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Luz Machado Web Poeteca

Este documento parece ser una colección de poemas y extractos literarios de Antonio Machado. Los pasajes exploran temas como la soledad, la mortalidad, el paso del tiempo, y la naturaleza efímera del amor y la belleza. A través de imágenes poéticas y reflexivas, Machado parece lamentar la fugacidad de la vida y desear preservar momentos de plenitud.

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Luz Machado Web Poeteca

Este documento parece ser una colección de poemas y extractos literarios de Antonio Machado. Los pasajes exploran temas como la soledad, la mortalidad, el paso del tiempo, y la naturaleza efímera del amor y la belleza. A través de imágenes poéticas y reflexivas, Machado parece lamentar la fugacidad de la vida y desear preservar momentos de plenitud.

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pequeña

lámpara
gemela
la espiga amarga y
la casa por dentro
luz machado
pequeña
lámpara gemela
la espiga amarga y
la casa por dentro
luz machado
pequeña
lámpara
gemela
la espiga amarga y
la casa por dentro
luz machado
la espiga amarga
[1950]
luz machado a los veintiocho años [1944] ofreciendo discurso de
bienvenida al general isaías medina angarita, entonces presidente
de venezuela, a su regreso al país luego de visitar la casa blanca por
invitación del presidente de estados unidos franklin d. roosevelt
Y, en la noche que avanza, corto y dispongo la floración de las antorchas.
.7
li ts’ing chao

Y espigó en el campo hasta la tarde y desgranó lo que había cogido...


libro de ruth
.
8 este es el texto de una ciudad que aprendió
a andar a oscuras, cuando el agua y la tierra levantaron sus sombras
delante de las lámparas.
i

poema en el umbral .9

Comparezco ante la tempestad


con un espejo de rosas en las manos.

¿Para qué huir si el relámpago es cielo fugitivo


y en el trueno cabalga un arcángel herido?

Comparezco ante la tempestad con los ojos abiertos


y recibo en la lluvia el mensaje del génesis.

El mar bajo mis pies salva azules panteras.


La espuma en mis rodillas salva serpientes de oro.
El aire contra el pecho salva fantasmas bellos
y sofoca doncellas y liras en la noche.

Alto es el muro, alto. El mar sube y me habla.


Y en mis manos esconde sus estrellas salobres.

—¿En dónde están los hombres y el amor entre ellos?

Alto es el muro, alto. La soledad responde.

—Prestadme de la infancia su abanico de yerba.

El muro es alto, alto. Las nubes lo conquistan.

—¿Quién esconde los pueblos de la luz en el cinto?

El muro crece y crece y apenas miro el aire.

La soledad es una aldea con campanas


y esta noche agonizan las estatuas.

Quiebra, alma mía, tu espejo de rosas con mis manos.


La muerte hizo una máscara azul con la tormenta.
esta es la noche adelantada

Al umbral de la muerte llegamos y decimos


con la última rosa viva aún en los dedos:
ya no estoy en el mar,
y si estuviera
diría que no es el mismo, sino un espejo sucio
por donde fugazmente ayer corrí, sin verme,
al encuentro del júbilo.
.
10 Y de su brazo, andando, la muerte nos conduce
respondiendo en los pétalos caídos sobre el mar:

Antes pudieron ser felices o sencillos.


Ser feliz es hallar los ecos en el bosque,
ser sencillo es mirarse desnudo en el sueño.
Y entonces las medidas las guardan los dolientes
y vosotros vivís del óxido que producen sus manos
hasta el día de las vuestras en idéntico oficio.

Lleváis ojos cerrados, lleváis hambre en la entraña


y tiráis por el aire madejas de vigilia.
Sois una voz que indaga. Dios está en esa voz
y os quedáis sin respuesta porque Él mismo pregunta.
Y decís:
por qué ha de morir todo,
como si preguntarais
cuántos días de nácar lleva el pez en la espalda.
Y volvéis por los pliegos azules de la infancia,
y demoráis por frutos, lirios de adolescencia,
y perseguís los bosques cuando entráis en la noche,
y sorprendéis las horas y sus doncellas ciegas
con guirnaldas letales
y vestiduras blancas sin cuerpos en la danza.
Y contra el aire vais con las uñas abiertas
sintiendo el frío en la carne, rabiosa, inútil, fea;
y gritáis en las puertas y lloráis en los puertos
y maldecís en cartas:
yo no quiero mirar flores como naufragios
donde el aroma es ola de caballos azules,
moliendo barcos solos en molinos inmensos de piedras y de ruinas.
Yo no quiero mirar el tiempo desangrándose
como un fantasma cierto bajo las catedrales,
urgiendo golondrinas con cilicios de viento
para alzar en el aire la piedra y su nostalgia.

¿Quién me resta el silencio y su encaje de vidrio?


¿Por qué debo sentir la ajena primavera
como una vida inmensa crepitando en la mía,
madurando en diciembre, en enero, en octubre,
en cualquier día distinto del 22 de marzo?
¿Por qué en los calendarios cuento días con versos,
...
la hora y su criatura hambrienta y desvelada?
¿Por qué haber visto el mar y la noche a su flanco,
y un ramo de violetas nacer de madrugada,
cuatro constelaciones arder entre las sienes
por mirar desde abajo el cielo, sin tocarlo?

Dios se contenta ahora con detener los ojos


sobre los azahares, las viñas y los pinos,
mientras adentro crecen la bestia y mi tristeza
y hombre y mujer resisten el amor como un árbol
con el verano adentro, .11
que no muere en la muerte de nuestra primavera.

Por eso, cuando os llega este viaje sin término


sé que os sentís criaturas nobles, recién nacidas,
con un anillo dulce de fábula y gemido
que no ha encontrado nunca dedos a su medida.

Pero esta hora es mía, la de palabra amarga,


preguntando los nombres de los ríos pequeños,
detenida en las puertas de ciudades en ruina
donde hay pasos que alumbran la yerba y las cenizas;
la que muerde el olivo y la miel y el abeto
con el rostro ceñido al pecho del otoño,
como una hoja triste que ha perdido su júbilo
y va quedando ciega en un mundo aterido,
sonoro y sin aliento.

Esta es la hora amarga, oxidada de espanto


y espanto mismo ardiendo en la inmensa pregunta,
con el candor antiguo de los dioses perdidos,
solos ante la máscara secreta y desprendida.
embriaguez de la muerte

Quiero una casa de piedra junto al mar.

Quiero saber que detrás de cada cosa


estarías esperando mi pecho para caer,
como un oleaje.
Que echarías tu cabeza de diamante imprevisto
en el agua madura de mis hombros,
.
12 buscando, como un pez ávido de soledad,
un par de lunas de limo detenido
en las que un bosque antiguo recogiera sus iniciales savias.

Yo calzaría el crepúsculo entero entre mis dedos


probándome su herencia de anillos,
esperando que creciera en mi cara el polen de la eternidad.
Y tú dirías:
soplo el tiempo y descubro la llama
que habrá de cortar por siempre
esta piedra frutal de tu ceniza
mordida entre los dientes fríos de la muerte.
Y yo sentiría crecer todas las magnolias del mundo bajo el mar.

Eras un marino ciego contando barcos


por el recuerdo de las constelaciones en el puerto.
Y encendías con pequeñas cartas tu pipa azul
lamida con lenta lengua insomne.
Abrías en tus rodillas un álbum temporal de estampas sueltas
y clavabas con embriagados dedos las palabras
y sus mariposas secas en el resplandor del vuelo.
Sucias arañas nocturnas
derramaban las fechas de tus vinos más lentos
y en la piel te crecía una yerba de cántico enraizada en los huesos
cuando me recordabas.
Entonces yo tenía la edad de las campanas,
pero no conocía el verde campanario del mar.

Ahora recibo la convulsa marejada


y una voz nunca oída levanta, fecundando, árboles de adentro.
Y un cinturón de islas me descubre fronteras
y arden bajo las sienes vastos campos de frío.

Tú, con ojos agrarios, vivos ahora y ciertos


frente a los míos de uva, de retama y de estío,
me sacudes, me llamas, breve fuego perdido,
y me ofreces tu red de peces aturdidos.

Y vigilo esa hora de légamos nocturnos


para que permanezca intacta,
porque solo en la noche el sueño me recibe
con el dedo de Dios sobre la boca,
...
y el sigilo me unta sus bálsamos oscuros
y paso por el tiempo como una bestia pura.

Esa casa en el mar tendría izadas las banderas más claras del día
y jugaríamos a un viaje por todos los países
recreando sus colores en nuestra latitud.
En el aire leeríamos el diario de los pájaros
y ya podríamos hallar la luz en la pupila ciega de las frutas.

Cuando la tempestad abriera su abanico de inmensas plumas negras


y una lengua de azufre buscara el pubis roto de los ángeles muertos, .13
nuestros pies estarían juntos y quietos, abandonados,
sobre el ramaje violento de la oscuridad,
pero entre nuestras manos Abel encontraría sus ramos de diamante.

Cuando la lluvia derramara su selva de abedules


y erigiera campanarios de frío llamando los bronces
enterrados en el fondo del océano;
cuando el agua soplara sobre el rostro de la tierra
las praderas del polvo entre la savia
—como tú la eternidad sobre mi cara—,
yo sé que nuestros cabellos tañerían sus liras de betún pudoroso
convocando ternuras,
como sirenas viejas buscando una ostra azul.
Cuando las estrellas descubrieran sus rodillas
y la luna copiara la playa en miniatura
y cayera de bruces en el pulso del mar
con su reloj de agujas de amaranto,
recorreríamos lentas avenidas como un par de criaturas
de pronto detenidas en el resplandor del cántico
y su íntima y solitaria iglesia iluminada.

Quiero una casa de piedra junto al mar.


Tendrá que ser de piedra porque hay sal en la ola
y en el alga la orilla exprime ácidos zumos.
Y habremos de estar juntos, como dos piedras juntas,
veraces en el polvo,
sustentando los nombres del amor en el tiempo;
tan claros ya los huesos que erigirán ventanas minerales;
ebrios en la dulzura violeta del racimo,
con la sangre alentando fábulas de palomas,
con la antigua certeza de una estatua sin rostro rescatada del mar.

La muerte es una casa de piedra junto al mar.


ii

.
14 la ira retorna...

La tempestad ha respetado el mazo de rosas en mis manos,


mas la ira retorna por su gracia.

Quiere comprarlo con cubos de trigo amargo,


quiere encerrarlo en castillos de espuma,
quiere esconderlo en máscaras esmaltadas por las estaciones,
quiere —¡aún!— su cadáver para esparcir frescura
en torno de las uvas que padecen su embarazo de vino.

He convocado una reunión de hormigas.


Una cita con sus señales de tormenta
para aprender a guarecerme en una hoja.
Pregunto a los venados
si el estío hizo duras
las vides de sus cuernos,
para entender la fidelidad del olmo
en vísperas del óleo y su melancolía.

He descubierto la íntima fábula del arroyo


para igualar la tierra padeciendo en los huesos,
devolviendo sus manzanas podridas
a la estación unánime del viento,
antes de responder con mis puertas abiertas.

Porque me corta el gozo un lirio con su cordón de aroma;


porque me he visto el pecho asustado en el verde resplandor
de los vuelos;
porque asisto al regreso desde una estampa antigua
donde los peces muerden el mar equivocado
en el pezón azul de las madréporas,
rechazo esta hora con su cuerda de circo
ardiendo debajo de mis plantas.
Y desde la torre mínima de la espina
los antiguos corales de Cristo me descubren
y hablo al abismo
y grito —¡aún!— la noche arrodillada.
puerta del crepúsculo, sellada

Estoy aquí. Y espero,


mas, en torno al azúcar, la sal, el pan, la miel,
el vinagre del día, el agua del crepúsculo,
el anillo nocturno,
crean con tinta sagrada un nuevo mandamiento.

Yo estoy aquí y espero


lo mismo que ayer vi delante de mis pasos. .15
Un mar tranquilo y tierno entregando su pecho
en esa resbalada pasión sobre la arena,
queriendo ser agónico de azul, por siempre
bajo una misma estrella.
Y allí poseer la barca más cerrada a los vientos,
donde el pez y la red
sean polen y canción entre la tarde.
Esperar frente al fuego que los recuerdos vengan
a colgar sus sandalias
en las que polvo y lluvia borraron ya los números.
Esperar que las palabras sacudan sus pañuelos de pluma,
cuando alguien pretenda espantar a la muerte
grabando nuestros nombres en la última ráfaga de otoño.
Mirar el pan creciendo en su topacio bíblico
y el vino redondear sus piedras errabundas
golpeándonos las venas tristemente, salvándose.
Dejar pasar las nubes con sus pueblos de mujeres encanecidas
hacia donde el crepúsculo y la noche
les devuelve color y vestidura.
Y en la hora de siempre, cerrados ya los párpados,
reconocer el resplandor del mundo
como si por primera vez nos quemara su llama.

Ah, conocer las horas, los días, los meses.


La tarde rosa.
La tarde violeta.
La tarde azul.
La tarde gris.
La tarde…

Siempre hallaréis en ella un hombre andando de espaldas a vosotros


y yendo hacia el incendio,
olvidado del mar
como de su esqueleto y su nostalgia.
Ese no recuerda que cerca de las frutas
nuestra piel reconoce a una paloma herida.
Y que las grandes rocas son las quillas del mundo
para siempre encalladas.
Ese no sabe, no quiere saber,
que una vez también besó su agua fría de cristal y luces
desde una barca oscura.
...
Y en el expreso olvido, hay que andar estos pasos,
los mismos de los niños embrujados y solos,
los que llevan la luna hasta el sol y el eclipse,
estos, que entretenidos entre esperanza y ruego,
son el puerto de mar y dos acantilados
y una red
y la tarde
—ah, la sellada puerta del crepúsculo—,
hasta el sueño arribando en su imagen perdida.

.
16

elegía por el alma de las palabras

Dónde está y qué señal la hace conocida.


Si solo encuentro de ella recados en el vino
apuntes en el llanto, huellas en las campanas,
grabados en el árbol, alfabeto en el aire,
y en las sienes siento clavados sus ojos fríos
como un par de golondrinas muertas en un friso.

Si apenas queda el cuerpo, las letras solamente,


húmedas en amor, violadas en amigo,
inútiles en paz; mutiladas, en fe.
Si desborda en las manos
un soterrado fuego como vuelo siniestro.

Ah, su piel de marisma embriagadora y ávida,


su memoria transida de aroma y podredumbre,
su harina compañera, su ronda azul de bosque,
su temblor de ala abierta diciendo adiós y vente.

Ah, las palabras nuevas, símbolos del comienzo,


prólogo de los hombres ante las piedras mudas,
asombro de los labios por donde se escapaban
con esa gracia turbia del hijo que se pare.

Ah, las palabras limpias como las uvas verdes.


Las palabras redondas como horizonte y tierra.
Las palabras agudas, puñales de las voces,
las palabras quebradas como rayos celestes,
las palabras oscuras abriendo pensamientos
bajo el día de la frente.
...
Y esas de la penumbra: carta, desvelo, beso.
Y las caras, las frescas, las luminosas, ágiles:
lebreles, frutas, fuentes, cristales, días, ventanas.

Las cósmicas: sed, tiempo, libertad, luz, criatura.


Las leves de los aires, las raudas de los vuelos.
Las de ira, sórdidas. Las del fracaso, ácidas.
Las abiertas de ausencia: costa, puerta, fantasma.

Las rectas, como hombre. Las falsas: hombre-espejo.


Las fieles: hombres-hombres, y hombre-hijo, de sangre. .17
Y arriba, abajo, ser: escala de infinito,
tantálica raíz, vendimia prometeica.

En dónde está, hasta cuándo, alma suya y tan nuestra,


violento cielo, ávido corazón de la muerte,
cabellera maldita inasible y ardiente.

Somos aquí con ella. Somos aquí por ella,


en cada instante creando nuestro dios verdadero.
Yo doy esta campana del inefable llanto,
esta campana grávida del cobre de la estrella
para llamar sin tregua la rosa de los vientos,
para saber los nombres de la babel perdida,
para marcharnos juntos, para marchar por ella,
que acaso Dios la guarda bajo la sien como una
mariposa clavada, perseguida por todos,
arrojada del tiempo como de un paraíso,
por un ángel sonoro y su espada de cántico.
esas palabras…

Hay palabras brillantes despertando la vida;


sin embargo, he muerto persiguiendo su llama.

Caen sobre el pecho en el llanto ateridas,


en el gozo despiertas,
y cuentan los barcos
perdiéndose
.
18 cuando aún el ancla estira
en el fondo del mar su pierna solitaria.

Qué clara paz, su paz. Qué enjambre circuido de qué fuegos.


Qué vasta galería de resplandores.
Qué musical vigilia en sus plumas salobres
vibrando tras del sueño.

Alguna vez el viento pudo haberse dormido


en el instante de morir cantándolas,
sin haber descubierto el secreto
de las más altas piedras sobre las catedrales.

Su fecundo relámpago se alza de la entraña


y perdura en su flor amorosa, intangible,
detrás de nuestra voz,
atisbando el reflejo de un rostro bajo el agua.
Decirlas es hallarlo
y descubrirnos vivos,
porque si enmudeciéramos
romperían la garganta con su acervo de miel,
de espuma, de esperanza.

Emerja de esta hora su transitorio gozo.


Arda la maravilla y descubra su génesis.
Mi pecho está esperándolas en su ara de fiebre.

Que alguien abra las puertas. Que alguien tenga las llaves.
Que alguien conquiste el aire y su flor de leyenda.
La luna lleva un gato de nácar en la espalda
y sobre mi cabeza baila una bruja.

Y pasan…
manos puras del sueño

¿Cuántas puertas doradas abren tus dedos si alzas


las manos sobre el alma?

Estoy frente a una sola de hoja huérfana,


ante un bosque de ágiles bestias puras,
sacudida en su hueso sin diálogo
por la noche y los árboles,
por el lagarto a rastras con su espejo de esmeralda .19
encantando los tallos, las flores, el aroma.
La tierra bajo ella desdeña las medallas
y cuando el tiempo pasa,
lloran ciegos y solos los perfiles.

¿Por qué bajas tus manos sobre el pecho


de la agonía más pura?

Un vendaval sacude la hoja huérfana


y maderas oscuras trituran el retoño de zinc del eucaliptus,
como si fueran dulces avellanas lunares
o cabezas de niños recién nacidos, tristes.
El remolino alza su rauda cornucopia
y corren por el bosque los ciervos perseguidos.
Las espinas derraman sus ácidas colinas
y queman valle y senda en la víspera muerta.

Adentro abandonados ofrecen tus castillos


un vasto cementerio de polen sin corolas.
Almirantes podridos sueñan barcos de vino
y mujeres ahogadas cuentan collares rojos.
Gatos de humo cuidan la ciudad de las llamas
y doncellas gemelas se fugan con serpientes,
buscando siete llaves y anillos y magnolias
que les diga la suerte.
Y cuando el viento pasa y la lluvia penetra
y el polvo alza su capa de plumas hasta el hombro,
y el silencio dirige los ríos y las palomas,
y el alba sacrifica corderos celestiales
y el mediodía sus toros de cálida pelambre
y la noche sus potros de belfos de diamante,
cierras la puerta oscura con tu mano caída,
abres puertas doradas en tus alzados dedos.
y otro día...

Hay que dejar en las ciudades algo.


¿Para qué vamos hacia ellas si cuando nos marchamos
no sentimos en el pecho una pequeña piedra oscura, golpeándonos?

Nada es decir: yo conozco esas calles


y esos árboles limpios de la savia de un año.
He recogido la última soledad de la noche
.
20 antes de que la luz despierte sus praderas.
Sé por dónde han venido las bestias más pequeñas
a beber solitarias en el mediodía
y cómo sopla el viento las cortinas
cuando pasa la lluvia.
He visto hacia qué abismo dirigen las cascadas
sus pequeñas flotas de espuma;
bajo cuál puente oscuro se guarece la muerte;
hacia dónde vuelan las hojas de los libros rotos.

He oído los perros mordiendo mendrugos


debajo de las mesas solitarias
y sé a qué horas la constelación
abre su cintura de puertos resplandecientes
y cuenta la claridad con las estrellas que penden de su espada
mínima y sosegada.
Jardines, casas, campos y caminos
corren la misma suerte de los hombres.
El día, la tarde, la noche son tres flores distintas
con un aroma eterno y verdadero.
Toda esa ciudad yo la conozco, puedo decir.
Pero nada vale decirlo si no duele:
amor, palabra, estatua, mujer, árbol, poema.

Porque hay que sabernos después esperando


entre carbón y sed
la isla sumergida.

Y que después lleguen tempestades y nos hallen


de pie en granos de arena contando nuestros dedos.

Y que después vengan a estrujarnos banderas podridas en los ojos


y nos nieguen decir las palabras sagradas.

Y que después vengan y nos corten los pies y nos cieguen y hieran
y en la frente nos claven máscaras de piel sucia.

Y que después, solos,


cuando recordemos que hemos estado en una ciudad
y hemos perdido en ella algo,
sintamos un molino de cien ruinas
moliéndonos el aire en las entrañas;
...
padezcamos un ramo de violetas
como un alumbramiento de cal viva y de espanto;
oigamos las sirenas de los barcos partiendo
y no podamos irnos ni en la luz de una lágrima.
Que después que hayamos estado en una ciudad
perdiendo algo no poseído nunca,
un arrebol nos hiera con su puñal de pluma colorada
y nos parezca que sobre la cintura de las uvas más dulces
pasa un volcán calzando un par de botas negras.

.21

estación inefable

i
Y la mañana abre sus claros abanicos
y todos los caminos crean su limpio espacio.

¿Quién podría cortar lirios ahora


si el sol es un inmenso cáliz de vino ardiendo?

¿Quién herraría la lumbre celestial,


si un ciervo arde en cada una de las hojas del fuego?

Nadie sería capaz de abrasar un cordero


cuando la luz del alba quema incienso de plata.

Por la mañana vamos en claro río de piedra.


Sea de todos, todo. Y nuestra planta, leve.

ii
El norte lima rejas de metales antiguos.
La lluvia desbarata su faldellín de vidrio,
y las nubes moldean escudos peregrinos
sin banderas ni ojos, con brújulas de aceite.

En los árboles tiembla una delgada hilaza


de frío recostado entre la luz y la hoja.
Tiene de letra húmeda los anuncios el bosque.
La tierra abre sus muslos con ternura y nostalgia.

Y cuando sobre el río miro las lianas


colgar sus perezosas túnicas,
qué profunda tristeza muerde las hojas verdes
y mi espalda ceñida de lentas cicatrices.
...
iii
—Cuéntame un cuento antiguo. Tú serías el anillo
y yo, el nombre grabado en tu infinito giro.

—Cuéntame un cuento antiguo con avenidas largas


y, al fin, una terraza de luna y de violetas.

—Tienes rostro de dátil, de cordero y canela.


—Quiero el sur y una red sostenida en tus manos.

.
22 —La harina de tus dedos habla de rosas tristes.
—Enciendo candelabros con cirios de ceniza.

—Tienes en las ojeras un raudal de amapolas.


—Cuando el clavo es de lirios, la llamarada es rauda.

—La tarde ha de tener un límite baldío.


Descubre el arrebol y su entraña de sombra.
En las puertas del risco, la savia colecciona
las mariposas verdes, rotas, de los helechos.

—El viento en la solapa lleva una flor pequeña.


—El aire tiene un aire de criatura dormida.

—La tarde ha desatado su collar de crepúsculo.


