que para el mundo todo, era la liber-
tad y la salvación.
2. Pero la muerte es seguida de la más completa
destrucción del cuerpo; pura humillación históricamente
vinculada al pecado, sin mérito y sin gloria.
II. Cóloquémonos frente á frente de este primer
término de núestro destino.
1. Moriremos No muramos sin gloria. Muramos
haciéndonos superiores á la vida que dejamos, unidos á
Jesucristo moribundo, fija la mirada en la vida en que
entramos, edificantes aun en nuestra muerte. Estudia-
ban los gladiadores el modo de morir con gracia, á los
ojos de un pueblo que acompaf,aba su agonía con
aplausos; algunos filósofos supieron morir como sabios,
con fría resignación, tocada de cierto orgullo: sea
nuestra muerte humildemente cristiana.
2. Itluestro caerpo convertiráse en polvo. Acep-
temos un castigo que tenemos bien merecido, y cuya
pena viene por otra parte endulzada por un pensamien'
to de fe, á saber, QUe si nuestro cuerpo terrestre y mise-

(1) Joan. XIV, 31.

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LAS GLORIAS I)E I\IARíA 219

rable perece, es sólo para resucitar glorioso y digno del


cielo. «Sembrado como semilla entiegada á, la úrrup-
ción, inforrne y vil y privado de rnovimiento, después de
una existencia animal resucit ará incorruptible, gÍorioso,
lleno de vigor y dotado de una vida espiritual, (1).

II. Muerte é incorruptibilidad de la Madre de


Dios.-1. Sobre la muerte de María se cierne cierta
duda que no nos toca desvanecer.
Mas si, corno es más probable, María murió, su
muerte fué la rnás bella, la más gloriosa después de la
de Jesús. Murió, flo sólo con amõr, sino poi amor. El
fin de su terrenal existencia, precedido de un martirio
rneritorio y á todos nosotros provechoso, llevó el sello
de una íntirna semejanza con la muerte de Jesús, y fué
tan dulce, que ha recibido el nornbre especial de §uefro,
II. Aunque la rnuerte de María haya podido pare-
cer incierta, ningún autor católico pone en duda que
fue preservada de la corrupción. f odos sin titubôar
lo afirmal y dan de ello, fundados en los padres, cuatro
razones (2).
1. Razon legal. La corrupción sigue á la muerte
en cuanto ésta es pena del pecado. María, exenta de
toda mancha, no debió pasar por la rnuerte como por
una pena.
2, Razón teológica. La Materniclod divina, san-
tificando la carne de Mar ía,, imprimió en ella un sello de
inmortalidad. 4Cómo, pues, adrnitir de ningún modo,
que un cuerpo, de tal manera santificado po; la divini-
dad, sea reducido al estado de podredumbre?
ioh! no;
Iejos de tener que verse apartádo de los ojos de Ioó
(l) 1.a Cor. XV, 42-44.
(2) Seguimos en esta división á PrssAGLrA , De Immaculato Con-
ceplu n. 1473 ss.

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nO TERcERA PARTB. .sÁsa os

hombres y de ser un espectáculo repugnante á los sen-


tidos, debfa alegrar los ojos de los ángeles y de los es-
cogidos y brillar entre laó innumerables maravillas del
cielo.
Esta preservación forma también parte de la deuda
de gratit;d y honor que quiso el Verbo divino pag at á
su Madre.
3. Razón providencial (sacada de la economía del
plan divino). À[aría, meditemos bien este P-unto, 9s
tonstituída Madre de la gracia y de todos los frutos de
la gracia. Pues bien ;si ella los da á los demás, no go-
,^ía d" ellos de un modo absolutamente privilegiado?
Ahora bien, entre estos frutos cuéntase la futura inco-
rruptibilidad de los cuerpos. 6Cómo María, unida con
el principio de toda incorruptibilidad, Qüe UliO. á su seno
para comunicarse por ella á la humanidad, hubiera
podido sufrir los daflos de la corrupción?
iNo estaría esta corrupción en pugna manifiesta
con el conjunto del Plan divino?
4. Razon de onatogía. a) María redirnida de un
modo más excelente qué el resto de los hombres, debe
también de un modo más excelente participar de la in-
corruptibilidad del cuerpo de cristo . b) Dios que pre-s-
cribió que el antiguo tàbernáculo fuese construído de
madera reputada incorruptible, siendo así que sólo fué
figura de María, no hubiera velado p9r la preserva-
.iõn del tabernáculo vivo que destinaba á, su Hif o? c)
Conservó Dios milagrosamente la virginidad de Matía'
El cuerpo intacto y puro no está suf eto a la ley de la
corrupción.
II: profundicemos bien en la certeza'del privile-
gio de María. Desde que se fiió sobre este.punto la
ãtención de los Padrês, proclamaron con-- ANpnel;
CnEteNSE que si «el Seno maternal fué conservado

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LAS GRACIAS DE MARÍA 227
'intacto,
la carne de la Virgen difunta no pudo pere-
ceÍ» (1).Ningún doctor ha osado ni aun dudar de esta
inrnunidad . ,,La piedad católica clamaría ante la idea
de que la carne de María haya podido ser presa de los
gusanos» (2).Este privilegio, más que una congruen-
cia, es una necesidad de conveniencia; y, por cierto,
más verdadero que el de la Asunción. Con tal de que
los santos despojos permanezcan enteros, aguardando
su glorioso despertar, su resurrección anticipada es
menos esencial á la honra de María, Concíbese, efl
rigor, el retardo de algunos instantes. De algunos ins-
tantes, decimos, porque los siglos no son rnás que mo-
mentos delante de Dios y comparados con la eter-
nidad.

III. Nuestra inmunidad de la corrupción. I.


gPor qué se convierte en polvo nuestro cuerpo? -
1. Porque es un principio de pecado.
2, Porque sus deseos le mantienen dernasiado Ie-
jos de Dios. Ninguna aspiración le lleva a la fuente de
toda incorruptibilidad. Inclínase hacia la tierra y natu-
ralrnente cae y es absorbido.
3. sobre todo, porque está inficionado de ras-
treras corlcupiscencias (3). En el hecho de condescen-
der con placeres viles, hállase como Ia raíz y el prin-
cipio de la asquerosa corrupción. Este paralelismo
entre la corrupción y el placer, de tal modo lo com-

. Ít) 'QÇ y,ip _uxto,Sortç n vriàü6 oü àr,égg d,pro, oDro 0avoúoz7g


itg,i,pE oú àuoÀoÀev, sermõn z.o det suerto de la virgen santísima.
(M., P. G. , t. 37, col. 1081).
(2) Ilud... sacratissimum corpus escam vermibus traditum... sen-
tire non valeo.., Troct. de Assumptione B. M. I/., que fué atribuído á
Serv AcusrÍrv, c.6.(M., P. L.,t.40, col. 1146).
(3) Véanse sobre esto las her.mosas consideraciones de Bos-
ruET, sermón 1.o sobre la Asunción, 2,0 punto,

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222 TERCERA PARTE. sÁsaoos

prende el sentido cristiano, Qüe una antigua leyenda


hacía pasar por incorruptible el cuerpo de San Juan,
por ser el apóstol virgen.
II. Prepafémonos, pues, á tomar de la Corrupción
una gloriosa revancha, mediante una vida enteramente
exenta de pecado; volvámonos á Dios todo lo. posible
y, sobre todo, triunfemos de los malos apetito§.

coLoQUIO

Recordemos las conmovedoras palabras con que el


de
tie
oní
sot
tial » (1). Allá está nuestro corazÓn,, allá todos nues-
tros aiectos. Después de excitarnos á un gran deseo
de foment al tan levantadas miras, pidamos á María
que nos ayude á realizarlas. Ave Marío-

SÁBADO CUARENTA Y TRES.-La gloria esencial del


alma de la Madre de Dios

Plon de la meditacion -Tomando desde ahora

sucristo, segundo Punto.

(1) Philipp. III, 19-20.

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LAS GLORTAS DE MARíA 223

MEDITACION

«E.tsttltavit spiritus meus in Deo salutari meo.>>


(Luc . I, 47) .

Alegróse mi espírittt en Dios, mi salvoclor.


1.er PnnluDro . Representérnonos la gloria del
cielo, en que María es la más próxirn a al tronõ de Dios.
2.o PnELUDro. Pidarnos ia gracia de gustar san-
tarnente de esta bienaventura nz{ esencial dãl alrna de
María, á fin de poner todo nuestro bien en Dios.

I. Triunto en Digr.-ceuién podrá decir lo que


pasó por el alrna de María, la más perfecta de todas
las criaturas, cuand o alzó el vuelo hácia Dios, para su-
mergirse y abisrnarse en er océano de la infinita feli-
cidad? ioh gozo pleno, siempre entero y siempre nue-
Yo, gozo que siernpre satisface sin jamás cansar; gozo
dernasiadarnente grande para seruraturalmente
[osi-
ble á quien no sea Dios; gozo de Dios conueriido,
por un prodigio inefable, en gozo del hornbre sobre-
naturalizado y elevado! Este inagotable río de verdad
y de amor derrarn a la abundancia de sus aguas en el
corazón de María, ó mejor, el alma de Maríá se anega
deliciosamente sumergida en é1. gNo se ha dicho, pã,
1e1tur3, que todo escogi do entra en el gozo de su
Sertor? (l)
Si este espectáculo nos arrebata, contemplérnoslo
en silencio por algún tiernpo, y luego; dichosos con la
clicha de nuestra úadre, feliciãernosla de todo corazon.
«Regino cueli laetttre, aucruiul
iReina del cielo alé-
grate !»

(l) Matth. XXV, 21.

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»4 TERCERA PARTE. SÁBRDOS

II. También nosotros estamos llamados á triunfar


en Dios. De El nos viene el ser, y á pesar de nuestra
pequeflez, dígnase_su.bondad convidarnos á un
destino
también sublime. Todo lo hemos recibido de É1,, todo
debemos esperarlo de El, y en efecto lo recibiremos
todo, si no queremos pertenecer más que á ql'
Dios mío
iôon cuánta razón clamaban los santos:
!, mi toclo! (1) ;Hemos Profundizad
verdadero sentido de estas Palab
en en mí, Y
teno sino en
te mi todo no le falta
mí. Escojámosle en
efecto. ;Por quédudamos r por encima de toda
criaturu, purá subir áEl? somos, según la me-
dida de nuestra caridad'

II. Triunlo por Jesucristo' - I ' f iQué dlcf a

puru una Madre u.t á. nuevo á su hijo! iQué dicha


verle en el colmo de la gloria y de la. felicidad! iQué
clicha verle, invitada y .úp.lida por El
mismo! iQué
su felicidad y á
dicha verle paraser por El asociada á
.u úroria! iaue dicha!.. . Àtultipliquemos así cuanto
queramos lôs dichosos aspectos de que puede estar
las madres con
revestido el reencuentro de la meior de
ei melor de los hijos, pues nuestra imaginación iamás
que
i"g^ru ala realidacl, ni representará los gozos enMas,
abunda la celestial entreüsta de Jesús
y María.
ntlestra devo-
á pãrur de esta impotencia, apaggntaráse
ción deliciosamenie con lo que llegue a alcanzar '
2. Al ver María á Dios, ve tãmbiénqueá su Hilg' Ve
su divina nat uraleza en la felicidad en
se abisma,

(1)FraeetrabitualdesanFrancis.codeAsís.

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LA,S GLORIAS DE MANÍA 225
y conoce tarnbién su naturaleza hurnana, cuya felicidad
aumenta su bienaventuranza.
a) Abísmase en la felicidad de la naturaleza di-
vina. Trueque sublime, celebrado por Bossum (1).
María había admitido á su Hijo eÍr su seno y en su
pobre casita ; El la admite e, ru palacio y en ãl seno
de su divinidad. El habías e abatidô has ta efia; y ahora
levánt ala á sí. Ella le habí a alimentado con su-leche y
luego con su pan; ahora es EI quien va á alimen tarlâ
en la Ínesa de las bodas, en que ocupa Ella el primer
lugar entre los escogidos. ioú cuán divinos rnánjares
le sirve, y con qué divir o licor la embria gai He
aquí esta bienaventura nza considerada bajo unõ de sus
aspectos.
' b) Despliégase por otra parte ante sus ojos, como
ante los demás santos, la groria de la humanidad del
Verbo. Pero, mejor que toãos eilos, no ve Ella sola-
mente en Jesucristo su cabeza y su mediador, sino
tarnbién su propia obra. lCuánto rnás íntirna es su par-
ticipación en Ia felicidad de Cristo!
II. 1. A pesar de la gran distancia que nos separa
de la Madre de Dios, nõs está proÍmefia, h misrna
recompensa esencial. EI sefror de todo lo criado quiere
también servirnos por sí rnisrno, en su reino, en carnbio
de los hurnildes servicios que se digna aceptar de nos-
otros (2).
2. iQué dicha para nosotros, ser también de Dios
por Jesucristo ! Jesucristo es nuestrar gloria y bierr-
aventuranza,
3. En la vida presente podemos recibirle en la
)
Sermón I .0 sobre la Asunción. Exordio.
(I
r?t
iQue expresioncs las d.el
praecinget se (lorylnus), et !-r1angãiio, uAmen dico vobis quod
faciet itto^ç'ii-rrr*bere, et transiens mi_
nistrabit iltis- os digo de vérdad que ãt §ãno,
sentar á Ia mesa y los servírá,! (Luc. Xli SZl. =" cefrirá y Ios hará
MEDrracroNES, ToMo tr. _15.

í
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226 TERCERA PARTE. SÁB.IDOS

comunión, vivir de su vida por la gracia_ sobrenatural,


y santificarnos eomo miembros suyos, haciéndole así
perpetuarse en este mundo'
4. El cristiano es otro cristo. cada alma,
la
salvada
eternidad
por nuestro celo,' nos asegura Por toda
ãtgo del gozo que María ãxperimenta en contemplar
á ãu Hijo6enditisimo, como obra suya personal'

COLOQUIO

En el coloquio con que terrnin ala meditación, feli-


citemos â Maria por su gloria, y tributemos
por su
medio á Dios vivas acciones de gracias por
nuestros
sublimes destinos. Roguémosle nós alcance la gracia
de llevar uru vida al[o menos indigna de semejante
vocación. Ave lliÍaría '

SÁgeOO CUARENTA Y CUATRO.-La gloria


completa
de la Madrg de Dio§, según el atma y según el Guerpo

con
Ptan de ta meditación -Cantemos gozosos
toda
-alma subió al cielo'
(1)' María en-
la lglesia: «María
tera; no sn solamente. vamos á tratar de este
completo triunfo de María, Qüe ninguno
de los fieles
ver propuesto un
;;;ã ., auaa y tôdos.
qu.e muchos esperan
orden general. de
día â la fe de siguiendo er
pruebos teo-
esta parte invest las
tógicos de la A er resaltar luego
el incomparobte sacar en el tercer
punto, para bien de nuestras almas, consecuencias
práctícas.
concepción'
(1) Antífona de Lautles del oficio de la Inmaculada

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LAS GLORI^qS DE IIARÍA 227

IVTEDITACTON

«Et opertum est templum Dei in caelo, et visa


est arca testamenti ejus in templo ejus» (Apoc. xl,
1g).
Yabriose el templo de Dios en el cielo, v se vio
en este templo el aica de su testamento.
1.Bn PneluDro. Veamos á María subiendo al cielo
por,virtud de su cuerpo glorioso. Los ángeles la intro-
ducen hasta el trono de Dios y de su Hijo Jesucristo.
2.o PneluDro. Pidarnos la gracia de cornprender
la dicha inestimable de María y de disponernos, por
una santa vida ., á participar oe õti a argin día.

I. Certeza de la completa bienaventura nza de


María
-1. 1. La gran demostración de qlre María
fué asunta al cielo en cuerpo y alma, se tràtta en la
conforrnidad unánirne y secular de la Iglesia y de los
fieles en confesarlo y celebrarlo. HacJya rnái de rnil
afros que, del modo más explícito, el universo entero
solemnernente reunido en festivas asanrbleas, tributa
gloria á Dios,_ porque, no contento con haber dispen-
sado al alma cle María una gloria plenísiffiâ, quiso, po,
una resurrección anticipada , llamar también al cuerpo á
los puros goces del paraíso. ;cólno podría restilt ar
vana esta nranifestación? ;Cómo dudar de que el con-
cepto de María, tal cual Dios lo ha regado á su Iglesia,
incluya tarnbién su corporal Asunción]
2. Muchas razones teologiccts vienen á refor zar
esta prirnera dernostración.
a) Desde el principio de las sagradas Escrituras,
ya en _el protoevangelio, hemos recõnocido á María y
á su Hijo Jesucristo, en la rnujer y su prole, á qui.n.,

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228 TERCERA PARTE. sÁBeDos

una enemistad completamente victoriosa separa del


demonio y del pecado. isería tan completa esta victo-
ria, sin una pionta resurrección? Podía la muerte sin
duda herir a María como hirió á Jesús;. mas sin domi-
narla. Convenía que María, apenas caída en manos
de la muerte, se viese libre de sus brazos y se mani-
festase exenta, efl el momento mismo en que parecía
sujeta
' a la servidumbre.
b) En el apocotipsis representa San Juan á la
Iglesia de Cristo, bajo la figura de María (1). Y qué
ehay qué pensar que buscó en una cosa muerta' una
imageh con que pintar el brillo de la vida? iNo ofrece
aca§o á stts oios más que unos despoios inertes y
fríos? iNo proclama, por el contrario, viva y triunfante
en el cielo á aquella, á quien nos muestra como ves-
tida del sol y coronada de doce estrellas?
c) Hemos visto que la Madre de Dios fué cierta-
mente preservacia de ía corrupción del sepulcro. aPero
no hay un I azo de unión íntima y casi necesaria entre
la incórruptibilidad y la anticip ada resurrección? iNo
es éste el razonamiento de Satt Pedro en los Hechos
opostolicos? *El sepulcro, dice, fio podía guardar ,a
Aquel de quien Davíd había dicho: no sufrirás que tu
santo se vea sujeto a la corrupción (2).
d) La tradicion nos muestra á María como á se-
gunda Eva colocada al lado del nuevo Adán' Mas, si
María no estuviese en el cielo en cuerpo y almal en
vano sería buscar á est a1va viva junto al nuevo Adán'
lleno de vida Y de gloria.
e) María pariõ y alimentó al Salvador, por medio
de su cuerpo. ipoOiã, pues, este cuerpo estar mucho
tiempo excluído de la gloria?
(1) Apoc. XII, 1.
(2) Act. 11,24-27 .

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LAS GLORIAS DE ITTARÍA N9
Í) Finalrnente, como esposa der verbo (l), debía
hacer vida común con su celeàtiat esposo; como modelo
y ejernplar del cristiano, debía rnostrar ya en su per-
sona, cuanto podernos esperar en la eternidad.
II. En este punto bastará comprender bien las
razones de este nuevo y magnífico privilegio, para
ofrecet á' nuestra N1adre las felicitaciones mái ituitra-
das y convencidas.

II. Honor incomparabre de la Asunción.-1. 1.


Poco es, para el cuerpo de María, revivir; es menester
que se revista de una belleza y esplendor dignos de
su inrnortalidad, dignos de un alrná ciiviniz a{a en la
bienaventuranza. iAh! ;cómo celebrar dignarnente las
maravillas de esta materia, que dornina "atu materia,
que ignora su peso, QUê vence todas sus resistencias,
que desafía todas sus hostires fuerzas, para lanzarse
qápi_da y sin obstáculo á través de los mündos, rodea-
da de inauditas, aunque siernpre santas delicias, y res-
plandeciendo con rnaiavillosa luz?
2. Después de contemplar esta gloria del cuerpo,
veamos /à Maria toda entera,.efl su herÍnosura y su
descanso del cielo. En estos momentos, no hay p.íigro
de que el regocijo altere la pureza de íntencion,"ya
que, derivado de Dios y querido por Dios, no pu.ã*
dirigirse sino á Dios.
El alma no debe ya agu ardar el complernento de su
felicidad esencial, sino que, dichosa en ií rnisnra, lo es
también en todos los miembros del cuerpo que fué su
instrurnento.
3. Es también una honra coÍnpartir este privilegio
con Jesucristo. Hay en el cielo dob humanidádes .J*-
(l) Verentos despues que María más exactamente se llarna es-
posa del Verbo, que ctel Espíritu Santá. -

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230 TERCERA PARTE. sÁse os

pletas, dos corazones humanos, que se c-omprenden,


que se aman, Qüe santamente palpitan de gozo: el
coraron de Jesús Y el de María'
II. Admiremõs este cornplemento de la f igura que
se nos describe en la primera página de las sag-radas
Escrituras. Anúnciase allí a una muier con su Hijo'
y
ãespués de muchos siglos , 1? reconocemos primero
po-
bajo los rasgos de rlna hurnilde virgen, qu.e unos
brás pastorc-illos encuentran con su Hijo en los brazos,
quien
á quiôn regalan los magos.cgn- :us plgsentes' á
peisigue lã envidiosu crúeldad del rey Herode!; y luego
'balo
ãt u.pecto de una Madre afligida, des.olada ante
la cruz de que pendía su Hifo; mas ahora es la gloriosí-
sima sob.ránu, qr. el mismo Hijo asocia á su
victoria'
Complazcámonos en insistir sobre esta gloria y esta
y multipliquemos las felicitaciones.
- de María, iguahnente,
dicha
y hu-
Àptendamos QUe las Íases penosas
actual, preparan gloriosas compen-
millantes de la vida
saciones en la vida futura '

III.consecuencias prácticas. - I . iQué dicha


liber-
tan grande fué para el cuerpo de María verse
tado de la tierra, güe debia cubrirlo y absorberlo !
peso' no puede mate'
Nuestro cuerpo, retóniclo por Su
rialmente esca p'ar de la tierra que lo sustenta; pero
pooàÀos libertãrlo de los terrenales deseos. iAh! iesos
cuerpo,
à.u"or! Preséntanse primero, como el mismo
con la gracia y frescura de la iuv-entud; mas iay de
aquel õu. cie[amgnte los sigue! Muy pronto se con-
de-gradante lodo, para desaparecer f inal-
vierten en
mente en un eípantoso vacío. Por el
contrario, comba-
por superiores aspiraciones, estos
liJo. y despreciados nobleza y
mismos deseos deian-abierto un camino de
ahora da ya
de honor, tan llenô d. bienes, que desde

http://www.obrascatolicas.com )
r
\

LAS GLORIAS DE ]\IARÍA 23t


á gozar una cierta y real felicidad, en vez de un placer
vano; y a más de esto ofrece la ventaja de que, en la
última hora de la presente vida, no hay que abandonar
una rnultitud de inútiles concupiscencias, ninguna de las
cuales sobrevive al cuerpo.
II. Meditemos bien esta l.y; ó el alma atrae al
cuerpo á su propia dicha, ó el cuerpo arrastra al alma
á su ruina. lCuán Íatal es el cuerpo para sí mismo y
para el alma, si se siguen sus instintos! Las llamas
del infierno llegan hasta el espíritu. El cuerpo vencido
y ya dócilmente sujetado, sigue al alma en el camino,
penoso á las veces, del deber; Ínas es para seguirla
también en la perfecta dicha, y ver redundar en sí
mismo la eterna bienaventuranza.
A nosotros toca ahora escoger de un modo deci-
sivo.. ioptamos por irnitar á los pecadores, que se
pierden y á los tibios que se exponen, ó bien á lós san-
los qu_e por un carnino seguro conquistan un puesto de
honor?

col.oQUro

Gocémonos con María, y dirigiéndonos sucesiva-


rnente á esta buena Madre, luego á su hijo divino y
finalmente al Eterno Padre, roguérnosles instantementã
que infundan y acrecienten en nuestra alrna este Íeliz
irnperio sobre los sentidos, que nos garantice la digni-
dad en la vida presente y lr dicha en Ia futura.
N_e mens gravato crimine Coeleste pulset ostium
Vitoe sit etul munere \ritale toltat praemiunt
Dum nil perenne cogitat \litemus omie no,rium
seseque culpis illigot. purgemus omne pessi-
lmum (t).
(1) Himno del oficio del domingo, á Visperas.

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232 TERCERA PARTE. sÁBADos

Que nuestra altna gravada por la culpa-No


« sea
excluíãa del don de la vida-Mientras que nada eterno
piensa-Y se enreda con pecados-Que llame ála puel-
ia de la celestial morad a--Que alcance el premio de
vida eterna-Evitemos todo pecado-Purifiquémonos
de la iniquidad.,

SÁgeOO CUARENTA Y CINCO.-Trtunfo de la Madre de


Dios sobre el inflcrno y sobre el mundo

Ptan de la meditación Después de las victo-


-
rias esenciales, que asegur an á María la gloria etet'na
de alma y cuerpo, veamos de considerar otras victo-
rias, que vienen á completar su triunfo. En esta me-
ditaciôn, veremos á, María triunfar del ínfierno, de
la herejía y del corazÓn de los hombres.

MEDITACION

*Pulchro es omico m o) suovis et decora sicttt


Jerusalem, terribitis ut castrorum oci
s ordinota '>>
(Cant. VI, 3).
Hermoso eres, amiga ío, suove !' linda como Jf-
rusalén,terríble contoln eiército en orden de batoíla.
1.ER PneluDlo. Imagínémonos á, la Virge-n
Stn-
tísima con el triunfal aspõcto con que se la pinta In-
maculada. El infernal dragón retuércese á sus pies con
impotentes convulsiones.
2.o PRELuDIo. Pidamos la gracia de imitar á
la
'prepaiarle también glorio-
Virgen en sus victoriâsr Y
sos triunfos en nosotros mismos '

I. Triunlo §obre el intierno.-I. Hemos ya me-


ditado el gran triunfo inicial que reportó María
en su

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LAS GLORIAS DE I\IARIA 233

Concepción Inmaculada. Este primer triunfo fué el co-


mienzo de más brillantes victorias interiores y exte-
riores,
1. Victorias interiores. El triunfo moral de Ma-
ría Íué absolutarnente completo. María se nos mues-
tra impenetrable, ilo sólo al pecado, sino aun á la ten-
tación. Ni por un instante logró el demonio empafrar
Ia belleza de su alma, ni siquiera llegó á intentar nin-
gún interior asalto. Tal es el triunfo moral de nuestra
Madre.
2. Victorias e.rteriores. iCuán completamente
abatido quedó el demonio! Es astuto, es físicamente
fuerte, es orgulloso; pero sus astucias salieron vanas;
ignoró la rnaternidad divina de María y el plan de la
redención. Condújole esta ignorancia á aquella torpe
persecución de Jesucristo, Qre debía terminar en la
completa ruina clel infierno (1). La fuerza del demonio
volvióse también contra él misrno, y su aparente éxi-
to, fué su derrota: María, vencida con su Hijo en el
Gólgota, triunfó con este mismo Hijo. Este rescata al
género hurnano; y María es para con él medianera
de la gracia. El demonio, humillado en cada alma
que se le escapa, verá definitivamente confundido su
orgullo en el juicio final; y alií María aparecerá junto
á su Hijo, rica como El con todos los despojos del in-
fierno. En suma, nada. pudo el demonio contra ella,
y le espera todavía, para el momento del juicio final,
Ia confusión de oir proclaÍnar á, la taz del Universo
su tremendo descalabro.
II. Estamos llamados á reportar análogo triunfo
bajo la égida de María. El demonio es el autor de
todo mal moral, y puede serlo también del físico.
(l) véase sobre este punto la hermosísima glosa de Sex Lnós
Macxo, sermón xl, sobre la Pasión c.3.(ivt., P.L., t. b4, col 351).

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2U TERCER {. PARTE. sÁBADos

Nuestra victoria sobre el mal moral debe consistir en


arrojarlo de nuestros corazones, negándole todo asen-
timiento; nuestro triunfo sobre el mal físico debe con-
sistir en servirnos de este mal, á f in de purificarnos y
adquirir méritos para la gloria eterna.
I Imprimamos profundamente en nuestro espíritu
tan
importantes máxímas! Las instigaciones al mal ó á lo
,ónot bueno; las excitaciones al placer, á la cólera,
á la envidia, al rencor; todo cuanto estimulala pere-
za y la negligencia son otros tantos lazos más ó me-
noi disimuluõos que nos tiende nuestro enemigg. Sólo
entonces llega el hombre á alcanzar perfecta victoria,
cuando dueR-o de sí mismo, independiente y libre de
contrarios ejemplos, no escucha á Sus pasiones ni al
demonio, sino sigue siempre libremente los dictáme-
nes de una razÓi no esclava de ningún indigno yugo'
«Obedecer, dice San Pablo, es servir» (1)' Obedecer
á sugestiones menos buenas es aceptar sl esclavitud.
Por otra parte, convertir todos los males y pruebas
de esta vida en espiritual ventaja nuestra, €S, á eiem-
fto a. cristo y de su Madre, hacer brotar
la victoria
del seno mismo de la derrota'
Examinemos nuestra conducta y nuestros progre'
y
sos, y formemos saludables resoluciones de victoria
libertad.

II. Triunto sobre la hereiía.-I. 1. El tnundo se


divide en fieles é infieles. Los infieles, extraf,os á'la
iàiigion de Jesucristo, no tanto debe decirse que ata-
can á Maríã, cuanto que la ignoran y desconocen.
En-
tre los falsos discípurôs de Õristo, ó sea entre los he-
rejes, es donde trá trattado María enemigos que la han

(1) Rom. VI, 16

http://www.obrascatolicas.com I
LAS GLORIAS DE IIARÍA 235

presentado batalla. Veamos el triunfo alcanzado por


María.
2. Inútilmente ha agotado el espíritu de la menti-
ra y del error todos los recursos imaginables para ven-
cer a María en el mundo. Negó su principal dignidad
de Madre de Dios, para experimentar, efl el concilio
de Efeso, una aplastante derrota. Calumnió luego
vanamente sr virginidad perpetua, y la Iglesia canta
en el universo entero la triple consurnación de la virgi-
nidad de María, antes del parto, en el parto y después
del parto. Aprovechándose hábilmente de especiosos
pretextos, logró el gran adversario de María extraviar
á doctores y santos para hacer creer que, á lo menos
por un instante, había sufrido María su yugo; pero el
dogma de la Inmaculada Concepción vino á destruir
toda la trama de sus falaces argumentos. Bajo la
máscara de un falso celo , hizo alegar el honor mismo
de Jesucristo , para regatear honores á su Madre, y
protestantes y jansenistas dirigieron por este lado
sus esfuerzos. Trabajo inútil. María brilla en el fir-
rnarnento de la lglesia, envuelta en su manto de Inma-
culada , juntando la majestad de Madre de Dios con
la gracia y frescura de virgen de las vírgenes, y ro-
deada del prestigio de su crédito universar.
II. Gocérnonos_ en proclamar estos títulos de la
Virgen, y en alcanzar sobre la herejía el triunfo que
consiste en no participar en nada de su espíritu. Sea
nuestra piedad ilustrada; pero al rnisrno tiernpo sencilla
y filial.

III.
Triunfo sobre los coÍazones de los hornbres.
-I. La más hermosa gloria externa de María es, á
nuestro parecer, el triunfo que alcanza en los cotazo-
nes y sobre los corazones de los hombres.

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236 TERCERA PARTE. SÁgADOS

1 .Triunfo en el corazón de los hombres, por los


honores que recibe y las pruebas de amor que se
le dan.
a) iCuán ttniversales honores externos se le tribu-
tanl geuién contará los templos levantados á honra de
Maríá, sus santuarios, los libros escritos para vindicar
sus prerrogativas ó inculcar su devoción, los diScur-
sos pronuí.iados para celebrar sus alaban zas? Leios
de *enguur, estoi honores van creciendo con las
edades.-El humilcle fresco de las catacumbas, en donde
María es propuesta como ejemplo á las vírgenes, se ha
convertidô en la estatua soberbia de la Inmaculada,
que, sobre su triunfal columna (1), domina, iuntamente
con la cruz, la ciudad eternt '
b) Más magnífica aún qtte este brillo exterior es,
para María, la indecible ternura que- le atestiguaron
los santos. ieue aureola tar brillante forman á, su alre-
dedor las mái luminosas lumbreras de la lglesia:^un
el de la Iglesia siriaca; un San
un n, los giandes doctores de la
ra; , los lreneos, los EPifanio-t,
en las más Puras glorias de la
Iglesia griega. iCómo amaban San Bernardo, San
la
Ànselmõ v ãespués de ellor todos los más ilustres re-
presentanies de la ciencia teológica {e la.edad media
y de la moderna! icómo la amãba san Alonso y los
áantos jóvenes, tales como San Luis, San Estanislao'
San Juan Berchmans Y taltos otros,
n

,espirur sino por María! Este simple


a

Teiesa lo dice todo: privada de ma y'.


joven todavía, suplica á la Reina de I a

(1) La colortna dell'lnmaculata levatltada por Pío IX en 1854


después ae iu pioctamación del dogma'
Hállase en la prolongación
de la Plaza de EsPaf,a'

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LAs GLoRTAS DE uenÍe 237

adopte por hija (1). Verdaderamente los santos han


honrado y arnado á María como á Madre.
2. ;Y qué triunfos sobre los corozones de los
hornbres por la conversión y santificación de tantas al-
mas! iCuántos pecadores endurecidos hanse rendido á
la gracia, al solo nombre de María! iCuántos, después
de resistir á todas las instancias, han cedido á un Ave
Jl'Ioría rezú,a ante ellos ó con ellos! ;Qué digo? iNo
ha bastado Ia sirnple aplicación de una medall a (2) para
que un pecador haya obtenido la ornnipotente interce-
sión de la Madre de rnisericordia?
Y gno han afirmado los santos que María es la pa-
trona de su santidad, y que la devoción á María es el
camino más breve para la perfección?
II. Recurramos á María, según nuestras necesida-
des, yapara revivir espiritualrnente, yapara perfeccio-
narnos.

coloQUIO
Consistira este coloquio en vivas felicitaciones di-
rigidasá María, supiicándola nos haga triunfar del
mundo y del infierno y rogándola que acepte el filial
'
homenaje de nuestro cora zón. Ave frlaría.

SÁAA»O CIJAREITJT;\ Y .SEIS. _LA g!OriA CIE IA


maternidad espiritual
Plan de la meditación
-ieué asunto tan. gran-
dioso y dulce á la par nos ofrece esta meditaciónl-Bien
vale_la pena de pedir con fervor á Dios que nos otor-
gue la gracia de que esta contempración noô sea particu-
(I
) Vida escrita por ella misma, c. l.
(2) Acordémonos de la meclalla milagrosa.

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238 TERCERA PARTE. sÁBADos

larmente fructuosa. Desde el siglo rv hallamos atribuído


á María el dulce nombre de Madre de los vivientes,
i ilIadre de los míembros de Jesacristo (1). ;Y
que cristiano hay, en nuestros días, 9rê no guste de
là que Lutero miámo llamaba gran dicha y singular J9l:
3u.io, de tener María por vérdadera Madre suya? (2)
á,
Reservándonos el considerar más despacio, ' en la
meditación siguiente, los dulces efectos de especial
protección é i-ntercesión, Qüê de esta maternidad se
derivan; trataremos al presente de profundizar en su
hermosura, y comprender cuánto le cuadra â la virgen
este título y qré papel nos asigna para con ella. ve-
remos, pues, Sucestvamente ta nAturaleza y esplen'
dor de lo maternidod
pruebos, la erPlicación
cias de esta maternidad; Y
res como híios de Morío.

MEDITACION

«llamquid obtivisci potest mulier infantem suum,


ut non misereotur frtiõ uteri sui?» (lsai. XLIX, 15)'
6Puede por ventura otvidorse una muier de stt
hij; pora no compadecerse del fruto de s//s en-
tr afras?
1.ER PnnluDIO. Veamos el calvario. Jesús mue-
re allí por todos, y María, uniéndose á este sacrificio,
acaba de ser constituída Madre nuestra.
2.o PneluDlo. Pidamos con las más vivas instan-
cias la gracia de comprender mejor la espiritual ma-
(I ) sax Eprrn xr s, Haer.78, n 18, (M. , P .L., t. 42, col. 727 ); sax
AcusrÍN , Dê sancto virginitate. 6 (tnt-, P. L., t 40, 3, 9i Vindo-
bon. t.41, P. 239)
(2) B. Co*rsto, De rtIaria virg.Deipara, IV,26. V. Trnurx op'
cit. t. 3, P. 75' nota.

http://www.obrascatolicas.com
LAS GLORIAS DE MARÍA 239
.
ternidad de María y de concebir un verdadero amor fi-
lial para con la que tan verdaderamente es nuestra
Madre.

Ínano.

su inrnolación por la salud del gé-


os así á Jesús, no equivale á dar
rnundo, engendrarnos espiritual-
en Madre nuestra?

c) 6córno dudar, adernás, de que nuestra adopción

co
y, ;3rfff;:::.iã='ffàL'ffi:
los
;#1:l
iente, no podían ratificar
Hi i;u V Oãi
esús.

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240 TERcERA PARTE' sÁBRDos
tam-
por Jesucristo baste para qtle María nos adopte
bién por hiios?
d )Pero estas consideraciones tan bellas y tan
conmovedoras, no nos dan sino una idea muy
imper-
fecta de l, *rt.rnidad espiritual. de María' Llevemos
más allánu Ptdamos á esta buena
Madre que sPiritual, todas las con-
diciones qu verdadero concepto de
maternidád ser Madre? Es dar su Pro-
pia substancia para formar á stt semeian?1otro ser, al
nombre
cual se comunica la vida, y que llevará el dulce
y
áã friio. María será, pu.á, v.e-rdaderamente -segtn
madre de
toda la luerza de la expresión, espiritual
los hombres, si Saca de sí misma esa vida superior
para comunicárnosla-y hace es á sí'
fsitendor dõ esta Si es en sí

honroso y glorioso el ser m supera la ma-


ternidad de María á toda dad humana!
o) La vida qu" María nos comunica es i,finitamente
superior á t'oda vicla natural.-b) La intervención de
consciente y
María es más noble, porque es plenamente
de su acción:
volunt aria. Los padres ignoran el efecto
María conoció y quiso .t-de su maternidad .-c') su mi-
nisterio natural es más ext
den físico, el niflo cesa m
madre; una \ez destetado,
y sin su concurso; Pero
pendencia no se acaba
nuestra Madre nos alime
espiritual imPorta constan
ficios - d) que
Mas, lo que e
espiritual la asocia
su ntaternidad a la
María, es
obra de la redención y le vale ei trtulo de
correden'
y
tora del mundo. á la verdad, restituirnos la vida de

http://www.obrascatolicas.com I
LAS GLORIAS DE ilIARíA 241
la gracia, equivale á rescatarnos de Ia servidumbre
del pecado. Es cierto que el concurso de la virgen es
secundario y subordinado á la acción ,principal aã
lesu-
cristo; pero, con todo, ningún honor es comparrble a
este,- porque la redención es, en sí rnisrna, la rnayor de
las obras que pueden ejecutarse.
II. 1. Ha colocado Dios en nuestro carnino horn-
bres, cuya acción nos fuese espiritualmente provecho-
sa. Los paclres cristianos tienen frecuenternente la
dicha de engendrar, corno dos veces, á sus hijos; son
instrurnentos escogidos por Dios para concurrir al naci-
miento ternporal y a la regeneración espiritual de aque-
llog que continuará,n acá abajo su nornbre y su rnisión.
A la acción de los padres afrádese la acción del sacer-
dote, del rnaestro, de cualquiera que influya benéfica-
mente sobre el estado de nuestra alrna. Estbs son nues-
tros arnigos verdaderos y grandes bienhechores. Re-
cordernos nuestro debel de gratitud.
2. Sacerdotes, ministroÀ de los sacrarnentos, go-
cémonos y gloriéÍnonos de participar de esta espiritiral
maternidad. Este pensarniento nos alentará en nues-
tlor_ trabajos y preservará de muchos peligros, inspi-
rándonos hacia las personas, cor-r quienes trãtarnor, L,
sentirniento de piedad análogo ai de los padres, .l
.
:rrl engendra un respeto qué aparta aun las rnisrnas
tentaciones.
3. Aunque no seaÍnos sino sirnples fieles, todavía
está en nuestra mano el que, mediante nuestras oracio-
nes, consejos y buenos ejernplgs, participernos de la glo-
riosa maternidad de María. según el hermoso pensa-
miento de Sax AcusrÍN, las vírgãnes de Cristo son tarn-
bién madres de Cristo, en la fe qre obra por la caridad (l
).
(1) De sancta virginitote, 7 (M., p. L., t. 40, col. 3gg; vindobon.
-lJ;;1'i;".Es,
' roMo u._,6.

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2,12 TERCERA PARTE. sÁeADos

La prueba, la expticaciÓn teológi9a y las coÍl'


II.
veniencias de esta maternidad.-I. 1' Pruebo' Esta
espiritual materni
por la tradición Y
gumentos pueden
ó solamente Prob
glos nos presentan á María
ãre de los vivientes, Madre
comunicada por la esposa del primer Adán' En
María
ven el tipo aà fa lgleôia, en la ôu_al y por.la cual recibi-
mos todos tá gru.i-u de cristo. Los testimonios
multi-
plícanse con los siglos. A
que haya ilustrado á la Ig
dad, ha dejado de Proclam
María? Y en nuestros días,
nes de toda madre cristian
que tienen otra madre allá' en el cielo'
2. Erplicación teológica. a) Trasladémonos al
de infinito
calvario, án donde se ofràôe un sacrificio
valor, del cual Jesucri
y nosotros todos el fruto
de Cristo son el Penoso
vida espiritual, conocido cot
Ahora Ui.r, ãsta vida espiritual está calcada
sobre la
jesus la saca de sí mismo para
de Cristo- "oleadas
comunicár-
nosla; las de su sangre forman un río divino
de viáa sobrenatural,y así Jesucristo viene á ser ver-
daderamente nuestro Padre'
Notemoi, rin embargo, que, aunque el sacrificio,
acto supremo del culto plittico, lequiere necesariamen-
la sociedad
te un sacerdote, representante legítimo de
obrar no*bre de ella, recibe
pueblo"nun comPlemento acciden-
sacrificio en nombre del Pueblo'

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LAS GLORIAS DE MARÍA 243
parece rnás acabado y perfecto si éste concurre á él
y se ofrece á sí rnisrno. et pueblo es aquí el género hu-
Ínano. Gracias á su naturáleza hurnana, píede
Jesu-
cristo ser nuestro sacerdote, ar paso que, por su divini-
dad, tiene seguro acceso con Dios.
iQuien, o qué pura
criatura hurnana va á representar al púeblo junio á ese
sacerdote? Será María; María confundida con la vícti-
rna y tornando, en la inrnolación, la parte que había
antes aceptado Abraham en el sacrifiôio de iu amado
Isaac. Máría se confunde rnoralrnente con la víctima,
porque esta víctirna es algo suyo Ella le ha dado ese
;
cuerpo sometido á los torrnentos, y ufl indecible afecto
interior la une íntirnamente con su Hijo. Gracias á
María, gracias á su afectuosa coÍnpasión, el gonerà
hurnano es verdaderamente herido en su cab"eza, é
inrnolado con é1, y Dios recibe el sacrificio del hom-
bre-Dios y de los hombres.
_Aunque María está en la víctirna, flo deja de estar
en la acción que la inrnola. apara qué produjo ella esta
vjctiffiâ, ?ala qué la alimentó , parà qué la presentó en
el ternplo? Para disponerla ar saôrificiô,.uyu hora ha
so-
lado ya. ved, ques, á esta Madre, no sólô resi gnada á
dejar obrar á Dios, sino a :tiva, como en la E-ncarna-
ción. ved córno María nos da la vida espiritual.
aY por qué camino
otros? Mana de la cruz.
la? También. y siempre,
humano ha participado
por el va a recibir Ia vida, QU(
Toda Ia virtud de la cruz pasa primero por el cora zón
de María, para de allí deira*uise sobre el rnundo. y
así nos cornunica María una vida espiritual, que Ella ha
tomado á la vez de Jesucristo y de sí rnisrná.
pues, verdaderamente nuestra Madre?
cNo es,

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241 TERCERA PARTE. SABADOS

b) Podemos igualmente, con N. S. P. el Papa


(l),
afradir esta otra cbnsideración: el sef,or vino á este
mundo para fundar en él su cuerpo-místicgl
l' Iglesia;
Igiesia puede decirse concebida con El en el seno
esta
de Ma"rfa; pór consiguiente María, Madre de Jesús, es
de la Iglesia, Madre de cuantos la
también Madre
componen.
lglesia? Del
iDe dónde, poÍ otra parte, nace esta del agua
.ori"do abiárto'de Jesuciisto, bajo el símbolo
merced á un sacrificio en
y de la sangre. De allí sale,
Toru parte. De allí sale, por obra también
ór. María en
de esta Virgen y para ser inmediatamente recogida
un cor azónl ,o btto que el de Ma ría (2)' Repitámoslo'
pu.t, venimos de elia en cuanto pertenecemos á' la
Iglesia.
-o
3: Conveniencias.-Razones de armonía y de con-
o
gruencia vienen á conf irmar e o'

il Plugo á Dios trazar el regene-


de nuestra
ración conf orme al
ón ' Este
designio coloca una segunda segundo
Adáã, y parece requerir la
xos en la obra de nuestra re
ción .-b) La ntaternidad e
realza a la maternidad divi
cierto modo negar á su M
y resu*" â tod-a la human Quiere ser
otros Cris-
el modelo de los hombres
iendo tam-
tos. iNo lo serán más
de ser esPi-
bién á Maria Por Madre
ritualmente úadre de t viene á ser
una justa recompensa debi
sus méritos
í
y por los dolorei que por c brellevó? En

(1) Enciclic a Ad diem illunt,2 de Febrero de 1904: 1826'


(2) V. Scsrru*n,-l ehrbuch, etc' l' 5, n' 1811'
1825'

'-
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t-
LAS GLORIAS DE MARÍA 24r
la vida espiritual, coÍno en la natural, coloca Dios una
madre amante al lado de un padre abnegado; no que-
darnos nunca huérfaÍlos.
II. 1. conviene adquirir una nqción clara y preci-
sa de esta maternidad. GusteÍnos de dirigir nuestra
atención sobre este lazo tan íntimo que nos une á Ma-
ría, como en la tierra se goza uno en los gloriosos pa-
dres de quienes nació.
2 saquernos de esta convicción una profunda gra-
titud con Dios y con María. lCuán grande beneficio es,
tratándose de nuestros intereses espirituales, poder
contar también con el corazón de una Madre!

III. Nuestros deberes como hijos de María.-I.


Si María es nuestra Madre, si de buena gana toma so-
bre sí las cargas de la maternidad, debãrnos nosotros
en caÍnbio, querer ser hijos suyos y arreglar nuestra
conducta con lo que exige tan dulce título . La rnaterni-
dad establece, entre el hijo y Ia madre, una amistad de
un género particular. No habla el hijo á la Madre ni la
ruega como hablaría á otra persona, aun la rnás bienhe-
chora, tri como rogaría al amigo rnás benévolo. Del
lazo especial que Ie une con su madre derívase un sen-
timiento particular, un lenguaie particular, un modo
particular de pedir.
Nuestras relaciones con María deben llevar el sello
de nuestra intirnidad con ella. De esto tenían conciencia
los santos devotos de María, y he aquí lo que explica
su fervor, sus acentos, por decirlo asi, apasionadôs; y
he aquí también lo que nosotros, tal vez por dernasiadô
tiempo, hemos ignorado.
II. Recobremos el tiernpo perdido y, ála inteligen-
cia de la maternidad de María, afladamos la de nies-
tros deberes. Luego, si disponemos nuestros cor azo-

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2t6 TERCERA PARTE. SÁBE.DOS

nes, los llenará la gracia ayudándonos á, conducirnos


como hijos verdadeios de María,,lo cual será para nos-
otros como una nueva vida, una transformación de
nuestras relaciones con la Madre de Dios.

Mejor instruídos #:i:::rrnto signiricaban ras


palabras de saN EsreNrst-Ao, y acerca de todos los bie-
nes y espera nzas que incluían, repitamos .con él fre-
.uent.mônte en eí coloquio: lvlttter Dei et Moter
mea; lMadre de Dios y Madre mía! Así subirá más
fervorosa nuestra oración al cielo, y nosotros nos sen-
tiremos más confortados, comprendiendo mejor cuán
cierto es QUe, un hijo de María no puede perecer'
Ave lWaris stello,
Jesus, tuam qui ftniens Precante Matre filiis
Matrem dedisti servulis Largire caelí gaudío (l)
« oh Jesús, que á punto de expirar-Disteis
vuestra
Madre a tor siôrvos -A los hijos, por intercesión de la
\Iadre,-Dadles los gozos del cielo' »

SÁeeOO CUARENTA Y StETE.-Gloria de la


OmniPotencia suPlicante

(27 de
(1) of icio de la manifestación de la virgen Inmaculada
lo ]Iêre cies
Noviembre), Citado por Tentttnx) Lo 'Vcre de Dieu et
hommes, t. 3, P. 77.

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I-
LAs GLoRrss DE lraníe 2,17

cesión de María, Sú universttlicletd, y sú nece siclotl.

MEDITACION

«Quid uis, Esther regina? euae est petitio tua?


Etiamsi dimidiom partém re§ni peffeíis, dabitur
tibi» (Esther, V, 3).
iQué quieres, reina Ester? 6cutÍl es tu peti-
ción? Aunque pidieses lo mitoi det reino, i, te
daría.
1n*. PnnluDlo. consideremos, entre los esplen-
dores del cielo, á María resprandeciente de glorià, in-
tercediendo por nosotros. Si nuestra imagi-nación se
ayuda de recuerdos sensibles, figurérnonos àstar oran-
do á la virgen en algún santuaiÍo, en donde todo nos
habla de sus bondadel.
2.o PnELUDro. Pidamos instantemente á,Dios, cuya
bondad tan liberalmente ha provis to a todas nuestras
necesidades,_ se digne concedernos una rnás perfecta
inteligencia de sus dones , para aprovecharnos de ellos
rnás plenamente, á mayor gioriá suya y honra de la
que es, á la vez, sn Madre y Madre nueltra.

I. valor especial de ra intercesión de María.


-
I. 1. María poô.e en grado erninente la gracia san-
tificante y la gloria. Si lnferimos de esta "excelencia
una intercesión más elicaz que la de los otros santos,
estamos en lo cierto, si bien no alegamos sino Ia menoi
razón del poder de la Madre de Dús.
2, Aleg-ar el maternal derecho á mandar, es ex-
BL'.'XlT::?:fl'
orclen
aun en el
íiu',]'$:li[;
pa al salir de
la adolescencia, Y la dignidad del verbo encarnado

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248 TERCERA PARTE' sÁneDo

no es compatible sino con una obediencia enteramente


voluntaria
ln-
3. Busquemos en Jesucristo, efl su soberanaMa-
tercesión, la explicación-del poder suplicante de su
dre. ;No es u.àto María la- copia más acabada de su
divino Hijo?
A la obra de la
mente vinculada su
la otra nos lo aPlic
é1. De la unión co
Jesucristo una acción tetÍnclrica (1),
qle sólo pq9d9
pertenecer á un Dios hecho hombre. Esta actividad
contiene una oración de infinito valor, como todo
lo
demás, y por consiguiente infinitamente digna de ser
oída Jesti's, como ãedentor de los hombres, hace, con
Su oración mediadora, que se derramen sobre
ellos, qL'
son sus hijos, las gtrcius cuyo manantial está en El'
Y como vinculó la redención á sus extremados sufri-
mientos y dolorosa muerte, -quiere también que
una
oración penosu nos alcanc i tós efectos de su media-
y
ción. El Apóstol nos conduce al huerto de las olivas
nos muestp a j.tús ofreciendo' con lágrimas y grandes
clamor.r, rúpllcas infinitamente respetuosas, que hacen
Jl Éi ,rrãtttã gloriosa cabe za y nuestro eterno pontí-
fice (2).
Aplique
respetando
pre á la cri
hombre; al
rado, y verdadero Padre
de los Pa-
(1) Teándrica, ês decir, divino-humonA. En el lenguaie
teAnâitca tod,aacción en que la humanidãd y la divinidad
dres llámase Br4ot' De
de Cristo tienàn iuntas intôivención ó influencia. Vide
Verbo íncarnato, th. 30.
(2t Hebr. V, 7 ss.

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r
LAS GLORIAS DE MARÍA 249

cia para constituirla Madre nuestra; al gran Pontífice


sacrificador, que ,tiene en sí mismo el principio d.e su
poder, de aquella que,por los méritos y gracia de El, es
adrnitida á cooperar secundariamente á este sacrificio
redentor. Hecha esta observación, podeÍnos ya sin
miedo proseguir el paralelo. Con el oficio de correden-
tora va íntirnamente unida la particular mediación de
María, Madre de Dios, esposa del Verbo, elevada por
El á inefables relaciones con la Santísirma Trinidad toda
entera; María pertenece á un orden superior y goza
en él de un campo de acción, cuya dignidad está muy
por encirna de toda otra actividad purarnente criada,
y puede ejercerse, tanto en forma de oración, como
de súplica. Como espiritual Madre de los hombres,
su misión consiste en hacer llegar hasta ellos las gra-
cias á cuya producción invitóla Dios á concurrir. ;Y en
dónde ejercerá este rninisterio? En el Calvario, al pie
de la cÍuz. Este es su Getsern aní. Aquí of rece á su Hijo
y da á luz á los hombres, y con lágrimas ruega por el
género humano, acabando de atraer sobre nosotros
las gracias del Redentor.
De este rnodo la súplica de la Madre de los hom-
bres, aun siendo una oración ofrecida por Jesucristo y
en Jesucristo, supera incomparablemente toda'interce-
sión de los santos. Estos no ruegan, sino como amigos
y siervos de Dios; ella pide, como gozando de manco-
munidad de bienes espirituales con el Verbo, su es-
poso;y mientras que á los santos no podemos pedirles
sino que rueguen por nosotros, en María recono-
cemos cierto derecho á disponer de las gracias, y
por esto solicitaÍnos de eila que tenga pieAaa de
nosotros (1).
(1) Peccatorum miserere. Ten piedacl cle los pecaclores, digamos
con el Alma Redemptoris.

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250 TERcERA PARTE. sÁBADos

II. Dos direcciones podemos dar á las aplicacio-


nes prácticas.
1. La especial dignidad que alcanzan las acciones
y preces de tà tvtaOre ãe Dios, nos lleva á reflexionar
iuirUien, sobre el particular valor de que están dotadas
nuestras accionei, después que la gracia santificante
nos ha elevad o á la dignidad de hiios adoptivos de
Dios. A esta nueva natúraleza corresponde una activi-
dad superior y una Íuerza especial de inl ercesión.
iQué diferencia entre las peticiones que elevamos
á
Dios como hijos suyos, y las que, en el orden pura-
mente naturat, te prelentáramos como simples siervos!
iNo representa á Dios Padre, aquel padlg del Evan-
gelio que dice á su hijo amado y fiel; «Hijo mío, tú
ãstás sie*pre conmigo, y todo lo que es mío es tam-
bién tuyor? 121 iQué confian za no nos inspiraría el re-
cuerdo más actual de nuestra adopción!
2. Jesús y María hacen descender sobre nosotros
las graúut po? medio de una oración penosa, ofrecida
conTagrimai y en el sello de la agonía. Esta considera-
ción dõmostràba á los santos que debían también ellos,
en SuS oraciones por los hombres, unir la expiación vo-
luntari a á, la expiesión de sus cleseos. iSanta misión
del dolor cristiano, ,bendecido por Cristo y que nos
hace compartir con El el honor de hacer bien y salvar
las almasi ;Tenemos nosotros el valor de reconocerlo
y practicarÍo? ;Comprendemos que un apostolado sin
áatrificio está condenado a la esterilidad?
-
II. Universalidad de la intercesiÓn de María.--
La Medianera de gracia.-I. Podríamos, ante todo,
recorrer con la mirãda los dominios en que reina Ma-

(2) Luc. X\/, 31 . i

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T

LAS GLoRIAS DE Un.NÍe 251

ría por su intercesión. iQué irnperio tan extendido! a)


En el tiempo, la influencia de María precede aun á su
existencia misma. Dios previó la Medianera de gra-
cia que quería asociar al Medianero de justicia, y
todos los hombres, desde Adán, se han aprovechado de
las oraciones de su grande bienhechora . b) En su du-
ración, la protección de María empieza con cada uno
de los hornbres, le sigue hasta el fin de su vida en este
mundo y no le abandona ni aun en el purgatorio. No
solarnente puede, corno los demás santos, solicitar los
socorros de los vivos por las almas de los difuntos (1),
sino que su intercesión es directamente eÍicaz para
consolarlas y aun librarlas. 6No es por ventura ésta
la persuasión del pueblo cristiano, alentado por la
práctica de la lglesia? c) En su poder, Ia intercesión
de María no puede verse agotada por el número ni
por la magnitud de las necesidades que socorre. iCuán
gloriosà nos parecería nuestra Madre en sus múltiples
intervenciones, si continuásemos esta investigación!
2. Pero, más que un poder general para interve-
nir en favor de los hombres, tiene María una interce
sión estrictamente universal. No es solamente la Orn-
nipotencia suplicante, á la cual nada se niega; sino
que, deseoso Dios de llevar al colmo los honores de
su Madre, ha decretado que toda gracia pase por sus
manos maternales, que todo beneficio, en el presente

(1) Es muy dudoso que las oraciones, sepâradas de toda satis-


facción, alivien las penas del purgatorio. Los santos sacan provecho,
sin embargo, de sus satisfacciones pasadas y solicitan la interven-
ción de los vivos, en los cuales toda oración es también obra satis-
factoria. Nosotros creemos que María puede igualmente disponer
de las satisfacciones de los otros santos y aun solicitar de su Hiio
la aplicación directa de las satisfacciones infinitas, acumuladas
por El en el transcurso de suvida mortal. Vease sobre este alcance
de la oración en general, SuÁnrz. Depoenitentio d.48, s. 5; Brrlrn-
1\rrNo, De purgatorio,l. 2, c. 15.

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To2 TERCEBA PARTE. sÁeePos

orden, sea concedido en vista de los méritos de Cristo


y en vista de la intercesión de María, unida a aque-
ilos méritos y tomando de ellos su valor. Como María
es el lazo de unión entre la humanidad y el Verbo, es
también Ia canal por donde pasan las gracias que des-
cienden de Cristo sobre la humanidad. Hállase formu-
lada esta aserción desde principios del siglo lv (l );
tuvo gran resonancia en la Iglesia desde Sax Ben-
NARDO, al cual, ntás cercano á nosotros, responde como
eco glorioso Snx Amoxso DE Llconto; leémosla sin
restricción en los escritos de los tres Pontífices que
en la cátedra de San Pedro hemos conocido(2). Y lno es
natural consecuencia de las prerrogativas de À[aría y
de su misión, consecuencia que se echa de ver en todo
cuanto la tradición y la lglesia nos predican de esta Ma-
dre incomparable? a) María nos ha engendrado á todos
en espíritu; claro es que continuará alimentándonos, y
que tendrá, en la distribución de las gracias, la parte
que le ha asignado la Providencia en su producción.
b) En el Calvario sufrió por todos, PoÍ todos oró, y
mereció una influencia universal. Así como contribuyó
al sacrificio de la cruz, así se une á Cristo glorioso
para intervenir const c)
María es figura de la be
gracia sin pertenecer el
deseo, pues que toda gracia se saca del depósito con-
fiado á esta esposa cle Jesucristo, y ella solicita para

(l) Por medio de la lumbrera de la Iglesia Siriaca Sem E,rnÉx.


Véanse sus Praecotiones ad Virginem. Opera graeco-latina, Romae,
1746, t. 3). Y no olvidemos que estos acentos pasaron á la liturgia
oriental.
(2) PÍo IX, IneflPabilis (promulgando el dogma de la Imm.Conc.)
8 de Diciembre de 1854; Lróx XIII, C. Octobri mense,22 de Septiem-
bre de l89l; Su Saxtro.q.o PÍo X, C. Ad diem illum,2 de Febrero de
I 904.

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LAS GLORIAS DE MARÍA 253

todos sus hijos, para todos los hombres que pueden


llegar á serlo, la aplicación de los méritos de Cristo.
María no está Ínenos unida que la Iglesia á su divino
esposo. iNo recibió por ventura en slts brazos, al pie
de la cru4 á esta misma lglesia, y en su cora zón el de-
pósito de las gracias de Cristo? iNo iguala, no supera
su oración á, la oración de toda la lglesia? d) Final-
mente, la intervención de María en la dispensación de
las gracias, corona todas sus demás intervenciones en
la economía de la redención. Negarla, es separar de
algún modo, en el cielo, á estaMadre y este Hijo, Qüe
vemos tan unidos en la tierra, efl los momentos princi-
pales en que se cumple nuestra redención. Conf es arla
es guardar para María el lugar que ocupó en el ce-
náculo, en la asamblea de los apóstoles y entre los
primeros fieles: su oración contribuyó á hacer bajar
sobre la lglesia al Espíritu Santo, gue personifica
toda gracia.
II. 1, Consideremos gustosos el honor que á Ma-
ría resulta de esta universal intercesión. He aquí, pues,
que en la lglesia y, aun en el universo entero, toda
grande acción aprobada por Dios, toda obra saludable,
es al mismo tiempo una gloria de María. María triunfa
en los confesores, efl las vírgenes, en los mártires, en
los apóstoles, en todos los santos, efl las generacio-
nes que la precedieron y en las que la siguen hasta el
fin de los tiempos. Gocémonos por nuesta Madre. La
plenitud de sus gracias es también una plenitud comu-
nicativa. Todos reciben de ella, como todos reciben de
Jesucristo.
2. Muchos hombres, deudores para con María, flo
conocen á su bienhechora. Nosotros la conocemos.
Nuestro deber de gratitud es universal, como lo es el
beneÍicio; y la culpable ó involuntaria ingratitud de la

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254 TERCERA PARTE. sÁBRDos

mayor parte, debe también estimularnos á cumplirlo.

