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BRAILLE

Este poema trata sobre la vida de una persona que se siente marginada y rechazada por la sociedad. Expresa sentimientos de soledad, enojo y deseos de pertenecer.
Derechos de autor
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BRAILLE

Este poema trata sobre la vida de una persona que se siente marginada y rechazada por la sociedad. Expresa sentimientos de soledad, enojo y deseos de pertenecer.
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BRAILLE
(Sebastián Aliaga)
Me dicen la loquita de la esquina.
La que quiere cambiar el mundo.
La que no acepta la plata.
La que se ríe sola.
La que estudió prevención de riesgos.
La misma que ahora está recogiendo las colillas de la calle pa’ poder fumarse un
cigarro.
La loquita, esa, la de la esquina, que nadie la escucha, nadie la ve, pero, sin embargo,
no sé por qué, sigue pregonando.

Para los que estén interesados en saber, y para los que no también, básicamente, me
visto de mujer, porque soy hombre.
Necesito ser bizarro en la batalla.
Y esa capacidad, lo quiera o no, viene desde el vientre.
Son mi chaleco antibala y mi fusil.
Los tacos, los aros, la boina, la barba, a eso me refiero.
Frágil y fuerte, divina y pedestre, áspera y aterciopelada.
Todo junto y al mismo tiempo.

Nací exactamente hace seis años, un mes y dos semanas.


Nací en el tiempo equivocado, en el país equivocado, en la familia equivocada.
Y por lo mismo, nací con ganas de morirme.
Así de claro.
Así de oscuro.
Soy la loquita de la esquina que la confunden con las putas de la esquina, pero yo no
soy puta, soy poetisa, soy tripa, soy arcada, soy calle.
Te miro como puta para llamarte la atención, pero no te la chupo ni cagando.
Se necesita mucho amor para eso, y yo no tengo amor, tengo rabia, tengo odio, tengo
resentimiento.
Palabra taladrada.
Bomba de silencio.
Tiempo acurrucado.

Lo único que quiero es tener una conversación que sea peligrosa.


Eso es todo.
Que sobreviva a la masacre del hachazo.
Que haga de nuestras certezas una tormenta de preguntas sin respuesta.
Que nos haga matar…A la indulgencia, digo.
Quiero que inventemos juntos la sepultura de la tradición, ¿qué te parece?
Ya sé lo que están pensando
“¿Tendrá alguna pana mental esta hueona?
Que se compre un amigo si quiere conversar po’, ¿qué me viene a decir a mí?”
Te digo a ti, te digo a ti, y te digo a ti, porque es necesario que sea una conversación
entre desconocidos, y lo más importante, que sea de noche.
Sobre todo, en noches como ésta, de fin de semana.
Llanto en la fiesta, vómito en la playa, sexo en la micro.
¿Cómo no va haber ganas de conversar, digo yo, de confundirse un poquito?
No importa que sea simple, pero que sea honesta
¿Quién se anota?
No es tan complicado.
Escuchar y responder.
Escuchar y responder.
¿Qué pasa?
No tienes tiempo
¿Eso es?
¿No tienes tiempo?
Estoy segura que lo tienes.
Ahí en el bolsillo.
O ahí adentro del pecho.
O por ahí entre medio de esa cabecita.
Tienes que levantarle el pestillo de la jaula, eso es todo
¿Qué pasa?
Te perturba que sea gratis
¿Eso es?
Ahí sí que no te puedo ayudar.
Imagínate.
Vender una conversación, sería el colmo.
Ven, siéntate conmigo.
Podemos sorprendernos.
Podemos ser la alquimia perfecta que gatille el rito del desenfreno irreversible.

Sabía que nadie me iba a pescar.


Pero no importa, porque esta vez vengo preparada.
Con varias cartas debajo de las tetas.
Voy a obsequiarles algo muy valioso, que por supuesto que no compré.
Lo tengo aquí adentro.
Voy a desnudarme, a cortarme los tobillos.
A quemarme la cara con agua caliente.
Voy a contarles una historia:

Dos cuerpos ajenos se fusionaron como trozos de plasticina.


Comieron pan con tomate y cebolla en escabeche, hasta que, de pronto, un feto
inesperado les desencajó la mandíbula.
Lleno de sangre, llorando y cubierto de caca.
Después de eso, pelos en la cara y reloj en la muñeca.
Corbata pintoresca y lentes de descanso.
Hicieron de la vida un plano arquitectónico.
Un proyecto de cemento.
Se tiraron un piquero y nadaron en lo que parecía ser un lago, que finalmente, resultó
ser un mar lleno de olas enojadas.
(Ahora solo van a la deriva con sus dedos arrugados)

En ese tiempo la pena era chiquitita, pero la imaginación muy grande.


