Universidad de Buenos Aires
Facultad de Psicología
Tesis de Licenciatura en Psicología
“Ética del deseo: una alternativa al discurso capitalista.”
Tesista: Florencia Salvatore
L.U.: 396093390
Tutor: Tomás María Otero
D.N.I.:
2021
Índice:
Resumen ..………………………………………………………………………………………. 2
Introducción ……………………………………………………………………………………. 4
Estado del arte …………………………………………………………………………………. 6
Marco teórico ………………………………………………………………………………….. 11
Discurso Capitalista. 11
Ética psicoanalítica, ética del deseo. 13
La felicidad. 14
El imperativo del rendimiento. 14
Tratamientos de lo real. 16
Metodología ……………………………………………………………………………………. 19
Objetivos ……………………………………………………………………………………….. 20
General 20
Específicos 20
Desarrollo ………………………………………………………………………………………. 21
El discurso capitalista encuentra su límite en el filme The Truman Show. 21
Posición del analista y ética del deseo en el Caso (Des)afinación alternativa: Catalina. 24
Pequeña compensación. 27
Conclusión …………………………………………………………………………………….. 30
Referencias bibliográficas ………………………………………………………………….. 31
Anexo …………………………………………………………………………………………… 34
Resumen:
Ceder ante la demanda de un psicoanálisis alineado al discurso capitalista implicaría
dejar de lado el mismísimo fundamento que lo sostiene, la existencia del inconsciente. Para
que el psicoanálisis persista, inmerso en la sociedad del rendimiento, es necesario que no se
vuelva un discurso Amo, porque en ese mismo acto, la ética que lo sostiene perece. Se
pensará a la clínica psicoanalítica como una posible alternativa al capitalismo, en cuanto
invoca a lo real y ofrece un tratamiento distinto del mismo, ya no vinculado al imperativo de
goce, sino guiado por el deseo. Hacer otra cosa con el malestar estructural que no implique
un para todos, sino un para cada quien. Un saber hacer que se construye en análisis sin
saber a priori, sin dirigirse a un destino final pintado de determinados colores, porque lo
desconoce. Lo único que puede prometer, sin ser poca cosa, es un respiro más ameno.
Palabras clave: Discurso Capitalista - Ética - Deseo
Bostezo
¿No te aburre asistir a esta sequía
de los sentimientos? ¿a esta
chafalonía de los vencedores?
¿al promesario de los púlpitos?
¿al fuego fatuo de los taumaturgos?
¿al odio de los viscerales?
¿no te empalagan los alabanceros?
¿la caridad de los roñosos?
¿el sesgo irónico de las encuestas?
¿los mentirosos constitucionales?
¿no te amola el zumbido de los frívolos?
¿las guasas del zodíaco?
¿el vaivén de la bolsa?
¿no te viene el deseo irreprimible
de abrir la boca en un bostezo espléndido?
pues entonces bosteza / hijo mío / bosteza
con la serenidad de los filósofos
y la cachaza de los hipopótamos
Benedetti Mario
Introducción:
El presente trabajo de investigación estará guiado por una pregunta rectora,
de la que se desprenderán otras: ¿De qué modo la ética del deseo puede
considerarse una alternativa a las incidencias del discurso capitalista sobre la
subjetividad?
Lacan (1953) advierte ya a los psicoanalistas sobre la importancia de no
perder de vista el discurso social en entrecruzamiento con la subjetividad, a lo
colectivo en tensión con lo singular. Y es releyendo su propuesta que la tensión
entre el capitalismo neoliberal, discurso dominante en la actualidad, y el
psicoanálisis, práctica que aún inmersa en dicho discurso se mantiene en pie, puede
resultar relevante a la hora de llevar a cabo una investigación:
“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la
subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de
tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con
esas vidas en un movimiento simbólico?” (Lacan, 1953: 309)
Se buscará delinear aquí aquello que entendemos por discurso capitalista,
conceptualizado por Lacan en la conferencia de Milán de 1972, vinculado a la
demanda que promueve a la felicidad como bien último para dar cuenta de la
incompatibilidad con la ética psicoanalítica, que es la ética del deseo.
Se pensará a la clínica psicoanalítica como una posible alternativa al capitalismo, un
escape, entre otros (lo comunitario, los feminismos, el arte, etc.). Se analizará al trabajo
analítico como fisura del habla del capital en cuanto invoca a lo real y ofrece un tratamiento
distinto del mismo, ya no vinculado al imperativo de goce, sino guiado por el deseo.
A partir del recurso cinematográfico The Truman Show se intentará dar
cuenta del funcionamiento del discurso capitalista y sus límites. El filme transcurre
en la isla de Seahaven, un mundo artificialmente creado por una compañía
televisiva especialmente para Truman Burbank, a quien nos presentan ya de adulto
viviendo una aparente vida feliz en la ingenua burbuja de las demandas satisfechas.
El protagonista desconoce que está inmerso en dicha farsa y se deja arrumar por
los distintos objetos felices que los productores le ofrecen: Vecinos amables, esposa
hermosa, hijos por venir, casa envidiable, trabajo satisfactorio. Sin embargo, a partir
del amor por una mujer prohibida, todo cambia y Truman comienza a buscar algo
que vaya más allá de la pretendida perfección que lo rodea. Nos proponemos
interrogar su deseo como aquello que está más allá de la lógica del capital, que se
escapa del bucle infinito de la demanda. En este mundo casi perfecto lo real irrumpe
abruptamente una y otra vez y el fantasma de Truman comienza a tambalear.
Advierte algo de la castración, de su falta y desea algo más, aquello que los
productores del programa no pueden darle. Lo atemorizan, utilizan su fobia al agua
auto programada al mejor estilo conductista en su contra, se sinceran y se muestran
como la única alternativa posible, y sin embargo Truman avanza hacia lo incierto.
Por otra parte, al leer la lógica del caso (Des)afinación alternativa: Catalina,
nos encontramos con la función más propia de un analista, guiar al sujeto en la
dirección de su deseo. Partiendo entonces de la singularidad del caso, intentaremos
ubicar las consecuencias clínicas del encuentro contingente con un analista que no
prometa soluciones mágicas, rápidas y efectivas, sino que aloje, escuche y
mantenga presente la falla estructural que existe entre la demanda y el deseo.
Vemos en este trabajo analítico un pasaje de un sujeto muy arraigado al imperativo
de producción a otro en una posición más vinculada al deseo. Nos encontramos con
una joven que atrapada en las garras del discurso capitalista, es empujada
constantemente al estudio, al trabajo y se nombra bajo una nosología de época, la
anorexia que es solidaria a los patologías del consumo que suele promover el
discurso capitalista. Creemos que el trabajo de análisis le abre aquí una alternativa,
otro circuito se despliega, la música la envuelve y comienza a formularse preguntas
por su padecimiento que van más allá de sus identificaciones.
Estado del arte:
En relación a la temática que se desea abordar en el presente trabajo, se han
recolectado diversas investigaciones contemporáneas que abordan conceptos y nociones
afines con la intención de realizar una lectura crítica de los desarrollos que lo preceden.
En el trabajo “La ética psicoanalítica del deseo frente a la moral capitalista del placer”
presentado en la revista Universitas de la Universidad Politécnica Salesiana de Ecuador, la
psicoanalista Simón Torres Cristina (2013), propone que a lo largo de la historia la moral
tradicional ha ubicado a la búsqueda de la felicidad como un bien universal y que con el
surgimiento del neoliberalismo, este ideal ha sido alentado. Trae a contrastar entonces, las
ideas de Freud y Lacan acerca de la imposibilidad del cumplimento de deseo y plantea con
ello la existencia irreductible de una paradoja: por su propia estructura el ser humano, es
decir, por estar inmerso en el lenguaje, debe renunciar a aquello que perseguirá
insaciablemente: la satisfacción de su deseo.
A su vez, siguiendo el concepto de ideología de Slavoj Zizek (1989) sugiere que tanto
ésta como el fantasma lacaniano, moldean el deseo y le ofrecen al sujeto objetos que le
prometen la felicidad anhelada. Sin embargo, la ideología iría un paso más y se propondría
producir deseo, orientado al goce que oferta, dirigido éste por relaciones de poder.
Según Simón Torres el capitalismo neoliberal opera desde una estructura perversa,
situándose como ideología totalizante, enmascarando la imposibilidad de una voluntad de
goce plena, obturando la falta a toda costa. Para luego afirmar que, su contracara, la ética
psicoanalítica, aquella que admite la falta de la verdad, propone en cambio, la pérdida del
plus de goce como necesaria a cambio de seguir la vía del deseo: travesía singular y
subjetivante. Invita, retomando a Lacan, a no ceder ante el deseo, a no obedecer
ciegamente a la moral capitalista que ordena gozar, a habitar de otra manera la división
subjetiva. Dice “Así, la ética psicoanalítica, en tanto ética del deseo, propone que aquello de
lo que verdaderamente podemos sentirnos culpables es de optar por el goce como meta
irrealista, en lugar del deseo como medio que posibilita el sostenimiento de la vida.” (Simón
Torres, 2013: 143).
Por su parte, el psicoanalista Ema, J. (2009) en el artículo “Capitalismo y subjetividad.
¿Qué sujeto, qué vínculo y qué libertad?” propone que el capitalismo contemporáneo, se
perpetúa como único horizonte posible si y sólo si es avalado subjetivamente por sus
participantes, y a partir de esta idea concluye que si bien la emancipación subjetiva no es el
único ingrediente para el cambio político, tampoco puede quedar excluida del proceso. El
capitalismo se propone hacer desaparecer todo resto ingobernable en cualquier ámbito de la
vida, promoviendo una subjetivación “libre” de elegir entre los objetos que el mercado le
ofrece para alcanzar la completud. Producción y deseo, conforman una unidad entonces,
pero que por estructura, nunca se satisface del todo, con lo cual nos vemos atrapados en
esta búsqueda incesante de objetos que nos hagan felices y plenos, a vivir en el continuo
ciclo del consumo. Por su parte, retomando los desarrollos de Lacan, J. en el Seminario 16,
equipara el concepto de plusvalía de Marx con el plus-de gozar para dar cuenta de la
complicidad de nuestra estructura psíquica con el modelo capitalista posmoderno.
