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Pablo González Casanova - Una Utopía de América (1953)

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UNA UTOPIA

DE AMERICA
PABLO GONZALEZ CASANOVA

EL COLEGIO DE MÉXICO
UNA UTOPIA DE AMERICA
Primera edición, 1953

Derechos reservados conforme a la ley


Copyright by El Colegio de México
Ñapóles, 5 — México, D. F.
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
UNA UTOPIA
DE AMERICA

por

PABLO GONZALEZ CASANOVA

EL COLEGIO DE MEXICO
INDICE
I. El hombre moderno en México 7
II. Un hombre práctico del romanticismo 31
III. Este mundo: México en 1858 60
IV. El otro mundo : la utopía 92
V. Epílogo, o génesis de la utopía 129
Apéndice: EL REMOTO PORVENIR 147
I

EL HOMBRE MODERNO EN MEXICO

DESDE el siglo xvm aparece en México un espíritu


moderno y científico, emprendedor y revolucionario.
Clavijero y Gamarra, Álzate, Mociño, Bartolache, Mon-
taña, Elhuyar, Del Río, son algunos de sus principales
representantes. Ese espíritu cabe dentro de la órbita
de la Ilustración Europea. Se ostenta en principio —en
los altos círculos culturales— como una tímida Moder-
nidad Cristiana, que ni quita ni pone reyes o dioses,
como simple reforma de métodos y técnicas de investi-
gación, como remozamiento de la cultura académica
anquilosada, estéril, que lleva a cuestas una Edad
Media, muerta ya en los silogismos y en la prédica
huera de la filosofía y de la ciencia. Su postulado ori-
ginal —fuente de las luchas renovadoras— reza así:
La ciencia nueva no ataca más autoridad que la de Aris-
tóteles. La filosofía moderna sólo destruye el principio
de autoridad en las actividades científicas.
Pero la Modernidad Cristiana es en el fondo un
primer lance para romper la rutina española, una pugna
que florece en la Metrópoli y en América contra España
la vieja, y contra los hábitos intelectuales, sociales,
políticos y económicos del Imperio. Al cabo del tiempo
el supuesto ingenuo o mañoso del antiaristotelismo y
de la lucha contra las autoridades científicas entra en
una corriente histórica y social, que le da un sentido
de mayores alcances, muy contrario al Rey de España
y a los dueños de América. Se alza al fin el Liberalismo
[71
8 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

Ilustrado, también Cristiano, pero mucho más agresivo


en lo político. Es la filosofía de la Independencia de
América, base espiritual de nuestro siglo xix, de las
revoluciones que privaron a España de sus colonias,
y de las revoluciones que fueron transformando a los
países de América y alejándolos cada vez más de la
vieja estructura colonial.
El hombre moderno de la Ilustración tiene preocu-
paciones científicas y ambiciones políticas, sociales y
administrativas, que habrán de dar una traza totalmente
nueva a la historia mexicana. La Modernidad Cristiana
y el Liberalismo Ilustrado —como movimientos neoté-
ricos— no bastan así para caracterizarlo. El hombre
moderno adquiere una visión desusada de la vida y del
mundo, en la que colaboran la idea que se forma de sí
mismo y de los otros, y el sentimiento de un poder
enajenado que arrebata al fin a los dominantes. El
hombre moderno de la Ilustración, criollo y mestizo
principalmente, tendrá por vez primera, a fines del
siglo XVIII y principios del xix, la sensación de que la
historia es su historia, la Nueva España, su México, con-
siderado ya no como región sino como Estado, y el
poder, su poder, así sea político, científico, económico
o administrativo. Este intento vehemente de apropiarse
la historia, la tierra y el poder es una verdadera rebel-
día, y caracteriza al criollo tanto o más que su adhesión
a la filosofía moderna. Provoca una búsqueda for-
zosa, e implica una lucha sangrienta. Una búsqueda
del pueblo y su historia, una lucha por el poder. Pero
la apropiación no es inmediata ni fácil. El historiador
tendrá que ayudar al político a adueñarse del Estado.
El político tendrá que auxiliar al geógrafo para encon-
trar los límites de la patria. Al fin intervendrá el pueblo.
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 9

El impulso renovador, iniciado por la Modernidad


Cristiana, dio al hombre un carácter insospechable. Al
animarlo a que se apoderara de sí mismo —de su histo-
ria— y del Estado, lo empujó a una actividad creadora,
a forjar el pasado y el futuro de la nación. Con ello el
tono de la vida colonial desapareció, pues en la Colonia
la Creación era un hecho del pasado, de Dios y los espa-
ñoles. El pasado era hispánico y no contenía frutos de
liberación. A partir del surgimiento del hombre mo-
derno, el pasado empezó a ser mexicano, como el Estado,
y como el proyecto de una felicidad futura. El libera-
lismo ilustrado fué origen de la Patria. Colaboró
intensamente para precisar el nacionalismo. Provocó
un fenómeno que en Europa no tendría razón de ser:
la liberación de una colonia, el nacimiento de un Estado
nuevo, y la búsqueda de las características históricas,
antropológicas y geográficas, en el más amplio sentido
de la palabra, de ese Estado. Lo que en Europa fué
Independencia del antiguo régimen, en América fué in-
dependencia política, administrativa y moral del régi-
men español. Por eso al suceder a los Borbones y a los
nobles hizo allá el pueblo el elogio del pueblo, y aquí
hizo el elogio del pueblo mexicano. Esta adjetivación
del sustantivo provocó una oposición principal de nacio-
nes aquí, mientras allá desataba originalmente una
oposición de estamentos y clases. Aquí se defiende el
color y se buscan las posibilidades creadoras de la raza.
En oposición al blanco y al extranjero se levanta el
indígena. "La revolución no ha dejado de perjudicarlos
~—decía Mora refiriéndose a los indios— porque han
pretendido serlo todo de un golpe, antes de tener dispo-
siciones para nada, y las pretensiones de algunos de ellos
han llegado hasta a proyectar la formación de un sistema
10 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

puramente indio, en que lo fuesen exclusivamente


todo". 1
La grandeza de América y de lo americano es de-
fendida con más tenacidad que nunca. En ello va la vida
independiente de las nuevas naciones. La historia del
indígena es heroica y magnífica, la tierra del indígena
es rica, las virtudes políticas del indígena son ejem-
plares. El historiador ayuda a hacer los mitos del pueblo
nuevo. Lo declara antiguo y con tradiciones de grandeza.
Hace un elogio de lo propio, que tiene una función
creadora. Es un elogio de redención. El indígena —indio
sobre todo, mestizo e incluso criollo— merece justicia.
Pero no sólo la merece sino que debe hacerse justicia
de acuerdo con la historia de su grandeza y también
con la nueva razón, con la ideología del liberalismo, que
es la verdad. Porque al hacer el elogio de sí mismo el
mexicano de la Independencia no cerraba las puertas
a la cultura europea. Tan esencial a su liberación era
su historia como su nueva filosofía. Su rebelión era
verdadera y lo llevaba a apoderarse de los instrumentos
de ultramar, de los más nuevos, de los que lo habían
despertado del sopor, de los que habían empezado por
liberar su mente. El hacía un elogio de su fuerza. Su
fuerza estaba fincada en el fausto de su historia, pero
también en su inteligencia para captar el mundo, para
apropiarse de la verdad cósmica, estuviera donde estu-
viese. Su negación de Europa no era ciega, ni indiscreta
y sin juicio, pues habría sido de esclavo. Con la mirada
más alerta buscaba el saber de sus enemigos y de sus
correligionarios europeos. Ayudado de la nueva filosofía
señalaba las miserias de sus blancos señores y la posi-

i Mora, José María Luis. Méjico y sus Revoluciones. París, Librería


de Rosa, 1836. T. I, p. 67.
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 11

bilidad de ser grande como los más notables y admirados


extranjeros de sus días. Se daba cuenta de que para crear
necesitaba adueñarse de nuevas ideas y viejos pasados.
No se alejaba de Europa, la descubría al tiempo que
desentrañaba su propia tierra y gu historia. El conquis-
tador descubierto sucedía en su espíritu al conquistador
que lo descubriera.
Así, con el advenimiento de la independencia política
de México estaba aparejada no la independencia del
espíritu occidental sino su apropiación, y concreta-
mente la conquista, cada vez mayor, de ciertas ideas
de la nueva Europa para la creación del México Nuevo.
A ella se sumaba la toma del pasado; de la historia
indígena. Y estas apropiaciones de las verdades nuevas
y de las viejas reforzaban la idea de la independencia
del Estado.
Quizá la independencia del Estado era la más im-
portante de todas las apropiaciones. Acompañada de
una sensación general de poder revolucionar y de poder
reformar, se puede decir que es el dato original que
da nacimiento a la nación mexicana de 1820. La apro-
piación del Estado es el eje espiritual del hombre mo-
derno de México, que hasta entonces, por muchas luces
cpie haya tenido, por mucho que haya participado de la
cultura del Renacimiento o de los grandes sistemas del
siglo xvii —suponiendo que este hecho fuera del todo
cierto—, no era un hombre moderno, pues le faltaba
decisión creadora. Le faltaba el impulso que le diera
la corriente filosófica del xvm y que lo hiciera crear su
pasado y su Estado. En esto, la evolución de los mexi-
canos de la Ilustración habría de distinguirse también
de la evolución de los europeos. Europa no necesitó de
la Revolución Francesa para proyectar por vez primera
12 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

una renovación de la cultura, de la sociedad y de la


vida. El poder siempre estuvo en sus manos o a la mano,
y los filósofos que florecieron allí, desde siempre, o
mejor dicho, desde la constitución de las naciones euro-
peas, habían tenido conciencia del poder. Su vida inde-
pendiente siempre tuvo cerca el poder, y en su eslavitud
los europeos siempre amenazaron al poder con una
teoría de independencia. En ese sentido fueron creadores
antes de ser Ilustrados. América hubo de esperar la
Ilustración para decidir teórica y prácticamente la ne-
gación de un estado colonial; para afirmar la libertad
y la posibilidad de adueñarse del gobierno. En la época
colonial americana el Estado no fué un problema radi-
cal. Cuando surgían cuestiones de gobierno Europa
debía resolverlas. Cuando se planteaba un proyecto
administrativo iba a parar a las autoridades españolas.
Las rebeliones aisladas carecían de ideas generales. Las
protestas populares no estaban reforzadas por una ideo-
logía rebelde: "Las masas, sumidas en inverosímil
ignorancia —dice Sierra—, tenían algunos desiderata,
más bien locales que nacionales; tenían odios sobre todo,
que es la pasión de los oprimidos". 2 Los filósofos eran
esclavos. Seguían con fiereza las antiguallas. Propala-
ban la servidumbre al Estado. A lo más pedían enmien-
das parciales; pero reconocían siempre la autoridad
sagrada y política. Por eso América no pudo hacer en-
tonces en Indias sino utopías locales —como la de Vasco
de Quiroga—, utopías administrativas. Porque la utopía,
en el más amplio sentido de la palabra, es un intento de
Creación que niega a la autoridad, y los americanos no
pensaban en crear un mundo, ya que estaba creado

2
Sierra, Justo. México social y político, en Obras Completas del
Maestro... México, 1948. T. IX, p. 154.
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 13

de antemano, ni siquiera pensaban negar a la autoridad


con quimeras. Hasta que la Ilustración dio forma a su
rebeldía, a su pasado y su futuro, no se integraron a
la cultura prometeica. De ahí que la Ilustración tuviera
una importancia tan grande en América. Formuló la con-
ciencia de los pueblos coloniales. Dio nacimiento a un
fenómeno de independencia. Un movimiento tan tímido
como la Modernidad Cristiana fué en América toda
una revolución espiritual, una novedad, porque hizo de
cada hombre autoridad y lo acercó a la creación del Es-
tado, de la vida política y social. El Liberalismo Ilus-
trado —heredero legítimo de la Modernidad— continuó
decididamente la obra revolucionaria de ésta, al
sentar las bases teóricas del hombre independiente de
América, original y permanentemente reformador y
revolucionario. Esos dos movimientos colaboraron para
apuntar una forma nueva a la idea que tenían los ame-
ricanos del poder, les dieron conciencia del poder que
n
o tenían y de la posible renovación —pacífica o revo-
lucionaria— de los poderes. Y cuando al fin los mexi-
canos hicieron la independencia política y pudieron
^anejar el poder, reforzaron activamente esa calidad de
hombres modernos que los había llevado a la lucha. Así,
desde este punto de vista, las estructuras sociales más
importantes que formaron al hombre moderno fueron la
ideología liberal e ilustrada, el indigenismo pre-román-
tico y l a apropiación del poder político, económico,
Jurídico, administrativo. Liberalismo, indigenismo his-
tórico y antropológico, y poder político, hicieron que los
Mexicanos vieran la Creación como hecho del futuro.

Pero las cosas no iban a quedar allí. La dosis de


Modernidad con que el americano va a iniciar su vida
14 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

independiente habrá de recrecer y los lazos con el pasado


inmediato se habrán de relajar muchísimo. Las noveda-
des del mundo se pondrán de moda. Llegarán incluso
a superar a ciertos mitos históricos, que fueron motor
de la Independencia, como el de los indios libres y
nobles de la América indiana. El amor por las novedades
filosóficas, jurídicas y políticas será un mito tan pode-
roso como la creencia en lo perfecto, que dominaba a
la época colonial. Lo desusado será bueno. Por momen-
tos desaparecerá toda crítica de lo nuevo. Habrá cre-
yentes. Sólo el rencor sordo de los conservadores se
permitirá la crítica —a veces razonable— de las ideas
que nacen. Contra la fe del gran siglo aparecerá así, por
una curiosa ironía, la crítica de los crédulos, pero ésta
no será bastante para detener las novedades. El hombre
moderno de México llegará a extremos a que nunca llegó
la Madre Patria. Esos extremos son la Reforma y la
Revolución de 1910. La Reforma de Juárez y los suyos
es un rompimiento definitivo con el Antiguo Régimen,*
y la Revolución es una rica vertiente de mundos nuevos.
Una y otra demuestran las fuerzas que se atribuyeron
los mexicanos para cambiar su vida y para romper
con lo que les había sido dado. Revelan un espíritu
creador incontenible, el cual se explica por infinitas
causas, económicas, culturales, políticas, filosóficas, etc.,
pero puede ser analizado tomando como guión el cambio
* Aún cuando la Reforma no haya acabado con todas las caracte-
rísticas sociales y económicas del Antiguo Régimen, al aplicar las leyes
de Desamortización y de Nacionalización creó un latifundismo laico
—como acertadamente lo llama José E. Iturriaga— que se alió al capita-
lismo internacional y postuló el liberalismo en lo político y el positivismo
en lo filosófico, razones todas ellas que impiden considerar que esa
sociedad de fines de siglo y principios de éste fuera feudal, como
algunos lo han dicho. José E. Iturriaga. La estructura social y cultural
de México. México, Fondo de Cultura Económica, 1951.
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 15

real de la sociedad, que afecta todos los órdenes de


la vida. A ese cambio se sumaría la anarquía social
que invita a la construcción, y a la anarquía, la injusticia
del pasado, que sobrevive, e inclina a la nueva justicia.
En un breve estudio sobre Las transformaciones de
las técnicas, el historiador francés Marc Bloch formula
esta pregunta: "¿No debe uno suponer que una socie-
dad animada de un poderoso movimiento interno
(provocado por desastres diversos, por razzias, por mi-
graciones forzosas), en la que los antiguos cuadros se
desbaratan, tiene una naturaleza, una faiultad de adap-
tación más grande?" Es una pregunta afirmativa como
Pocas y se ve plenamente confirmada en nuestro país.
En el siglo xix México sufre innumerables desastres
Hitemos e internacionales. Los cuadros coloniales se
v
&n quebrantando. Se suceden las levas, las revueltas,
'°s poderes, los planes de trabajo. Viene la destrucción
de los conventos y de las grandes propiedades eclesiás-
ticas. Viene la destrucción de las leyes. Las cosas no
pueden quedar así. La conciencia del cambio aumenta
con el amor a las novedades, a las resurrecciones, y con
el cambio real.
Por un lado la inestabilidad social provoca un deseo
de acumular bienes y el temor de lanzarse a empresas de
larga envergadura. Se salva quien puede: el avaro y el
timorato. Por el otro, la inestabilidad social inevitable-
mente conduce a un deseo de renovación, de reorgani-
zación. Las masas quieren esperar del que promete y
hay grupos de hombres que cifran su salvación en la
salvación de la sociedad. Luchan por apoderarse del
gobierno y de las fuentes de la riqueza. Enarbolan sus
banderas para la contienda. Proclaman que su enseña
e
s nacional. Las ideas cumplen una función muy impor-
16 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

tante. Los conservadores evocan la calma del pasado.


Los liberales acarician las promesas del futuro. Nacen
así las divisas del siglo, Orden y Progreso. Ambas refle-
jan la idea de cambio. No son de actualidad por un
simple contagio literario, sino porque la propia historia
política y social de México hace que los hombres las
antepongan al desorden de las guerras, a la anarquía
y al retraso económico, político y social. Las palabras
Orden y Progreso demuestran, a lo largo del siglo, que
el Estado sigue siendo un problema radical para el ame-
ricano, y que al descubrir éste en la Ilustración la idea
de la creación del Estado ya no la abandona nunca.*
Orden y Progreso parecen ser resumen y bandera de
todo cambio pacífico y guerrero del siglo xix; pero las
acciones bélicas, la anarquía —el cambio real—, son
a su vez causa de una mentalidad que piensa fácilmente
en las mudanzas, en las innovaciones. Si los mexicanos
que luchan por el Orden producen la anarquía y los que
luchan por el Progreso desencadenan la barbarie, ello
no obsta para que crean con vehemencia en los cambios.
Unos y otros están agitando los espíritus, manteniéndolos
en un estado de renovación y de reflexión permanentes.
Coinciden con la idea abstracta de las transmutaciones
sociales, ya sea para volver a la tradición, ya para ins-
taurar una sociedad nueva por sus leyes y su vida. Todos
más o menos se acercan al jefe político —al rebelde
local, o al dirigente de un movimiento revolucionario

* En México la idea de crear el propio mundo no tiene pocas


limitaciones: desde antes de la Independencia se piensa en ofrecer la
corona a un príncipe español o europeo, y cuando el clero y los lati-
fundistas se ven amenazados por Juárez solicitan el apoyo de un príncipe
extranjero. No obstante eso, los grupos que defienden la independencia
de México y la idea de que México puede forjar su propio destino
siempre han acabado por triunfar de esa amenaza constante en la vida
de todo pueblo débil: el colonialismo.
EL· HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 17

nacional—, que tiene "el fuego nuevo" y reorganiza el


mundo. Esperan de él una mejoría pública, un perfec-
cionamiento del Estado, pero también, como es obvio,
pingües ganancias.
La sociedad mexicana, una vez habituada a los
cambios violentos, adquiere mayor predisposición para
las enmiendas sociales y políticas, que según piensa
aliviarán su suerte. La mejora puede ser parcial y
momentánea —algo así como un botín— pero también
estable. Es el caso que las revoluciones capacitan a la
sociedad para el progreso, y la anarquía para el orden,
aligerándola de hábitos y dándole un sentido del cambio
y de la historia más vivo que en otros pueblos.
El hombre moderno que quiere producir un nuevo
°rden produce cuando menos un desorden que favore-
cerá la idea de cambio, que agitará no sólo su espíritu,
sino el de los simples campesinos, el del pueblo en
veces escéptico, deseoso de redimirse por la lucha ideo-
lógica, tan superior al robo —principio inmoral y
desordenado. Y cuando el hombre moderno es progre-
sista incita también a los conservadores al cambio y los
arrastra al presente. El cambio es así la ley del
siglo xix, la idea que priva apasionadamente en todos
A°s espíritus —ya por miras cotidianas, ya por miras
heroicas.

Esa predisposición a las reformas y a las innova-


ciones sociales —que determina las oscilaciones más
agudas entre optimismo y pesimismo— no es suficiente
Para explicar en forma concreta las ideas de cambio.
La idea de cambio implica tanto la idea de evolución,
revolución y progreso, como la idea de orden, de tran-
^ ü i d a d y de paz, a que se aspira y por las que se desea
18 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

modificar la sociedad. Estas ideas implican otras, limi-


tadas por su contenido, por los grupos sociales que las
defienden y por sus efectos sociales. La cuestión es
difícil de desbrozar porque la idea de cambio fué simpli-
ficada en nuestro siglo xix hasta el abuso, lográndose
con ello la máxima abstracción y, por lo tanto, el más
fácil empleo de las dos palabras que la representaban.
Orden y Progreso se convirtieron en una especie de
Verdad y Mentira, de Ariel y Calibán. Cuando se unie-
ron como un solo lema fueron el Ariel de un Calibán
retardatario y desordenado. Pero siempre aparecieron
tajantes, metafísicas. Fueron el Dios y el Diablo de la
historia. Los demiurgos emplearon para conquistarlas
toda suerte de magias y adivinaciones. Se hizo una ética
del Orden y otra del Progreso, una metafísica, una
estética. Pero por debajo de la magia, de la adivinación
y de la metafísica de esas palabras se encuentra un
sentido concreto. Para comprender la idea de cambio es
necesario estudiar esas dos palabras y ese sentido con-
creto, que aparecen, si se las relaciona con su contenido
ideológico, con los grupos y clases que las defendieron
y con los efectos sociales que produjeron.
Un análisis semántico de las palabras Orden y Pro-
greso resultaría muy interesante para saber con exactitud
todas las formas en que fueron aplicadas. Orden y
Progreso de la filosofía, de la religión, del arte, de las
letras, de la educación, del espíritu cívico, de la econo-
mía, de la industria, de la libertad. El análisis llevaría
a terrenos más firmes. Las palabras cobran vida en
relación con los valores postulados en cada terreno del
pensamiento y de la cultura. Lo que es orden en religión
puede ser desorden en política, etc. Pero el análisis no
se puede hacer sin atender, también históricamente, a la
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 19

idea de los medios y de las medidas que habrían de


tomarse para cambiar —ordenar o hacer progresar—
a la sociedad: quién —liberal o conservador— oscilaba
entre la reorganización administrativa y legal, más o
menos efectiva, y el providenciaiismo ; quién, entre
la práctica de una técnica real o imaginaria; quién,
entre el progreso material y el teórico o el teológico;
quién, entre el deseo de recurrir a un hombre providen-
cial, a Dios o al pueblo, etc. Se ve así —y en buena
parte habremos de comprobarlo en las siguientes pá-
ginas— que los mexicanos del siglo pasado al hablar
del cambio, del Orden y el Progreso, y al pensar en los
tedios de realizarlo, le daban el contenido propio de
una filosofía más o menos naturalista o pragmática, o
e
l de una filosofía sobrenatural e incluso espiritual, que
hacía de un elemento irracional (Hombre providencial,
Dios, Acaso, etc.) la fuente de toda solución.
La semántica de esas dos palabras y la relación
de las ideas de Orden y Progreso con los distintos terre-
a s del espíritu, lejos de alejarnos de lo social, nos
acercan dando una pauta todavía más firme para anali-
z
arlas. En principio el Orden fué bandera de conserva-
dores, ya que se oponía al "desorden de la libertad", y
e
l Progreso fué bandera liberal que se enfrentaba al
Misoneísmo de los conservadores, al orden establecido,
^otno se puede percibir fácilmente, lo social da la clave
Para encontrar el contenido concreto de la idea de
cambio. El grupo o los grupos que defendieron las ban-
deras del Orden y del Progreso son los que verdadera-
mente definen esa idea, que de nuevo parece escaparse
cuando se buscan los efectos de las luchas políticas y
sociales, cuando la realidad contradice la bandera del
Urden y el Progreso, pues si las palabras vivieron en
20 EL HOMBRE MODERNO EN MEXICO

nuestro siglo xix con gran aliento, los hechos estaban


siempre allí contradiciéndolas, inhibiéndolas, ponién-
dolas en ridículo. Pqr una parte hasta los bandidos y
los asaltantes llegaron a hablar de Orden γ Progreso;
por otra el conservador pudo hacer progresar a la
Nación —digamos en el terreno industrial—, y el liberal
pudo ordenarla, de lo que es buena prueba el régimen
de Porfirio Díaz que personifica la doctrina que con-
sideraba el Progreso como la evolución del Orden.
El cambio del siglo tuvo muchos sentidos. Las pala-
bras Orden γ Progreso nacieron de los más opuestos
programas, grupos y clases, y llegaron a producir
los más contradictorios efectos. Pero el siglo no se com-
prende sin esas palabras, como no se comprenden las
palabras sin los grupos sociales que las defendieron.
Y si la idea de ordenar correspondía originalmente a
la sentencia del Génesis —en siete días Dios ordenó el
mundo—, y la idea de progresar correspondía a las
mejoras de la máquina y a la acumulación del conoci-
miento técnico, es decir a la' más reciente filosofía,
ambas palabras reflejan por entonces una transforma-
ción voluntaria del mundo, y en particular la idea de
que los mexicanos son capaces de ordenar o mejorar su
propio mundo.
Pero aparte de esas palabras, que sirven para escla-
recer la idea de cambio, hay otras dos: libertad y
riqueza. Las ideaç que representan no dejan de estar
relacionadas con aquéllas. Libertad y riqueza adquieren
a menudo la categoría de Causa Prima del movimiento
histórico.

La libertad es la llave del progreso, de la paz y del


enriquecimiento de las naciones. Guarda el sabor de stt
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 21

origen marino, amante de lo universal: se ha luchado


tanto por ella para acabar con las fronteras y las corta-
pisas del comercio humano y divino, que se ha llegado
a pensar que, con sólo obtenerla, los problemas del
mundo quedarán resueltos. El liberal mexicano del siglo
Xix tiene esta idea excesiva de la libertad.
Por otra parte, la riqueza se identifica con el pro-
greso material, y de hecho —en Europa inclusive—
se tiene fe en que el progreso de unos cuantos, andando
e
l tiempo, será el progreso material.de la comunidad.
La fe en la evolución de la industria es característica de
toda la primera mitad de siglo. Hay liberales y conser-
vadores que tienen una visión hipertrófica de la evolu-
ción de la riqueza a través de la técnica. La técnica se
convierte en salvadora. Son dos ideas abstractas: el
hombre no se pregunta: ¿Libertad de quién? ¿Técnica
de quién? Los grupos sociales no son relacionados con
las ideas. Pero la realidad social les da una vida justa
y concreta y un sentido a menudo opuesto, contradic-
torio. Así llega a aparecer la industria como enemiga de
la libertad y viceversa. En el fondo los grupos las toman
como símbolos de luchas complejísimas, anteponen la
libertad a la industria o la industria a la libertad. En
e
l México independiente los liberales llegan a formular
^ a ordenación que se halla implícita en todas sus
luchas. La libertad, a través de la educación (primo)
y de la industria (secundo), lleva al progreso humano y
a
* orden de la sociedad. Los conservadores obtienen una
formula distinta: la industria, junto con la educación
^«giosa, moral y técnica, y junto con un orden político
Cu« mantenga la moral y la religión, lleva al progreso,
a
la libertad y a la felicidad.
22 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

Y aunque aparentemente la industria corresponde a


una idea de la realidad menos abstracta, y es ligada
por los conservadores a realidades culturales, religiosas,
etc., es sin embargo abstraída de las estructuras econó-
micas y sociales que están por encima de ella (de los
problemas nacionales e internacionales de producción,
distribución, circulación y consumo), por lo que al fin
y a la postre aparece también como una idea abs-
tracta.*
Las ideas libertarias e industrialistas estuvieron ín-
timamente ligadas con las ideas de Progreso y Orden.
Cuando el sector más avanzado de México, el liberal
romántico o positivista, se quería desprender de lo
pasado y progresar, pensaba de inmediato en dar liber-
tad y en educar a su pueblo filosófica, política y econó-
micamente. Y el conservador, torturado por el Orden,
tenía como meta el orden religioso y moral, pero también
el orden económico que enriquecería a la nación.
La libertad y la educación fueron otro leit motiv
de nuestro siglo xix, como lo fueron quizá en un grado
menor, pero no menos característico, la religión y la
técnica industrial. La educación no era tan sólo un
elemento fundamental de la administración del Estado,
como lo es hoy, sino la clave de toda solución a los
problemas sociales. La técnica industrial era resultado,
pero también se le veía como causa de la Civilización.
Aumentarla por todos los medios era una idea común, a
partir de la independencia. La industria cabía dentro
de esas dos grandes categorías del Orden y el Progreso,
e incluso era una primera piedra para hacer el puente
entre una y otra. La industria, en un pueblo como el
* Cf. Pablo González Casanova: "Ideología de la primera industria-
lización mexicana", en Jornadas Industriales, 2* época, núm. 21, pp. 25-
48, México, oct. cíe 1952.
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 23

mexicano de la primera mitad del siglo, era una meta,


una posibilidad de cambio. Imponerla en los espíritus
requería el que sus defensores recurrieran a las ideas
abstractas y fluidas de Orden y Progreso, e incluso el
que encontraran en un sector de la sociedad mexicana
las bases psicológicas y culturales necesarias para las
innovaciones. Esas bases estaban evidentemente maduras
hacia 1830, época en que empieza un vigoroso esfuerzo
para industrializar al país minero y agrícola. En que
el hombre moderno de México, conservador o liberal,
considera necesario y básico el cambio de las técnicas
de producción, y logra un primer paso importante para
desarrollar la industria nacional.
El Orden y el Progreso, banderas del siglo, junto con
la capacidad de cambio, fueron los principales enemigos
de la rutina en materia de técnicas, de esa rutina
propia del "campesino que no discute ni su práctica ni
la que se le propone para reemplazarla". 3 En el México
del siglo xix —desde los principios de la vida indepen-
diente^— s e discutieron, por el contrario, todas las inno-
vaciones industriales, con la misma pasión que puso el
siglo en materias políticas, religiosas y educativas. Junto
a
la idea del hombre nuevo surgió la idea de una nueva
técnica y de un México industrial; con la idea de la
libertad individual apareció la de un México indepen-
diente por su capacidad de producción, por su industria.
Y esta última idea fué defendida indistintamente por
los conservadores —hombres nuevos también— y por los
liberales, contra conservadores y liberales partidarios,
Por ejemplo, de un México minero o de la libertad de
comercio.

_ 3 Flucher, Daniel. Routine et innovation dans la vie paysanne, en


¿e travail et les techniques. Paris, 1950. p. 89.
24 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

Pero el impulso que predispone a las innovaciones,


que decide a los hombres a plantar la libertad en un
país tiranizado, y a establecer una industria poderosa
en un país minero y pobre, no carece de contradicciones.
Si el cambio apresta la mente a las innovaciones, no es
ésa la única causa ni es ése el único efecto. Como dijimos
antes el cambio es un índice de adaptaciones. Nada más.
Por una parte el cambio del siglo xix es lucha entre
grupos y clases, por otra es Caos. Las catástrofes son
un aspecto importante en la evolución del siglo. El
mundo se hace y se deshace. Hay un hilo de tragedia
que atraviesa el siglo de parte a parte. Esa tragedia es
escandalosa y abrumadora. El fracaso como tal afecta
a muchos espíritus. Los vuelve escépticos o desvergon-
zados. Los apronta a la inacción, o al desquite. Los
separa de la sociedad. Los arrumba en su individuali-
dad. El medro está a la orden del día. El robo se vuelve
característico del pueblo. El soborno adorna a las auto-
ridades. El cohecho es privilegio de comerciantes. Y
México adquiere una etiqueta. País desastroso, inepto,
incompetente, ladrón. Como de costumbre, el extranjero
hace la leyenda negra. El viajante cuenta del robo, del
silencio amenazador de las campiñas, del despego bár-
baro que se tiene a la vida, de la muerte. ¿Qué hay de
cierto en todo eso? Algo nada más. De hecho se perpetra
una escisión brutal ¿le la realidad. México entra en la
fórmula del bien y el mal, del optimismo y el pesimismo,
del orden y el desorden. Y así como nosotros abusaría-
mos pensando que el México del siglo xix fué exclusi-
vamente creador y racional y sólo excepcionalmente
caprichoso y caótico, así el extranjero —ese extranjero
por antonomasia que habla del destino innato de las
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 25

naciones— abusaba al considerarlo un pueblo sin sen-


tido político.
El cambio produjo también el pesimismo. El cambio
brutal parió a los escépticos, a los desordenados, a los
facinerosos. Dio idea de inestabilidad, de esterilidad.
Desde principios del siglo hizo que naciera un fan-
toche: Don Antonio Siempre el Mismo, símbolo mexi-
cano del eterno retorno, personaje popular de panfletos
y folletines políticos, que se plantaba en medio de la
plaza para reírse de todo programa de gobierno, de
todo proyecto, de todo optimismo falso o verdadero.
Pero si al optimismo del siglo xix mexicano corres-
ponden también un escepticismo y un pesimismo cíclicos
e incluso permanentes, éstos se localizan desde luego
entre los hombres alejados del poder, entre las clases
medias, a ratos incrédulas del mundo, o entre las gentes
del pueblo, que habiendo combatido por cambiar la
faz de la tierra, habiéndose acercado a los jefes y lucha-
do al lado de ellos, vuelven a sus creencias antiguas
sin un aparente progreso, e incluso con cierto temor
hacia las innovaciones. Y cuando el escepticismo afecta
a los grupos que gobiernan, aparecen con esa lucidez
iturbidiana o santannina la desvergüenza del caudillo y
la soldadesca, la inmoralidad pública, el desenfreno, el
amor y desdén de la vida.
Pero cuando los escépticos atesoran el poder el siglo
los despeña. Y cuando los escépticos pobres guardan
prudente calma, el hambre los empuja. Y no sólo los
empuja a tomar la escopeta y a lanzarse a las revueltas,
sino los obliga a pensar, los hace imaginar mundos
mejores. Por eso es un error, por desgracia frecuente,
considerar que sólo una élite piensa en México. El pue-
blo discurre mundos mejores. El haber pensado en ellos
26 EL HOMBBE MODERNO EN MÉXICO

salvó a los dirigentes progresistas, determinó movimien-


tos importantísimos, como la Reforma y la Revolución
de 1910. Allí está para dar testimonio la filosofía
popular mexicana que se encuentra en los procesos de la
Inquisición y en la literatura revolucionaria. No es
cierto, como se ha dicho, que el pueblo fuera sólo juguete
de los dirigentes. El pueblo pensó en 1810. Hubo, entre
los panaderos, los boticarios, los barberos, los leñadores,
filósofos estoicos, ateos, deístas, enamorados de La Max-
sellesa... Y en 1910 hubo partidarios del anarco-so-
cialismo, espiritistas anticatólicos, protestantes obreris-
tas, pseudo-marxistas, social-demócratas y filosofadores
indigenistas. Y no caigamos en el otro mito: la sabiduría
del pueblo. El pueblo pensó con pobreza, a medias.
Pero pensó sus problemas. Al lanzarse a las luchas tuvo
una idea vaga y circunstancial del mal y del bien, del
Orden y el Progreso.
El cambio lo ayudó ε concebir la evolución, como a
todos. Lo hizo adaptarse a nuevas vidas, y reclamar como
los demás el Orden para comer y el Progreso de la
libertad.