Pude convertir la baldosa de mi abuela en una nave espacial.
Luché con armaduras de botella plástica.
Jugué con los bichitos de la tierra.
Tuve trofeos de goma barata.
Me hice la marca del indio.
Dibujé el estadio más grande del mundo con la punta de una rama.
Jugué a salvarme sola.
A la ronda de San Miguel, pero también al perro judío.
Armé el Judas con la ropa vieja de la feria y después me robé la carretilla.
Me sentí merecedor de la guillotina por haber arrancado las hojas traseras de los
cuadernos.
Miré con admiración a los pelos rubios y con asco a las pieles negras.
Fui un acólito garabatero.
En fin…
Nunca pensé que llegaría ese momento.
El de la luz oscura, la metamorfosis detenida, la liberación encarcelada.
El optimismo pesimista.
Pero llegó.
Llegó ese momento, y al principio, ya sabemos, toda escoba nueva barre súper bien.
La obligación sacó las alas y evolucionó a voluntad propia, luego a rigor y después a
pasión desmesurada.
El disparate se me escondió detrás de una membrana.
Aparecieron los tesoros descubiertos.
La danza de las insolencias.
El pecho se llenó de aire y la mente de ternura silenciosa.
Sí, emanó el sentido de la vida…
Duró poco eso sí.
La bala se escapó por la culata.
Demasiada luz.
Me hubiese gustado no enterarme de tanto detalle.
No porque no quiera.
Es doloroso.
La resignación.
El entendimiento.
La Historia. (h)
El monolito de las utopías fracasadas, es enorme.
Ahora estoy flotando sobre el fuego espeso y estoy un poco arrepentida.
El volcán eyaculó y nadie quiere ponerse a nadar entremedio de la lava.
Pero ¿Qué puedo hacer?
No puedo hacer nada.
Tengo la mirada con espinas, el espíritu atrofiado.
Abro la cortina y la pupila se me pone turbia.
Estoy fúnebre, estoy apaliada…
Estoy despierta.

Censuras jeroglíficas.
Tentáculos cristianos.
Narcotraficantes de verdades insospechadas.
Pirámides y más pirámides.
Metalenguaje subversivo, clandestino.
Falsa la infancia feliz.

En realidad, fueron doce inviernos.


Llenos de ignorancia.
Llenos de esa risa que da pena verla.
De camisas planchadas, de zapatos lustrados, pero también de ceño fruncido.
De amores acabados.
De letras aburridas.
Fueron doce inviernos, llenos de protocolo, pero sin ninguna ceremonia.
Llenos de broma sin sentido, de historia perforada.
Fueron tiempos complicados, repito, sin saberlo.
Tiempos de libertad cautiva en su ilusión.
Tiempos, por qué no decirlo, de angustiosa condescendencia.
Desde aquí se ve clarito.
El ayer.
Como una historia de suspenso.
La pistola por debajo de la mesa sin saberlo.
El cocodrilo amenazando la canoa.
Desde aquí se ve cómo la metástasis de la engañosa dignidad se tomó el control de las
ideas diferentes.
Lo siento, pero no puedo verlo de otra manera.
El pasado, me refiero, en general.
Como un marco que nos marca y nos enmarca en un retrato sombrío de color violenta.

Hubo vientres que parieron guaguas muertas que respiraban.


Hubo cuerpos que se bañaron con la saliva de los perros traumáticos.
Hubo luces que se apagaron de repente.
Hubo diluvio de bototo negro.
De paredes plomas.
Hubo ojos que no vieron y clavos en la lengua.
Hubo factorías de traición y enemigos invisibles.
Hubo números metálicos que esculpieron el futuro.
Y entre medio de todo eso, también hubo pesebre.
Hubo mueca de ternura y alegría retorcida.
Recuerdos mutilados y sollozos en el polvo.
Así está la tragedia.
El escenario de los tiempos infames.
Los tiempos vacíos.
Los tiempos modernos.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Solo crecer.
Solo crecer y seguir creciendo.
Hasta las arrugas.
Hasta las arrugas.
Es verdad, casi lo olvido.
También hubo necesidades oscuras y festines de laboratorio.
Dedos en enchufe y guitarras destrozadas.
Y aunque no parezca cierto, entre medio del infierno, también hubo rubores que se
enamoraron.
Risas espontáneas, pero también despavoridas, valientes, de acero atropellado.
Así fue en mi caso, por lo menos.
Al igual que muchos de los que veo pasar ahora frente a mí.
A ustedes.
Gritos de mármol.
Marchas burguesas.
Monigotes.

