Los minilibros de Preguntas cruciales
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como:
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¿Controla Dios todas las cosas?
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¿Qué es la Trinidad?
© 2023 por Ministerios Ligonier y Poiema Publicaciones
es.Ligonier.org Poiema.co
Publicado originalmente en inglés bajo el título
What Is the Trinity?
por Ligonier Ministries
421 Ligonier Court, Sanford, FL 32771
Ligonier.org
© 2011 por R.C. Sproul
Impreso en China
RR Donnelley
0000223
Primera edición
ISBN 978-1-64289-507-0 (Tapa rústica)
ISBN 978-1-64289-508-7 (ePub)
ISBN 978-1-64289-509-4 (Kindle)
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Diseño de portada: Ligonier Creative
Diseño interior: Katherine Lloyd, The DESK
Traducción al español: Ministerios Ligonier
Diagramación en español: Poiema Publicaciones
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de
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Contenido
Uno Monoteísmo
Dos El testimonio bíblico
Tres Controversias en la Iglesia primitiva
Cuatro Uno en esencia, tres personas
Cinco Objeciones a la doctrina
Capítulo uno
Monoteísmo
El concepto de la Trinidad se ha erigido como una base
fundamental de la verdad, un artículo no negociable de la
ortodoxia cristiana. Sin embargo, ha sido una fuente de
controversia a lo largo de toda la historia de la iglesia y sigue
generando bastante confusión hasta nuestros días; mucha
gente lo malentiende de formas muy graves.
Algunos piensan que la doctrina de la Trinidad significa
que los cristianos creen en tres dioses. Esta es la idea del
triteísmo, postura que la iglesia ha rechazado de forma
categórica durante toda su historia. Otros ven la Trinidad
como la caída de la iglesia en la contradicción. Por ejemplo,
una vez tuve una conversación con un hombre que tenía un
doctorado en filosofía, y él objetaba al cristianismo sobre la
base de que la doctrina de la Trinidad representaba una
patente contradicción en el centro mismo de la fe cristiana:
la idea de que uno también puede ser tres. Por lo visto, este
profesor de filosofía no estaba familiarizado con la ley de no
contradicción. Según esta ley, «A no puede ser A y no-A al
mismo tiempo y en la misma relación». Cuando confesamos
nuestra fe en la Trinidad, afirmamos que Dios es uno en
esencia y tres personas. De este modo, Dios es uno en A y
tres en B. Si dijéramos que Él es uno en esencia y tres en
esencia, eso sería una contradicción. Si dijéramos que Él es
una persona en tres personas, también sería una
contradicción. Pero tan misteriosa como es la Trinidad, tal
vez incluso más allá de nuestra capacidad para
comprenderla en su plenitud, la fórmula histórica no es una
contradicción.
Antes de que podamos hablar de la Trinidad, tenemos
que hablar de la unidad, porque la palabra Trinidad significa
«tri-unidad». Detrás del concepto de unidad está la
afirmación bíblica del monoteísmo. El prefijo mono significa
«uno» o «único», mientras que la raíz teísmo tiene que ver
con Dios. Por lo tanto, monoteísmo comunica la idea de que
hay un solo Dios.
La evolución de las religiones
La cuestión de si la Biblia es monoteísta de forma uniforme
se planteó en los ámbitos de la religión y la filosofía durante
el siglo XIX. Uno de los filósofos principales del siglo XIX fue
Friedrich Hegel. Él desarrolló una filosofía compleja y
especulativa de la historia que tenía como eje central un
concepto de desarrollo o evolución histórica. En el siglo XIX,
los pensadores estaban preocupados por el concepto de
evolución, pero no solo en relación con la biología.
Evolución se volvió un término de moda en el mundo
académico y la comunidad científica, y se aplicó no solo al
desarrollo de las cosas vivas, sino también a las
instituciones políticas. Por ejemplo, el denominado
darwinismo social entendía la historia humana como el
progreso de las civilizaciones.
Los seguidores de Hegel también aplicaron estas ideas
evolutivas al desarrollo de los conceptos religiosos. Ellos
operaban sobre el siguiente supuesto: todas las esferas de
la creación, incluida la religión, siguen el patrón de evolución
que vemos en el ámbito biológico, el cual es la evolución
desde lo simple a lo complejo. En el caso de la religión, esto
significa que todas las religiones desarrolladas
evolucionaron desde una forma simple de animismo. El
término animismo indica la idea de que hay almas vivientes,
espíritus o personalidades en lo que normalmente
consideraríamos como objetos inanimados o no vivientes,
tales como rocas, árboles, tótems, estatuas, etc.
La idea de que la religión primitiva era animista parecía
confirmarse por los estudiosos que examinaban las culturas
primitivas que habían sobrevivido hasta el presente. Los
estudiosos que iban a los rincones remotos del mundo y
estudiaban las religiones de aquellas culturas descubrieron
que contenían fuertes elementos de animismo. Por lo tanto,
se aceptó el supuesto de que todas las religiones
comenzaron con animismo y evolucionaron de forma
progresiva.
Algunos estudiosos creían que el animismo podía
encontrarse en las primeras páginas del Antiguo
Testamento. Ellos a menudo citaban el relato de la caída, ya
que Adán y Eva habían sido tentados por una serpiente que
asumía características personales (Gn 3). Esta podía
razonar, hablar y actuar a voluntad. Los críticos también se
referían a la experiencia de Balaam, cuyo asno recibió la
capacidad de hablar (Nm 22). Ellos decían que esto
demostraba que los escritores bíblicos creían que había un
espíritu en el asno, así como había un espíritu en la
serpiente. Cuando yo estaba en el seminario, escuché a un
profesor decir que el animismo fue practicado cuando
Abraham se encontró con los ángeles junto al encinar de
Mamre (Gn 18). El profesor decía que Abraham en realidad
estaba conversando con los dioses de los árboles. Sin
embargo, en el texto no hay ni un atisbo de evidencia de que
Abraham estuviese involucrado en algún tipo de animismo.
Aquellos que sostienen una postura evolutiva de la
religión dicen que el siguiente paso en el proceso es el
politeísmo: muchos dioses. El politeísmo era común en las
culturas de la antigüedad. La religión griega, la religión
romana, la religión nórdica, y muchas otras, tenían un dios o
una diosa para casi todas las funciones humanas: un dios
de la fertilidad, un dios de la sabiduría, un dios de la belleza,
un dios de la guerra, y así sucesivamente. Estamos
familiarizados con esa idea por nuestros estudios de las
mitologías del mundo antiguo. En palabras simples, la gente
creía que existían muchos dioses para atender varias
funciones de la vida humana.
Después del politeísmo, la siguiente etapa del desarrollo
religioso se denomina henoteísmo, que es una especie de
híbrido entre el politeísmo y el monoteísmo, una etapa
transicional, por así decirlo. El henoteísmo es la creencia en
un dios (el prefijo hen viene de una palabra griega para
«uno», distinta de mono), pero la idea es que hay un dios
para cada pueblo o nación, y cada uno domina sobre un
área geográfica particular. Por ejemplo, el henoteísmo
sostendría que había un dios para el pueblo judío (Yahvé), un
dios para los filisteos (Dagón), un dios para los cananeos
(Baal), etc. Sin embargo, esta idea no postula que hubiese
un solo dios en última instancia.
Los pueblos henoteístas reconocían que las demás
naciones tenían sus propios dioses, y a menudo veían las
batallas entre las naciones como batallas entre los dioses de
esos pueblos. Algunos estudiosos encuentran esta idea en
el Antiguo Testamento, porque muchos de los conflictos
registrados se presentan como si el Dios de Israel se
enfrentara a Dagón, Baal u otro dios pagano, pero eso no
significa que Israel fuese henoteísta.
La Biblia: monoteísta desde un principio
Asumiendo este marco evolutivo, los críticos del siglo XIX
cuestionaron la idea de que la Biblia sea monoteísta de
forma consistente. Hubo un debate continuo en torno a
cuándo comenzó el monoteísmo en Israel. Los críticos más
conservadores decían que había indicios de ello en tiempos
de Abraham. Otros decían que el monoteísmo no comenzó
hasta el tiempo de Moisés. Algunos incluso rechazaban la
idea de que Moisés fuera monoteísta, afirmando que el
monoteísmo no empezó sino hasta los tiempos de los
profetas, como Isaías, alrededor del siglo VIII a. C. Unos
pocos eran aun más escépticos y aducían que el
monoteísmo no comenzó sino hasta después del exilio de
Israel en Babilonia, convirtiéndolo en un desarrollo más bien
reciente en la religión judía. Por lo tanto, la academia
ortodoxa ha tenido que batallar durante los últimos cien y
tantos años por defender la idea de la unidad de Dios en la
Escritura.
Los argumentos ortodoxos sostienen que el monoteísmo
estuvo presente en el comienzo mismo de la historia bíblica.
Ya en el primer verso de la Escritura leemos: «En el principio
creó Dios los cielos y la tierra». La narración de la creación
afirma que el Dios que se presenta en la primera página del
Pentateuco tiene a toda la creación como Su dominio, no
solo las fronteras limitadas del Israel del Antiguo
Testamento. Dios es soberano sobre el cielo y la tierra,
habiéndolos creado por la palabra de Su mandato.
