COLECCIÓN UNIVERSAL
N .° 7
 Ja
.K13
SRS             KANT
   La paz perpetua
            ENSAYO FILOSÓFICO
                              S   LI
                       A . G . OLA NDE
            MADRID -BARCELONA
                 MCMXIX
           Library
            of the
University of Wisconsin
      FROM THE LIBRARY OF
ANTONIO GARCIA SOLALINDE
            1893 - 1937
     PROFESSOR OF SPANISH
           1924 -1937
COLECCIÓN UNIVERSAL
          Kant.
    LA PAZ PERPETUA
        MCMXIX
                                   ES PROPIEDAD
                              Copyright by Calpe, 1919
Papel fabricado especialmente por LA PAPELERA ESPAÑOLA.
Papelfabricadoespecialmente por la Paura Espafo.s.
COLECCIÓN UNIVERSAL
                 KANT
La paz perpetua
             ENSAYO FILOSÓFICO
La traducción directa del alemán ha sido hecha
      por D . Francisco Rivera Pastor .
             MADRID -BARCELONA
                  MCMXIX
«Tipográfica Renovación» (C. A .), Larra, 8.—MADRID
             140
             494563. G. SOLALINDE
             494563                JQ
             MAR 31 1941 ,613
                                    SR5
  El tratado Sobre la paz perpetua se publicó en
Königsberg, en 1795. La primera edición, de 1 .500
ejemplares, se agotó en pocas semanas. En 1796
publicóse una segunda edición , aumentada con
el " Suplemento segundo ” . Al mismo tiempo se
hizo, por el mismo editor, una traducción fran
cesa , vigilada por el propio Kant, que estaba muy
disgustado de la versión publicada un año antes,
en Berna, con el título de Projets de paix perpé
tuelle. Esa traducción , en efecto , mutilaba gra
vemente el original alemán .
   El éxito enorme alcanzado por este tratadito
filosófico -político se explica fácilmente por dos
grupos de motivos, ocasionales unos y permanen
les otros.
  La Revolución francesa había conmovido al
mundo . Un pueblo entero se alzaba decidido a
constituirse y gobernarse conforme a los prin
cipios, ya vulgares entre los filósofos, de liber
tad ,' igualdad y justicia política . Contra ese pue
blo coaligadas las monarquías tradicionales, em
peñadas, por instinto de conservación , en restau
rar el régimen caído, habían sido vencidas, y las
 jóvenes tropas de la República imponían a los
reyes de Prusia y de España la paz de Basilea
(abril- julio de 1795 . ) Muchos espíritus cultos pu
dieron pensar que esta maravillosa consolidación
del régimen republicano en Francia podía , o me
jor , debía ser el anuncio de radicales reformas
en las viejas instituciones y la aurora de una
época nueva de justicia , de paz, de libertad. El
anciano Kant, el filósofo del idealismo, de la
moral pura , de la libertad, iba todos los días a
esperar el correo que le traia noticias de Fran
cia . En este ambiente de férvido entusiasmo, el
sueño de la paz perpetua era ya casi una reali
dad posible ; era por lo menos ure imperativo mo
ral urgente.
  Muchos pensadores habían meditado proyectos
de paz universal. En el siglo XVIII esta idea flo
taba en el ambiente. El abate Saint- Pierre con
cibió y escribió un largo Proyecto de paz per
petua . Un resumen de este proyecto y un juicio
del mismo, hechos por J. J. Rousseau , habían
popularizado las ideas humanitarias del abate .
Pero en la concepción de Saint-Pierre hay aun
demasiada minuciosidad de organización y una
excesiva confianza en la virtud de las ideas so
bre la mente de los principes.
  Kant plantea el problema de otra manera. Más
que un proyecto , es su tratado una afirmación
optimista . Kant no duda de que algún día llega
rá el mundo a conocer y gustar los beneficios
 de una paz perenne. Mas para ello deberán rea
lizarse ciertas condiciones, tanto en la política in
terior como en la exterior de los Estados: respeto
 a los tratados, supresión de los ejércitos perma
nentes, organización política de los pueblos sobre
principios de libertad y de igualdad, liga o fede
ración de las naciones, constitución de un dere
cho de ciudadanía mundial, respeto a las naciones
pequeñas, carácter público de todos los acuerdos,"Treaty
supresión de diplomacia secreta, etc.
  Estas condiciones todas vienen a resumirse en
una sola : que la política nacional e internacio
nal concuerde en todo momento con las exigen
cias del derecho y de la moral.
  Si ese acuerdo no se realiza, si aquellas condi
ciones no se cumplen , no por eso la paz perpetua
ha de ser considerada como un sueño de ilusos.
Al fin , tarde o temprano, triunfará la justicia
pacifica , y el progreso moral del mundo, lenta
pero irresistiblemente, conducirá la humanidad al
término deseado.
  Hace un siglo que Kant alimentaba, lleno de
ansiosa emoción, esas esperanzas consoladoras.
No se cumplió su deseo. Hoy nos hallamos en un
momento histórico semejante. El tratado de Kant
encierra un eterno valor : su decidido, su obsti
nado optimismo.
                A LA PAZ PERPETUA
  Esta inscripción satírica que un hostelero ho
landés había puesto en la muestra de su casa, de
bajo de una pintura que representaba un cemen
terio, ¿ estaba dedicada a todos los "hombres” en
general, o especialmente a los gobernantes, nunca
hartos de guerra, o bien quizá sólo a los filósofos
 entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz ?
Quédese sin respuesta la pregunta . Pero el autor
de estas líneas hace constar que , puesto que el po
lítico práctico acostumbra desdeñar, orgulloso, al
teórico, considerándole como un pedante inofensi
vo, cuyas ideas, desprovistas de toda realidad, no
pueden ser peligrosas para el Estado , que debe re
girse por principios fundados en la experiencia ;
puesto que el gobernante, “hombre experimenta
do” , deja al teórico jugar su juego , sin preocupar
se de él, cuando ocurra entre ambos un disenti
miento, deberá el gobernante ser consecuente y no
temer que sean peligrosas para el Estado unas
opiniones que el teórico se ha atrevido a concebir,
valgan lo que valieren . Sirva, pues, esta “cláusula
salvatoria ” de precaución que el autor de estas lí
neas toma expresamente, en la mejor forma, con
tra toda interpretación malévola.
              SECCION PRIMERA
Artículos preliminares de una paz perpetua entre
                   los Estados .
  1. No debe considerarse como válido un tra
tado de paz, que se haya ajustado con la reserva
mental de ciertos motivos capaces de provocar en
el porvenir otra guerra .
  En efecto, semejante tratado sería un simple
armisticio, una interrupción de las hostilidades,
nunca una verdadera " paz”, la cual significa el
término de toda hostilidad ; añadirle el epíteto de
"perpetua ” sería ya un sospechoso pleonasmo. El
tratado de paz, aniquila y borra por completo las
causas existentes de futura guerra posible, aun
cuando los que negocian la paz no las vislumbren
ni sospechen en el momento de las negociaciones ;
aniquila incluso aquellas que, puedan luego descu
brirse por medio de hábiles y penetrantes inquisi
ciones en los documentos archivados . La reserva
mental, que consiste en no hablar por el momento
de ciertas pretensiones, que ambos países se abs
tienen de mencionar, porque están demasiado can
sados para proseguir la guerra, pero con el per
verso designio de aprovechar más tarde la primer
coyuntura favorable para reproducirlas, es cosa
que entra de lleno en el casuísmo jesuítico ; tal
proceder, considerado en sí, es indigno de un prín
                                                11
cipe ; y prestarse a semejantes deducciones es así
mismo indigno de un ministro .
  Este juicio parecerá, sin duda, una pedantería
escolástica a los que piensan que, según los es
clarecidos principios de la prudencia política , con
siste la verdadera honra de un Estado en el con
tinuo acrecentamiento de su fuerza, por cualquier
medio que sea .
  2 . Ningún Estado independiente - pequeño o
grande, lo mismo da — podrá ser adquirido por
otro Estado mediante herencia , cambio , compra
o donación ...
   Un Estado no es— como lo es, por ejemplo , el
“ suelo " que ocupa- un haber, un patrimonio. Es
una sociedad de hombres sobre la cual nadie, sino
ella misma, puede mandar y disponer. Es un tron
co con raíces propias; por consiguiente, incorpo
rarlo a otro Estado, injertándolo , por decirlo así,
en él, vale • tanto como anular su existencia de
persona moral y hacer de esta persona una cosa.
Este proceder se halla en contradicción con la
idea del contrato originario , sin la cual no puede
concebirse derecho alguno sobre un pueblo (1 ).
Todo el mundo sabe bien a cuantos peligros ha ex
   ( 1) Un reino hereditario no es un Estado que pueda ser
heredado por otro Estado ; lo que la persona física hereda es
el derecho a gobernarlo. El Estado, pues, adquiere un re
gente ; no es el regente como tal- esto es, como quien ya
posee otro reino - el que adquiere un Estado.
12         .
puesto a Europa ese prejuicio acerca del modo de
adquirir Estados, que las otras partes del mundo
nunca han conocido . En nuestros tiempos, y hasta
 época muy reciente, se han contraído matrimonios
 entre Estados; era éste un nuevo medio o indus
tria , ya para acrecentar la propia potencia me
diante pactos de familia , sin gasto alguno de fuer
zas, ya también para ampliar las posesiones te
rritoriales. También a este grupo de medios per
tenece el alquiler de tropas, que un Estado contra
ta con otro , para utilizarlas contra un tercero que
no es enemigo común ; pues en tal caso, se usa y
abusa de los súbditos a capricho, como si fueran
cosas.
  3. Los ejércitos permanentes — miles perpe- .
tuus- -deben desaparecer, por completo, con el
tiempo .
  Los ejércitos permanentes, son una incesante
amenaza de guerra para los demás Estados, pues
to que están siempre dispuestos y preparados para
combatir. Los diferentes Estados se empeñan en
superarse unos a otros en armamentos, que au
mentan sin cesar. Y como finalmente, los gastos
ocasionados por el ejército permanente, llegan a
hacer la paz aun más intolerable que una guerra
corta, acaban por ser ellos mismos la causa de
agresiones, cuyo fin no es otro que librar al país
de la pesadumbre de los gastos militares. Añá
dase a esto que tener gentes a sueldo para que
                                                   13
mueran o maten , parece que implica un uso del
hombre comomera máquina en manos de otro - el
Estado — ; lo cual no se compadece bien con los de
rechos de la humanidad en nuestra propia per
 sona. Muy otra consideración merecen, en cam
bio , los ejercicicios militares que periódicamente
realizan los ciudadanos por su propia voluntad ,
para prepararse a defender a su patria contra los
ataques del enemigo exterior. Lo mismo ocurriría
tratándose de la formación de un tesoro o reser
va financiera ; pues los demás Estados lo conside
rarían como una amenaza y se verían obligados a
prevenirla , adelantándose a la agresión . Efectiva
mente, de las tres formas del Poder : " ejército ” ,
“ alianzas” y “ dinero ”, sería sin duda la última el
más seguro instrumento de guerra , si no fuera por
la dificultad de apreciar bien su magnitud.
   4. No debe el Estado contraer deudas que
tengan por objeto sostener su política exterior.
  La emisión de deuda, como ayuda que el Esta
do busca , dentro o fuera de sus límites, para fo
mentar la economía del país— reparación de carre
teras, 'colonización , creación de depósitos para los
años malos, etc... no tiene nada de sospechoso .
Pero si se considera como instrumento de acción
y reacción entre las potencias, entonces se con
vierte en un sistema de crédito compuesto de deu
das que van aumentando sin cesar, aunque siem
pre garantizadas de momento - puesto que no to
dos 10s acreedores van a reclamar a la vez el
pago de sus créditos – , ingeniosa invención de un
pueblo comerciante, en nuestro siglo ; fúndase de
esta suerte una potencia financiera muy peligro
sa , un tesoro de guerra que supera al de todos
los demás Estados juntos y que no puede agotarse
nunca , como no sea por una baja rápida de los
valores - los cuales pueden mantenerse altos du
rante mucho tiempo por medio del fomento del
tráfico, que a su vez repercute en la industria y
la riqueza , Esta facilidad para hacer la gue
rra , unida a la inclinación que hacia ella sienten
los que tienen la fuerza, inclinación que parece
ingénita a la naturaleza humana, es, pues, el
más poderoso obstáculo para la paz perpetua. Por
eso es tanto más necesario un artículo preliminar
que prohiba la emisión de deuda para tales fines,
porque además la bancarrota del Estado, que in
evitablemente ha de llegar, complicaría en la ca
tástrofe a muchos otros Estados, sin culpa al
guna por su parte, y esto sería una pública lesión
de los intereses de estos últimos Estados. Por lo
tanto, los demás Estados tienen por lo menos el
derecho de aliarse contra el que proceda en tal
forma y con tales pretensiones.
  5.° Ningún Estado debe inmiscuirse por la
 fuerza en la constitución y el gobierno por otro
Estado .
  ¿ Con qué derecho lo haría ? ¿ Acaso fundándo
                                           :        15
se en el escándalo y mal ejemplo que un Estado
da a los súbditos de otro Estado ? Pero, para és
tos, el espectáculo de los grandes males que un
pueblo se ocasiona a sí mismo por vivir en el des
precio de la ley, es más bien útil como adverten -'
cia ejemplar; además, en general, el mal ejem
plo que una persona libre da a otra - scandalum
acceptum — no implica lesión alguna de esta últi
ma. Sin embargo, no es esto aplicable al caso de
que un Estado, a consecuencia de interiores di
sensiones, se divida en dos partes, cada una de
las cuales represente un Estado particular, con la
pretensión de ser el todo; porque entonces, si un
Estado exterior presta su ayuda a una de las dos
partes, no puede esto considerarse como una in
tromisión en la constitución de la otra - pues ésta
entonces, está en pura anarquía . Sin embargo ,
mientras esa interior división no sea francamente
nianifiesta , la intromisión de las potencias extran -.
jeras será siempre una violación de los derechos
de un pueblo libre, independiente , que lucha sólo
en su enfermedad interior. Inmiscuirse en sus
pleitos domésticos, sería un escándalo que pon
dría en peligro la autonomía de todos los demás
Estados .
  6.° Ningún Estado que esté en guerra con
otro debe permitirse el uso de hostilidades que
imposibiliten la recíproca confianza en la paz fu
tura : tales son , por ejemplo, el empleo en el Es
tado enemigo de asesinos (percussores) envenena
dores (venefici), el quebrantamiento de capitula
ciones , la excitación a la traición, etc.
  Estas estratagemas son deshonrosas. Pues aun
en plena guerra, ha de haber cierta confianza en
la conciencia del enemigo . De lo contrario , no po
dría nunca ajustarse la paz y las hostilidades de
generarían en guerra de exterminio – bellum in
ternecinum — Es la guerra un medio, por desgra
cia , necesario en el estado de naturaleza    en el
cual no hay tribunal que pueda pronunciar un fallo
con fuerza de derechom , para afirmar cada cual su
derecho por la fuerza ; ninguna de los dos partes
puede ser declarada enemigo ilegítimo - lo cual
supondría ya una sentencia judicial - , y lo que de
cide de qué parte está el derecho es el “ éxito” de
la lucha — como en los llamados juicios de Dios — .