La madre que no puede superar la muerte de su madre.


El padre que no puede superar la muerte de su padre.
El hijo que no quiere dejar de ser el hijo y solo el hijo.
El hijo que no quiere ser padre, porque el hijo ya tiene hijos, tiene dos, sus padres.
Finalmente, el hijo que no quiere ser padre es padre de sus padres.
Sus padres, que se los comió la vida inesperada.
La historia de la que nunca se enteraron.
Los mismos que ahora se ahogan en la borrachera de sus lamentos inconsecuentes.
En el hoyo negro de la desesperanza.
Porque, claro, nada fue como lo esperaban.
Le dieron de comer a la bestia que los estaba devorando y no se dieron cuenta.
Por eso ahora el padre culpa a la historia de su madre con su padre alcohólico para
ocultar su propio alcoholismo.
Por eso ahora la madre culpa al padre de su hijo por ser el responsable de todos sus
tormentos.
Por eso el hijo ahora es padre de sus padres, porque sus padres nunca supieron cómo
ser padres, porque fueron engañados, omitidos, pulverizados.
Sus padres que hicieron lo imposible, pero no lo suficiente.
Los que no supieron descifrarlo.
Pero lo hicieron bien, después todo.
No había como enterarse, había que comer.
Ahora también, pero se dieron cuenta que necesitan otras cosas, cosas que no saben
explicar de qué se tratan.
El hijo sí, el hijo sí sabe, pero tampoco sabe cómo explicárselos a ellos.
No haya como contarles la tragedia de sus vidas.
La guerra en la que están atrincherados hasta el día de su muerte.
Por eso el hijo prefiere callar y seguir siendo el padre de sus padres.
Lo que ellos no van a entender, es lo que su hijo, o sea, su padre, les quiere decir.
Pero el hijo, o sea, el padre de sus padres, en algún momento, más temprano que
tarde, se verá obligado a decirle, a sus padres, o sea, a sus hijos, aunque ellos no lo
entiendan, que no somos más que escupo organizado.
Un puñado de suerte negra.
Una población de bacterias.
Un sindicato biológico de llanto empedernido.

Yo te pregunto a ti, no importa, sigue, sigue tu camino, pero yo te pregunto a ti


¿Cuánto hemos caminado?
¿Cuánto hemos avanzado?
¿Cuántos años pisando suelo opaco?
¿Cuánto sangre debajo de los árboles?
Hay que reconocer.
No nos dimos cuenta, no tuvimos tiempo, no tuvimos preguntas.
Lo único que tuvimos fue un remolino de certezas inquebrantables.
Tuvimos de todo, pero no tuvimos nada.
Ahora solo tenemos verdad.
Verdad y decepción.
Decepción y tristeza.
Tristeza y locura.
Locura y compasión.
Compasión y vergüenza ajena.

Después de haberme triturado los recuerdos, me imagino, alguien se va a sentar a


conversar conmigo
¿Qué?
¿No les parece suficiente?
¿De verdad?
¿De verdad no les parece suficiente?
Que exigencia más tremenda.
Les confesé parte de la historia de mi vida.
Para mí eso es demasiado.
Lo único que tengo.

Les presento a mis audífonos.


Audífonos que están conectados a mi celular.
Celular que tiene funcionando la grabadora.
Grabadora que está pensada para alguien que sea capaz de hacer un compromiso.
Compromiso que va a quedar grabado para que después nadie pueda negarlo.
Compromiso que consta de asumir que, una vez sentado al lado mío, no descansará
hasta hacer la revolución.
Una revolución que partirá con un mar de conversaciones.
Conversaciones que finalmente llevarán a forjar un ejército.
Ejército que estará compuesto por personas con el semblante martillado y la cabeza
ventilada.
¿Todavía no les parece suficiente?
¿De verdad?
Lo encuentran iluso
¿Eso es?
¿Lo encuentran iluso?
Puede ser.
Pero prefiero algo iluso antes que algo repugnante.

No quiero seguir cavando.