Por otra parte, cabe observar en esta visión de trans-


formaciones, que si el ambiente era favorable a los
cambios y a las ideas nuevas no era favorable a los sis-
temas de ideas radicales. De hecho no había grupos con
ideologías extremas, que fueran lo suficientemente pode-
rosos para imponerlas*
Cuando el hombre moderno ha movilizado sus ideas,
no ha podido presentarlas radicalmente, ni ha podido
sostener un extremismo ideológico en lo político: toda
revolución ha conservado su Virgen de Guadalupe. Para
imponer medidas radicales ha sido necesario recurrir
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 27

a ideas y símbolos tradicionales, por dos tropiezos: la


herejía, el radicalismo y todas sus posibles manifesta-
ciones han sido siempre cultivadas individualmente en
México, conservando así ciertas formas muy caracterís-
ticas de la cultura española, en la que toda heterodoxia
tiene carácter individualista, o se reduce a un grupo
exiguo de correligionarios, lo que no ocurre en el resto
de Europa, digamos con el protestantismo. Y además,
porque toda herejía, toda idea innovadora radical, en
cuanto ha servido de símbolo a un movimiento histórico,
se ha unido a grupos sociales heterogéneos, cultural e
ideológicamente, que han dado también la pauta a la
historia: esos grupos nunca han tenido una ideología
radical. No han sido nunca de herejes los ejércitos de
Hidalgo, los de Juárez, ni los de la Revolución Mexi-
cana. Y así en el curso de nuestra historia los radicales,
a la larga, no han dado el tono individual de su vida
espiritual a la nación. Conforme los pensadores revolu-
cionarios se han acercado más al poder y más lo han
manejado, más han sufrido el influjo de la nación, y
se han visto obligados a sumarse a un pueblo que hacía
profesión de fe conservadora, en los terrenos de la reli-
gión, de la superstición, de la moral. Si las reformas
y los cambios que han sucedido a las revoluciones (de
Independencia, de Reforma y a la Agraria de 1910)
han sido radicales en ciertos terrenos, la ideología
que ha privado ha sido conciliadora, por lo menos en
lo abstracto y en lo general. Si en los momentos en que
se han tomado medidas radicales las tradiciones han
ocupado segundo lugar, después han vuelto a renacer.
Ya libres, se han lanzado contra el viejo amigo que
tomara medidas radicales, enmascaradas a veces de
filosofía moderada. En el curso de la historia del hombre
28 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

moderno de México ha habido una filosofía "ecléctica"


dominante —liberalismo ilustrado, positivismo, ideolo-
gía de 1910—, que ha correspondido a medidas políticas
radicales, definitivas, pero parciales: Declaración de
Independencia, expropiación de los bienes y supresión
de los privilegios del clero, expropiación de tierras o
acuerdo de privilegios y garantías colectivos, etc. El
México revolucionario ha sido por lo general en sus
horas y días más revolucionario en los hechos que en
los sistemas de ideas. En cierto modo, a ideas a menudo
conciliadoras han correspondido medidas radicales. Es
así como Voltaire y la Virgen de Guadalupe han cum-
plido por minutos una misma función social, al servir
de símbolos a un mismo movimiento revolucionario.
Esta es una coyuntura frecuente en la historia univer-
sal. En México se ha convertido en problema gigantesco
a partir de la Independencia, y ha dado al pueblo una
experiencia cotidiana de las contradicciones tan fre-
cuentes entre los hechos y las palabras. ¿Pero cómo
explicar semejante desajuste, sin reparar en las dife-
rencias culturales enormes que han separado a los diri-
gentes y a los dirigidos, a las ideas nuevas y a una
realidad ideológica tradicionalista, a las palabras pro-
gresistas y revolucionarias por un lado, y a los hechos
tradicionalistas, estacionarios y regresivos, de los opo-
sitores ideológicos y de los propios aliados, de los
propios partidarios de la Independencia, de la Reforma,
de la Revolución? La tirantez entre el pasado y el pre-
sente ha sido más fuerte que la tensión entre las razas.
Por eso, dejando al margen la discordia natural de
conservadores y progresistas, todavía queda una lucha
pertinaz entre los propios dirigentes y los dirigidos,
entre los hombres modernos y sus afiliados, entre los
EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO 29

generales y sus soldados. ¿Por qué entonces se ha unido


ese pueblo, que conserva el eje visual de una cultura
antigua, con el ilustrado, con el ideólogo, con el positi-
vista, con la liberal-socialista? ¿Por qué, si no es por
una convicción general ni por un acuerdo esencial de
filosofías y de visiones de la vida, sino porque otros
elementos psicológicos, políticos y económicos han
colaborado invariablemente a la unión? Sólo conside-
rando esos elementos puede explicarse el que el hombre
moderno haya contado con un pueblo culturalmente he-
terogéneo, en los momentos decisivos de sus reformas
y de sus revoluciones: sólo por la desesperación de las
masas contra el yugo, contra la tiranía, contra la miseria,
y por las ideas aisladas que escuchaban en boca de sus
dirigentes. Esas ideas se integraban en un mundo ideo-
lógico hecho, heredado, buscando acomodo ecléctico»
semejante al que encontraban en la cabeza de los libe-
rales moderados, de los reformistas católicos, del positi-
vismo anticlerical pero respetuoso de las creencias en
el más allá.

Así, una visión de la historia moderna de México


advierte al espectador del cambio fundamental en la
actitud de los hombres. De elementos de la creación
pasan a ser creadores en el sentido ecuménico de la
palabra. Los embarga el optimismo que acompaña a toda
creación. Y si ese optimismo y ese deseo de cambiar
e
l mundo se ven empañados por el escepticismo de al-
gunos hombres o de algunos tiempos, y por la falta de
planes generales, radicales, ello no obsta para que
den sentido y razón a la historia mexicana. Sin su pre-
ponderancia la historia del México moderno sólo sería
30 EL HOMBRE MODERNO EN MÉXICO

un caos. Aparecería un México falso en que los hombres


sólo se matarían por desdén a la muerte. La idea de la
muerte sería más importante para comprenderlo que
los intereses y los ideales de la vida. Aparecería un
México instintivo y bárbaro, un pueblo señalado por
la mano de Dios. Los historiadores jeremíacos tendrían
un argumento exquisito. Pero la verdad es otra. A partir
del siglo xix nace la inestabilidad social —un mero caos
si se la mira aislada—, pero también una vida espiri-
tual aguadísima que gira en torno al poder. Los mexi-
canos se habitúan desde entonces a ver cambiar el
mundo; y se acostumbran a la revolución de las ideas,
de las instituciones, de filosofías, costumbres, leyes, etc.
Los proyectos que hacen explican su historia, sus re-
formas. Sus ideales son un elemento racional, formi-
dable, que surge en medio de sus contradicciones.
π
UN HOMBRE PRACTICO DEL ROMANTICISMO

E N ESE ambiente ideológico del siglo xix mexicano, vivió


don Juan Nepomuceno Adorno, inventor y mecánico,
pensador social y autor de utopías. Como Roberto Owen
y Saint-Simon, los dos reformadores que vinieron a
México, y como algunos de sus contemporáneos y con-
ciudadanos, Adorno fué un hombre de empresa del
romanticismo. Creyó a la vez en la industria y en la
Providencia.
Vio Adorno la luz primera en México, en 1807, fué
longevo y murió hacia los ochentas. De su vida personal
no sabemos nada. De su vida pública estamos mejor
informados por sus propias referencias, sus escritos, y
Por las noticias de los periódicos. Trabajó en una época
como empleado de la Renta del tabaco, viajó después
Por Europa, presentó en la Exposición Universal de
París de 1855 ingeniosas invenciones, y veinte años más
tarde dictó conferencias en Barcelona sobre su filosofía
"providencial". Al regresar del primer viaje estuvo
enfermo de muerte por una intermitente perniciosa, y
c
°n ese motivo determinó publicar sus escritos filosó-
ficos un año después —1862—, fija la idea de que no
corrieran en público hasta que él hubiera fallecido.
Pero no logró su propósito. Algunos amigos obtuvieron
ejemplares de la obra, y el legado que pensaba dejar
a
la humanidad alcanzó en vida cierta divulgación.
Entre los hechos notables de que tenemos noticia,
φιε caracterizan a este personaje, está un viejo discurso
[31]
32 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

pronunciado en memoria del benemérito Matamoros.


Es un discurso típico de pueblo, de fiesta patriótica. El
autor maneja figuras coloridas para expresar la rea-
lidad. Es patético en extremo, habla de la justicia con
intensa emoción, de las generaciones futuras con aire
paternal, de los héroes, en forma de elegía, del país de
los aztecas con retórica chirle y sentimental. Reniega
de las guerras fratricidas que malogran los más vale-
rosos esfuerzos, y en medio de las desgracias que pinta,
de la abyección que encuentra en el México de entonces,
descubre ese optimismo ardiente que lo va a sostener en
el curso de su larga vida, como sostendrá a tantos miles
de mexicanos que habitaron ese siglo nuestro, desgra-
ciado pero fervoroso. "¡La divina México llegará a ser
feliz!", exclama a fin de cuentas. 1
Es ése el leit motiv de su vida gigantesca y atolon-
drada: la felicidad de la divina México, de los huma-
nos, y de los habitantes de todos los planetas. En sus
inventos, en sus escritos sociales y en sus imaginaciones
teológicas y utópicas, no aparece a primera vista un
motivo espiritual más profundo. Adorno tiene el entu-
siasmo de un niño Prometeo, como todo su siglo. Es
buscador de soluciones y encuentra que como hombre
será un colaborador de la vida, del universo y de la ley
que lo rige y lo lleva a una mayor, a una total felicidad.
Su máquina es un principio de salvación ; sus máquinas,
para ser más precisos; pero también, como veremos,
las" ideas de su libro sobre Los nudes de México, y las
de ese otro que con el solo título dice de todo su opti-
mismo: La armonía del Universo.
1
Adorno, Juan Nepomticeno. Discurso pronunciado el día 27 de
mayo de 1841, en memoria del heroico general D. Mariano Matamoros
en la ciudad de su nombre. Puebla, imp. en ta casa de Juan N. del Valle,
1Ç41. s.p.
UN HOMBRE PRACTICO DEL ROMANTICISMO 33

Adorno era un hombre más desequilibrado que su


siglo. Se sumó a la hueste del optimismo social que
invadió a la cultura europea en los tiempos de Flora
Tristan, es decir, fué un utopista. Manifestó su desequi-
librio en todos los terrenos, incluso en el.de la mecánica,
que podría parecer lo menos propicio al desequilibrio,
pero que lo fué, no accidental sino generalmente, pues
por entonces la sociedad toda se trastornó con el descu-
brimiento de los grandes poderes de la termodinámica,
Y con el advenimiento de la Revolución Industrial, y
llenó de humanidad a los nuevos autómatas, como a los
fetiches antiguos. Lo humano que puso la sociedad en la
e q u i n a fué lo que produjo el frenesí científico y poé-
tico de la época romántica. Fué humano lo que hizo
trizas el cálculo, las leyes de la mecánica, de la quí-
mica, de la biología. Lo que afectó a todo aficionado a
instructor y a todo artífice de mecanismos. Y Adorno,
°e por sí propenso a la imprudencia, no estuvo exento de
e
»te pecadillo.
Hombre desequilibrado, no fué ni gigante ni enano,
81
los hay. Pasaba del éxtasis a los tropiezos de la vida
diaria, de las grandezas a las minucias, de los recintos
*&ás nobles y sagrados, de los más perfectos mundos, a
**» oficinas mugrientas y sórdidas. Anochecía pensando
en
el Espíritu Absoluto y amanecía escribiendo una
solicitud al más miserable burócrata. Construía con
8randes trabajos y mayores imaginaciones una máquina
*P** salvaría a la humanidad, y al día siguiente iba a
ofrecerla a un hombrecillo desprovisto de magín y de
^ a l e s ; y por si eso no fuera poco veía cómo sus ma-
l i n a s no sólo se quedaban inactivas, por la abulia o
«• malicia de los empleados, sino que se quebraban y
facían trizas ante la realidad física del mundo. Pero
34 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

como era en esencia un hombrecillo y un gigante —am-


bos en perpetua lucha—, seguía como hombrecillo fa-
bricando máquinas para que se las compraran y enco-
mendaran los jefes del Estado, y como gigante seguía
creyendo en los hombres, en sí mismo y en los efectos
prodigiosos y salvadores de sus aparatos. Por eso nunca
se abatía, nunca cejaba ni se volvía pesimista, ni acep-
taba la posibilidad de que él o la humanidad fracasaran.
Encontramos por primera vez al ingeniero Adorno
el año de 1843. Se halla defendiendo por entonces una
causa, justa al parecer, pero chata, insignificante,
pigmea y hasta desprovista de verdaderas fábulas. El
hombrecillo surge por vez primera con toda claridad.
Nuestro famoso tirano, de nombre Antonio López de
Santa Anna, había pensado construir el teatro que llevó
su nombre, en medio de la más horrible miseria de la
nación. H'abía encomendado el trabajo a un tal Hidalga,
ingeniero español, amigo suyo, quien ya se entregaba a
sus nobles labores, cuando un arquitecto de la localidad,
llamado Vicente Casarín, lo acusó de estar construyendo
contra las reglas del arte, y pronosticó el derrumbe del
teatro, nada menos que para el día de la inauguración.
"El ingeniero don Juan Nepomuceno Adorno —escribe
Olavarría y Ferrari— espontáneamente salió a tercear
en la cuestión, no tanto para defender a Hidalga, como
a Casarín, e impedir que el ridículo que éste venía
echando sobre su 'propia persona perjudicase de algún
modo a los arquitectos e ingenieros mexicanos". 2 La
polémica adquirió un tono violento y demagógico.
Adorno estuvo por cerrar la herida entre los pueblos de
España y México, y el arquitecto ofendido por abrirla.
2
Olavarría y Ferrari, E. Reseña histórica del teatro en México-
México, La Europea, 1895. T. II, p. 74.
UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 35

Casarín llegó incluso a acusar a Adorno de ser un escri-


tor a sueldo, desconocido, pobre diablo sin beligerancia
alguna, y en respuesta a unos versillos que éste decía
haber traducido de una lengua oriental, le endilgó unos
muy groseros de Iriarte, que no vale la pena reproducir.
Pero en el fondo Adorno tenía razón por muy empleado
y pobre diablo que fuera. Casarín había obrado por
resentimiento, pues los proyectos que presentara para el
Mercado, para el Teatro y para la Columna de la Inde-
pendencia no habían merecido la atención de los ju-
rados. Los planes de Hidalga no sólo eran buenos y
novedosos, sino que le valieron elogios de personas
versadas, porque resolvía difíciles problemas arquitec-
tónicos. El teatro de Santa Anna no se cayó.
En este caso Adorno no libraba una batalla ilustre
0
grandiosa, pero tampoco humanizaba la fabricación
del teatro. Posiblemente quería congraciarse con Santa
Anna, amigo de Hidalga, y la necesidad de apoyo lo
tocllnaba, con la amistad, a defender al constructor. Era
es
e un acto de la vida cotidiana. El empleado del tabaco,
Adorno, ingeniero de profesión, defendía un plano le-
vantado correctamente. La vehemencia de su imaginación
todavía no se desbocaba sino para pedir, por arte de
*a polémica, que se olvidaran los rencores entre España
ν México, y para citar, por ridicula fatuidad, unos
versillos del Oriente. Sólo después empezaría a mani-
festar su idea de que la máquina es una construcción
benigna, capaz de convertir en realidad los pequeños
y grandes ideales, y cometería los errores y torpezas
Propios de un brujo romántico del industrialismo. Em-
pezaría a sacar conclusiones humanistas de la técnica y
a
incorporar un mundo imaginario a la máquina y la
Maquina a un mundo imaginario, relacionando y con-
36 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

fundiendo a hombres y artefactos de nuevo cuño, como


Owen cuando decía: "Si hay testimonio de que una
cuidadosa atención de vuestras máquinas inanimadas
puede producir tan benéficos resultados, ¿qué no cabe
esperar si ponéis la misma atención en vuestras máqui-
nas vitales, que están construidas en forma todavía más
maravillosa?" 3 Por ese tiempo Adorno, a lo que sabe-
mos, no había iniciado aún su carrera de invento^ que
nos interesa considerar ahora reparando en la efectivi-
dad técnica de sus inventos ; pero sobre todo en el sentido
mesiánico que dio en atribuirles y que llega a su pleni-
tud en el Análisis de los males de México, 1858, y en
sus discursos de 1871.
No es fácil levantar el vuelo y muchas veces, cuando
los aeronautas logran sus propósitos, vuelven a caer por
el lastre que llevan de la tierra. Los primeros inventos de
Adorno son unas máquinas para cigarrillos, puros y pi-
cados de tabacos. A decir del inventor eran máquinas
esas enteramente originales, y no mejoras ni variaciones
de modelos preexistentes. Servían para fabricar cigarros
por el método de cadenas sin fin; para hacer cigarros
de tubo, como los usados en Francia y Rusia, puros
cilindricos mexicanos, puros habanos o de Manila, y
otras suertes de cigarros y cigarrillos. Adorno había in-
ventado las máquinas antes de 1845, época en que firmó
un contrato con el Supremo Gobierno, que le valió viajar
por Europa, donde de acuerdo con lo previsto debería
construirlas. Desgraciadamente las circunstancias acia-
gas por que atravesó el país en ese tiempo hicieron que
el gobierno suspendiera los envíos necesarios, y Adorno
pasó ocho años y medio gastando con tenacidad su corto

S Owen, Robert. Observations on the Cotton Trade, 1815.


UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 37

capital y tratando de llevar al cabo sus invenciones. A


su regreso, en el año de 1853, cuando ya se le acredi-
taba, tanto en México como en Europa, como inventor
de esas máquinas, hizo demostración de una de ellas a
Lerdo de Tejada y al ministro en pleno; pero tras la
demostración se encontró con la triste noticia de que en
su penuria el gobierno había traspasado la renta del
tabaco a una empresa particular. No se desilusionó por
es
o y, en vísperas de partir nuevamente, solicitó un
privilegio de inventor por quince años,4 con la espe-
ranza de que sus máquinas fueran empleadas más tarde,
Por la empresa o el gobierno. Para esa época Adorno
s
e sentía satisfecho de sí mismo, a pesar de los reveses,
Τ creía en la "notoriedad constante y universalmente
reconocida de sus invenciones", atribuyéndose el haber
henificado por vez primera la industria del tabaco.
Excepto el rapé —escribe con orgullo—, que ya se
construía mecánicamente en Francia y Portugal, y el
tabaco para pipa, todos los demás artículos se han
labrado manualmente, por lo que mi invención es abso-
luta de formar puros, cigarros y tabacos picados, con
e
* auxilio de las máquinas".6
¿Pero qué efectividad tenían esas máquinas minu-
ciosas de innegable prosaísmo, y cuál era su utilidad?
todavía en 1858 Adorno estaría proponiendo al gobier-
n
° que las pusiera en uso, y escribiría en su Análisis,
*e los males de México: "Los pocos defectos que como
ln
venciones enteramente nuevas pudieran descubrir, con
e
* Uso prolongado se corregirían y sus resultados, pro-
pios de toda máquina manufacturera, llevarían a una

, 4 Exp. 202 del A.M.P. (Archivo de Marcas y Patentes de la Secre-


lanaB de Economía.)
¡bid.
38 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

mejor producción, o transformación o fabricación del


tabaco". Es así como el autor reconocía la posibilidad
de fallar parcialmente y de que sus artefactos no lo-
graran producir un tabaco impecable. Tenía sin embargo
la esperanza de mejorarlas con el uso. Pero tenía una
esperanza más, que no se limitaba a ser útil con sus
inventos a la industria mexicana, ni a aumentar y per-
feccionar la producción, sino a ser útil a sus conciu-
dadanos, al gobierno y quizá hasta a la Patria. Un
gusanillo empezaba a reptar en sus razonamientos.
Como inventor quería recomendar sus productos, y
quizá eso lo hacía exagerar desmesuradamente sus vir-
tudes, o quizá ya creía desde entonces en las virtudes
desmesuradas de sus inventos. ¿Cómo iba a ser capaz de
resolver una maquinita de tabaco un gran problema
de la Patria? Evidentemente se necesitaba mucha auda-
cia o un exceso de buena fe para probarlo, y a fin de
cuentas los argumentos que se dieran parecerían como
tirados de los cabellos. Era ése, sin embargo, un primer
rasgo de lo que sería una horrible antinomia entre el
hombrecillo y el gigante. Adorno había propuesto sus
máquinas por vez primera cuando se restableció el
estanco del tabaco en 1845, y había dicho que iba a
resolver con ellas un problema que minaba la economía
nacional, afectando a todos los espíritus políticos y
empresarios. Ese problema era el contrabando, "hiedra
de la economía nacional", como lo llamó algún contem-
poráneo, "cáncer mortal de la renta", como lo llamó
Adorno. Pensaba pues que sus máquinas manufactu-
rarían los labrados con más perfección que la mano
humana, pero también en forma distinta, con lo que se
evitaría que el presupuesto nacional siguiera sufriendo
por el contrabando, y se resolvería un gran problema
UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 39

de la Patria. Sus máquinas servirían así para enriquecer


a México. Pero las razones de Adorno —ya fueran fruto
del vendedor o del patriota—, a pesar de haber sido
escuchadas por el gobierno, se perdieron en la miseria
general de México, por las variaciones constantes de la
política, y porque la empresa concesionaria no se animó
a llevarlas a la práctica, a falta de un espíritu renova-
dor, o por considerarlas inútiles. Así, estas primeras
máquinas de Adorno quedaron arrumbadas en el hórreo,
y la industria del tabaco no fué mecanizada. Si el pro-
blema económico y social que pretendían resolver estaba
muy por encima de ellas, la capacidad social y econó-
mica que tenía México para tecnificarse era también
u
na realidad mayor que se opuso permanentemente a
s
u funcionamiento.
Este era el primer fracaso; después vendrían otros.
Don Enrique de Olavarría y Ferrari —escritor pedes-
tre— nos da una nueva noticia de los inventos de Adorno
en su Reseña histórica del teatro en México* Según
Olavarría, un distinguido maestro de cuyo nombre no
se habla se sorprendió de encontrar en cierta obra de
Fetis el nombre del mexicano don Juan Nepomuceno
Adorno, autor de ocurrentes invenciones, presentadas en
la Exposición Universal de París de 1855. Consistían
e
stas en un sistema de notación musical, llamado por su
inventor Melografía, cuyo objeto era fijar las improvi-
saciones de los compositores en unas tiras de papel, que
s
e enrollaban a un cilindro ajustado a la encordadura de
los pianos de cola.7 ¿Y qué pasó con aparato de tanta
utilidad? Pues que no dio resultado práctico alguno;
ningún resultado práctico. El aludido maestro reconoció

Olavarría, op. cit. pp. 310-311.


Ibid.
40 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

que el sistema poseía una cómoda escritura, que daba


mayor y más racional simplicidad a la notación musi-
cal, permitiendo nulificar catorce signos, siete llaves y
siete accidentes, con lo que se facilitaba mucho la lec-
tura; pero, por benevolencia o descuido, no dijo todo lo
que era necesario decir. Han sido muchos en efecto los
intentos de simplificar la notación musical vigente,
y otro pensador social, Juan Jacobo Rousseau, no fué
ajeno a ellos, como tampoco fueron ajenos dos mexica-
nos anteriores a Adorno, uno de Culiacán y otro de
Guadalajara. Sin embargo, la suerte de esos intentos
ha sido por lo general adversa. Los autores han querido
innovar una escritura que es producto de siglos de
reflexión y experiencia, y han pretendido descomponer
lo que requiere de la complejidad, en cuanto entran dos
manos o varias voces y aparece una polifonía. Así, a
lo sumo han llegado a simplificar una línea, pero en
mengua de la partitura. El invento de Adorno no podía
correr con mejor suerte, y aun cuando anunciaba los
aparatos que registran el sonido, hoy no cabría recor-
darlo, sino para comprobar que nuestro autor era hom-
bre dado a simplificar los fenómenos de la naturaleza
y el arte, inventor de una partícula y encubridor de
ciento.
Ya hemos visto pasar a Adorno de un invento taba-
calero a otro musical. Esa versatilidad es propia de
inventores y muy característica de este hombre dedicado,
como muchos de sus contemporáneos, a tan diversas
actividades políticas, literarias, científicas y filosóficas.
En 1860 registra en el Ministerio de Fomento un Nuevo
sistema de metalurgia, basado en procedimientos y me-
canismos aplicables también a otros ramos de la indus-
tria, algunos de ellos de su invención, y otros, perfec-
UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 41

cionamientos originales de máquinas que existían en el


extranjero. En la glosa que hacía su Nuevo sistema
no faltaban razonamientos ni especulaciones sobre la
riqueza mineral de México o sobre las posibilidades
que había de explotarla intensamente, para enriquecer
a la nación y dar trabajo a sus hijos. Los inventos de
Adorno, a decir del inventor, iban a acabar con los in-
convenientes o defectos de la industria mexicana, "rémo-
ra principal del desarrollo de nuestra minería a una
escala gigantesca". Con ello la industria igualaría a la
naturaleza, las máquinas serían tan importantes como
los ricos yacimientos con que Dios había querido pri-
vilegiar a nuestro hermoso suelo". 8
Estos aires de grandeza ; estas dimensiones colosales
que la máquina cobraba día a día en las explicaciones
de Adorno, corresponden por entonces a análisis más
Moderados y en apariencia prácticos sobre el alto costo
de la producción actual o sobre la posibilidad de explo-
tar con el nuevo sistema los yacimientos de escasa ley.
Sin embargo se ve ya un afán de convertir al pueblo
'ndigente en núcleo de industrias gigantescas y de las
que no habla el inventor en sentido figurado, sino al pie
" e la letra, como un sueño que al despertar parece
realizable.
Pero las máquinas no serían aplicadas, no se diga
ya a una escala gigantesca o a gran escala, sino en
*°n»a limitada y parcial, y hacia el mes de septiembre
" e ese mismo año, Adorno pensaría dedicarse a un
negocio más humilde, aunque no menos importante por
s
us efectos en la sociedad y en la vida de México...
'Nada sería tan conveniente —escribe por entonces—
Exp. 398 del A.M.P.
42 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

como el establecimiento de molinos de trigo en las gran-


des ciudades, para la seguridad del sustento y alivio de
sus habitantes, no sólo en las circunstancias azarosas
y de intranquilidad, sino también en las normales y de
plena paz.. ." 9 Adorno deseaba establecer un molino
de vapor en la ciudad de México y pedía privilegios
para no pagar sino un cincuenta por ciento de las utili-
dades que obtuviera. Pensaba dar pan al pueblo capi-
talino en forma permanente y segura; evitarle las
zozobras de las guerras y revolucione«, que cortaban tan
a menudo el aprovisionamiento de víveres, y particular-
mente el de la harina. No trataba pues de aplicar una
máquina nueva, un invento que hubiera realizado, sino
de adaptar la máquina de vapor a un molino, para im-
pedir que el pueblo sufriera hambre cuando la ciudad
estuviera sitiada, hecho harto frecuente y posible en
esos tiempos. Pretendía así introducir un principio rela-
tivamente viejo, usar una máquina conocida, para resol-
ver un problema actual o potencial, que amenazaba a
la sociedad mexicana de entonces. La idea era realmente
preciosa, pero ¿qué aplicación práctica tenía? ¿Qué
impedimentos había para llevarla a cabo? Una Comi-
sión encargada de revisar el proyecto hizo el recuento
abrumador de las innumerables dificultades y trabajos
que vedaban su realización. La crítica que formulara
no puede ser más precisa ni más concreta para ilustrar
todos los puntos de la realidad social, económica y
técnica, que pasaba Adorno por alto al querer resolver
un problema determinado —el hambre de una ciudad
sitiada— con la creación del molino de vapor. Por eso
la copiamos en seguida: "De todos los establecimientos

8 Exp. 407 del A.M.P.


UN HOMBEE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 43

agrícola-industriales —decía la Junta Revisora— los


molinos de trigo del Valle de México son los que han
adquirido mayor perfección, al haber adoptado los mo-
dernos mecanismos que tanto mejoran las moliendas, y
perfeccionado los graneros, lavaderos y demás oficinas
indispensables. Además, los propietarios han sistemati-
zado el ramo de una manera cómoda para los produc-
tores, los conductores y los consumidores, de lo que
resulta la suficiente afluencia de granos a los molinos
y la consiguiente abundancia de harinas en el mer-
cado. . . La situación de los molinos del Valle —añadía
la Comisión— y la abundancia de aguas de que todos
ellos disfrutan, proporcionan la comodidad necesaria
para el lavado y asoleo del trigo, que son indispensa-
bles para la buena calidad de la h a r i n a . . . Por otra
Parte, ni los remitentes de trigos ni los conductores se
avendrían a introducir el trigo a la ciudad privándose
de las ventajas que les proporcionan los molinos de
fuera, como son el corto pago de fletes y el ahorro
de peajes; o exponiéndose a los registros de garitas o
los embargos de acémilas. Y por muy espacioso que
fuera el establecimiento nunca podría llenar las con-
diciones requeridas para los de su clase, pues no podría
tener varios ni espaciosos graneros, ventilación, aseo, y
seguridad para el reparto y clasificación de los trigos;
y por último el mayor jornal de los operarios y el costo
"imenso del motor harían imposibles las ventajas men-
cionadas por el solicitante. . ." 10
Todas estas razones habían sido sencillamente igno-
radas por el señor Adorno, así como dos experiencias
realizadas con anterioridad en el mismo sentido y que

*» Ibid.
44 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

habían fracasado ; pero la Junta Revisora hacía hincapié


en una última razón verdaderamente obvia y que da
idea de la ceguera a que era conducido el inventor:
¿Cómo podría evitar un molino establecido en la ciu-
dad que las mismas causas que impedían la introduc-
ción de la harina impidieran la introducción del trigo?
El caso del molino es ejemplar, pero no único: revela
la desatención de todos los datos de la experiencia mili-
tar, comercial, industrial e histórica, que están por
encima de una experiencia inmediata, y el total aisla-
miento del problema, al que se da una solución abstracta
y pueril. El señor Adorno mostró una vez más con su
solicitud que era el perfecto encubridor descubridor,
y si dio amplias pruebas de preocuparse por abastecer
el vientre de la ciudad, por procurar alegría y bienestar
a sus habitantes en esos días aciagos de revueltas,
guerras y sitios militares, también puso a don Quijote
de molinero, en un negocio próspero quizá, que podría
darle satisfacciones pecuniarias y no pocos regocijos,
pero que lo incapacitaba para luchar contra los molinos
verdaderos o de viento.
Los cortos vuelos del romántico inventor iban a
perder altura. Fracasado el negocio individual quedaban
otros recursos para cumplir con los menesteres de la
vida cotidiana, o, para decirlo de otro modo, con el
espíritu empresario que se le iba despertando y que
se sumaba a su curiosidad y conocimientos mecánicos.
Por esos años había aumentado el prestigio de Adorno
en los círculos gubernamentales, y no sabríamos decir
si a consecuencia de un mito forjado por el pueblo en
torno a su personalidad, o más bien porque contaba
entre los altos burócratas con algunos amigos. Es el caso
que en 1861 el Presidente de la República, el Congreso
UN HOMBRE PRACTICO DEL ROMANTICISMO 45

de la Unión, el Ministro de Gobernación y el Ayunta-


miento le prestaron su apoyo y lo contrataron nada
menos que para limpiar y desaguar las alcantarillas
de la ciudad, para profundizar sus zanjas y canales y
pavimentar sus calles, con unas máquinas que al efecto
construiría. Caso más penoso que éste no existe en la
vida de Adorno. Por una parte el utopista está entre-
gado a un negocio poluto y extremadamente práctico,
nada más práctico e higiénico, y por la otra va a ser
acusado de malos manejos.
Cuando estaba Adorno por terminar la máquina de
vapor, destinada a macadamizar las calles y caminos, y
había construido una parte del arado hidráulico para
la limpia de acequias, el nuevo Ayuntamiento lo acusó
públicamente de haber empleado medios ilegales para
obtener el contrato, de haber invadido las atribuciones
municipales, y de que su sistema de limpia era más
caro y lento que el método antiguo. De todas estas im-
pugnaciones se defendió Adorno en un breve folleto,
diciendo en primer lugar que su mecenas, el Ministro
de Gobernación Zarco, no había favorecido su empresa
por miras personales, sino "guiado por el deseo de
hacerle un bien a la ciudad y 4e proteger los verdaderos
adelantos de la industria en nuestro país". 11 Trató
Adorno además de probar que sus máquinas hacían
menos costosas las obras públicas, y eran muy eficaces,
hechos de difícil verificación. Finalmente hizo hincapié
en sus más nobles móviles, en su amor a la Patria, a la
Ciudad e incluso al Ayuntamiento, y adujo como de
costumbre, aunque esta vez más forzadas que nunca, las
11
Adorno, Juan Nepomuceno. Dalos útiles sobre las obras públicas
de esta capital, que el contratista de ellas expone ante el páblico γ las
autoridades. México, imp. de J. Abadiano, 1861, p. 19, y exp. 416
del A.M.P.
46 UN HOMBRE PRACTICO DEL ROMANTICISMO

razones sociales que lo habían inclinado a emplear sus


máquinas, diciendo que no sólo las ciudades modernas
las empleaban en la limpieza y el empedrado, sino que
en el caso particular de México, emplearlas significaba
salvar a las clases pobres, de que las calles y plazas
fueran invadidas por las aguas, de que los pisos bajos
de las vecindadas se vieran inundados, y de que la
insalubridad consiguiente hiciera padecer a la población
mayores sufrimientos. . .
Durante esos años Adorno se siguió preocupando
por la ciudad de México, aunque con más altas miras.
Ya había hecho la primera edición de su Armonía del
Universo, cuando publicó una Memoria acerca de los
terremotos en México, 1864, en la que reaparecen todas
las vetas de la personalidad de su autor, su imaginación
desbordante, su tribulación por los males, esta vez físi-
cos, del mundo y de México, y su esperanza de hallar
un remedio técnico que los contrarrestara. Empezaba
Adorno preguntándose si la bella capital sucumbiría
alguna vez bajo las fuerzas colosales de la naturaleza,
pues se hallaba fincada entre los 18 y 19° 30' de lati-
tud boreal, es decir, allí donde se encuentran los vol-
canes del Anáhuac, del Tuxtla, del Neneampatépetl, del
Xitlaltépetl, del Iztaccíhuatl, del Popocatepetl, del Ajus-
co, del Toluca, del Colima y del Joruyo, represen-
tantes —¿quién lo duda?— del mal de la naturaleza,
del sufrimiento cqsmico que padece el hombre. Los
volcanes amenazaban a la ciudad desde tiempos anti-
guos, pero a partir de la Conquista sus erupciones y
terremotos habían aumentado no sólo en número sino
en violencia. Era necesario, por lo tanto, hallar un
remedio adecuado, y él creía tener ése remedio a la
mano, y quería exponerlo a sus conciudadanos: "abor-
UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 47

daré esta cuestión —escribe— con la buena fe e inten-


ción que me he propuesto siempre por norma en mis
empresas, todas ellas dirigidas al bien de la humanidad,
en la pequeña escala que mi limitada capacidad y posi-
ción me permiten". 12 Y después de entregarse a análisis
geológicos, los más de ellos imaginarios, todos apoca-
lípticos, Adorno detiene el ímpetu de su pluma y se
pregunta si el hombre es capaz por sí solo de sobre-
ponerse a los conflictos de la naturaleza, si la fuerza
y destreza de la especie humana garantizan la supervi-
vencia de ésta, frente a las catástrofes que puedan
sobrevenir en el suelo que habita, o por lo menos si
los habitantes de México podrán en el porvenir observar
tranquila y salvamente los terremotos que les causan
entonces espanto, llevándolos a veces a la ruina y la
muerte. 13 Porque su ánimo, según decía, no era alarmar
inútilmente a los habitantes de este hermoso país, y de
no haber encontrado un remedio idóneo y practicable,
habría preferido dejar al pueblo en medio de una tran-
quila apatía, sin despertar en él zozobras anticipadas.
¿Pero cuál era el remedio encontrado para tan grave
mal de la naturaleza y del cosmos? ¿Cuál la medida
salvadora? Si tan terribles eran los males, grande y
efectivo debía de ser el remedio.
No nos hagamos ilusiones. Adorno proponía que se
construyeran en la ciudad de México casas de mayor
solidez, invulnerables a los incendios, a la humedad y a
los terremotos; sencillas, ligeras y elegantes. En esas
casas el hierro jugaría un papel principal. Habría vari-

12 Adorno, Juan Nepomuceno. Memoria acerca de los terremotos en


México, escrita en octubre de 1864. México, imp. de Mariano Villanueva,
1864. p. 103.
i s Op. cit. p. 101.
48 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

Has atornilladas y enlazadas unas con otras, hierro en


los cimientos, en los muros y ventanas, en los enlaces
y cabezales de las puertas, en las bóvedas y techos, de
tal manera que en cualquier momento pudieran ser
desarmados los edificios y desplazados de un lado a
otro. Pero además los techos serían bajos y los ladrillos
pequeños, las columnas imitarían al papayo —para dar
cierta gracia a los edificios—, sus cornisas serían com-
pletadas por la franja de hierro, y los rosetones estarían
representados por las tuercas de las bóvedas. Con ello
se reunirían utilidad y belleza.
Por lo que se ve Adorno no sólo se sentía lo sufi-
cientemente poderoso como para eliminar el Mal del
Cosmos, sino como para cambiar por completo la faz
de la tierra, para soñar en una ciudad construida de
nuevo, entonces tan rara y tan extraña. Pero su ciudad
era una utopía y sólo pudo caber en la imaginación
de un artífice, en el magín de un mecánico con visos de
metafísico. ¿Pues cómo, si no hubiera sido Adorno más
que un mecánico, pudo imaginar a ese pobre México, que
sufría la intervención francesa desde hacía más de dos
años, y campañas mortales y militares sin cuento, cam-
biando del todo al todo su ciudad?
Es cierto que la utopía era también una manifesta-
ción del espíritu moderno de Adorno, de su fe extre-
mada en el progreso, el mejoramiento y la salvación
del hombre, pero no por eso deja de ser una utopía.
Es cierto que cuando Adorno hablaba del mal cósmico
y de la necesidad de acabar con él parecía pensar en la
historia del hombre, pero no por eso contaba con la his-
toria y sus circunstancias para realizar sus proyectos,
incluso para plantearlos. Fácil sería aparear su idea
de la tierra volcánica mexicana, con la tierra revolucio-
UN HOMBKE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 49

naria del México de su tiempo —asolada por las


.guerras, amenazada de muerte—; fácil comparar la ne-
cesidad en que se hallaba México de poner remedio
inmediato al desorden natural, con la necesidad de esta-
blecer un orden social nuevo y resistente, y aún sería
fácil y provechoso confrontar su teoría de los males
cósmicos con su visión de la historia y de la vida: "apa-
rece este planeta perpetuamente joven —escribe Ador-
no—, y sin el germen de enfriamiento gradual y deca-
dencia inevitable, que le asignaban los partidarios de la
pirósfera. Pero en cambio —añade— vemos ahora que
las fuerzas del planeta se renuevan constantemente, y
que de la misma manera la naturaleza, que lo conduce
de perfección en perfección, no consigue esto sin entrar
en graves convulsiones, y sin producir terribles catás-
trofes que aniquilan de tiempo en tiempo muchas espe-
cies de seres vivientes, incapaces de sobreponerse por
sí mismos a las fuerzas destructoras de esa naturaleza,
realidad activa y enérgica del viejo Saturno, que mul-
tiplica y devora a sus propios hijos". 14 Pero de la com-
paración, ¿qué nos quedaría? Un hombrecillo que quiso
ser gigante a destiempo, y que si contaba y creía en la
fuerza del hombre no acertaba a aplicarla en el momento
histórico preciso, ni paraba mientes en las realidades
sociales que habrían hecho posibles, si no ese, otros
esfuerzos por la mejoría y la liberación. Un hombrecillo
ψιβ comparaba sin embargo la vida con la naturaleza,
pero que tenía horror a comparar las revoluciones de
esa naturaleza, "que conducía al mundo de perfección
en perfección", con las revoluciones del hombre. Un
hombre, en fin, que quería construirlo todo, cuando

Op. cit. ρ, 100.


