VOCABULARIO DE HUME:
o Escepticismo: es una corriente filosófica que consiste en dudar de la validez
y legitimidad del conocimiento humano, planteando argumentos que de una
forma u otra pretenden derribar cualquier pretensión de verdad. El
escepticismo puede entenderse así como teoría filosófica, pero también como
una actitud vital que consiste en desconfiar de toda verdad. Encontramos los
inicios del escepticismo en autores clásicos como Pirrón o Sexto Empírico. En
la modernidad, Hume y su empirismo consecuente será uno de los mayores
escépticos, pues desconfía del valor de conceptos como causa, yo, verdad, Dios
o sustancia.
o Crítica: En un sentido más general, la crítica es una actitud fundamental que
consiste en revisar todo aquello que se presente como verdad, cuestionando
su valor. En el contexto de la filosofía de Hume destaca la crítica a la
causalidad y el concepto de sustancia, lo cual incluye tanto el yo, como el
mundo (sustancia) como el de Dios. El argumento de fondo es similar: son todos
ellos conceptos abstractos que no se originan en impresión alguna, por lo que
deben dejarse de utilizar. De esta forma, ataca los conceptos centrales de la
metafísica occidental y el mundo queda reducido a un manojo de fenómenos y
apariencias.
o Experiencia: En Hume experiencia sería sinónimo de percepción. Lo
importante en este caso es el papel que desempeña en el conocimiento humano,
que para Hume comienza en la experiencia, termina en la experiencia y sólo es
válido cuando puede referirse a una experiencia empírica. De esta forma
termina convertido en uno de los conceptos más importantes del empirismo de
Hume.
o Percepción: Hume define percepción como “todo lo que puede estar presente
a la mente, sea que empleemos nuestros sentidos, o que estemos movidos por
la pasión o que ejerzamos nuestro pensamiento y nuestra reflexión”. Como se
ve, la definición humeana es muy amplía, e incluiría lo que podemos ver, oír o
tocar, pero también lo que sentimos, o aquello que estamos pensando o
razonando. Para Hume la percepción se puede dividir en dos tipos
fundamentales de conocimiento: impresiones e ideas.
o Inmanencia: Es una de las ideas esenciales del empirismo de Hume y consiste
en afirmar que no podemos saber nada sobre la realidad exterior, pues todo
conocimiento es interno, permanece dentro del sujeto y está mediatizado y
condicionado por nuestra forma de percibir. La inmanencia se resume en el
principio de que todo lo real es mental, entendiendo por mental cualquier
experiencia perceptiva. Lo que nos viene a decir Hume, por tanto, es que no
podemos saber qué es la realidad más allá de nuestra forma particular de
percibirla: cualquier intento de salir más allá de nuestros órganos perceptivos
y saber cómo son las cosas está condenado al fracaso. Lo que el mundo es,
permanece dentro de mí y mi forma de percibir.
o Asociación: Según Hume, las ideas están relacionadas entre sí, siguiendo una
serie de principios. Este sería precisamente el sentido de la palabra
asociación: el orden que regula las ideas dentro de nuestro pensamiento. Según
Hume esta conexión entre ideas se concreta en tres principios: semejanza,
contigüidad y causa-efecto. Así tendemos a agrupar las ideas que guardan
semejanza, aquellas que se produjeron cercanas en el espacio o en el tiempo o
aquellas entre las que fijamos una conexión causal. De esta forma, en
definitiva, las ideas van organizándose, sin formar un caos de conocimiento
sino siguiendo una serie de principios básicos.
o Impresiones: “aquella percepción en la que “sentimos una pasión o una emoción
de cualquier clase, o cuando las imágenes de los objetos externos nos son
traídas por nuestros sentidos. […] Son nuestras percepciones vivas y
fuertes.” El concepto de impresión es fundamental para entender la filosofía
de Hume, pues sobre él se construye todo el conocimiento humano. La
impresión nos sirve como criterio para criticar ideas: todas aquellas que no se
originen en una impresión deben ser rechazadas. Las impresiones se refieren
al aquí y al ahora, a lo que estamos viviendo en el momento presente. Hume
distinguirá dos tipos de impresiones: de sensación (experiencia externa, todo
lo que nos llega a través de los sentidos) y de reflexión (experiencia interna,
aquello que podemos sentir, sea hambre, sed, dolor, etc.)