Ill. Necesidad de esta intercesiÓn.-1. La in-


tercesión estrictamente universal de María, adquiere
un carácter de necesidad, gre debe entenderse así:
1. Derívase enteramente de una disposición de
Dios y de Cristo, conforme á la cual, la oración de
María debe concut'rir á la obtención de cualquier gra-
cia. No la requiere ciertamente una exigencia de la
justicia de Dios; pero es un efecto de su misericordia
para con María y para ion nosotros mismos. Esta ora-
ôiOn, en efecto, desempefra un papel supletorio; suple
nuestros def ectos, llena nuestras lagunas, conrpleta
nuestra accióÍI, Y esto siempre en favor nuestro.
2. No exige que nosotros mismos irnploremos ca-
d,a vez la asistencia de María; pero hace que, al rogar
á Dios, pidamos siempre de un modo tácito, á María,
que apoye nuestra humilde petición, sin que podamos
á sabiendas y voluntariamente excluir este auxilio, so
pena de f rustrar todos los ef ectos de n uestra ple -

garia
3. Constituye á María, ,Wedianer(I de gracia y
de intercesion,
II. 1. Ante todo, debemos dar gracias á Dios por
esta providenciai atención, que le ha hecho afradir una
Medianera de gracia al Medianero de justicia, aumen-
tando iuntamente nuestros títulos á ser oídos, y dispo-
niéndonos á hacerlos valer mediante una más firme
conf ianza.
2. Esta mediación, al presentarnos como indis-
pensable el socorro de María, nos explica las valientes
expresiones que emplea la lglesia, siguiendo á los san-
toó. Por està meditación, María aparece verdadera-
mente Como dulzura, esperanza y salvctcion nuestra'

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LAS GLORIAS DE IICITRÍA 255

después de Cristo y juntamente con El. Y al proclamar


grandes doctores de los pasados siglos, güe en María
se hallaba su única esperanza, sú único refugio y su
única defensa, no es que recurriesen á piadosas hipér-
boles, sino que expresaban elocuentemente esta ver-
dad: que, sin María, ninguna gracia podría llegar hasta
ellos.
3. Antes de la venida de Cristo y de la Virgen,
y aun ahora, efl las regiones en que María no es cono-
cida, la Madre de Dios es una grande bienhechora.
Mas ino es para nosotros inmensa ventaja el conocerla
y poderla invocar f ormalmente? 1Cuán privilegiados
sornos! Los reiterados llamarnientos que á nuestra Ma-
dre dirigimos, no pueden cansarla; invocarla es pedirle
que cumpla su misión, gue nos rnuestre su corazón de
Madre. Más aún; disponiéndonos á recibir sus benefi-
cios, permitimos á María que multiplique sus favores.
Aunque, en efecto, su poder es sin límites, no quiere
ella sustraerse á la sabia economía del plan divino en
la distribución de las gracias.

coLoQUro

Esta rneditación, bien hecha, irrfunde en nuestra


alma la santa persuasión, familiar á los grandes sier-
vos de María, de que María es nuestra Madre y deque
todo debernos esperarlo de ella. No nos resta si no sacar,
como ellos, de esta consideración, acentos de adrnira-
tiva alabanza, de oración tierna, de prolongada súplica.
Oremos, oremos largamente; expongamos a la Virgen
Santísima todas nuestras necesidades y acabernos di-
ciéndole la Salve Regina, insistiendo mucho en es-
tas palabras: i Vida, dulzura y esperanza nuestra,
salv e!

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256 TERCERA PATRE. SÁBADOS

SÁgf »O CUARENTA Y OCHO.-La Madre de Dios, figura


de la lglesia

Plan cle ta meditacirjn -Ser rnodelo y figura de


la lglesia es resumir en sí todas sus glodas. Ahora
bieq la idea de comparar a la lglesia con María, como
con su tipo ideal, flo eS una idea puramente humana, eS
de un auior inspirado, de Sax JueN. Cuando quiso, 9n
el Apocalipsis (l), describir la belleza y la misión subli-
nte de la lglesia, ninguna imagen le pareció- más ver-
dadera y ãas sorprendente, que la de la Madre del
Salvador. Esbozaremos este paralelo, honroso á la vez
para María y para la lglesia, cotlsiderando sucesiva-
mente á estã grande soõiedad cristiana en su belleza
presente, enius terrenales destinos y en su espiri-
tuol fecundidad.

MEDITACION

*Signum mognum opparuit in cozlo" (Apoc.


xtl, 1).
Llno gran sertol aporecio en el cielo'
1 .Bn ÉneLuDIo. Representémonos a
la Santísima
Virgen, baio la figura de una Reina gloriosísima, con la

(l) En el c. XII. Muchos interpretes, aun protestantes, han en-


tenrlido este capítulo literalmente de la Madre de Dios' No somosa
de esta opinión; mas no puede negarse que S
los rasgos' con los cuales representa. á la I e
maravillar. éNo tiene el cueipo místico de i-
nor quã los de su cuerpo verdadero, de su humanidad?
Aáemás, los elogios dirigidos á
lentemente á
resume en su
nenbekrllnzte
t. 28 (1904), p.672 ss.

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ã
,l t
, LAS'GI,ORIAS DE MARÍA 257

deslurnbradora claridad del sol, coron ad,ala cabe za con


diaderna de doce estrellas y teniendo Ia luna á sus pies.
2.o PneluDro. PidaÍnos instantemente la giacia
de crecer en amor por María y por la Iglesia.

2. 1cuánto rnás admirable se nos rnuestra, con


todo esto, María, identificada como está moralrnente

II. D
vista en e
de ser co
sucristo. i

'::i;;I]li,lo*o ,,_,7

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258 TERcERA PARTE. sÁBADos .-

y cuán llena deluz y de calor! Las flaquezas de sus f ieles


Í Ou sus ministros desaparecen en la deslumbradora cla-
iiOaA del sol que la alurnbra y vivifica. Admírasela en-
tonces sin reticencias, ámasela sin restricción. Si uno
se siente impulsado á inclin ar la cabeza sobre algún te-
rrenal fango, Ufl suave rayo viene en Seguida á convi-
darlo á que conternple el cielo. Y esta vista no es una
engafrosá ilusión, sino que responde rnaravillosamente
álÁ realidad. La Iglesia es Jesucristo. Y lo que no po-
dría convenk áJesucristo, no pertenece ala Iglesia sino
por poco tiempo , á la manera que el oro y el diamante
iradá pierden de su valor, aun en medio de las materias
más viles de que hay que separarlos.

II. Los destinos de la lglesia en este mundo.- I,


Los destinos de la Iglesia cornpéndialos San Juan en
dos rasgos. Da á luz con dolor, en el mundo, hiios
destinados á reinar, á quienes debe proteger contra
Ia astucia y el odio del infernal dragón, y aparece en
el cielo coÍno un gran signo: sufre la persecución y cú-
brese de gloria.
1 . tos persecuciones. -El dragon infernal se
pone como enemigo en frente de la Iglesia, trata de
àrrebatarle sus hilos, y sus esfuer zos alcanzan algún
éxito parcial. vese la-lglesia obligada á huir y á sal-
var á sus hijos en el desierto.
En esta sirnbólica descripción, ;córno no acordarse
de la virgen obligada á huir á Egipto ante-los emisarios
de Heroães? Deãae el principio le fué dicho á la ser-
piente: «Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre
su descendencia y la tuya. Tu morderás su talón y su
Cescendencia te âplastará la cabe za.>> Esta mujer es
-fieles' Sus es-
María, sü generación es Jesucristo, Y los
pirituales t'i;os. Irritada al verse vencida por cristo,

{-
http://www.obrascatolicas.com ,l '
LAS GLORIAS DE MARÍA 259

la serpiente antigua guerrea contra el resto de la


raza, contra todos los que guardan los divinos rnanda-
mientos tienen el testimonio de Jesucristo (1).
_y
2. Lo gloria.-Pero al misrno tiernpo., la' Iglesia
es, en el cielo, una gran sefral, visible para todõs los
hornbres capaces de elevac os pensaÍnientos. Sefral de
reunión, alrededor del cual se agrupan rnás y más,
cuantos tienen verdaderarnente séo de justiciá y dé
verdad (2).
II. 1. Lqr persecuciones á que la Iglesia está ex-
puesta y sus hurnillaciones no deben sorprendernos ni
abatirnos; y lejos de disrninuir nuestro arnor para con
ella, nos provocan á rnás vivo afecto y más absoluta
entrega. El segundo cornbate tendrá ei rnisrno desen-
l3.g que .el prirnero que nos recuerda el Apocalipsis;
el dernonio será vencid-o y, esta vez, definitirurn.nte
precipitado en el inf ierno.
2. TrabajeÍnos por rnedio de una fe ilust rada, con
discursos prudentes, y sobre todo con el ejernplo de
la Caridad, para qre brille rnás y rnás Ia' Iglbsia ã
los ojos de ciertas inteligencias súceras, que, sin ser
todavía católicas, tienen el alma naturalrnente cris-
tiana.

III. La virginal fecundidad de la lglesia.-I. EI


paralelo entre la Iglesia y À[aría sugiér-enos, en este
punto, sublirnes consideraciones..
1. sale la lglesia, encantadora por su pureza y
abrasada en amor, del costado de Adán, O.t nuevo Adán
clorrnido en la cruz; y sale para darle, en los nuevos

( 1) Apoc. XII, g,
17
.
(2',
, .Lasobre
.levantada lglesia, dice el Concilio
las naciones:
Vaticano, es como una sefral
atrae á sí á 1os quó-rã óiõ"n todavía,
y cunfirma á, sus hijos en la fe,. Cap. l, De
fide.

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t!\.
260 TERcERA PAR.TE. sÁseDos

divina

rables
II.
de Ma
nuestr
gloriosas madres que Dios nos ha dado'

coLoQUIO

http://www.obrascatolicas.com I
LAS GLoRIas DE menÍe 261

sÁsA,'oo CUARENTA ]r NUEVE.-Glorioso lugar de la


Madre de Dios en la Sagrada Escritura

. demos
con -Las
s del cuadro d
cua bida, mas no I
sen , flo como fru
nados razonamientos, sino corno puntos de partida para
ensefranzas y reflexiones prácticas. Al entrar en este
grandioso asunto del lugar que ocupa María en la Es-
critura sagrada, nos limitaremos, pues, á hacer notar
que, por una de esas f luctuaciones tan f arniliares al
espíritu hurnano, se ha pasado, efl la aplicación de los
sagrados textos, de una excesiva audacia á una extre-
mada reserva. Antes, todo servía de terna para sen-
tidos místicos y ocultos; actualmente encerramos en
lírnítes dernasiadarnente estrechos la extensión del len-
guaje inspirado. Ciertamente se engafraría miserable-
mente quien lirnitara las significaciones de Ia Escritura

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262 TERCERA PARTE. SÁBNDOS

et non videbunt. Tienen ojos, mas no verán' (1)' La


sagrada Escritura Se presenta ante nosotros viva, Yâ
e,iDios, verdad eterna que la inspira, ya en una tra-
dición que podemos palpai. Conforme' pues, á esta re-
gla hay quô aplicartà a nuestro uso. En el primer punto
veremos cuán honroso eS ocupor un puesto en los
tibros sontos; admirareÍnos, en el segundo, el lugar.
que lVIarío ocupo en el Antiguo tstomento, y en el
iercero el que ocupa en el l{uevo '

MEDITACION

,,De me... itte (liloyses) scripsit» (Joan. V, 46)'


De mí... esuibió él (Moisés).
1.en PnnluDIO. Representémonos aún ála San-
tísima Virgen bajo los rasgos magníficos de una muier
resplandeclente de luz y despreciando maiestuosamente
todo lo frágil Y Perecedero.
, 2.o PRE"Luór'o Pidamos la gracia de concebir una
estima siempre creciente de la gloriosa Madre de Dios.

Gloria de ocupar un puesto en las sagradas


I.
Escrituras.-I. 1. Sí se tiené á grande honra ser ala-
bado por algún escritor de gran renombre; si los con-
quistador.ri los personajes má9 ilustres han ambicio-
nado los canios de los poetas y los sufragios de los his-
toriadores iqué gloria incomparablemente más hermosa
es vers. *.n.ioãado con estima por una pluma que 81ía
el mismo Espíritu Santo! Tiene ésta gloria grados dife-
rentes, ,.gü, los relatos en que and t uno mezclado y el
lugar que-'o.upu en ellos; porque, intervenir en hechos
diíinos y rugiados es muôho más que desempef,ar al'

(1) Ps. CXIII, 5.

http://www.obrascatolicas.com I
LAS GLoRIAS DE uenÍa 263

gún papel en las partes accesorias, efl que se narran


hurnanos y profanos acontecimientos. Nada más hon-
roso que ser objeto de algún profético anuncio, pues
entonces Dios misrno parece intervenir doblemente
para que se hable de alguien ,
2, Nadie goza de esta gloria como Jesucristo, Él.
es el centro hacia el cual todo confluye, en los libros
santos.. «Las Escrituras, dijo El misffio-, dan testimonio
de rní, (1).
La ley prepara á su pueblo, los profetas predican y
cantan su reino, los evangelistas le describen en el
curnplimiento de su misión, los apóstoles inculcan stÍ es-

CIAS.
3. Después de Jesús, el lugar de honor en las Es-
crituras sagradas ocúpalo María, la cual se encuentra
allí, ya en el sentido literal, yâ bajo el velo de las figu-
r-as. De EIla tratala tradición, no rnenos que la profeCía;
Ella está en el Génesis, €n ese umbral soberbio de la
historia á cuyo través se divisa la cuna del género hu-
Ínano y las tradiciones primitivas, y está también en la
conclusión de la Sagrada Escritura, en aquel libro que
termina con el fin del mundo (2). En cierto sentido
qu partes, puesto QUe ,
es irgen todo cuanto se
to, unión íntirna que la
su y aun todo cuanto
(1) Joan. V, 39.
(2) Ya hemos dicho arriba, pág. 256, nota, en qué sentido.

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264 TERcERA PARTE. sÁBADos

se dice de lo lglesia, ála cual María simboliza, y todo


cuanto se dice del olma cristiaflo, de la cual es el
ejemplar más acabado. Honor inestimable, y qre nos
demuestra las especiales atenciones que reserva Dios
paru su Madre y lo Sumamente interesados que esta-
mos nosotros y todo el género humano en acordarnos
de la que es Madre nuestra.
II. 1 . Todos, en algún grado, participamos de esta
grande gloria de María. Las sagradas Letras hablan
de nosotros en cuanto cristianos. Bajo este nombre eS-
tamos predichos y en nosotros se reali zan las figuras.
Cúnrplese por modo espiritual, en nosotros, lo que extg-
riormente pasaba en lá historia del pueblo de Dios (1).
En la Escritura leemos nuestros futuros destinos, y
está dictada para conducirnos á la perfección é ins-
truirnos en todo lo bueno (2). Demos gracias a Dios
por la honra que nos es concedida; bendigámosle por
habernos providencialmente deiado un monumento es-
crito de su sabiduría y de su bondad, en el cual apren-
demos á conocerle á El mismo.
2. 4Con qué respeto tratamos la Escritura sagra_-
da? aCon qué interés miramos estos inspirados libros?
;Los leemos asiduamente? 4Nos es, sobre todo, fami-
liar el Nuevo Testamento? aCon qrté fe, con qué con-
Íianza, con qué humildad los tomamos en las manos?
Pidamos frecuentemente á Dios nos abra el sentido y
la exacta interpretación de la Escritura. iOh cuánto im-
porta, particularmente en nuestros días, orar, pedit luz
y Socorro, á fin de velar santamente por el honor de
bios y de la lglesia, sin me zclat pasión alguna humana '
- en nuestra actitud, en nuestras palabras, en nuestros
juicios!
(l) 1.a Cor. X, 6, I 1.
(2) 2.a Tim. III, 16, 17.

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LAS GLORIAS DE MARÍA 265

II. Lugar glorioso que María ocupa en el antiguo


Testamento.-1. 1. En ciertos pasajes, sólo lVlaría
ocupa el pensamiento del autor inspirado. A juicio de
teólogos esclarecidos y renombrados exegetas, María
es la mujer de quien habla la Escritura Sagrada en el
protoevangelio, y aquella virgen cuya maravillosa
maternidad canta Isaías (1). ioh, qué figura tan gran-
diosa! El génesis nos muestra á Maríá sin peõado,
victoriosa del demonio, y celebra el profeta su virgi-
nidad, su maternidad, str unión íntima con el Hijo ãe
Dios.
2. Muchos asertos de la sagrada Escritura nos
permiten deducir a fortiori alguna excelencia de Ma-
ría. a) Los salmos ensal zan las moradas de Jehová:
pues bien, cuanto dicen en su alabanza conviene emi-
nentemente á María, ternplo preferido del Altísirno.
Dichas moradas asiéntanse soberbiamente sobre las
montaf,as, y'espléndidas se levantan; Dios las cubre con
su sombra protectora y se complace en escuchar en
ellas los clamores y las súplicas. Pone el Altísimo su
rnorada en el sol, figura de los cielos; escoge sobre
la tierra á Jerusalén, el monte santo de Sión y su
templo: pues ved aquí también otros tantos rasgos que
nos describen á nuestra Madre, otras tantas repie-
sentaciones de la espiritual morada que debía Dios es-
coger para sí, en su Iglesia, y sobre todo en María.
b) El Cantar de los Cantares es un epitalarnio de
los místicos desposorios que contrae Jesucristo con Ia
Iglesi a (2)_ y con el alma cristi ana. ;Quién es la esposa
de estos Cantares? Es, de un rnodo especial, María.Etta
es la paloma únicarnente arnada y a todas preferida, á
la cual se prodigan tantas rnanifestaciones de ternura.
( ) Isaí. VII, 14.
1
(2) Véase más abajo, sábado 52.

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266 TERCERA PARTE. sÁseDos

c) Otros text
Hijo de Dios, toca
ción. La Iglesia m
está escrito de la
es más glorioso ser imagen de lo infinito, que modelo
de una criatura.
d) Los personajes del Antiguo Testamento nos
recuerdan Con frecuencia á Maríâ, Yâ en sí mismos, ya

ter figurativo del Antiguo Testamento como nos lo


atesti§ua San Pablo ,, (2) serános también permitido re-
conocer en él tipos propiamente dichos, destinados por
el Espíritu Santo á representar las glorias de nuestra
Madre.
II. f . iQué cuadro de María tan magnífico po-
dría hacerse, con el auxilio de nuestros sagrados li-
bros !

2. Si invocamos el uso y tradición de la lglesia,


iqué de argumentos hallamos en la EscrituÍa, para con-
iirmar las cualidades y prerrogativas de la Madre de
Dios!
3. En ciertos pasajes, trátase de nosotros al mis-
mo tiempo que de María. 1Cuánto nos consuela y
alienta esta comunidad de causa! También nosotros so-
mos santuarios del Altísimo; las palabras inflamadas
del Cantar de Cantares, se dirigen también á nuestras
almas. iCuán penetrados deberíamos estar de nuestra
santidad y del amor que Dios nos profesa!
(3) Handbuch der katolischen DogmotiÁ', t. 3, n. 1550-1553.
(4) 1.a Cor. X, 6, 1l Ya citado.

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I,AS GLORIAS DE }IARÍA 267

II. Glorioso lugar de María en el Nuevo Testa-


mento.-1. 1. Los Evangelios, sobre todo el de San
Lucas, publican y repiten la suprema gloria de María;
hasta ocho veces se la nombra Madre de JestÍs, y ates-
tiguan también, en el rnisterio de la Anunciación y en el
de Pentecostés, la abundancia de gracias y privilegios
de que está adornada.
2. Si, bajo otros respectos y por razones que he-
mos ya explicado (1), desempefra María en el Evangelio
un papel rnenos brillante, esta misma obscuridad cede
en gloria de nuestra Madre; hace resplandecer su vir-
tud; realza á su Hijo, corno Hijo de Dios, y llarna nuestra
atención hacia un rnagnífico cornplemento de su mater-
nidad, esto es, hacia su unión espiritual y enteramente
íntirna con el Verbo divino.
3. Reaparece María al pie de la cruz y luego en
el Cenáculo; es, en el Apocalipsis, gloriosa figura de
Ia Iglesia (2); y el último de nuestros sagrados libros
combínase así con el relato evangélico , para mostrar-
nos en María, Madre de Dios , á, la Madre de los
hornbres.
II. Comparando nuestra situación con la de los
judíos en la ley antigua, ensal zaba Sax Paelo el fa-
vor á nosotros concedido de contemplar á Cristo en sí
mismo y no ya en tipos é irnágenes imperfectas, y sâ-
caba por conclusión que, ilurninados por El, nos trans-
formernos en El, yendo de claridad en claridad: uPara
nosotros, dice, se han desgarrado los velos, y contem-
plamos la gloria del Sefror, transforrnados en su rnisma
imagen, avanzando de claridad en claridad bajo la ac-
ción del Espíritu Santo, (3). iNo podríamos expresar-
(l) Tomo 1.o, pá9. 407 y sig.
Q) Véase más arriba la nota de la página 258.
(3) 2.4 Cor. 3 s.

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28 TERcERa PARTE. sÁBADos

nos de un modo análogo con respecto á María? Tene-


mos igualmente la ventaja de conocerla, de vivir en
una edad en que sus privilegios han sido patentizados
por la autoridad de la Iglesia. Como hijoslverdaderos
de María, deberíamos progresar en el conocimiento de
nuestra Madre y hacernos cada día más semejantes á
EIla. ;A qué responden nuestras ignorancias y nuestra
tibieza?

Expresemos á*,:,:::::peto y devoción que


estas consideraciones nos hayan inspirado. Gocémo-
nos de poder, rezando por ejemplo el oficio parvo de
la Inmaculada Concepción, darnos cuenta de las innu-
merables figuras que á María se refieren, y roguemos
á la Madre de Dios sea para nosotros la Madre de mi-
sericordia y de bondad, QUe Sex Juex, el discípulo
amado del Sefror, nos hace entrever en sus grandiosas
profecías. Ave maris stella.

.SÁgeOO CINCUTnT^.-Lugar glorioso que ocupa María

Ptan de ta *,0;:,';:':;;:,,aremos represen-


tarnos vivamente la gloria de María en la historia,
contemplando sucesivamente el lugar á que la ensal-
z,an la tradición, la controversia,, lo persuasión del
pueblo cristiano.

MEDITACION

«Mulier timens Dominum ipso loudabitur... LGU-


dent e(tm in portis opero ejus. (Prov. XXXI, 30).

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LAS GLORIAS DE MARÍA 269

La mujer qae teme ol Sefror seró olaboda.. ,

Alcíbenla en íos pórticos s//s obros.


1.n* PneluDro. Fijemos aún nuestras miradas en
la rnajestuosa y esplendente soberana, que SaN JunN
nos hace ver en María.
2,o PnnluDlo. Pidamos con instancia aurnento
de aprecioy admiración para con la Madre de Dios.
I. Gloria de María en la tradición.-I. 1. Pa-
rece haber sido necesaria una época de preparación,
para poner enteramente de relieve la persona divina
de Jesucristo, en la unidad de naturaleza que posee con
el Padre y el Espíritu Santo. Desde entonces, sin eÍn-
bargo, María se nos rnanifiesta como la antítesis de
Eva y rnodelo de las vírgenes cristianas (1).
2. La proclamación de la maternidad divina en
el concilio de Efeso, sef,ala luego los principios de su
gloria histórica, así corno esta misma maternidad es
el principio de todas sus excelencias. 1Córno concebir
ó describir, desde este mornento, la gloriÍicación de
nuestra Madre, si se piensa que ninguno hay entre los
Padres ó Doctores de la Iglesia, ni entre los escritores
eclesiásticos, ni entre los santos, Qúe no haya recono-
cido, alabado, predicado y celebrado á María! iY qué
acentos los suyos! lCuán af ectuosas y cuán varias
sus expresiones! ;De cuántas maneras se muestr a la
convicción de que todo honor se debe á María, sal-
vo el que es propio de Dios, y que ninguna alabanza
humana ó angélica es capaz de igualar el rnérito de
esta Virgen! Desde entonces aparece verdaderamente

(1) Por ejemplo en idtogo con Trifon, numero 100


(M,, P. G., t. 6, col. 7l de fin del siglo r ó u,pintado
en los muros de la cat ta priscila, es figuradá María
al lado de una virgen, irle de eiemplo.

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n0 TERcERÀ PARTE. sÁBÂDos

revestida con laluz de su Hijo y glorific ad,a con El.


3. iDe qtré interior manantial dimanan estos ho-
nores y estas alaban zas? Según parece, todo debe
atribuirse á un triple sentimiento, profundamente arrai-
gado en el corazón de los grandes representantes de
la Iglesia . a) La estirna incornparable que concebían
del Hornbre-Dios les tenía absortos de admiración
delante de la privilegiada, de la predilecta, de la 'es-
posa del Verbo divino y Madre de su humanidad.
Cuanto más amaban á Cristo, más alababan á su Ma-
dre b) María, reina de los hombres y honra de la hu-
manidad, les inspiraba esa santa arrogancia y noble
orgullo que experimentan los súbditos, á causa de una
soberana que á todos les representa. Siéntense hala-
gados los pueblos por los honores que en el mundo
Se prestan á su soberana; y los santos y doctores se
gozan en los homenajes que tributaban los. ángeles
ã María. c) La causa por la cual María fuê elegida
Madre de Dios; su consentimiento en esta mater-
nidad, lo mismo que en el sacrificio de [a cÍuz; stt
misión para con todos nosotros, excitaban en ellos
una indecible confian za y filial amor.
Adrniraban á hlaría, se gloriaban en ella, la aÍna-
ban.
II. El serio estudio sobre María, debería produ-
cir en nosotros frutos análogos de devoción.

II. María en la controversia.-1. 1. Cuando el


concilio de Efeso, una palabra servía á los católicos
de ensefla gloriosa de union; la palabra griega que
significa Madre de Dios (1) Esta palabra simboliza'
ba el triunfo de la verdad. Y desde entonces empezó

(1) Eeo:"àxoç.

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LÂS GLORIAS DE MARÍA 27I
á acreditarse la expresión comúrrménte adrnitida en el
siglo vII: uMaría triunfa de todas las herejías». Los
ecos de esta palabra no se han extinguido todavía, sino
que la Iglesia repite, á honra suya, el elogio tributado
á Judit: «Por vos, oh María, redujo Dios á la nada á,
nuestros enernigos» (1); y nos hace asimismo repetir
con frecuencia: <,Vos sola, oh Virgen María, en todo
el mundo, habéis dado el golpe mortal á todas las he-
rejías» (2). Ya hemos visto más arriba (3), á la Vir-
gen triunfante de la hereiía. Estas felicitaciones de la
Iglesia nos muestran una nueva victoria que María re-
porta del error.
La Virgen Santísima es una seflal de ortodoxia.
No es posible abandonaÍ á Jesús, sin hacer injuria á su
Madre; ni profesar para con ésta todo el respeto de
que es digna, sin poseer plenamente la verdadera fe
de Jesucristo: tan comunes son sus destinos, tan por
igual interesan los dogmas á Jesús y á María. iQué
lazo tan estrecho veÍnos, aun hoy día, entre ambos
dogmas, el de la Inmaculada Concepción y el de la In-
falibilidad pontificia! El Papa que, sin ningún Concilio
que inrnediatamente le asesore, proclama el prirnero de
estos dogrnas, con su modo de proceder parece ya
aÍirmar el segundo, que luego proclamará el Concilio
vaticano. Diríase que María, ensal zada por Jesús y su
Iglesia, vela con reconocida solicitud por la pureza de
la fe en la lglesia de Jesucristo.
De hecho, la mayor parte de los herejes abando-
nan el culto de María. Por abandonar ála Virgen, tien-
de el iansenismo la rnano á la herejía protestante. y
aun en el seno de la Iglesia católica, la espiritual ti-
( 1) Judith XIII, 22.
(2) Oficio de Ia Santísima Virgerl, 1.n antífona del nocturno 3.o.
(3) Sábado 45.0 punto 2.0

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272 TERcERa PARTE. sÁBADos

bieza se muestra lrecuentemente en la frialdad para


con María.
II. Ya que esto es así, pongamos la pureza de
nuestra fe bajo la égida de tan buena Madre y, en
estos días turbados, pidamos á María un espíritu ver-
daderamente católico.

m. María y el pueblo cristiano.-1. 1. Dios


protege las convicciones del pueblo y preserva su fe
de todo error.Para bien de la Iglesia ensefrada, garan'
tizó el Sefror la infalibilidad de la Iglesia ensefrante.
iCuán magnífico es, pues, y cuán elocuente el es-
pectáculo de los honores, que el pueblo cristiano tri-
buta á María! Sin detenerse en laboriosas dernostta'
ciones, admiten los fieles todos los títulos de honor
que hemos reivindicado para la Madre de Dios, y stt
persuasión misma es, á las veces, el más demostrativo
de los argumentos. iY de cuántas maneras trabaian
por la glorificación de la Virgen, su Madre! En ella se
emplean todas las artes: levanta la arquitectura ca-
tedrales á honra de María ; la pintura y la escultura
fijan bajo todas las formas su recuerdo en las mentes
y los corazones; la literatura canta sus gozos, SuS do-
Iores y sus glorias; la teología crea la ciencia religiosa
de María y foria armas para su defens a; la ascética

mundo cada generación transmitita á las generaciones


por
' venir.
II.
Nuestra vida pasa; nosotros pasamos también.
lHabremos por ventura tributado a María todos ios

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LAS GLoRTAS DE, vreníl 273
testirnonios de afecto y devoción, que nuestra posición
y Ias circunstancias nõr invitan , ó-á lo rnenos, nos au-
torizan á tributarle? Hagárnonos la pregunta y, según
la respuesta, perfeccionemos y corrilarnos.

coLoQuro
Felicitemos á María por su gloria, y pidárnosle la
gracia_de contribuir en algo á hacerla honrar y amar.
Ave .[/laría.

sÁee o a r i a po r
" :"'I :11Ti:" J-':l;"1 : : iTl : 3 1"""M
Plon de lo meditacion
"
glorioso es, para María, -Todos concebimos cuán
ser levantada por encima de
todas las criaturas en el reino de los ciôlos. Tratemos

MEDITACION

«vidi.., qaosi solem et lunctm et stellas undecim


adorare me>> (Genes. XXXVII, g).
vi... como si el sol y la runa y once estrellas me
odorasen.
1.'n PneluDlo. Representémonos á María en el
cielo, iunt_o al glorioso trono que ocupa
espl_endor del
el Hijo a la derecha del Padre-.
2.o PnELUDro. PidaÍnos la grande gracia de sen-
tir jntirn::::::"::T t'"cidád de eãte triunfo de
],1

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27,+ TERCERA PARTE. SÁBADOS

María, y sacar de é1, iunto con una mayor estima de


nuestra Madre, santos deseos de perfección.

I. Gloria de este triunf o.-l . 1 . María excede en


gloria y bienaventuranza, no sólo á todos los santos;
pero aun á todos los ángeles. lCuánto honra esta ver-
dad á nuestra Madre!
a) .Diremos que el cielo eS una morada, urr pala-
cio? Sí, la más suntuosa de todas las moradas, ilustra-
da por la presencia de los más nobles habitantes"
Pueb bien, María eS la seflora de esta morada, la

mas triunf ales.


2. iQué gloria! No, es decir poco. iEn qué prín-
cipe, efl qué emperador, en qué conquistador, se halla-
ran reunidos el valor, la nobleza, los méritos de todos
estos súbditos ó soldados? Ahora bien, María posee

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LAS GLORIAS DE MARÍA 275

Madre, cuyo papel fué humanamente tan obscuro


sobre la tierra! Felicitémosla.
2. Aplicando esta verdad á nosotros mismos: a)
Aspiremos, mediante nuestro fervor y fidelidad á la
gracia, á un alto lugar allá en el cielo,prescindiendo del
brillante ú obscuro papel que, acá en la tierra, desem-
pefremos. iQué noble objeto de conquistal h) Pensemos
que esta gloria tan magnífica no es, sin embargo,
más que accidental. María podría ser privada de ella
sin dejar de ser perfectamente Íeliz. Nuestra propia
dicha esencial hállase también en Dios, ên solo Dios.

II. Gozo que esta gloria produce en los ángeles


y en los santos.-I. 1. No es sólo María la que se
goza: con ella se regocijan también los ángeles y los
santos, sin que su dicha excite ninguna envidia.
iDe dónde proviene este gozo en los tÍngeles?
aCómo es tan viva su alegría, al ver ensalzada sobre
ellos á una criatura que les es inferior por naturaleza?
o) Aman á Dios y, en el orden puramente creado, la
gloria de María es la más bella manifestación de la
Bondad divina. b) Una entrafrable caridad hace que
se derrame en todos la dicha de cada uno. c) El bien
de que gozan no se disminuye en nada por comunicarse
á, María con mayor abundancia. ;Por ventura esta
riqueza vendría á, pertenecerles, si no hubiese caído en
suerte á María? d) El bien que constituye su felici-
dad, es un bien absoluto, apreciable por sí mismo, y no,
como las pobres satisfacciones de acá abajo, uÍr bien
relativo, una ventaja sobre otras criaturas.
2. Llarnados como estamos todos á este bien
infinito, comprendamos finalmente la baje za de la envi-
dia celosa, que no desea tanto obrar el bien ante Dios,
cuanto prevalecer sobre los dernás. Y si no 1qué es

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276 TERCERA PARTE. SÁgEDOS

lejos d e nosotros estos vergonzosos sentimientos,


que se manifiestan en la severidad de nuestros itti-
cios y en nuestra parsimonia en elogiar. Procuremos
la verdadera santidad.
II. 1. ;Por qué tal gozo en
tivos especiales les invitan á goz
grande bienhechora. Su ProPia.
ãon efecto de las oraciones de ell
es la honra de su Por María alcan-
zalahumanidad s en el reino de
los cielos: "Tu gl eres la gloria de
Jerusalénr.
María nos ensefla y nos demuestra que' aun-
2.
que inferiores en naturaleza, podemos superar á los
ángeles en gracia. ioh, cuán santa y cuán noble emu-
lación se nos ofrece!
influencia
éNo tenemos que reconocer una especial
de úaría sobre la conversión, vocación y santificación
propias? Procuremos, pues, desde ahora , gozarnos Con
nuestra Madre. Concibamos, al mismo tiempo, la pura
, levantada ambición de rivalizar con. los ángeles.

III. Etecto de este gozo en los ángeles y santos'


que ángeles y santos experimentan
-1. Esta alegría

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LAS GLORIAS DE DIARÍA 277

con respecto á la virgen, aumenta accidentalmente su


propio gozo. Perrnite á los ángeres gustar de la felici-
dad de ver, poÍ los méritos de cristo y Ia intercesión de
su Madre, llenarse los vacíos que la rebelión de Luci-
fer dejó en sus falanges; la sirnpatía hace comunes, á
l9s ángeles y á los santos, Ios gozos de Jesús y de
Maria, y establece en el cielo una armonía deli.iorr,
cuya inefabl e dulzura saborean todos.
II. Aun acá abajo, el dejar aparte rivalidades y
envidias, hace reinar la co rcordia; ãe ahí que los hom--
bres santarnente unidos, experirnenten la impresión de
unq especie de cornunidad de bienes, que proporciona á
cada uno las ventajas de todos.

col-oQUro
SupliqueÍnos á María, aurnente en nosotros la ca-
ridad, para que nuestro corazón esté enterarnente
abierto á los sentirnientos, que nuestra celestial Madre
aprug!,ã, y cerrado á cuanto nos haríaindignos de ella.
Ave Morío.

sÁer\Do CINCTTENTA y DOS.- Gloriosas retaciones


de la Madre de Dios con la santísima Trinidad

Plon de la meditación hermosura, toda


grande za se eclipsa ante Ia -Toda
que el hornbre posee en
Dios. He aquí por qué, siguiendo una progrêsión as-
cendente, hernos reservado parael fin de nüestras Íne-
ditaciones la consideración de la supreÍna gloria que la
Madre de Dios posee, er virtud de ,ur" *rgrificas
relaciones con la Trinidad santísima. verdad"es qre
tan grandioso asunto debería ocupar tres meditaciones
distintas; mas, por falta de espacio, las reunimos en una

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278 TERCERA P'\RTE' sÁBADos

sola, detal modo dispuesta, Qüê c-ada uno de los puntos'


.onrugrados á las relaciones cre la Madre de Dios
con
ma-
una dõ las divinas personas, suministra abundante
de-contemplación' Serán, P-{es, las
teria á un ejercicio
ii., grandes divisiones de eita meditaciónz María y
Dios Pactri; Moría y el Verbo; lVloría y el Espíritu
Sonto,

MEDTTACION

osancttts, sancttts, sanctus, Dominus Deus om-


-Sonto, IV, 8')
nipotens!, (Apoc. - r- - - .. Dios
r\-.^
lSonto, es el Sefior
sonto omnipo-
te nte!
1 PnelUDIO. Tratemos de representarnos la
.Bn
que el
gloria ae fos cielos; la sublimidad del trono, en
reciben el incienso
Fuor", el Hi;o y el Espíritu Santo
de las más profundas ádoraciones de toda
la corte ce-
y
lestial, en medio del eterno hosanna, que á' todos
los transporta, veamos á los ángeles y los, santos, efl-
cantados por el lugar de honor qu. )cupa
la Madre de
de la bienaventuranza'
Jesucristo en el reino
2P PneluDlo. Pidamos la gracia de conocer y-de
amar más y rnás á nuestra Madrã
y de ser conducidos
por ella u íru devoción más perfe'cta hacia el Dios tres
y fin de todas las cosas'
u..., santo, princ ipio

I. DiOs Padre.-cualquiera -g.ue sea la


María y
su Hijo, que es
grande za deúaría y su semeianza con
puede deiar.de
al mismo tiempo f i;ô rinico de Dios, ilo
padre. El padre es principio de todas
ser I a Hija de Dios
las cosas y lvturiu todo lo ha re :ibido de
El. vea-
tres gloriosas maneras cómo es IVlaría Hija
mos las
de Dios Padre, po, ,u santidod, poÍ su semeianza

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LAS GLoRTAS DE unnÍe 279

con el Hijo único de Dios y por su semejanzo con el


mismo Padre.
I. 1. Por una gracia insigne de Dios, tenemos
todos con María una filiación común: la misma que pro-
vocó el memorable oráculo de San Juan:
"Dedit eis
potestatem filios Dei fieri, his qui credant in nomi-
ne ejus, dió el poder de hacerse hijos de Dios, á los
que creen en su nombre, (1). Pero María, más que
cualquier otra criatura, goza del beneficio de esta
adopción por su santidad eminente y por la perfección
con que correspondió á las primeras gracias de Dios.
2. 1cuánto reconocimiento han de excitar en nos-
otros las palabras de San Juan! Esforcémonos por co-
rresponder plenamente á las gracias de Dios, yâ gue ,
como nunca ponderaremos bastante, nuestra mayor
dicha consiste en ser perfectamente, Io que Dios quiêre
que seamos.
II. 1 . María unida á Dios hecho hornbre por el
más estrecho parentesco, conjunta á la Persona del
Verbo divino, e s la más perfecta reproducción del Hijo
unigénito de Dios. Por esta ,unión tan íntima que tiene
con este Hijo, participa de la misma filiación por un
nuevo título, el cual la ensalzahasta una gloria mag-
nífica y le asegura indecibles favores.
2. Nuestra santificación, considerada desde otro
r, en reproducir á Jesucristo.
sta suerte es rlna Ínuy rneri-
ffiâ, como la que más , para
ciones.
III. 1. María constituye, después de la humani-
dad del verbo, la obra más acabada de Dios, y por
consiguiente, le da á conocer y le expresa mejor qué el

(t) Joan. I, 12.

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2SO TERCERA PARTE. SÁBADOS

mundo entero y que todos los mundos criados junta-


mente. María llega hasta á imitar al Padre en su ine-
fable paternidad, y está asociada á esta paternidad,
desde que «un solo y misrno Hijo pertenece natural-
mente á Dios Padre y ala Virgen, (1).
2. A medida que nos perfeccionamos, nos parece-
mos más á Dios y, por lo mismo, somos una más com-
pleta manifestación suya exterior. ;Puede concebirse
honor más grande?

II. María y el Verbo divino.-La matertridad de


María fué semejante á, la que se halla entre los hom-
bres y, por consiguiente, el lazo creado entre María y
Jesucristo no se escapa á nuestra inteligencia. Pode-
mos también tener una idea exacta de la naturaleza hu-
mana, en todo semejante á la nuestra, que se unió á'la
Persona del Verbo. Pero esta unión hipostática; la in-
finita dignidad que de ella se sigue; todo lo quedebe la
humana naturaleza al Verbo de grande za y santidad,
es un misterio cuya profundidad inmensa no podemos
sondear. Pues bien, de un modo análogo, la materni-
dad que nosotros Conocemos, introduce á María en re-
laciones tales con el Verbo divino, que nosotros no po-
demos comprender; pero que, como toda consideración
de lo infinito, son, para el alma que las contempla, con-
soladoras y saludables.
I. al Verbo. 1. La unión que iun-
María unida
tala naturaleza humana con el Verbo, es la más ínti-
ma que pueda concebirse: eS una comunicación recí-
proca y total que llega hasta la unidad de Persona. Es
eminentemente un matrimonio espiritual.
Pero esa naturaleza humana está formada en las

(l) Bula Ineffabilis, 8 de Dic. de 1854.

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LAS GLORIAS DE NTARÍA 281

purísirnas entrafras de Ma ría. Todo cuanto tiene, cuan-


to de rnateri al la constituye, fué primero de María an-
tes que de Jesús. He aquí, pues, el rnás estrecho paren-
tesco, qre une al hijo con su rnadre. 4córnojpues,
9l
no fundaría con el verbo ese otro parentesco que lla-
Ínarnos enlace?
Pero hay más: los hijos no escogen á sus padres;
el verbo sí, escogióse de toda Ia eternidad á aquella
de quien y por quien quería recibir un cuerpo. leug
predilección por la virgen en quien recae esta elec-
ción, y qué unión con ella, digna de llevar el nombre
que acá abajo recibe la unión de los espososl
2. El Hombre Dios pertenece igualmente á la
familia hurnana, ya que se ha desposãoo con nuestra
naturaleza.La sangre que corre por sus rniernbros divi-
nos-é irnpulsa su cotazón, es nuestra sangre. Luego
tarnbién á nosotros nos alcarrza cierto pare-ntesco cõn
Jesucristo, e fl cuanto hornbre; y con nosotros dice
también, por consiguiente, ufl enlace con el Verbo
divino, del cual no gozan los ángeles. «lReconoce, oh
hornbre, tu dignidad!»
II. tlaría enriquecida por el verbo.-1. ceué
esposo tan rico y tan espléndido pudo jamás regalar
eorl joyas rnás preciosas á aquella con quien se uniera?
Por esta alianza:
a) El se da tÍ sí mismo, segunda persona de la
Santísima Trinidad, Hijo de Dios, principio , junta-
mente con el Padre, del Espíritu Santo.' De ôonsi-
guiente, el Padre del Verbo viene á ser padre de
María; el Espíritu Santo, el Espíritu de María. y
!9 -uqrí que, merced al verbo, adquiere María ine-
fables relaciones con la Trinidad Bôatísima toda en-
tera. Ella es hija privilegiada del padre, como hemos
conternplado, y templo del Espíritu Santo, cuya riqueza

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282 TERcERA PARTE. sÁBADos

y- jestad augusta nos descub rir á el tercer punto .


rna
b)OtórgaÉ después s/rs dones: los dones del
Verbo, eS deiir, Su gracia, Su sabiduría, su Santidad.
María obtiene así, del Verbo, toda su grandeza.
iCuán grande no fué su gratitud!
2. Todo nos viene asimismo del Sefror. iCom-
prendemos nuestro deber de gratitud? aSentimos un
tierno carifro hacia nuestro supremo bienhechor?
III. Et epitotamio. 1 . Faltaba, para perf eccio-
nar esta glorla de María, Qüe fuese cantada por Dios
mismo. Ylo fué en efecto. El Cantar de los Cantares,
ese himno divino a la unión de Cristo con la lglesia,
celebra por consiguiente asimismo la unión del Verbo
con la que es figuia y representación la más acabada
de esta-lglesia.Áparece en él el Verbo como arrebata-
do por la-belle za'conque Él mismo adorno a Su esposa;
y éita se muestra enteramente suya buscándole' com-
placiéndole, descansando únicamente en El. Todas las
alaban zas dirigidas á la esposa en los Cantares, todos
los acentos que revelan la caridad que la anima ó que
ella inspira, ôonvienen admirablemente á, la Santísima
Virgen (1). Más verdaderamente q9e S-a1 Pablo (2),
pueãe decir María: «Cristo es mi vidà... Vivo yo, mas
no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí.'
2. Si tenemos á mano los oficios de la Virgen, Íe-
pasemos las.múltiples aplicacione_s, hechas por la lgle-
iia, del Cantar de los Cantares. La Íuerza y la ternura
de las expresiones Son capaces de arrebatar santa-
mente nuestra alma y transportarnos á, las regiones
(1) Cfr. GrprMANN, S.J., tn Ecctes e mysti-
ca cantici sententiarpágina14't. Estas a terales'
no constituyen una'apTopiación arbitr ecen al
es decir,
sentido, quese llama ôonitgutente, de la sagrada.Çs9rllura, p'
.áC"ao dêl sentido literal õomo consecuencia. Vid' ibidem' 346'
(2t PhiliP ,1,21; Galat. II, 20.

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\
Las GLoRlAs DE uenÍe 283

celestiales, llenándonos de aspiraciones enteramente


superiores y casi divinas. Porque, no huy que olvi-
darlo, estas expresiones convienen asirnismo al alma
fiel (1). 1Y en qué términos tan conmovedores nos ha-
blan los Evangelios y las cartas de los Apóstoles, del
amor que Cristo nos profes a y de los desposorios del
alma justa con su Dios!
3. Esta ternura de Dios, de que nos vemos obje-
to, gracias al Verbo, ino nos inspira un más claro co-
nocimiento del deber que tenemos de pertenecerle en-
teramente y vivir para El?

III. María y el Espíritu Santo.-Veamos cómo


María es justamente esposa, templo y figuro del Es-
píritu Santo.
I. 1. Morío esposo del Espíritu Sonto.-_Tiene
el Espíritu Santo su necesaria razón de ser en el ine-
fable amor con que Dios se aÍna á sí mismo ; y á causa
de este origen, representa el amor que Dios rnanifies-
ta fuera de sí; y todas las alianzas á las cuales son in-
vitadas las criaturas por este amor, le son atribuídas.
En María resplantlece una doble alianza con Dios.
o) Alianza por la grocio santificante. Las virtu-
des y los dones, poseídos en el grado más erninente en
que los haya gozado ó haya de gozarlos jamás una
pura criatura.
b) Alianza por la maternidad. El amor clivino,
que es el principio de la Encarnación del Verbo, perte-
nece, por apropiación, al Espíritu Santo. Por lo demás,
todo, êfl esta misteriosa producción, hace olvidar la
materia y los sentidos; todo en ella es santo: y éste es
otro título por el cual la virtud del Altísirno, que cubre

(l) GrnrueNN, op. cit., p. i46 y 543.

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284 TERcERA pARTE. sÁBADos

á María con su sombra (1), es el Espíritu de Dios. El


Espíritu de Dios, dice la Escritura, se cernía sobre las
aguas (2), y he aquí que se poblaron de peces; el Espí-
ritu de Dios hizo volar los pájaros por el aire, y llenó
la tierra de vida y animación. El Espíritu de Dios in-
sufló el alma en el primer hornbre. He aquí la tierra esco-
gida de la Virgen de vírgenes, iquién le comunicará la
'más estupenda fecundidad ? El Espíritu Santo. ioh
santo Amor de Dios, principio de toda vida y de toda
salvación !

2. La alianza por la gracia, nos es común con Ma-


ría. iQué nobleza ésta y cómo debe inspirarnos senti-
rnientos levantados y una conducta siernpre digna !
1Cuánto, sobre todo, no debernos huir del pecado, QUe
trae la ruptura entre Dios y su hijo adoptivo! iCuánto
nos urge la caridad de Cristo! (3) lCuán necesario es
que yo viva íntimarnerrte unido con Dios!
II. 1. María templo del Espíritu Santo.
- La
gracia, las virtudes, los dones sobrenaturales son in-
dicio de Ia presencia del Espíritu Santo en el alma, y
aun en el cuerpo, de los justos. «ilgnoráis, dice el
Apóstol, que vuestros miembros son templo del Espí-
ritu Santo, Qüe en vosotros mora?, (4) La excelencia de
las gracias de María bastaba á hacer de ella un privi-
legiado templo del Espíritu Santo; rnas, si el misrno
divino Espíritu habit a allí donde se hallan los dones de
Cristo ;cuánto más habitará donde se halle el Verbo
mismo? iCuán santificado templo será, por la presen-
cia del mismo Espíritu, la Madre de Aquel, en quien
habita corporalmente la plenitud de la divinidad! (5)
(1) Luc. I,35.
(2) Genes. I, 2.
(3) 2.a Cor. V, 14.
(4) I .a Cor. VI, 19.
(5) Coloss. II, 9.

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LAs GLoRTAS DE, uenÍe 285

2. Adrniremos aquí á, María, como un templo mil


veces más bello que el de Salomón. Al aproximarnos
á ella, concibamos algo de aquel respetuoso temor que
se siente, en presencia de las cosas especialmente se-
flaladas con el sello de la santidad. Concibamos aún
más que esto, porque ninguna cosa santa, ningún tem-
plo es tan digno de Dios como ella.
3. Piadosarnente confusos al vernos objeto de un
privilegio análogo, manifestemos nuestra gratitud, no
viviendo ya según la carne, sino según el espíritu; es
decir, no arreglando nuestra conducta según las in-
fluencias corporales. inf eriores ó simplemente natu-
rales, sino según la f e y las inspiraciones de lo
alto.
III, María ftgura del Espíritu Santo.- 1 . El
Espíritu Santo procede del Verbo por una inefable co-
municación que le hace el misrno Verbo por amor; re-
presenta la vida de Dios y su dulzura, y es simboliza-
do por la paloma. '

Así también María, amada del verbo, ve á, este


mismo Verbo venir á Ella, darse á EIla. Nadie repre-
senta rnejor la vida divina sobre la tierra, QUe Ella, de
cuya vida vivió Dios. Nosotros la llamamos dulzura
nuestra, y es figura de la esposa de, Ios cantares, que
lleva también el nombre de paloma.
2, To n igualmente su apli-
cación ana Verbo nos hace par-
ticipantes tirnula á oirle y are-
cibir sus s invita á irnitar la
sencill ez de la palorna (2), advirtiéndonos que los pa-
cíficos serán llarnados hijos de Dios (J).
(1) Matth. XI, 29.
(2) Matth. X, 16.
(3) Matth. V, 9.

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286 TERCERA PARTE. SÁBADoS

coLoQUIO

Vayamos por María á Jesús, y por Jesus dirijámo-


nos á la Santísima Trinidad toda entera. Después de
prestar homenaje de profunda adoración, admiremos la
estrecha intimidad á que María, Madre nuestra aunque
pura criatura, fué admitida, y dernos por ella gracias
al Dios tres veces santo. Luego, refiexionando en nos-
otros mismos, digámonos que Dios nos quiere también
muy grandes y muy estrechamente unidos á sí, Y re-
conozcamos en ello la obligación de serle constante-
mente fieles y vivir una vida enteramente espiritual.
lBendiga Dios este sincero propósito ! Av e María .

Gíorict Patri.

SÁEADO CINCUENTA Y TRES.-GIOTIOSA EtErNidAd


del triunfo de la Madre de Dlos

Plon de lo meditocion -Nada hay tan triste y


hurnillante para el hombre, Como pasar y Ser, en SUS
obras y en sí mismo, vencido por el tiempo. Durar y
domirrar el tiempo es, pues, para el el colmo de la glo-
ria. Recon ozcaÍnos este Supremo honor en nuestra Ma-
dre. La hemos visto triunfar de todas las maneras y co-
ronarse de todas las glorias; admiremos ahora la eter-
nidad de todos esos triunfos. Consideremos sucesiva-
mente la eternidad de su obro, la eternidad de su
tticho esenciol , la eternidad de sís accidentales
honores.
MEDITACION
«Conscidisti soccam meam, et circumdedisti me
laetitio; ut cantet tihi gloria mea) et non compangar:

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AS GLORIAS DE
MARÍA N7
Domine Deus meus) in aeternum confitebor
(Ps. XXIX ,12, l3). tibi,
Rasgoste mi siaco !2 me rodeosfe de
qae ó Ti cantg mi gtoría: sefior,
aregría,paro
Dios *7o, ;í;;;;-
mente te confesoré.
1 nn PneluDro. Hay que penetrar
pensarniento en er reino ãe ros
aún con el
ti.ro, y tigrrarnos, Io
rnejor posible, el rnagnífico trono
definitivarnente ocu-
pad^o por la Reina de-ros ángeles y santos.
2.o PnELUDT. sqpriquãmos instanternente
vina Bondad, que el eteino triunfo á ra di-
de la Madre de
Dios nos aparte de todo Io p.i...dero
Jesús y lVlaría todos nuestros afectos.
, paraponer en
razón esté, en adelante, en donde eue nuestro co-
reinr Jt.fr.., t;;
donde está su Madre asociada á
su groria.
I. Eternidad de las obras de María._I.
María,
coÍno los dernás hornbres, vió pasar
ras horas, ros días,
Ios afros; sucediéronse sus acciones
reernp lazándose y
elirninándose rnutuarnente al p-ui...r,
coÍno las obras
de los dernás hornbres; rnas, eÍr rearidad,
todas perrna-
necían' como subsiste ra serniila en
su fruto. A ros ojos
del rnundo presente y visibre, pasaban;
pero perÍnane-
cían para el rnundo invisibre
glorioso instante de su Asuáción,
y;;;
venir. y ar ilegar el
el cielo, efl bienes eternos, todo cuanto de nuevo en
halló
en Ia tierr aha-
bía obrado. AIIí encontro á r, Éiio
de quíen está escri-
to: «Gastaránse todos coÍno vestidura, Tú ros
rás corno un rnanto carnbia_
y se rnuda rán, pero
Tú perÍna_
neces,siernpre er misrno y tus aflos
no conocen disrninu-
ción, (l). Allí encontró sus pensaÍnientos,
sus acciones, sus penas, sus gozos,
;;
palabras,
transformados en
(l) Hebr. I, il , 12.

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( 288 TERcERa PARTE' sÁBADos

eternas recompensas.
-á.,iot Ninguna criatura , en ef ecto '
eiecutó deliberadõs
mas y con plenl reflexión ' ' '
he aquí que todos estos âctos estaban llenos de
iy
méritos!
con-
Mientras que todas los demás deseos, que
II. la nada, las
cepciones y obras se abisman en
Dios marca como
tienden a Dios permanecen, pues que
se hace por El'
con el seilo de su eternidad,'cuant-o
Sepamos, pues, á eiemplo María' arrancarnos
;; 9t
suframos la influencia de
de los brazos del tiemp;;
ni la de los hom-
la terrena atmósfera qI. nos rodea,
y preocupa-
bres que viven absorbidos por ,los deseos vendremos
parala eternidad
ciones etímeras. viviendo
á ser eternos, nosotros y nu.ttras
obras' Sea nuestra
y hagamos to-
intención recta; obremos con reflexión es vivir sin
- das nuestras obr6 priu el cielo. Vivir así,
menos las h;;; que huyen; es
prevenir toda
echar de
decePción.

Il.EternidaddelatelicidadesencialdeMaría.-
bien que no
I. 1 . Felicidad eterna equivale a decir:
maneÍa también inmuta-
cambia y que se posee de una una eterna
ble. No todos los bienes son susceptibles-de saciarnos'
posesion'-pàia serlg io deben ttt§l:i,1tii:á
sacia iamás' Sólo él'
El bien infinito es el único que no y exige ser para
pues, puede ser poseído paia siempre
anos sola-
poi algungs
siempr" ;;;.já;: lco*o s9z9r
mente dé un bien infinitõ?
La certidumbre de tener
que p.ri.iiã pt duciria ya una
irremediable desespe-
ración infinito, y lo
rÁ nçí,t í1í\eêí bien
2. -ãi Posee Para sleml)re el puede llegar una
María
posee ár4" *a. alto á, que
'tranquilidad de esta
"n
pura .riuúrí. Figur-úonos la
ondas' 9üe nin-
posesió;; iiugo iãmenso de apacibles

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LáS GLORIAS DE MARÍA 289

gún soplo contrario viene ni aun á rizar! lCuán in-


rnutable es el asiento del Hijo á la derecha de su Padre!
Y María se asienta á la derecha de ese Hijo. lQuién
podrá turbar su dich a ó amenguarla, y empaf,ar en algo
su frescura? Nadie hay qrle piense siquiera en intentãr-
lo: tan segura está tvtárrã oô gozar para siernpre del
infinito bien y de gozarle más cornpletamente que los
otros escogidos.
II. Los bienes presentes, no sólo son fugaces, sino
que no pueden ser poseídos de una Ínanera inrnutable.
Su posesión, por rnucho tiernpo prolongada, traeríala
saciedad y ésta sería seguida del fastidio. ProcureÍnos,
pues, si queremos ser grandes y lógicos en nuestros
deseos, flo codiciar lo que no puede dur ar para siernpre.

III. Eternidad de los honores secundarios que


han cabido en suerte a María.
-1. 1, María, teliz
en Dios, Io es secundariamente también en varias pre-
rrogativas de su alma y de su cuerpo; lo es en los ho-
menaies criados que se le ofrecen; lo es también en
sus hijos, cuya salvación ha logrado. Sobre todas es-
tas felicidades puede fijar María tranquilamente su vis-
ta, pues ninguna Ie será arrebatada. Lo por venir, eÍl
cuanto existe aún para ella, le prepara un cornplernen-
to de gloria, sin decadencia alguna.
. _2_ Qporgamos, en efecto, a tas obras y a ra feri-
cidad de María, las tentativas y el destino dê sus ene-
rnigos. Los hay-que han usado de la calurnnia y de la
injuria, de la cólera y de las burlas, de la abieita vio-
lencia y de la traición. Pero iqué han logrado? Sus
obras son menos que torres de Babel; ,rrui-nadas y ni-
veladas con el suelo, no pueden compararse sino a tas
construcciones que levantan los nifros jugando á orillas
encirna de vras oras,
"'J::":,::::'1,i1"",1:"e "Trus'

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290 TERcERA PARTE. sÁBADos

al retirarse, dejan la arena perfectamente nivelada'


Esta destrucción de las enemigas empresas, esta
ruina de los adversarios , Íorzados un día á confesar Su
derrota: he aquí lo que dara á María la plenitud de la
victoria.
II. 1 . La humanidad se divide en dos grandes
grupos: uno que honra á María y le tributa. á lo menos,
á i,rrptícito hómenaje contenido en toda oración sin-
cera que se eleva hacia Dios, y en todo acto bueno
rcalizado con el auxilio de una gracia, Qüe María ha
implorado, y estos honores permanecen transformados
y perfeccionados en el cielo; y otro grupo_que se levan-
iu'.ortra María,, y le declz rala guerra. Las injurias y
los ataques desaparecen en el olvido, y Sus autores
confiesan sus sinrazones con el arrepentirniento ó la
desesperación.
Regocijémonos con María, Y seamos siempre de los
que hallan, en su devoción P ara con Ella, una garantía
inf alible de eterna dicha.

COLOQUIO

supliquemos instantemente á María ser del número


de los'privilegiados, QUe, como ella, ven pasar la tie-
rra y sus .otàb, sin pásu. ellos mismos, porque son hi-
;os ãe la eterniáad. bemos glori
ia
que corona á María, así coúo d ió
ál principio de su carrera. Yo« Y
Omega,, el primero Y el último z a n'
Dichõsos los que lavâron sus vestiduras en la sangre
del cordero» (t; qu. nos dió María. Te Deum laudo-
\
mus. tllagnificat. Ave Marío.

(1) Apoc. XXII, 13, 14.

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FESTIVIDADES DIVERSAS
Meditaciones sobre el Espíritu Santo y algunas
otras fiestas movibles

SECCION PRIMERA
Meditaciones sobre el Espíritu Santo

ADVERTENCIAS PRELIMINARES
I. En el vigésimo afro de su reinado, León xlll,
«viendo acercarse el término de su vida, (l),
sintiósã
movido á recomenda r la obra de su apostolàáo á aquel
divino Espíritu, que envió el Sefror á su lglesia puru
acabar su obra redentora, y levantó un rnonuÍnento
doctrinal á la gloria del Espi?itu santo.
La Encíclica Divinum ittud, publicáda á g de Mayo
de 1897, recomienda vivamente á los fieles que re-
nueven el fervor de su devoción á, la Santísima Tri-
nidad y en especial á la tercera persona de Ella;
deplora la cornpleta ignorancia ó el conocirniento de-
rnasiadarnente vago, que obsta ála piedad de muchos
cristian-or-, y recuerda á los rninistros de Ia palabra de
- Dios, el deber que les incurnbe de emplear t, celo en
esparcir por el pueblo nociones claraó sobre el Espí-
ritu santo y publicar sus in rumerables beneficios.

(I ) Encícl. Divi num illucl, al principio. .