50 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

el reloj marcaba precisamente la hora de la destruc-


ción, cuando los invasores estaban en palacio y los
patriotas luchaban ardientemente contra ellos.
Adorno se fijó más en los peligrosos volcanes que
en los rubios invasores. Por eso la utopía de la ciudad
y su esperanza de acabar con los males del cosmos dejan
el aire y ganan tierra, para quedar arrinconados en el
escritorio. Adorno pone a la disposición de todo arqui-
tecto que quiera llevar sus hermosas utopías a la prác-
tica los modelos, dibujos y cálculos necesarios para
hacer la primera construcción, considerando que el sis-
tema se recomendará por sí mismo, una vez inaugurado.
Pero Adorno espera en vano: el arquitecto que habrá de
cambiar la ciudad de México no llega nunca.
Después de esta inquietud, propia de un ayunta-
miento de utopistas, viene otra que abarca a la nación
entera. La abstracción se agudiza y las proporciones se
quebrantan definitivamente: por una parte está la inse-
guridad nacional y por la otra, como cauterio de tan
grave mal, una diligencia y un fusil. El caso de la dili-
gencia va más allá de los límites del absurdo, pero el
encubrimiento y desconocimiento que acusa de la rea-
lidad no es más absurdo ni ridículo que muchas de las
teorías sociales de la época. El 19 de octubre de 1863
Adorno presentó al Ministerio de Fomento la descripción
de sus diligencias de seguridad y de su arma pacifica-
dora, y el 4 de diciembre de ese año solicitó las paten-
tes necesarias, 15 en vista de la incuestionable novedad
de sus invenciones. La Gazette Officielle de l'Empire
Mexicain publico unos días más tarde la noticia de su
solicitud. Ocupaba entonces el novel trono de México

15 Exp. 450 del A.M.P.


UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 51

el Emperador Maximiliano y a él se dirigió Adorno casi


un año después, el 24 de junio de 1864, explicándole
la utilidad social de sus dos últimos inventos y pidién-
dole ayuda para llevarlos a la práctica. En sus misivas
al emperador austríaco, advertía Adorno que ni el rigor
Qi la suavidad habían acabado con el vandalismo y la
anarquía, las dos fuentes del descrédito nacional. ¡Bien
sabía que era extranjero el emperador, y cuan necesario
resultaba, para convencerlo del propósito, hablarle de
nuestro descrédito en Europa! Sólo después le explicaba
cuáles eran sus inventos y cómo con ellos podrían los
hombres honrados defenderse de los perversos, y así,
'acaso", resolver el problema de la pacificación y mora-
lización del país. Para terminar le pedía que mirara él
mismo sus planes, "pues —escribe— conocido es de
Vuestra Majestad que las comisiones científicas son los
c
Uerpos menos dispuestos a adoptar innovaciones, por
utiles que sean". Desatendiendo la última petición,
Maximiliano encargó a don Manuel Orozco y Berra,
a
través de su gabinete militar, que emitiera su opinión
al respecto, y en septiembre de 1865 hubo de responder
és
*e, ilustrando la inutilidad de los inventos: "tengo la
honra de manifestarle que a mi juicio no reúnen, las di-
ligencias de que se trata, las condiciones de seguridad
que encarece su inventor, porque aunque son blindadas
y podrán tal vez resistir los balazos que a ellas se diri-
jan, no pueden impedir que maten los caballos o muías
que habrán de conducirlas, y quedarán entonces fácil-
mente a disposición de los salteadores, pues deben ser
"e un enorme p e s o . . . ; porque —añadía— aunque
Ueven consigo las armas pacificadoras, inventadas por
e
* solicitante, requieren éstas sin duda personas que las
nagan servir o pongan en ejercicio, disminuyendo así
52 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

el número de pasajeros; y porque no es cierto, por últi-


mo, que aun cuando se establezcan en todos los caminos,
se ahorrará el costo de las escoltas, pues éstas son siem-
pre necesarias para la debida custodia de los demás
transeúntes que no van en diligencias". 18 A pesar de
sus críticas, Orozco y Berra recomendaba al emperador
que eximiera a Adorno del pago de peajes por la pri-
mera diligencia en uso, lo que fué acordado, sin ningún
efecto notable. En 1867 Adorno renueva la patente por
doce años más. 17
El caso de la diligencia y el del molino se parecen
como dos gotas de agua. Así como allá dejaba Adorno
aislado al molino en la ciudad —rodeado de los sitia-
dores—, deja aquí abandonada la diligencia, cercada
por los asaltantes. Todo un mundo de elementos parece
huir de su espíritu. Esos elementos saltan sin embargo
a la vista en uno y otro caso, con precisión, con rigor,
si se les compara a otros inventos de Adorno, porque
aquí el invento queda solitario, circundado por una
realidad de peligros que lo sobrepasa descomunalmente
y que ignora el inventor.
Pero si Adorno trataba a veces de resolver los pro-
blemas nacionales de larga duración, o incluso los
problemas de la naturaleza mexicana^ otras se confor-
maba con seguir paso a paso los problemas del día y
del año. El 20 de noviembre de 1865 solicitó privilegio
exclusivo para unaináquina destinada a alzar agua, que
se movía "por principios enteramente nuevos", y que
era distinta de cuantas se practicaban en las diversas
partes del mundo. 18 En la solicitud hacía ciertas confe-

ie Ibid.
" Exp, 543 del A.M.P.
is Exp. 492 del A.M.P.
UN HOMBRE PRACTICO DEL ROMANTICISMO 53

siones interesantes. Por primera vez aparece en sus


escritos, si no una desilusión de su capacidad inventiva
~^~que de ésa nunca padeció—, sí una cautela, un cui-
dado temeroso de espejismos: ' T a r a cerciorarme de que
mi máquina era realizable y que no deliraba yo bajo
la influencia de una ilusión —escribe—, be construido
una maquinita pequeña, la cual ha logrado todas mis
esperanzas, elevando el agua con tal rapidez y a costa
de tan pequeño esfuerzo, que verdaderamente sor-
prenden sus resultados; con ella puede estar México
seguro de salvarse de la presente inundación que ame-
naza. . . " 19 Pero Adorno nunca se entregaba a una
actividad humilde, sino para darse después a un espí-
ritu orgulloso y hasta —a veces— charlatanesco. Es
posible que su máquina haya sido efectiva, como él lo
afirmaba, pero era imposible que cada habitante de
Mexico, "sin distinción de fortunas", poseyera una má-
quina, como él lo quería y lo pretendía.
A partir de ese momento Adorno ya no hizo descu-
brimientos notables, o que den nuevos datos sobre su
personalidad. Empezó a repetirse, como si ya estuviera
y
iejo y cansado de martillear ios ideales y las peque-
neces que lo acosaban. El 17 y 18 de noviembre de 1869
Publicó en El Siglo XIX un manifiesto a la Comisión
de Guerra, encargada por el Congreso de dar su opinión
Sobre los fusiles que él inventara, a fin de demostrarle
íue con ellos se acabaría la inseguridad de México
el peligro extranjero, la amenaza de las hordas sal-
c e s y del bandidaje—, pues cada ciudadano estaría
ar
mado con un fusil que tiraría sesenta balas por minu-
to· Adorno presentaba el presupuesto de una fábrica

19
l bid.
54 UN HOMBRE PRACTICO DEL ROMANTICISMO

de fusiles y trataba de demostrar las ventajas que en lo


económico traería tal establecimiento. Un año más tarde,
en el mismo mes de noviembre, volvería los ojos al
desagüe del Valle de México y registraría "tres máqui-
nas útiles para la construcción, limpia, profundización
y abanamiento de canales, ríos y acequias, principal-
mente del Valle de México", 20 que deben de haber tenido
un mecanismo semejante al de sus máquinas de 1861.
Dos años después El Siglo XIX, en su edición de mayo
de 1871, haría un comentario favorable a la Carta de-
mostrativa del proyecto hidrodinámico ideado, calcu-
lado y delineado por Juan N. Adorno, en la que éste
proponía fueran elevadas mecánicamente las aguas de
los lagos de Chalco y Xochimilco, para el riego
del Valle y para la navegación de Chalco a Huehuetoca;
en la que pedía, además, se explotaran y exportaran en
gran escala las sales que contenía el lago, y fuera des-
aguado éste, rebajando el talud del Tajo de Nochistongo.
"Cuando revisamos el proyecto de que venimos ocupán-
donos —comentaba el redactor del Siglo—, y en la
suposición de que un examen detenido y felices ensayos
prácticos hubiesen dado los resultados que se desean,
nos creímos transportados en imaginación al país em-
prendedor de nuestros vecinos del N o r t e . . . " 21 Adorno
no tuvo éxito, y siguiendo esta persecución de las obras
públicas que más necesitaba México, a su entender, y
que habrían de empezar a ser realidad por entonces,
con el auxilio de capitales extranjeros, pidió el 4 de
septiembre de 1872 patente de introducción del sistema
de vías férreas de M. Larmajat, al que había hecho
algunas modificaciones...

so Exp. 630 del A.M.P.


21 El Siglo XIX, 6 de mayo de 1871, p. 3.
UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 55

De ahí en adelante ya no registró ningún otro in-


vento, a lo que sabemos. Pero en 1873 su amor por la
técnica, y en particular por su propia técnica, aumentó
considerablemente. Invitado por El Siglo XIX, desarro-
lló una serie de conferencias sobre los problemas socia-
les, políticos y económicos de México, en las que hizo
demostraciones teóricas y prácticas de sus máquinas,
ante un público selecto reunido en su casa. Al hablar
de la Soberanía Nacional y de la Independencia se
refirió al arte de la guerra y, naturalmente, a la nece-
sidad de que México produjera sus propias armas, es
decir, el fusil Adorno. Al hablar de los fraudes contra
el fisco sacó a colación una máquina kaleidoscópica de
su invención, que hacía documentos infalsificabies, y
que de ser aplicada permitiría la solvencia del erario,
salvaría al comercio de buena fe, y haría que aumentara
el capital circulante. Al hablar de la necesidad de comu-
nicar a México con el extranjero y con el exterior
—sueño de nuestra segunda mitad del siglo xix—, pidió
tpie se suspendieran todas las gestiones destinadas a
obtener nuevos ferrocarriles, antes de hacer una expe-
riencia con su Ftapidísimo de seguridad... Pero de los
dieciséis inventos que propuso entonces, para la felici-
dad de México, ninguno de ellos fué jamás puesto en
Práctica.
Viejo ya, al borde de la muerte, ofrecía sus instru-
mentos de salvación, aparatos de magia social, al Bene-
mérito Juárez, elogiándolo con el mismo entusiasmo que
elogiara ayer a Santa Anna y a Maximiliano, con ese
desentendimiento de las virtudes políticas, con similar
lalta de criterio, con el mismo acomodamiento que
suele caracterizar a los partidarios ciegos de las tecno-
cracias, a los que fundan exclusivamente en la máquina
56 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

o la industria la solución de los males sociales. Y aun


entonces no encontró el apoyo buscado: el de los gober-
nantes y el de la realidad.
Su fama, a pesar de los fracasos, corría por le?
periódicos de la República. Desde 1860 había quien
hablara de sus profundos talentos. Después no faltaron
los elogios. En el Diario Oficial lo tuvieron por hábil
mecánico; 22 en el Monitor Republicano consideraron
que su fusil y su diligencia estaban destinados a produ-
cir una gran revolución, si daban el resultado que su
autor proponía; 23 en El Siglo XIX pidieron que se apo-
yara el proyecto de Adorno para el desagüe: "es mexi-
cano —escribían los redactores— y cumple a sus
compatriotas impartirle la protección que juzguen mere-
cida, tanto más cuanto que desde época remota le vemos
consagrado a investigar, a hacer descubrimientos más
o menos provechosos los unos que los otros, pero plau-
sibles todos por la tendencia que los ha inspirado". 24
Y cuando a invitación de ese periódico pronunció una
serie de conferencias sobre los temas sociales y econó-
micos de su tiempo, el Trait d'Union y otros periódicos
se mostraron finos y benévolos con él.
Por lo visto los contemporáneos de Adorno querían
admirarlo y ¡qué habrían dado los periodistas —tan
ávidos de noticias— por decir que un mexicano de esa
época romántica había descubierto, digamos, el movi-
miento perpetuo! Para unos debió haber sido Adorno
la esencia del mecánico y del hombre de ciencia, la
representación nacional de la cultura y de la técnica, y
deben haberlo rodeado de ese prestigio que tenía por

22 Diario Oficial. 14 de noviembre de 1867, T. I, n e 87, p. 4.


23 El Monitor Republicano. 12 de diciemhre de 1868.
24 El Siglo XIX. 13 de diciembre de 1868.
UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 57

entonces todo viajero de Europa; para otros debió haber


"sido, sin embargo, un perfecto extravagante, una parodia
ridicula de los verdaderos inventores, prueba penosa
de nuestro atraso. En los elogios se nota inseguridad y
titubeo, y una cierta desconfianza de los sentimientos.
Sólo Fidel, en su famosa "Revista de la semana", nos
deja un cuadro completo de esta confusión. El 13 de
diciembre de 1868 escribe en El Monitor Republicano:
"Acaso como sala de armas puede haber tenido interés,
no la cámara sino su salón de recreo.
"Es el caso que nuestro entendido mecánico D. Juan
Nepomuceno Adorno llevó allí y ofreció al examen de
los ciudadanos diputados un fusil de su invención, una
diligencia blindada y algún otro objeto que no recuerdo.
El fusil, a decir de los inteligentes, es curiosísimo;
cárgase por la culata, y tiene una fuente de tiros que se
repiten instantáneamente. Los padres de la Patria tor-
náronse guerreros, hubo ejercicios y actitudes bélicas,
"mostráronse sumamente complacidos de la invención.
La diligencia blindada es una verdadera fortaleza con
tres ruedas para hacerla involcable y para que gire
con la soltura y el desembarazo de una ardilla. En un
momento dado la diligencia, como en un cuento de Las
mil γ una Tioches, se vuelve fortaleza. Los viajeros des­
aparecen detrás de una muralla, las ventanillas del ca-
rruaje son aspilleras y aquella Malacoff portátil, no
eólo puede resistir sino perseguir a los malhechores.
Sabemos que Adorno ha presentado sus inventos al Mi-
nisterio y ojalá que, calificados de útiles, reciban la
liberal protección que merecen. Se nos iba a pasar decir
que necesitábamos sean calificados de útiles, porque
58 UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO

en materia de robos y de plagios hacemos progresos


alarmantes, no obstante el celo de las autoridades". 26
La obra inventiva de Adorno y la personalidad de
su autor —es penoso decirlo— se expusieron al ridícu-
lo. Si por sentimentalismos patrios o por el deseo de
creer que el sueño era realidad, sus contemporáneos
quisieron a menudo ocultar el ridículo de Adorno, en
sus vacilaciones se descubre al fin y al cabo que no les
pasaba éste inadvertido. El ridículo representaba la
faceta cómica de la esencial personalidad del singular
inventor, de su condición única, de promotor idealista
de la vida de un pueblo y de insignificante y
aislado individuo que deseaba vender sus remedios
maravillosos. Pero para sus contemporáneos el ridículo
provenía sobre todo de la incapacidad que mostraba
para aplicar su ingenio a una obra que efectiva y tenaz-
mente transformara la realidad. Sin embargo parece
inconveniente separar las abstracciones y torpezas de
Adorno de un triunfo del hombrecillo sobre el gigante.
El ridículo de Adorno echaba raíces en sus dos mo-
rales, la del coloso idealista y la de la estatuilla de
barro; en sus dos conocimientos, el de los grandes pro-
blemas de su pueblo y el de los minúsculos medios que
proponía para resolverlos. Y sus morales y conocimien-
tos estaban en él tan fundidos como su gigantez y su
enanismo.
Un verdadero triunfo del hombrecillo fué el amor
que puso por la técnica, amor exclusivo, total, ciego.
El hombrecillo le tuvo miedo al mundo entero y se echó
en brazos de la práctica de mecanismos. Y así empo-
25
El Monitor Republicano. 13 de diciembre de 1868.
UN HOMBRE PRÁCTICO DEL ROMANTICISMO 59

breció la riqueza del mundo. Redujo los grandes hori-


zontes históricos, políticos, económicos, éticos y hasta
estéticos, a la técnica, a una técnica a menudo prosaica.
Redujo la técnica a un invento particular, el invento a
un problema de tornillos, y así, se llegó a tranquilizar,
creyendo que con afianzarse a una sola parte del mundo,
cerrando los ojos a todas las demás, podía cumplir su
misión de gigante.
Ill

ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

EN UN pueblo costeño del Sur había estallado años antes


la Revolución. Un grupo de ciudadanos había jurado la
muerte del tirano. Hubo batallas en el paso del Papa-
gayo, en la cuesta del Peregrino, en el puerto de Aca-
p u l c o . . . Los gobernadores del Oeste se sublevaron;
después los del Norte y el Atlántico. Al fin la guarnición
de México, siempre tarda en reconocer los movimientos
progresistas, se sumó a los rebeldes. El viejo tirano tuvo
que abandonar el país.
Pero no quedaron satisfechos los ánimos, porque
no era ésa una revolución como cualquier otra, sino el
principio de una lucha en la que intervendrían todos
los pueblos. México necesitaba un cambio tan completo
que poco importaba la huida del tirano. Instalado el
nuevo gobierno, el Ministro de Justicia dio un paso
importantísimo contra los derechos establecidos, al pro-
mulgar la famosa ley que lleva su nombre, por la cual
los eclesiásticos y el ejército quedaban privados de sus
fueros. Después hubo un cambio de presidentes revo-
lucionarios, y a pesar de que cayó el poder en un hom-
bre débil, de espíritu conciliador, "que quería andar sin
mover el pie izquierdo ni el pie derecho", siguieron los
cambios. Presionado por la flor y nata del liberalismo
el presidente timorato se vio en la necesidad de decretar
la intervención de los bienes de la diócesis de Puebla,
de derogar la coacción civil para el cumplimiento de los
votos monásticos, de extinguir la Compañía de Jesús y
[60]
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1 8 5 8 61

de expedir una ley de desamortización de los bienes


eclesiásticos. Todas esas reformas temerarias e inaudi-
tas, si se piensa en los privilegios que había sabido
mantener la iglesia, contrariaron los ánimos del "par-
tido de los ricos", y lo impulsaron desde un principio
a favorecer un movimiento contrarrevolucionario que
marcharía al grito de Religión y Fueros, Las luchas más
sangrientas, las violaciones más malignas se sucedieron.
Hubo motines y batallas en Zacapoaxtla, en San Luis
Potosí, en la Sierra de Querétaro. Se formaron pelotones
de fusilamiento en toda la República, se negó sepultura
a los muertos que en vida sirvieron al liberalismo. Se
levantaron ardientes protestas, fanatismos delirantes.
Y en medio de tantos males fué promulgada la Consti-
tución progresista del 12 de febrero de 1857. Con ella
la guerra se hacía más tensa, volviéndose derecho.
El clero, .que era dueño de la mitad del territorio
mexicano y que se veía horriblemente afectado en sus
intereses, se dispuso a sacar más dinero de sus arcas,
-para que sus ejércitos aumentaran las provisiones y
trenes militares; y además redobló sus esfuerzos para
provocar la ira religiosa del pueblo, estigmatizando a
los herejes. Creció la tensión que ya existía a tan álgido
punto, que el Presidente Constitucional —presa de la
debilidad de su carácter— se rebeló contra la propia
Constitución, y encarceló a sus más cercanos colabora-
dores, porque creía que eran demasiado apasionados y
que la lucha se podía librar luchando menos, refor-
mando menos, respetando los principales intereses del
partido conservador. No quería aceptar que había un
estado de guerra, y que era imposible resolver los pro-
blemas nacionales en la "quieta discusión de los inte-
reses", manteniéndose por encima de los dos bandos en
62 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

actitud conciliadora, sino que era necesario tomar uno


de los dos partidos y luchar hasta el fin. Al rebelarse
ocurrió lo que tenía que ocurrir, fué a caer en manos
de los conservadores, que después de algún tiempo,
viendo que no servía tampoco a sus propósitos, decidie-
ron deshacerse de él. El pobre hombre se dio cuenta al
fin de su error y sacó a sus distinguidos presos de las
cárceles para que pudieran huir. El quedó aniquilado
y solo, y después de librar una batalla que tuvo por
campo a la ciudad de México, se marchó al extranjero.
Sus distinguidos presos,, se fueron a la provincia. Uno
de ellos, el vicepresidente don Benito Juárez, fué desig-
nado Primer Mandatario, con fundamento en un artículo
de la Constitución, y estableció su Gobierno provisio-
nalmente en Guanajuato, decidido a dar buen término
a la guerra militar, que era en el fondo una guerra
contra las prebendas, el fanatismo, los grandes intereses
del clero y la miseria de México. Comenzaba el año de
1858 y comenzaba también una de las guerras más san-
grientas, llamada de Reforma o de los Tres Años.
México quedaba claramente dividido en dos bandos,
uno de clericales y otro de progresistas. Tenía dos pre-
sidentes, un general torpe y ambicioso llamado Zuloaga,
y un licenciado liberal que estaba dispuesto a cambiar
los cimientos de la Nación. Tenía dos derechos: el viejo
derecho con sus fueros y privilegios eclesiásticos y mili-
tares, y el nuevo, constitucional. Tenía dos territorios,
uno que comprendía a México, Puebla, Tlaxcala, To-
luca, Guanajuato, Querétaro, Tepic, Durango, Tabasco
y Yucatán, controlado principalmente por los conser-
vadores, y otro que comprendía a Tamaulipas, Nuevo
León, Coahuila, Chihuahua, Sonora, el Sur de Jalisco,
Colima, Michoacán, Guerrero, Chiapas, Oaxaca y Vera-
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 63

cruz, en el que normalmente dominaron los liberales.


En esos terrenos se agitaron los ejércitos en lucha,
desplazándose unos a otros en el curso del tiempo. Hubo
batallas en los campos de Salamanca, de Romita, de
Guadalajara, de Zacatecas, de Sinaloa, de Atenquique,
de San Luis, de Durango, de Guanajuato... Jamás se
había visto tanta saña en los combatientes, ni tan frías
crueldades. "Por primera vez en México —dice con
razón Ignacio Altamirano— los dos partidos eterna-
mente enemigos desde 1821 combatían teniendo cada
Uno su gobierno a la cabeza y por campo la República
entera. Pocas veces ésta había sufrido una agitación tan
profunda y tan general. Fueron conmovidos por ella
hasta los pueblos más apartados, hasta aquellos que
habían permanecido indiferentes en las luchas civiles
de otros tiempos, y el encarnizamiento de los dos bandos
llegó a un grado increíble."
Durante el año de 1858 la lucha fué indecisa, in-
cierta, durísima para la Patria. Del triunfo de uno de
los ejércitos dependía el que cambiara la vida mexi-
cana, el concepto de la República y de la propiedad.
Si triunfaban las huestes liberales sería establecido un
régimen sin fueros ni privilegios de clase sancionados
Por la ley, sin religiones exclusivas ni fanatismos, e
«operaría una teoría de la propiedad, que quitando a la
riquísima iglesia sus bienes territoriales constituiría
nuevas clases y pondría en movimiento grandes capi-
tales. Si triunfaban los reaccionarios se mantendrían
los viejos privilegios, los fanatismos españoles, el poder
inmenso y los dineros de la iglesia mexicana. México
v
ivía una hora indecisa: sus futuros caminos dependí an.
de la acción del pueblo y de los campos de batalla.
64 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1 8 5 8

Y fué precisamente en esa hora indecisa, en que se


forjaba la esencia misma de la Patria, en esa hora
de ambigüedad y muerte^ cuando el mecánico don Juan
Nepomuceno Adorno decidió que era necesario interve-
nir. Dtejó a un lado su mandil de trabajo y tomó la
pluma para enviar un mensaje a sus conciudadanos.
Soñaba con una fórmula para la moralización del país,
con un derrotero para el enriquecimiento general, con
una vía de la paz, con una receta de felicidad, con una
salida de ese infierno que era México. Y soñó y soñó
con la felicidad. Soñó que ya no había más ayutlas, ni
zacapoaxtlas, ni atenquiques, ni paredones de fusilados,
ni gritas en las calles, ni colgados en los campos, ni
partidos de ricos y de pobres, ni ejércitos de línea y
ejércitos revolucionarios, ni "crisis épicas y dolorosas".
¿Pero cuál era la fórmula, cuál la receta de la felici-
dad? ¿Qué diría en su mensaje el mecánico? ¿Qué le
daría a esa comunidad destrozada que estaba en vías
de aniquilarse en los campos de batalla? Otros espí-
ritus más moderados que el suyo, menos envueltos en
contradicciones, ya habían sido arrastrados y arrojados
sin remedio a un grupo contendiente y habían adoptado
sus emblemas y sus armas, o habían sido expulsados de
ambos grupos. ¿Podría él proponer una solución dis-
tinta, un tercer frente que estuviera por encima de los
otros? ¿Sería su solución gigantesca, o sería una solu-
ción enana que quedaría arrumbada en la chatarra ideo-
lógica de uno d'e los dos grupos? ¿Y él mismo
propondría ideas de gigante para acabar exponiendo
medidas de enano?
Adorno escribió su mensaje en un estado de ánimo
especial. Por una parte se sentía desazonado; por la
otra tenía un gran optimismo. Consideraba de un lado,
ESTE MUNDO". MEXICO EN 1858 65

como muchos de sus compatriotas, que la nación mexi-


cana se hallaba al borde de un caos total y que no
había un minuto por perder: "creo —afirmaba— que
las actuales circunstancias son solemnes, que ahora o
jamás puede regenerarse la República, y que asistimos
como inmediatos dolientes a la agonía de un gran pue-
blo. . . " L De otro creía que era necesario hacer un
esfuerzo supremo para que terminara por una crisis
favorable "la violenta convulsión que agitaba al país".
Y contra los escépticos, redoblaba su fe en el pueblo y
en los destinos de México: "Es muy común en la prensa
extranjera —protestaba irritado— el lanzarse a una
calificación calumniosa, afirmando que la raza espa-
ñola, ya de por sí llena de defectos, ha degenerado aun
más lamentablemente en América... Esas calumnias
tienen eco en algunos mexicanos, que se lanzan al últi-
mo escalón del oprobio con el desprecio propio, y con
esa fórmula tan desconsoladora de ¡no valemos nada!,
i no tenemos remedio! ¡Ah —terminaba diciendo—, si
pudiese yo borrar del lenguaje esas frases funestas, o
mejor dicho, si me fuese dable reemplazarlas con la ex-
presión de la confianza y la energía!" 2
Creía Adorno en su pueblo. Se resistía enérgica-
mente a considerarlo condenado a llevar una vida mise-
rable. Y les decía a sus compatriotas que, ni como
hombres ni como ciudadanos, podían pensar que su
mal era insoluble o surgiera de su propia naturaleza,
de alguna inferioridad racial o mental: "Los mexicanos
escribía— no pueden desconocer los dones con que
los ha beneficiado Dios". Alentado por este sentimiento
1
Adorno, Juan Nepomuceno. Análisis de las males de México γ
«« remedios
2
practicables. México, Tip. de Murguía, 1858. p. 7.
Op. cit. pp. 160-161.
66 ESTE MUNDO: MÉXICO EN 1 8 5 8

optimista, que no lo abandonaba nunca, como no aban-


donó a tantos hombres de su tiempo, Adorno dio prin-
cipio a escribir un opúsculo intitulado: Análisis de los
males de México γ sus remedios practicables.
£1 optimismo que lo embargaba, sumado al afán de
lograr la felicidad y la paz de los mexicanos dejaban
una primera huella de gigante. Aplicados a una acti-
vidad distinta, en nada diferían de los móviles de sus
invenciones. Ser optimista en esos días era negarse a
aceptar que México viviera eternamente en la desgracia,
una postura altamente idealista. Pero como es natural
eso no bastaba. Se podía ser optimista y luchar por
las más inmundas causas, en las formas más inútiles
y crueles. Se podía ser optimista y descubrir que los
males de México eran precisamente su liberación. Se
podía ser muy optimista del triunfo final, pero negarse
a descubrir los verdaderos remedios practicables. Y era
necesario tomar una posición en la historia, definir el
optimismo, esclarecer los males, ahondar en los reme-
dios.
El Adorno mecánico había" podido eludir la
realidad histórica con una relativa facilidad. Como in-
ventor, la vida social no había tenido premisas para
él. De sus problemas exclusivos y aislados había infe-
rido la idea de sus máquinas salvadoras, y después se
había puesto a construir las soluciones en torno al
mundo cerrado déla máquina. Sus abstracciones mecá-
nicas le habían permitido creerse que se hallaba empe-
ñado en una notable labor de salvación. Y su fe
en las abstracciones había sido tan grande, que jamás
se preguntó si esas abstracciones eran la causa de sus
fracasos. Y es que incluso, posiblemente, llegó a olvi-
darse de sus abstracciones y no se preocupó de sus
ESTE MUNDO! MEXICO EN 1 8 5 8 67

fracasos. Pero la máquina era un mundo muy sólido, un


mundo total e imaginario, de tal manera encantador,
que le permitía fácilmente olvidar el mundo de veras.
El inventor se podía fácilmente encerrar en ese refugio
Ueno de promesas para el hombre del siglo xix. ¿Por
qué no pensar que él, como tantos hombres de su tiempo,
era un benefactor de la humanidad? ¿No estaban allí
tantos y tantos inventores, para comprobárselo cada
día? ¿No hacían ellos prodigios para hacer feliz al
hombre? ¿:Y no era lo más fácil, lo más natural,
que un hombre de su tiempo hiciera un mito de la
máquina, tan poderoso como los mitos de los brujos
en las sociedades primitivas? Pero Adorno no podía
huir de la realidad en 1858, al querer analizar los pro-
blemas de una sociedad que estaba en guerra. Su manera
de huir habría sido volverse pesimista, escéptico, y él
no quiso de ese camino. Entonces tenía que tomar partido
y sumarse a una ideología, a uno de los dos bandos en
pugna, en una hora en que lo único ambiguo era el
Resultado final, y en que todo estaba ya definido
en el campo de batalla.
Claro está que él podía hacer mitos originales. Huir
relativamente de la realidad, o simplemente decir que
n
o estaba de acuerdo con uno y otro bando en su idea
de la felicidad. Y así fué, la idea que Adorno se
hacía de la felicidad y de la vida social difería, a veces
mucho, de la que se hacían liberales y conservadores.
¿Pero qué de las "medidas practicables"? Si su opti-
mismo no era puramente metafísico, irracional, si su
°ptimismo lo llevaba a buscar medidas; en esas medi-
das, que él quería aplicar a una sociedad a la que
evidentemente volvía los ojos, debían encontrarse los
Matices de su posición objetiva. Y eso es lo que ocurre.
68 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1 8 5 8

Adorno advirtió que la sociedad mexicana tenía proble-


mas morales, religiosos, políticos, educativos, econó-
micos y técnicos, y lejos de querer aplicarles un patrón
mecánico —a lo que se oponía la terrible lucha—, los
relacionó con soluciones de distinta índole. Así puso
el pie en la tierra, en una tierra más firme, pero al
mismo tiempo definió su color político, aunque ese
color mantuviera innumerables matices que andando
el tiempo se convertirían —en otros mundos históricos
y en otras circunstancias— en verdaderos colores pri-
marios, pero que entonces estaban supeditados a su pro-
pia postura. Y lo que ocurrió fué que puso de tal modo
sus pies sobre la tierra, que se preocupó de pequeños
problemas y que sus contradicciones fueron pequeñí-
simas. Eso sólo fué un instante. Sus reflexiones mi-
núsculas y terrenas eran un puerto transitorio de su
divagar y abstraer, un venir del invento a la realidad
para partir después a las fantasías. En cuanto Adorno
llegó a los problemas más graves de la realidad su
fantasía fué mayor, como si se dijera que la fórmula
de su pensamiento se reduce a estos términos: a mayor
realidad más notables fantasías. A realidades más dolo-
rosas, ideales sublimes y fantásticos. Pero de las peque-
ñas a las grandes contradicciones, de los pequeños a los
grandes ideales, de las medidas más o menos practica-
bles a las medidas fantásticas, no había más que un
paso, el paso que va del accidente a la esencia. Cuando
Adorno se acerca á la esencia de su problema histórico,
las contradicciones accidentales que existen entre el
enano y el gigante crecen desmesuradamente hasta lle-
gar, no al ridículo si se quiere, pero sí a las abstraccio-
nes más perentorias. Y es así como vemos que en el
puerto mismo de las pequeñas realidades está el equi-
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 69

paje de sus divagaciones, y en sus contradicciones y


fugas de la esencia, la base de sus utopías regionales,
y también, claro está, una postura, un partido, un sen-
dero al que todo lo que hay de original en él se somete,
una sociedad y un grupo al que se mantiene aferrado,
aunque trate de escapar desesperadamente, y aunque
escape con sólida apariencia al construir, ayer una má-
quina, hoy una teoría de las mejoras del pueblo.
Las pequeñas realidades, las pequeñas contradic-
ciones con que inicia Adorno su análisis son un reposo
aparente de la lucha entre sus dos estaturas, entre sus
grandes y bellos ideales y sus medidas impracticables
y pequeñitas. Aquí son menudos los propósitos y me-
nudas las soluciones. Adorno no hace abstracciones
fantásticas, ni oculta en ellas su postura real. Aquel
mundo de las máquinas era un recinto de paz, éste era
un mundo de guerra y resultaba necesario decidirse
por un partido, decir pequeneces ya dichas, aplicar o
postular fórmulas que tenían un patrón muy concreto.
¿Y qué le ocurre a Adorno cuando se adentra en
ese mundo mediano, que no es ni diminuto ni gigan-
tesco? ¿Qué cuando le rinde tributo a la realidad del
1858, antes de perder totalmente el equilibrio y recupe-
rar su bella y desproporcionada contradicción? Pues le
ocurre lanzar reflexiones que en buen número y gracia
corresponden a algunas ideas dominantes en el régimen
de don Porfirio, o incluso a ciertas ideas —modera-
das—• de los conservadores de la primera época. En su
°bra se refleja efectivamente la fatiga de la política, el
deseo de implantar un ejecutivo poderoso y de estable-
cer un orden progresista, el descrédito de las reformas
constitucionales y judiciales, el propósito de realizar
grandes mejoras materiales, todas características del
70 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

Porfiriato. Se advierte también una burla de las "uto-


pías" liberales constitucionales, un desprecio profundo
de las reformas legales, el afán de incrementar la in-
dustria y las fuentes de trabajo, de implantar una
autoridad de hierro que mantenga el Orden, todas carac-
terísticas del pensamiento conservador más moderado.
A primera vista Adorno no está ni con el Juárez de su
tiempo ni con Zulueta o Miramón, que luchan desen-
frenadamente por imponer liberalismo o conservatismo.
Está con el liberal-conservador del futuro, Porfirio
Díaz, y con el conservador que trabajaba en el pasado,
menos bilioso y combativo. Así logra Adorno separarse
un poco del año en que vive, logra imprimir a su pen-
samiento tonalidades y matices que no tienen ni los
liberales de su tiempo —revolucionarios y guerreros—
ni los conservadores de ese año de estigmas y de saña.
Sin embargo no deja por ello de ser conservador, cuando
anuncia el pensamiento del futuro Dictador o cuan-
do evoca las ideas de los viejos herederos de la colonia.
Un año antes, el 12 de febrero de 1857 había sido
promulgada la constitución de los progresistas, y Ador-
no comienza su discurso negando validez y efectividad
a las reformas constitucionales: "si se dejasen en pie
otros males gravísimos sería estéril la constitución más
perfecta", afirma con no poca razón, para preguntarse
si curaría aquélla la extremada miseria que consumía a
México, si regeneraría la moralidad de los resortes
administrativos, si daría vida y movimiento a los ma-
nantiales de la gerencia pública, a todo lo cual con-
testaba negativamente. Porque decía Adorno que cuando
una nación se halla inconstituída, es urgente establecer
los cimientos de las formas políticas, pero que cuando
una nación está acostumbrada a aniquilar por medio
ESTE HUNDO: MÉXICO EN 1 8 5 8 71

de las revoluciones los elementos políticos, la ley pierde


su prestigio y es inútil reformarla. Pretendía creer que
en las circunstancias del México de su tiempo era
sumamente peligroso hacer una nueva constitución, pues
con ella se desatarían en el Parlamento las pasiones
políticas, para incurrir quizás en el error de formular
una Carta impracticable y "desastrosa" como la de
1824. Mañosamente inclinado contra las constituciones
liberales, Adorno acentuaba su posición conservadora,
el proponer que tuvieran vigencia, con algunas reformas,
las Bases Orgánicas, que habían regido en tiempos de
Santa Anna, y que fueron bandera de la reacción contra
« ley del 24. Pero, como asustado de esta actitud tan
definida, entró Adorno en una serie de contradicciones,
*ïue halagarían a los liberales y posiblemente a su pro-
pia conciencia, para excusarse después ante loe conser-
vadores. Así, pediría por una parte que se respetaran
*as formas y libertades de la civilización y las "ten-
dencias saludables e invencibles del siglo"; y por la
otra que se estableciera un poder ejecutivo fuerte para
Çue las "novedades prosperaran lentamente", sin la
lienor violencia e imposición, hasta llegar "al supremo
ideal democrático".
La realidad lo acosaba y Adorno pretendía huir de
un lado para otro, sin lograr una perfecta liberación.
Pero su desdén por las reformas legales, en ese preciso
a t a n t e en que las huestes del liberalismo luchaban
Por implantar en México la Constitución del 1857, lo
esclavizaba a un mundo del que no podía salir por más
<pie pidiera un reducido asilo para las novedades; un
Modesto lugar en la ley de la tiranía, para sus pequeños
leales democráticos. Había dicho sin embargo una
gran verdad: "si se dejasen en pie otros males gravísi-
72 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

mos sería estéril la constitución más perfecta", y esa


verdad, que en ese preciso momento tenía como fin
político ponerse en el terreno opuesto al de la Consti-
tución del 57, lo conduciría lógica e inevitablemente a
creer en la virtud de las mejoras materiales, a abrir
brecha contra el verbalismo liberal de la primera época,
a quebrantar la fe en las ideas y las formas para descan-
sar en las mejoras económicas: "No, en verdad —de-
cía—, si la situación material no mejora, las ventajas
que traería una constitución sobria y sabia no darían
sino una ligera tregua a la anarquía, y la nación se
lanzaría de nuevo a los horrores de la guerra civil y
a cambios tanto más insensatos y peligrosos, cuanto que
se perdería definitivamente la fe en las instituciones
y sobrevendría la destrucción absoluta de los pocos ele-
mentos tradicionales que aún nos quedan". 8 Adorno
empezaba a sentir el cansancio de sus contemporáneos.
Se habían agitado y matado tanto por las palabras de las
leyes, sin ningún provecho aparente, que por fuerza
volvían los ojos a otro lado. Pero, en forma curio-
sa, volvían los ojos cuando la Nación estaba peleando por
y contra una Constitución que debía cambiar la vida
mexicana. El cansancio de Adorno coincidía así con su
declarado afán de "conservar los pocos elementos tra-
dicionales que aún quedaban", y era un cansancio tan
peligroso en todos sentidos, que andando el tiempo,
cuando ya ondearon en México las banderas constitu-
cionales, poco a poco el desprecio a las reformas lega-
les se iría convirtiendo en desprecio a la ley, y en
actitud aparentemente bobalicona de amor y respeto
a las reformas materiales.