—Déjame hilar la hilaza del frío bajo los árboles.

iv
¿Habéis visto caer a mediodía una hoja en el bosque?
Cuando el bambú desobedece a la brisa,
inmóvil con sus jarcias de navío encallado;
cuando la lluvia suspende su resplandor
y consume el último rayo de su leve topacio
en un celeste sorbo de blancura;
cuando el pequeño río pasa como si no pasara
junto al paso del hombre, más allá de su imagen;
cuando una hormiga sorprende en nuestro brazo
una América de vagas raíces inocentes,
y sube a nuestros dedos como a un monte sin nombre
y en nuestras uñas halla una aldea sin campanas;
cuando de nuestras manos sube su gota oscura
hasta el hombro, y no pesa su viaje silencioso,
entonces, ver caer una hoja
es encontrar la forma de realizar el sueño.

v
Ahora vamos a cantar. Allá en la cima del monte más alto.
Ya está hecha la casa de cántico y promesa.
No hagas llaves de limo.
A las puertas abiertas las cuida siempre el viento.
Vamos a cantar ahora. Cierra los ojos. Que la sangre
sea una paloma ingrávida suelta después del canto.
...
Vamos a cantar. Cantemos. A la orilla florece la misma margarita.
Oirás sobre tu hombro repetirse la historia
de una frente caída y una boca sellada.
Vamos a cantar. Arriba están cantando los elementos.
El aire lleva un haz de luces en la espalda.
El agua sube y canta con su gaviota inversa.
El fuego esparce ramos de leyenda y no piensa.
La tierra en nuestro vientre ha sido descubierta.
Vamos a cantar, que ahora
los lirios han quemado su blanca llamarada.
.23

el habla enamorada

«Las puertas del vino»


Preludio de debussy

Amo el racimo entero y compartido


con su álbum de estampas libres y contenidas.
Ayer miré la tarde y su arcoíris náufrago
dando el otoño íntegro con gusto a primavera.

A cada vid reclamo una hoja encendida


en esa savia trémula que reparte la brisa.
En cada olmo descubro un límite en los tallos
solo por comenzar a cerrarles la huida.

¿Qué son hoy las preguntas, ni por qué las respuestas?


El día es nieve ardiendo. La tarde, su ceniza.
Y la noche, una tibia doncella con aceites
y vino y presagios entre la boca triste.

Poseyéndola oímos crepitar nuestros huesos


en sus légamos dulces de fábula y gemido.
Crece el cuerpo en el campo fecundo de la estrella
y el infinito esconde su luz en nuestra lengua.

El ayer y su mínima pradera de alelíes


canta el salmo de todas las ciudades marchitas
que una vez estuvieron descalzas en la sombra
con los senos al aire y el cabello encendido.

Ah, el lirio innumerable, el rosal y sus pétalos


en esa circunspecta clase de aromadura,
andando sin andar este camino antiguo
en cada rosa abierto y en cada hoja perdido.
...
Os digo que la tarde es un barco de vino
con un mástil azul de estrella y de latido,
una proa de violetas y un puerto peregrino
con un ramo de nieblas en fuga hacia el olvido.

El color se descubre la frente bajo el ángelus


y sobre el puente oye palpitar los adioses.
Cuando la estela marca su paso en la penumbra
el mundo bebe un sorbo y se queda dormido.

.
24 Esta es la hoja limpia donde el amor escribe
después de su embriaguez y de su juramento.
Desolado y huyendo recordará la tarde
y su racimo grávido a las puertas del vino.

flores en la noche

Hay que enterrar vivas las flores.

Para esa que tiene seis pétalos tranquilos


en terciopelo de óvalos morados,
y para aquella que recuerda lentas cabalgaduras
con penachos rojos,
y para esta viva en mi memoria,
para cualquiera pediría lo mismo viéndolas tan distantes,
tan hermosas, tan fieles,
aun cuando hubiera de romper el gran mazo
del color de la noche cuando cae sobre el mar.

Les he tocado el corazón escueto,


he juntado sus pétalos nerviosos
con ese movimiento simple de las mujeres
queriendo cerrar las puertas
cuando saben que el amante las abandona;
pero ellas volvían a abrirse
en su dulce y pequeña tensión violada.

Del tallo vienen a mis manos tristes


y en su sitio de siempre
queda el gran mazo ausente, sin un grito.
Alguien pregunta
...
de qué color tendrán el corazón después del viaje
y antes de que lo digan,
ellas dan las iniciales del color de la noche
creciendo sobre el mar.

Hay que enterrar las flores, vivas.

Es preferible a verlas morir entre dos hojas,


perdidos ya el matiz y el suave aroma.
Es preferible a verlas marchitarse día a día
como el amor fugaz de dos criaturas, .25
perdiendo poco a poco y en la ausencia
el calor inicial y las palabras.
Es preferible a escribirles esas cartas
de agua reciente en los floreros,
rogándoles resistir un poco más que nuestra propia pena.

Mirad cómo se irguen —ángeles del color en el espasmo—


y cómo caen después, lacias y oscuras,
en el sopor definitivo, abandonadas.

Hay que enterrar las flores, vivas.

Guardar esa imagen purísima en su vitral de aroma,


quedarnos para siempre con su amago amoroso
de quien no se atreve a decirnos nada más conocido ya en nosotros.

Y al dejarlas, pensar de ellas


lo que piensan los hombres de las mujeres bellas,
amadas una vez en la nostalgia
y olvidando su nombre al despedirse.

Hay que enterrarlas vivas o perderlas,


que es el modo mejor de hacerlas vivas.
al pensamiento
.
26

Un día vi las esculturas de Rodin

No me detengas, no. Quiero seguir contigo,


como el río, la luz, el trueno, el viento, el cántico.

Preguntar es mirar la forma de la muerte


mientras nos arrebata la propia forma nuestra.
Preguntar es sembrar las semillas caducas
y ver morir al sol los hombres, sin heridas.
Preguntar es perder un mazo de geranios
cuando vamos el día de novios, hacia el mar.
Preguntar es morder una espada de limo
cuando la luz habita nuestras venas abiertas.
Preguntar es huir de nuestras propias manos
para seguir el humo de los trenes nocturnos.
Preguntar es cortar el tobillo a la hierba
cuando la hierba empieza a escalar las colinas.
Preguntar es oír detrás la adolescencia
cantando enloquecida sobre un rastro de sangre.
Preguntar es hablarle al amor mientras duerme
habiendo dicho antes que no quiere palabras.
Preguntar es limpiar la saliva del tiempo
caída en las rodillas de nuestro propio amante.
Preguntar es rendir una mujer estéril
e interrogarle el nombre que llevará su hijo.
Preguntar es herir los ríos y dejarlos
desangrándose solos frente a un barco de lágrimas.

No me detengas. No quiero preguntar sino seguir.


Seguirte como eres y hasta dónde eres mío
siendo de él y de todos,
como si fueras siempre
una escultura triste y recién rescatada
con su espejo en los senos, lejos del cataclismo.

Quiero ser la ciudad peregrina y desnuda


concibiendo su pueblo poblado de respuestas.

Porque ahora estoy sola en el vientre del cántico


y debo fecundarlo para el alumbramiento.
hacia el límite

Esta es la noticia de las altas montañas.


Os regalo el tapiz si me brindáis un valle.

Bajo el día la luz filtra sus límites


y hasta la savia encuentra borrada su frontera.
Alza la enredadera sus ojivas de junco,
vanas ante los cuerpos que ensayan la floresta.
En adelante, .27
la misma fábula crece verde, incólume, ávida
de una avidez que invita a padecerla entera.

Basta un pétalo entonces para entender la muerte


fecundando el rumor del verde sobre el agua.
A veces vuela un pájaro
y se expande su sombra como un ramo nocturno.
¿Quién se atreve a erigir estatuas en esta hora…?
Bajo las sienes arden mariposas inmensas
con alas como olas y del color del mar.

La serpiente levanta los rumbos de la lengua


y la siguen las lianas, los bejucos, el río.

La raíz abre entero su naipe sarmentoso


y en las yerbas ocultan los tréboles su enigma.

El agua que en la cima jura larga frescura


quiebra de pronto su ágil abanico de vidrio
y salta la baranda azul de los abismos.

La flor que invita al viento para las aventuras


muere ácida en la tregua entre el alba y la luna.

¿Qué hora hay arriba, afuera, bajo el cielo cerrado


que aquí no llega ni es ni se despide, y pasa...?

Como mirar un pez ahogado entre los peces;


como escuchar el llanto del hombre por el día
perdido cuando el mar lo llamaba a sus costas;
igual que el arcoíris suspendido sin lluvia,
trompo y zaranda juntos entre manos antiguas,
nombre sin una letra, canto que no halla lengua,
fantasma en el que nadie reconoce el recuerdo,
sombra naciendo sola sin origen ni seno,

esto es dar la noticia de las altas montañas


antes de poseer la lira azul del valle.
carta a la poesía

i
Empiezo mis cartas siempre: aquí me tienes,
padre, hermano, amigo.

Esa es la prueba de que existo y vivo,


de que la fe aún me levanta, me sustenta y sostiene
como un agua verde y redonda que ofreciera sus pechos minerales
.
28 como yo los míos,
cuando la madre pide esta, mi linfa corporal que la descubre.

Yo también muerdo los pezones de junio


(que no son de otro tiempo,
porque solo su pecho es vasto como la primavera)
y arrastrada entre yerbas y canciones y lágrimas
llego al dintel del sueño abierto junto al alba.

A veces estás tú, oscura de presagio,


con la certeza simple del vello que cubre la piel de los duraznos,
y en torno las palabras solicitando el rostro tuyo
caído ante sus pies.
En vez del cielo arriba, yo te levanto un astro
y tú recibes gajos de luz amanecida
como el viento el aroma de las flores silvestres.

Entonces veo a Dios.

Pero hay un día de agosto en que el metal revienta


sus castillos de hielo.
Arden volcanes fríos como rosas terrenas.
El agua es una aldea de cristal perseguido.
Los corros de los niños deslíen sus cerezas
en los vientres abiertos de las madres.
Las bestias más tranquilas hierven odres de azufre
y danzan sobre el ara fría de las estrellas.
El pan, la leche, el vino, la miel, la oveja, el pez
preguntan por los viejos sacerdotes perdidos.
Los manteles del día, los limos de la noche,
los cenitales góticos vuelan en la tormenta
con alas de vampiro y lengua de serpiente
lamiendo los laureles de los muertos antiguos.

Mas, avanzo contigo como un astro con la raíz hundida


en el vivo horizonte.
Eres un cuerpo inmenso y el mar en tus rodillas
cierra un puerto de fábula.
El zodíaco tira su red hasta mis manos
y en las constelaciones crece el nombre de Dios.

...
ii
«Aquí me tienes». Así empiezo mis cartas.
Y aquí estoy recorriendo lentos arcos de frío.
El pórtico sostiene la melancolía
y en los huertos baldíos crecen arroz y sal.

Llego ciega, perdida, a un bosque abandonado


y una rama estival florece solitaria:
«Ay, me duele la piel del cántico,
la frente de la piedra, la pestaña del musgo.
Dadme un vino de rosas y un bálsamo de mirto. .29
Llevo una luna ardiente clavada entre los senos
y una palabra antigua me crece como yerba olorosa en la boca.
En los pulsos hay vivas mariposas clavadas
y el aire tiene un aire de ciervo prisionero.

Saltan mastines jóvenes y lagartos desnudos


despertando los ríos cerca de mis tobillos
Los ojos de la fábula son mi sed detenida
y pudre su esmeralda el silencio en mi boca».

Avanzo, avanzo entre cadáveres.


Las ciudades antiguas me gritan sus historias.
Los hombres más antiguos desenvuelven sus mapas,
y una ráfaga última siembra sal en mis huesos.

¡Qué claros pergaminos arden bajo las sienes!


¡Qué antigüedad más ávida erige lentos cirios!
¡Qué hontanar transitorio germina en la heredad!
¡Cómo esparce la herrumbre su enjambre soñoliento!

Olvido en el regreso los nombres aprendidos.


¿Dónde dejé mis manos y su lámpara, dónde?
Por los acantilados la tierra escupe limo
y es una flor de piedra el silencio del mar.

iii
Yo te pediría, te pido que vengas como eterno amante,
ahora que me siento tan desnuda por dentro
como si no tuviera vísceras ni sangre,
como si fuera una piel de cordero embalsamada
con el puro recuerdo de las praderas;
yo te llamo, igual que un gajo salvado de la tormenta
convocando la savia estremecida.

Tiempo de soledad, con sus palomas, guárdame.


Tiempo de soledad, con sus serpientes, vénceme.
Yo busco entre su pecho la sangre verdadera.

Pastorea la ternura que me falta,


apacienta los ramos de la gracia,
con el junco de luz de tu palabra
...
trueca en magnolias esta sal que canta;
con un soplo amoroso desbarata
el collar de ceniza en la garganta;
dame el vino y la miel que hay en tu casa
para la espiga fría de la estatua.

Yo te entrego la flor viva del alma


por tu absoluta estampa.

.
30

y buscar otro nombre…

Harto tiempo figuro entre vosotros


como una veta oscura de resina,
perpleja ante el milagro de gritar y de oíros,
dando mi identidad al trueno, al canto, al hombre,
de pie sobre una flor de légamos podridos.

Mas, quiero abandonaros


porque contáis el bosque por un árbol
y andáis en él sin recordar los hombres.

¿Qué importa que alguna vez os haya dicho hermosas leyendas


y construido dulces bahías para la vacación de la tristeza,
sabiendo que perseguíais la huella
con que la noche me reconoce?

¿Qué importa que me hubierais acompañado


hasta el más alto acantilado
y os hubiera mostrado peces como estrellas,
limos como magnolias,
rebaños como espadas,
cuando en verdad quien os recreaba en eso
era apenas una letra de una misma palabra
cuya raíz no estaba escrita en ningún libro del mundo?

¿Qué importa que hayáis bebido el mar


un día cualquiera de la sed,
si en verdad la ofrenda era un pequeño río a mi costado,
descubriendo los límites por donde hubierais podido entrar
con solo levantar de la mano a la yerba?

Nada podéis ya darme que no haya poseído,


porque me habéis arrebatado todo.

...
Por eso quiero abandonaros
y buscar otro nombre,
y regalaros ese que os dejo en esta vestidura
ensangrentada y rota.

Algún día hallaréis su luz adentro.


Y no podréis amarme.

.31

iii

vuelven oscuros aires

Contigo he conocido la dulce palabra demorada


y el aliento inicial de la noche cayendo sobre el árbol
con sus redes antiguas de canela y de dátil.
He tocado los limos iniciales de la tormenta,
la llama sometiendo su raudal de amapolas,
el molino y la uva, el salmo y el navío,
la cera de los cirios antes de las abejas,
todo cuanto es de hueso, de flor, de llamarada,
en esta certidumbre de tu clavo de lirios.

Adiviné tus candelabros rotos ante los pedestales


con la tarde muriendo en sus cobres profundos,
cuando apenas llegaba un gajo de ventisca
y una ciudad estática en el fondo del río.

En el ramo fugaz del calendario


siempre había un alfiler
esperando la rosa decisiva.
Y al pie de su azotado aroma te escuchaba.

Y decías:
toma la madrugada y su collar ambiguo
y una a una desprende las horas
como si llamaras a alguien por las letras.

Y decías:
deja que la luz corra en su arroyo de ámbar
y no preguntes por el primer acento de los pájaros.

...
Y decías:
golpea las ortigas y hacina sus serpientes
y tendrás el látigo del bosque
para ceñir el talle fecundo de la noche.

Y ya sabías apagado debajo de mi lengua


el aceite lunar de las almendras.

Por eso en esta hora niego


que guardes el amanecer de copas derramadas.
.
32 No volverás a oír el musgo sollozando en tus rodillas
ni sentirás el pulso del mar ceñido a la penumbra
ni te llamará la luz, aunque conciba una criatura muerta,
porque yo no estaré a tu lado oyendo crecer
un friso de ángeles vespertinos,
porque apacientas cuervos en praderas azules
con rosales nocturnos, ardientes y malditos.

Duela bajo tu lengua el otoño y su vino


y en el tiempo el relámpago queme tu águila de oro.

es hora de saber y solamente…

Que regrese y me aguarde el camino del agua.


En los primeros peces volveré a hacer el viaje.

Sola
en su navío de cerrojos salobres,
conoceré íntegro el mar que no abarcan mis pies
ni este río de cansancio y palabras.

Cuando muerdan la primera rama de limo de la orilla,


en las profundas olas leeré nuevamente el sueño
y sus escalas.

Cuando el primer guijarro les dé sus llaves rojas


para abrir las galerías azules de la espuma,
podré contar las puntas de la estrella primera.

Cuando el coral desgrane la sien de su racimo


encontraré el secreto de las islas perdidas.

En la arena algún pez descubrirá su vientre


y habrá una rosa intacta
...
para el vuelo del pájaro hasta la última hoja.

Conoceré después el camino del árbol,


los tobillos del viento,
y podré recoger los collares del fuego.

Que regrese y me aguarde el camino del agua.

Es hora de saber
—y solamente—
cómo crece la noche y su destino .33
esperando la luz en el zodíaco.

cita con la primera soledad

Vengo a buscarte, niño.


Estás ahí detenido en el arco del patio interior
mirando cómo clava el sol en los pórticos
sus pájaros de oro.
Tiendes las manos
con el candor del duende ciego perdido en el bosque
y el alado universo queda intacto
sin atender señales de perfume ni vuelo;
y esa paz te deslíe esta rama de acíbar que levanto a tu lado.

Vengo a buscarte, mujer.


Tienes una cita con la muerte.
Tienes una cita con el amor.
Te rodea la cintura un hálito de flores,
de vino, de saliva,
que el amor y la muerte esgrimen sobre tu hombro,
como espada.

Vengo a buscarte, adolescente.


Eres un ciervo recortado por las luces del atardecer.
Tienes el tiempo atado al cigarrillo por un ala.
El vino es un lagarto de azúcar en los labios
y descubres el mar en las manzanas verdes.

Vengo a encontrarte, hombre que sostienes


bandejas de ceniza en el hombro
con ramos de jazmines heredados;
que vigilas el sueño como a un pez en la arena
y cuentas collares taciturnos.
...
Siempre hay una música rodeando vuestras frentes
y al estar juntos, entre todos hallamos ciudades inefables
que un día el fuego destruye para darnos su lámpara.

Os convido a mi soledad que tiene ojos y oídos


y una gran cabellera que yo peino y despeino
por el solo placer de recordar el bosque y su trenza de aroma.

Os convido a mi soledad que tiene nombre de mujer y es fecunda,


de la que pueden quedarme, a mí también,
.
34 pañuelos de lenta nervadura con puntas de cerezas
y levantado resplandor infatigable.

Ante ella con pie de oleaje detenido


y sien de pluma y boca de ceniza.
Ante ella
con manos indecisas
y corazón pulido de presagio.
Ante su pecho —oráculo inasible—.
Ante su vientre de ávida retama
y leche y miel de fuentes errabundas.
A beber del costado abierto y vivo
el canto de la sangre, verdadero.

Venid conmigo, os convido.


Descalzadme y heridme con la herradura azul del sueño
como a la bestezuela del primer sacrificio.

Acompañadme todos. Ninguno me abandone.


Que en el umbral hay peces y jazmines
y yo vengo del mar y sus escombros.
sabia tristeza

Y heme aquí, solitaria, sabia ya con exceso en la tristeza.


li ts’sing chao

Entro a la soledad como a mi casa abierta.


Antes del patio tiene siete lámparas
con una misma luz de un mismo aceite.
Nadie extraña mi paso ni la hora.
En sus ojivas arden los recuerdos, .35
la nostalgia y su red de voces dulces
y aquel escudo antiguo de los muertos.

Ah, su extraña fragancia.


Ah, la delicia de sus ojos cerrados
como un desnudo cielo de violetas.
Sus oídos abiertos como un valle que recordara
el primer árbol suyo.

En ella he estado. Y en mi sien caía


su cabellera opaca, fina, lentamente,
lamiendo con su lengua de aceite y miel el rostro.

Es un bello fantasma girando en torno


la vieja danza azul de la tristeza,
tendiendo a mi costado su campo de alelíes,
su pequeña ciudad creada en la madrugada
cuando los gallos buscan la abandonada flauta de la luz.

En ella el alfabeto quiere letras distintas,


la voz busca y no encuentra su inaugural palabra
para nombrar las manos de la recién nacida
criatura dolorosa, resplandor del olvido.

Y llamo las amapolas, el arroyo, los niños.


Lejos los sauces tristes, las espadas, el hombre.
Venga un laurel de heraldo, un búho de vigilante,
una silla de hierba y una avenida de aire
para otro nuevo encuentro.

Ahora cae la aguja del reloj de los ángeles


y miro lentos pulpos al fondo del espejo.

He de apagar las lámparas y oír su mandamiento,


ay, que si no la escucho,
con su paso de polvo me cubrirá la muerte.
poema perteneciente al libro la casa por dentro, escrito en 1965
en el aeropuerto momentos antes de un viaje de una de sus hijas
la casa por dentro
[1943 / 1965]
luz machado a los treinta y tres años [1949]. en el reverso de la
fotografía dice: «a los queridos papás, con el buen afecto de su
hija que les pide la bendición. luz»
y me dije: por habitarla y por vivirla he de salvarla.
Y comencé una obra que llamaría La casa por dentro.

Aparecerían en ella todas las cosas de ese mundo íntimo específico del Ama,
de la Dueña de casa, en trato continuo e inmediato con los objetos que la
rodean. Por supuesto, también los sentimientos, la anécdota cotidiana, las
emociones. Y las imaginaciones. El mundo subjetivo en su extensión y en su
profundidad estarían presentes, tanto como el tiempo y la experiencia suce-
siva lo determinaran, mientras la Poesía fuera poseyendo instantes y objetos.

Casi veinte años —que señalo con las fechas al pie de cada poema, aun-
que sin seguir orden de años sucesivos— han transcurrido. Esa edad .41
tiene más de un poema de estas páginas, muchos de ellos publicados.
Pero las impostergables urgencias de la madre, dueña y ama verdaderas,
hicieron que el Poeta fuera apartando imágenes. Y sueños. Porque los
días transcurriendo pedían su comparecencia inmediata en la respon-
sabilidad humana con lo que era lo suyo familiar. Así, de las primeras
tentativas logradas en Poesía, realizadas con tanta emoción como para
haber aparecido más pronto este volumen, hube de pasar a la lentitud y
postergación obligadas.

Entre tanto vi aparecer las Odas elementales de Neruda, con poemas so-
bre motivos iguales, algunos de los cuales rompí, naturalmente; un libro
extranjero referente a decoración interior con el mismo nombre que ha-
bía escogido para este y secciones en los periódicos y revistas de aquí con
el mismo nombre. Por supuesto, poemas con parecida intención. Sirvió
el título también para comentarios de modas en un suplemento aquí.

Me sostuvo la fe en lo que quería decir y saber que alguna vez lo diría,


como propósito entrañable e irrenunciable, por ello mismo. Y a mi
modo. Y aquí está al fin el libro. Con su poco de ayer y de hoy. Con cuan-
to logré rescatar en el intento inicial. Con lo que me permiten nombrar
las mismas urgencias de ayer y la certidumbre de la vida en futuro. No
tienen sus páginas todo cuanto hubiera querido reunir. Tan ambiciosa es
la vida cuando la Poesía la reclama para ella como una casa por dentro.
Quienes han debido sostenerla de una o de otra manera lo saben como
yo. Me duele porque quise la posesión íntegra de una realidad trasmu-
tada y trasmutable hasta obtener el derecho a entregarla con orgullo en
manos de la Belleza.

Esto y cuanto dije en párrafo anterior —¡oh, coincidencias, oh, imponde-


rables!— me hizo abstenerme de algunos temas de objetos. Y la vida mis-
ma, su inminencia, la inmediatez de la rutina doméstica, de otros del afecto
familiar: la muerte de la hermana y de la madre, las bodas de las hijas, la
otoñal maternidad, ya tratada en la juventud, en otros libros y el cántico
o la elegía de esa antigua ceniza resplandeciente que derrama sobre nues-
tra cabeza el abuelazgo. Libro este, pues, de sentimientos, que ha nacido y
ha vivido entre la mengua diaria las insobornables aspiraciones humanas,
lo publico por obligarme a seguir en un oficio de hermosura al que no he
aprendido a renunciar. Con la tristeza que otorga el trato grosero con la
temporalidad y sus vínculos. Y con la esperanza de que en alguna forma
complazca a quienes me han acompañado, cerca o lejos, a sostener esta
casa por dentro.
Y Atenea... dejó caer al suelo... el peplo sutil de variado adorno que sus
manos habían hecho y concluido…

la ilíada

Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se


despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta
echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra
fruta agria... y creo que os causará risa; pero, señora, ¿qué podemos saber
.
42 las mujeres sino filosofías de cocina?... Y yo suelo decir viendo estas cosillas:
Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.
sor juana inés de la cruz

Y voy por mí mismo como una soledad que se escuchara,


como una soledad entre las horas...
vicente gerbasi
la casa por dentro

A la Poesía

La casa necesita mis dos manos.