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292 FESTIvTDADBS DIvERSAS. EL EsPÍRITU SANTo

Esta exhortación, «salida del corazÓn paternal» (1)


del Vicario de Jesucristo, dió origen al deseo que hoy
realizamos, de componer una serie de meditaciones
sobre el Espíritu Santo y el papel que en la economía
de nuestra ialvación y santificación desempefra'
conside-
anza de
fieles la
gar, mediante algunas re-
flexiones algo más arduas y laboriosas , á, la inteligen-
cia, tan fruãtuosa y consoiadora, de ese mundo sobre-
natural, hacia el õual quiere el Dios de amor atraer
todo nuestro cora zón.
II. Nuestras meditaciones se dividen en dos gran-
des partes, separadas por el ejercicio propio del día
cle
pentecostés. En la serie que nos dispone á esta gran-
de solemnidad procuraremos profun dizar en la devo-
ción al Espíritu santo y la misión de la Tercera Per-
sona de là santísima irinidad, para con Jesucristo,
ór;; con la Iglesia y para c9n loi justos. Lacoronada
segunda
serie, Qúe llúa la-octava incompltl? l2),.
'fiesta de la Santísima Trinidad,
poi ía destínase á
darnos cuenta de los dones y frutos del Espíritu santo.
III. Antes que nosotros, un autor ascético que goza
ha escrito
de fusto r.no*bt", el R. P. MescnLER, S' J"
Santo unas meditaciones, 9üe el pres-
sobre el Espíritu
seflor Mazovnn ha oublicado en francés con el
bítero
título de: L,e don de la Pe'ntecôte, París, 2 vol', 1895'
al dogma del Espíritu santo yá
En lo concerniente

ocupado Por

?:3",ii:frxl
vâ), se dice
2, c.9) de las Decretales'

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oBJETo y RA zrSx DE sER DE ESTA DEvocróN. DÍA 1.o 2gZ

su elaboración científica, la teología católica se inspira


de un rnodo especial en SaNro Tomas, principalmónte
en su summa theologica y Summa contra gentes. y
estos últirnos afros hanse publicado, además de los trata-
d9r generales sobre Dioô o ta Santísima Trinidad, Ínu-
chas obras especiales destinadas á decla rar la misión
del Espíritu santo en las almas de los justos. Entre estas
sefralaremos, por habernos sido especialmente útiles:
P. vrlr-Rle, s.J., commentarias theorogicus de
effectibus formatibus gratiae habitualis, vallado-
lid, lggg.
Fnocer o. PR. ,, De l'habitotion du saint-Esstrit
dans les àmes justes. Artículos publicados en la Rn-
vuE TnomrsrE, 1896-1898, y después en volumen se-
parado en París. La segunda edición data de 1g0l .
iLa gracia del Espíritu santo llene nuestros co-
razone s,' y las marovillas de su pocler renueven) en
estos tarhados tiempos, la faz cle la tierrtr!

ARTÍCULO I

Novena (1) preparatoria âla fiesta


de Pentecostés

oÍe PRIMERO. -objet o y razón de ser de la devoclón al


Espíritu Santo
Plan de la meditación ante todo,
a -Apliquémonos,
la primer a tarea que irnpone el amor ó el deseo de
(l) En cualqql"r tiempo g"r afro, ra novena del Espíritu
practicada en público ó en privado, tiene concedidos SdO días santo
de in-

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294 FESTIVIDADES DIvERSAS'. EL ESPÍntrU SANTo

amar; procuremos Conocer Íneior al Espíritu Santo y


su devoción. Después de ver sucesivamente el obieto
subtiml, y luego la elev ad,a razon de ser de esta de-
voción, á*u*inãremos en el tercer punto q1é motivos
de cultivarla nos sugieren estas consideraciones.

MEDITACION

«Emittes spiriturn tuum et creobuntur, et reno'


vobis faciem ierraeu (Ps. CIII, 30) . -
Enviarós tu espíritu y sertín creados (1), l' feno'
varas la faz de lo tierra.
1."n PnnlUDIo. Tratemos de imaginarnos viva-
mente el inefable espectáculo que se desplegó ante
iãr ojos de Sax Junx, cuando vió, en el esplendor de
los cíelos, los mãs grandes santos del Antiguo y del
Nuevo Testamento iepresentados por los veinticuatro
venerables ancianos, prosternarse con la más prglul-
da veneración ante el'trono de la Santísima Trinidad,
mientras resonaba el himno de los celestiales espíri-
tus: iSanto, santo, santo es el Sefror Dios Todopo-
deroso!
2.o PnelUDIo. Pidamos la gracia-de compren{er
bien toda la excelencia de la devoción al Espíritu
santo, para que pasemos nuestra vida en un santo
f ervor.

J::'J3i":':',Jl,t
e Noviembre de
que Prescribió

I tiiíJ J
y 7 cuarentenas cada día y una plenaria (
Éiones), durante la novena ó el día de la
(Enc. Divinum illud).
( I ) Los seres animados '

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oBJETo y RazóN DE sER DE ESTA DE\rocróN. DÍe 1.o 295

I. Término sublime de esta devoción (1).-1.


La devoción al Espíritu Santo tiene por objeto, como
su noÍnbre lo indica, la tercera Persona de la Santí-
sirna Trinidad. Del rnismo modo que los ángeles, han
sido los hombres criados sobre la tierr a para conocer
y contemplar á las tres divinas Personas, que subsis-
ten en una misma esencia ó naturaleza divina (2).
Pero mientras aguardamos á que una visión beatífica
disipe todas las tinieblas, icuán insondable misterio
os envuelve, oh Dios, á quien adoro y bendigo! ;Quién
explicará vuestro origen, oh Espíritu creador? Si debo
renunciar á cornprenderos, flo renuncio á lo menos á
amaros ,y á este fin quiero recordar cuanto Vos os
habéis dignado revelarnos de Vos rnismo, y ofreceros
el prirner homenaje de un acto de fe consciente y deli-
berado
La fe Íne ensefra que sors Dios, güe procedéis det
Padre y del Hiio, y que recibís el nombre de Es-
píritu Santo.
a) so/s Dios. como tercera Persona de la Trini-
dad una é indivisible, sois consubstancial con el Padre
y con el Hijo, como poseyendo plenamente la misnra
naturaleza que les es común; poderoso y sabio con el
mismo poder y la rnisrna sabiduría, en todo igrral, é
idéntico en perfección, distinguiéndoos de ellos sola-
mente por vuestro origen. Así lo creo.
b) Procedéis del Padre y del Hijo. Así como de
toda la eternidad el Verbo divino es engendrado por
Dios Padre, Vos tenéis, de toda Ia eternidad, vuestro
origen del Padre y del Hijo como de un solo y rnisrno
principio. Así lo creo. Por una razón oculta á nosotros,
(1) Las personas.no familiarizadas con la teología, podrían
contentarse con leer este punto, y meditar los dos siguientes.
(2) Encícl. Divinum illud.

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296 FESTIVIDADES DIvERSAS. EL ESPÍRITU SAN'ro

la Inteligencia infinita., común ó las tres Personas, exi-


Be, por su perfección misma, Qüe haya en Dios una
se-
[unda Per-sona, el Verbo divino; y el Amor infinito
õomún á las tres Personas exige, por una tazÓn igual-
mente misteriosa pero que también radica en Su per-
fección, una tercera Persona en Dios, procedente
como Amor . La naturaleza divina eS comunicada al
Hijo por una generación enteramente espiritual, sin que
podamos nombrar ni imaginarnos el insondable camino
por donde la naturaleza divina es comunicada al Es-
píritu Santo. No es por generación; pero el mundo
breado no nos proporcioná imagen alguna que pueda
darnos idea de lo que es (1).
c) Recibís el nombre de Espíritu Santo. Expli'
quemos
' esta apelación: ,

Espírítu. Dios es espíritu; pero cuando os damos


este nombre Como propio, flo queremos solamente de-
signar la natu ralezaSubstancialmente espiritual y santa,
que os es comunicada por el Padre y el Hijg; queremgs
también significar, en cuanto lo perrnite la insuficiencia
de nuestroó conceptos y de nuestras expresiones (2),
el modo inefable (3) con que, por razón del Amor con
que Dios se ama á sí mismo, procedéis del Padre y del
Hijo como de un solo principio, que la teología llama:
«Espirodor,r. De un modo divino, que Supera nuestro
entóndimiento, brotáis Vos de la esencia infinita, co-
mún al Padre y al Hiio, como el soplo corporal se ex-
(1) Dtv. THottl, Summatheot' I'p', 9'27, a'3, ad4; q'36' a'2:
iZi Como el mundo visible nos muestra naturalezas comunica-
y
aas bãr via de generación, nos proporciona términos más claros
más exactos i"7" designar el módo de origen.(procesión) de la que
se- \
Hiio'
áona, persoâa , Gener"ación, y la misma segunda .Persona,
r -- designar la tercera y su origen'
para
(3) L-lamado espiraõión no-ospiración, término que se lee con
asombro en tà traducción francesa de un libro sobre los dones del
Espíritu Santo.

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oBJETo y RAZóN DE sER DE ESTÀ DEvocróN. oÍA l.o 297

hala de nuestra boca (1). Vos sois el anhélito abrasado


del Arnor con que Dios se ama á sí mismo; la efusión
misteriosa de este Amor dentro de sí mismo; la expre-
sión interior, la vida del Amor infinito, emanando del
t Padre y del Hijo, sin salir de las profundidades del ser
divino, conclusión suprema de Ia Trinidad Santísima.
Dios. Vos sois, s, el
so de toda la energ vida
en (2): desde la humi que
ha crecer y florecer, bio-
lutarnente superior, á que nos invita el arnor de Dios y
cuyos actos todos son coÍnenzados y sostenidos espe-
cialrnente por Vos.
Espíritu santo: este nombre leo cornpleto en las
sagradas Escrituras (3) y lo recojo de los labios de la
Iglesia. iQué bien os conviene este nornbre! En efecto,
este mismo aÍnor divino por sí rnismo, que es vuestra
inefable ra zón de ser, hace tarnbién brillàr la santidad
de Dios. Manifiesta que Dios, principio de todas las
cosas, halla en sí misrno su fin, su bien: ahora bien
todo es santo en cuanto se refiere á Dios (4). Os lla-
mamos también Santo, porque, siendo el prirnero y
(1) saN crnruo oe Arnlnw»nÍR, sobre San Juan, I, g. I[*alcl.nep
êx otópd.r,oç rivf)polrcúvou npóecot "cô nveüpa oolparrztõç,
"rõ
oÜrcrr xai. êx r,i1ç 1etaE ouoiag 0eo:rperccõ6 npoye?ra.c to ês orrió
(M., P. G. , t.74, col Z-c7).

(3) Matth. XXVIII, 29.


(4) D. Tnoru., Summa theot.l. p., q. 30, a. 1.

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298 FESTIYIDADES DIVERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

Supremo Amor, conducís las almas á la santidad, en


consiste en el amor de Dios (t)'
' en último término, procedente
que,
por all_or , lleváis
Espíritu d e Dios
también el nombre de Amor; como el Hijo, proce-
dente por inteligencia, se llama Verbo. Y así como las
obras exteriores de Dios, en cuanto son fruto de su
sabidu úa, constituyen una especie de verbo exterior,
que representa al Verbo eterno, así también las efu-
siones exteriores del amor divino en todas las cosas'
os son atribuídas como á Amor del Padre y del Hijo'
II. 1. Estas ensefranzas de la fe, que acabamos
de balbucir, nos muestran con evidencia que el culto
debido al Espíritu Santo es el supremo, y con el cual
no podemos
'2. honrar sino á Dios.
Su alteza no debe acobardarnos; al contrario,
debe infundirnos una santa esperanza. Yo mismo, Qüe
no entiendo más que vagamente estas nociones imper-
fectas y poco al alcance del humano entendimiento,
comprenderé un día la inconcebible realidad que en
ellas se insinúa. A la fría obscuridad de un impenetrable
misterio, sucederá la claridad dichosa de la visión cara
á cara. iQué porvenir el mío!
3. Mientras aguardamos este inmenso gozo' pros-
ternados ante la inÍinita Majestad que nos lo prep ara,
reconozcamos y amemos Su Bondad, adol'émosla con
un sentimiento respetuoso y profundo, ya permane-
ciendo ante Ella silônciosos y recogidos, Yâ repitiendo
una y otra vez el Sanctus, Sancttts, Sonctus, que no
cesa de resonar en el cielo (2).

II. Elevad a tazÓn de ser de Ia devoción al Espí-


ritu santo.-I. 1 . La pregunta: ipor qaé hay que
(1) Encíclica Divinun illud'
(2) APoc. IV, 8.

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OBJETo Y RAz.iN DE SER Dtr ESTÀ DEVoCIÓN. DÍA 1.O 299
dar culto etl Espíritu Santo?, recibe esta breve y
sublirne respuesta: porque todos los benef icios oet
arnor divino se atribuyen á la tercera persona de la
Santísima Trinidatl, que es tarnbién, en sí misma, el
prirnero y supremo don de Dios.
Si nuestra rnirada penetrase en el seno de la ado-
rable Trinidad, veríamos la unidad de perfección co-
mún á las tres Personas; y las manifestáciones de los
divinos atributos nos darian materia abundante paru
glorificar á la Trinidad toda entera. pero en la im-
perfección actual de nuestro conocirniento, las relacio-
les de origen que distinguen á las tres personas nos
hacen atribuir á cada unide ellas perfecciones corres-
pondientes y distintas, y las obras con que éstas se
manifiestan ' Todas son coÍnunes necesariamente á la
Trinidad santísirna: lo sabemos y confesamos; pero no
todas nos representan igual*eãte las tres Personas
q.u9 hqy en Dios. Porque la persona del padre
es prin-
cipio de las otras dos, le atribuímos especialrnente el
poder y las obras con que éste admirablemente se Ína-
nifiesta; la sabiduría y las Ínaravillas con que resplan-
dece, nos reclrerdan al Hijo de Dios, cuya inefable
razón de ser se halla en la perfección de Ia inteligencia
divina. EI Espíritu Santo piocede por vía de amor. El
es el aÍnor del Paclre y del Hijo, corno el Hijo es el
Verbo del Padre. De ahí que todas las obras que ma-
nifieStan el aÍnor de Dios, todos los beneficios de este
aÍnor, nos representan al Espíritu santo, y El es el
primero y suprerno don de Diôs, porque et'prirner don
del amor es el amor misrno (1), y'Di,s no
nos bien rnás excelente que su aÍnor.
iodría dar-
' (1) D. Tnorr., summa theot., I.p., Q.3g, a. 2.En el veni creator
invocamos al Espíritu santo como aon de Dios Altísimo : Attissími
clonum Dei.

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300 FESIIvIDÂDES DIVERSAS. E,L BSPÍRtru SANTo

2. Podemos ya ahora anunciar, de un modo preci-


so, lo que es el culto del Espíritu sattto.
Este culto tiene por objeto moterial (1) al mismo
Espíritu santo, tercera persona de la santísima Trini-
dad; y por objeto formot (2) el amor que Dios nos
proÍ.ru, ,nrnifestaáo en todos los beneficios de este
amor. Este amor, aun siendo común á las tres Perso-
nas divinas, ês apropiado al Espíritu Santo'
El culto al Eôpiritu Santo honra ála persona divina
que evoca en nuestra mente la idea de los beneficios del
amor divino; es el culto del amor eterno de Dios,
en
la Persona, cuyo origen es este mismo amor.
el
3. Tantoi homenajes, poÍ consiguiente, merecedi-,
Espíritu santo, cuantoá son los beneficios del amor
(3), Qtre todo
\r exclan a san Basilio
üno. sQuién negará,
lo al hombre, Ya Por sí
viene como una
mi nos
'
gr
efectos de esta Bon-
dad?
Dios no son
o);Por ventura todas las obras de
dones de su amor?
Tomemos la creación. Investiguemos la tazÓn
de

de latría'
oción se manifiesta en los moti-
las excelencias Por las cuales
ón al S. C. de Jesús Y la compara-
ÉsPíritu Santo, véase nuestra Con-
ción, cuya traducción espafrola está

, n. Sg (M., P. G' ,t' 32, col' 140)'

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oBJETo y RAZóN DE sER DE EsTA DEvocróN. oÍA l.o 301
ser de cuanto existe fuera de Dios. iQué necesidad,
qué utilidad, qué esperanza de goce pudo influir sobre
la creadora voluntad de Dios? No hallamos ninguna.
Pasemos y repasernos en nuestro espíritu todas las ra-
zones posibles; no hallaremos la explicación de la exis-
tencia de este mundo, sino en una Bondad enteramente
gratuita, en el amor de Dios. El Espíritu Santo es Crea-
dor. No sin razon, pues, su himno comien zaconestas pa-
labras: Veni,Creator spiritus. Ven, Espíritu Creador.
b) Hay, sin embargo, ciertas obras que, con es-
pecial elocuencia, pregonan el amor de Dios para con
nosotros.
cEn cuál resplandece más el amor que en la más
notable de todas, la Encarnación del Verbo? pues este
gran testirnonio de la piedad divina atribúyese expresa-
mente al Espíritu Santo. María, dice el SagracÍo Evan-
gelio (1), «fué hallada que había concebldõ del Espíri-
tu Santor.
Después la Iglesia; todos los privilegios, todas las
prerrogativas que le fueron conferidas para ejercer su
ministerio de salvación, la infalibilidad de su rnagiste-
rio, la perpetuidad de su sacerdocio, el poder de pãrdo-
nar los pecados: todo pertenece á la misión visible del
Espíritu sant o (2) que se reveló espléndiclamente el día
de Pentecostés.

(I ) Matth. I, 18.
(2) Cuando una obra exterior de Dios se refie re á una persona
d
q

I
ne una obra exterior de Dios y la
Perso_na qrre procede de otra. EI padre iamás es enviado; pero envía
á ._q Hijo al mundo; el Espíritu Santo eá enviado por
í po?
9l Biio pata santificarnos. En el mismo sentitÍo, una persona
"f-pãarese dice
dada por otra.

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302 FESTIVIDADES DIVERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

A esta misión visible hay que afradir otra secreta,


pero igualmente conmovedora, 9üe El ejecuta en las
àlmas. aCómo describir sus múltiples efectos? lQué de
dones nos recuerda! La gracia santificante y el espíri-
tu de adopción, las virtudes infusas, las disposiciones
sobrenaturales que llevan el nombre especial de dones
del Espíritu Santo, las gracias extraordinarias gratis
dadas, todos esos continuos impulsos por los cuales
sucesivamente nos conduce á nuestro fin sobrenatural.
Y esta acción santificante es finalmente coronada
' su presencia.
por
II. 1. Repasemos, efl nuestra mente, el magnífico
cuadro de los beneficios del amor divino , para excitar
nuestr a gratitud y multiplicar los actos de ella.
2. Esforcémonos en comprender bien que nuestros
homenajes al Espíritu Santo van, en realidad, dirigidos
âla Trínidad toda enteta, ya que el amor que los pro-
voca eS Çomún álas tres Personas divinas. Y no trate-
mos de especulativo é inútil el progreso en el conoci-
miento de Dios. El conocimiento exacto Y, en cuanto
es posible, distinto de estas cosas, es de inestimable
valor para la vida espiritual. 4Por ventur a la sólida de-
voción podría fundarse sobre el error?

Iil. Razones para dedicarnos al culto del Espí-


ritu Santo . - I . Estas primeras consideraciones bas-
tan ya para proporciónarnos urgentes motivos de
fomeítar la devocíón al Espíritu Santo. Podemos dedu-
cirlos de la e.rcelencia de esta devoción, del beneplcí'
cito divino y de nuestra utilidad espirítual.
1 E.rcbtencia de esto devoción.-Con nuestros
.
homenajes al Espíritu Santo, honramos, er su Persona
divina, rfl Amor . increado, eterno, identificado con
Dios; Amor que, después de habernos criado, nos sail-

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OBJETO Y F.AZÓN DE SER DE ESTA DEVOCIÓN. DÍA 1.O 303
tifica y nos conduc e á,la sobrenatural bienaventura nza.
Esos hornenajes van directamente enderezados al mis-
mo Dios, y las razones Qte los dictan son las rnayores
entre las obras divinas. lpuede, pues, concebirsõ rnás
excelente devoción?
2. El divino benepltÍcito, a) por el culto al Es-
píritu os y las obras
de Di su p no rnani-
fiesta dad iduría las
orden Pod Amor es
su principio y su
ryagnífico complernento. ceué género
de hornenajes podríã agrad,ar rnás á Dioõ, -qu.".l que
nos le hace bendecir en todas las cosas y pone en
tros labios la inspirada palabra:
r' nues-
(l)
b) Podernos, por lô demás, on-
traste. lCon qué palabras de tá
de-
na el sefror el pecado contra el Espíritu
santo! ;con
qué severidad declara que
ésta ni en la otra vida I (q.
ahí que, los honores al Esp
los rnás agradables á Diosi
santo, lo rnismo que sus injuras, conÍnueven el cora-
zón de Dios.
3. IVuestra espirituat utitidad.--La devoción al
Espíritu Santo nos levanta de un golpe *r,y por enci-
rna de Ia tierra, del fango y del peõado, por{r.,
recor-
il-1 ( l)I . o Joan. IV, g.
l
(2) Matth. XII, 31, 32.;
que estos textos no deben e
dogma de Ia remisibilidad d

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30.t FESTIvIDADES DIvERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

dándonos que nuestro principio y nuestro fin es


un
Amor infiniio, abre camino i los más altos y delicados
di-
sentimientos cuanto mejor conocemos la amistad
vina, más celosos nos sentimos de conservarla; y ]qS
deberes que más nos acercan á Dios, la sumisión
filial,
con
el reconoôimiento, la caridad, se nos manifiestan
tal claridad, QUe no nos permite ya ignorarlos ó des-
preciarlos.
II. el valor de estos tnotivos, para
Penetremos
que ejerzan en nosotros saludable influencia' Nada
mueve al hombre Como el amor que se le manifiesta'
;Dejaríamos sin correspondencia
el amor de Dios?
necesario como amar al
;Érí nada tan imperiosamente devoción al Espíritu
amor divino? Expresamos nuestra
Santo por una vida cuyos actos todos vayan dictados
por el amor, ya que lodos se los debe al arnor de
Dios.

COLOQUIO

Podríamos en este coloquio recordar, ante todo'


I.
muy fructuosamente, cuánto debemos á una triple ca-
ridad. Por encima de todo, el eterno amor de
Dios
afiopiado nto, principig y li' de todo
bieni p.ro una naturaleza infinita, sú-
f"rr' toda toda inteligencia. Dios pro-
vee á mi d beneficio dé su amor me da
y-aun
un Hombre Dios, cuyos sentimientos comprendo
yo mismo. Y el sentimiento de este Horn-
experimento
un amor llevado
bre Dios purá conmigo, es también
hasta er eitremo, haú iu *uerte, hasta la Eucaristía.
Este segundo amor, aunque en.forma humana,
es sin
embargõ, amor de Dios y_de
jrrf inito valor. P ara aca-
ei verbo encarnado me prepa-
bar de acercarse á, mí,

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ETvcARNACIóN DEL vERBo poR EL E. s. DÍA 2.o 305

ra una Madre, Madre de Dios; pero también Madre


de los hombres. María me amâ, y ruega por mí; Jesús
me ama, y ffiúere y merece por mí; Dios me ama, y
acepta la mediación de Cristo por ffií, escucha las
oraciones de María y me concede toda gracia.
2. Después de estas consideraciones, demos gra-
cias en primer lugar, con gran piedad y afecto, á la
Santísima Virgen por su amor para con nosotros.
Luego, suplicándola nos introduzca con su Hijo, dare-
mos gracias al Cor;azón de Jesús por el amor en que
por nosotros se consurne y por el que ha infundido á
su Madre hacia nosotros. Y, dirigiéndonos por medio de
Jesús y María á la Santísirna Trinidad, bendigámosla
por la caridad eterna, admirable creadoÍâ, y más ad-
mirable restauradora del Universo, á, la cual debemos
la misión del Espíritu Santo, el Corazón de Jesús y el
de MaÍía.
lDemasiado es esto, Dios mío! ;Cómo negarme ya
por más tiempo á una vida de santo amor? Con el más
profundo respeto, oÍrézcoos mi cor azón, Qüe lo quiero
sólo por Vos y para Vos. iCuán pequeflo es para que
baste á pagar el deber de amaros que le imponen
vuestros beneficios! A lo menos que vuestra gracia,
oh Dios de bondad, se digne atraerlo definitivamente
á Vos. Acto de coridad.

DIA sEcuNoo'-?1,il:l-s;:f der verbo por er

Plan de lo meditación
-En la Encíclica Divi-
num illud, cuyo plan nos complacemos en seguir, co-
mienza LeoN XIII á exponer la virtud del Espíritu
Santo por el gran misterio de la Encarnación del Ver-
o' ra segunda Persona de ta
j:,,:::"',-t';:#Ti;:'"

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306 FESTIVIDADES DIVERSAS. EL ESPÍRTTU SANTO

Santísima Trinidad se encarnó; aunque sólo el Verbo


tomó la naturaleza hurnana: la Unión activo, como
dicen los teólogos, es decir, la operación inefable que
juntó una naturaleza humana con una Persona divina,
es, como toda obra de Dios, común á la Santísima Tri-
nidad. Atribúyese con todo, al Espíritu Santo, porque
en ninguna resplandece más el amor divino: ,,Sic
Deus dilerit mundum, ut Filium suam anigenitum
daret (1), Dios ha amado de tal 'manera al mundo, que
le dió á su Hijo unigénito,. Consagrando este ejercicio
a la meditación del beneficio más saludable á la huma-
nidad, veremos sucesivamente el omor divino que en
él se manifiesta; la necesidod á que responde; la su-
blime altezo en que está colocado, y los grondes
convicciones que nos inspira.

MEDITACION

«I{ec in cor hominis ctscendit quoe proeparavit


Deus iis qui diligunt illum» (1.' Cor. II, 9).
Ni cabe en el corazon del hombre lo qae ha
preporado Dios pora los que le aman (2).
1 .rn PneluDlo. Trasladémonos con la imagina-

ción á la morada de Nazaret, en el momento de cum-


plirse en ella el gran misterio del amor.
2.o PneluDlo. Supliquemos al Sefror nos con-
ceda la gracia de comprender finalmente la inrnensa
deuda de caridad que con El tenemos contraída, para
que el amor de Dios sea una indispensable necesidad
de nuestras almas.
(1) Joan. III, I 6.
(2) Estas palabras, cuyo sentido se restringe á las veces á la
felicidad del cielo, se entienden de la Encarnación y de toda la sal-
vadora economía que de ella se deriva. Vid. ConNrlrv, in hunc
locum.

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ENCARNAcIóN DEL vERBo poR EL E. s. oÍe,2.u 307

I. El amor manifestado en la Encarnación. - I.


La Encarnación revela un poder y una sabiduría infini-
tas; pero, al referirla al Espíritu Santo, nos olvidarnos
de todo lo demás, para no ver en ella sino un don del
aÍnor divino, de un amor infinitamente espléndido é in-
finitamente rnisericordioso .

1. Infinitomente espléndido.-Dios halla el rne-


dio de darse á sí mismo, y de llegar de este modo á los
límites de un poder, que parecía no tenerlos. Hallámo-
nos frente á una de las tres maravillas que no pueden
ser superadas; que por un lado son infinitas y, entre
ellas, ésta es Ia primera: la Humanidad de Cristo (1).
No puede la criatura expresar mejor la intensidad de su
amor que exclamando: mi arnor ha hecho cuanto ha
podido. Esta expresión, que tan bien se comprende en
nosotros, débiles y pobres, parecía excluíd a para siem-
pre de los labios de Dios, porque ningún don hay
tan grande que no pueda concebirse otro rnayor: nin-
guno, digo, salvo, sin ernbargo, el misrno Dios. Y he
aquí que Dios misrno se da en la Encarnación.
2. Infinitamente misericordioso . - o) cEn qué
ocasión nos fué otorgado este beneficio? 4Como pre-
mio de alguna noble victoria, en cambio de un sacri-
f icio heroico, de una fidelid ad a toda prueba? Desen-
gafrémonos: Dios concede esta gracia inaudita al
hombre prevaricador, justarnente arrojado del paraíso.
Este Dios bondadosísimo desterrólo de un iardín de
terrenales delicias para conducirlo, poí rnás glorioso
camino, á las delicias celestiales. Convierte Ia tierra
en más triste y más estéril para embellecer el cielo;
inclina nuestra frente hacia el terreno ingrato, mas sólo
para trocar las gotas de sudor en preciosas perlas.
(l ) S. Tnou., Sum. theol. I p., q. 25, a. 6, ad4. Las otras dos
son la maternidad divina y la visión beatífica.

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308 FESTIVTDADES DIVERSAS. EL'ESPÍnlru SANTo

Sujétanos por algún tiempo al cuerpo, álos sentidos,


á los elementos exteriores; pero la fraternidad con
Jesucristo nos promete una libertad más gloriosa, de
lo que fué humillante la esclavitud.
b) Dios se da por la Encarnación; pero esto dice
aún poco: Dios se da nuevamente, y meior que la I
primera vez. Para Dios, darse es llarnar al gérlero hu-
mano á participar de su dicha: donación contenida en
la gracia original que recibieron nuestros primeros
padies (1). Mas como su pecado nos excltryera de este
beneficio, entonces dígnase Dios rehacer sus magnífi-
cas ofertas; pero nos las presenta El misffio, revestido
de nuestra natu raleza, con Sus propias manos taladra-
das por nosotros en la cruz, á fin de conmovernos más
y Íorzarnos, por decirlo así, á no perder la ocasión de
una divina f elicidad. iCon la Encarnación responde
Dios al pecado! iRespuesta tan maravillosamente in-
concebible, Qüe mueve á, la Iglesia á felicitarse de la
falta misma de Adán: «O felir culpo, quoe tolem ac
tantum merait Redemptorem! (2) iOh feliz culpa, QUe
mereció tal y tan grande Redentor!,
II. Penetremos bien cuanto la Encarnación con-
tiene de amorosa misericordia. Comprendamos de ahí,
cuán imperioso deber nos obliga á manifestar á Dios
un amor tan generoso, que no le regatee ni los sacri-
ficios ni las ofrendas; que no mida lo que ha de dar ,á'
un Dios que da sin medida; en fin, un amor misericor-
dioso. sPero cómo usar de misericordia con Dios?
Por la magnanimidad del perdón, al prójimo conce-
(l) Si la gracia que recibimos tiene sobre la gracia original de
nuestios priméros padres la ventaia de ser adquirida por la sangre
del Hombre Dios;la más grande de las gracias, después de la de
Cristo, es la de la Santísimã Virgen, que no sigue á mancha alguna
y está impregnada de los méritos de Jesucristo.
(2) Etultet del sábado santo.

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ENcARNAcIóN DEL vERBo poR EL E. s. DÍA 2.o 309

dido. Dios se digna substituirse á nuestros hermaÍlos.


Todo un plan de vida nueva, tal vez para nosotros,
aparecetrazada en estos dos rasgos.

II. Necesidad del beneficio de la Encarnación.


-1. La necesidad del beneficio de la Encarnación es
una verdad evidente. De nada nos hubiera servido
nacer, si no hubiérarnos sido redimidos (1). Privados
de nuestro fin y de los rnedios de llegar á é1, no nos
había cabido en suerte sino una vida enteramente inú-
til. Inútiles los goces y las penas, inútil el bien practi-
cado, funesto el rnal. 4Cuál sería nuestra suerte si el
Espíritu Santo no nos hubiese dado á Jesucristo? La
particular emoción que experimenta el que, estando á
punto de perecer, siente una mano decidida que le
salva, ésta deberíamos fomentar para con Cristo y
con Dios. Profundicemos en este pensamiento.
II. Inútil, decíamos, sería la vida sobre la cual
no hiciese irradiar el Verbo la influencia de su Encar-
nación; pero deberíamos comprender esta consecuen-
cia, á saber: que son igualmente inútiles todas las
partes de nuestra vida que substraemos á esta acción
saludable. Los actos malos son perdidos, arrastran á
los hombres á su desdicha; y perdidas también las par-
tes defectuosas de todas nuestras acciones que no es-
tán vivificadas por la savia de Jesucristo.
Pérdidas son éstas tanto más deplorables, cuanto
que van acompaf,adas de trabajos y penas. «Nos he-
mos fatigado en el camino de Ia iniquidad y de la per-
dición, hemos entrado por sendas difíciles é ignora-
mos el camino del Seflor» (2).
Lamentemos los dafros por culpa nuestra experi-
r I ) Ibidem.
(2) SaP. Y,7.

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310 FESTIVIDADES DIVERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

rnentados, no para sumirnos en un desesperado abati-


miento, hijo del amor propio y, como tal, enteramente
estéril; sino para repararlos por medio de una grande
atención y extremada diligencia, er el servicio de Dios.

III. Sublim e alteza de este beneticio. - I . Rara


vez el beneficio necesario resulta al mismo tiempo
sublime. De ordinario, ilo es más que un fundamento
sobre el que se levanta lo demás.Así la vida del cuerpo
prepara y hace posible la actividad de nuestra inteli-
gencia; pero, sin embargo, no puede decirse que pen-
semos con la materia. El beneficio de la Encarnación
se extiende de la base á la cumbre de nuestro verda-
dero y sobrenatural destino. Ninguno hay más indis-
pensable, ninguno más elevado.
I . Quitad al Verbo su humanidad: el cielo se nos
cierra, la gracia nos es inaccesible; dadme esta huma-
nidad y será fuente inagotable de toda gracia. ,,Yo soy,
decía el Sefror, el camino, la verdad y la vida» (l).
2. En el Verbo encarnado la naturaleza humana Se
reviste de una dignidad infinita, que la ensalza por en-
cima de la naturáleza angélica; de manera que nada
tenemos que envidiar á los celestiales espíritus.
3. Gracias á la Encarnación, podemos ser injerta-
dos en el Hijo de Dios, recibir de El la savia de vida,
no constituir más que tln cuerpo con El, estar con El
rnoralmente identificados,
4. La Encarnación sella dos veces la gracia con el
sello del amor: del amor divino del cual dimana la gta-
cia y del amor teándrico que la compró.
II. 1. Conmovidos por las magníficas invenciones
del amor de Dios, abandonémonos á vivas efusiones
de gratitud.
( I ) Joan. XIV, 6.

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ENCARNAcIoN DEL vERBo poR EL E. s. DÍA 2.o 311

2.Dios nos llama con una grande vocación. No


la desoigamos, antes procuremos corresponder á ella
plenarnente, juntándonos muy de cerca con el Sef,or,
para imitarle y unir nuestras acciones con las suyas.
Así, engrandeciéndonos nosotros mismos, glorificare-
mos más á Dios.

IV. Grandes convicciones que nos inspira la


Encarnación. - I . La Encarnación, esta grande gra-
cia del Espíritu Santo, pt'oyecta sobre todas las
otras viva luz, y nos inspira firmes y santas convic-
ciones.
1. Aumenta nuestra estima por una reconciliación,
cuyo precio pagó la sangre del Redentor.
2. Elocuentemente nos muestra hasta qué punto
desea Dios nuestra salvación. Herido yo por el pecado,
hallaba demasiada dificultad en conocer y seguir el
camino del deber, sin que me bastase el invisible go-
bierno del Verbo de Dios: y he aquí que, compadecido
de mi Ílaqueza, El rnismo se ofrece á ser rni guía vi-
sible (1), lleno de bondad y blandura. '
3. La Encarnación, por una presencia sensible que
nosotros podamos entender y por una exterior serne-
janza, Qúe cae bajo los sentidos, nos hace creíble la
íntima presencia de Dios en nosotros y la incompren-
sible semejanza que la gracia santificante nos da con
lo inf inito.
4. Puesto que Dios se ha abatido hasta nosotros,
ya no dudarnos de que tenga medios suficientes para
levantarnos á sí. «Quod homo est, esse Christus vo-
luit, ut et homo possit esse quod Christus est (2).
(l) S. Tuonr ., De veritate, e. 20, a. 4, ad 3.
(2) SeN Crrnraxo, Qnod idola dii noh sunt. Que los ídolos no
son dioses.

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'tr.L
312 FtssTIvIDADES DIvF.RsAS. rspÍnIru sANTo

Quiso Cristo ser 1o qlre es el hombre, para que el


hombre pueda, á su vez, ser lo que es Cristo.»
II. 1 . Deben estas consideraciones llenarnos de
confianza, y sugerirnos una arnbición verdaderamente
divina.
2. El amor que, ofl su naturaleza humana, me
muestra Dios; sin hacerle más amable en sí mismo, ffie
da un nuevo modo de amarle (1) V me impone un par-
ticular deber de tributar homenaje á su amor. Debo
amarle y adorarle en esta naturaleza que por mí ha
tomado; y a la condescendencia de un Dios que, aba-
tiéndose y acercándose á ffií, parece olvidarse de mi
vileza, debo responder con un especial cuidado en tri-
butarle respeto y honor (2).

coLoQUro

Después de haber llamado en nuestro auxilio á


esta buena Madre, efl quierr llevó la Encarnación sus
más hermosos frutos, excitemos en nosotros un vivo
sentimiento de admiración y amor. Leamos en este
mundo, ffiâgníficamente criado y más magníficamente
redimido, leamos las rnanif estaciones de un inaudito
amor. Reconozcamos nuestro deber de glorificar á
un Dios tan bueno:- oÍrezcárnonos á cumplirlo durante
toda nuestra vida, y terminemos este ejercicio con la
herrnosa oración de Ia Iglesia.
«Oh Dios, gtre admirablemente fundasteis y más
maravillosamente reformasteis la dignidad de la natu-
raleza humana, hacednos participar de la dignidad de
Aquel que se dignó participar de nuestra humana natu-
(1) S. Tnorvr., De unione Vbrbí, art. l, ad9.;Fn.o.NcpLrN, De Verbo
incarnoto, th. 45, initio.
(2) Billot, De Verbo Incarnato, th.36, corolario.

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EÍ, E. s. y EL vERBo ENCARNADO. oÍe 3.o 313

raleza, Jesucristo, vuestro Hijo y Sefror Nuestro, que


vive y reina con Vos en unidad del Espíritu Santo, por
todos los siglos de los siglos. Amén, (1).

DIA TERCERO.-EI Espíritu Santo y el Verbo Encarnado

Plan de la meditoción,-El rnismo Verbo, que se


encarnó por obra del Espíritu Santo, nos ensefla, con
su doctrina y ejemplo, la devoción que ahora trata-
mos de comprender más y practicar mejor. El coloca
su humanidad, santificada por el Espíritu Santo, bajo
la dirección del mismo divino Espíritu en cuanto á los
actos de su vida pública y privada. Después, un
poco antes de morir por nosotros, excita á los após.
toles, con el conmovedor lenguaje de la paternal soli-
citud , á grandes deseos del Espíritu Santo, QUe va á
enviarles. La Encíclica Divinum illud recuerda este
discurso, esta santificación y esta influencia del Espíri-
tu Santo sobre la humanidad del Verbo. Esta influencia,
en parte manif iesta y en parte oculta , simb oliza ,
afrade la Encíclica, la doble rnisión del Espíritu Santo,
visible una en la lglesia, otra invisible en el alma de
Ios justos. El Papa mismo nos invita, pues, á fijar
nuestro pensamiento sobre esta ensefra nza, la rnás
elocuente y persuasiva de todas, que se contiene en la
vida y los discursos del Verbo encarnado. VereÍnos en
los tres siguientes puntos: la humanidad del Verbo
santiftcada por el Espíritu Sonto; esta rnisma hu-
manidad guiada por el Espíritu Santo, y lo promesa
del Espíritu Sonto promulgada por el mismo Dios
hecho hombre. t

(1) oración que dice el sacerdote al mezclar las gotas de


agua csn el vino en el cáIiz.

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311 FESTIVIDADES DIVERSAS. EL ESPÍRITU sANTo

MEDITACION

«E.rpedit vobis ut ego vadom: si enim non abie-


ro, Paraclitus non veniet od vos; si outem abiero,
mittom eum'od vos» (Joan. XVlrT).
Os conviene qae yo me voyo, Çu0 si no me voy
no vendró ó vosotros el Pttrcíclito; pero si me voq,
yo os le enviaré.
1.rn PneluDlo. Imaginemos que nos hallamos en-
tre los apóstoles, después de la última Cena, recogien-
do con avidez las palabras, tan llenas de ternura que,
en esta hora suprema de su vida, dirige el Sefror á sus
fieles amigos.
2.o PneluDlo. Pidamos con vivas instancias la
gracia de entregarnos completamente ala dirección del
Espíritu Santo, á fin de conf ormarnos mejor con nues-
tro Jefe y Salvador Jesucristo.

I. Cristo santificado por el Espíritu Santo.-I.


Procuremos representarnos lo más distintamente posi-
ble, la santidad del Verbo encarnado: no aquella subs-
tancial santidad que es El mismo como Verbo de Dios,
en todo igual al Padre, sino aquella cuyo inefable en-
canto adorna su naturaTeza humana,
1. La virtud de Dios, al unir la Persona divina
del Verbo con una hurnana naturaleza, revistió, por eso
mismo, á aquella naturaleza con la santidad propia del I
Verbo encarnado, que no puede hallarse en ninguna
persona criada , La divinidad, por sola su inmediata
presencia y sin el intermedio de ninguna operación,
unge con su santidad substancial ála naturaleza huma-
flâ, que subsiste en la Persona del Verbo, Y estando
presente toda entera, lê comunica Su santidad, que es

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EL E. s. y EL vRRBo ENCARNAoo. DÍA 3.o 315

santidad infinita. Por la operación del Espíritu Santo


el Verbo se encarna; por esta operación recibe en su
naturaleza human a la unción de la divinidad, y queda
hecho Cristo, el ungido de Dios (1). Posee también
Cristo una santidad infinita y es Hijo de Dtos por natu-
raleza y no por simple adopci ón (2).
2. La dignidad que reviste esta naturaleza hu-
mana excluye toda posibilidad de pecar, hácela objeto
de las supremas complacencias divinas y exige, ya des-
de el primer instante y antes de todo mérito, toda la
plenitud de las gracias sobrenaturales siendo, al mismo
tiernpo, un título á toda excelencia y dignidad; desde
este rnismo instante de la Encarnación, afluyen al alma
de Cristo todos los dones sobrenaturales, que consti-
tuyen la santificación creada de la cual participan
los justos. Más aún; desde aquel momento el alma
de Cristo goza, en suprerno grado, de la visión beatífi-
câ y, aunque no es glorificado todavía en su cuerpo;
aunque no se le ve aún rodeado del esplendor de la
realeza; aunque quiere merecer por sus actos libres
el complemento de su glorificación, desde entonces,
sin embargo, es Rey y digno de todos los honores.
Esta santificación por la graciay los dones sobrena-
turales, es obra del Espíritu Santo; además de la unción
del Verbo á quien está unida, la hurnanidad de Cristo
recibe la del Espíritu Santo (3). Este divino Espíritu
descansa en El con toda su muni{icencia. Recordad to-
das sus maravillas; todas se hallan en Cristo, con tanta

(1) Cristo significa ungido. La unción por la divinidad se ve


claramente en la Escritura y los Santos Padres (Encíclica Divinum
illud).-
e) S. Tnom.xs, Contpendium theologiae, c. 215.
(3) 'En la Escritura y en los Santos Padres, la unción del Espí-
ritu Santo se entiende según Ia gracia y los dones creados. FneN-
zELrN, De Verbo Incarnato,th. XLlr2.

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316 FESTIvID/DES DIVBRSAS. EL ESPfRITU SANro

abundancia cual Dios, en los conseios de su sabiduría,

&

nes: « Corazón de Jesús substancialmente unido al


Verbo de Dios...eÍr quien habita la plenitud de la divi-
nidad..., en quien el Padre ha puesto todas SUS com-
placencias. . . , cuya plenitud se derrama sobre todos
nosotros. ))

para hacer circular en nosotros la divina savia qqe cir-


ôula en é1. Invítanos aún á mayor intimidad que la que
le une con los ángeles (ya que sólo nosotros tenemos
con El la comutlidad de naturaleza) (3), y un cotazón
semejante al suyo no se halla más que en nosotros.
(r) Hebr. I, 9, reproduciendo el salmo XLIV' 8.
(2) Colos. II, I.
(3) Hebr. II, 16.

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EL E. s. y EL vERBo ENCARNADo. DíA 3.o 317

Sólo nosotros gustamos de la Eucaristía; y aunque


reine sobre los ángeles, lo mismo que sobre los santos,
y proyecte sobre ellos sus resplandores; sólo nos-
otros, segútr la más probable y común opinión, alcan-
zamos por sus méritos la gracia de adopción y la
herencia de la gloria (1).
iNo nos hace esta reflexión desear para nosotros
mismos la unción del Espíritu Santo, que embalsama y
transforÍna la naturaleza hurnana de Cristo? (2) Privi-
legio á que no puede aspirar naturaleza alguna no inte-
ligente, privilegio de que los demonios y los condena-
dos están excluídos por su culpa, y que puede ser mío
por los méritos de Jesucristo, y que es mío mientras
estoy en gracia de Dios. LaS relaciones que con Cris-
to tenenios, éno nos hacen estos dones especialmente
preciosos? iVen, oh Espíritu Santo, visita las almas
que son tuyas, llena con la gracia de lo alto los corazo-
nes que has criado!

II. La humanidad del Verbo baio la direcciÓn


del EspírituSanto.-I. Del arrebatador espectáculo
de las gracias y riq uezas que habitualmente adornan el
Alma del Salvador, llevemos nuestra atención al de sus
actos y operaciones.
1 .Admiremos, en primer lugar, la perfecta unidad
que reina en la actividad de nuestro amado Salvador,
la cual comprende tres principios de acción, tres apeti-
tos: el Seflor, hombre como nosotros, experimenta las
inclinaciones del apetito sensible, del mismo modo que

(l) S. Tnou., In III sentent. d. 13, e.2, à.2, Quaetsiltnc. l; de


veri{ate, q. 29, a. 7, ad. 5. Btlr-or, De Verbo incarnato, th. 3. Véase
también TBnnrcN, La Mêre de Dieu et la Màre des hommes' I. 8, c. 6.
(» Nadie es cristiano sin participar de la unción de Cristo.
S. Tuont ., De Symbolo, art. 9.

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318 FESTTvIDADES DIVERSAS. EL ESPÍRITU sANTo

,posee el apetito superior, que corresponde á nuestra


inteligencia; como verdadero Dios, tiene una voluntad
común con el Padre y el Espíritu Santo. Pero una es-
trecha subordinación mantiene una admirable armonía
lo mismo entre estas facultades que entre sus actos . La
voluntad espiritual clirige, como seflora absoluta, á to-
dos los afectos sensibles, y ella misma se sujeta dócil-
mente al beneplácito divino. Así es cómo los actos del
Sefror, así los menores como los rnás importantes, se
ejecutan bajo la influencia del Espíritu Santo (1) V son
todos divinizados, no sólo en la Persona que los hace,
sino aun en el fin á que tienden y en el impulso que los
determina.
2. Desde el primer instante de su existencia y
siempre, la humanidad del Sefror es guiada por el Es-
píritu Santo; pero en el mornento en que el Salvador
acaba de recibir el bautismo de SaN JueN, esta asis-
tencia del Espíritu Santo se manifiesta solemnemente.
Ciérnese sobre El el mismo divino Espíritu en forma
de paloma (2), y nota expresamente el Evangelio la
plenitud del Espíritu Santo de que queda lleno. Va lue-
go al desierto conducido por el Espírittr Santo (3), así
como El mismo atestiguará que, en nombre del Espíritu
Santo, expele los demonios (4). ;Por qué esta manifes-
tación; por qué estos testimonios? Con el bautismo
comienza el Salvador su vida pública, Y pretende
Cristo mostrar al mundo, qlte ensefra y cura en el nom-
bre de Dios, que todo lo hace en virtud de una misión
divina.

(l) Encícl. Dit,inum illud, en medio, citando á S-rx Brsrto, Del


Espíritu Santo, c. 16.
(2) Matth. III, 16.
(3) Matth. IV, l.
(4) Luc. XI, 20.

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',, EL E. s. y EL vERBo ENCARNADo. DÍA 3.o 319

II. i Que lecciones para nosotros !-1. Este mis-


mo Salvador, que torna nuestra natutaleza y modela
nuestra alma sobre la suya, desea que nuestra activi-
dad se regule con su actividad. Enséflanos con su
ejernplo, en su vida íntirna y privada, el rnedio de lle-
gar á una sublirne perfección, y de ejercitar con exce-
lencia la devoción al Espíritu Santo. Dejémonos igual-
rnente guiar por este divino Espíritu, habituándonos á
recurrir á El y teniendo una constante voluntad de
seguir sus inspiraciones. iDe qué principios tan altos
hacían derivar los santos todos sus movirnientos! Sua-
vemente y evitando con prudencia toda contienda, QUe
arruina los rnás generosos deseos, pero al mismo tiern-
po con firme perseverancia, alejemos la disipación;
multipliquernos las anteriores invocaciones para obte-
ner luz y socorro; tengamos muy recta la intención, y
poco á poco gustaremos de ese más profundo recogi-
miento, efl que el alrna, acercándose rnás á Dios, goza
de serena paz y siéntese dispuesta á los actoshás
sublimes. Obremos bajo la mirada de Dios y siguiendo
Ia dirección del Espíritu Santo.
2. iCuán instructiva es tarnbién la misión autén-
tica, de que procura Cristo públicamente revestirla.
a) condena así el sefror, de anternano, á todos ros
f alsos prof etas , a todos los f alsos ref ormadores, á
cuantos usurpadores dogmatizan sin autoridad y per-
I7 turban la Iglesia y el mundo entero.
b) Advierte de su imprudencia á los católicos que
se perrniten juzgar y criticar ligeramente los actos de
sus Pastores, y predicar reformas, cuyos planes, sin
cornpetencia alguna improvisan.
c) Incúlcanos el respeto para con aquellos á quie-
xes el_Espíritu Santo ha puesto sobre la Iglesia de
Dios. Tarnbién ellos nos hablan en virtud dela rnisión

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320 FESTTvIDADES DIvERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

divina transmitida por Cristo á sus apóstoles. oComo


Íne envió mi Padre así os envío yo á vosotros» (1).
d) Estimula á los obreros apostólicos á que con-
fíen al Espíritu Santo el éxito de sus trabajos.

III. El Espíritu Santo prometido por el Sefror.-


A fin de aprovecharnos más completamente de estas
divinas ensefranzaÇ meditemos sucesiyamente las Cir-
cunstoncias de la promesa, las e.rpresiones que la
acompafran y la verdad que estas mismas expresiones
contienen.
I. Las círcunstancios. iCuán preciosas y conmo-
vedoras resultan mediante las sublimes lecciones del
Sef,or, las circunstancias mismas de ellas! Nos las da
antes de morir por nosotros y subir á los cielos; des-
pués de la última Cena y en aquellas familiares comi-
das á que se digna asistir, aún después de la resurrec-
ción @); en dos inolvidables escenas de despedida,
una que precede âla más dolorosa pasión, otra que se
desairolla, desde el triunfo de la resurrección hasta la
gloriosa ascensión. Esas lecciones f orman también
farte de los supremos desahogos del CorazÓn de Jesús.
II. Resumamos s//s mismos polobras.-1. El Se-
flor promete el Espíritu de verdad, corno consolador qle
quiere permanentemente morar con sus discípulos (3),
mientras que el mundo es incapaz de recibirlo (a);
este Espíritu les sugerirá de nuevo y les hatá com-
prendei todo cuanto El mismo les ha ensefrado y lo -
--
que aun le queda que decir (5); dará, testimonio del

(I) Joan. XX, 2l .

(r) Act. I, 4.
(3) Joan. XIV, 16, 17.
(4) Joan. XIV, 17.
(5) Joan. XIV, 26, 13.

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EL EspÍnrtu sANTo y EL vERBo ENCARN.TDo. Dta 3.o 321

Hiio del hornbre y confundirá al mundo (l). uConviene,


concluye Jesucristo, QUe yo me vaya; porque si no me
voy, no vendra el Espíritu Santo; y si me voy, yo os
le enviaré (2), .

_ He_aquí lo queleemos en el Evangelio de seN


JuaN. En el Evangelio y en los Hechos delos apóstoles
escritos por Sax Luces, Ia proÍnesa es confirrn ad,a;
pero los apóstoles reciben la expresa recornendación
de cesar en toda obra hasta que sean bautizados por el
Espiritu.santo y revestidos de la virtud de Io alt'o (J).
2 A primera vista y aun sin tr atar de profuàdi-
zarlas, estas expresiones nos rnuestran que ãl Sefror,
por Ínuy elevados rnotivos, flo quiso acabar complefa-
rnente por sí rnisrno Ia obra de la redención del mundo,
sino que confía al Espíritu Santo el cuidado de coro-
narla (4), coÍno Consolador siempre presente, coÍno
Preceptor que hace entender y comunita Íuerza paÍa
gumplir y, podernos afradir bajo la palabra de San pa-
blo (5), coÍno Intercesor qug ora por nosotros y nos
ensefra á orar.
Este lenguaje, propro para acrecentar nuestro de-
seo de recibir al Espíritu Santo, ês también muy apto
para inspirarnos las más hermosas reflexiones. a) el
Sefror nos muestra la Trinidad toda entera, corno ápli-
cándose á nuestra salvación: al padre, porque El es
quien envía al Hijo, y porque este paãre 'ama á los
fieles de Cristo (6); al Hijo, porque es El quien da su
vida; y al Espíritu Santo, porqué es enviado del padre

(l) Joan. XV, 26; XVI, g,


e) Joan. XVI, 7.
(3) Luc. XXIV, 49; Act. I, 4, 5.
A) Encíclica Divinum iilud, al principio.
(5) Rom. VIII, 26.

:1",i:::":"::' í;. r, _ 21

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322 FESTIvIDADES DIVER.SAS. EL ESPÍRITU SANTO

y del Hijo para perfeccionar la obra de nuestra salva-


óiOn. ExpreÀemoô a tod a la Santísima Trinidad nuestra
gratitud. Gustemos de alabar su bondad y santidad.
.1Oh Santísima Trinidad!» repetía SaN IcNlcIo con
inimitable acento . b) Las obras exteriores de Dios
Se nos manif iestan magníficamente armonizadas con
las operaciones inefabÍes que pasan en el seno de
la divinidad . La misma Pe:sona divina que concluye
la Trinidad Santísima, acaba igualmente, er el Amor,
la obra de la omnipotencia, asistida de la sabiduría
increada. c) Jesuiristo traslada nuestra atención, de
su humanidad á su naturaleza divina, Y exalta ese
divino Amor que El ha querido sensibilizar, amándo-
nos con su humanidad.
III. Lo erpticocion,Doble verdad contienen esas
expresiones de Cristo.
1 Et Espíritu santo coron(t la obra del seffor.
.
- significa esto?
cQué
í-ricrn tomr '
tomó, es un mlÍristerio de
et ministerio que cristo
reparación y mediáción. EI verbo se hizo carne para
,uiirfu.., p-or nuestros pecados, mostrarnos el camino
del Cielo j, merecernos la vida sobren atural. Todo don
divino nos viene por El; El es para nosotros el camino,
la verdad y la vida (t).Mas por encima del Medianero,
qr. es el Éombre Dios, ino vemos por ventura á Dios
rnismo, con quien nos reõoncilia?; y esta reconciliación
ino termina en un ósculo de P --
\,
gracia del EsPíritu Santo. Una
ãirn.to, y la ef ectiva efusión d
mediación que las ha merecido'
mos, perten... á la misión del Espíritu Santo. Así
Cristo ensefla con palabr€ s y ejemplos; pero el Espí-

(l) Joan. XIV, 6'

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u
I

EL EspÍnrru sANTo y EL vERBo ENCARNADo. DÍa 3.o 323


ritu Santo nos rnueve á recibir sus ensefranzas (1) V
graba su ley en el fondo de nuestros corazones; Cristo
nos da el poder de hacernos hijos de Dios (2), pero el
Espíritu Santo viene á nosotros con la gracia dê adop-
ción (3); Cristo funda la Iglesia y se declara Cabeza
suya, pero el Espíritu Santo es su alma (4), que comu-
nica seguridad y fecundidad á la palabra de los Pasto-
res, eficacia á los sacramentos y perpetuidad al sacer-
docio.
2. conviene qae el sefior obondone la tierrtt
pora qae vengo el Espíritu Santo; iqué significa este
lenguaje?
Los justos del Antiguo Testarnento ino vivían una
vida sobren atural, merecida por Cristo y comunicada
por el Espíritu Santo? Ciertamente. Pero estas pala-
bras manifiestan la abundancia extraordinaria con que
se dispensan los dones y gracias del Espíritu Santo,
clespués que Cristo está sentad o á la diestra de Dios
Padre (5). La dispensación que, en la antigua ley, era
privada, lirnitada, oculta; es en la ley nueva, oficial,
plena y rnanifiesta. Los que creen en Cristo reciben,
con el Espíritu Santo, ün río de vida, cuyas ondas
inundan srl alma (6),
;Por qué aguardó el sefror el rnornento de ser glo-
rificado, parla derramar su gracia con tanta profusión?
Seríanos'taFv ez diÍícil leva ntar el velo de este miste-
rio; pero saboreemos el gozo y la conf ianza, Qüe á no
dudarlo nos infunde esta verdad: uDonde abundó el

(1i Joan, XIV, 26.


(2) Joan. l, 72.
(3) Rom. VIII, l5;
(4) Encíclica Divinum iltud, en medio, citando á San Agustín.
(5) Encíclica Divinum ittud, en medio.
(6) Joan. VII, 38, 39.

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324 I.ESTTvIDADES DTvERSAS. EL E-\Pínttu sAI{To

pecado, sobreabundó la gracia)), dice el Apóstol (1).


Creemos en Cristo y sentirnos santamente la sed de
refrigerarnos en la fuente que con tanta abundancia
hizo manar sobre nosotros. Muy raros, decía SAN IC-
NAcIo, si alguno se halla, son los hombres que com-
prendan lo que Dios haría en favor suyo, si ellos no
se lo estorbasen (2),

otuezcámonos at :HT'l
,u.rr* santa Madre
María, para llevar una vida verdaderamente interior,
y supliquémosle con conÍianza, que nos dé á probar
Ios efectos maravillosos de esta gracia del Espíritu
Santo que tan cara le ha costado, y que se complace
en deriamar con incomparable liberalidad sobre las
almas cristianas. Acabemos la meditación dirigiendo
al Espíritu Santo las piadosas invocaciones de Ia santa
Iglesia , Ven, oh Espiritu Santo.

DIA CUARTO.-EI Espiritu santo y la lglesia


Plan de la
tural, gue parec
después de hab
ritu Santo en
ditar sobre las dos misiones, que esta influencia re-
pre ta en la lglesia; la otra,
inti en el alrna de los justos '
La Santo en la lglesia será
obilfindeellaseráligarnos
( 1) Rom. V, 20.
«Zi Dr Fn,txcrosr, Espíritu de San lgnacio, sobre la esperanza,
n. l.

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L
prorun #*';:*ü il,,-,;;ff :;,,,.ÍJ.
ción sobre lo arnable que se nos presenta, cuando la
consideramos en el Espíritu Santo. En tres puntos su-
cesivos, se nos rnostrará, amabte en su alm'o, omoble
en su ministerio, omobre en su autoridacl .

MEDITACION

oHaec cum dirisset, insufftavit, et dirit


eis: Ac-
cipi{e_
lniritam Sonctum» (Joán. XÍ ,22).
Hobiendo dicÍto esto, sõptó y les di1o,: recibid et
Espíritu Sonto.
sentémonos la sala del Ce-
les, reunidos alrededor de
anto bajar sobre ellos en
o, rnientras que sus almas
ardor de evangelizar al
rnundo entero
o PnELUDIo. pidarn
2.
de entender rnejor las ínti
con el Espíritu Santo á fi
para con ella ese aÍnor
,
á los verdaderos discíp

I. Amabilidad
palabra basta rá par
la Iglesia es rnucho
pÍesarse y aun pensarse.
Espíritu Santo (1).
1. Guiado por el Espíritu santo, escoge cristo
sus apóstoles, reúne sus discípulos, coÍnunica
sus pode-

(I ) sru AcusrÍx, sermórr 2gT. (M1,


s. TouÁs: De symboro, art. g; Encícricã rjivinum 1. 3g, cor. r2*z);
I L...irtucr,en medio.

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.v

N6 FESTIVIDADES DIVERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

res y se edifica un inmenso cuerpo místico del cual


es c;b eza; pero este cuerpo lquién va á animarlo?
Según'là imagen sublime de la Escritura' un soplo
de Dio-s introduio, .n el cuerpo destinado al primer
hombre, el espíritu de la vida. Comparem_os con esta
escena creadora, otra en que el sefror editica su lgle-
sia. Delante de sí tiene, efl la persona de sus apóstoles,
los fundamentos de ella. « Como me ha enviado mi Pa-
dre, así os envío yo á, vosotros.» iQué misión y cóf9
reclama la vidal iy cuál será el principio de esta vida?
El soplo del Hombre Dios nos lo va á ensefrar. Des-
pués de estas Palabras, cuenta
ôopló Jesús sobre sus aPóstole
el Espíritu Santo. » El Primer
vivir: por esto recibió un alma
pio de su vida Y movimiento
vivir; un soplo comunicativo
da el Espíritu Santo, como P
miento. En esta vida Y este
ino alma? Su vida es e
que EsPíritu de. Dios
car , QUe son tales Por
el Espíritu Santo comunica, dándose á
el movimiento de la lglesia es derramarse por el mun-
do con la triunfadori imp otuosidad del espíritu,
que
quiere (3).
sopla
'2.
donde
A su propia'amabilidad,
HIJ[fi:'f;;iH:
ado enlace con su cabe-
vista de su compaf,era,
sí mismo, exclama el

(1) 1.a Cor. II, 10


(2) Rom. VIII, 15'
(31 Joan. III' 8.