Los críticos a menudo observan que en los primeros
capítulos de la Escritura hay una vacilación entre dos
nombres para Dios. Por una parte, se le llama Jehová o
Yahvé; por otra parte, se le llama Elohim. Ese nombre,
Elohim, es interesante, porque el sufijo him es la terminación
plural del pronombre hebreo, por lo que el nombre Elohim se
podría traducir como «dioses». Sin embargo, si bien el
nombre Elohim tiene una terminación plural, siempre
aparece con formas verbales en singular. En consecuencia,
el escritor estaba diciendo algo que no podría interpretarse
como «muchos dioses». Además, como observamos
anteriormente, Dios se nos revela en los capítulos iniciales
de Génesis como el único soberano sobre todas las cosas.
Por lo tanto, pienso que los que sostienen que el nombre
Elohim apunta hacia el politeísmo están sacando una
conclusión errada.
Cuando llegamos a Éxodo 20, al relato de la entrega de la
ley, vemos que el primer mandamiento que Dios da en el
Sinaí era fuertemente monoteísta. Dios dijo: «No tendrás
otros dioses delante de mí» (v. 3). Algunos dirían que este
verso es una evidencia de henoteísmo debido a que Dios
está implicando que hay otros dioses, y el mandamiento está
declarando que el pueblo no debe dejar que esos dioses lo
superen; Él debe ser la deidad principal en sus vidas. Pero el
hebreo indica que cuando Dios dice «delante de mí», está
diciendo «en mi presencia». Su presencia, desde luego, es
ubicua; Él es omnipresente. Por eso, cuando Dios dice «No
tendrás otros dioses delante de mí», básicamente está
diciendo que cuando una persona adora a cualquier cosa
aparte de Él, ya sea que esa persona viva en Israel,
Canaán, Filistea, o cualquier otro lugar, se está
comprometiendo en un acto de idolatría, porque solo hay un
Dios. El segundo mandamiento, por lo tanto, refuerza el
primero con su prohibición absoluta de cualquier forma de
idolatría.
Más adelante en el Pentateuco, encontramos una
declaración sorprendente de monoteísmo. Se encuentra en
el Shema, la antigua confesión israelita de su creencia en
un Dios: «Escucha, oh Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el
SEÑOR uno es» (Dt 6:4).
En los libros proféticos, vemos una diatriba casi
constante contra los falsos dioses de otras religiones. Esos
dioses no eran vistos como deidades rivales, sino como
ídolos inútiles. De hecho, los profetas se caracterizaban por
burlarse de las personas que adoran árboles, estatuas y
otras cosas que han hecho con sus propias manos, como si
un pedazo de madera pudiera ser habitado por un ser
inteligente. Ellos ridiculizan de forma consistente el animismo
y el politeísmo.
Estas declaraciones de monoteísmo son una dimensión
extraordinaria de la fe del Antiguo Testamento debido a lo
extraño de tales afirmaciones en el mundo antiguo. La
mayoría de las culturas de la antigüedad de las que
contamos con registros históricos no eran monoteístas.
Algunos han sostenido que los egipcios fueron los primeros
monoteístas debido a su adoración a Ra, el dios sol, pero
hay algo único en el monoteísmo propio de la fe del Antiguo
Testamento. La idea de que hay un solo Dios estaba
establecida firmemente en la religión de Israel desde las
primeras páginas del Antiguo Testamento.
Si Dios es uno, ¿cómo puede ser tres?
Es precisamente a causa de esta enseñanza clara del
monoteísmo que la doctrina de la Trinidad es tan
problemática. Cuando llegamos al Nuevo Testamento,
encontramos que la iglesia afirma la idea del monoteísmo,
pero también declara que Dios el Padre es divino, Dios el
Hijo es divino y Dios el Espíritu Santo es divino. Debemos
entender que las distinciones en la Deidad no se refieren a
Su esencia; no se refieren a una fragmentación o
compartimentación del ser mismo de Dios.
¿De qué manera, entonces, podemos sostener la
doctrina del monoteísmo del Antiguo Testamento a la luz de
la afirmación clara del Nuevo Testamento sobre el carácter
trino del Dios bíblico? Agustín escribió: «El Nuevo
[Testamento] está escondido en el Antiguo [Testamento]; el
Antiguo está revelado en el Nuevo». Para comprender cómo
la doctrina de la Trinidad vino a ser un artículo de suma
importancia para la fe cristiana, necesitamos ver que hubo
un desarrollo en la comprensión de la iglesia acerca de la
naturaleza de Dios basada en la Escritura. Cuando
observamos las Escrituras, vemos lo que en teología se
denomina «revelación progresiva». Se trata de la idea de
que, a medida que pasa el tiempo, Dios va dando a conocer
más y más de Su plan de redención. Él va desvelando más y
más de Sí mismo por medio de la revelación. El hecho de
que exista esta revelación progresiva no significa que lo que
Dios revela en el Antiguo Testamento sea luego contradicho
en el Nuevo Testamento. La revelación progresiva no es
correctiva, como si un descubrimiento más reciente
rectifique una revelación previa equivocada. Más bien, la
nueva revelación se levanta sobre aquella que fue dada en
el pasado, ampliando lo que Dios ya ha dado a conocer.
Por lo tanto, no encontramos una enseñanza manifiesta
de la naturaleza trina de Dios en la primera página de la
Escritura. Hay indicios, muy al comienzo del Antiguo
Testamento, pero no contamos con una información
completa del carácter trinitario de Dios en el Antiguo
Testamento. Tal información llega más adelante, en el Nuevo
Testamento, así que entonces tenemos que rastrear el
desarrollo de esta doctrina a lo largo de toda la historia de la
redención para ver lo que la Biblia está diciendo acerca de
estos asuntos.
Capítulo dos
El testimonio bíblico
Uno de los temas claves que los antiguos filósofos griegos
intentaron resolver fue el problema de «lo uno y los
muchos». Gran parte de la filosofía griega estuvo dedicada
a esta dificultad. ¿De qué manera, se preguntaban los
filósofos, podemos darle sentido a la gran diversidad de
cosas que son parte de nuestra experiencia? ¿Vivimos en
un universo que en última instancia es coherente, o es
finalmente caótico? La ciencia, por ejemplo, asume que para
que tengamos conocimiento, tiene que haber coherencia,
algún tipo de orden en las cosas. Por lo tanto, nuestro
proyecto de investigación científica presupone lo que Carl
Sagan llamó «cosmos», no caos. Esto significa que debe
haber algo que dé unidad a toda la diversidad que
experimentamos en el universo. De hecho, la misma palabra
universo combina los conceptos de unidad y diversidad:
describe un lugar de enorme diversidad que, sin embargo,
tiene unidad.
Los filósofos griegos intentaban encontrar la fuente tanto
de la unidad como de la diversidad de una forma coherente.
En mi opinión, jamás lo consiguieron. Pero en la fe cristiana,
toda la diversidad encuentra su unidad finalmente en Dios
mismo, y es significativo que incluso en el propio ser de Dios
hallemos tanto unidad como diversidad; de hecho, en Él
encontramos el fundamento último para la unidad y la
diversidad. En Él encontramos un ser en tres personas.
A diferencia de los griegos, tenemos una fuente de
autoridad para nuestras creencias en este ámbito: las
Escrituras. En este capítulo, quiero mostrar un breve
panorama de la enseñanza bíblica acerca de la Trinidad,
empezando con el Antiguo Testamento y, siguiendo el patrón
del despliegue de la revelación, concluyendo con el Nuevo
Testamento.
Indicios dispersos en el Antiguo Testamento
Aun cuando no podemos encontrar una definición explícita
de la Trinidad en el Antiguo Testamento, sí encontramos
indicios dispersos acerca de la naturaleza trina de Dios. Ya
hemos mencionado uno de esos indicios en el capítulo uno,
el nombre de Dios que aparece en forma plural, Elohim. Los
críticos ven el uso de ese nombre como una indicación de
una forma evidente de politeísmo. Otros, sin embargo, han
visto en ese nombre plural, especialmente por ir
acompañado de un verbo en singular, una misteriosa
referencia al carácter plural de Dios.
No creo que el nombre Elohim apunte necesariamente
hacia la Trinidad. Podría tratarse simplemente de una forma
literaria similar a lo que llamamos el plural editorial o el
«nosotros» editorial, que un escritor u orador utiliza para
comunicar una idea. Este recurso es usado a menudo por
dignatarios; un rey, un papa u otra persona de alto rango
introduce sus comentarios diciendo «Decretamos» o
«Declaramos», aun cuando la persona solo está hablando
por sí misma. De forma aun más específica, existe un
recurso literario hebreo denominado plural de intensidad,
que llama la atención hacia la profundidad del carácter de
Dios, en quien residen todos los elementos de la deidad y la
majestad. En consecuencia, creo que el nombre Elohim es
compatible con la doctrina de la Trinidad y puede que apunte
en esa dirección, pero por sí mismo el nombre no exige que
deduzcamos que Dios es trino en Su naturaleza.