Asimismo identifica las relaciones sociales impulsadas por el capitalismo como los
no-vínculos sociales ya que dejan al sujeto gozando solo con los objetos que le prometen la
felicidad y a la vez fomentan la insatisfacción. En cambio, ubica a los vínculos de amor o
amistad como aquellos que se establecen a partir del reconocimiento de la alteridad, y para
ello, de la existencia de la falta, de la no relación sexual. Casi poéticamente, entonces,
propone como alternativa al mandato de la felicidad y el placer, la experiencia común del
amor, vinculada a la libertad de creación de un sujeto que se sabe dividido. Oponiendo
sujeto dividido en su deseo al sujeto liberal que se presupone potencialmente pleno.
Propone por último una política que llama “de lo extranjero”, que permitiría que lo
desconocido e ignorado que habita en cada sujeto irrumpa, interrumpiendo la idea de
completud y libertad liberal individual, tomando en cuenta entonces aquello que se sustrae a
la homogeneización del mercado. Y aclara “Esta movilización subjetiva supone una apuesta
arriesgada, sin garantías, es decir, finalmente una activación del deseo para mantenerse
abierto, sin un lugar de descanso definitivo.” (Ema, 2009: 19)
Paralelamente, en el artículo “A cultura do consumo: uma leitura psicanalítica
lacaniana” los psicoanalistas Leite Teixeira Vanessa y Silva Couto Luís Flávio (2010) de la
Universidad Católica de Minas Gerais, Brasil, plantean que si bien a partir de la inserción en
el lenguaje, el ser hablante está dividido y estructuralmente barrado e imposibilitado de
acceder a la plenitud de la satisfacción, aún queda en él la nostalgia de ese estado mítico de
satisfacción plena, del cual la sociedad de consumo se hace eco y promociona productos
descartables con la promesa de que a través de ellos el sujeto podrá acceder a ese goce
completo de manera total e inmediata.
Es así que el sujeto contemporáneo llega a la consulta impulsado por un goce que no
se colma, pero que no puede abstenerse del consumo de dichos objetos y es allí donde los
autores proponen expresamente que la función de la clínica psicoanalítica de orientación
lacaniana es hacer valer el inconsciente, otorgarle responsabilidad al sujeto y hacer surgir la
división subjetiva. Una apuesta a hacer valer el deseo, validando la castración, e invitando al
sujeto a deshacerse del imperativo de goce, posibilitando así una salida del “aprisionamiento
capitalista”.
Por su parte, el psicoanalista Jorge Alemán (2018) en su libro “Capitalismo
Crimen Perfecto o Emancipación” propone la necesidad de encontrar un horizonte
transformador que acompañado por las teorizaciones del psicoanálisis pueda
ponerle un límite al capitalismo desenfrenado que a través del neoliberalismo se
pronuncia infinito.
Afirma que el capitalismo pone en juego distintos imperativos de goce, y a
partir de ello es que no podemos hablar únicamente de un sometimiento sino de una
dependencia, una manera de estar inscripto subjetivamente a dicho ordenamiento.
Sin embargo propone la idea de lo “Común” como todo aquello que se resiste a
ser integrado en el circuito de la mercancía y encuentra prioritario, para pensar en
una emancipación, captar aquellos elementos que por ser un ser hablante, sexuado
y mortal, resultan imposibles de atrapar. Dice “Porque si se le capta… entonces se
abre la posibilidad de la emancipación, donde el deseo, el amor, el goce, el saber y
la verdad, no queden irremediablemente subsumidos ni apropiados por la lógica del
capital.” (Alemán, 2018: 30)
Más adelante, se pregunta por el éxito de la promesa del imaginario neoliberal,
aquella que promociona ser nuestra mejor versión, maximizar el rendimiento y se
asocia a los ideales de grandeza y felicidad. Promesa que resulta tan tentadora y
atractiva para los sujetos que estos se entregan a ella con absoluta devoción e
incondicionalidad. Encuentra su respuesta en la falla constitutiva que como seres
hablantes acarreamos. Afirma entonces
“El sujeto es un accidente fallido y contingente que emerge en el
lenguaje atravesado por la incompletud y la inconsistencia. Radicalmente
dividido, agujereado y que necesita siempre de distintos recursos
fantasmáticos para soportar su falla constitutiva. Esta es la verdadera
razón por la cual la promesa neoliberal puede encontrar su anclaje en el
sujeto, e incluso ser deseada.” (Ibíd.: 54)
Por su parte, esta entrega total a la autorrealización, acarrea como
consecuencia un sentimiento de culpabilidad que aumenta a medida que las
exigencias de lo ilimitado del capital se incrementan. La tendencia a la
autoayuda, las epidemias de depresión, el sentimiento irremediable de estar en
falta, son todas manifestaciones directas del imperativo del rendimiento
ilimitado que el capitalismo contemporáneo exige.
Alemán, J. concluye que la única manera de hacer posible una
emancipación es la de mantenerse fieles al sujeto inconsciente del lenguaje, ya
que no todo es apropiable por el capital.
Por último y en relación al filme que se aborda en el presente trabajo de tesis,
releemos también el análisis de The Truman Show que lleva a cabo el Prof. Michel
Fariña, J. (1999). El mismo es llevado a cabo desde cuatro ejes ético-clínicos y en el
presente trabajo nos interesa recuperar su cuarta línea de estudio: la de la
responsabilidad subjetiva, ya que aquí nos haremos eco de su lectura para abordar
el tema que nos compete.
Se propone en dicho escrito que Truman ha vivido adormecido su vida
entera, hasta que precisamente en el momento en el que el filme nos lo presenta, se
produce un viraje en el protagonista. Hasta entonces, Truman se fía tanto de lo
dado, se entrega tan fácilmente a las determinaciones del destino, que está
“demasiado preso de la necesidad de las cosas” (Michel Fariña, 1999: 6) y por ende
no escucha siquiera las advertencias explícitas que recibe acerca de la farsa en la
que se encuentra inmerso. Aclara “No se trata, claro, de un mecanismo consciente
para el personaje. Pero por ello mismo, de enorme eficacia.” (ibíd.) Una exitosa
manera de no lidiar con la angustia frente al encuentro con lo real.
Sin embargo, “Cuando todo parece reducirse a un círculo vicioso, algo
sucede en Truman. Se trata de la responsabilidad.” (ibíd.) La responsabilidad
subjetiva. Truman comienza a buscar a su amada, que cree poder hallar en las islas
Fiji, y en ese proceso de búsqueda, se produce un cambio abriéndose la posibilidad
de una salida distinta de los hechos. “Nuevamente, no se trata de un mecanismo
consciente ni voluntario. Es una transformación de la cual el primer sorprendido es
el propio protagonista.” (ibíd.).
Hay un viraje en la posición del sujeto, pasa a hacerse responsable de sus
actos. No se trata aquí de encontrar verdaderamente a su amada e intercambiar un
final feliz por otro. “La verdadera transformación radica en desmontar la farsa. (...)
La farsa de un sujeto refugiado en la pereza del destino.” (Ibíd.: 7) Se nos presenta
un sujeto “que puede sustraerse al dormir en los signos de un guion ajeno. El que
enfrenta su existencia. El que está dispuesto a quebrar el último de los horizontes
que aún permanecía intacto y abrir con decisión la puerta de la incertidumbre.”
(ibíd.)
Marco teórico:
Discurso Capitalista.
Impulsado por el Mayo Francés, en el año 1969, Lacan, J. formula la Teoría
de los Cuatro discursos conceptualizados como modos específicos del lazo social.
Apoyado en dos fórmulas previas que son “El inconsciente está estructurado como
un lenguaje” (1964) y “El deseo es el deseo del Otro” (1958), Lacan ya tiene la idea
de que el inconsciente se pone en forma como discurso, es decir una sucesión de
elementos que se encadenan y producen significación.
En cada discurso entonces habrá siempre cuatro lugares designados desde
los que los distintos elementos operan.
Para establecer los cuatro discursos que define toma las tres profesiones
imposibles: gobernar, educar y curar postuladas en Análisis terminable e
interminable por Freud (1937) y le suma la imposibilidad de hacer desear (discurso
de la histeria). Lo imposible, a saber: lo real. Los discursos entonces, son formas de
regular el goce del cuerpo, son un tratamiento de lo real.
Los nombra siguiendo un orden cronológico en tanto su emergencia histórica:
Discurso del Amo, del Universitario, de la Histeria y por último del Analista. Resulta
preciso aclarar que es a partir de este último, el del analista que se pueden leer los
otros tres. En cada uno de ellos el goce del cuerpo se encuentra atrapado de una
manera distinta y a estos cuatro discursos bien formalizados, Lacan adicionará otros
dos: el Discurso de la Ciencia y el Discurso Capitalista. El Discurso de la Ciencia, a
lo largo de su enseñanza oscila entre el discurso universitario y el histérico. El
Discurso del Amo Capitalista Actual o Discurso Capitalista es escrito una única vez
en la conferencia que dictó en Milán el 12 de Mayo de 1972.
Éste último pseudo discurso es el que nos interesa tomar en el presente
trabajo de investigación para dar cuenta del modo de vínculo social que opera de
manera primordial en el filme The Truman Show (Weir, 1998) y en el caso
(Des)afinación alternativa: Catalina de Rodrigo Abínzano. que abordaremos luego.
Lo escribe esa única vez y se lo considera un pseudo discurso porque atenta contra
el lazo social, no promueve un lazo al Otro y en rigor entonces, no es un discurso ya
que deja al sujeto gozando solo.
En el lugar del Agente en este caso, es decir, de quien toma el lugar
dominante encontramos lo que está en falta, el sujeto o el síntoma que le pide al
Significante Amo (s1) que ponga a trabajar al Saber (s2) para producir objetos (a)
que intenten satisfacer, completar al sujeto, suturar su falta. Se caracteriza por ser
una pequeña variación del Discurso del Amo en cuanto el significante y el sujeto
están invertidos. Esta modificación acarrea una importante alteración en el sentido
de los vectores y por ende en el funcionamiento general de la fórmula. Se invierte el
vector que conecta el lugar de la verdad con el del agente del discurso. En este
sentido, se rechaza la verdad, la castración del discurso y se genera una
recursividad que saltea la barrera del goce y se convierte en una circularidad sin
límite, moebiana.