Pero entre los Estados no se concibe una guerra
penal- bellum punitivum , , porque no existe en
tre ellos la relación de superior a inferior. De
donde se sigue que una guerra de exterminio , que
llevaría consigo el aniquilamiento de las dos par
tes y la anulación de todo derecho, haría imposible
una paz perpetua, como no fuese la paz del ce
menterio de todo el género humano. Semejante
guerra debe quedar, pues, absolutamente prohi
bida y prohibido también , por lo tanto , el uso de
los medios que a ella conducen . Y es bien claro
que las citadas estratagemas conducen inevitable
mente a aquellos resultados; porque el empleo de
esas artes infernales, por sí mismas viles, no se
                                                  17
contiene dentro de los límites de la guerra, como
sucede con el uso de los espías — uti exploratori
bus - , que consiste en aprovechar la indignidad
de " otros” - ya que no sea posible extirpar este
vicio — , sino que se prosigue aun después de ter
minada la guerra , destruyendo así los fines mis
mos de la paz.
  Todas las leyes que hemos citado son objeti.
vas; es decir, que en la intención de los que po
seen la fuerza deben ser consideradas como “ leyes
prohibitivas” . Sin embargo, algunas de ellas son
" estrictas" y valederas en todas las circunstan
cias, y exigen una “ inmediata ” ejecución - las nú
meros 1 , 5 , 6 – ; otras, en cambio — las números 2,
 3 , 4 , son más amplias y admiten cierta demora
 en su aplicación, no porque haya excepciones a la
 regla jurídica , sino porque teniendo en cuenta el
 ejercicio de esa regla y sus circunstancias, ad
 miten que se amplíe subjetivamente la facultad
 ejecutiva y dan permiso para demorar la aplica
 ción , aunque sin perder nunca de vista el fin pro
 puesto. Por ejemplo , si se trata de restituir, se
 gún el número 2, a ciertos Estados su libertad
 perdida, no valdrá aplazar la ejecución de la ley
 ad calendas græcas, como hacía Augusto ; es de
 cir, no será lícito dejar la ley incumplida ; pero
 podrá demorarse, si hay temor de que una resti
 tución precipitada venga en detrimento del pro
 pósito fundamental. En efecto , la prohibición se
   LA PAZ PERPETUA
18
refiere aquí solamente al “modo de adquirir”, que
en adelante no será valedero ; pero no al “estado
posesorio ” que, aunque carece del título jurídico
necesario , fué en su tiempo - en el tiempo de la
adquisición putativa - considerado como legítimo
por la opinión pública entonces vigente de todos
los Estados.
  ¿ Existen “leyes permisivas” de la razón pura,
además de los mandatos - leges præceptivaz — y
de las prohibiciones — leges prohibitivæ . Es co
sa que muchos, hasta ahora , han puesto en duda ,
no sin motivo . En efecto , las leyes en general con
tienen el fundamento de la necesidad práctica ob
jetiva de ciertas acciones; en cambio, el permiso
fundamenta la contingencia o accidentalidad prác
tica de ciertas acciones. Una “ ley permisiva”, por
lo tanto, vendría a contener la obligación de reali
zar un acto al que nadie puede ser obligado; lo
cual si el objeto de la ley tiene en ambas relacio
nes una misma significación , es una contradic
ción patente. Ahora bien , en la ley permisiva de
que nos ocupamos refiérese la previa prohibición
solamente al modo futuro de adquirir un dere
cho - por ejemplo : la herencia - , y en cambio , el
levantamiento de la prohibición , o sea el permi
so, se refiere a la actual posesión. Esta última,
al pasar del estado de naturaleza al estado civil,
puede seguir manteniéndose, por una ley permi
siva del derecho natural, como “posesión putati
                                                 · 19
va”, que, si bien no es conforme a derecho, es,
sin embargo, honesta ; aun cuando una posesión
putativa, desde el momento en que es reconocida
como tal, en el estado de naturaleza, queda prohi
bida, como asimismo queda prohibida toda ma
nera semejante de adquirir, en el estado civil pos
terior, después de realizado el tránsito de uno a
otro . El permiso de seguir poseyendo no podría ,
pues, existir, en el caso de que la adquisición pu
tativa se hubiese realizado en el estado civil ; pues
tal permiso implicaría una lesión, y por tanto de
bería desaparecer tan pronto como fuera descu
bierta su ilegitimidad .
  Yo no me he propuesto aquí otra cosa que fijar,
de pasada, la atención de los maestros del dere
cho natural sobre el concepto de " ley permisiva” ,
que se presenta espontáneamente, cuando la ra
zón se propone hacer una división sistemática de
la ley . De ese concepto se hace un uso frecuente
en la legislación civil - estatuaria   , con la dife
rencia de que la ley prohibitiva , se presenta sola,
bastándose a sí misma; y, en cambio, el permiso ,
en lugar de ir incluído en la ley, a modo de condi
ción limitativa — como debiera ser , va metido
 entre las excepciones. Establécese: queda prohi
bido esto o aquello. Y se añade luego : excepto en
el caso 1.°, 2.°, 3.', y así indefinidamente. Vienen ,
pues, los permisos a añadirse a la ley, pero al
azar, sin principio fijo , según los casos que van
ocurriendo. En cambio , hubieran debido las condi
ciones ir inclusas " en la fórmula de la ley pro
20
hibitiva ", que entonces hubiera sido al mismo
tiempo ley permisiva . Es muy de lamentar que
el problema propuesto para el premio del sabio
y penetrante conde de Windischgraetz no haya
sido resuelto por nadie y haya quedado tan pron
to abandonado. Referíase a esta cuestión , que es
de gran importancia , porque la posibilidad de se
mejantes fórmulas — parecidas a las matemáti
cas - es la única verdadera piedra de toque de
una legislación consecuente. Sin ella será siem
pre el jus certum un pío deseo. Sin ella, podrá
haber, sí, leyes generales, que valgan en general;
pero no leyes universales, de valor universal, que
es el valor que parece exigir precisamente el con
cepto de ley .
             SECCION SEGUNDA
Artículos definitivos de la paz perpetua entre los
                     Estados.
  La paz entre hombres que viven juntos, no es
un estado de naturaleza - status naturalis - ; el
estado de naturaleza es más bien la guerra ; es de
cir, un estado en donde, aunque los hostilidades
no hayan sido rotas, existe la constante amenaza
de romperlas. Por lo tanto, la paz es algo que debe
ser “ instaurado" ; pues abstenerse de romper las
hostilidades no basta para asegurar la paz, y si
los que viven juntos no se han dado mutuas se
guridades — cosa que sólo en el estado " civil” pue
                                                              21
de acontecer - , cabrá que cada uno de ellos, ha
biendo previamente requerido al otro, lo con
sidere y trate, si se niega, como a un enemi
go (1).
     (1) Comúnmente se admite que nadie puede hostilizar
 a otro , a no ser que éste haya agredido de obra al primero.
 Es muy exacto, cuando ambos viven en el estado civil y le
 gal. Pues por el solo hecho de haber ingresado en el estado
 civil, cada uno da a todos los demás las necesarias garan
 tías ; y es la autoridad soberana la que, teniendo poder so
bre todos, sirve de instrumento eficaz de aquellas garantías.
Pero el hombre- o el pueblo que se halla en el estado de
naturaleza, no me da esas garantías y hasta me lesiona por
 el mero hecho de hallarse en ese estado de naturaleza ; en
 efecto, está junto a mí, y aunque no me hostiliza activamen
te, es para mí la anarquía de su estado- statuto injusto — una
perpetua amenaza. Yo puedo obligarle, o bien a entrar con
migo en un estado legal común, o a apartarse de mi lado.
Así, pues, el postulado que sirve de fundamento a todos los
artículos siguientes es : todos los hombres que pueden ejer
cer influjos unos sobre otros, deben pertenecer a alguna cons
titución civil. Ahora bien , las constituciones jurídicas, en lo
que se refiere a las personas, son tres :
   1.    La del derecho político de los hombres reunidos en
un pueblo (jus civitatis).
   2. La del derecho de gentes o de los Estados en sus
relaciones mutuas ( jus gentium ).
    3.0 La de los derechos de la humanidad , en los cuales
hay que considerar a hombres y Estados, en mutua relación
de influencia externa , como ciudadanos de un Estado uni
versal de todos los hombres (jus cosmopoliticum ). Esta divi
sión no es arbitraria, sino necesaria con respecto a la idea de
la paz perpetua. Pues si sólo uno de los miembros de esa
comunión se hallase en el estado de naturaleza y pudiese
ejercer influjo físico sobre los demás, esto bastaría a pro
vocar la guerra, cuya supresión se pretende aquí conseguir.
PRIMER ARTÍCULO DEFINITIVO DE LA PAZ PERPETUA
  La constitución política debe de ser, en todo
                  Estado, republicana.
  La constitución cuyos fundamentos sean los.
tres siguientes: 1.", principio de la “ libertad” de
los miembros de una sociedad — como hombres — ;
2.', principio de la “ dependencia ” en que todos se
hallan de una única legislación común — como súb
ditos — ; 3.', principio de la “ igualdad” de todos
como ciudadanos — , es la única constitución que
nace de la idea del contrato originario, sobre el
cual ha de fundarse toda la legislación de un pue
blo . Semejante constitución es " republicana ” . ( 1) .
   (1) La libertad jurídica - externa, por tanto — no puede
definirse, como es costumbre, diciendo que es «la facultad
de hacer todo lo que se quiera, con tal de no perjudicar a
nadie) . En efecto, ¿ qué es la facultad ? Es la posibilidad
de una acción que no perjudique a nadie. Por lo tanto , ven
dría a ser la definición de la libertad la siguiente : «Liber
tad es la posibilidad de las acciones que no perjudican a na
die.) No se perjudica a nadie- hágase lo que se quiera —
cuando a nadie se perjudica. Todo esto, como se ve, es
mera tautología y juego de palabras. Hay que definir mi li
bertad exterior (jurídica) como la facultad de no obedecer a
 las leyes exteriores sino en tanto en cuanto he podido darles
mi consentimiento. Asimismo la igualdad exterior (jurídica )
en un Estado, consiste en una relación entre los ciudadanos,
 según la cual nadie puede imponer a otro una obligación ju .
 rídica , sin someterse él mismo también a la ley y poder ser,
 de la misma manera, obligado a su vez. El principio de la
 dependencia jurídica está implícito en el concepto de cons
  titución política y no necesita definición . El valor de estos
                                                23
Esta es, pues, en lo que al derecho se refiere, la
que sirve de base primitiva a todas las especies
de constituciones políticas. Puede preguntarse :
¿ es acaso también la única que conduce a la paz
perpetua ?
  La constitución republicana, además de la pu
reza de su origen , que brota de la clara fuente del
concepto de derecho, tiene la ventaja de ser la
más propicia para llegar al anhelado fin, la paz
perpetua.
   He aquí los motivos de ello. En la constitución
republicana, no puede por menos de ser necesa
rio el consentimiento de los cuidados para decla
rar la guerra . Nada más natural, por lo tanto,
que, ya que ellos han de sufrir los males de la
derechos innatos, necesariamente humanos e imprescriptibles,
queda confirmado y sublimado por el principio de las rela
ciones jurídicas de los hombres aun con seres superiores
- cuando piensa en ellos — ; el hombre, efectivamente, se re
presenta a sí mismo como ciudadano de un mundo suprasen
sible, fundado en esos mismos principios. En lo que a mi li
bertad se refiere, no tengo ninguna obligación con respecto a
las leyes divinas, cognoscibles por mi razón pura, sino en
cuant') que haya podido yo darles mi consentimiento; pues si
concibo la voluntad divina, es sólo por medio de la ley de li
bertad de mipropia razón. En lo que concierne al principio
 de la igualdad, referido a los más altos seres del universo
 que puedan concebirse, fuera de Dios, por ejemplo, esos
 @ ones que concibió el hereje Valentín como personificacio
 nes de las esencias del mundo , no existe fundamento al
 guno para que, cumpliendo yo mi deber en el puesto que me
 la sido asignado, como los eones cumplen el suyo, tenga yo
 la obligación de obedecer y ellos el derecho de mandar. El
 principio de la igualdad no tiene aplicación, como el de la
guerra - como son los combates, los gastos, la de
vastación , el peso abrumador de la deuda públi
ca , que trasciende a tiempos de paz , , lo pien
sen mucho y vacilen antes de decidirse a tan
arriesgado juego. En cambio, en una constitución
en la cual el súbdito no es ciudadano, en una cons
titución no republicana , la guerra es la cosa más
sencilla del mundo. El jefe del Estado no es un
conciudadano, sino un amo; y la guerra no per
turba en lo más mínimo su vida regalada, que
transcurre en banquetes, cazas y castillos placen
teros. La guerra, para él, es una especie de diver
 sión , y puede declararla , por levísimos motivos,
libertad, a mi comercio con Dios, porque Dios es el único
para quien no vale el concepto del deber.
    En lo concerniente al derecho de igualdad de los ciuda.
 danos, considerados, como súbditos, interesa ante todo la
 cuestión de la nobleza hereditaria ; y al proponérsela, cabe
preguntar si el rango que el Estado concede a unos sobre
otros ha de fundarse en el mérito o no. Es bien claro que si
 el rango y preeminencia va unido al nacimiento, resultan
muy problemáticos el mérito, la capacidad para el desempe
ño de un cargo y la fidelidad en las comisiones ; por lo tan
to, es como si se dieran los cargos y mandos sin atender al
mérito personal de los agraciados, y esto no lo sancionará ja
más la voluntad popular en el contrato primitivo , que es el
principio de todo derecho. No por ser noble tiene un hom
bre nobleza de carácter. Si llamamos nobleza civil a una
alta magistratura , a la que pueda llegarse exclusivamente
por los propios méritos, entonces el rango en ella no será
propiedad de la persona, sino del cargo. Esta nobleza civil
no será contraria a la igualdad, porque la persona, al aban
donar el cargo, perderá el rango y volverá a las filas del
 pueblo.
                                                  25
encargando luego al cuerpo diplomático — siempre
bien dispuesto — que cubra las apariencias y re
busque una justificación plausible.
  Para no confundir la constitución republicana
con la democrática — como suele acontecer , es
necesario observar lo siguiente. Las formas de un
Estado— " civitas” — pueden dividirse: o bien por
la diferencia de las personas que tienen el poder
 soberano, o bien por la manera como el sobera
nosea quien fuere- gobierna al pueblo . La pri
mera es propiamente forma de la soberanía
forma imperii — , y sólo tres son posibles, a sa
ber : que la soberanía la posea " uno“ o “ varios” o
" todos” los que constituyen la sociedad política,
esto es, " autocracia " , " aristocracia ”, “ democra
cia ” . La segunda es forma de gobierno - forma
regiminis - , y se refiere al modo cómo el Estado
 nace uso de la integridad de su poder ; ese modo
 está fundado en la constitución , acto de la volun
tad general, que convierte a una muchedumbre en
un pueblo . En este respecto sólo caben dos for
mas: la “ republicana ” o la " despótica ”. El “ repu
 blicanismo” es el principio político de la separa
ción del poder ejecutivo - gobierno - y del poder
legislativo ; el despotismo es el principio del go
bierno del Estado por leyes que el propio gober
 nante ha dado ; es, pues, la voluntad pública ma
 nejada y aplicada por el regente como voluntad
 privada. De las tres formas posibles del Estado,
26
es la democracia - en el estricto sentido de la pa
labra - necesariamente despotismo, porque funda
un poder ejecutivo en el que todos deciden sobre
uno, y hasta a veces contra uno — si no da su con
sentimiento — ; todos, por lo tanto, deciden, sin ser
en realidad todos; lo cual es una contradicción de
la voluntad general consigo misma y con la
libertad.
