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SUAU T. Los Sacramentos en La Vida de Los Discipulos

Este documento habla sobre la importancia de los signos y gestos en la comunicación humana. Explica que los signos nos permiten expresar y comprender realidades invisibles. Pone como ejemplos gestos como un beso o un ramo de flores que pueden evocar sentimientos como el amor. También discute que los seres humanos necesitamos signos porque somos seres en relación con los demás y el mundo. Finalmente, menciona que Dios se hizo hombre a través de Jesús para que los humanos podamos llegar a ser hijos de Dios

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SUAU T. Los Sacramentos en La Vida de Los Discipulos

Este documento habla sobre la importancia de los signos y gestos en la comunicación humana. Explica que los signos nos permiten expresar y comprender realidades invisibles. Pone como ejemplos gestos como un beso o un ramo de flores que pueden evocar sentimientos como el amor. También discute que los seres humanos necesitamos signos porque somos seres en relación con los demás y el mundo. Finalmente, menciona que Dios se hizo hombre a través de Jesús para que los humanos podamos llegar a ser hijos de Dios

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Teodor Suau

Los sacramentos en la vida de los discípulos

Colección Emaús 116


Centre de Pastoral Litúrgica

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Director de la colección Emaús: Josep Lligadas
Diseño de la cubierta: Mercè Solé
© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA
Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona
Tel. (+34) 933 022 235 – Fax (+34) 933 184 218
cpl@cpl.es – www.cpl.es
Edición digital febrero de 2017
ISBN: 978-84-9805-983-0
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede
ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro
Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

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Qué es un sacramento
“Los símbolos son la lengua de lo invisible hablada en lo visible” (G. Von Lefort).
“El lenguaje de los signos es, a mi parecer, la única lengua extranjera que todo el
mundo debería aprender” (E. Fromm).
“Todo lo que era visible en nuestro Salvador, ha pasado a sus sacramentos” (León
Magno).
El lenguaje de los signos
Cuando yo era niño e iba a la escuela, un día me encontraron hablando fuera de tiempo
y ... me castigaron. Muy normal. Yo protesté. También muy natural: “Solo había hecho
señales a mi vecino, sin decir ni mu”, dije. Una excusa desesperada. Entonces, el
maestro me dijo: “Escribirás cien veces: hay tres clases de lenguaje: oral, escrito y
mímico”. Me costó entender qué significaba “mímico”, pero más tarde la pena me fue
provechosa. Me hizo entender una lección fundamental para la vida: que la
comunicación va más allá de la palabra y que existe un lenguaje importante de los
gestos. Más aún, que la palabra escrita y la mímica, todo lenguaje, tienen algo en común
muy importante: funcionan a base de signos, a base de elementos convencionales
(sonoros; escritos en el caso de la palabra; gestuales en el caso de la mímica),
tácitamente consensuados, visibles, comprensibles sin explicaciones y por ello eficaces:
nos transportan más allá de sí mismos y nos introducen en el mundo del significado.
Más aún: en las reuniones internacionales donde se encuentran muchas personas que no
hablan un mismo idioma, cada vez es más normal expresar lo que se quiere comunicar a
todo el mundo por medio no de palabras, sino de signos: un rostro con un dedo que se
tapa la boca, quiere decir “aquí no se habla; silencio”; un abanico sobre la puerta de un
baño dice que está reservado a las señoras; y si hay un sombrero, a los hombres...
Podríamos seguir. No es necesario.
Hay cosas que podemos ver y tocar; otras son invisibles a los ojos
Con el tiempo tuve que aprender también otra lección: había cosas que no se veían, ni se
podían palpar. Pero que acababan por ser tan importantes, o más, que las que se pueden
ver y tocar. Por ejemplo, la certeza de que mis padres me querían; la posibilidad de
viajar muy lejos sin moverme de la habitación; el abuelo que había muerto y que yo
recordaba con tanta frecuencia y con tan vivo dolor; mis sentimientos, intensos, que no
sabía de dónde venían ni a dónde iban, pero que estaban allí, para hacerme un chico feliz
o desgraciado... Yo me movía en un mundo que podía contemplar, controlar, describir,
decir con palabras conocidas y aceptadas por todos; y, a la vez, en otro mundo que solo
se podía insinuar, del que no era fácil hablar... Un mundo que se desplegaba a base de
imágenes, metáforas, gestos: con signos. El signo, pues, llegaba a ser un puente entre dos