El Discurso Capitalista tiene la audacia de generar esa insatisfacción en el
sujeto haciendo que siempre pida más, que esté en constante búsqueda del placer
inmediato, más allá del principio de placer, es por ello que es un discurso que atenta
al lazo al Otro pero es por esa misma razón Lacan (1972) nos advierte acerca de
que sea “locamente astuto pero destinado a estallar”.
Así como Marx en El capital (1867) desarrolla el concepto de plusvalía, como
un trabajo excedente que proporciona un valor mayor, un resto, Lacan conceptualiza
el plus-de-gozar, que es el objeto a. Lacan (1972) define “...el plus de goce es
aquello que se produce por efecto del lenguaje…” Y es que como seres hablantes
encarnamos una falta, “Es una falta primera que produce recuperación de goce,
pérdida y retorno de goce sintomático.” (Sotelo, 2018: 305).
Y en este sentido Cevasco (2015) explica la astucia de dicho discurso a partir
del uso que hace de este plus-de-gozar para su propia conveniencia. El mercado
ofrece productos de consumo para colmar la falta estructural del sujeto, pero a la
vez, incrementa la falta de goce, respondiendo perfectamente a esta ley de base del
sujeto, la de la insaciabilidad.
Por último, vale aclarar que si bien los discursos imponen también ordenan
cierto hacer del cuerpo con el goce.
Ética psicoanalítica, ética del deseo.
En contraposición al ordenamiento que impone el discurso capitalista, nos
encontramos con lo más propio del psicoanálisis, su ética que es cada vez la ética
del deseo.
El psicoanálisis lleva al sujeto a la histerización de su discurso, es decir, preguntarse
por la implicación subjetiva inconsciente en eso que le acontece, para hacer algo con aquella
falta constitutiva, con la castración, con ese real que lo atormenta y angustia. La
histerización del discurso del analizante, es decir, que advierta su división subjetiva, instituye
el acto del analista, es la puerta de entrada a la experiencia analítica. Para que se
despliegue la asociación libre, y por ende se pueda tocar algo del goce en el cuerpo, se
debe instaurar la suposición de un sujeto al saber inconsciente, una pregunta por la causa
del deseo que habita en el lugar de la verdad.
En ese sentido se otorga responsabilidad, la de poner a trabajar al inconsciente, de
creer en una Otra escena detrás del padecimiento, y a la vez libertad, en cuanto la dirección
de la cura apunta a dejar al sujeto advertido de las coordenadas de su deseo.
“Ser psicoanalista es estar en una posición responsable, la más responsable de
todas, en tanto él es aquel, a quien es confiada la operación, de una conversión ética radical,
aquella que introduce al sujeto en el orden del deseo.” (Lacan, 1964 - 1965: Clase 14).
Cevasco (2015) propone que la incidencia del psicoanálisis sobre el discurso
capitalista se da en torno al uso que se haga del objeto a. Si el discurso capitalista
usa el plus-de-goce para astutamente producir cada vez más insatisfacción allí
donde se promete la satisfacción total, entonces el psicoanálisis debe transformarlo
en objeto causa de deseo. Sólo así puede ofrecer aquella rectificación ética del goce
que fundamenta su práctica: dándole otro valor al objeto a.
Y por ello, la ética que sostiene a la clínica psicoanalítica se pondrá en juego
en el hacer frente a la demanda. El sujeto viene a demandar felicidad, pero sin
embargo, sabemos que no hay satisfacción absoluta posible sino metonimia del
deseo. La falta es precisamente, motor del deseo.
En El seminario 7 Lacan afirma
“Esto es lo que conviene recordar en el momento en que el analista se encuentra en
posición de responder a quien le demanda la felicidad. (...) No solamente lo que se
le demanda (...) él no lo tiene, sin duda, sino que además sabe que no existe. Haber
llevado a su término un análisis no es más que haber encontrado ese límite en el
que se plantea toda la problemática del deseo. (...) Lo que el analista tiene para dar
(...) no es más que su deseo, al igual que el analizado, haciendo la salvedad de que
es un deseo advertido.” (Lacan, 1959 - 1960: 357 - 358)
Con lo cual, el principio de abstinencia es requisito indispensable para marcar esa
hiancia entre demanda y objeto en donde se formula el deseo.
La felicidad.
A lo largo del libro La promesa de la felicidad, Ahmed (2019) redefine el concepto de
“felicidad”, vinculado a una ética aristotélica muy diferente a la ética del psicoanálisis.
Afirma que “la felicidad es utilizada como una tecnología o un instrumento que
posibilita la reorientación del deseo individual hacia el bien común.” (Ahmed, 2019: 136)
Dice que “la felicidad se vincula con la renuncia al deseo”. (Ibíd.: 142) Y sostiene que “es un
modo de evitar aquello que no se puede soportar.” (Ibíd.: 143)
Con respecto a su función dirá que es la de “encubrir la infelicidad, en parte ocultando
sus causas” (ibíd.: 179) Resalta la importancia entonces, de preguntarse por esos guiones
de felicidad, impuestos y demarcados por horizontes precisos.
La felicidad, equiparándola a la demanda, vendría a ser aquello que se cree que se
desea, en cuanto no se tiene en cuenta la hiancia que como seres hablantes encarnamos
entre el deseo y el objeto. La demanda se presupone completa, llena, sin falta. La “felicidad”
conceptualizada por Ahmed no está atravesada por la castración, viene a taponar la falta.
Pero como bien dice “mientras vivamos no podemos evitar el deseo”. (ibíd. 142) El deseo, es
pulsante, y su motor es, en efecto, la falta.
La felicidad utilitarista, entendida como la felicidad del mayor número de personas,
brinda una tecnología para la promoción del ser. Y así, entonces, se podría plantear,
siguiendo estas ideas, que, la felicidad vela la falta en ser. Es un velo que sirve, que es
funcional al yo, pero que también muchas veces, lo hace sufrir. Un velo que no puede no
estar, pues no podríamos vivir de narices a la castración, pero que tampoco puede taponar
esa falta por completo, porque entonces aquella, hace síntoma.
El imperativo del rendimiento.
Resultan aquí de interés los desarrollos teóricos del filósofo Han, Byung-Chul
(2010) en torno a aquello que caracteriza a la sociedad del siglo XXI, enmarcada en
el neoliberalismo, que denomina “sociedad de rendimiento”. Explica que mientras la
sociedad precedente, la sociedad disciplinaria, se regía por la prohibición, el
mandato, la coerción y el deber, la nueva sociedad del rendimiento, en cambio, se
caracteriza por su positividad, por el poder hacer sin límites y sin exigencias
externas. Este pasaje de una sociedad a otra se debe a los límites que encontraba
el esquema negativo de la prohibición a la hora de maximizar la producción. A
diferencia de este, el esquema del rendimiento, sería mucho más efectivo, en
cuanto al volverse su propio amo, el sujeto de rendimiento es más rápido y
productivo porque persigue el objetivo de alcanzar la autorrealización.
Han (2010) explica que al no haber distinción entre explotador-explotado,
verdugo y víctima, sino, estar ambos roles operando en conjunto en cada sujeto, lo
que antes era explotación se convierte en autoexplotación. Nos encontramos
entonces con sujetos agotados por el desgaste ocupacional, sin tiempo, pero que
vivencian esta obligación de maximizar el rendimiento con un sentimiento de
libertad, “la víctima de esta violencia se figura que es libre.” (Han, 2010: 97)
El esfuerzo, la flexibilidad, la capacidad de adaptación, la gestión emocional
son valores que se fomentan y alientan en los trabajadores de la sociedad del
rendimiento, con el fin de ocultar las consecuencias absolutamente devastadoras al
nivel de la subjetividad que se vivencian en este nuevo mandato de la sociedad del
trabajo del capitalismo neoliberal.
Han observa distintas manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica,
como pueden ser la depresión, el estrés y el síndrome del burnout, que describe
como un alma agotada o quemada debido al imperativo del rendimiento y las
atribuye a la falta de vitalidad de tiempo festivo en cuanto tiempo no destinado a la
producción, sino a la contemplación, al arte, al pensamiento filosófico. Dice
“Incluso la pausa queda inscrita en el tiempo laboral. Sirve para que
descansemos del trabajo y podamos seguir funcionando luego.” (Ibíd.: 107)
En cambio, contrapone a esta exigencia continua, “... la potencia del no hacer.”
(Ibíd.: 54) proponiendo que “la hiperactividad es paradójicamente, una forma en
extremo pasiva de actividad que ya no permite ninguna acción libre.” (Ibíd.: 55)
Entonces, su hipótesis sería que la verdadera libertad se encuentra no en acción
sino por el contrario en la posibilidad de la no acción, de frenar, de darse el lujo de
poner el imperativo del rendimiento en pausa y crear tiempos que no generen nada,
de volver al silencio, a la capacidad de asombro, al misterio.
Dice así “Hoy se trata de profanar el trabajo, la producción, el capital, el tiempo
laboral, y de transformarlos en el tiempo del juego y de la fiesta.” (Ibíd.: 114)
Tratamientos de lo real.
Por su parte, Fisher (2009) titula su libro: Realismo Capitalista, ¿no hay alternativa?
haciendo referencia, con la primera parte a un concepto que retoma del arte para dar cuenta
de la forma que ha tomado el capitalismo en las sociedades actuales y diferenciarlo de
sistemas capitalistas previos. La segunda, en referencia a la conocida afirmación de la ex
primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, quien asegura que no existe ni existirá
una alternativa mejor que el neoliberalismo dominante.
Sin embargo, el planteo de este autor es que “Hoy en día, en cambio, la doctrina lleva
un peso ontológico distinto: el capitalismo no es ya el mejor sistema posible, sino el único
sistema posible. Y las alternativas no son sólo indeseables, sino fantasmáticas, vagas,
apenas concebibles sin contradicción”. (Fisher, 2009: 127) De esta manera es que resultan
interesantes las ideas del autor para este trabajo, en tanto el psicoanálisis se propone aquí
como una alternativa, un hacer distinto en el caso por caso, a este sistema que se muestra
como absoluto e inquebrantable.
Así como Soler (2015) afirma en la conferencia Apalabrados por el capitalismo que “El
discurso en el cual cada uno nace es como una patria, de la cual uno tal vez quiere huir,
expatriarse, pero sin embargo para huir previamente hay que ser inscripto.” es entonces que
el psicoanálisis puede tomar posición, justamente no desde una crítica moral al capitalismo
sino conmoviendo ese “apalabramiento” sujeto por sujeto, en la clínica del uno a uno.