  Una forma de gobierno que no sea " representa
tiva” no es forma de gobierno, porque el legisla
dor no puede ser al mismo tiempo, en una y la
misma persona, ejecutor de su voluntad — como, en
un silogismo, la premisa mayor que expresa lo
universal no puede desempeñar al mismo tiempo
la función de la premisa menor - , que subsume
lo particular en lo universal. Y aun cuando las
otras dos constituciones son siempre defectuosas,
en el sentido de que dan lugar a una forma de go
bierno no representativa, sin embargo, es en ellas
posible la adopción de una forma de gobierno ade
cuada al " espíritu ” del sistema representativo ,
como, por ejemplo , cuando Federico II decía , aun
que fuese sólo un decir, “ que él era el primer ser
vidor del Estado” ( 1). En cambio es imposible en
  (1) Es frecuente vituperar los altos tratamientos que re
cibe el príncipe — ungido de Dios, administrador de la vo
luntad divina en la tierra y representante del Omnipoten
tem , considerándolos como burdos halagos, propios para en
loquecer de orgullo al monarca. Creo que tales críticas ca
recen de fundamento. Esos calificativos, lejos de excitar la
vanidad del príncipe, más bien deben deprimirla , en la in
timidad de su espíritu , si el príncipe es hombre de entendi
                                                     :    27
la constitución democrática , porque todos quieren
mandar. Puede decirse, por tanto, que cuanto más
escaso sea el personal gobernante - o número de
los que mandan - , cuanto mayor sea la represen
tación que ostentan los que gobiernan , tanto mejor
concordará la constitución del Estado con la po
sibilidad del republicanismo; y, en tal caso, pue
de esperarse que, mediante reformas sucesivas,
llegue a elevarse hasta él. Por los dichos motivos,
resulta más difícil en la aristocracia que en la
monarquía, e imposible de todo punto en la de
mocracia, conseguir llegar a la única constitución
jurídica perfecta , como no sea por medio de una
revolución violenta. Pero lo que más le importa al
pueblo es, sin comparación, la forma del gobier
no (1 ), mucho más que la forma del Estado - aun
miento - hay que suponerlo — y comprende que ocupa un car
 go demasiado grande y elevado para un hombre : el de ad
ministrar lo más sagrado que Dios ha puesto en el mundo, el
derecho de los hombres ; al verse tan próximo objeto de la
mirada de Dios, el príncipe deberá sentirse sin cesar atemo
 rizado .
    (1) Mallet du Pan , en su estilo pomposo , pero vacío ,
 afirma que, después de muchos años de experiencia, llegó
 por fin a convencesre de la verdad que encierra el dicho fa
moso del famoso Pope : «Disputen los tontos sobre cuál es
 el mejor gobierno ; el mejor gobierno es el que mejor ad
ministra.» Si esto quiere decir que el gobierno mejor admi
nistrador es el mejor admiristrado, puede replicarse, usando
la expresión de Swift, que Pope ha cascado una nuez y le
ha salido vana. Pero si se quiere decir que es la mejor for
ma de gobierno o constitución , entonces es falso de toda fal
sedad , porque los ejemplos de buen gobierno no prueban
nada acerca de la forma de gobierno. ¿ Quién ha gobernado
cuando ésta tiene gran importancia , por lo que
se refiere a su mayor o menor conformidad con
el fin republicano Si la forma de gobierno ha de
ser, por lo tanto , adecuada al concepto del dere
cho, deberá fundarse en el sistema representati
vo , único capaz de hacer posible una forma repu
blicana de gobierno; de otro modo, sea cual fuere
la constitución del Estado, el gobierno será siem
pre despótico y arbitrario. Ninguna de las anti
guas repúblicas — aunque así se llamaban - conoció
el sistema representativo y hubieron de derivar en
el despotismo, el cual, si se ejerce bajo la autori
dad de uno sólo, es el más tolerable de todos los
despotismos.
SEGUNDO ARTÍCULO DEFINITIVO DE LA PAZ PERPETUA
     El derecho de gentes debe fundarse en
       una federación de Estados libres.
   Los pueblos, como Estados que son , pueden
considerarse como individuos en estado de natu
raleza - es decir, independientes de toda ley ex
terna — , cuya convivencia, en ese estado natural,
es ya un perjuicio para todos y cada uno. Todo
mejor que un Tito o un Marco Aurelio ? Y , sin embargo, de
jaron por sucesores a Domiciano y a Cómodo. Esto no hu
biera podido suceder en una buena constitución , porque era
conocida de antemano la incapacidad de ambos para regir el
Estado, y tenía el príncipe soberano suficiente poder para
excluirlos del gobierno.
                                                 29
Estado puede y debe afirmar su propia seguridad,
requiriendo a los demás para que entren a formar
con él una especie de constitución, semejante a la
constitución política , que garantice el derecho de
cada uno. Esto sería una Sociedad de naciones, la
cual, sin embargo , no debería ser un Estado de
naciones . En ello habría, empero, una contradic
 ción ; todo Estado implica la relación de un supe
rior - el que legisla — con un inferior - el que obe
dece, el pueblo — ; muchos pueblos, reunidos en un
Estado, vendrían a ser un solo pueblo , lo cual
contradice la hipótesis; en efecto, hemos de con
siderar aquí el derecho de los pueblos, unos res
pecto de otros precisamente en cuanto que for
man diferentes Estados y no deben fundirse en
uno solo.
   Ahora bien , cuando vemos el apego que tienen
los salvajes a su libertad sin ley, prefiriendo la
continua lucha , mejor que someterse a una fuerza
legal constituída por ellos mismos ; prefiriendo
una libertad insensata a la libertad racional, los
miramos con desprecio profundo y consideramos
su conducta como bárbara incultura, como un bes
tial embrutecimiento de la humanidad ; del mismo
modo— debiera pensarse — están obligados los pue
blos civilizados, cada uno de los cuales constituye
un Estado, a salir cuanto antes de esa situación
infame. Lejos de eso, cifran los Estados su ma
jestad - pues hablar de la majestad del pueblo se
ría hacer uso de una expresión absurda - en no
someterse a ninguna presión legal exterior; y el
• Esplendor y brillo de los príncipes, consiste en te
 ner a sus órdenes, sin exponerse a ningún peli
 gro , miles de combatientes dispuestos a sacrifi
 carse ( 1) por una causa que en nada les interesa .
 La diferencia entre los salvajes de Europa y los
 de América , está principalmente en que muchas
 tribus americanas han sido devoradas por sus ene
 migos, mientras que los Estados europeos, en lu
 gar de comerse a los vencidos, hacen algo me
 jor : los incorporan al número de sus súbditos
 para tener más soldados con que hacer nuevas
 guerras.
   Si se considera la perversidad de la naturaleza
 humana, manifestada sin recato en las relaciones
 entre pueblos libres — contenida, en cambio , y ve
 lada en el estado civil y político por la coacción le
 gal del Gobierno — , es muy de admirar que la pa
 labra “derecho ” no haya sido aún expulsada de la
 política guerrera por pedante y arbitraria. Toda
 vía no se ha atrevido ningún Estado a sostener
 públicamente esta opinión . Acógense de continuo
 a Hugo Grocio , a Puffendorf, a Vattel y otros
  - ; triste consuelo !- , aun cuando esos códigos,
 compuestos en sentido filosófico o diplomático, no
 tienen ni pueden tener la menor fuerza legal, por
 que los Estados , como tales, no se hallan sumisos
 a ninguna común autoridad externa. Citan a esos
    (1) Un príncipe búlgaro , a quien el emperador griego
 proponía un combate singular para decidir cierta disensión
  habida entre ambos, contestó : (...que un herrero que tiene
  tenazas no coge el hierro ardiendo con sus propias manos) .
                                                 31
 juristas, sinceramente, para justificar una decla
ración de guerra ; y , sin embargo, no hay ejemplo
de que un Estado se haya conmovido ante el testi
monio de esos hombres ilustres y haya abandona
do sus propósitos. Con todo, el homenaje que tri
butan así los Estados al concepto del derecho- por
lo menos, de palabra — , demuestra que en el hombre
hay una muy importante tendencia al bien moral.
Esta tendencia , acaso dormida por el momento ,
aspira a sobrepujar al principio malo - que inne
gablemente existe , y permite esperar también en
los demás una victoria semejante. Si así no fuera,
no se les ocurriría nunca a los Estados hablar de
derecho, cuando se disponen a lanzarse a la gue
rra, a no ser por broma, como aquel príncipe
galo que decía : “ La ventaja que la naturaleza ha
dado al más fuerte, es que el más débil debe obe
decerle."
   La manera que tienen los Estados de procurar
su derecho, no puede ser nunca un proceso o plei
to, como los que se plantean ante los tribunales ;
ha de ser la guerra . Pero la guerra victoriosa no
decide el derecho, y el tratado de paz, si bien pone
término a las actuales hostilidades, no acaba con
el estado de guerra latente, pues caben siempre,
para reanudar la lucha, pretextos y motivos que
no pueden considerarse, sin más ni más, como in
 justos, puesto que en esa situación cada uno es
juez único de su propia causa. Por otra parte, si
para los individuos que viven en un estado anár
quico tiene vigencia y aplicación la máxima del
32
derecho natural, que les obliga a salir de ese es
tado, en cambio para los Estados, según el dere
cho de gentes, no tiene aplicación esa máxima.
Efectivamente, los Estados poseen ya una consti
tución jurídica interna, y, por lo tanto, no tienen
por qué someterse a la presión de otros que quie
ran reducirlos a una constitución común y más
amplia , conforme a sus conceptos del derecho. Sin
embargo , la razón , desde las alturas del máximo
poder moral legislador, se pronuncia contra la
guerra en modo absoluto, se niega a reconocer la
guerra como un proceso jurídico e impone en
cambio , como deber estricto, la paz entre los hom
bres; pero la paz no puede asentarse y afirmarse
como no sea mediante un pacto entre los pueblos.
Tiene, pues, que establecerse una federación de
tipo especial, que podría llamarse federación de
la paz - fædus pacificus- , la cual se distingui
ría del tratado de paz en que éste acaba con una
guerra y aquélla pone término a toda guerra. Esta
federación no se propone recabar ningún poder
del Estado, sino simplemente mantener y asegu
rar la libertad de un Estado en sí mismo, y tam
bién la de los demás Estados federados, sin que
éstos hayan de someterse por ello — como los indi
viduos en el estado de naturaleza - a leyes políti..
cas y a una coacción legal. La posibilidad de lle
var a cabo esta idea - su objetiva realidad - , de una
 federación que se extienda poco a poco a todos
los Estados y conduzca, en último término, a la
paz perpetua, es susceptible de exposición y des
                                                 33
arrollo. Si la fortuna consiente que un pueblo po
deroso e ilustrado se constituya en una república,
 que por natural tendencia ha de inclinarse hacia
la idea de paz perpetua , será ese pueblo un cen
tro de posible unión federativa de otros Estados,
que se juntarán con él para afirmar la paz entre
ellos, conforme a la idea del derecho de gentes, y
la federación irá poco a poco extendiéndose me
diante adhesiones semejantes, hasta comprender
en sí a todos los pueblos.
  Que un pueblo diga: “No quiero que haya gue
rra entre nosotros ; vamos a constituirnos en un
Estado; es decir, a someternos todos a un poder
supremo que legisle, gobierne y dirima en paz
nuestras diferencias” ; que un pueblo diga eso, re
pito, es cosa que se comprende bien . Pero que un
Estado diga: “No quiero que haya más guerra en
tre míy los demás Estados; pero no por eso voy a
reconocer un poder supremo, legislador, que ase
gure mi derecho y el de los demás”, es cosa que
no puede comprenderse en modo alguno. Pues ¿ so
bre qué va a fundarse la confianza en la seguridad
del propio derecho, como no sea sobre el sucedá
neo o substitutivo de la asociación política ; esto
es, sobre la libre federación de los pueblos? La
razón, efectivamente , une por necesidad ineludi
ble, la idea de la federación con el concepto del
derecho de gentes; sin esta unión , carecería el con
cepto del derecho de gentes de todo contenido pen
sable .
  Considerado el concepto del derecho de gentes
  LA PAZ PERPETUA
· 34
  como el de un derecho a la guerra, resulta en rea
  lidad inconcebible; porque habría de concebirse
  entonces como un derecho a determinar lo justo y
  lo injusto, no según leyes exteriores de valor uni
  versal, limitativas de la libertad de cada indivi
  duo, sino según máximas parciales, asentadas so
  bre la fuerza bruta . Sólo hay un modo de enten
  der ese derecho a la guerra , y es el siguiente: que
  es muy justo y legítimo que quienes piensan de
  ese modo se destrocen unos a otros y vayan a bus
  car la paz perpetua en el seno de la tierra, en la
  tumba, que con su manto fúnebre tapa y cubre los
  horrores y los causantes de la violencia. Para los
  Estados, en sus mutuas relaciones, no hay , en ra
  zón , ninguna otra manera de salir de la situación
  anárquica , origen de continuas guerras, que sacri
   ficar, como hacen los individuos, su salvaje liber
  tad sin freno y reducirse a públicas leyes coacti
  vas, constituyendo así un Estado de naciones — ci
  vitas gentium — que, aumentando sin cesar, lle
  gue por fin a contener en su seno todos los pue
  blos de la tierra . Pero si no quieren esto, por la
  idea que tienen del derecho de gentes; si lo que
  es exacto in thesi lo rechazan in hypothesi,
  entonces, para no perderlo todo, en lugar de la
  idea positiva de una república universal, puede
  acudirse al recurso negativo de una federación de
  pueblos que, mantenida y extendida sin cesar, evi
  te las guerras y ponga un freno a las tendencias
  perversas e injustas, aunque siempre con el peli
  gro constante de un estallido irreparable. Furor
                                                           35
impius intus fremit horridus ore cruento (1).”
Virgilio (2 ).
TERCER ARTICULO DEFINITIVO DE LA PAZ PERPETUA
   El derecho de ciudadanía mundial debe li
      mitarse a las condiciones de una uni
                  versal hospitalidad.
    Trátase aquí, como en el artículo anterior,no de
filantropía, sino de derecho. Significa hospitalidad,
 el derecho de un extranjero a no recibir un trato
hostil por el mero hecho de ser llegado al territo
rio de otro. Este puede rechazarlo si la repulsa no
ha de ser causa de la ruina del recién llegado;
   (1) Un furor impío hierve por dentro horrible en sus la
bios sangrientos.
   (2) Terminada una guerra, en el momento de concertar
la paz, sería muy conveniente que los pueblos, además de
una ceremonia o fiesta de acción de gracias, ofrecieran a Dios
un día de solemne penitencia, para impetrar del cielo perdón
por el grandísimo pecado que la humanidad comete , negán
dose los pueblos a entrar en una constitución legal con las
demás naciones y aferrándose en su orgullosa independencia
al uso de la barbarie militar - que no sirve, en realidad ,
para conseguir lo que se quiere ; esto es, la definición del
derecho de cada uno . Las fiestas de acción de gracias que
se celebran durante la guerra , con ocasión de una victoria ;
los himnos que se cantan al Señor de los ejércitos - dicho sea
en buen hebreo - , todo eso , forma un contraste no pequeño
con la idea moral del Padre de los hombres. Todo eso, su
pone una indiferencia total respecto del modo como cada
pueblo procura su derecho . Y esto, es ya bastante entriste
cedor. Añádase, además, el júbilo por haber aniquilado a
muchos hombres y deshecho muchas venturas.
