LA PUBERTAD Y SUS TRASMUDACIONES (Moreira)
La activación de la moción genital (y de la conservación de la especie) en el tiempo inmediatamente posterior a la
segunda dentición, inaugura la llamada prepubertad. Este segundo momento del desarrollo, desde un punto de vista
lógico, se configura como un límite del período de latencia sexual o de diferimiento y desde un punto de vista
cronológico, ubicamos su inicio alrededor de los 8 o 9 años. Sus diversas vicisitudes y tramitaciones fueron llamadas
por Freud (1905d) “Metamorfosis de la pubertad”. La pulsión genital se caracteriza, al igual que los restantes
erotismos, por manifestar sus primeros indicios a la manera de un cierto grado de tensión, que es previo a sus
posibilidades de descarga y satisfacción: “[...] en la segunda mitad de la niñez (desde los ocho años hasta la
pubertad). [...] las zonas genitales se comportan ya de manera similar a la época de la madurez; pasan a ser la sede
de sensaciones de excitación y alteraciones preparatorias cuando se siente alguna clase de placer por la satisfacción
de otras zonas erógenas; este efecto, no obstante, sigue careciendo de fin, vale decir, en nada contribuye a la
prosecución del proceso sexual. Cabe agregar, que este sentimiento de tensión, de carácter displacentero, tiende a
intensificarse y es acompañado en la periferia erógena, es decir en el aparato genital externo, de una sensación de
estímulo o picazón, que marca una nueva oleada del desarrollo pulsional.
En la joven aún no se ha generado una representación vagina que sostenga la sobreinvestidura, mientras que en el
varón podríamos hablar de la ausencia de una representación cuerpo. A consecuencia de esta falta de
representación, el orgasmo se vuelve inalcanzable para ambos sexos. Es decir, que el sentimiento de tensión y la
sensación de picazón en los rasgos de borde en superficie, en un primer momento, no pueden acceder a su
satisfacción. Esta nueva erogeneidad periférica posee una amplitud mayor que las anteriores, e involucra un nuevo
espacio psíquico. Esta espacialidad interior se configura como fuente de las pulsiones de conservación de la
especie (y sexuales), mientras que la exterior se constituye en fuente del erotismo genital.
Al respecto, podemos discriminar dos modalidades de proyección: una defensiva y otra no defensiva, que se
esfuerza por generar lo novedoso en la vida anímica, a la par que suele reordenar y complejizar los elementos
anteriores. Por otra parte, la proyección defensiva se puede descomponer en una forma patológica y otra que no lo
es. La proyección defensiva patógena, procura arrojar al exterior aquello que corresponde a lo interior pero que le
produce malestar. La defensiva no patógena por el contrario intenta devolver al exterior aquello que le produce
displacer pero que provino desde afuera
La emergencia de la exigencia de la libido genital, requiere diversos trabajos a la vida anímica, entre ellos podemos
citar:
Su enlace con el erotismo fálico-uretral y desde luego con las otras pulsiones parciales.
La articulación de las metas sensuales y tiernas.
La oposición y ensamble con la conservación de la especie.
En muchas ocasiones, dado que la meta de la libido genital no es accesible en los inicios de la prepubertad, se
recuperan (entre otras posibilidades) por regresión metas previas de diversos erotismos ya instaladas, a la par que el
goce no adviniente en el yo, es adjudicado a otro ideal mediante la proyección, junto con la pulsión de saber y de
dominio, esta última ligada al hacer. De esta manera se hace notoria la diferencia entre un yo agobiado por la estasis
libidinal y un ideal con posibilidades de goce. Este discernimiento determina cierta pérdida del sentimiento de sí que
se sostenía en la homologación identificatoria (yo-ideal) y la vigencia de la desvalorización.
Con respecto al autoerotismo infantil, podemos discriminar: a) el referido al período de lactancia, b) el citado en el
párrafo anterior que implica un goce fálico y c) el correspondiente al onanismo (genital) de la pubertad (Freud,
1905d). A estos momentos lógicos podemos agregar, el autoerotismo intrasomático. La masturbación implica un
cortocircuito entre el deseo y la satisfacción (puesto que se deja de lado el mundo externo), que encuentra su límite
en una legalidad propia del aparato psíquico y no tanto en razones externas.