Hay otros indicios significativos de la Trinidad en el
Antiguo Testamento. En el relato de la creación también
encontramos por primera vez al Espíritu de Dios (Gn 1:2). Al
sacar algo de la nada, el Espíritu cumple con uno de los
criterios para la deidad que son planteados en el Nuevo
Testamento. Ese es otro indicio del carácter multipersonal
de Dios al comienzo de las Escrituras.
Otro indicio se encuentra en el pasaje del Antiguo
Testamento que es más citado por sobre cualquier otro texto
en el Nuevo Testamento: el Salmo 110. Este salmo tiene un
inicio muy extraño. El salmista dice: « Dice el SEÑOR a mi
Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies» (v. 1). Es característico
en el Antiguo Testamento que cuando vemos el nombre
personal de Dios, Yahvé, también veamos asociado Su título
principal o supremo, Adonai. Por ejemplo, el Salmo 8 dice:
«¡Oh SEÑOR, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en
toda la tierra…!» (v. 1a). En hebreo, la frase «SEÑOR, Señor
nuestro» es «Yahvé, Adonai nuestro»; hay una conexión
clara entre Yahvé y Adonai. Sin embargo, en el Salmo 110,
Dios está teniendo una conversación con el Señor de David:
«Dice el SEÑOR [Yahvé] a mi Señor [Adonai]: Siéntate a mi
1
diestra…». El Nuevo Testamento recoge este hecho y
señala que Jesús es al mismo tiempo hijo de David y Señor
de David. Este salmo también proporciona otro indicio
acerca de las múltiples dimensiones del ser de Dios cuando
declara que el Hijo de Dios será sacerdote para siempre, un
sacerdote eterno según el orden de Melquisedec (v. 4).
El monoteísmo asumido en el Nuevo Testamento
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, encontramos que
los conceptos del monoteísmo que están tan firmemente
establecidos en el Antiguo Testamento, no solo son
asumidos, sino que también se repiten una y otra vez.
Quiero mencionar un par de ejemplos.
Hechos 17 registra el discurso del apóstol Pablo a los
filósofos en el Areópago de la antigua ciudad griega de
Atenas. Leemos: «Entonces Pablo poniéndose en pie en
medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, percibo que
sois muy religiosos en todo sentido. Porque mientras
pasaba y observaba los objetos de vuestra adoración, hallé
también un altar con esta inscripción: AL D IOS
DESCONOCIDO» (vv. 22-23a). Cuando Pablo llegó a Atenas,
se dio cuenta de que la ciudad estaba entregada a la
idolatría. Él pasó por varios templos y vio actividad religiosa
por todas partes. Incluso notó que los griegos estaban
temerosos de haber omitido alguna deidad y por eso tenían
un altar con esta inscripción: «AL D IOS DESCONOCIDO». Al
ver todo esto, su espíritu se enardecía dentro de él (v. 16);
en otras palabras, estaba preocupado ante tanta religión
falsa.
Una de las cosas más sorprendentes que encontré
durante mi trabajo de posgrado en la década de 1960 fue la
evidencia que estaba saliendo del trabajo de antropólogos y
sociólogos teológicos que examinaban las ideas religiosas
de diversas tribus primitivas del mundo. Ellos estaban
descubriendo que, aunque el animismo era al parecer
predominante en aquellas culturas, la gente con frecuencia
hablaba de un dios al otro lado de la montaña o un dios muy
alejado de ellos. En otras palabras, ellos tenían un concepto
de un dios alto que no estaba en el centro de sus prácticas
religiosas cotidianas. Este dios era como el dios
desconocido de los griegos, un dios con el que ellos no
tenían contacto pero que igual estaba allí.
Este concepto concuerda con la declaración de Pablo en
Romanos 1, de que el Dios de todo el universo se ha
manifestado a todo ser humano (vv. 18-20). Eso significa
que cada ser humano conoce de la existencia del Dios
Altísimo, pero el carácter pecaminoso de la humanidad es tal
que todos reprimimos y encubrimos ese conocimiento, y en
cambio escogemos ídolos. Esa es la razón por la que todos
somos tenidos por culpables delante de Dios.
Pablo prosiguió con el caso del altar de los griegos al dios
desconocido y dijo:
Pues lo que vosotros adoráis sin conocer, eso os
anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y todo lo que en
él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no
mora en templos hechos por manos de hombres, ni
es servido por manos humanas, como si necesitara
de algo, puesto que Él da a todos vida y aliento y todas
las cosas; y de uno hizo todas las naciones del mundo
para que habitaran sobre toda la faz de la tierra,
habiendo determinado sus tiempos señalados y los
límites de su habitación, para que buscaran a Dios, si
de alguna manera, palpando, le hallen, aunque no está
lejos de ninguno de nosotros; porque en Él vivimos,
nos movemos y existimos, así como algunos de
vuestros mismos poetas han dicho: «Porque también
nosotros somos linaje suyo». Siendo, pues, linaje de
Dios, no debemos pensar que la naturaleza divina sea
semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte
y el pensamiento humano. Por tanto, habiendo pasado
por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora
a todos los hombres, en todas partes, que se
arrepientan, porque Él ha establecido un día en el cual
juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre
a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a
todos los hombres al resucitarle de entre los muertos
(vv. 23b-31).
Aquí, Pablo afirma los principios fundamentales del
monoteísmo judío clásico: un Dios que ha creado todas las
cosas y de quien procede todo.
Indicios de la unidad trina de Dios
En 1 Corintios 8, Pablo afirma una vez más el carácter único
de Dios, pero introduce un elemento nuevo. En medio de una
discusión sobre el tema de comer alimentos que habían sido
ofrecidos a los ídolos, un problema pastoral que surgió en la
iglesia de Corinto, Pablo dice:
En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que
todos tenemos conocimiento. El conocimiento
envanece, pero el amor edifica. Si alguno cree que
sabe algo, no ha aprendido todavía como lo debe
saber; pero si alguno ama a Dios, ése es conocido
por Él. Por tanto, en cuanto a comer de lo sacrificado
a los ídolos, sabemos que un ídolo no es nada en el
mundo, y que no hay sino un solo Dios. Porque
aunque haya algunos llamados dioses, ya sea en el
cielo o en la tierra, como por cierto hay muchos dioses
y muchos señores, sin embargo, para nosotros hay un
solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las
cosas y nosotros somos para Él; y un Señor,
Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio
del cual existimos nosotros (vv. 1-6).
El elemento nuevo es que Pablo le atribuye divinidad a
Cristo. Él distingue entre el Padre y el Hijo, y señala que
todas las cosas proceden «del» Padre y «por medio» de
Cristo, y que nosotros existimos «para» el Padre y «a
través» del Hijo. Pablo claramente está igualando al Padre y
al Hijo en cuanto a Su divinidad.
Hay muchos pasajes en el Nuevo testamento que
atribuyen deidad a Cristo y al Espíritu Santo, más de los que
podría citar en este capítulo o incluso en todo este libro
pequeño. Sin embargo, quiero referirme a algunos pocos de
estos pasajes para dejar en claro el hecho de que esta
enseñanza está presente en el Nuevo Testamento y que no
es oscura.
En el Evangelio de Juan, Jesús hace una gran cantidad
de declaraciones «Yo soy»: «Yo soy el pan de vida» (6:48),
«yo soy la puerta» (10:7), «Yo soy el camino, y la verdad, y
la vida» (14:6), entre otras. En cada una de estas
declaraciones, las palabras para «Yo soy» en el Nuevo
Testamento griego son ego eimi. Estas palabras griegas
son además las palabras con las que se traduce del hebreo
el nombre esencial de Dios, Yahvé. Jesús, entonces, al usar
esta construcción para Sí mismo, se está haciendo igual a
Dios.
Hay otra declaración «Yo soy» en Juan 8. Abraham era el
gran patriarca de Israel, el padre de los fieles, a quien la
comunidad judía del tiempo de Jesús veneraba
profundamente. Jesús les dijo a los líderes judíos que
Abraham se había alegrado de ver Su día (v. 56). Cuando
los líderes preguntaron cómo era posible que Jesús hubiese
visto a Abraham, él respondió: «antes que Abraham naciera,
yo soy» (v. 58). Él no dijo: «antes de que Abraham naciera,
yo fui». En cambio, Él dijo: « yo soy». Al decir esto, Él se
atribuyó eternidad y deidad. Lo que muchas personas pasan
por alto en nuestros días, los contemporáneos de Jesús en
el primer siglo lo captaron casi de inmediato. Ellos se
encendieron en ira contra Jesús porque Él, un simple
hombre para ellos, se hizo a Sí mismo igual a Dios.
El Evangelio de Juan también registra la narración
intrigante de una aparición de Jesús posterior a Su
resurrección. Algunos de Sus discípulos lo habían visto
cuando Tomás estaba ausente. Cuando Tomás oyó lo que
había pasado, dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los
clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la
mano en su costado, no creeré» (20:25). En medio de tal
escepticismo, se le apareció Jesús y le mostró Sus manos y
Su costado (v. 27). Juan no nos dice si Tomás en realidad
palpó las heridas de Jesús, pero sí dice que Tomás cayó de
rodillas y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Eso es
significativo. En el libro de Hechos, se nos dice que en una
ocasión la gente estaba tan asombrada por una sanidad
milagrosa que quería adorar a Pablo y Bernabé, pero ellos
reprendieron al pueblo de inmediato (14:11-15). En otros
lugares de la Escritura, cuando la gente ve la manifestación
de ángeles y comienza a adorarlos, los ángeles se lo
impiden, diciendo que ellos no deben ser adorados porque
son criaturas. Pero Jesús aceptó la adoración de Tomás sin
reprenderlo. Él reconoció la confesión de Tomás como
válida.