 36
 pero mientras el extranjero se mantenga pacífico
 en su puesto, no será posible hostilizarle. No se
 trata aquí de un derecho, por el cual el recién lle
 gado, pueda exigir el trato de huésped — que para
 ello sería preciso un convenio especial benéfico
 que diera al extranjero la consideración y trato
de un amigo o convidado — , sino simplemente de
un derecho de visitante, que a todos los hombres
asiste : el derecho a presentarse en una sociedad.
Fúndase este derecho en la común posesión de la
 superficie de la tierra; los hombres no pueden di- .
seminarse hasta el infinito por el globo , cuya su
perficie es limitada, y , por lo tanto , deben tolerar
mutuamente su presencia , ya que originariamente,
nadie tiene mejor derecho que otro a estar en de
terminado lugar del planeta. Ciertas partes inha
bitables de la superficie terrestre, los mares, los
desiertos, dividen esa comunidad; sin embargo , el
"navío ” o el “ camello” - navío del desierto — , per
miten a los hombres acercarse unos a otros en
esas comarcas sin dueño y hacer uso, para un po
 sible tráfico , del derecho a la “ superficie” que
asiste a toda la especie humana en común. La in
hospitalidad de algunas costas-- verbigracia, las
barbarescas - , desde donde se roban los navíos
que navegan próximos o se esclaviza a los mari
nos que llegan de arribada; la inhospitalidad de
los desiertos— verbigracia , de los árabes beduí
nos - , que consideran la proximidad de tribus no
madas como un derecho a saquearlas, todo eso es
contrario al derecho natural. Pero el derecho de
                                                         37
hospitalidad, es decir, la facultad del recién lle
gado, se aplica sólo a las condiciones necesarias
para “ intentar” un tráfico con los habitantes. De
esa manera pueden muy bien comarcas lejanas en
trar en pacíficas relaciones, las cuales, si se con
vierten al fin en públicas y legales, llevarían quizá
a la raza humana a instaurar una constitución
cosmopolita .
   Si se considera , en cambio , la conducta “ inhos
pitalaria” que siguen los Estados civilizados de
nuestro continente, sobre todo los comerciantes,
espantan las injusticias que cometen cuando van
a " visitar” extraños pueblos y tierras. Visitar es
para ellos lo mismo que " conquistar”. América,
las tierras habitadas por los negros, las islas de
la especería, el Cabo, eran para ellos, cuando los
descubrieron , países que no pertenecían a nadie ;
con los naturales no contaban . En las Indias orien
tales — Hindostán - , bajo el pretexto de 'establecer
factorías comerciales, introdujeron los europeos
tropas extranjeras, oprimiendo así a los indígenas ;
encendieron grandes guerras entre los diferentes
Estados de aquellas regiones, ocasionaron hambre,
rebelión , perfidia ; en fin , todo el diluvio de males
que pueden afligir a la humanidad .
   La China ( 1) y el Japón , habiendo tenido prue
    (1) Para escribir el nombre de este gran imperio , con
 forme él mismo se nombra - esto es, China, y no Sina u otro
sonido parecido , bastará consultar el Alphab. Tibet, de
Georgius, págs. 651-654, nota b . Propiamente, según afirma
el prof. Fischer, de Petrogrado, no hay un nombre fijo que
38
bas de lo que son semejantes huéspedes, han pro
cedido sabiamente, poniendo grandes trabas a la
entrada de extranjeros en sus dominios. La China
les permite arribar a sus costas, pero no entrar
en el país mismo. El Japón admite solamente a los
holandeses, y aun éstos han de someterse a un
trato especial, como de prisioneros, que les exclu
ye de toda sociedad con los naturales del país. Lo
peor de todo esto - o, si se quiere, lo mejor, desde
el punto de vista moral- , es que las naciones ci
designe al imperio chino ; el más frecuente 'es la palabra
Kin , que significa oro que los tibetanos llaman Ser — ; por
eso el emperador es llamado rey del oro — de la más magní
fica tierra del mundo . Esa palabra , es posible que en el
imperio se pronuncie como Chin ; pero los misioneros italia
nos la habrán pronunciado Kin , a causa de la letra gutural.
De aquí se infiere entonces, que la que los romanos llamaban
tierra sérica o de los Seres, era China. El comercio de la
seda se hacía probablemente por el Tibet, Bokhara y Persia ,
todo lo cual da lugar a no pocas consideraciones acerca de
la antigüedad de ese extraordinario Estado, comparándolo
con el Hindostán y relacionándolo con el Tibet y el Japón.
En cambio , el nombre de Sina o Tschina, que sus vecinos
suelen dar a esas tierras, no sugiere nada. Quizá pudieran
explicarse también las antiquísimas, aunque nunca bien co
nocidas, relaciones de Europa con el Tibet, por lo que nos
refiere Hesychio del grito de los hierofantes en los misterios
de Eleusis. Este grito era, en letras griegas, xóve outco.E,
y en latinas, Konx ompax (véase Viaje del joven Anacarsis,
parte V , página 447 y siguientes). Ahora bien , según el
 Alfabeto tibetano de Georgius, la palabra Concioa significa
Dios, y esta palabra tiene una gran semejanza con la de
Konx ; la palabra pah -cio significa el que promulga la ley, la
divinidad repartida por el mundo, también llamada Cencresi
  - página 177 – . Adviertase que los griegos pronunciarían
                                              39
vilizadas no sacan ningún provecho de esos exce
sos que cometen ; las sociedades comerciales están
a punto de quebrar; las islas del azúcar - las An
tillas- , donde se ejerce la más cruel esclavitud,
no dan verdaderas ganancias, a no ser de un
modo muy indirecto y en sentido no muy reco
mendable , sirviendo para la educación de los ma
 rinos, que pasan luego a la Armada; es decir,
para el fomento de la guerra en Europa . Y esto
lo hacen naciones que alardean de devotas y que,
esa voz pah- cio como pax. Por último, om , que La Croze
traduce por benedictus, bendito, no puede querer decir otra
cosa que bienaventurado, aplicando este epíteto a la divini
dad - página 507 — . Ahora bien, el P . Francisco Horatio
afirma que, habiendo preguntado muchas veces a los Lamas
tibetanos qué entendían por Dios- Concioa – , obtuvo siem
pre la respuesta siguiente : «Es la reunión de todos los san
tos.) La teoría de la metempsícosis de los Lamas sostiene que
las almas, tras muchas migraciones por toda clase de cuer
pos, vienen por fin a bienaventurada unión en la divinidad y
se tornan en Burchane; es decir, seres dignos de ser adora
dos - pág. 223 . De todo lo cual puede inferirse que aque
llas misteriosas voces eleusinas Konx ompax significan : la di
vinidad , Konx ; bienaventurada, om , y sapientísima, pax, o
sea el Supremo Ser extendido dondequiera por el mundo, la
naturaleza personificada. En los misterios helénicos puede ha
ber sido esto un símbolo o signo del monoteísmo de los
 epoptas— inspectores sacerdotes de los misterios eleusi
nos , en oposición al politeísmo del pueblo. Sin embargo,
el P . Horatio sospecha aquí algo de ateísmo. En suma, el
 traslado a Grecia de esa misteriosa palabra se explicaría ad
mitiendo las relaciones ya dichas ; y recíprocamente, resulta
muy probable que haya habido muy tempranas relaciones en
tre la China y Europa por el Tibet, quizá antes que entre la
India y Europa .
40
anegadas en iniquidades, quieren pasar plaza de
elegidas en achaques de ortodoxia .
  La comunidad — más o menos estrecha - que ha
ido estableciéndose entre todos los pueblos de la
tierra, ha llegado ya hasta el punto de que una
violación del derecho, cometida en un sitio , reper
cute en todos los demás ; de aquí se infiere
que la idea de un derecho de ciudadanía mun
dial no es una fantasía jurídica , sino un com
plemento necesario del Código no escrito del de
recho político y de gentes, que, de ese modo, se
eleva a la categoría de derecho público de la hu
manidad y favorece la paz perpetua, siendo la
condición necesaria para que pueda abrigarse
la esperanza de una continua aproximación
al estado pacífico.
              SUPLEMENTO PRIMERO
      De la garantía de la paz perpetua .
  La garantía de la paz perpetua la hallamos
nada menos que en ese gran artista llamado na
turaleza — natura dædala rerum — En su cur.
so mecánico se advierte visiblemente un finalismo,
que introduce en las disensiones humanas, aun
contra la voluntad del hombre, armonías y con
cordia . A esa fuerza componedora la llamamos
unas veces " azar" , si la consideramos como el re
sultado de causas cuyas leyes de acción descono
                                                    .     41
cemos; otras veces “ providencia ” (1) , si nos fija
mos en la finalidad que ostenta en el curso del
mundo, como profunda sabiduría de una causa su
prema, dirigida a realizar el fin último objetivo
de la humanidad , predeterminando la marcha del
   (1) En el mecanismo de la Naturaleza, al cual perte
nece el hombre- como ser sensible - , maniféstase una for
ma, que sirve de fundamento a su existencia y que no pode
mos concebir, como no sea suponiéndola conforme a un fin ,
 predeterminado por el Creador del universo . Esa previa de
terminación llamámosla providentia divina en general. La
providencia , considerada al comienzo del mundo, llámase
fundadora — providentia conditrix ; semel jussit, semper pa
ret. Agustín. - ; considerada en el curso de la Naturaleza ,
como el poder que conserva la Naturaleza, según leyes uni
versales de finalidad , llámase providencia gobernante ; con
siderada en relación con fines particulares, aunque imprevi
 sibles para el hombre y cognoscibles sólo por el éxito, llá
mase providencia directora ; en fin , con respecto a algunos
sucesos aislados, estimados como fines de Dios, la providen
 cia recibe otro nombre : el de dirección extraordinaria , Fue
 ra loco descomedimento del hombre el querer conocerla y
 penetrarla - pues, en realidad, refiérese a milagros, aunque
 esos sucesos no reciben tal nombre , y es absurdo inferir,
 de un suceso aislado, un principio particular de la causa
 eficiente, según el cual ese suceso es un fin y no sólo una
 consecuencia mecánica episódica de otro fin distinto, desco
 nocido para nosotros. Semejante ingerencia, además de ab
 surda es prueba de un orgullo desmedido, por muy humilde
 que sea la forma de expresión en que se manifieste. Asimis
mo la división de la providencia — materialmente considera
 da - en universal y particular, según los objetos del univer
  so a que se refiere, es falsa y contradictoria , como, por
 ejemplo, si decimos que cuida de la conservación de las
 especies y abandona los individuos al azar ; porque precisa
 mente se llama universal, pensando en que nada ni nadie
 está excluído de su previsión. Probablemente se ha querido
42
Universo. No podemos ciertamente conocerla , en
puridad , por esos artificios de la naturaleza, ni si
quiera inferirla de ellos; pero podemos y debemos
pensarla en ellos - como en toda referencia de la
forma de las cosas a fines en general - , para for
mar concepto de su posibilidad, por analogía con
los actos del arte humano. La representación de
su relación y concordancia con el fin cue nos pres
cribe inmediatamente la razón el fin moral— , es
una idea que, en sentido teórico, es trascendente ;
pero, en sentido práctico — por ejemplo , con res
pecto al concepto del deber de la paz perpetua ,
para utilizar en su favor el mecanismo de la na
aquí dividir la providencia - considerada formalmente , se
gún el modo de realizar sus propósitos , y entones la divi
sión será la siguiente : providencia ordinaria - por ejemplo ,
la muerte y la resurrección anual de la naturaleza en las
estaciones y providencia extraordinaria – , por ejemplo ,
 que las corrientes marinas conduzcan troncos de árboles a
los países helados, cuyos habitantes no podrían vivir sin esa
madera — . En los casos de providencia extraordinaria, po
demos explicar muy bien las causas físico-mecánicas de los
fenómenos aludidos— por ejemplo, que los ríos de los paí
 ses templados llevan al mar los troncos de árboles caídos
y el Golf-Stream los transporta a las regiones heladas .
Pero, no obstante, no debemos prescindir de la explicación
teológica, que supone la providencia de una sabiduría, su
prema dominadora del mundo. Lo que sí debe desaparecer
es ese concepto , tan usado en las escuelas, de una colabo
ración o concurso divino en los fenómenos del mundo sen
sible. Pues, en primer lugar, es contradictorio emparejar
lo desigual - gryphes jungere equis— y añadir, a la que es
ya causa perfecta de las alteraciones del mundo, una espe
cial providencia determinante, que implicaría imperfección
                                                         43
turaleza — , es dogmática y bien fundada en su
realidad. El uso de la palabra “ naturaleza ", tra
tándose, como aquí se trata, de teoría y no de re
ligión, es más propio de la limitación de la ra
zón humana — que ha demantenerse dentro de los
límites de la experiencia posible, en lo que se re
fiere a la relación de los efectos con las causas - ,
Es también más modesto y humilde que el otro
término de " providencia ". ¡Cómo si pudiéramos
nosotros conocerla y sondearla, orgullosos, o acer
carnos en raudo vuelo al arcano de sus impenetra
bles designios!
   Antes de determinar con precisión esa garan
en la primera, como sucede, por ejemplo, cuando se dice
que Dios concurre con el médico a curar al enfermo. Cau
sa solitaria non juvat. Dios ha creado al médico y las me
dicinas y los tratamientos de las enfermedades y , si retro
cedemos hasta el fundamento primero y supremo, teóricamen
te inconcebible, habrá que atribuir a Dios todo el efecto .
Pero también se podrá atribuir al médico todo el efecto, si
consideramos la curación como fenómeno explicable en el
orden concatenado de las causas naturales. En segundo
lugar, hay que considerar que esa teoría del concurso divino
haría imposible toda determinación en principios de los jui
cios de un efecto cualquiera . Ahora bien , en sentido moral,
referido todo él a lo suprasensible, en la fe, por ejemplo ,
de que Dios ha de remediar la imperfección de la justicia
terrena, por medios que no concebimos, siendo obligación
nuestra perseverar en el bien, en tal sentido, el concepto
del concurso divino no sólo es conveniente, sino necesario.
Pero , naturalmente , nadie debe intentar explicar de esa
manera una buena acción , considerada como un suceso en
el mundo ; esto sería absurdo, porque supondría un conoci
miento teórico de lo suprasensible, que no podemos tener.
44
tía que la naturaleza ofrece, será necesario que
examinemos primero la situación en que la natu
raleza ha colocado a las personas que figuran en
su teatro, situación que requiere una paz firme
mente asentada. Luego veremos la manera cómo
realiza esa garantía de paz perpetua .
     Las disposiciones provisionales de la naturale
za consisten :
  Primera : ella ha cuidado de que los hombres
puedan vivir en todas las partes del mundo; se
gunda : los ha distribuído, por medio de la guerra ,
en todas las comarcas, aun las más inhospitala
rias, para que las pueblen y habiten , y tercera :
por medio de la guerra misma, ha obligado a los
hombres a entrar en relaciones mutuas más o me
nos legales.