3 Op. cit. p. ίο.


ESTE MUNDO! MEXICO EN 1858 73

Así, desde un principio, tomó Adorno partido y dejó


entrever, con su desprecio a las reformas de la ley, que
él fincaba sus esperanzas de salvar a la Patria en hacer
una serie de reformas materiales. Pero si aquélla era una
actitud negativa y ésta parecía ser positiva, entre una y
otra había un sinfín de problemas nacionales de que no
^ e r í a desentenderse, y por los cuáles posponía para
*as últimas páginas de su obra sus ideas sobre la re-
forma económica, entregándose a hacer mientras tanto
e
sa labor de hormiga, que es también necesaria en la
organización del Estado. Y fué labor de hormiga la que
hizo al hablar del principio de autoridad y de la anar-
quía, de los problemas del erario, de la efectividad de
*a justicia, de los deberes religiosos y morales, de la
educación y el carácter de los mexicanos. En ella se
eclipsan las profundas tensiones y las luchas entre los
gandes y los pequeños ideales. Todo parece pequeñito,
0
Por lo menos de una realidad sin grandes fantasías;
Pero una realidad también conservadora.
Consideraba Adorno que, para acabar con la anar-
quía y establecer una autoridad firme, era necesario
hender de inmediato las cuestiones morales, religiosas
y económicas, que afectaban hondamente a gobernantes y
gobernados. Aquéllos debían poseer "la virtud acri-
b a d a del que manda", su energía para castigar al
Calvado y su generosidad para premiar al bueno, e
^cluso la capacidad suficiente para dirigir al pueblo
ia
§ "alocuciones o palabras adecuadas que lo entusias-
man y disponen para obedecer sin hacerse violencia",
^stos debían dejar la ociosidad y vagancia a que esta-
0fi
u entregados. Y si se quería acabar con el grave
Problema del vandalismo y de los bárbaros —factor
Principal de anarquía— era necesario resolver "la
74 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

inaudita miseria de las poblaciones pequeñas y ranche-


rías aisladas", impedir que continuara la embriaguez
en los suburbios de las ciudades populosas, domesticar
a los pueblos bárbaros, enseñar al salvaje "los princi-
pios de eterna verdad que infaliblemente lo atraen a la
civilización..." 4 Con esas palabras pensaba Adorno
haber dado un paso en el esclarecimiento de los pro-
blemas nacionales; pero como entre la autoridad, los
bárbaros y los bandidos estuvieran la anarquía nacio-
nal, el desprecio ciudadano a las autoridades y los pro-
blemas todos de México, Adorno daba en el resto de sus
soluciones la base para el fortalecimiento del Estado.
En primer lugar consideraba el caso del erario. Era
menester que el gobierno reorganizara la hacienda pú-
blica, si quería evitar que continuara ese estado perma-
nente de bancarrota, que era una verdadera amenaza
nacional. Para ello se debía renegar de las "utopías"
económicas, de reciente factura, y volver al sistema de
impuestos de la época colonial. Adorno proponía el
restablecimiento de las alcabalas, la primacía de los
impuestos indirectos sobre los directos y proporcionales,
y la reinstauración de los monopolios. Decía que las
costumbres y los hábitos son un elemento que no debe
desconocer el estadista, al implantar un nuevo sistema de
impuestos, por lo que había sido un grave error extin-
guir las alcabalas de la colonia, pues estaban tan acos-
tumbrados los habitantes de México a ellas, que incluso
cuando desaparecieron se veía a los indios preguntar
por las oficinas recaudadoras, cada vez que llegaban
a las puertas de las ciudades. Afirmaba que los im-
puestos directos eran injustos, que se prestaban a innU-
4
Op. cit. p. 11.
ESTE MUNDO: MÉXICO EN 1858 75

merables trampas por parte de los contribuyentes, que


afectaban la propiedad y a los propietarios en forma
inconsiderada, por lo que era necesario restablecer la
renta del tabaco, de la pólvora, de los naipes, de correos
y papel. Consideraba, en fin, que de "las utopías con
que nos habían contagiado algunos países" era una de
las más funestas la proscripción de los monopolios
de Estado, y que México debía mantener sobre todo el
monopolio del tabaco, para evitar el contrabando y con-
tar con esa importante fuente de ingresos que gravaba
tan poco a los contribuyentes. Todos éstos eran los pen-
samientos propios de un alma reaccionaria.
Por otra parte hacía Adorno una serie de conside-
raciones sobre la necesidad de establecer un control en
la contabilidad de la Nación. Tenía como uno de los
mayores males que habían influido en la gradual deca-
dencia del erario el descuido en que se encontraban las
oficinas de glosa: 'Έη un país donde los empleados de
hacienda están seguros de que tarde o nunca se han
de revisar sus cuentas —decía—, tienen la tentación
más peligrosa para defraudar los caudales públicos.
Tentación es ésta tan aguda —añadía—, que rara vez
se puede evitar su corruptora influencia..." 5 Al efecto
proponía que se estableciera un tribunal de cuentas,
que se simplificara la contabilidad, que se unificaran
los sistemas y se acabara con "las utopías de quienes
creen afianzar la integridad financiera con la compli-
cación de los métodos" 6 y era éste un nuevo ataque a
los liberales.
Se refería además a las obligaciones hacendarías
y a la deuda pública, y decía que la nación debía sub-
5
8
Op. cit. pp. 48-49.
Op. cit. p. 50.
76 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1 8 5 8

venir en primer lugar a las deudas que comprometían


su seguridad y su honor, en segundo lugar a los gastos
de defensa, y en tercer lugar a los salarios de sus em-
pleados. Sobre el primer punto reparaba particular-
mente, haciendo un análisis histórico y político de la
deuda inglesa, y consideraciones alarmantes sobre la su-
ma a que ascendía por entonces, sobre las grandes difi-
cultades que había para cubrirla, y sobre la vergonzosa
presión que habían ejercido contra México el gobierno
y la prensa británicos, que "verdaderamente amenaza-
ban la vida política de este país". 7 "Yo no entraría en
detalles analíticos de la deuda inglesa —explicaba—
si su triste historia no fuera un ejemplo elocuente de
lo ruinosos que son estos préstamos para los países
nacientes y débiles como México, ejemplo que pone en
guardia a esta nación para el porvenir, alejándola
cuanto sea posible de contraer compromisos que la hu-
millen o nulifiquen su independencia". 8 Y aún esta
actitud anti-imperialista era actitud de compromiso y
aprobación de la actitud conservadora de su tiempo.
Para lograr el buen ejercicio de la autoridad y el
acatamiento de la ley, pensaba Adorno por otra parte
que era necesario establecer una justicia pronta y rá-
pida, unificar los códigos penales, tan! embrollados
entonces, acabar con las comisiones militares que tenían
facultades de vida y muerte y, sobre todo, procurar que
cesara el desprecio de la ley, síntoma de la disolución
social mexicana: "Es indispensable —escribía— que el
pueblo comprenda que la verdadera libertad es la ga*
rantía legal y que los gobiernos recuerden que no
podrán afirmarse ni gobernar a los pueblos fácil Y

t Op. cit. p. 54.


8 Op. cit. pp. 54-55.
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 77

gloriosamente, sin levantar sobre sí mismos el solio


sacrosanto de la ley". 8 Y esta explicación de la libertad
también buscaba agradar a los conservadores.
Al hablar de la religión Adorno mostraba a las
claras su pendiente ideológica. No sólo decía que la re-
ligión y la moral eran la base del Estado —tesis con-
servadora— y que nunca podrían ser aniquiladas, sino
<?ue renegaba de los ataques que habían sufrido en
México la religión y los ministros, afirmando que por
semejantes crímenes el país se había pronunciado", y
que cualquier reincidencia en ese particular haría im-
posible todo remedio: "México afirmaba— sería una
n
&ve sin timón ni velas en medio de una deshecha bo-
rrasca". 10
Finalmente observaba la necesidad de moralizar los
resortes administrativos, financieros y de defensa. La
administración y la hacienda estaban corrompidos por
e
l bajo sueldo de los empleados, por el contrabando, y
Por el uso y abuso del cohecho. El ejército se hallaba
desenfrenado por las continuas guerras civiles, por la
Prodigalidad con que se otorgaban los grados militares,
Por la miseria en que vivía el soldado, por el sistema
funesto de las levas y por el desdén general de las leyes.
* aquí estaba por el ejército, aunque lo criticara. Estaba
P°r el ejército, cuando por vez primera el pueblo se
había levantado solo.
Adorno daba algunas opiniones acertadas, y otras
q^e más parecían buenos consejos, y sobre todo, buenas
atenciones, pero cansado de sus reflexiones hormigues-
c a , de pasear en los corredores de la administración
Pública y de perderse en una realidad pequeña y acci-
9
10
Op. cit. p. 72.
Op. cit. p. 65.
78 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1 8 5 8

dental, o deseoso de aproximarse lentamente al pro-


blema que más le preocupaba por su temperamento, por
sus aficiones mecánicas, y por la circunstancia histórica
en que vivía, el de las reformas materiales, iba nueva-
mente a poner a prueba el triunfo de sus ideales, a
ofrecer una felicidad que ya no fuera relativa, a plan-
tear el perfeccionamiento total de la sociedad mexicana,
y no el de sus instituciones particulares, a hablar de la
eliminación del Mal y no de los males; y naturalmente
iba a entrar en un terreno de fantasía por el que resulta
necesario buscarlo y sorprenderlo, hasta encontrar el
sentido mismo de sus elusiones y abstracciones de la
realidad, que quizá no difieren de su posición conser-
vadora expresa y concreta en materia constitucional y
religiosa.
Al pugnar contra la reforma constitucional y por un
estado religioso, Adorno adquiriría una posición objetiva
por lo que decía: era un conservador del 1858, un poco
menos animoso, un poco más mesurado, pero conserva-
dor al fin. Al señalar las mejoras materiales como base
de un progreso social, Adorno también mostraba su in-
clinación conservadora sobre todo cuando claramente
decía que con ello se conservarían las viejas tradiciones
que aún quedaban. Pero dejaba abierta una puerta, en
cuanto que las mejoras económicas podían convertirse,
como de hecho se convierten, en una posibilidad para
lograr la felicidad de todos los hombres, de los que
entonces luchaban,en el llamado partido de los ricos,
y también de los que luchaban en el partido de los
pobres. Esa felicidad total que llegaría a ofrecer
lo haría recuperar el violento contraste de su carácter,
pues lo que diría de una felicidad total, general, sin
partidos, sería grandioso, y sus bases enanas se encon-
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 79

trarían en lo que no diría, en aquello que eludiría, en


sus abstracciones. Al hablar Adorno de la felicidad
absoluta de los mexicanos con vestimenta de gran hom-
bre, tenía la posibilidad de decirlo todo, o de dejar de
hablar, de ver, de comprender, y en ese caso, gigante
y todo, iría irremisiblemente a caer en la trampa del
enano.
Adorno tenía que abordar el problema de las me-
joras materiales y de la paz con algunos circunloquios.
En esos tiempos de miseria nacional y de crudelísima
guerra, hablar de mejoras materiales, de riqueza nacio-
nal y de paz era ciertamente atrevido y cosa que pare-
cía de burlas. Pero Adorno no se arredraba y escribía,
seriamente convencido de sus propósitos y de la posi-
bilidad de convencer a sus compatriotas: "En general
se cree que para inaugurar las mejoras materiales es
preciso esperar la paz, la confianza y la seguridad, sin
reflexionar que esas mismas preciosas circunstancias
políticas y sociales se alejan de nosotros, tanto más
cuanto que carecemos de aquel estado o situación mate-
rial que contentaría los ánimos y ocuparía las energías
y los capitales. Nos quejamos de la ociosidad de los
brazos y no damos ocupación a los pocos que tene-
mos; nos lamentamos de nuestra miseria y desperdi-
ciamos los prodigiosos elementos de riqueza que por
todas partes nos brindan; nos afligimos por el mal estado
de los caminos que impide la exportación de los efec-
tos de nuestra agricultura, y no activamos, no sólo las
vías férreas, mas ni siquiera buenas carreteras; nos da
pena el no tener ríos navegables y no canalizamos los
«pie fácilmente podrían servir para la navegación..." "

n Op. cit. pp. 89-90.


80 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1 8 5 8

Conque era necesario trabajar para hacer que la


Patria fuera un recinto de paz y felicidad. Sí, pero
además era necesario desdeñar los tiempos del "sable
y el cetro", y sobre todo buscar con el siglo "los he-
chos y la experiencia", planear el trabajo en forma
adecuada y real, sin dar oídas a las "ilusiones utópi-
cas"; seguir el ejemplo de esa gran figura que era
Napoleón III —hoy el pequeño— que había logrado
aumentar la industria, la agricultura y el comercio de
su país, a un grado por todos conceptos admirable. Y
Adorno evocaba admirado la figura del Emperador,
aludía quizás al socialismo de sus tiempos, y soñaba
con los hechos, con la experiencia, con la práctica que
estaba formando el sentido nuevo de la historia. Pero,
por una ironía del destino, este hombre que había logra-
do dar tantas pruebas de firmeza y sensatez al hablar de
las constituciones y leyes, de la administración pública
y los problemas del erario, de los deberes religiosos y
morales; este hombre tan firme, tan mesuradamente
conservador y partidario del orden, y amigo de restituir
tantas de las honorables instituciones coloniales, y pro-
tector de los buenos principios y de las religiones ame-
nazadas, cautelosamente decidido por el ideal democrá-
tico y por el progreso lento y calmado de las mejoras
sociales, en el momento que desdeñaba las ilusiones
utópicas, con la pretensión de abordar los hechos y la
experiencia, daba el más firme paso hacia utopía.
Porque en ese momento mismo iba a desarrollar una
teoría del valor y a presentar un proyecto de obras pú-
blicas e industriales, que no estaban lejos ni de sus
máquinas a efectos imaginarios, ni de su caudalosa
teoría de la vida y la evolución humana. En ese mo-
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 81

mentó iba a abordar el problema central de la salvación


de México y de su sempiterna felicidad y alegría.
Las bases teóricas de la panacea mexicana de Ador-
no se encuentran en una teoría del valor que tiene su
antecedente original en la escuela clásica inglesa. Esta
teoría del valor —de por sí incompleta— adquiere
proporciones tales de abstracción en el utopista mexi-
cano, que no estaríamos lejos de la verdad si la com-
paráramos con las abstracciones de sus molinos y
diligencias, y no la comprenderíamos menos si recor-
dáramos a ese mecánico que pensaba salvar —sin base
ni auxilio de la historia política, económica y militar
de su tiempo— al país en que vivía, con los frutos de su
ingenio y de sus manos.
Consideraba Adorno, en efecto, que el trabajo es la
fuente de toda riqueza, que el esfuerzo del minero, del
picapedrero, del hilandero, del sastre, del maquinista,
es la fuente de todo valor. Para probar su tesis hacía
ver que el papel moneda sólo vale como signo repre-
sentativo del trabajo, y que cualquier esfuerzo que se
haga por medio de la coerción y del poder para dar
validez a un papel que no sea representativo resulta
Htútil, porque el hombre, que "estima la independencia
y libertad de su trabajo, se rehusa a permutarlo, lo
pone fuera de la acción de la fuerza, y ésta, debilitada
y vencida por la resistencia o por la inercia, abandona
8
u obra, decayendo el papel rápidamente hasta nive-
larse en sus legítimos elementos".12 Citaba como ejem-
plo de su dicho el descrédito en que había caído el
Papel moneda del tirano Rosas y el del emperador Itur-
bide y concluía de manera terminante: "Por lo expuesto

Op. cit. pp. 97-98.


82 ESTE MUNDO: MÉXICO EN 1858

se verá que no puede obrarse contra los principios


impunemente, y que el trabajo del hombre es superior
a toda fuerza ficticia". 13 Pero, por si eso no bastara,
aclaraba este pensamiento de apariencia revolucionaria
en forma que parecía no dejar lugar a dudas: "cuando
el signo representativo lo es del trabajo del hombre, en-
tonces vale intrínsecamente lo que valdría el resultado
directo de dicho trabajo. De esta manera, cuando una
negociación es bien pensada, útil, económica y estable,
desde el momento en que da en ella el primer barretazo
el albañil o el primer hachazo el leñador, ella vale ya
esos golpes de trabajo humano, que pueden ser permu-
tados por cualquier signo que los represente". 14
Esta teoría del valor —tan inocente al parecer—,
digna en verdad de un revolucionario que pone su fe
en el esfuerzo humano, adquiría en el pensador criollo
un aspecto descomunal y mitológico, al hacer de cual-
quier hombre, del más infeliz, un ser capaz de enrique-
cerse, de producir mundos perfectos y maravillosos, con
sus casas, canales, jardines, máquinas y aperos, faeto-
nes y palacios. El hombre no necesitaba más que tra-
bajar; decidirse sencillamente una mañana a tomar las
herramientas, y dar principio a la fábrica de la felici-
dad. Pero allí se hallaba precisamente la trampa del
abstraccionista. Adorno no pensaba para nada en el
patrono, ignoraba con graciosa ingenuidad que en ese
mundo suyo del siglo xix todavía desempeñaba una
importante funciórt histórica el capital, y que nada se
producía si no se contaba con los medios necesarios para
adquirir las máquinas; si no se tenían fábricas estable-
cidas o el dinero para establecerlas. Como por otra

13 Op. cit. p. 99.


!* Op. cit. pp. 99-100,
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 83

parte era un incansable enemigo de que México se en-


drogara con las ricas naciones de la tierra, y por la otra
jamás se le habría ocurrido adquirir el capital mexicano
—digamos el capital del clero— por la violencia, para
destinarlo a mejores oficios, no le quedaba otro recurso
lógico ni sentimental que considerar suficiente elimi-
nar la ociosidad del pueblo, obligar al trabajo a los
vagabundos —con un sistema adecuado y entendido—,
para que ese pobre país suyo se enriqueciera vigorosa-
mente, tuviera caminos, canales, ferrocarriles, barcos,
puertos y ciudades, y fuera así uno de los países más
tranquilos, religiosos y felices de la tierra: "Tenemos
—decía— un pueblo ocioso, enfurecido por su propia
abyección y miseria y acostumbrado al vandalismo;
tenemos por otra parte caminos intransitables y lagos
estancados y faltos de canales; tenemos ríos pendientes
que con furiosa violencia lanzan en torrentes sus aguas
improductivas a los mares; tenemos efectos de agricul-
tura superiores a los consumos del p a í s . . . ; carecemos
de población y, por último, no tenemos dinero con que
remediar estas calamidades... ¡Pero, cosa sorprenden-
te! —exclamaba lleno de júbilo—. Vemos que la rela-
ción sencilla de los males es la receta o fórmula del
remedio, traducida del modo siguiente. Arranquemos
esos brazos del ocio y del vicio ; ellos harán los ferroca-
rriles, ellos canalizarán los ríos y lagos, ellos regarán
y fertilizarán los campos, y su trabajo será productivo y
dará valor y fuerza al crédito, y aumentará el nume-
rario, y los emigrantes vendrán por sí solos con el atrac-
tivo del trabajo y de la seguridad personal, social e
industriar'. 15

15
Op. cit. pp. 114-115.
84 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

Pensaba Adorno que su idea era tan evidente como


los axiomas metafísicos, y constituido en gran empre-
sario de la nación, presentaba un minucioso proyecto
de trabajo, pobre en recursos, es cierto, pero rico en
propósitos e ideas, al cual no faltaban ni el amor a los
trabajadores, ni el yugo a los remisos, ni el augurio
de una felicidad plena para todos los participantes.
Proponía así que se eligieran bien los negocios lucra-
tivos de la nación, que se expidiera una ley sobre
vagos, obligando a los hombres útiles y sin quehacer a
trabajar en las nuevas negociaciones, que se crearan
presidios ambulantes destinados a encontrar trabaja-
dores, y se reglamentaran los trabajos en forma econó-
mica y moral. Y para que nada faltara en la organi-
zación burocrática de la felicidad futura, proponía la
emisión de papel moneda que representara los traba-
jos ya ejecutados, la emisión de acciones proveedoras
de material, raciones, alimentos y herramientas, y la de
acciones en numerario que permitieran obtener del ex-
tranjero lo indispensable. Con esos instrumentos, leyes
y hombres, con esas acciones negociables quizá en el
mercado del sol o de la luna, nada le parecía que
faltara para enriquecer y salvar a la nación mexicana,
sino formular una lista de las obras que con más ur-
gencia era necesario emprender y a las que había que
dar una decidida preferencia: "el camino de fierro
de Veracruz a México y de México a aquel punto del
río Lerma en que* la canalización sea practicable; le
canalización del Atoyac, desde el valle de Balsequillo
o el de Atlixco hasta las inmediaciones de Acapulco
en la embocadura del Papagayo; un ramal del camino
de fierro de Puebla a Balsequillo o Atlixco que reuniera
por medio de una vía mixta los dos mares; un camino
ESTE MUNDO: MÉXICO EN 1858 85

de tierra para caballos de remolque de botes en el


lago de Qialco y otro de México a Texcoco, y una carre-
tera de Chalco a Ameca y de Ameca a Puebla".. .1β
Esas eran las obras que él consideraba apremiantes.
Algunas correspondían a necesidades esenciales del co-
mercio y la economía mexicanos ; todas parecían querer
contar con la presencia del ingeniero Juan Nepomuceno
Adorno. Las esperanzas que fincaba éste en su realiza-
ción eran en verdad halagüeñas: "no digamos la con-
secución —afirmaba— sino simplemente la seria
apertura de esos trabajos, bajo el sistema que propongo,
traería calma, prosperidad, abundancia de numerario
y puede asegurarse, cambiaría la faz de la República".17
Pero al hablar de las mejoras materiales Adorno
*H> reparaba tan sólo en las obras públicas para salvar
y hacer feliz a su Patria. Pensaba que la industria es
*a clave de la riqueza económica de los pueblos, y su
admiración a esta actividad del hombre no se reducía,
como era lógico esperar por sus actividades mecánicas,
a
la industria moderna, a la gran industria del siglo xix,
8l
no incluso a la labor de los artesanos, que en ese
tiempo eran el núcleo más considerable de las indus -
frías de transformación que existían en México, con
u
na vida precaria, es verdad, con sistemas de produc-
e n anticuados y poco efectivos, amenazadas por los
productores de fábrica extranjera y por las ideas libre-
cambistas, pero que representaban a pesar de todo el
eslabón entre la economía natural y agrícola y la eco-
nomía mercantil de los grandes países europeos, tan
admirados de Adorno. La industria era un sueño tam-
bién de felicidad y de armonía, una esperanza de ver


l
Op. cit. p. 117.
f Op. cit. p. 122.
86 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1 8 5 8

a los pueblos de México más ricos, más sanos. Por eso


Adorno lamentaba el estado deplorable en que se encon-
traba entonces, como lo lamentaban —nueva coinci-
dencia— los dueños de las fábricas, y los partidarios
del primer movimiento industrialista de México, los
conservadores. "Se aflige el corazón —exclamaba el
utopista— al recordar cuál era nuestra industria en
los últimos años tranquilos del gobierno español, cuál
debió ser su progreso después de la independencia y
cuál es por desgracia la tremenda ruina que ha sepul-
tado aquella industria, que aunque naciente y débil
daba quehacer a centenares de miles de brazos y fecun-
daba las fuentes de la riqueza pública". 18 Adorno tenía
por felices aquellos tiempos en que daban vigor a tantos
pueblos los variados productos y artefactos de la indus-
tria mexicana, se complacía y condolía evocando la
jauja de un pasado industrial, próspero y prometedor,
y en estilo barroco hacía llorar a Puebla —¡qué pocas y
útiles eran las riquezas perdidas!— sus "extintas fábri-
cas de sombreros, de algodones, de mantas, de rebozos
y de pieles curtidas", que animaban el mercado nacio-
nal y se exportaban a Lima, Guayaquil y demás costas
del Pacífico; hacía llorar a Oaxaca sus añiles y granas,
a Saltillo sus jorongos, a San Miguel el Grande sus
colchas y sarapes, a Tepeji sus sedas, a Izúcar y Cuau-
tla sus azúcares, a Atlixco y San Martín sus harinas, a
la desventurada Chilapa esas "colchas de algodón que
con orgullo se enseñaban en las camas de los ricos", y
al Sur, que tantos días de luto había dado al resto de la
República, sus bellos algodones. Lloraban tierras y
ciudades el que todo hubiera desaparecido, el que 1*

i» Op. cit. ρ, 127.


ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 87

mayor parte de las industrias dependieran del extran-


jero, ya en sus capitales, ya en sus máquinas y obreros,
ya, incluso, en sus materias primas, y el que sólo que-
dara una industria mexicana ficticia, que temblaba
hasta en sus fundamentos por cualquier crisis europea
o americana".19
Pero Adorno no evocaba el pasado próspero, ni se
lamentaba de la presente miseria industrial por puro
sentimentalismo. Su espíritu constructor, su optimismo
inalterable, su fe en el destino de la nación, le hacían
reparar en las miserias y sus causas, para encontrar
Pronto remedio; le hacían soñar en una industria pri-
mitiva que había casi desaparecido, para volver los ojos
β la industria moderna que surgiría en México. Pensaba
Φ*β la decadencia de aquélla se debía a que el país se
«izo independiente cuando el descubrimiento del vapor
y la perfección de la mecánica cambiaban la industria
europea, con una rapidez que hacía difícil toda compe-
tencia. Creía que las continuas luchas, revoluciones y
disturbios del país habían impedido el desarrollo de la
c
*encia moderna, auxiliar indispensable de la in-
dustria de su tiempo. Pensaba en fin que el contrabando,
los privilegios y permisos de introducción de productos
e
*tranjeros y sobre todo la adopción de "utopías" eco-
nómicas, propagadas por las naciones altamente indus-
trializadas que pugnaban por establecer un comercio
*U)re, habían sido el arma más poderosa contra nuestro
desarrollo industrial.
Pero a su entender la industria podría renacer en
"léxico todavía, si era atendida con rapidez, si se le
Prestaba una mano protectora, procurando su mecani-
19
Op. cil. pp. 128-129.
88 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

zación, desechando las "utopías inadecuadas", estimu-


lándola con premios y promesas, aumentando la inves-
tigación científica, renovando la maquinaria. En ese
caso México podría convertirse, al doblar de los años,
en un país tan rico y próspero como los Estados Uni-
dos, tan poderoso como Francia, feliz como Arcadia y
sabio como la Nueva Atlántida. Pero para ello era
necesario ya, desde ese mismo instante, "hacer felices
a los hombres" que realizaran los trabajos públicos y
las labores fabriles, satisfaciendo cumplidamente sus
necesidades, atendiendo a su vida familiar y religiosa.
Era necesario educar al pueblo trabajador, establecer
un mayor número de escuelas de artesanos y, en gene-
ral, incrementar la enseñanza popular y superior, para
que cesaran las debilidades de carácter de los mexica-
nos, su frecuente indolencia y amor por el lujo y, sobre
todo, su excesiva imaginación poética, origen de mu-
chos de nuestros defectos.. .
Terminaba Adorno hablando concretamente del
futuro de México, futuro en verdad maravilloso, utopía
regional que sería realidad si la raza latina comprendía
que su misión en este continente era no dejarse arrebatar
su preciosa herencia, y lograr la felicidad bajo todas
las formas políticas, y la Unión, la Independencia, la
Religión. Entonces no faltaría trabajo, ni habría rebe-
liones y asonadas, ni robos al erario, ni clases medias
de triste futuro burocrático, ni tiranías, ni asaltantes en
los caminos montañosos, ni miseria en los pueblos y los
campos.
Así salió Adorno de su puerto seguro al terreno de
la fantasía. Mientras no había hablado de las mejoras
materiales, mientras se había entregado a las minucias
de la administración y a la severidad del derecho y
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 89

las finanzas, había captado muchos datos de la realidad


histórica de su tiempo y había definido claramente su
posición conservadora más o menos moderada. Pero en
cuanto había tocado la esencia de su personalidad,
en cuanto había abordado el problema de mejorar la
condición material de los mexicanos, había puesto de su
cosecha una esperanza de felicidad absoluta y había
hecho un compuesto metafísico, una utopía mexicana.
Es cierto que al hablar de los males de México en gene-
ral, el genio maligno de la mecánica salvadora no lo
había abandonado, pues muchas son las ofertas que
hace en el libro de sus máquinas maravillosas; ni
lo había abandonado su optimismo creador, lleno de
ilusiones, pero ese gran genio maligno de la Creación
Absoluta, autor de la idea salvadora de que el trabajo
está ahí listo, al alcance del hombre —libre de los
príncipes, de los comerciantes, del capital, de la histo-
ria—, no había surgido sino al hablar de las reformas
materiales. ¿A qué se debía esto? Quizá a que tampoco
el enano lo había abandonado, a que el enano se había
instalado en la cabeza del genio de la Creación Abso-
luta y en la idea de construir el mundo a partir de la
nada, como si para construir la felicidad material no
se necesitara nada. Como si no se necesitara nada para
comprar máquinas y pagar trabajadores.
Al hacer Adorno su bellísimo elogio del trabajo, al
fundar la riqueza de las naciones en el esfuerzo del
hombre, sin tomar en cuenta el capital, el enano abs-
traccionista lo había hecho caer en una abstracción tanto
o más peligrosa, tanto o más ridicula que la abstrac-
ción de la diligencia y del molino. Allá le hizo olvidar
* los caballos y a los sitiadores; dejó a los viajeros
inmóviles en su diligencia, al molinero aislado en su
90 ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858

molienda; aquí le hizo olvidar a los príncipes y a los


señores de las riquezas, y además dejó aislado a ese
maravilloso trabajador que es la fuente de la riqueza.
¿Por qué?
El enano no trabajaba sin razón, no hacía abstraccio-
nes por mero jugueteo y afán de engañar al utopista,
afán propio del geniecillo cartesiano, pero no de este
menudo personaje que estaba luchando con un titán. El
enano trabajaba precisamente en el momento en que
Adorno abandonaba los lincamientos de su grupo para
hablar de una felicidad absoluta, material y moral,
porque era un enano conservador y sabía a la perfección
que en ese año de 1858 los ejércitos de Juárez luchaban
tenazmente para poder expropiar las riquezas inmensas
de la iglesia, y porque era conveniente que al hablar de
las mejoras materiales, el gigante que había en Adorno
perdiera los pies, y se olvidase de toda expropiación,
ocupando al fin —aunque por medio de las abstrac-
ciones— una posición conservadora.
Por todo ello las abstracciones de Los males de
México, que tienen un pie puesto en la realidad y otro
en la fantasía, parecen más importantes que los inven-
tos para comprender el sentido de su utopía cósmica.
Porque en los inventos se advierte mucho menos el
terror que tiene Adorno de abordar la realidad social
toda, mientras que aquí es fácil observar cómo para
establecer una gran industria, para levantar obras mo-
numentales que aseguren la felicidad y riqueza de sus
compatriotas, Adorno deja de lado y para siempre
los problemas que atañen al capital, las relaciones que
existen entre la estructura del capital y las estructuras
del invento y el trabajo, y construye un proyecto que es
ESTE MUNDO: MEXICO EN 1858 91

en suma irrealizable. Y además porque aquí mani-


fiesta, en un momento angustioso y bélico, su deseo de
no atacar a nadie en lo personal, deseo que deja impunes
a los principes y señores de la tierra, y abre la puerta
de par en par al reino de las utopías.
IV

EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

UN DÍA pensó Adorno que tenía la misión de salvar a


la humanidad. Ya no se conformó con resolver los pro-
blemas aislados de su tierra. Dejó al lado sus diligencias
y fusiles, sus máquinas kaleidoscópicas, sus ferrocarri-
les de miniatura, sus molinos. Se desprendió definitiva-
mente de los asuntos minuciosos, de las pequeneces
administrativas, contables, burocráticas. Se olvidó de
las obras públicas del Papagayo, de Atlixco, de
Texcoco. El, que había solicitado tantas veces al Supr&
mo Gobierno el auxilio necesario para practicar sus
inventos; que se había visto en la necesidad de forjar
panegíricos de emperadores y republicanos, para hacer
útil y efectivo su trabajo; que había ofrecido —¡cuántas
veces sin respuesta!— los planos de sus construcciones»
los proyectos de sus empresas, las ideas salvadoras de
su Patria, decidió abandonar todo ese caudal cotidiano
de su vida, todo el prosaísmo de sus luchas diarias, de
sus preocupaciones inmediatas, de sus intereses nobles
y pequeños, y partir de la idea de lo Absoluto par»
salvar al hombre, y acabar lentamente con esas auto-
ridades incomprensibles que no le habían prestado el
auxilio solicitado; con esos tiranos y mentecatos, »
quienes jamás quiso llamar por su nombre, cediendo
a un espíritu conciliador y a sus necesidades; con esa
miseria inútil, impróvida, que existía en el mundo, sio
razón y sin industria. Ya no solicitó ayuda ni apoyo
al Supremo Gobierno mexicano, ni se puso a maquinar
[92]
EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 93