La Trinidad claramente afirmada
La referencia más clara de la divinidad de Jesús en el
Nuevo Testamento aparece al comienzo del Evangelio de
Juan. Allí leemos: «En el principio existía el Verbo [es decir,
el Logos], y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios»
(1:1). En esa primera oración, vemos el misterio de la
Trinidad porque se dice que el Logos ha estado con Dios
desde el principio. Hay distintos términos en el idioma griego
que pueden traducirse por el español «con», pero la palabra
que aquí se utiliza sugiere la relación más estrecha posible,
virtualmente una relación cara a cara. No obstante, Juan
hace una distinción entre el Logos y Dios. Dios y el Logos
están juntos, pero no son lo mismo.
Luego Juan declara que el Logos no solo estaba con
Dios: Él era Dios. Por lo tanto, en un sentido, el Verbo debe
distinguirse de Dios, y en otro sentido, el Verbo debe ser
identificado con Dios.
El apóstol dice algo más. Él añade: «Él estaba en el
principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por
medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres» (vv. 2-4). Aquí vemos eternidad, poder creador y
autoexistencia atribuida al Logos, que es Jesús.
El Nuevo Testamento también afirma que el Espíritu
Santo es divino. Esto lo vemos, por ejemplo, en la fórmula
trinitaria de Jesús para el bautismo. Por orden de Cristo, se
debe bautizar a las personas en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19). Asimismo, la bendición
de despedida de Pablo en su segunda carta a los Corintios
dice: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros»
(13:14). Los apóstoles también hablan del Padre, el Hijo y el
Espíritu cooperando para redimir a un pueblo para Sí
mismos (2 Tes 2:13-14; 1 Pe 1:2).
En estos y en muchos otros pasajes del Nuevo
Testamento, la deidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
se expone de forma explícita o implícita. Al considerar esto
juntamente con la clara enseñanza bíblica de que hay un
solo Dios, la única conclusión es que hay un Dios en tres
personas: la doctrina de la Trinidad.
Notes
1. Nota de traducción: En La Biblia de las Américas, el nombre
Jehová o Yahvé se presenta como «SEÑOR» escrito en
versalitas, mientras que el título Adonai se escribe como
«Señor», con solo la primera letra en mayúscula.
Capítulo tres
Controversias en la
Iglesia primitiva
Cuando yo estaba realizando mis estudios doctorales en
Holanda, el Profesor G. C. Berkouwer dio una serie de
ponencias durante un año sobre de la historia de la herejía.
Fue un curso extremadamente valioso porque una de las
mejores formas de aprender ortodoxia es aprender lo que
es falso. De hecho, históricamente la herejía ha obligado a
la iglesia a ser precisa, a definir sus doctrinas y a diferenciar
lo verdadero de lo falso. Los primeros años de la iglesia
produjeron numerosas herejías con respecto a las personas
de la Deidad, y esos errores forzaron a la iglesia a depurar
su comprensión de la Trinidad.
Casi todas las comunidades cristianas del mundo actual
afirman las declaraciones de los así llamados concilios
ecuménicos de la historia de la iglesia. Dos de los
principales fueron el Concilio de Nicea en el siglo IV y el
Concilio de Calcedonia en el siglo V. Vale la pena que nos
familiaricemos con las controversias que provocaron esos
concilios, porque estaban estrechamente relacionadas con
la naturaleza de las personas de la Deidad. La interrogante
principal tenía que ver con cómo era posible reconciliar el
concepto bíblico del monoteísmo especialmente con las
afirmaciones bíblicas de la deidad de Cristo, pero también
con la del Espíritu Santo.
En el capítulo anterior, vimos el prólogo del Evangelio de
Juan, donde el apóstol habla del Verbo (el Logos), quien era
en el principio, quien estaba con Dios y quien era Dios
mismo. El concepto del Logos fue una preocupación central
de la iglesia cristiana en los primeros tres siglos. Muchos de
los líderes de la iglesia se enfocaron en el Logos como una
segunda persona divina de la Deidad. Esos estudiosos
avanzaban con claridad en dirección a la doctrina de la
Trinidad. Sin embargo, había otros que defendían
celosamente la idea del carácter único de Dios. Esto
condujo al desarrollo de diversas proposiciones teológicas
que más tarde se consideraron heréticas. Tales errores
obligaron a la iglesia a definir su entendimiento de la Trinidad
de un modo oficial.
Modalismo y adopcionismo
Uno de los primeros de estos movimientos heréticos que
surgió en los siglos III y IV fue el monarquismo. Son pocas
las personas familiarizadas con este término teológico, pero
su palabra de origen es bastante familiar: monarca. Cuando
pensamos en un monarca, pensamos en un gobernante de
una nación, un rey o una reina. Si descomponemos la
palabra monarca, encontramos que está formada por un
prefijo, mono, que significa «uno», acompañado de la
palabra arca, que proviene del griego arche. Esta palabra
podría significar «principio»; por ejemplo, aparece en el
prólogo del Evangelio de Juan, cuando el apóstol escribe:
«En el principio existía el Verbo». Pero también podría
significar «jefe» o «gobernante». Un monarca, entonces,
era un gobernante singular, y una monarquía era un sistema
de gobierno de uno solo. El monarquismo, entonces, era el
intento de conservar la unidad de Dios o monoteísmo.
La primera gran herejía que la iglesia tuvo que confrontar
con respecto al monarquismo fue llamada «monarquismo
modalista», o simplemente «modalismo». La idea detrás del
modalismo era que las tres personas de la Trinidad son la
misma persona, pero que se comportan en «modos» únicos
en tiempos diferentes. Los modalistas afirmaban que Dios
fue el Creador al comienzo, luego se convirtió en el
Redentor, luego se convirtió en el Espíritu en Pentecostés.
La persona divina que vino a la tierra como el Jesús
encarnado era la misma persona que había creado todas
las cosas. Cuando regresó al cielo retomó Su rol de Padre,
pero luego retornó a la tierra como el Espíritu Santo. Como
podemos ver, la idea era que hay un solo Dios, pero que
actúa en diferentes modos o distintas expresiones de
tiempo en tiempo.
El principal proponente del modalismo fue un hombre
llamado Sabelio. Según un antiguo escritor, Sabelio ilustró el
modalismo comparando a Dios con el sol. Él notó que el sol
tiene tres modos: su forma en el cielo, su luz y su calor. Con
esta analogía, él sostenía que Dios tiene varios modos: la
forma corresponde al Padre, la luz es el Hijo y el calor es el
Espíritu.
Una segunda forma de monarquismo se denominó
«monarquismo dinámico» o «adopcionismo». Esta escuela
de pensamiento también estaba comprometida con
preservar el monoteísmo, pero sus adherentes querían
honrar y dar una importancia central a la persona de Cristo.
Aquellos que propagaron este punto de vista sostenían que,
al momento de la creación, lo primero que Dios creó fue el
Logos, tras lo cual el Logos creó todo lo demás. El Logos,
entonces, es superior a los seres humanos e incluso a los
ángeles. Él es el Creador y antecede a todas las cosas
excepto a Dios. Pero no es eterno, porque Él mismo fue
creado por Dios, por lo que no es igual a Dios.
Según los adopcionistas, con el tiempo el Logos se
encarnó en la persona de Jesús. En Su naturaleza humana,
el Logos era uno con el Padre en el sentido de que llevaba a
cabo la misma misión y trabajaba para alcanzar los mismos
objetivos. Él era obediente al Padre, y debido a Su
obediencia, el Padre lo «adoptó». De este modo, es
apropiado llamar al Logos el Hijo de Dios. Sin embargo, Él
vino a ser Hijo de Dios de un modo dinámico. Hubo un
cambio. No siempre fue Hijo de Dios, sino que Su cualidad
de Hijo fue algo que Él ganó.
Los que defendían esta postura citaban declaraciones
bíblicas tales como «Él es la imagen del Dios invisible, el
primogénito de toda creación» (Col 1:15). Ellos también
aducían que las descripciones de Cristo en el Nuevo
Testamento como «engendrado» implicaban que tuvo un
comienzo en el tiempo, y todo lo que tenga un comienzo en
el tiempo es menos que Dios, porque Dios no tiene
comienzo. En resumen, ellos creían que el Logos es como
Dios, pero que Él no es Dios.
Estas posturas suscitaron el primero de los concilios
ecuménicos, el Concilio de Nicea, celebrado en el 325 d. C.