  En las heladas costas de los mares del Norte
crece el musgo que el reno busca bajo la nieve,
y el reno , a su vez , sirve de alimento y de vehícu
lo para los naturales de esas regiones frías. En
los desiertos de arena vive el camello, que parece
creado expresamente para facilitar la marcha por
las sendas interminables. Todo esto es ya de suyo
maravilloso . Pero aún más claro luce el finalismo
de la naturaleza, cuando se considera que en las
costas heladas del Norte viven animales cubiertos
de espesas pieles y hay focas, caballos marinos y
ballenas, que proporcionan con su carne, alimento ,
y con su grasa, fuego, a los habitantes de aquellos
países. Y donde las precauciones de la naturaleza
despiertan más grande admiración , es en ese cau
                                                           45
dal de maderas que, sin que se sepa de dónde,
lleva el mar a aquellas regiones sin flora, y que
sirve a los naturales para fabricarse armas y
vehículos y para construirse habitaciones. Ocupa
dos en luchar contra los animales, viven en paz
allí los hombres
   La guerra ha sido, probablemente, la que los
ha llevado a refugiarse en esas apartadas co
marcas. El caballo es el primero de todos los ani
males que el hombre ha llegado a domesticar y
 a educar para la guerra , en los tiempos en que la
tierra empezaba a poblarse; pues el elefante es de
seguro posterior, y pertenece a una época en que
hay ya Estados establecidos y lujo en las cos
tumbres. En cambio, el arte de aprovechar ciertas
plantas cereales, cuya primitiva constitución ya
no conocemos, y asimismo el de reproducir y me
jorar los frutales, transplantándolos e injertándo
lcs - acaso no había en Europa más que dos es
pecies: el manzano y el peral - , nacieron indu
dablemente en una época ya más avanzada, cuan
do existían Estados organizados y la propiedad
estaba garantida. Para esto, tuvo que salir el hom
bre de su primitivo estado de libertad absoluta
sin ley y variar de género de vida , abandonando
la caza (1 ), la pesca y el pastoreo para dedicarse
   (1) De todos los géneros de vida es la caza, sin duda,
 el más contrario a una constitución civil, porque las familias
se aislan , se vuelven extrañas unas a otras, se diseminan
por grandes bosques y acaban por hacerse enemigas, ya que
 cada una necesita mucho espacio de terreno para buscarse
46
a la agricultura ; descubrió la sal y el hierro, que
fueron probablemente los artículos más codiciados
 y buscados, organizándose así un tráfico comer
cial entre diferentes pueblos, que hubo de tener
por consecuencia el mantenimiento de relaciones
pacíficas entre ellos y aun con otros más apar
tados.
     Habiendo la naturaleza cuidado de que los hom
bres “puedan” vivir en cualquier parte de la tie
rra, ha querido también , con despótica voluntad,
que efectivamente " deban " vivir en todas partes,
aun contrari ndo su inclinación . Este deber no
implica ciertamente una obligación moral; pero la
naturaleza , para conseguir su propósito, ha ele
gido un medio : la guerra. Así vemos que algunos
pueblos tienen la misma lengua , y, por tanto , de
ben tener también un origen común, y, sin em
bargo, viven separados por grandes extensiones
de terreno, como, por ejemplo, los Samoyedos, en
los mares glaciales, y otro pueblo, de lengua se
mejante, establecido en las montañas de Altai.
Entre ambos vive un tercer pueblo , de raza mon
gólica , pueblo de jinetes y, por tanto, guerrero, que
alimentos y vestidos. La prohibición pública de verter san
gre (1. M . IX . 4 -6 ), mantenida en muchas ocasiones, y que
 los cristianos-judíos ponían como condición para admitir a
los paganos en comunidad cristiana — aunque con sentido di- .
ferente , no parece haber sido otra cosa, en su origen ,
que la prohibición de dedicarse a la caza, como modo per
manente de vivir. Al cazador le ocurría frecuentemente
tener que comerse la carne cruda ; prohibir esto último equi
 vale, por tanto, a prohibir la caza.
                                               - 47
 debió invadir la comarca y empujar una parte de
 los habitantes hacia las inhospitalarias regiones
 heladas, adonde de seguro no hubieran ido por
 propia inclinación (1). De igual modo los Lapo
 nes, que viven en las comarcas más septentriona
  les de Europa, tienen una lengua muy parecida a
  la de los Húngaros, de quienes fueron separados
  por Godos y Sármatas invasores. ¿ Qué motivos,
  si no la guerra , pueden haber empujado a los Es
 quimales - raza totalmente distinta de las ameri
 canas y probablemente oriunda de un antiquísimo
 pueblo nómada europeo — , a establecerse en el Nor
  te de América y a los Pescadores en el Sur, hasta
  la tierra de Fuego ? La naturaleza utiliza la gue
  rra como un medio para poblar la tierra entera.
  La guerra, a su vez, no necesita mctivos e impul
  sos especiales, pues parece injertada en la natu
  raleza humana y considerada por el hombre como
  algo noble, que le anima y entusiasma por el ho
 nor, sin necesidad de intereses egoístas que le
     (1) Podría preguntarse : si la naturaleza ha querido que
  esas regiones heladas no permanezcan desiertas, ¿ qué será
  de los que las habitan, cuando llegue un día en que las
  corrientes marinas no lleven madera a aquellas costas ? En
  efecto, ha de ocurrir que, con el progreso de la civiliza
  ción , los habitantes de las regiones templadas aprovechen
 la madera de los árboles, que crecen en las riberas de sus
· ríos y no los dejan ir arrastrados por la corriente . Yo con
  testo : los habitantes de las márgenes del Obi, del Jenisei,
  del Lena, etc..., comerciarán con sus maderas y las darán
  a cambio de los productos animales, tan abundantes en
  las costas de los mares del Norte ; cuando la naturaleza
 haya instituído entre ellos una paz duradera .
muevan. El coraje guerrero ha sido estimado
tanto por los salvajes americanos como por los
europeos del tiempo de la andante caballería,
cual un valor máximo e inmediato , no sólo en
tiempos de guerra - que sería disculpable - , sino
en tiempos de paz, como acicate para que haya
guerra . Se han hecho guerras con el exclusivo ob
jeto de mostrar ese valor. Se ha dado a la guerra
misma una interior dignidad, y hasta ha habido
filósofos que la han encomiado como una honra de
la humanidad , olvidando el dicho de aquel griego :
“ La guerra es mala , porque hace más hombres
malos que los que mata .” Basta lo dicho acerca
de lo que hace la naturaleza para conseguir su fin
propio, considerando a la humanidad como una es
pecie animal.
   Ahora se trata de examinar lo más esencial res
pecto a la cuestión de la paz perpetua . ¿ Qué hace
la naturaleza para conseguir el fin que la razón
humana impone, como obligación moral, al hom
bre ? ; esto es, ¿ qué hace para favorecer su pro
pósito de moralidad ? ¿ Qué garantías da la na
turaleza de que aquello que el hombre " debiera " ,
hacer, pero no hace, según leyes de la libertad , lo
hará seguramente por coacción de la naturaleza ,
dejando intacta la libertad y lo hará en las tres re
laciones del derecho público: derecho político , de
recho de gentes y derecho de ciudadanía mun
dial? Cuando yo digo que la naturaleza “ quiere"
que esto o lo otro suceda, no entiendo que la na
turaleza nos impone la obligación de hacerlo
                                                      49
pues tal obligación sólo puede partir de la razón
práctica, libre de toda coacción — ; entiendo que
lo hace la naturaleza misma, queramos o no los
hombres-- fata volentem           ducunt, nolentem   tra
hunt (1 ).
  1.° Aun cuando un pueblo no quisiera reducir
se al imperio de leyes públicas, para evitar las
discordias interiores, tendría que hacerlo , porque
la guerra exterior le obligaría a ello. Todo pue
blo , en efecto , según la disposición general orde
nada por la naturaleza, tiene pueblos vecinos que
le acosan , y para defenderse de ellos ha de orga
nizarse como potencia ; es decir, ha de convertirse
interiormente en un Estado . Ahora bien , la cons .
titución republicana es la única perfectamente
adecuada al derecho de los hombres; pero es muy
difícil de establecer, y más aún de conservar, has
ta el punto de que muchos afirman que la repú
blica es un Estado de ángeles, y que los hombres,
con sus tendencias egoístas, son incapaces de vi
vir en una constitución de forma tan sublime. Pero
la naturaleza viene en ayuda de la voluntad ge
neral, fundada en la razón , de esa voluntad tan
honrada y enaltecida en teoría , como incapaz y
débil en la práctica. Y la ayuda que le presta la
naturaleza, consiste precisamente en aprovechar
 esas tendencias egoístas; de suerte que sólo de
una buena organización del Estado dependerá — y
       _ '
   (1) El destino conduce a quien se some'e y arrastra a
quien se resiste.— (N . del T.)
  LA PAZ PERPETUA
50
 ello está siempre en la mano del hombre el que
las fuerzas de esas tendencias malas, choquen en
 contradas y contengan o detengan mutuamente
sus destructores efectos. El resultado, para la ra
zón , es el mismo que si esas tendencias no exis
tieran , y el hombre, aun siendo moralmente malo,
queda obligado a ser un buen ciudadano. El pro
blema del establecimiento de un Estado tiene
siempre solución , por muy extraño que parezca ,
aun cuando se trate de un pueblo de demonios;
basta con que éstos posean entendimiento . El pro
blema es el siguiente : " He aquí una muchedumbre
 de seres racionales que desean , todos, leyes uni
versales para su propia conservación , aun cuando
cada uno de ellos, en su interior, se inclina siem
pre a eludir la ley . Se trata de ordenar su vida
en una constitución , de tal suerte que, aunque sus
sentimientos íntimos sean opuestos y hostiles unos
a otros, queden contenidos, y el resultado público
de la conducta de esos seres sea el mismo exac
tamente que si no tuvieran malos instintos.” Este
problema tiene que tener solución . Pues no se
trata de la mejora moral del hombre, sino del me
canismo de la naturaleza, y el problema es ave
riguar cómo se ha de utilizar ese mecanismo na
tural en el hombre, para disponer las contrarias y
hostiles inclinaciones, de tal manera , que todos
los individuos se sientan obligados por fuerza a
someterse a las leyes y tengan que vivir por
fuerza en pacíficas relaciones, obedeciendo a las
leyes. Puede observarse esto en los actuales Es
.
tados, imperfectamente organizados aún ; los hom
bres se aproximan, en su conducta externa , a lo
prescrito por la idea del derecho, y, sin embargo,
no es seguramente la moralidad la causa de esa
conducta, como asimismo la moralidad interior, no
es seguramente la que ha de producir una buena
constitución , sino más bien ésta la que podrá con
tribuir a educar moralmente a un pueblo. El me
canismo, pues, de la naturaleza, las inclinaciones
egoístas que en modo natural se oponen unas a
otras y se hostilizan exteriormente , son el medio
de que la razón puede valerse para conseguir su
fin propio , el precepto jurídico y, por ende, para
fomentar y garantir la paz interior y exterior.
Esto significa que la naturaleza quiere a toda
costa que el derecho conserve al fin la suprema
cía . Lo que en este punto no haga el hombre, lo
hará ella ; pero a costa de mayores dolores y mo
lestias. “Si doblas la caña, se romperá ; quien mu
cho quiere, no quiere nada.” (Bouterweck.) :
  2.° La idea del derecho de gentes, presupone la
separación de numerosos Estados vecinos, inde
pendientes unos de otros. Esta situación es en sí
misma bélica , a no ser que haya entre las nacio
nes una unión federativa que impida la ruptura
de hostilidades. Sin embargo, esta división en Es
 tados independientes es más conforme a la idea
de la razón que la anexión de todos por una po
tencia vencedora , que se convierta en monarquía
 universal. En efecto , las leyes pierden eficacia
 cuando el gobierno se va extendiendo a más am
52
plios territorios; y un despotismo sin alma, ani
quila primero todos los gérmenes del bien , y aca
ba por último en la anarquía . Sin embargo, es el
deseo de todo Estado - o de su príncipe - alcanzar
la paz perpetua , conquistando al mundo entero .
Pero la naturaleza “ quiere" otra cosa . Se sirve
de dos medios para evitar la confusión de los pue
blos y mantenerlos separados: la diferencia de los
idiomas y de las relig 'ones ( 1 ). Estas diferen
cias encierran siempre en su seno un germen de
odio y un pretexto de guerras, pero con el aumen
to de la cultura y la paulatina aproximación de
los hombres, unidos por principios comunes, con
ducen a inteligencias de paz, que no se fundan y
afirman, como el despotismo, en el cementerio de
la libertad y en el quebrantamiento de las ener
gías, sino en un equilibrio de las fuerzas activas,
luchando en noble competencia .
  3.       Así como la naturaleza , sabiamente, ha se
parado los pueblos, que la voluntad de cada Esta
do, fundándose en el derecho de gentes, quisiera
     (1) Diferencia de religión ; igué expresión tan extra
ña ! Es como si se hablase de diferentes morales . Puede
haber diferentes especies de creencias, no en la religión ,
sino en la historia de los medios empleados para fomentar
la religión , pertenecientes al campo de la erudición ; puede
haber diferentes libros de religion - Zendavesta, Vedas, Co .
ran , etc. - ; pero no puede haber más que una única re
ligión, valedera para todos los hombres y todos los pue
blos. Las creencias especiales son sólo vehículos de la
religión , contingentes y diversos, según los tiempos y los
lugares.
                                                   53
unir bajo su dominio por la fuerza o la astucia ,
así también la misma naturaleza junta a los pue
blos. El concepto del derecho mundial de ciudada
ría , no los protege contra la agresión y la guerra ,
pero la mutua conveniencia y provecho los aproxi
ma y une. El espíritu comercial, incompatible con
la guerra , se apodera tarde o temprano de los pue
blos. De todos los poderes subordinados a la fuer
za del Estado, es el poder del dinero el que inspira
más confianza, y por eso los Estados se ven obli
gados - no ciertamente por motivos morales — a fo
mentar la paz, y cuando la guerra inminente ame
raza al mundo, procuran evitarla con arreglos y
componendas, como si estuviesen en constante
alianza para ese fin pacífico. Las grandes federa
ciones de Estados formadas expresamente para la
guerra , ni pueden durąr mucho, por su naturaleza
nisma, ni, menos aún , tienen éxito favorable. — De
esta suerte , la naturaleza garantiza la paz perpe
tua, utilizando en su provecho el mecanismo de las
inclinaciones humanas. Desde luego esa garantía
no es bastante para poder vaticinar con teórica se
guridad el porvenir ; pero , en sentido práctico , mo
ral, es suficiente para obligarnos a trabajar todos
por conseguir ese fin , que no es una mera ilusión .
               SUPLEMENTO SEGUNDO
    Un artículo secreto de la paz perpetua .
  Un artículo secreto en las negociaciones del de
recho público es, objetivamente, es decir, conside
54
rado en su contenido, una contradicción ; pero sub
jetivamente, estimado según la calidad de la per
sona que lo dicta, puede admitirse, pues cabe pen
sar que esa persona no cree conveniente para su
dignidad manifestarse públicamente autora del ci
tado artículo .
   El único artículo de esta especie va incluso en
la siguiente proposición : " Las máximas de los filó
sofos sobre las condiciones de la posibilidad de la
paz pública, deberán ser tenidas en cuenta y estu
diadas por los Estados apercibidos para la guerra ."