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EL ESpíRIru sANTo y LA TGLESTA. DÍA 4.o 327

primer Adán: «He aquí, pues, el hueso de mis huesos


y Ia carne de mi carne (1). El hombre y la mujer serán
dos en uná carne» (2). No conviene que sea menos ín-
tima la unión que junta al segundo Adán con su espo-
sa mística, la lglesia. Sólo que, de la materia y de los
sentidos, somos aquí transportados al dominio del espí-
ritu. La lglesia sale, cual segunda Eva, del costado
de Cristo abierto por la lanza; y, Sracias á la cornuni-
cación del Espíritu Santo, el espíritu de Jesucristo
viene á ser el de su lglesia. Cristo, dirigiendo una
mirada afectuosa á su esposa mística, puede exclarnar:
Somos dos en un rnismo espíritu.
II. 1. lCuán santa es la Iglesia en aquel que la
vivifica! iCu'án digna es de respeto, de admiración y
de amor!
2. Reflexionemos en que el alma cristiana, calca-
da sobre el rnodelo, que es Jesucristo, reproduce tarn-
bién en pequef,o ála Iglesia. [Jn mismo inspirado canto,
el Cantar de los Cantares, conviene á la Virgen Santí-
sima , á la Iglesia y al alma cristiana.
A nosotros, pues, toca también mostrar, con nues-
tros actos, que tenemos un mismo espíritu con Jesucris-
to. iNo nos dice una palabra inspirada: <<Aquel que se
junta con Dios, forrna un sólo espíritu con El»? (3)
II. Amabilidad de la Iglesia por su ministerio,
El rninisterio de la lglesia consiste en santificar
-1. alrnas
las por la oración pública y el sacrificio, así
como por la administración de los sacramentos. 1Cuán-
tos motivos de ser amada recibió del Espíritu Santo,
en estas augustas funciones!
1. 6córno ns amar á la Iglesia, cuando la vemos,
( 1 ) Génes. IV, 2l .
(2) Génes, ll, 24; Ephes. V, 3l .
(3) I Cor. VI, 16.

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-----+

328 FESTIvTDADEs DrvÍrRSAS. EL ESPÍRITU sANTo


E
cual tierna madre, levatttar su voz suplicante por todos
sus hijos: por los que ya le pertenecen y por los que
desea engendrar para Cristo? Mas esta oración uni-
versal abre las fuentes de la misericordia, porque es
precisamente la oración de su alma, eS decir, del Espí-
ritu Santo, Qüe suplica con gemidos inenarrables (1).
La oración por excelencia, como acto supremo del
culto, es el sacrificio. EI que el ministro consagrado
ofrece, con el gran Sacerdote eterno Jesucristo, es de
valor infinito para dar gloria á Dios y hacer descender
sobre los hombres gracias y beneficios. El Espíritu
Santo es quien proporciona sacerdotes a la lglesia, y el
sacrificio del altar se ofrece también bajo la acción
del mismo divino Espíritu (2)-
2. iDe qué encantos sobrenaturales no Se muestra
dotada la Iglesia cuando, encendida de amor, dispensa
los Sacraméntos, QUe rebosan Sangre de su Esposo !
Sin cesar se recuerda en ellos la influencia del Espí-
ritu Santo que les comunica su virtud. En el bautismo,
renace el hombre por el agua y el Espíritu Santo,
para tener entrada en el reino de Dios (3). Reengen-
drado ya, pero aún en la infancia espiritual, preséntase
el cris[ianó ante el Pontífice y este, ungiéndole con el
santo crisma, pone en su frente el sello del Espíritu
Santo (4). La confirmación viene á ser Pentecos-
tés para cada cristiano. El hombre' aunque dotado de
firmôza y de vigor, y capaz de triunfar como los már-
tires y lãs vírgénes, sucumbe iay!, á las veces, en la
lucha y tiene SuS momentos de cobardía. Mas, aunque

(1) Rom. VIII, 26.


(» Hebr. IX, 14; Encíclica Divinum illud, en medio.
' (3) Joan. III, 5.
(4) IMarca del Espíritu Santo», díce el Obispo en la Iglesia
gríega, al trngir la frente de los qtle confirma'

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-
EL lrspínrru SANTo lr LA IGI_ESIA. nÍe 4,o 329

caído, halla un sacerdote que le transrnite e I «ósculo de


la reconciliación con Dios»: es decir, el Espíritu Santo,
en nombre de Cristo que dió este poder á los apósto-
les. La misma virtud que cura y perdona, se ejerce
cuando la lglesia derrarna el aceite sobre Ios miembros
del enfermo y ruega, en nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, Qüe desfall ezcan las fuerzas del es-
píritu enemigo. dY cuál es nuestro alimento divino en
la Eucaristía? El cuerpo del Hornbre Dios, Qüe la rnis-
teriosa operación del Espíritu Santo hace presente en
el altar, colrro lo forrnó err el seno de María.4Contraen
los cristianos un rnatrirnonio, que Dios y la Iglesia reco-
nocen? Su unión es santificada por la gracia del Espí-
ritu Santo, gúe ellos mismos uno á otro se comunican.
Ved, sobre todo, á esos levitas prosternados en el santo
pavirnento. A la vista de sus padres y de los fieles que
han acudido para asistir á la ordenación de Ios nuevos
sacerdotes, el Obispo, irnponiéndoles tres veces las
manos, significa que el Espíritu Santo infunde, en el
fondo de sus corazones, üfl nuevo carácter.
II. Ir así recordando, unos en pos de otros, los rnúl-
tiples carninos por donde, gracias á la Iglesia y al Es-
píritu santo que la anima, llegan los rnás estimàbles fa-
vores hasta nosotros; comparar con nuestras inrnensas
necesidades, los recursos puestos á nuestro alcance
por rnedio de la oración, el sacrificio, Ios sacraÍnentos
de la Iglesia ino es corno excitar necesariamente en
nosotros una viva gratitud, que fútiles causas de dis-
plicencia no podrán ya atenuar? ved aquí, pues, el
fruto de este segundo punto.

III. Amabilidad del poder pastorar.-I. l. A pri-


mera vista, parece la Iglesia Ínenos arnable por razón
de una autoridad cuyas declaraciones pueden contra-

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-r
*J

330 FEsTIVTDADES DIvERSAS. E[- EsPfRtTU sANTo

decir opiniones con gran cariflo fomentadas, cuyos


decretos pueden estorbar nuestra libertad de acción,
y cuyos procedimentos pueden chocar y no siempre
parecen inspirados en esas miras elevadas y santas
que se esperan de personas revestidas de carácter
sagrado. Ciertamente, ahí está todo el secreto de la
oposición hecha a la Iglesia; esta oposición se explica
por nuestro orgullo. Muy poco le cost aría al hornbre
sujetarse á un Dios que no ve; pero difícilmente se
inclina ante los representantes visibles de este Dios.
2. 1Cuán digna es, sin embargo, esta misma auto-
ridad de imponerse á nuestros corazones!
o) Consideremos su fuente, ro otra que el Espí-
ritu Santo. El Espíritu de verdad y de amor crea la
autoridad, le confía el depósito de los libros que El ha
inspirado, la hace infalible en sus juicios supremos é
indefectible en su jerarquía, y la asiste constantemente
con sus luces y con su gracia.
b) Su necesidod sociol. La sociedad cristiana no
sería posible sin autoridad; Jesucristo no se vería con-
tinuado en un cuerpo visible, cuyos miernbros Somos:
privados de la mancomunidad de luces, de Socorros
y de méritos, marcharíamos aislados hacia nuestro su-
premo f in.
c) Stts actos, su influencia generol. Impónenme
una obediencia que me dirige hacia el cielo y que ya
me lo merece; fiian las fluctuaciones de mi mente y me
salvan de la punzante duda que, fuera del regazo de la E
Iglesia, atormenta hoy á tantas almas elevadas, y afir-
man mis pasos en el camino del bien.
Sacudir el yugo de la ley, obrar á su capricho, pa-
rece á primera vista una dulce libertad; pero es una ilu-
sión, cuyas víctimas se desengaflan muy pronto. Por
haber rechazado el yugo de la justicia, vienen á' caer

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EL ESPÍRITTI SANTo Y LA IGLESIA. DÍ.T 4.O 33I

bajo la férula rnucho rnás pesada de la iniquidad (l).


iCuánto dista de hacer lo que quiere, el hornbre escla-
vo de sus pasiones ó de sus caprichos! No está su alma
satisfecha, sino que gime por libertarse. En vano se
pretende sacar á flote, sin el auxilio de la lglesia, á lo
menos la suma de deberes que parece imponer el orden
social; pues sus motivos mismos son bien pronto pues-
tos en duda y, como privados de razón de ser, bórran
se , uno en pos de otro , los artículos del código moral.
Ved si no lo que resta aún de ellos en ciertos escritos.
II. 1. Cornprendamos cuán grave es rebelarse con-
tra la autoridad de la Iglesia: resistir á ella es resistir al
mismo EspírituSanto. Ya el prirner concilio, quese tuvo
viviendo todavía los apóstoles,forrnulaba así sus decisio-
nes: « Ha parecido bien al Espíritu Santo y á nosotros, (2) .

2. Tratemos, como verdaderos discípulos de Cris-


to, de tener por la Iglesia tanto amor, cuanto es el
odio que le profesa la irnpiedad; de unirnos más estre-
charnente á esta madre, yâ que la vemos abandonada
de tantos ingratos. Examinemos nuestras disposicio-
nes para con la Iglesia; reconozcamos y corrijamos los
errores que hayan podido alterar tal vez en algo la
sinceridad de nuestro afecto.

coLoQUro

La lglesia es nuestra madre. La Virgen lo es tam-


lién y antes que ella, yâ que es Ia más hermosa figura
de la misma Iglesia (3). Podríamos, pues, hallar nuevos
(I) Rom. VI, 16.
(2) Act. XV, 28.
r3i Homo microcosmos naturae, il[aría microcosmos Ecclesiae.
Sro.TorvrÁs op VnrnxbEvA (3.u" sermón para la Natividad de la Vir_
gen).El mundo de la naturaleza hállase én pequefio en el hombr", y
la Iglesia se halla como en miniatura en María.

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332 FESTIvIDA DES Dt vERS A S. Il Í- IISPÍRITIJ S A NTo

motivos de amor hacia la lglesia, recordando á aquella


á quien nos ha hecho conocer y amar , á la cual procla-
ma Reina de los apóstoles y a quien invoca coÍno á stl
gran protectora.
Ofrezcamos al Espíritu Santo, por María, nuestras
resoluciones de respetar y amar siempre más y más á
la lglesia, gloriosa esposa de Jesucristo.

oÍe QUrNro.- Espirrtu santo


Hi:,Jfi:t;!"r
Plon de la meditación -Emprendemos un grande
asunto, Caro á San Pablo ,,tratado frecuentemente en las
homilías de los primeros siglos, y que parece descuidado
en demasía en el púlpito contemporáneo. Las alusiones
rápidas que sobre este punto se permiten los oradores
sagrados, bastan apenas para recordar el dogma, pero
no pueden hacerlo gustar. Aunque la sublimidad de la
materia eS capaz de arredrarnos, con todo una palabra
evangélica nos devuelve el aliento: «Dios se goryplace
en leiantar á los hurnildes y pequefros, (1) El Sefror,
al anunciar este oráculo, Conmovíase de gozo en el
Espíritu Santo. Llenos, pues, de confianza en la gracia
divina,procurernos fomentar y fortalecer nuestra devo-
ción al Espíritu Santo, PoÍ medio de esta gran verdad.
Tres meditaciones Consagrarernos á un asunto tan
importante para nuestra vida espiritual. Contendrá' la \-
ê-
primera una ojeada general sobre el dogma; la segun-
ãa nos dará la explicación teológica de esta verdad; la
tercera, suplementaria, precisará las ensertanzas de las
sagradas létras, sobre la habitación del Espíritu Santo
en los justos.

( 1) Lttc. X, 2l .

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I
IIABITACIóN DEL E. S. E,N LOS JUSTOS. DÍA 5." 333

Este pr endrá tres puntos: La in-


mensidad tu por la habitación; la
presencio en los justos; sa alejo-
miento de
MEDITACION
«§7- quis diligit me... ad eum veniemus et monsio-
ne tus» (Joan. XIV, 2J).
.. vendremos ó él 1, pondremos
en
1.eo PnBluDIo. Representérnonos al seflor dicien-
a sus apóstoles y especialrnente á San Judas, las pa-
9q
labras que acabarnos de referir
2.o PnELUDro. PidaÍnos vivarnente á Dios Ia gran-
de gracia de conocer los dones de su infinita liberalTdad.

l. La inmensidad y la ubicuidad divina.-I. l.

groseras irnágenes, dernasiado extrafras á vuestra


perfección. Vuestra inmóvil eternidad parécenos una
duración sucesiva de innurnerables afros; vuestra in-

(l) Confesiones 1.7, c.l, fl. 2 (M., p. L., t. 33, col. 233).

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33+ FESTIVIDADES DIVERSAS , EL ESPÍRITU SANTO

d,eza esparcida por espacios infinitos, penetrando toda


la masa del mundo, éomo si os extendierais todavía
más alla de este universo, sin tener límites ni medida' »
Apresurémonos a rectificar nuestros conceptos y
renunciar á imágenes engaf,osas. Vanos serían nues-
tros esfuerzos pot figurãrnos la inmensidad divina,
es decir el grandor prãpio del ser divino; granclor in-
finito, indivísible, sin lírnites ni medida; grandor eter-
no é inimitable, que posee Dios independientemente de
toda creación. Por esta perfección, está Dios necesa-
riamente presente, Con una presencia íntima, á cuanto
ha e.ristido, e.riste y eristiró (1).
Hay que distinguir la ubicuidod, de la inmensidod
divina-qúe es su Tundamento (2).La uhicuidad es la
presencía actual de Dios en todo cuanto existe: P9r
ella decimos que Dios está en todo lugor; su 0sencitt
lo llena y lo contiene todo (3); su ciettcia todo lo co-
noce íntimamente (a); su omnipotencia es causa pri-
mera de todo. Nuestro grandor es infirrito y nuestro
cuerpo está en tal ó cual 1ugar, poÍ el contacto de sus
dimensiones con las de los ãtros cuerpos. El grandor
de Dios es infinito y está en todas partes, por el con-
-contacto
tacto de su virtud. de una virtud todopode-
roso; pero cuyos efectos varían según el beneplácito
de Dios.
A causa de esta variedad, puede decirse que Dios
está más, donde obra más; está más en los seres que
viven, que en las masas inertes; más en los animales
(l) Véase DB Sax, S' J' , De Deo' n' 124'
(2') Ibidem n. t25.
ante Dios, que todo Pasa
que Dios-.está en todas
en m illud, citando á Sauro
las
To

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HABITACIóN DEL E. s. EN Los JUSTos. DÍA b.o 335

que en las plantas; más en las criaturas racionales que


en los seres que carecen de razón.
II. Después de haber meditado esta verdad,
;córno no hacer nuestras las expresiones del Salmista:
«;Qué medio tengo de §ubstraerme á vuestro espíritu
y huir de vuestra vista? Si subo al cielo, reináis allí,
si bajo á los infiernos, estáis allí presente; bien pue-
do tornar las alas rápidas de la aurora y ponerme en
las extremidades del mat: vuestra mano rnisma rne
Ilevaría allá y me sostendría en mi carrera». (1)
;verdad terrible para el rnalo; pero llena de en-
canto para los buenos!

II. La presencia especial en los iustos.- L La


enseflanza formal de las Escrituras nos instruye acer-
ca de una especial presencia de Dios en los justos.
OigaÍnos con santo recogimiento tan sublimes y con-
soladoras lecciones:
a) «si. .. non abiero, Paraclittts non veniet ad
vos; si autem ahiero, mittam eum ad v1s (z). Si no
me voy, el Paráclito no vendrá á vosotros; pero si rne
voy, yo os Io enviaré.» «ll4isit. Deus spiritum Filii
sui in corda vestra clomantern, Abba, pater (3).
Ha enviado Dios el Espíritu de su Hijo á vuestros co-
razanes, el cual clama, Abba, Padre. »
b) «si ditigitis me mandata ffiea servote. Et
ego rogabo Patrem, et alium Paraclitum dabit vo-
* bis, ut maneat vohiscum in aelernuffi, spiritum ve-
ritatis, quem mundus non potest occipere, quia non
videt eum ) nec scit euryt)' vos autem cognoscetis

(l) Ps. CXXXVIII, S-10.


í À. (2) Joan. XVI, 17.
(3) Galat. IV, 6.

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336 FESTTvIDADFs DtvERsAS. EL ESPÍntru sANTo

eum, quia opad vos manebit et in vobis erit (1). Si


me amáis, guardad mis rnandamientos, y yo rogaré al
Padre, y os dará otro Paraclito, para que permanezca
con vosotros eternamente; Espíritu de verdad, que el
mundo no puede recibir, porque no lo ve ni le cono-
Ce; pero Vosotros lo Conoceréis, porque perrnanecerá
con vosotros, y en vosotros estará. » «CaritaS Dei
diffusso est in cordibus nostris per Spiritum Sanc-
tum qai datus et nobis (2). La caridad de Dios se ha
derramado en nuestros corazones, PoÍ el Espíritu Santo
que nos ha sido dado. » « Accepistis Spiritum adop-
iionis fttiorum, in quo clamamtts Ábha (Pater). Ipse
enim Spiritus testimonium reddit spiritui nostro
quod sumus frlíi Dei (3). Recibisteis el Espíritu de
adopcion de hijos, en el cual clamamos, Abba (Padre).
Y el mismo Espíritu da testimonio á nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios. »
c) «Si quis diligit ffi€, Sermonem meum servl'
bit, et Pater meus diliget eum, et od eum veniemus,
et monsionem apud eum faciemus (4).El que me
ama guardará mis palabras, y mi Padre le amará,, y
vendrémos á él y pondremos en él nuestra Ínorada. »
« Art nescitis quoniam membro vestro templum sant

Spiritus Sancti, Çui in vobis est, quem hobetis a


Deo, et non estis vestri? (5) aPor ventura no sabéls
que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo,
qu. está en vosotros, el cual recibisteis de Dios, y
qu. no sois vuestros?» "Qrti manet ín caritote in Deo n
(1) Joan. XIV' 15-18.
(2) Rom. V, 5.
(3) Rom. VIII, 15.
(4) Joan. XIV, 23.
(5) I.a Cor. VI, 19.

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HABITACIóN DEL E. s. EN Los Jusros. DÍA 5.o 337

manet, €t Deus in eo (1). El que perrnanece en cari-


dad, perÍnanece en Dios y Dios en él».
Estos textos de la sagrada Escritura, gre nos he-
Ínos permitido reunir en tres grupos ó clases, nos en-
seflan que, el Espíritu Santo es enviado á los justos
por el Padre y el Hijo, que les es dado y que habita
en ellos, corno en ternplo suyo.
Meditemos el valor de estas expresiones.
a) Al anunciarnos la misión del Espíritu Santo,
evoca el Seflor todas las ideas que sugeriría el envío,
no de un embajador cualquiera, sino de una Persona
divina , para cumplir un mandato de bondad, de bene-
volencia y de amor, quedando nosotros con la obliga-
ción dulce y sagr ada a la vez, de fomentar en nuestro
corazón los sentimientos que semejante verdad debe
inspirarnos. Pero debemos concebir la realidad de un
rnodo'conforme con las divinas perfecciones . La misión
del Espíritu Santo no irnplica orden ni rnandamiento
propiamente dicho, dado al Espíritu Santo por las otras
dos Personas divinas, sino el cumplimiento de un de-
creto común á las tres Personas y apropiado al Espí-
ritu, Qúe procede del Padre y del Hijo, como dictado
por el amor. No significa tampoco un carnbio de lugar,
una mudanza cualquiera en el mismo Dios, sino una
transforrnación de la criatura, un nuevo modo de es-
tar Dios presente á ella, la adquisición por parte de
la tnisrna criatura de una nueva relación con Dios.
h) La donacion despierta una idea de posesión y
de goce, iy es la posesión y el goce de un Dios!
c) La habitación supone atractivos que hacen de-
sear una rnorada, y elegirla y preferirla á otras. La
habitación como en un templo, afrade Ia idea de consa-
T

::",1;i,ll".]];:,:,, -22

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333 FESTIVIDADES DrvERsAs. EL ESPÍRlru sANTo

gración, porque el templo está destinado al culto,


y en el es donde Dios se complace en recibir nuestros
homenajes y oir nuestras súplicas (1). Así, el universo
entero es ya un magnífico templo, cuyas columnas
son los montes y cuya bóveda la constituye el estre-
llado firmamento, en donde todo lo que se mueve y
vive, lo que ríe y se alegra, debería glorificar á Dios,
hablar de El, ir á El. Y sin embargo este templo, á
pesar de su esplendor, flo puede compararse con el
templo vivo, güe es cada hombre en gracia de Dios.
II. Al pesar estos términos y su signif icación
icómo no quedar confundidos cle ser tan pequefros y
tan grandes á la vez: tan pequefros por nuestro perso-
nal valer, tan grandes por nuestro destino y nuestra
misión! 1Oh, cómo esta vista nos demuestra la nece-
sidad de la gratitud, de la pureza, de fervientes y re-
ligiosos homenajes! aQué sería una morada, en que vi-
viese como ignorado el huésped principal? ;qué un in-
menso tesoro del que jamás se echara mano, y un
templo en donde nunca se rezara?

III. Aleiamiento que separa á Dios del pecador.


á este gran privilegio de los iustos, la
-Opongamos
desdicha del que vive en pecado. El misrno Dios, PÍe -
sente á todas las cosas, ha hallado medio, êfl su amor,
de acercarse rnás á los justos;y en su iusticia, lo halla
para alejarse de los pecadores. De tres maneras está
el pecador lejos de Dios.
a) Lejos de Dios, como excluído del privilegio de
los justos, en quienes habita el Seflor de un modo espe-
cial, porque le falta la condición requerida: «Si quis
diligit me>>, Si alguno me ama.
(1) \'éase SeNro TonÁs, in 2.a Cor. VI, 16.

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HABITACIóT.I DEL E. S. EN LoS JUSToS. DÍA 5.o 339
b) Lejos de Dios, coÍno privado de aquel especial
conocimiento, fuente de benevolencia, que Dios re-
serva para aquellos que le pertenecen. conoce el «<

Sefror los que son suyos» (1); pero á, los que se


dispone á rechazar, comienza por decirles: oNo os
conozco » (2).
c) Lejos de Dios, corno separado de El por mora-
les desemejan zas, Qüe le alejan rnás de Dios que á las
misrnas cosas materiales. «Lejos está el Seflor de los
impíos» (3). Hablando SnN AcusrÍN de su vida peca-
dora, decía: «Andaba lejos del Seflor en la tieria de
la dese mejanza" (4).
De ninguna criatura material se afirma este aleja-
miento positivo, porque ninguna de ellas es contraria á
Dios.
II. Muchos hombres no regulan su conducta mo-
ral sino con los ternores y esperanzas de lo futuro.
Apartemos este error, ya que, aun en este mundo, trae
consigo el pecado tan tristes efectos.

coLoQUro

Dirigiéndonos á María, templo el rnás rico que se


haya preparado el Espíritu Santo en persona humana,
pidárnosle que nos ayude á bendecir á, Dios, á darle
gracias, á invocarle confiadamente y con amor, para
que, á lo menoü ninguna positiva indignidad disguste
en nosotros al E_spíritu Santo, guê se ha hospedaáo en
nuestra alrna . Veni Creator Spiritus.

(l ) 2.a Timoth. II,19.


(2) Matth. XXV, 12.
* (3) Prov. XV, 29.
(4) Confesiones 1.7, c. l0 (m., p. L. , t. JZ,.col. 742).

.F
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310 FESTI VII)A DES DIV ERSÀS. EL ESPI Rl't'LT SÂNTO

del Espíritu Santo;


DÍA SEXTO.
- La habitación
admirable efecto de la gracia santificante

Plan de la meditocirín Acabamos de oir, con


respetuoso reconocimiento, divinas palabras cuyo Sen-
tido no nos será patente hasta el cielo; pero, siguien-
do á los autores rnás renombrados de la teología,
procuremos dar de ellas la explicación que nos es ase-
quible en la tierra. Los teólogos, concordes en enlazar
la habitación del Espíritu santo con la gracia santifi-
cante, toman diversos caminos al demosttar y hacer
resaltar esta conexión (1). ,
Mas aunque no haya sino una verdadera solu-
ción del problema, los ensayos, sitt embargo, aun los
menos felices, contribuyen á hacérnoslo entender me-
ior, y declaran más completamente los magníficos
aspectos de esa gracia que nos hace hiios adoptivos de
Dios. He ahí por qué, antes de meditar, en el tercer
punto, la explicación más comúnmente admitida, que es
la del Doctor Angélico, saborearemos en los anterio-
res dos excelencias más que verdaderamente posee la
gracia santificante, aunque haya sido sintazón querer
declarar por ellas la especial presencia con que favo-
rece Dios á los justos. Así pues: Ltt gracia santi-
ficante y las operaciones diyinas será el primer
punto; la gracio santiftcante y s//s divinos atracti-
vos, el segundo; y la gracio sontificante y lo espe-
ciol presencia de Dios, el tercero.

(I) Veanse estas diversas opiniones ]'a en Ds S'lx S' J' Dc Dco
uno, p. 340, ya en Vtrrao,r, S.J., ti Fttocar O. P. op. c.

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LA IIARTTACIól{. rlFEc','o r)E LA GnAC. sAN'frr.. uÍe 6.o 3lt

MEDITACION

<<Pone me ut signaculum super cor tttum>> (cant.


vilt, 6).
Ponme como sello sobre tu corazón.
1."* PnpluDro. Irnaginérnonos á Jesucristo senta-
do junto á un pozo, y excitando en la Sarnaritana vivos
deseos de conocer y recibir el agua saludable que sal-
ta hast a la vida eterna ». Si scires donum Dei! iOh,
si conocieses el don de Dios!, (1)
2.o PnELUDTo Dirijarnos á Dios una ardiente sú-
plica , para que en nuestra vida apreciemos rnás y goce-
mos mejor de sus inmensos beneficios.

I. La gracia santificante y las operaciones divi-


nas.-I. 1. Dios, corno hemos dicho ya, está íntirna-
mente presente en todas las cosas por los efectos que
en ellas produce., con los cuales puede decirse que El
rnisnro se multiplica. Ahora bien, el rnás sublime contac-
to de su virtud, es aquel que produce en nosotros la
gracia santificante y los dones sobrenaturales que de
ella se siguen. Mucho más es estar en nosotros soste'
niendo y conservando la gracia habitual y las virtudes,
y excitándonos á los actos sobrenaturales, que conser-
var la existencia y la acción á todo el universo visible.
Además de que esta gracia santificante, por ser una
amistad íntima con Dios, nos asegura la afectuosa pro-
tección que tenemos derecho á esperar de nuestros fie-
les arnigos. Mientras perseveremos en gracia de Dios,
estarán sus pensamientos constanternente dirigidos á
nuestro bien. Nos aprueba, nos alienta, nos ãuxilia.

t ( l) Joan. 1Y, l0

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3,I2 FESI.TVIDADES DIVIJRSSS. I]L TSPíRTIU SANTO

Creyeron algunos autores, aun entre los moder-


nosit), que estos efectos de liberalidad y protección
constituíàn una especial presencia de Dios en los ius-
tos, que son los únicos que los experimentan.
II. 1 . Engáf,anse; pues cualquier nueva opera-
ción, poÍ magnífica que sea, pertenece siempre á aquel
modo de presencia con que está Dios en todas las co-
sas, por los efectos de su virtud. Si está más en donde
más obra, puede inferirse que Dios está más en los
justos que en otras partes; pero no está de un modo
específ icarnente nuevo .

2. Pero, al encarecer dicha opinión las liberalida-


des de Dios con los justos y la protección especial con
' los cubre:
que
a) Acrecienta en nosotros la gratitud para con
Dios. A tal munificencia, á tan constantes cuidados,
deben responder de nuestra parte una grande gene-
rosidad, un exquisito cuidado en complacerle y una
ardiente voluntad de promover su causa.
b) Hácenos alcanzat el secreto de la confianza
especial que tenían los santos en Dios. A medida que
se desarrollaban en ellos la gracia y las virtudes, cre-
cía también la amistad que les permitía contar con
Dios para todas las cosas. 4Cómo habían de temer ó
dudar?

II. La gracia santilicante y sus divinos atracti- hi

vos.-I. 1. La gracia santificante es el don de una \r

divina amistad, que no se concibe sin la presencia de


Dios en nosotros. Quitad á Dios su inmensidad, Y la t
gracia santificante de tal modo le ll amatía que, inven-
(l) Aunnolus, In l. I. SenÍ. dist.37, Q.única, art. 11 y muchtrs
otros autores recientes, como C)ernooERFFER, De inhabitatione Spi-
ritus Sancti in animabus iustorum, Tournai, 1890'

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LA HABITACIóN: EFECTO DE LA GRAC. SANTTF. DíE 6.0 343

ciblernente lo atra ería á nuestro corazón. El alrna en


estado de gracia le reclam aría y diríale con Ia esposa
de los Cantares: «;oh amado rnío, muéstrame dônde
reposas; busquéte y no te he hallado; llaméte y no me
respondiste, (1); y Dios no podría resistir á estos sen-
timientos y deseos.
2. Este irresistible encanto que, para con Dios
tiene la gracia santificante, pareció á Sunnez (2) y a
otros autores, que daba un carácter especial á la pre-
sencia de Dios en los ángeles y hombres en estado de
gracia.
II. 1. Más que una especial presencia, descu-
brían estos teólogos una nueva razón, güe hace nece-
saria, en los justos, la presencia substancial de Dios
en todas las cosas, debida á su inmensidad.
2, sus consideraciones, sin embargo, nada pierden
de su magnificencia y conÍnovedora teinura.
a) lPodíaÍnos sospechar siquiera, que nuestra
compartía, pesada á las veces aun á nuestros semejan-
tes, se vería codiciada por el mismo Dios; y que este
Dios sabría de tal modo embellecernos, que El mismo
fuese cautivado por nuestros atractivos?
Si alguna vez experimentamos cierta impresión de
sole(ad, 1cuánto consuelo podemos sacar de esta con-
siderâción !

b) iYcuán elocuentemente me predica este divino


beneficio, que por amor de Dios debo aceptar de buena
gana el trato aun con personas que me son molestas! La
fe Íne hace descubrir en cuantos llamo mi prójimo, ó
la gracia, ó la vocación á,la gracia. Esta alm,a puede te-
ner encantos para Dios, iy seríam e á mí insoportable?

(1) Cant. I, 6i V, 6.
(2) De Trinitate l. 12, c. 5, n, 12 y 13.

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341 FESTIVIDADES EIVEIISAS. EL psPínt:t'U SANTo

ru. La gracia santiticante y la presencia espe-


cial de Dios. -Observación preliminar.-Notemos
ante todo, Qüe , á pesar de la opinión de distinguidos
teólogos (1), seguimos la más comúnmente admitida,
la cual no considera la habitación del Espíritu Santo
como propia de esta divina Persona, sino como simple-
_mente apropiada perteneciente á toda la Trinidad.
y
iNo dijo-el mismo Jesucristo, QUe pondrá su morada,
juntamônte con su Padre, en aquellos que le aman? (2)
La gracia á que está vinculada la habitación, nos da
ciertamente motivo para que la atribuyamos al Espíritu
Santo, pero, iflo eS, por otra parte, esta misma gracia
una obia externa de Dios, coÍnún necesariamente á
las tres divinas Personas? Podemos, pues, indiferente-
mente decir, presencia especial de Dios ó del Espíritu
Sonto.
I. 1. suporrgamos dos amigos, á quienes une un
íntimo y puro afecto; su mutua benevolencia asegura
al uno ja protecciórr del otro; procuran estar juntos,
gustan de volverse á ver, y SuS entrevistas no Son Co-
ãro las de hombres de oput stos sentimientos ó sirnple-
. mente indiferentes el uno para el otro. Dos amigos, en
SuS Conversaciones, go zan el uno del otro y Son el uno
paÍa el otro.
Ninguno de estos caracteres falta á la amistad que
estableõe, por singular favor, la gracia santificante
entre Dios y el iusto. Esta amistad nos permite contar
con una especial protección de Dios y con una parti
-

(1) Pptavro, S.J. De Trinitate 1.8. c.6, cuyaop-inión sigue aún


noy Mgr. Waffetaert, Collationes Brugenses t. 8, 1993, en sus sabias
fWedttactones teológica§, Í1. 317, pl g. 154 y ss'
e) Joan. XIV, 23. Con todo, este texto no constitu5'g un argtt-
mento pérentorio; pero graves razones teológicas parecen oponer- t
se á la oPinión de Petavio.

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LA H.TBITACTóI'. EFECTO DE T-A GRA(.. SANTIF. OíE 6.U 315

cuiar Proviclenci a; atraeríaá Dios hacia nosotros, si ya


la divina inmensidad no nos lo hiciese presente, y lo
que es rnás, nos da la posesión, el goce de Dios
en cuanto lo sufre nuestra condición. Esta posesión de
Dios, vinculada á la gracia santificante, constituye la
presencia especial, QUe es la herencia de los justos y
de la cual sólo ellos gozan.
Al terminar la prueba, el goce será cornpleto. Le-
vantad al cielo vuestras miradas, ved allí a los escogi-
dos contemplando á Dios cara á cara. En el amoroso
éxtasis de esta visión beatífica, 7a presencia especial
de Dios es manifiesta. Pues bien, este pleno goce,
esta cornpleta posesión de Dios, comenzó acá abajo, or
las virtudes infusas que acompafran á la gracia habi-
tual: agua saludable que salta hasta la vida eterna.
La felicidad del cielo es fruto de la rnisrna arnistad
que, por la gracia santif icante y la caridad, nos
haya desde ahora unido con Dios; es el fruto merecido
por el hornbre al terminar la prueba de esta vida. Y
entretanto, por medio de la fe, Qúe dará un día lu-
gar a la visión, y de Ia caridad, gúe continu ará en el
cielo, permite Dios que los iustos se lleguen a El de
una manera, cual no les es dado hacerlo á los peca-
dores.
El alma que cree con una fe coronada por la cari-
dad, alcanza á su Dios, y de ella depende que este
supremo amigo no la abandorre jamás. Tiénele, y en
el claro obscuro de las sobrenaturales pruebas, cierta
conciencia de la realidad y del valor de esta amistad
le proporciona ya indecibles consuelos y le procura la
paz del Espíritu Santo, que sobrepuja todo gozo. Es
verdad que esta conciencia gue tranquiliza, no da la
certidurnbre de la f e y no siempre se siente, y aun
puede la persona ser incapa z de experimenta rla; pero

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346 FEsTIVIDADEs DIVERsAS. EL EsPfRIru sANTo

Dios no d:ja por esto de ser realmente poseído, de


estar especialmente presente.
iAh ! No me digáis que puede conocerse y amarse
á distancia. Este conocimiento por fe y este amor de
caridad no son el conocimiento y el amor de un amigo
distante, sino de un amigo que está íntimamente pre-
sente ámí mismo; además de que no puedo yo conocer
y amar de esta manera, sino por particular intervención
de Aquel á quien amo, y que pretende dárseme, PoÍ
este conocimiento y este amor, como se da un amigo
dejándose ver y amar. Ni cabe insistir afradiendo Qüê,
pueden los infieles conocer y amar á Dios y pueden
los pecadores conservar la fe, porque por ese conoci'
miento y amor naturales y por esa fe, no alcanzan los
infieles y los pecadores á Dios, como á su propio bien,
como á su supremo fin. Sucede a las veces que, un es-
trafro asiste ála entrevista de dos amigos íntimos y to-
ma parte en su conversación; pero, estando excluído de
su amistad, no participa de su gozo: ninguno de los ami-
gos es suyo, como son el uno del otro. lObjetaréis que
el niflo posee la gracia sin conocer ni amar? El obstá -
culo que Ia infancia pone á sus actos, no impide que
en su alma Se hallen, juntamente con la gracia, la fe y
la caridad habituales, y que tenga derecho al concurso
divino para hacer voluntariamente, cuando pueda,
actos de fe y de caridad: tanto es así que, en caso de
muerte, el pleno goce de Dios probaría cuán suyo es
ya desde ahora el Sefror. Dios está junto á este nifro,
como estamos nosotros junto á un amigo sumido enpro-
fundo sueflo ó presa del delirio. Los que le rodean no
Se portan con él como con un desconocido; sino que le
prodigan cuidados, particulares sefrales de interés y allá
en el cotazón de este hombre abrumado por el suefro
ó el delirio, léese el habitual sentimiento de carif,o

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LÀ IIABITAcIóN. EFEcTo nE LA Gnec. s,\NTrF. DfA 6.0 347

que no aguard a para deleitarse con aquella coÍnp afría,


la enferrnedad (l).
.sino el despertar ó el verse libre de
La presencia especial de Dios en los justos, tal
cual acabamos de exponerla, fué bosque jada porsaNro
Tomns en estas palabras: uDios está en ellos como
un conocido y amado está en el que le conoce y le
ârTlâ» (2). Esta es la presencia propia de la amistad.
Dios que está íntirnamente presente en todas partes
por su inrnensidad, estálo especialmente en los justos,
poseído por la fe y la caridad de que siempre va
acompaf,ada la gracia santificante. Esta presencia es
continua, porque Dios no deja de estar allí, ni deja la
gracia santificante de asegurar esta posesión. Verifí-
case Ia palabra de la Escritura: «Si alguno me aÍna», ês
decir, si alguno corresponde á la gracia que yo le
hago de amarme, « rni Padre le amtará»> t le volverá
amor por amor, y uvendrernos á élr: nueStra presencia
será, êfl adelante, corno la de un amigo que se da, «y
pondremos en él nuestra morada,: esta presencia du-
rará, sin interrupción, tanto como la misrna arnistad.
II. 1. ;cuánto menos íntima es la presencia de un
arnigo á su amigo, que estapresencia de Dios, único que
puede penetrar en nuestra alrna! iCórno sus coloquios
interrumpidos y muy frecuentemente irnpedidos son
más rar-os que puede ser
continud! ce que puede
proporcion con la perfecta
dicha que, inrnortàl!

(t) No olvidemos ere , aunque la amistad humanu O"O" necese-


ida de actos de afecto; Dios puede, antes de todo
H ?.'fÍ:H l?,ffi lits ç ::í',' * :So:: " ãf TâL [3
(2) Suma I. p., q. 8, art. 3; q. 43, art. 3, etc.

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318 FESTIVID.TPEE I)IVERSAS. [.L P.SPíRITU SAN].O

2. Después de insistir largo rato sobre esta pre-


sencia de Dios y sobre las inmensas ventajas de seme-
jante amistad, reflexionemos sobre una verdad qlle
nunca profundizaremos bastante! Nuestra dicha supone
no sólo el amor de Dios para con nosotros, sino tam-
bién nuestro amor para con El. iOh y cuán grande be-
neficio nos hace Dios al permitirnos que le amemos!
llmposible sería, sin conocer á Dios y sin amarle, po-
seerle y gozar de El! A Dios le poseernos amándole. La
arnistad dice esencialmente amor rnutuo. Aunque me
ame Dios, si no Íne permite amarle, puede darme otros
bienes; pero jamás se me dará El mismo. Ahora bien,
todo es vil, porque todo es criatura, salvo Dios cono'
cido y amado. Bendigarnos á Dios, QUe consiente en
dejarse aínar .

1. cornencernos ;rffi;-, cómo Dios estuvo.


aun abajo, ntás perfectamente con Àlaría que con
acá,
ninguna otra pura criatura.
Dos presencias hay de Dios que pueden crecer: la
que depende de los efectos proclucidos y la que está
vincula da á la arnistad con El. Ningún efecto hay más
admirable, después de la unión hipostática de una na-
turaleza humana con una Persona divina, güe la divi-
na maternidad, la cual requiere la presencia de Dios,
más aún que la sirnple amistad. Esta cubre á María con
una protección enterarnente singular; hace que se le
confiera un eminentísimo grado de gracia santificante,
y no sólo permite á María, sino que exige de ella, en
retorno, un afecto más itttenso qLle el de todas las de-
más criaturas inteligentes.
2. -E,l Seiror es contis'o.» Repitarnos esta felicita'

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EL ESp. s. y EL cuERpo DEL cRrsrlAxo. »Íe 7.o 349

ción del arcángel San Gabriel y pidamos á nuestra


Madre nos alcance aquella verdadera sabiduría, que
ambiciona lo que es superior á todos los bienes de
la tierra, y anhela por el bien inestirnable del rnás
grande amor de Dios. Volviéndonos después hacia
el rnismo Dios, que nos permite el sencillo lenguaje del
afecto, figurémonos que nos dirige Ia pregunta que lee-
rnos en la vida de algún santo. «iQué recornpensa quie-
res?» iSe nos haría difícil contestar con él: uninguna
otra que Vos mismo, Sef,or?» Veni Sancte Spiritus.

DIA SEPIIMO.-El Espíritu Santo y el cuerpo


del cristiano

Plan de lo meditación.
-Aun alycuerpo
la Sagrada Escritura el privilegio
extiende
los admirables
efectos de la habitación del Espíritu Santo. Apliqué-
monos á meditar tan profundas y santificantes leccio-
nes. San Pablo proporcion ará rnateria para los tres
puntos: Consogración del cuerpo por el Espíritu
Santo; honor trihutado ó nuestro cuerpo y sa futu-
ra resurrecció n; deb e r de glor if icar (í Dios en
nuestro cuerpo.

ÀTEDITACION

« An nescitis quoniam membra vestra templum


sunt spiritus Sancti, qui in vobis est, qaem hahetis
tt Deo, e t non estis vestri? Empti enim estis pretio
magno» (1 .'Cor. VI, 19, 20).
6 Acaso no sabéis que vue stros miembros son
templo del Espíritu Sonto, Çile está en vosotros, rÍ
quien habéis recibido de Dios, y no sois vuestros?
Porque Ítabéis sido comprados tÍ gran precio.

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350 FESTIvIDADES DIvERSAS. EL EspÍnlru sANTo

1 .p* PneluDlo. Representémonos la escena del


bautismo de Jesucristo. Ôiernese el Espíritu Santo en
figura de palorna sobre la cabeza del Salvador, indi-
cando que tomó posesión de El
2.o PneluDlo. Pidamos la gracia de conocer la
dignidad que consagra el cuerpo del cristiaÍro, y de
sacar de este conocirniento un respeto que perfeccione
nuestr a pureza.

I. Consagración del cuerpo por el Espíritu San-


to.- El Espíritu Santo, al darse á nuestra alma me-
diante la fe y la caridad, reivindica por suyo nuestro
cuerpo y hácelo su templo. Esta reivíndicación y
esta consogración meditaremos en el primer punto.
I. t. La reivindicacion. «Habéis sido comprados,
dice el apóstol, á gran precio. » Dios es, por el hecho
de la creación, Soberano y Sef,or de todas las cosas,
así de nuestro cuerpo corno de todo lo demás. Mas he
aquí que la Escritura hace valer los derechos de su
amor. Eramos de Dios por nuestro origen; pero nos per'
dimos en cierto modo para El, por el pecado. Decrétase
la Encarnación, para acabar con esta lamentable situa-
ción, de un hombre hecho para Dios y que no puede
llegar á El. El Hijo de Dios hecho hombre, nos rescata
con su sangre, nos libra de la esclavitud del demonio
y nos reconquista para el Amor de ese Dios, cuya su-
prema condescendencia nos ha dado al Redentor.
iHay reivindicación más justa y á la vez más con-
movedora?
2. a) Reconozcarnos la Íuerza de los derechos
de Dios, para subscribir á ellos y observarlos religio-
samente. Dios, al reivindicar nuestro cuerpo, nos ma-
nifiesta que, so pena de hacerle injuria, estamos obli-
gados á aceptar el inestimable favor que nos hace al

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EL ESP. S. Y EL CUERPO DEL CRISTIANO. DÍA 7.O 357

honor nos tiene suspensos y sin palabra, el rnismo Dios


afrade: uSi dudáis, yo lo exijo. Dos veces será mío
vuestro cuerpo. Soy su Criador y su Dueflo; lo he
coÍnprado con la sangre de mi Hijo. »
b) Perteneciendo ya inviolablemente á Dios, com-
prendamos finalrnente Ia palabra de San pablo: «AIon
estis vestri, no sois vueÀtros. » He aqu í la respues-
_oue huy que dar á cualquiera tentación: yb no
t-a
debo deliberar sobre el empleo ó destino dé rnis

Ínlgo . .

_EI ternplo recuerda á Dios, efl el ternplo se invoca


á Dios. Nuestro cuerpo está consagrado á este doble

(l) La vulgata dice vuesrros miembros,. pero el texto griego


original escribe vuestro cuerpo r5 vueslro.c cuerpos; tô oõpe ripOv,
ó tà orhpar,a úprirv

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3C2 FESTIVIDADES DIVtsRSAS. EL ESPÍRITU SANTO

uso; consagrado por Dios mismo y no por una volun-


tad humana; consagrado en virtud, no de una arbitra-
ria elección, sino del vínculo esencial que une el cuer-
po con un alma que posee á Dios. Después que, unién-
dose con Dios, nuestra alma es un rnismo espíritu con
El (1), nuestro cuerpo sirve á la vez de habitación al
Espíritu Santo y á nuestra alma; es el templo en que
se of recen todos nuestros espirituales sacrificios. Y
esta consagración es definitiva y la veremos prolon-
garse hasta la eternidad.
2. o) Nuestro cuerpo, escogido para templo del
Espíritu santificador, eS santo. ..El templo de Dios es
santo y vosotros sois este ternplo, ('2). Debe, pues,
inspirarnos gran respeto. Recordemos el beso que el
padre de Orígenes se complacía en depositar sobre el
pecho de su hijo dormido (3).
b) Hagamos servir nuestro cuerpo á los nobles y
santos fines á que está consagrado.
c) Dícese que la vista de la Virgen Santísima
inspiraba irnpulsos hacia Dios. Al lado de San Luis
Gonzaga y San Jqan Berchrnans sentíase uno suave-
rnente inclinado á la pureza. Influencia hermosísima,
de que nosotros no somos ciertamente incapaces; pero
que supone una perfectísima y exquisita castidad, una
gran sobriedad y una sencilla modestia en lo exterior.
d) Procuremos, con piadosos homenajes y gene-
rosas ofrendas, ejercitar fervorosamente un culto ín-
timo y privado, cuyo templo vivo sea nuestro cuerpo,
de la manera que los edificios de piedra Io son del culto
(1) 1.' Cor. VI, 17.
e) l.a Cor III, 17.
f3) «Cuéntase que el padre de Orígenes entraba frecuentemente
en el aposento en que dormía su hiio, y descubriéndole el pecho, se
lo besaba devotamente como á santuario del Espíritu Santo., (Eusr,.-
rlto, Hist. Ecles.l. 6, c. 2; M,, P. G., t. 20, col. 525.)

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EL ESP. S. Y EI- CUBRPO DEL CRI.STIAIVO. OÍE 7.O 353

público y exterior, Y dictarános allí el Espíritu santo


las oraciones oportunas é inenarrables gernidos (l) que
nunca dejan de ser atendidos.

II. Honor tributado á nuestro cuerpo y á su futu-


ra resurrección. I. 1 . Esta erección ds Dios es un
honor inmenso. -Y como paru hacerlo resaltar más,
nos muestra San Pablo que es obra cle la Trinidad
todo entera. Pregunternos al texto que encabeza esta
meditación . a) El Padre ,, autor de iodo don perfec-
to (2), nos. da al Fspíritu santo; Io recibisteis dà Dios,
dice el apóstol (habetis a Deo), b) El Hijo compra á
costa de su sangre la propiedad de nuestro cuerpo, ó
-com-
nrejor, lo resc ata, arrancánc olo al demonio: sois
prados mqy caro (ernpti estis pretio magno). c) El
Espíritu santo viene, corno dado por el ?ad re, a la
morada adquirida á costa de la sangre del Hijo:
lesta
rnorada es nuestro cuerpo!
2. Expresemos á Dios nuestra gratitud. Fornen-
ternos pensamientos, efectos y deseos en relación con
nuestra dignidad.
II. 1 . El lspíritu santo, ar imponernos graves
cleberes, nos confiere tambi én magníficas preríogati-
vos. Dígnase hacerse El rnisrno prenda de la resurrec-
ción de nuestro cuerpo.
a) Garantiza con su presencia esta resurrección.
«si el Espíritu del que resucitó á Jesús de entre los
muertos rnora en nosotros,'El que resucitó á Cristo
de entre los muertos devolverá la vida á vuestros cuer-
pos rnortales, á causa de su Espíritu que habita en
vosotros» (3), «Estáis sefralados con el Santo Espíritu
(1t Rorn. VIII, 26.
',2) Jacob. I, lZ.

::"::*::, l:-,"rr_23

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354 FESTIVIDADES DMRSAS. EL ESPÍnfru SANl'o

de promisión que es prenda de nuestra herencia» (1).


La-carne perece por haber servido al pecado lqué ex-
trafro es que reviva por haber servido al Espíritu de
Dios?
b) El cuerpo que resucitatá, será un cuerpo reno-
vado, transfigurado, no ya proporcionado a la natural
actividad del alrna, sino digno del Espíritu Santo.
Siendo el primer hombre terreno, no pudo comunicar
sino un cllerpo terreno, sometido á todas las necesi-
dades de la vida natural; pero el segundo Adán vino
del cielo, y nos comunica una vida celestial y nos pre-
para un cuerpo digno de esta vida sobrenatural' cuyo
principio es el Espíritu Santo (2),
2. Si la consagración del Espíritu Santo sigue á
nuestro cuerpo hasta el polvo; si sus cenizas no están
apagadas definitivamente; si contienen un misterioso
geráen de inmortalidad; el respeto con que miramos
ãl cuerpo debe sobrevivir a la misrna rnuerte y acom-
paf,ar á nuestros difuntos hasta la tumba. Este respe-
lo ha inspirado el culto á las reliquias de los santos;
rodeó de honores, ya des le las primeras edades, las
exequias cristianas; hace desear á los fieles descansar,
después de muertos, junto á hermanos que participaron
de ia misma esperanza y a la sornbra del rnisrno signo
de victoria. con demasiada frecuencia las audacias de
la impiedad privan á los católicos de este consuelo; de-
masiadu*enie han logrado profanar los cementerios.
Velemos, pues, con mayor ahinco para qu9 el religioso
respeto á ios cuerpos bautizados no se disminuya en
nosotros ni anuesiro alrededor. Este sentimiento de
que son dignos los muertos, purifica y santifica á los
vivos.
r1) Ephes. I, 13, 14.
(2) l.a Cor. XV, 12, 44- .i-

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EL ESP. S. Y EL CUERPO DEL CRISTIANO. DÍA 7.O 355

III. Deber que tenemos de glorifi car á Dios en


nuestro cuerpo.-El mismo San Pablo nos inculca el
doble y gran deber que nos manifiesta su ensef,a nza.
Nuestro cuerpo es ternplo de Dios . iLejos todo pro-
fttnoción! iGloria rÍ Dios en su tempto!
I. iLejos toda profanación! 1. un santo temor

2. Este rnismo cuidado de la santidad clel templo


debe inducir á los cristianos á no contraer sino uniones

de una
tica de
nes con
comend
zados (2); y la lglesia ama dernasiado á sus hijos
para aplaudir uniones que reproducen, con rasgos
harto bcrrosos, la que a ella rnisrna la une .onle-
sucristo.

\ (1) 1.a Cor. III, 17.


(2) l.a Cor. VII, 39
(3) l.a Cor. VI, 20.

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356 F-ESTI v I DÀDES DIVtsRS.r S . Ii[- ESPíRIT U SAN TO

caridad, y finalmente por el testimonio que semeiante


vida ofrece de las divinas perfecciones.

coLoQUIO

1. Admiremos, ante todo, los consejos de Dios:


santific a aun á nuestro cuerpo y nos descubre, en nues-
tra carne rnisma, un motivo de santidad. lAdrnirable
disposición divina!He aquí, pues, el barro convertido en
sagrado fuego; las emanaciones malsanas reemplaza-
daã por purificantes perfumes; lo que nos inclinaba,
haciéndonos levant ar la cabeza; lo que nos arrastraba
hacia lo bajo, invitándonos á subir. Adoremos la sabi-
duría de Dios, bendigamos su bondad.
2. Pero nuestra responsabilidad es grande , y
crece á, la par de los beneficios de Dios. Recurramos
á María que, ên su cuerpo, glorificó excelentemente á
Dios al producir la humanidad del Verbo , á fin de
obtener de ese mismo Dios que sea nuestro cuerpo la
hostia viva, santa y agtadable, que conjuraba San
Pablo á los cristiarlos que ofreciesen como espiritual
oblación (1). Demos lin á este eiercicio con una ora-
ción de gratitud dirigida al Espíritu Santo. Veni Creo-
tor Spiritus.

oÍe ocrAvo santo y ros


1:*;::H$"::Siritu
Ptan de to meditacion.-La oposición que la de-
voción al Espíritu Santo muestra con el espíritu mo-
derno en 1o que éste tiene de erróneo y de funesto,
nos manifiestán tres grandes conveniencias de esta de-

(l) Rom. XII' 1'

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..\
DEvocrórs eL E. s. EN Los Ac.r.uÂLEs rIEr\rpos. oÍr g.o 35i
voción en nuestros tiempos; tres grandes razones de
f ornent arla y propag arla. Contra un loco orgullo, nos
funda en la hurnildad esencial á nuestra conaióion; con-
tra el afán de presentes goces, hácenos aspirar á los
bienes futuros; contr a la corrupción de las càstumbres,
nos ensefra una santificante pureza. Así nos arranca
de los fatales brazos del raCionalismo, del materia-
lismo, y del sensaolismo. Tres oposiciones que cdns-
tituirán Ia materia de la presente meditación.

MEDITACION

«lllttlti enim ambulant,, qaos soepe dicebam vo-


bis (nunc autem et flens dico) inimicos crucis chri-
sti... Nostro outem conversotio in coelis est»> (phi-
lip. III, 18, 20).
/vlucÍtos, de quienes con frecuencia os decío
(y aÍtora con lcígrimas os digo) se conducen como
enemigos de la craz de cristo... Jlfios nuestt-o con-
versación estcÍ en el cielo.
1.nn PnnluDlo. Figurétnonos el cielo en el momen-
to en que rnillares ven
cluídqs de é1, rnien iunfa
San Miguel hacen entr
2.o PnELUDIo . racia
encirna de los males y tent s de
por medio de una ardiente ión a
tr. La devoción al Espíritu santo y el racionalis-
mo naturalista.-1. 1. Recordernos -brevernente la
historia de un Ínundo que ha precedido al nuestro. Está
gornpuesto d9 alseles, espíritus puros que brillan con
y la dicha de una naiuraleza enterarnente
la belle za
. D ios, que los ha criado, les reserva con
intelectual
todo uÍl destino más herrnoso todavía; les llarna é

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358 FESTTvIDADES DIvERSAS. EL ESPÍRITU SANTo

invita á enco ntrar su f elicidad, no en Sí mismos, sino


en El. Les invita á su festín y, usando de sus sobera-
nos derechos, Ies obliga a acudir á stt invitación.
Mientras la mayor parte Se aprestan, llenos de gra-
titud , á, gozar de esta infinita liberalidad, otros, entre-
gándosJa soberbios pensamientos, creen bastarse á sí
ãlis*ot, desprecian los dones de Dios, -desdefran sus
*rgrífi'cai ofertas, flo quleren aceptar de su mano la
bienaventura nza, flo anhelan otra gloria que á sí mis-
mos: gloria menos espléndida, ciertamente, pero m-ás
conforme con sus propios designios. lReclamación in-
justa coutra el absoluto dominio de Dios; inmenso é
insensato orgullo, que pone en olvido la universal de-
pendencia qúe los §eres tienen de su Criador!
;y qué iucede? Que pierden, no sólo la felicidad
sobrenatural que rehusan, sino aun la natural dicha
con que pretendían contentarse. Créanse los eternos
jamás.
abismos yson precipitados en ellos para siempre
2. Es este un pasado definitivo, irreformable.
Pero Dios forma un nuevo mundo cuyo rey es el hom-
bre. Parece que labaieza,las debilidades, las miserias
de la humana natu raleza, sobre todo después de la
culpa original, debían hacer imposible todo pensamiento
soberbioltoda pretensión semeiante á la que perdió á
los ángeies mal,os. Y, sin embargo, 6qué es lo que vel
mos? üa humanidad, llama da á su vez ala posesión del
celestial reino, divídese en dos clases. una responde
dócil y agradecida ala voz del criador; la otra declara
no imporlarle nada de sus dones. No faltan hombres
que hãyan pretendido el derecho de rehusar los divinos
ofrecimientos y de refugiarse en la religión natural;
fuera verdades-, salvo las que descubre la razón; fuera
deberes, salvo los que dicta la propia conciencia; fuera,
hasta las oraciones, porque Dios, sin atender á quien

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DEYoCIów er- E. S. EN LoS ACTUALES TIEMPos. oÍn, 8.O 359

le implora, débese á sí misrno el satisfacer las exigen-


cias de nuestra naturaleza. Tal es el naturalisrno ta-
cionalista, que los Soberanos Pontífices han denuncia-
dq como el mayor mal de la moderna sociedad, y el
error que pregona la mason ería.
Cualquiera orgullosa suficiencia está, efl la criatu-
Íà, fuera de su lugar. Pero 1cuánto más en el hombre
que en el ángel! El ángel abarca de una rnirada esta
rnisma verdad que nosotros debeÍnos tan penosamente
deducir de unos pocos principios evidentes; no sintió
Ia contrariedad de los movirnientos inferiores que nos
arrastran; el ángel, en fin, no había recibido la lección
de la experiencia con que cada día se confirma á nues-
tros ojos, es decir, toda la pasada y presente historia
de las incertidurnbres y fluctuaciones de los incrédulos.
3. Ante esta soberbia, rnuéstrase la devoción al
Espíritu santo como el cántico de gratitud del alrna
elevada á lo sobren aturaL Esta devoción nos hace
amat este divino llamarniento, que el racionalismo des-
oye: y pone nuestra gloria en el Seiior (l).
II. 1. Arrojemos lejos de nosotros tan malhada-
do orgullo; agradezcamos á Dios sus luces, sus soco-
rros, sus planes todos.
2. Muchos cristianos, sin llegar á ser culpables de
racionalisrno, manifiestan algo rãu tendencias al des-
preciar los consejos de la gracia por seguir sus hurna-
nos consejos, á lo Ínenos en rnaterias en que Dios no
manda formalrnente. Así, por ejemplo, altiatar del es-
tado de vida; así, al conocer por las ocasiones misrnas
que se nos presentan de hacer el bien, cuál es el divi-
no beneplácito. iDe cuántos frutos nos privamos no
correspondiendo á las excitaciones de la giacial Imite-

(l) l.a Cor. I,31.

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360 }.'t:sl'r\rl r)A DIis D r v ERSAS . IJL rspíRttu sA N'to

mos ála Virgen Santísima, Qüe en todo se mostraba


esclava del Sef,or.

II. La devoción al Espíritu Santo y el materia-


lismo sensualista.-1. 1. ;Cuán grande es el alma
que, desprendida de este mundo, se eleva hasta Dios!
«Enriquecida por El, no puede ser de nadie empobreci-
da. Imposible es el hambre en un corazón alimentado
con celestiales manjares, (1). Mas iay! que muchos
hombres se encierran, con una obstinación cada día más
decl arada, en la concupiscencia de los bienes y goces de
la vida presente. Desesperante lección para aquellos á
quienes la enfermedad ó el sufrimiento destierran fa-
talmente de la encantadora tierra del placer, pero tris-
te aun para aquellos que aportan en sus playas; porqtle
équé alcanzan y por cuánto tiempo?
2. La devoción al Espíritu Santo nos mueve á es-
timar y cultivar la semilla de los bienes futuros, deposi-
tada en el fondo de nuestros corazones. Levantaos, nos
dice, sobre toda la vaniclad del tiempo presente; pen-
sad en los bienes futuros. Mantiene viva en nosotros
la memoria de las divinas promesas y del cielo, en el
cual tenemos derecho de ciudadanía (2).
II. 1 . Esta vida superio r á, la tierra fué por modo
excelso practicada por María. Era hija de David, y
sufrió de buena gana la pobreza y la obscuridad con
la esperanza de una patria mejor (3).
2. Aprendamos, con su ejemplo, á moderar todas
nuestras presentes concupiscencias. « Las cadenas de
este mundo, dice Sax AcusrÍx (a), sólo en apariencia

(1) S,4x CrpnreNo,, Carto á Donato,75. (M., P. L., t.4, col'Z?tl.


(2't Philip. III, 210.
te) Hebr. XI, 16.
(4) Carta 26 (39) tÍ Licencio(M., P.L., t.33, col 104).

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DrrvocróN AL E. s. EN Los AcrrJA LEs TrEMpos. »Ía 8.o 361

son suaves, pero crueles en realidad; incierto es el pla-


cer que se nos promete, cierta Ia pena que causa; no
compensa el rudo trabajo, sino con un reposo lleno de
ansiedades; trae consigo muchas verdaderas miserias
y ninguna esperanza de felicidad., Renunciando á apa-
\. rentes satisfacciones, evitaremos disgustos verdaderos
y hallarernos una paz sólida, eil lugar de turbación y
ansiedad.