Este concilio produjo el Credo Niceno, el cual afirma que
Cristo es «el unigénito Hijo de Dios, engendrado del Padre
antes de todos los siglos», y que Él fue «engendrado, no
creado». Además, declara que Él es «Dios de Dios, Luz de
Luz, verdadero Dios de Dios verdadero… de la misma
naturaleza del Padre». Con estas afirmaciones, la iglesia
dijo que los términos escriturales tales como primogénito y
engendrado tienen relación con el lugar de honor de Cristo,
no con su origen biológico. La iglesia declaró que Cristo es
de la misma sustancia, ser y esencia que el Padre. De este
modo se puso adelante la idea de que Dios, aunque es tres
personas, es uno en esencia.
Monofisismo y nestorianismo
El Concilio de Nicea representó un punto de inflexión para la
iglesia. En términos generales, le puso fin al monarquismo,
pero pronto se desarrollaron dos nuevos errores respecto a
la naturaleza de Cristo.
El primero fue enseñado un hombre llamado Eutiques. Él
fue el primero en articular la herejía monofisita, la cual
pareciera aparecer de nuevo con cada generación. El
término «monofisita» está formado por el ya conocido prefijo
mono, que significa «uno», y fisita, que proviene del griego
physis, que significa «naturaleza». El término monofisita,
entonces, significa literalmente «una naturaleza».
A través de los siglos, la iglesia ha dicho que Dios es uno
en esencia, ser, o naturaleza, y tres personas. En relación
con la persona de Cristo, ha dicho todo lo contrario; se dice
que es una persona con dos naturalezas: una humana y una
divina. Pero Eutiques negaba esta verdad. La herejía
monofisita enseñaba que Jesús tenía solo una naturaleza.
Eutiques entendía a Jesús como alguien que poseía una
naturaleza «teantrópica». La palabra teantrópica proviene
del griego anthropos, que significa «hombre» o
«humanidad», y el prefijo thea, que significa «Dios».
Teantrópica, entonces, es una especie de término
compuesto que combina las palabras griegas para Dios y
hombre. Eutiques decía que en Cristo solo hay una
naturaleza, una naturaleza divinamente humana, o dicho a la
inversa, una naturaleza humanamente divina. Pero el punto
de vista de Eutiques era una negación manifiesta de que
Cristo tenía dos naturalezas, una humana y otra divina. De
hecho, la herejía monofisita ve a Cristo ni como Dios ni
como hombre, sino como algo que es más que hombre y
menos que Dios. Él representa una especie de humanidad
deificada o una deidad humanizada. En consecuencia, la
distinción entre humanidad y deidad era oscurecida con este
pensamiento.
Pero la iglesia no solo tuvo que luchar contra Eutiques y
su herejía monofisita; también tuvo que resistir la herejía
hermana del nestorianismo, llamada así por su fundador,
Nestorio. Él básicamente dijo que una persona no puede
tener dos naturalezas; si hay dos naturalezas, debe haber
dos personas. Por lo tanto, dado que Cristo tuvo tanto una
naturaleza humana como una naturaleza divina, Él era una
persona humana y una persona divina coexistentes. Esto
era lo opuesto a la distorsión monofisita. En la herejía
nestoriana, las dos naturalezas de Cristo no eran
meramente distintas, sino que estaban separadas
por completo.
Es una prerrogativa del teólogo hacer buenas
distinciones; de eso se trata la teología. Por lo tanto, yo les
digo a mis alumnos: «Una de las distinciones más
importantes que aprenderán a hacer será entre una
distinción y una separación». Se dice que el ser humano es
una dualidad: tiene una dimensión física y una dimensión no
física, que en la Biblia se describe en términos de cuerpo y
alma. Si distingo entre el cuerpo y el alma de una persona,
no le causo ningún daño, pero si separo su cuerpo de su
alma, no solo le causo daño, sino la muerte. Al no captar la
diferencia entre distinción y separación, Nestorio
esencialmente destruyó al Cristo bíblico.
Esta verdad es útil en muchos puntos de la interpretación
bíblica. Por ejemplo, Jesús a veces dijo que había cosas
que Él no sabía. Los teólogos interpretan esas
declaraciones como evidencia de que la naturaleza humana
de Jesús no es omnisciente. Su naturaleza divina por
supuesto es omnisciente; así que cuando Jesús habló de
algo que no sabía, estaba manifestando las limitaciones de
Su naturaleza humana. Asimismo, está claro que Jesús
sudaba, sentía hambre y su costado fue traspasado, pero
no creemos que la naturaleza divina sudara, sintiera hambre
o fuera traspasada en Su costado, porque la naturaleza
divina del Señor no posee cuerpo. Todas estas cosas
fueron manifestaciones de Su humanidad. Jesús tiene dos
naturalezas, y a veces revela Su faceta humana mientras
que otras veces revela Su faceta divina. Podemos hacer
una distinción entre ambas sin separarlas. Pero cuando la
naturaleza humana suda, sigue estando unida a una
naturaleza divina que no suda.
En la historia de la iglesia, algunos han argumentado que
hay una «comunicación» de atributos divinos a la naturaleza
humana. Según su postura, esto hizo posible que el cuerpo
humano de Cristo estuviese en más de un lugar al mismo
tiempo. La localización espacial siempre se ha entendido
como una de las limitaciones de la humanidad; una
naturaleza humana no puede estar en tres lugares a la vez.
Sin embargo, una naturaleza humana puede ser unida a una
naturaleza divina, la cual puede estar en tres lugares a la
vez. La naturaleza divina podría estar en México, Lima y
Madrid al mismo tiempo. Pero históricamente, la discusión
era si el cuerpo físico de Jesús, el cual pertenece a Su
humanidad, podía estar en tres lugares a la vez, y algunos
dijeron que sí, porque Su naturaleza divina comunica el
atributo divino de la omnipresencia a Su naturaleza humana.
Bueno, una cosa es que la naturaleza divina comunique
información a la naturaleza humana; sin embargo, otra cosa
totalmente distinta es que la naturaleza divina comunique
atributos a la naturaleza humana, porque tal comunicación
divinizaría la naturaleza humana.
La verdad de la separación de las naturalezas de Cristo
fue muy importante en la cruz. La naturaleza humana murió,
pero no murió la naturaleza divina. Por supuesto, en la
muerte, la naturaleza divina estaba unida a un cadáver
humano. La unidad seguía presente, pero el cambio ocurrido
había tenido lugar en la naturaleza humana, no en la divina.
Es muy importante entender esto.
El concilio de Calcedonia
El Concilio de Calcedonia se reunió en el 451 d. C. para
tratar las herejías monofisitas y nestorianas. Algunos
estudiosos han aducido que, en toda la historia de la iglesia,
Calcedonia fue el concilio final en lo que atañe a la
cristología, dando a entender que la iglesia en realidad
nunca ha sido capaz de ir más allá de la comprensión de la
persona de Cristo que se articuló en este concilio. Yo estoy
de acuerdo con eso. En teoría, es posible que se pudiera
celebrar otro concilio en el siglo XXI, en el XXII o en el XXX
que pudiera aportar una nueva noción que no tenemos hoy
acerca de la naturaleza de Cristo, pero no he visto nada en
la historia de la iglesia que supere o perfeccione los límites
que se establecieron para nuestra reflexión en el Concilio de
Calcedonia.
El Concilio de Calcedonia produjo la siguiente
declaración, conocida como el Credo de Calcedonia:
Nosotros, entonces, siguiendo a los santos padres,
todos unánimes enseñamos que se ha de confesar a
uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el
mismo que es perfecto en deidad y el mismo que es
perfecto en humanidad, verdadero Dios y verdadero
hombre, el mismo con cuerpo y alma racional;
consustancial con el Padre en cuanto a su naturaleza
divina, y el mismo consustancial con nosotros en
cuanto a su naturaleza humana; en todo semejante a
nosotros, pero sin pecado; engendrado por el Padre
en la eternidad en cuanto a su naturaleza divina, sin
embargo en estos últimos días, este mismo, por
nosotros y para nuestra salvación, (nacido) de María
la virgen, la Theotokos, en cuanto a su naturaleza
humana. Reconocemos a uno solo y el mismo Cristo,
Hijo, Señor, Unigénito, en sus dos naturalezas: dos
naturalezas sin mezcla ni confusión; sin cambio ni
mutabilidad; sin división y sin separación. La unión de
las dos naturalezas no destruye sus diferencias, sino
que más bien las propiedades de cada naturaleza se
preservan y concurren en una única persona y en una
única subsistencia. Estas dos naturalezas no están de
ningún modo partidas o divididas entre dos personas,
sino que están en uno y el mismo Hijo, Unigénito, Dios
Verbo, el Señor Jesucristo, como los profetas nos
instruyeron desde el principio, como el mismo Señor
Jesucristo nos enseñó, y como el credo de los padres
nos lo ha legado.
Este credo es significativo por varias razones. En primer
lugar, afirma que Cristo es «verdadero Dios y verdadero
hombre» (vere Deus, vere homo). Esta afirmación significa
que Jesucristo, en la unidad de Sus dos naturalezas, es
tanto Dios como hombre. Él posee tanto una verdadera
naturaleza divina como una verdadera naturaleza humana.
Lamentablemente, muchas personas que debieran tener
un conocimiento correcto dicen que Calcedonia afirmó que
Jesús era por completo Dios y por completo hombre. Eso
es una contradicción. Si decimos que Su persona es total y
absolutamente divina, entonces debe tener solo una
naturaleza. No puede haber una persona que sea
completamente divina y completamente humana a la vez y en
la misma relación. Esa es una idea absurda.