Huevas invenciones o nuevos proyectos para acabar con


lps males de México, sino que volviendo su mirada al
Todopoderoso, al Supremo Artífice del Universo, a la
Cencía de lo Absoluto, descubrió que en sus designios
estaba favorecer a los inventores como él, en días algo
remotos, en que el mundo todo sería industrioso y la
fi
ociedad feliz y acabada.
Quizá partió Adorno en busca del Espíritu Abso-
r t o , porque estaba un poco amargado del mundo, pues
* pesar de ser un optimista empedernido, no dejaban
de dañarle en lo más íntimo de su alma los fracasos,
*°s obstáculos, las dificultades que se oponían a los
designios de la ciencia". Quizá partió en busca del
espíritu Absoluto porque se sentía solo, sin colegas, sin
amaradas con quienes compartir sus descubrimientos,
"orque sus máquinas no eran el resultado de "multi-
tud de esfuerzos combinados"; porque veía la inutilidad
de sus privilegios exclusivos y se sentía un "genio
encadenado" que devoraba sus humillaciones en el
a
islamiento, y pasaba de la pueril vanidad de ser lla-
gado inventor, a escuchar los escarnios que le valía
^ d a fracaso. Quizá abandonó los corredores del Supre-
mo Gobierno y emprendió el vuelo, por haberse sumer-
j o en el desaliento.
Pero ni esa amargura ni ese desaliento derrumba-
Γ
°η sus ideas. El gigante que había en él quiso hacer
^n ultimo esfuerzo, el más grandioso, el más significa-
d o de todos. Quiso creer que la felicidad sería, y
^ e ya no habría más sinrazones ni torturas para los
«ombres y la ciencia. Y pensó ir en busca de la felicidad
y revelar el secreto a la humanidad doliente, creyendo
8
&tisfacer una obligación de perfeccionamiento que
94 EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

consideraba esencialmente humana, 1 y cumplir con el


fin de la filosofía, que a su entender no sólo consiste
en la búsqueda de la verdad sino de la felicidad. Para
obtener aquélla, decidió hacer ciencia y huir de toda
fantasía, y para descubrir ésta se propuso investigar el
premio o el castigo del alma humana y el futuro
del hombre. 2
Convencido de la nobleza y seguridad de sus pro-
pósitos se fué Adorno a buscar al Espíritu Absoluto y
pretendió deducir del Ser Causal a los seres fenome-
nales, del Infinito el espacio, de lo Eterno el tiempo,
de la Perfección las virtudes, del Ser inmutable la
naturaleza movediza, de la Providencia Divina la terres-
tre, del Universo pasado y presente el mundo final. 3
Al regresar de su viaje entregaría a los hombres una
inconmovible verdad, que los salvaría de la "terrible
crisis social, política y filosófica" 4 por la cual pasa-
ban, y les indicaría el camino de la felicidad temporal
y eterna.
Empresa ardua era ésa en un tiempo incrédulo, y
para iniciar el viaje comprendió cuan necesario era
demostrar que Dios existía. Pero no quiso declararse
espiritualista ni metafísico, por dar ciertas seguridades

1 Adorno, Juan Nepomuceno. La Armonía del Universo. Ensayo


filosófico en busca de la Verdad, la Unidad y la Felicidad, escrito
por... en dos épocas. Primera época, comprende: Prolegómeno. Primero
parte. Nociones fundamentales acerca del Creador y la Creación. Cate-
cismo de la Providenciqlidad. México, tip. de Juan Abadiano, 1862.
Segunda época, comprende: Segunda parte. Nociones acerca de lo
morfología fundamental. Tercera parte. Nociones acerca de la Natura-
leza Metamórfica. Cuarta Parte. Nociones acerca de la Cosmogonía del
Sistema Planetario Solar. Quinta parte. Nociones Psicológicas. México,
tip. de Gonzalo A. Esteva, 1382. 1* pte. p. 105. (Hay edición parcial en
inglés: Introduction to the harmony of the Universe; or principles of
physico-harmonic geometry. Londres, 1851.)
2
Op. cit. Noticia preliminar, p. XIII.
3 Ibid.
4
Op. cit. Noticia preliminar, p. VIL
EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA 95

a los escépticos y enemigos de los dogmas y las igle-


sias, y por ocupar una posición única que estuviera más
allá de las disputas seculares; una posición, firme a
tal grado, que todos se vieran en la necesidad de sus-
pender la controversia. Intentó así demostrar que su
filosofía era nueva, era suya y nada más suya, como
si, por un privilegio especial, Dios hubiera esperado a
que naciera en el siglo XIX un mecánico mexicano que
demostrara su existencia, en términos originales e irre-
futables. Y al efecto, se dijo fundador de una filosofía
φΐβ llamó armónica, en la cual desaparecían las antino-
mias del esplritualismo y el materialismo, de la física
y la metafísica, y desaparecían los misterios.
Para probar la existencia de Dios, Adorno comenzó
por dividir el Ser y el conocimiento en distintas cate-
gorías, buscando nombres nuevos cuando sus razones
eran antiguas. Declaró que sí no había seres físicos y
metafísicos, sí había seres perceptibles por los sentidos,
como los cuerpos ponderables y materiales; seres semi-
perceptibles, como los fluidos imponderables y las almas
vivientes; seres imperceptibles, como la fuerza que
mueve la materia y la Naturaleza que está más allá
de los fenómenos naturales; y seres supraperceptibles,
como la Causa Suprema. Para conocer los primeros
era necesario el uso de los sentidos, para conocer los se-
gundos era además necesario el empleo de la razón, y
para conocer al último era indispensable usar la razón
y la intuición, facultad ésta que verdaderamente distin-
gue al hombre y la lleva a la contemplación del
Creador.
Pensaba el mecánico que quien aspirara a descu-
brir el Ser por el uso exclusivo de los sentidos, de la
razón o de la intuición, mutilaría al instante las capa-
96 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

cidades que posee el hombre para encontrar la verdad


y la felicidad, y quedaría condenado al error y a la
desgracia. Por lo tanto, el hombre debía usar todos sus
medios de conocimiento y en particular la intuición,
pues sólo ella permitía conocer a Dios y descubrir la
moral y la sociabilidad:
"Si por el reflectismo el hombre raciocina sobre
todos los objetos materiales de que le han avisado los
sentidos; por el intuitismo —decía deformando las pa-
labras con afán innovador— investiga en las propie-
dades espirituales de que le advierte su alma. Por esta
facultad eminente distingue que hay mérito separado
de las facultades y fuerzas físicas, y a éste lo califica de
bondad; que hay defectos mayores que la debilidad y
deformidad personales y los anuncia con el nombre de
vicios; que hay castigos más grandes que el tormento
material, y los llama remordimientos ; y en fin, que hay
placeres sublimes, más puros y grandiosos que todas
las satisfacciones corporales, y les llama virtud, honor
y, sobre todo, amor divino. Despojado el hombre por su
depravación de su intuitismo viene a ser un ente per-
verso, egoísta, cruel y peor mil veces que las fieras.. ." 5
Así deslindados los seres y el conocimiento, sentada
la posibilidad de aprehender el mundo físico, el mundo
moral y la existencia Divina, Adorno quiso usar de sus
facultades intuitivas y demostrar ampliamente la exis-
tencia de Aquél que lo invitaba a iniciar una marcha
virtuosa y salvadora. Y teniéndose por original recordó
con suma ingenuidad que la Causa Suprema y Única
es distinta de sus efectos, infinita, eterna, inmutable,
perfecta. Sólo después de tan ardua tarea, y de haber

o Op. cit. 1* pte. pp. 45-46.


EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 97

recompuesto los atributos clásicos de Dios, volvió apre-


suradamente su mirada al mundo, para descubrir algo
realmente extraño o, por lo menos, no tan común en
la historia de la filosofía: una Naturaleza espiritual,
elemental, "substancia activa distinta de la materia
inerte"; obra de la Providencia Divina, que sufre cons-
tantes metamorfosis y marcha de perfección en perfec-
ción. Esa Naturaleza era inteligente, activa y poderosa.
Influía en la materia y la conducía a una armonía cada
vez mayor, demostrando la Sabiduría Suprema y la
"acción continua y admirable que siempre actúa sobre
sus obras y que las destina a un bienestar y perfección,
cuyos elementos deben desarrollarse necesariamente,
y cuyos resultados son infalibles".6
Adorno creía descubrir en toda la Naturaleza una
escala de perfección, que iba desde los cuerpos estelares
y los astros hasta el hombre. Veía notables adelantos y
perfeccionamientos, de las simples rocas y metales a la
combinación armoniosa del cristal, de las formas geo-
métricas de los átomos a las evoluciones vegetales; de
toda aquella multitud prodigiosa de especies cuya ley
común es vivir, crecer, multiplicarse y morir, a la cul-
minación suprema de la creación, el hombre. Y si encon-
traba una escala de perfeccionamiento en la Naturaleza,
con más razón creería en la perfectibilidad humana:
'¿Qué vemos en el hombre —se preguntaba en momen-
táneo desconsuelo— si no un ser perecedero, análogo
en muchos respectos a los animales que domina, y que
más cruel y feroz les sobrepasa en el dominio de la
fuerza? Pero —añadía— el hombre físico no es tam-
poco sino preparatorio del hombre moral, de ese prin-
6
Op. cit. 1* pte. p. 34.
98 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

cipio superior que corrige las propensiones asimilantes


y por lo mismo destructivas de la materia. . ., investi-
gando y modificando la Creación". 7 Para que un ser
tan notable existiese había sido necesario que la Natu-
raleza trazara lentamente un camino de perfección, y que
Dios lo dotara de inteligencia, poder e inmortalidad,
todo lo cual había ocurrido según se podía comprobar
fácilmente.
Había comenzado el mensaje del utopista y éste
tenía prisa por redondearlo, por llevarlo a sus últimas
consecuencias. Ya había demostrado que existía un ser
Perfecto, una Naturaleza que se perfeccionaba día a
día, y en fin, un hombre capaz de conocer a Dios, de
conocer el mundo, de dominar la materia, de descubrir
la esencia de la vida moral. Necesitaba precisar la forma
en que la Naturaleza —ese ente espiritual— perfec-
cionaba la materia y en que el hombre se perfeccionaba
a sí mismo y perfeccionaba el mundo. Necesitaba escla-
recer su mensaje, acentuar la actividad de esos tres
seres, revelar ampliamente su esencia creadora, espí*
ritual; darles en fin la libertad de hacer, la libertad;
decir que Dios, la Naturaleza y el hombre eran tres
providencias; que la providencialidad, la capacidad
de hacer el bien, de crear, no era exclusiva de Dios·
Un sentimiento profundamente intuitivo le aseguraba
que Dios es la Providencia Eterna. A su entender era
un sentimiento común a todos los hombres y la pri'
mera idea filosófica que despertase en la mente hu-
mana; la que había hecho brotar "multitud de libros
llenos de ternura, de poesía y de amor por ese Ser
Soberano, que con paternal solicitud cuida de todas sus

" Op. cit. 1* pte. pp. 34-35.


EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 99

criaturas y les da instintos salvadores, por los cuales


las dirige a obtener lo que les conviente y a evitar lo
que les daña". 8
Pero la Naturaleza también era un ser Providencial
que buscaba la perfección de sus productos y que, sujeta
a las leyes fundamentales dictadas por Dios, "conti-
nuaba como ejecutora inteligente los fenómenos de la
Creación". 9 Como si la Naturaleza estuviera atenta;
como si quisiera hacer lo mejor, como si tuviera volun-
tad de ser, y la libertad de Dios y del hombre.
El hombre era también un ente providencial, desti-
nado a perfeccionar las obras de la Naturaleza, capaz
de atribuirse el papel de corrector; de usar de su espí-
ritu inmortal, de su inteligencia, de su libertad.' 0 El
hombre de Adorno era un ser maravilloso, gigantesco;
el propósito de Dios y de la Creación. Era un ser que
elevaba en sí mismo un espíritu semejante a la Divini-
dad, un agente de la Providencia, capaz de participar de
la gloria del Creador, de investigar y modificar la Crea-
ción. El hijo del Espíritu Eterno, que había recibido
las fuerzas necesarias para ser asimismo una divinidad.
Pequeña miniatura del Creador, capaz de comprender
s
u gloria, de acompañarle en la eternidad, de atesti-
guar sus obras prodigiosas, de secundar sus estupendos
designios y de ser el socio eterno de su omnipotencia.
En fin, el hombre era para Adorno el ser, el fin, la
razón de la Creación. Todo estaba hecho para él y para
que él lo hiciera. Un gigante, un maravilloso gigante,
u
n Micromegás de la tierra, de los planetas, de los
esternas solares, de las galaxias.
8
Op. cit. 1* pte. p. 94,
8
Op, cit. 1* pte. p. 97.
™ Op. cit. 1* pte. p. 98.
100 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

Pero aquí surgía un enigma al que se habría enfren-


tado cualquier mente, por ilógica que fuera; saber por
qué siendo Dios un ser providencial y perfecto existía
el mal en el mundo, es decir, explicar la razón de Dios.
Sin embargo Adorno no iba a enjuiciar a Dios, como
no había enjuiciado a las autoridades del México de
1858. Por una parte se iba a limitar a adorarlo, y por
otra se dedicaría a justificarlo, cediendo a sus im-
pulsos optimistas y a su visión del futuro.
Adorno decía adorar a Dios sobre todas las cosas.
Decía respetar a todos sus adoradores y a todas las
religiones, "faros del género humano". El mismo tenía
una religión que llamaba "providencial", "natural";
religión impresa por el Creador al espíritu humano y
que no se oponía a los credos particulares, mientras
éstos fueran morales y tolerantes. Adorno hacía plega-
rias a Dios como hombre y como filósofo; plegarias sin
dogmas, de un romanticismo religioso desenfrenado. Lo
llamaba clamorosamente "Dios de Esperanza", "Dios
de bondad", "maravilloso Ser". Y si este desenfreno
lo incapacitaba para usar de una lógica implacable a la
manera kantiana, si en su idea de la intuición estaba
la base misma que impedía juzgar a Dios, no por ello
dejaba de pensar que la ciencia humana era ciencia de
Dios, sobre Dios, y en últimas instancias una teodicea. 11
En efecto, el mensaje de Adorno fué llamado por
su autor "ciencia dé la teodicea", y como si no basta-
ran sus desenfrenos sentimentales para justificar a Dios,
Adorno redujo los cargos a un mínimo, se mostró poco
inclinado a relacionar el Mal con la Divinidad Perfecta,
y se dio a hacer hincapié en el maravilloso fin que

i l Op. cit. 1* pte. p. 53.


EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 101

Dios había destinado al hombre. Así pensaba contentar


los ánimos.
La idea del fin maravilloso pudo distraerlo cons-
tantemente de toda explicación del mal y de su origen
divino. Pues siendo el mal remediable, más que probar
cuáles eran las causas de su existencia metafísica, se
interesó en demostrar cómo Dios había dispuesto las
cosas en tal forma, que acabara algún día. Y si ocasio-
nalmente usó de la excusa de la libertad humana para
explicar el mal, si dijo como otros que, para que el
hombre fuera libre —cualidad suprema—, Dios se
había visto en la necesidad de crear un mundo imper-
fecto, en general se aferró a su sentimiento optimista,
a su idea de que "el mal existe tan sólo porque la
humanidad aún no cumple sus deberes ni llena fiel-
mente su destino". 12
Siendo el mal y el dolor provisionales, existiendo
una maravillosa armonía entre Dios, la Naturaleza y el
hombre, tendiendo éstos a una metamorfosis de perfec-
ciones, resultaba menos importante explicar la creación
imperfecta de un ser perfecto, que explicar cuál es el
sendero, cuál la actividad que debe desplegar el hombre
para extinguir radicalmente el mal. Dios es perfecto
porque es el autor de lo bello y lo bueno, y porque los
fines que se propuso al crear el mundo son los más
nobles que puedan existir. Pero Dios es perfecto por su
misma esencia, porque es inconcebible sin perfección
absoluta, y su fin no puede ser sino la perfección de sus
criaturas. Es necesario pues volver los ojos a las cria-
turas, recordar que si no pueden ser eternas serán
inmortales, que si no son omnipotentes son poderosas,

12 Ibid.
102 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

si no son omniscientes son sabias, en fin, si no son la


Providencia son providenciales. Las criaturas se divi-
nizan. Tienen los medios espirituales para cumplir el
fin divino, para ser pequeños dioses de la tierra, que
anulen el mal, pequeños creadores de la felicidad abso-
luta. ¿Y cómo iba a ocurrir lo contrario? ¿Cómo iba a
haber establecido Dios un fin perfecto sin haber dotado
a sus criaturas de los medios necesarios para obtenerlo?
¿Cómo iba Dios a dejar solo al hombre? El hombre no
estaba solo. Dios lo acompañaba con paso seguro y la
Naturaleza trabajaba lentamente para acabar con la in-
estabilidad actual del Universo. Había un proyecto de
perfección que unía a todo lo que es. 13
Más que una excusa de la Divinidad, el mensaje
de Adorno era una anunciación de fuerzas y felicidad,
un canto a la trilogía maravillosa: Dios, la Naturaleza
y el hombre. Aquél perfecto, éstos "en vías de cons-
trucción", o cumpliendo un "destino providencial", pro-
vocando una metamorfosis que conduce a un "fin
admirable", a un "sublime bien". 14 En última instancia
Adorno nada tiene con Dios, que ha hecho un plan
inmaculado, nada con la Naturaleza que trabaja de
acuerdo con el plan divino; sólo está preocupado por
el hombre, por explicarle que el mal moral y material
que sufre es obra suya; proviene de los "errores come-
tidos por la humanidad", de haber fundado la sociedad
sobre bases improvidentes, de haber edificado las ciu-
dades erróneamente, de haber viciado la alimentación
con drogas dañinas, de haber hecho "poderosos a unos
cuantos hombres y relegado a la mayoría a la miseria,

13 Op. cit. 1» pte. pp. 111-112.


i* Op. cit. 5' pte. p. 37.
EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA 103

la ignorancia y la impotencia providencial..." 15 Así,


el mal no es motivo para encararse con Dios sino con
los hombres, no es motivo para explicar a Dios sino
para demostrarles a éstos cuál es el deseo de la Divi-
nidad, cuál el trabajo de la Naturaleza, cuáles las
obligaciones que tienen y la fuerza de que han sido
dotados para cumplir su "destino Providencial sobre
la Tierra". 18 Por eso, Adorno habla siempre del mal
refiriéndose a la posibilidad de remediarlo, de extin-
guirlo; se vuelve irritado contra quienes se han apode-
rado del gobierno de los pueblos, inculcándoles ideas y
doctrinas en que se pinta la naturaleza humana como
degradada, maldita, condenada a un perpetuo llanto
en este mundo y a un eterno tormento en el otro.. ,17
Todo eso es mentira, una burda mentira que ha preten-
dido desviar al hombre de su verdadero camino; el
fruto de una doble tiranía civil y doctrinal, que a lo
largo de los siglos ha logrado que la humanidad gima
"como Tántalo a la vista del arroyo divino de la Pro-
videncia, sin poder apagar la sed ni mitigar el hambre,
haciendo ofrendas expiatorias de crímenes que no ha
cometido, y que aumentando la miseria del pueblo y el
fausto de las clases privilegiadas, aumentan también
de día en día la desigualdad, hasta que han resultado de
una parte todo el trabajo, las miserias, las penas, la
degradación, la ignorancia, la obediencia y el aisla-
miento; y de la otra la ociosidad, las riquezas, los goces,
la exaltación, la ciencia, el mando y la asociación siste-
mática y armada, destinada a subyugar indefinidamente
a
la gran mayoría". 18
13
18
Op. cü. 5» pte. pp. 37-38.
Op. cit. Catecismo, p. 16.
" Ibid.
18
Ibid.
104 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

Pero la verdad es otra y otra la religión verdadera,


que no tiene dogmas misteriosos, ni más poderes que
el propio raciocinio, ni leyes ascéticas o prácticas peno-
sas, sino que es una religión providencial que "indaga
en las mismas leyes del espíritu humano y descubre cuan
adecuadas son para su felicidad temporal y eterna". 1
El mal existe, pero el hombre puede salvarse. Ador-
no está firmemente convencido. Las pasiones "negati-
vas" —dice el romántico inventor— no son innatas, sino
el producto de un "estado social" injusto; de la igno-
rancia, la miseria y el aislamiento de la gran masa de la
humanidad, que por tantas razones parecería haber
sido condenada a cometer mayores y más frecuentes
crímenes. 20 Las pasiones negativas del hombre son un
producto de la condición social en que éste se encuentra.
El orgullo proviene de la desigualdad; la ambición
tiene la misma causa; la avaricia y la adquisición inde-
bida de la riqueza emanan del menosprecio al trabajo;
la envidia, del impotente deseo que padecen los inferio-
res, de asemejarse a sus superiores; la ira, del afán
que tiene el hombre de sobreponerse a sus semejantes, a
la vista de la "desigualdad individual y social"; la
guerra y el honor militar, de las luchas que sostiene el
hombre, impulsado por la ambición; la "rémora social"»
del propósito "de impedir la marcha y el progreso de
la sociedad"; la pereza, "de las ideas falsas y perni·
ciosas de indiferentismo y positivismo, promulgadas por
la caduca forma social".
Todas esas pasiones son facticias y es necesario
buscar su origen en las instituciones humanas, que con-
trarían las pasiones naturales como el amor a sí mismo,

1 9 Op. cit. cat. p. 6.


20 Op. cit. cat. p. 18.
EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 105

el amor a la felicidad, el amor a la familia, el amor a


la libertad, el amor a la patria, el amor a la humanidad,
a la sabiduría, a la invención, a la sociabilidad. Todos
los amores que pregona la religión providencial. Es
necesario pues encontrar el remedio y ese remedio es la
religión providencial y la clase de sociedad que habrá
de instaurar "anonadando la prepotencia del fuerte,
protegiendo al débil y supliendo misericordiosamente
las faltas del abyecto y desgraciado". 21
Todas las pasiones, todos los males de la tierra
tienen como remedio al hombre providencial, que no
es éste o aquél a exclusión del otro, sino el género
humano. "Imitar a Dios en su Providencia está al alcan-
ce de los hombres más pequeños, en sus diversas facul-
tades físicas e intelectuales, porque para que el hombre
sea bueno basta que ame y procure la beneficencia,
practicándola en cuanto se lo permitan sus circunstan-
cias personales y sociales'*.22 Todos los hombres, todos
sin excepción pueden imitar a Dios. Adorno se entu-
siasma, quiere tomar a la humanidad y decirle que es
capaz de hacer un mundo completamente nuevo, decirle
que no sea sorda a sus llamados, ni escéptica, que mire
ta historia, y vea cómo "aparece hoy en la plenitud de
su poder físico y en vías del desarrollo de su poder
moral e intelectual". 23 Esa es la verdad.
Y no pretende Adorno dar consejos morales al hom-
hre, sino descubrirle la esencia misma de su ser, formu-
lar la antropología optimista de la verdad, evocar el
trabajo callado de la Naturaleza, la vida de los animales
<îue se contentan con vivir y multiplicarse, y frente a
21 Ibid.
22 Op. cit. cat. p. 19.
23 Op. cit. 1* pte. pp. 55-56.
106 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

ellos descubrir el genio creador del hombre, su imita-


ción artística del mundo, sus investigaciones y combi-
naciones de la materia, sus descubrimientos morales y
espirituales, su sentimiento sublime de lo infinito,
y sobre todo su destino. El hijo de Dios está destinado a
ser "el agente de la Providencia en el planeta que ha-
bita"." 4 Es un destino muy bello, ciertamente; pero que
implica algunas obligaciones, como amar a Dios, culti-
var el planeta y sobre todo fabricarse la propia felici-
dad. 25 Adorno proclama que el hombre está obligado
a ser feliz. Es ésa la obligación suprema esencial; a tal
grado, que si el hombre debe venerar al Creador y ren-
dirle irresistiblemente sus adoraciones, está más obli-
gado aun a cubrirse de felicidad, porque "el hombre
necesita mucho y Dios no necesita nada". El hom-
bre necesita divinizarse, perfeccionarse, ser feliz como
Dios. La esencia del hombre es su posibilidad de
ser feliz.
En su imitación de Dios, en su divinización, el
hombre debe además amar. Ninguna ley lo obliga;
pero su libertad es precisamente la llave del amor, cua-
lidad admirable que reúne el poder y el placer, el
bienestar y la fuerza, la virtud y el premio. 28 Cuando
el hombre ha amado —dice Adorno— se ha hecho
divino; pero raras veces ha amado. Es necesario pues
que ame, que ame con amor espiritual, ilimitado, que el
sentimiento amoroso sea el anteojo mágico con que mire
los campos, los animales, el trabajo y sus bellos resul-
tados, la naturaleza, ía ciencia, la patria universal, la
sociedad. "El galardón del hombre por este amor así

24 Op. cit. 1» pte. p. 48.


25 ¡bid.
26 Ibid.
EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA 107

generalizado sería convertir la árida roca de la tierra


en un verdadero paraíso, y hacerla su patrimonio de
delicias". 27
El hombre providencial es un hombre amoroso. Su
vida sentimental es muy importante. Es la fuerza que
le permite ser un agente de Dios sobre el planeta, es la
virtud que pone en movimiento todas las facultades físi-
cas y psíquicas que posee y que le harán cumplir "un
alto destino sobre la tierra". 28 El hombre debe finalmen-
te tener conciencia de todas sus fuerzas y de que "el des-
tino de la humanidad es el ser una providencia terrestre,
que imite a Dios y a la Naturaleza". 20 Pero al imitar
a
Dios el hombre no debe extraviarse atribuyéndole
los defectos humanos, haciéndolo colérico, vengativo,
débil y apasionado" —¡oh cuántos absurdos ha ado-
rado la ignorancia!—. Debe dejarse guiar por la intui-
ción de su alma, para descubrir que Dios "ejecuta
siempre el bien y jamás el mal", y que por ser un ente
perfecto ha disfrutado eternamente de una Suprema
•Felicidad. La imitación de Dios conducirá al hombre a
ser más perfecto y a producir, de acuerdo con los planes
d
el Creador, una felicidad semejante a la Suya. Será
u
na imitación, sentimental, amorosa, romántica.
El hombre debe convencerse de que es una provi-
dencia en la tierra, de que la humanidad es colectiva-
mente buena, progresista. Ahí están para demostrarlo
s
«s leyes, sus costumbres sociales, sus tendencias justi-
Cl
eras, sus ciencias, su literatura, sus artes, sus ciudades,
s
us habitaciones y templos. Ahí están la humanidad
a
gricola y pastora, las construcciones maravillosas, los
27
Op. cit. 1· pte. pp. 48-49.
28
Op. cit. 5* pte. p. 24.
20
Op. cit. 5* pte. pp. 35-36.
108 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

canales, los acueductos, los puertos, las máquinas,


los vapores, los ferrocarriles. 30 Todas son pruebas del
poder humano, de la fuerza de que gozan los hombres,
y a la que sólo le falta un sentimiento amoroso gene-
ral, y el deseo de imitar la felicidad divina: "La huma-
nidad, obrando inconscientemente, ha obrado como una
Providencia. Ha cambiado la faz de la tierra, pero por
una consecuencia necesaria ha cuidado preferentemente
de las mejoras materiales, descuidando y aun poster-
gando las morales. Mas ahora que se demuestra su alto
destino de providencia terrestre —piensa Adorno—>
ahora que está en el caso de comprender el móvil pro-
videncial del alma humana, el intuitismo divino que le
indica la senda del bien, es seguro que la humanidad
progresará en la práctica de la moral y la verdadera
virtud, obteniendo, en consecuencia, la felicidad". 31

El mensaje de Adorno no ha terminado, sin ein*


bargo. Todavía tiene el mensajero mucho que decir a
los gigantes de la tierra, y sobre todo tiene que decirles
en qué forma deben actuar y emplear sus gigantescas
fuerzas para el logro del mundo feliz. Porque Adorno
ya viene de regreso de la región maravillosa que ha
descubierto, a través de la intuición de las esencias, del
bosque fantástico en el que se respira un aire inconta·
minado de realidad. Ya abandona la escena de lo supra-
sensible y trae ertvueltos en palabras y razones a su»
personajes dramáticos —al Supremo Artífice, Señor de
la Mecánica Universal, a la Naturaleza etérea y aní*
mica, al Hombre Providencial amoroso— para hacerlos

30 Ibid.
31
Op. cit. 5* pte. p. 36.
EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 109

jugar el papel de la verdad y de la felicidad, entre


les hombres de su siglo y su tiempo.
Adorno va a hacer que sus personajes ocupen un
lugar entre los hombres y sus desvarios, que tomen una
actitud en la polémica del siglo xix, en las luchas de
socialistas, anarquistas, nihilistas, revolucionarios y
retrógrados, porque aunque él considere que las leyes
del Universo los conducen en ininterrumpido progreso,
y aunque piense que el trabajo del hombre es una fuerza
suprema de felicidad, no puede detenerse ahí, sino
tomar una posición frente a todos ellos y hacer que sus
personajes actúen, y les den conciencia de su realidad.
La misión de Adorno consiste en presentar a sus con-
géneres el espectáculo de la esencia del universo y de
la esencia de los hombres, convencerlos de la inutilidad
de todo esfuerzo que contraríe los designios del mundo
suprasensible. Pero como él se hace solidario de la ac-
tuación de sus personajes, como él es quien los va a
manejar con sus razones y palabras, él mismo tiene que
tomar posición.
Y eso es lo que hace el mecánico sin titubeos. Se
declara enemigo de los intereses espurios, de las pasio-
nes facticias que dominan la vida contemporánea, de la
rutina, del temor a las innovaciones, de las teorías
sofísticas que han desacreditado a la filosofía, diciendo
que es un conjunto de utopías irrealizables, 32 burda y
maliciosa mentira que de ser verdad acabaría con sus
ilusiones y con la representación. Pero además se
declara enemigo del nihilismo, del anarquismo, del
socialismo, movimientos contrarios al espíritu de sus
personajes y que ceden a los odios inveterados de
32
Op. cit. 5* pte. pp. 72-73.
110 EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

las diferentes clases sociales, que no se detienen ante la


necesidad de la revolución ni ante la idea de dominar
el mundo por la fuerza. 33
El Espíritu Absoluto lo guía, lo conduce en este
doble combate, le indica que no debe alistar al hombre
providencial en ningún bando o cuerpo militares. Le
dice que él no puede afiliarse a los retrógrados ni a
los revolucionarios y, para ser más concreto, lo hace
renegar de la "aglomeración de los bienes en unas
cuantas manos", de la propiedad hereditaria, de los
mayorazgos 34 y también de los esfuerzos sangrien-
tos de los partidos socialistas, que no conducen sino a
la decepción y el desengaño, porque quienes llegan al
poder por la fuerza están destinados a incurrir infali-
blemente en los mismos vicios y abusos a que se opo-
nen. 35 El Espíritu Absoluto, intemporal y eterno, toma
la decisión del Siglo y se muestra partidario de la
subdivisión pacífica de la propiedad, de que el hombre
retenga los frutos de su trabajo y de elaborar "un orden
político y financiero que tienda a nivelar las clases
sociales sin desórdenes ni revoluciones. . . " 3e Ese es su
dictado terminante. ¿Cómo cumplirlo? ¿Cómo lograr
que los humanos practiquen la reforma? El hombre
providencial se adelanta. A él le cumple obrar, ejecutar
el mandato. El, que es la esencia del hombre, es quieri
debe llevar a la práctica los ideales, movilizando su
amor, su beneficencia esencial. Pero Adorno se le acerca
precipitadamente y lo detiene. Después de todo ya están
en el mundo y Adorno funge de director. Tiene mucho
que explicarle a su personaje etéreo, habituado a vivir

33 Op. cit. 5* pte. p. 61.


34 Op. cit. 5* pte. pp. 71-72.
35 Op. cit. 5' pte. p. 73.
36 Op. cit. 5 ' pte. p. 71.
EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 111

en un aire rarificado, puro. Tiene que contarle cuáles


son sus experiencias prácticas, en qué forma es inútil
actuar. Y le explica con desconsuelo que si la benefi-
cencia y el amor pueden salvar al hombre providencial,
ni el amor ni la beneficencia pueden salvar a los hom-
bres. Ha llegado el momento. Adorno tiene que desilu-
sionar a esa creatura del Supremo Artífice. Le confiesa
que está decepcionado de la caridad como medio eficaz
de regeneración, que los ricos no prescinden volunta-
riamente de sus riquezas, que los pobres sucumben
víctimas del bochornoso egoísmo de las clases acomo-
dadas. 37 Le revela que las casas de beneficencia privada
no cumplen su destino, son insuficientes y mezquinas,
y que el nuevo sistema de beneficencia pública es tam-
bién inútil: hace que el rico pague con repugnancia y
desprecio la contribución y que el pobre se muestre
desagradecido por el socorro y aun llegue a retribuirlo
con un odio intenso: "El mutuo amor —concluye fati-
gado— tan halagüeño en la teoría ha venido a ser
irrealizable en la práctica, y hoy encuentra el hombre,
con sorpresa y decepción, que lo más difícil es amar,
y que por grande que sea la repugnancia de despren-
derse de los bienes materiales, lo es mucho más el suje-
tarse al consejo moral de amarse mutuamente, no sólo
e
ntre sí las clases sociales, sino aun los individuos de
u
na misma c l a s e . . . " 38
Pero esta terrible confesión es sólo el preludio de
°tras muchas que debe hacer al sublime personaje.
Porque no puede ocultarle una realidad que él conoce
bien, que conocía antes de haber visitado al Espíritu
Absoluto, y que ahora debe revelarle para que no fra-
37
Op. cit. 5* pte. p. 73.
3
8 Ibid.
112 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

case en sus divinos intentos. Le cuenta que no se puede


esperar nada de la justicia humana para salvar a los
hombres, porque está fundada en el derecho de propie-
dad y es capaz de atormentar a los hambrientos que
toman un mendrugo de pan; le dice que nada se puede
esperar de la economía política, porque es el arte des-
corazonado de aumentar la riqueza y no cuida en lo
más mínimo de distribuir equitativamente las utilidades
entre el capital y el trabajo ; le revela que hay una· cien-
cia fría llamada estadística que sólo sirve para contar
y es inútil para salvar. Lo disuade en fin de emplear
una propaganda que tenga como propósito inculcar al
pobre la conformidad con sus sufrimientos, porque,
según él ha observado, el pobre se dice con lógica
severa : si los ricos, por el solo hecho de serlo, no están
excluidos de lo gloria eterna, siempre me llevan una
tremenda e injusta ventaja, pues yo estoy expuesto al
padecimiento eterno, después de haber sufrido las an-
gustias temporales. 39
El hombre providencial está mudo y estático. Espera
que Adorno le diga cómo actuar. Pero Adorno se halla
sobrecogido de terror y de angustia y realmente no
sabe qué decirle, hasta que al fin estalla, y muerto de
vergüenza se pone a musitar una serie de perogrulladas:
"Sea usted una providencia para sí y para los demás
—le dice—; ejerza siempre el bien y jamás el mal,
tenga paciencia en sus sufrimientos y actividad virtuosa
para remediarlos, y sobrevendrá a su tiempo la felicidad
colectiva de la humanidad, y por consecuencia la felici-
dad individual del hombre". 40 Adorno le da estos viejos
consejos morales para salir del paso, y con un frío

39 Op. cit. 5· pte. p. 74.


40 Op. cit. 5* pte. p. 75.
EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA 113

aterrador oculta el amor tras la "providencialidad",


pensando que el ingenuísimo y puro personaje no se
dará cuenta. Poco a poco redondea su mentira, y hasta
acaba por creerla verdad. Añade que sus consejos no
provienen de un razonamiento impracticable o ilusorio,
sino que se fundan en las cualidades intrínsecas del
alma —sí, eso es, hay que volver al alma y abandonar
las experiencias personales, hay que volver a la verdad
esencial y dejar la verdad de la existencia—. Es cierto,
los consejos que le da al hombre providencial se fundan
en la esencia del hombre que le ha revelado el Espíritu
Absoluto, en el destino que le ha revelado el Espí-
ritu Absoluto, en las leyes que le ha transmitido por
la intuición, en el mensaje que ha hecho suyo y que él
transmite a su personaje para que actúe, para que salga
a la escena del mundo. Pero el hombre providencial
en el momento de salir se desvanece, se escapa, no re-
siste las presiones de la tierra y se pierde en el horizonte
de su esencia. Adorno que lo ve desaparecer no quiere
desilusionarse, no quiere perder el optimismo de su
revelación, quiere pensar que ha ido a integrarse a
cada uno de los hombres, hasta de los más pequeños.
Pero titubea. La multitud está a su espalda pegando
alaridos, y él, como para calmarla, le habla de nuevas
instituciones, le dice que admira las cajas de ahorros,
las sociedades de socorros mutuos, las escuelas de obre-
r
°s, la asociación pacífica de los trabajadores: "necesita
e
l pueblo —añade— desechar el orgullo, la ambición,
la avaricia y demás pasiones facticias de los opresores
Φ1* lo han tiranizado; necesita purificarse de la socie­
dad corrompida que lo desprecia, mas una vez purifi­
cado, una vez virtuoso, sobrio y trabajador, perfeccione
la asociación voluntaria entre sus iguales, ramifique la
114 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

asociación misma, haga de ésta una inmensa institución


de socorros mutuos y de ahorros, capaz de afrontar todos
los negocios emanados del trabajo ; deseche las traidoras
seducciones de las huelgas que siempre le resultan con-
traproducentes, trabaje activa y económicamente para
poder afrontar por sí mismo todas las empresas lucra-
tivas; mas, sobre todo, ilústrese constantemente hacién-
dose laborioso, inteligente y moral, y entonces él se
elevará en la escala social, y vendrá a ser no sólo acep-
tado fraternalmente por todas las clases superiores de
hoy, sino imitado por éstas, y realizada la fraternidad
universal, establecida en el mundo la felicidad virtuosa,
será el amor mutuo el resultado de la providencialidad
y del bienestar social sobre la tierra". 41
Después de tan agobiante discurso, pronunciado
frente a ese pobre pueblo que antes de escucharlo "ya
había empezado a tener conciencia de su valer y su
fuerza", Adorno se siente exhausto, y quiere salir
de su presencia, quiere irse de nuevo con el Espíritu
Absoluto, con la Naturaleza Espiritual, con el hombre
providencial que lo ha precedido en su marcha, que ha
salido de ese momento, de esa realidad abrumadora y
molesta. Pero ya no va en busca del Espíritu Absoluto
para traer un mensaje a la tierra. Se da cuenta que el
hombre providencial se ha puesto a trabajar en el tiempo
y ha realizado una marcha de siglos, construyendo el
mundo del futuro, logrando la perfección de las aso-
ciaciones humanas, 42 acercándose a Dios y sentándose
a su lado en la región futura de Armonía, precioso subs-
tituto del cielo, donde viven hombres inmortalmente

« Ibid.
« Ibid.
EL OTRO MUNDO : LA UTOPÍA 115

vivientes, hombres divinizados, en perdurable bienaven-


turanza.