La hipótesis de Soler en dicha conferencia gira toda en torno a lo necesario de este
apalabramiento de los sujetos a un discurso para que dicho discurso exista. Según esta
autora, entonces, los discursos no son maneras naturales, insustituibles, de ordenar los
cuerpos para suplir la falta sino que requieren de manera unívoca, que cada sujeto se
afirme, se apalabre en ellos. Y por ende, concluye que existe un no-todo-apalabrado, un
margen, una opción posible para cada discurso. Podría haber otros, muchos, infinitos
discursos o maneras de decir o hacer con la ausencia de relación sexual.
Y es entonces, que el planteo de Soler nos interesa especialmente en este trabajo, ya
que propone una posibilidad de cambio de discurso que es estructural, intrínseco al ser
hablante. Dice claramente “el apalabrado por el discurso es no-todo apalabrado.” Y es en
ese no-todo precisamente donde se inscribe la verdad singular, subjetiva, siempre otra, de
cada sujeto, en tanto que no se distingue todo con su goce. “La verdad individualiza lo que el
discurso colectiviza.” (Soler, 2015)
Ahora bien, ante la emergencia de lo real, de aquello que queda por fuera del discurso
al cual el sujeto se apalabra, se puede actuar de diversas maneras. Según Fisher la salida
que el capitalismo tardío propone ante dicho encuentro es “aceptar lo inconmensurable y lo
insensato sin hacer cuestionamientos” (Fisher, 2009: 92) Y para ello, como se indicaba más
arriba, ofrece una gran variedad de objetos que ayuden a olvidar su surgimiento.
En cambio, retomando a Lacan, indica que el psicoanálisis nos enseña que lo real es
aquello que estratégicamente se puede invocar, escuchar, tomar para destartalar un poco la
realidad que el capitalismo nos presenta como absoluta.
Fisher entonces ejemplifica las irrupciones de lo real en el realismo capitalista con la
catástrofe ambiental y la plaga de la enfermedad mental en nuestros días. Entre ellas la
depresión, la dislexia, el desorden de déficit de atención e hiperactividad, el trastorno bipolar,
y podemos agregar sin agotar la serie, la bulimia, la anorexia, la toxicomanía, el estrés, el
cansancio. Y las ubica a todas ellas como el costo que pagamos para mantener oculto lo
inherentemente disfuncional del sistema social capitalista.
Este costo es a su vez absolutamente articulable con un profundo desconocimiento del
inconsciente y una muy baja implicancia subjetiva, que a su vez posee enormes ventajas
para el discurso capitalista. En primer lugar, si la enfermedad mental es tratada como un
problema químico o biológico, el sujeto queda aislado en su padecimiento. En segundo
lugar, convirtiendo a un sujeto disfuncional al sistema en otro muy lucrativo para las
compañías farmacéuticas que lo proveen de sus productos mágicos para saldar cualquier
surgimiento de angustia o armado de una pregunta singular.
Soler (2015) afirma en esta misma línea que mientras el capitalismo forcluye la verdad
de cada sujeto e intenta ocultar los síntomas del goce singular aquello retorna en lo real y se
nos presenta reclamando reconocimiento. La no proporción sexual se muestra a cielo abierto
en muchos sujetos. La cuestión entonces, es qué hacer con ello.
Soler se pregunta “¿Podemos imaginar que el capitalismo pueda gadgetizar por
completo el goce humano?” (Soler, 2015) Y responde, retomando las teorizaciones de
Lacan, que no, que mientras continuemos siendo seres hablantes, el sujeto no puede
desaparecer. Afirma que el inconsciente es irreductible y que por ende, siempre habrá un
margen entre el sujeto apalabrado y su singularidad como ser hablante que tiene un
inconsciente que no podrá suprimirse.
Explica
“Si esa división desapareciera, el psicoanálisis desaparecería. La singularidad
y el inconsciente no pueden desaparecer. Pero eso no asegura el porvenir del
psicoanálisis. Como sabemos el inconsciente existe desde siempre pero se pensaba
y se hablaba de otra manera. Es sólo con Freud que al final del siglo diecinueve se
intentó descifrar al inconsciente como un saber. Eso es un discurso y entonces sí
podría desaparecer. (...) Creo que entonces el inconsciente no va a desaparecer
pero sería posible olvidarlo.” (ibíd.)
Metodología:
El método utilizado para llevar adelante la presente investigación es de carácter
cualitativo. Para ello se recolectó en primera instancia material bibliográfico de autores
clásicos y contemporáneos provenientes de diferentes disciplinas, principalmente del
psicoanálisis y la filosofía. En segundo lugar, nos acercamos a la práctica a través del
análisis teórico-clínico de un filme y la lectura de un caso clínico con el propósito de
fundamentar aquel marco teórico recogido. Las conclusiones que de este trabajo se
desprenden no buscan ser generalizaciones ni susceptibles a la medición numérica.
Se emplea el Método ético-clínico de lectura de películas formulado por Laso y Michel
Fariña (2017) para analizar la problemática de la investigación en el filme The Truman Show
dirigido por Peter Weir (1998). Este método propone pensar al cine como un recurso para
experimentar un problema singular encarnado en situaciones y personajes específicos sin
otorgar salidas de validez universal sino siempre dando respuestas relativas que invitan a
pensar. La llamada magia del cine nos ofrece en este caso no un ejemplo o ilustración del
discurso capitalista, que en este trabajo nos compete desarrollar, sino un arte que plasma en
forma de imágenes una realidad plagada de dilemas éticos posibles de ser leídos en las
coordenadas teóricas que aquí sostenemos.
Por su parte, la lectura del caso clínico (Des)afinación alternativa: Catalina, por
Rodrigo Abínzano está guiada por un movimiento dialéctico entre la teoría y la empiria.
Existen tres tipos de estudio de casos que denomina: intrínsecos, instrumentales y
colectivos. (Stake, 1999; en Azaretto, 2014) En la presente investigación el caso Catalina es
abarcado por un interés intrínseco al ser analizado de manera singular sin ser su objetivo
encontrar en este un fenómeno genérico ni edificar una teoría en torno al mismo sino
producir un movimiento creativo de construcción y deconstrucción de conceptos de acuerdo
a lo que este recorte nos ofrece.
Objetivos:
General
El objetivo principal de este trabajo de investigación es dar cuenta de la manera en
que la ética psicoanalítica puede considerarse una alternativa al discurso capitalista.
Específicos
● Explicar de qué manera opera el discurso capitalista y dar cuenta de sus límites a
través del análisis del filme The Truman Show.
● Establecer la diferencia entre el imperativo del rendimiento y la ética del deseo
sostenida por el analista en el caso (Des)afinación alternativa: Catalina.
● Analizar las consecuencias subjetivantes del encuentro con un analista en el caso
(Des)afinación alternativa: Catalina.
● Precisar la relación entre ética del deseo y emergencia de lo real.
● Interrogar la intervención política del psicoanálisis en la sociedad del rendimiento.
Desarrollo:
El discurso capitalista encuentra su límite en el filme The Truman Show.
Seahaven Island es el paraíso que una productora televisiva ha construido
para acoger a un bebé recién nacido con el propósito de filmar y transmitir en vivo
su vida entera generando así un show televisivo exitoso y único en la historia.
Christof y su compañía televisiva se apropian del pequeño Truman con la
intención de construir y manipular su deseo. Para ello, le ofrecen distintos objetos
que consideran felices, y que a su vez son reconocidos como tales por la audiencia,
quienes tienen la posibilidad de comprar todo aquello que vean en el programa.
Todo está a la venta en la vida de Truman y por ende, los televidentes asisten al
show desde una casa idéntica a la del protagonista, tomando su mismo desayuno y
vistiendo las prendas de los distintos personajes. La publicidad en su máxima
expresión.
Creemos que el discurso que predomina en el filme es el Capitalista, en tanto
Truman reniega de su característica más humana, la castración, con el mundo de
objetos que lo rodea. Hay un saber sobre el goce que parece absolutamente
exitoso, la productora televisiva ha podido contener a Truman en su pequeño mundo
artificial toda una vida. Supieron ofrecerle los objetos justos y necesarios para
suturar la falta que como ser hablante acarrea y Truman a su vez, fue cómplice de
ello dejándose complacer una y otra vez por la promesa de la felicidad. Vive
tranquilo detrás del velo que le han creado, con una cuota de temor ante una fobia
al agua generada por los mismos productores que le hace de cerco, de horizonte a
cualquier ideación de escape de la isla, del discurso.
Sin embargo, el laboratorio gigantesco que han montado presenta fallas, y
hay eventos que alteran ese orden perfecto artificialmente creado, un reflector que
cae del cielo, un padre que reaparece post mortem, una lluvia que se devela falsa,
un ascensor que no tiene fondo y personas infiltradas que buscan desenmascarar la
farsa: lo real irrumpe abruptamente en ese mundo imaginario y el fantasma de
Truman comienza a tambalear. Como hemos planteado en el marco teórico, ante
ese encuentro con lo Real, el sujeto puede responder de distintas maneras. No
hablamos aquí de una mera decisión voluntaria sino de una posición subjetiva
inconsciente. Y en el filme, precisamente, nos presentan a un sujeto que se
encuentra en un momento bisagra. Podemos intuir que hasta entonces, ante dichos
encuentros ha huido al armado de una pregunta, a una división subjetiva,
dirigiéndose siempre hacia el encuentro de respuestas proporcionadas por el
Significante Amo que como planteábamos más arriba, sabía otorgarlas a través de
diversos objetos que proporcionaran satisfacción. Truman ha estado completamente
alienado a los objetos que lo rodean, sin margen de movimiento, posibilidad de
creación, de originalidad, de elegir otra cosa que no fuera aquello que estaba al
alcance de su mano. Se evidencia a partir de ello un aplastamiento subjetivo
tremendamente acentuado. Un desconocimiento absoluto de lo propio.
Sin embargo, comienza a desplegarse a lo largo del filme un intenso deseo
por parte del protagonista que se presenta por fuera de la lógica precedente, que
pulsa por hacerse oír, que se vuelve imposible de colmar con lo que hasta entonces
parecía mantenerlo pleno. En el discurso capitalista se confunden deseo y
demanda, en cuanto no se tiene en cuenta la hiancia que como seres hablantes
encarnamos entre el deseo y el objeto. La demanda se presupone completa, llena,
sin falta. Sin embargo, sabemos que no hay tal cumplimento del deseo, éste es un
imposible y es entonces que para este sujeto algo comienza a hacerse incompatible
y exige un más allá de la complementariedad con el objeto de consumo.