En realidad, Calcedonia afirmó que Jesús tiene dos
naturalezas, una de las cuales es divina. Su naturaleza
divina es plenamente divina; no es solo semidivina, sino
completamente divina. La naturaleza divina de Cristo posee
todos los atributos de la deidad, sin faltarle ninguno. Al
mismo tiempo, la naturaleza humana de Cristo es
plenamente humana en cuanto a la humanidad creada. Lo
único que tenemos que la naturaleza humana de Jesús no
tiene es el pecado original. Él es como nosotros en todos los
aspectos excepto el pecado. Él es tan humano como lo fue
Adán en la creación. Todas las fortalezas y limitaciones de la
humanidad se encuentran en la naturaleza humana de
Jesús.
En segundo lugar, Calcedonia es conocido, tal vez más
famosamente, por las llamadas «cuatro negaciones».
Cuando el concilio confesó que existe una perfecta unidad
entre las naturalezas divina y humana en Cristo, indicó que
en tal unión las naturalezas permanecen «sin mezcla ni
confusión; sin cambio ni mutabilidad; sin división y sin
separación». En otras palabras, el concilio dijo que no
podemos mezclar las dos naturalezas de Cristo; esa era la
herejía de los monofisitas. Tampoco podemos separarlas;
ese era el error de los nestorianos. No, las dos naturalezas
de Jesús están perfectamente unidas. Podemos
distinguirlas, pero no podemos mezclarlas ni dividirlas. No
podemos concebir en Él las naturalezas humana y divina
confundidas o cambiadas, lo que acabaría en una naturaleza
humana divinizada o una naturaleza divina humanizada.
Como puede verse, tenemos que movernos sobre una
línea delgada entre la confusión y la separación si hemos de
adquirir una comprensión sólida de la persona de Cristo. Yo
creo que algunas de las más grandes mentes en la historia
de la iglesia, incluidos dos de mis teólogos favoritos de
todos los tiempos, tenían una comprensión de Cristo
fundamentalmente monofisita; o al menos había elementos
monofisitas en su pensamiento. Me refiero a Tomás de
Aquino y Martín Lutero. Tengo amigos luteranos y siempre
me refiero a ellos como «mis amigos monofisitas». Ellos se
refieren a mí como su «amigo nestoriano», pero yo siempre
digo: «No, yo no separo las dos naturalezas, solo
las distingo».
En tercer lugar, el Credo de Calcedonia afirma que en
Jesús «La unión de las dos naturalezas no destruye sus
diferencias, sino que más bien las propiedades de cada
naturaleza se preservan y concurren en una única persona y
en una única subsistencia». En otras palabras, en la
encarnación, Dios no cede ninguno de Sus atributos.
Cuando Jesús vino a la tierra, no dejó de lado Su naturaleza
divina. Tampoco asumió una naturaleza humana que fuera
algo menos que plenamente humana. En medio de la
controversia, los hombres de Dios que se reunieron en
Calcedonia afirmaron estas cosas y debiéramos estar
eternamente agradecidos con ellos.
Se ha dicho que ha habido cuatro siglos en los que la
comprensión de la iglesia de la persona de Cristo ha estado
bajo el mayor ataque. Esos siglos fueron el IV y el V, así
como el XIX y el XX. Si esto es cierto, nosotros vivimos las
repercusiones inmediatas de doscientos años de ataques
devastadores contra la comprensión ortodoxa de la persona
de Cristo por parte de la iglesia. Es por eso que en nuestros
días se vuelve tan importante que revisemos todo este
concepto de la Trinidad.
Capítulo cuatro
Uno en esencia,
tres personas
La epístola del Nuevo Testamento a los Hebreos comienza
con palabras conmovedoras sobre el Señor Jesucristo y Su
importancia en el despliegue de la revelación de Dios. Dice
así:
Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en
muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres
por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado
por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las
cosas, por medio de quien hizo también el universo. El
es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de
su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la
palabra de su poder. Después de llevar a cabo la
purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas, siendo mucho mejor que los
ángeles, por cuanto ha heredado un nombre más
excelente que ellos (1:1-4).
La cristología que encontramos en el libro de Hebreos es
muy elevada; de hecho, esa es una de las principales
razones por las que la Iglesia primitiva se inclinó a afirmar la
deidad de Cristo. Aquí vemos a Cristo descrito una vez más
como el Hijo de Dios y como el agente de la creación, quien
presenta una revelación muy superior a la de los profetas
del Antiguo Testamento.
Pero el autor también presenta el concepto de que el Hijo
de Dios es «el resplandor de su gloria y la expresión exacta
de su naturaleza». Esta es una referencia clara a la deidad
de Jesús, pero el autor también está distinguiendo entre el
Hijo de Dios y el Padre en términos de la idea de persona.
La persona del Padre se expresa en la persona del Hijo. Por
lo tanto, si bien ambos, el Padre y el Hijo son divinos, el
autor de Hebreos establece la idea de una distinción
personal en la Deidad.
La palabra persona
El uso de la palabra persona para distinguir al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo entre uno y otro puede ser problemático.
La Iglesia primitiva usaba el término persona un tanto
distinto a como se usa actualmente. Ese es un problema
típico del lenguaje: es dinámico. Sus matices cambian de
una generación a otra. Por ejemplo, hace algún tiempo decir
que alguien era «bravo», era llamarlo áspero o hasta inculto;
sin embargo, con el tiempo este término pasó a significar
«valiente», «esforzado», proveyendo un significado bastante
diferente.
El padre de la iglesia Tertuliano, quien tenía no solo
formación en teología, sino también en derecho, introdujo el
término latino persona en un intento de expresar la
cristología del Logos de los primeros años de la era de la
iglesia. Esta palabra se usaba en latín básicamente en
relación con dos conceptos. Primero, podía referirse a la
propiedad o patrimonio de una persona. Segundo, podía
referirse a las representaciones teatrales de la época. A
veces los actores tenían múltiples roles en una obra. Cada
vez que un actor cambiaba de rol, se ponía una máscara
distinta y asumía una persona distinta.
A fines de la década de 1950, hubo una obra exitosa en
Broadway basada en el libro bíblico de Job. Se titulaba J. B.
El actor Basil Rathbone, famoso por desempeñar el papel de
Sherlock Holmes en una serie de películas, actuó tanto en el
papel de Dios como en el de Satanás en esa producción de
Broadway. Tuve la suficiente fortuna de sentarme en el
centro de la primera fila, y Rathbone estaba parado a unos
dos metros de mí. Él tenía dos máscaras durante la obra, y
cuando representaba el papel de Dios, se ponía una
máscara, y cuando representaba el papel de Satanás, se
ponía la otra.
Esa técnica dramática era una vuelta al uso que se daba
a ese tipo de máscaras en la antigüedad. El símbolo común
del teatro son dos máscaras, una fruncida, que representa
la tragedia dramática, y una sonriente, que representa la
comedia. En efecto, era común que tales máscaras fueran
usadas por los actores en la antigüedad para comunicar sus
papeles, tal como Rathbone las usó en J. B. Cada papel era
una persona, y de forma colectiva ellas eran personae. De
manera que la Iglesia primitiva llegó a ver a Dios como un
ser en tres personae: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La palabra esencia
A medida que la iglesia desarrolló su comprensión de Dios
durante sus primeros cinco siglos, otros términos entraron
en uso, incluyendo esencia, existencia y subsistencia. Para
comprender la importancia de estos conceptos, debemos
retroceder hasta el pensamiento griego.
El campo de estudio de los antiguos filósofos era la
metafísica, una forma de física que va más allá de lo que
percibimos en este mundo. Los filósofos griegos buscaban
la realidad última, aquella que no presenta cambios. Ellos
buscaban la esencia de las cosas. La llamaban ousia, que
es el participio presente del verbo griego «ser». Se podría
traducir ousia al español con el sustantivo «ser». El mejor
sinónimo para la idea griega del ser quizá sea la palabra
castellana esencia.
Dos filósofos que vivieron antes de Platón se enfrentaron
con el tema de la naturaleza de la realidad. Parménides,
quien fue considerado el más brillante filósofo presocrático,
es famoso por su afirmación «todo lo que es, es». Él quería
decir que para que cualquier cosa, en última instancia, sea
real, debe estar en un estado de «ser»; debe tener una
esencia real. De no ser así, no es más que un producto de
nuestra imaginación.
La contraparte de Parménides era Heráclito. Algunos lo
llaman el padre del existencialismo moderno. Él dijo: «Todo lo
que es, está cambiando». Él creía que todas las cosas
están en un estado de flujo. Lo único constante es el cambio
mismo. Heráclito dijo: «No se puede entrar dos veces al
mismo río». Lo que quería decir es que si uno entra al río y
luego sale, al momento de volver a entrar el río ya se ha
movido. No es el mismo río al que uno había entrado la vez
anterior; ha pasado por muchos cambios pequeños. De
hecho, uno no es la misma persona; también has cambiado,
aunque sea solo al envejecer por unos segundos. En
consecuencia, Heráclito decía que la cualidad más básica
de toda la realidad que percibimos en este mundo es que
todo está en un proceso de cambio. En otras palabras, está
en un proceso de devenir.