III. La devoción al Espíritu Santo y la corrup-


ción del siglo.-I. 1. En los que tienen fija la vis-
ta en la tierra, las aspiraciones elevadas son como los
miembros que se atrofian por f alta de ejercicio: se de-
bilitan, se extinguen, mientras que las bajas concupis-
cencias crecen en Íuerza é intensidad. El hornbre re-
belde contra Dios llega á ser esclavo de sus sentidos,
á quienes glorifica. Su rnente descubre cenagales, ni
siquiera sospechados por los seres privados de razón,
y en ellos se revuelca. iQué vileza, QUe profanación!
iNo oímos acaso á nuestro alrededor la apología de
todos los pecados? ;Y si la teoría se rebaj a átal nivel,
qué será la práctica?
2. La devoción al Espíritu Santo eleva al alrna
sobre los sentidos y sus excitaciones , á la Ínanera que
las alborotadas y triviales voces de la calle, se apagan
en el dintel clel templo, cuya majestad nos impone. Este
temp_lo sornos nosotros mismos, y la devoción al Espí-
ritu Santo nos hace comprender su santidacl.
II. lCuán superior fué María á todas las terrenas
concupiscencias! iQué silencio el de todas sus pasio-
nes! iCómo estaba toda puesta en Dios! Conquistàmos,
á irnitación suya, esta noble superioridad por el culto
de la gracia y del Espíritu santo.

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362 FESTIYIDADES DTVERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

coI.oQUIO

Podernos proseguir, efl el coloquio, el paralelo en-


tre esos dos mundos: el uno orgulloso y abismándose
eR u.n grosero materialismo, el otro humilde y que se
eleva hasta las más sublimes regiones del espíritu. Día
vendrá en que, todo cuanto hay de honrado en la huma-
nidad se aparte del primero, para pedir al segundo la
salvación. A nosotros toca ser, desde ahora, represen-
tantes de este mundo más noble , y ofrecer á las almas
capaces de elevados sentimientos, el atractivo espec-
táculo de su hermosura y sus grande zas. Invoquemos
para ello al Espíritu Santo, gue se digne darnos á gus-
tar las cosas celestiales . Veni Creator Spiritus.., In'
fande amorem cordibus, iVen, oh Espíritu Santo...
Infunde amor en los corazones!

oÍn NovENo.-Er y su tripre oncro


*";r:::ffilto
Plan de la meditación sus gracias, sus do-
-Por
nes y Su presencia, desempefla con nosotros el Espíri-
tu Santo un triple papel, indicado en la Sagrada Escri-
tura, y por el cual, como dice LnoN XIII (1), completa
la obra redentora, cuya perfección le ha confiado Jesu-
cristo. Ya antes hemos hecho (2) mernoria de estas fun-
ciones; pero conviene hacer de ellas materia de espe-
cial meditación. ConsiderareÍnos, pues, sucesivamente,
en los tres puntos de este ejercicio, al Espírittr Santo
como Intercesor, Consolador V Preceptor.

(1) Encíclica Divinum illud, al principio.


t2l Véase más arriba, 3."" día de la novena.

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EL EspÍnrru sANTo rr su rRrpLE pApEL. DÍA 9.o 363

MEDITACION

«lpse enim Spiritus testimonium reddit spiritui


nostro quod sumas frlii Dei" (Rorn. VIII, 16).
\ El mismo Espíritu do testimonio tí nuestra alma
de que somos hiios de Dios.
1 . er PnpluDlo. Imaginérnonos mezclados con los

apóstoles, ya en el momento en que el Sefror les ense-


fla la sublime oración del Podre nuestro, ya cuando,
después de la última Cena, dispone su alma para reci-
bir al Espíritu Santo.
2,o PnpluDro. Pidamos á Dios instanternente una
abundante cornunicación de su divino Espíritu, con la
gracia de obedecer constantemente á la dulce influen-
cia de este huésped divino.

I El Espíritu santo Intercesor nuestr o.-Ad-


vertencia preliminor.-El Espíritu Santo es Dios y
únicamente Dios, por consiguiente no puede interpo-
nerse como Jesucristo, QUe es Hornbre Dios, entre el
hombre y Dios, ni propiarnente defender nuestra cau-
sa. La intercesión que al Espíritu Santo atribuímos,
tiene lugar en nosotros y por nosotros, no distinguién-
dose de la nuestra; es la nuestra rnisffiâ, pero en cuanto
toma en ella la gracia una parte principal. podeÍnos ya
ahora, sin tenror de equivocaciones, entrar en rnateria.
I. 1. Las disposiciones divinas sobre la dispensa-
ción de la gracia, hacen que la oración sea de eitricta
necesidad. No solamente la oración bien hecha obtie-
ne cuanto nos es realrnente provechoso, sino que en
las ocasiones importantes y difíciles, suele ser ei único
medio de adquirir el aumento de Íuerua que nos es
necesario, ya para practicar ciertos actos de virtud,

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36{ FrIs'TIvTDADES DIVERSAs. EL ESpÍnrTU sANTo

ya para vencer tentaciones más violentas. No se nos


concede siempre inrnediatamente la gracia para obrar
el bien ó para resistir al enemigo; pero la gracia para
orar, siempre está á nuestra disposición, V orando
llegarnos á poder lo que antes nos era enterarnente
imposible.
2. La gracio para orar. -Esta sola expresión
nos revela ya la intervención del Espíritu Santo en
nuestras oraciones. 4Cómo formularíamos, entregados
á nttestros recursos naturales, súplicas que nos alcan-
zasen favores sobrenaturales y nos aplicasen los mé-
ritos de Jesucristo? Ninguna oración hay digna de ser
oída, sin la gracia del Espíritu Santo, huésped divino
que suple así, en nuestros cotazones, la radical impo-
tencia en que nos hallamos de orar bien.
3. El apóstol San Pablo llama aún nuestra aten-
ción sobre otro aspecto de nuestra flaqueza. «No sa-
bemos, dice, lo que hemos de pedir» (1).Es cierto que
el Seflor nos dió á conocer cuál ha de ser la tendencia
general de nuestros deseos y súplicas, puesto que
el Padrenuestro es una sublime expresión de todo
género de legítimos deseos; mas aun sabiendo en ge-
neral á qué bienes debemos aspirar, iconocemos de un
modo preciso lo que, e[ efecto, nos conviene en cada
momento y en cada circunstancia?
;Y es útil conocerlo?
Sí, para no repetir vanas instancias, que Dios no
puede escuchar y cuya repulsa podría enfriar nuestra
piedad, Sí, además, para que. cesando las incertidum-
bres y las dudas, dirijamos á un fin claramente conoci-
do los perseverantes y confiados esfuerzos á los cua-
les están vinculados los más grandes favores.

(l ) Rom. VIII, 20.

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t EL EsPírtrru SAr\To Y SU I.RIPLE PAPEL. oÍe
9.O 365

(l) Rom. VIII, 26, 22.


e) Zacar. XII, 20.

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3ffi FESTIVIDADES DIVERSAS. E,L ESPÍRITU SANTO

sería resignarse á una espiritual medianía en todo. Su-


primamoJ los defectos plenamente voluntarios, y Io-
gu.*os al Espíritu Santó que sea nuestro divino peda-
gogo y nos ensefle el grande arte de orar'

II. El Espíritu Santo Consolador nuestro. -- I 1 '


Por sí mismo anunció el Sefr or á sus apóstoles el Es-
píritu santo, como otro Paráclito ó consolador (1)
que iba á enviarles, par? que les asistiese en todos
los instantes de la vida'. icr ántas veces se nos recuer-
da este oficio de consorador en el Nuevo Testamento!
icuántas veces hace er Apóstol dimanar del
Espíritu
Santo un raudal de deliciôsa paz, de gozo inefable,
del cual nos invita á, pafticipar (2). Los Hechos apos-
tólicos nos describen, en estos términos, la extensión
de semejante influencia: «La consolación del Espíritu
Santo lÍenaba la Iglesia entera' (3)'
2. Necesitamos, efl ef ecto, Ser consolados por
parte de la tierra, que nos os males' Y
d. putte del cielo, iuyos bi os todavía;
y ,in de ambos ladoi á la tra indigen-
cia y los peligros que nos t
Én todrrTur oiasiones de tristeza, puede y quiere
el Espíritu Santo ser nuestro gran Consolador'
o) Amigo siempre presente en el fondo detodos nos-
otros mis*oil nos oir..., si nuestra fe es viva,
los consuelos que encierra la más alta y más íntima
de las amistades.
b) Nos muestra la f rágil vanidad de los bienes
terrenales Y la inanidad de las mundanas aÍnenazas,
c) Como sello de nuestra redencion Y Prenda de
(l) Joan. XIV, 16,
Q) Rom. XIV, f Z; Pt itip. IV, 7'
(3r Act. IX, 31.

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EL ESPinTru SANTo Y SU TRIPLE PAPEL. oÍ,T 9.O 367

Ia futura herencia, flo sólo garantiza un bien, etr com-


paración del cual podemos despreciar todos los otros;
sino que además sosiega nuestra inquietud y nos per-
mite gozar plenamente de las esperanzas de lo futuro.
d) su luz, sü Íortaleza, todos sus beneficios su-
plen nuestra pobreza con magnífica abundancia. En
todas las circunstancias puede Dios decirnos, como á
San Pablo: uBástate rni gracia» (l).
II. veanros hasta qué punto dependeÍnos aún de
las criaturas; hasta qué punto sufrirnos las vicisitu-
des det tiernpo. Ejercitemos nuestra fe; voh,árnonos
hacia el Esp íritu Santo; alentemos nuestro valor con
la perspectiva cierta de una cornpleta libe rtad,

III. El Espíritu santo, Preceptor nuestro. I.


-
"El Espíritu Santo, decía el SeÍior, os ensefrará todas
las cosas» (2).Meditemos el alcance de estas palabras.
a) Jesucristo revistióse de nuestra hurnanidad
para ensefrarnos con la palabra y con el ejernplo, y
darnos por rnedio de sus rnilagros patentes piuebas dã
su divina misión. Mas la fe, cuyo heraldo es, ha de
encontrar fieles, y los deberes que inculca deben ser
cumplidos por discípulos dóciles.
Así como la Iglesia conserva y transrnite intacto el
{"psito de las verdades reveladas, mediante la gracia
del_ Espíritu; así tarnbién, poÍ esta misrna gracia,-ltega
cada uno a la fe y renueva sus actos, y eitribando ãn
ella concibe y ejecuta el propósito de vivir según las
ensefranzas de Cristo. Si se trata de la necesaúa jus-
ticia ó de la santidad,la decisión y la práctica provie-
nen de la sublirne repetición, en cada álrna particular,

(1)2.4 Cor. XII, g.


Q) Joan. XIV, 26.

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368 I,-ESTTvIDADES DtvERSAS. EL ESPíRlru sANTo

de las ensefranzas promulgadas en el mundo entero; y


esta repetición se hace por la gracia de cada uno, y
tiene por autor al Espíritu Santo. «El os lo recordatá
todo» (1), dijo el Seíicr.
b) Además, no nos conviene á nosotros, llamados
a la divina amistad, ejecutar de cualquier modo los pre-
ceptos de Dios. Obedecer por Íserza y con espíritu
de ternor y servidurnbre no es un partido digno de la
adopción con que Dios nos favorece. La amistad exi-
ge una más íntima concot'dia, pues presta al hombre
los rnismos sentimientos de Dios: la ley divina debe
verdaderamente estar escrita en nuestros corazones.
Esta es la Ínaravilla que obra el Esp íritu Santo; por
su rnedio se derrarna en nuestras alrnas una filial cari-
dad (2), que dilata los corazones en la obediencia á,
Dios.
II. gCumplimos la ley de Dios con facilidad, con
prontitud, con fervor, con ese espíritu filial que nos
hace decir á, Dios Abba, Padre? Desarrollemos á lo
menos los gérmenes de este espíritu, que están cierta-
mente depositados en nosotros; correspondamos más
plenamente á nuestra vocaciótr de hijos; invoqueÍnos
ôon frecuencia al Espíritu Santo para ser por El con-
firmados en el camiho del bien y sujetados con los más
dulces y a la vez más fuertes lazos: los del amor, que
hace corno desaparecer la misma ley (3).

coLoQUIO

Esta meditación ha debido excitar en nosotros vi-

(1) Joan. XIV, 26. Esta palabra aplícase directamente á los


apóstoles.
(2) Rom. V, 5.
t3) Gal. V, 18, 23 Y 1.4 Tim. I, 9.

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EL ESpÍRrru sANl'o rr su TRIpLE pApEL. »Ía 9.o 369
vos deseos de ponernos enterarnente bajo la influencia
del Espíritu Santo. AviveÍnos aun rnás este deseo
con el recuerdo de una palabra inspirada: «Los que
son llevados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios en todala extensión de la palabra, (1).Esto fué
por excelencia nuestra celestial Madre. lQuién podrá
explicar la eficacia de su oración ,la inmensidad de
sus consuelos, los piadosos impulsos de su caridad?
Pidámosle la gracia de ofrecernos al Espírifu de Dios
plenarnente y sin reserva. Propongarnos no ornitir
nada , para fornentar una devoción verdaderarnente fer-
vorosa para con el Espíritu Santo, y pidamos final-
rnente al Dios de amor, que ruegue en nosotros, que
nos ilumine, Qüe nos consuele, que incline nuestros co-
razones y nuestras voluntades á todo verdadero bien.
Veni Creotor.

Rom. VIII, 14.

ITEDITACIoIIES, ToDIo rr. -:Jl

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ARTíCULO II
Meditaciones para la fiesta
y la octava de Pentecostés (l)

Festividad de Pentecostés
Día quincuagésimo después de Pascua

INTRODUCCION

Origen y signiftcado de lo ftesta.-La festividad


de Pentecostés se remonta á los prinret'os tiempos de
la lglesia. En los autores antiguos uhállase más bien
sobieentendida que mencionada explícitamente... Los
autores y los Concilios del siglo IV hablan de ella corno
de una f estividad establecida ya de mucho tiem-
po, (2). Por lo demás, lo mismo que la fiesta de Pas-
cua, ála que continúa y completa, tuvo en la antigua
ley su celebración figurativa en la fiesta de las mieses
y las primicias (3).
(1) Las indulgencias concedidas por León XIII á la novena pre-
paratoria, pueden ganarlas por segunda vez los Qüe , en público ó en
particular, recen las preces al Espíritu Santo durante toda la octava
àe Penteco-tés, comprendiendo en ella la fiesta de la Santísima
Trinidad. Encícl. Divinum illud.
(2) Ducnesxe, Origines, p.240 (3 a edición).
(3) V. Exod. XXIII, 16-22, y para el sentido figurativo SaN
Ju.q.x Cnlsósrollo (in Acta Apostolorum. Hom. 4, fl.I., M., P. G., t 60,
ãol. 61), citado por KN,tsrxBAUER en su comentario del c. II de los
Hechos apostóiicos. La idea de relacionar la fiesta de Pentecostés
con el aniversario de la promulgación de la ley antigua' no se les
ocurrió á los judíos, sino baio la era cristiana. Sax Jnnóxrrrlo acre-
ditó esta opinión entre los católicos. Vid. KxasnNetunn l. c.

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FESTTvTDAD DE pENTECosrÉs. oÍe 1.o 37L

coÍazones.
Cornpréndese por ahí el nornbre de Solemnidad
del Espír también
esta fiesta
cibió, lo rn ,Ht f;
santo día, o la Ína-
Yor ia @).

del
to,
,.1'§n:
de I os
elat iguiente división:
ias Ia venida det
y efectos de estu

MEDITACION

«vos eritis mihi in regnum sacerclotale et g-ens


soncta» (Exod. XIX, O).
Seréis para mí reino sacerdotat y nacion santa,
1.en PnnluDlo. ResuÍnamos la narración de los
es, cap. II. Antes (3) había recor-
, córno después de la Ascensión,
ntas rnujeres, agrupados alrede-
(l) Can. De ieiunio, 3. dist. 76.
(2) 'H peyí ow1 éop;l1, nü.voerroç nai nxvayía [evrezo otú,
eopr\ tõv éoptrõv, Euseero, l. 4, c. 64. (M.,
Vida de Constantino
P. G. , t. 20, col. l2l g).
(3) Act. l, 14.

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372 - FESTIVIDADES DIYERSAS. EL ESPÍRITU SANTO

dor de María, Madre deJesús, se reunían cada día en


el cenáculo y perseveraban allí en oración. Así llegó
el día de Pentecostés, gran fiesta de gratitud, en que
los judios ofrecían á Dios las primicias de las mieses.
Hacia las nueve de la mafr an4 estando unido el peque-
fro rebafro de Cristo por el lazo de una misma especta-
ción y una misma caridad, rn ruido á modo de huracán
llenó la casa, y aparecieron unas como lenguas de fue-
go que fueron á pararse sobre cada uno de los allí
reunidos. Acto continuo siéntense todos llenos del Es-
píritu Santo y empiezan á alabar á Dios en varias
ienguas. Elacontecirniento atrae a la muchedumbre.
Unós quedan atónitos de la maravilla, otros atribuyen
á embria guez los entusiastas transportes de que son
testigos. Preséntase Pedro ante la multitud, explica lo
que pasa, predi ca á Jesucristo y le gana unas tres mil
átmás. Multiplícanse los prodigios; la comunidad de
los fieles persevera en la fe, en la Comunión, en la
oración, y vive unida con la más estrecha caridad
2.o PnELUDIO. Representéntonos la casa santifica-
da ya por el primer banquete eucarístico, en donde
están los apóstoles reunidos con la Madre de Dios.
3.r* PnplUDIO. Supliquemos Con gran fervor á
la Bondad divina, nos dé en este gran día abundante
participación en los dones del Espíritu Santo.

I. Circunstancias preparatorias. - I. Fecha y


preparttción e.rterior.-l . a) En este mismo día en
que, poÍ orden de Dios, daban graciat _lo: Jtrdíos por
lôs bienes de la tierra, es concedida á la lglesia la espi-
ritual fecundidad. El trigo de vida que pasó por la muer-
te , no puede permanecér solo (1), antes debe., baio el

(1) Joan. XII, 24,

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FESTIVIDAD DE PENTECOSTÉS. OÍE I.O 373

c
vivificante Santo, rnultiplicarse Ínag-
níficamentei primicias de la espirituãl
cosecha dest neros del padre de farnilia.
Revélase ste de las espigas rnateria_
les,.que presentan los judíos ar sefror, yirã.rpirituares
espigas que recoge la Iglesia, la difeie,cia de entram-
bas econoÍní-ur. Lg grac-ia invisible, pero ,obr.natural,
reeÍnplaza á la bendición exterior 'y 'sensible; danse.
arras de bienes eternos, efl
lugar de prornesas ternpo-
rales; frutos divinos, en carnbió de teirenos frutos; áon
invitados los corazones á volverse hacia el cielo.
b) aA dónde tiende nuestro más vivo anhelo?
raciones?
stros de-
deseos,
el espíri-
ue separa del servicio de
l?
os antes, en la misma fe-
ios, sucediendo á Faraón
una alianza con la posteri-
dad de Abraharn. Preparados con las Ínaravillas
de la
salida de Egiptg , para recibir la divina ley, los hebr.or,
sobrecogidos de santo ternor, oyen á ió rejos al
se-
fror que, en Ia curnbre der sinaí, Ln rnedio de truenos
y relárnpagos-, encarga á Moisés les intime sus pre-
ceptos grabados sobre piedra (2),

(1) Fiándose de ra autoridad de sax .fenóxriuo (cartaá


Fabio-
7 0Z), muchos,
con el aniver_
ada apoya su
Ê;tt"íiJ,?:
I, 15, 16.

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374 FESTIVIDADEs DIvERSAS. EL ESPfRITU SANTO

La época está bien escogida para reemplazar la ley


de promulgación exterior, por otra que escribi rá, la
graCia en el fondo de las almas; una l9y de temor, por
fnu ley de amor; una ley de servidumbre, Pof .otra
de exênción y de santa libertad. Las maravillas de la
pasión y resurrección de Cristo han dispuesto á la co-
munidaá cristiana para pasar ostensiblemente del yugo
. del demonio al paternal imperio del Seiior. enEl abismo
que separa los âos Testamentos muéstrase la dife-
rencia de sus heraldos: por una parte, Moisés, cargulo
con las pesadas tablas desciende de un monte en que ha
sembrado Dios el terror; por otra parte el Espíritu
Santo, en figura de ligeias y luminosas llamas, des-
ciende del rJino de la pÁ, y de la felicidad, á los co-
razones que han gustado de la Eucaristía.
b) iCuán admirablemente encadenado nos
parece
el plan divino! 1cómo tocamos con el dedo la divina
providencia y los inefabres caminos por donde los hom-
bres, despuel Oe la caída de su primer padre, son con-
ducidos á su finl Aceptemos esta confirmacion de nues-
tra fe y demos gracias a Dios de vivir en la nueva
economía de la salvación.
II. 1 . PreparaciÓn interíor.-Los discípulos de
cristo oran y ôstán unidos de cor azón Esta es preci-
samente la n-ecesuria preparación. Para recibir una ley
que confirma la adoptiOn, huy que hablar.el lenguaje
del hijo dirigiéndose á su padre; para_ recibir una ley
de amor, hú que fomentat la concordia y la paz.
Z. ;Nuestios corazones están también dilpuestos,
en este ãia de Pentecostés, á volverse hacia Dios por
la oración, y hacia los hombres por la caridad?

II. La venida del ESpíritu santo.- I. 1 . Aque-


lla pequefla asamblea, en que tan grandes cosas van á

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FESTIVIDAD Dr PENTEcosrÉs. DÍA I.O 375
curnpiirse, está ya regenerada por medio del santo bau-
tisrno y alimentada con la sagrada cornunión. Vive;
pero con cierto linaje de vida latente, poco activa en
lo exterior: su vida es como el suefro de un nifro.
cCuál será la obra transformadora del Espíritu Santo?
2. Las sefrales coÍr que viene esta Persona divina
sirnbolizan la plenitud de la vida y del triunfo. El vien-
to irnpetuoso significa la fuerza irresistible; las len-
guas de fuego representan la luz recibida y comuni-
cada por la predicación, no rnenos qlre el ardor de una
caridad apostólica . Luz, arnor, Íuerza, es cuanto nece-
sita el hornbre para vivir verdaderarnente;lua amor y
fortale za resplandeciendo al exterior, es lo que se re-
quiere para conquistar.
3. Id, apóstoles, derrarnaos por el mundo inrnen-
so, civilizado ó bárbaro; no sois rnás que doce, vues-
tra condición os hace despreciables, no tenéis ni ar-
mas, fli influencia, y sin ernbargo, vuestra luz será
buscada por los sabios, vuestro arnor enardecerá los
catazones enf riados por un voluptuoso y escéptico
egoísmo, vuestra fortal eza uen.eiá á las "águilaô ro-
manas.
II. 1. Dirijarnos gustosos una mirada sobre este
ejército conquistador. iCuán frágil parece todo y cuán
endeble; rnas en realidad cuán õotiao es y cuán pode-
roso! icon cuánta razón sacaÍnos, de lás maravillas
de esta conquista, un poderoso argurnento de credibi-
lidad!
Tranquilicérnonos tarn bién sobre ra suerte de la
Iglesia. Quédanle la luz, el calor y la fuerza de lo
alto . Láncese en buen hora contra êtta el rnundo en-
tero. A medida que de ella se aleja y que la desdefra,
va sumiéndose en las tinieblas; y el frío de la muerte,
apresura, sin saberlo, el momento en que, perdido y

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376 F'BsrlvrDADEs DrvERsAs, EL ESPíRtru sAI\To

sin alientos ,, arrojaráse de nuevo en slts brazos para ha-


llar luz, caridad, vigor.
2, Pidamos para nosotros mismos, en esta solern-
nidad, aumento de 'fe, de caridad, de fuerzas espiri-
tuales.

III. Efectos de esta venida. - Notaremos tres


muy admirables.
I. 1. La comtrtleta tronsformacion de los apósto-
les.-Eran ignorantes, y ahora lo entienden todo per-
fectamente; estaban dudosos, fluctuando siempre, y
ahora sienten en sí todo el poder de una fe grande
y obradora de maravillas; eran tímidos y cobardes, y
ahora se levantan para anunciar la palabra de lo alto
á judíos y gentiles.
2. Si estamos, por ttuestra parte, llamados á los
trabajos apostólicos, supliquemos al Espíritu Santo que
nos otorgue, para cumplir bien nuestra misión, la cietr-
cia, Ia fe y el valor.
II. 1 . Eftcacio de su elocuencio. -Miles de al'
mas confies an á Jesucristo.
2. Algo de experiencia basta para convencernos
de cuán irnpotente es la humana palabfa, para producir
ciertos efectos, sobre todo efectos duraderos en las
almas. cQueremos hacer el bien sobrenatural? Unámo-
nos con el Espíritu Santo por el amor y la piedad.
III. 1. La t,ida sohrenatural de los convertidos.-
a) Tienen una sola fe é idénticos principios. á/ Son
unánimes: su unión es figurada por la recepción de un
mismo pan de vida en la sagrada comunión. c) Estan
desprendidos de los bienes exteriores, hasta el punto
de usar de ellos en común.
2. Disposiciones semejantes podemos fornentar
en nuestra alma por la docilidad ála gracia. 1Cuán

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LÕS DoNÊS DEL ESPÍRITU SANTo. DÍA 2.O 377

dichosa sería la hurnanidad, si quisiera dejarse trans-


forrnar por el Espíritu Santo! iY qué de conquistas
haría la lglesia, si el conjunto de sus fieles se pareciese
á los prirneros cristianos! Mas, ;córno acariciar tan ha-
lagüeflas esp eranzas, dada la humana debilidad? A lo
rnenos es realizable este ideal de unión y desprendi-
rniento, €fl las comunidades religiosas. procuremos
acercarnos á é1, si somos religiosos, y vivamos de tal
modo que no comprometamos con nuestra conducta el
completo éxito de tan hermoso designio.

col-oQUro

Des_pués de invocar el auxilio de los apóstoles y


de la Santísirna virgen, volvámonos hacia jesucristó
para recordarle sus promesas. Y luego multipliquemos
nuestros llamamientos al Es píritu santo. Tomemos
p_restadas á, la_lglesia sus tiernas y ardientes súplicas:
Ven, oh Espíritu Santo.

'sEGuNoo oÍA ou prNrecosrÉs.-Los dones der


Espirltu Santo

Plan de lo meditación
cimiento de -para un cornpleto cono-
rnagníficas operaciones Oàf Espíritu
]rt
santo, deberíamos tratar suceiivamente de la gracia
santificante, de las virtudes infusas, de las gracús ac-
tuales, de las gracias «gratis dadas». pero t-odos estos
temas han sido ya objeto de nuestra meditación en la
tercera parte (1). Réstanos, por consiguiente, conside-
rar los dones y los frutos Oêl gspíritü Santo. Comen-

(1) Del quinto al noveno y del décimo al duodécimo sábado.

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I

378 FESTIvIDADES DIvERsAS. EL ESPÍnfru SANTo

zaremos por los dones, y el ejercicio de este día lo


destinaremos á adquirir mayor inteligencia de ellos. A
este efecto los consideraremos sucesivamente en Su
noturaleza, es decir, en sí mismos, y en Su utilidad,
es decir, en SuS relaciolles con las virtudes y las mo-
ciones divinas. iQué son estos dones del Espíritu
Santo paÍa nuestra alma, según su misma noción?
dqué auxilio ofrecen á nuestra espiritual actividad? y
;cuál eS Su razon de Ser con respecto á las mociones
ãivinas? Tres puntos nos lo mostrarán como ador-
nando nuestra alma, completando nuestras virtu'
des y adoptrÍndonos (Í los mociones del divino Es-
píritu.

MEDITACION

"Dedit dona hominibus» (Ephes. IV, 8).


Dió tí los hombres dones.
1.er PnelUDIO. Representémonos al Sefror en Su
pesebre, y en este Niflito, á quien llama el profeta,
itor de la raíz de Jesé, reconozcamos al Hijo único del
Eterno Padre, al Verbo hecho carne lleno de gracia y
de verdad (1).
2.o PnelUDIO. Pidamos la gracia de conocer la
naturaleza de los dones del Espíritu Santo y de dedi-
carles particular estima.
I. Los dones del Espíritu Santo, cualidades de
nuestra alma.-I. 1. «Sobre la flor de la taíz de
Jesé descansará el Espíritu del Sef,or.' Así comienza
isaías (2) la magnífica descripción de la figura moral
del Mesías. Y p-sigue el profeta: «Llenarálo el Espí-

(Í) Joan. 1,74.


(2) Isai. XI, 1-3.

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Los DoNES DEL nspÍnttu sANTo. DÍA 2.o 379

ritu de sabiduría y de inteligencia, el espíritu de con-


sejo y de lortaleza, el espíritu de ciencia (de Dios) y
de piedad, y el espíritu de temor del Seflor» (1).
Este pasaje, unido al lugar de la epístola á los
Efesios, que hemos copiado al frente de esta medita-
ción, funda, con los datos de la tradición, la doctrina
teológica sobre los dones del Espíritu Santo. La Igle-
sia nos ensefra que el Espíritu Santo, á la par que ha-
bita en el alma de los justos, les cornunica, en diversos
grados, siete dones sobrenaturales (2), dejand'o por lo
demás á los teólogos la ulterior explicación de estas
espirituales liberalidades.
2. Raciocinando sobre estas indicaciones, se nos
manifiestan los dones del Espíritu Santo:
o) Corno una participlción de la plenitud de Cris-
to, una semejanza con EI, una comllnicación de su
vida sobrenatuial. iCuán preciosos deben parecernos
estos dones, aun por esta sola razón!
b) Como un efecto de la divina munificencia.
Don es una liberalidad de parte de alguno,, que nada
debe , á otro que ningún título tiene para exigirla.
c) Como una cualidad habitual de nuestra alma.
Lo que'se da, se posee para gozar de ello. Por lo
demás, la imagen misma de que se sirve el profeta, nos
lo dice bastante expresamente, pues que habla del
espíritu como descansando sobre Cristo, en cada don
que le es concedido.
d) Como una cualidad extraordinaria, digna de
admiración. Aun en el lenguaje corriente llámanse
(l) El hebreo dice literalmente: *el espíritu de ciencia, YSü
hacer respiror será el temor del Sefror,.
(2) Estrictamente seis, según el texto hebreo. Los dos últimos
de la enumeración latina son una legítima división en dos, del don de
temor de Dios mencionado por Isaías. KNaeeitBAuER, sobre este
lugar.

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380 FESTTVIDADES DrvERses. EL espÍntru sANTo
dones las cualidades excepcionales de los sentidos,
del entendimiento ó del corazón, que el hombre, con
Ios ordinarios recursos de la natura leza, jamás lle-
garía á adquirirlos. Y ;cómo dudar aquí del valor de
lo que nos viene de un dador divino?
e) corno una nueva conforrnidad con Dios. [Jn
tan precioso presente ;no revel aría su origen en sus
efectos? Adernás, noternos el lenguaje de Ia Escritura,
la cual no habla aisladamente de una Íortaleza, una
piedad, etc., sino que cada vez rnenciona al espíritu; y
acabando de decir: udescansará sobre El el Espíritu
de Dios,, afrade «el espíritu de sabiduría y de inteli-
gencia, el espíritu de consejo, etc. » Notan también
los comentaristas, que el profeta habla en singular y
no dice «los espíritus del Sefror le llen aránrr, slno,uél
espíritu, para significar que es uno misrno el espíritu de
sabiduría, de inteligencia, de consejo, etc. ». En cada
uno de los dones se reconoce al nrismo Espíritu Santo.
3. He aquí, pues, los rnagníficos aspectos bajo los
cuales se mrlestran ya á nosotros los dones del Espí-
ritu Santo.
a) Son habituales disposiciones de nuestr a alma,
sobrenaturalmente comunicadas por el Espíritu Santo,
que imprimen en el hornbre un sello divino, hasta
hacer sospechar que en él habita el Dios de amor. En
este sentido, se nos presentan como llenos del Espí-
ritu Santo muchos personaies bíblicos: Simeón, Este-
ban, etc.
h) Son el dote con que enriquece el Espíritu
Santo á nuestra alma , para hacerla digna del ehlace
con el Verbo divino. He aquí cómo debe Dios proceder
con nosotros. No puede comunicarnos las cualidades,
sin haber antes hecho nuestra substancia; al querer
amarnos, debe ante todo hacernos amables; si quiere

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Los DoNES DEL ESpÍRrru sANTo. »Íe 2.o 381

desposarse con nuestra alma , á El es á quien debe ésta


su traje nupcial y todas las joyas que han de adornarla.
c) Son el adorno de nuestro ser para servir de
Espíritu Santo.
morad a al '

II. 1. Esta vista debe humillarnos: todo nos rriene


de Dios, sin tener nada de nosotros mismos; pero
tarnbién debe hacer desbordar de gratitud nuestro
corazón, el ver cuánto de gracia y de riqueza se digna
el Sefror derranlar en nosotros.
2. iCuán bello resplandece el hornbre con los di-
vinos caracteres! 4QUé nobleza hay coÍnparable con la
suya? ioh, y cómo estas sencilias rellexiones nos
mueven á rogar al Espíritu Santo que visite nuestra
alma! Veni, Creator Spiritus.

II. Los dones del Espíritu Santo, complemento


de las virtudes. - I. 1 . El Espíritu de Dios es la
Íuerza y la vida. Si un soplo impetuoso y vivificante le
simboliza, no pueden sus dones ser simples adornos
de nuestra alma. Según las ensefranzas de la teología,
son hábitos divinarnente infusos que disponen al justo
á seguir las mociones del Espíritu Santo y perfeccio-
nan así su actividad. Una mirada a esta actividad
hará rnás evidente el oficio de estos dones.
En esta sobren atural economía con que Dios nos
ha favorecido, podemos ser llamados á una e.rtraor-
dinoria actividad, regida por motivos divinos fuera
de toda ley. Pero no tratamos aquí de esto, pues será
rnateria del tercer punto.
Con todo, aun la actividad ordinaria del justo com-
prende dos clases de actos. Los unos podrían hallarse
en una vida honrada de orden puraÍnente natural: el jus-
to evita la mentira, honra á sus padres, respeta á sus
superiores? observa la justicia y la equidad. Otros aÇ-

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382 FESTIvIDADES DIvERSAS. E,L ESPÍRITU SANTo

tos, manifiestan una vocación sobrenatural: tales son los


actos de fe, de esperanza, de caridad; actos de las tres
virtudes teologales, que no hall arían equivalente en el
orden natural; tales son tarnbién ciertos actos de las
virtudes morales, que se practican según una regla su-
perior á la simple razón: así la profesión de virginidad,
en lugar de la castidad conyugal; la rnortificación, en
lugar de la simple tern planzd; el buscar las hurnillacio-
nes, en lugar de una justa moderación en desear
honores (1).
Ahora bien, toda esta actividad hállase en.el justo
bajo la influencia de la gracia, la rnoción del Espíritu
Santo y las virtudes infusas. Los dones del divino Es-
píritu, haciéndonos dóciles á sus irnpulsos, ejercen so-
bre esta actividad su poderoso influjo.
a) La importancia de estos dones es rnanifiesta,
para los actos que en sí mismos provienen de una su-
perior actividad. Fijémonos, en efecto, en que las vir-
tudes sobrenaturales no nos dan facilidad alguna para
obrar según su dirección; puesto que no resultan de
nuestros actos, coÍno las virtudes naturales; y Dios
nos las comunica para fortalecer, con respecto á nues-
tro fin sobrenatural , la capacidad de nuestras fa-
cultades. Con solas las virtudes sobrenaturales nos
hallaríamos, para esta actividad superior á las inclina-
ciones de la naturaleza, efl la situación de uú hombre
que, en el orden natural, estuviese dotado de las fa-
cultades para obrar; pero sin haber adquirido ninguna
costumbre de bien obrar. 1Cuánta necesidad experi-
mentaría de un cúmulo de disposiciones que le hi-
ciesen fácil lo que, sin ellas, le es simplemente im-
posible! Pues bien, este apoyo tan precioso nos lo

(l) SaN Tuou. Summa theol. 1.2, q. 63, art.4.

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Los DoNES DEL EspÍRITU sANTo. DÍA 2.o 383

presta el Espíritu Santo; el cual viene liberalmente


á facilitar, con sus dones, la acción de nuestras facul-
tades y virtudes, é inclinarnos á obrar por un fin sobre-
natural. EstábaÍnos inclinados á, la tierra; los dones del
Espíritu Santo nos irnprirnen un victorioso irnpulso ha-
cia el orden divino.
b) lTrátase de actos que podrían pertenecer á la
natural honra dez? Pues el hornbre llarnad o á practicar-
los ha sido tal vez, durante largo tiempo, víctirna del
vicio, y Ia gracia que le ha sido dada, no ha aniquilado
su propensión al rnal. Intervienen entonces los dones
del Espíritu Santo como victorioso socorro, para mar-
char á través de la dificultad, al acto bueno á que el
rnismo Espíritu le rnueve. Mas, aun cuando el acto se
hiciese fácilrnente y sin obstáculo, provisto el hombre
que lo ejecutase, de los dones del Espíritu Santo, es
ya un hombre que mira á las cosas del cielo, y tiene un
modo de obrar en que se muestra esta sublime dispo-
sición: es verídico, leal, piadoso, de distinto modo que
quien ignora el cielo; los dones del Espíritu Santo
hácenle practicar más divinamente las humanas ac-
ciones.
II, Los dones, pues, del Espíritu Santo ,, á la par
que ennoblecen, elevándola, la honrada actividad que,
en la vida cotidiana desplegamos; son para nuestra
actividad directarnente espiritual, indispensable com-
plernento que nos la hace moralmente posible. iGran
beneficio! 1Y cuántas gracias debemos dar á Dios por
él! Pero aprendarnos al rnisrno tiempo qué debemos
pedir cuando la tentación llama con rnayor violencia á,
nuestra puerta, cuando experirnentarnos rnás viva pro-
pensión al rnal. Lo que entonces nos conviene es una
'más abundante comunicación de los dones del Espíritu
Santo. He aquí lo que, efl estos mornentos, hay que

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38.T FESTIVIDADES DIvERSAS. EL ESPÍRITU SANTo
implorar de Dios, por Cristo, QUe envía ai Espíritu
Santo, y por la Madre de Cristo, gue nos aTcanza to-
das las gracias. Y he aquí también lo que abundante-
mente nos asegul'a la verdadera devoción al Espíritu
Santo. Confesemos nuestra indigencia; recurramos al
clivino Espíritu.

III. Los dones det Espíritu Santo, preparación


de nuestra alma para las divinas mociones.-I. Aun-
que el Espíritu Santo secunda el ordinario ejercicio de
nuestra actividad, resérvase con toclo, este divino
huésped, prisionero voluntario y por amor, una acción
superior, que muchas veces no conocereÍnos sino por
sus magníficos efectos. Será una luz que en un mo-
mento nos transf orme; un f astidio de las cosas in-
feriores; un sabor de las divinas, gue no responde ni á
nuestros hábitos, ni á las circunstancias en que nos en-
contramos; será la palabra que conmueve un corazón
endurecido, el consejo, cuyo no sospechado alcance
salva un alma; en una palabra, alguna maravilla en el
orden sobrenatural. Los dones previenen nuestra resis-
tencia, y aun nos disponen habitualrnente para seguir
esta acción del Espíritu Santo (1). Por ellos déjase el
hombre llevar, en todo, á voluntad de este divino soplo.

(1) Como se habrá notado, los dones del Espiritu Santo, tales
cuales los hemos descrito, tienen una constante utilidad en nuestra
actividad sobrenatural. Esta noción se desprende del análisis de su
concepto, y parécenos responder más plenamente á la idea del Doc-
tor Angélico. Sum. theol., 1,2, q, 68, a.2. Creemos que muchos teó-
-logos restringen demasiado la utilidad de los dones del Espíritu
Santo. Parecen convertirlos en soberbios ornamentos, que no sirven
sino en circunstancias raras, para acciones inexplicables sin una in-
tervención sobrenatural, como por eiernplo el hecho de precipitarse
un mártir en la hogrrera. Son, en realiclacl, facilidades para obrar so-
brenaturalmente, que'al mismo tiempo nos dísponen á seguir todos
los impulsos de Io alto.

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LOS I )ONES DEL ESI'ÍRITU S.\i\TO. I)Í ,I 3.O 36Ó

ritu de Dios!

coLoQUIO

peram

TE,RCER OÍf oe PENrecosrÉs.-Los dones del Espiritu


Santo (continuación,)

Plan de la meditacion -Después de haber consi'


derado el lugar que ocupan los dones del Espíritu
Santo en la Jobrenatural economía de nuestra santifi-
Cación , trataremos ahora de precisar la naturaleza de
I

cada uno de ellos, procurando mantener la distinción


establecida entre los dones y las virtudes sobrenatu-
rales, y no confundirlas tampoco con las cualidades na-
turales del mismo nombre. Sucede que algunos autores
se equivocan sobre el alcance de estos dones, atri-
t'l'":i::::,,"*i:l'J' sentido que res susiere er

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336 FESTTVIDADES DIvE,RSAS. .EI- ESPÍRITU SANTo

Los dones del Espíritu santo parécennos reducirse


á dos clases: unos conciernen á nuestra conducta en
general; los otros á nuestras relaciones con Dios.

leza del don y su utilidad espirituar; nos excitaremos


al aprecio del rnisrno don y al deseo de poseerlo; y
tanto los pensarnientos como los sentimientôs se tranJ-
forrnaràn en ardiente súplica, para obtener una abun-
dante coÍnunicación del Espíritu Santo.

MEDITACION

1.er PnpluDro . Representérnonos á María ani-


rnada de un san to júbilo, cuando, delante de Isabel ,
entonó su cántico de gratitud, el lllagniftcot.
2.o PneulDro. Pidamos la gracia de una grande

(l) véase especialmente á KxaaBNBArÍER, s. J. sobre Isaías.

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LoSDoNESDELE,SPÍRITUSÀN,ro.oÍe3.o387
estima y ardiente deseo de los dones del Espíritu
Santo.

ó cual fin ó designio (fin más ó menos elevado, se-


gún los cálculos personales ó políticos); otro tercero
Ievélale tal vez las cosas tal cual se hallan en el plan
divino, le habla de Dios y de sus infinitas perfeccio-
nes. El hombre dotado de vastos conocimientos espe-

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338 FESTIVIDADII,S DTVERSAS. EL ESPÍRITU SANTo
creadora, estimando las cosas coÍno son delante de
Dios y descubriendo su final utilidad. Esta elevada
sabiduría se rnanifíesta y se perfecciona en un len-
guaje que eleva á los dernás á concepciones seme-
jantes.
El don de sabiduría abre nuestra inteligencia á tan
nobles pensaÍnientos, pudiendo decirse de" ella que es
una facilidad sobren aturalrnente infusa para conce-
birlos.
2. gcórno podríamos desconocer las grandes uti-
lidades de sernejante don?
a) iNo son los el_evados pensarnientos principio
de las grandes acciones?
b) cNo sacamos de la sabiduría un supreÍno de- \

leite? Los puntos de vista intelectuales prôporcionan


Ínayores goces, que los hermosos espectáculos que en-
cantan la vista del cuerpo: de todos los puntos de vista,
Ios rnás nobles son los divinos. He aqui cómo la sabi-
duría proporciona un gusto de las côsas divinas que
1,r_.. insípidos los placeres inf eriores. Es lo que la
Iglesia nos hace pedir con frecuencia: «Oh Dios, rue-
ga ella, conceded á vuestros fieles el menospreciar
las cosas de la tierra y el gustar (sapere) ias del
cielo » (1).
La sabiduría entona el Magnificat del alrna que se
regocija en Dios.
c) La sabiduría, descubriéndonos el providencial .-j

destino de todas las cosas, nos dispone para referirlo


todo á Dios y dar á Dios gloria en todas las cosas,
proporcionándonos así continuos méritos.
d) Al derramar este don en nuestras almas, prê-
(1) véase,.por-ejernplo, la oración que sigue el veni creatorrla
secreta en la misa del Patrocinio de San Jose, etc.

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párase, ;::'";J; ilffi:ffi' ;1,:;,,-.:;
pronta á comprender las grandes cosas que El se dig-
nará comunicarnos y los sublirnes fines de sus noblés
aspiraciones.
II. 1. DeseeÍnos ardientemente Ia abundante co-
municación de don tan precioso.
2. Ejercitémonos en interpretal divinarnente los
hornbres, las cosas, Ios acontecirnientos. Renunciemos
á las miras inferiores y puraÍnente naturales, acordán-
donos de la palabra: Animalis ltomo non percipit eo
qaae sunt Spiritus Dei. El hombre anirnai, estó es, el
que no se gqíu sino por su naturaleza, flo conoce lo que
es del Espíritu de Dios» (1). Dispongárnonos de estos
dos rnodos á recibir los dones de lo alto.

II. El don de entendirniento.-I. l. El entendi-


miento es la agu deza de la rnirada del espíritu, una
sutileza capa z de discernir las cosas y de caiar Ia rea-
lidad á través de las apariencias. Aplica da á los únicos
gbjetos que espiritualmente nos interesan, ser-á la ha-
bilidad en descubrir los lazos de las criaturas, en coÍn-
prender las armonías de la fe y discernir los movirnien-
tos interiores de nuestra alÍna.
2. lDon precioso!
a) confirma y facilita la fe, cuyas pruebas paten-
tiza y cuyo mérito hace resaltar.
b) En los acontecirnientos de acá, abajo, previene
. 'É,áculos,
el desconcierto y turbación que causan ciertoi espec-
ciertos golpes, ciertós sucesos.
_ ', c) Descubre los lazos seductores del enernigo y
facljlit a la sobren atural prudencia, que divinarnente ava-
lora- todas las cosas.

(l)'l J." Cor. II, 14.

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390 FESTIvIDADES DIvItRSAS. EL ESPÍRITU SANTO

d) Facilit a lainfluencia del Espíritu santo, hacién-


donos prontos á reconocerla, sagaces para distinguirla,
hábiles en comprender ros motivos de las más extraor-
dinarias resoluõiones y de los más considerables sacri-
ficios. Dios habla, Y se conoce su voz'
II. Dispongamos nuestra alma para recibir este
don, ejercitândõnos en la fe y conf ianza en Dios, acor-
dándonos de la palabra: uLós que ponen en el Seflor
su con Íianza tendrán la inteligencia de la verdad» (l);
cultivando luego el recogimiento y la atención interior,
qu. nos hacen-sensibles ã los toques de la gracia '

III. El don de conseio.-|. 1. El conseio es -la


aplicación juiciosa de los principios generales á
los
.àror partículares (2),, y rige las. decisiones prácticas
que toma nuestro entendim-iento bafo la influencia de
la voluntad. El consejo, entendido como cualidad so-
'partido
brenatural , abraza el de la voluntad deseosa
de obrar bien. y'el don de consejo es cierta facilidad
comunicada á la inteligenci a y á la voluntad: á' la
inte-
ligencia para penetrir los motivos de practicar lo
bíeno y áun lo más perfecto; â la voluntad para aÍnaÍ
sinceramente el bien.
2. sin el don de consejo iqué .de funestas in-
fluencias ,oã- apartan del buen' ôamino ó nos hacen
pro-
titubear! lCuánta necesidad tenemos de ver'laluz
yectada por el deber y la virtud, y de. que nuestra
íoluntad se entregue á sus nobles atractivos!
Nuestra inteli[encia, si está pronta á decidirse qgt'
del E;s-
el bien, lo estará para aceptar lás sugestiones
piritu §anto. El àon dà consejo es quien preparad el
iamino á, laacción de este divino Espíritu.
(1) Sap. III, 9.
(2) VAãt;i; explicación dada en el primer tomo'

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r, ;;H;.*, il: ;, ffi,:':.:;",.:::
que rros ha sido díficil entrar por los caminos de la justi-
cia y de la santidad. Invoquemos al Espíritu Santo, güe
se digne ser nuestro consejero, amigo fiel é inaprecia-
ble; que nos aparte de todas las acciones dignas de
arrepentimiento y nos conduzca y aun nos compela
á toda decisión noble y saludable.

IV. El don de lortale za.-L. 1 . La fortalezo


triunfa de los obstáculos; en nuestro caso concreto, de
los obstáculos que se oponen á los resultados sobre-
naturales; va á donde quiere Dios, desafiando todos
los peligros, aun el de la rnuerte.
El don de f ortale za es un sobrenatural valor, con
el cual todo se sufre y afronta con facilidad por la
causa de Dios. Los discípulos, en el Cenáculo, y aun
antes de la venida del Espíritu Santo, tenían la virtud
de la fortaleza (1); pero la manifestaban poco. aQué
no hicieron, en cambio, cuando les hubo el Espíritu
Santo comunicado la abundante efusión del don de
fortal eza? Ved también el heroísmo de los mártires.
2. 1Cuán débiles somos y cuán erizado de obs-
táculos aparece el camino del cielo! iCuán oportuno
es, pues, recibir del Espíritu Santo este refuerzo!
Este don acaba de hacernos dóciles á la Yoz del
Dios de amor. Dispuestos por la sabídurío á concebir
1. srandes cosas, por el entendimiento á distinguir los
ilamamientos de lo alto, por el conseio á adoptarlos,
restanos aún que nada nos impida la ejecución. Re-
ver,tidos de fortalezo, podemos decir: uOh Espíritu
Sarto, soplad donde queráis; que estamos prontos á
seguiros á todas partes.»

(l) Para la noción de esta virtttd, véase más arriba.

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392 FES'uvI Dq DES r)t v ERsAS. E L Irsp íntru sAIy ro
II. Afradamos á, la oración, e I esfuerzo por ejer-
citar nuestra voluntad en ser constante y nuestras pa-
siones en sorneterse.

coLoQUro
Pidamos al Espíritu Santo, eÍl un fervoroso colo-
quio, esos útiles y necesarios complementos de nuestra
actividad; supliquémosle nos confiera prontarnente, en
el orden sobren atural, esas facilidades á que no se
llega sino por medio de un largo eiercicio. iOh! Ven,
Santo Espíritu, á nuestros cotazones, QUê son tu-
yos. Dirígelos como gustes. María, obtennos esta gra-
cia. Veni Creotor.

OÍA CUARTO.-Los dones del Espíritu Santo (conüinuación)

Plan de la meditación
-Este ejercicio tiene un
importantísimo objeto, pues está consagrado á las
disposiciones sobrenaturales que el Espíritu Santo de-
Írama en nuestra alma con respecto á Dios. En el
texto hebreo el quinto don, la cíencia, se refiere á
Dios tanto como los dos últirnos que encierra el pro-
feta en la enérgica expresión: Y el temor de Dios
sercí su respiracion ( 1). Versará cada uno de los
puntos sobre uno de los tres últimos dones: ciencio,
piedod y temor de Dios.
. -rç
'b
MEDITACIoN J

"Haec est ctutem vita oeterno, ut cognoscant te,


solum verum Deum, €t quem' misisti v
Jesum Chrip-
tum» (Joan. XVII, 3). \
(I ) Isai. XI, 3.

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LoSl)oNI.SDELESPÍnrruSANro.DÍA4.()393
Enestoconsistetavidoeterna,%fi.queteco.
y at ?ue has enviado
nozca tí ti, solo Dios verdodero
kturtílt'Ê'*u,-uDro. corocados alrededor de Jesu-
pleg aria que después
-..á.en_tu sublime
cristo, oigaãosie,
7 ru pad-re, pronunciar las
de la írltima dúgó
palabras qu. acabamosãe transcribir'le gracia de vivir
pidá*o, la gran
2.o pnElrrDro.
.n óiot, de Dios Y Por Dios'

I. 1' Ponían los


Don de ciencia de Dios'-l' el conocimiento
en
antiguos i; iu*o de la sabiduría puede flo
que pTa.aquí,
de sí mismo; pero la sabiduría
ser sino l;-hã la vidã preset: lcuanto meior nos
Conocinriento' sin
invita Jesucristo a .onoãer a Diosi
es necesariamente im-
el cual el de nosotros mismos
ala vida eterna'
perfecto, y qu.e nos asegur
en nosotros la viva
Esta ciencia de Dl;: traslada
Oá ioAu, las divinas
perfecciones y de todos
imagen
ros deberes que nos unen
con la infinita Maiestad y,
y á todos los
por to mismol nog hace blandot ló:il9:
llamamientos der I spíritu
santo. ieue dificultad podría
il;;t el que t.ong:t á Dios?
2,MasédedóndeSesacaestaciencia?Todaslas
y El mismo
d: Dios
criaturas hablan "to.r",rtemente Es verdad que los
se revela en las verÀ;à;t de la fe'
osplacerespuedendistraernoséim-
elosrazonarnientosdelhombre'en-
t
T: ii, : i".',:"ffi"? ,},'â? ,1 *' }, üt
adquirir esa teolo-
dispon e á raciocinai sobie Dios, á
gíaenteramentepráctica,queestáalalcancedelos
sencillos y peqr.nuãiãr.
o'Oi glorifico, exclamaba Je-
por haber ocul-
.n ái Éspiritu"santo,
súrs , goránào..

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394 FESTrvtr)Ar)E,s DIvlJRsÀs. EL ESpil(ITU sANTo

tado estas cosas á los sabios y prudentes, para reve-


larlas á los pequefros» (1).
II. Mientras que la mayor parte de los hombres
cierran sus oídos á los acentos de la creación visible y
rechazan las verdades de la fe, ó las relegan á un
rincón perdido de su inteligencia, llegan los santos,
guiados por el Espíritu Santo , á luna admirable ciencia
de Dios y de las cosas divinas. 1Cómo les hablaba de
Dios Ia naturaleza! lQué bien comprendían el lenguaje
de los salmos! «Los cielos anuncian la gloria de Dios
y el firmamento publica las obras de sus manos. LJn
día comunica á otro día esta rrerdad, y la noche la
cuenta á otra noche, (2).La fe les instruía maravillo-
samente sobre las divinas perfecciones, los derechos
del Sef,or sobre su criatura; cómo debían portarse con
El, todo lo que de El debían esperar. Estas nociones
se les habían hecho familiares, sacaban á manos llenas
del tesoro de las más fecundas verdades. La fe en
Dios había producido la ciencia.
Siguie ndo á los santos, pidamos a las criaturas
que nos hablen de Dios; gustemos de raciocinar reli-
giosa y prácticamente sobre las verdades de la fe y
las sentencias de los libros sagrados; y pidarnos al Es-
píritu Santo se digne derramar en nosotros la ciencia
de Dios.

II. El don de piedad.-I. 1. De todos los dones


del Espíritu Santo, ninguno debe atraer tanto nuestro
espíritu y nuestro corazón, como la piedad. Gloria es
de la religión católica exigir al hombre que hable coÍl '

Dios como con un Padre, en vez de arrojarle temblan-


do á los pies de un Sefror airado y sin amor; ningún
( 1, Luc. X, 21.
(2) Ps. XVIll,2,3.

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LoS DoNEr; Dt{r. IISPíRII'Ii :\AN't O. t Í.r 4.o 395

sentimiento tiene tanta intluencia como la piedad para


con Dios, para transformar toda nuestra vida; nada
nos facilita tanto el cumplirniento del deber, ni nos con-
duce á todo lo bueno, como la delicadeza y generosi-
dad de un corazón de hijo; nada rnás adecuadarnente
responde á nuestra verdaCera condición, ya que somos
hijos adoptivos de Dios; nada finalrnente nos da tanta
prontitud en obedecer á Dios; sus llamamientos son
irresistibles. iCon cuánta instancia nos inculcan el Se-
fror y sus apóstoles la divina paternidad y la necesidad
de mirar á Dios como á un Padre! «Sefror, enséflanos
á otar,r. «Cuando orareis, diréis: Padre» (1). El espí-
ritu, que debe caracterizarnos, no es el espíritu de ser-
vidumbre y de temor, sino el espíritu de adopción (2).
2. Pero es tan grande Dios y, por ende, dista tanto
de nosotros; sornos tan pequeflos y miserables, QUe
se nos hace muy difícil tratarle como Padre. Entonces
nos visita el Espíritu Santo y, sellándonos con sus ca-
racteres, graba sobre todo, en el fondo de nuestro co-
razón, el amor filial para con Dios. oÉl nos convence,
dice el Apóstol, de que somos hijos de Dios» (3).
II. Esforcérnonos en cultivar la virtud de la pie-
dad que Dios ha puesto en nosotros, y en responder á
las inspiraciones del Espíritu Santo, tratando de re-
conocer en todo la paternal acción de la Providencia
y portarnos como hijos dignos de tal Padre. Reciba-
mos los beneficios divinos, conlo que vienen de una
mano paternal, y adoremos su paternal voluntad aun
en los decretos que parecen rigurosos. Instantemente
roguemos al Espíritu Santo, que fornente en nosotros
el don de piedad.
(1) Luc XI, 1,2.
(2) Rom. VIII, 15.
(3) Rom. VIII, 16.

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396 FESTIVI DADES DIv[.-RS IS. Et. E.SPíRITI] SANTo

III. El don de temor.-I. 1. El temor, ádife-


rencia del miedo, no lleva consigo ni turbación del alma
ni debilidad. Inspírase en la prudencia, cuando corres-
ponde á una mirada de la mente sobre el objeto del
temor: hay temores razonables, los hay loables; hay
un temor santo: el de Dios.
El temor, que se refiere al don del Espíritu Santo,
no excluye el amor, sino que forma parte del senti-
miento filial. Entendido de otro modo, el temor no po-
dría ser contado ennre Ios dones del Espíritu Santo
junto á la piedad. En el temor hay respeto y puede
mezclarse con él la desconfianza. Sólo el temor que re-
sulta de la desconÍianza es desechado por el amor;
mas, aun para el hijo rnás amante, queda Dios una im-
ponente Majestad, terrible en su venganza, al mismo
tiempo que es infinitarnente bueno. Inspira confi anza,
pero no aut oriza ninguna terneridad. Sin este temor,
disminuiría el amor, dejando de ser respetuoso.
Las solicitaciones al pecado, las seducciones de
los placeres, la impunidad de numerosas culpas que se
conocen y de muchas otras que se sospechan, pueden
quitarnos este saludable ternor. Pero el don del Espí-
ritu Santo penetra de él nuestra alma.
2. Clara es la grande utilidad de este don. El horn-
bre lleno de este temor no puede pecar, practica con
cuidado cuanto ofrece á Dios, y el respeto que pro-
fesa á la divina Majestad., le hace someterse á todos los
planes, á todos los designios de la Sabiduría infinita.

col-oQUro

Durante el coloquio, podría sugerirnos sentimientos


y oraciones la enérgica expresion del profeta: «Cristo
respira por el temor de Dios.» iEs su vida! Purifí-

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LOS FuUl'OS DEL nsPÍnr lu sAN l'O. Oíl 5.t' 397

canse, efl presencia de este temor filial, nuestros senti-


mientos y nuestras ideas, como la sangre que, puesta
en preseírcia del aire en los pulmones, circula saneada
úi todo el cuerpo llevando á todas partelel vigor y la
vida. Antes había dicho el Eclesiástico: «Teme á Dios
y observa SuS mandamientos, que esto eS todo hom-
ír., (l). pidamos con instancia Dios la gracia de
á,
imit ar á su divino Hijo y ser sefralados por el Espíritu
Santo con el sello de la divina filiación, de modo que
siempre nos portemos como hijos del Dios grandísimo y
santísimo. Veni Creator.

OÍf QUINTO.-Los frutos del Espíritu Santo

Plan cle ta meditacion -san Pablo nos instruye


sobre los frutos del Espíritu Santo en los versículos
22 y 23 de su carta á lôs Gálatas. El texto griego gti_
ginál y las antiguas versiones latinas no enumeran slno
nueve frutos dãl Espíritu santo, en lugar de los doce
que se cuentan en lás ediciones corrientes de la Biblia
tàtina. Creció el número, con la diferencia de las tra-
ducciones. por lo demás, están concordes todos en decir
qr. el Apóstol no prete Pleta,
sino sólo citar algunos e al nú-
mero de nueve, Y efl esta sobre
estos frutos, .onõiderarem natu-
raleza y la utitidad de conocerlos; cuóles son los
tres Primeros !' su mutua conetión'
MEDITACION
u .si spirítu vívímus , spiritu et ombulemus >>

(Galat. V, 25).
si vivimos en espíritu, onclemos tombién en espíritu.
(t) Eccli. XII, 13.