Al descubrir tan increíble espectáculo Adorno res-


pira de nuevo con alegría y no quiere pensar sino en el
futuro, cuyas imágenes se suceden con claridad, mien-
tras el ruido sordo del mundo actual va desapareciendo.
Ahora puede hablarles a los hombres con más calma,
con entusiasmo, sin zigzagueos, sin turbaciones. Porque
les va a hablar del futuro partiendo del presente, sí,
pero sacando sus conclusiones de un mundo sin expe-
riencias personales, sin prácticas ni medidas chocantes,
en que el hombre providencial trabaja sin interrupción,
sin consejos, fiel a su esencia pura.
Está dispuesto a no traicionar más al Espíritu Abso-
luto, a no irrumpir más con sus impertinentes observa-
ciones, a ajustar toda la Naturaleza a sus designios, a
deducirlo todo de su esencia. Y para dar una primera
prueba de sumisión y fidelidad, demuestra tranquila-
mente que en su imitación del Ser único, inmutable y
perfecto, toda la Creación tiende a un estado futuro de
estabilidad, de constancia, de permanencia, en que
desaparecerá la inmensa y variada multitud de los
astros y se llegará a la Unidad con la construcción de
un solo astro, también perfecto, inmutable y magnífico,
objeto de Dios y trabajo final de la Naturaleza", 43 en
e
* que la vida será inmortal, la temperatura constante
e
invariable, los vegetales siempre floridos, los anima-
les jóvenes y buenos, el placer común, el hombre sin
enfermedades ni dolores.
Después de esta profesión de fe, y de humildad
a
nte la lógica impuesta por el Espíritu Absoluto, que
*» Op. cit. 5* pte. p, 102.
116 EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

lejos de envolverlo en contradicciones penosas o ridicu-


las lo lleva a demostrar que de lo perfecto surgirá lo
perfecto, de lo inmutable lo inmutable, de lo único un
astro único; después de esta revelación que no lo obliga
a pensar en una práctica, en una realidad transitoria,
en un presente vivo, sino que lo proyecta lógicamente a
una conclusión, que está en perfecto acuerdo, en rigu-
rosa lógica, deducida de la bella premisa del Espíritu
Absoluto, Adorno ya no desea salir más del futuro, así
remoto o inmediato. Se encariña con él, lo ama profun-
damente, lo siente seguro, fiel, sin traiciones, concorde
en todo con los designios del Supremo Artífice, con el
fin de la Naturaleza espiritual, con el trabajo de su
criatura providencial; y gozoso, con orgullo sano, con
cortesía y confianza, pide permiso para explicar a su
auditorio qué le aguarda, qué le tiene reservado ese
hombre, ese artesano que huyó : "Permítaseme tender la
vista en el porvenir de felicidad. Permítaseme este
ligero desahogo, o por mejor decir, este consuelo con
que el hombre que vive tan desgraciado en el siglo xix
calma al menos sus penas al pensar que vendrán días
más venturosos para la especie humana. ¡Oh, sí —ex-
clama en un gesto de gran sinceridad—, yo los siento
acercarse y en el fondo de mi alma existe una profunda
convicción de que llegarán!" 44 ¿Y cómo no iba a existir
esa profunda convicción, cómo no iba a tenerla Adorno,
que no se consideraba un adivino ni siquiera un espíritu
superior, que por arte insospechado y sobrenatural
leyera en el futuro, sino un amante apasionado del
Supremo Artífice, que seguía la lógica irresistible de su
esencia, deduciendo que en la Creación estaba marcado

« Op. cit. 1' pte. p. 50.


EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA 117

un progreso infalible que llevará a la Naturaleza y a


la humanidad a una perfección más o menos lejana,
pero necesaria?
Enorme desahogo, gran consuelo era hablar del
futuro. El futuro no presentaba contradicciones, y al
hablar de él podía satisfacer por vez primera las espe-
ranzas de todos los hombres y la lógica del mundo
suprasensible. Podía ser incluso todo lo preciso que
quisiera, hablar de los más insignificantes detalles, de
las más pequeñas circunstancias, hacer una división
del tiempo por venir tan precisa y exacta como la del
pasado, hablar de los hombres salvados, tranquilos,
felices, poner sus máquinas y sus instituciones al servi-
cio de la lógica absoluta y de los propios hombres.
Podía incluso hablar del presente alejado en el futu-
ro ; podía incluso decir todo lo malo que había en el pre-
sente, con la seguridad de que su visión, su lógica, hacían
imprescindible la disolución del mal. Podía todavía
más, decir cómo ocurriría el hecho histórico del adve-
nimiento de la felicidad, pero sujetando ese hecho al
futuro de la humanidad y a la esencia del Supremo
Artífice.
En el futuro, sí en el futuro, la humanidad podría
comunicarse instantáneamente de un extremo al otro
del mundo. Las líneas telegráficas submarinas propor-
cionarían las facilidades necesarias para hacer el círculo
metálico de la tierra y se ramificaría la acción y el
pensamiento. Los agentes del vapor, de la electricidad,
del magnetismo y del calor terrestre proporcionarían
al hombre fuerzas prodigiosas. El gas y la electricidad
convertirían la noche en día. Los mares serían cruzados
por inmensas embarcaciones, por verdaderos palacios
flotantes. La aerostación completaría en los cielos el
118 EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

cuadro del poder humano. La agricultura^ la minería,


la industria, el comercio, las artes y las ciencias harían
tales progresos y obtendrían tan notables mejoras, que
no había imaginación suficientemente fuerte para "idear
como un sueño dorado, lo que llegaría a ser la realidad
un día". 45
No había imaginación suficiente; pero mucho se
podía decir, mucho prometer al hombre; ajustar todos
sus deseos a una idea de perfección, ajustar todas sus
instituciones políticas y sociales a la realidad final del
poderoso Artífice. Sí, las instituciones sociales cambia-
rían totalmente, como habían cambiado en el curso de
la historia, hasta que un nuevo síntoma acabara carac-
terizándolas, su permanencia, su constancia, su infini-
tud. Adorno no tenía el menor empacho en dividir la
historia en doce etapas pasadas y futuras, perfectamente
caracterizadas y definidas, que iban desde la primitiva
y natural, hasta la constitucional —en que se hallaba—,
la federativa, la del trabajo o federativa absoluta, la
convencional y la de la solidaridad;, postrera época
de la evolución humana, época definitiva y perfecta
en la que el hombre volvería a adquirir las costumbres
del estado natural —sencillas y puras—, pero ya enri-
quecido de todas las ciencias y las artes de la civiliza-
ción, y habiendo dominado los vicios y las pasiones
facticias, habiendo cumplido el destino sublime a que
lo destinara el Creador. A esa etapa final no llegarían
todas las sociedades al mismo tiempo, pero las que
llegaran antes desarrollarían la perfección en las demás.
Esto decía el profeta y aun decía más, no fueran a
tenerlo por poco informado o charlatán. Decía exacta·

*5 Op. CÍL 1* pte. p. 51.


EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA 119

mente lo que iba a pasar, lo que iba a hacer el hombre


providencial en cada una de las etapas que vendrían, y
que él había denominado, seguro de no equivocarse, sin
titubeos, sin desconfianza, basándose en el Espíritu
Absoluto y en las huellas que había dejado huir el
hombre providencial. Decía todo lo que iba a ocurrir,
aunque en realidad dijera todo lo que deseaba su espí-
ritu, todo lo que había deseado para los hombres morta-
les, al ir en busca del Espíritu Absoluto.
De la etapa constitucional en que se encontraba la
humanidad, según pensaba, se pasaría a la federativa,
en la cual no se establecerían federaciones como la de
los Estados Unidos, donde aún privaban intereses mez-
quinos e instituciones sórdidas como la esclavitud, sino
federaciones filosóficas, que acostumbrarían a los hom-
bres a respetar las opiniones de sus semejantes, exten-
derían los límites fraternales de las sociedades humanas,
nulificarían poco a poco las tiranías y los despotismos,
convencerían a los pueblos que es preferible resolver
los problemas internacionales por medios parlamenta-
rios, y acabarían con la espantosa, brutal y destructora
costumbre de la guerra. 46
Después, la humanidad llegaría a la etapa del
trabajo o federativa absoluta, en la cual ya no se nece-
sitaría el capital de los patronos para la producción,
sino que los obreros por sí solos podrían erigir, con-
servar, dirigir y hacer florecer las instituciones.47 Y
Adorno pensaba en la bella teoría del trabajo, en los
descubrimientos que había hecho recientemente la eco-
nomía política al ennoblecer el esfuerzo humano, al de-
clarar hombres libres a todos los trabajadores del mun-
4
β Op. cit. cat. p. 92.
47 Ibid.
120 EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

do, y al proponer una división de los trabajos que permi-


tía reunir los productos en la composición final de que
constaba cada objeto de la producción. Alentado, vol-
vía después un momento a la situación actual para
criticarla, ya que no para proporcionarle los medios
de curar sus males: "El primer hallazgo de la ciencia
económica es una gran conquista de la humanidad
—decía—, pero aún está a mitad de camino para
obtener su cumplimiento. El honrar el trabajo y hacerlo
patrimonio de los hombres libres no es bastante; es
además indispensable hacer que todos los hombres
trabajen y que sus afanes sean productivos a la comuni-
dad. Todos los que trafican con los productos del trabajo
son agentes de éste y el capital no tiene otro destino
que el de representar los productos del trabajo". Al
hablar de esta etapa en que acabaría la esclavitud de
los trabajadores Adorno había sido herido en su pie
de Aquiles por la realidad. El presente lo llamaba a
gritos, gemía adolorido, pidiéndole unas palabras, y él
dándose cuenta que en nada contrariaba su decisión
de ser fiel al Supremo Artífice, y que podía calmar los
ánimos de sus contemporáneos, se detenía y se pregun-
taba irritado: "¿Por qué el capital y los agentes que lo
manejan tienen toda la abundancia y el lucro que pro-
porciona el trabajo, ínterin los trabajadores están en la
miseria y el envilecimiento, cuando sin ellos no habría
producción? ¿Por qué se ha reemplazado el señorío del
capital al señorío feudal? ¿Y por qué la miseria
del siervo con frecuencia era preferible a la miseria y
abandono del actual proletario, libre solamente para
perecer de hambre y de fatiga? Porque a la esclavitud
del siervo —contestaba como hombre de su siglo— se
ha substituido la esclavitud del trabajador, y al señorío
EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 121

del amo el señorío del capital". Pero Adorno no había


terminado con esa jaculatoria su impugnación del pre-
sente, su ataque al presente. Había vuelto y era nece-
sario decirlo todo, decir que si la división del trabajo
había perfeccionado la producción no había mejorado
la suerte de los hombres, pues los representantes del
capital, entregados a una ciega competencia y deseosos
de obtener grandes lucros para vivir en el lujo, obliga-
ban a trabajar a los míseros obreros de día y noche en
operaciones simples, en que el hombre hacía lo menos
y la máquina lo más, hasta que aquél se embrutecía y
convertía en máquina viviente, "degradándose del noble
é inteligente ser, criado por Dios, en el bárbaro, sim-
ple y miserable mecanismo, producido por el estúpido
egoísmo del poseedor del capital".
Sí, había un presente doloroso: bajos jornales, nece-
sidades y penas de los trabajadores. Pero Adorno ya
conocía el futuro y sabía que todo eso era transitorio,
<|ue la economía política de su tiempo era una ciencia
de transición, en la cual se procuraba la manera de
acrecentar los productos sin atender a la equidad en la
distribución de los resultados. Sabía también que era
transitoria la estructura económica de su tiempo en la
Cue los banqueros, los agentes de bolsa y los représen-
t â t e s del trabajo se erigían en arbitros de éste envile-
ciéndolo y contrariando la naturaleza de la producción
y de la providencia humana. Sabía también que los
días del error y de la tiranía, los días de los reyes, de
">8 caudillos, de los presidentes, estaban contados,
Como estaban contados los días de la guerra, pues la
"^inanidad pronto se iba a elevar a la décima época
"6 su evolución histórica, época de la asociación del
frabajo y de la federación absoluta, a la que la huma-
122 EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

nidad accedería, mediante la educación, ilustración y


moralización de sus clases obreras, cuando "ennoble-
cido el pueblo laborioso con intachables costumbres
comprendiera que nada tenía que esperar de sus opre-
sores los ricos y procurara pasarse de ellos", 48 descu-
briéndoles que no podían hacer nada sin el pueblo. Y
por si fueran pocas sus razones teológicas y su videncia
del porvenir, al evocar esta época recordaba aquellos
síntomas presentes, aquellas circunstancias de su rea-
lidad histórica, que reforzaban su idea del futuro ; decía
que en el proletariado de los grandes centros produc-
tores "ya brillaba el arco-iris del buen tiempo" y de la
felicidad, que ese conjunto de seres vilipendiados y ex-
plotados presentaba características nuevas que augura-
ban la realidad del porvenir, que probaban la verdad
del Supremo Artífice y del Hombre Providencial: los
trabajadores amaban más emplear sus momentos de
descanso en paseos y recreaciones honrosas, se entre-
gaban menos a la embriaguez y los desórdenes, tenían
deseos de instruirse y de tomar parte en las cuestiones
políticas, científicas, artísticas y sociales, se asociaban
en clubes, adquirían el uso de la palabra, la lógica y
la tolerancia recíproca en las discusiones, procuraban
economizar de sus haberes una pequeña cantidad, con
la cual proveían a la mutua garantía de sus jornales
en la enfermedad y la vejez; con los sobrantes de dichos
ahorros iban fornlando capitales considerables "que
con el tiempo llegarían a ser colosales" —con ellos
podrían hacer frente a todas las emergencias de las ne-
gociaciones propias—; comprendían que la asociación
voluntaria era el elemento de la libertad y el amor; e n

*s Op. cit. cat. pp. 93-94.


EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 123

fin, usaban de la imprenta para trasmitir las ideas a


todos los hombres, para "ennoblecer los corazones y ha-
cerles comprender la omnipotencia del amor y de la
Providencialidad, así como los resortes que el Creador
misericordioso había colocado en la humanidad para
que ésta cumpliera con su destino sublime, hallando
la felicidad verdadera". 49
Todo ello conduciría a la humanidad a la épica
federación absoluta, etapa feliz en que las clases esta-
rían casi niveladas, el trabajo sería moderado y se rea-
tizaría a horas determinadas, en que los placeres
Sencillos y el honor penetrarían en el pueblo, es decir, en
todos los hombres, pues todos los hombres constituirían
*l pueblo. La libertad en esa época no sería un nombre
v
ano; llegaría a ser respetada y defendida por todos
los hombres. Se encontraría en los contratos de trabajo,
e
n el derecho al trabajo, en la familia, ya que la mujer
gozaría de la misma libertad del hombre, y en las
r
euniones de los trabajadores "morigerados, circunspec-
tos y laboriosos", que harían de ella la base de su
Virtud y, así fortalecidos, proveerían a todas las nece-
d a d e s y a su progreso, sin necesidad de la coerción
c
ivil ni de la coerción del capital. Todos estos adelantos
d é l a especie humana serían guiados e impulsados por
e
l genio. Las ciencias, las artes, y sobre todo la meca-
t e a , vendrían al auxilio del hombre y elevarían la
Producción, proporcionando a los productores satisfac-
ción y descanso. La mecánica sería al fin la servidora
del hombre.
En la etapa de la Federación Absoluta se llegaría
^ í a la felicidad humana; pero quedarían las constitu-
49
Op. cit. cat. pp. 94-95.
124 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

ciones, los gobiernos y el dinero, que serían eliminados


en la undécima época, llamada por Adorno convencio-
nal o "libremente contratante". En esa época la asocia-
ción del trabajo alcanzaría una altura y una importancia
considerables, tanto en la industria como en la agricul-
tura; los trabajadores destinarían sólo ocho horas
diarias al trabajo, y el comercio cambiaría radical-
mente: "pues aunque el comercio querría siempre
especular con las masas productoras, éstas no lo permi-
tirán —decía Adorno— y echarán de ver que las
sociedades extendidas y relacionadas, como se ha dicho,
podrán permutar sus recíprocos productos, y así forma-
rán en su seno comisiones compuestas por los hombres
más aptos, para llevar la contabilidad, verificar los
contratos, distribuir y recoger los diferentes productos,
y encargarse de todos los cambios que sean necesarios a
las necesidades recíprocas, y esto traerá por consecuen*
cia —añadía— la creación de una nueva especie de
comercio, que nada tendrá de común con el trafic 0
opresor de las masas productoras que hoy tiene el títul°
de comercio, y que sólo es tiranía ejercida por el ca-
pital". 50
En fin, Adorno se refería a la duodécima época de
la humanidad, en la que ésta retornaría a la "simplid'
dad primitiva", libre ya de las pasiones facticias, y
enriquecida con todas las adquisiciones de la civiliza'
ción. En ella la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y
la Solidaridad de los hombres serían realidades de I a
Providencia humana, y la felicidad no sería ya la ilusión
de la esperanza, sino el prodigioso resultado del amor»
la virtud y la posesión de la verdad. No podía decir

"o Op. cit. cat. p. 96.


EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA 125

Adorno cuándo llegaría esa época, y se resistía a hablar


de ella en forma racional y lógica, asegurando que el
único medio con que contaba para comprenderla era
la poesía intuitiva "puesto que el hombre —decía— no
posee el don de la adivinación". 51
Sin embargo le dedicó todo un capítulo de su men-
saje, intitulado El remoto porvenir, escrito en prosa
dizque poética. En él pintaba ese cielo futuro que sería
la tierra, como si lo estuviera viendo. Empezaba con
una salutación al nuevo mundo que descubría, a los
Verdes y esmaltados campos, a los plateados ríos y
cerúleos mares, a los nuevos polos y nuevos continentes.
Descubría en maravillosa visión que habían desapare-
cido las diferencias. Una sola raza cruzaba los mares y
Se elevaba gloriosa entre las nubes, una raza más bella,
de formas mejoradas, de color suave, de ojos vivos y
lucientes, de miembros vigorosos y esbeltos. Una raza
que había sujetado la furia de los mares y había regu-
larizado el curso de los ríos. Del salvaje ya no había ni
vestigios. El hombre transitaba seguro por la mansión
terrestre, vivía en sorprendentes habitaciones. Todos
gozaban de iguales comodidades, delicias y paz. No
había ni campos despoblados ni ciudades apiñadas. La
naturaleza brindaba amorosamente sus tesoros a la cien-
cia y a la agricultura. La mecánica rendía sus inextin-
guibles recursos al genio humano, sin obstáculos, sin
resistencias, sin dificultades. La biología había descu-
bierto las fuentes de la vida. La astronomía había escla-
recido el curso de las estrellas. La medicina había
desaparecido cediendo el lugar a la higiene. La moral
61
Op. cit. cat. p. 97.
126 EL OTRO MUNDO: LA UTOPÍA

se fundaba en la providencialidad de la especie humana,


reconocida y acatada universalmente por todos los indi-
viduos. La tiranía se había hecho imposible. Los ciuda-
danos se habían solidarizado. Los campos y los jardines
ya no tenían ni cercos ni vallados. Todos gozaban de
sus deliciosos frutos. Todos trabajaban para sembrar-
los, cultivarlos y cosecharlos. Ya no había constituciones
ni estatutos, ni códigos o jueces. Ya no había quienes
explotaran el trabajo del hombre, ya no había quienes
murieran de tanto trabajar o quienes murieran por falta
de trabajo. El trabajo humano había sido organizado en
un plan de igualdad y libertad. Las máquinas habían
sido puestas al servicio del hombre. Y el trabajador juga-
ba en sus días de asueto, en sus horas de descanso, o se
instruía, o gozaba de la amistad y el amor de la mujer,
que ocupaba un elevado peldaño en la vida social; que
ya no estaba sojuzgada por el hombre, sino era una
compañera del hombre. Así vivían los humanos en el
remoto porvenir hasta que la naturaleza reclamaba la
materia a la vida corpórea, y sobrevenía una muerte
fácil, sin enfermedades ni dolores, que dejaba libre el
espíritu para que se dirigiera a la eterna felicidad:
"¡Dulce, dulce y beatífico edén —exclamaba Ador-
no—, mansión del orden y de la felicidad! ¡Yo extasío
mi alma regocijada en su contemplación! ¡Yo percibo
el deleite de la bienaventuranza al meditarte! Y cuando
vuelvo mis tristes y patéticas miradas a los calamitosos
tiempos de la desigualdad, no puedo menos de pregun-
tarme con ansiedad dolorosa: ¿Cómo era posible que
los hombres prefirieran el aislamiento y la debilidad
de las roedoras pasiones facticias, a la pureza y felici"
EL OTRO MUNDO! LA UTOPIA 127

dad de la igualdad natural en la asociación? ¡Salve,


mil veces, salve tú, humanidad gloriosa...!" 52
Y con ese canto de esperanza y de fe sobre el remoto
porvenir, terminaba Adorno su utopía, seguro de que la
felicidad es la verdad y de que México ha descubierto
al mundo la verdad de su felicidad y de su esencia.
¿Pero cómo pudo México descubrir la verdad de la
felicidad humana, siendo un país desgraciado, empo-
brecido y desgarrado por las revoluciones? ¿No era
ése un motivo para que cayera en descrédito la verdad
de la felicidad y se tomara como una insensatez?
"No —dice Adorno—, porque así como la verdad
no deja de serlo porque la exponga un mendigo, así
tampoco deja de tener su valor intrínseco cuando la
proclama como enseña política un pueblo desgraciado,
y tanto más cuanto la desgracia le viene de buscar la
verdad aun en contra de sus próximos intereses. México
sufre y puede perecer; pero la historia, con su inflexi-
ble juicio, llegará un día a demostrar la causa de los
males de este pueblo, y casi siempre se encontrará que
ellos emanan de las fuerzas que detienen y no de las
que impulsan el progreso". 53
Y más o menos con estas palabras terminaba el
gigante Adorno su mensaje. ¿Pero qué había pasado
con el enano? ¿Había desaparecido acaso? ¿Acaso no
había puesto nada de su cosecha en esta empresa mara-
villosa? No, el enano no había desaparecido, no había
dejado de intervenir un solo momento. Juan Nepomu-
ceno Adorno había seguido siendo un gigante que cabal-
gaba en la grupa de un enano. Gigante y enano eran
por igual autores de la utopía. El enano se había ido
52
Op. cit. cat. p. 109.
83
Op. cit. cat. p. 91.
128 EL OTRO MUNDO: LA UTOPIA

también en busça del Espíritu Absoluto, había hecho


que el Hombre Providencial se estrellara ante la rea-
lidad, había auspiciado la idea de que los trabajadores
se podrían liberar por medio de asociaciones amorosas.
Había provocado en el utopista el temor al presente, y
ante los ataques que el gigante lanzó contra los reyes
y los mercaderes había propuesto una actitud mori-
gerada, acrítica, apolítica de los trabajadores. Sí, el
enano había hecho una abstracción de la violencia y
del capital, y había pretendido que el mísero grupo de
trabajadores ahorrando, ahorrando, se enseñoreara
de los negocios de la tierra, sin expropiaciones y sin
luchas; había propuesto que se alimentara con el molino
de la ciudad sitiada, que se defendiera con una diligen-
cia sin caballos. Así dejaba incólume la más cara idea
del gigante, la idea de una sociedad perfecta, y al mismo
tiempo la dejaba cercada por los sitiadores y los asal-
tantes. Eso había hecho el enano abstraccionista, había
impedido que Adorno conquistara a Dios; lo había obli-
gado a suplicarle, como antes suplicaba al Supremo
Gobierno.
ν
EPILOGO, Ο GENESIS DE LA UTOPIA

PARA Leibniz Dios era un ser racional, Dios es el Dios


del liberalismo; no un monarca absoluto. "Nuestro pro­
pósito —escribe en su Teodicea— es alejar a los hom-
bres de las falsas ideas que les representan a Dios como
un príncipe absoluto que usa de un poder despótico, es
poco apto para ser amado, y poco digno de ser amado". 1
Su Dios es un artesano que trabaja lo mejor que puede,
en vista de las posibilidades que tiene para hacer una
obra perfecta. Como se advierte fácilmente, en esta idea
de Dios no hay diferencia alguna con la idea de Adorno.
Pero Leibniz piensa que la obra de Dios es perfecta
aquí y ahora; que hay una armonía actual en el uni-
verso, que ya se ha llegado a esa armonía. Ces désordres
sont ailés dans Vodre, dice al referirse a la naturaleza
física, y a los antiguos diluvios, incendios, terremotos.
En esa armonía tiene su parte el mal que es un condi-
mento necesario, incluso agradable de la creación. Un
poco de ácido, de amargo, a menudo sabe mejor que el
azúcar, piensa. Las sombras realzan los colores. Una
disonancia, colocada donde se debe, da relieve a la
sinfonía musical. Por lo tanto, ¿no es a menudo necesa-
rio que un poco de mal haga más sensible el bien, es
decir, que lo haga más grandioso? 2 Si no hubiera más
φΐε virtud, si sólo existieran criaturas razonables, habría

„ 1 Leibniz, Essais de Theodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de


\hotnme et Forigine du mai, in Oeuvres philosophiques de... Paul Janet
fr«d.2 Paris, Felis Alean, 1900. T. I, p. 87.
Op. cit. I, p. 90.
[129]
130 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA

menos bien: Midas descubrió que era menos rico cuando


sólo encontró oro a su alrededor. Por eso Leibniz con-
sidera que multiplicar únicamente la misma cosa, por
noble que sea, sería una miseria, una superchería. Tener
mil Virgilios bien encuadernados en una misma biblio-
teca, cantar siempre los aires de la ópera de Cadmus y
Hermione, romper todas las porcelanas para conservar
tan sólo las tazas de oro, no usar sino botones de dia-
mante, no comer más que perdices, no beber sino vino
de Hungría, sería una sinrazón. La propia naturaleza
necesita animales, plantas, cuerpos inanimados, en suma,
seres distintos, pues ¿qué haría una criatura inteligente
si no hubiera cosas no inteligentes? ¿En qué pensaría, si
no hubiera ni movimiento, ni materia, ni sentidos?
En fin, puesto que era necesario escoger entre todo
aquello que en conjunto produjera un mejor efecto, y
ya que la vida humana debía entrar por esa puerta, Dios
no habría sido perfectamente bueno, perfectamente
santo, si hubiera excluido el mal del mundo. 3 Es en este
punto donde principian las diferencias. Para Adorno
la armonía actual no es un hecho perfecto, acabado.
Los desórdenes no han llegado todavía al orden, sino
llegarán. El mal era quizá necesario a la hora de 1*
Creación, pero es superable, extinguible. El mejor de
los mundos posibles no necesita condimentos, no nece-
sita variaciones. Será un mundo único, estable, cons-
tante. Subsistirán las distintas clases de seres —Dios»
Naturaleza, animales, hombres—, pero no habrá varíe*
dades de hombres, diferencias entre los hombres, alegra
en unos y pena en otros. El mal desaparecerá. Acabar»
el hombre con el mal que el hombre principalmente

3 Op, cit. I, p. 163.


EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA 131

hizo. Porque Adorno no es dado a pensar como Leibniz


que el Magnífico Artesano creó el mal, y piensa por el
contrario que le dio al hombre la fuerza necesaria para
acabar con él. En este renglón se acentúan las diferen-
cias entre el idealismo individualista de Leibniz y el
idealismo utópico de Adorno. Mientras aquél considera
a los hombres aislados, éste considera a los hombres en
la comunidad, mientras aquél habla de la desgracia de
un Midas que tiene sólo oro, o de un bibliófilo que
sólo cuenta con la edición mil veces repetida de Virgi-
lio, éste piensa en la belleza de un mundo en que todos
los hombres tuvieran oro y contaran con una edición
de Virgilio. La igualdad implica repetición inútil para
el individualismo de Leibniz y distribución en la comu-
nidad para Adorno.
Por otra parte Leibniz no quiere que los hombres
hablen del mal. No es conveniente pertenecer al número
de ios descontentos de la República. Libros como De
Contemptu Mundi del Papa Inocencio III le inspiran
desconfianza, porque al hablar de los males, al fijarse
en ellos se redobla la pesadumbre, se incrementa el mal.
Por eso cree necesario acentuar siempre el carácter
superior de los bienes. 4 Leibniz encuentra que el defecto
principal de los historiadores —alude concretamente a
Bayle— consiste en dar demasiada importancia a los
males. Cree que el propósito principal de la historia y
de la poesía es dar ejemplos de virtud. 8 Tiene como un
hecho característico del vulgo —aunque no exclusivo—
señalar el mal del mundo. Y Leibniz desprecia al vulgo.
En este punto Adorno también se distingue de Leib-
niz. Es un descontento de la República. Como historia-

* Op. cit. I, p. 91.


6 Op. cit. I, p. 183.
132 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPIA

dor y político escribe precisamente un libro sobre los


males de su país. Como filósofo habla de los males
sociales y físicos. Tiene de común con Leibniz su opti-
mismo; pero su optimismo espera, aguarda, da solucio-
nes, mientras el de Leibniz se extasía, contempla, se
regocija. Adorno el historiador, el inventor, el filósofo,
habla de los males para remediarlos. No olvida los
males ni tampoco se detiene en ellos. No cree que el
Bien sea un milagro imposible, que los males sean
ordinarios y perennes. Cree que hay grandes bienes por
venir. Se regocija con los bienes de Dios, del hombre
y del mundo presentes, y con los bienes que producirán
el Bien Supremo del futuro.
Leibniz no ama la igualdad. Está contento con la
desigualdad del hombre y del mundo. La considera
incluso necesaria. Observa que no es conveniente que
los tubos de un órgano sean iguales, que las hormigas
parezcan pavos. Leibniz defiende la desigualdad social,
porque piensa que si fuera necesaria la igualdad el
pobre demandaría al rico, el mozo al amo. La desigual-
dad es muy hermosa para él. Tiene una belleza que es
necesario defender contra la comodidad: Es preferible
la belleza de la estructura de un palacio a la comodidad
de algunos criados. 6 Adorno, por el contrario, ama la
igualdad. Considera que la igualdad es la armonía
perfecta y la belleza. Adorno piensa en la comodidad
de los criados.
Para Leibniz la comodidad, la felicidad total, la
igualdad existen en el cielo o no existen. Hay ahí, en
el cielo, algo muy raro que es felicidad sin mal, armo-
nía sin mal. Algo mejor que el mejor de los mundos

6 Op, cit. I, p, 231.


EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA 133

posibles: pero no es un mundo, es el cielo. "El remedio


está listo en la otra vida —escribe Leibniz—. La reli-
gión e incluso la razón nos lo enseñan y no debemos
murmurar tanto por un pequeño retraso que la Sabi-
duría Suprema ha considerado bueno, para que los hom-
bres se arrepientan". 7 El cíelo no está ni estará en el
mundo; el mundo no mejorará; como tal ya es perfecto.
Para Leibniz el cielo no ha perdido importancia. En
él está la perfección perfecta, el bien sin mal. En el
mundo nunca habrá cielo ni bien sin mal, porque ya es,
tal como se encuentra, el mejor de los mundos posi-
bles. Por lo tanto estima que es inútil resucitar el sen-
timiento de Orígenes, y pretender con él que el bien lo
dominará todo y en todas partes, y que sin excepción
alguna las criaturas razonables se volverán santas y
bienaventuradas en esta vida. 8 Acepta que cabe imagi-
nar mundos posibles sin pecado y sin penas, y que es
posible escribir algo así como una novela filosófica,
como las utopías de los sevarambas; pero esos mundos
serían inferiores al nuestro: "Yo no podría demostrarlo
al detalle —concede Leibniz—. Pero usted juzgará
como yo ab effectu porque Dios ha escogido este mundo
tal y como es". 9 De acuerdo con eso el hombre no debe
pensar en mejorar el mundo y si escribe una utopía
debe convencerse que es fruto de la más pura imagina-
ción, porque, aunque esté predeterminado el futuro, el
hombre ignora totalmente la forma de la predetermi-
nación. Por lo tanto el hombre sólo debe cumplir con
su deber, de acuerdo con la razón que Dios le ha dado
y de acuerdo con las reglas que le ha prescrito. Después

' Op. cit. I, p. 92.


8
Op. cit. I, p. 93.
9
Op. cit. I, p. 89.
134 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA

de eso debe quedarse tranquilo y dejar que Dios se


preocupe por su éxito, teniendo por seguro que siempre
hará lo mejor, en general y en particular. 10
El contraste con el pensamiento de Adorno es evi-
dente. Para Adorno el cielo ha perdido importancia.
El remedio aguarda en esta vida. El mundo mejorará
y el hombre debe procurar que mejore, pues la esencia
del hombre es mejorar el mundo y cumplir así con el
fin que le ha destinado el Ser Perfecto. Adorno no
juzga el mundo ab effectu sino ab principio y piensa
que si Dios es perfecto el mundo también tiene que
serlo. Piensa que el porvenir está predeterminado; pero
sabe cómo será el porvenir porque sabe cómo es Dios.
Y habla de ese porvenir maravilloso, que a su entender
no es utópico, no es novelesco, sino real, seguro, aprehen-
sible por la intuición y la razón del hombre. Por eso
él suscribiría con gusto aquel pensamiento que dice:
On cherche dans les romans le merveilleux idéal; ici
c'est le merveilleux réel.11
El contraste entre el gran pensador del siglo xvii y
nuestro atrevido mecánico es patente. Haciendo de lado
sus diferentes magnitudes, la grandeza de aquél y la
insignificancia de éste, cabría decir que se distinguen
fundamentalmente porque mientras aquél no es un uto-
pista éste si lo es, porque mientras aquél cree que el
mal es inevitable en el mundo y considera que no se
puede esforzar el hombre por anularlo, éste afirma que
el hombre está en la' capacidad de forjar un mundo
futuro en el que el mal habrá sido anulado totalmente,
y ese mundo no estará en el cielo, sino en la tierra, y
io Op. cit. p. 117.
11 Fourier, Charles. Théorie des Quatre Mouvements et des D&'
tinées Générales, en O eûmes Completes de... Paris, Aux Bureaux de I»
Phalange, 1841, T. Π, p. 111.
EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA 135

no es un mundo imaginario sino un mundo real del


porvenir.

Ahora bien, ¿cuál es el origen de esta diferencia?