  Para la autoridad legisladora de un Estado, en
quien naturalmente hay que suponer la más hon
da sabiduría , parece deprimente el tener que bus
car enseñanzas en algunos de sus súbditos - los
filósofos - antes de decidir los principios según los
 cuales va a determinar su conducta frente o otros
Estados. Sin embargo, convendría mucho que así
lo hiciera . El Estado, pues, requerirá tácitamente
 — en secreto - a los filósofos, lo cual significa que
les dejará expresarse libre y públicamente sobre
 las máximas generales de la guerra y de la paz .
 Los filósofos hablarán espontáneamente, si no se
 les prohibe hacerlo . Sobre este punto no necesitan
 los Estados ponerse previamente de acuerdo ; coin
 cidirán todos, porque esta coincidencia yace en la
 obligación misma que nos impone la razón moral
 legisladora . No quiero decir que el Estado deba
 dar la preferencia a los principios del filósofo, so
 bre las sentencias del jurista — representante de la
 potestad pública , sino sólo que debe oirlos. El
                                                  55
jurisconsulto que ha elegido como símbolo la ba
lanza del derecho y la espada de la justicia, suele
usar la espada , no sólo para apartar de la balanza
todo influjo extraño que pueda perturbar su equi
librio, sino a veces también para echarla en uno
de los platillos — væ victis , El jurista , que no
es filósofo al mismo tiempo — ni en cuanto a la mo
ralidad - , siente una irresistible inclinación muy
propia de su empleo a aplicar las leyes vigentes,
sin investigar si estas leyes no serían acaso sus
ceptibles de algún perfeccionamiento ; y porque
este rango, en realidad, inferior de su facultad, va
acompañado de la fuerza , estímala por superior.
La facultad de filosofía está muy por debajo de
las fuerzas unidas de las otras. Dícese, por ejem
plo , de la filosofía que és la sirvienta de la teolo
gía — y lo mismo de las otras dos — . Pero no se
aclara bien si su servicio consiste “ en preceder a
su señora, llevando la antorcha , o en seguirla, re
cogiéndole la cola ”. .
  No hay que esperar ni que los reyes se hagan
filósofos, ni que los filósofos sean reyes . Tam
poco hay que desearlo ; la posesión de la fuer
za perjudica inevitablemente al libre ejercicio
de la razón . Pero si los reyes o los pueblos prín
 cipes — pueblos que se rigen por leyes de igual
dad , no permiten que la clase de los filósofos
desaparezca o enmudezca ; si les dejan hablar
públicamente, obtendrán en el estudio de sus
asuntos unas aclaraciones y precisiones de las.
que no se puede prescindir. Los filósofos son
56
por naturaleza inaptos para banderías y propa
gandas de club ; no son , por tanto , sospechosos
de proselitismo.
                     APENDICE
Sobre el desacuerdo que hay entre la moral y la
     política con respecto a la paz perpetua.
  La moral es una práctica, en sentido objeti
vo; es el conjunto de las leyes, obligatorias sin
condición, según las cuales " debemos” obrar. Ha
biendo, pues, concedido al concepto del deber su
plena autoridad , resulta manifiestamente absur
do decir luego, que no se “ puede” hacer lo que
 él manda. En efecto; el concepto del deber se ven
dría abajo , por sí mismo, ya que nadie está obli
gado a lo imposible— ultra posse nemo obliga
tur - Nº puede haber , por tanto , disputa entre
la política , como aplicación de la doctrina del de
recho, y la moral, que es la teoría de esa doctrina ;
no puede haber lisputa entre la práctica y la teo
ría. A no ser que por moral se entienda una doc
trina general de la prudencia , es decir, una teo
ría de las máximas convenientes para discernir los
medios más propios de realizar cada cual sus pro
pósitos interesados ; y esto equivaldría a negar
toda moral.
 · La política dice : “ Sed astutos como la serpien
te”. La moral añade esta condición limitativa : “ y
                                                 57
cándidos, como la inocente paloma” . Si ambos con
sejos no pudiesen entrar en un mismo precepto ,
existiría realmente una oposición entre la polí
tica y la moral; pero si ambos deben ir unigos
absolutamente, será absurdo el concepto de la
oposición ; y la cuestión de cómo se ha de resol
ver el conflicto no podrá ni plantearse siquiera
como problema. La proposición siguiente: “ La me
jor política es la honradez " ; encierra una teoría
mil veces ¡ay ! contradicha por la práctica. Pero
esta otra proposición, igualmente teórica : “ La
honradez vale más que toda política ” , está infini
tamente por encima de cualquier objeción y aun
es la condición ineludible de aquélia . El Dios-tér
mino de la moral no se inclina ante Júpiter, Dios
término de la fuerza . Júpiter se halla sometido
al Destino, es decir, que la razón no tiene la su
ficiente penetración para conocer totalmente la
serie de las causas antecedentes y determinan
tes, que podrían permitir una segura previsión
del éxito favorable o adverso, que ha de rematar
las acciones u omisiones de los hombres, según
el mecanismo de la naturaleza . Puede la razón es
perar y desear obtener ese conocimiento completo ;
pero no lo consigue. En cambio , lo que haya que
hacer para mantenerse en la línea recta del deber,
por reglas de la sabiduría , conócelo la razón muy
bien y dícelo muy claramente y mantiénelo como
fin último de la vida .
  Ahora bien ; el práctico , para quien la moral.
es una mera teoría, nos arrebata cruelmente la
58
consoladora esperanza que nos anima, sin perjui
cio de convenir en que debe y aun puede realizar
se. Fúndase para ello en la afirmación de que la
naturaleza humana es tal, que jamás el hombre
" querrá" poner los medios precisos para conseguir
el propósito de la paz perpetua. No basta para
ello , en efecto , que la voluntad individual de to
dos los hombres sea favorable a una constitución
legal, según principios de libertad ; no basta la
unidad “distributiva” de la voluntad de todos.
Hace falta además, para resolver tan difícil pro
blema, la unidad “ colectiva ” de la voluntad ge
neral; hace falta que todos juntos quieran ese
estado, para que se instituya una unidad total
de la sociedad civil. Por lo tanto , sobre las dife
rentes voluntades particulares de todos, es nece
saria, además, una causa que las una, para cons
tituir la voluntad general, y esa causa unitaria
no puede ser ninguna de las voluntades particu
lares. De donde resulta que, en la realización de
esa idea — en la práctica - , el estado legal ha de
empezar por la violencia, sobre cuya coacción se
funda después el derecho público . Además, no es
 posible contar con la conciencia moral del legis
 lador y creer que éste, después de haber reunido
 en un pueblo a la salvaje multitud, va a dejarle
 el cuidado de instituir una constitución jurídica
 conforme a la voluntad común . Todo esto nos
permite vaticinar con seguridad que entre la idea
o teoría y la realidad o experiencia habrá no
 tables diferencias. .
                                             59
  Pero prosigue el hombre práctico diciendo : el
que tiene el poder en sus manos no se dejará im
poner leyes por el pueblo. Un Estado, que ha
llegado a establecerse independiente de toda ley
exterior, no se someterá a ningún juez ajeno,
cuando se trate de definir su derecho frente a los
demás Estados. Y si una parte del mundo se sien
te más poderosa que otra, aunque ésta no le sea
enemiga ni oponga. obstáculo alguno a su vida ,
la primera no dejará de robustecer su poderío a
costa de la segunda , dominándola o expoliándola .
Todos los planes que la teoría invente para ins
tituir un derecho político, de gentes o de ciuda
danía mundial, se evaporan en ideales vacuos.
En cambio la práctica, fundada en los principios
empíricos de la naturaleza humana, no se siente
rebajada ni humillada , si busca enseñanzas para
sus máximas, en el estudio de lo que sucede en el
mundo; y sólo así puede llegarse a asentar los
sólidos cimientos de la prudencia política .
  Desde luego, si no hay libertad, ni ley moral
fundada en la libertad ; si todo lo que ocurre y
puede ocurrir es simple mecanismo natural, en
tonces la política — arte de utilizar ese mecanis
mo como medio de gobernar a los hombres - es
la única sabiduría práctica, y el concepto del de
recho es un pensamiento vano. Pero si se cree
 que es absolutamente necesario unir el concepto
 del derecho a la política y hasta elevarlo a la al
 tura de condición limitativa de la política, en
 tonces hay que admitir que existe una armonía
60
posible entre ambas esferas. Ahora bien, yo con
cibo un político moral, es decir, uno que considere
los principios de la prudencia política como com
patibles con la moral; pero no concibo un moralis
ta político, es decir, uno que se forje una moral
od hoc, una moral favorable a las conveniencias
del hombre de Estado.
   He aquí la máxima fundamental que deberá se
guir el político moral: Si en la constitución del
Estado o en las relaciones entre Estados, existen
vicios que no se han podido evitar, es un deber,
principalmente para los gobernantes, estar aten
tos a remediarlos lo más pronto posible y a con
formarse al derecho natural, tal como la idea de
la razón nos lo presenta ante los ojos ; y esto de
berá hacerlo el político, aun sacrificando su egoís
mo. Romper los lazos políticos que consagran la
unión de un Estado o de la humanidad antes de
tener preparada una mejor constitución , para
substituirla a la anterior, sería proceder contra
toda prudencia política , que en este caso concuer
da con la moral. Pero es preciso, por lo menos,
que los gobernantes tengan siempre presente la
máxima que justifica y hace necesaria la referida
alteración ; el Gobierno debe irse acercando lo
más que pueda a su fin último, que es la mejor
constitución , según leyes jurídicas. Esto puede y
debe exigirse de la política. Un Estado puede re
girse ya como república, aun cuando la constitu
ción vigente siga siendo despótica, hasta que poco
a poco el pueblo llegue a ser capaz de sentir la
                                                          61
 influencia de la mera idea de autoridad legal
 como si ésta tuviese fuerza física — y sea apto
 para legislarse a sí propio , fundando sus leyes en
 la idea del derecho. Si un movimiento revolucio
 nario , provocado por una mala constitución , con
 sigue ilegalmente instaurar otra más conforme
 con el derecho, ya no podrá ser permitido a nadie
 retrotraer al pueblo a la constitución anterior; sin
 embargo, mientras la primera estaba vigente, era
legítimo aplicar a los que, por violencia o por
astucia , perturbaban el orden , las penas impues
tas a los rebeldes. En lo que se refiere a la rela
* ción con otras naciones, no puede pedirse a un
Estado que abandone su constitución, aunque sea
despótica - la cual, sin duda, es la más fuerte para
luchar contra enemigos exteriores - , mientras le
amenace el peligro de ser conquistado por otros
Estados. Así, pues, queda permitido, en algunos
casos, el aplazamiento de las reformas hasta me
jor ocasión (1).
   ( 1) La razón autoriza a conservar el derecho públi
co , avuque esté viciado por la injusticia , hasta tanto que
esté el pueblo suficientemente preparado a la transformación
o por lo menos haya sido preparado a ella por medios pa
cíficos. Una constitución legal, si bien no sea conforme a
la justicia , vale más que ninguna constitución , la anarquía
es el peligro a que se exponen las reformas precipitadas.
La prudencia política, en el estado actual de las cosas,
deberá considerar como una obligación moral el llevar a
cabo reformas conformes con el ideal del derecho pú
blico. Las revoluciones, dondequiera que la Naturaleza as
provoque, no deberán usarse como un pretexto para ha
62
  Puede suceder que los moralistas, que, al reali
zar sus ideales, se equivocan y se hacen déspo
tas, cometan numerosos pecados contra la pruden
cia política, adoptando o defendiendo medidas de
gobierno precipitadas ; la experiencia , rectificando
estos agravios a la naturaleza, acudirá a encarri
larlos por el buen camino. Pero , en cambio , los po
líticos que construyen una moral para disculpar
los principios de gobierno más contrarios al de
recho, los políticos que sostienen que la natura
leza humana no es capaz de realizar el bien pres
crito por la idea de la razón, son los que, en rea
lidad, perpetúan la injuria a la justicia y hacen
imposible toda mejora y progreso .
     Estos hábiles políticos se ufanan de poseer una
ciencia práctica; pero lo que tienen es la técni
ca de los negocios y, disponiendo del poder que
por ahora domina , están dispuestos a no olvidar
su propio provecho y a sacrificar al pueblo , y, si
 es posible, al mundo entero. Son como verdade
ros juristas - juristas de oficio, no legisladores
cuando se ven ascendidos a políticos. No siendo
su misión la de meditar sobre legislación , sino la
de cumplir los mandatos actuales de la ley, toda
constitución vigente les parece perfecta ; y si ésta
es cambiada en las altas esferas de la corte, el
cer más dura la opresión ; considérelas el gobernante como
un grito de la naturaleza y obedézcalo , procurando, por
medio de hondas reformas, instaurar la única constitución
legal, la que se funda en principios de libertad.
                                                  63
 nuevo estatuto les parece el mejor del mundo;
 todo marcha según el orden mecánico pertinente
 al caso. Pero si esa adaptabilidad a todas las cir
 cunstancias les inspira la vanidosa pretensión de
 poder juzgar los principios jurídicos de una cons
 titución política en general, según el concepto del
 derecho— a priori, pues, y no por experiencia - - ;
 si se precian de conocer a los hombres - cosa que
 no es de extrañar, ya que tratan a diario con
 muchos— , no conociendo empero " al hombre” ni
 sabiendo de lo que es capaz, pues tal conocimien
 to exige una profunda observación antropológica;
  sí, provistos de esos pobres. conceptos se acercan
 al derecho político y de gentes para estudiar lo
  que la razón prescribe, haránlo de seguro con su
 Nienguado espíritu leguleyesco, siguiendo su ha
 bitual proceder — el de un mecanismo de leyes co
 activas y despóticas- Lejos de esto , los concep
 tus de la razón exigen una potestad legal, fun
 dada en los principios de la libertad, únicos ca .
 paces de instituir una constitución jurídica confor
me a derecho. El hábil político cree poder resolver
el problema de una buena constitución dejando a
 un lado la idea , apelando a la experiencia y viendo
 cómo estaban dispuestas las constituciones que
 hasta hoy se han mantenido mejor, aunque la ma
 yor parte eran o son contrarias al derecho. — Los
 principios que pone en práctica - aunque sin rnani
 festarlo — dicen poco más o menos lo que las si
' guientes máximas sofísticas:
   1. Fac et excusa. Aprovecha la ocasión fa
vorable para apoderarte violentamente de un de
recho del Estado sobre el pueblo o sobre otros pue
blos vecinos. La legitimación será mucho más fa
cil y suave después del hecho; la fuerza quedará
disculpada , sobre todo en el primer caso, cuando
la potestad interior es almismo tiempo autoridad
legisladora a quien hay que obedecer sin discu
sión. Vale más hacerlo así, que no empezar bus .
cando motivos convincentes y discutiendo las ob
jeciones contra ellos. Esta misma audacia parece
en cierto modo oriunda de una interior convicción
de la legitimidad del acto, y el dios del “ Buen Exi
to” es luego el mejor abogado.
  2. Si fecisti, nega . Los vicios de tu Gobier
no , que han sido causa , por ejemplo, de la deses
peración y del levantamiento del pueblo, niégalos;
niega que tú seas culpable ; afirma que se trata de
una resistencia o desobediencia de los súbditos. Si
tz has apoderado de una nación vecina , échale la
culpa a la naturaleza del hombre , el cual, si no
se adelanta a la agresión de otro, puede tener
por seguro que sucumbirá a la fuerza.