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mundos, los conectaba, los unía. Permitía que se relacionasen y que yo tomase
conciencia de su realidad.
Dos ejemplos
Pondré dos ejemplos que pueden ayudar a comprender lo que estoy intentando explicar.
El primero, la magia de los números.
Por experiencia comprobé que había una diferencia abismal si en mi boletín de notas el
maestro había trazado una rayita y un circulito (el número 10) o, en cambio, había
pintado otro signo que se parecía a una silla (el número 4). El primero suponía
satisfacción para a la gente que más me interesaba (mis padres, por ejemplo, y mis
amigos) y el segundo, en el mejor de los casos, creaba una expresión seria en su faz; en
el peor, generaba una corrección.
He ahí qué quiere decir “la magia del signo”: la capacidad de crear novedad.
Aquí tenéis el contenido: determinadas formas bien materiales (¿queréis algo más
material que un dibujito sobre el papel? ¿O un sonido? ¿O un gesto?) introducen en la
vida realidades impalpables, invisibles, inefables, pero que cuentan mucho a la hora de
estar contentos o tristes; a la hora de explicar las cosas para aprender su nombre
verdadero.
De hecho, el 10 o el 4 eran intentos de medir una cosa tan intangible como es la
inteligencia, el grado de aprendizaje de las lecciones, el esfuerzo aplicado a adquirir la
sabiduría y la ciencia necesarias, la bondad de mi actitud...
En conclusión, el signo: algo que crea lo que se le ha encomendado poner en medio de la
vida.
El segundo ejemplo: el ramo que regalamos a nuestra madre el día de su santo. Un
pequeño manojo de flores, que la botánica define sin problema, con exactitud científica,
y les da un nombre que las distingue de cualquier otra, tan flor como ellas. Pero que, a
partir del momento en que se ha convertido en regalo, se convierte en mediación
(atención a esta palabra: la volveremos a encontrar a menudo en los textos que siguen.
Quiere decir: lo que sirve de canal a otra cosa/experiencia; lo que hace posible una
realidad; su condición). En este caso, el ramo se convierte en mediación de la ternura
que por nuestra madre sentimos. Cada flor, todas las flores juntas, siguen siendo lo que
son: resultado de la evolución de la naturaleza, en su materialidad; a nuestra madre,
pueden conmoverla hasta las lágrimas. Gracias a la actitud que nos mueve a hacerle un
regalo, el ramo ha llegado a ser algo que trasciende las flores: que va más allá de las
flores, pero imposible de ser expresado sin las flores. El ramo ha dicho lo inefable y lo
ha dicho de manera comprensible y significativa para nuestra madre y para nosotros. Se
ha convertido en un signo.

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RESPONDE:
1) Piensa y escribe tres (3) signos sensibles o gestos que nos evoquen realidades
invisibles (por ejemplo, un beso).

2) Piensa y escribe al menos tres (3) signos o gestos más sagrados para ti

La persona humana: un yo en relación


¿Por qué las cosas son así?
¿Por qué una cosa, un gesto, una acción tienen la capacidad de convertirse en signos...?
Porque nosotros, en nuestra esencia más profunda, somos relación. Somos un yo en
relación: lo que queda en nosotros de nuestro diálogo con la circunstancia. Nos hacemos
y somos hechos. Por tanto, necesitamos instrumentos que hagan posible la relación: que
nos abran a la realidad, que nos aporten información, que nos empujen a la
comunicación, al intercambio, a la comunión de amor. Relación con nosotros mismos,
con los demás, con todo lo demás que forma el universo, y con su fundamento: Dios.
Este instrumental nos es proporcionado por nuestra forma de ser humana, hasta el punto
de poderse decir que la persona se distingue de la piedra, de la planta y del animal por su
manera específica de relacionarse con el resto de realidades existentes. Las plantas,
tienen la suya; los animales, también... Nosotros tenemos la nuestra.
La Biblia nos dice que somos barro amasado con aliento divino
La Biblia, nuestro libro de ruta, nos dice que nosotros, en este nivel, somos tierra
amasada con aliento divino. Más tarde nos dirá: de espíritu. Pero la experiencia original
que da pie al texto del libro del Génesis es esta: la persona humana es un animal viviente
particular y especial porque es materia mezclada con espíritu. Sujeto de crear cosas y de
descubrir el alma de estas cosas. De elaborar herramientas útiles y obras de arte
inútiles... pero absolutamente necesarias. De decir lo que es, lo que podría ser y lo que
no será jamás, pero que nos gustaría mucho que fuese..., porque es bueno y bello. Sobre
todo, capaz de recibir amor y dar amor: capaz de amar.
He aquí, pues, lo que somos: carne y viento; espíritu y barro; tierra y aliento
divino; alma y cuerpo. Don recibido y entrega de nuestro don. Somos así y somos
eso. Y así nos desplegamos y nos comunicamos. Y en cada cosa que decimos o
hacemos, dejamos la impronta de nuestra forma de ser: una materia que se abre al
espíritu; un espíritu que introduce en la materia el mundo del misterio y lo hace
humano: experimentable para nosotros.
RESPONDE.
3) ¿Qué te evoca o sugiere el texto anterior destacado en negrita? Coméntalo.