Yo debo sostener su cal como mis huesos,
su sal como mis gozos,
su fábula en la noche
y el sol ardiendo en mitad de su cuerpo.
Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas
muertas en el vuelo. .43
Conmoverme el jardín y su antifaz de flores dibujado,
el ladrillo inocente acusado
de no haber alcanzado los espejos,
y las puertas abiertas para las recién casadas
con su rumor de arroz creciendo bajo el velo.
Debo atender su réplica del universo,
la memoria del campo en los floreros,
la unánime vigilia de la mesa,
la almohada y su igualdad de pájaros dispersos,
la leche con el rostro del amanecer bajo la frente
con esa yerta soledad de una azucena
simplemente naciendo.
Debo quererla entera, salida de mis manos
con la gracia que vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol
con el mar a la puerta
y sin nombres
ni lámparas.
[1948]
fábula

Y en el sitio donde nacía la colina


quedó establecida la casa.

Ya el cielo de la tarde caía


con su infinito medallón azul sobre los párpados
y mis cabellos y las raíces en tus manos
huían de su red sin atadura.
.
44 Cuando el crepúsculo rodeaba con su oleaje distante
la isla de fiebre
tuve miedo de morir,
ser la más vasta heredad
donde el hastío trasiega
sus mostos encendidos.

Y fue cuando en tus dedos una brizna de hierba tuvo


la dimensión de la tierra
calentando la derramada paz de la tarde,
creciendo desde el pecho igual que un reino solitario,
ahí donde la savia abre la profundidad de la esmeralda.
Y fui como tu aliento entre la tierra,
la ciudad que amparó la yerba con su nacimiento,
henchido de campanas y corolas azules.
Las bestias más dulces pisotearon los pastos
morados de la vigilia
y bajo sus belfos húmedos crecieron
los resplandecientes trigos del crepúsculo.
Porque recién creada, libre de ruinas y de estatuas,
fui igual al instante en el que el hálito de las perdices
evapora el rocío de los tréboles.

Dios te me dio en sus manos como la sal fecunda.


[1953]
álbum

A la derecha del espejo mi abuelo


el capitán de navío
desde tres muertes anteriores me acompaña.
De pie en el puente del barco, delante de la ciudad,
con el pecho igual a un breve valle
donde crece la hazaña con sus flores estáticas,
mirando está mis actos cotidianos, mis libros y mis sueños,
con unos ojos donde la vida permanece .45
en un instante que debió ser crepúsculo,
tregua de la contienda,
nostalgia de su aldea metida entre la selva
como un puñado de maíz reventando bajo el sol.

Si ellos no hubieran dicho alguna vez: «De ahí vienes»


señalándome un puerto detrás de mí en la noche,
yo negaría mis ojos por sus ojos azules
y no el navío,
ah, el navío de mi abuelo viajero
con él de capitán.

Bajo el perfil de la ceniza heroica


mi sombra mortal está a sus pies,
doblegada
por el inmenso ramo de los sueños.

Mas, junto a la infancia y sus óleos azules,


nítida y siempre blanca,
el otro abuelo ciñe su luz agraria a la heredad.
Los ríos para él fueron renovados tapices
con el dibujo intacto
y en un caballo negro los cruzaba
y era como una noche breve
con un solo astro sobre el mar.
El nombre de su pueblo sonaba
a tempestad,
a eucaliptus frotando su pluma rumorosa
contra sombras y viento y humedad.
Y oírlo era estar a solas en algún bosque
como una bestia nueva bajo la luz solar.
Por su memoria ando entre fuertes raíces.
Era un abuelo firme como selva en agraz.

Las abuelas tuvieron nombres de lejanía,


de celestiales símbolos y de alta soledad.
En silencios redondos guardan sus claros signos
como fuego alentando la sien ecuatorial.

Yo salgo del incendio matriarcal y profundo


hacia la gran ceniza y su astro mortal.
[1943]
estampas de la adolescencia

i
Cuando mi padre me descubría ante los altos libros
decía:
«Hay que leer, mas, no ahora
cuando el sol todavía persigue los girasoles,
sino después,
cuando te dé su cita el mar en el zodíaco».
.
46 Y tocaba con su índice de ternura mis tobillos.
El talón caía en su frutal sorpresa desprendido,
y sonreíamos los dos, yo, descubierta,
y él con sonrisa beata de pastor distraído.

ii
Mi esposo dice por las noches:
«Es tarde. Todas las casas cerraron ya sus puertas
y apenas queda tu lámpara encendida. Duerme».
Y cubre mis rodillas.

Miro aún el dintel debajo del que alumbra


una inmensa estrella la madrugada.
Y cuando quiero responder, su espalda
florece como un as de oro en mi costado.
Marco, con una cinta verde, la página del libro
y entre las hojas queda como un alga
entre el río y el mar.
Y cuando cierro los ojos
—como quien intenta cerrar
la cárcel derruida a un fugitivo—
siento caer mi piel como mi par de medias
guardando bajo un friso de gusanos de seda
mis rodillas, que fueron algún día
de Afrodita.

En el sueño descubro que los venados


tienen la pelambre del color de mis piernas.
Y me miro sentada al borde de los ríos
contando la leyenda de un libro bajo el agua.
[1948]
desposorios

Se levantan los sueños como yerba


de un día para otro.
Entre ellos, paralelos, como pedrería luminosa
va encendiéndose
como si en túnel de hielo, por primera vez,
ojos humanos hubiera
descubriendo la luz y sus reflejos.
.47
La mano duerme mientras el arcoíris mide el anular.
Y la mujer por primera vez no acierta
con el nombre que advierte detrás de los espejos.
El hallazgo
va llenando de objetos el mundo;
y cada cosa nos roba el perfil
y el contorno lentamente se borra
debajo de la piel.
Cuanto es luz se deslíe como una joya de sal
que sin embargo alumbra desde el fondo,
desde el origen, la heredad
intacta hasta la muerte.
[1961]

demonios

La monja de traje blanco y negro, de toca blanca


y pecho de nívea paloma, con una custodia de plata
renaciendo en cada brillo cotidiano, arrastra sus faldones
de negro oloroso a estancia cerrada,
a baúl antiguo de la madre, a incienso y a flácidas azucenas muertas.

La monja se acerca desde el fondo de la casa inmensa hacia mí.

La sonrisa es para la criatura y en los ojos tiene un fulgor


clausurado por llaves celestes.

Yo estoy al extremo del gran corredor de columnas azules.


Y la enredadera, como todos los días tropicales, susurra
entre el vuelo de los abejorros y esparce un perfume violento
de sus flores rojas, en mazos, abiertas.
...
El sol desde arriba tiempla su hilo de vidrio desesperado
sobre los ladrillos.
Por las ventanas entra una brisa fresca
enredada en incienso, traspasadora de encajes
y sedas y dorados,
sacudiendo las pequeñas llamas de las velaciones.

La monja se acerca de blanco y de negro.


Hacia mí se acerca. Se acerca y yo aprieto en el pecho
.
48 mi gran lazo rojo. Y tiemblo y escondo el pequeño infierno crujiente
y al gran pobre Diablo quien nadie quiere.
[1949]

el poema

Olvidando la casa apareció a mi lado.


De pie, con sus zapatos rotos y suavísimos,
con el rostro caído ante la luz y el color,
mirando fijamente las imágenes desde su melancolía,
la mano en la barbilla, silencioso,
y tranquila la espalda curvada de siglos jóvenes.
Al lado apareció, de traje claro,
y cabello como el de un adolescente vagabundo.
Una mirada de honda sabiduría soltó sobre mis hombros
como si colocara un par de alas
para un sueño y un viaje, reunidos
en el desconocimiento.
[1958]
recepción a la vida .49

Viniste con perfil agresivo.


Debías reinar totalmente.
Te recibí con guirnaldas un par de corderos
y sin embargo, gritaste desde el comienzo
como frente a una imagen espantable.
Fue tanta mi tristeza
que un aire de mar
oxidó lentamente los filos;
y poco a poco,
al roce de alma y piel contra tu guerra,
he suavizado tus armas.
Ahora puedo dormir sobre ellas
como sobre hielo o tizones o espinas o cuchillos,
ya sin herirme, oh, vencedora.
[1959]

la fiebre

Como un crecimiento de lirios rojos aparece.


Avispas de caliente ponzoña zumban alrededor
en el dintel de la morada.
La madre limpia con un cuento la puerta de los sueños
y levanta una lámpara de rezos
y asperja en las almohadas
el más antiguo aroma solitario.
[1948]
servidumbre y descanso

La dueña dispone la materia doméstica,


cuenta el orden creciente de las frutas,
sobre la mesa riega los hongos azules de las tazas,
sus senos dorados de desprendimiento,
sus finos hemisferios untados de color
como la primavera,
.
50 los vidrios educados por los fuegos,
los monogramas del café y las cartas
pueriles de la leche,
la hojarasca metálica que agosta
el ánimo diverso en las legumbres,
los acuerdos comunes de la harina,
sol del aceite, lunas del vinagre,
gargantillas de azúcar al cuello de las frutas
y alfileres de sal
para el pecado capital de los aliños.

Después ella en su lecho entre sábanas queda


como un navío descubierto en la noche por la luz.
Permanece su lirio.
Suma los paraísos y se ve dividida
como una estrella rota.
En las almohadas deja lentamente sus ojos,
su frente, sus cabellos
y su aliento,
que en cada amanecer alza la sangre
como si levantara
una gran casa roja.
[1960]
miro la casa desde un retrato

Estoy en paz.
El polvo de la casa levanta sus praderas
sin color ni alarido
y en la noche desprende sus trigos desolados.
Estoy en paz, al fin,
y no hago nada.
Ni el vestido se arruga
ni el collar debo quitármelo .51
ni los zarcillos,
para dormir.
Soy feliz poseyendo este rostro en un cuello sin latido
y si la sangre existe,
por la casa debe andar regada, sin espanto.
El marco me defiende
y no me canso de mirar lo mismo.
Nadie sabe que por las noches
mueren envenenadas cerca de mis oídos las palabras
debajo de esta mesa.
Saben, sí,
que este es el único sitio del mundo
en donde ni remiendo ni lloro ni paseo la tarde ni envejezco.
Pero ignoran igualmente
que los colores borrados por la luz están dentro de mi cerebro,
debajo de mis cabellos,
dándome todos los paisajes antiguos como nuevos
y todo el mundo detenido en esta hora del retrato
como antiguo.
Mis amigas desde que me han visto aquí,
hablan a sus maridos del suicidio
para que les permitan vivir como a las convalecientes.
Pero sabed, dulces señoras mías,
que este retrato fue hecho fuera de la ciudad y sus ventanas.
Y es piedra de David.
[1951]
memoria

La mujer se curva en la pena como un marco palpitante


alrededor de un reflejo.
Sorda como piedra bajo el viento,
débil como árbol entre el viento y viva
y hermosa en la esperanza como árbol que no oye,
la mujer quebranta con lágrimas el rocío de los tréboles,
mientras el río pasa mojando los pies negados al gran
.
52 peregrinaje.
[1948]

advertencia de la soledad

Niña, quédate sola. Cuida la casa y cuídate.


Toma llaves, monedas y este par de respuestas.
El tiempo llama afuera.
Tú vas creciendo íngrima en grave adolescencia.

No cierres puertas ni ventanas. Trabaja.


No vendrán aires malos si el pensamiento es claro.
Tu candor en él, íntegro, salva su hoja intacta,
como la mariposa la miel entre la rosa.

Tu labor pulirá toda la fuerza niña


mientras tu paz ingenua hace más leve el tiempo
que afuera esparce encima de las sienes ceniza
mientras se desraízan los más hondos recuerdos.

El de los 4 años, de abanico y pañuelos.


El de los 10 impúberes de marginales gracias.
El de los 15 ariscos y los 20 dispersos
los 25 tristes y los 30 rebeldes.

El umbral de los juegos, el patio de las risas,


el corredor del sueño, la tapia de la angustia
y el rápido regreso del viaje que no hicimos
ese viaje perenne que ya nunca acabamos.

Ojalá aprendas sola, cada vez que yo salgo,


...
algo que te haga enteros el ánimo y la sangre.
Cuando llegues a este tiempo desde donde te hablo,
sea tu respuesta breve, cierta y distinta a esta.

Por eso a ratos hago la que no quiero verte,


la que te deja sola, la que se va y no entiende.
Aunque mi sangre es tuya, la vena es diferente.
Niña, quédate sola, para que estés contigo.
[27/3/1947]

.53

las imaginaciones

En el torbellino sueño
y caigo
y me levanto,
en el torbellino,
como en un mar rojo.
El aire detrás de los vidrios, simplemente,
la montaña más lejos, y más lejana, azul,
el silencio
que día o noche suelta su río instantáneo entre las cosas,
nada de su armonía me dan en este levantarme cotidiano,
en este ver por años y desvelos
que el párpado ya tiene el peso de la muerte
y que la luz en mi alma suelta pájaros negros.

Mi cabeza cae bajo un aleteo de llamas


y entro a la noche azotada por el resplandor
y un viento de zozobra.
En la sombra, sumisa, beso adorados mármoles.
Y nada pido en el cilicio, impávida.

Desde el ojo a la sien, de la sangre al cabello


las imaginaciones alzan su casa de vidrio,
barajan sus estratos cubriendo lejanos dominios
hasta donde la memoria juega con sol y con arena.

El día escuece en crecimientos.

Resbala el tiempo y cae como cae la lluvia sobre un caballo


huyendo.
...
Nuestra mano del acto alumbra la materia.

Crecen los pensamientos en sus torres moradas


y rompen huellas como raíces,
y dan sed como agua
y nos piden los ojos en prenda,
y callamos, callamos, hasta ser el silencio,
inmateriales y enteros, destruidos y ciertos.

.
54 ¡Quién pusiera a esta hora su mano en nuestra frente!

La noche intacta afuera, ya crecida y madura,


cae y alumbra en la yerba la nueva madrugada.
[1954]

elektron

Del ámbar, de su roce amarillo,


rosa de junio ahogada en sol y estío,
del color del verano y de la miel
que puede desbaratarse en el aire más leve;
del ámbar, de su cuerpo nacido debajo de la tierra
como una raíz imposible,
frotada lámpara de Aladino que apagas las sombras
y satisfaces el espacio más rápido,
la más violenta conjugación de la materia,
la suprema solicitud de los fuegos en el mantenimiento,
de ahí naces.

Y eres imagen fija o movimiento,


velocidad en aire, mar o tierra,
conquista de otros mundos,
rienda y número, tú,
en la mano del hombre.

Larga historia la tuya surgida del fondo de los siglos.


Los hombres más antiguos te conocieron,
ganosos del secreto guardado celosamente por ti
en la estría zodiacal de tu forma.
...
Bajo el golpe del hacha primitiva,
de la piedra, del fuego, del cuchillo,
tu astro pequeño se deshojaba hasta volverse polvo.
Resistías así la fuerza indoblegada,
el vínculo legítimo en la entraña.
Mas, en el intento, alguno recordó el guijarro
arrastrado por las olas,
y juntando dos veces idénticos perfiles
hizo soltar la rápida energía, rayo de Zeus
que el Olimpo legó para el futuro.
Y se oyó el diálogo del hombre y del átomo: .55
Rosa de junio,
lengua fugaz que se repite en sílaba infinita,
corriente inapresable que fecundas
dos mundos diferentes.
Insuflas en el hierro amor multiplicado
y riegas en ondas sucesivas
tu voz que estalla en chispas furiosas hasta el trueno.
Por el aire y el agua, entre los elementos,
diligente, incorpórea,
sin embargo, apareces
usas en la casa tus sandalias fluidas.
Y de nuevo, en un raudo nacimiento contrario,
hacia el sol del crepúsculo y el alba
abres un abanico de luz violenta y áspera,
y los polos se inundan de raudales esquivos
como si compartieras tu frente y tus cabellos.
Y con el hombre puedes destruir el pan.
Y el hombre.

Has de negarte entonces a la gran reverencia.


Has de negarte.
Quédate así tranquila en el corazón de los metales
donde por ti la materia doméstica transforma
la última estación de su viaje.

Y cuando sientas el hastío total del universo,


recógete de nuevo en la lámpara de Aladino
como una tortuga sagrada
y espera a quien pueda convocarte para el desencantamiento
otra vez la orilla del mar,
para el Amor.
[1961]
el caldo vivo

A veces a fuego lento,


a veces a fuego airado,
el desvelo nos cuece vivos
y hervimos
sin derramarnos,
circuídos de piel,
como una llaga sonreída.
.
56
Los zumos van al aire.
La materia estrujada para ser piedra o vidrio,
hueso o canto,
flor o diamante,
casa de día o de noche,
es un apunte, apenas, de memoria doméstica.

Cociéndonos,
cociéndome,
encuentro ya en las breves ráfagas olorosas
sobre el fuego encendido,
las respuestas que dan los fuegos apagados.
[1956]

evocación de las fuentes

A un ovillo redujeron el agua,


como si fuera hilo.
De su hornacina de raíz o piedra fue traída
en una procesión iluminada
que contrajo su cuerpo
indivisible.
Apenas se oye su quebranto resonar
oculto en reducciones
o filtrarse en jazmines de vapor
hasta alcanzar temblando la otra orilla del aire
y de la lluvia.
En grandes socavones reposa, ya cambiada y distinta,
detenida,
cubierta con las oscuras joyas
...
de la podre
después de la primera alucinación
y el cautiverio.
Está olvidando el cuerpo
que compartió roces de piedra
y de hojas desprendidas.
Se le ha huido la gente,
sus más asiduos huéspedes:
las bestias, los mendigos,
el niño de los juegos vegetales,
la adolescente impúber .57
estremecida de aromas y contactos,
las mujeres, los hombres que repartieron
embriaguez y alborozos o fatigas,
todo reflejo
en fugaz transparencia generosa.
Y permanece sola, contemplado elemento
para útiles destinos destinada,
claro avasallamiento imperdonable.
Como si fuera hilo fue ovillada.
Mas, a pesar de todo, en la frescura
racionada, en la obediencia,
puede recordar el brillo de la estrella
que el amor contempló desde su margen
y esa fidelidad insobornable
de nacer en la tierra y desde el cielo
para juntar la flor, la fruta, el árbol,
a pesar de la piedra, del metal
y del conocimiento.
[1963]
cumpleaños del hijo

Pero ya no me duele nada.


Y aquel día a esta hora
como una rosa estrujada
de intenso crecimiento,
girando hasta fijar el rostro en tierra,
como bestia que siente llegando la tormenta,
segura de que ahí nace y ahí queda,
.
58 desde las nueve de ese día de junio
en las entrañas yo me dividía.
En alta cuerda al sol tendí las sábanas.
Mi espalda estaba en ella sostenida de fríos.
El cuerpo desceñido y transparente
igual que el manantial donde comienza el río
que en el fondo descubre
el rastro vegetal del nacimiento,
los brillos de la tierra sumergidos
y la palpitación de las especies.
Al sol tendí las sábanas.
Y dije a la maestra:
enséñele a los niños que a veces hay días largos.

Oí la voz de Dios llamándome


para la noche matriarcal.
Y no podía recordar la dulzura.
En cambio, sí a mi madre. A la plaza del pueblo
y a mi pueblo.

Y crují en la intemperie del sentido


como un alga de huesos y canícula,
como ramo caído en el relámpago,
como un campanario en el incendio,
como casa de sol en la creciente,
como greda caliente expuesta a lluvia,
como una pluma de cristal eléctrico,
como cesta de mimbres en la que el mar naciera,
como un pájaro mínimo con Dios en la garganta,
como un poema corto con todo el amor dentro,
como una hebra de hilo
en la que un campo de algodón se abriera,
como un grano de anís alumbrando el rocío.

Y, pasmo de dolor, amor doblado,


fui solamente humanidad creciendo.
[12/6/1956]
la inminencia fecunda

Alrededor están aunque estés sola.


Como la espuma en torno de los barcos
y el brillo saturando las estrellas.
Los verás en el árbol como hojas,
en la arena como los caracoles
y las piedras,
implacables metales,
claros vidrios multiplicándote .59
el mundo
y a ti misma,
fronda vivaz creciendo como fuego,
ávido estuario, nebulosa gimiente,
agua y aceite vivos, miel y vinagre vivos,
néctar, rocío, rosa,
tuyos y de más nadie después de haber nacido.
[1956]

la engrapadora

La pequeña máquina muerde las hojas


con un solo diente ancho.
Las junta hasta la altura de un pistilo
y atravesada como firma de neurótico
declara el matrimonio de la escritura y del papel.
Muerde como un pequeño animal sin ojos
ahí donde mis manos reúnen la extensión
que antes pasara por el fuego,
que antes viviera un ciclo vegetal,
un turbio cielo de podredumbre y asco.
Así conoce el árbol, la soledad del hierro,
esa quebrantadura de huesos metálicos
que primero tiempla la forma de la vértebra
y después las cose en la columna.
Inocente y pequeña, si no la impulso,
ociosa de fríos permanece,
como una sardina muerta.
Si la uso, un chasquido recuerda
los pájaros carpinteros del bosque
y las mandíbulas de los pequeños roedores
a orillas de los ríos, sobre las maderas caídas.
[1959]
el lecho

No vale mar moviéndose ni cataclismo terrenal.


Rasante como un gesto de Dios permanece,
idéntico al cansancio y al sueño del hombre.

Por eso tiembla como pecho bajo el amor


y tiene el calor de la boca del hombre
y cabe en él la mujer como imagen sin límites
.
60 y suena como el viento si es el amor un vuelo,
y el tiempo en él amaina su tempestad antigua
si vida y muerte engendran sombra y luz sucesivas.
[1957]

año de estudios perdido

La niña viene triste, de violetas,


ausente entre bordados y jazmines,
con la cabeza en flor bajo un estío
adivinado apenas en los párpados.

La niña viene triste, de campánula


doblegada por látigos azules,
como si padeciera una tormenta
de golondrinas ciegas y profundas.

No le animan el rostro adolescente


el ramillete abierto sobre el pecho,
el velo floreciendo en los cabellos,
la savia aérea de su enredadera.

Ni el sometido mar de su vestido


ni la luz desprendida de sus huesos
ni el rumor de las islas sumergidas
esperando gaviotas y corderos.

Nada levanta su mirada hundida


en el claro sopor que la adelanta,
contenida de espejos y presagios
como una rosa azul bajo el rocío.

La niña viene triste, de violeta,


y adormidera y cirios apagados.
¿Por qué, sabiduría, no te le entregas ...
a la niña pastora de mi casa
y le revelas números y héroes
aunque me pierdan bosque y soledades?

Dale tus libros de áurea geografía,


cambia el laurel en miel y leche y fuente,
dirígela por puertas y ciudades
con un nardo de azúcar y una estrella.

No la asustes con números y espacios,


con enojos y ruinas y tormentas, .61
si un pañuelo de júbilo en tus manos
es como una perdiz en primavera,
y ella tiene los ojos como el día
en que Dios puso el cielo sobre el agua.
[1951]

reclamo de la vacación

Si el mar se fatigara
como yo,
subiendo y bajando
la escalera fugaz del oleaje,
nunca más aparecerían en la orilla
los restos del naufragio.
La cuerda que ató los pies del prisionero,
la astilla de la salvación,
la cáscara de fruta, ya materia secular
porque perdió color y aroma y zumo,
la olla magullada,
el zapato que parece una raíz,
tanto residuo que podría enumerar ahora
si tú me llevaras otra vez a ver de cerca el mar.