A qué ideas, a qué impulsos cedió nuestro mecánico
para negar que.la tierra fuera ya perfecta. Porque aun-
que él se tuviera por original, aunque pretendiera que
su filosofía era única, no era su utopía la primera de las
utopías, ni podía haber surgido de su mente sin que
ésta cediera a la influencia de otras ideas más o menos
lejanas.
Estas ideas debieron ser muchas, pero el origen
más inmediato de la utopía de Adorno se encuentra nada
menos que en la filosofía de Fourier. El autor mexi-
cano no sólo tiene antecedentes borrosos de los que él
hubiera tomado algo, para hacer un verdadero descu-
brimiento filosófico, sino que tiene un antecedente pre-
ciso, la obra de Fourier, el autor más cercano al uto-
pista, el que sin duda influyó más en él.
En efecto, Adorno pertenece por sus ideas y por su
estilo al romanticismo social; pero está particularmente
relacionado con Fourier. Se podría afirmar incluso que
Adorno es un fourierista, aunque existan ciertas dife-
rencias entre su obra y la del pensador francés.
Fourier habla de su descubrimiento filosófico como
nadie más ha osado hacerlo en la historia de la cultura:
/ apporte plus de sciences nouvelles qu'on ne trouva des
mines d'or en découvrant l'Amérique.1'2 Se siente posee-
dor del libro de los destinos, disipador de las tinieblas
políticas y morales. Cree establecer su Teoría de la Ar-
monía Universal sobre las ruinas de las ciencias incier-

12 Op. cit. T. I, p. 19.


136 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPIA

tas. 13 Se pregunta qué tono debe tomar para anunciar


la tempestad que caerá sobre los viejos ídolos de la
Civilización, sobre las ciencias falsas. Se pregunta iró-
nicamente y con soberbia si deberá vestir túnicas de
luto para declarar a los políticos y a los moralistas que
ha sonado la hora fatal, que sus inmensas galerías
de volúmenes van a caer en el vacío; que los Platones,
los Sénecas, los Rousseaus, los Voltaires, todos los cori-
feos de la incertidumbre antigua y moderna, se van a
ir por el río del olvido.14 Y por si alguien osara ridicu-
lizarlo piensa que Cristobal Colón fué también ridiculi-
zado, perseguido, excomulgado durante siete años, por
haber descubierto un Nuevo Mundo continental, y que
nada extraño sería que a él le ocurriera otro tanto.
Así Fourier se siente el descubridor de una gran verdad,
de una verdad totalmente nueva, se considera el gran
filósofo y es inmune al ridículo. Adorno no es menos
atrevido al pretender forjar una filosofía única y ori-
ginal, aunque sea menos insolente. Adorno también es
inmune al ridículo. Su atrevimiento en uno y otro extre-
mos lo lleva a no citar a Fourier una sola vez en su
voluminosa Armonía del (Jniverso.
Fourier inventa una nueva terminología, cambia dos
o tres letras de un término común, crea su "propia
nomenclatura", busca las "expresiones convenientes".
Y otro tanto hace Adorno. Ambos se parecen en lo des-
ordenado de la expresión, en la pobreza del idioma, en
el descuido de las propias contradicciones.
Fourier habla de un Dios nada ortodoxo, que es el
principio motor del Universo. Adorno concibe a Dios
13 Op. cit. T. I, p. 285.
ι* Op. cit. T. I, pp. 21-22.
15 Op. cit. T. I, p. 35.
le Op. cit. T. II, p. 74.
EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA 137

como mecánico, y con una libertad que contraría todos


los dogmas, Fourier piensa que sería una desgracia para
el hombre querer dirigirse a la felicidad sin la interven-
ción de Dios.17 Reniega de la teología que hace del
hombre un ser insignificante, y de la filosofía "que
quiere hacer de nosotros unos colosos, unos titanes
aptos para realizar un movimiento social o cualquier
movimiento, sin concierto con Dios". 18 Cree por lo tanto
que mientras la razón humana no se atreva a elevarse
a la idea de una asociación con Dios para la acción en el
Universo, según la ley del contacto de los extremos, no
tendrá el libre arbitrio racional o el libre ejercicio de
sus facultades intelectuales; y no será un eslabón de la
armonía. Dice por otra parte: Un respect stupide pour
les grandeurs de Dieu voudra l'homme incapable de
juger sa propre grandeur.™ Adorno emplea distintos
términos para decir lo mismo. Advierte que el mundo
no puede marchar sin Dios pero que no dará un paso
sin el hombre. Toma clara posición contra las tiranías
doctrinales que hacen del hombre un ser insignificante
y contra los ateos. Cree que el hombre debe asociarse
con Dios.
Fourier piensa que las naciones civilizadas van a
dar un paso gigantesco en "la carrera social". Al pasar
inmediatamente a la armonía universal van a escapar
β veinte revoluciones que podrían haber ensangrentado
el globo durante veinte siglos.20 Piensa que el asqueroso
gusano se convertirá en brillante mariposa, que la indig-
nante civilización se convertirá en Armonía Universal.*1

" Op. cit. T. II, p. 9.


is Op. cit. T. II, pp. XXIII-XXIV.
le Op. cit. T. II, pp. XXI-XXII.
20 Op. cit. T. I, p. 272.
21 Op. cit. T. I, p. 429.
138 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPIA

Es necesario tirar al fuego todas las teorías políticas,


morales y económicas, y prepararse al más notable
acontecimiento, al hecho más afortunado que pueda
existir en este globo y en todos los globos, al tránsito
súbito del Caos social a la armonía universal. 22 Aun-
que Adorno no piense que el tránsito vaya a ocurrir de
inmediato cree que pronto llegará la humanidad a nue-
vas etapas de perfección hasta lograr una armonía
total, una armonía que no implica ni luchas ni revolu-
ciones. Como Fourier, cree haber descubierto los meca-
nismos sociales y universales que conducirán al hombre
rápidamente a un estado mejor y más feliz.
Fourier pide que le pregunten al virtuoso Séneca
por qué acumuló una fortuna equivalente a ochenta
millones de tornesas mientras elogiaba las dulzuras
de la penuria. 23 Adorno piensa que toda propaganda
destinada a hacer que el pobre se conforme con su suerte
no sólo es inmoral sino ineficaz. Fourier cree que los
vicios no son individuales sino producto de lo que él
entiende por Civilización, y producto de la filosofía
que predica que no hay nada mejor que la Civilización
para organizar las relaciones humanas.2* Adorno cree
que hay pasiones facticias, artificiales. Esas pasiones
tienen un origen social y desaparecerán cuando desapa-
rezcan los artificios de la sociedad. Fourier sostiene que
las pasiones no deben ser controladas, sino dirigidas
para crear un orden adecuado. 25 Adorno cree necesario
dejar libres las pasiones naturales, crearles un mundo
en el que no encuentren oposición.

22 Op. cit. T. I, p. XXXVI.


23 Op. cit. T. I, p. 275.
a* Op. cit. T. I, p. 372.
a» Op. cit. T. I, pp. 13-14.
EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA 139

Fourier odia el materialismo dominante. El mate-


rialismo destruye las bases de la industria al cerrarle
las comunicaciones, ataca a la humanidad suscitando
guerras, envilece a los soberanos convirtiéndolos en
esclavos, ataca el honor general subordinando la socie-
dad a viles cálculos mercantiles. 26 Reniega de la eco-
nomía política qui ne parle qu'a la bourse.27 Exige que
entre los derechos del hombre se considere como el prin-
cipal el derecho al trabajo, ,sin el cual todos los demás
son inútiles. 28 Adorno también reniega del materialis-
mo, del imperialismo y de las guerras; reniega de la
economía política tal y como es concebida en su tiempo,
y exige que el hombre no sólo tenga la obligación, sino
el derecho al trabajo.
Muchas coincidencias más existen entre los dos uto-
pistas, que sirven para probar la influencia clara del
francés en el mexicano, coincidencias sobre Dios, la
Naturaleza, el Hombre, el infierno, la historia, el futuro
de la humanidad, el universo. Pero también existen
ciertas diferencias notables, ciertas variantes. Fourier
era hombre más apasionado: ce n'est pas avec de la
modération qu'on fait des grandes choses,20 dice y prue-
ba su dicho en repetidas ocasiones, y clama contra los
comerciantes y los tiranos, contra los filósofos y el
"Orden Civilizado", con voz altisonante, ruda; sin mira*
miento alguno. Adorno es un poco más moderado. Pero
esta diferencia de caracteres no obsta para que mientras
Fourier espera a su Isabel la Católica, Adorno no espere
nada del Supremo Gobierno para realizar su utopía,
o por lo menos no diga esperar nada.

26 Op. cit. T. I, pp. 304-305.


27 Op. cit. Τ, I, p. 296.
28 Op. cit. T. I, pp. 288-289.
2» Op. cit. T. I, p. 301.
140 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA

Sin embargo la principal variante entre los dos


pensadores se encuentra en los medios que proponen al
hombre para salir del abismo. L'issue de Vabime nous
est ouverte, haîtons nous d'en sortir, escribió Fou-
rier, 30 al tiempo que se disponía a crear todo un
sistema de falansterios y a aplicar su ingenio para el
funcionamiento preciso de ellos. Adorno en cambio pen-
saría que para salir del abismo eran convenientes las
asociaciones de los trabajadores, y fincaría a fin de
cuentas el éxito de la empresa en la providencial idad,
en la fuerza espiritual del hombre, que él pretendía
haber descubierto. Sólo al hablar del Remoto Porvenir
hablaría de los "núcleos" de hombres y mujeres en que
se dividiría la sociedad del futuro y que recuerdan al
falansterio fourierista.

Aparte de la notable influencia de Fourier en el


pensamiento del mexicano, se podrían citar otras in-
fluencias, como la de Saint Simon, que quería hacer
una explotación racional del Globo, y proclamaba que
la edad de oro de la humanidad no está detrás de nos-
otros, sino adelante, en el futuro. Saint Simon veía
como Adorno una armonía entre el espíritu y la natura-
leza, y creía que la reforma social estaba ligada a nues-
tra concepción del mundo físico. Preconizaba una moral
natural y una sociedad que estuviera fundada en el
trabajo. Creía que la economía política debía ser una
ciencia moral, y basaba su sistema económico en la ley
del trabajo y en el principio de asociación.
Sí, Adorno también está ligado con el Conde Pro-
feta, y a través de él con el pensamiento dieciochesco

so Ομ. cit. T. II, p. LV.


EPÍLOGO, O GESESIS DE LA UTOPÍA 141

de la Armonía de la Naturaleza. Porque en verdad


Adorno era uno de "los locos que debían salvar al
mundo", según reza la canción de Beranger. Uno de los
múltiples locos que surgieron en la Europa romántica.
Pero ¿por qué floreció en México nuestro loco? ¿Fué
acaso por una simple imitación? ¿Por contagio de sen-
timientos y de ideas? Pensamos que no, que Adorno
también tiene raíces en la vida, en la historia mexicana,
aunque esas raíces sean indirectas desde el punto de
vista ideológico.
Sin duda hay cierto mimetismo entre el pensamiento
utópico de Adorno y su paisaje histórico. La utopía de
Adorno sería inexplicable sin el surgimiento del hom-
bre moderno en México, sin el advenimiento de un
pueblo que se considera capaz de modificar, de per-
feccionar a voluntad su destino. Es necesario pues
buscar la simiente vital de la utopía de Adorno en las
ideas y en los sentimientos creadores del hombre mo-
derno, en su apropiación de la historia, de la tierra y
del poder, en su tendencia a adueñarse del nuevo espí-
ritu de Occidente, en su idea sobre las posibilidades que
tienen las sociedades humanas para reformarse y provo-
car la revolución, en su nueva idea de la autoridad, en
su optimismo creador, en su fe en la libertad y la
riqueza, en suma, en su nueva idea de la creación
social y en su optimismo creador. Todas estas caracte-
rísticas del hombre moderno son características de la
utopía de Adorno; todas adquieren un tono especial,
un estilo propio, que sin embargo no oculta las verda-
deras raíces. Y no podía ser de otro modo. Un pueblo
colonial sólo es capaz de hacer utopías generales en el
momento que se rebela, y en ese momento empieza a no
ser colonial. Pero un pueblo que se rebela sólo puede
142 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA

pensar en un mundo utópico futuro que dependa del


esfuerzo humano, cuando haya dejado de considerar
que la Creación es un hecho del pasado o, en el caso
mexicano, cuando haya dejado de pensar que la Crea-
ción fué obra de Dios y de los españoles, y que los
hombres y los criollos ya son incapaces de crear, y que
Dios ya no crea nada, ya todo lo creó. Por eso está
implícita en la utopía de Adorno la apropiación de la
historia, de la tierra y del poder que realizan los hom-
bres de la Independencia; está implícito el deseo que
tienen de adueñarse del espíritu nuevo de Occidente;
están implícitos el amor a las novedades ideológicas y
técnicas, y el optimismo de la sociedad que se trans-
forma, y la fe en la liberación y el enriquecimiento
del hombre. De donde se puede decir que la utopía de
Adorno es una prueba exagerada de la nueva idea de la
Creación que se forjan los mexicanos a partir de la
Independencia.

Pero la utopía de Adorno guarda una relación más


estrecha con la Revolución Industrial de Europa y con
el movimiento industrialista que florece en México
más o menos de los años de 1830 a 1861. Como utopía
romántica que es —semejante a las de Saint Simon,
Fourier y Owen—-, la utopía de Adorno se funda en una
nueva filosofía de la historia y del progreso, que tiene
echadas sus raíces en la llamada Revolución Industrial.
En términos generales se puede decir que las utopías
que han surgido en el curso de la historia humana han
estado íntimamente relacionadas con los sistemas de
trabajo. En los pueblos agrícolas ha florecido sobr*; todo
la idea del eterno retorno, de un ir y venir del mal y
del bien, que se suceden como la primavera y el in-
EPÍLOGO, O CÉNESIS DE LA UTOPIA 143

vierno. En los pueblos marítimos y de comerciantes ha


florecido la utopía genuina, lugar que no se encuentra
en ninguna parte, pero que en realidad se encuentra
muy lejos, en las Amazonas, en los mares de China, en
las montañas recónditas del Perú. La felicidad se halla
localizada en un lugar mítico. En los pueblos indus-
triales surge un nuevo tipo de utopía, que se encuentra
en el futuro. Son pueblos que en contraste con los agrí-
colas ven cómo aumenta año por año la producción y
cómo mejoran día a día los instrumentos de trabajo. La
utopía se cifra en el esfuerzo humano, en las mejorías
técnicas y en el enriquecimiento progresivo.
La Armonía del Universo del mexicano Adorno
pertenece a este último tipo de utopías, y creemos que
Adorno no sólo sufrió la influencia de la Revolución
Industrial europea, a través de las utopías románticas de
Europa, sino que su pensamiento está relacionado estre-
chamente con un movimiento industrialista mexicano
que, a pesar de ser poco o menos conocido, no dejó de
tener importancia en la historia social y cultural
de México. Ahora bien, este movimiento tiene dos carac-
terísticas principales que parece necesario señalar: por
la primera atribuye a la industria grandes efectos en la
vida social, por la segunda está relacionado sobre todo
con los más connotados conservadores y tradicionalistas
del México de entonces.
Los partidarios de la primera industrialización me-
xicana tuvieron que luchar denodadamente para im-
poner sus ideas en un ambiente ideológico poco propicio
para el desarrollo industrial de los pequeños pueblos.
Herederos de las ideas prohibicionistas, defendieron
en última instancia el proteccionismo de la industria,
contra el librecambismo y el imperialismo. Con ese
144 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPIA

motivo trataron de demostrar en reiteradas ocasiones


los beneficios que traía la industria al progreso de los
pueblos, y en particular los que había traído o traería
al pueblo mexicano. Por eso, si se revisa la literatura
industrialista mexicana que cubre ese período de treinta
a sesenta, se advierte una gran fe en la máquina y en
la fábrica, en los inventos y en la ciencia, en el progreso
del hombre. Consecuencia de lo anterior es una gran fe
en el pueblo mexicano y un odio contra las doctrinas
que pretenden encontrar un carácter innato en I03 hom-
bres, o declaran incapacitado al pueblo de México para
progresar en todos sentidos, incluido, naturalmente,
el progreso técnico e industrial. También se advierten en
esta literatura constantes elogios al trabajo humano. Al
defender las industrias mexicanas, sus partidarios hacen
ver que son fuentes de trabajo y de allí derivan fácil-
mente incluso a postular el derecho al trabajo.
Todas estas características ideológicas del primer
movimiento industrialista nos permiten trazar una serie
de coordenadas con el pensamiento utópico de Adorno,
con la fe que pone en la ciencia, en la técnica, en la
industria, con el derecho al trabajo que postula para
todos los hombres, con la fe que tiene en el hombre.
Pero hay otra característica más del industrialismo in-
dígena que se encuentra en la obra de Adorno. Es una
característica que lleva a la utopía directamente, siem-
pre que se piense en el bienestar general de una socie-
dad. Justo Sierra advierte que los industrialistas
—conservadores en su mayoría—, al hablar de la his-
toria, aprehenden un orden perfectamente mecánico. Es
cierto, los industrialistas piensan que el aumento de la
industria implica forzosamente un progreso, y piensan
en el progreso como en el perfeccionamiento que va de
EPÍLOCO, 0 GÉNESIS DE LA UTOPÍA 145

una máquina primitiva a una perfeccionada. Creen que


la industria por sí sola puede salvar a la sociedad.
Hacen una abstracción permanente del trabajo, de la
mecánica y de la industria; encubren o ignoran las es-
tructuras sociales y económicas que están por encima
de ellos. Así, la industria se convierte en sus manos en
un poder mágico, en el factotum de la libertad y de la
felicidad, y está a un paso de la utopía, como lo prueba
la invitación que en 1850 hizo un desconocido al pueblo
de México, para que promoviera ante las legislaturas
un privilegio a su favor, que le permitiría crear "una
industria, capaz de lograr la felicidad de la nación y
la general de todas las del mundo que quisieran seguir
nuestro ejemplo". ¿Cuál era esa industria maravillosa
que daría la salvación a México en esos años de catás-
trofe? El autor no lo decía, pero en gesto romántico y
charlatanesco garantizaba ia felicidad de México con su
v i d a . . . Otro extremo de esta tendencia, de este orden
mecánico aprehendido por nuestros industrialistas, sería
la utopía de Adorno, de ese hombre que perseguía en
su propia tierra a las máquinas salvadoras, y que al
hablar de la salvación del hombre tuvo fijos los ojos en
los poderes de la industria, la ciencia y la técnica.
Sin embargo, el meollo de la utopía de Adorno se
encuentra más bien en la idea de los industrialistas
mexicanos de que la máquina demuestra que no son
los meetings ni las sediciones los que mejorarán la suerte
de las clases inferiores, sino las sociedades obreras des·
tinadas al ahorro γ a la educación. Se encuentra en la
idea de que la política es innecesaria o de poca utilidad.
Se encuentra, en suma, en el paternalismo de los indus-
triales, en el paternalismo del Semanario Artístico para
la Educación γ Fomento de los Artesanos de la Repúbli-
146 EPÍLOGO, O GÉNESIS DE LA UTOPÍA

ca (1844-1845), en aquellas palabras del famoso indus-


trial poblano: "¡Operarios de la Constancia y Economía
mexicanas, os amo con paternal ternura... Adiós!" Sí,
se encuentra en todas las características del pensamiento
conservador que trata de conciliar la nueva y la vieja
idea de Dios, la idea del progreso y la idea del cielo;
se encuentra en la contradicción de los conservadores
que pueden descubrir o aprehender fines maravillosos
y perfectos, pero que son incapaces para encontrar los
medios prácticos para realizarlos, pues esos medios im-
plicarían una posición revolucionaria, es decir, supon-
drían una actitud suicida, que no es frecuente encontrar
en los grupos sociales.
La utopía de Adorno es como una enfermedad del
paternalism« de los industrialistas mexicanos. Toda
utopía de la época romántica es una enfermedad del
paternalismo de los Saint Simon, de los Owen; ésta lo
es de los Antuñano y hasta de los Alamán, aunque sea en
cierta forma imitación de utopías europeas. Pero de allí
no hay que concluir que la utopía de Adorno sea nada
más conservadora. En la esencia de la utopía romántica
está el paternalismo y una idea de felicidad total, de
felicidad terrena, futura. La utopía es una exageración
del paternalismo. Es un paternalismo que tiene amor
enfermizo, amor platónico.
Apéndice

EL REMOTO PORVENIR

t SALVE hermoso Planeta de los verdes y esmaltados campos,


de los plateados ríos y de los cerúleos mares! ¿A dónde,
a dónde diriges tu elipcéntrico curso?
¿A dónde te acompaña ese coro magnífico de núcleos con
sus órdenes varios de secundarios sistemas?
¿A dónde te sigue el amoroso satélite que guías, como
el Águila a su polluelo que a volar aprende, o como el centro
rige a sus galantes curvas?
Mas ya descubro del enorme Júpiter la masa, con sus
cuatro bellos satélites, y al viejo Saturno que ha perdido parte
de sus anillos, y al que sólo el exterior le resta, sin desplo-
marse. ¡Todos esos núcleos se hallan de ti ya más cercanos!
¡Sí, bello Planeta, que en el diáfano espacio infatigable
ruedas en bizarra espiral lenta y sublime, y en armoniosas
curvas, concordes con las de todo el resto de tus hermanos
núcleos !
¡Es hacia el sol donde con ellos lento te diriges, como el
héroe glorioso que esquiva la apoteosis, o como aquel que
antes de terminar sus útiles fatigas procura hacer aun más
brillante su final destino!
Tierra, ¡oh tierra, eres tú! ¡Yo te saludo!
Sí, ya percibo de tus bellos continentes y tus islas los gra-
ciosos contornos. Ellos han cambiado en sus detalles; ellos
están situados de otro modo con respecto a tu ecuador y tu
eje, y así presentan menores resistencias a tu diurno y anuo
movimiento.
En verdad que las constantes perturbaciones que sufrieras
han venido a fijarte nuevos polos, y a hacer que tus continentes
se sitúen como la áurea y luminosa corona de tus mares, o
como la banda prominente que tiene al Africa en el Polo
Ártico, cuando el Antartico se fija en el grande y polinesio
Océano.
[147]
148 EL REMOTO PORVENIR

Me acerco aun más a ti, bello Planeta; quiero ver los restos
de los hombres; quiero indagar si aún en ti viven, o si yacen
entumbados en fosíleos restos, y su especie ha sido extinta.
¿Dónde, a dónde están los antiguos etíopes con su lustrosa
piel como el ébano, negra? ¿A dónde del Albion los hijos
con su ebúrneo color y con su rubio pelo? ¿Ύ a dónde tantas
variedades de la humana raza, que hicieran en tiempos de
conflicto el orgullo de algunos y el oprobio de tantos?
¡Desaparecieron ya las diferencias! Una raza compacta,
bella, portentosa, puebla tu suelo, cruza tus mares, y se eleva
gloriosa entre tus nubes. ¡El hombre también ha mejorado
en su talla y sus formas!
Su color es suave, rosado y armonioso.
Sus ojos vivos y lucientes.
Su pelo en trenzas y bucles de ébano contrasta en sus bri-
llantes luces con el dulce y bello mate de su terso cutis, agra-
ciado con tintes cambiantes de frescura y suavidad.
Sus miembros vigorosos desafían Ja fatiga.
Y esbelto es, y bello, y grato el movimiento de su marcha,
y noble, y calmo, y firme.
Ya no existen, oh tierra, tus lóbregos barrancos.
Ni tus áridos desiertos de flotante arena.
Ni tus ásperos e intransitables precipicios.
El hombre ha sujetado ya la furia de tus mares.
Ha regularizado el curso de tus ríos y ha canalizado tus
lagos.
Por todas partes hay la huella humana, y ella es sólo la
del héroe.
Del salvaje no encuentro ya vestigio alguno.
Los caminos que miro, fáciles, seguros y prolongados,
están cruzados por prodigiosas máquinas que se deslizan sua-
vemente, ya al través *de continentes, ya ligando las islas por
los anchos mares, o ya en fin, visitando, oh tierra, tus entrañas
en luengos subterráneos.
Y el hombre goza al atravesar tus ferradas vías con el
dulce y suave movimiento, como el infante que se mece en 1*
cuna, o como el ave que cruza los aires en día tranquilo»
diáfano, luminoso y sereno.
EL REMOTO PORVENIR 149

Ni el más leve temor, ni el peligro más leve existen ya en


esas vías de antiguas y tradicionales catástrofes.
¡El hombre anonada las distancias, del rayo con la fuerza
y la presteza!
Tú, Planeta, eres su casa, su mansión divina, y todos tus
distintos pobladores son tan sólo ya hermanos.
¡ Oh tierra encantadora ! ¡ Oh dulces pobladores ! ¡ Oh Edén
por sus manos adornado! ¡Los bellos días de la humanidad
llegaron; y el placer, la virtud y la inocencia se unen a la
sabiduría, y el poder con la bondad se aduna!
Palacios sorprendentes son las habitaciones todas. Con-
cluyeron aquellas deleznables construcciones en que el hombre
fijaba a la tierra sus nidos con cal y arena, y con rocas fabri-
cados, y cubiertos de frágiles y corruptibles maderas.
Concluyeron aquellas tremendas conflagraciones en que
una sola chispa solía consumir ciudades enteras. Los inmensos
edificios que miro son a prueba de fuego, de agua y terremo-
tos. Las piezas de que se componen constan de materiales
refractarios a la vez que elásticos, incorruptibles y ligeros.
Fuertes tornillos reúnen sus junturas y armamento, y brillantes
y tersas superficies presentan los prodigios de las artes y de
las formas, bajo del cristal de los barnices, o los brillos del oro
y deslumbrantes esmaltes.
¡Oh mansiones sublimes! ¡Ellas sobrepasan con la reali-
dad cuanto la imaginación ideaba en otro tiempo! El lujo, la
riqueza, el buen gusto refinado no insultan, no, a la oprobiosa
miseria. La miseria, la desigualdad, tiempo ha que ya no
existen. Todos los hombres viven con iguales comodidades,
con delicias iguales, y la paz y la felicidad habitan sus bri-
llantes mansiones.
Las poblaciones se ligan unas con otras, sin hallarse
campos despoblados ni tampoco ciudades apiñadas.
Las vías de comunicación son deliciosos jardines, y los
árboles de las calzadas y de los bosques frutales, y sus mara-
villosos frutos pertenecen a todos.
Las sementeras son lugares de placer y de recreo. ¡ Cuánto,
cuánto gozo hay en esos campos admirables!
150 EL REMOTO PORVENIR

La naturaleza entera parece secundar amorosamente los


objetos que el hombre se propone, y dócil, y sumisa y com-
placiente, rinde todos sus tesoros a la ciencia.
Rientes campiñas, mansiones deliciosas y bosquecillos cor-
tados por el serpentino curso de arroyuelos diáfanos y puros,
brotados por artificiales fuentes, son los sitios encantadores
que por todas partes presentas, ¡oh tierra!, y en ellos se revelan
los signos de la felicidad y· de los nobles placeres.
Observatorios astronómicos armados de instrumentos admi-
rables de óptica con dimensiones medianas y perfectamente
manejables, pero de una precisión y efecto prodigiosos, hacen
mirarse a los habitantes de los diferentes planetas del solar
sistema, que se comunican por medio de telegráficas señales
con tus felices habitadores, ¡oh tierra portentosa!
¡ Cuan varias formas ! ¡ Cuan grandes inteligencias ha cono-
cido ya el hombre! ¡Cuánto, cuánto se avergüenza de su ante-
rior barbarie y tiranía! ¡Cuánto deplora las máquinas funestas
de guerra que dedicaba, con la brutalidad salvaje en los anti-
guos tiempos, tan sólo al exterminio de sus obras y hermanos.
El ahora mira esos enormes globos planetarios, que la
serie de los siglos va aproximando del sol a la extensa super-
ficie, y en ellos observa costumbres más puras que las que la
especie humana tener solía, y en todas partes, en todos los
mundos reconoce los fines Providenciales de un sublime Cria-
dor, y a El se prosterna el espíritu educado, con las lecciones
vivientes que le transmite el 'Universo, con la velocidad y la
precisión del elemento fotogénico.
El hombre conoce ya de las estrellas el curso; observa el
Parensolis, y mide su enorme elipse biorbituaria con la lente
elipse que con el sol en armonía describe. Así calcula el astro-
nomo extasiado los fenómenos del cósmico sistema, como en
tiempos pasados calculaba de la luna la carrera, el ciclo de los
eclipses y las perturbaciones.
El armonioso conjunto de los variados movimientos estela-
res no es ya desconocido. El hombre mira con placer inefable
ese estupendo sistema en que todos los astros y todos sus
parciales movimientos están relacionados, y ve del Paraíso
final el centro prodigioso a donde todas las estrellas rutilantes
EL REMOTO PORVENIR 151

se dirigen como al faro universal de la comitiva cósmica de


faros.
¡Magníficas y hermosas luces que relacionáis los mundos!
¡Vosotras preconizáis de una Providencial naturaleza los tra-
bajos! ¡Cuan portentosos, cuan variados son los detalles de
vuestras múltiples creaciones, tributando prodigios al Autor
supremo de la creación universal, a quien todos los prodigios
se deben!
¡ Himno sublime de la naturaleza viviente, escrito con los
festonados contornos de los astros! ¡El hombre ya ha apren-
dido a leerte, y traduce tu poema de amor y de armonía con
el entusiasmo intuitivo de su anhelante pecho, como el estímulo
maravilloso que le enseña los útiles deberes de su Providen-
cialidad, y corre de momento en momento a cumplir su destino
sublime como el absorto amante del bien, que no quiere perder
ni un instante de tan dulces e inofensivos placeres !
Sí, la especie humana ha transformado la tierra en que
vive en prodigioso paraíso, como el obrero que adorna su
esplendente carro, para reunirse en la fiesta universal de la
naturaleza, con dignidad y gloria.
Y allí, allí en el Paraíso final se reunirán todos los seres
y los ornamentados mundos que van a construir el mundo im-
perturbable de la estupenda y eterna creación, bajo la dirección
temuneradora del infinito Creador a que se deben, y que será
en ese lugar de gloria y calma sempiterna reconocido y adorado
por todos los seres inteligentes de los mundos extintos, para
construir con su armonioso y final equilibrio la estabilidad
absoluta del núcleo perdurable!
Pero no es sólo en la astronómica ciencia en la que el hom-
bre ha multiplicado sus observaciones y descubrimientos mara-
villosos. El conoce ya de los físicos fenómenos el conjunto
sublime.
Sí, reconoce la humanidad extasiada, la unidad de la mate-
ria y forma primitiva, y del medio universal Armonio los
múltiples oficios y sus idénticas esférides.
Los imponderables variados por la multiplicidad de los
núcleos y sus posiciones recíprocas están del hombre bajo la
potente ciencia, y con ella transforma la fuerza en movimiento,
152 EL REMOTO PORVENIR

y el movimiento en fuerza y armonía, y la armonía en salud y


placer imperturbables.
La mecánica rinde sus inextinguibles recursos al genio
humano; ningún obstáculo, ninguna resistencia ni dificultad
alguna, puede oponerse a los designios de la ciencia. Todas las
artes, todos los oficios se han refundido en uno solo: la mecá-
nica. Ella es la creación del hombre, y su tributaria universal;
y tú, ]oh tierra!, el apoyo de sus palancas prodigiosas, el foco
inextinguible de sus helióscopos, caloríferos y electro-magnéti-
cos aparatos, y el manantial de las fuerzas indefinidas de que
dispone como tu Providente dueño.
Pero tú, Planeta, ganas en maravillas lo que le tributas
de obediencia, y el hombre no cesa de embellecerte como al
sublime taller, almacén y museo que con su ciencia adorna y
glorifica.
¡Oh mundo! ¡Oh ciencia! ¡Oh esfuerzo Providencial del
cielo y la tierra, y la atmósfera, y la mar, y los abismos!
¿Podías detenerte aquí al ejercitarte en tu maravilloso destino?
¿Pudieras suspender tus magníficos esfuerzos en los físicos
prodigios?
¡ Ah, no ! En las nobles regiones de la ciencia biológica has
obtenido iguales resultados... Tú hallas la vida en todos los
fenómenos, y aun en el mismo fenómeno de la muerte. La
muerte es ya sólo para ti una faz cambiante de la vida, y la hu-
manidad ha sabido depurarte de todos los agentes deletéreos
y de sus antiguos, destructores y bochornosos vicios, y el bien-
estar y la salud imperturbables son las dulces conquistas de
su gloriosa ciencia. ¡La medicina ya no existe; la han reem-
plazado la moral y la higiene!
Ya no es el hombre aquella centina de miserias, ni aquel
envilecido y sufriente foco de dolores, ni aquel asqueroso
espectáculo de calamidades. El nace, crece y envejece sano,
y cuando el necesario fin llega de su existencia, es rápido,
dulce, calmo, y el solo tránsito sublime del ser Providencial
que se transporta a dar razón de sus gloriosos y benevolentes
hechos a su Providencia! origen.
Sí, la biología en todas sus variadas ramificaciones es el
dulce y más útil recurso del hombre como ciencia universal
EL REMOTO PORVENIR 153

en física. El ha logrado no sólo salvarse de las enfermedades


y dolencias, ha conseguido aún más: reducir su impetuosa
ansiedad hacia los placeres carnales a sus límites útiles y
convenientes.
Pero la ciencia y Providencialidad humana no se han de-
tenido a hacer sólo al hombre feliz.
Las especies vivientes han recibido, asimismo, las benéficas
modificaciones a que'el genio las ha sometido, y aquellas que
sólo eran perniciosas cesaron ya de existir.
Sí, ya veo esos dulces rebaños engalanados con floridas
guirnaldas obedecer a la voz y a la llamada de los acordes
de armoniosa trompa. Y tú, leal amigo del hombre, perro
amoroso, inteligente y grato, conduces los tiernezuelos corde·
rillos con las caricias de tu suave y salutífera lengua, y
auxilias a la madre que balando los llama.
Y hasta de sus armas de otro tiempo los ganados carecen ;
ya no se mira del potente toro la frente armada de los pun-
zantes y robustos cuernos, que amenazante y feroz ostentaba
un día. Su fuerza ya no está doblegada bajo el yugo, ni la
pica acrçcenta su pena y su fatiga. La felicidad y la ignorancia
de la muerte hacen sus días plácidos y dulces, y siempre
inofensivos.
Así el hombre ha difundido el bien en todos los seres de la
tierra, y la felicidad se palpa en cuantas especies sensibles
habitan este globo afortunado.
¿Pero sería posible la felicidad en el hombre sin que éste
hubiese hecho iguales conquistas en las ciencias morales? No,
sin duda. Mas la moral hoy se funda en la Providencialidad
de la especie humana, reconocida y acatada universalmente por
todos sus individuos. La moral no es ahora el freno tormentoso
que sujetaba en los estrechos límites de artificiales deberes a
los hombres. No es aquel lazo estrangulante y severo, aunque
invisible e interno, que retenía al esclavo bajo del feroz látigo
del dueño, y que reducía a la muerte de hambre y de miseria
al infeliz proletario, en medio de los campos cubiertos de
sazonadas espigas.
No, la moral ya no es aquella fuerza arbitraria que sujetaba
a la desventurada y débil mujer en la mansión de su ultrajador
154 EL REMOTO PORVENIR

tirano, y que la conducía a la hoguera como un holocausto de


pesar, cuando aquél cesaba de atormentarla al bajar a la
tumba.
La Providencialidad ha descubierto al hombre la fácil y
venturosa realización de su eminente destino. ¿Quién no
comprende la ventaja de obrar lo conveniente? ¿Y lo conve-
niente de todos no es lo justo? ]Oh sí! Mas lo conveniente y
lo justo obsequiados espontáneamente se convierten en el amor
virtuoso, y la misericordia a su vez es el resultado de la gene-
rosidad del amor.
¡Sí, hombres Providenciales! ¡Al adoptar y practicar las
cuatro eminentes virtudes de la Conveniencia, la Justicia, el
Amor y la Misericordia, pusisteis los fundamentos de la in-
marcesible felicidad que disfrutáis! Desde entonces tembló el
deleznable cimiento de la desigualdad. La luz maravillosa
de la verdad, concentrada en su diamantino espejo, redujo a
cenizas el edificio en que se entronizaban todas las tiranías
que sujetaban al débil a una moral facticia que despreciaba y
conculcaba el fuerte!
¡Y vosotros, hombres sencillos y de buena fe, ya no des-
pedazáis vuestras carnes con austeros tormentos. Vosotros
habéis ya reconocido la bondad infinita que os ha hecho Pro-
videnciales y felices, y guiados por esta creencia salvadora,
habéis descubierto y ejecutado lo conveniente, y con lo conve-
niente de todos habéis sido justos, amantes y misericordiosos!
Sí, la moral humana ya no está sujeta a contradicción
ninguna de parte de la naturaleza espiritual del hombre. ¿ Quién
no piensa bien cuando la razón le convence de la misma verdad
que posee?
Tampoco está sujeta a contradicción ninguna de parte de
su naturaleza física. ¿Quién no está contento de los preceptos
que le hacen amar lo que le es conveniente y le hacen feliz con
la verdad misma que posee?
¡Divina virtud! ¡Tú, tú también te has identificado con
la verdad; y con el noble ejemplo de los más fuertes y bellos
de los hombres, has hecho que todos ejerzan el amor y la mise-
ricordia, y que se amen profundamente el fuerte y el débil, y
que aquél tenga su mayor placer en ser Providente para con el
EL HEMOTO PORVENIR 155