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Un Dios que se encarna
Es ahora el momento de hablar de uno de los núcleos fundamentales de nuestra fe
cristiana, que afirmamos en el Credo: la Encarnación (... y en Jesucristo su Único Hijo,
Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo...) Quiere decir
muchas cosas, pero la que nos interesa aquí es que Dios no quiere que dejemos de ser lo
que somos, hombres y mujeres de nuestro tiempo, para llegar a ser lo que Él espera y
desea que lleguemos a ser: hijos suyos en plenitud. Sino que es siempre a partir de lo que
somos (materia y espíritu; alma y cuerpo; historia y eternidad) que poco a poco y
siempre respetando nuestra libertad Él nos conduce a la plenitud: “Dios se hizo hombre
(se encarnó) para que los hombres pudiesen llegar a ser dioses (capaces de amar sin
límites como Dios lo es)”. Una bella frase de san Ambrosio que describe a la vez la
ilusión de Dios sobre la humanidad y el proyecto de nuestra felicidad.
La primera encarnación es la Palabra
La primera Encarnación está en el lenguaje: desde los primeros versículos del libro del
Génesis, se dice que Dios crea con su Palabra. Pero se trata de una Palabra que se
dirige a nosotros con la voluntad de que sea entendida, comprendida y que lo sea sin un
esfuerzo que nos supere. Dios corre el riesgo desde los inicios de dirigirse a nosotros con
nuestras palabras. Él se manifiesta desde nuestra experiencia humana, limitada,
fragmentaria. Y es a partir de estas palabras humanas que Dios nos dice lo que nos
quiere decir para acercarnos a Él y hacernos probar su Vida y su Amor. Para darse Él
mismo sin reservas. Así lo ha querido porque el lenguaje, cuando es realmente poético,
se convierte en divino: crea lo que dice, empuja a buscar lo que no conocemos porque
nos supera, abre para nosotros el territorio del misterio, de todo lo que no nos atrevemos
a decirnos porque lo consideramos demasiado bello, demasiado bueno, demasiado
grande para nuestra medida humana... Ahí nos quiere conducir nuestro Dios: es nuestro
Paraíso aquí en la tierra, parábola e imagen de lo que será para siempre nuestro “cuando
Él lo será todo en todos”, en la eternidad. No en vano, lo primero que encomienda a
Adán en el Paraíso, al hacerlo su estrecho colaborador en la hora de la creación, será
encomendar a la persona humana que dé nombre a les cosas: a la sombra de Dios, con
los ojos puestos en Dios, la humanidad aprende el verdadero nombre de las cosas, puede
decirlas y abrir así espacios de amor y de libertad en cualquier parte donde pueda
florecer la flor de la fraternidad, de la justicia, de la libertad. El caos, convertido
enjardín. (Cfr. Génesis 2,4-20; Juan 1,1-18).

Necesitamos unas herramientas para llegar a ser lo que somos en la ilusión de Dios
He aquí, pues, las herramientas esenciales que nos da nuestra naturaleza humana, con las
que podemos emprender y llevar a cabo la tarea de vivir en el mundo y llegar a ser lo

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que somos en el deseo de Dios: la palabra, el lenguaje, el gesto, el signo, el símbolo, la
poesía: la acción creativa y creadora que construye el amor. Otras tantas herramientas
que nos ponen en contacto con la realidad donde habitan la bondad, la verdad y la
belleza: donde habita Dios. Y nos hacen, por su gracia, colaboradores suyos en la
transformación de la sociedad en la dirección del Reino.
La fe se recibe, se construye y se expresa también con estas herramientas. Porque la fe es
también relación: una relación libre entre el Dios de la libertad y nosotros, los hijos
llamados a ser libres en plenitud. Sabemos de la importancia de la palabra a la hora de
vivir la experiencia de Dios ahora y aquí. También el gesto, el signo y el símbolo, al
servicio de la fe, son otros tantos momentos decisivos de la relación con Dios. La fe los
llama sacramentos. Una palabra que viene del latín “sacrum” y que quiere expresar la
relación con el ámbito de lo sagrado. Nosotros diríamos: del mundo de Dios.