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398 FEsTTvTDADES DTvERSAS. EL EspíRrru sANTo
1'n PneluDro.-Representérnonos á Cristo conver-
-sus apóstoles la noche que precedió á su
sando con
pasión, y descubriéndoles la perspectiva de las conso-
laciones del Espíritu Santo.
2.o PneluDro. Pidarnos instanternente la gracia
de ser de aquellos discípulos que, á su íntima unión con
Jesús, vid verdadera' deben ót ttevar rnucho fruto (l).
' r.-Naturaleza de estos frutos.- I. .1 séllanos el
ermanente por rnedio de los
os ya rneditado y por rnedio
uestos á obedecerle. aC uá-
é actos nos rnueve? He aquí
er. Estos actos, considera-
Ínos; productos de ra divina 3i;?,?l
í,?J::t?:#-Xll';1
gozo; y sin ernbargo, con relación á la vida ete-rna, flo
son sino flores (2).
2. ;cuán útil nos es conocer estos frutos!
a) cNo es por ventura eticaz el irnpulso cuando
sabernos que emana de una Íuerza sublirrôl
.iy no es
un honor ejecutar una acción á la cual nos estirnula
Dios mismo? El conocirniento, pues, de los frutos del
Espíritu Santo nos alienta á l,a práctica del bien.
b) Estos frutos que, inspirado, e nurnera el Após-
tol, nos descubren los vastos horizontes de la u.rdr-
dera virtud; de suerte que, efl aderante, ya no la rnira-

, ( l) Joan. XV, 5.
(2) véase el hermoso pensamiento ce Sesro
2''"' Q'70' a' 1' TorrrÁs, sum. l.a

.""=r:1T,1:?:,ff?,r.r?r"roiltr?,"Jàffí:
as obras, todas son frutos que lleva-
s como fruto sino la bienaventuranza

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LOS FRUTOS DtIL ESPÍRITU SANTO. OíA 5'O 399

remos como encerr ada en el estrecho círculo de una


devoción exterior Y mezquina'
c) Nos ponemos en guardia contra el enemiglEspí-n9-
tando las seáales que calacterizan la moción del
ritu Santo.
d) La hermosura y nobl eza de estos impulsos nos
hacen rech azar con máyor energía los viciosos estímu-
los de la carne enemiga.
II. La Imitacióí de Cristo nos habla elocuente-
mente de los diversos movimientos de la naturaleza
y de la gracía (1).Muy útil nos es comprobar que es-
ias pagiãas tan à*p..rivas no son sino el desarrollo de
los vefsículos lg-25 del capítulo V, de la carta á los
Gálatas. La irrecusable autoridad del Apóstol hace des-
aparecer toda duda ó perplejidad. Demos gracias á
ó'iá, por haber hecho consignar esta doctrina en la sa-
protestas de do-
[ruau Escritura. Repitamos nuestras á seguir
ãitioua mostrándonos enteramente, decididos
las mociones del divino EsPíritu'

II. Los tres primeros frutos. -1. 'AT anr1. L!, ca-.
ridad. 1 . Acusábase á los cristianos de odiar al
gen.to humano, siendo así que el primer impulso del
Éspíritu que les aniffiâ, es el amor. Y no podía menos
de ser asi. El amor representa al Espíritu Santo que
en nosotros habita, y resume todos los preceptos de
la ley.
2-. Amar á Dios y amar al prójimo, repetir cuanto
sea posible estos actos y hacerlos más y Tái intensos:
he aquí la primera sefral del que anda , ambtrlat (2), PoÍ
los caminos del EsPíritu de Dios.
Lejos, poÍ coniiguiente, de nosotros las ideas de
(l) L. 3, cap. 54.
(2) Galat. V, 16.

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'100 F-EsrIVrDADEs DrvERSAs. EL ESpÍRrl.u sArsro

disgusto, Ias apreciaciones pesirnistas, todo cuanto pa-


taliza el ímpetu hacia Dio ó hacia los hombres. Corno
vigilantes centinelas, comprobernos cuidadosamente
los sentirnientos. que intentàn pene trar en nosotros y
cerremos resueltarnente la entr ada á cuantos son con-
trarios al amor.
II. xapa. Gozo. 1. Incúlcanos aquí el Apóstol el
gozo virtuoso á que nos provoc a la vi§ta de Dlos y del
bien que se hace, el cual es combatido por los envidio-
sos celos que más arriba (1) enuÍnera San Pablo entre
las obras de la carne.
2. Ningún lgur hay que dar ala envidia que opri-
Íne el corazón. Este es el segundo artículo de estodi-
vino prograrna.
III. Eipiyrl, Prtz. 1. ;córno fornent arla á nuestro
alrededor? Acusa San Pablo a la carne de ser inclinada
a rivalidades
_y discusiones (2); y por tanto, hay que
huir de tan funestas tendenciai. beben despuãs Ia
discreción y una sabia prudencia, no sólo prevànir las
rnutuas sospechas, sino cegar una caudaloia fuente de
discordias. separnos finalmenter poÍ medio de palabras
benévolas, unir á los hornbres y hallar frases que apa-
cigüen las iras.
2 cQué exaÍnen hay que hacer en este punto? Ne-
gativo y positivo á la vezr Qüe llarne nuestia atención
sobre los defecto_s_ que hay que evitar y las lagunas de
nuestro obrar. Veremos por este medio que debe-
Ínos introducir en nuestra vida irnportantes ieformas.
Por nuestra generosidad en rea[izarlas y por nues-
tra constancia en procurar un perfecto iesultado,
llegareÍnos, con la gracia de Dios, á la más exce-
lente virtud cuyo fruto viene á ser una bienaventu-
(1) Ibid. v,2t.
(2) Galat. V ,20, 21.

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FRUTos DEL ESpÍRtTU sANTo. pÍA 5.o 401

ranza; sereÍnos los pacíficos, llamados hijos de Dios.

III. Conexión entre estos tres frutos.-I. 1. Mués-


tranos ya el Apóstol, al expresarse en singular (1),
que estos frutos son efectos de un mismo Espíritu y
que una sola disposición perfecta trae todas las dernás.
2, Pero notemos la especial conexión que enlaza
los tres primeros frutos.
a) El amor va siempre acompaflado de gozo: la
unión con el amado dilata el corazôfl, Y amando, se goza
la paz de estar bien con Dios y con los hombres (2). iY
no eS también el aÍnor causa de gozarse tanto por
el bien de los dernás como por el propio? Ahora bien
iqué paz más sólida que la que está fundada en el
arnor?
b) El gozo del bien ajeno hace á uno amable y
causa amor. ucQuién, dice SeN Acusrix (3), puede go-
zaÍse sin amar el bien de que se goza? ;Y cómo tener
paz verdadera sin amar?»
El gozo, como opuesto á la envidia, evita las pala-
bras que separan á los hornbres entre sí.
c) A su vez, la paz perrnite á los ojos ver las
cualidades que hacen á uno amable, y al corazÓn, go-
zarse de ellas.
II, La observación de este mutuo enlace de las
virtudes, no sólo debe hacernos apreciar más la adqui-
sición de cada una de ellas en particular; sino que ade-
más nos perrnite cornprobar Ia una por medio de la otra,
al objeto de reconocer su sinceridad y soli dez, Y nos
ofrece un medio de relorzarlas todas.

(l) Como Isaías hablando de los dones. Véase más arriba, en


la meditación pára el 2.o día de Pentecostés.
(» S. Tnou . Sum. l.^ 2."", e. 70, art. 3.
P L' t 35' cor 1852' 1853)
:'1",':i;:::::i:"'::,r'

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,TO2 FESTIVIDADES DIVERSÀS. EL EsPÍRTTU SANTo

coLoQUro

Dirijámonos al Espíritu Santo para que derrarne


abundantemente en nosotros el aÍnor de Dios y de los
hombres. Veni, Creator Spiritas. Infunde amorem
cordibus. Ven, oh Espíritu Creador. Infunde amor en
los corazones.

OÍe SEXTO.-Frutos del Espiritu Santo. (Continuación).


Plttn de lcr meditacion
-En los tres puntos de esta
meditación, vamos á considerar dos á dos los seis últi-
Ínos frutos del Espíritu Santo enumerados por el Após-
tol, que son: Longanirnidad, Benignidad, Bondad,
Fe, tlonsedumbre !, Continencia.

ftlEDITACION

Spiritu ambulate et desideria carnís non perfr-


cietis (Galat. V, 16).
Andad en espírita y no cumpliréis las obras de
lo cArne.
1.Bn PneluDro. Representémonos también á Jesu-
cristo hablando á los apóstoles, del Espíritu Santo que
va á enviarles como á su gran consolador.
2.o PRELUDIo. Pidamos la gracia de producir con l-
abundancia los frutos que el Seflor promete á los que
permanecen en El.

I. La longanimidad y la benignidad.-I. 1 Maxpo-


0up,ía. a) La longonimidad es la extensión de un
gran valor que jamás se cansa de esperar ni de obrar
para bien del próiimo. Es, €r sentido espiritual, una

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FRuros DEL ESPÍRITu sANTo' oÍ'r 6'0 403

abundante provisión de aire respirado para


proveer á
una larga .àtt.ta. Sabe aguardar el momento oportuno
para corregir y endere zai es tena-z en proseguir lo em-
y
prendido pãr a-la conversión ó perfección de un alma,
iiene siempre palabras cle aliento'
b) La divina longanimiclad es celebrada por l, (1)' P:-
critura: «Dios es longãnimo', exclama el Salmista
de la
San pablo nos urge 7 no despreciar las riquezas
de la paãiencia y longanimidad de Dios (2) 'La
bondad,
historia del pueblo esõogidó, lo mismo que nuestra
que
historia íntimâ, es buen testigo de]la paciencia con
el Seflor de todas las cosas aguarda á que su criatura
se aproveche de la gracia pará volverse á El' Es
que
Dios es amor.
Ya en el antiguo Testamento se nos propone al Se-
que-
f,or como modelõ de longanimidad; no acabará de
no-apagará la mecha que aún hu-
brar la caf,a cascada;
*n.u (3); píntase á sí mismo con los rasgos del padre
del hiló pródigo. Es que Jesucristo ama á los hombres
hasta dar por ellos su vida.
Entre los hombres, el tipo de la longanimidad es la
madre. Es que ningún corazón ama como el suyo' 6Deja
famás
'gar una àadre ãe cuidar á su hijo enfermo ó de ro-
Ç) por el hiio Pervertido?
ia longuái*idad, que es efecto el amor, debíanos
ser inspirida por el Espíritu de amor'
2. a) iCuán gran àervicio presta al
próiimo la lon-
guri*idad y cuán grande llos lo presta nosotros mis-
á
í,or! Las .órr..ciõnes intempestivas son como aceite
sobre el fuego; el abandonar á, una alma es necesaria-
mente una ãcción estéril; déiasela tal Yez en el mo-
(1) Ps. CII, 8.
(2) Rom. II, 4.
(3) Isai, XLII,3'

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401 FESTTvTDADES DTvERSAS. EL espÍnrTu sANTo
rnento en que la últirma tentativa iba á salvarla. Re-
sérvanos, adernás, la longanimidad, iuntarnente con
otros rnuchos rnéritos, preóiosos consuelos, y nos dis-
pone para ejercitar con nosotros rnismos, con nuestros
persistentes defectos y nuestras lánguidas resolucio-
nes, una utilísirna paciencia.
h) obrernos, pues, según este espíritu, sobre todo
si algunas almas nos han sido confiaàas; no sea que
perdarnos alguna de ellas por una irnpaciencia, olvidãn-
donos de lo que debernos á Dios y dó lo que fuera pre-
ciso intentar para con estas alrnàs. Recordemos la pa-
ciencia de cristo; no olvidemos que las faltas nose
cometen contra nosotros, sino contra Dios, y gue Dios
quiere vernos practic ar la paciencia
II. 7. xplorór\Ç.La benignidad es una benevo-
Iencia obradora, una sobrenatural complacencia, una
servicialidad que nos pone á disposición del prójimo. Al
contrario del egoísmo, falto de interés por los dernás,
nada hay que una tanto á los hornbres, ni que mejor
coÍnpense
lus decepciones, corno esta virtird desig-
nada también con el herrnoso nombre de humanida7.
Perrnite Dios la necesitlad mutua de los hornbres
para que no vivan como aislados el uno junto al
otro, que se unan por medio de confiadas peticio-
-ring
nes, de obsequiosos auxilios y de sentimientos de g.u-
titud.
2. Aunque sea á nuestra costa, seamos cons-
tantes en el ejercicio de una cordial beneficencia.
Aunque ciertos hornbres no nos comprendan y genero-
sas intenciones nos ocasionen disgustos, Jesuôristo nos
mira y_log aprueb a y sabrá recornpensarnos. pasemos,
conro El, haciendo bien (1).

(l) Act. X, 38,

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FRurôs DBL IrsPÍRITu sANTo. DÍA 6'o 405

II. La bondact y la te.- I. 1 . ', .L^lo,AotoDvrl . La


bondad ú Ítonrodez es una probidad exquisita, que sa-
tisface á la vez á, la justicia y a la equidad. Admirable
resulta, á primera vista, ver á San Pablo colocar, en-
tre los frutos del Espíritu Santo, los actos de una vir-
tud tan conforme con la rect a razóÍt. Al ref lexionar, sin
embargo, en las tentaciones que llacen de las diversas
concup-iscencias, auÍnentadas con la solicitud que dedica
el hombre á sus hijos; ai representarnos los crueles
atolladeros de ciertas situaciones escabrosas en que
e r con ttna salida: compren-
d bondad it honradez es muy
d son raros los que Pueden, al
d de su conciencia el testimonio
de no haber faltado á ella, y que esta virtud clifícilmen-
te se halla en aquellos., á quienes et amor santificante
de DioS no hace superiores a la tierra y a sus preocu-
paciones.
Esta recomendación de la bondad es, al rnisrno tiem-
po, profunda lección espiritual.
' unadr-ía
Po uno sentirse tentado á buscar,, etr una cierta

última hora y nos hace gozar en nosotros mismos el


consuelo y la Paz.

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,106 FESTrvrpeopS DrVpnsAs. BL rspÍnttu seNT«t

II. l. IIíouç. Fe. No podemos, á nuestro parecer,


interpretar mejor la palabra griega de que se sirve San
Pablo, güe por la buena fe que perfecciona ála justicia,
dándole el lustre de la delicadeza y de la conf ianza. No
queriendo por una parte abusar de la simplicidad de
los demás, ni tenderle lazos, manifiesta, por otra
parte, cierta confianza sencilla, no la del simple ó la
del crédulo, sino la de un juez equitativo de los hom-
bres. Este no exagera los defectos, no ensancha su
generalidad; prefiere suf rir accidentalmente un per-
juicio, á hacer sufrir á los demás la rnelancolía de los
malos caracteres y rornper con la sociedad, porque ve
en ella algunos miembros inclignos.
La facilidad de la vida social descansa en efecto so-
bre cierta confi anza mutua. El hombre desconfiado en
dernasía, preséntase como urr calumniador.
Blasona de una falta de estimación que hiere, mues-
tra una prudencia humana, que á uno le place coger
en f alta .

II. Sepamos adoptar un justo rnedio entre el mu-


tismo del hombre cerrado y la locuacidad del indis-
creto; entre una excesiva descon Íianza y una teme-
raria negligencia. Es éste un grande arte y una utilí-
sima virtud.

III. La mansedumbre y la continencia.-1. 1.


llpaurqe 'Evxpú.reta. El hombre regido por el Espíritu
Santo tiene dominio sobre sí mismo, sobre su apetito
irascible por la mansedumbre y sobre las bajas con-
cupiscencias por la coníinencia. Son éstos, dos gran-
des triunfos personales á los que se sigue una acción
apostólica y santificantê, yâ por el invencible ascen-
diente de una mansedurnbre virtuosa, yâ por la admira-
ción que excita el reflejo de la angélica bell eza en la

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FnuroS uÉt espÍRrru sANTo. DfA 6.0 407

fisonomía del hombre casto y puro: uno y otro, además,


hacen gozar de una deliciosa tranquilidad.
\ Z. Ieue hombre hay que no pueda ser más dueflo
de sí mismo? Veamos, pues, con cuidado la imperfec-
ción de nuestra mansedumbre, y la débil resistencia que
oponemos á las ciegas sugestiones de la carne. Ob-
tengamos comPleta victoria.

coLoQUIO

cificar su carne como fiel discípulo de Cristo» (1).

ciéndonos todo para todos.


3. Aun en lo interior de nosotros rnismos, nuestro
corazón se dilataría santamente, si viviésemos según
--, las leyes de un santo amor. Portémonos según el_Espí-
- a

ritu para gozarnos y alegrarnos en el Espíritu Santo.


Estas reflexiones nos conducirán á trazar un plan de
prácticas resoluciones que of receremos al Espíritu-
Santo, rogándole sea siempre nuestro guía . Vení
Creotor.

(l) Galat. V,24.

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408 FESTIvIDADES DrvERsAS. EL EspÍRrTu sANTo

oÍa sEPTIMO.-Nuestros deberes para eon el


Espíritu Santo

Plan de la meditación quince días hase


ocupado nuestra alma en el-Durante
Espíritu Santo, en su de-
voción, er sus beneficios, en sus inefables comunica-
ciones, êfl sus dones y en sus frutos. De estos ejercicios
hemos de sacar una grande conclusión para toda nues-
tra vida. lCuál debe ser la conducta del hombre sellado
con el sello del Espíritu Santo? Esta importante rnate-
ria, digna de ser considerada atentamente, vâ á ocu-
parnos en esta rneditación. VereÍnos cómo el Espíritu
Santo nos impone, êl deber de gozor de El, de'invo-
corle, de glorificorle.

MEDITACION

«Glorificote et portate Deumr, (l.o Cor. VI , 2O).


Glorificad y llevad (í Dios.
1.rn PneluDro. Representémonos á la Santísima
Virgen en medio de los apóstoles, el día de pente-
costés.
2.o PneluDro. Pidamos instantemente la gracia
inmensa devivir corno quien lleva á Dios en sí mismo.
I. El deber de gozaÍ.-1. iGozar, palabra fasci-
nadora! cY puede pronunciarla Ia religión de la abne-
gación, y hacer de ella un deber? Sí, que no es enerni-
ga sino de los falsos y dafrosos goces, de los placeres
que comprometen la dicha verdad era. Ella no suprirne
el contento sino que lo substituye por un contento Íne-
ior. Sí, que aunque es hermoso abandonar por Dios

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DÉBERES PARA coN EL Espf'nrTu sANTo. DÍa,7.o 409

los otros goces, es piadoso aceptar el que nos da á


gustar en sí misÍno.
1. Abrid el Nuevo Testarnento y veréis que nos
recomienda un perpetuo gozo pero tornado en el Se-
nor (1); prométenos una paz superior á toda terrenal
alegría (2); pone en nuestros labios una perpetua acción
de gracias (3). El Evangelio promete al Espíritu Santo
como Paráclito ó gran Consolador, y Ia Iglesia nos le
hace siempre llamrlr con este rnismo nombre.
2. Este gozo sentíanlo los Santos. Gustaban de
un consuelo de que ni sufrimientos, ni tribulaciones, ni
aun las internas desolaciones les llegaban á privar.
3. El Espíritu Santo nos ha sido dado y Ínora en
nosotros como un arnigo. Da gozo estar junto ála per-
sona amada . .
i II. gCómo nos dispondremos para gozar del Es-
píritu Santo?
1. Mediante el cuidado que pongaÍnos en cono-
cerle. El mismo respeto que debemos áDios nos irnpone
el deber de aplicarnos al estudio de sus favores. Cier-
tamente que no en todos se requiere la ciencia teoló-
gica; pero en nadie debiera hallarse una triste des-
proporción entre su cultura general y su instrucción
religiosa. Revélase Dios de buena gana á los humildes
y a los pequefluelos; pero niega sus gracias especiales
á los que por desdén le ignoran.
2. Por la renuncia de los bajos placeres. La carne,
dice el Apóstol, conspira contra el espíritu. Las opues-
tas concupiscencias de la carne nos arrastran, si transi-
gimos con ellas, rnientras que la mortificación lleva á
nuestra alma á goces elevados.
(l) Philip. IV, 4.
(2) Philip. [V,7.
(3) Ephes. V, 20.

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410 FpsrrVrpeDns DtvpRsAS. iIL EspÍltttu SextÕ

3. Por el recogirniento,por el cual adquirimos rnás


clara conciencia del tesoro que poseemos.
4. Por la fuga de todo pecado y la práctica de
todo bien. El Espíritu Santo es el don de los justos.
Crezcamos en justicia y creceremos en gozo. ioh qué
ley!
5. Por la fe, güe avivará el sentimiento de la pre-
sencia del divino huésped, y la confian za que apattatá
el obstáculo de la inquietud.

II. Deber especial de invocación y de oraciÓÍI.-


I. 1.
El Apóstol nos muestra, en el Espíritu Santo, el
principio de oraciones filiales, inteligentes, ardientes y
siempre oídas (1).La Iglesia se sintió irnpulsada por esta
revelación á dirigir al Espíritu Santo mismo los múlti-
ples llamamientos de la mayor confianza. Repitamos la
magnífica secuencia, Veni, Sancte Spíritus. iQué
palabras dirigidas á Dios! «Ven, le conjÁra la lgle-
sia, Padre de los pobres. . . Optimo Consolador. . .
Dulce huéspecl del alma, dulce refrigerio. Descanso
en el trabajo, frescura en los ardores, consuelo en
el llanto. Lava... Riega... Cura... Dobla... Calien-
ta. .. Dirige... Dispénsanos tus dones; danos la virtud,
la salud, la eterna felicidad.» Todo cuanto tiene Dios
de terrible parece como olvidado, la atención se con-
centra en el amor.
II. ;Hemos sabido hasta ahora conversar así con
Dios? Apliquémonos á aprenderlo; la oración filial y
ferviente nutre y consuela al alma y la reviste de for-
taleza. Mas para ello es preciso desterrar del cor azón
todo sentimiento amargo, y esta exclusión supone la
más perfecta humildad.

(l) Rom. VIII, 15,26,28.

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Dnsnnes PRne eof* EL ESPÍnil'u SentO . DÍA7.ô 4Il
I[[. La gtorificaciÓn del Espíritu Santo.-|. 1.

Al hijo de familia noble, al hijo de un rey, edúcasele


«lesde su infancia en un espíritu conforÍne con las glo-
riosas tradiciones de sus antepasados; se le inculca un
cuidado de su dignidad y buen nombre, que no es ni
orgullo ni fanfarronería.
-El cristiano, el justo debería estar lleno de un sen-
timiento análogo y aun mucho más intenso. iNo sabe
por ventura quê es de descendencia divina, de la fami-
iia de Dios? ino sabe que el que precede á todos sus
antepasados habita en su corazÓn? ino sabe que es
Theóforo?
2. Esta persuasión le impone el respeto de sí mis-
ffio, de su propio cuerpo, por una perfecta pufezq Y le
inspira un lenguaje siempre noble y digno. Después de
condenar San Pablo las conversaciones inconvenien-
tes (1) daba esta conmoveclora advertencia; «No con-
tristéis al Espíritu Santo» (2).
Ella es principio de una conducta siempre grande y
edificante, en virtud de la cual Dios santifica aun
nuestro cuerpo, Y conviene que nuestras mismas ma-
nos le glorifiquen.
El 'Éspíritu Santo debería penetrar con su fino
aroma nuestros actos, como penetran los perfumes los
vestidos (3).
II. ;Hemos tenido este cuidado? Deploremos lo
vulgar de nuestra conducta. Pidamos á Dios que nos
convierta, y tomemos por modelo ála Santísirna Vir-
gen, cuya conversación estaba toda realzada por una
sencilla aunque sobrenatural dignidad.

(1) 2anp6ç, obsceno, sucio, vil. Ephes. IV, 29.


(2) Ephes. IV, 30.
(3) S. Crnrro DE Arn;.o.NonÍ1, sobre S. Juax, l. 1 1, c. 2. (M.,
P. G., t. 74, col. 453).
\

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412 FESTTVTDADES DIvERSas. FTESTAs [IovlBLES

col-oQUro

Debe ser también nuestro coloquio tan humilde y


tan fervoroso cuanto sea posible. Empecemos por una
confiada oración dirigida á María , para que sà digne
conducirnos á Jesús. Recorclernos tarnbién cuántC se
cornplació el Seflor en prometernos al p araclito. y
volviéndonos hacia el Espíritu Santo,[ofrezcámosle el
plan de una devoción, que deseamos sea constante.
Procurernos, siguiendo el ejernplo de la Iglesia, multi-
plicar las invocaciones con el más tierno y más profun-
{o respeto. Veni, Sancte spiritus. Verr, oh Espíritu
Santo ( I ).

SECCICN SEGUI{DA
Meditaciones para varias fiestas movibles (2)

Fiesta del Patrocinio de San José


Tencer domingo después de Pascua
II{TRODUCCIOT.i

Génesis y significctdo de la ftesta (3) 1. La


-
figura de San Jose quedó durante algún tiempo oculta

(1) Creemos á propósito recordar que las indulgencias de la
octava requieren que en la fiesta de la Santísima Trinidad se dirija
también uira súplica al Espíritu Santo.
(2) Son las frestas principales, de las cuales entra cada afro
alguna en el mes de Mayo. Presentámoslas aquí según el orden del
calendario.
(3) Véase para estos detalles Bpxrorcro XIV, Dc servorum Dei
beatif. etc. 1.4, p. 2, c. 16, n. 55; c. 20, n. 5 ss.; BrxrrRru, Denk-

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PATROC|NTO DE sAN JOsÉ 413

en una sombra providencialmente preparada, según


parece, para prevenir engaflos sobre el verdadero
origen de Cristo. Sabido es, además, que los honores
del culto estuvieron en un principio reservados sólo á
Ios santos mártires. Sin ernbargo, en el siglo IV y aun
excepcionalmente en el III, vemos representado á San
José en los sarcófagos, principalmente en las dos es-
cenas de la Natividad y huíd a a Egipto. Trae un palo
de vi aje o algún instrumento de trabajo. En los más
antiguos monumentos es su aspecto el de un joven.
Revélase más tarde la influencia de los evangelios
aprócrifos, pues hallamos convertido á San José en un
viejo ya viudo. En el siglo rx es inscrito su nombre
en los martirologios del Occidente, mientras que en
Oriente, Josn el himnógrafo (t 830) compone estrofas
al Santo cuyo nombre lleva. Ya entonces, en efecto,
afradía el Oriente su memoria, bien á la de los justos
del Antiguo Testarnento el dorningo antes de Navidad,
bien al de la Santísirna Virgen, David y Santiago el
menor, el domingo después de la octava de la misma
festividad.
Las cruzadas dieron á conocer á nuestras regiones
el oficio de San José usado en el antiguo monasterio
de San Sabas junto al mar muerto. Adoptáronlo en
primer lugar los Franciscanos (1); rnás tarde los Padres
Predicadores lo modifican y lo esparc en á su vez; algu-
nos Obispos lo admiten igualmente en su diócesis, y

tvürdigkeíten p.5, t. l.; Kn.q.us , Real-Encyclopedie,'ManrrcN1;. Diction-


naire des antiquités chrétiennes,'HBncBNnôruBn y KrurnN, Kirchen-
lericon (2." ed.); V. Blesrnx,,S. Joseph, potron de la Belgique,
Précis historiques, l87 0.
Sobre el rango de San José y su culto, véase también la docta
obra Primaute de Saint Joseph d'aprês I'episcopat catholique et la théo-
logie par C. M. París, Lecoffre, 1901.
( 1) Capítulo general de 1399.

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4I4 FESTIVIDADES DIVERSAS. FIESTAS MOUIBLES

xv, la fiesta de San José


así es como en los siglos xtv y
se solemniza en los Institutos religiosos y en muchas
Iglesias particulares . La fecha de la celebración varia-
ba como el rito. Mas, poÍ aquel entonces, tuvo el culto
de San José dos ardientes propagadores en el carde-
nal PeDRo op Arlt-y y el piadoso canciller GensoN.
En el siglo xvt, llega á hacerse general, en los sa-
cerdotes y religiosos el aÍán de honrar á nuestro Santo,
siendo el primero en dar ejemplo un dominico, Istoono
IsolRNo. En el siglo siguiente los Carmelitas descalzos,
estimulados por su gran reformadora Snura TnResa,
y los Padres de la Cornpaflía de Jesús empléanse igual-
mente en glorificar á, San José. Conocida es también
la devoción de SnN Fnnxcrsco oe SeLEs y de SaNra
JuaNn oE CnANTAL.
Celebraba Roma la f iesta de San José desde
Stxro IV (1471-1484). El 8 de Mayo de 162l , bajo
GnecoRlo XV, sü celebración á 19 de Marzo hízose
de precepto para toda la Iglesia (1); y BeNeDIcro XIII,
por decreto de 19 de Diciembre de 1729, puso el nom-
bre de San José en las Letanías de los santos.
2. No contento todavía el pueblo cristiano con ce-
lebrar Ia santidad de San José, dióse á honrar bien
pronto la ef icacia de su protección.
A ruegos del Rey Carlos II, el Papa IxocENCIo XI
colocó bajo el patrocinio de San José todos los reinos
sometidos á la corona de Espafra; pero este decreto,
(1) La lglesia oriental hace tnemoria de San José, más bien el
domingo de la octava de Navidad, pero á veces también el 26 de Di-
ciembre. Sin embargo, algunas ramas de esta Iglesia han adoptado
con nosotros el l9 de Marzo. Los Italo-griegos, los Armenios de
la Transilvania, los Maronitas, los Syro-Caldeos, los Syrios, los
Coptos celebran solemnemente la fiesta de San José el 26 de Julio
de su calen lario, ó sea el l.o de Agosto del nuestro. Véase Nrr,r.as
Catendarium,t. I,pp.36, 125,366, 467, 47'2, 486; t.2, pp.543,033,
682, 703.

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PATRoCTNTo DE, sAN JoSÉ 415

fechado el 19 de Abril de 1679, fué mal recibido en


nuestra patria, en donde se temía perjudicara al culto
del apóstol Santiago.En Bélgica, por el contrario,
el pueblo y el clero recibieron la decisión pontif icia
con vivas demostraciones de alegría.
Por esto cuando la Santa Sede revocó el decreto,
restringió á Espaf,a los efectos de la revocación, y
San José quedó por incontestable patrón de Bélgica.
3. La rnisrna fiesta del patrocinio de San José es-
taba concedida por indultos particulares á varias loca-
lidades, cuando PÍo IX la extendió á toda la Iglesia á
10 de Septiembre de 1847. Poco después del concilio
vaticano, accediendo á las súplicas de la mayor parte
de los Obispos en él reunidos y para atraer más abun-
dantes misericordias sobre la Iglesia, blanco de tantos
ataques, el mismo Papa fiió pata 8 de Diciembre de
1870 la promulgaciórr de un decreto de la Sagrada
Congregación de Ritos, Qre proclama á San José Pa-
trón de Ia lglesia universal y eleva la fiesta de 19 de
Marzo al rito doble de primera clase. Un breve de 7
de Julio de 1871, decr eta á, San José otros honores
propios de su rango de Patrón principal (1)
Plan de lo meditación.-La devoci on á San José
ha llegado á ser una devoción católica, gracias á la
Iglesia que la ha favorecido y ha dado de ella ilustres
eiemplos en sus Jef es; y además gracias á la Provi.
dencia que dirige a la Iglesia y llama sobre San José
la atención de los doctores y los santos é impulsa inte-
riormente á los fieles á que pongan en él su contianza.
La acción de estas dos influencias superpuestas se
rnanifestará en la humilde y piadosa investigación de
Ios motivos que han impuisáao á h lglesia? ponerse
(1) El Credo en la misa; menciiin en Ia oración A cunclisy con-
memoración en los sufragios de los santos.

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416 FESTTvIDADES DIvERSAS. FIESTAS [ÍOvIBLES

ella misma toda entera bajo la tutela del esposo de


María, y de las razones por las cuales ha hecho Dios
decretar el suprerno honor de un universal patrocinio
al Padre putativo de su Hiio Jesucristo.
Los tres primeros pulltos de esta meditación recor-
darán tres grand
Iglesia (t). Las
les tiempos; La
con Ia Sagrada
para todos los estados. En el cuarto punto afradiremos
una razon providencial, sacada de las virtudes de
este grnft santo y muy particularmente de Stt frel
humildad.

MEDITACION

osalus nostra in manu tua est,,. (Genes. XLVII,25).


Ittuestra salvación estcí en tu mano.
1 .rn PnelUDIO. Representémonos la CaSa de Na-
zaret con un modesto taller. San José es el jefe de
esta bendita familia.
2.o PRELUDIO Pidamos la gracia de consagrar ét
este Santo un culto constante y completo, Qüe responda
al beneplácito de Dios y á las intenciones de su lglesia.

I. Razón del patrocinio sacada de las dificulta-


des presentes.-I. 1. Debilítase la fe, la caridad se
enfría, se descristianiza sistemáticamente á la juven-
tud, hácese cruel guerra, Yâ hipócrita, ya declatada, á
la Iglesia, dirígense furiosos ataques al Soberano
Pontífice, los fundamentos mismos de la religión pare-
cen conmoverse, y con todo esto se suscitan ála socie-
(l) Reproducimos los motivos alegados por Lnóx XIII en su
encícíica euamquam pluries, de 5 de Agosto de 1889.

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PAl'ROCtNIo DE SAN JOSÉ 417

dad cristiana tales dificultades y peligros, que llegan


hasta amenazar su rnisma existencia. Á no considerar
sino las hurnanas apariencias, cualquier justo aprecia-
dor de la situación podría concluir con alguna verosi-
rnilitud que, después de Ia destrucción dela cristiana
sociedad, el mundo va á presenciar la disolución de la
rnisma religión cristianA.
2. ;cuál es, en estos tan críticos Ínomentos, la ac-

b)
batalla
jeto so
tuales
tal.vezy dificultades! Persuadárnonos bien deque jarnás
debemos dejarnos vencer, y de que la pronauilioad del
triunfo depende del vigor de nuestra rnisrna espera nza.

::J::i::::,'T:::,i 1;;''',"

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418 FESTTVIDADES DIvERSAS. FIESTAS MOVIBLES

II. Razón del patrocinio §acada de la misiÓn de


San José.-1. 1. Dos patronos principales tiene la
v
Iglesia: San Miguel y San José.
San À[iguel se imponía á su elección, vistos los
enemigos cãn quienes iba á combatir; porque los im-
placabÍes adverÀarios de la lglesia, los que instigan y
dirigen todos los ataques, son los ángeles rebeldes
quJSan Miguel y sus legiones precipitaron en el in-
fierno. Es, pues, ffiúY natural que la lglesia militante
suplique al árcángel vencedor, Qüe la conduzca también
u ía victoria. Peó considerando lo que es en sí mis-
ffiâ, fué la lglesia inducida á ponerse baio el patrocinio
de San José. Veamos, sino, los consejos de la Provi-
dencia Jobre este gran Patriarca: puesto por Dios al
frente de la casa dõ Nazaret, fué el protector escogido
de Jesús y de María. Las sublimes funciones que llena-
ron su vida no fueron otras que rodear á su Esposa y
al divino Nif,o de inmenso amor y constante solicitud;
proveer con su trabajo á las cotidianas necesidades;
proteger al Nifro Jesús contra los envidiosos furores
ãe Herodes; acompaflar y sustentar por todas partes á
la Virgen y á su Hijo. Pero la casa de Nazaret contie-
ne las-primicias de la Iglesia en Jesús que es su cabe-
za (1) y fundador, er María modelo de los cristianos y
como figura de la cristiana sociedad. El mismo diligen-
te cuidado que durante su vida mortal tuvo José para
con Jesús, Ío manifestará desde el cielo en favor de
los íu. son continuación de Jesús y María sobre la
tierrà. Esta es la persuasión de la Iglesia, que, al recu-

(1) Llámase también Patriarca á Sarr José porque Jesús, de


quien es Padre putativo, es cabeza de los escogidos_ y predestina-
dos, ya que e.te nombre se da á los antiguos ftrndadores de las
gr"íde. iamilias que componen el pueblo escogido. Vease BnNeDIC-
io XIV, De beatif. l. 4,'c. 20, n. 57.

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PATROCINIO DE SAN JOSÉ 419

rrir á San José cree obedecer las inspiraciones del


rnisrno Dios.
2. Preguntaráse alguno, tar ve4 si rnejor que san
José no debíala santísima virgen ser nornbrada patro.
na de la lglesia universal. ;por qué en la historia de la
Iglesia ningún acto le decreta auténticarnente este pa-
trocinio? La razón ver-
dadera Madre de nos.
q Piens a jamás el hi
io es .uíd.nternent ;tX:
guna declaración para que I pa-
trocinio de María y se cons o su
égiqa poderosa. Por el contrario, convenía que un acto
auténtico diese este título á San José, de la rnisma Ína-
ngla que dió Dios auténticarnente á San José la pater-
nidad
legal sobre el Nifro Jesús. El decreio que nombra
á San José patrón de la Iglêsia es comparable con la
vi-
sión.angélica, en.que sele dijo al santo: ule darás por
nornbre Jesús » (1).
De e se ios
de llevar su es
San José la de
María.S oa tu-
ral de la Madre de Dios y de los hornbres, así coÍno su
paternidad legal anduvo unida á la natural rnaternidad
de la Virgen (Z).
II. 1. corno continuadores de Jesús, teneÍnos nos-
otros, para colocarnos bajo la protección de San
José,
(l) Matth. 1,21. Tocando al padre, de derecho, el imponer
bre al nifro, estas palabras del ánger mãniiiestan la paternidad nom_
del Santo Patriarca. legal
(.2) EI Papa, en su encíclic.a pruries,exhorta
euamquo? al pue-
blo cristiano á improrar el auxiriJ ae §an
el de Ia Virgen Santísima. La oracion que enJosé at mÍsmà ti"rpo qr"
ella se inserta debe re-
zarse en las iglesias, después del Rosârio, en el mes
de Octubre.

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42(l FESTMDADES DMRSAS. FIESTAS IIIOVIBLES

iguales motivos que la misma Iglesia. Y aun casi osaría


dôcir que, efl nosotros aparecen con mayor evidencia'
corremos los mismos peligros que la lglesia, sin tener
una promesa tan absoluti de victoria final. Por otra
partô, nuestra vida íntima es más semejante ala vida
piiuuàa de Nazaret, que la vida necesariamente pública
de la sociedad cristiana.
nos
2. La misión que llenó San José en NazaretPro-
revela tambien un carácter de su intercesión.
veedor general como fué de la Sagrada Familia, su so-
licitud põr nosotros se extiende asimismo á todas nues'
tras necesidades.
3. 4có mo nos rnostraremos verdaderos clientes
de San JLsé? Ante todo poniéndonos baio su protección,
necesidades é intereses,
iuntamõnte con todas nuestras
mediante un acto de consagración f ormal . La f iesta
de
San José y la de su patiocinio nos proporcionarán
cada af,o õcasión de renovar este acto y los demás
sin
homenajes de nuestra devoción. Fácil será adoptar,
sobrecargarnos, alguna práctica de piedad en honor de
san Josidurante eJ mes de Marzo y el_ miércoles de
cada semana. En el mes der Rosario, desea el Papa
León XIII se aflada á su fezo una oración á San José
con-
compuesta por él mismo. ;sería también imposible
cederle unu breve invocãción cotidiana, por ejemplo,

'En del
después Angelus? (1)
una palabra; examinemos cuál es nuestra prác-
tica actual y en qué podríamos prudentemente perfec-
cionarla. ofre zcaÍnos después rruestras leales intencio-
n., át paore nutricio cle Jesús, suplicándole nos cubra
costum-
(1) En muchos países, especialmente en Italia, tienen
ros fieres áó afradir al-'Angerus tres Gtorio Patri en honor del
bre breve invocación al Sa-
Angel de Ia Guarda, y aun, a ús veces' una
graão Corazón de Jesús'

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PATROCTNTO DE SAN JOSÉ ,l2I
con su protección, cuya eficacia con gusto recono-
celnos.

III. conveniencia para todos los estados.


I' Considerad -
la diversidad de condiciones sociales:
ples bien, la vida de san José ofrece á todos saluda-
bles ensefra nzas.
1 . Revela á los nobles y a los ricos,
una grandeza
y dlsnidad que no dependen ni del brillo exteúor ni de
la fortuna; para los artesanos contiene una lección
de trab aio; y ense fiu los pobres á vivir resignados y
l
contentos, en una rnediana condición.
2, San José es rnodelo de esposos, de padres de
farnilia, lo rnisrno que de vírgenes, cuya integriaàa
-
por lo dernás protege.
3. A los saceidotes les ensefra : a) La castidad
que deb servir á Jesús y á Maiía, V,
que deb a el rninisterio del altar y J
de las al ga total que ernpefra toda la
persona r oÍnentos; c) una intención
perfectarnente desinteresada hasta lÍegar al rnás com-
pleto olvido de sí rnisrno.
4. San José que fué sobrenaturalrnente ilurninado
en su duda sobre el partido que debía tornar, es patro-
no de las vocaciones y de la elección de estado. Éntran
los cristianos bajo sus auspicios en sus respectivas
carreras y las terrninan siernpre invocándole, porque
nadie hay que no desee una muerte semejante á la
suya, consolada por la asistencia de María y de
Jesús.
viendo la Iglesia la general utilidad de ial viâr, ,u
ha visto como obligada, por su rnaternal solicitu d,, ápro-
ponerla corno ejgmplo á sus hijos y darles corno pairo-
no al santo que la IIevó
II. veamos qué ejernplos de San José se adaptan

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422, FESTIvIDADES DIVERSAS. FIESTAS MOvIBLES

especialmente á nuestro actual estado . La imitación


es el culto más agradable á los santos y el de mayor
provecho para nosotros Ínismos'
IV. Razón providencial de la exaltaciÓn de San
Jose.-I. 1. No desconozcamos que las consideracio-
i.t precedentes no hacen si á conocer las dis-
positiones de la Providenci padle nutricio de
Jesús; pu.rio que Dios, al José á la Familia
ãe Na iaret, lo preParaba P sia '
pero hry, àdemás,
Z. particular, por la
cual debía Dios, en cierto modo, asegurar á este gran
santo los honores que de cad a día en mayor número
Se

le tributan. iNo pone El su gloria en ensalzar á los


humildes? Saã Jose se eclipsó constantemente delante
de y de María. ocuttóse durante su vida acep-
Jesús
y prematura, facilitaba
QUe
, y aun Puede decirse que
s ojos de los hombres, des-
de las más altas verdades
dogmáticas.
Pero una vez fiiadas claramente las ideas, y distin-
tamente definidos los puntos concernientes á la natura-
leza de Jesucristo y á, la Encarnación del Verbo,
y ha-
biendo desaparecidã ya todo peligro de confusión; viene
á compensá. tan laiga obscuridad una gloria, cuyos
constantes aumentos hállanse como predichos en
el
hacernos sospe-
nombre de José (1), hasta el punto de
char en la iãcreible fortuna de José, hijo de Jacob, una
anticipad los magníf
del Espo fué el Prim
reino de neral, colm
res, con o todo, Y

(1) Este nombre significa" el que crece'

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PATROCTNTo DE SAN JOSÉ 123

las mismas gradas del trono; parece serlo cada día más
el segundo en el reino de Dios (1).
II. Felicitemos á San José por su grandezar ] en-
tendamos que no podemos ser negligentes en un culto
que tantas razones recomiendan.
Tal vez nos oirece Dios en herencia el común des-
tino de muchos sacerdotes y religiosos llamados á prac-
ticar cada día, por su causa y el bien de las almas, una
obscura y tal vez desconocida abnegación. lDichoso el
que, despegado de mundanas arnbiciones, acepta esta
suerte y en ella persevera hasta el fin! Una vida seme-
jante está llena de méritos y contiene en germen la más
esplendente gloria.

ccLoQUIO

En el coloquio dirijámonos ante todo al santo Pa-


triarca doliéndonos de tanta negligencia en pagarle el
justo tributo de nuestros homenajes. O Írezcámosle
después lo que hayamos resuelto practicar en honra
suya, suplicándole en fin que interceda en favor nues-
tro. Confiémosle cuantas cosas nos son caras, y entre
ellas no nos olvidemos de la lglesia y de nuestra patria.
«Haced, oh José, güe llevemos una vida pura: que
esté siempre segura bajo vuestro patrocinio (2).,
(1) El decreto de 1870, y la encíclica de León XIII reconocen
en el primer José la figura del segundo.
(2) 300 días de indulgencia una vez al día.

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424 FESTIVIDADES DIVERSAS. FIES1AS }ÍOVIBLES

La Íiesta de la Ascensión

El día cuadragésimo después de Pascua


INTRODUCCIOI\T

Origen y signiftcación de esto fiesta.-La As-


censión clel Seflor, gloriosa conclusión de (1) la vida
del Hijo de Dios en este mundo, complemento de su
obra redentora (2) y anuncio del Espíritu"Santo, que
Jesucristo se dispone á enviarnos, es, juntarnente con
Pascua y Pentecostés, una de nuestras rnás antiguas
solemnidades (3). Una universal tradición, dice un texto
canónico (4), obliga á celebrarla como la de Ia Pasión y
las fiestas de la Pascua y Pentecostés; y en los tiem-
pos pasados pocas fiestas había tan populares (5) . La
atención pudo fijarse, Pot una parte, sobre la gloria de
Cristo, y por otra sobre la inminente venida del Espí-
(1) SaN Bpnxanoo, sermón 2.0 sobre la Ascensión, n. 1. (M., P.
L., t. 183, vol. 301.)
(2) Véase Constituciones apostÓlicas,l.8, c. 33 (M., P. G., t. l,
col. ll36). En el dialecto de Capadocia era designada esta fiesta
por una palabra bastante obscura, ê.rerca\orpév1, que Según NprBs
iignifica Consummata salus. Los calendarios cróatas y servios ex-
prêsan la misma idea. Véase Ntr-rns, Calendarium manuale, t.2,
página 366, 55.
-(3) Los autores y los concilios de la segunda mitad del siglo lv,
hablan de ella como de una fiesta instituída ya de larga fecha;
pero no se puede hallar vestigio alguno antes de ese tiempo. Du-
cHESNE, Orígenes, 3.o edición, P, 240.
(4) Can. Illa autem, I l, dist. 12, sacado de una carta de SnN
AcusrÍw á Januario.
(5) Representábase la Ascensión en las iglesias. En este día,
celebraba el Dux de Venecia sus desposorios con el mar. Véase
Nrrrts, l. c.

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LA AScENsróN 425

ritu Santo; porque esta fiesta despierta diversos sdn-


timientos; al gozo por el cornpleto triunfo de nuestro
R.y, júntase la dulce esperanza de nuestro futuro
triunfo: no se le ve sin alguna pena abandonar la tie-
rra; pero la separación viene suaviz ada por la espe-
tanza de otro Consolador.
Podemos, pues, ffiüy fructuosamente pasar por to-
das estas ernociones, siguiendo paso á paso este
misterio, tal cual se explica en el sagrado texto. Divi-
diráse así la meditación en tres puntos: Antes de la
Ascensión, lo misma Ascensión y después de la As-
censión,

MEDITACION

«Dum benediceret illis, recessít ab eis, et fere-


batur in caelum» (Luc. XXIV, 51).
ll[ientras les bendecía, separóse de ellos y subía
al cielo.
1.p* PneluDlo. Recordernos brevemente los su-
cesos que han de ser materia de nuestras ref lexiones.
En el tiempo que siguió ala resurrección, dió el Sefror
á sus apóstoles múltiples pruebas de la nueva vida que
tomó al salir del sepulcro. Aparecióseles durante cua-
renta días, conversando con ellos sobre el reino de
Dios. Por última vez les reunió á su alrededor y sen-
tóse con ellos á la mesa. Durante la comida, les reco-
mienda que no salgan de Jerusalén, sino que aguarden
allí el efecto de las promesas de su Padre. uRecibiréis,
les dice, la virtud del Espíritu Santo... Seréisrne tes-
tigos en Jerusalén y hasta los últimos extremos del
mundo. » Condúcelos, después de este discurso, á los
confines del territorio de Betania, al monte Olivete.
Allí, alzando las manos, les bendice y al mismo tiempo

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426 FEsTrvrD.\DEs DIvERSAs. FIESTAS MovIBLES

se levanta lentamente de la tierra. Síguenle las mira-


das de los suyos, hasta que una nube le oculta á su
vista. Perseverando ellos con los ojos fijos en el cielo,
se les presentan dos ángeles vestidos de blanco. «;Qué
estáis mirando al cielo?, les dicen. Este Sefror que
os ha dejado para subirse al cielo, baiará de allí como
le habéis visto subir», y ellos, henchidos de gozo, re-
gresaron á |erusalén alabando y bendiciendo á Dios (1).
2.o PnBluDIo. Imaginémonos que estamos en el
monte Olivete, entre los discípulos, en el momento en
que les da el Sef,or sus últimas recomendaciones y se
dispone para volver á su Padre.
3 "o PneluDlo Pidamos instantemente la gracia de
experimentar viva alegría por el triunfo de Cristo, con
un santo deseo de llevar una vida celestial qu e santif i-
que el destierro y prepare la reunión bienaventurada
en Ia Patria

I. Antes de Ia Ascensión.-Fijemos sucesiva-


mente la atención en las personas que en este miste-
rio intervienen, en sus oá ras y en sus polabras.
I. Personas. 1 . ./esús triunfante y glorioso.
Aunque no se ve todavía rodeado de su corte celes-
tial, goza ya en su alma la plenitud de la dicha, Y sú
cuerpo, libre de todo sufrimiento y preservado de
todo enemigo ataque, deliciosamente participa de esta
felicidad. Pero no es Jesús de aquellos amigos á quie-
nes hace egoístas y desdefrosos la prosperidad. En
este gozo tan puro y tan perfecto, no olvida á aquellos
cuya miseria ha tomad I sobre sí. Piensa en SUS após-
toles, efl su lglesia, en nosotros.
Démosle gracias por la constancia de su amistad, y

(1) Luc. XXIV. 50-53; Act. l,l. 12.

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LA ASCENSIóN 4N
á nuestra vez no seamos egoístas; antes tornemos
parte, en este valle de lágrimas, eil la gloria y felicidad
de nuestro Redentor.
,f .
Los discípulos. A pesar de tantas enseflan-
zas, muéstranse aún preocupadospor el glorioso reino
temporal cuyo suefro acariciaron por tanto tiempo.
Sefror, preguntan «;ahora vas á restauÍaÍ el reino de
Israel (1)? »
Tengamos cuidado con las miras humanas, para que
no alteren mezquinos cuidados la pureza de nuestra re-
ligión ni disminuyan el mérito de nuestros actos vir-
tuosos.
II. Ob ras. Está el Sefror sentad o á la mesa con
los suyos. Procuremos sentir el consuelo de tan dulce
intimidad. Esta comida, QUe probablemente tuvo lugar
en el Cenáculo, es figura del banquete de la vida eter-
na. Comparémosla con la última Cena, en que instituyó
el Seflor la sagrada Eucaristía . La última Cena era
también un convite de despedida; pero en é1 dorninaba
el valor, mientras que aquí dornina la esperanza. Era
aquélla la tarde de una existencia terrena, mas aquí se
solemniza la aurora de una vida que no tendra fin; allí
Jesús estaba triste y disponíase á sufrir, aquí ha aca-
bado ya sus dolores y anuncia su entrada en la glo-
ria; un traidor menoscababa la intimidad de la úl-
tima Cena, en ésta sólo los amigos verdaderos están
convidados; allí nos armaba para la lucha dándonos,
bajo las especies de pan, uÍr cuerpo pasible, aquí repre-
senta el eterno don de sí mismo, efl una visión cara á
cata.
Durante el período de los cuarenta días, raras veces
tuvieron lugar reuniones semejantes. Lo más frecuente

(1) Act. I,6.

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428 FESTIVIDADES DTVENSAS. FIESTAS I}ÍOVIBLES

era ocultarse el Sef,or á los sentidos, permaneciendo


invisible entre sus fieles.
Esta es una imagen de la vida espiritual, que tiene
horas de consuelo tal, que los que no saben abandonar
los placeres exteriores no puedan siquiera sospechar.
Sin embargo, ni aun á estos consuelos debe apegarse
nuestro corazón. El tiempo presente es de penoso"
aunque fructífero trabajo; pero no todavía de regocijo.
2. Praebuit seipsum vivum multis argumentis.
Con varias pruebas demuestra Jesús que vive. Opor-
tuno será, efl nuestra época de dudas, ponderar estas
confirmaciones de la fe. Recordemos, a) Los testigos
de las apariciones del Sef,or : personas de los dos
sexos, distintas en carácter y educación, y entre ellos
doctores, comprometidosl por el misrno amor propio á
no rendirse á la evidencia; b) El núrnero de las apari-
ciones; c) La variedad de las circunstancias: en la
niebla, por la mafrana, en pleno día, de noche; d) Las
garantías de la comprobación: déjase el Seflor ver y
tocar; habla, come, da de comer, refuta las dificulta-
des, disipa las impresiones de temor. Diríase que Dios
quiso soltar de antemano todas las objeciones.
iQué Íuerza de prejuicio es necesaria para resistir
á estas pruebas! lSobre cuán leves fundamentos se
asienta la incredulidad y se arriesga la salvación! Bás-
tanos á nosotros el simple uso de una recta razón que
consulta al buen sentido; al adversario le es precisa la
sutileza, el rebuscado sofisma, el recurso á inverosí-
miles hipótesis: en una palabra, todos los procedimien-
tos con los cuales, sin inventar nada, llégase á un uni-
versal escepticismo.
III. Palabras. 1 . Habla el Sef, or á sus discípu-
los, del reino de Dios. Los consuelos Que Dios da
son provechosos al alma. lCuán oportunos eran estos

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LA ASCENSTóN 429

discursos! A unos discípulos preocupados aún con un


reino ternporal, les entreabre rnás elevadas perspecti-
vas; les habla de su Iglesia. Andan sin duda muy lejos
de entenderlo todo; mas EI deposita en sus corazones
la semilla que hará fructificar el Espíritu Santo. Así
es cómo, en nuestra alffiâ, depositaigualrnente la gracia
preciosas semillas que, mediante nuestra buena volun-
tad, fructif icarán para Ia vida eterna.
2. Jesús les manda no abandonar á Jerusalén. Quie-
re que por el retiro y la oración se dispongan á las obras
del apostolado. ;Cuán útil advertencia para los que
sienten arnbición de apóstoles!
3. Per tiempo su gloriosa
rnisión. .,S Jerusalén y en ras
nacione S. » ienen el encargo de
desernpefra En Jerusalén, én el
rnisrno foco del cristianismo en que se hallan, están lla-
rnados á dar edificación con su buen ejemplo, y luego
á ejercer en todo el mundo la salvadora influencia de
la virtud. Así serán testigos de Jesucristo; pero testi-
gos rnás ó menos elocuentes y persuasivos según la
bondad de sus obras y el grado de su virtud.
II. La Ascensión.
-1. Personas. Jesús está ro-

Practiquernos acá abajo el gozo espiritual. ese gozo


puro y desinteresado, en que apaúa uno la vista d1 su
propia condición, para tornar parte en el triunfo de Je-
sucristo, de la Virgen y los santos.
II. obras. 1. conduce Jesús á los suyos al monte

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430 FESTIVIDÂDES DIvERSAS. FIESTAS NtovIBLES

Olivete. Al pie de él empezó su pasión. Recordemos


bien este lazo que une los meritorios sufrimientos de
esta vida presente con la glorificación futura. oConve-
nía, dijo el Seflor, QUe Cristo padeciese y así entrase
en su gloria, (1).
2. Tuvo lugar entonces una escena de despedida,
escena connlovedora, gue podemos piadosarnente re-
constituir en sus más precisos y concretos detalles.
Antes que el Seflor se separe de ellos, entréganse la
Sa,rtísima Virgen, los apóstoles y los discípulos á todas
las afecciones de su amor. Piden considerar una y otra
vez SuS manos y SuS pies atravesados, besar las cinco
llagas. Gruesas lágrimas coi'ren por el rostro devoto
de San Pedro; la delicada fisonornía de San Juan reve-
la una emoción desgarradora; la Virgen lleva con rnás
paz un Sentimiento más profundo, en que Se mezcla el
gozo con el dolor. Y siéntese el Seflor dulcemente
emocionado por el afecto de los suyos.
3. Mas he aquí que levanta las manos como para
indicar el celestial origen de Ios bienes que quiere de-
Íramar; levanta las dos para atraer sobre sus discípu-
los abundantes gracias, y los bendice. iOh bendición
mil veces más sagrada y eficaz que la de los pattiar
cas! Roguemos al Sef,or nos dé parte en ella.
4. El mismo Se va remontando lentamente al cielo.

Gustemos de su dicha y de su gloria, y reflexioneÍnos


sobre la inmensa extensión de esta felicidad, en lo

(1) Luc. XXIV, 26.

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La ASCENSTów 431

eterno de su duración, en el precio que ha costado, efl


los despojos que lleva el vencedor al cielo (las alrnas
libradas del lirnbo) y en las gracias que descenderán
sobre la tierra.
b) Mediternos, en este triunfo, el triunfo de nuestra
naturaleza. "lndignos, al parecer, de pisar la tierra,
soÍnos levantados al cielo; indignos de mandar acá
abajo, hernos subido al reino de to alto y, penetrando
por todos los cielos, hemos ido á ocupaiel'trono real:
la naturaleza á la cual el querubín có rraba la entrada
en el paraíso, hela aquí que triunfa hoy por encima de
los querubines (1). »
5. Mientras sube cristo al cielo, el mundo nada
advierte, continúa entregado á sus vanidades. Así el
alrna cristiana, plenarnente purificada , alcanza, al salir
_cueÍpo, un triunfo semejante que el rnundo no sos-
del
pecha siquiera.
6. una nube oculta al Sef,or álavista de sus após-
toles. Para ellos, como para nosotros, empieza el rei-
nado de la pura fe. sea esta vida eÍl nosotros, tan viva,
que nos proporcione el goce de los bienes futuros y
rnantenga en nuestros corazones el sentirniento qu;
conviene á esta tierra de destierro.

III. Después de Ia Ascensión.-Contentémonos


con record ar las palabras que dirigieron los ángeles á
los discípulos que permanecían en el rnonte. Su len-
guaje contiene un suave reproche y una advertencia.
<<cPor qué continuáis mirando al ciõlo en que
Jesús ha
desaparecido?... El volv erá..., No quieren estos celes-
tiales mensajeros una contemplación estéril; sino que

,l)_ S,q.x Ju,rx CnrsósroMo, Homilía 2.. de la Ascensión. (M., p.


G., t. 50, cot.444,44ó,)

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432 FESTt t'IDADES DIvERSAS. FIESTAS IUovIBLES

aconsejan una acción, que Jesús iuzgará y recompensa-


rá, á, su vez.
Saquemos de la presente meditación el recuerdo de
este fuicio, en elcuai cadauno recibirá según 9us obras,
las cuales serán apreciadas, no conforme al éxito apa-
rente, sino conforme al trabajo saludable que conten-
gan. osegún el trabajo de cada uno', dice el Apóstol(1)'

col-,oQUIO

Nuestro coloquio debe participar , á,lavez, del dolor


que nos Causa Vernos Separados sensiblemente de nues-
del gozo que nos hace participal de su
tro Salvador, y-esp
dicha y de las etanzas que con su Ascensión fomen-
ta y cõnfirma. Después de expresar estos sentimientos,
pidãmos, por mediô de la Virgen, ser abundantemente
participantes de los divinos dones que El qui.l. dispen-
àurno, desde el cielo. Teníaros El por tan preciosos, QUê
no los consideraba pagados excesivamente á precio de
su desaparición de este mundo, « Os conviene que me
vaya» (2).

Tu dur ad astra et semita,


Sls meta nostris cordibus
Srs lacrYmorum gaudium
Sls dulce vitae Prnemíum (3)'

Tú, guía nuestro camino para el cielo.-Sé la rneta


de nuestros corazones.-sé el gozo de nuestras lágri-
mas. - Sé el dulce Premio de la vida '

fi) l.a Cor. III,8.


(2) Joan. XVI, 7.
(3) iii*no del Oficio de la Ascensión'

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FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD 433

Fiesta de la Santísima Trinidad

Dorninica después de pentecostés


INrHoouccróu
origen y significado de esta fiesta.-I. El culto

-(
l) HaY á Io .menos con
probabilidad
iasparabr"s -^;.
,':fl:lgi""Íl:.::
'.ürà
mada sin dud w,lalgle-
MEDrrÀcIoNES, ToMo tr._29.

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434 FEsTIv IDA DES DIVL'Rs \ s

2. La fiesta especial de la santísima Trinidad es


de institución menos antigua. Aunque ya en tiemqo q'
Carlomagno cierto CnnruFlo parece haber tenido la
idea de cónsagrar un día álasolemnización especial-del
mayor de los áistetios; el verdadero origen de esta fes-
tivídad no se remonta más alla de principios del siglo x,
en Lieja. El obispo EsTEBAN (t 920) prescribió su ce-
Cabildo de su catedral, y
la á toda la diócesis, Pasa
emania y á Francia (1
sin proscribir este uso,
cirlo todavía er la diócesis de Roma (2)' En el si-
glo xrrr, afirma DunaNDo (3) que esta fiesta se cele-
braba en casi todas las iglesias.- El Papa Junx xxll
(f af 6-1334) la hizo estrictamente universal (4)' .

3. La iiesta de la Santísima Trinidad corona á to-


das las demás porque nos recuer da á Dios trino
y uno,

por costumbre terminar


]v"'s rv-
sia occidental'r tenía los salmos por esta
d tuvo en 529' prescri^-
comPleten 2'a
b ' Qü€atestiguando
'laque
p
ê iPio,

lrÍ:+:",'"".'j:ffi:i'á

celebrábase Ia fiesta con octa-


2,P.461, oPina que desde.el si-
esPecialmente á la Santísima
de Pentecostés, Ya el que Pre-
de esta fiesta l. 4, c' 28, n' 22t Br'

eriis (ll, 9)
sirna Trinidad es muy anteÍior á

Juan XXII.

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FIESTa DE LA S.\N TÍsI.\IÀ .tRII\iII)At) 435

al cual todas van á, parar, y resume como en un haz


todos los honores tributados durante el afro á la Trini-
dad Beatísima. Esto ya nos indica clararnente que su
fin es reparar las negligencias cometidas en el culto
cotidiano de Dios uno y trino.
Proponemos dos *ãoituciones para esa fiesta: una
más apropi ada al carácter de la solernnidad tal cual
acabamos de describirla; la otra rnás sencilla y rnás
práctica.

PRIMER EJERCICIO
Plan de la meditación los tres puntos fijare-
Ínos la atención sobre la' -En
Santísirna Trinidad, como
ocupando la curnbre de los dogmas, de ta retígión y
culto y de la historia.