Vemos en Truman el surgimiento de una idea que en un principio resulta un
tanto ridícula, su huida a Fiji, un viaje en busca de su amada, Lauren, pero lo que
nos interesa de ello es la marca de lo propio, la emergencia de una pregunta por
algo que va más allá de lo conocido hasta entonces. Seahaven le resulta ajena, y ya
no se hace eco de las respuestas con las que hasta entonces contaba. Ahmed
explica esta ajenidad con un concepto que denomina conciencia revolucionaria y
que se vivencia como un
“sentirse fuera de mundo o que el mundo se convierte en un lugar incómodo.
Nos sentimos extrañados del mundo tal como este se da: el mundo de los
buenos hábitos y los buenos modales, que nos promete comodidad a
cambio de obediencia y buena voluntad”. (Ahmed, 2019: 346)
El reencuentro con esa mujer que tanto anhela se vuelve motor de una
búsqueda más allá de los horizontes hasta entonces planteados. Algo muta, algo
cambia, y el encuentro con lo real ya no se deja ocultar por la satisfacción de la
demanda. Surge la angustia y Truman, a partir de su amor por una mujer decide ir
más allá y comenzar a preguntar (se) por su deseo.
Julio Cortázar en su reconocida novela, Rayuela, da cuenta también de este
límite inquebrantable que intentamos abordar en el presente trabajo y nos dice en
relación al amor:
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse
con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el
amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos, y te deja
estaqueado en la mitad del patio.” (Cortázar, 1963: 453)
Lacan afirma que lo que caracteriza al discurso capitalista es precisamente, el
rechazo, la forclusión del amor. En sus palabras: “Todo orden, todo discurso que se
entronca en el capitalismo, deja de lado lo que llamaremos simplemente las cosas
del amor…” (Lacan, 1971-72: Clase del 6 de Enero de 1972) Y es que justamente,
en el filme el amor es la variable que el discurso capitalista no puede controlar. La
productora cree poder usar el saber para ofrecer el mejor objeto de amor, en este
caso, Meryl, una hermosa mujer que desempeña a la perfección el ideal de esposa
ejemplar. Y de hecho, como había sido planificado por Christof, Truman inicia una
relación con ella y acaban casándose. Pero sin embargo, jamás ha olvidado a
Lauren, su compañera de universidad. Incluso cuando los productores la hacen
pasar por loca y la desaparecen del programa, éste cada día compra revistas
femeninas con la excusa de llevárselas a su mujer, baja al sótano y busca entre las
fotografías los rasgos que le recuerdan a su amor, a ese objeto prohibido, perdido.
Retomando la argumentación del Prof. Michel Fariña, diremos que aquí no se
trata simplemente de una nueva historia de amor, de alternar un objeto (Meryl) por
otro (Lauren), sino del acto de creación. Truman en este amor, se encuentra a sí
mismo. Logra armar algo propio, refugiado en un espacio escondido puede al
menos, mediante los recortes de una revista, construir algo distinto, más vinculado a
su deseo.
Como indicaba Michel Fariña, ya no se permite dormir en los signos de un
guion ajeno y entonces choca literalmente con su bote el horizonte que hasta ese
momento hacía de límite a su vida. Se encuentra con la pared de fondo del estudio
de filmación, abre la puerta, y una voz lo llama, la de lo conocido, el mismísimo
Christof le dice “ahí afuera no hay más verdad que la que hay en el mundo que creé
para ti. Las mismas mentiras, los mismos engaños. Pero en mi mundo, no tienes
nada que temer. Te conozco mejor que tú mismo.” (Weir, 1998) Como indica Fisher
(2009) el Discurso Capitalista se muestra siempre como la única alternativa, no tal
vez como la mejor, pero sí como la única posible.
Sin embargo, Truman responde “Nunca tuviste una cámara en mi cabeza” y
con su clásico saludo “Por si no los veo, buenos días, buenas tardes y buenas
noches” se retira hacia lo incierto. A partir de lo cual podemos aquí pensar, nunca
tuvieron acceso a su inconsciente, no había lugar allí para la existencia de lo
singular, de la división subjetiva, de algo que escapara a la lógica de la voluntad, del
bienestar y las buenas formas. El deseo está forcluido del discurso capitalista pero
sin embargo, no puede desaparecer. El inconsciente es irreductible.
El deseo de Truman, está más allá de la demanda, y es a partir de él que
despierta de su ensoñación y puede tomar las riendas de su accionar. Truman pasa
de ser un cuerpo atrapado en el goce de los objetos a un sujeto guiado por su
propio deseo inconsciente, que desconoce, que no se deja atrapar por ningún
objeto, pero que exige una apertura hacia lo incierto, que puja por salir de lo
conocido, de lo propuesto por otros para hacerse lugar.
Posición del analista y ética del deseo en el Caso (Des)afinación alternativa: Catalina.
El caso que nos ofrece Abínzano R. nos interesa aquí, no tanto por la anorexia como
síntoma de época, sino por el pasaje que logramos leer de un estado de exigencia y
obligación plagado de angustia y padecimiento a otro, más ameno para quien consulta,
vinculado al arte, en este caso, a la música y a un hacer más ligado al deseo.
Catalina consulta en el servicio de anorexia y bulimia del hospital porque dice “estar
anoréxica”. Al momento de la entrevista de admisión tiene veintitrés años y está terminando
la universidad. Cuenta que a los dieciocho años, cuando ingresa a la facultad, al haber
descendido mucho de peso, comenzó un tratamiento de un año en un dispositivo con
enfoque sistémico-familiar. Relata que el síntoma de anorexia ha comenzado a sus quince
años, época en la cual sus padres estuvieron por separarse, asociación que se produce una
vez en análisis y le causa mucha sorpresa. El descenso de peso y la angustia que le
conlleva la acción de comer, vienen acompañados de cortes en los brazos, culpa por
sentirse mal y preocupar a su madre y “un pensamiento feo” que tiene que ver con la
posibilidad de suicidarse.
En primera instancia, con respecto a su síntoma anoréxico nos interesa retomar la idea
de Lacan (1958) “come nada”. Diremos que allí donde el sujeto está atiborrado a la
demanda, donde el Discurso capitalista no para de producir aquello que Lacan nombra
papilla asfixiante, la anoréxica come nada para mantener la falta, se rebela y preserva una
nada. En este sentido, Schejtman vincula a la anorexia blanda, conceptualizada por
Recalcati (2001) como un efecto del discurso capitalista y dice “si en la actualidad impera la
más generalizada “gadgetización”, (...) se entiende que la anoréxica más benigna se rehúse
a probar de esa “gadgetita”. Ella representa, en efecto, uno de los últimos bastiones
resistentes al empuje-al-consumo: hace la huelga…” (Schejtman, 2012: 437) Leemos esa
huelga de hambre como respuesta a la pérdida de subjetividad, en un intento del sujeto por
quedar salvaguardado del empuje al consumo.
Por su parte, a lo largo de las entrevistas, comienza a desplegarse en su discurso una
entrega casi absoluta de su tiempo al estudio, al trabajo, un imperativo de producción
constante que la agota. Al relatar su rutina diaria dice “Me levanto a las seis, voy a la
facultad, salgo a las dos de la tarde, voy a trabajar, salgo a las nueve y alrededor de las diez
y media estoy en mi casa. Me gustaría hacerme el espacio para comer pero no lo hago
porque comer me angustia muchísimo.” Al trabajar de lunes a sábado, dedica los domingos
al estudio y esta dinámica le resulta desbordante, cansadora, “no se termina nunca” dice y
repite continuamente sentirse “sin salida”.
A este irrefrenable empuje por hacer y mantenerse ocupada, lo acompañan relatos de
su padre, descripto como un padre “bohemio” que siempre “tambaleó” en el trabajo y “nunca
fue un padre proveedor”. Así, se han generado diversas situaciones ante las cuales ella y su
hermano han tenido que pagar deudas porque su padre no podía. “Es un papá desafinado”
concluye casi al finalizar el tratamiento en el hospital.
En análisis se construye una "(des)afinación alternativa” ya no siguiendo el modelo
del padre para hacer diametralmente lo opuesto, ya no arraigado a los Significantes Amo
que la condicionan y amarran al goce que le proporcionan, sino una desafinación o afinación
más vinculada a su deseo, a lo propio, a lo singular.
En este sentido es que, a partir de que el analista le pregunta si hay algo más además
del trabajo y el estudio que le guste hacer, Catalina relata que de chica había estudiado
piano y que a partir de su ingreso a la facultad esta actividad quedó de lado por falta de
tiempo. Es a raíz de dicha intervención que aparece algo que hasta el momento no había
sido dicho en las sesiones y desde allí toma cada vez más fuerza: su gusto por la música.
Un gusto particular que se abre lugar en la lógica precedente gobernada por el
imperativo de rendimiento que el discurso capitalista fomenta y oferta. La música, como
cualquier manifestación artística, no sigue los lineamientos de la producción, el arte se hace
o se disfruta por el simple hecho de hacerse o disfrutarse. Han (2010) habla de la capacidad
de bailar, dice que el ser humano es el único animal con la posibilidad de bailar, de hacer
pasos que no lo lleven necesariamente a un destino, sino que se mueve por la gracia de
moverse. El baile, la música, son un lujo en esta sociedad del rendimiento. Y Catalina, en
esa apretada agenda que maneja (o la maneja), se hace un tiempo y se dirige a una tienda
de música a elegir una guitarra, instrumento que siempre ha querido aprender a tocar. Otro
día vuelve, la compra y comienza a tomar clases. “la música me distrae bastante” dice “el
piano es mucho más frío, como que la guitarra te deja jugar más.” Con un primo y una amiga
se juntan a tocar los fines de semana, “siento que la música me está ayudando a salir de mis
quilombos internos” afirma. Sus días de estudio comienzan luego de tocar la guitarra
“primero lo que quiero, luego lo que debo” indica Catalina. Habla de la música en términos
de disfrute, diversión que opone al perfeccionismo y rigidez que en cambio encuentra en
otros ámbitos de su vida como son el estudio y el trabajo.