Ha de estar despierto hasta en el sueño el mar.


Qué gran hermano nos ha dejado Dios
para probar lo largo de su oficio.
Como si fuera sordo, como si los oídos
de tanto multiplicarse en caracol
se le hubieran gastado,
ahí lo hallan el día y la noche, el amor y la furia,
la tormenta y el sueño.
Estalla aquí y a mil islas lo mismo.
Reclina la sien inmensa y lo vemos como un nomeolvides
...
cuando en verdad es todo el color azul y universal
el que se inclina.
Ama a todas las orillas del mundo
y aunque ya conocemos la dulzura,
no hemos descubierto qué palabras inventa
para ese amor inmenso.

Y no se cansa el mar, como la vida.


Si así fuera
podría yo encontrar
.
62 tantos navíos perdidos,
pulidos de intemperie hasta volverse puros,
cuando sobre tu pecho
soy como la resaca.
[24/4/1958]

duermevela

Recordando a Melville

Moby Dick:
las mujeres te buscan
como la reina mala el misterio
de la belleza y la virginidad en el espejo.
Te quieren para sus costados
sin conocerte a ti ni al mar de donde emerges
como un gran pecho fabuloso.
Cuando las miro
pienso en tus reinos álgidos,
en las islas con flores como la desnudez,
en otras donde el sol se ahoga en un vino gris
o el hielo levanta ciudades solitarias,
mientras los navíos persiguen la luz apagada
en tus entrañas
y la ola te arroja desde su arco infatigable.
Te recuerdo en el mar de Melville,
libre en la inmensidad de la aventura.
Conmigo no está tu jarcia muerta.
Y mi piel madura lentamente por el rostro y la espalda
en el trance que dura lo mismo que tu fuente
devolviendo el bautizo del mar.
Te recuerdo en los cabellos grises del verano,
la ráfaga más pálida del otoño y las dunas
que se levanta ya desde mi frente.
...
Del milenio se acerca
tu gran alga de aceite
en un riesgo de sal y de blasfemia.
Y oigo pasar tu alcurnia de mar y de silencio
como un traje de raso azul que se arrastrara
entre la vasta luz de las constelaciones.
[10/4/1959]

.63

estrado junto al fuego

No me pidáis más luz, que no la tengo,


que todo ardido está.
Los ojos reconocen la ceniza,
el oído solamente oye su caída humilde,
la boca saborea su harina estéril,
huelo el invierno ahí donde otros
salvan la caducidad desde el borde del vino.
Y no quiero tocar ninguna forma
porque gritaría mi propia sangre
incontenible.

Tú no sabes nada, mar, del gran olvido.


Todos cantan la fidelidad
del alga y el naufragio
siempre unidos en el oleaje.
Eres la gran bestia imbécil sin memoria.
Los poetas en ti
cabalgan engañando
la sal de las palabras.

Ni tú tampoco, viento amante de todos los amantes,


desvelado y cobarde en cuyo pecho
toda voz se inclina,
cuando en la noche espina y flor
suenan a eternidad y nos dan miedo.

Ni tú, tierra,
criatura absurda que floreces
sobre los huesos de la ciudad,
y esclava, te reduces al tiempo,
y engañas al otoño
...
con las mismas violencias de la primavera.

La materia revuelve su cabeza y se muerde la cola.


En un inmenso espejo de esmeraldas
busca la soledad, mujer y sabia,
toca sus ojos ciegos,
siente su pie huyendo
y no hay palabra que no sea su imagen
ni silencio distinto a este silencio.
No me pidáis más luz que no la tengo.
.
64
Yo os acompaño al fuego.

noche

Todo se rinde. El cuadro queda inmerso en la oscuridad,


la ventana ante la calle solitaria,
el ramo del rosal vuelto sombra de otro árbol más alto,
las palomas, el libro, la ciudad, la montaña.
Enciendo mi lámpara y pienso en los amigos muertos.
Repaso el gran cuerpo hogareño,
las crepitaciones que parecen venir
desde el bosque hasta el fuego,
la mosca atravesando de crujidos
el sueño de los niños y su oleaje sin viento,
el reloj implacable
y afuera el ave nocturna escarbando leyendas y alucinaciones.

Un gallo levanta su laurel de cobre


y es la única estrella roja de la tierra.
Me recuerda los llanos, el pueblo solemne de verdes,
el río
y el caballo en la tormenta tocando nuestra puerta
y tú conmigo.

Mas, adentro, aquí sola,


todo ese mundo inmenso estremecido afuera
se aquieta en el espejo, en la lámpara oscura;
y solamente puedo tocar las otras formas
desde el fondo de mi ojo, casi desde mi alma.

¡Ah, peregrina fácil la memoria!


Qué soplo fresco el suyo entre la sangre
cuando antes hubo días
que solo son después un dibujo de plumas...
[14/9/1954]
patio interior

Puede no reflejar nada nunca el patio.


Seco, es solo pedestal de la luz
con la ofrenda floral de los helechos.
Mas, si llueve, ¡qué espejo claro el suyo!
Todo el contorno es poseído
y del reflejo de las puertas abiertas
salen antiguos fantasmas
buscando entre la lluvia las cartas olvidadas, .65
los desvelos, el júbilo.

Mis pies pueden entonces andar el cielo inverso


y mi frente está en tierra
en la profunda luz.
[1948]

otra casa

Habitada por el viento y los árboles,


por ese estertor suyo que despierta la vida
o la aquieta
como una mano inmensa en las sienes
del tiempo.
En un espacio de temblor fugitivo rodeado
de altos pinos,
como la dulzura afluyendo de tus dedos
si tocas mi rostro.
La altísima montaña defendiendo el pequeño
salto ignorado
si el amor quiebra ramas mojadas por la lluvia
y el futuro es deseo uniéndonos
al más cierto exterminio.
La casa de la noche lloviendo frente al mar,
donde las grandes hortensias
multiplican la luna en sus ramajes,
y el volcán
desde la otra orilla del agua
convida a habitar su castillo de rosas sumergidas.
La de los ríos que piden remontar
su ciudad peregrina y tan lejana
como la infancia.
...
Casa en el aire desde donde se puede mirar el mar
desde una piedra,
cuando se oye, entre mástiles,
el cuento del naufragio
y se comparten pan y vino en la misma mesa
de los enamorados.
La otra casa,
para desconocer la hora del crepúsculo
porque la niebla borra todos los resplandores
subiendo la última cuesta para entrar
.
66 a los sueños.
Y allí repasar, como en un mapa antiguo,
la señal deleitosa de los descubrimientos.
Y dormirse después.
Y llorar con los ojos cerrados
por hacer y no hacer la vida
y cada muerte diaria,
llenos de miedo y solos,
llenos de amor, esclavos,
contra el tiempo y la muerte, íntegros en la vida.
[1955]

las hornillas

Como pequeñas hortensias azules,


como gigantes nomeolvides,
como cualquier flor celeste,
nacen de pronto.
Mas, no las toquéis. Son fuego.
Llamas redondas, dominadas,
anillos ardientes
que sin embargo pueden perder de pronto
el fulgor.
El brillo es apenas vivo y raudo contacto,
mínimo instante entre la ligereza y el viento.
Y el fuego comparece
al llamamiento rutinario
paje brevísimo e intenso,
gran compañero de la casa por dentro.
Círculos servidores
cuecen las alucinaciones vegetales,
destiñen brillos y crepitaciones
...
en el acto ritual del alimento,
porque la Dueña vigila el tiempo
en sus ojos de búho que descansan por las noches,
como los suyos que en la noche duermen. O aman.
Porque es amor o es sueño
toda noche con los ojos cerrados,
toda noche con los ojos abiertos.
[1961]

.67

la puerta

Cuerda de circo. Vida y muerte.


Detrás de ti el amor o el odio,
el pan, el hambre, la sequía, los sueños.
Antes que tú eso mismo,
todo junto,
como una sorpresa en el vacío.
Madrugada eres para la letra
y las vigilias.
El hombre entra y sale, por ti,
tránsito de jaculatoria y de blasfemia,
trono de Dios y Satanás y el aire
que nunca es ruina,
porque es paso y azar,
espacio, tiempo, dimensión que jamás colma la vida.

No fue el pecado, fue el amor


quien te hizo necesaria
para recibir y entregar los testimonios.

¿Por qué te levantan de la tierra,


te hacen bajar del cielo,
te abren tu caja de secretos
y te cierran, cerrando la soledad y su corona?
¿Por qué te hacen brillar como un diamante alegre
o asustar disfrazada de abismo en la noche
o sonar en el tiempo
como una palabra cristalina,
como una palabra furiosa
del relámpago?

...
Urges al hombre, a la criatura, por la vida,
oh, mañana mortal, árbol soleado,
plumón del ave de la casa
alzado para el vuelo,
clausurado en los vuelos clausurados.

Una hormiga recorre el dintel en triunfo altísimo


medido por un canto de cigarras;
y un gigante podría establecer bajo el umbral
su momento de fuerza.
.
68 Vida y muerte atraviesan tu velo impalpable,
soplan tu cascada de aire detenido,
disuelven tu enredadera de alabastro,
tu gran lienzo de pájaros fantásticos.

Doméstica ocasión,
parte incorpórea que existes en madera,
en metal y en la piedra,
como canto en el árbol,
Fuego domado, intemperie,
inasible, mas, cierta.

Todo destino en ti se cumple,


ara de sangre,
perspectiva del mundo que dominas,
sitio desde donde los mundos se abalanzan
al abismo del hombre,
puerto de despedidas,
puerto de los regresos,
puerta-puerto,
inmensa cerradura, llave inmensa
de la casa por dentro y por fuera,
de la casa que muere o resucita
si eres odio o amor en hoja construidos,
forma de cercanía y de distancia,
término absurdo, acto irrebatible,
paso del hombre, solo tránsito,
de la vida y la muerte,
referencia del ser entre los seres,
símbolo y propiedad no poseídos.
Verbo eterno, eso eres.
Eternidad y acto.
[1962]
calcomanías alrededor de la mesa

i
el cuchillo

Se ha quedado quieto el relámpago.

ii
los platos .69
Después del diluvio
el sol cortó la luna en rebanadas.

iii
el tenedor

Estás aquí conmigo,


para no permitirme olvidar a Neptuno
ni la embriaguez de los viejos dioses del mar.

iv
la cucharilla

Nada sabe el metal de manos resurrectas.

v
en la mesa

La dueña comparte su destruido corazón


en torno de la mesa, acompañada.
Y cree en el cielo todavía,
porque a pesar de todo
puede recordar
altísimos papagayos azules.

vi
los vasos

Porque recuerdan el Santo Grial


el hombre los posee.
Así se bebe diariamente
la eternidad en ellos.
[1961]
el signo

...Porque la juventud es permiso de Dios


antes del gran pecado de vivir,
despertándola para que advierta entonces
que la vejez anuncia cancelados
todos los viajes de la palpitación.
[1961]

.
70

meditación de la materia íntima

El pecado original la erigió, necesaria,


para recibir y entregar los testimonios
después del paraíso.
Y no hay cielo ni infierno, purgatorio ni limbo
que el hombre no padezca en ella.
Porque es en ella donde comienza
el hombre y el mundo.
Después que la mano la domina
la materia queda inerte.
Ninguna voluntad ya la levanta.
La letra, el instrumento, el color, los sonidos,
todo yace distinto.

Vosotros, como yo, ya lo habéis visto.


Solo el viento mueve lo frágil
que puede retorcerse si entra
en la doma.
Después de sí misma,
la materia es inánime.
Le han quitado su alma.

Tú lo sabes también mejor que nadie,


traje mío que andas mis pasos,
que conoces mi olor y así conservas
la propia estirpe tuya entre cosas mortales.
Solo tú y estas ropas ligeras y pequeñas,
ceñidas y tan fieles, esclavizadas
a desnudez mortal.
Ahí quedan
la blusa y su gesto de nube
...
irregular en torno a la cintura;
la falda que no alcanza a fatigarse
de babor a estribor de las caderas;
la enagua y su argumento de vanidad
y esa sombra de la hoja antigua
como un resto de vino
en el fondo del vaso.
Encajes, hilos, algodones, lustres
de la seda, el lino dócil,
todos cambiados en la consagración de su servicio,
en desatado oficio, en dúctil forma .71
y a formas propias sometidos.
Desde otro origen vienen, de ese mismo
que empieza en desperdicio y nada
y solo un breve tránsito le asigna reino,
que asumirá después el mismo origen.
[1963]

campo de cebollas

Si el viento no hubiera intentado


desvestir la cebolla,
nada hubiera ocurrido ese día en la tierra.
Mas, ¿cómo recobraría ella sus enaguas?
Y rubor y embriaguez, furia y envidia,
vistieron la pulpa original.
Desde entonces, cerrada, solo
la abre el cuchillo.
Ah, su picante lágrima de sabor cenital.
[1957]
las agujas

Nadie diría nunca que la lluvia


remienda.
Sin embargo, entre nubes y horizontes,
por encima de todas las ciudades
y de los desgarrones de la tierra,
ella pasa y repasa
cerrando los secretos más pequeños.
.
72 Los de las cúpulas y los ramos del perejil,
los de los trenes donde viajan al sol
los amantes del mundo,
y los de las tinajas abiertas en los patios;
los de las grúas y el paraguas,
los del alpiste que el canario
sostiene en el pico
cerrándose el propio canto;
y los del brasero de las libélulas
suspendido en la piel caliente del pantano.
Porque el agua del cielo solo conoce los ruecas celestes
y juega con los gatos haciéndolos correr
pegados del alero
donde ella suelta su fleco de alfileres
como si fuera un ovillo desmadejándose impunemente.

En mis manos, como una astilla cósmica, una sola aguja


realiza los milagros más simples, sin salir de la casa.
[1960]
tormenta

El relámpago rebana la negra manzana celeste.


El viento espolea los árboles. La lluvia
raya los vidrios y adentro caen las gotas,
atraviesan las maderas.
La casa tiembla bajo el trueno.

Puede caer la casa.


.73
Ya no se ve la calle ni la luz de la lámpara
con la que mi vecina lee espantando la muerte.
Ni grillos ni serenos ni campanas.
Es el incendio un gran ojo
furioso contra el cielo.

Ay, que puede caer la casa.

Miro aparecer las goteras, la humedad


colar sus figuras esponjosas,
entrar con sus mujeres envueltas en pañolones dibujados.
Oigo crujir la boca de la tierra aquí junto a mis huesos.
Siento el frío alrededor con su acucioso manto de aluminio
ahumado entre la sombra,
tocándome la piel, abrasándome los párpados,
pegando a mi nariz su ramo crujidor de hielo.
Cierro el libro. Te llamo para combatir la muerte.

¿Dónde estás tú y los animales sagrados


de sangre brillante
que el horóscopo riega por los cielos?
¡Dónde estás!
Ven. Te grito entre la tempestad, entre la sombra,
entre esta resurrección nocturna del sonido,
porque la casa entera tiembla
y si tú no vienes
mañana solo habrá la historia de una casa.
[1955]
soneto descompuesto a la sartén de hierro

Blanco primero, luego, renegrido por el fuego


curtiéndole la espalda.
San Lorenzo doméstico, respalda el credo
vegetal de lo nacido.

Su luna de metal enardecido, el verdor


terrenal junta y escalda;
.
74 y entre crujidos olorosos salda las diferencias
del sabor reunido.

En el ocio después,
de un clavo alzado,
o mudo, horizontal, abandonado, frío
en mortal quietud inexorable
—péndulo,
fruta,
nota,
cerradura,
península,
alfiler—,
es su figura una lágrima negra,
inexplicable.
[1946 / 1950]
decoración interior

Pantalón de menguante,
camisa de verano,
los hombres que pintan la casa
silban sobre las escaleras,
cantan extendiendo la pintura
como si a nuevos continentes dieran
esplendor oficial desde los muros.
De un color a otro pasan en la disposición .75
de los colores,
y nadie diría después, cuando se van
—cuando la casa se queda silenciosa y duermen todos
en la noche profunda—,
cómo se llama el que pintó las puertas,
puertas del breve viaje,
con brochazos de perla;
y el otro, que corrigiendo la plana celestial
con brocha blanca
y asegurando una lámpara en el centro
como si detuviera definitivamente
la estrella polar,
se marchara también después,
como si no hubieran hecho juntos, nada.
Usan trajes manchados, parecidos al campo en primavera.
Y si no fuera porque el oficio
los hace duros como la piedra
y ásperos como la trementina,
esos pintores de la casa parecerían figuras
de un gran juego doméstico
hecho de cera viva,
donde ellos, dueños de un tiempo
poderoso y fantástico,
pueden cambiar la intimidad
igual que los colores de una casa.
[1958]
ruego a la poesía

Un día te dije: ya no vengas.


Entre agujas y escobas voy y vengo en la sal del día
como cáscara alzada en el oleaje.

No podía recibir tu cabeza pensativa,


tu suave cabellera constelada,
tus pasos fraternales
.
76 y tus manos, tus manos,
en las que el mundo parecía detenerse para las ofrendas.
Yo te sentí, sin embargo,
ir y venir conmigo sobre mis hombros
como un pájaro, pegada a mi espalda, inseparable
como mi propia sombra,
plegada en un rincón
mientras alzaba el alma de los floreros
con un ramo
y descubría palabras a los hijos.
En algún sitio hallaba tu sombrero de fragancia,
tus guantes para recordar los lirios
y tu nombre, para dormir con él
sobre mis sueños.

Mas, ahora estás triste. O estoy ciega.


Porque apenas te veo para esperarme
a la puerta del crepúsculo,
y el camino es tan largo
que ya no creo alcanzarte
para sentarme junto a ti y hablar contigo,
bajo la última estrella,
hablar de lo que es mío y es tuyo y nos importa
porque yo te conozco y me conoces,
oh, mi pequeña lámpara gemela, poesía,
ante quien solamente me arrodillo,
pecadora.
[1951 / 1956]
la escoba

Estás aquí, prudente señora de la casa,


severa, áspera, simple, oh, mujer primitiva.
Vengo a ti diariamente,
a tu peinado reino,
a tu falda implacable de raíces,
para arrastrar con ella el tiempo y su delirio,
la estación y los sueños,
y dejar limpio el rostro del patio y de la casa .77
para mirar el cielo
y para la esperanza.
Dócilmente repasas un día y otro día
la intimidad. Y callas.
Tienes los ojos ciegos para ver las cenizas
de las cartas de amor que se quemaron.
Tienes la boca muda para hablar de las rosas
que deshojó el chubasco
o que cayeron lentas, solitarias, vencidas.
Ensordecida barres las plumas
y no oyes la pregunta del pájaro
por su cuerpo de música y el aire.
Tu nariz infinita recoge y lleva y sopla
el fuego del otoño
y las briznas del frío,
toda caída, toda.
Tú repasas las horas del gozo y de la muerte,
arañas con tus manos de cereal y de bruja
el agua, el pan, la leche.
Eres como un verano que se vino del campo
y se metió en la casa, hipócrita y humilde.
Y aquí estás, impasible señora de la tierra,
cetro de nuestros días,
rígida hembra estéril,
mordiendo entre tu boca de dentadura unánime
los malos pensamientos de la casa
lo mismo que la dulce vacación de la hormiga;
y hasta el abismo llevas la soledad
el día en que bajo tu sol de opaca luz hirsuta
descubres la memoria y su gran casa sola.
Así yo te conozco. Eres como el verano.
Antes de ti avasalla la materia.
Después de ti el otoño llama su último fuego.
Y si no estás, el tiempo arde a orillas de las ciudades
y entre el humo y la noche hay estrellas caídas.
Mas, yo sí te conozco, caballera del tiempo
cortada bajo el bíblico fulgor de las manzanas.
[1950]
el oficio cumplido

Un gran dolor pule los huesos cuando la casa


cae con la noche encima, sobre el lecho.
Sí. Es la casa entera sobre los hombros,
sobre la espalda, sobre la frente,
sobre las rodillas,
en los pies,
entre los brazos.
.
78 No es el peso de la lluvia que se pasea al atardecer
y acompañada.
No es el recuerdo de aquellos ramos silvestres
que una vez impregnaron de olor acre y untuoso
la piel. Ni tampoco
la sombra de solares manchas detenidas
como nubes ardientes en el cuerpo,
en esa lasitud que a orillas del mar
desprende el resplandor debajo de las palmas.
Es dolor de ser vivo,
de estar viva. Y recordar tus ojos
mirándome en la penumbra, brillando,
en la madrugada que recoge esta red
de cansancios
que mañana habrán de levantarse como un cactus abierto,
solo reverdecido en la solemnidad de la memoria.
[29/8/1962]

espejos

No tiembla el agua aquí ni el resplandor


que es hierático como una palabra escrita
y brilla, como hielo solar.
Pero tú puedes moverlo.
Mete tu mano en él
como en llaga de mujer olvidada,
y ya verás al fondo a Orfeo coronado,
atravesando las cuerdas del fuego,
y a Dafnis y a Cloe conducir los rebaños
hasta el pie de las colinas,
donde las flautas pastoriles
se volvieron azules y se unieron
en la dulce leyenda del amor.
[1958]
sitio de la ternura

Ni cuando se toca en el jardín uno solo


de los lirios abiertos
—o cerrados todavía
que es cuando parecen defenderse—
se siente.

De tanto padecer, la materia


se ha vuelto insensible. .79
Ni el aroma responde.

¿Dónde quedó el amor de aquellos días?


[1954]

penélope

Dejad que nuevamente ponga sobre el telar las manos.


Es cierto que podría manchar el hilo con la sangre.
Los dedos, sus heridas, riegan sobre cuanto tocan
la noticia del lento suplicio.
Ya no son lirios sino pan con quemaduras de hierro,
impalpables.
Ya no son suaves.

La madurez tiene la piel como las brevas en otoño,


pero como ellas, si alguien las toma,
quedará bañado de dulzura.

Dejad que uno a uno vuelva a tomar los hilos,


a tejer el crepúsculo sobre el gran horizonte del mar.
En el olvido, el tapiz se va volviendo polvo de seda.

Dejadme concluir la imagen antes de que sobre mí


lo levante la muerte
como una ola última.
[18/3/1958]
almanaque doméstico

De vínculos y nacimientos y desapariciones


está hecho.
Aniversarios del júbilo y de la sorpresa.
No se oxidan sus fechas.
Sus números son fieles en la reiteración
del futuro
o en sucesiva adoración de alianzas.
.
80 El año cada año trae su renuevo de campanas,
de iluminado y mentiroso advenimiento,
de sombrío y despacioso arribo.
La memoria puede por eso encontrar los días,
sus bellas mariposas disecadas,
sus apagados cirios olorosos.
[1963]

varona

Despertó de una arista.


Salió del día blandiendo látigos de cereal
El encaje fue espino en su primera desnudez
y la madre le dio la veste de otras madres,
manumisas de Minerva,
tejidas a los pies de Ceres,
bajo los ojos de Argos que le enseñó
a hablar con el búho y la falena.
En el alba descubrió la gruta de las aras
y a diario se encamina hacia donde el cenit
muestra que la luz es piedra.
Alguna vez tocó la tierra y descubrió
cachorros y plumajes y sangre y resinas
junto a la fruta
y su pequeño río de mieles girando eternamente.
Y vio en la flor reducirse el abismo
a un anillo de color,
a una ciudad mirada más lejos que la luna.
Cuando el hombre tocó su hombro
ella recibió el misterio como al silencio,
con un cuchillo y una llave y un gran odre
de aceite sin memoria.
Todo cuanto es temblor y llamamiento
muere vivo en su árbol,
pájaro ecuatorial de los siete sentidos.
El viento de la noche traspasa sus ventanas.
Y descubre adentro la estrella de su luz,
sola.
[1951]
el ajo

El ajo aprieta su puño,


su blanco puño oloroso que enguantaron las libélulas
no nacidas.
Pero cuando llega a mi casa
y desnudo sus medialunas de olor
y reviento su mínimo palomar enloquecido,
el ajo grita por todo el tiempo que estuvo escondido.
.81
Entonces sabe
qué corta resulta la libertad sobre la tierra.
[28/9/1955]

este es otro jardín…

Este es otro jardín.