MEDrrAcróN

"Sanctus, sanctus, sonctus Dominus Deus omni-


po.tens, Çai erat, et qai est, et qai venturus est"
íApoc. IV, 8).
santo, sAnto, sonto es el sefror Dios omnipotente,
que ero, Çu€ es y qae ha de venir.

at
ci
i:",Xi?S';,â',1i,?:J
r, en la luz de una mis-
m inmensa. Returnba el
cielo con las acciones de gracias de todos los ángeles
y de todos los santos.
2.o PneluDlo. pi
en el augusto rnisterio
firme esperanza en las
caridad, correspondien

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.136 FEsTtYr DADES DIvERSAS

I. La Santísima Trinidad y sus dogmas.- I. 1 . La


Santísima Trinidad ocupala cumbre de la fe, como ésta
domina el mundo creado por aquélla. En una palabra,
comprende toda verdad. Ningún misterio hay más
gtrnd., ninguno más incomprensible paÍa - nosotros '
illingtin inge-nio creado era capaz de concebir la idea
de ü reaipluralidad de Personas en la unidad de una
natura leza idéntica; y aun después que nos ha sido
revelada, la posibilidâd de esta verdad continua total-
mente octtlta á nuestta razón.
2. Con todo, Pof respeto á la adorable Trinidad,
formulemos lo mejor posibre lo que Ia fe nos ensefla en
este punto: no para comprender un dogma que está
sobrsnosotros, sino para grabar en nuestra mente las
enseflanzas de la religión, pues importa mucho apoyar-
nos sobre la unidad dé la divina naturaleza, mantenien-
do la real pluralidad de las personas. Tres Personos
en
Dios, sigàifica que tres personas realmente distintas
entre sí, poseen no sólo una naturaleza semejante ,
poco más' ó menos de idéntico modo que los hom-
bres tienen todos la misma naturaleza humana, sino
absolutamente la misma naturaleza sin división algu-
na; ó también que estas tres Personas están iden-
tifícadas con una misma y única naturaleza divina
que subsiste en cada una de ellas. i cóffio, pues'
dif ieren estas personas entre sí ? unicamente
por
sus relaciones mutuas y su orig n (1). El Hijo es
distinto del padre, porquê de toda la eternidad es en-
distingue de El sino por esto.
[ãnOrudo por El, y-lo ôe
Ét erpíritú Santo difiere del Padre y del Fiio porque
t;;.'de del padre ydel Hi)o, como de un solo principio,

(l) omnia sunt unum ubi non obviot relationis oppositio' conc'
Flor, decret. Pro Jacob'

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FI[IST..\ DE LA SÀNTíSTMA TRINIDAD 437

y no difiere de Ellos sino por esto. Estas relaciones


que no se fundan en ninguna causaridad ef ectiva, cons-
tituyen las divinas Personas. Hay que alejar también
aquí toda idea de desigualdad, que estas palabras: pa-
9.., Hijo, Espíritu que procede del padie y del Hijo,
despiertan en nosotros. Estas relaciones, cúu .o.*is-
tencia eterna es necesaria, flo dan al padre, principio
del Hijo, superioridad ó prioridad arguna sobió el Hijo,
ni al Padre y al Hijo, indentificados'ópmo principio á.i
Espíritu santo, superioridad ó prioridad sobre ei Espi-
ritu Santo.
sólo con silenciosa adoración se contesta á la pre-
gunta de,cómo tres Personas distintas entre sí, pueden
no distinguirse de una rnisma absoluta realidád. Sin
la contradicción la excluye

Sã."oll,ll;:ill:' I# ji::
stas iguales á una tercera
en toda su realidad absoluta, deban necesariarnente ser
iguales en su realidad relativa, y no puedan distinguir-
se una de otra por mutuas relaciones.

Di
de
'ri,{f:,##i:'#fi'H'#
de en la perfección de la divi-
na esencia. como Inteligencia infinita, exige un verbo;
corno Arnor infinito exi§e un Espíritu 'San"to, bien
que
la Inteligencia y el Amor sean comunes á las tres per-
sonas, identificadas así en cuanto á la Voluntad, corno
en todas las perfecciones.
. I.. síguese de ahí que todas las obras exteriores
d.P,9s,_frutos de una sola voluntad, son cornunes
á
toda la Santísirna Trinidad. Pero las obras divinas
no
nos representan
isualmente á las tres personas; coÍno
sabernos que el Verbo tiene su razón de ser
en Ia Inte-

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43C FtsSTIVIDADES DIVERSAS

ligencia divina, y el Espíritu santo en el divino Amor,


la-s obras en que resplandece la Sabiduría nos repre-
sentan al Veibo, aquellas en que brilla el Amor nos
representan al Espiiitu Santo; mientras que al Padre
atribuímos las óbras cuya grandeza admiramos,
poÍ-
le
qua la idea de la Omnipoienõia. se enl aza, e n nuestra
mente, con la idea de primer principio
II. 1 . Humillemos de buen grado nuestra razÓn
ante esta inmensa. verdad y hagàmos un acto de fe
en la Trinidad Santísima.
Insistamos sobre la incomprensibilidad del mis-
2.
terio, recurriendo á comparaciones y Par.lbolas' como
con un
la que nos representa á saN AcusrÍN hablando
ángel (1).
3. Nada, así en el mundo exterior como en lo íntimo
del homure,'f odía hacernos sospechar la existencia
de
que el misterio ha
tres Personr, .n Dios; mas, después
y nosotros mismos parece-
sido revelado, la naturaleza
mos abundar en lo que llamán los teólogos, vestigios
ideas
de esta primera veràad. iCuántas cosas, cuántas
están asociadas al número tres y se preseptan con
cierta unidad en la pluralidad! Al fijarse en esto nues-
y nos
tra atención, nos record atála Santísima Trinidad
de gra-
hará multiplícar los actos de fe, de adoración'

ga 1 57, 358.

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titud rol'ffi,
"ililffi .J i1..,.,,, ;:
industriosa piedad no ha dudado en consignar en obras
considerables, fruto de inmensas fatigas, Ias respuestas
de la naturaleza, de las ciencias, de las artes, del hom'
bre, á quien les pregunta por el Dios uno en tres Per-
sonas (1).

II. La Santísima Trinídad y el culto.-I. 1. Nada


existe sino por Dios; todo tiende á su gloria. 1Cuánto
más los actos de la virtud de la religión van todos á
parar á El! Propiamente hablando, los honores que á
los santos tributamos van dirigidos finalmente á Dios.
Todo acto de culto es un homenaje rendido á, la Santí-
sima Trinidad.
2. En esta grande festividad, evoqueÍnos por una
parte todas las obras de Dios; las magnificencias del
mundo visible, las más grandes maravillas del orden de
la gracia. Todas nos hablan de Dios, todas provocan
este grito de admiración, lleno de gratitud: « Domine,
Dominas noster, qaom admirobile est nomen tuum
in universa terra! 1Sefror, Dios nuestro! iCuán admi-
rable es tu nombre en toda la tierra!» (2)
Recojamos por otra parte todos los homenajes ex-
citados por estos espectáculos: homenajes como arran-
cados á viva Íuerza á la inteligencia rebelde , ó que
brotan del corazón conmovido por la gratitud; homena-
jes de los santos y de toda la Iglesia; homenajes de la
Santísima Virgen y de Jesucristo. Recojamos todos
estos homenajes para formar con ellos un inmenso ra-
millete y hacer subir hacia la Majestad infinita oleadas
de perfumes, Qüe le rogamos tenga por agradables.
(1) Véase por eiemplo, Ia granCe obra del P. Dusors, c. SS. R.
L' exemplarisme divin.
(2) Ps. VIII, 2.

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440 FESTTvIDADES DIvERSAS

Repitamos con la Santa lglesia las estrofas del Te


Deum. «A ti, Sefror, todos los ángeles, los arcángeles,
los querubines, los serafines, los cielos y todas las
potestades repiten sin cesar: Santo, santo, santo es el
Sef,or. Dios de los ejércitos; llenos están los cielos y
la tierra de tu gloria. El coro glorioso de los apósto-
les, el número perfecto de los profetas, la legión san-
grienta de los mártires te glorifican; y la lglesia santa
confiesa tu nombre en todo el universo.»
II. 1. gHemos honrado siempre á Ios santos según
el espíritu de la lglesia y del modo que únicarnente
puede serles agradable? gFueron nuestros hornenajes
dirigidos bastantemente á Dios, á quien proclamaÍnos
admirable en sus santos?
Si nuestro ministerio nos llama á ensefrar á otros,
desde el púlpito por ejernplo, ghernos procurado expli-
car suficientemente que el Glorio Patri, que termina
todos los salrnos, debe asimismo coronar todos nues-
tros homenajes?
2. Util es oir las voces que en la naturaleza nos
hablan de Dios; pero rnás útil es aún oirlas dentro de
nosotros rnismos. EntreÍnos en nuestra alma, y hallare-
mos allí lev antados y generosos deseos, y sentimientos
dignos de al abanza. Recordemos bien que estas cuali-
dades hállanse, pero inf initamente más grandes, en
Dios mismo, y que, al allegarnos á Dios, nos enriquece-
mos con todos esos tesoros. lMagnífico trueque, optar
por Dios mejor que iror la criatura! Es acudir ála fuen-
te en lugar de recoger unas gotitas; es gozar del sol
en lugar de verse acariciado por un tenue rayo imper-
fectamente reflejado hacia nosotros.

III. La Santísima Trinidad y la historia.-I. Nos-


otros sólo conocemos la duración sucesiva del tiempo

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FIESTT\ D IJ LA SANTÍSIIIA TRINIDAI-) 44r

y así nos es imposible irnaginarnos Ia inmóvil perma-


nencia de la eternidad, durante la cual sólo existía Dios;
pero la fe nos ensefra que la creación se hizo en el
tiernpo, Qüe empezó con la primera criatura, y que
cuando este tiempo empezó, ya existía Dios uno en
tçes Personas, en la inmutable posesión de la infinita
bienav-enturanza,, que en sí misrno posee.
aDejará Dios de crear en la sucesión de los siglos? No
lo sabemos. Pero sabernos que, mucho tiernpo antes
del primer hombre, hubo un mundo angélico, compuesto
de criaturas espirituales capaces del bien y del rnal y
reducido ahora, muchos siglos ha, al más perfecto or-
den por la eterna recompensa de los unos y el eterno
castigo de los otros . La prueba del género humano lle-
gará tambi én á su térrnino. Prolongue nuestra fantasía
cuanto quiera los terrestres destinos del hombre, el úl-
timo día ll egará como el de rnafr ana, y en este último
día 1cuánta gloria será dada a la Santísirna Trinidad!
Todos los acontecimientos de que fué teatro el mundo,
todo cuanto ha oído de llarrtos ó clamores de ale-
gría; todo cuanto ha visto de victorias ó derrotas, de
fortunas ó ruinas, de elevaciones y envilecimientos,
de gozos ó de dolores: todo habrá pasado, quedará ol-
vidado ó mejor, transforrnado, de modo que presente
uno de estos dos grandes aspectos: por Dios ó con-
tra Dios. Por Dios, orden de Ia recompensa ; contra
Dios , orden del castigo. Este carácter domi nar á, todos
los pensamientos, todos los deseos, todos los pesares,
todos los cuidados. «Entonces será el fin, cuando trans-
fiera Cristo el reino á Dios su Padre... para que Dios
sea todo en todos» (1).
II. Por pequefros que searnos, concibe nuestra inte-
( 1 ) Cor. XV , 24, 28.

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4,12 FESTI,VID ADES DIVERSAS

ligencia este momento último de la historia presente, Y


comprende también cuán mezquina es toda preocupa-
ción, gue deba un día desaparecer absorbida en la úni-
ca que permanece.
He aquí, pues ,la gran tarea que nos incumbe; subs-
tituir las inútiles solicitudes por la única que merece
ocuparnos: la gloria de Dios.

coLoQUIO

1. Demos gracias á Dios por sus beneficios y por


su gloria. Digaúos con la lglesia en el gloria de .la
miú: uTe damos gracias, Sefror Dios, PoÍ tu grande
gloria.,
2. Renovemos nuestra fe en el misterio de la San-
tísima Trinidad y nuestra esperanza en Dios. Rogue-
mos á Dios.

queremos verdaderamente amar á Dios de todo cora-


iOq con toda nuestra mente, con todas nuestras fuer-
zas. Podre nuestro.

SEGUNDO EJERCICIO

Plan de ta meditación-Este ejercicio tiene por


fin enf ervorizar nuestra fe, nuestra esperanza y nues-
tra caridad, las tres virtudes teologales por las que

(1) Joan. XIV, 6.

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ouT^
nos,,,.*;:; ; ;'^*Hff'; ilramos
Trinidad Santísirna . Lo Trinidod objeto de nuestra
Íe y de nuestras adoraciones; objeto de nuestra es-
peronza y de nueslra confianza; objeto de nuestro
omor: ire aquí los puntos que vaÍnos á desarrollar en
la presente meditación.

MeorrRcróx
«Similesei erimus, qaoniam videbimus eam sicuti
est»> (1 .u Joan III, 2).
seremos semejantes cí Dios, porqae le yeremos
tal cual es.
1... Pner-uDlo. Ayudándonos, si es preciso, de
los símbolos, á que recurren los pintores para repre-
sentar sobre la tela al Dios tres veces santo, figuré-
Ínonos en el cielo la Majestad divina adorada por los
ángeles y los santos.
2.o PneluDro. PidaÍnos con instancia juntar con
una profunda humildad, üÍr santo amor, para adorar q
Dios y servirle perfectamente.

l. La Trinidad objeto de nuestra fe y de nues-


tras adoraciones. - I. 1 . Recordernos ante todo la
noción fundamental del misterio: la unidad absoluta de
la naturaleza divina y la Trinidad de las personas en
todo iguales, QUe poseen la rnisrna divinidad. Esforcé-
rnonos en hacer resaltar bien á nuestra vista cuán pro-
fundo é incornprensible es este rnister-io.
Pero cuanto sean más espesas las tinieblas, rnayor
mérito tendrá la plena adhesión de nuestro entendi-
miento. Tengámonos por dichosos en ofrece r á la Ma-
jestad divina el homenaie de una perfecta surnisión,
creyendo sin comprender.

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#4 FE.ST[ VIDA DI]S DIV E R SA,S

2. Bien penetrados de esta verdad, que nada de


acá abajo nos proporcionará argumento alguno capaz
de hacernos descubrir el misterio de la Santísima Tri-
nidad, y de que no hallaremos imagen alguna que nos
lo represente, puede nuestra piedad, como la de los
santos, relacionar el recuerdo de las tres divinas Per-
sonas á los grLtpos de seres y de nociones que se nos
presentan en número de tres, y tomar de este recuerdo
ocasión para multiplicar los actos de amor y adoración,
II. La obscuridad misma del misterio nos es prove-
chosa; pero no todo es tinieblas en la Trinidad Santísi-
ma, sino que este mismo misterio, que no podemos
esclarecer, derrama claridades sobre nuestra inteli-
gencla.
Aun sin ocuparnos de las obras maestras que en Su
honor y para su declaración se han escrito, á todos
permite útiles y fructuosas investigaciones.
a) Si no podemos sondear el misterio en sí rnisrno,
nos explicarnos, hasta cierto punto, cómo eS necesaria-
mente insondable, precisamente porque nada hay en el
n\undo criado que nos induzca á, creer que es posible
la unidad en la trinidad. Es que la creación refleja á
su Autor, y venimos de Dios en Cuanto es único en Su
naturaleza,, y no en cuanto esta naturaleza subsiste
etr tres Personas.
b) Detrás de sus velos impenetrables, nos deja
entrever este misterio la realización de un ideal más
elevado que todos los de este mundo. Aun en las cosas
de acá abajo nos place la unidad, que resplandece en

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FTESTA DE LA SANTJSIMA TRINIDAD 413

Ni la urridad, pues, ni la pluralidad separadas, parecen


responder adecuadamente á las exigencias de una infi-
nita perfección. Pero he aquí que, en la Trinidad cató-
hca, tenemos ocasión de admira r la perfecta unidad sin
soledad y la pluralidad sin división ni partición alguna.
ioh profundidad de las divinas perfeccionesl -
II. La Trinidad, objeto de nuestra espera nza y
confianza.-1. 1 . Dios, güe nos crió, . gobierna el
rnundo; pero sus planes aparecen, corno EI- mismo, en-
vueltos en el misterio. iDe cuántas cosas ignoramos la
razón! Mas estas dificultades fomentan el êjercicio, de
sí rnuy excelente, de la confianzo.
Pesernos las razones que la justif ican.
o) cDe dónde provienen .las penosas impresiones
que nos producen los acontecimientos? De la sed de

monía.
b) Considerernos nuestra situación en el espacio y
en el tiempo. iCuán estrechos lírnites encierran nuestrâ
vida! No conocen:ros síno una pequefra parte de la his-
toria; lla tierra rnisma que habitarnos, dista rnucho de
habernos abierto enterarnente sus secretos! lcuántas

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.l{6 FEsTIvIDADES DIvERSAS

turbaron á los cotttemporáneos, coÍno las persecuciones


de los primeros siglos, nos dan ahora ocasión de ben-
decir y glorificar las divinas perfecciones.
La noción de la Trinidad facilita más esta confianza.
En efecto, rnejor se manifiestan á nuestros ojos las di-
vinas perfecciones, por lo mismo que podemos atri'
buirlas á tres Personas clivinas obrando de consuno, y
que adoramos la Omnipotencia en el Padre, la Sabidu-
ría en el Hijo y la Bondad, el Amor en el Espíritu
Santo.
Mostrernos, ptles, á Dios esta verdadera conÍianza
fundada sobre la fe en las perfecciones infinitas, y no
sobre los pobres tanteos de nuestra inteligencia.
II. Mas esta misma Trinidad, á quien adoro sin
coÍnprenderla, estoy destinado á verla y á poseerla.
Cuanto más levant ada êstá por encima de ffií, más
grande se muestra mi destino, más debe regocijar mi
lorazón una santa espera nza. Bendigamos al Padre y
al Hijo y al EsPíritu Santo.

La Trinidad, obieto de nuestro amor.-1. Es-


III.
te Dios, tan grande como eS' se da desde ahora á nos-
otros. Presente á todos los seres, por el contacto de
una virtud omnipotente, lo está en los justos como un
amigo que se deja poseer, y quiere ser el objeto de una
santã fruición. Dios es poseído por el amor que para
consigo nos inspira. Y la profundidad insondable de la
Santíãima Trinidad, la distancia esencial de esta infini-
ta natu raleza' debe hacerme apreciar más el Amot ca'
paz
^ IIde franquear tales distancias.
. Alabemos, amemo s á la Trinidad Santísima.
Condúzcanos la gratitud, al más puro amor'

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FIES-|A DEI- .Si\NTÍSITTO S \CRA i\IF-NTI) 447

col-oQUro
Siguiendo el espíritu de la lglesia, gusternos de hon-
raÍ á lavez á las tres Personas divinas. Cada día,
al santiguarnos y en el Gloria Patri, adoremos á
Ia Santísima Trinidad. Reparemos las irnperfecciones
cornetidas en este culto cotidiano. Propongarnos cum-
plir con rnás respeto y fervor los actos de fieaao. Fui-
rnos bautizados en el nornbre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo; vivamos, pues, en el nombre oeÍ pádre
y del Hijo y del Espíritu ,Santo. Roguernos al padre
corno Principio, al Hijo como Sabiduría y Redentor, al
Espíritu Santo como Santificador , para que de una fe
viva en la Santísirna Trinidad, paseÍnos al esplendor
de la visión del cielo. Te Deum.

Fiesta del Santísimo Sacramento (11

Jueves, después de la fiesta de la santísima Trinidad


INTRoDuccróx

origen y significación de la fiesta.-l , La festivi-


dad del Corpas tiene conrnovedores orígenes, que re-

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418 FESTIVIDA DES DIvERSAS

cordarán, cuatro siglos más tarde, los de la fiesta del


Sagrado Cora zÓn En una y otra, pretgndió el Seflor
enãrdecer las almas con el espectáculo de su amor; en
una joven inocente,
oradora de su Santí-
ja halla en otras dos
e San Martín, é IsA-

el sufrimiento.
2. NA (1) n en el dis-
trito de 1193 '
segun se
cree, lsamaba s el hospi-
cio d se Por P recida Por
una visión simbólica (2) que fue consranternente repro-

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FTESTA DEL sANTÍsrMo sAcRAlrENTo 449

duciéndose hasta que, al cabo de dos aflos, le explicó el


Sef,or su sentido. «Conviene que el Sacramento de su
cuerpo y de su sangre reciba en una especial festividad
más directos y más solemnes honores, que los que son
compatibles con las ceremonias del Jueves Santo; y
que sedé ocasión de reparar las negligencias cotidianas
que se corneten en el culto de la Sagrada Eucaristía.,
JulmNe debe tomar la iniciativa de celebrar la nueva
fiesta y dar á conocer al mundo la necesidad de su insti-
tución. Extremadamente confus a al verse encargada de
misión tan alta, multiplica la sierva de Dios sus instan-
cias para que la divina elección recaiga en más capaz y
más digno sujeto. Finalrnente, pasados veinte afros, da
parte de sus visiones áun venerable canónigode la igle-
sia de S. Martín llarnado JunN DE LAUSAxT. ConJie-
relo éste con doctos y piadosos teólogos y, entre ellos,
con el arcediano JuaN DE Tnoves que Iuego fué
Papa con el nombre de UnenNo IV. Su aprúación
unánirne alienta á JulrnNA,sin preservarla de las hurni-
llaciones y pruebas, que Ínarcan con el salvador signo
de la cruz, á los que se entregan á Jesucristo. §in
embargor hacia 1232,la piedad de un hurnilde religioso
y las indicaciones de la Beata logran Ia composición de
un hermosísirno oficio del Santísimo Sacrarnento (1), el
cual se reza por primera vez en 1246, en Fosses, en el
aposento en que murió el Obispo Roeenro DE Tono-
rE, que aquel mismo afro había publicado el edicto insti-

plendoroso, pero ligeramente descantillado. (Creemos traducir así


meior las palabras: Cum atiquantula sui sphaerici corporis fractio-

díjola
:;,\:;z::E:;#"
ii?,* el Sefror que el di i#8,,TT,1'.i:;
ta éscoi ad,ura',
la falta de una fíesta en ento.
( I ) Hasta el presente sólo se han hallado
fragmentos de este
,"T:::H:ES,TOMOrr
-29

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450 FESTIvIDADES DIvERSAS

tuyendo la fiesta, la cual se inauguró en 1247 (1), en la


colegiata de S. Martín. Dos Cardenales legados, Huco
or SnN-Cnen (1251 , 1252) y Peono Capocct (1251)
hácense igualmente promotores de la fiesta en el país
de Lieja y el territorio de su legación.
El aflo de 1 264 fué finalrnente promulgada para el
universo entero la fiesta cuya institución parece haber
predicho Saxra Menín DE Otcxtes hacia el afro de
1226 (2).La bula Transilurus de UnneNo IV es «un
cántico de incomparable lirisfilo » (3), cuyos acentos se
hallan en el oficio definitivo, que el Doctor Angélico
compuso entonces pafa esta festividad. Esta constitu-
ción no obtuvo, sin embargo, todo su efecto, hasta que
la hubo confirmado CleueNrE V en el concilio de
Viena (131 1), y que JunN XXII hubo urgido su eiecu-
ción. Organízanse poco después las prirneras procesio-
nes: esos paseos triunfales de Cristo Seflor Nuestro, á
los cuales debe el Corpas, en gran parte, Sú populari-
dad y su espiritual influencia. Viéronse_en primer lugar
en Sens en 1320, en Tournai en 1323, en Chartres
en 1330 (4).
Actualmente está también esta festividad muy ex-
tendida en las Iglesias Orientales, y el oficio de Snuro
Tomas está traducido al griego por G. Mevn (5),
3. Esta f iesta tiene por objeto glorif ic ar áCristo sa-
cramentado, y fomentar en los fieles el sentimiento de

(1) La primitiva fecha, como nota Mn. MoNCHAIIP, l' c', fué-el
cele-
iueveá despúés de la octava de la Trinidad. Esta última fiesta
brábase
- en Lieia con octava.
(2) Suvida, escrita hacia 1226, después de relatar varias pre-
dicciones ya realizad,as, afrade que' por voces de ángeles, prometió'
Dios á la santá, haría oír el cániico de una nueva solemnidad. Véase
MoxcrnNIP, oP. c., P.X.
(3) MoxcruMP, oP. cit., P' VIII'
(4) Ibidem, P. VII.
iSl Ntr-les, Catend. man',t'2, p' 474'

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FIESTA DEL SANTíSIMO SACRAMENTO 451

una_ espiri!y! alegría.La glorificación ha de coÍnpen-


sar Ias cotidianas negligencias en el culto del Santísi-
rno Sacramento; una sànta aregr?a debe rnantener la
devoción. Este es el espíritu dela festividad, según las
revelaciones de la Beata: así lo hallamos en la õ'ula de
institución, y así se manifiesta en la liturgia (1) por las
solernnid
er arecto
iglesias;
:1ilf;]:3:'
lcleroyd
cánticos unánirnós
lrnpulsos del corazón y de sus deseos, un concierto de
hirnnos de alegría saludabre; cante la fe, regocíjese la
esperanza, exulte la caridad, apl auda Ia devóción, hin-
9h, el júbilo el sagrado coro, desbórdese de contento
la pureza; atestigüen todos por su concurso el írnpetu
de su alrna, Ia prontitud de Àu voluntad y entrégrànr.
á las felices inspiraciones de su celo , puiu celebrar tan
solernne f estividad. ,
Plan de la meditación
-Parece deber hacerse esta
entimiento de gozosa gratitud y cor_
ste fin, volviendo aún atomar lospen_
nstitución Transiturus, considerare-
e el Corpt s corno la fiesta de la co_
_ a,de latri nfal presencía de Nues_
tro Sefror Jesucristo en su Igl'esia. El día de Corpus,
recíbese Ia sagrada Eucaristíã, se asiste al santo sacri-
ficio, yJesús Sacrarnentado es llevaco en procesión.

MBottacróx
..lYon relinquam vof orphaftos» (Joan. xlv, 1B).
IVo os dejaré Ítuérfands.
(1) Resuena de nuev o er arerupa, á poca diferencia
tiempo pascual, y Bi coincide con Ia fieita argún ;fi*, como en er
trasrádase.

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,152 FESTIVIDADES DIVERSAS

1.er PnBIUDIO. Irnaginémonos la vasta llanura en


que pasó el milagro estuPendo
lôs panes. Una muftitud de c
tados sobre la hierba en gruP
personas, gustan con Íruicion del m
que el Sárür les ha hecho distribuir por los apóstolgt'
Declárales, después del prodigio, que El -9t pan 'iYo
bajado del cielo, para d,ar á, la humanidad fiel una vida
que no tendrá f in.
' 2.o PnclUDIO. Pidamos en esta hermosa y Con-
y
movedora festividad, ün se rtimiento de santa alegría
vivo reconocimiento, Para go zaf mejor y meior aprove-
charnos de la sagrada Eucaristía'

I. La comun iÓn del cOrpu§ Trataremos en este


.
- '
primer punto, de acrecentar nuestro aprecio por el be-
neficio de la comunión. A este fin, comparemos la
y
presente realidad con las figuras que la anunciaron
ia dicha eterna de la cual es preludio'
I. 1. Las figuras. a) La santa Biblia refiere qqe
jardín-de
el primer hombrã fué puesto Dios en un
-por flo-
delicias,en donde abundaban las más encantadoras
res y los más sabrosos f rutos. Estos bienes estaban
destinados à eoan y Eva, QUe gozaban libremente
de
en medio del paraíso estaba un
ellos. Sin embargo;
árbol misterioso,lu. atraía sus miradas y sus deseos:
prome tía á quien gustase de sus cia del
[i"n y del *át. Dios, Por otra part abste-
netsõ de é1, efl reconocimiento de
erano'
«El día,les dijo, en que comiereis
pasa-
réis al dominio de la muerte'»
Elparaísoesimagen.delalg|esja.ydelosbienes
a sus hijos.
espirituales con que aÉundantemente brin da
En medio de està paraíso está plantado un árbol, Qüê

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FI ES I -\ D r-L SAN rÍST \IO SAC RÀ MBNTO 453

constituye todo su tesoro: el árbol de la uuz, Qüe lleva


un fruto, no de rnuerte sino de vida. En lugar de la te-
rrible amenaza, que nos rnanten dría alejados, la más
atractiva invitación nos estimula á cogerlo. uQuien
comiere de este fruto, vivirá eternamente » lAdmirable
contraste establecido por Aquel que vino á restaurarlo
todo! Perdiónos el atractivo de un fruto prohibido; ha-
llamos la salvación en el atractivo de un fruto infinita-
mente mejor, que el arnor de Dios nos rnanda comer.
Dernos glori a a la Bondad y sabiduría de Dios.
b) En el desierto, por el cual, durante cuarenta
aflos, debían los Israelitas and ar errantes antes de con-
quistar la tierra de promisión, Dios hizo llover cada día
un alirnento de color blanco, el maná, del cual hacían, á
la rnadrugada., provisión parasí rnismos y sus familiás.
El mundo actual es, á los ojos del cristiano, ese desier-
to, en donde hay que morar y combatir hasta el rno-
rnento de entrar en el cielo, verdadera tierra de prorni-
sión. De aquí que el amor ornnipotente del Sefror nos
prepare un pan verdaderarnente celestial, que es El
mismo, efl la sagrada Eucaristía.
6Nos coÍnunican, acaso, las necesidades de nuestra
alma, la diligencia en ir á gustar de este manjar, que
ponían los Israelitas en recoger el alirnento corporal?

. ?. El principio de la eterna feticidad.-El pan


de los ángeles, canternos con la Iglesia, ha venido á ser
alimento de los üajeros. En el cielo, los ángeles y los
santos viven de Dios. Y ese Dios, de quien ãu corazón
y su mente se alimentan, viene á, nosotros cuando re-
cibimos la Eucarirtía; viene coÍno manjar espiritual de
nuestras almas. El banquete á que somos invitados es
realmente un banquete divino, que ha de seguir cele-
brándose por toda la eternidad. A la ,rarõra que Ia

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4ó4 FESTIvIDADES DtvERs'\s

visión de Dios sucederá á la f e en Dios, mientras que


permanece idéntica la caridad: así los amigos de Dios
gústanle ahora en el misterio de Ia fe, para gustarle
luego en la visión de la gloria.
II. El Corpus nos récuerda juntamente las muchas
veces que hemos comulgado, los consuelos que ha-
ciéndoló hemos gustado, los frutos que de ello hemos
recogido; pero aimisrno tiempo nos trae a la memoria
las fãltas y negligencias que nos han hecho rehusar ó
admitir, sin el deÍido cuidado, la invitación ála sagra-
da mesa.
Debemos, pues, hoy: o) Dar solemnemente gracias
á Dios Nuestro Sef,or, PoÍ sus inefables visitas á nues-
tra alma, y sentir por eilas un gozo más completo; ?)
reparar con nuestro respeto y fervor las pasadas negli-
gencias; c) regular el número de nuestras comuniones
! perfeccion uílu preparación y acción de gracias; d) si
Somos sacerdotes^y confesores, examinar nuestro celo
en promover con prudente discreción la comunión fre-
cuente.

II La misa del día de Corpu§.-I. Para aumen-


tar nuestro aprecio por la Santa misa, mirémosla como
ocupando el centro entre dos grandes escenas: la una
desàrrollóse una vez en el Calvario; la otra pasa eter-
namente en el cielo . La primera, nos recuerda una
pena, üfl dolor inmenso, mas también un amor infinito y
una oblación que salva al mundo . La misa renueva
real, aunque místicamente, este sacrificio; uno mis-
mo eS el grarl Sacerdote, Jesucristo; una misma la víc-
tima, Jesúcristo: inmolación mística é incruenta' que
nos aplica los méritos de la oblación sangrienta que
se ofreció en la crttz.
La escena del cielo nos la describe San Juan en el

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FTESTA DEL SANTÍSÍMO SACRAMENTO 455
capítulo v de 9u fRocrlipsis. En un trono de gloria
resplandece triunfante un cordero que fué inmúado.
A su alrededor están los escogidos; én su honor resue-
nan los cánticos; toda criaturite rinde vasallaje. Estas
alaban zas y estos homenajes nos ensefran que, desde
g.l prilcipio del rnundo hasta el fin de é1, ninguna glori-
ficación divina, ninguna acción de gracias, niíguní ple-
garil, ningún grito de perdón, puão jarná-s subir desde
la tierra hasta Dios, ni serle grato, si nr es por vir-
tud del sacrificio en que este-Cordero fué i,molado.
sino que antes. de Jesucristo, las ofrendas eran sirnple
figura de la oblación verdadera; mientras que, consu-
rnada ya la oblación verdadera en el Calvaiio, renué-
vase ésta en cada rnisa que, según el deseo del sefror,
se celebra en Ínemoria suya.
II. iEn cuánto apreciõ debernos tener la rnisa, yâ
iea que la celebrernos coÍno sacerdotes, efl nornbre
d.e.la lglesia, yâ que participernos de ella coÍno
simples
fieles!Exarninernos, pues, hoy, si estirnarnos bastante
el
asistir a la rnisa, y si durante este augusto sacrificio
rnanifestarnos á Dios suficiente respetõ y confi
anza.
corrijamos nuestras faltas; determinemos cuántas
veces y cómo debernos procurar unirnos más especial_
mente por nuestra presencia á esta oblación de infinito
valor.

III. La presencia triunfal de cristo en su lglesia._


cribe la entrada gloriosa
ndo, uniéndose la muche-
honrarle, tendían unos sus
bían pisar sus pies; arran-
boles para cubrir con ellas
el carnino, rnientras que una rnultitud entusiasta le pre-
cedía y le seguía clarnando: «iHosanna, hosanna
al hijo

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456 FESTIvIDaDES DIvERSAS

de David; bendito el que viene en nombre del Sef,or» (1)'


Mas este triunfo fué momentáneo; fué un cloro antes
de la sombría noche de la pasión. Pocos días después,
el pueblo de esta misma ciudad, pedirá sea puesto en
cruz Aquel mismo, efl Cuyo honor resonaban las acla-
maciones.
2. La Iglesia posee en sus tabernáculos á Cristo,
vencedor de la muerte y del infierno, y nuestras pro-
cesiones son el triunfal corteio del Rey de la gloria.
Cuando El atraviesa bajo palio nuestras calles empave-
sadas; cuando á su paso cúbrese de flores el suelo, y
las frentes se inclinàn y dóblanse las rodillas; cuando
los sagrados himnos resuenan en nuestras ciudades,
que Dios
ioh cóão afirmamos entonces con la lglesia,
está entre nosotros, qtle nuestro Padre no nos ha aban-
donado !

3. Y á través de esta presente realidad, entrevé


nuestra mente el corte io infinitamente más esp_léndido
que forman los santos â su Dios y Salvador. S' JUIN
,ot deja sospechar algo de esto, al mostrarnos las pri-
micias de là humanúad salvada, acompaf,ando por
todas partes al Cordero (2).
II. 1. Quiso el Pontífice que instituyó- la fiesta
del Santísimo Sacramento, proporcionar á Jesucristo,
presente en la sagrada Eucaristía, ün triunfo exterior
iobre los heref eÀ- que negaban el milagro de su bon-
dad (3). Nuestras hàrmosas procesiones siguen siendo,
para nuestro Redentôr, ocasiones de glgria que forta-
i..., nuestra fe, confunden á,la impiedad, y conmueven
á todos los cristianos con una firme esperanza y un
go-
pues, efl cUanto nOS Sea pOsi-
ZOSO amor.COOperemOS,

(1) Matth. XXI, 9.


(2) Apoc. XIV, 4.
(3) Bula Transiturus.

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FIESTA DEL sANTfrrro sAcRAMENTo 477

ble, á mantenerlas en todo su esplendor; tomemos á pe-


chos el afirmar nuestra gratitud, contribuyendo al brillo
de tales ceremonias. iAy! en demasiados países han ya
logrado los enemigos de Cristo relegarle á lo interior
de las iglesias. Haga el valeroso fervor de los católi-
cos abortar tan tristes complots; apretémonos con pie'
dad más ardiente alrededor de AquéI, a quien hijos
ingratos no quieren ver reinar.
2. Mas, Qúe nuestra conducta no desmienta nunca
nuestras exteriores demostraciones. Después de haber
aclamado al Salvador en las calles, no le crucifiquen
nuestros pecados en nuestro corazón. Aquí como allí, y
aún más que allí debe su presencia ser triunfal.

col-oQUro

1. Para honrar más á Jesús Sacramentado, oÍrez'


cámosle un propósito muy conforme con el espíritu de
esta festividad: El de reformar cada mes nuestra asis-
tenci a á la santa misa, nuesfras comuniones y nuestras
visitas al Santísimo. iQué ejemplo nos dejó la Beera
JultauA DE ConNtllóu! lCon qué indecible fervor asis-
tía al santo sacrificio! Y no permitiéndole el deseo de evi-
tar toda singularidad, asistir á el cada día, procuraba,
en aguellos en que la misa le faltaba, compensar esta
privación, orando con extraordinario fervor en el tiem-
po en que se celebraba. Arrebatada fuera de sí por la
sagrada comunión, experimentaba luego grande asco
de todo corporal alimento , y á cada visita de su Dios
imponíase una semana de no interrumpido silencio y
evitaba, en cuanto le era posible, los negocios durante
un mes entero (1).
(l) Vida escrita por un contemporáneo. Acta sanctorum, 5 de
Abril, p. 447.

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458 FESTTvTD A DEs DTVERSAS

2. AdmireÍnos luego, con UnenNo IV, cuán incom-


parable rnemorial de tod a la redención sea este sacra-
mento que, bajo las especies de pan y vino, contiene
al misrno Redentor. Si este recuerdo no nos hace derra-
mar aquellas gozosas lágrimas de que habla el Pontífi'
ce (1), oÍrezcamos á lo rnenos al Dios de nuestros al-
tares, por manos de la Virgen María, el perenne
tributo de un sincero y devoto af ecto . Ponge lingua.

SECCION TERCERA
Meditaciones para los cinco domingos y la fiesta de
San Juan Berchmans

El últirno afro de su vida, San Juan Berchrnans hizo


y rubricó con su sangre el voto siguiente, que depositó
á los pies del Tabernáculo, para la Inmacttlada Madre
de Aquél á quien adoraba en la Sagrada Eucaristía:
' « Yo, ./uon BerchÍntltts, indignísimo hijo de la
Compafiía, os prometo rÍ Vos y, tí vuestro Hiio, cuyo
presencitt en el ougustísimo sacramento de la Euca-
ristía confteso y adoro, Ça€ por todo mi vida quiero
aftrmor y defender vuestra Concepcion Inmaculada,
salvo ano decisión controria de la lglesia.»
En fe de lo cual, rubrico este escrito con mi propia
sangre y Io termino con el anagrama de la Compafría
que contiene el nombre de Jesús. Aflo 1620.
I. H. S. Junx BencnMANS.
(1) In ea (commemoratione) congaudemus lacrimantes, el lacri-
mamur devote gaudentes,laetas habendo lacrimas et laetitiam lacri-
mantem. Bula Transiturus,

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CINCO DOMINGOS DE SAi{ JUAN BERGHMANS 459

ADVERTENCIAS PRELIMINARES
I. «Juan Berchrnans f ué el érnulo dichoso de Luis
Gonzaga y Estanislao de Kostka; y hasta tal punto lo
fué, QUe no sin razón puede preguntarse cuál de esos
tres gloriosos hijos dió á la Compaflía de Jesús rnás
motivos de regocijarse y f elicitarse. Lo que no cabe
poner en duda es, que las virtudes comunes á los
tresi, tornaron en Juan Berchrnans una forrna especial
que las hace rnás asequibles; remóntanse todas ellas
hasta la cumbre suprerna de su perfección, sin que
exteriorrnente aparezca nada extraordinario. Semejan-
tes ejeÍnpios tienen un poder maravilloso para obtener
de los hombres algo rnejor que los sirnples honores tri-
butados á Ia santidad: es decir, QUe excitan en ellos
vivísirnos deseos de conquistarla. »
Este a de canoni zación Angelo-
rum (l), rnanifiesto la idea qut ins-
piró est escribiéronse para rendir
tributo d santo, belga de nacimiento,
y espafrol, por pertenecer senrejante territorio á la
corona de Espafra en aquella época, esperando con
este rnedio poder contribuir á que se difunda entre los
ióvenes llarnados al claustro y a la vida sacerdotal, êl
saludable contagio de sus virtudes.
En ef ecto , para inculcar efica zmente dichas leccio-
nes en la inteligencia y decidir Ia voluntad á abrazarse
animosamente con tan heroicos ejernplos, nada tan útil
corno el trabajo personal de la reflexión mezclada con
( I ) De 22 de Enero de I 888. La cano nización celebróse á 15 del
mismo mes.

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tt

- ,

4OO FEJTIVIDADITS DIV}CRSAS

la pleg aria, pues ambas cosas complácese de un modo


especial la gracia en fecundar y bendecir.
Por lo démás, á nadie admirará que tales medita-
ciones formen el remate de un libro escrito en honor
de la Inmaculada Concepción. Poco ha, cttando Bél-
gica ofreció al Papa perpetuar en Roma, Pof medio
de una iglesia consagrada á San Juan Berchmans, el
recuerdo del glorioso jubileo de María Inmaculada ino
afirmaba de un modo clarísimo dicha nación que, á su
entender, existía un lazo muy íntimo entre el privilegio
de la Virgen y la santidad del que, como dijimos, hizo
voto de defenderlo? La santidad de Berchmans es una
gloria de María Inmaculada, un fruto magnífico, sobre-
manera apto para inducirnos á profesar 'úna tierna
devoción á la que lo produio.
Un acto pontificio determinó, asimismo, la forma
de esta serie de ejercicios. Otros Papas habían otor-
gado gracias espirituales á los que tomaban como prác-
Úca dõ su devoción considerar los meses ó afros de
vida religiosa de San Estanislao y de San Luis; y á fin
de dar á su glorioso émulo este n
ianza, León XIII enriqueció con
tica de santificar con actos de P
domingos igual al de aflos que San Juan Berchmans
vivió ên la religión. Los cuatro primeros domingos
tienen concedidoá siete afros y siete cuarentenas, y el
quinto, que es el últiffio, una indulgencia plenaria (1).
Adviértase que estos domingos deben preceder inme-
diatamente a la fiesta.
Llamado como aquel otro hijo de María, Estanislao,

(1) Rescriptos de la de Indulgencias' l7


ae iúâyo de tg'gO. Condi sión, comunión, vi-
sitar u-na iglesia ó capil as intenciones del
Soberano Pontífice.

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clNco DotvIINGos DE sÀN JuAN BERcHMANs 46L

á entrar en la gloria del cielo por la Asunción de la


Virgen, asignósele como día d'e su fiesta el trece de
Agosto (1).
La celebración de los dos ó tres primeros domingos
podría, pues, constituir una excelente preparación par.a
vacaciones. Los últimos sugerirían santos propósitos
en los comienzos de esta temporada de descanso, y
constituirían un Íeliz presagio para todo el tiempo
de vacaciones; porque la mejor garantía de éxito
en todas las cosas es comenzarlas biett.
III. Idea y plan de estas fiteditaciones. Como
ya dijimos, el objeto general de las consideraciones
que apuntaremos, lo formará la santidad arnable é imi-
table de San Juan Berchmans.
En las vidas de los Santos, el análisis de su santi-
dad perrnite descubrir fácilmente:
Una voluntad enérgica,
Una devoción especíal,
El sacriftcio erterior del cuerpo)
El sucriftcio interior de la voluntad ó del almo,
[Jn heroísmo particular que constítuye la fisono-
rnía propia de cada uno de ellos.
Conf orme á esta observación, estudiaremos suce-
sivamente, en la vida de nuestro Juan:
La voluntad de llegar d ser santo,
La devoción rÍ la Santísima Virgen,
El sacrificio del caerpo y de los sentidos por
medio de la cttstidad
El sacriftcio de ti voluntad por la reguloridod
y la sumision,
(l) La archidiócesis de Malinas (indulto de 20 de Septiembre
de 1866) y los colegios, se ninarios y escuelas de la Compafríade
Jesris, gozan, fuera de Italia (indulto de 23 de Noviembre de 1863)
el privilegio de celebrar, etr el mes de Noviembre, otra fiesta en
honor de San Juan Berchmans.

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462 FESTIYIDADES DIVERSAS

El heroísmo de las ctcciones ordinorias.


Cada Meditación llevará coÍno preámbulo algunas
cortas_reflexiones. En cada uno de los puntos, pofldre-
mos de relieve, €n primer lugar, el ejemplo del Santo,
á fin de poder deducir inmediatamente útiles aplicacio-
nes para nosotros mismos.
Los hechos citados proceden de la vida escrita por
el P. CEpARI, S. J., ó del Spicilegium publicado por
el P. VAN DER SpeerEN.

PRINIER DOMINGO.--Voluntad de llegar á ser santo

Materio de la meditación.-No dejemos que se


borre de nuestra rnemoria el día bendito en que la
amorosa rnano de Dios nos arrancó del torbellino de
las cosas fugitivas, mientras su voz, resonando en lo
más íntimo de nuestra alma, suscitaba en ella el más
sublime de los deseos: el deseo de la santidad.
Una vez que hubimos sido plarrtados junto á esta
orilla dichosa, regada por la gracia, nuestras raíces
han permanecido sin cesar empapadas en una agua
vivificante, y nuestra casa ha podido levantarse á
semejanza de aquel árbol vigoroso, cuyo verde follaje
y rica fecundidad canta el Salmista (1)
Pudimos, sí; pero, ilo quisimos.2
cQué se hicieron aquellos santos deseos de virtud
y de perf ección ; aquellas ideas generosas, y en f in,
tantos y tantos proyectos de sacrificio y de celo? aA
dónde llegaremos con el paso que llevarnos? ;Morire-
mos con el pesar de haber desistido de tan rnagníficos
planes, por habernos resignado á una triste medianía?
lPlegue á nuestro amable Patrono preservarnos ó

(1) Ps. I, 3.

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CINCO DOMINGOS DE SAN JUAN BERCHMANS 463
curarnos de tan funesto letargo! Aprendamos de él á
querer ser santos.
Plan de' la meditación En tres puntos sucesi-
vos, veremos que San Juan Berchmans aportó á, la
obra de su santificación una voluntad decidido, una
volunt ad ilust r oda, una volunt ad I ib re .

MEDITACION

«Si no me sontifico duran.te la javentud, jamds


llegaré (í la santidad." (Palabras de San Juan Berch-
rnans.)
1 .Bn PneluDr(). Representémonos á San Juan
Berchmans, efl el momento en que, radiante de alegría,
acaba de pasar el dintel del noviciado que la Com-
pafría de Jesús tenía en Malinas. Durante una hora,
cuenta su historiador el P. CneARr, no le fué posible
contener un torrente de dulcísimas lágrimas, poí el
gozo que le daba pensar que se hallaba ya alistado en
el servicio de Dios.
2.o PnELUDro. PidaÍnos instantemente, poÍ inter-
cesión de San Juan Bercirrnans, la gracia de qaerer
ser santos; y, al mismo tiempo, ofrezcarnos al Sefror
cuantos zos hiciéremos para cornprender
esf uer la
naturaleza y necesidad de esta voluntad.
I. Una voluntad decidida. I. EJBmplo DEL
-
SnNro. 1 . San Juan Berchmans consideró la santi-
dad corno un bien de posible y aun fácil adquisición en
la vida religiosa. Santarnente harnbriento, conternplaba
delante de sí una Ínesa llena de toda suerte de rnan-
iares. Desde que se sintió llamado á la Cornpartía,
nunca se presentó ante su director espiritual sin pro-
meterle que sería un santo. «gCómo es posible, excla-

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464 FESTIvIDADES DIvERSAS

éxito de una empresa, el triunfo de una batalla, como


deseó el la santidad. Era, á no dudarlo, como aquel
inteligente mercader de que nos habla el Evangelio,
que séducido y f ascinado por la bell eza de una f inísima
perla, da todo cuanto tiene por adquirirla. Ahora bien,
esta perla era el reino de Dios en su alma.
3. Este su deseo no era hijo de un entusiasmo irre-

es ya una magnífica disposición para alcanzarla. Medi'


temos esta ensef,a nza de J esucristo : « Bienaventura-
dos los que tienen hambre y sed de justicia, porque
ellos serán hartos» (2); y al mismo tiempo pregunté-
monos seriamente, Si nuestro deseo de la santidad
puede á la sed, tan ardiente
como a. ComParemos nues-
tros d sin fin de esperanzas,
tan fútiles como inciertas, que nos preocupan y arras-
tran.
A ejemplo de San Juan Berchmans, reflexionemos
(l) CspeRr, p. l, § rl.
t2) Matth. V, 6.

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crNco DoMrNGos DE sAN JUAN BERCHMANS 465

en la abundancia de rnéritos con que nos brinda Ílüês-


tro estadoi y, sin embargo,... iqué sorpresa tan dolo-
rosa el tener que atestiguar la lentitud de nuestros
progresos !

2.Pero el deseo ha de ir acompafrado de una vo-


luntad decidida. Aun en las cosas humanas, querer es
poder. Es terrible un "iyo quiero!»; pero, desgracia-
damente, no podremos menos de convenir en que
es muy raro: á no ser que queramos confundir otras
mil frases parecidas y veleidades pasajeras con la ver-
dadera decisión que aquieta y afirma a la vez nuestra
inteligencia y nuestro corazón.
Sin embargo, 1cuán digno es de una voluntad varo-
nil desplegar todas sus energías por semeiante
causa! iY qué resultado tan rnagnífico nos aseguramos
entonces! 1Cuántos hornbres desean y buscan una infi-
nidad de bienes que nunca poseerán! iCuántos, ávidos
de oro, viven en Ia miseria!... Y he aquí que Dios nos
dice: uAmadme y me poseeréis; rnás todavía, no
podéis amarÍne sin poseeÍffie » (1).

II. Una voluntad ilustrada.


- I. EJBmpr-o DEL
SnNro. En la prosecución de la santidad, San Juan
Berchmans supo guardarse de una triple ilusión.
1. Lo ilusión de los plazos. No aplazó sus
grandes proyectos ni á, un porvenir lejano, ni siquiera
á un mafrana próxirno. Interrogado acerca del tiernpo
en que pensaba ser santo, hubiese contestado sin titu-
bear: Ahora. Ahora, porque es preciso vivir como
santo para esperar la muerte de los elegidos; ahora,
porque «si no me santifico en la juventud, los afros no
me dar án la santidad» .

3 (tvt
'
P L't 38' co'I 211)'
':"-'i::::::;;",:i::''

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466 FESTTvTDADES DTvERSAS

2. La ilusión de los consuelos. No aguarda ni


consuelos en la oración, ni esas suavidades interiores
que tantas almas consideran como el acornpaflarniento
obligado de su fervor y Ia piedra de toque de su pro-
greso; más aún, llega hasta suplicar a Dios que no le
introdu zca por estas vías extraordinarias, por temer
que ello no constitrrya un cebo para el amor propio. La
única oración que desea es la que puede hacerle mejor.
3. La ilusiórt de las grondes ocasiones. Sin
guardar todas sus energías para no sé qué luchas terri-
bles que talvez nunca llegarán, en las mil escaramuzas
cotidianas sabe hacer un gasto provechoso de sus ener-
gías y utilizar su valor . Communia non communiter...
«Distinguirse por la perfección de las acciones ordina-
rias»: tal fué su divisa.
2. 1Cuántos desalientos prematrrros, provocados
por cierta sequedad en la oración! 1A cuántas perso-
nas se las puede convencer con esto, de haber bus-
cado más que á Dios, sus propios gustos sensibles! En
nuestra vida espiritual, no consultemos tanto nuestros
gustos y sa tisf acciones: ivayaÍnos derechamente á
Dios!
3. No aguardemos tampoco ocasiones solemnes
para distinguirnos. No hay detalle de la vida cotidiana,
ni suceso alguno que no constitu),a una prueba de
nuestra fe y de nuestra esperanza, ó que no contenga
en germen el acto de amor y la buena acción propios
para conducirnos á Dios. En lugar cle lamentarnos -de
los hombres y de las cosas; en lugar de contentarnos
simplemente con Lrna inútil resignación, reconozcamos
dondequiera y en todos los instantes, la rnano de Dios
que en aquel rnomento y por aquel medio quiere atraer-
nos á sí.

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CINCO DOMINGOS DE SAN JUAN BERCHMANS 467

III. una voluntad libre.-I. Elempl.o DEL sAxro.


San Juan Berchmans rechazó todo lazo capaz de
poner trabas al libre ejercicio de una voluntad que se
había consagrado enteramente á Dios. En él no halla-
ron cabida ni el afecto particular ni la arnistacl sensi-
ble ó natural: «Huiré como de peste las amistades
particulares»... y no haré caso del respeto humano. El,
tan condescendiente y sumiso; é1, tan afable con todos,
no se consentía ninguna debilidad de carácter. El
deber, la regla formaban un lírnite irrfranqueable á sus
concesiones. Con una independencia simple y franca,
y sin hacer caso de la calidad de las personas, oponía
el veto divino, ó hacía lo que á su juicio era más agra-
dable al Seflor.
II. Apr.tcAcloN. Las condescendencias de Ia
voluntad son, por lo común, causa de retraso. Dios
permite que nunca falten arnigos ó parientes que con-
traríen nuestra inclinación al hien; pero también quiere,
ya que su bondad sobrepuja infinitamente todas las
cosas, que le tributemos gloria, pasando por encirna de
ellas para llegar hasta El. En el rnundo, el respeto
hurnano es fuente y origen de graves pecados; y aun
en la vida religiosa sacrifícasele también muy á rne-
nudo la regla y la perfección. Persuadámonos bien
de esta verdad: que n o pasaremos de medianías,
mientras no seamos perfectamente libres; mientras ten-
gamos otras preocupaciones fuera d e amar única-
mente á Jesucristo y seguirle en un todo.

coLoQuro

No terrnínernos esta meditaciórr sin haber hecho un


firme propósito de ser santos, el cual suplicarernos á

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468 FES I'IVIDADES DTVERSÀS

nuestro santo Patrón se digne ofrecer con nosotros


la Virgen Santísirna y a Dios. Ave fulorío.

SEGUNDO DOMINGO.-La devoción hacia la Santíslma


Virgen

^ülaterio de la meditación.-Nada ayuda tanto al


alma para dirigirse á Dios, como estos santos afec-
tos que la inclinan hacia determinada persona ó miste-
rio, en donde brilla especialmente alguna de las per-
fecciones divinas. Tales afectos aumentan nuestra
confianza, multiplican nuestros actos de virtud y nos
aseguran en el cielo poderosísimas intercesiones.
Mediante estas sefrales puédese perf ectamente
reconocer la devoción sólida, y distinguirla de ciertas
prácticas mezquinas ó extrafras, poco razonadas y aun
iba á decir supersticiosas, tales como ordinariamente
las inspiran los rnóviles terrenos.
P ara que las devociones eierzan sobre nuestra
alma un influjo santificador, ante todo deben ser paros,
es decir, sobrenaturales en SuS motivos; verdaderos,
esto es, que respondan á, una convicción de la inteli-
gencia y áuna inclinación de la voluntad; y en Íin vivi-
ficantes, ó sea, gue nos infundan nuevo vigor. Por
consiguiente, es preciso que sean bien escogidas y no
muy numerosas.
lPara cuántos santos no fué la devoción ála Madre
de Dios el alimento habitual de su fervor! Es que nin-
guna persona está tan unida con Dios como la Virgen,
en quien el divino Espíritu reali zó la maravilla de la
Encarnación de Dios Hijo; es que en ninguna otra las
perfecciones de la Majestad infinita brillan con tan
poderosos y dulces reflejos. Del rnismo modo que Esta'

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cINCo DoMtlÍcos Drr sAN Ju AN BERt HMANS 469

nislao y Luis Gonzaga, Juan Berchrnans fué un hijo


privilegiado de María. iD,chosos nosotros si . estu-
diando su eiernplo, puCiéramos hacer f lorecer en nues
tra vida una pieJad anétloga a la suya!
Plan de la meditacion -sucesivamente verernos
ahora cuán pura ) verdadera y devoto fué la devo-
ción que San Juan Berchmans profesó á la Reina del
Cielo.

MEDTTAcTóN

«.sl amo tí l[aría, es'6tt seguro así cle mi solva-


ción, como de mi perseverttncio en el estodo reli-
gioso, l, obtendré de Dios todo cuanto deseo» (pala-
bras de San Juan Berchmans).
1.'* PnelLrDIo. Figurémonos á San Juarr Berch-
mans, con una alegría ingenua, ora consa t'rándose
como joven escolar, al servicio de María en la Con-
gregación del colegio de Malinas, ora vestido ya con
el hábito religioso, los oios inspirados, en el momento
de rubricar con su sangre el voto de defender Ia Inrna
culada Concepción.
2 o PRELUDTo. A ejernplo de sanJuan Berchmans,
p;idamos y esfercémonos en merecer la gracia inesti-
rnable de una verdadera y tierna devoción para con
Aquélla que, âl par que Màdre de Dios, es también
/vladre nuestra.

" I. Devoción pura.


Berchmans
-La devoción de san Juan
fué completamente sobren atural en sus
rnotivos. Lo que pretende obtener con su redoblado
fervor es la santidad en breve plazo. Solicita oraciones
y rnisas, ya en Monteagudo ya en el altar de una ima-

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470 FESTIVIDADES DIVERSAS

gen de la Virgen honrada en San Pedro de Lovaina;


pero icon qué fin? Para conocer su vocación; para
'alcanzar
su entrada en la Compaf,ía y poder hacer los
votos; para aprovecharse espiritualmente de su viaje
á Rorna. El rosarito que inventó (1) y que rezaba cada
día. sírvele para alcanzar las virtudes principales de
que se siente más necesitado. Sólo después, y secun-
dariamente, implora de esta buena Madre, asistencia
en las cosas de menor irnportancia: af,adidura prome-
tida á los que, ante todo, buscan el reino de Dios.
II. Apt-tCnCION. f. iProponémonos un serio
objeto en nuestras devociones? Con harta frecuencia
nuestra intención permanece incierta y poco precisa, y ,!
f altos de f e viva y de decisión, disminuye nuestro
ardor. No tenemos aquel andar resuelto del que marcha
hacia un término definido;'paseantes por hábito ó pasa-
tiempo , puede decirse que andamos espiritualmente
matLutdo el tiempo.
2. La advertencia de Cristo: uBuscad primero el
reino de Dios y su iusticia» (2).ino la olvidamos prác-
ticamente en muchas de nuestras novenas, Y efl nues-
tro culto hacia tal ó cual santo? iCuántas personas
(1) Esta corona de doce estrellas, como él la llamaba, se com-
pone detres Padrenuestros', seguidos de cuatro Avemarías cada
,no. Con los Padrenuestros pedía sucesivamente á Dios Padre, un
sentimiento cle profundo respeto hacia la Santísima Virgen; á Dlos
Hiio, una gran ionfianza en la bonCad de su Madre; á Dios Espírittt
Santo, reconocimiento por las gracias debidas á la intercesión de
su santa esposa. En las tres series de ,4 vemarías, honraba las virtu-
des de la Santísima Virgen para con Díos.' su Fe, su Esperanza, su
Caridad, su Devoción;-para consigo misma: su Humildad, su Cas-
tidad virginal, su Fuerza,sú espíritu de Pobreza1' y, en fn, para con
el prójimâ..su Caridad fraterna, su Obediencia, su Misericordia, su
Modeitia. -Su Eminencia el cardenal Goossexs, arzobispo de Mali-
nas, en2 de Diciembre de 1891, se dignó conceder2O0 días de indul-
gencia á los que practicasen esta devoción. (Véase la hoia
i-mpres" por està misma fecha por Ch. Peeters, Lovaina.)
Q) Matth. VI' 33.

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crNco DoMrNGos DE sAN JUÂN BERCHMANS 471

devotas se larnentan de no conseguir nada! Pero iqué


entienden las tales por no conseguir nada? No salir
con la suya en un asunto pecuniario, imprudentemente
eÍnprendido y mal llevado; no verse libres de la enfer-
medad, de esa prueba saludable que hace pensar en el
cielo; no ver, al prirner esfuerzo que hacen, á los ánge-
les descendiendo del cielo paru servirles en tddas las
cosas. Y mientras se agitan y atormentan, sü impacien-
cia y apego á los bienes de este mundo hácenles olvi-
dar las condiciones á las cuales ha subordinado Dios
los efectos infalibles de la oración.

II. Devoción verdadera.-I. E.lBMpLo DEL


SnNro. . 1 La devoción de San Juan Berchmans,
fué verdadera, por de pronto porque tuvo sus raíces
en ftrmes persuasiones. San Juan , o) se había for-
mado una elevadísima idea de las perfecciones y pre-
rrogativas de la Santísima Virgen (1), hasta el punto
de hacerse interminable al pretender eirurnerar las cua-
lidades que en ella descubría b),le atribuía el bene-
ficio de la vocación, y compartía con otros santos la
dulce convicción de que la que nos dió á Jesús, autor de
la gracia, ha sido elegida para transmitirnos todas las
gracias que brotan de aquella divina fuente; c), en fin,
la devoción á María era, á sus ojos, el rnejor medio

(l) He aquí cómo se representaba á su Madre del cielo: ,rLaluz


de la fe en su inteligencia; la llama de la caridad en su voluntad; la
memoria llena de los beneficios divinos; los deseos y los temores
regulados por Ia templanza; las pasiones más vivas en profundo
reposo; en sus oios la simplicidad de la paloma; sus oídos atentos al
menor llamamiento de Dios; en sus labios pocas palabras; sobria en
sus gustos; púdica en todos sus contactos, activa en su porte y cofr-
tinente; derramando á manos llenas el bien y reflejando en su con-
versación el brillo de todas las virtudes: en una palabra, llena de
gracias y de los dones del Espíritu Santo., Reflexiones sobre el Ave
María, Spicilegium, p. 89.