Por su parte, si hasta el momento Catalina no se interesaba por “salir con chicos” ya
que estos la incomodaban y no se había sentido nunca enamorada, ahora decide mudarse
al cuarto del fondo de la casa, dejando así de compartir habitación con su hermano, con el
fin de tener su propio espacio. “Como él ahora está de novio y yo también salgo con chicos,
se me ocurrió agarrar mi cama y llevármela a la pieza del fondo. Es como una pieza pero
está afuera de la casa. No porque vaya a ir todo el tiempo con chicos. Quiero mi espacio. Me
da un poco de miedo pero estoy bien en el fondo.” dice. Situación que el analista asocia con
un sueño que ella había traído tiempo atrás (“había un espíritu que me asustaba. Estaba
donde estudio en el fondo de mi casa. Algo de ahí me da miedo.”) Y ella pregunta “¿qué
sería lo que me estaba dando miedo? ¿Decís que tiene que ver con los chicos?”.
Interesantes interrogantes que se abren y posibilitan un corte de sesión. El analista no llena
de sentido, no ofrece respuestas, sino que cumple el rol fundamental de mantener abierta la
pregunta para que se formulen otras y tambaleen las certezas.
Tal vez, podamos interrogarnos aquí ¿tendría el miedo que ver con que el deseo no
aparezca allí donde todo era producción y obligación? ¿Tendría el miedo que ver con que
“los chicos” conmovieran ese equilibrio padeciente pero funcional que Catalina había creado
para sí? ¿Sería tal vez ese espíritu la sexualidad? ¿Lo real que irrumpía allí donde no había
tiempo para nada más que el estudio?
En palabras de Catalina “Tengo cosas para disfrutar pero no sé cómo disfrutar” y es
precisamente en el espacio de análisis que ese cómo, a través de las asociaciones y las
intervenciones del analista, pareciera haber empezado a construirse. Cuando Catalina
puede desmarcarse un poco de ese imperativo de producción empieza a aparecer otro
circuito más vinculado al deseo. Al recibirse de la facultad se siente triste, dice que se
desordenó y que a partir de ello su felicidad decreció, pero al mismo tiempo dedica su tiempo
a tocar la guitarra y dormir y dice que “ya no siente el peso de estudiar”.
Avanzado el tratamiento, en una de las sesiones, Catalina comienza hablando de la
problemática con la comida para pasar inmediatamente a hablar del padre. El analista le
señala este pasaje y ella responde “No me había dado cuenta. Evidentemente la comida no
es el problema”.
Esta intervención, entre otras, es testigo de la puesta en forma del síntoma a la que
apunta un análisis, es decir, que el sujeto pase a tratar al síntoma como un digno oponente.
El analizante debe creer que hay un saber condensado en el síntoma, sino éste opera del
bando de las resistencias. Es imprescindible creer en la existencia del inconsciente para su
puesta en marcha. El yo debe dejar de estar en unidad y hacerse pregunta.
Es en relación a ello que justo luego de comenzar a tomar clases de guitarra, Catalina
dice “el hospital te cambia; no sé bien cómo pero me siento un poco mejor. En mi tratamiento
anterior era todo con cintas, como que te agarraban, te ponían cinta Scotch y te largaban a
la calle.”
Finalizando el tratamiento Catalina vuelve a tocar el piano, lo disfruta y se sorprende de
poder hacerlo con facilidad luego de tanto tiempo sin practicar. La música fluye de su cuerpo
con naturalidad, “como respirar”. Los cortes comenzaron a espaciarse y ya no tenía ideas en
relación a la muerte. En cambio, convierte a la música en un refugio al cual logra acudir
cuando se pone ansiosa, refugio que llama “un corte”, que la refresca, y que ya no requiere
lastimar su cuerpo o ponerse en peligro.
Pequeña compensación.
Resulta evidente la contradicción de la clínica psicoanalítica inserta en una sociedad
del rendimiento apalabrada cada vez más fuertemente al discurso capitalista. Otras
psicoterapias, en cambio, alineadas a las condiciones de la vida contemporánea ofrecen
tratamientos más atractivos a los ojos de quienes reniegan de la castración con el consumo
de objetos. Sin embargo, ceder ante la demanda de un psicoanálisis alineado al discurso
capitalista implicaría dejar de lado el mismísimo fundamento que lo sostiene, la existencia
del inconsciente. Como nos advierte la psicoanalista Cristina Toro (2015) si el psicoanálisis
quiere mantener su vigencia, resulta imprescindible que sostenga al inconsciente como
causa, fundando entonces una ética que se diferencia de la propuesta capitalista en cuanto
aboga por la singularidad y lo imposible de la proporción sexual. Propone una
“Posición política y ética fundamental: psicoanalistas con el deseo de psicoanálisis
en la mira, a la espera del porvenir que sabemos que no está asegurado,
descartando la posibilidad de una armonía utópica, pero dispuestos a tomar la
apuesta de hacer otra cosa con el malestar que reconocemos estructural.” (Toro,
2015)
Hacer otra cosa con el malestar estructural que no implique un para todos, sino un
para cada quien. Un saber hacer que se construye en análisis sin saber a priori. La
dirección de la cura no se dirige a un destino final pintado de determinados colores,
porque lo desconoce. Lo único que puede prometer, sin ser poca cosa, es un respiro más
ameno, sin tanto padecimiento.
Cuando el guion estipulado socialmente para ser feliz se deja un poco de lado, los
horizontes se expanden. Cuando Truman Burbank choca con la pared de fondo del estudio
de grabación tiene la opción de abrir nuevas puertas. Sin embargo, este movimiento no
promete traer consigo nada en específico, se corre un gran riesgo: salir de lo preestablecido,
de lo que no hace pregunta, hacia lo desconocido. El análisis conlleva entonces, una gran
cuota de incertidumbre y por lo tanto de angustia.
Al ser conscientes de la existencia del inconsciente el mundo de la buena voluntad del
que nos hablaba Ahmed pierde sentido. “Ya no estamos bien adaptados, no nos podemos
adaptar al mundo.” (Ahmed, 2019: 346) Y es lo que ocurre cuando el yo deja de estar bien
adaptado a sus síntomas: los encuentra extraños, extra-territoriales a sí mismo. Sólo así
puede dar cuenta de ellos como tales y es una ganancia entonces, pero pérdida a la vez. Se
pierde la comodidad, la acomodación al mundo y el sí mismo, en el momento es que se hace
pregunta por eso que le acontece.
“Es el sujeto que se siente mal aquel en el que se despierta la curiosidad, el que quiere
saber.” (Ibíd.: 379) Y lo fundamental será el hacer del analista con ese querer saber: ¿Se le
otorgará una respuesta? ¿Se hará carne de ese saber que el sujeto está buscando? ¿O se
sostendrá la pregunta hasta el final?
Los diferentes caminos que puede tomar una terapia están marcados por la ética en la
que dicha práctica se sostenga. Por eso es que la ética que subyace a la hora de hacer
clínica es fundamental. Si la pregunta del sujeto se apaga, la salida de los discursos
dominantes se vuelve un imposible. Porque para que el psicoanálisis persista, inmerso en la
sociedad del rendimiento, es necesario, que no caiga en el opuesto, que no prometa otra
verdad, que no se vuelva un discurso Amo, porque en ese mismo acto, la ética que lo
sostiene perece.
Por otro lado, se puede pensar que si bien hay una resistencia estructural a
encontrarse con la castración, al mismo tiempo, existe un empuje hacia ella. Lacan se
preguntaba: “¿No es manifiesto que la experiencia analítica se entabló a partir del hecho de
que a fin de cuentas, nadie, en el estado actual de las relaciones interhumanas en nuestra
cultura, se siente cómodo?” (Lacan, 1955-1956: 193)
Así como Freud, funda el psicoanálisis casi por necesidad, por encontrarse en su
trayectoria médica con un montículo de cosas que pujan, que se manifiestan y nadie
escucha: las formaciones del inconsciente. ¿Es entonces función del psicoanálisis también,
hacerse ver, atraer hacia sí, promover la noción del inconsciente, de eso Otro en donde
buscar? ¿O en cambio puede persistir desde un lugar marginal y extraterritorial a la ciencia
para entonces, “intentar esclarecer a los desdichados que sí se han hecho preguntas”?
(Lacan, 1955-56: 287)
Soler (2015) por su parte, se pregunta “¿Es posible que el barullo del capitalismo no
deje resonar esta diferencia de la verdad?”
Concluye “Cuando el síntoma no satisface, el paciente viene a consultar por su
padecimiento. La verdad se encuentra primero en el sufrimiento que genera y eso no basta
para entrar en análisis. Necesitamos un paso más y es el problema de presentificar ante el
sujeto la idea de que hay algo Otro en donde buscar, que él no sabe. El psicoanálisis es algo
que responde al capitalismo. Es una pequeña compensación, modesta.” (Soler, 2015)
Conclusión:
A modo de conclusión, diremos que a partir del análisis clínico-analítico del
material audiovisual The Truman Show y la lectura del caso clínico de Abínzano
(Des)afinación Alternativa: Catalina, hemos logrado leer algunas de las coordenadas
de la compleja relación entre la ética del deseo y el discurso capitalista con el fin de
responder a la pregunta rectora del presente trabajo.
Principalmente, llegamos a la conclusión de que el deseo, al ser aquello
inasible, no se deja atrapar del todo por la vorágine del consumo de objetos y por
ende, es una fisura del discurso capitalista. La presencia de un analista, que
escuche y habilite el despliegue de la palabra, respetando a su vez la existencia del
no-todo, de un resto irreductible que no puede decirse, permite en el caso por caso,
hacer otra cosa con el malestar que el psicoanálisis reconoce como estructural.
Sin embargo, la complejidad del tema abordado no se agota en estas
reflexiones, por el contrario se abren nuevos interrogantes respecto del rol político
que el psicoanálisis ocupa o puede ocupar en un mundo que se rige por las leyes de
un capitalismo neoliberal voraz. Creemos que la ética del deseo pone en jaque al
discurso capitalista, le hace tope, le pone un freno a la demanda incansable de
objetos. Una ética que no promueve ideales ni fomenta la felicidad o el bienestar.