  3." Divide et impera . Esto es : si en tu na
ción hay ciertas personas privilegiadas que te han
elegido por jefe-- primus inter pares— , procura
dividirlas y enemistarlas con el pueblo ; ponte lue
go del lado de este último, haciéndole concebir
esperanzas de mayor libertad ; así conseguirás que
todos obedezcan a tu voluntad absoluta. Si se tra
ta de Estados extranjeros, hay un modo bastante
seguro de reducirlos a tu dominio , y es sembrar
                                                 65
 entre ellos la discordia y aparentar que defiendes
al más débil.
   A nadie, en verdad, engañan estas máximas,
tan universalmente conocidas. Tampoco es ei
 caso de avergonzarse de ellas, como si su injusti
 cia apareciese patente a los ojos de todos. Las
 grandes potencias no se avergüenzan nunca por los
 juicios que haga la masa ; avergüenzanse unas de
otras. Pero en lo que se refiere a estas máximas,
no es la publicidad, sino el mal éxito de las tretas
lo que puede avergonzar a un Estado - ya que to
dos están de acuerdo acerca de la moralidad de
las tales máximas— . Queda , pues, siempre intacto
el honor político a que aspiran , a saber: el engran
decimiento del Poder por cualquier medio que
sea ( 1).
    (1) Podría ponerse en duda que exista cierta maldad
radical, ingénita en la naturaleza de los hombres que vi
ven juntos en un Estado ; podría decirse, con cierta apa
riencia de verdad , que la causa de que los hombres se con
duzcan a veces contra la ley, está en la grosería , en la
falta de suficiente desarrollo de la cultura . Pero en las re
laciones externas entre los Estados, aparece bien patente
e incontestable esa maldad fundamental. Dentro de cada
Estado, encúbrela la coacción de las leyes civiles y políti
cas, porque la tendencia de los ciudadanos a la violencia
privada está contrarrrestada por un poder más fuerte, el del
gobierno, y así el conjunto de la vida recibe un tono mo
ral ; la fuerza que contiene y previene el estallido de las
pasiones anárquicas, fomenta además, realmente , el desarro
llo de la disposición moral a respetar el derecho. Todo
ciudadano piensa , en efecto , que él respetaría y obedece
ría al concepto del derecho , si tuviera la garantía de que
   LA PAZ PERPETUA
66
  De todos estos circunloquios inventados por una
doctrina inmoral de la habilidad, que se propone
por tales medios sacar al hombre de la guerra im .
plícita en el estado de naturaleza para llevarlo al
estado de paz, se deduce, por lo menos, lo siguien
te: los hombres no pueden prescindir del concepto
del derecho, ni en sus relaciones privadas ni en
sus relaciones públicas ; no se atreven a convertir
ostensiblemente la política en simples medidas de
habilidad; no se atreven a negar obediencia al con
cepto de un derecho público esto es visible , sobre
todo, en el derecho de gentes — ; tributan a la idea
del derecho todos los honores convenientes, sin
perjuicio de inventar mil triquiñuelas y escapato
rias para eludirlo en la práctica y atribuir a la
también los demás harán lo mismo ; esta seguridad y ga
rantía se la da el gobierno en parte ; todo lo cual re
presenta un progreso hacia la moralidad — aunque no un
progreso de moralidad , que consiste en adherirse a ese
concepto moral del derecho, por él mismo, sin cuidarse
de la reciprocidad. Pero cada cual, a pesar de la buena
opinión que de sí mismo tiene, supone en los demás malas
inclinaciones y resulta que el juicio que los hombres ha
cen unos de otros es que ninguno , en verdad , vale gran
 cosa. No vamos ahora a investigar cuál sea el fundamento
de este juicio , que no puede cargar la culpa de esa mal
dad a la naturaleza del hombre, como ser libre. El hom
bre no puede por menos de respetar la idea del derecho ,
y ese respeto sanciona solemnemente la teoría que afirma
 que es capaz, por lo tanto, de acomodar a ella su conducta ;
así, pues, cada cual comprende que tiene que obrar y vivir
conforme al derecho, sin preocuparse de lo que hagan los
demás.
                                                 67
fuerza y a la astucia la autoridad y supremacía ,
el origen y lazo común de todo derecho — . Para
poner término a tanto sofismamaunque no a la in
justicia que en esos sofismas se ampara — ; para
obligar a los falsos representantes de los podero
sos de la tierra a que confiesen que lo que ellos
defienden no es el derecho, sino la fuerza , cuyo
tono y empaque adoptan , como si fueran ellos
por sí mismos los que mandan ; para acabar con
todo esto, será bueno descubrir el artificio con
que engañan a los demás y se engañan a sí mis
mos, y manifestar claramente cuál es el principio
supremo sobre que se funda la idea de la paz
perpetua. Vamos a demostrar que todos los obs
táculos que se oponen a la paz perpetua provie
nen de que el moralista político comienza donde
el político moral termina ; el moralista político su
bordina los principios al fin que se propone como
quien engancha los caballos detrás del coche , y
por lo tanto hace vanos e inútiles sus propósitos
de conciliar la moral con la política.
  Para conciliar la filosofía práctica consigo mis
ma, hay que resolver primero la cuestión siguien
te: en los problemas de la razón práctica ¿debe
 empezarse por el principio material, esto es, por
 el fin u objeto de la voluntad, o bien por el prin
cipio formal, esto es, por el principio fundado
sobre la libertad , en relación exterior, que dice
así: obra de tal modo que puedas querer que tu
máxima deba convertirse en ley universal, sea
cualquiera el fin que te propongas?
68
  Sin la menor duda, este último principio debe
preceder al otro; es un principio de derecho y,
por lo tanto , posee una necesidad absoluta incon
dicionada. El otro, en cambio, no es obligatorio,
sino cuando se admiten las condiciones empíri
cas del fin propaesto, es decir , de la realización.
Aun cuando este fin fuese un derer - como, por
ejemplo , la paz perpetua - , tendría que deducir
se del principio formal de las máximas para la
acción externa. Ahora bien ; el principio del mo
ralista político - el problema del derecho político,
del derecho de gentes y del derecho de ciudada
nía mundiales un mero problema técnico ; el
del político moral, en cambio, es un problema
moral, y tan diferente, en el procedimiento, del
primero, que la paz perpetua no es aquí solamen
te un bien físico, sino un estado imperiosamente
exigido por la conciencia moral.
  La solución del problema técnico o de la habi
lidad política, requiere mucho conocimiento de la
naturaleza ; el gobernante ha de utilizar el meca
nismo de las fuerzas en provecho del fin que se
ha propuesto . Y , sin embargo, esa ciencia es in
cierta , insegura , con respecto al resultado apete
cido: la paz perpetua, en cualquicia de las tres
ramas del derecho público. ¿ Cómo mantener du
rante mucho tiempo un pueblo en la obediencia y
en la paz interior, fomentando a la vez sus ener
gías creadoras ? ¿ Por el rigor o por los regalos
de la vanidad ? ¿ En un régimen monárquico o
aristocrático ? ¿Dando el Poder a una nobleza de
empleados ? ¿ Rigiéndose por la voluntad del pue
blo ? La historia ofrece los ejemplos más contra
dictorios de regímenes políticos, exceptuando, em - ,
pero, el verdadero régimen republicano, el cual no
puede ser pensado sino por un político moral. Si
pasamos al derecho de gentes, veremos que el que
hoy existe con ese nombre, fundacio en los esta
tutos elaborados por los ministros, es, en reali
dad, una palabra sin ningún contenido; sustén
tase en tratados, que, en el acto mismo de firmar
se, ya están secretamente transgredidos.
  En cambio , la solución del problema moral, que
podríamos llamar problema de la sabiduría políti
ca - por oposición a la habilidad política – , se im
pone manifiestamente, por decirlo así, a todo el
mundo. Ante ella enmudece todo artificio sofísti
co . Va directamente a su fin . Basta conservar la
prudencia necesaria para no precipitarse en la
realización , e irse acercando poco a poco al fin
deseado sin interrupción, aprovechando las cir
 cunstancias favorables.
   Dice así : " Procurad ante todo acercaros al ideal
 de la razón práctica y a su justicia ; el fin que
 os propongáis — la paz perpetua - se os vendrá a
las manos.” Tiene la moral de característico, sobre
 todo en lo que concierne a los principios del de
recho público — y, por tanto, respecto de una polí
tica cognoscible a priori , que cuanto menos
subordina la conducta a los fines propuestos y al
provecho apetecido, físico o moral, tanto más se
acomoda, sin embargo , a ese fin y lo favorece, en
70
general. Esto sucede porque la voluntad univer
sal, dada a priori— en un pueblo o en las rela
ciones entre varios pueblos , es la única que deter
mina lo que es derecho entre los hombres; esta uni
dad de todas las voluntades, si procede consecuen
temente en la ejecución, puede ser también la
causa mecánica natural que provoque los efectos
mejor encaminados a dar eficacia al concepto del
derecho. Así, por ejemplo , es un principio de po
lítica moral que un pueblo, al convertirse en Es
tado, debe hacerlo según los conceptos jurídicos
de libertad y de igualdad. Este principio no se
funda en prudencia o habilidades, sino en el deber
moral. Ya pueden los moralistas políticos objetar
cuanto quieran sobre elmecanismo ratural de las
masas populares, y sostener que en la realiza
 ción se ahogan los principios y se evaporan los
 propósitos; ya pueden citar casos de constitucio
nes malas, antiguas y modernas - por ejemplo, de
 democracias sin sistema representativo , para
 dar autoridad a sus afirmaciones. No merecen ser
 oídos; sus teorías provocan precisamente los
males que ellos señalan ; ellos rebajan a los hom
bres con los demás animales a la consideración
 de máquinas vivientes, para las cuales la concien
 cia es un suplicio más, porque conociendo que son
 esclavos, juzganse a sí mismes como las más
 miserables de las criaturas del mundo.
   Hay una frase que a pesar de cierto dejo de
 fanfarronería , se ha hecho proverbial y es muy
 verdadera. Fiat justitia , pereat mundus. Puede
                                                 71
traducirse así : reine la justicia , aunque se hun
dan todos los bribones que hay en el mundo. Es
un principio valiente de derecho, que ataja todo
camino tortuoso de insidias y violencias. Pero es
preciso que se le entienda en su verdadero sen
tido ; no debe considerarse como un permiso que
se nos da para que hagamos uso de nuestro pro
pio derecho con el máximo rigor- lo cual sería
contrario al deber moral , sino como la obliga
ción que tiene el regente de no negar ni disminuir
a nadie su derecho por antipatía o compasión .
Para ello es necesaria una constitución interior
del Estado , adecuada a los principios del dere
cho, y además un estatuto que junte a las na
ciones próximas y aun remotas en una unión se
mejante a la del Estado, y cuya misión sea re
solver los conflictos internacionales. Aquella fra
se proverbial significa , pues, esto : las máximas
políticas no deben fundarse en la perspectiva de
felicidad y ventura que el Estado espera obtener
de su aplicación ; no deben fundarse en el fin
que se proponga conseguir el Gobierno ; no deben
fundarse en la voluntad , considerada como prin
cipio supremo— aunque empírico - de la política ;
deben , por el contrario, partir del concepto puro
del derecho, de la idea moral del deber, cuyo
principio a priori da la razón pura, sean cua
lesquiera las consecuencias físicas que se deri
ven . El mundo no ha de perecer porque haya
menos malvados. El malvado tiene la virtud , inse
parable de su naturaleza, de destruirse a sí mis
72
mo y deshacer sus propios propósitos— sobre todo
en su relación con otros, malvados , y aunque
lentamente, abre paso al principio moral del bien .
  No hay, pues, objetivamente en la teoría
oposición alguna entre la moral y la política. Pero
la hay, subjetivamente , por la inclinación egoísta
de los hombres, la cual, sin embargo, no siendo
fundada en máximas de razón , no puede en ri
gor llamarse práctica. Y esa oposición puede du
rar siempre ; pues sirve de estímulo a la virtud,
cuyo verdadero valor, en el caso presente, no con
siste sólo en aguantar firme los daños y sacrifi
cios consiguientes — tu ne cede malis, sed coniru
awdentior ito (1) — , sino en conocer y dominar
el mal principio que mora en nosotros y que es
sumamente peligroso , porque nos engaña y trai
ciona con el espejuelo de esos sofismas, que ex
cusan la violencia y la ilegalidad con el pretexto
de las flaquezas humanas.
   En realidad puede decir el moralista político :
el regente y el pueblo o un pueblo y otro pueblo
no son injustos unos con otros, si se hostilizan
por violencia o por astucia ; la injusticia que
cometen la cometen sólo en el sentido de que
no respetan el concepto del derecho, único posi
  (1) No retrocedas ante los males , sino por el contrario ,
embiste más audaz.
                                                  73
ble fundamento de la paz perpetua. En efecto,
el uno falta a su deber con respecto al otro ;
pero este otro a su vez está animado de iguales
intenciones para con el primero ; por lo tanto ,
 si se hacen mutuamente daño, es justo que se
destruyan ambos. Sin embargo, la destrucción
no es tanta que no queden siempre algunos, los
bastantes para que el juego no cese y se perpe
túe, dejando a la posteridad un ejemplo instruc
tivo. La providencia en el curso del mundo que
da aquí justificada ; pues el principio moral es ,
en el hombre, una luz que nunca se apaga, y la
razón aplicada en la práctica a realizar la idea
del derecho, de conformidad con el principio mo
ral, aumenta sin cesar a compás de la creciente
cultura, con lo cual aumenta asimismo la culpa
bilidad de quienes cometen esas transgresiones.
Lo que ninguna teodicea podría justificar, sería
sólo el acto de la creación que ha llenado el
mundo de seres viciosos y malignos — suponiendo
que la raza humana no pueda mejorar nunca
Pero este punto de vista es para nosotros dema
siado elevado y sublime: nosotros no podemos
explicar en sentido teórico , la insondable potencia
suprema con nuestros conceptos de lo que es la
sabiduría . A tales consecuencias, desesperadas, so
mos forzosamente compelidos, si nos negamos a
admitir que los principios puros del derecho po
seen realidad objetiva ; esto es, que pueden rea
lizarse, y que, por consiguiente, el pueblo, en el
Estado, y los Estados, en sus mutuas relaciones,
74
deben conducirse de conformidad con esos prin
cipios, diga lo que quiera la política empírica .
La verdadera política no puede dar un paso sin ha
ber previamente hecho pleito homenaje a la mo
ral. La política, en sí misma, es un arte difícil;
pero la unión de la política con la moral no es
un arte, pues tan pronto como entre ambas sur
ge una discrepancia , que la política no puede re
solver, viene la moral y zanja la cuestión, cortando
el nudo. El derecho de los hombres ha de ser man
tenido como cosa sagrada , por muchos sacrificios
que le cueste al poder denominador. No caben aquí
componendas ; no cabe inventar un término medio
entre derecho y provecho, un derecho condiciona
do en la práctica. Toda la política debe inclinarse
ante el derecho ; pero en cambio puede abrigar
la esperanza de que, si bien lentamente, llegará
un día en que brille con inalterable esplendor.
                         II
De la armonía entre la política y la moral, según
el concepto transcendental del derecho público.