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472 FESTIVIDADES DIVERSAS

para obtener de Dios todas las cosas. Recordemos las


palabras citadas en el urnbral de este capítulo. Y cual
si esto fuera poco, exclamaba aún: uOh María, efl
vuestras manos pongo mi santidad, mi salud y mis
estudios. ,
2. Esta devoción mostróse verdadera, además,
por su duroción San Juan Berchmans amó siempre á
María; su fervor no reconoció ni relajamiento ni tre-
gua. Fué , yà en sus comien zos, tal como la admiramos
al fin de su vida. El rosario que, niflo aún , tezaba
rnientras se dirigía descalzo á Monteagudo, estréchalo
con transportes de júbilo en Sus manos moribundas.
Hasta en la agonía proclama que la devoción ála San-
tísima Virgen, ha sido su principal medio de perfec-
ción , y á todos da por consejo que amen á su Madre
del cielo.
II. Apt-lcnctoN. 1 . Esta persuasión en que
estaba San Juan Berchmans, también nosotros pode-
Ínos tenerla. gTrabajamos por formárnosla?
2. 4Honramos á, María con fervor constante? Los
intervalos rompen, á la vez, el ímpetu, la unidad y la
belleza de nuestro culto.
3. Reflexionemos en el consuelo que nos aguarda
a la hora de la muerte, si diariamente hemos tezado
con devoción el santo Rosario.

III. Devoción viva.-1. EleMPLo DEL SANro.


Juan Berchmans fué todo corazín para María. Si enun
momento cualquiera se le hubiese constrefrido á dar una
prueba de-su devoción, al punto hubiera podido citar
el fervor de sus cotidianos homenajes, sü aÍán por
estudiar las prerrogativas de la Virgen, ó las notas
tomadas en los libros al objeto de poder hablar más
dignamente de ella, mientras esperaba que llegase el

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CINCO DOMINGOS DE SAN JUAN BERCHMANS 473

ÍnoÍnento de escribir sus alaban zas; las piadosas indus -


trias de que ech;rba mano para hablar dà María en sus
recreaciones, las visitas á los enferrnos, Ia prornesa de
cornponer un libro en su honor, su juramento de defen-
der siempre la Inrnaculada Concepción y aquel celo,
que el agotlriento propio de la enferrnédad no logró
arnenguar. Estas palabras del P. Cepari lo resumen
todo: «san Juan Berchrnans parecía nacido paru glo-
rificar á Maria."
II. AplrcAcroN. 1 . eQué vida anima nuestras
devociones? cDe qué nos sirven, ef, definitiva, si ape-
nas nos ocupan; si no nos impulsan á obrar? En este
caso ;podernos esperar rnucho de ellas? Tal vez per-
Ínanecen relegadas y como olvidadas en un rincón de
nuestro espíritu, siendo así que deberían llenar los
vacíos de nuestra existencia, satisfacer nuestra nece-
sidad de afecto positivo, y preservarnos del hielo del
egoísmo ó de una vana pasión por las criaturas.
2. Y no vayamos á creer que, efl san Juan Berch-
mans, fueron corno innatos este fervor y devoción. Su
ardor, es fruto de un propósito fielmente guardado:
«No rne daré punto de reposo hasta que no-sienta en
mí, un arnor ternísimo hacia la Santrsima Virgen. »
sólo el ejercicio, junto con la oración, lograráinfiarnar
en nosotros un fervor seÍneiante.

col.oQuro

Razonemos con San Juan Berchmans, sobre nues-


tros sentimientos para con Ia santísima virgen, pidién-
dole conseio y ofreciendole nuestras rêsoluôiones.
Ave MaríA.

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/

474 FESTIVIDADES DIVERSAS

TERCER DOMINGO.-EI sacrificio del cuerpo y de los


sentldos mediante la castldad

Materia de la meditocion ioh amable y her-


mosa virtud, cuán encantadora y en plena florida apa-
reces en los Santos! Al que á ti se llega por primera
ve4 hácesle el efecto de austera, porque le pides el
holocausto de su cuerpo y de sus sentidos. Pero en
pago de este sacrificio, difundes. aur sobre su rostro'
ios encantos de una belleza inmaterial. Apenas si
toca ya la tierra con los pies ide tal manera parece
ya hecho para ver al Dios del cielo!
iCuán[o importa penetrar la inf luencia transf or-
madora de la Castidad, y cótno acompafra siempre al
mérito esencial de esta virtud I La práctica translór-
mase entonces en culto; y el voto, plenamente com-
prendido, llega á su máximum de influjo, Y enriquécese
el alma con mil bienes espirituales.
Pero hay más todavía: á esta razÓn personal debe
af,adirse uÍr motivo de orden social. La perfección de
la pure za tué siempre el mejor antídoto contra un siglo
corrompido; pero hoy día, en presencia de tan temera-
rias audacias contra la santidad del matrimonio y los
más fundamentales principios de la moral; el afanoso
cuidado de elevarnos por sobre esta ciénaga infecta de
corrupción, tnediante la santidad y nobleza de todos
nuestros deseos, es ya una compensación y reparación
que debemos desear ofrecer al CorazÓn purísimo de
nuestro querido Salvador. San Juan Berchmans fué
una de estas almas vírgenes, Qüe la lglesia se complace
en proponer ala admiración del mundo, Y gue forman
las delicias de su celeste EsPoso.
Plan de to meditociÓn -Veremos, pues, en San

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CINCO DONIINGOS DE SAN JUAN BERCHMANS 475
Berchrnans, una castidad que sacrifica los sentidos,
que va ocompofiada de la belleza y que se eleva
hasta Dios.

MEDITACION

u§" verdaderamente qaieres ser hijo de tlaría y


de la compafría, sé celoso de tu castidod.»> (Pala-
bras de S. Juan Berchrnans )
1.
pn PneluDro . Representérnonos á San Juan
Berchmans, efl rnedio de sus hermanos, con el rostro
sonriente, la frente serena, la rnirada tersa y límpida,
adornada con esta gracia modesta que convida á la
castidad.
2.o PRELUDTo. Pidamos por mediación de nuestro
joven patrono y de la Reina de las vírgenes , la gracia
de enamorarnos de la castidad, para ofrecer nuestro
cuerpo en holocausto al Sefror.

I. El sacrif icio de los sentidos. - I. EJerupl-o DEL


SeNro. Los .escritos de San Juan Berchmans, sus
resoluciones (1) y los hechos de su vida, atestiguan
que su amo r á la castidad, fué tan delicado como gene-
roso.
Inrnoló á esta virtud todos los placeres de los sen-
tidos y todos los gustos del cuerpo.
La modestia más severa refrenaba su mirada, y la
actitud de su cuerpo era una continu a traba, una Ínor-
tificación no interrurnpida.
Jamás buscó sus comodidades.
(1) He aquí su programa: «Constantemente miraré con horror y
aversión las más ligeras imperfecciones que tienden á menoscabar
la castidad, la desordenada inclinación á los manjares, la inmodes-
tia de los oios en casa y fuera de ella, la ociosidad, la tristeza.»
Cnre.nt, D, 2, s. 7.

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476 FESTIVIDADES DIYT':RSAS

En la mesa, el hábito de contratiar su gusto le


hizo indiferente á toda suerte de maniares.
No solo se prohibía â sí mismo cualquier gesto
demasiado familiar, sino que aun todo contacto inútil
con otro parecíale ya un menoscabo de la santidad de
su cuerpo.
Su imaginación había de ser el rnás puro espeio de
sus pensamientos. Por esto renunciaba á lecturas que
hubieran podido serle útiles, por miedo de que alguna
imagen menos pura viniera á empaflar el brillo de su
alma virginal.
Además de esta guarda de los sentidos, prevenía,
mediante un trabajo asiduo, todas las sorpresas de la
ociosidad.
Aquí tenéis, pues, de qué manera amaba nuestro
Juan la castidad, Y el santo respeto que profesaba á su
cuerpo, templo del EsPíritu Santo.
IÍ. Apt-lcRCIóN. 1. éPor ventura una vocación
pareci da á la de San Juan Berchmans' nos llama á,
honrar con una pureza perfecta la carne de Jesu-
cristo? (1) En este caso, ;atestigua nuestra vida un
verdadero cultq por la castidad? iNo parece, á veces,
que ignoramos su deli cadeza Ó su precio? Pocos cuida-
dos pãsitivos, negligencias, imprudentes libertades; el
olvido de las precauciones que se nqs ensefraron al
principio de nuestra carrera sacerdotal ó religio_sa;
ôiertas condescendencias para con determinados it f ec-

tos, en los cuales nos empeframos en no ver nada car-


nal, sin que á pesar de ello logremos aquietarnos del
todo: ino nos da todo ello materia para muy justos
arrepentimientos y utilísimos propósitos?
(l) Epístola de san Ignacio á san Policarpo, 5 (M., P. G., t. 5,
col. 274lr gf texto griego dice más bien: honrar al Sefror de nuestra
cnrne, que no la carne del SeÍíor,

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ct Nco DOMINGOS DE SAN JUAN BBRCHMANS 477

2. ;Cuántas personas que hacen profesión de pia-


dosas, admiran y envidi an la fácil castidad de los hijos
privilegiados de la Santísirna Virgen! Pero cediendo
al deseo de verlo y oirlo todo, hallándose bien con
ciertas sensualidades y no teniendo siquiera cuidado en
evitar los ligeros excesos en la comida lestán acaso
en condiciones de rnerecer tan inestirnable favor?
Sin duda nos e s preciso aceptar noblemente
algunos combates; pero han de ser los que Dios
permite para ejercicio de nuestra humildad y para
darnos ocasión de tomar sobre el enernigo gloriosos
desquites; no aquellos á que nos expone nuestra curio-
sidad. Tengamos para con esta virtud atenciones muy
delicadas; estemos siempre al acecho y demos pruebas
de un ánimo superior á los antojos de los sentidos.
Corramos con nuestros buenos deseos á los pies
de Nuestra Sefrora, pues de este modo es fácil que
esta Virgen benditísirna, nos infunda como una in-
clinación natural hacia todo lo que es puro; y, en
todo caso, tendremos la seguridad de no ser jamás
derrotados.
3. Y no se crea que sea esto un simple negocio
de perfección, pues es, sobre todo, punto de sabichrría
y de prudencia. Ya San Agustín se lamentaba de
haber visto caer algunos hombres que parecían tan
firmes como los Jerónimos y los Ambrosios. Recojarnos
esta ensefranza que se desprende del ejemplo deBerch-
rnans. Por lo demás, los hechos cotidianos debieran
bastar para convencernos de nuestra extrema fra-
gilidad. IY qué decir cuando sabemos que hay un ene-
migo astuto que no cesa un instante de tendernos
lazos !

Pero si, á pesar de nuestras repetidas negligencias,


hemos logrado conservar hasta aquí lo esenciaf de ester

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478 FESTIVIDADES DIVERSAS

virtud, admiremos la protección que nos ha dispensado


la Santísima Virgen; y en adelante sepamos merecerla
con una exacta templanza, con la mortificación' Con
la observancia de todas nuestras reglas y con una pru-
dente guarda de los sentidos.

II. Belleza de la castidad.-Esta virtud de San


Juan Berchmans, prestaba un encanto celesti al a toda
su persona. A porf ía píntannos los biógraf os sus nobles
atractivos: su modestia cautivadora que arrastraba en

ceres domésticos. iTodos querían gozar de Juan!


Su exterior era amable, y tan dulcemente seduc-
tora su pure za interior, que debía ser el encanto de los
mismos ángeles. En su alma todo era orden y reposo' \
sin ningún lumulto de tentaciones y emociones inferio-
res, ni siquiera involuntarias.
La voÍuntad, dirigida por la recta tazón, reinaba
como duefla y sefrora sobre los sentidos sojuzgados, y
santamente libre de todo yugo servil, ejecutaba sin
pena cuanto había resuelto. Unía ala belleza del orden
y de la victoria, la belleza propia de esta libertad que
caracteriza á los hijos de Dios.
II.ApUCaCION. Fomentemos en nosotros esta
íntima persuasión: eS sumamente grato al Seflor, que
le ofrezcamos por rnorada un corazÓn virgen; Y, ade-
más, Con eSto engalanamos nuestra alma Con un ves-
tido inmortal. En este supuesto, ipodrá parecernos un
precio excesivo la guarda de la más escrupulosa casti-
dad? iQué mucho que redoblemos las atenciones deli-

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t

CINCO DOMINGOS DE SAN JUAN BERCTIMANS 479


cadas y los sacrificios momentáneos, si tales ventajas
nos aseguran!

III. Blanco de la castidad.-I. EJemplo DEL


Snuro. Humilde y piadosa , la castidad de san Juan
Berchrnans sirvió en gran Ínane ra para unirlo íntima-
mente con su Sefror. El vaso purísimo de su imagina-
ción, de su inteligencia y de su corazón estaba lleno de
Dios, y por esto, las horas todas del tÍía pasábansele
en íntirna unión con Jesucristo. Su conversación era
celestial. No parece ya pertenecer á la tierra: tan
fijas estaban sus rniras en aquella patria haci a la cual
no tardará rnucho en remontar el vuelo.
II. AplrcacroN. He aquí, según san pablo, el
blanco y la consumación de la castidad perfecta. Si
recomienda y alaba la virginidad, es por la facilidad
que da de ir á Dios y no arnarle sino á El.
iPor qué no daríamos nosotros á la virtud de la
castidad este magnífico coronarniento? ieué inconse-
cuencia la de desligarnos de las rnás fuertes trabas y
renuncíar á nuestros rnás legítimos afectos, para acep-
tar después otras rnás pesadas cadenas! Incertidum-
bres del amor propio; inquietudes por ciertos éxitos
hurnanos; cuidados de fortuna terrestre y de vanas
amistades: hora es ya de que rechaceÍnos todo esto á
fin de vernos santarnente librês para volar á Dios, ser
enteramente suyos y no pensar más que en servirle.
«El que está libre de los lazos del matrimonio tiene
cuidado de las cosas de Dios y sólo procura cornpla-
cerle... La que es virgen, piensa tarnbién en el Seàor,
á fin de santificarse en el cuerpo y en el alrna, (1).

(1)' I Cor. VII. 33, 34.

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480 FESTIVIDADES DIVERSAS

coLoQUIO

la victoria . Ave lltloría.

cuA RTO DOMIhIGO.-EI sacrificio de la voluntad

Materia de la meditocion -El librarnos del


pecado, nos dice San Pablo (l), implica que nos suje-
lemos á lajusticia iExtraf,a consecuencia, poner como
fruto de la libertad la servidumbre! Y sin embargo, no

servicio de Dios asegura, dentro de nosotros mismos,


el triunfo de la mejõr parte; *iOh Dios, exclama la
Iglesia,
De ue esta libertad com-
pleta, e llamado santidad,
supone ála justicia, ó sea,
(1) Rom. VI, 18.
(2') Galat V, 17.

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CINCO DOMINGOS DE SAN JUAN BERCIIMANS 481

aquella .perfecta hurnildad á la cual asigna Nuestro


Seflor el primer lugar en los cielos.
Por lo demás, no es la humildad sino la voluntad
hurnana sujetándose á, la de Dios. El ejercicio de esta
humildad varía según las circunstancias: por esta razón
vaÍnos nosotros á proponer dos rneditaciones, de las
cuales Ia primera conviene rnás especialmente á los
religiosos.

Primer ejercicio, para los religiosos

Plan de la meditacion san Juan Berch-


Ínans de ofrecer á Dios el
-Ávido
sacrificio total de sí rnismo,
hízolo consistir en una fidelidad absoluta á todas las
reglas. Según esto, consideraremos sucesiv amente la
perfeccion, el espíritu y las razoftes y, en fin, el
merito y fruto de su regularidad.

MEDITACION

voluntad. «Tomad, sefror, y recibid toda mi libertad...

MEDrracIoNES, ToMo u.-3 l.

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482 FESTIVIDADES DIVENSAS

I. Perfección de esta regularidad.-|. EJpgPLO


DEL SaNrO . Para hacernos cargo de cuán perfecta ,'
era en él esta regularidad, debemos considerar: '
o) Su univeVsatidad, pues cumple abs_olutamente
todas las reglas y cualquier voluntad de los Superiores, :

sea cual fuere.


b) Su rigor, pues se veda toda dispensa'
ól Su oínsta'ncio, pues momentos antes de expi-
raf , dió Berchmans este testimonio de sí: que durante
sus cinco aflos de vida religiosa no recordaba haber
incurrido en ninguna f alta deliberada.
d) Su prinbipio: esta fidelidad no es ni un efecto
del azar, ni el resultado adicional de una serie de bue-
nos propósitos; sino fruto directo de una sola resolu-
ción, giande y seria, cuya enérgica fórmula dejamos
ya transcrita I « Antes me deiaré hacer pedazos- que
ínfringir la menor regla ú, ordenación de mis Supe-
riores. »

2. Semejante fidelidad nos parece sorprendente y


casi inverosímili Y, sin embargo, nada más cierto qug
esto. Tenemos, á favor de lo que vamos diciendo, el
testimonio cotidiano de las acciones de nuestro santo
joven. Ya durante Stl vida, máS de cien fueron los her-
manos que, interrogados expresamente por-los Supe-
riores, ô .onstreflidos á ello por el mismo Santo, des-
plegaion la más atenta vigilancia para ver si lograban
pillãrle en algún defecto. Todo fué en vano.
II. AplicACIoN. 1. ;Por ventura no nos revela
una simple ojeada, la inmensa Íuerza de semejante do-
cilidad, y lu Í.,er*osura y gran deza de tan perfecta ob-
servancia? Una resolución bien guardada delata yo no
sé qué nobleza de carácter que excita la admiración'
Hacer las cos as át medias es propio de la mediocridad.
2. Acordémonos cÓmo, antes de ser religiosos, la

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CINCO DOMINGOS DE SAN JUAN BERCHMANS 483
observancia de las reglas nos parecí a una consecuen-
cia natttral del estado que Iibremente íbarnos á esco-
ger. Más tarde, en el seno rnismo de la religión,
lcuántas veces hernos tomado corno objeto de nr.ãtrut
proÍnesas á Dios y a los hornbres la entera fidelidad á
las reglas !
confronternos nuestros actos con estas resolucio-
nes tomadas y con esta palabra dada
i eué contraste!
cQué nornbre dar á nuestrz inconstancia y o.uilitjad?

II. Espíritu y razones de esta regularidad.-1.


EJnrupl-o DEL SaNro. San Juan Berchrnans fué tan
regular:
1. Porque pretendía ser sarrto: iacaso no sabía
él que la santidad consiste en el cumpli"rniento absoluto
de la voluntad de Dios? ioh querida voluntad de Dios,
que él buscaba hasta en cantes por_
-nrenores su espírit
y que escubrii en
la regla rnás pequef,a, en ción de los
Superiores! Como ernan oridad que
rnanda en nornbre de Dios rnisrno, aquellas pres.iip-
ciones eran pata él tan sag'adas coÍno si una voz del
cielo, resonando en su oídó, le hubiese ido diciendo
á
cada instante: «Mira Io que Dios q
2. Porque, coÍno rnuy arnante é
interesado en el bien de lá Orden
,y
solícito por la felícidad de sus rnie ba
que de la observancia de las leyes y de Ia fidelidad
á
lur reglas, .dependía el bien g.nerui de la coÍnunidad,
la rnutua edificación, Ia facilid-ad de santificarse todos,
una unión rnás íntirna de los corazones y un más per-
fecto acuerdo en los actos; de donde forzosarnente
habría de redundar en el conjunto mayor aumento
de
felicidad.

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484 FESTIvIDADES DIvERSAS

3. Porque la regularidad parecíale una forma de


servir á Dios , á la vé, que necesaria par a la santidad,
posible siempre para todos en cualquier estado, lugar
yr ocasión en que se encontrasen'
II. ApltcnctoN. Estas altas razones nada han
perdido de su valor. El soberbio espíritu del siglo 9*t,
más que otra cosa alguna, inducirnos á consolar al Co'
razon de Jesús por úedio de una perfecta humildad.
Aprendarios, pú.t, á estimar en mucho estas obser-
váncias que ia^ligeÍeza mundana propende á tildar de
pequefleces Y mezquindades.

III. Mérito y fruto de esta regularidad'-l' EJeiu-


p,.o DEL seNrô. 1 . En igualdad de circunstan-
cias (1), el mérito de las obrai mídese por sus móviles
V poi óí tiUr. esfuerzo que exigen
alavoluntad' ;Cuál
no fué, pues, el valor sôbrenatural de una observancia
tan p.if..ta, inspirada en la fe y en la caridad, y
que
exigía á nuestro santo ioven: a) una renuncia completa
de Ia propia voluntad;'b) una inmolación total del
espí-
ritu humano; c) y el valor necesario para vivir cons'
jamás?
tantemente óoútígo mismo, sin desmentirse
2. Para iuz{ar de los frutos que tal fidelidad le
valió, bástenôr íOto erocri esta escena conmovedora
en que Juan Berchmans, despidiéndose de sus herma-
para
nos poco antes de morir, rolvióse á su Superior
«Si lo
V. R. iuzga á propósito, puede manifes-
cleciile:
tarles que mi mayor conúelo en este momento es 9üe '
la
desde que ã.toy en la Compaitía, no me remuerde
venial
conciencia de haber cometjdo un solo pecado
deliberado. »

II. APt-tcACIoN. 1. Las fuentes de nuestras fal-


del que obra'
(l) Es preciso tener también en cuenta la santidad
y tà gracia con que es favorecido'

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CINCO DOMINGOS DE SAN BERCHMANS
JUAN 485

s contrarios
en nuestro
son el arnor
la voluntad
q
d
á
V
v
hurnano, que arguye falta d
Avergoncérnonos de haber sido tan
poco consecuentes.
débires y tan

ejecución de todos nuestros compromisos?

coLoQUro

sin una observancia rigurosa de ras regras, no


podrernos conseguir la santidad;-
esta observancia
rigurosa es un medio seguro para llegar
tender ála santidad es la"razo,i á. ser
á ella;_el
de nuestra vida
religiosa.
cNo deben bastar
?rt?:. sirnpres refrexiones para
toda duda y decioirnás'á una perfecta ,àgu-
í::r\Zfrr
Esta decisión presentérnosera á aquer en quien
«Dios hizo consistii ra adrnirabre
santidàd en ra per-

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486 FEsrIvrDADEs DIVERSAS

Segundo eiercicio

Plan de la meditacion Imperio de laHijo razón


sobre tos ,petitos inferiores y su iumisión al de

Dios: He a[uf, según SnN AóusrÍN


(2), la perfección

s Pacíficos' Porque serán

Esta perf ección del àrí.1 y d. la _es


paz fruto de
San Juan Berch-
un sacrificio de la voluntad, de-l cual
mans nos ofrece un admirable ejempl
En los tres puntos de :sta meditación'
considera-
remos la triple armonía del orden por! con Dios,
pora con et'prójimo y paro consígo mismo'

MEDITACION

<< por cuantos medios pueda, g!a.r-


Procuraré , (Pala'
dar la paz del'olma L' Ia alegría ínterior'"
bras Oó S. Juan Berchmans')
Berchmans'
(1) Oración de la beatificación de San Juan P'L', t' 34' col: I'233)'
e) Sermón de la montafra, 1. 1,.. ã,-g-ütí',
(3) Matth, V, 9.

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CINCO DOMINGOS DE SAN BERCHIVIANS 487
JUAN
l.Bn PneluDro. Representémonos á san Juan
Berchmans, reflejando en sus rasgos esta tranquiiiaao
interior, fruto de constantes .rf-'r.r zos, de que dan
testimonio las palabras que acabamos de transcribir.
2,o PneluDlo. pidamos la gracia de conocer y
apreciar esta paz, á donde conduú Ia inmolación per:
fecta á la voluntad de Dior .

Dios.-I. E;e.mrlo DEL


r todo de Dios, San Juan
z un inmenso respet o a la
a confianza en la Bondad
se amoldaba en un todo al
nocía su alma la Ínurmura-
ción, la rnelancolía, ó el pesar.

- 1§ualtas
,-_- veces,
9n_ sus propósitos y
consejos,
manifiesta la necesidad de abandonarse enteramente en
rnanos de la providencia! «Ten cuidado de honrar
á
?igt y Dios tendrá cuidado de ti... No te preocupes
de
l_o
porvenir, antes entrégate y confía enterarnente
en EI... Ten para con DioJlos sentirnientos de un hijo
par § T)
o difíciles de com-
pre nosotros la Majes -
tad uemos por ello el
valor de nuestros larnentos, de nuestras irnpaciencias
y de nuestros pequeflos conatos de rebeld ía.
iAh, cuán
liberal se ha mostrado Dios con nosotros y cuán exi-
gentes soÍnos todavía!
2. Recordemos las palabras de Jesucristo, con las
cuales se nos rnuestra la solicitud á. Dios para con
las rnenores criaturas y se nos exhorta á deponer toda
inquietud; evoqueÍnos sin cesar la idea de este padre
que tenernos en el cielo, y acornpaflernos nuestra

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488 FESTTvIDADES DI vERSAS

humildad con una confianza filial. Entonces, como San


Juan Berchmans, hallaremos en
Dios nuestro apoyo y
nuestro reposo.

cillez.
Mostraba para con todos una delicadeza preve-
o á no ser carga Para
o; Y, á no dudarlo, era
olvido de sí que él lla-
erfección Y fuente de

(1) I Cor. IV, 5.


(2) Rom. XII' 10.
(3) Ibid.

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CINCO DOMINGOS DE SAN BERCHMANS 48q
JUAN
no hacer nada por espíritu de contienda ó de vana
gloria, sino que obrernos de suerte que cada uno con-
sidere hurnildemente á los otros coÍno superiores
suyos (l ).
La aplicación de estos principios transfo rmaría Ia
tierra en un paraíso. sin duda, flo es bastante nuestra
influencia para hacerlos reinar sobre el mundo; p.ro
que de nosotros
,i
exclusivarnente el que cons-
-depende
tituyan Ia paz y felicidad de nuestro cora zón,

III. vida de orden con respecto á sí mismo._


I.'-E3emp,-o DEL snxro. As? er interior como er
exterior, todo estaba adrnirablernente reglado en
san
Juan Berchrnans. Calrna.sin apatía, por.iuse perfecta-
rnente á sí rnísrno; su voluntad ejer.?, ,n irnpôrio
mag-
nífico sobre sus pasiones subyúgadas. Adãmás,
- era
también perfecto dueflo de sus *úirrientos, y
su exte-
.rior rnostrábas.e siernpre modestamente cornpuesto.
No
parecía haber irnprevistos en su vida, fli
respecto a lo
tenía que hacer, ni cuanto ar modo de ejecutãrro. para
todas las cosas había tornado ya su deierrninación,
y
su voluntad obtenía siernpre el efecto apetecido.
II. Aplrcacróu. l.- comparemos esta vida, toda
de orden, con la confusión que reina en nuestra exis-
tencia. ;cuán digno sería p ara nosotros que dejáraÍnos
rnenos rnargen al azar! ;Qué irnprudenciàs
ó pasos en
falso evitaríanse « e esta Àuertei Arí, nuestras accio-
nes, rnás libres y rnejor pensadas, afradirían
Ínayor
nobleza y rnérito á nuestra vida. Diariamente
haría-
Ínos subir al sefror el incienso de rnil pequef,os
sacri-
ficios.
2. Pero este orden supone una energía viril.
(t ) Philip. II, 3.

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490 FESTIVIDADES DIVERSAS

Admiremos la que desplegó Berchmans par.a guardar


fielmente sus *úttiptes'propósitos. Aun sin baiar á los
pormenores á que êt Uriuba, ya que vivamente desea-
mos tambien pôseer tan preciosa cualidad, adoptemos
un orden de vida preciso y poco complicado ' Al propó-
sito general que hemos hecho de ser ordenados, afla-
damõs una voluntad constante y enérgica que nos
ponga á cubierto de todo desaliento. El ejercicio forti-
ficará esta voluntad, y muy pronto obtendremos este
imperio sobre nosotros mismos que ha de hacernos
capaces de todo bien.

coLoQUIO

Bajo la mirada del santo joven, tomemos algunas


resoluciones verdaderamente prácticas, suplicándole
que nos obtenga, en nuestra vida, la dulce serenidad'
tril. O.t orden perfecto que todo lo hace converger
hacia Dios. Ave lVlarío,

QUII\üTO DOMINGO.-EI heroísmo cotldlano

Materia de la meditación -No inmediatamente


deScubre el ojo las arenitas de oro que arrastra el flujo
cotidiano de ia vida, aparte de que una secreta ambi-
ción nos induce á reservar nuestros esfuerzos
para no
re que solemnes circunstanci amQS leianos
horizontes, áluidundo que la á siempre al
alcance de nuestra mano y q ha colocado
sobre el terreno mismo que lotar' En él
el arma
encontraremos, á la ve4 el enemigo, el asalto,
de combate y la victoria. Y si por ventura no llegan

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crNco DoMrNGos DE Sew JUAN BERCHMANs 491

nunca á ofrecérsenos más brillantes encuentros, este-


-mos
seguros de que la fuerza adquirida y desplegada
hasta aquí constituirá nuestra mejor garantía parã tos
triunfos de maf,ana.
Plan de lo meditoción. La gracia ensefró á San
Juan Berchrnans, gue buscar a la sàntidad por los cami-
nos ordinarios y abiertos á todo hornbre de buena

MEDTTAcTóN

«Me distinguiré por mis obras ordinarils.»>


(Palabras de San Juan Berchmans.)
1.sn PneluDlo. Representémonos á nuestro Santo
gon los rasgos que tenga en la estarnpa que sea más
de nuestro gusto.
2.o PnELUDro. PidaÍnos la inrnensa gracia de poder
realizar eÍicazmente, en la vida cotiúana, nuéstros
propósitos sobre la santidad.

I. El heroísmo de la vida común.-EJeMplo DEL


Sa.Nro. Como todos los hombres, San Juan Berch-
mans tenía sus preferencias é inclinaciones, sus repug-
nancias, sus gustos y su temperarnento. Su pieoad
su fervor habíanle dado tal experiencia de las .osui
!
_e_spirituales, QUe dejaba muy atrás á, la que traen al
.Noviciado Ia rnayor parte de los candidatôs á la vida
religiosa. Dotado de inteligencia clara y no exenta de

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492 FESTI.VIDADES DIVERSAS

inventiva, por fuerza debían ocurrírsele mil ideas


acerca de los estudios; mil proyectos, tal vez, suma-
rnente halagüeflos para su celo y actividad. Ni es vero-
símil suponer lo contrario; porque iqué día se pasa sin
que una multitud de objetos exciten en nosotros un sin
fin de pequeflos deseos?
Pero al franquear Ia puerta de la casa de proba-
ción, San Juan de Berchmans encontróse, además de
la Ley de Dios y los Preceptos de la Iglesia, un regla-
mento más bien minucioso que determinaba el empleo
de todos los instantes. lCuántas veces su devoción
hubo de sentirse contrariada al tener que conversar
con los hombres, precisamente cuando su cor az6n lo
convidaba ala soledad! iCuántas veces se sentiría las-
timado su celo teniendo que resignarse al descanso
cuando sólo anhelaba actividad! iCuántas oraciones no
se vió Íorzado á interrumpir, y cuántas comuniones no
hubo de sacrificar! Y estas dificultades multiplicáronse
sin duda, á medida que le fué preciso ir compartiendo
el estudio de las ciencias con el de la perfección, Y Que
su vida hubo de atender á diversos cuidados. Pero aun
en este nuevo medio, supo descubrir inmediatamente
la primera ocasión de su heroísmo cotidiano. Oigamos
sus propias palabras: «Mi mayor penitencia será la
vida común.» iOh, qué de luchas y sacrificios no encu-
bren, y cómo nos revelan al propio tiempo un firrne
propósito de cargar con su yugo, de doblarse á aquel
régimen que él no ha ordenado, y de sujetarse en un
todo á é1, desechando la más leve excepción! Y poco á
poco, gracias al olvido habitual de todo cuanto le dic-
taba su gusto, su querer fué adquiriendo tal ductilidad,
que ejecutaba cada una de sus ocupaciones, ilo ya con
ánimo resignado, sino con tal prontitud y diligencia
que parecían en él actos libres y espontáneos.

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CINCO DOMINGOS DE SAN BERCHIIIANS
JUAN 4g3

Nadie ignora que, en Berchrnans, esta fidelidad no


se desrnintió jarnás, hasta el punto de que ni aun en su
últirna enferrnedad, quiso que el enferrnero le alcan-
zas.e poder cornulgar en ocasión en que la cornunidad
no lo hacía, como ardienternente lo dêseaba, sólo por-
que esto se salía entonces de la costurnbre estableiida.

Dicha vida cornún consiste esencialrnente en Ia

Bien entendida, hace que el religioso:


olvidado de sus gustos, ejecute fielmente todos
los ejercicios prescritos;
olvidado de su salud, se contente con lo de todos,
salvo en ocasiones excepcionales, dejadas al juicio deí
superior;
Olvidado de su antiguo estado y de sus relociones
presentes no busque eí todo ello ningrin rnedio para
suavizarla;

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494 FESTIVIDADES DIVERSAS

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CINCO DOMINGOS DE SAN JUAN BERCHMAN§ 495

plática . Ejerció sobre cuantos I e rodeaban una in-


fluencia altamente bienhechora, V rnurió llorado de
todos.
II. ApltcACIoN. Enc arezcamos una vez rnás el
heroísrno que s
de relaciones. 1

sonalidad para
para ser bueno,
sonas; y para rnostrar á, todos los superiores el mismo
Iespeto; é idéntica condescendencia con iguales é in-
feriores !

III. Elheroísmo de las acciones cotidianas.


I. EJemplo DEL Seuro. En este punto parécenos
que el heroísrno de san Juan Berchrnans lfega á su
colrno.

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496 FESTIVIDADES DIVERSAS

cedemos como espantados, cediendo á la seducción de


un qué le vamos cí hoceí, por el que nos creemos dis-
penlados de todo esfuerzo, aviniéndonos con un modo
devivir al azaÍ completamente indigno de nosotros. San
Juan Berchnlans no ês de loS que retroceden . Communia
non com muniter (1): he aquí su resolución inque-
brantable. Se ha propuesto llevar á su perf ección
máxima las accionés rnás insignificantes, y tealiza
por completo stls designios. En todas las cosas logra
àer perfecto. ioh, Qué admirable grandeza la de nues-
tro Santo !
II. ApltCeCION. Pensemos ahora en el bien espi-
ritual, en la virtud, en el gozo eterno que c_ada acción
contiene, si así puede decirse, en semilla. iCuánto fru-
to perdido por nuestra negligencia!
Aun cuando no lográrámôs el magnífico resultado
obtenido por San Juan Berchmans, icuánto no ganaría-
mos en apticarnos con todo el fervor á la perfección
de las obras ordinarias! Los mismos deslices en que
Caeremos tendrán la ventaja de mantenernos en la
humildad. 1Y por qué habríamos de descorazonarnos
por ello? Cada bien adquirido, adquirido está irrevoca-
tlemente. Cada nuevo propósito nos hace progresar
por un camino Seguro y fructuoso, ell el que ninguna
pena eS perdida y que los malos pasos tienen su
utilidad. Si, gracias"n
á nuestra debilidad humillada, nos
sentimos *eãos satisfechos de nosotros mismos; si nos
encontramos menos hermosos de como solemos hallar-
nos en los lisonieros retratos de nuestros ensuef,os,
consolémonos con la idea de que así agradamos más á
Dios y que alegramos más plànamente las miradas de
los Angeles y Santos.

(1) Hacer las cosas ordinarias de un modo extraordinario'

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crNco DoMrNGos DE sAN JUAN BERCHMANS 4W

Dirijamos un,.,".::::::, ioásan Juan Berch-


Ínans. Admiremos su heroísmo; unarnos á nuestras fe-
licitacionesla plegaria, yhagamos un firrne propósito de
imitarle siempre con fidelidad y constancia . Aye Moría.

Fiesta de San Juan Berchmans

13 de Agosto
Plan de la meditación Para los santos, morir es
nacer á la vida verdadera. Cuando para el malvado
acaba todo , paÍa ellos comien za todo. por esto no hay
materia más apropiada, 'efl su fiesta, que contemplar
su tránsito.
El que conserva hasta el fin el ejercicio de sus fa-
cultades, naturalmente no podrá menos de echar ano
oieado sobre su pasado, su presente y su porvenir.
Esta triple ojeada y los sentimientos que deipierta en
San Juan Berchmans es cabalmente lo que varnos á
tomar como objeto de la presente meditación.

MEDITACION

"Estos son mis tres objetos mtÍs quericlos: con


ellos moriré gustoso.>> (Palabras de San Juan Berch-
mans.)
1.er PneluDro. Figurémonos á nuestro santo jo-
ven en su última enfermedad. Su frente lívida refleja
que sus manos estre-
':T,'^-":::,,':',,"'J:11:_Ti:',tras

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49E FESTIVIDADES DIVERSAS

chan amorosamente el crucifijo, el rosario y el libro


de las reglas. «Estos tres objetos me Son muy caros'
murmura; con ellos muero gustosísimo.'
2 o PneluDlo. Pedir, por intercesión de San
Jualt Berchmans, la gracia de vivir todos los días de
nuestra vida en un encendido fervor' que nos prepare
para una muerte tan santa como la suya.

I. ojeada sobre el pasado.-[. EJeuplo DEL


Snxto. Bien pudo San Juan Berchmans escrutar con
ojo tranquilo todo el curso de su vida: su infancia, su
adolescencia, su juventud; el tiempo pasado en el mundo
y los afros que vivió en la Religión; los empleos á que le
óbtiguton su nacimiento y condición, y la carreta á que
más tarde le impulsaron de consuno así la gracia como
la libre elección de su voluntad; los afros de formación
y el tiempo transcurrido desde su profesión religiosa.
No encuentra ningún error que retractar, ningún d.9-
liz de que dolerse; nada perdido por culpa de una esté-
ril ociobiauo. Su vida de trabajo y de inocencia se le
muestra pura y plenamente colmada. lQuién dirá los
inefables consüelos que este examen le proporciona?
II. Apt-lCnctÓN. Colocados como Berchmans en
el borde de la tumba, 4experimentaríamos esta misma
serena y tranquila alegría? iAh! Cuántas f altas, tal
1

vcz, deõde el primer despertar de nuestra conciencia!


horas
iqué ligereza en la elección de estado! icuántas
oàioruí miserablemente perdidas! icómo todo esto se-
ría para nosotros fuente de inútiles y tardíos arrepen-
timientos!
De hoy en adelante, Seamos más cuerdos y avisa-
dos. Con ôl fetuor de nuestra vida' veamos de recobrar
el tiempo perdido. Obremos de tal suerte que nuestra
mirada pueda posarse tranquila y satisfecha sobre el

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crNco DoMTNGOS DE SAN JUAN BERCHMANS 499

incierto núrnero de afros que aún se nos conceden para


que terrninemos la obra de nuestra santificación.

II. ojeada sobre el presente.-1. E;Ervrel-o DEL


S^q,Nro. En esta hora suprerna, San Juan Berchrnans

Íno af,o; y este arnor no se extirrguirá ahora con la

II. AplrcAcroN. iQué fuente de pesares, de tur-


baciones y aun
de remordimientos si, en el rnomento de
morir, advertimos en nuestro corazón un afecto me-
nos noble ó desarreglado! iOh, vâ uel
que, después de haber empaflado el tra
alma, pudiera venir a turbar la sere los
instantes! Cada día puede ser el últ vi-
da; nunca fornenternos, pues, efl nuestro cora zón más

IIl. oieada sobre lo porvenir. __ I. E;emelo


DEL saNro. Pero ;córno representarnos la inefable
(1) Cor. XIII, 8.

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500 FESTIVIDADES DTVERSAS

perspectiva de los horizontes infinitos que se abren ante


ios ojos de aquel dichoso moribundo? ioh día bien-
aventurado del cielo! iOh dulce luz que no conoce
ocaso! iOh primeros transportes de una alegría que no
ha de interrumpirse jamás! iUn suspiro no más, y mi al-
ma se Tanzará en el seno de Dios! Intra in gaudium
Domini tui! Banquete divino servido por Dios mis-
y á donde va á sentarse Juan en un sitio de
mo (1)
honor.
II. ApItCACIoN . P arecido eS nuestro destino. . .

San Juan Berchmans.

coLoQUIO

Recapitulemos los eiemplos y lecciones que nos da


nuestro santo joven. lTan difícil cosa es marchar so-
bre SuS huellas? Para nosotros, religiosos, nada más
nos queda por hacer que lo que llevamos hecho hasta
aquí. ;Por qué dudas ni un instante siquiera? Acabe-
,ôr l; obra empezada. "SuPeriores yaal siglo y al
mundo, flo retardemos nuestro camino con ningún d9seg
de acá abajo» (2).Formemos todos el glorioso propó-
sito de llegar á ser Santos y ofre zcámoslo, mediante
San Juan Éerchmans, á María Inmaculada y por ella á
Jesús. iA él sea la gloria! lVlagnificat'
(1) Luc' XII, 37.
iZiS. BB-oi, Homitía 70 para la fiesta de Todos los Santos.
(M., P. L., t, 94r Çol. 452).

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ÍNorcE ANAIíuco

Afabilidad, 194-195. 223-226;.no hay celos en el-,


Afecciones y caridad, 145-147. 27ó-277.
Afinidad con Dios, en María en y Ciencia.Don del Espíritu Santo,
nosotros, I 1-13. 50;-de María, 56.
Angel de la Guarda, 82-95;-de Cólera, indicio y fuente de
María, 86-87; triunfo cÍe María
debili-
dad, 206-207.
por encimade los-, 273; gozo Conílanza, l3g- 143.
de los-- causada por Mãría, Gonf irmación en la gracia, vidr lm-
275. pecabilidod.
Apocalipsis y María, 257-269. Consejo. Noción de este don, 51.
Apóstoles confirmados en gracia, Corredención de María ,239, 24J-
75. 244, 249-249
Asunción dela Santísima Virgen. Corrupción del cuerpo, 2tg-222.
Demostración de la-, ZZZ-rZZg; Cruz de Cristo. Derrota victorio-
honor de la -, Z2g-231. sa,233.
9antar de tos cantares. Cómo se Demonio, confundido por María,
aplica á María,282. 222-224.
Caridad. Noción y excelencias de D. !al i ento, desesperación, 121,
la, 145- I 47 , 153- I 55, 1 59- I 60. 13 1, 1 39,207.
En qué sentido Ia-está identi- Desolación, 133-l 37, Zl4-215,
ficada con el Espíritu Santo, Devoción Actos libres de, lg6.
147 nota;-probada con la ob- Dicha del humilde,, t7l-174; del
servancia de los mandamien- que sufre, 214 Zl6.
tos, 149 - 150; programa de Dios. Derechos suprernos de
nuestra --, -157; -
caridad ] vi 66.
Carrera. Elecc
Ceios. Dichoso a ca-
rencia de los, 225 276.
Ceremonias de la Iglesia, dignas
de respeto, 185-186.
Gielo. Utilidad de esperar en êl-, Dolor, elemento de bell ezamoral,
26-27; gloria y felicidad del- 2t4-216.
para María, y para nosotros, Dolores de María, 54-b5 ,2OJ-204.

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502 ÍnorcB ,q,NRlÍrtco
Dones del Espíritu Santo,49'50;- ral,214;-unida al dolor, 214-
en María, 5l;-en nosotros, 5l - 216.
52; -pr etern aturales, 53-58. Graclas (actuales) medicinales'
Dulzura. Noción, conexión con no
Íuerza, adquisición 206-209;-
nla
en María, 208; María nuestra-' vi ,62.
69-
255.
ZOt - en Marí a, 7 O-7 I .
Egoismo. Noción oPuesta á la ca- diainas. Gratuidad de las
ridad, 157-161. -, 59;-dadas á los humildes,
Elección divina. Beneficio de la, 172-173.
5-7. s anti fi canÍe Noc ión, 23'32;
Entendimiento. Don del EsPíritu precio,
-bres, 44'45; - de los hom-
Santo, 50. 31, 33, 35;-de Jesucris'
Envidia,276-277. to, 32;-de María, 32 35;-Y
Epoca. La actual está desPro- maternidad divina, Paralelo,
vista de energía, l3l nota. 43-48.
Esperanza. Adquisición de la,
126-127; Pruebas de la-, 127- Heregia, Triunf o de María sobre
1 39; frutos de la -, I 39- 1 t3; na- la, 234-235,270-271.
turaleza Y obieto de la-,
I l9- Hiperdulia, 12, 44.
124; precio Y utilidad de la-, Historia gloriosa de María, 268-
124- 126. 27 3.
de À[aría, 121, 125, 129- Hombre. Triunfo de María sobre
130; María nttestra- , 254-255' de los,235-237,272'
el corazón
Espíritu Santo. Dones del-, 49- Humitdad. Natur aleza, caracte-
50; Maria Y el-, 51,283-285' res, adquisición Y efectos de
Eternidad de las obras, de la di- la virtud de 1a, 166-174'
ctra y de la gloria de María'
287 -290. Igtesia. Arnabilidad de la-, 257-
-258;-figurada
Evangelio Lugar de María en el en María, 252-
-268. 253,256-260; nacida en el cal-
-,267 vario, 242; Perseguida Y Pro-
Fe. Fiumiltaciones nobles Y san- bada, 259;-orando, 182-184;
tas dela-,100-106; Pruebas de en sus PrescriP-
-respetable
ciones, I85- I86; virginalmente
la-,107-1 l0; libertad de la- ,
95-96; Práctica de la-, I 1 5- I 1 8; fecunda, 259-260.
recomPensa de la'-,1 12'114;Pa- lmpecabilidad de los APóstoles,
pel de la-,103- 104;táctica que l+;_,ae Cristo, 75; de María,
hay que seguir Para llegar 7 4-7 5.
más fácilmente á creer, 97-98, I de corruPción
r 06. ,221,231.
Fortaleza. Don dei EsPíritu San- l del cuerpo de
to, 50; -virtud, noción, belle- ;-de nuestros
za, adquisición, 20 -205.1 cuerpos ,221,231.
lndulgencia Para la acePtación
Gloria, del cielo , 223-226 . de la muerte (oración de
Gozo, elemento de belleza íno - Pío X), 58.

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ÍNorco ANALÍTrco 503
lnmaculada. Columna de la , 2J6 sas, 49-51; Gloria de-. Belle-
nota; noción de la-, 3G-40; za moral, 210-217; figura de
razón de ser de la-, 4O-42; la lglesia,, 256-260; gloria en
consecuencias, 42. el cielo ,222-22G; gloria en Ia
Sagrada Escritur a,261 -268; en
Jesucristo y María,280-283. Ac- la historia, 2G8-273; nueva
ción teándrica de-, 248 nota; Eva, 228,269; partícipe en la
su gracia santificante, 32-33; redención, 240, 244, 248-249;
su impecabilidad, 7ó; su me- reina de los mártires,203-204;
diación, 248; su muerte, 217- sacerdocio de -, 242; triunfo
2 l8; su primogenitura en Dios, eterno de-, 223 224; triunfo
l8-20; su pureza, 2ll:, su re- por encima de los ángeles yde
dención, 239-240, 242, 248; - los santo s,273-277;sobre el co-
une en sí dichas y penas ,214. razón de los hombres ,235-237,
José, San. Su penosa duda, 142; 272; sobre el infierno , 232-
su gracia santificante,46 nota. 234,290; sobre sus enemigos,
lustlcia. Noción y perfección de 235;sobre los h ereies, 234. ZJ1,
la, 187-l9l ;- más perfecta, f,ê- 270-272i Virgen de las vírge-
cesaria al que profesa la pie- nes, 199-201, 269 nota.
dad, 189-190. Prívilegios de-. Asunción, 229-
231; Inmaculada Concepción,
Lealtad, 188. 36-43; impecabilidad, 74-75;
Libertad. Razón de ser y buefr incorruptibilidad del cuerpo,
uso de La,77-81;-de Dios y de 219-221; muerte, 55-56; pre-
la criatura: diferencia entre des iinación, 24-29; virginidad,
ambas, 7S;-tibertad del mal, 195-201, 269 nota.
por qué nos ha sido otorgada, V'irtudes de-. Caridad , 144-l GG;
78-79; cómo resoeta Dios dulzura y paciencia, 205-210;
nuestra -, 79. esperanza, 121-122, 125, l2g-
132; fe, 93-l l8; fortal eza, Z0l-
Macaheos. Celo del padre de los, 2 5; humildad, 168- I 74; pru-
182. dencia, 174-180; religión, 180
Mal. Libertad del, 78-79. -187; templanza, l9l-195, vir-
María y Dios. Af inidad con Dios, ginidad, 195-201, 269 nota.
ll-12; maternidad divina, 8- l Z; Vida de-. Carácter propio, 13-
primogenitura , 20-23; relacio- 16; progresos espirituales, 88-
nes con la Srna. Trinidad, 10- 93; rnanda á Jesús, l3; muerte
12. Maternidad espiritual, 2J7 - de-, 55-56.
246. Omnipotencia suplicante, tUlártlres. lVlaría reina de los,
173,246-255. 203. 204.
Dones y gracias de-. Dones del Materni dad diyina.Grande za dela,
Espíritu Santo, 5l;dones pre- 8- I 7;concepción protestante, I .
ternaturales, 53-58; gracia
santificante, 2g-3G; gracias ac- - yfe, 115.
tuales, 63-64; gracias gratis - yIela,
gracia santificante,
43-48.
para-
dadas, 61-62; gracias §acra- y gracia sacramental, 70-
mentales, 70-71; libertad, 80i 71. Nuestra participación á la
ciencia, 56.57; virtudes infu-
-,22õ.

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504 ÍNorcB ANALÍTIco
líaternldâd espl ritual. Noción' de- de la Providencia, combinada
mostración de la, 237 -246, con nuestra acción, 82-85.
nuestra participa ción á'la, 241. Prudencia, en la fe, 99, 104-106'
Itlatrlmonio y virginidad, 1 96- 1 97. Pruebas públicas de la Iglesia,
Medlación de Cristo en el cielo, 259.
248. Puroza, de Diosr2ll.
de llaría,246-2ó5. de lllaría,2ll-212.
Muorte de María,55'56' 145 Adquisición de la-, 213; la-,
nota,2lg-221. fuente de incorruPtibilidad Y
Nuestra -, 55, 217-219. gloria , 217 , 218, 221, 231.
Aceptación de la-, 56. Purgatorio. Poder de María Y de
y corrupción,219-221. los Santos en favor de las al'
mas del, 251 nota.
Omnipotencia suplicants 173, 246
-255. Reconocimiento, hacia nuestros
0ración de los Santos: es rtn efi- bienhechores esPirituales'24 I .
caz auxiliar para las almas del Rectitud de intención, alma de la
Purgato rio, 251 nota, 250-254; prudencia, 177-179.
perfecta: sentimientos que Redención de Cristo, 239, 243-
-
contiene , 182-184; resPeto Por 244,248,249.
la, 185-187. , derrota victoriosa, 223.
Cooperación de María á' la-,
Paciencia. Noción, conexión con 239, 243-244,248-249.
tuerza,, aclquisición' 205-2 1 0;- Religlón (virtud). Noción, lengua-
de María' 208. ie, actos, 180-187.
Padres. Influyen en la gracia de
los nifros, 32. SahidurÍa. Don del EsPíritu San-
Pecado. Libertad Para cometer to, 50.
el -,77-80; lucha contra êl- , Sacerdocio de Marí a, 243.
75-76; desgracia de los que lo Sacramentos. Noción, buen uso,
cometen , 147, 163; número de 70-72; los-y María, 70-72.
nuestros- 73-74. Sacrificio de la crúZ. Participa-
Piedad. Don del EsPíritu Santo, ción que en él tuvo María, 243.
49. Sagrada Escritura. Exige fe, 261;
virtud, vid. Religión. lugar de María en la-, 256,
Maneras desmafradas Y rePul- 261-268; sentido consiguiente
sivas de cierta-r 192. de la , 282 nota.
Predestf nación en gener al,26-27; Satvación. Prendas de, 27; María
- de María .24'29- nuestra salvació n, 254-255.
Primogenitura de Marí a,20-23. Santlficación de la Madre de
Procesiones divinas, 18-20. Dios, 88-93; nuestra -, 92.
Progreso espiritual de María' 88- Santísima Trinidad. Relaciones
93. de María con la, 10-13, 277-
Próiimo, Amor del, 152- 161 . 286.
Protestantismo, religión mutila- §antos. Pureza de los, 213;-di-
da, 1. chosos y Probados, 213-216;-
ProYidencla especial, en favor de devotos de María,236' 271;
la criatura racionalr24; acción gozo de los-causada Por Ma-

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ÍNoIcB e.Ner,Íuco 505

ría,276. Los-ayudan á las al- Yeracidad y humildad, 171-


mas del Purgatorio, 251 nota; r72.
Triunfo de María sobre los--, Verbo. María aliada del, 280-283;
273-277. primogenitura del I 8-20.
SuÍrimientos de María, flo exen- -,
Virtudes. Sus relaciones con la
tos de gozo,2l4-21G. caridad, 1 6 1- I 66; con la humil-
dad, 173-174.
Teándrica (acció n), 248. ínfusos, noción, 49-51 .
Temor, don del Espíritu Santo,4g.- en María, 51 ; en noso-
Templanza. Belleza, aplicacio- tros, 5l-52.
nes,192-193.

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INUCE DE MEDITACIONES

Tercera parte
MporrACroNES PARA Los sÁgaoos

Advertenciaspreliminares. . . . . 'n*;'
SrccIóN PRIMERA

Las gracias de María


Sábado primero. La eleccion de Morío conside-
principio.
ra da en Dios ) stt . 4
» segundo. La elección de Ma río por o la
divinamaternidad. . . . . . . 8
» tercero, La primogenitura de la Madre
deDios,, . . . lT
, cuarto. La predestinacion de la Madre
de Dios. . . . . . . 24
» quinto , La grocia santificante de la Ma-
dredeDios . . . . . . 29
» sêxto La lnmaculada Concepcion de la
Modrede Dios. . . . . . . 3G
)) séptimo. Paralelo entre la maternida d
divinaylagraciasantifrconte.. . . 4J
» octavo. Los virtudes infasos y los dones
delaMadredeDios.. . . . . . 48
» noveno. Los dones preternaturoles de la
Madre de Dios. . . 53
» décimo , Las gracias «gratis do das>> ó
laMadredeDios. . . . . . 58
D u ias actuales de la
63
)) d o, ioiromintorciaà
..68

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508 Íxorcr ,, *ípITACIoNES
Págs.
Sábado trece. La impecabilidad de la Madre de
Dios, . . . . . . . . 72
)) catorce . La liberta d de la Modre de
Dios. . . . . . . . : . . 77
)) quince El ángel custodio de lo Madre
de Dios. . . . . . . . . . . 82

SBccróN sEGUNDA
Las virtudes de la Madre de Dlos

Sábado diez y seis. Progresos espirituales de la


Madrede Dios. . . . . . . . . . 88
» diez y siete. Lo fe de la Madre de Dios.
orT'ír"i['
» aiurLf {:;'," f,frí';frT': ts?{:.
Las gloriosas humillociones de esta fe.
e3

I00
» diez y nueve. Lo fe de la Ma dre de Dios.
Las pruebas de esta [e, . . . . 107
veinte. La fe de la Ma dre de Dios.-
Triunfosdeestofe . . . . . . 110
veintiuno. Lo fe de la ll[adre de Dios.-
Próctica cotidiana de esta . .
)) veintidós. Lo esperonzo de fe
115
la Modre de
Dios. Noturoleza y objeto de esto espe-
ronzo . . 119
» veintitrés . La es peran z a de lo ll[o dre de
Dios.-Hermosura y utilidad de esta es-
peranza . . 124
» veinticuatro . Lo esperanza de la Madre
de Dios: Pruebas de la esperonzo. . 127
>) veinticinco. La esperanzo de la Madre
de Dios: Tres tentaciones contrarias á
la esperonzo. 132
» veintiseis. La esperonzo de la ll[odre de
Dios: Frutos de esto esperonza. . . . 139
» veintisiete . La caridad de la Madre de
Dios: Ercelencia de lo caridad. . . 144
» veintiocho. La caridad de lo Madre de
Dios: La piedro de toque de la caridad. 148

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fN»rcB DE MEDrrAcroNES 509

Págs.
Sábado veintinueve . La coridad de Ia Madre de
Dios pora con ros hombres: Dimensiones
deestacoridad . . . . . . . . 152
' treinta. La coridod de la Madre de Dios:
»f t l5T

» f r 161

de Dios: Hermosura de esta humitdad . 166


)) treinta y tres. La humitdad de tà ruàarc
de Dios: Admirables efectos de àstu hlu-
mildad.....
)) treinta_y ITO
guatro. La prudencia de la Ma-
dredeDios . . . . . . lT4
' treinta.y cinco . Lo retígión de la r[adre
deDios
u treinta . . . . lg0
y seis. La justicia de la Modre de
Dios. . . . . . . lg1
)) treinta y qiete. Lo templanzo de lo Ma-
dredeDios. . . . . . . . . . lgl
» treinta y gçho . La virginidod
dredeDios. . . . . . de to Ma- igS
)) treinta y lueve. La fortaleza de to Ma-
dredeDios. . . . zol
)) cuarenta. ,wonsedumdre y paciencia de lo
Modre de Dios, .' '.-- . , z}s
SpcclriN TERCERA
Las glorias de María, Madre de Dlos
sábado cuarentu y ulq. Bellezo morot de Marío,
>) c
Madrede Dios. . . . . . . 2lO
ilidad gtorio-
))c"217 esencial del
)) cuarentu-y deDios. . . 222
cgatlg . La gtoria compreto de
to ttladie de Dios, srsii õi'oiuiáTíís,rn
elcuerpo, r,r . r , . r . r . 226

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510 Íllotce DE MEDITACIoNES
:Ée9:
Sábado cuarenta y cinco.
Dioi i,íOre el in 232
)) c Lal
237
'
)) c G'toria de la OmniPoten'
ciasuplicante. . . . . . . ' 246
D cuui"n tã V ocho . La Madre de Dios, frgu- ^-^
,oíã7ãigiesta . . . . ' ' ' 256
» cuarenta y íueve. Glorioso !oS!, (y la 261
Uãdré de Dios en ta Sagrada\scritura.
, cincuenta. Lugar glorioso que ocupo ,\ôí,
Maríaenlahistorio. . . . . ' ztJÓ
)) cincuenta y uno , or
,nàí*a ãle tos tÍ 273
D cincuénta y dos de
ta Madré Ae Dios con lo Santísima Tri-
nidad.. . . . . . . . . . . ' 277
, cin.u.nta y tres. Gloriosa eternidad del 2E6
tríiilíãriã-moãredeDios ' ' ' '

Festividades diversas
MepttAcIoNES SoBRE EL EspÍntrU Sexro Y ALGUNAS
OTRAS FIESTAS DTOVIBLES

SPcctóN PRIIIIERA
MedltacionessobreelEspírituSanto
Advertenciaspreliminares. . , ' ' ' ' W
AnrÍculo I

Novena preparatoria á la fiesta de Pentecostés


Día de la devo-
» Verào po; e'l ":-
Espíritu Sznto. .
305

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ÍNnrcp DE MEDITAcIoNEs 511

Págs.

Día tercero . Et Espíritu santo y el verbo En'


cornado. . . ' ' ' 313
>)
y la lglesia
.u*[o. Et Espíritu SantoEspíritu ' 324
)) ã;irt" . Habit:acion del Santo en
332
se iti;
o ile. 340
sé o del
cristiano. . . . . ' '
349
» oclurô . La devocion del Es píritu Santo y
los tiemqos Presente-s ' ' 356
,ouãnô: El-E'spírit:u Sonto y su triple oficio
connosotros.. . . . . ' ' 362

AnrÍcur-o II
Meditaciones para la fiesta y la octava de Pentecostés
Pentecostés. Día quincuagésimo des-
^-ó"eÀã.pãscuã.-lnttoducción'.
Festividadde
' ' ' ' 370
Seãrãá" díà aô Pentecostés . Los dones del Espí- a,.í'í
rituSanto. . . . . . o ' ' L)l'
.
Tercér día dã-Pentecostés Los dones del Espí-
ritusanto. . . ' ' ' ' ' ' ^^s,
óõc
Día . Los do Santo ' 392
-; cuarto
quinto Tis Ír Santo 3gT
» sexto . Frutos to 402
)) ãépii*o. Nuestros deberes paro con el Es-
--piiilusaito. . . . . . ' ' ' ' 408

SrccróN sEGUNDA
Meditaciones para varlas flestas movlbles
Fiesta del Patrocinio de San José.-Tercer domingo
- 'ã"rpúés
de Pascua. Introãucción. . . 412
I-a Íieátá a" la Ascensión. El día cuadragésimo des-
--p;dàóputcua.-lntroducción. . ' . 424
Trinidad. Domingo después
Fies[a de la Santísima
OePentecostés.-lntroducción. . , ' . . 433

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512 ÍNorcB DE MEDrrAcroNES

Págs.
Fiesta del Santísimo Sacramento.
Jq.ues, después
de la fiesta de la Santísima Trinidaá.-lntro-
duc ci ón
447

Srccróm TERCERA

Meditaciones para los cinco domingos y la fiesta de


San Ju.n Berchmans

tügàr à ,r, sonto. +|JB


ion hocio la S antí-
....46.-
I cuerpo y de los

io cle la v'olintod'. . {uâ


ocotidiano.. . 49ô
s.....497

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