Cuando Platón entró en escena, hizo una distinción
importante entre ser y devenir. Él dijo que nada se puede
convertirse en algo al menos que primero participe de alguna
forma de ser. Si algo es puro devenir, solo sería algo en
potencia. Algo que es meramente potencial sería nada.
Platón dijo que para que el devenir sea significativo, tiene
que haber algún ser anterior.
Al discutir la diferencia entre ser y devenir, Platón habló
de la diferencia entre esencia (que es el elemento ser de
algo, su sustancia) y existencia (el elemento devenir).
Las palabras existencia y subsistencia
La palabra «existencia» deriva del prefijo ex, que significa
«afuera», y la raíz sisto, un verbo griego que significa «estar
parado», «permanecer». Por lo tanto, «existir» significa
literalmente «ser a partir de algo». Describe una posición o
una postura. La idea, creo yo, es que una persona tiene un
pie en el ser y el otro pie en el no ser. Así que existe desde
del ser, pero también existe desde el no ser. Está entre el
puro ser y la nada. Ese es el ámbito del devenir o la
existencia. Así, cuando la iglesia articuló la doctrina de la
Trinidad, no dijo que Dios es uno en esencia y tres en
existencias. Más bien dijo que es tres en personas.
Una vez di una ponencia en la que negué públicamente la
existencia de Dios. Yo dije: «Hoy quiero afirmar
enfáticamente que Dios no existe. De hecho, si Él existiera,
yo dejaría de creer en Él». Si alguna vez se ha hecho una
declaración sin sentido, esa era la mía. Pero yo simplemente
quería decir que Dios no está en un estado de devenir. Él
está en un estado de puro ser. Si Él estuviese en un estado
de existencia, estaría cambiando, al menos según la forma
en que este término se utiliza en filosofía. Él no sería
inmutable. No sería el Dios en el que creemos.
Cuando Platón lidió con estos conceptos, había tres
categorías básicas: ser, devenir y no-ser. No-ser, desde
luego, es sinónimo de nada. ¿Qué es la nada? Hacer esa
pregunta es responderla. Si digo que nada es algo, le estoy
atribuyendo algo a la nada. Estoy diciendo que la nada tiene
cierto contenido, que la nada tiene ser. Pero si tiene ser, no
es nada, sino que es algo. Como puedes ver, uno de los
conceptos más difíciles de abordar en filosofía es el
concepto de la pura nada. Intenta pensar en la pura nada es
imposible. Lo más cerca que he estado de una definición de
la nada fue cuando mi hijo estaba comenzando la educación
secundaria. Él volvía a casa de la escuela y yo le decía:
«¿Qué hicieron hoy en la escuela?». Él me respondía:
«Nada». Así que yo empecé a pensar que quizá podría
definir la nada como lo que mi hijo hacía en la escuela todos
los días. Pero en realidad es imposible hacer nada. Si uno
está haciendo, está haciendo algo.
La palabra «persona» es equivalente al término
«subsistencia». En esta palabra, tenemos el prefijo sub con
la misma raíz, sisto, de manera que subsistencia significa
literalmente «estar debajo». De este modo, esta palabra
capta la idea de que si bien Dios es uno en esencia, hay tres
subsistencias, tres personas, que están bajo la esencia. Son
parte de la esencia. Las tres tienen la esencia de la deidad.
Sin embargo, podemos hacer una distinción entre las tres
personas de la Trinidad, porque cada miembro de la Deidad
posee atributos únicos. Decimos que el Padre es Dios, el
Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero no decimos
que el Padre sea el Hijo, que el Hijo sea el Espíritu Santo, o
que el Espíritu Santo sea el Padre. Hay distinciones entre
ellos, pero las distinciones no son esenciales, no son de la
esencia. Son distinciones reales, pero no alteran la esencia
de la deidad. Las distinciones al interior de la Deidad son,
por así decirlo, subdistinciones dentro de la esencia de Dios.
Eso es lo más cerca que podemos estar de articular la
doctrina histórica de la Trinidad.
Capítulo cinco
Objeciones
a la doctrina
Tal vez la objeción más consistente a la doctrina de la
Trinidad sea que es irracional porque entraña una
contradicción. Como observé en el capítulo uno, decir que la
Trinidad es una contradicción es una aplicación errónea de
la ley de no contradicción. La doctrina de la Trinidad enseña
que Dios es uno en esencia y tres en personas, de manera
que Él es uno en un sentido y tres en otro sentido, y eso no
transgrede las categorías del pensamiento racional o la ley
de no contradicción. Sin embargo, la gente sigue acusando
a la Trinidad de irracional. ¿Por qué la gente es tan
persistente con esta acusación?
Hay tres ideas distintas que necesitamos comprender y
diferenciar: la paradoja, la contradicción y el misterio.
Aunque estos conceptos son claramente distintos, están
estrechamente relacionados. Es por ello que a menudo se
los confunde.
Partamos por el concepto de paradoja. El prefijo para
significa «junto a». La raíz proviene del griego dokeo, que
significa «parecer», «pensar», o «aparentar». Una
paradoja, entonces, es algo que parece contradictorio a
primera vista; sin embargo, tras un mayor análisis, la tensión
se resuelve. La Biblia contiene muchas declaraciones
paradójicas. Por ejemplo, Jesús dijo: «Pero el mayor de
vosotros será vuestro servidor» (Mt 23:11). A primera vista,
eso suena contradictorio, pero al examinarlo más de cerca,
vemos que Jesús está diciendo que para ser importante en
un sentido, hay que ser siervo en otro sentido, de manera
que aquí no se transgreden las reglas de la lógica.
La verdadera tensión ocurre cuando nos encontramos
con misterios y contradicciones. Usamos el término misterio
para referirnos a cosas que aún no entendemos. Puede que
creamos que un misterio es verdadero, pero no entendemos
por qué es verdadero. Por ejemplo, sabemos que hay tal
cosa como la gravedad, pero la esencia de la gravedad
sigue siendo una especie de misterio para nosotros. Incluso
algo tan básico como el movimiento, que vemos y utilizamos
a diario, nos reta a un análisis agudo. Cuando lo miramos
desde la filosofía, tenemos que decir que hay un
componente misterioso en el movimiento, y lo mismo ocurre
con muchas otras cosas que experimentamos en nuestra
vida diaria.
Desentrañando misterios
A veces, a medida que adquirimos nueva información, las
cosas que en un momento nos parecían misteriosas son
desentrañadas. Hemos visto avances significativos en el
conocimiento en la historia de la ciencia y otras disciplinas.
Pero incluso si aumentamos nuestro conocimiento al punto
máximo en la experiencia humana, siempre seremos
criaturas finitas que no tendrán la capacidad de comprender
toda la realidad.
Hay muchas verdades que Dios nos revela acerca de Sí
mismo que superan nuestra capacidad de comprensión.
Dada la diferencia entre el carácter elevado de Dios y
nuestro estatus de seres creados, esta dificultad no debiera
sorprendernos. Puede que alcancemos una mayor
comprensión de muchos de estos misterios en algún punto
futuro de la historia de la redención. Sin embargo, aun
entonces nosotros nunca podríamos comprender a
cabalidad algunas verdades.
Por lo tanto, algo es para nosotros un misterio si
carecemos de entendimiento con respecto a eso. Esto es
muy distinto de una contradicción. Sin embargo, nadie
tampoco entiende una contradicción. Es esta similitud lo que
conduce a la idea de que la Trinidad es una contradicción.
Podemos apresurarnos a emitir un juicio y decir: «Si no
entendemos algo, debe ser irracional, debe ser una
contradicción». Pero ese no es necesariamente el caso. Es
cierto que las contradicciones no se pueden entender
porque son intrínsecamente ininteligibles, pero no todo lo
que parece una contradicción es una contradicción. Algunas
aparentes contradicciones son misterios.
En mis días en el seminario, una vez escuché a un
profesor decir esto, mientras arqueaba las cejas y decía con
voz susurrante: «Dios es absolutamente inmutable en su
esencia y absolutamente mutable en su esencia». Hubo un
suspiro colectivo entre los alumnos, como si todos hubieran
pensado «qué profundo». Yo quería decir: «No, eso es
ridículo, es un disparate». Pero si alguien tiene suficiente
educación y está en una posición de autoridad en el mundo
académico, puede hacer declaraciones absurdas y la gente
se irá impresionada por lo profundas que parecen. Pero es
profundamente absurdo decir que Dios es absolutamente
inmutable y absolutamente mutable al mismo tiempo y en la
misma relación. Ni siquiera alguien que tuviera todos los
grados académicos del mundo podría darle sentido a esa
afirmación. Es una verdadera contradicción.
¿Puede Dios entender contradicciones?
Algunos efectivamente dicen que la diferencia entre Dios y
el ser humano radica en que mientras nuestra mente está
limitada por las leyes de la lógica, la mente de Dios
trasciende dichas leyes, de manera que Él puede
comprender algo como A y no-A al mismo tiempo y en la
misma relación. Supongo que ellos creen que están
exaltando a Dios al decir que posee una inteligencia tan
extraordinaria y una sabiduría tan trascendente que es
capaz de entender contradicciones. Quienes dicen este tipo
de cosas en realidad lo están difamando porque están
diciendo que en la mente de Dios reside el absurdo y el
caos, lo cual es falso.