En aquel patio
quedaron los juegos y la infancia de los niños,
cantos, llantos, voces.
Aquí ando sobre una yerba verde,
contemplo el jazminero maternal y florido
que impregna todo el aire de la casa,
las grandes rosas como claros enigmas
y el par de acacias que barren
con sus delgadas frondas nuevas
aires de vecindario.
Todo es siembra familiar,
trasposición de amor que se renueva
como nada jamás en la belleza.
Han venido las abejas a urdir
la dulce corona porosa
y amanece cada día algún capullo nuevo
que no conoce aún la noche.
Sin embargo,
la intemperie pasa
del brazo de las estaciones.
Y cambian saludos verdes como hojas,
señales como tallos,
aromas como pétalos,
con entera y silenciosa libertad,
como si solamente fueran ellas las dueñas de mi casa.
[1962]
apunte

Siento que llegan las palabras sobre mi frente


como un gran vuelo
sobre un estuario solo y antiguo.
Bajo un sol radioso tiemblan las significaciones
y un soplo de dominio abrasa
la inmensidad de una cabeza que dejaron vacía,
como una casa destechada por vientos negros
.
82 y lavada por un agua flamígera.
[1959]

el mandamiento

Os amo a todos.
No mataré a nadie.
¿A qué aumentar la podredumbre de la tierra
si el señalado porta el signo con soltura,
sin malicia ni duda ni tristeza?
Su cuerpo haría germinar una yerba salvaje
igual que toda la crecida en cementerios.
O señalarían la caída artificiales siembras,
o nada.

Así, dejad que deje yo que el otro y otros mueran solos.


La podredumbre
será siempre tierra igual en toda tierra.
En cambio
a mí,
matadme
de una vez,
a prisa,
rápido,
sin malicia ni duda,
eso sí,
con tristeza,
para que de la vida y de vosotros
la muerte guarde algún recuerdo
de la misericordia en su memoria.
[1956 / 1962]
la casa sola

i
Hombre: toma tú el candelabro. Enciéndelo. Verás su luz
elevarse temblorosa como papiros rotos en cada cirio. Toma tú
el candelabro y llévame. No me dejes caer.

Ciegos van los ojos. Ciego el corazón.


Tu paso yo sigo. Persigo tu voz.
Ciega voy sin ojos. No quiero caer. .83
El largo corredor habrá de estar oscuro. Me lo dijo
mi madre. Y a ella lo advirtió la madre dos veces madre mía,
mientras hojeaba un libro oloroso a resinas y con hojas
como alas de libélulas, crujientes y doradas.

Enciende ya, que es largo el corazón, como los ríos.


No me dejes caer

Sordos mis oídos, solo oigo tu voz.


Tómame las manos. Te sigo tu olor.
Sorda voy, mas, te oigo. No quiero caer.

ii
Ya es el día. La noche cortó su gavilla de cobre
y la derramó en el prado. Ya conociste la dulce extensión
de las raíces. Y la sangre cortó su fruto gemidor y futuro.
Abro los ojos. Te reconozco en marisma o en selva,
en mar o en lluvia, en el silencio o en la soledad,
entre sus anémonas delirantes.
Sobre la yerba conociste un rebaño de olor. En la tormenta,
el diálogo. En el silencio las voces nocturnas moviendo
en sus aislados molinos el agua suspensa del misterio.
Ciega, sorda, fiel, solo tu huella aprendí a recorrer
recogiendo el grano que a ti me llevaba. Mas, ahora, de pronto,
un río como fiebre nos ha roto el costado que fue uno.
Toma tú el candelabro.
Enciéndelo de nuevo. Ciega soy. Sorda soy. Hechura de tu forma,
la última soledad llama.

iii
La madre debe abrir las puertas.
La criatura —otra criatura— vendrá hacia acá. Y yo estaré despierta.

¡Oigo ya! ¡Veo y toco! ¡Liberada en la cumbre ya regreso!


¡A mis espaldas alza la luz! ¡Levántala!

Que me veas caer.


[1954]
mesa de juegos

Ahí está el libro de las barajas


deshojado al azar de las figuras,
el dominó que recogió el marfil
cuando el carbón jugó sus números,
los cartones donde el color
aplasta sus imágenes como mariposas.

.
84 La suerte sobre ellos pasa con su aliento mágico
y en las manos de alguien
Mercurio deposita el estiércol de las bestias solares.
[1960]

deseo

Una casa pequeña, nada más


que una cosa pequeña.
Un biombo de junco japonés
en cuyas vértebras hubiera imaginado la luna
pasando las manos
como sobre la espalda florida de un cerezo.
Alguna vez tú o yo habríamos
llevado una pequeña lámpara,
los libros para cuando faltaran las palabras
y esas pequeñas cosas que sirven
para hacer olvidar en toda casa
que la materia se consume en la mesa,
en el lecho, en las vigilias,
como un ramo sin agua
yendo de mano en mano para la admiración
de su belleza.
Una pequeña casa donde el pan y el vino bastaran
como bastan el hombre y la mujer para el amor.
Donde lo diario fuera la alegría de estar juntos
y no ración de ira y mengua.
Una pequeña casa como una nota o como un pájaro
que son las más pequeñas cosas
donde Dios ha dejado toda la armonía.
Porque teniendo cada uno el amor
multiplicado,
no haría falta nunca nada,
como no fuera la tristeza.
...
Y yo habría sonreído
para ahuyentar su avispa negra delante de tu pecho.
Y sé que como un gran viento de la más alta cumbre
tú me habrías salvado en la lenta intemperie.

Pero me has dejado sola.


Y la soledad es un minuto de sospecha.

Por eso abrí el gran cerrojo del desván donde fulge


una máscara, siempre.
.85
Como esmalte de burla
se pegó de mi alma con su piel implacable.
[1959]

mal tiempo

¿Sabes que estallaron en plena aurora centellas y truenos?


Dentro de mi cabeza quedó el gran ruido de la luz quebrándose
y suena,
suena largamente su grillo escondido.
Una niña vio conmigo cuando el cielo caía
y fue quemada
con dos pequeños relámpagos en los ojos.

¿Cómo será la cosecha el próximo año?

Esta furia de Dios, así de pronto


aparecida como un caballo blanco en la montaña…
No es tiempo de tormenta y, sin embargo,
el trueno anda pisoteándonos, empujándonos.
Parece un gran viejo ebrio pidiendo vino,
golpeando con los puños en las mesas celestes.

Arriba siempre vuelan palomas de ceniza.


El viento frota árboles como cerillas
y suena como un río entre las piedras corriendo.
Yo me abrazo al espanto como a una imagen
y la piel se me quema como la tierra
cuando le caen grandes hongos ácidos.

¿Qué pasa cuando el tiempo así cambia


y nos revela su mudanza después de tanta espera?

Mi casa está vacía estando llena.


¿Para qué entrar en ella si además
...
adentro de mi cabeza
la luz muele sus vidrios y suena la soledad
igual a un patio
en donde la familia está peleando?

Ya he exprimido mis senos en la puerta llamando los rebaños.


Los animales que rodean mi casa escarban la tierra buscando
quién sabe cuál semilla.
Riñeron por la sequía primero
y se dieron muerte después unos a otros,
.
86 mas, no sangraron.
La sangre la hallé después en el corazón de la lechuga.

Búhos y murciélagos abren su red de vuelo negro


en los aleros
y aletean sobre las lámparas, furiosos.
Mis hijos quieren saber
por qué la lluvia, la niebla, el trueno, los relámpagos
han vuelto en el verano.
Yo bajo la frente de ignorancia
y la más niña dice:
«si aquí entre los cabellos tiene centellas largas».
Mas, llega el viento y los llama desde los árboles
y alzan la cabeza y se van
tan alto, que no oyen mi silencio.

¿Por qué no me cuentas tú, oh Dios, el día anterior al rayo?

El hogar es la última brasa del incendio


y esta es la primera ceniza de la muerte.
[1954 / 1962]

la sal

En el bautizo estás recién llegada


de cualquier límite del mar.
Lo que importa no es tu origen
sino tu juramento ante altares y dioses,
compañero de fuegos y de óleos,
testigo incuestionable de que ha nacido un hombre.
Sabor sacramental, virtual aceptación,
ahí, contigo, comienza el reino de los terrenos símbolos,
presidido por ti, levísima,
auspiciadora del destino
que habrá de diluirse en la muerte,
como tú
en el mar.
[1961]
contemplación del otoño

Cuando te vayas, dulce estación de los últimos fuegos,


no lloraré por ti,
no serán tus hojas pudriéndose al pie de las catedrales
ni la ceniza ceñida al árbol después del crepúsculo
ni el polvo que el ardor dejó enfriándose sobre las cosas
lo que abrase mis ojos y mi corazón,
sino saber que esta materia por ti tocada
muere también .87
y que está cerca el invierno.
Que la hoguera encendida la noche de junio
no será la misma sino la memoria de otra hoguera.
Que el pan y el vino en cada boca serán harina de otro huerto,
zumo de otra vendimia,
y nuestra hambre apenas el hambre del instante,
ese que ahí será. Y después, otro. Y nada.
Como bosque cerrado,
la memoria padecerá su libertad de pájaros.
Una embriaguez antigua ceñirá su corona de piedras azules
y se deslizarán adentro del reflejo
la colina de un pueblo rodeado de caballos y de sauces,
de campos de lavanda y amapola y violetas,
y arriba, siempre,
las constelaciones de la infancia,
las constelaciones del amor que no quiere despedirse,
alta estrella inagotable, llamándonos.
Cuando te vayas,
todo abalorio será hoja seca,
todo fuego, silencio.
Vendrá en vano la música, iré a otra ciudad en vano.
Me rodearé de agujas y de hilo,
presidiré una a una las sonrisas domésticas,
los abuelos me llamarán a su reino,
los padres me dirán «ven con nosotros».
Yo estaré con los ojos fijos
—así como esta tarde en la ventana—
en el curso del río que llevamos adentro,
como si fuera otoño,
y ya muriera
en el dorado fuego, antes de la ceniza.
[8/4/1955]
la dueña asiste al concierto

Cierra los ojos.

La dulce cabeza orlada de sueño


cae junto a los violines
y recuerda las fuentes.

Y oye los arcos como puente de bambú crujidor


.
88 sobre los ríos.

Piensa en las motas de los tambores


como en conejos dormidos,

En el oboe de madera descubriendo máscaras musicales.

En la sordina apagando el ruido


de su vestido de fantasma.

En las flautas y el viento pastoreando prodigios.

En los flautines, casi duendes de metal


y en el fagote, severo, condecorado
junto a la frescura radiosa del arpa,
por encima de la celesta
sobre cuyos sonidos parecen andar los serafines
combatiendo los vínculos que propone el tambor.

Y en el solo de viola, serena y mística,


se ve perseguida de cerca por la curiosidad del piano.

Hasta que despierta


entre un llameante susto de cellos y platillos.
[1957 / 1963]
dudas

A veces, lentamente, o de súbito también,


va invadiendo una sombra los espacios.

Como gran hoja de victoria regia flota inmensa


ahí donde la mirada descubre millones de vidas temblando,
ajenas a la superficie desnuda.

Desde la latitud celeste .89


su pulpo errante riega polen oscuro sobre la tierra.

La razón quema los dominios,


crea una ronda de criaturas perfectas
exprimiéndolas en impávido suplicio,
aturdiéndolas ante los grandes soles
donde las imaginaciones azotan la esperanza.

Lentamente una sombra invade el tiempo O de súbito.


Y el amor cae de bruces en la tierra,
hiere su frente de corona pálida
y renace la ortiga más cruel para la noche.
Gira y se alza y cae la memoria
atando y desatando el beso con la espina,
el mar con el relámpago.
La luz iza su grito de hiena fabulosa
y el ramaje del éxtasis descubre su raíz
en vasijas infieles.
La ternura se ríe de nosotros desde la espalda gris
de los espejos.
Y duele la creación por la intemperie.

Ah, la duda quemando con su gran ojo lívido.

Como grillo inmortal o enloquecidos gallos


picotean el alma negras aves incrédulas.
Como toros salvajes,
como caballos solos,
como tigres en celo husmeando toda huella
lastiman las entrañas negras bestias incrédulas.
Caen en el espacio la mirada y la llama.

Una hoja inmensa arrastra la única flor abierta.


[21/9/1954]
junto a la lámpara

Tú me has visto hilar hilo, sueños, llanto, silencio,


dormir fiebres, cantar en las noches de espanto,
y permaneces quieta en tu pie de árbol seco
o lánguida suspendes tu seno ardiendo al aire.

¿Cómo es que no revienta tu corazón en llama?

.
90 Conviértete esta noche en un ramo de rosas
y guárdame tu luz para cuando yo muera.
[1948]

baño y tocador

Aquí repite la antigüedad su reverencia


de lirio y de carmines,
de carbón y de almagre,
en lentos arabescos oleosos que cubren
la máscara, gran imagen perdida
de otras huellas nunca reiteradas.
De almizcles y cocciones, reducidos
a la más breve sílaba del perfume;
de la maceración de la pradera
prisionera
en vidrios y en cartones y metales,
a la piel contemplada,
solo hay la distancia de un pincel,
distribución de un gesto repartido
que primero fue pétalo o corteza,
gota de resina,
liviana disposición de mineral y flora
contra tiempo y verdades,
desnudas
de improviso,
por agua y por perfumes recordadas
cada día.
[1955]
los hilos

La Tierra los levanta. En árbol o en gusano


comienza su destino de paciencia.
Alrededor de la pierna del saltimbanqui
el rojo pide una estocada limpia.
El amarillo hincha las venas del sol
en altos girasoles.
Y el azul combate desde el arcoíris
con las crines celestes que nunca el rayo .91
ha sabido cortar hasta la muerte.
Brillantes como la mirada del amor,
opacos como el otoño más solo,
en el cestillo están, redondos o alargados,
dedos que el color se cortó de aburrimiento,
pezones que la primavera multiplicó en los días
en que el alba más antigua
creyó haber perdido la leche de la luz.
Por la avenida donde el viento
desemboca en la vida,
juntos se van, encima de todos, aterrados
de haber perdido el árbol y el gusano,
el pedestal que erige la memoria.
[1960]

ira doméstica

Gavilanes y buitres de azufre


vienen a picotear el indefenso corazón.
Bailan encima del arroz en la mesa,
vuelcan el pan y desbaratan los volantes de la lechuga
y hacen temblar el agua contenida como una rosa de diamante.

Atraviesa la sangre, sutil, su líquido veneno,


como pluma de fuego un río escondido en la montaña.
Desata los nudos que teje la dulce mujer del ánimo
y rueda bajo el aleteo
la más dura margarita antigua, como un broche.

Cómo brilla el oro disperso de su polen


y qué inerme luce la pureza de los pétalos separados...
[17/3/1958]
los libros

Nacen cuando todos los demás


van de un lado a otro
y moviéndose
hacen casas, recogen dátiles, pintan flores azules,
lían tabaco, forjan el metal
con manuales estrellas,
pulen y alzan la piedra,
.
92 y de pie ante el rumor fluvial de los telares
tejen la seda, el lino, el algodón, los colores
y sueltan en el mar y en el viento un navío.
Así nacen, lo mismo
que cuanto une a los hombres;
la oración y la guerra,
la cosecha, la paz y la belleza.
Exilados del movimiento
nadie los descubre en su recinto,
unidos por el nombre
como por la consigna.
Y no asusta su ascética hermosura,
su jazmín apretado de misterio,
su silencio de hueso.
Saben que la cima es del relámpago
y la frente es el alba y el crepúsculo.
El tiempo irgue su cuadrada mazorca,
teclado vertical,
infinito sonido de la palabra
que ahí se borra concentrándose,
quieto,
hasta que abrimos su abanico ilustre,
su pórtico en arco.
Entre las soledades se descubren,
ya rodeados del mundo donde son Dios.
Y crean.
[1959]
.93

la ausente

Ella no está frente a los candelabros y la mesa


ni cerca de la flor ni de otro aliento.
Aunque la mires
y tu mirada quiera ser la llave;
aunque la llames y su voz responda,
aunque todos la cerquen, salvadores,
ella no está entre nadie. Está sola. La ausente.

Casa de los fantasmas,


pueblo de alucinados,
mundo de amor perdido.
No está contigo, sí, con ella misma.
Y aunque la lleves a otro azul
y reunidos en el coro marino la veas jugar
y cante
como un niño que huyera de su casa;
con la memoria abierta gota a gota,
repasando esos días y no estos días
de maderas sonoras y ventanas;
como si contemplara caer hace mil años
la misma hoja, lentamente, en el aire;
lúcida, absorta y sin embargo triste,
desposeída de su origen, sola,
siempre estará, por ese amor
como un abismo azul,
vacía y profunda.
[1956 / 1962]
la aguja

Es el único vuelo detenido.


Vías del aire o del mar o de la tierra
la velocidad es metal.
Y el hilo y la seda y la vida
se van con ella,
tensos o enredados.
De la despedida a la distancia
.
94 nada como ella reduce
el tiempo.
La hebra a veces quiere detenerla
como nube a relámpago. Mas,
ella atraviesa materias como instantes.
En ella se origina el movimiento
y la mujer guarda sus secretos
temprano.
Audaz, recta y despierta
de un solo ojo insomne,
duende, monstruo brevísimo
con un solo pie,
nadie conoce como ella
la intimidad
de todo cuanto
al cuerpo ha de volverse
adicto.
[1963]

instante

Tengo el corazón cansado


de correr detrás de las escobas.
Ardiendo, con él aliso el tapiz de la melancolía,
mas, no se evapora así su antigüedad
ni recobran color las figuras que embellecieron los muros.

Mi corazón jadea, cansado, sobre las escobas.


Persigo los ratones que amanecieron royendo
los manteles del alba.
Mato alimañas
y desalojo de basura y rastro
el día.
...
Mas, qué implacable polvo cae sobre las cosas.
Mi corazón se cansa.
Y sueño de soslayo con el mar y la estrella.
Sin embargo, en esta vacación debo pagar un muro.

Pobre mi corazón entre mis huesos,


como un globo rojo enredado en un árbol
y a la llegada del invierno...
[10/2/1957]

.95

antes del sueño

¿Quien os dijo que tengo


quebrada en la cabeza
aquella luz que yo os pasé naciendo?
¿Quién quiere, contra mí, veros incrédulos
para que en vez de amor deis abandono
y sintiéndoos crueles
me estrujéis en el rostro
el más puro éxtasis?

No desechéis el ramo negro de intemperie,


la hoja seca volando desasida.
La primavera, en uno, durmió
con sus dos senos descubiertos.
Y a la otra la desprendió del árbol un viento
que fue dueño
y se disfraza
y vuelve…
[6/11/1955]

las tijeras

Garza de acero sin alas,


nada le parece más puro ni más suave
que el amor del algodón sobre los campos.
Y ha dedicado su soltería
a cortar todas las esperanzas del hilo
desde antes de nacer en los capullos.
[1960]
sumisa

Aquí está el vaso de agua fresca.


Te prometo hacer silencio con los niños.
Tú lo sentirás alzándose, cuidándote,
maravilloso, alrededor.
Podrás dormir, soñar lo que tú quieras,
leer el gran cuento de los días
bajo la luz que encienda tu deseo,
.
96 comer el pan, tomar la leche
y el vino de los celebraciones,
apaciguar el enojo de la ciudad
y del horario
y alzar la voz.

Porque tú eres el Dueño.


Porque tienes un anillo cerrando el vínculo.
Y yo te amo.

jóvenes

No creo aún que habéis crecido.


No lo creo hasta cuando reventáis las palabras
contra mi frente y contra mi corazón
y untáis de miel violenta
y plumas mojadas en sangre
la memoria,
que os quiere todavía pequeños
para no sentir tan antigua mi tristeza.
[1959]
un canario

Su soledad que canta llena todo el instante


y el espacio,
se sale de las rejas, va a los rincones de la casa,
se detiene en las huellas del día
y alcanza los más hondos estratos de la noche.
Acompaña a la Dueña en su labor:
limpiezas y tejidos, la costura y los caldos,
asentamiento de agua y espuma entre maderas .97
con raíces y tallos penetrantes,
natural homenaje del perfume.

Ya ella le dio el reunido grano,


la hoja fresca,
el agua que apenas un momento está en la mano,
para él, sin embargo, océano, río, fuente, lago,
gota de rocío engrandecida para poder entrar en ella,
en su recinto de cristales dóciles,
donde las plumas partirán el gajo de frescura
en dehiscencia de iris.

Ahí está sometido. Última instancia en su redondo viaje


por el cielo,
apagado lucero musical robado a selva y árbol,
a nido y a bandada,
prenda de la animal ternura
que la Dueña contempla sometida
como luz detenida en un anillo.

Si fueran dos en mutua compañía


qué cantos rápidos, qué inquietud conjugada,
qué manera de amor y crecimiento
contra hierro y maderas y cerrojos y vidrios,
qué lección más fugaz y vibradora,
qué notas amarillas y doradas,
picotazos del vínculo,
ración de vuelo nunca consumida.

Oh, fruto desplegado y pequeñísimo,


valva que se abre y cierra
por la perla del canto, liberada,
abanico de infancia
junto a los aleteos más grandes, más antiguos.

Su ovillo de rumor destrenza el hilo


del costurero en que el color reposa,
crea un frenético ámbito,
impalpable matiz de canto y vuelo.

...
En el canto está preso, en el volumen,
en la piedra, en el hierro, en la armonía,
universo instantáneo y egoísta.
Sola palpitación. Sola insistencia.
[1961]

.
98

a mis zapatos

Vamos. Llévenme por otros caminos.


¿Solo conocen estos?
¡Si ya perdí el sentido,
sean ustedes rumbo y llamamiento!
Una pesada enredadera cae en torno
y muero entre perfume y laberinto.
¿Qué piel de bestia artificial y dócil
no los llama hacia el campo?
¿Qué hilos los apartan de otras huellas?
¿Qué telas, qué tijeras, forma y clavos
no los hacen sentir pie peregrino,
inquieto y mío,
en soledad buscando la alta lumbre?
Vamos. Lo ordeno.
Al baile del color en las esferas,
al duelo de la esfera dominada,
al espacio y su puerta donde el número
tiene llave de luz en la cabeza.
Más allá de esta constelación
de miedo y de esperanza,
más acá de los muros mortales que escarnecen,
más cerca del amor en toda cosa.
Como si fuera cierto que pudiéramos
vivir así y andando.
Sin muerte ni reclamos.
Como en campo de espigas y amapolas,
sin espinas ni cuervos ni serpientes.
[1962]
cuerpo solo

El olvido crea fronteras en el lecho donde el aroma


deposita sus ofrendas.
Por eso el descanso es tranquilo,
plenitud conocida,
dulce cerrojo impalpable que ya no junta llave alguna,
mientras seres distintos cruzan el país donde el sueño
instala su hospedaje sin monedas,
la peregrinación que no pregunta vías ni conoce estaciones. .99
De la rosa apenas queda la imagen en el aire.

Si más allá despierta un gallo la última madrugada,


un temblor dorado levanta su espiga
solitaria frente al horizonte,
allí donde el sol desnuda las cosas
para decir después, en el crepúsculo,
que le pertenecieron.
[1960]

fin de año

Todo está en orden.


El árbol iluminado,
los manteles para la cena,
el vino y el pan de la Navidad,
todo cuanto es materia dispuesta desde el ánimo,
ordenado para la víspera de la última noche
que escribe el calendario.
Todo está dispuesto. La familia
armoniza las cosas. Y la madre
preside melancólica
los brillos renovados,
la transparencia limpia y el aroma.
Recuerdo días
que ya son solo un número,
pausa en la meditación.
Bajo el jazminero que suelta una estrella
en el último alcohol de la tarde, recuerdo.
Y cierta paz
deja caer sobre mi corazón su levadura,
un color de crepúsculo en el río.
Cuando viene la sombra
...
entro a la casa nuevamente.
Después de medianoche
advierto que no queda en mi lecho
ni siquiera la arruga del día, obligatoria.
[1962]

.
100

el huso

Va y viene como un pez de fábula, embalsamado.