La tierra se pone de color extraño.
El aire también.
Un eco se escucha desde lejos.
No tengo la fuerza de Goliat.
Tampoco el descaro de Caín.
No tengo ni si quiera una buena idea.
Solo cansancio y ganas de tener ganas de reír…
¿Qué hacer con el amor atrapado en la vitrina?

Me contradigo en el acto, por impulso, por humana, por reflejo robótico.


Me contradigo porque amanezco de nuevo, con ganas de gritar.
Despierto y me vuelvo a encarcelar en la dicotomía de lo fundamental.

El primer escalón para iniciar la voluntad es el ojo.


La retina que absorbe todo ese universo lleno de moléculas desnaturalizadas,
asimétricas.
La retina que retiene por sobre todo la maldad y la sigue como un francotirador a su
víctima.
La analiza con rigor de científico.
Con voluntad de minusválido.
Se encariña en el camino.
Bordea el peligro de caer en el pantano, pero no lo hace, porque el ministerio de los
recuerdos y la conciencia no lo permite.
¿Pero qué hacer cuando se emprende una lucha dónde la pérdida es la Meca?
¿Qué tiene de romántico sacrificarse ante el desperdicio?
¿Cómo despertar a los sonámbulos?

A veces creo que lo mejor es empezar por cambiar el color de la mirada.


No puede ser que sea todo gris oscuro, apunto de llover.
Pero, ¿Qué más puedo decir?
Todos en el fondo somos eso.
Basura programada.
Milicia farandulera.
Por favor, piensa conmigo
¿Qué hacer al respecto?
¿Por dónde empezar?
¿Cómo convencer al honesto y esforzado trabajador de que es una marioneta
dislocada?

Lo siento, pero no puedo ponerme a rezar.


(Por ética)
Por respeto a los quejidos conservados en la historia.
Por respeto al espanto disecado.
Prefiero agonizar en la piscina de mi infancia.
Porque sería un crimen simplemente.
Tan sanguinario como el paso por el mundo.
Tan vil como el cuervo sobre la carroña respirando.
Tan ingrato como el olvido de los ancestros.
Rezar sería obedecer, sería traicionar, sería vergonzoso.
Dios está dormido.
Está revolcándose con camisa de fuerza.
Luchando contra la jauría de sus frustraciones.
Le escribí una carta:

“Si yo fuera tú nos quitaría la indecencia, la porfía, la tontera.


Mataría el hambre para siempre.
Eliminaría las necesidades, sobre todo las que no se necesitan.
Si yo fuera tú, haría de la existencia un clímax sostenido.
Un paraíso cotidiano.
Una verdad inolvidable.
Haría del fuego una escultura congelada.
Si yo fuera tú haría tantas cosas”

No se la mandé.
La guardé debajo de mi almohada y después compuse una canción.
Hice una fogata con las patas del altar.
La biblia se la regalé al perro.
Sí, porque la ausencia siempre estuvo en su reemplazo.
La ausencia, siempre tan presente.
Sí, porque bajo su amparo no somos más que la ira por debajo de la lengua.
Y eso, a estas alturas, es desastroso, aberrante, insufrible.

Ya te lo dije.
Estoy aquí para hacer la revolución.
De tal impacto que desprenda el culo de la silla como lo haría un cohete hacia el
espacio.
Estoy aquí para hacer una revolución que evoque la algarabía de la muerte y que la
muerte deje de ser comunista para convertirse en heroína justiciera de los que tienen
hambre.
Estoy aquí para hacer una revolución que vomite la injusticia sobre los injustos.
La sangre sobre los sanguinarios.
El fascismo sobre los fascistas

¿Qué puedo hacer con el odio?
Fractura eterna.
Sé que es un error.
Pero a su vanguardia va la rabia y no puedo negarla.
Es la que contiene las partículas de la rebelión, la clave, la llave, el password, el código
divino de los gritos petrificados hasta ahora en la fría celda de la intención.
Ya no hay tiempo de entender las cosas.
Hay que actuar con el brío visceral.
Hay que darle poder a la violencia comunitaria y salir a quemar los edificios de los
bancos.
Puede que terminemos en la tumba con los gusanos en la boca, pero no se van a
olvidar nunca del huracán.
Vamos hacer los responsables de las buenas vidas de las vidas venideras.
Eso va a ser mejor que dormir acurrucado bajo el poderoso aliento del dragón.
Sí, es una defensa a la agresión, una decisión desesperada.
Es necesario convertirse en la propia bestia enemiga, abrirle el hocico, entrar hasta su
vientre, y después, con una estaca de coligue, reventarle el nacimiento
La paz vendrá después.