Es cierto que hay cosas que no entendemos, cosas que
nos resultan misteriosas, que Dios puede entender
fácilmente desde Su perspectiva y con Su omnisciencia.
Para Dios no hay misterios. Él comprende la gravedad, el
movimiento y en última instancia la realidad y el ser.
Asimismo, para Él no hay contradicciones porque Su
entendimiento es perfectamente coherente.
El hecho de que Cristo tenga dos naturalezas es, por
cierto, un misterio para nosotros. No podemos concebir de
qué manera una persona puede tener una naturaleza divina
y una naturaleza humana. No tenemos un punto de
referencia para ello en nuestra experiencia humana. Todas
las personas que alguna vez hayamos conocido han tenido
solo una naturaleza. Cuando afirmamos la dualidad de las
naturalezas de Cristo, afirmamos algo que es único en Él,
algo que difiere de la experiencia normal de la humanidad.
Es algo incluso difícil de describir. Como vimos en un
capítulo anterior, el Concilio de Calcedonia declaró que las
naturalezas divina y humana en Cristo son «sin mezcla ni
confusión; sin cambio ni mutabilidad; sin división y sin
separación». Pero esas afirmaciones solo están diciendo
de qué manera no se relacionan las dos naturalezas de
Cristo. En realidad, no podemos decir de qué manera
funcionan unidas Sus dos naturalezas.
Asimismo, cuando llegamos a la doctrina de la Trinidad,
decimos, con base en la revelación de la Escritura, que hay
un sentido en el que Dios es uno y otro sentido en el que
Dios es tres. Debemos tener la precaución de señalar que
esos dos sentidos no son lo mismo. Si fueran lo mismo,
estaríamos abrigando una contradicción indigna de nuestra
fe. Pero son cosas distintas, y por lo tanto la doctrina de la
Trinidad no es una contradicción, sino un misterio, porque no
podemos entender a cabalidad cómo un Dios puede existir
en tres personas.
El uso de la palabra Trinidad
Otra objeción que con frecuencia se presenta contra la
doctrina de la Trinidad es que la Biblia, y particularmente el
Nuevo Testamento, jamás usa el término Trinidad. Es una
palabra extrabíblica. A veces se dice que es un término que
se le ha impuesto a la Escritura, y por lo tanto constituye una
intromisión en la mentalidad hebrea de las Escrituras desde
fuera del marco bíblico. Se dice que representa una invasión
de las categorías griegas abstractas al cristianismo del
Nuevo Testamento. Este tipo de comentarios se escucha
todo el tiempo, como si el Espíritu Santo no pudiera usar el
idioma griego como medio para comunicar la verdad, cosa
que sabemos que no es así, puesto que gran parte del
Nuevo Testamento se escribió en lengua griega. Por lo
tanto, los teólogos y filósofos a veces tienen más
complicaciones con el griego que Dios mismo.
Pero la pregunta que debemos hacer es la siguiente:
¿aparece en la Biblia el concepto representado por la
palabra Trinidad? Lo único que hace la palabra Trinidad es
capturar lingüísticamente la enseñanza escritural acerca de
la unidad de Dios y la tripersonalidad de Dios. Al ver estos
conceptos en la Escritura, buscamos una palabra que los
comunique con exactitud. Encontramos la idea de la «tri-
unidad», tres en uno, y entonces acuñamos el término
Trinidad. Es realmente ingenuo objetar que la propia palabra
no aparezca en la Escritura cuando el concepto aparece en
la Escritura y se enseña en la Escritura.
Términos teológicos como Trinidad han surgido en la
historia de la iglesia principalmente debido al compromiso de
la iglesia con la precisión teológica. Juan Calvino, en su
Institución de la religión cristiana, observó que palabras
tales como Trinidad han surgido debido a lo que él describe
como las «serpientes escurridizas» que intentan
distorsionar la enseñanza de la Escritura con herejías.
El truco favorito de los herejes es lo que llamamos
ambigüedad premeditada, la forma de comunicación en la
que los conceptos se dejan ambiguos de manera intencional.
Se requiere precisión teológica para combatir esta táctica.
La Reforma protestante del siglo XVI fue un contraste
entre ambigüedad premeditada y precisión teológica. La
cuestión básica de la Reforma se refería a los fundamentos
de nuestra justificación. ¿Nuestra justificación se basa en
una justicia inherente en nosotros o una justicia que se nos
imputa? Es decir, ¿nuestra justicia proviene de nosotros o
de Cristo? La controversia se redujo a una palabra:
imputación. Los reformadores objetaban la enseñanza
católica romana, diciendo que la única forma en que una
persona puede ser justificada es por tener la justicia de
Jesucristo imputada, o transferida, a su cuenta.
Muchas personas, intentando zanjar la disputa, sugerían
que ambas partes simplemente debían decir: «Somos
justificados por Cristo». Ellos decían que, ya que los
católicos romanos y los protestantes concordaban en que la
persona es justificada por Cristo, todos podían tomarse de
la mano, cantar himnos, orar juntos y quedarse juntos. Esta
aseveración que se proponía era tan ambigua que las
personas que creían que somos justificados por la infusión
de la justicia de Jesús y las personas que creían que somos
justificados por la imputación de la justicia de Jesús podían
asentir a ella. Sin embargo, estas dos perspectivas de la
justificación están tan distantes entre sí como el oriente del
occidente. La idea era que se podía evitar la controversia y
subsanar la división utilizando una fórmula deliberadamente
ambigua, una afirmación que podía interpretarse de modos
radicalmente distintos. Por lo tanto, los protestantes
insistieron en el término imputación, aun al costo de la
división.
Un shibolet valioso
De la misma manera, la iglesia ha usado el término Trinidad
para callar la boca de los herejes, aquellos que enseñan el
triteísmo (la idea de que hay tres dioses) y aquellos que
niegan la tripersonalidad de Dios insistiendo en alguna
postura unitaria. Podríamos decir que la palabra Trinidad es
un shibolet. El libro de Jueces relata el conflicto entre los
hombres de Galaad, conducidos por Jefté, y los hombres de
Efraín. Para identificar a sus enemigos, los soldados de
Galaad exigían a los extranjeros que dijeran shibolet. Los
efraimitas no podían pronunciar esa palabra, y su
incapacidad les costaba la vida (Jue 12:5-6). Esa
contraseña se ha convertido un término para una palabra de
prueba por la que se puede averiguar la verdadera identidad
de alguien.
En Holanda, durante el periodo de la ocupación alemana
en la Segunda Guerra Mundial, los holandeses también
tenían un shibolet. En la costa holandesa hay un pueblo
turístico llamado Scheveningen. Los alemanes simplemente
no podían pronunciarlo correctamente. Ellos podían hablar
holandés y pasar por holandeses en la mayoría de las
circunstancias, pero si se les pedía que dijeran la palabra
Scheveningen, entonces trastabillaban. Esa palabra se
convirtió en un shibolet que ayudó a los holandeses a
identificar a los espías.
La iglesia no debiera vacilar en utilizar ciertas palabras a
modo de shibolets para obligar a las personas a revelar su
postura en diversas materias. J. I. Packer ha identificado
uno de estos shibolets: la palabra inerrancia. Si uno quiere
descubrir cuál es la postura de una persona respecto a la
sagrada Escritura, no tenemos que preguntarle si cree en la
inspiración de las Escrituras. Hay que preguntarle: «¿Crees
en la inerrancia de la Escritura?», porque muchas personas
se atragantan con esa palabra antes de afirmarla.
Trinidad es una palabra perfecta que afirma con exactitud
lo que la iglesia ha creído y confesado a lo largo de la
historia. No debiéramos dudar en usar esta y otras palabras
similares para establecer el estándar de la verdad con la
mayor precisión posible.
Acerca del autor
El Dr. R.C. Sproul fue el fundador de Ministerios Ligonier, el
pastor fundador de Saint Andrew’s Chapel en Sanford,
Florida, el primer presidente de Reformation Bible College y
el editor ejecutivo de la revista Tabletalk. Su programa de
radio, Renewing Your Mind (Renovando Tu Mente), todavía
se transmite diariamente en cientos de estaciones de radio
alrededor del mundo y también se puede oír a través de
Internet.
Fue autor de más de cien libros, incluyendo La santidad
de Dios, Escogidos por Dios y Todos somos teólogos.
También fue reconocido mundialmente por su defensa
articulada de la inerrancia de las Escrituras y la necesidad
del pueblo de Dios de permanecer en la Palabra de Dios con
convicción.
Durante su distinguida carrera académica, el Dr. Sproul
contribuyó en la formación de hombres para el ministerio
como profesor en varios seminarios teológicos importantes.
También trabajó como editor general de La Biblia de Estudio
de La Reforma y ha escrito varios libros para niños, entre
ellos La copa envenenada del Príncipe.
Para más recursos de Ministerios Ligonier, por favor
dirígete a es.Ligonier.org.
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