Y no se cansa de tejer los encajes de la ola,
empeñado en cubrir su desnudez.
[1958]

aquel caballo oscuro…

Tuve deseos de ir a buscar aquel caballo oscuro


—¿recuerdas?—
que vimos una tarde pastando en el camino,
rodeado de torcaces y perdices,
salvaje, libre, solo.
Y andar en él hasta más nunca
a ver si así la madre perdía en mí la figura.
Tuve deseos.

Eso fue el día en que la familia


por primera vez se sintió grande
y me aturdió a gritos
a mí
y a la casa, por dentro.
[1959]
el apartamento

El cuadro que cuelgo de esta pared


en verdad está sostenido en la pared del vecino.
Cuando veo tan quietas las mesas,
con flores o libros o teléfonos o radios y TV,
pienso que deben pesar
en la cabeza de la familia
del apartamento de abajo.
Porque su techo es mi piso. .101
Y cuando paso la escoba, la mopa,
o restriego el cepillo de la aspiradora sobre
las alfombras
o sobo las baldosas
con la pulidora
maquillando su rostro de impertérrita lisura
opaca,
imagino que el bello peinado de mi vecina inferior
se alborota,
se convierte en una cabeza de medusa,
que no alcanzan a tranquilizar mis afanes
sus tentáculos, desesperados
bajo el peso de toda mi casa, encima,
¡qué modo de vengarse cada quien
de su prójimo,
viviendo y muriendo y haciendo
cuanto place y obliga
encima de los otros, impunemente,
candorosamente, sin premeditación
ni alevosía!
Ni las enredaderas son tan perversas.
Ni los altos árboles ni las montañas
ni el volcán
ni las lluvias
ni las olas sobre las playas
son capaces de tal infamia.
La naturaleza les ordenó una gravedad estática
pero no es el árbol el que ordena al fruto
caer sobre la hormiga,
ni la tormenta ha recibido órdenes
de deshacer las siembras
ni el volcán de avasallar con su incensario iracundo
las viñas,
y amasar los pueblos con sus niveles cayendo,
como con un rodillo de fatalidad.
Pero los hombres.
Qué manera de hacerse la guerra hasta en el instante
de la propia morada.
Así, el pan que alguien puede comprar arriba
ha de doler abajo, como una injusticia.
Y la flor traída a este piso superior
...
ha de doler en el número de abajo
como si arrancaran a la inversa
su raíz.
Y todo elemento o don,
pertenencia o gesto,
encima unos de otros,
—siempre encima—
es esta violenta y sin embargo pacífica
posesión de la vida.
Y el amor. Y la alegría. Y la esperanza.
.
102
Qué cruel es el amor de la pareja
de un piso
si arriba o debajo
se pudren las entrañas de los solitarios.
No hay apartamiento en estos agujeros
donde el hombre guarda su sangre.
Aquí en la paz como en la guerra
todo está junto,
en la promiscuidad cobarde
por la sobrevivencia.
[1965]

las alfombras

El bosque y los jardines


y las grandes extensiones terrenales están aquí,
aplastados por el pie del gigante que cruza la montaña.

Alguien somete los orígenes y olvida los rebaños,


las crines del caballo relumbrando en la tempestad,
las fibras escondiendo sus cabellos
como mujeres desnudas tras los árboles del río.

No se mueven, no pueden moverse las pieles eléctricas


de las panteras,
ni se estremecen de rumor los altos bambúes
ni los juncales tiemblan bajo las alas de las gaviotas
ni silban los vientos ni el fuego cuando los animales llaman
las antiguas deidades verdes.
...
La transparencia viste una saya de mengua
y la ola ha alisado sus magnolias
y los brillos quemaron la turgencia universal de los escudos.

No canten aves ni alumbren soles ni lunas.


Existe materia,
esclarecida tanto que no llama sentidos,
exhausta, inerme, sola, como piel de grandes leones,
temblor furioso y puro y natural muriendo,
gran fiera doblegada.
[1959] .103

en mi habitación

Aquí están mis zapatos, con la forma


de los pasos y el pie que los dispone.
Aquí están mis vestidos, mis blusas y mis faldas
y mi ropa interior,
liviana y sencilla como una campánula silvestre
ya marchita,
mis medias que olvidaron las orugas
y han conocido antes la máquina y el ruido,
y después el latido y la huella;
mi paraguas, lánguido capullo, calabaza
del color del durazno y la cayena,
oh, mi mejor amigo defendiéndome
del cielo y su arrebato.
Espejos, libros, memorias de los viajes,
la música viniendo desde lejos,
su posada mariposa libérrima,
un lecho donde el sueño solo es más sueño,
una lámpara antigua de la abuela materna,
una diversa advocación de vírgenes
para la belleza y por los hijos, para la soledad,
esta máquina de escribir que llena de picotazos el silencio
como una gaviota furiosa y hambrienta
contra la huidiza verdad del mar,
este olor que de pronto se viene del jazmín
del jardín, desde la calle
a pelear contra el mío y mis perfumes
saliéndose de mí o del armario abierto.
Y retratos.
Y la vida haciendo ruido adentro y en torno
en cada día que pasa.
[1962]
.
104 devociones de altar

¡Mis parientes celestes!,


tan lejanos,
tan bondadosamente inaccesibles,
que solamente me une a ellos
lo imposible:
la esperanza.
[1965]

pared

Te libro de espantos con el color.


Provoco tu bestia vertical que no sabe sonreír
ni avasallada por la dulzura.
Te regalé una madonna,
un bosquecillo de acuarela
y la rosada terracota de zodíaco
para que olvidaras las piedras de Jerusalén,
los amantes enterrados vivos,
la roja acometida de los ejércitos.
Sin embargo, me cierras el paisaje.

Mas, te abriré una puerta


y serás, sin quererlo, la boca que alimentará
de libertad el corazón de la noche.

Aunque en mi voluntad ahora la sangre


como un esmalte oscuro, brilla.
[1957]
la tormenta en el campo

En el atardecer el cielo fue una inmensa


hoguera apagada.
Humo de nubes aureoló mi cabeza
sobre la profundidad genésica del mango.
Y no bastó que el sol levantara el arcoíris
porque el viento desmanteló el color
y los jirones desaparecieron en el remolino celeste.
Temblaban las nubes como las barbas de Dios .105
cuando es su furia.
Y una rápida golondrina no alcanzó a suavizar
el estremecimiento.
Del índigo al gris hubo la misma distancia
que de la primera gota de lluvia a la copa del árbol.
Una cerrazón oscura amasó plumajes como lagares,
alas como velámenes, cabezas de viejo como espumas.
Yo miré lo que miran los niños
en aquella pizarra de tormenta.
Un susto de libélulas
súbitamente se disolvió en mi pecho,
azotado por un erizo de azufre.
Seguí mirando hacia arriba, hacia el horizonte
cada vez más oscuro.
Una urgencia plúmbea sofocaba el largo itinerario
y el viento se destrozó los costados
contra las esquinas de la casa
atajando las frías bacantes extraviadas
de la lluvia,
su niñez perseguida por un inmenso toro de amatista,
su gran lirio al que la luz no pudo
devolver el calor de los orígenes.
Detrás de puertas y ventanas cerradas
oí la caída múltiple.
Y en un rayo a mi espalda
el equinoccio entero, quebrándose.
Fue como si Dios hubiera confesado que alguna vez
a él también se le rompen los nervios
con tantos ángeles en el cielo.
Y sale a dialogar con Satanás.
[1959]
el anillo de bodas

Mientras más limpio está el oro del joyero


para el anillo,
el anular
de la que fuera novia
se volverá más delgado con el tiempo.
Porque los días van pasando alrededor
con su ácido rozando el pequeño horizonte.
.
106 Y el metal, como llama soplada por un viento continuo
se adelgaza, mas, no apaga su brillo
de esplendores antiguos.
Adentro el nombre permanece.
Y cuando ya él no está
de repente un día lo descubrimos
sin quererlo,
como el título de un reino desconocido.
Entonces el anillo pesa
como una generación de noviazgos perdidos
y es una llama viva quemándonos,
sin morir, en las manos.
[1957]

presentimientos

La muerte
tiene diversas maneras de anunciarse.
¿No las conoces?
Entonces no has callado,
no has guardado el silencio
que anuncia su palabra.
En tanto hablar y hacer
has abierto una cáscara vacía,
has perdido la almendra de la vida.
Hay que callar. Quedarse
tendido, inmóvil
frente al toro después de las heridas,
que husmea la tierra ensangrentada
y cree así en la muerte,
solo por la quietud.
Hay que quedarse quietos,
por instantes siquiera,
...
como si de veras hubiéramos muerto y solo
el aliento se hablara con el aire
alrededor.
Porque ese es el silencio que descubre
la manera del saludo mortal
que llega crujiendo en las maderas,
saltando entre los cuadros de la casa,
agrietando los muros finamente,
como una vena abierta en piel doméstica,
várice de intemperie,
mas, capaz de llevarnos entre sus rojas manos .107
hacia la otra más morada interior
de la casa por dentro.
[1962]

broches y botones

La materia sintió la muerte sucesiva.


Hizo con ramos de alcanfor un aura pálida
y en los hombros de las diosas
que solamente conocieron el broche de las túnicas,
redondeó lunas de azafrán y de nácar,
pupilas de esmeralda,
un añil de arabescos asiáticos
y todo el polvo que cernieron los astros
sobre las escamas de los peces.
Después las nubes giraron en aros purísimos
y la luz se hizo opaca, como una voz amanecida.

¿Qué podía juntarse en tal desequilibrio?

El Ama, con la aguja, cierra un tiempo infinito.


[1960]
.
108 en el fondo del espejo

Detrás de ti
hay cualquier cosa menos tú misma.
Ni tu vida.
Muro, cuadro, color, objeto, luz o sombra,
algo, que no tú misma.
Y por ello no puedes ver.
Tendrías que estar atravesada de ti, menos profunda
y clarísima,
dominando el destino,
el pasado, el presente,
ayer, hoy,
para poder mirarte rostro y espalda
fuera de ti,
como desde la muerte
la vida.
[1961]

cuadros

Invitados de voz estática, reiterada amistad indivisible,


alguna vez alguno ya fue mío
con su temblor elemental de imágenes,
brotando del pincel, puros y opuestos.
En torno están y me acompañan.
Libros abiertos son, alas de mariposa abiertas.
Eternos elementos
sin morir, sin vivir,
allí sujetos,
horarios del color y el amor que nunca pasa.
[1961]
las cortinas

El Ama prende una corbata de pintor a los ladrillos.


Extiende un faldellín de encaje y muselina
recordando el origen.
Declara el pudor ante los vientos vagabundos
que rodean la casa.
Muestra a los vecinos sus banderas pacíficas.
Ofrece su telar,
su arpa textil a sol y a sombra. .109
Y vive entre la temblorosa columnata de seda
que un día de carnaval alforza
en el talle pueril de la familia.
[1957]

asuntos...

Pero el amor tiene sus asuntos,


mucho más bellos en la soledad,

Mas, si allí está él, esperándonos,


si allí está una, esperándolo,
no hace falta nada más.

Y ese es el único grande asunto del amor.


[8/7/1958]
mesa con lotos

Ha de llegar el día en que poco a poco


me sumerja en la tierra
y esté rodeándome su palomar tranquilo,
y juntos compartamos la mutua incontinencia del despojo.
Ahora, todavía,
igual que esos lotos purísimos,
ebrios de la claridad sobre la fuente,
.
110 desnudos, ávidos en la conquista del resplandor
y entre la noche ciegos, cerrados en el gozo del florecimiento,
resistiendo la sombra y el olvido,
espesos, solitarios, breves de superficie,
estoy como ellos, por el agua, viva,
por el verbo, sedienta,
y por amor y poesía, quemada,
y del color de las magnolias muertas.
[1955]

ceniceros

Ahí queda el más pequeño fuego


de la cerilla, cuya cabeza
ardió en rápidas imaginaciones.
El Ama no permite que permanezcan llenos
sus pequeños sepulcros.
Recuerdan demasiado a la muerte
y le duele el campo vivo del tabaco, lejos,
entre abejorros y sol y manos diligentes.
Él podría venir por la noche
a reclamar sus grandes hojas frescas y verdes,
robadas, maltratadas, enjutas de retorcimiento,
como las doncellas de un pueblo saqueado
y vueltas leyenda apenas.
Porque ella alguna vez recorrió el campo
y conoció la flor estremecida en la axila vegetal
los libra de imágenes,
como sí se limpiara el rostro cada noche.

(Mirándolos advierto, sin embargo,


que encima de mi frente no he podido aventar
la terrible ceniza).
[1958]
paseo en el crepúsculo

Con alto espejo de oro, el ocaso


llama en el desaparecimiento de la luz.
La tierra sostiene su teoría de espigas trémulas
en la orilla,
sus flancos abiertos a la brisa de la tarde
en las cercanas colinas,
la sombra de los árboles que repite
la cabeza de Otelo sostenida en la más pura soledad. .111
Pero no pueden esconderse a los ojos
los altos cielos de ceniza,
el pasado cenit que ahora cae con lenta ala plúmbea.
Hacia el ocaso están los primigenios fuegos.
Y distraen la jauría nocturna los palmares
erguidos en los límites donde la yerba mantiene sometidos
sus plácidos dominios.
Un vaho de oro junta las eminencias vegetales
y arden coronas en un fugaz reinado de iluminaciones.
Mas, acosan los desvanecimientos del atardecer
abriendo las alas
en un inmenso cielo luminoso.
A cada estrella aparecida
las formas celestes diluyen sus itinerarios.
Y cuando la noche junta sus párpados de obsidiana,
todavía en el horizonte perdura
algún destello,
un broche resplandeciente
como el ojo de un águila fabulosa.
[1958]

lámparas en la noche

Las constelaciones mantienen con fuegos estelares


el pespunte
y las lámparas de la ciudad arden como pavesas del incendio,
suspendidas.
No hay brisa que las vuele. Permanecen inmóviles.
El resplandor atraviesa sus pulpos de vidrio,
anillos de planetas fijos,
transparente cepa de tuberosas;
y un ordenado vuelo se define,
...
un universo de criaturas estáticas
y de símbolos perdidos en la tormenta.
Asisto al crecimiento de sus hongos brillantes
y conozco, por sus ojos de búho,
abiertos de estupor ante el prodigio.
Porque la luz es fiel tras las puertas
y resiste el duelo con la aurora.
Un campo de girasoles dispersos sigue alumbrando la noche
cuando el sueño ajusta su máscara a los rostros.
Y después del sol,
.
112 en su dorado esmalte se mantienen,
erguidas en la clara maravilla.
[1951]

acertijo del pañuelo

Las lágrimas y la moneda,


el color y la yerba y el saludo
en él se juntan,
y el encuentro es opaco, salobre, fácil,
y sella sobre su extensión los convenios de la temporalidad.
Una llave resbala llena de promesa
cuando la envuelve, como al secreto,
como zumo y aroma a las astillas.
Toda faz en él puede ocultarse.
Pero no sirve para recoger las palabras
sueltas furiosas sobre tu pecho.
El algodón mira en él un planeta
con cauda de perfume.
El viento puede arrastrar su cristal
de nieves vegetales.
En la casa es el único lirio abierto de golpe
por la mano doméstica.
Y es el único rostro que puede borrarse las arrugas.
[1961]
la puerta rota

Óxido y humedad se comportaron


como ardilla y pericos.
Lenta rabia verde, aguda ira parda, a picotazos
y colmillos aflojaron los hierros,
horadaron madera, desencajaron el párpado
de la puerta.
Cruje cada vez que debe abrirse contra el piso
y hay un chillido, algo .113
como alguien herido,
o filo contra objeto, impasible materia
que sin embargo suena.
De la pared se viene a rastras. Cuelga
como un día quebrado que no cae.
No ha podido arrancarla la rutina,
su afán moviéndola.
Nadie debe arrancarla.
Por la noche, sin ella,
podría alguien entrar a nuestro sueño.
Y nadie respeta el sueño
sino quien sueña.
Y de pronto, por ella abierta,
también podrían oírse hasta el desvelo
los tallos delgados de la enredadera
rozar contra los muros
y ya eso bastaría para que el olor de las maceraciones
despertara olvidos y cansancios.
No me culpes a mí. No es culpa de la Dueña
que en la casa haya alguna puerta rota.
¡Si no fui yo!
Fue el viento.
[1961]

nacimiento del dedal

En la aurora la flor nunca se cubre la cabeza


y el rocío la descubre y la doblega,
la hace tocar la tierra con las sienes,
y el último lucero la traspasa
con su espina celeste
en la gran reverencia.
La noche usa por eso
el dedal luminoso de la luna.
[1961]
la máquina de escribir

Un abanico abierto yace al fondo del metal.


Su varillaje de alfileres juntos sostiene, cada uno,
un corto vuelo embalsamado.
Mas, nada vale la soledad de un ala.
Solo por la reunida fuerza,
en el relámpago de la danza y sus huellas azules, rojas, negras,
por el orden sonoro que desgrana la más sorda
.
114 constelación del hombre
—y sin embargo, la más brillante y alta
sostenida sobre su cabeza castigada
por el inmenso poderío—,
el alfabeto ahí se somete,
ahí obedece al ángel tiránico y rebelde.
Por el pensamiento revive la breve dinastía,
la dispersa realeza coronada.
Por ella y por él, juntos,
el universo se llena de rasgos,
como si fuera un otoño antiguo,
sacudiéndose.
[1959]

flores en los floreros

La danza nació en el pie de una flor


y los minerales adoraron la suavidad
y juntaron sus manos para contenerla.
De fuego y disciplina los giros salieron
en multiplicada romería.

Y no hubo forma imposible negándose


a recibir la dimisión de los jardines.
[1958]
imponderables .115

Será así. Como gustéis.


De hortensia a cebolla,
de capullo de lirio a cabeza de ajos,
de granos de arroz bulliciosos
(¡todas las hojas secas del verano pisadas
por todos los seres vivos del mundo!)
hasta los gusanos blancos de la basura.
Y la náusea.
Será así.

Quería una casa de piedra junto al mar.


Quizá se oiría la sangre como roce de trinitarias.
Bajo el viento de uveros sacudidos,
entre caracoles y guijarros cuando se va la ola,
sueño y descanso como si ya hubiera regresado
el domingo de la creación,
después de una sopa de letras de periódico,
de miles de semanas escritas bajo un temblor
y un sudor de premiosas transfiguraciones.

Una casa junto al mar.

Pero no fue.

Y así será. Como gustéis. No importa.


Puedo decir que he tenido la poesía en las manos
como un ave-del-paraíso. O arco-iris.

Seguirá siendo como gustéis.


De las alas ya conozco el momento
en que las corta la muerte.
Y cómo queda el vuelo intangible
sonando en nuestro pecho.
[16/2/1959]
el olvido

i
No mira. Es ciego.
Aquel azul con que nos abrasó los ojos
cuando fue amor,
ahora es línea fugaz,
atavío de borroso color
que cruza, rápido, la calle.
.
116

ii
Si no perderías nada
—celoso infiel de la memoria—
solo por encontrarme.
Del fondo de un espejo surgiría
ante ti, si me miraras.
Y te verías
otra vez rescatado y generoso
como eras.
[25/4/1964]

admonición del espejo

Detrás de ti solo verás las cosas,


otro rostro, otra imagen, no a ti misma.

Detrás de ti, algún muro, cuadro, color, paisaje,


algún objeto inmóvil cubriéndote la espalda.

Eres como la luna ante el espejo.


Tu espalda está mirada de otros mundos.

No te busques aquí, en esta claridad tensa y brillante.


Advertirás apenas los rasgos del pasado ahí presente
y la certeza de morir.

Y no te mires más.
Ya no te mires.
[1963]
ventana
.117
i
El marco sostiene un lago vertical
donde mora una corola inmensa, sin raíces.
Por ahí rueda el cielo su ánimo,
el día de verano coloca una piedra resplandeciente
y la noche de invierno mezcla fósforo y amatista
y esconde a Dios en un guante de aluminio y de miedo.
Pero la memoria está en mi casa antigua,
aire de las mañanas con niños y zarandas,
cielos del mediodía con brillos insolentes,
la brisa de la tarde entre un olor de orquídeas,
y la noche, la noche de fuego húmedo
quemando el alto helecho de las constelaciones.

ii
La ventana es la única agua donde puedo permanecer
sin morir,
columna transparente,
puente que encuentra en la orilla
el principio terreno,
boca de la sorpresa,
campo de aliento.
La nostalgia y los sueños en ella son cortinas adentro;
y afuera
alas,
y hojas secas,
sonando.

iii
Pero en esta
como en un globo gira la luz redonda e infinita,
y el otoño es un ramo de brisas, arrastrado,
la cerradura, clavo de amor antiguo,
y a través de los vidrios oigo girar el mundo,
miro girando el mundo
detrás de este par de alas, azules, ciegas, fijas.
[1957]
la sombrilla

Una victoria regia,


un loto inmenso,
gran rosa de montaña,
hoja de árbol de pan,
ala redonda,
platillo de seda voladora,
múltiple abanico,
.
118 sombra sobre el oriente, girasol,
luna de inmensa seda poseída,
estrella y sol que toco con mis manos,
copa de aire, regazo contra el fuego,
mano del viento,
pétalo terreno
que el tiempo abre como una sandía,
liviana y simple y siempre fresca,
lluvia en suspenso contra la caída.

(El tiempo cae, sin embargo, irremediablemente).


[1964]

cartas guardadas

No tiene aniversario el esqueleto.


Y el olor del papel en vez del hueso
y del hueso el color
y cuanta esencia ahí quedara detenida
la cierra blanca tela cosida por mis manos.
Para que no se escapen las dulzuras,
para que me acompañen siquiera ahí,
guardadas.
Con hilo nuevo zurzo de nuevo las costuras.
Su forma tan pequeña me da completo el tiempo.
Una caja, una simple caja
que pudo haber guardado mis zapatillas,
eso es lo que está lleno de escritura.
Las ciudades, la casa,
ahí palpitan, tejen su red, su cárcel
con las puertas al sol
y clausuradas.
De mis manos a otras y de un país a otro
...
una vez y otra vez conocen el exilio.
Ni uno de esos sollozos, ni una de esas vigilias,
ni uno de esos éxtasis se quedó en el camino.
Están ahí guardados,
están ahí diciéndome que me aguarda la muerte.
Y mi cabeza cae, sobre mi sangre cae.
Y creo los nuevos signos del breve cementerio.
[30/1/1955]

.119

sábado

Cuando quieras tener tu casa limpia,


no busques brillos con agua y aceites
ni buen olor con ramas
y cortinas recién lavadas.
No.
Ama mucho tiempo, largo tiempo,
inmensamente.
Haz día la noche,
fuego la hora,
razón la impaciencia,
objeto la dádiva,
fin el encuentro
aunque entonces no digas nada
y mires el punto de los pensamientos en el techo.
Y nada más.
Pero cuando llegue el olvido, de pronto,
como un vendaval en primavera,
o el sol en la niebla del otoño,
y sientas que te quiebran los huesos,
que te abrasan el alma,
que te deslíen espinas en la sangre,
que en tu cabeza hay un anillo girando,
torciendo nervios,
burlando memoria con implacable brillo,
entonces anda despavorida,
recorre los rincones, ve la ciudad de este a oeste,
grita, gime, no duermas,
deja que el llanto sea como un campo de maíz ardiendo
rodando desde detrás de tu ojo;
álzate, cae, espera, razona como un hombre, ciégate como bestia,
...
toca en la hoja el tiempo y en el llanto la muerte,
suplica, increpa, arrástrate,
exige hasta la ira,
que después, un buen día,
un día martes o sábado después del rompimiento,
con aserrín tendrás colmada la materia,
te sentirás vacía, otra, vacía y naciendo,
casa limpia sin dueño,
y tú, Dueña,
sin serlo.
.
120 [3/6/1955]

el abanico

Como la luz si se abre.