Uno de los destinos posibles de la pulsión de investigar puede ser la represión, esto acontece cuando el esfuerzo de
esta pulsión se enlaza a deseos eróticos de tipo objetal. Como sabemos toda represión tiende a fracasar y a generar
su tercer tiempo, es decir el retorno de lo reprimido, lo cual suele ser un efecto de las exigencias propias de la
pubertad. De esta manera el adolescente quedará preso de sus vacilaciones y dudas, a la par que puede ser
dominado por una serie de pensamientos interminables en los cuales no puede sustentar su palabra. En todo caso,
las palabras de los otros, sean profesores de escuela o sus padres, al ser sobreinvestidas cobran suma importancia
siendo inaccesibles a toda crítica. Otro de los destinos posibles es el sublimatorio, con lo cual cobra eficacia el
pensamiento crítico que examina la palabra de los adultos, el yo hace propios sus juicios, mientras comienza a
fragmentarse el pensamiento que homologa a la instancia yoica con el ideal.
Las posiciones anímicas:
Las magnitudes de excitación que provienen de las diferentes zonas erógenas periféricas [genitales, la boca, el ano y
el extremo del conducto uretral], pueden recibir simultáneamente diferentes destinos, incluso variar en los distintos
períodos de la vida de un individuo. Freud (1994) divide el desarrollo en cuatro edades: 8 y 10, 13 y 17.
La estructura anímica de la pubertad “normal”, se caracteriza por la activación y el privilegio de un conjunto de
defensas tales como la desmentida, la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo como destino de
pulsión predominante, remite a una porción del propio yo que tiene una posición específica con relación a sus tres
exteriores es decir, al superyó, a las pulsiones y a una supuesta realidad exterior. Esta porción, como ya he
anticipado, puede ensamblarse con otras posiciones en las cuales se encuentra fragmentado el yo (Freud, 1940a),
algunas de las cuales paso a considerar.
La desmentida implica la refutación de un juicio de carácter traumático, sobre cierta realidad exterior que es
constituida por la vida anímica del sujeto (o sobre la muerte anímica de los padres, por ejemplo), donde un yo
simultáneamente activo intenta contrarrestar dichos efectos.
En el desarrollo sexual de la pubertad, se genera una confrontación entre las excitaciones que provienen de los
estamentos generados en la primera infancia que se reaniman, como las aspiraciones de objeto (las ligazones de
sentimiento del complejo de edipo) y las inhibiciones que se estructuraron en el período de latencia, a lo cual se
suman las aspiraciones de la libido genital que ya ha instaurado su meta y los recursos defensivos actuales a los
cuales puede apelar el yo (Freud, 1925d). Este cotejo de elementos se despliega en un contexto que se caracteriza
por una súbita aceleración del desarrollo de sus elementos.
Sólo luego de la pubertad se establece la llamada fase genital, que implica una organización definitiva de la
sexualidad “y en la cual los genitales femeninos hallan por primera vez el reconocimiento que los masculinos habían
conseguido mucho antes”.
La pulsión de conservación de la especie y su diferimiento:
Dos fuentes pulsionales tienden a adquirir una mayor complejidad: el aparato genital interno, que cobra eficacia en
la reproducción y el aparato genital externo, una zona del cuerpo que presenta una excitación de amplitud
particular. Ambas fuentes procuran articularse, no sin conflictos, junto a sus ritmos y metas. Con respecto a los
genitales internos, puedo decir que los óvulos que trae la niña con su nacimiento, suelen ser activados en la llamada
pubertad que frecuentemente sucede alrededor del décimo al décimo tercer año. De esta manera, se inaugura la
posibilidad de acceder a un placer particular, el de procreación (Freud, 1989), que difiere de las características
propias del goce de la libido genital, aunque en ambos sexos estas últimas pulsiones (genitales) encuentran su apoyo
en su enlace con la conservación de la especie.
De las diferentes pulsiones que se integran en Eros, la conservación de sí, conduce al sujeto a morir a su manera,
sustrayéndolo de otras muertes posibles (que pueden resultarle ajenas), aunque se puede articular con ciertos daños
contingentes, es decir que esta pulsión demora la muerte, pero ella es su destino final. En cambio, la libido tiene un
carácter revolucionario de este destino inexorable mientras que la pulsión de conservación de la especie es la que
más se opone a esta meta final basada en la inercia, aunque logra su meta prescindiendo del soma individual que
cumple una función auxiliar, perpetuando sólo el plasma germinal (Freud, 1920g). Al respecto cabe agregar, que la
conservación de la especie implica un tiempo interno propio, diferente del tiempo del pensamiento mecánico o del
tiempo de los actos puramente psíquicos, tiempo que se transmite y complejiza de generación en generación.