o Ideas: es una clase de percepción en la que “reflexionamos sobre una pasión
o sobre un objeto que no está presente. […] Las ideas son las percepciones
más tenues y más débiles.” Las ideas son entonces la copia debilitada de las
impresiones, la “huella” que nos dejan las impresiones. Por lo que conviene
dejar muy claro que serán consideradas ideas válidas aquellas que tienen su
origen en una impresión, mientras que el resto, como por ejemplo las ideas
abstractas, será sometido a una dura crítica por Hume.
o Hábito: Para Hume, el hábito es la fuerza motriz del conocimiento humano. La
repetición insistente de experiencias particulares, nos lleva a concluir una ley
universal, y sin embargo, si lo miramos con detenimiento, no tenemos razón
alguna para concluir tal cosa. El hábito, la costumbre, entonces, es la base
fundamental de la creencia y el puente que, erróneamente, nos lleva a saltar
de lo particular a lo universal, dando por sentado que las conclusiones que
extraemos de un modo inductivo son válidas, cuando en realidad no lo son, pues
no nos es posible hacer predicción alguna sobre el curso futuro de la
naturaleza (crítica al método inductivo).
o
o Contradicción: la contradicción es uno de los criterios que nos sirve para
distinguir dos modos de conocimiento esenciales en Hume: cuestiones de
hecho y relaciones de ideas. Mientras que las cuestiones de hecho son
conocimiento probable sobre la naturaleza, y por lo tanto su contrario es
pensable e incluso posible, las relaciones de ideas son aquellas afirmaciones
propias de la lógica y las matemáticas, cuya verdad reside precisamente en
que su opuesto es imposible por contradictorio. Así, la contradicción es para
Hume uno de los rasgos definitorios del pensamiento humano. Hume no piensa
que la realidad carezca de contradicciones, sino que nosotros estamos
obligados a pensar de un modo coherente: no podemos pensar la contradicción,
integrar los opuestos en una misma proposición. Este psicologicismo entiende
leyes como la de identidad o no contradicción como algo constitutivo de
nuestra forma de pensar.
o Causa: es un concepto falso, sin correlato real alguno, que el ser humano se
inventa y utiliza para creer que conoce la realidad. Hume elabora una aguda
crítica al razonamiento causal que en su opinión no es ni una cuestión de hecho
ni una relación de ideas, sino una universalización infundada de la acumulación
de experiencias particulares. El hábito nos llega a formar la creencia de que
el futuro repetirá el pasado, pero no podemos afirmar con certeza que sea así.
Por si fuera poco, el concepto de causa es una abstracción inobservable en
cualquier experiencia empírica. Nos basamos tan solo en la costumbre para
establecer todo tipo de razonamientos causales.
o Creencia: “la creencia es un sentimiento que no depende de nuestra voluntad
y que nos obliga a percibir un objeto de una manera diferente, anticipándonos
al futuro o atribuyendo al objeto propiedades que no son directamente
observables”. Esta definición que nos proporciona el propio Hume deja ya bien
claro que la creencia es un conocimiento indemostrable y totalmente
subjetivo: aunque no tengamos la certeza de que la realidad vaya a encajar con
nuestras anticipaciones, las hacemos una y otra vez, llevados precisamente por
esta creencia. Aunque se trate, por tanto, de algo que no viene avalado más
que por el hábito, Hume convierte la creencia en “la guía de la vida”, con lo que
viene a afirmar la irracionalidad de nuestro comportamiento.
o Sentimiento: desde un punto de vista psicológico, Hume nos diría que el
sentimiento es una impresión, una percepción vívida, intensa, que nos llega de
un modo inmediato. Con todo, este concepto se completa con su dimensión
moral: para Hume todo ser humano experimenta, ante cualquier acción de otro
ser humano, un sentimiento de aprobación (placer) o censura (dolor) y estos
sentimientos básicos, agrado y desagrado, serían la base de nuestro
comportamiento moral.