Bello cerebro, amable pensamiento,
compañía sostenida,
horizonte de viento prisionero.
Erguido, solitario, el varillaje
ha rumoreado desde el nacimiento
su origen de gemelo de las manos,
su sola identidad de estío y de hoja,
de espada contra lumbre,
de palmera tronchada y de rocío.

Solo en su campo mínimo han podido juntarse


las barbas de la espiga, tan tranquilas...
[1963]
.121

recado

Toca, sí, la puerta. Y dime la más grave verdad.


Mas, no me digas que hallaste afuera el sol radiante
porque si vienes,
será para hallarlo aquí,
en su gran esmalte sonreído.
La alegría es un viento fuerte
y en él se viene la hojarasca
y en ella la superficie muerta de la tierra,
la brizna de la muerte universal.
En cambio, ¿has visto la incambiable limpieza del mar,
la mano inconforme del agua dibujando
los viejos mascarones del naufragio?
¿No recuerdas cómo alza y sustituye el velamen
innumerable de la ola,
y en el otro segundo cómo deja
solo uno de los caracoles
que desde la alta mar busca el reposo último?
El perfil del pescador que ahora guarda la sal
gira en el anillo roto, dando vueltas
al pie de las lámparas marinas.
Ven a contarme en el crepúsculo el cansancio
de la tempestad.
Yo te recibo.
Mas, tráete una despedida de mendigo amable.

Cruzaremos
escudos voluntarios.
[21/2/1957]
tríptico de la casa y el sonido

i
Elektron obliga.
Servicio de sonidos, cerrado.
Veleta que gira en ciclo
para limpias transfiguraciones.
Agua girando en mediaslunas
o viento hacia afuera, exilado invisible.

.
122 Por número y por fórmula
lavadora.

No lavandera de orilla del río,


cantando entre piedras
y sol y saurios.

Sonaja de vértigo.

ii
Elektron te ordena: aspira.

Silbas, sierpe, sonando;


y engulles la caída,
su vencimiento de ceniza.
Eres otra forma de la hembra
del mundo maquinal.

Cuando me sirves sobre alfombra


resoplas ruidosamente
en la habitación
y los muebles se pasman ante ti.
Inculta.
Ineducada.

iii
Porque naciste para sobar y sobar
suelos como a piel de varón
avasallante,
te pusieron gigante la cabeza
para que puedas resistir
al revés del mundo.

Pie deforme,
mano deforme,
hongo pacífico,
sello corazón de colmena,
que solo sirves en manos del oficio
de la Dueña.
[1963]
antena de tv

Absurdo pentagrama.
Veleta como navío desmantelado.
Árbol para el sansebastián del viento.
Todo
para que suene la imagen,
para orientarla,
para quemar su brasa corporal
fugaz. .123
Alguna vez
interrumpe su texto corrido
un vuelo,
una hoja,
lo que arrastra el viento.
[1963]

asco

Trapo y basura hallarás siempre.


Nervios, entrañas, carcomidos.
Ojos para mirarlo,
manos y oficio para su acabamiento,
ningún sentido para devolverlos
al origen,
ya en ellos sola memoria.
Trapos, basuras, gusanos,
hojas secas, desperdicios,
cabellos como telarañas
en el viento.
¿Una flor?
Cómprala.
Hasta el jardinero trae a la puerta
su cuota de mezquina indiferencia,
se regocija si el gusano cae
—azufre devorante—
y sonríe
pensando en más trabajo
y más monedas.
...
Combato —solo yo— la ruina en el jardín
entronizada.
Polvo sobre las cosas,
sobre una misma
como sobre las cosas.

Entiendo ese quererlo todo ya vencido.


Es la única manera de olvidar la belleza.
[1965]

.
124

exposición

Me llamaban los girasoles.


Aquel gran viento
que destruyó en el tiempo los que vimos
florecer a lo largo del Sur,
es el mismo estático que aquí
desbarata estas oscuras corolas
de verano y de fecundidad
ardiendo en un solo matiz,
mientras los pistilos,
los estambres,
las esporas
—toda esperanza—
vuelan atormentados como una
bandada de estrellas en la tarde,
enloquecidas.
[1965]
ausencias .125

El avión, altísimo, sonando


entre plumajes de humo,
fue un sombrero ridículo
en la inmensa cabeza de la tarde.
[1965]

llaves

¡Qué van a hacer, por Dios!


Si ahí detrás, adentro,
está la casa
y la vida,
¿a qué pedirles que salgan
ni para qué mirarlas como son
si son?

De todos modos,
dentro o fuera,
de nada sabrán nada.
La cerradura
es un ojo de Dios.

Y ustedes
¿quiénes?
[29/11/1964]
epílogo
luz machado a los treinta y nueve años [1955] en santiago de chile
nota editorial

oh, mi pequeña lámpara gemela, poesía,


ante quien solamente me arrodillo,
pecadora.
luz machado

Esta edición reúne dos libros de Luz Machado, La espiga amarga [1950]
y La casa por dentro [1965], que a partir de consultas con estudiosos,
lectores y críticos hemos considerado esenciales en el panorama de
su obra. Con ello estuvieron de acuerdo sus hijos, a quienes no nos .129
cansaremos de agradecer su entusiasta apoyo, su confianza y cuido de
cada etapa del proceso editorial.

Ambos libros fueron copiados comparando su edición original —que


tenemos en los anaqueles de Fundación La Poeteca— y la antología
publicada por Monte Ávila Editores en 1980, a la que la propia Luz
Machado incorporó algunas correcciones, sobre todo de orden
ortotipográfico.

Para La espiga amarga contamos con el ejemplar publicado por Ávila


Gráfica, S. A., fechado en Caracas en 1950.

La casa por dentro tiene como sello Editorial Sucre y está fechado en
1965. Esta edición señala que el libro contiene poemas escritos entre
1946 y 1965, que la antología fecha entre 1943 y 1965. Efectivamente,
el poema más antiguo corresponde a 1943, por lo que asumimos
que la propia Luz Machado introdujo esta corrección. Este libro ya
imprescindible en la historia de la poesía venezolana y continental
tiene la fortuna de un prólogo de la propia autora, una suerte de ars
poetica con epígrafes que hablan de influencias, lecturas y homenajes:
Homero, Sor Juana Inés de la Cruz y Vicente Gerbasi.

Con plena autorización de la familia Arnao Machado hemos


actualizado algunos pocos asuntos de lenguaje, como signos de
interrogación y exclamación que cierran y no abren, acentos y otros
detalles propios de la época de publicación original y que, estamos
seguros, la propia autora —vanguardista y precisa con el lenguaje
como era— habría aprobado modificar. Esto, amén de lo que son
obvios gazapos de un tiempo en que los libros se levantaban en
galeradas, sin las oportunidades de rectificación que hoy permite la
tecnología. Sin embargo, nos quedamos con muchas dudas y ante
la posibilidad de irrespetar los textos, hemos preferido dejar ciertos
detalles tal como los hallamos en las dos ediciones y que —como las
comas después de los «mas»— hablan de la entonación de la autora.

Sabemos que Luz Machado rayó y corrigió ediciones originales. Pero


no se halló que lo hubiese hecho en estos dos libros.

Para facilitar la mención de esta edición hemos tenido la osadía de


convocar un título que reúne los dos libros: Pequeña lámpara gemela,
proveniente del poema «Ruego a la poesía», del libro La casa por dentro,
una ars poetica donde Luz Machado habla a la poesía y revela temor a
su distanciamiento, su ceguera, su silencio.

Como parte del epílogo hemos incorporado fragmentos de algunos


estudios críticos ya antes publicados y cedidos por sus propios autores,
así como dos textos escritos especialmente para esta edición por Gina
Saraceni y Reynaldo Cedeño. Hay muchos más, lo sabemos. Estos son
un asomo que ojalá convoque a releer y estudiar en profundidad a Luz
Machado. Reproducimos también tres fotografías entregadas por la
familia, que muestran a la autora en momentos importantes de su vida.
.
130 También ofrecemos un poema manuscrito perteneciente a La casa por
dentro: su hijo recuerda haberla visto escribiéndolo en el aeropuerto
en 1965, mientras una de sus hermanas partía de viaje. Asombra que
no hiciera cambio alguno a ese texto.

Para Fundación La Poeteca es un honor reeditar dos libros


paradigmáticos de una de las voces fundacionales de la poesía
venezolana del siglo xx, poemarios hoy inhallables y que varias
generaciones han leído en fragmentos. Reencontrarnos con Luz
Machado y sus obras en versiones completas ha sido una experiencia
lectora y editorial que nos marcará para siempre y esperamos ocurra
lo mismo con sus jóvenes lectores y críticos de hoy y los que están por
venir. Nos ilumina desde ya el anhelo y compromiso de contribuir a la
difusión de estos poemarios y, ojalá a futuro, de su obra completa.

A la familia Arnao Machado, de nuevo y siempre nuestro


agradecimiento.

jacqueline goldberg
ella, luz machado

Poeta, ensayista, periodista, activista política y diplomática, Luz


Machado Aguilera nació en Ciudad Bolívar el 3 de febrero de 1916
y falleció en Caracas el 11 de agosto de 1999. Vivió en su ciudad
natal hasta los quince años, cuando contrajo nupcias y emigró a
Barquisimeto junto al poeta y político Coromoto Arnao Hernández,
con quien tuvo seis hijos. Más tarde vivió en Caracas y en Santiago de
Chile, donde se desempeñó como agregada cultural. Cursó estudios
de Derecho y Filosofía en la Universidad Central de Venezuela, sin
llegar a culminarlos. En muchos de sus trabajos utilizó el seudónimo .131
Ágata Cruz.

Cofundadora de la revista Contrapunto [1946] junto a Andrés Mariño


Palacio, Héctor Mujica, José Ramón Medina, Eddie Morales Crespo,
Pedro Díaz Seijas, Alí Lameda, Antonio Márquez Salas, Ernesto Mayz
Vallenilla y José Melich Orsini. En 1944 formó parte del primer grupo
de mujeres que lucharon por la obtención del voto femenino en
Venezuela. Fundadora y primera vocal de la Asociación de Escritores
de Venezuela y Miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela.

Su trabajo literario la hizo merecedora de reconocimientos como la


Medalla de Plata de la Asociación de Escritores Venezolanos, el Premio
Municipal de Poesía [1946], un Doctorado Honoris Causa otorgado
por la Universidad de Guayana [1996], el Premio Nacional de Literatura
[1987] y las órdenes Francisco de Miranda [1993] y Congreso de
Angostura [1996].

Colaboró en medios periodísticos como El Universal, El Nacional, El


Mundo, Pregón, La Razón, Fantoches y Ahora, así como en las revistas
Contrapunto, Élite, Shell, Revista Nacional de Cultura, Kena, Nosotras,
Lírica Hispana e Imagen.

Es autora de los libros de prosa Retratos y tormentos [1973], Crónicas


sobre Guayana [1946-1968], Crónicas sobre Guayana [1969-1986],
Cinco conferencias de Pablo Neruda [1975] e Imágenes y testimonios
[1996].

Inicialmente publicó su obra poética bajo la rúbrica de Luz Machado


de Arnao: Ronda [1941], Variaciones en tono de amor [1943], Vaso de
resplandor [1946], Poemas [1946], La espiga amarga [1950], Poemas
[1951], Canto al Orinoco [1953 y 1964], Chant a L’Orinoque [1955],
Sonetos nobles y sentimentales [1956] y Cartas al señor Tiempo
[1959]. A partir de su divorcio en 1961, publicó sus libros firmados
por Luz Machado: La casa por dentro [1965], Poemas sueltos [1965],
Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés de la Cruz [1966], La ciudad
instantánea [1969], Soneterío [1973], Palabra de honor [1974], Poesía
de Luz Machado, Antología [1980], A sol y a sombra [1992] y Libro del
abuelazgo [1997]. Un segundo tomo de Soneterío permanece inédito.
luz machado en diálogo
con juan liscano en 1949

—¿Con este viaje cree encontrar usted un ambiente más propicio


para la creación?
—La creación poética es un fenómeno que se produce en cualquier
circunstancia geográfica o espiritual, cuando se es poeta. Aquí en mi
país, como en cualquier otra parte, siento que podría crear poesía.

[...]
.
132
—En torno a usted parecen amontonarse signos cabalísticos
y extrañas predicciones. Se llama usted Luz, nace el día de un
eclipse y viene de una tierra donde la leyenda situaba El Dorado.
Hábleme un poco de su infancia, de lo que recuerda, de su tierra
natal. Quisiera situarle mejor en mi sentimiento.

Sobre el rostro de Luz pasó como una sombra remota, apenas


perceptible.

—¿Memorias del ayer? ¿Presencias de hoy?


—Lo que usted quiere es que le trace el mapa de mi vida. Tendría que
hablarle de un mundo que tiene por cuatro puntos cardinales al Norte,
el Orinoco; al sur, la Selva; al Este, el Sueño; al Oeste, —hizo una pausa
lenta— el Otoño que me llega…
—Al Norte, el Orinoco y la Esperanza. Al Sur, la Selva y la
Soledad…siga usted, siga.
–Dijimos: Al Este, el Sueño, la Poesía…
—Siga preguntando o contestando, al Oeste…
—No quisiera…
—¿Por qué?
—Por el Otoño.
—Preferiría que se lo dictara.
—Quizás.

Y su voz, honda, trémula, húmeda de resonancias delineó las palabras


en medio de la penumbra naciente:
—Al Oeste, esta interrogante que me llega dorada en el umbral de un
otoño ebrio.

En «Entrevista a orillas de un viaje». Lecturas de


poetas y poesía, de Juan Liscano. Academia Nacional
de la Historia. Caracas, 1985.
la única manera de olvidar la belleza
anotaciones sobre la entraña insomne
de luz machado
gina saraceni

Crece el cuerpo en el campo


fecundo de la estrella
Y el infinito esconde su luz en
nuestra lengua.
luz machado

Entre los años treinta y setenta del siglo xx aparecieron en la escena .133
poética venezolana un conjunto de escritoras que visibilizaron —en
un medio gobernado por el verbo patriarcal y autoritario de los
hombres— otras concepciones de la palabra, el cuerpo, el deseo, la
mujer, la naturaleza.

Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño, Olga Luzardo, Luz Machado,


Emira Rodríguez y Miyó Vestrini son solo algunas de las autoras que
agitaron la imaginación poética de esas décadas, al soltar sus lenguas
para subirle el volumen al canto hasta volverlo un escándalo de sentido
y de forma, capaz de perturbar las lógicas de comprensión dominantes.

De esta estirpe de voces disonantes que alteran el archivo poético


venezolano por medio de sus proyectos estéticos y políticos, quiero
detenerme en la figura de Luz Machado: poeta, ensayista, diplomática,
dirigente del Movimiento Feminista Venezolano y participante activa
de la vida literaria de su tiempo. Publicó su primer poemario Ronda
en 1941 y, hasta finales de los noventa, su obra fue creciendo y
alimentándose de sonetos, poemas largos, diálogos, cartas, crónicas,
semblanzas, testimonios, conferencias.

De su vasta producción poética y en prosa que debería recibir mayor


atención de parte de la crítica, hay dos libros fundamentales: La espiga
amarga [1950] y La casa por dentro [1965], reeditados por la Fundación
La Poeteca en este volumen donde se encuentran juntos como
«gemelos», como órganos complementarios de un cuerpo poético que
hace de la transfiguración y la indistinción el eje de su apuesta estética.

La poesía de Luz Machado construye un universo donde el


intercambio, el contacto, la mixtura, la implicación entre materias
pertenecientes a diferentes reinos —humano, animal, vegetal, mineral,
atmosférico, mítico, entre otros— constituyen la principal operación
de su escritura. En este sentido, el límite que separa los cuerpos en
especies reconocibles y distintas es lo que Machado desarticula al
usar la palabra poética como un flujo que propicia el encuentro entre
las cosas del mundo y su transfiguración. Se trata de una energía
circulante donde la vida se manifiesta incluso cuando es la muerte la
experiencia que se busca representar. De allí que Machado plantee a la
naturaleza —tempestad, mar, bosque, río, tierra— como un espacio
de la germinación proliferante incluso cuando es la destrucción su
mayor manifestación. En este sentido, la misma palabra que pertenece
al mundo de los hombres y a la esfera de la cultura se desintegra
al entrar en este universo de ecos, resonancias y correspondencias
no predecibles, donde se vuelve un sonido indistinto que no busca
nombrar, sino más bien des-nombrar y sacar de las lógicas del sentido
aquello que dice: «Jardines, casas, campos y caminos / corren la misma
suerte de los hombres».

La espiga amarga es un libro donde una voz femenina se transforma en


la medida en que se escribe. El mar es el espacio convocado —«un mar
tranquilo y tierno entregando su pecho / en esa resbalada pasión sobre
la arena»— y el agua, el elemento: experiencia de inmersión, creación,
.
134 transformación donde lo surreal, lo absurdo, lo incomprensible
conviven con lo cotidiano y lo ordinario, dando lugar a un sensorio
diferente al impuesto por la lógica dominante.

Aquí la voz poética «convoca una reunión de hormigas, / una cita


con sus señales de tormenta / para aprender a guarecerme en una
hoja. / Pregunto a los venados / si el estío hizo duras / las vides de sus
cuernos», visibilizando una alianza y cooperación entre clima y animal
que propicia un aprendizaje y un nuevo conocimiento. La guarida en
Machado es «la casa de piedra junto al mar», pero también es la entraña
—de la tierra, del mar, del crepúsculo— donde la poesía reconoce otro
orden de las cosas que abre paso a la interpelación, la repetición, el
polisíndeton como formas de la duración que busca mantenerse como
un gerundio que renueva su inconclusión.

La pregunta por la palabra atraviesa el libro de principio a fin: «su


profundo relámpago se alza de la entraña / y perdura en su flor
amorosa, intangible/detrás de nuestra voz»; la palabra como materia
del mundo, que emerge de la experiencia de inmersión y complicidad
con la realidad, porque «decirlas […] es descubrirnos vivos / porque
si enmudeciéramos / romperían la garganta con su acervo de miel /
de espuma, de esperanza». También la palabra cuyo valor radica en su
capacidad de tocarnos el corazón: «Pero nada vale decirlo si no duele: /
amor, palabra, estatua, mujer, árbol, poema».

La espiga amarga apuesta por construir un espacio de convivencia


donde «todo sea de todos»; un bosque donde la intensidad de los
elementos —agua, fuego, aire, tierra— cante la promesa de la
renovación y la metamorfosis e interpele a todo lo viviente.

La casa por dentro es un libro sobre la problemática femenina


encarnada en la figura de una heredera de la tradición patriarcal
—esposa, madre, hija— donde la misma pertenencia y aparente
complicidad con el sistema familiar y genealógico fisuran el orden del
hogar para abrir espacio a múltiples fugas de esos roles impuestos.
Un libro que reúne poemas de 1946 a 1965 y donde —como dice la
misma Machado en la introducción— aparecen «todas las cosas de
ese mundo íntimo y específico del Ama, la Dueña de casa, en trato
inmediato y continuo con los objetos que la rodean. Por supuesto,
también los sentimientos, la anécdota cotidiana, las emociones».

Aquí a la casa material, reino de lo doméstico, de la memoria familiar,


de los objetos [engrapadora, álbum familiar, florero, aguja, tijera,
llaves, escoba, máquina de escribir, antena de TV, entre otros], de la
rutina y el patrimonio, le corresponde otra casa interior, «por dentro»
[«Tan ambiciosa es la vida cuando la Poesía la reclama para ella como
una casa por dentro»]: la casa de la escritura como cuarto propio, que
se hace con el legado de «la filosofía de la cocina» de Sor Juana Inés
de la Cruz [epígrafe del libro]. Un legado que apuesta por el acto de
cocinar como acción creativa, donde se observa la transformación de
la materia en la medida en que esta se cuece y donde el ama de casa es
la poeta que experimenta y crea otros sabores y mezclas. Casa que se
hace con las dos manos, casa que se amasa, casa que se escribe y casa .135
escrita, casa que se habita en su contra, deshabitándola; casa-entraña-
matriz-escritura que contiene tanto el pasado y sus materias intestinas
[«tengo el corazón cansado / de correr detrás de las escobas»], como el
presente y futuro como tiempos de la acción, el cambio, la resistencia,
la disidencia, la renovación.

Este libro puede leerse también como una historia de la mujer


[venezolana y no solo] asociada históricamente al reino del hogar y a
su genealogía que, para adquirir su voz —la posibilidad de hablar, de
escribir, de desobedecer, de decir que no, pero también de amar y de
«hacer» el amor según sus necesidades y deseos— tiene que buscar
en la entraña de su garganta una lengua para limpiar los desperdicios,
la basura, «el polvo sobre las cosas / sobre una misma» e inventar
otro performance de su hacer mujer que le permita un repertorio de
acciones más inclusivo, plural, elástico, que incorpore también otros
modos de hacer sonar el deseo y la poesía: «Entiendo ese quererlo todo
ya vencido. / Es la única manera de olvidar la belleza».

Bogotá, 2022
la mengua diaria, un eclipse de sol
reynaldo cedeño serrano

En el prólogo de La casa por dentro, un poemario escrito a lo largo


de veintidós años [1943 / 1965], Luz Machado apuntó: «Y aquí está al
fin el libro, con su poco de ayer y de hoy». Allí se aprecia cómo, desde
diferentes lugares, la poeta ejecuta los modos del habitar y considera
la perspectiva de su tiempo y género. En la casa como espacio a su vez
marcado por la cultura del tiempo es donde la poeta decidió poner a
salvo la propia casa a través de la escritura.
.
136
En la poesía de Luz Machado, la casa es una construcción que
se corresponde con formas culturales e históricas, que muestra
cómo a través del lenguaje los espacios del interior y sus distintas
materialidades devienen en diferentes maneras de entender el rasgo
profundo, simbólico y específico de la casa de ayer y la de hoy en
una «conexión con el alma [...] Una casa que no conviva con el rastro,
la huella [...] es una casa incompleta», [Ossott, 2008, p. 969]. Esta
expresión hace de la casa un lugar construido en torno a la historia y la
memoria personal.

A través de una memoria resguardada, Luz Machado reconfiguró


imágenes y objetos, exploró la realidad íntima en el espacio doméstico
cerrado —y sin embargo, plural—; para hacerlo establece a lo largo
de todos los poemas una intensa reflexión que encuentra eco en las
distintas formas materiales de todo cuanto le rodea, a fin de poner
sobre la mesa asuntos considerados impúdicos. En este quehacer,
la escritura es «cuarto propio» para observar y, en la mengua diaria,
cuestionar las representaciones sociales en una especie de alquimia en
cuanto a la experiencia donde ama de casa, madre y dueña dan cabida
al modo Poeta, que transforma el tiempo en el artefacto del poema.

Luz Machado creó un estilo allende las poéticas nacionales que


predominaban por aquellos días. Desarrolla una poética que no se
eclipsó con los grupos y manifiestos literarios / poéticos de su tiempo,
y esto abarca toda su obra antes y después de La casa por dentro,
el libro cenital de la escritura machadiana, dando cuenta de una
revelación entre la dimensión psíquica, simbólica, material de la casa
y la línea de fuga que la escritura abrió a través del velo, el deber y la
sumisión al modelo del ángel del hogar que regía aquellos años.