   Si en el derecho público , tal comosuelen concebir
lo los juristas, prescindimos de toda “materia ” —
las diferentes relaciones dadas empíricamente en
tre los individuos de un Estado o entre varios Es
tados— , sólo nos quedará la “ forma de la publici
dad ”, cuya posibilidad está contenida en toda pre
tensión de derecho. Sin publicidad no habría justi
                                                  75
cia , pues la justicia no se concibe oculta, sino
públicamente manifiesta; ni habría , por. lo tanto,
derecho, que es lo que la justicia distribuye y de
fine.
  La capacidad de publicarse debe, pues, residir
en toda pretensión de derecho. Ahora bien ; como
es muy fácil darse cuenta de si esa capacidad de
publicarse reside o no en un caso particular, esto
es, si es o no compatible con las máximas del que
intenta la acción , resulta de aquí que puede servir
como un criterio a priori de la razón para cono
cer en seguida , como por un experimento , la ver
dad o falsedad de la pretensión citada .
   Si prescindimos, pues, de todo el contenido em
pírico que hay en el concepto del derecho político
y del derecho de gentes— como es , por ejemplo, la
maldad de la humana naturaleza que hace necesa
 ria la coacción - , hallamos la proposición siguien
te, que bien puede llamarse " fórmula transcen
dental” del derecho público :
   “ Las acciones referentes al derecho de otros
"hombres son injustas, si' su máxima no admite
" publicidad."
   Este principio debe considerarse, no sólo como
 un principio “ ético" , perteneciente a la teoría de
la virtud, sino como un principio “ jurídico ", rela
 tivo al derecho de los hombres. En efecto, una
máxima que no puedo manifestar en alta voz, que
ha de permanecer secreta, so pena de hacer fra
 casar mi propósito ; una máxima que no puedo re
 conocer públicamente, sin provocar en el acto la
                                                          IL
76
oposición de todos a miproyecto; una máxima que,
de ser conocida, suscitaría contra mí una enemis
 tad necesaria y universal y , por tanto, cognos
 cible a priori; una máxima que tiene tales cori
secuencias, las tiene forzosamente porque encierra
una amenaza injusta al derecho de los demás - . El
principio citado es además simplemente “ negati
vo" ; es decir, que sólo sirve para conocer lo que
“ no es justo” con respecto a otros. Es, como los
axiomas, cierto, pero indemostrable, y además muy
sencillo de aplicar, como se verá en los siguientes
ejemplos tomados del derecho público . .
   1. En lo que se refiere al derecho político in
terior — jus civitatis ,   hay un problema que mu
chos consideran difícil de resolver y que el prin
cipio transcendental de la publicidad resuelve muy
fácilmente: ¿ es la revolución un medio legítimo
para librarse un pueblo de la opresión de un ti
rano — non titulo, sed excercitio talis ? (1) Los
derechos del pueblo yacen escarnecidos, y al tirano
no se le hace ninguna injusticia destronándole ; no
cabe duda alguna. No obstante, es altamente ile
gítimo, por parte de los súbditos, el reivindicar su
derecho de esa manera , y no pueden en modo al
guno quejarse de la injusticia recibida, si son ven
cidos en la demanda y obligados a cumplir las pe
nas consiguientes.
  Sobre este punto puede discutirse mucho, si se
quiere zanjar la cuestión por medio de una deduc
  (1) No tenía el nombre de tirano, pero sí los hechos.
                                                   77
ción dogmática de los fundamentos de derecho.
Pero el principio transcendental de la publicidad
del derecho público puede ahorrarnos toda discu
sión . Según este principio, pregúntese el pueblo
mismo, antes de cerrar el contrato social, si se
 atreve a manifestar públicamente la máxima por
 la cual se reserva el derecho a sublevarse. Bien
 se ve que, si al fundarse un Estado, se pusiera
 la condición de que en ciertos casos podrá hacer
 se uso de la fuerza contra el soberano, esto equi
valdría a dar al pueblo un poder legal sobre el so
berano. Pero entonces el soberano no sería sobe
iano, y si se pusiera por condición la doble sobe
ranía , resultaría entonces imposible instaurar el
Estado, lo cual sería contrario al propósito inicial.
La ilegitimidad de la sublevación se manifiesta,
pues, patente, ya que la máxima en que se funda
no puede hacerse pública sin destruír el propósi
to mismo del Estado. Sería preciso , pues, ocul
tarla . El soberano, en cambio , no necesita ocultar
nada. Puede decir libremente que castigará con
la muerte toda sublevación , aun cuando los suble
vados crean que ha sido el soberano el que pri
mero ha transgredido la ley fundamental. Pues si
el soberano tiene conciencia de que posee el poder
supremo irresistible — y hay que admitir que ello
es así en toda constitución civil, puesto que quien
no tuviera fuerza bastante para proteger a los in
dividuos unos contra otros, no tendría tampoco de
recho a mandarles — , no ha de preocuparse de que
la publicación de su máxima destruya sus propó
78
sitos. Por otra parte, si la sublevación resulta
victoriosa, esto significa que el soberano retro
cede y vuelve a la condición de súbdito ; le está ,
pues, vedado sublevarse de nuevo para restablecer
el antiguo régimen ; pero también queda libre de
todo temor, y nadie puede exigirle responsabili
dad por su anterior gobierno.
   2.° “ Derecho de gentes”. No se puede hablar
de derecho de gentes, si no es suponiendo un es
tatuto jurídico, es decir, una condición externa que
permita atribuír realmente un derecho al hombre.
El derecho de gentes, como derecho público que
es, implica ya en su concepto la publicación de
una voluntad general que determine para cada
cual lo suyo. Y este estatuto jurídico ha de ori
ginarse en algún contrato, el cual no necesita
estar fundado en leyes coactivas como el con
trato origen del Estado , sino que puede ser un
pacto de asociación constantemente libre, como el
que ya hemos citado anteriormente al hablar
de una federación de naciones. Sin un estatuto
jurídico que enlace activamente las diferentes per
sonas, físicas o morales, caemos en el estado de
naturaleza, en donde no hay más derecho que el
privado. Surge aquí también una oposición entre
la política y la moral— considerada ésta como
teoría del derecho — ; y el criterio de la publici
dad de las máximas, halla aquí también su fácil
aplicación, aunque sólo en el sentido de que el
pacto une a los Estados entre sí y contra otros
 Estados para mantener la paz ; pero en modo al
                                              79
guno para hacer conquistas. He aquí los casos en
que se manifiesta la antinomia entre la política
y la moral, y también la solución de los mismos.
  a ) “Un Estado ha prometido a otro alguna
cosa , ayuda , cesión de territorios, subsidios, et
cétera...” Sucede un caso en que el cumplimiento
de la promesa puede comprometer la salud del
Estado. Se rompe la palabra, con el pretexto de
que el representante del Estado tiene una doble
personalidad ; es por una parte soberano y a na
die, en su Estado, tiene que dar cuenta de lo
que hace ; es por otra parte el primer funcionario
del Estado, ante el cual responde de sus actos.
¿ Es legítimo decir que lo prometido por el sobe
 rano no está el funcionario obligado a cumplir
 lo ? Si un Estado - 6 un soberano - hiciese pú
blica esta máxima, ocurriría naturalmente que
los demás Estados evitarían su trato o se uni
rían contra él para resistir a sus pretensiones.
Lo cual demuestra que la política , por muy hábil
 que sea, puesta en trance de publicidad, des
truye sus propios fines. La máxima citada es,
pues, injusta .
  b ) "Una nación crece en poderío hasta el
punto de hacerse temible. Otras naciones más
débiles, creyendo que " querrá ” oprimirlas, puesto
 que " puede" hacerlo , fingen tener derecho a unir
se y a atacarla , aun sin que preceda de su parte
ninguna ofensa. ¿ Es justa esta máxima ?” Un
 Estado que lo afirmase públicamente provocaría
el daño con mayor seguridad y más pronto. Pues
la gran potencia se adelantaría a las pequeñas,
 y, en cuanto a la unión de las potencias débiles,
 es un obstáculo levísimo para quien sabe mane
 jar el divide et impera . Así, pues, esa má
 xima de la habilidad política, si se manifiesta pú
blicamente, destruye necesariamente su propósito
 y es por lo tanto injusta .
   c) “ Si un Estado pequeño separa en dos pe
dazos el territorio de otra nación mayor, siendo
para la conservación de esta última necesaria la
reunión de los dos trozos , ¿ tiene la nación fuerte
derecho a subyugar y anexionarse la débil?” Pron
to se ve que la nación fuerte no puede proclamar
en alta voz semejante máxima, sin provocar in
mediatamente la unión de los pequeños Estados
o sin excitar la codicia de otros Estados fuertes
que querrían también apoderarse del botín ; por lo
tanto, la publicidad de la máxima la hace irrea
lizable, señal de que es injusta y de que puede
serlo en alto grado, pues una injusticia puede
ser muy grande aunque su objeto o materia sea
pequeño.
   3.° “ Derecho de ciudadanía mundial.” Nada
diremos sobre este punto , pues tiene tan íntima
semejanza con el derecho de gentes, que las
máximas de éste le son fácilmente aplicables.
  El principio de la incompatibilidad de lasmáxi
mas del derecho de gentes con la publicidad de
                                                   81
las mismas nos proporciona un buen criterio para
conocer los casos en que la política no concuerda
con la moral— como teoría del derechom . Ahora
bien ; ¿ cuál es la condición bajo la cual las máxi
mas de la política concuerdan con el derecho de
gentes ? Porque la conclusión inversa carece de
validez; no puede decirse que las máximas compa
tibles con la publicidad son todas justas; en efec
to, quien posee la soberanía absoluta no necesita
ocultar sus máximas.- La condición de la posibi
lidad de un derecho de gentes, en general, es, ante
todo, que exista un estatuto jurídico. Sin éste no
hay derecho público; todo derecho que se piense
sin tal estatuto , esto es, en un estado de natura
leza, será derecho privado. Pero ya anteriormente
hemos visto que una federación de Estados, que
tenga por único fin la evitación de la guerra, es
el único estatuto jurídico compatible con la li
bertad de los Estados. La concordancia de la po
lítica con la moral es sólo posible , pues, en una
unión federativa, la cual, por lo tanto , es nece
saria y dada a priori, según los principios del
derecho. Toda prudencia o habilidad política tiene,
pues, por única base jurídica la instauración de
csa unión federativa con la mayor amplitud posi
ble, sin la cual la habilidad, y la astucia son igno
rancia e injusticia encubiertas. Esta falsa polí
tica tiene su casuística propia , como la mejor es
cuela jesuítica : “ la reserva mental” , que consiste
en redactar los tratados con expresiones suscep
tibles de ser interpretadas luego según convenga ;
  LA PAZ PERPETUA
82
por ejemplo , distinguiendo el statu quo de hecho
y de derecho; " el probabilismo”, que consiste en
fingir que los demás abrigan perversas intencio
nes o van probablemente a romper el equilibrio
para justificar así cierto derecho a la expoliación
y ruina de otros Estados pacíficos; por último,
el “ pecado filosófico ” o pecadillo de poca monta,
 que consiste en considerar como pequeñez fácil
mente disculpable el que un Estado fuerte y po
deroso conquiste a otro pequeño' y débil para el
mayor bien de la humanidad ( 1).
  Excusa de tal proceder suele buscarse en la do
ble actitud que la política adopta con respecto a
las dos ramas de la moral. - El amor a los hom
bres y el respeto al derecho del hombre son debe
res ambos. Pero aquél es un deber condicionado;
éste, en cambio, es deber incondicionado, absolu
to . Antes de entregarse al suave sentimiento de la
benevolencia , hay que estar seguro de no haber
transgredido el ajeno derecho. La política se armo
niza fácilmente con la moral en el primer sentido,
en el sentido de Etica y benevolencia universal,
pues no le importa sacrificar el derecho del hom .
   (1) Se encontrarán ejemplos de todas estas máximas
en el tratado del Consejero áulico, Garve, «Sobre la re
lación de la moral con la políticas . Este respetable sabio
confiesa de antemano que no puede dar a la cuestión una
respuesta completamente satisfactoria . Pero aceptar la armo.
pia entre ambas esferas, concediendo, sin embargo , que no
es posible contestar a todas las objeciones, que contra ella
se esgrimen , ¿ no es dar demasiado a los que siempre están
dispuestos a hacer mal uso de esas objeciones ?
bre en aras de algo superior. Pero tratándose de
la moral en el segundo sentido, en el sentido de
teoría del derecho, la política que debiera incli
narse respetuosa ante ella , prefiere no meterse en
pactos y contratos, negarle toda realidad y redu
cir todos los deberes a simples actos de bene
volencia . Esta astuta conducta de una política te
nebrosa quedaría completamente anulada por la
publicidad de sus máximas si se atreviera al mis
mo tiempo a permitir que el filósofo diera también
las suyas a la publicidad.
  En tal sentido, me atrevo a proponer otro prin
cipio transcendental afirmativo del derecho pú
blico . Su fórmula sería la siguiente:
  " Todas las máximas que necesiten la publicidad
para conseguir lo que se proponen, concuerdan a
la vez con el derecho y la política reunidos.".
   Pues si sólo por medio de la publicidad pueden
alcanzar el fin que se proponen , es porque con
cuerdan con el fin general del público, la felici
dad ; el problema propio de la política és ése, con
seguir la felicidad del público , conseguir que todo
el mundo esté contento con su suerte. Si, pues,
ese fin se consigue por medio de la publicidad de
las máximas, disipando toda desconfianza en ellas,
es que estas máximas armonizan con el derecho
del público, que constituye la única posible base
para la unión de los fines particulares de todos.
Dejemos para otra ocasión el desarrollo de este
principio ; obsérvese tan sólo que es, en efecto,
una fórmula transcendental, puesto que hemos
84
prescindido de todas las condiciones empíricas de
la felicidad, como materia de la ley, y, nos hemos
referido exclusivamente a la forma de la legali
dad en general.
     Si es un deber, y, al mismo tiempo una espe
ranza, el que contribuyamos todos a realizar un
estado de derecho público universal, aunque sólo
sea en aproximación progresiva , la idea de la
" paz perpetua” , que se deduce de los hasta hoy
falsamente llamados tratados de paz - en reali
dad, armisticios — , no es una fantasía vana , sino
un problema que hay que ir resolviendo poco a
poco , acercándonos con la mayor rapidez al fin
apetecido, ya que el movimiento del progreso ha
de ser , en lo futuro, más rápido y eficaz que en
el pasado.
                       FIN         ,
                                 ÍNDICE
                                                                                                                             Págs.
                                                                                                                                  cer
Prólogo del traductor.........
 A la paz perpetua...............               .
SECCION PRIMERA . - Artículos preliminares de una
    paz perpetua entre los Estados.........
SECCION SEGUNDA. - Artículos definitivos de la paz
    perpetua entre los Estados.
PRIMER ARTICULO DEFINITIVO DE LA PAZ PERPETUA.........
SEGUNDO ARTICULO DEFINITIVO DE LA PAZ PERPETUA.........
TERCER ARTICULO DEFINITIVO DE LA PAZ PERPETUA.........
SUPLEMENTO PRIMERO. - De la garantia de la paz per
  petua . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . ..
SUPLEMENTO SEGUNDO .— Un articulo secreto de la paz
  perpetua.............                                         ... .. .. . ...                              . . . . . . . . . . 53
APENDICES
     1.- Sobre el desacuerdo que hay entre la moral y la
       política con respecto a la paz perpetua............... 56
     II.- - De la armonía entre la política y la moral, se
     gún el concepto transcendental del derecho público... 74
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                                                -        ión , por
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