Una ética que no podría imponerse como universal particular, pues se formula en el
caso a caso, cada vez siguiendo a la letra el deseo de cada quien. Y consideramos
que mientras como seres hablantes nos habite el inconsciente, habrá siempre un
punto de fuga, un desequilibrio, una alternativa posible. Soler (2015) dice que el
inconsciente no dejará de existir jamás pero que así como recién a partir de Freud a
finales del siglo XIX se comienza a intentar descifrarlo como un saber, es también
posible en un futuro, olvidarlo. Y es por ello, que el psicoanálisis como praxis
subsistirá, siempre y cuando se mantenga vigente la hipótesis de la existencia del
inconsciente.
Mientras el discurso capitalista forcluye el deseo, y por ende ofrece los
mismos objetos y consumos para todos, el psicoanálisis, o la ética en la que se
sostiene hace exactamente lo contrario, sigue el deseo a la letra para construir un
saber hacer con el goce singular.
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El artículo fue publicado originalmente en Michel Fariña, J.J.; Gutiérrez, C.
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Anexo
(Des)afinación alternativa: Catalina[1]
Estar anoréxica
Cerca de fin de año, Catalina pide una entrevista de admisión en el servicio
de anorexia y bulimia del hospital. En el primer encuentro, comenta que “está
anoréxica”: cuando tenía 18 años –al momento de la consulta tiene 23– estuvo en
tratamiento por un año en un dispositivo con enfoque sistémico-familiar por la misma
cuestión.
Ubica dos coordenadas en la historia de su “anorexia”: a los quince años
comienza a restringirse en la ingesta, delimitando una serie de pensamientos
obsesivos en relación a “estar gorda”; tres años después, al ingresar a la
universidad, tiene un descenso pronunciado de peso, motivo por el cual comienza el
tratamiento antes mencionado. Ingresa a la carrera luego de dar los exámenes
previos. En ese momento realiza todos los controles clínicos y nutricionales –los
cuales se encuentran dentro de los valores normales para el discurso médico– pero
para ella “no todo estaba normal”: “Yo sentía que no estaba todo genial…al
contrario.” Al momento de la consulta, se encontraba cursando las últimas materias
de la carrera y también trabajaba como administrativa en una clínica. El núcleo
familiar se conformaba de sus dos padres y su hermano mayor, quien también
estaba terminando la facultad.
Describe cómo sería un día de su semana: “Me levanto a las seis, voy a la
facultad, salgo a las dos de la tarde, voy a trabajar, salgo a las nueve y alrededor de
las diez y media estoy en mi casa. Me gustaría hacerme el espacio para comer pero
no lo hago porque comer me angustia muchísimo”. Trabajando de lunes a sábados,
los domingos eran el único día para estudiar: “no se termina nunca. La estoy
pasando bastante mal. Generalmente estoy llorando. Las últimas dos semanas
fueron desbordantes. Mis viejos no sabían y cuando les conté me fui para abajo”.
Pregunto: ¿qué cosa no sabían tus viejos? Catalina responde: “esto de estar
anoréxica.”
Finalizando esa primera entrevista, y ante la pregunta de si quería comentar
alguna cosa más, refiere haber tenido “un pensamiento feo”: “El otro día en el
trabajo abrí un armario y pensé que tenía la posibilidad de mezclar algunas cosas y
matarme. Esa idea me asustó mucho. Lo había pensando antes pero nunca así de
elaborado…igual, hay momentos donde siento que no estoy viviendo”. Agrega que
“estuvo haciéndose cortes en los brazos! y que su madre al enterarse dijo: “no estás
haciendo nada con lo que te pasa”; sobre esto, con un dejo de tristeza, comenta:
“siento que estoy hundiendo a la familia”. Una sobrina, a quien cuidaba algunos
domingos al mes, es “la única luz que tiene en su vida”.
La angustia que conformó la atmósfera del tramo final de esa primera
entrevista, permitió, supervisión mediante, que parte del decir de la paciente
resonara en la posibilidad de seguir siendo escuchada en entrevistas con carácter
ambulatorio –con una mayor frecuencia semanal–, como estrategia alternativa a una
posible internación.
En las entrevistas siguientes, Catalina repite sentirse “sin salida”: “tengo
cosas para disfrutar pero no sé cómo disfrutar. Con la comida estoy más o menos,
no estoy almorzando sino que estoy merendando y cenando. Como cereal, pero no
como demasiado, me lleno con nada. Todo el camino al trabajo voy pensando lo que
voy a comer.” La angustia se hace presente si come, así como también si no come.
Tuvo un sueño y dice que quiere contarlo: “Soñé que era una paciente en el trabajo.
Estaba llorando, había un ventanal, mucho verde y mucha luz”. Pregunto: ¿qué te
dice ese sueño?, responde: “no sé, me parecía raro…me sentía indefensa”.
Hay una preocupación constante: manifiesta verse gorda y recuerda que el
año pasado pesaba mucho menos: “me miro al espejo y me horrorizo. El año
pasado pesaba 77 kilos…ehh digo 47 kilos” ante lo cual le pregunto por el 77 y con
cierto fastidio replica: “nada, es un número, nada más”.
Avergonzada, Catalina vuelve a mencionar el hecho de que se hacía cortes
en los brazos y piernas; los adjetiva como superficiales y le sirven para aliviarse.
Retomando lo dicho en torno de su “pensamiento feo”, le pregunto si su familia está
al tanto de lo que le pasa, especialmente si su padre sabía algo, ya que solo había
nombrado a la madre hasta ese momento: “mi papá es algo distante conmigo.
Cuando me pasó esto la última vez, dijo que era un capricho. Al momento de la
comida estamos todos juntos y yo siempre como cuando hay gente; con todo lo que
esta pasando, siento que el centro soy yo y es horrible”. Le pregunto si le gustaba
hacer alguna otra cosa además de trabajar y estudiar; allí aparece la música: de
chica había estudiando piano, lo que fue dejado de lado al empezar la facultad ya
que no tenía tiempo.
Se muestra contrariada porque “siente que falla a una meta”: “es como que
me encanta comer pero no me gusta comer comida. Quisiera no estar tan flaca, me
gustaría estar saludable”. El tema de su padre retorna: lo describe como un
bohemio que siempre “tambaleó” en el trabajo. Relata una serie de sucesos donde
ella y su hermano deben pagar deudas que su padre no podía. En el año 2001,
ambos tienen que cambiarse de colegio por la situación económica familiar: “eso sí
fue un duelo para mí, tuve que cambiar mis compañeros, todo… pero bueno,
primero había que comer”; le repito esta última frase: primero había que comer.
Finalizando ese encuentro, me pregunta si no hay otro psiquiatra en el hospital, ya
que el que la atiende la “irrita mucho”.
A la entrevista siguiente relata una pesadilla: “había un espíritu que me
asustaba. Estaba donde estudio en el fondo de mi casa. Algo de ahí me da miedo.”
Recuerda que se cumplía el aniversario de la muerte de su abuelo y agrega que su
abuela –madre de su madre– es una persona que la “irrita” mucho: “siempre que me
ve me dice que estoy más gordita”.
Dice al pasar que el hablar de la música había hecho que se siente al piano
nuevamente: “con la música expresas todo; yo en general escucho música triste”.
Asocia un recuerdo: “mi abuelo se había muerto y viajábamos a Chubut, era el día
del padre. Me acuerdo que íbamos escuchando música en el auto y mi mamá le
había pedido a mi papá que no ponga un CD de Víctor Heredia, porque le hacía
acordar a mi abuelo y ¿sabes qué hizo mi papá? ¡Puso ese CD! Él no escucha,
siempre somos nosotros tres: mi hermano, mi mamá y yo, y él aparte. Es un sordo,
escucha lo que quiere escuchar.” Se sorprende ya que se da cuenta que en esa
época sus padres estuvieron por separarse y allí comenzó el síntoma de anorexia:
“no me acuerdo bien que pasó. Vino mi hermano a decirme que mis papas se
separaban pero no me acuerdo más, ni cómo se resolvió o si mi papá se fue o no de
la casa.”
Resonar
Llega con cierto malestar a una sesión: comenzó a salir un chico de la
facultad y refiere no haberse sentido bien con la situación: “no sé si fui porque
quería. No me siento muy cómoda en general con esas cosas, nunca tuve novio
formal. Nunca sentí que enamoré a alguien”. Seguido a esto, comenta que fue a ver
una guitarra, instrumento que siempre quiso aprender a tocar. Describe que sus
días la tienen “muy cansada e irritada”: “¿Sabes qué pasa? La comida no es la
comida. Es como algo que me está manejando a mí. Cuando llego a un punto de
saciedad ya es tarde, no puedo disfrutar el momento. La comida se convierte en lo
mismo que lastimarme.”
Aprueba un examen muy importante y se organiza en su casa una cena en
su honor: “no tuve problemas, te juro que estaba tan contenta como para pensar en
eso. ¿Te acordas que fui a ver la guitarra? Bueno, me la compré y el miércoles
empiezo clases”. En ese momento dice: “el hospital te cambia; no sé bien cómo
pero me siento un poco mejor. En mi tratamiento anterior era todo con cintas, como
que te agarraban, te ponían cinta Scotch y te largaban a la calle.” Los cortes
comenzaron a mermar y ya no tenía ideas en relación a la muerte.
Como contracara a estos signos de mejoría, poco tiempo después, dice
“sentirse una mierda”, ya que cuando en algo le empieza a ir bien se castiga.
Tuvieron una discusión con el chico con el que estaba saliendo. Se angustia mucho
durante esa entrevista y llora prácticamente de principio a fin. Le ofrezco en ese
momento unos pañuelos descartables: “Gracias, necesitaba sonarme” dice,
conservando luego los pañuelos, agradeciendo mucho por ello.
Catalina se va dos semanas de vacaciones a la playa: “me sentí
sorprendentemente bien. Sentía que necesitaba el mar; había soñado con el mar
pero no podía entrar, lo miraba desde lejos. Era horrible.” Asocia esto a un recuerdo
en el cual, a sus quince años, se van dos semanas de vacaciones con su familia y
donde su padre se ausenta en la primera semana: “me acuerdo que en la segunda
semana, en la que estuvo mi papá, todo fue mucho mejor.” Le pregunto qué se le
ocurría con “mar”. Luego de unos segundos dice: “No sé…mar, amar... es todo el
tema del amor”. La entrevista posterior trae un collage realizado en su casa, con
fotos del mar, de su amiga Melina, de sus primos y de guitarras.