En 1950, Luz Machado publica La espiga amarga, libro en el que


muestra una escritura que es antecedente de los temas que más
adelante la poeta entrega en La casa por dentro. La dimensión de
lo externo, la fortaleza que presenta en La espiga amarga: «Quiero
una casa de piedra junto al mar», se contrapone a esto otro: «La casa
necesita mis dos manos. / Yo debo sostener su cal con mis huesos».
Este segundo verso pertenece al poema «La casa por dentro», que está
en el poemario homónimo; la idea de la casa es distinta, aunque no
contraria. Es decir, ambos dan cuenta de cuánto puede un asunto estar
dando vueltas en la construcción de un proyecto de escritura que se
sostiene a través del tiempo.
En esta poesía, Luz Machado pone a dialogar el conflicto y la tensión
que existe entre los diferentes modos del habitar de la mujer y las
distintas casas que se gestan a través del ejercicio poético, mediante
la referencia tanto a la materialidad externa de la casa —por ejemplo,
en La espiga amarga— y de los objetos y el interior de lo doméstico,
y en los dos libros, aludiendo a la memoria y a la imaginación. En este
sentido, como planteó Julio Miranda, la escritura de Machado es una
«insobornable aventura existencial [...], verdadero reto para la nueva
lírica, [que] apela por momentos a imágenes de hondura mítica» [2010,
p. 165], una dimensión de corte existencial. .137
En estos poemarios, reunidos en esta edición por Fundación La
Poeteca, existe una especie de andamiaje que permite levantar una
casa hecha de lenguaje para complejizar, en palabras de Gaston
Bachelard, «la topografía de nuestro ser íntimo» [2020, p. 34],
logrando una forma de representación distinta en todo caso. Estos
poemas son revelaciones respecto a las imposiciones que determinan
las apariencias y un desdoblamiento que permite una observación
para traspasar la «ley a la que [se] puede escapar solo en el sueño o en
el poema» [Pantin y Torres, 2003, p. 81]. Luz Machado levantó en este
libro la pátina que cubre al espacio doméstico como lugar donde se
organiza la vida familiar con sus roles y especificidades, y extendió sus
territorios de libertad.

Entregó un relato sobre la memoria, origen y herencia, que da cuenta


de concepciones sociales sobre el habitar y el arraigo en la historia
familiar. Desde esta perspectiva, la casa está vinculada a la genealogía,
los lazos familiares, el afecto, la lengua materna como herencia
que constituye al hablante poético, del mismo modo que la casa es
escritura sobre el pasado, la herencia, los recuerdos de los antecesores;
escribir significa volver a las raíces para «hacer» memoria a través del
acto poético que transfigura el espacio doméstico, convirtiéndolo en
archivo familiar y personal que pone a salvo el pasado del olvido y lo
mira a la luz del presente. La casa funciona entonces como principio
y origen de la pertenencia de la voz poética, que se confronta con esa
fuente para saber quién es y qué sedimentos constituyen su historia
personal. De esto se desprende la relevancia que tienen en este libro
ciertas figuras tutelares como los abuelos, la referencia a la infancia
como tiempo fundacional y también el álbum familiar, como soporte
material de la pertenencia.

La voz poética es posibilidad de enunciación que se expresa desde lo


femenino y muestra los roles que la mujer ejecuta en la casa como
espacio doméstico, permitiéndose otros modos de interactuar, de
habitar la casa, que se convierte tanto en superficie de escritura como
en texto que trasmuta el lugar de otra pertenencia y de otra estirpe
fundada en la palabra y en la poesía, como una realidad alterada; en
esta instancia, una espera que de «alguna forma complazca a quienes
me han acompañado, cerca o lejos, a sostener esta casa por dentro».
Se hace necesario convocar aquí una sentencia de la poeta uruguaya
Marosa di Giorgio: «Solo el poeta sabe qué color dar a cada palabra».
Y es en este sentido que La casa por dentro y La espiga amarga se
presentan como un inmenso faro de colorido esplendor en las poéticas
nacionales, y por ello es justa la alegría que se siente por el retorno
de Luz Machado. Conviene recordar, hoy más que ayer, aquello que
escribió: «Y aquí está el libro, con su poco de ayer y de hoy. [...] Lo
publico por obligarme a seguir en un oficio de hermosura al que no he
aprendido a renunciar». Y de esta hermosura la gran poesía escrita por
mujeres en Venezuela es testimonio: he aquí una muestra.

San Luis, Argentina, 2022


.
138

textos citados
bachelard, g. [2020]. La poética del espacio. México: Fondo de Cultura
Económica.
miranda, j. [2010]. La imagen que nos ve. Caracas: Equinoccio
ossott, h. [2008]. Obras completas. Caracas: bid&co.
pantin, y y torres, a. [2003]. El hilo de la voz. Antología crítica de escritoras
venezolanas del siglo xx. Caracas: Fundación Polar.
luz machado en el hilo de la voz
yolanda pantin / ana teresa torres

Su poesía entra en el canon dominante agregando «el valor» sensible


femenino tan apreciado, de cierta manera ornamental, como sugiere
el verso de Darío citado por Antonio Arráiz en el prólogo de El cristal
nervioso: «Yo saludo el lindo triunfo de las damas». Eso es cierto y
puede verse en la mayoría de sus poemas, y en la suma de esa vertiente
lírica que sería su famoso «Biografía del lirio». Sin embargo, en
Machado hay quiebres, «deslices» que a lo largo de su obra se suman
a la doliente amargura de su libro más interesante, La casa por dentro .139
[1965]. En el primer poemario de esta autora, Ronda [1941], ya se
habla de la condición del encierro doméstico, tema que será recurrente
en su poética. En Vaso de resplandor [1946] expone el difícil y poco
explorado tema de la maternidad como sacrificio y como anulación:

Aquí estoy.
No llores más.
No vuelvo a querer nada, nada.
Nada más que lo que quieras tú.

El drama de Luz Machado no fue el de la Dueña con mayúscula de Ana


Enriqueta Terán, sino el del ama de casa; al final, la única aspiración
de esta es el orden en su pequeña posesión. «Denme la paz en casa.
El armonioso / orden de cada cosa...» pide en «Ruego doméstico» de
Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés de la Cruz [1966]. Poesía, la de
Luz Machado, que pretendió ser mayor y que sin embargo trasciende
por sus momentos «menores». Esta obra, al contrario de la de Ida
Gramcko, no exige al lector esfuerzo intelectual, le pide compasión. Es
una poesía que no ha sido antologada ni refrendada como la de Arvelo
o la de Gramcko, una poesía que repele el mito de sacerdotisa-poetisa
fundado por Ana Enriqueta Terán. Puede leerse, finalmente, como
un diario del fracaso y de la rabia que da paso a los primeros libros de
Miyó Vestrini [1938 /1991] y a la poetización de la cotidianidad en la
década de 1980.

En todo caso, Luz Machado tiene en La casa por dentro una lúcida
conciencia del apartado lugar de la mujer frente al sujeto heroico
masculino, del sometimiento a la ley, primero del padre, y luego del
esposo; ley de la que puede escapar sólo en el sueño o en el poema.

Del libro El hilo de la voz. Antología crítica de


escritoras venezolanas del siglo xx. Fundación Polar.
Caracas, 2003.
la ciudad de luz machado
arturo gutiérrez plaza

En el caso de Luz Machado, la ciudad se configura como una retícula


metafórica que sirve para «ordenar» o «comprender» imaginariamente
la naturaleza.

[...]

.
140 Luz Machado, en un poema titulado «Y otro día...», de su libro La espiga
amarga [1950], intenta otro modo de apropiación de la ciudad. Una
relación no solo de conocimiento y posesión, sino también y sobre
todo, afectiva. Lo hace desde una dimensión más bien anímica, ya no
recorriendo su vida como quien recorre la propia ciudad, a través de la
memoria de sus espacios, sino sintiéndola y dejando testimonio de ese
afecto y del dolor de su pérdida, como parte de su recorrido por la vida.

Hay que dejar en las ciudades algo.


¿Para qué vamos hacia ellas si cuando nos marchamos
no sentimos en el pecho una pequeña piedra oscura, golpeándonos?

Apropiación que también se dará desde la escritura de poemas o


cartas, que en su encierro custodian y preservan la memoria del tiempo
vivido, tiempo también habitado en las ciudades. Una huella de tal
percepción la encontramos en el poema «Cartas guardadas» del libro
La casa por dentro [1965]: «Una caja, una simple caja / que pudo haber
guardado mis zapatillas, / eso es lo que está lleno de escritura. / Las
ciudades, la casa, / ahí palpitan, tejen su red, su cárcel / con las puertas
al sol / y clausuradas».

Pero tal encierro, tal búsqueda de resguardo vendrá a ser asimismo


una forma entrañable de existencia, necesaria para el posible diálogo
del poeta con la ciudad. Desde el refugio de lo más próximo e íntimo,
entre distintas tareas, surgirán también poemas que den cuenta de
ese diálogo secreto entre el adentro y el afuera, tópico que como
hemos visto aparece a finales del siglo xix, como respuesta a nuevas
situaciones urbanas, poetizadas dentro del espíritu de los albores de
la modernidad en la poesía venezolana. Basta recordar poemas como
«Nocturno» de Sánchez Pesquera o «Menta y besos» de Andrés Mata.
En la poesía de Luz Machado, una buena parte de ella caracterizada por
la exploración de lo cotidiano y lo doméstico en el ámbito hogareño1,
llevado a una dimensión donde tiene lugar una cierta metafísica de lo
nimio, encontraremos con frecuencia trazas de ese diálogo permanente
entre esas dos esferas, la de lo privado y lo público, las del adentro y el
afuera, de lo interior y lo exterior. Desde su primer libro, Ronda [1941],
en el poema «Pupilas inmóviles», el refugio hogareño es sitio para
el diálogo con el afuera y la vigilia ante la espera. Pues tal refugio es
también el lugar del amor.

1 Dicho aspecto de la obra de Machado es abordado, parcialmente, por Guadalupe Carrillo


Torea, en su libro Lo doméstico y lo cotidiano en la poesía: Cuatro voces femeninas venezolanas.
[...]

Varias características de La casa por dentro le otorgan un lugar singular


dentro de la poesía venezolana. Si bien las obras de Enriqueta Arvelo
Larriva [1886-1962] o María Calcaño [1906-1955] implicaron, cada una
desde sus propias circunstancias, una importante renovación estética
dentro de los códigos de la poesía venezolana en general, y de la escrita
por mujeres en particular, consideradas ambas como antecesoras de
la de Machado, es en la obra de esta última donde por primera vez
tiene lugar el diálogo entre el hogar y la ciudad, en una voz femenina.
Diálogo que además ha de desarrollarse durante un prolongado .141
período, que corresponde justamente con el de los mayores cambios
de la configuración urbana venezolana.

Recordemos que La casa por dentro, aunque es un libro publicado en


1965, recoge poemas fechados entre 1943 y 1965, veintidós años en
los cuales Caracas triplica su población, pasando de aproximadamente
seiscientos mil habitantes a alrededor de dos millones. Y es,
precisamente, la huella registrada de los cambios de la vida urbana,
además de la lograda aproximación a lo cotidiano y lo doméstico antes
señalada, uno de los atributos que ha de particularizar la indagación
poética de La casa por dentro. Allí encontraremos, por tanto, el
tránsito hacia las nuevas configuraciones espaciales urbanas, así
como también otras formas de diálogo con el afuera y con los otros,
ahora vecinos físicamente más cercanos. Esa casa y sus adentros
han de transformarse en la vida de los apartamentos de los nuevos
edificios. Ahora el espacio hogareño será poetizado de otro modo.
Más que un refugio apartado, casi santuario, será entendido como
un nicho compartido con una comunidad de extraños mediante
paredes y espacios comunes. El lenguaje también será otro, una
dicción más coloquial e irónica ha de cumplir la tarea de desentrañar
las implicancias de esa nueva experiencia. Un nuevo hábitat donde
también hay cuadros, pero ya son otros los espacios y los vecinos.

Del libro Itinerarios de la ciudad en la poesía


venezolana: una metáfora del cambio. Fundación
para la Cultura Urbana. Caracas, 2010.
el encuentro de la voz interior
rafael arráiz lucca

La obra poética de Luz Machado traza el camino ascendente hacia


el encuentro de su propia voz. Se inicia con Ronda [1941], a los
veintiséis años, en donde se expresa con una factura lírica que ya
lleva a vislumbrar una personalidad, pero esta va a presentarse con
rasgos definidos en La espiga amarga [1950], donde el mejor talante
metafísico de su obra comienza a desarrollarse ante el lector. Sus
.
142 poemas ya han hallado su mejor traje: el verso largo en el poema de
mediana extensión. Y ya su atención se concentra en lo que va a hacer
de su poesía un momento crucial de la poesía venezolana a partir de La
casa por dentro [1965], cúspide del proyecto machadiano de hacer de la
domesticidad femenina el universo de su creación.

Con este libro, sin la menor duda su máximo aporte, Machado logra
la alquimia de lo casero en celestial, de lo vegetal en paradisíaco, de
lo instrumental culinario en arma secreta, de las prendas femeninas
en segunda piel. Maravilloso caso de transmutación de lo simple en
extraordinario, de lo accidental en centro.

Pero este libro emblemático, paradójicamente, se aleja de los preceptos


de la promoción de la década de 1940 con los que se inició la poeta.
Es un libro de lenguaje directo, pero no por ello de elaboración simple.
Todo lo contrario; en él, la voz de Machado se singulariza de tal manera
que no logra retomar ese centro genuino en intentos posteriores
[Poemas sueltos, 1965; Sonetos a la sombra de Sor Juana Inés, 1966; La
ciudad instantánea, 1969; Soneterío, 1972; Retratos y tormentos, 1973;
Palabra de honor, 1974; A sol y sombra, 1992], donde más bien retoma
la veta clásica del soneto, junto a otros discursos distantes de esta joya
de la exactitud entre metafísica y doméstica.

No sé cómo interpretar el lugar de este libro dentro de la cronología


de su bibliografía poética: está justo en el medio, como si de una
elipse de evolución, auge y declinación se tratara. Es extraño: es
como si la autora hubiese dado con su voz y sus temas más propios
por un período de su vida creadora y después los hubiera olvidado
totalmente; es como si ella misma no hubiese tenido conciencia de
la cúspide que alcanzó, para luego intentar fatigosamente el ascenso
por otras vías menos pertinentes. Puede ser, especulo, que el suyo sea
un caso bastante común según el cual a grandes autores, cuando les
suena la mejor flauta, les parece que en aquella facilidad no se esconde
lo mejor y abandonan ese camino retomando el de otras dificultades.
No advierten en ese instante que el de las dificultades puede ser
también el de la impertinencia, que ese camino de escollos se alza así
por su propia inadecuación, por su propio forzamiento. En todo caso,
pareciera que esos años de creación de La casa por dentro responden
a lo que los taoístas definen como el encuentro de la voz interior, sin
ruido, como articulada en un cuerpo recto pero sereno, que permite
la emisión del mejor de los cantos, período que, así como se alcanza,
puede perderse también.
[...] Veremos cómo la poesía femenina que irrumpe hacia finales de
la década de los años ochenta reconoce en la poesía de Machado
un antecedente importante. Incluso antes, Yolanda Pantin, cuando
trasegaba la ruptura con el taller Calicanto y agitaba las aguas en
Tráfico [a comienzos de la década de los ochenta] escribió un ensayo
donde valoraba enormemente el peso de su obra en el camino hacia
la precisión de un discurso de lo femenino, que no necesariamente es
el discurso exclusivo de las mujeres. De modo que si Enriqueta Arvelo
Larriva le da voz a la intimidad femenina de su tiempo en sus órbitas
afectivas y solitarias y funda una tradición, Luz Machado ilumina el
espacio doméstico con una luz inédita hasta entonces; de allí que su .143
libro La casa por dentro, no así toda su obra, sea una puerta abierta, un
camino a transitar para las voces que la suceden. Y aclaro: no se trata
exclusivamente de voces femeninas, ya que las masculinas también
comenzaron a atender con cuidado el universo doméstico, rescatando
para la poesía artefactos e instrumentos, situaciones y momentos, en
los que la épica netamente masculina no había caído en cuenta. Y estas
operaciones de atención a lo doméstico surgen con fuerza a partir de la
irrupción de los grupos Tráfico y Guaire.

Del libro El coro de las voces solitarias: una historia


de la poesía venezolana. Editorial Alfa, Caracas,
2020.
Índice

la espiga amarga 5
este es el texto de una ciudad que aprendió 8

i
poema en el umbral 9
esta es la noche adelantada 10
embriaguez de la muerte 12
.
144
ii
la ira retorna... 14
puerta del crepúsculo, sellada 15
elegía por el alma de las palabras 16
esas palabras… 18
manos puras del sueño 19
y otro día... 20
estación inefable 21
el habla enamorada 23
flores en la noche 24
al pensamiento 26
hacia el límite 27
carta a la poesía 28
y buscar otro nombre… 30

iii
vuelven oscuros aires 31
es hora de saber y solamente… 32
cita con la primera soledad 33
sabia tristeza 35

la casa por dentro 39


y me dije: por habitarla y por vivirla he de
salvarla 41
la casa por dentro 43
fábula 44
álbum 45
estampas de la adolescencia 46
desposorios 47
demonios 47
el poema 48
recepción a la vida 49
la fiebre 49
servidumbre y descanso 50
miro la casa desde un retrato 51
memoria 52
advertencia de la soledad 52
las imaginaciones 53
elektron 54
el caldo vivo 56
evocación de las fuentes 56
cumpleaños del hijo 58
la inminencia fecunda 59
la engrapadora 59
el lecho 60
año de estudios perdido 60
reclamo de la vacación 61
duermevela 62
estrado junto al fuego 63
noche 64
patio interior 65 .145
otra casa 65
las hornillas 66
la puerta 67
calcomanías alrededor de la mesa 69
el signo 70
meditación de la materia íntima 70
campo de cebollas 71
las agujas 72
tormenta 73
soneto descompuesto a la sartén de hierro 74
decoración interior 75
ruego a la poesía 76
la escoba 77
el oficio cumplido 78
espejos 78
sitio de la ternura 79
penélope 79
almanaque doméstico 80
varona 80
el ajo 81
este es otro jardín… 81
el mandamiento 82
la casa sola 83
mesa de juegos 84
deseo 84
mal tiempo 85
la sal 86
contemplación del otoño 87
la dueña asiste al concierto 88
dudas 89
junto a la lámpara 90
baño y tocador 90
los hilos 91
ira doméstica 91
los libros 92
la ausente 93
la aguja 94
instante 94
antes del sueño 95
las tijeras 95
sumisa 96
jóvenes 96
un canario 97
a mis zapatos 98
cuerpo solo 99
fin de año 99
el huso 100
aquel caballo oscuro… 100
el apartamento 101
las alfombras 102
en mi habitación 103
. devociones de altar 104
146
pared 104
la tormenta en el campo 105
el anillo de bodas 106
presentimientos 106
broches y botones 107
en el fondo del espejo 108
cuadros 108
las cortinas 109
asuntos... 109
mesa con lotos 110
ceniceros 110
paseo en el crepúsculo 111
lámparas en la noche 111
acertijo del pañuelo 112
la puerta rota 113
nacimiento del dedal 113
la máquina de escribir 114
flores en los floreros 114
imponderables 115
el olvido 116
admonición del espejo 116
ventana 117
la sombrilla 118
cartas guardadas 118
sábado 119
el abanico 120
recado 121
tríptico de la casa y el sonido 122
antena de tv 123
asco 123
exposición 124
ausencias 125
llaves 125

epílogo 127
nota editorial 129
jacqueline goldberg

ella, luz machado 131


luz machado en diálogo con juan liscano 132

anotaciones sobre la entraña insomne de luz


machado 133
gina saraceni

la mengua diaria, un eclipse de sol 136


reynaldo cedeño serrano

luz machado en el hilo de la voz 139


yolanda pantin / ana teresa torres .147
la ciudad de luz machado 140
arturo gutiérrez plaza

el encuentro de la voz interior 142


rafael arráiz lucca
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colección memorial

Los daños colaterales harry almela


Gramática del alucinado hesnor rivera
Lo que trae el relámpago esdras parra
Pequeña lámpara gemela luz machado

colección contestaciones

Cartas de renuncia arturo gutiérrez plaza


La inclinación alexis romero
La mano segadora luis pérez oramas

colección seamos reales

Kerosén valenthina fuentes


Cosmonauta enza garcía arreaza

colección primera intemperie

Galateica julieta arella


Tuétano andrea crespo madrid
El jardín de los desventurados josé manuel lópez d’jesús
Los futuros náufragos yéiber román
Rotos todos los cielos euro montero
Simetría del hematoma flora francola
Lo demás es voz kaira vanessa gámez

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pequeña lámpara gemela luz machado
de los poemas.
la espiga amarga
todo esto ocurrió
la casa por dentro
en caracas,
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© De los poemas, Luz Machado, sus herederos


© De esta edición, Fundación La Poeteca
© De las fotografías, familia Arnao Machado
© Del epílogo, Gina Saraceni, Reynaldo Cedeño Serrano,
Yolanda Pantin / Ana Teresa Torres, Arturo Gutiérrez Plaza,
Rafael Arráiz Lucca

primera edición en caracas y en amazon: Enero, 2023

coordinación editorial
Jacqueline Goldberg
transcripción de textos
Leonardo Laverde B.
asistencia editorial y corrección
Ana García Julio
Leonardo Laverde B.
diseño y maquetación
ABV Taller de Diseño, Waleska Belisario
depósito legal MI2022000560
isbn 978-980-7886-19-2

Todos los derechos reservados. Está prohibida la


reproducción, almacenamiento o transmisión total o parcial
del contenido de este libro sin la debida autorización fundación la poeteca
de Fundación La Poeteca. presidente
Marlo Ovalles
director
Ricardo Ramírez Requena
gerente editorial
Jacqueline Goldberg
consejo asesor
Alfredo Chacón
Arturo Gutiérrez Plaza
Gabriela Kizer
Rafael Castillo Zapata
Santos López
Yolanda Pantin
pequeña lámpara gemela reúne La espiga amarga [1950] y La
casa por dentro [1965], poemarios esenciales dentro de la obra de Luz
Machado. Perteneciente a «una estirpe de voces disonantes que alteran
el archivo poético venezolano por medio de sus proyectos estéticos y
políticos [...] la poesía de Luz Machado construye un universo donde
el intercambio, el contacto, la mixtura, la implicación entre materias
pertenecientes a diferentes reinos —humano, animal, vegetal, mineral,
atmosférico, mítico— constituyen la principal operación de su
escritura», señala Gina Saraceni en el epílogo a este volumen que ha
sido hilado a partir de una exhaustiva revisión de las ediciones originales
de los poemarios y de la antología publicada en 1980, a los que la
propia autora introdujo correcciones.

El título Pequeña lámpara gemela proviene del poema «Ruego a la


poesía», del libro La casa por dentro, una de las ars poetica que recorren
la lúcida y paradigmática voz de Luz Machado.

luz machado [Ciudad Bolívar, 3 de febrero de 1916 / Caracas, 11 de


agosto de 1999]. Poeta, ensayista, cronista, periodista, activista política
y diplomática, vivió en su ciudad natal hasta los quince años, cuando
contrajo nupcias y emigró a Barquisimeto junto al poeta y político
Coromoto Arnao Hernández, con quien tuvo seis hijos. Más tarde vivió
en Caracas y en Santiago de Chile, donde se desempeñó como agregada
cultural. Cursó estudios de Derecho y Filosofía en la Universidad Central
de Venezuela, sin llegar a culminarlos.

Inicialmente publicó su obra poética bajo la rúbrica de Luz Machado


de Arnao: Ronda [1941], Variaciones en tono de amor [1943], Vaso de
resplandor [1946], Poemas [1946], La espiga amarga [1950], Poemas
[1951], Canto al Orinoco [1953 y 1964], Chant a L’Orinoque [1955],
Sonetos nobles y sentimentales [1956] y Cartas al señor Tiempo [1959].
A partir de su divorcio en 1961, publicó sus libros firmados por Luz
Machado: La casa por dentro [1965], Poemas sueltos [1965], Sonetos a la
sombra de Sor Juana Inés de la Cruz [1966], La ciudad instantánea [1969],
Soneterío [1973], Palabra de honor [1974], Poesía de Luz Machado,
Antología [1980], A sol y a sombra [1992] y Libro del abuelazgo [1997].

fundación la poeteca tiene como fin promover la lectura y escritura de poesía.

Ofrece dos diplomados: uno de Apreciación y Estudios Poéticos y otro de Reflexión


y Creación Poética. Cuenta con una sala privada de lectura, abierta al público,
con miles de títulos, y espacios destinados a talleres, conferencias, lecciones
magistrales y recitales de poesía.
@Poeteca1 @lapoeteca La Poeteca de Caracas https://lapoeteca.com

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