segundo, y éste goce del inmenso deleite de agradecer sin


envidia ni celos los beneficios del primero!
Así es como la moralidad del hombre le ha conducido a los
prodigiosos resultados de su sociabilidad.
¡Sí, tiempo dichoso que intuitivamente toca y mira mi
espíritu extasiado! ¡Sí, humanidad feliz que te encaminas a
una perfección maravillosa! ¡Sí, mil y mil veces fortunada
y resplandeciente época! En ti ya no hay pobres, ya no hay
proletarios, ya no hay infelices. La igualdad es el dogma social
de la especie humana. ., Los niños que descansan en vecinas y
floridas cunas no miran sino iguales en los compañeros en sus
infantiles juegos, y cuando acompañados de sus sabios y felices
padres dan vuelta al mundo con la celeridad de la aerostación
y visitan las cunas en que reposan los infantes antípodas, allí,
allí también miran niños iguales, y la benevolente igualdad
nutre sus ideas con la leche del materno pecho, así como con
el pan delicioso del festín antípoda.
Y cuando las primeras impresiones de la ciencia se inculcan
a los niños, cuando la educación comienza a insinuarse en sus
almas y cuerpos, ataviada con todas las delicias del placer y
del grato entretenimiento, de nuevo son todos iguales. No se
irritan, no, los celos del obtuso con los aplausos del agudo.
No se castiga a unos deprimiendo sus facultades, ni se premia
a otros excitando su orgullo.
La niñez aprende como máxima fundamental la igualdad
absoluta de los hombres y su deber imprescriptible de traba-
jar. El trabajo ennoblecido así es el único representante del
poder y del saber; y el niño se acostumbra a mirar como el
más digno al más constante en las horas de estudio, aunque
no sea el más agudo en los talentos naturales o adquiridos.
De este modo el fuerte trabaja las mismas horas que el
débil en la tarea común, y ni aun siquiera calcula si su trabajo
ha sido más o menos productivo. ¿No es el resultado de los
colectivos esfuerzos igualmente útil y conveniente a todos?
De la misma manera el niño de talento y de genio aprende
y procura que aprendan sus iguales sin la necia vanidad de
comparar su agudeza superior con los talentos inferiores de los
otros. ¿No es asimismo común la ciencia? ¿No son sus bené-
156 EL REMOTO PORVENIR

fieos resultados el galardón, así como la gloria de toda la


humanidad ?
Destruida en su origen la facticia pasión del orgullo, queda
reducida a la nada la igualmente perniciosa pasión de la ira.
Pronto, muy pronto el niño iracundo comprende que no es ya
igual a los demás, y que por su propensión degradante pasa a
ser su inferior, y por lo tanto que se hace indigno de vivir con
la humanidad, la que lo conmina a la vida solitaria que le hace
conocer y aborrecer su falta, y anhelar como el mayor bien el
reivindicarse en sus derechos de igualdad con sus felices con-
temporáneos.
¡Así tú, dogma único y sublime de la igualdad, vienes a
ser el germen glorioso de todos los benéficos estímulos de los
hombres, y diriges sus virtuosas acciones desde la cuna hasta
su florida y glorificada tumba!
En efecto: la igualdad como dogma fundamental de la hu-
manidad, conquistado con miles de años de virtudes heroicas
y gloriosos esfuerzos, no puede ya ser conculcada por la tiranía.
La tiranía es imposible. . . El talento, el genio, la virtud sublime
se han acostumbrado ya a no amar la gloria personal, sino a
referirla a la humanidad toda. ¿Qué importa, pues, el nombre
del inventor de una máquina célebre? ¿No se complacía él
mismo en referirla a sus consocios? ¿No ha sido de facto
el primer pensamiento discutido y mejorado por todos ellos, y
la máquina ha venido a ser el resultado de multitud de esfuerzos
combinados?
¡Inventores de otro tiempo ya pasado! ¿De qué os servían
vuestros privilegios exclusivos? Vosotros sufríais los tormentos
del genio encadenado, y la tiranía del capital era casi siempre
la que venía a sacar fruto de vuestras concepciones y afanes.
¡Qué de miserias, qué de humillaciones devorabais en vuestro
aislamiento, y cuan pronto conocíais que la pueril vanidad de
oíros llamar inventores se cambiaba en escarnio cuando la
decepción pecuniaria del éxito se desplomaba para sumergiros
en el desaliento y haceros libar el cáliz amargo del desengaño!
Ahora el genio está seguro de encontrar colaboradores; los
esfuerzos comunes fomentan el pensamiento primitivo de una
útil mejora, y la humanidad en masa es la que gana. Asegura-
EL REMOTO PORVENIR 157

dos los goces de todos con el trabajo de todos, es el común


de los hombres el que auxilia al genio, y éste el que inspira los
grandes proyectos a la humanidad que los perfecciona y
ejecuta.
Así es como el niño aprende a ser modesto y desinteresado
desde que logra el sobresalir en sus estudios. Los pensamientos
grandes del joven lo recomiendan en la sociedad para darle la
ocupación adecuada que lo honra con el empleo de sus faculta-
des en beneficio común, sin que sus goces sean distintos de
los de sus asociados. ¿No son todos iguales en la felicidad?
¡Oh, sí, la felicidad del género humano es el mayor galar-
dón del genio, y las virtudes Providenciales ejercidas por él
en el grado más eminente son su peculiar premio ! ¡ Oh fuerza,
oh belleza de la Conveniencia, de la Justicia, del Amor y de la
Misericordia! ¡Virtudes sublimes, vosotras endulzáis las ac-
ciones humanas, y sois al mismo tiempo el germen, el estímulo
y el galardón de los grandes hechos ! ¡ Amparado el genio con
vuestro poderoso influjo, no hay miedo, no, de que se pervierta
ni amortigüe!
La educación, la mejora de la raza humana, y la trasmisión
de los talentos sostenidos por la común beneficencia, han
elevado el genio de la humanidad haciendo poco influente el
del individuo.
¡Las individualidades se han solidarizado, y la especie
humana ha venido a ser ya un elemento absoluto de felicidad
por la igualdad de sus partes componentes!
¡Oh felicidad, oh solidaridad tantas veces, tantos siglos
esperadas! ¡Cuánto, cuánto habéis simplificado la moral
práctica y social del género humano!
Los campos, los jardines ya no tienen cercas ni vallados.
¿No son de todos sus deliciosos frutos? ¿No trabajan todos por
sembrarlos, cultivarlos y obtenerlos? ¿No respetan todos él
tiempo necesario para que los frutos maduren, y no aman
Codos el espectáculo siempre admirable y siempre caro de los
ramilletes naturales a que damos el nombre de plantas?
¡Oh tierra, oh tierra deliciosa! jTú tienes recursos admi-
rables para todas las edades! En la primavera tus flores por-
tentosas invitan a la festividad de los niños. Ellos parecen las
158 EL REMOTO PORVENIR

brillantes y esmaltadas mariposas que completan y embellecen


tus engalanados jardines.
En el estío tus doradas espigas vienen a coronar rizadas y
ardientes cabelleras en la fiesta de la juventud. El sol brilla en
tu luciente superficie, ataviada con el regocijo de los placeres
y actividad de los jóvenes.
En el otoño la riqueza y variedad de tus frutos llama con
la opulencia de tus invitaciones a la festividad de los adultos.
Ellos también producen los maravillosos frutos de las artes y
ciencias.
En el invierno todos se reúnen alrededor del delicioso hogar,
calmo y brillante de felicidad, a disfrutar el divino placer de
escuchar a sus padres en la fiesta mil y mil veces cara y dulce
de los ancianos. Aun allí, ¡oh tierra!, tus frutos conservados
y no menos deliciosos renuevan el pábulo de los inocentes
placeres.
Y por último, en el día del solsticio, cuando la luz solar
llega a su mínimum, apareces, ¡oh tierra!, iluminada con la
fiesta de las vírgenes. El pudor, el divino pudor se intimida
con las investigadoras miradas del día vernal, las ardientes
impresiones del estío y las embriagantes delicias del otoño, y
sin embargo, las maravillosas criaturas que poseen el pudor
son las antorchas que alumbran en los dulces y oscuros días
del invierno los retretes más caros y misteriosos de la felicidad.
Allí también tú, tierra encantadora, proporcionas las sacarinas
cápsulas llenas de esencias o de néctar, que ruborosas ofrecen
en cajas de oro las virgíneas manos.
¿Pero qué digo de fiestas especiales, si la tierra entera
parece engalanada para celebrar la perpetual festividad de la
humana ventura? Esos trenes que cruzan en mil direcciones
las líneas conductoras. Esos balones de variadas figuras y
de los más brillantes colores que pueblan los aires. Ese es-
pectáculo florido y de ostentosa profusión de galas, por los
días. Esas noches en que brillantes soles eléctricos difunden en
rail variados colores vistosas iluminaciones o detonantes luces,
apenas inferiores a la radiante luz solar. Esa música admirable
que hace vibrar el corazón en bailes y conciertos, en la tierra,
en el aire y aun en los extensos mares. Esa inmensa cantidad de
EL REMOTO PORVENIR 159

buques impelidos por agentes poderosos y ornamentados con


dorados frisos en los canales y ríos. Esas ciudades flotantes
que cruzan los mares con su marcha impasible y majestuosa,
cual destinados a continuar festines de la tierra. Esos, en fin,
mil veces variados y espléndidos vehículos en que el hombre
es conducido. Y entre tantos objetos de la locomoción humana,
así como entre tantas delicias de sus estáticos prodigios, sólo se
encuentran rostros placenteros, como si celebrasen la prolon-
gada y no interrumpida fiesta de la humanidad Providencial.
Niños, jóvenes, adultos y ancianos, todos, todos tienen la
dulce sonrisa de la inocencia y de la felicidad. La inocencia
de la humanidad no es ya la ignorancia; es sí la carencia del
crimen, la carencia del dolor, la carencia del vicio.
Así también la felicidad es la posesión de la verdad en la
continua fiesta del género humano, protegido por Dios y obe-
decido por la naturaleza.
¿Pero tantos prodigios, tantos goces, tantas complacencias
a qué se deben? ¿A quién es indispensable reconocer la inal-
terable festividad de la humana especie? A ti, santa igualdad,
sagrado dogma; de la Providencialidad del hombre funda-
mental precepto. A ti, principio único y fecundo de la personal
bienaventuranza en el Planeta.
Tú, igualdad divina, por quien suspiraba en los días de su
abyección el humilde. Tú, a quien detestaba el soberbio. Tú,
que has sido por tantos siglos combatida, tú eres a un tiempo
la panacea de las sociales dolencias y germen fecundo de todos
los humanos deleites.
¡Igualdad, igualdad dulce y sublime! Tú has enjugado
los llantos del iracundo niño. La ira ya no se mezcla en sus
festivos juegos. ¿Contra quién sería irascible quien sólo mira
iguales?
Tú has desterrado la presunción de los jóvenes.
Tú has domado el orgullo de los adultos.
Tú has hecho inútil la ambición de los hombres.
Tú has nulificado la avaricia de los ancianos.
Tú has quitado a los unos el desprecio por los otros, y a
éstos la envidia por aquéllos.
160 EL REMOTO PORVENIR

Por ti, divina igualdad, ya no hay antipatías, ya no hay


odios, ya no hay crímenes, ya no hay venganzas, ya no
hay vicios.
El trabajo moderado de todos es el alivio de todos, y el
placer y provecho de todos.
¿Quién está excento de trabajar? Únicamente el desgra-
ciado, y la desgracia sólo es el remoto y raro caso de accidente
inevitable.
También está exento de trabajar el niño cuando sus fuerzas
aún no lo permiten; pero antes que éstas se desarrollen para
el trabajo corporal, su inteligencia se educa y desarrolla.
Tampoco trabaja el anciano cuando las fuerzas comienzan
a abandonarle; pero su inteligencia subsiste poderosa, y ella
lo hace aún más útil e influente en la sociedad que por él
reconocida trabaja.
Así la propiedad es general. ¿Cómo puede haber cercados
ni valladares cuando la igualdad se equilibra y sostiene en el
trabajo, y cuando todos tienen igual derecho de cultivar
el Planeta?
Tampoco hay constituciones ni estatutos. ¿Qué necesidad
tiene la igualdad de los hombres de leyes arbitrarias y opre-
soras, dictadas por algunos para sojuzgar y seducir a todos?
Ni hay códigos, ni jueces, porque no hay criminales. La
igualdad ha hecho imposibles los grandes delitos. ¿ Qué estímulo
pudiera ninguno tener para cometerlos? Así es que los críme-
nes sólo son y se pueden considerar como resultados de la
demencia, y los delincuentes son tratados como locos. Pero
los locos son muy raros, porque la felicidad y la igualdad de los
hombres evita los casos de alienación mental.
¡Costumbres puras, armonía admirable, tiempo de felici-
dad, de amor y de gloria ! ¡ Ya percibo de tu orden prodigioso
los complicados resortes que obedecen suavemente a su feliz
y fácil conjunto!
Los hombres viven y se unen bajo el amor Providencial.
Este mutuo y virtuoso amor es la gloria de la naturaleza
humana. Libre de abusos y libre de desórdenes es el paladín
de la libertad.
ËL REMOTO PORVENIR 161

Mas la libertad es apenas mencionada. ¿Cómo pudieran


dejar de ser libres los hombres una vez establecida la absoluta
igualdad como base universal de la especie humana?
La locomoción y la telegrafía, facilitadas al extremo más
absoluto, hacen que la tierra entera sea el vecindario de la
ciudad común : el Planeta, ornamentado con las más deliciosas
mansiones. Así pues, aun los antípodas son vecinos.
Las mansiones son portátiles, pero rara vez se aprovecha
su movilidad. ¿Quién querría mudar la residencia permanente
cuando ama todo lo que le rodea, y lo que le rodea es el
mundo?
Esas mansiones se hallan situadas entre deliciosos jardines,
y en sus brillantes y lujosas habitaciones se respira el salutí-
fero y perfumado ambiente de las flores, las que ornamentan
todos los climas y todas las estaciones, aunque en las grandes
latitudes se encierran bajo magníficas bóvedas de cristal, en
suntuosos invernáculos.
Las mansiones, variadas al extremo en sus formas y deta-
lles, tienen el genérico nombre de núcleos sociales.
Los núcleos sociales, a imitación de los celestes, pueden
tener los síntomas y organizaciones más complicados, sin que
esto perjudique en lo más leve ni su armonía, ni la belleza
y regularidad de sus movimientos, concordes todos con el
movimiento universal y peregrino de la humanidad.
La verdad fundamental en que descansa todo el hermoso
sistema de la Providencialidad social es el anonadamiento de
las individualidades para elevarse a su debida importancia la
humanidad toda, representada por el trabajo de sus individuos.
Así es que, considerada como nn elemento armonioso, tiene
en sí todas las individualidades que obran como las fuerzas
vivientes del complicado aunque bello sistema del trabajo.
El trabajo está subdividido en tantos géneros cuantos son
necesarios para el completo desarrollo de las condiciones de
producción, preparación y fabricación de los materiales que
originan los diferentes objetos útiles a la humanidad.
Los géneros o sistemas diversos del trabajo forman aso-
ciaciones vastísimas y éstas se subdividen en núcleos sociales,
los que a su vez se subdividen en las individualidades, es decir,
162 EL REMOTO PORVENIR

en los hombres dedicados a un mismo género o sistema de


trabajo.
Así es que las hermosas mansiones en que viven los indivi-
duos de cada núcleo social son las variadas y prodigiosas
habitaciones que tengo indicadas, donde se hallan reunidas
tantos individuos de una misma o análoga profesión cuantos
son convenientes higiénicamente hablando.
Pero como hay géneros de trabajo que requieren la armonía
de complicadísimos sistemas para la producción, preparación
y fabricación de los objetos útiles, hay núcleos diseminados
en toda la superficie de la tierra, y aun a veces flotantes sobre
los canales y mares, utilizados por personas que pertenecen
a los diversos géneros de trabajo, empleadas en la concentra-
ción o distribución de los productos.
De este modo se relacionan entre sí las labores pertene-
cientes a un núcleo, y los núcleos a sus respectivos sistemas,
dividiéndose el trabajo cuanto conviene para utilizar del mejor
modo posible los elementos de cada sistema.
Necesariamente los individuos de un núcleo están garan-
tizados socialmente en las casos de accidente, enfermedad o
vejez.
Del mismo modo los núcleos de un sistema están garanti-
zados por éste en la satisfacción de todas las necesidades y
comodidades de sus individuos.
Mas los sistemas todos del trabajo están garantizados por
la humanidad, la que equilibra las comodidades de todos los
hombres, recompensándolos con igualdad de goces por la
igualdad del tiempo que todos dedican al trabajo útil y pro-
ductivo.
¡He aquí cómo la igualdad, cual verdad fundamental de la
especie humana, encierra en sí todo el orden y armonía que
ésta necesita para la felicidad!
¡Tiempos infelices en que los hombres trabajadores estaban
sojuzgados y humillados por los ociosos y explotadores del
trabajo: pasasteis ya para dejar en lugar del caos y del desor-
den de la desigualdad la poderosa armonía de la felicidad en
la igualdad humana! ¡Gloria al trabajo, gloria a la ciencia»
EL REMOTO PORVENIR 163

gloria a la Providencialidad, que han realizado el destino su-


blime de la humanidad sobre la tierra!
Mas si el trabajo, la ciencia y la Providencialidad del
hombre han conducido a la humanidad a la inmensa altura
en que se halla de felicidad y de poder, sólo ha logrado estos
sublimes prodigios simplificando sus sociedades, moralizando
sus costumbres, dulcificando sus goces, y retornando a la
simplicidad e igualdad primitiva con todas las conquistas que
ha logrado del bien en la luenga serie de los siglos.
¿Pero diremos por esto que la igualdad absoluta de todos
los hombres existe? ¿Y si existiera, en qué emplearían sus
virtudes y Providencialidad?
Los hombres, con el grado de perfección a que han llegado,
tienen menos diferencias entre sí que en los tiempos pasados.
La fuerza, la belleza y la inteligencia son ahora en ellos más
semejantes; pero la igualdad absoluta es imposible en las
organizaciones complicadas como la del hombre, y he aquí
lo grandioso y sublime de la Providencialidad humana, que ha
sabido equilibrar esas pequeñas diferencias con las virtudes
recíprocas de los hombres.
¡Oh sí; yo veo esos dulces y benevolentes niños ansiar
con todo el fervor del entusiasmo el sobresalir en sus estudios,
no para humillar a los menos aptos sino para auxiliarlos en sus
intelectuales tareas!
También los miro lanzarse a los ejercicios gimnásticos, para
poder un día ser útiles con sus físicos esfuerzos a sus seme-
jantes. ¡Qué gloria, qué placer es para cualquiera de ellos el
salvar de las profundas ondas al que accidental fatiga ha
sumergido en el baño!
Asimismo percibo esos hombres llenos de fuerza, de vigor
y de inteligencia lanzarse a los trabajos más duros sin especial
recompensa, por ceder a los menos fuertes otros trabajos más
suaves y más al alcance de su poder relativo.
Así es como en las profesiones hay el placer, mas no el
honor ni el derecho de ejercer las más difíciles.
Los niños al concluir sus estudios y elegir la profesión de
su vida se presentan a examen en la festividad de Primavera
y se les aplica a los diferentes trabajos según sus aptitudes.
164 EL REMOTO PORVENIR

advirtiéndose a los más exaltados en la colocación social, que


ésta no les quita el carácter de iguales, ni Jes da especiales
derechos, sino más bien que siendo más aptos para ejercer la
Providencialidad, ésta les sujeta a especiales deberes de pro-
tección y abnegación hacia sus semejantes.
En la juventud, en la fiesta del estío, se previene a los
jóvenes el deber de equilibrar los esfuerzos mutuos, ejerciendo
desinteresada y desapercibidamente las virtudes necesarias para
elevarse en la sociedad humana, sin hacer mérito de las
ventajas individuales para una aspiración personal, porque
ésta haría inmediatamente al que la tuviese inferior a los
otros.
En el otoño, en la fiesta de los adultos se presentan los
proyectos de las mejoras físicas, mecánicas o científicas, que
se hayan proyectado en los peculiares núcleos, y se consignan
al examen general de los diversos sistemas del trabajo a que
pertenecen, y que cuando son útiles sancionan su ejecución.
Pero cuando esos proyectos son de utilidad universal, se
presentan en el invierno, en la festividad de los ancianos,
quienes deciden la ejecución de los trabajos en que se interesa
toda la humanidad.
En el otoño se leen, con gloriosa emoción de júbilo y
respeto, los nombres de los adultos que han tocado la ancia-
nidad, en que deben dejar el corporal trabajo y pasar al goce
del retiro y de las ocupaciones intelectualmente directivas de
la sociedad. Entonces es cuando el hombre sufre su segundo
examen y es llamado el anciano a ejercer aquellas nobles
ocupaciones a que lo consignan su aptitud y virtudes.
En el invierno, en la fiesta de los ancianos, se leen con
reverente respeto los nombres de los 'centenarios que se con-
signan a la apoteosis viviente. Ellos quedan exentos de todo
deber, de todo trabajó, de toda liga socialmente individual. Su
edad avanzada los consigna a las atenciones humanas, y sea
cual fuere su decrepitud, ellos son mirados como seres divinos
en quienes se representan los hechos Providenciales de sus
floridos años.
Así es como la parte directiva de la sociedad está enco-
mendada a los proyectos de los jóvenes y adultos y a la sanción
EL REMOTO PORVENIR 165

de los ancianos. La telegrafía hace fácil este método en la


humanidad en masa.
Despojado el hombre de sus facticias pasiones, no tiene
ya reticencias, no tiene antipatías para ejecutar el bien. La
policía es inútil cuando todos la ejercen sobre sí mismos.
Las faltas graves son calificadas de locura, porque en el
absoluto bienestar de la humanidad, sólo el loco puede ser
criminal y así el delincuente es tratado como loco.
Las faltas leves las castigan los núcleos mismos en sus
asociados. Las tendencias hacia las pasiones tiránicas se cas-
tigan con el confinamiento solitario. El que ataca la sociedad
se hace indigno de ella.
Pero la tiranía es imposible, pues no hay autoridad recí-
proca, y la autoridad de los ancianos sólo es la sancional de
los proyectos y mejoras elevados por los jóvenes y adultos,
discurridos por ellos mismos o inspirados por los ancianos.
¡Dulce, dulce y beatífico edén, mansión del orden y de la
felicidad! ¡Yo extasío mi alma regocijada en tu contemplación!
¡Yo percibo el deleite de la bienaventuranza al meditarte! Y
cuando vuelvo mis tristes y patéticas miradas a los calamitosos
tiempos de la desigualdad, no puedo menos de preguntarme
con ansiedad dolorosa: ¿cómo era posible que los hombres
•prefiriesen el aislamiento y debilidad de las roedoras pasiones
facticias, a la pureza y felicidad de la igualdad natural en la
asociación?
¡Salve, mil veces salve tú, humanidad gloriosa, que has
sabido depurarte de todas tus deficiencias, y elevarte esplén-
dida, sublime y Providencial en el maravilloso Planeta que
habitas. .. !
De este modo ha vuelto el hombre, según la significativa
parábola, hacia la dulce mansión de su infancia: la cuna del
género humano, y percibe la bendición de su Padre celestial
en el logro dulce y beatífico de todas sus Providenciales
empresas.
Al retornar a la mansión paterna, la humanidad conduce
sus portentosas riquezas consigo: ¡las riquezas de su virtud
y ciencia!
166 EL REMOTO PORVENIR

Pero además conduce también el mayor de sus tesoros, el


inmenso bien con que el benevolente Creador ha querido
facilitar su felicidad.
¡Hablo de ti, dulce y bello sexo, de la estirpe del hombre,
mitad la más amable!
j Hablo de ti, mujer maravillosa, que aún en los días de
llanto, de pena y de infortunio, eras el prodigioso consuelo de
la humanidad doliente!
¡Hablo de ti, tierno y encantador conjunto de las delicias
más caras de la humanidad!
¡ Hablo, sexo hermoso, de ti, y trémulo de emoción y respeto
te saludo!
I Mas, oh pobre pluma mía ! ¡ Oh palabras lánguidas que mi
balbuciente labio tímido articula! ¡Y, oh tú mi triste pincel,
cuyo débil colorido encuentro ahora tan opaco y deficiente!
¿Cómo podré servirme de vosotros cuando mi intuitiva mirada
os encuentra tan inferiores para expresar las emociones de mi
entusiasmado espíritu?
¡Pero tú, sexo grato, tú perdonarás mi modesta y reducida
ofrenda; y ya que no puedo coronarte con guirnaldas sublimes
de esplendentes flores, recibe al menos mi humilde ramillete
en que lucen en primer término las tímidas violetas!
¡Oh mujeres prodigiosas, cuántos hechizos habéis reunido
en el conjunto admirable que os constituye! ¡La hermosura,
la portentosa hermosura es vuestra común realidad ! ¡ Forma y
color y hechizos seductores son en vosotras ya las esplendente*
galas con que la naturaleza pródiga os adorna!
La salud y el vigor os dan la radiante belleza de la venus
ática, y la virtud y el pudor os envuelven en el misterioso lino
de la vestal velada.
Cuando marcháis, parece deslizarse la aérea visión de trans-
parentes y nítidos celajes, y cuando reposáis formáis los grupos
de beatíficos encantos.
¡Cuánto, cuánto ha engrandecido vuestro dulce prestigio
la reunión divina de vuestros hechizos naturales y de vuestras
virtudes !
Vosotras conocíais, aún en Jos tiempos de vuestra escla-
vitud y llanto, el maravilloso poder del virgíneo pudor; pero
EL REMOTO PORVENIR 167

este caro bien de vuestras dulces almas os lo arrancaba el


dueño opresor que tiránico os avasallaba.
Mas ahora, si sois niñas, el pudor da el tinte de vuestras
sonrosadas mejillas. Si sois jóvenes, el pudor os adorna con el
divino velo de vuestras mismas gracias. Si sois nubiles, el celes-
tial pudor es vuestro realce y dote. Si sois madres, vuestro fiel
pudor aún permanece virgen; y en fin, aún en las gradas
descendentes de vuestra dulce vida, es el pulor y el vigor de
las virtudes el que os apoya con su invencible fuerza.
¡Tiempos ya pasados en que la mujer aislada y miserable
tenía que vender sus gracias, contrastando y al fin despreciando
el pudor con que la misma naturaleza la dotara cual de un
poderoso y salvador instinto! ¡Tiempos de infamia y baldón
para la mujer virtuosa, vosotros erais el mayor oprobio de la
humana historia, y no se vuelven los ojos a vuestra despreciable
crónica sin hallar los tristes y melancólicos siglos en que la
sociedad era una plaga de dolencias infames, y la mujer un
ser vendible y susceptible de convertirse en el conjunto más
asqueroso de podredumbre y vicios!
¡ Pasasteis, sí, oh tiempos de llanto y de ignominia para los
seres débiles y abyectos, y de opresión y duelo para la mujer
dulce y sensible! jLa Providencialidad humana ha vindicado
los derechos de la mujer, de ese ser Providencial por exce-
lencia, y en su corazón suave y afectuoso ha elevado el trono
de las más tiernas virtudes!
La mujer se ha emancipado de su antigua debilidad y servi-
dumbre. Ella es la consocia del núcleo en que nace, y desde
la cuna tiene los mismos derechos que los infantes varones.
Y en la vejez, cuando las gracias naturales se marchitan, la
mujer ejerce aún la Providencialidad y el encanto de su sexo.
¡Dulce, dulce y delicioso es para el tierno infante el reposar
su rizada cabeza en el seno de la cara abuela, y recoger los
besos amorosos de la afectuosa centenaria que parece ya no
vivir sino en el amor de sus admirables descendientes!
¡Oh sexo, oh sexo maravilloso que infundes interés en la
cuna, amor en la juventud y respeto en la vejez; tú pareces
reasumir todos los sentimientos dulces y caros del hombre, y
éste te dirige sus ardientes y plácidas miradas también desde
168 EL REMOTO PORVENIR

la cuna, en que antes que nadie tú recibes su primera sonrisa,


hasta el lecho de muerte en que después que nadie cierras tú los
párpados de sus apagados ojos!
¡ Oh, cuan bien sentía el corazón del hombre las exigencias
de sus nobles instintos ! ¡ Pudor y amor buscaba para rendirles
el más profundo amor y respeto, y sin embargo, el vicio, el
venenoso vicio sólo anhelaba el amor para ultrajarlo y el pudor
para envilecerlo y destruirlo!
¡Y tú, triste y oprimida mujer de los pasados tiempos!
¡Cuántos dolores sufrías hasta hundirte en el vicio, y cuántos
hacías sufrir una vez enviciada! ¡En ti sembraba el hombre
una amarga semilla de oprobio y de miseria, y recogía a su
vez la funesta y venenosa cosecha de sus crímenes, germinada
en tu débil y corrompido seno!
Mas ahora el pudor libre e independiente es el eterno
paladín del sexo delicado, y el hombre ha reconocido al fin
que sólo puede tener el deleite de la felicidad, ¡el deleite
supremo en la tierra!, cuando el amor y el respeto obtienen
los favores virtuosos del pudor y el amor inseparables de la
esposa digna.
Sí, el hombre ha hecho conquistas Providenciales de bien
en todos los resortes de su felicidad. El amor sexual ya no es
aquel frenesí de angustias y de celos que absorbía sus mo-
mentos y potencias. La ciencia ha sabido desarmar a sus
apetitos de la continua y viciosa urgencia de otro tiempo, y
ahora el placer se aduna a la razón para dar días de gloria
al pudor y al amor, resplandecientes de libertad y de prudencia.
En esos núcleos sociales, en esas mansiones deliciosas en
que el hombre ha sabido formarse los dulces retretes del
perennal edén que constituye este Planeta, los sexos diversos
tienen habitaciones separadas. Mucho, mucho se cuida de con-
servar la inocencia de los niños y de no despertar los apetitos
dañosos en la juventud.
Las jóvenes permanecen en sus estudios y utilitarias labores
hasta la edad en que el desarrollo de sus formas y fuerzas es
completo. Entonces concurren como protagonistas en la deli-
ciosa fiesta de las vírgenes, y ellas son presentadas en la
sociedad que las aclama nubiles.
EL REMOTO PORVENIR 169

¡Oh fiesta prodigiosa; de amor y de deleite precursora


férvida! Yo miro tus esplendentes espectáculos, y el éxtasis
del placer dulce y honroso que se difunde en la humanidad
entusiasmada.
Los diversos núcleos de un mismo sistema de trabajo envían
a su central agencia sus vírgenes nubiles y los jóvenes púberes
que han obtenido con la edad y el premio de las virtudes el
derecho de asistir .a tan brillante festividad, la que dura
tres días.
En el primero las vírgenes presentan sus delicadas obras
premiadas desde su infancia y en toda la época de su educa-
ción, y ejecutan varios ejercicios del provechoso saber que
han aprendido.
En el segundo día se dedican a manifestar y gozar sus
habilidades en las artes liberales y bellas, y en la noche se
ejercitan en el baile. ¡ Baile de ninfas, sin que en él los hombres
tomen parte!
El tercer día es la fiesta religiosa de las vírgenes, y en
ella la voz conmovida del decano del respectivo núcleo recita
la historia Providencial de cada una de ellas, j Cuántas acciones
admirables, cuánto amor filial, fraternal y humanitario ; cuánta
ternura y bondad revelan esas dulces historias de las tímidas
doncellas! ¡Y cuánta sencillez en sus detalles de pureza y
virtud irreprensibles! ¡Allí, allí se encuentra el verdadero
interés de las almas virtuosas en los encantadores cuadros
llenos de gracia y pureza en su relato! ¡Allí, vírgenes divinas,
gozáis del premio de vuestras virtudes; allí eleváis el trono
glorioso de la moral; allí santificáis el pudor, y allí despertáis
el amor en los generosos y Providenciales corazones de los
jóvenes concurrentes que os admiran! Vosotras presenciáis
veladas esa lectura deliciosa, y cuando llegáis a adorar a Dios,
dándole gracias porque os ha fortalecido en la bondad y la
pureza, se humedecen vuestros ojos con las bellas lágrimas del
religioso reconocimiento, y vuestras dulces y vibrantes voces
entonan el himno grandioso y sublime de la Providencialidad
virgínea!
¡Oh mundo, oh mundo convertido en paraíso, y ornamen-
tado con las gracias y virtudes de los seres hermosos cuya
170 EL REMOTO PORVENIR

festividad presencias; cuan nobles, cuan profundas, cuan vir·


tuosas emociones dejas en los corazones de los jóvenes! Ellos
toman sus tarjetas de marfil e inscriben sus nombres al calce
de los nombres queridos que pretenden en consorcio, y los
entregan ante la remuneradora junta de los ancianos. Estos
arreglan las peticiones, simplifican las que son múltiples, y
dirigen a los pretendientes para que no se compliquen en sus
solicitudes. Estas, ya purificadas, se entregan en cajas mara-
villosamente trabajadas y cerradas a las deliciosas doncellas,
las que no las abren sino hasta el nativo núcleo, y allí a sus
solas resuelven acerca de su suerte a la vista del retrato, del
sencillo relato de amor y de la sucinta aprobación social del
que las solicita en matrimonio.
Las vírgenes no declaran su elección sino hasta el estío en
la fiesta de la juventud, y en ella se mira bailar a los felices
jóvenes con sus dulces y recatadas prometidas, pero los matri-
monios no se verifican sino hasta el otoño, en la esplendente
fiesta de los adultos.
¿Cuánto tiempo dura el matrimonio? El de la voluntad.. •
Lo mismo un día que un siglo, y así como el consentimiento
de los contratantes sancionado por la junta directiva de los
ancianos valida el acto de unión, así también las mismas cir-
cunstancias validan la separación.
Mas tú mujer, tú por tu misma debilidad relativa, tienes
por la naturaleza la facultad de aceptar y repeler, y aunque tu
consorte no convenga en separarse de ti, basta que tú lo pre-
tendas en la fiesta de los adultos, y tu matrimonio queda
disuelto.
Los matrimonios se pueden renovar en los divorciados, así
como pueden verificarse con nuevos cónyuges. Lo mismo puede
acontecer después de la viudez; pero esos esponsales son ya
privados, y sólo son solemnes los de las vírgenes, en la fiesta
del otoño.
Al terminar esta magnífica festividad, después de la festi-
vidad religiosa se presenta por padrinos adultos el novio ra-
diante de alegría a la tímida doncella, que lo acepta rodeada
de sus venturosas amigas; y la nueva y gozosa pareja se despide
para hacer un viaje de placer por el mundo. ¡Viaje delicioso!
EL REMOTO PORVENIR 171

¡Tú eres el encantador acaecimiento que forma un bouquet


de perennales recuerdos en la historia venturosa de la vida!
¡Jamás se marchitan tus fragantes flores! ¡Jamás se opacan
tus diamantinos reflejos! ¡Ellos endulzan todas las situaciones
de la existencia, y ellos embellecen aún los márgenes de la
eternidad en la vejez!
Cuando los desposados vuelven al núcleo de su trabajo y
residencia, los hombres toman las habitaciones de su sexo,
y sólo a la mujer se da posesión de la alcoba nupcial. Ella
es la dueña de ese retrete de castos deleites, y el afortunado
esposo tiene que solicitar como un amante el ser recibido
misteriosamente en sus felices muros.
¿Hay celos en esos matrimonios? No: ¿cómo podría cau-
sarlos quien es libre para romper los lazos que lo ligan? ¿Ni
cómo podría el vicio corromper la lealtad fortalecida y defen-
dida por todas las virtudes?
Así pasan esos dulces consorcios en la plácida calma de la
más venturosa Providencialidad; así se unen los corazones sin
mancillar las costumbres, y así el pudor y el amor conducen
a los desposados de deleite en deleite, hasta que la mano meta-
morfosista de la naturaleza reclama la materia a la vida cor-
pórea, y deja libre el espíritu para que se dirija hacia la
eternal felicidad.

JUAN NEPOMUCENO ADORNO


INDICE
I. El hombre moderno en México 7
II. Un hombre práctico del romanticismo 31
III. Este mundo: México en 1858 60
IV. El otro mundo : la utopía 92
V. Epílogo, o génesis de la utopía 129
Apéndice: EL REMOTO PORVENIR 147
Este libro se acabó de imprimir el día 30 de
junio de 1953, en los talleres de la Editorial
Jakez, Filipinas, 301, Mexico, D. F. Se tiraron
1,000 ejemplares, y en su composición se uti-
lizaron tipos Bodoni de 12:14, 10:12 y 8:10
puntos. Se encuadernó en la Encuademación
Casillas, Artes 48. La edición estuvo al cui-
dado de Ali Chumacero.

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