Pero no, no podemos ser así.


Tenemos que buscar la forma de ser mejores que ellos.
Pero eso significaría colocar la otra mejilla y ya las tengo como la betarraga.
Significaría también convertir el rencor en un barquito de papel.
Significaría amar a los que aprietan el gatillo.
A lo mejor habría que secuestrarlos a todos y meterles flores por la boca.
Torturarlos con abrazos.
Inundarlos de lágrimas honestas.

¿Qué vamos hacer?


¿Cómo lo vamos hacer?
¿Cuándo lo vamos hacer?
¿Dónde lo vamos hacer?
¿Quiénes lo vamos hacer?
¿Lo vamos hacer?
Estoy aquí, estoy dispuesta, tengo el tiempo, aunque también tengo sed, pero no me
importa, porque más sed tiene la dignidad de la existencia.
La venganza, la justicia destronada.
Estoy aquí, estoy dispuesta, solo tienes que parar unos segundos, arrancarte la coraza
de los ojos y vomitar conmigo al lado.

¿Se imaginan?
Años después:
-Hola, buenas tardes, necesito dos kilos de pena
-10.990
-Hola buenas noches. Necesito cinco kilos de alegría, hoy estoy de cumpleaños.
-20.990
-Hola, necesito unos cuántos gramos de miedo, algo poquito, que me asuste solamente.
-30.990
-Hola, buenas, necesito un poquito de rabia, algo que me permita caminar
-40.990
-Necesito decirle a mi hijo que lo amo.
-99.990
Barato igual, ¿o no?

Estamos a kilómetros de cercanía, no nos podemos ni mirar.


A lo mejor te puedo dar una pista de cómo empecé a ser libre.
Un día, con todas las toxinas de la vida cotidiana, tuve un poco de tiempo y empecé a
pensar y de tanto pensar me puse a llorar.
Primero de pena por descubrir la inmensidad de mi pequeñez.
Después de rabia por no poder arrancarme el pellejo y finalmente de alegría, porque, a
pesar de todo, apagué la máquina y acabé con la falacia de la resiliencia.
Es una trampa, un juego del mercado, una adicción.
Por eso te aconsejo que no escuches los consejos de nadie.
Tu familia y tus amigos serán tus primeros grandes oponentes.
Van a tratar de salvarte la vida.
Van a hacerte un exorcismo.
A conseguirte un trabajo.
Vas a tener que ir al registro civil y volver escribir lo que enterraste con tanta gana.
Va a ser la guerra de la desesperación contra la sordera.
Si les ves caminando por los adoquines, ignóralos, no les digas nada.

O sí, ¿sabes qué?


Diles que los cambios radicales existen y que las decisiones hay que respetarlas.
Diles que tu problema es la lucidez más que la locura.
Que el drama está en sus vidas, no en la tuya.
Diles que la calle es fría, pero honesta.
Viva, pero muerta.
Diles que eres amigo de los gatos.
Que ves a la gente y te duele la garganta.
Diles que la rutina mata y la vida paga.
Diles que el hambre es indeleble.
Que dejaste de ver televisión y se te quitó la peste.
Diles que tomas cerveza al desayuno, que comes pan con chancho.
Diles que ya no ríes, ya no lloras.
Solo piensas.
Diles que la pobreza es rica y la riqueza es pobre.
Que la armadura del alma es una carátula de plástico quemado.
Diles que todavía te gusta el alquitrán.
Que cierras los ojos y te sientes cascada.
Que abres los ojos y te sientes ceniza.
Diles que su amargura te da risa.
Que el tiempo es como la bomba: Un mal invento.
Diles que la revolución es una obra disecada en un museo.
Que los muertos no se mueren, se olvidan.
Que los vivos no se quieren, se matan.
Diles que el trabajo no te dignifica, te carcome.
Que somos fuego controlado.
Diles que, digan lo que digan, son parte del ejército de los débiles, de los
inconsecuentes, de los cobardes, y por eso mismo, diles que te dan vergüenza.
Que se vayan, que no vuelvan, que no traten de entender, porque va a ser decadente.