La música vuelve a tener lugar en sesión: “la música me distrae bastante, me
encanta la guitarra. El piano es mucho más frío, como que la guitarra te deja jugar
más.” Comienza a juntarse con su prima y un amigo a tocar los fines de semana:
“siento que la música me esta ayudando a salir de mis quilombos internos”.
Cierto sentimiento de abatimiento aparece nuevamente: “me doy asco. Ahora
me corto y ya ni siquiera siento alivio como antes, ahora es solo castigo. Y es el
hambre… antes no estaba y ahora aparece pero voraz”. Le pregunto por el asco, y
responde: me encontré con un cuerpo de huesos; mirándome al espejo el otro día
me parecía todo terrible, una cosa esquelética”.
En ese momento, se pelea tanto con la nutricionista como con el psiquiatra
del hospital. Le pregunto qué había pasado y dice: “son dos pelotudos. Se creen
que me gusta anotar lo que como o dejo de comer”. Preocupada, me comenta que
la asaltó una idea: “el otro día, estaba en pilates, miré la ventana y pensé ¿qué pasa
si me tiro? Se angustia: “Siento que con esto la voy a romper a mi vieja, yo trato de
ser fuerte pero no puedo. Tengo derecho a sentirme mal pero no me lo permito.”
La ruptura del lazo con sus otros profesionales tratantes interpelaba el
espacio, delimitando un lugar puntual: aquellos que “irritaban” a Catalina; advertido
de esto, retornaba también un llamado, cuyo receptor ahora era solo el analista.
Disonancias
El protagonismo de la guitarra seguía acrecentándose; sus días de estudio
comienzan luego de tocar la guitarra: “primero lo que quiero y luego lo que debo.”
Su padre también comienza a tener apariciones más frecuentes en sus dichos;
hablando sobre la comida, se interrumpe diciendo: “me aburre hablar de estas
cosas”, ante lo cual pregunto de qué sería divertido hablar. Responde: “la música, la
música es divertida y no todos la ven como la veo yo. Me doy cuenta que canalizo lo
que siento en lo que toco. La música me gusta porque no todo tiene que sonar
perfecto y eso me hace bien porque yo soy perfeccionista y rígida”. Su profesor la
alienta, diciéndole que ha mejorado mucho e inclusive se contempla la posibilidad
de un recital con otros estudiantes.
El encuentro con el espejo revistie ahora otro matiz: “en realidad, no me
gusta lo que veo en el espejo porque veo una chica triste”. Su mamá estuvo
haciendo huevos de pascuas y esto le evocó dos recuerdos. El primero: “mi mamá
siempre me dice que estoy flaca y eso me incomoda; después esta mi abuela que
me dice rellenita y es lo peor”; el segundo: “me acordé el otro día que mi mamá tuvo
ataques de pánico y no podía respirar. Una vez casi se muere. Yo tendría once años
e íbamos caminando por la calle cuando le paso. Yo no sabía qué le pasaba y desde
ahí, siempre tuve miedo que algo le pase. El otro día estaba comiendo y sentí que
me faltaba el aire.” Finalizando la entrevista, sonríe y dice: “adivina con que materia
me voy a recibir” ante lo que le preguntó porqué me lo preguntaba. Responde: “son
las pruebas que te pone la vida… no sé, espero algún día poder comer
naturalmente, que me salga así como respirar”.
Las deudas, el cansancio y su padre configuran una escena: “Se la pasa todo
el día en casa, además pone música que a todos nos molesta. Él estudió música en
su momento y siempre, cuando me escucha tocar, me dice: ¡qué lindo tocas! Una
vez le dije para tocar juntos y no quiso. Me irrita, porque el estilo de música que a él
le gusta te lo quiere imponer y no le importa lo que te gusta a vos”.
Orgullosa, comenta que generó una “reorganización familiar”: “yo siempre
dormí en la pieza con mi hermano y vivíamos peleándonos. Como él ahora esta de
novio y yo también salgo con chicos, se me ocurrió agarrar mi cama y llevármela a
la pieza del fondo. Es como una pieza pero está afuera de la casa. No porque vaya
a ir todo el tiempo con chicos. Quiero mi espacio. Me da un poco de miedo pero
estoy bien en el fondo”, ante lo cual digo como el sueño que me habías contado.
Piensa y responde: “¿qué sería lo que me estaba dando miedo? ¿Decís que tiene
que ver con los chicos?” Corto la sesión.
Desafinado
Catalina comienza a venir más espaciadamente al hospital por consenso
mutuo. Comenta que hace unos días pasaron con su madre a saludar Matías, ex
compañero de la escuela con quien tiene una relación cercana. También estaba
presente la madre éste en la visita. Repentinamente, se muestra afectada por el
relato; con cierta dificultad, prosigue con la voz quebrada: “fue un momento: la vi a
la mamá de Matías y estaba perfecta, re cuidada y la vi a mi mamá, arrugada y con
marcas en la piel. Me sentí muy culpable”. Le pregunto por qué se sintió culpable y
responde: “porque me di cuenta los achaques que le hice pasar, los malos ratos.
Creo que ella se dio cuenta de que podía perderme. Nunca la vi tan mal, ni con
tanto miedo.” Vuelve a hablar sobre Matías: en un evento festivo, conoció a su
novia: “cuando vi a la novia, ella vino y me dio un abrazo: ¡así que vos sos la famosa
Catalina!...y fue como… no sé… re raro”. ¿Raro? Continua: “sí, raro porque, te digo
la verdad, yo no sabía que Matías pensaba eso de mí, sentí en ese momento que,
para Matías, yo era más importante de lo que creía. Como que dejas una marca re
positiva en el otro”; en ese momento le digo qué distintas formas de dejar marca
¿no? Asiente con la cabeza, sonríe y damos por finalizada la sesión.
Catalina esta cerca de rendir su última materia. Nuevamente hay problemas
económicos en la casa: “me da bronca mi viejo, es siempre lo mismo, la angustia a
mi mamá con estas cosas, yo entiendo que nosotros con mi hermano tenemos que
ayudar, pero él nunca fue un padre proveedor; fijate, tiene casi sesenta años y sigue
así con la plata.” En esos momentos, la música se han convertido en un asilo: “el
domingo me estaba poniendo muy ansiosa y dije: listo. Dejé todos los apuntes y fui
a tocar la guitarra. Fue un corte. Cuando volví a estudiar estaba fresca.”
Catalina se recibe. Viene a sesión y le pregunto cómo esta. Se muestra triste
y dice: “Sí, estoy contenta…estuve contenta...” y comienza a llorar. Siente que otra
vez se puso obsesiva con la comida y que la intensidad del estudio en este período
final la desordenó: “Fue después de recibirme, a partir de allí”. Pregunto: ¿Te
desordenaste antes o después? No entiendo. Responde: “Decreció mi felicidad
después de que me recibí. Me hicieron una fiesta sorpresa. Fue una noche muy
linda. Cuando terminé de rendir salí y me puse a llorar. Estaban todos mis
familiares, mis viejos, mis tíos, mis abuelos.” ¿Y qué pasó?, dice: “No me esperaba
que haya tanta gente contenta por mí. Siempre me sentí tan mierda, pero la verdad
que me demostraron lo contrario. Es muy loco ¿no? Tener las dos cosas: que te
quieran y vos no sentirte ser suficiente, estoy harta de racionalizar todo y me
angustia saber que lo que veo no es verdad.” Habla sobre su cuerpo y dice que de
las veces que se ve en el espejo es como si le hubieran devuelto su versión
“semi-normal”. ¿Versión semi-normal?: “me di cuenta que estoy bien: ni muy flaca ni
muy gorda, semi-normal.”
Catalina dedica ahora su tiempo libre a tocar la guitarra y dormir. Dice que “ya
no siente el peso de estudiar”. Luego de retomar tanto su tratamientos nutricional
como psiquiátrico con otros profesionales –y ante las mejorías en dichos planos-, los
da por finalizados.
Hablando sobre la comida, se interrumpe y empieza a hablar sobre su padre:
después de la fiesta de recibida, éste fue a su habitación y comenzó a decirle cuán
orgulloso estaba de ella pero luego terminó hablando de él: “lo odie en ese
momento. Es como que necesita que el otro lo apruebe; por mi logro él se mueve,
me pone un peso encima que tendría que ser de él. Me irrita, debe ser la persona
que más me irrita. Habíamos discutido el sábado y como él hace todo lo posible
para irritarme, el domingo a las nueve de la mañana se puso a cortar madera en el
patio con una sierra. ¡No sabes el ruido que hacía! Yo estaba durmiendo y me
despertó ese quilombo. ¡¿Quién se pone a las nueve de la mañana un domingo a
hacer ese ruido?! ¡Además con música a todo volumen! Me levante y lo cague a
pedos y él se enojo.” Le pregunto si ella también se enojo. Me responde: “no sé si
es enojo, es como que me irritarra mucho” ¿irritarra? Catalina soltó una carcajada y
empezó a reírse: “Sí, es como que me “irritarra”, es un papá desafinado. Yo sé que
él me saca pero después lo veo como bajón y vulnerable y se me pasa. Lo veo
como viejito, con manchas en la piel y me da ternura.” Le señalo en ese punto que
había empezado hablando de la comida para luego hablar sobre esto. Dice: “No me
había dado cuenta. Evidentemente la comida no es el problema.”
Comienza a transitarse el último tiempo del tratamiento en el hospital.
Catalina comenta que después de mucho tiempo volvió a sentarse a tocar el piano:
“me puse a tocar y estaba oxidada pero me impresionó el hecho de que uno guarda
la música en el cuerpo, creí que no me acordaba pero mis manos iban solas a las
notas.” En relación al tratamiento refiere: “siento que me voy a advertida, sé que
cosas en algún punto me llevaron a estar como estaba y qué cosas necesito para
estar mejor. El otro día tuvimos otra discusión con mi papá pero, a diferencia de las
otras veces, le dije que hablemos y fue la primera vez que sentí que me escucho.
Pudimos solucionar el problema de otro modo, fue mucho mejor que cuando nos
enojábamos el uno con el otro.”
Luego de solicitarlo, Catalina continúo su tratamiento por fuera del hospital.
[1] El caso fue cedido por el autor para ser trabajado en la presente tesis.