o Mérito: En la Investigación sobre los fundamentos de la moral Hume entiende
el mérito personal como el conjunto de cualidades mentales que nos llevan a
apreciar o a rechazar a una persona. La naturaleza del lenguaje nos da ya una
pista: cada lenguaje incluye un conjunto de términos o calificativos positivos,
que nos llevan a valorar a una persona y estos conceptos pueden y deben
servirnos como fundamento de la moral. Hume ordena estas virtudes de
acuerdo con estos criterios: cualidades útiles para otros, cualidades útiles
para uno mismo, cualidades inmediatamente agradables para otros y
cualidades inmediatamente agradables para uno mismo. Este tipo de
cualidades son para Hume la base de la moral y son una cuestión de hecho, no
el resultado de una reflexión abstracta.
o Utilidad: como definición general, podríamos entender utilidad como todo
aquello que aumenta nuestro placer personal o disminuye el dolor. Este
concepto se terminará convirtiendo en un principio ético y político, ligado al
consecuencialismo: en el terreno ético tendemos a tomar las decisiones que
nos proporcionarán mayor placer o disminuirán el dolor. Igualmente ocurrirá
lo mismo en la política: hay que tener en cuenta como criterio fundamental el
mayor placer o el menor dolor para la mayoría.
o Felicidad: una primera aproximación a la felicidad en Hume podría ponerla en
relación con la satisfacción de los deseos y con la búsqueda permanente del
placer y el agrado personal. Sin embargo, esta concepción no estaría completa
sin una referencia al bienestar de los demás, pues esta es una condición
necesaria para el propio. En tercer lugar, cabría citar dos sentimientos
fundamentales que juegan un papel esencial en la vida moral del ser humano:
la simpatía y la benevolencia. En la Investigación sobre los fundamentos de la
moral nos ofrece esta caracterización: “Una íntima paz de la mente, conciencia
de integridad, un examen de nuestra propia conducta con resultados
satisfactorios: éstas son las circunstancias que se requieren para la felicidad
[...]”
o Contrato social: en contra de la larga tradición del contractual ismo británico,
Hume niega que la obediencia a las leyes se deba a un compromiso tácito. En
su opinión, el concepto de contrato social es una ficción para justificar un
orden que encuentra su razón de ser en un orden bien distinto: la tendencia
natural del ser humano a buscar la compañía de otros (piénsese en la familia)
y el beneficio personal y el interés mutuo que nos lleva a crear acuerdos que
cristalizan en leyes. Nunca hubo, en consecuencia, contrato social, ni mucho
menos estado de naturaleza: hay tendencias sociales dentro de cada ser
humano y la política se justifica por razones empíricas y pragmáticas.
o Libertad: en la Investigación sobre el entendimiento humano encontramos una
de las mejores aproximaciones al concepto de libertad en Hume. Según el
autor escocés, “por libertad, pues, solo podemos entender el poder de actuar
o no actuar, de acuerdo a las determinaciones de la voluntad, es decir, si
escogemos permanecer quietos, lo podemos hacer; si escogemos movernos,
también podemos.” Con esta concepción trata Hume de compatibilizar la
existencia de la libertad con el determinismo de la naturaleza. La voluntad, los
sentimientos y las pasiones nos vienen dadas por la naturaleza, no podemos
escogerlas. Nos empujan a actuar en una u otra dirección. Nuestra libertad
consiste en actuar en la línea que nos marcan o resistirnos a la misma.
o Deber: una conocida frase de Hume nos indica cuál es su concepción del deber.
Según el pensador británico, “la razón es, y solo debe ser, esclava de las
pasiones”. Es decir, no hay deber moral más que aquel que nos marcan nuestras
pasiones, nuestros deseos, nuestro propio interés. La simpatía, la benevolencia
y la utilidad personal son las que marcan lo que debemos hacer. A este
respecto es bien conocida la crítica de Hume a todas aquellas teorías éticas
que pretenden fundar deberes en nuestra naturaleza. Todas ellas incurren en
la falacia naturalista, según la cual no se puede inferir el deber a partir del
ser, error que de una forma más o menos manifiesta comete la mayor parte
de teorías éticas precedentes.