No se confundan.
No soy la cantora del apocalipsis.
No soy la túnica negra de la guadaña.
Soy la fiebre, el agua hirviendo, el escenario vacío, pero dispuesto a que los actores
entren y se paren con la mente fría y el corazón ardiente a leer sus propuestas.
¿Cuántos actores tenemos en el día de hoy?
¿Cuánto resentimiento?
¿Con cuánta moral desmoralizada contamos?
¿Nadie?
¿Nadie quiere decir nada?
¿Nadie quiere pararse en el escenario y vomitar el llanto?
¿Nadie quiere confesar sus ganas de matar?
¿Qué?
¿Por qué me miran así?
Nadie se atreve a desvestir el pensamiento
¿Por qué?
Que trabajo más desgastante.

A veces pienso en los doce inviernos, debo confesarlo.


Les extraño.
A pesar de la inocencia envenenada.
De los silencios de la cripta.
A lo mejor, si hubiera tenido la oportunidad de elegir, hubiera preferido quedarme
flotando en la burbuja.
Así habría pensado que las explosiones de guerra en realidad son fuegos artificiales.
Habría creído que la vida es un juego y que el terror solo existe en las películas.
Nunca me habría percatado que somos el resultado de sentimientos corporativos.

Me hundo.
Me hundo cada vez más profundo.
Surco la expectativa y toco fondo.
Se me traban las buenas intenciones.
Se despierta la noción suicida.
¿Qué puedo hacer al respecto?
Tienes alma digital.
¿Qué puedo hacer al respecto?
Estás programado para no mirarte por dentro.
¿Qué puedo hacer al respecto?

A continuación, un delirio de la cólera colérica, pero con prácticas practicables:


Soy la presidenta de la República de Chile.
Un mono con navaja.
Un insulto inteligente.
Una montañita de jeringas con sida.
Nada tan diferente a ustedes.
En fin.
Dejen todo lo que estén haciendo y lávense la cara.
Mírense al espejo.
Pídanse perdón.
No vamos a volver a trabajar hasta que seamos capaces de establecer un nuevo
modelo.
Yo no sé cómo hacerlo.
Sé que ustedes tampoco.
Pero tendremos que saber llegar a un acuerdo.
De lo contrario, una vez más, el mundo será un retrato pintado bajo la perspectiva de
Goya.
Desde este preciso momento queda prohibido el nacimiento.
(Hasta nuevo aviso)
¿En estos tiempos?
Un crimen.
No tenemos nada claro.
De la nada a la vida y de la vida a la muerte.
Y si no le parece suficiente los desafíos de construir una nueva ética que nos devuelva
la sonrisa, vaya al hospital y muérase tranquilo y a voluntad, sin dolor.
Después de todo, la vida no es más que una soberana banalidad.
Crea en lo que quiera, pero no habrá iglesias ni cultos de ningún tipo.
El día seguirá teniendo 24 horas, pero usted las distribuirá a su antojo.
No hará ninguna actividad que signifique un mal esfuerzo y desgaste innecesario.
Podrá tener sexo en todas partes, con los y las que quiera, sin culpa, sin vergüenza.
Se vaciarán todos los establecimientos educacionales.
Los alumnos insultarán a sus profesores y saldrán a destruir el mundo.
Borrarán de sus cabezas todo lo aprendido.
Absolutamente prohibido obedecer las órdenes.
La autoridad es una paloma reventada en el cemento.

¿Ves lo que es esto?


Una garrapata.
Una vil y asquerosa garrapata.
Se la saqué a un perro que siempre entierra los huesos cerca de donde estoy viviendo
ahora.
No sé en qué estaba cuando tomé la decisión de guardármela en el bolsillo.
Borracha, lo más probable.
Al principio fue asco y odio.
Quise disfrutar de su sufrimiento, solo por ser horrible.
Prendí una colilla que tenía guardada, fumé un par de veces y la empecé a quemar, de
apoco.
Movía sus patas cada vez más rápido.
Estuve varios minutos entretenida en eso, hasta que, inevitablemente, todo mi placer
destructor desapareció.
Cualquier ser vivo habría intentado alejarse del dolor.
Y me conmoví.
Por esa garrapata inmunda.
Me dio pena y después miedo.
Porque no le hallé la diferencia.
Entre yo y ella.
Ella sufre, yo también.
Tiene hambre, yo también.
Yo sueño, ¿quién me asegura que ella no?
Entonces, ¿cuál es la puta diferencia?
¿El porte?
¿La misión?
¿Quién sabe si las garrapatas son la salvación del mundo?
Ellas chupan la sangre de los perros, nosotros comemos plástico.
¿Cuál es la puta diferencia?
Ellas dan asco, nosotros también.
¿Cuál es la puta diferencia?

Fin.

Febrero, 2018.

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