Ya en el Antiguo Testamento, los israelitas hacían uso de los signos y de los símbolos
para expresar su relación con el Dios de la Alianza. El arca, el templo, el sacrificio, por
ejemplo, o la circuncisión.
Jesús de Nazaret, al fundar su Iglesia, la quiso dotar de los instrumentos necesarios para
que pudiese ser portadora de la salvación. Y pusiera a la persona en relación directa y
eficaz con el Dios Trinidad.
En primer lugar, su Palabra, verdadero lugar de encuentro del individuo y de la
comunidad con el Señor Resucitado. Y los sacramentos: aquellas acciones (palabra,
gesto, signo) significativas desde la fe para que realicen en el tiempo y en el espacio lo
que significan. Lo veremos con detalle en el curso de estas páginas.

Qué es un sacramento
Aquí nos basta por ahora recordar la definición de sacramento que aporta el Compendio
del Catecismo de la Iglesia Católica (224):
“Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por
Cristo, y confiados a la Iglesia, a través de los cuales se nos otorga la vida divina”.
Sin los sacramentos, la fe sería una pura propuesta teórica que debemos esforzarnos por
entender y apropiarnos, pero que afecta solo nuestra razón. Pero no sería una decisión
que afecta a toda la persona, que es memoria, entendimiento y voluntad y no solo
inteligencia y lógica. El sacramento es el puente entre nosotros y Dios; es la mediación
de su Amor hacia nosotros.
Tratemos de averiguarlo algo más.

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Se trata de acciones humanas, realizadas por personas para las demás personas. Su
estructura es por ello muy clara: materia y palabra; una cosa que vemos, explicada con
palabras, que oímos, y que nos pone en contacto con lo que no podemos ver, con Dios;
gestos visibles gracias a los que los cristianos podemos experimentar la presencia de
Dios que sana, perdona, que alimenta, que fortifica y que nos hace capaces de un amor
semejante al suyo. Los sacramentos son la forma elegida por Dios, manifestado en
Jesucristo su Hijo, para comunicarnos su amor sin límites. Actúa en ellos la gracia de
Dios.
Nacidos de la vida, inmersos en la vida cristiana, tendentes a hacer la vida cristiana más
viva y más visible, los sacramentos acompañan la existencia del cristiano y de la
comunidad entera. Se encuentran en los inicios (Bautismo, Confirmación, Eucaristía);
en los momentos de maduración de la fe y de capacitación para el estilo de vida según la
voluntad de Dios (Penitencia, Orden y Matrimonio) y en el momento del supremo
encuentro con el Absoluto buscado y amado durante toda la vida (Unción de los
Enfermos). Son llamados por ello sacramentos de iniciación, en cuanto que comienzan
el itinerario del seguimiento (Bautismo, Confirmación, Eucaristía); sacramentos de
curación (Penitencia, Unción de los Enfermos) y de comunión, al servicio de la
comunión entre las personas (Orden, Matrimonio).
El Bautismo une íntimamente a la persona a Cristo Resucitado; la Confirmación nos da
más intensamente su Espíritu; la Penitencia nos recupera para la comunión con el Señor
y la Unción nos hace llegar su consuelo y su fuerza en el momento difícil de la
enfermedad o de la muerte; en el sacramento del Matrimonio, Cristo engendra su amor
en el amor de la pareja y su fidelidad en la voluntad humana de permanecer fieles a este
amor; con el sacramento del Orden los Sacerdotes (Obispos – Presbíteros) son
configurados a Él de tal manera que pueden perdonar los pecados y celebrar la Eucaristía
y los Diáconos, ejercer el ministerio de la caridad al servicio de la comunidad cristiana.
Es lo que nosotros trataremos de profundizar y apropiarnos en las páginas que siguen.
RESPONDE:
4) ¿Qué es para ti un sacramento?
5) ¿Qué supone para ti participar en cada uno de los sacramentos?
6) •Expresiones que oímos:
– “Yo para relacionarme con Dios: no necesito ir a Misa, o ir a la Iglesia
– “Para que Dios me perdone no necesito decir los pecados al cura”
Añade al menos dos (2) expresiones similares.
7) Con estas expresiones, ¿Qué se puede estar rechazando?
8) En general ¿Cuál es el sentido que le da a la gente a los sacramentos?

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9) A tu criterio, ¿Tienen eficacia los sacramento en las personas? ¿De qué depende
esa eficacia? ¿Cómo se debe manifestar esa eficacia en las personas que los
reciben?

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