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Mauro Armino
qué ha dicho verdaderamenteIntroduccién
A escritura es efimera cual el reguero de la
sierpe, salvo alli donde encama con la ilumi-
nacién fecunda, la sugerencia abridora de cami-
nos o el reto y la provocacion al que leyere; don-
de forman cubil, almenajes de polvo sefalan,
fortificandolo, el reguero defendido asi de dimen-
siones temporales y cambios axiales de pensa-
miento y forma: la caducidad rebota en este mo-
numentum cuya dureza encascara la enjudia
fresca de una época no por ida perenne. La histo-
ria térnase de este modo cadena y sucesion de
pulpas jugosas que, una mds una, conforman el
presente. La durabilidad de la palabra escrita, su
permanencia en tiempos distintos, derivan pri-
mero de esa amalgama nodal de caracteres que
han dado en llamar «genio»; luego, de la concor-
dancia de eticidades entre quien lee y quien es-
cribio, gHay algo mds caduco, empero, que la cr6-
nica del dia, la resefa de quien escruta el pdlpito
de un montoén de humanos apelmazados sobre una
patria en gestacién malsana? Paradojico Larra
respecto a los construidores de monumentos me-
galiticos: él, al servicio de lo en apariencia efi-
mero, de la minucia ocurrida entre alba y cre-
pusculo, de las erratas de imprenta y de espiritu
del Boletin, del gobierno y sus gestores, acucio6 Que ha dicho verdaderamente Larra
esas nimiedades para, con su certera definitoria,
trocarlas en indice airado y acusativo contra las
diferentes formas adoptadas por un poder bdsi-
camente inmovilista; a su través, por otro lado, da
Larra expresién y cauce a su soledad y frustra-
cidn individuales: la escritura se fantasma enton-
ces en turbién donde bracea el hombre ahogado
por su tiempo; ambos, ser y época, el yo y las
circunstancias inmediatas, se exponen desnudos
en la serie de hojas que apiladas forman la esen-
cia larriana.
Pues no es el suyo el caso conjetural y harto
conocido del historiador a quien se vuelve en
busca del pasado por haber serialado el reguero,
apelotonado almenajes de barro, dejado hitos,
apuntado fechas, celebraciones, hechos, nom-
bres, esa retahila de cosas que, cohorte de todo
presente, lo cubren con su humus. En la fer-
mentacion de ese mantillo gestaron sus raices
las formas del ser y no ser, del estar, presentes,
incitando a quien trate de aprehender compren-
sivamente su momento a retroceder en busca de
los gérmenes, habitantes quizd ya del olvido: un
pueblo sin pasado enloquece tal el hombre sin
suenos. De ahi la substancial importancia del
historiador. Mas la de Larra no es labor de his-
toriador (ni de novelista que inserta sin mds su
tiempo en los personajes) que mantiene en for-
mol de eruditismo unas coordenadas del pasado.
En tal suerte de casos la escritura caduca y yace
entre el polvo de las bibliotecas hecha dato, letra
muerta a la espera de una mano, no tanto de
nieve cuanto de erudito, que la reavive momen-
tdneamente en sus interpretaciones y estudios:
testimonios de un tiempo finiquitado al que se
retorna por los puentes que tiende la razon.
No va el reguero de Larra por ese empolvado
camino. Paradoja otra vez: un escritor sobrio, sinIntroduccién 7
brillantez de escritura, sin imaginacién apenas,
cenido umbilicalmente a su tiempo, y vivo. gDén-
de, por qué aun sentimos filosa la interpre-
tacién y critica de ese pasado perdido alla en las
brumas que gestan nuestra historia mds contem-
pordnea? gPor qué esas notas que debieran cons-
tituirse en efemérides, por qué esos articulos en
amarillecidas pdginas acucian hoy revisiones y
busquedas, asedios e interpretaciones? No es, y
lo es, motivo el escritor que actué sobre un de-
nominador comun a las fechas, aquéllas y és-
tas, para quien, como Larra, palpita al unisono
con el enfebrecido pulso del pais y sus mds esen-
ciales rasgos. Esparia se repite en el espejo de su
historia aunque las imagenes reflejadas no resul-
ten contractuales: ha corrido, desde la de Larra,
mucha sangre bajo los puentes, mas pese a ello,
un pistoletazo fatidico puede poner término a
cualquier dia de cualquier febrero de cualquier
afio en que, cualquier pobrecito hablador, tras
echar una ojeada al adormecimiento y la estul-
ticia colectiva, dé las Buenas noches, se asuste
ante una sociedad de barateros que aplica sin
pensarselo dos veces la pena de muerte, se com-
padezca de si mismo y de todo con un ;Dios nos
asista!, comprenda sus pequefias traiciones (Is-
turiz, cualquiera, le venderd un acta de diputado
a cambio del silencio), medite en el Dia de Di-
funtos desde una postura subjetivizadora, desde
su frustraci6n como ser y como individuo so-
cial, contemple la estupidez criminal de las cir-
cunstancias y, tras las pertinentes despedidas,
entre en delirio alla en el hondén mas recéndito
e iluminado por la conciencia de si mismo: des-
garrados todos los velos, arrojadas las mdscaras,
quitada la careta, surge la lepra aflorada por
el examen riguroso, la ebriedad del vino peor:
deseos e impotencia: «... tenia todavia abiertos8 Qué ha dicho verdaderamente Larra
los ojos y los clavaba con delirio y con delicia
en una caja amarilla donde se leia mafana.
gLlegard ese manana fatidico? gQué encerraba
la caja?» Qué podia guardar para quien no ha-
cia aun dos meses habia confesado que en su
corazon yacia la esperanza? Desde esa concien-
cia desgarradora de una frustracién a todos los
niveles, Larra es un caddver que durante otros
dos meses camina, estrecha manos, saluda en el
paseo, se burla mds sin que el sarcasmo le haga
gracia. Un cadaver sin acta de defuncion: en tal
coyuntura cualquier gota de agua, cualquier des-
amor mal soportado puede quebrar el vaso y le-
galizar socialmente el status animico de muerte
@ que su desespero ante la realidad le ha lle-
vado.
Dijéramos: no sélo es de Larra la culpa de
tanto asedio: su escritura, correcta, de una so-
briedad hirsuta, no mereciera en un equivalente
electronico actualidad. Mesonero y Estébanez
serian «mejores» escritores segun la IBM. A palo
seco son mds los recursos estilisticos, la gracia,
la brillantez, la sonoridad de éstos (Espronceda
incluido, aunque su caso esté muy proximo a La-
rra), y la mdquina asi lo registraria; de igual
modo calificaria a Azorin el «mejor» noventayo-
chista. Mi afinidad se dirige, en cambio, hacia
el «peor escritor» del grupo, segun la IBM, Ba-
roja. Y es que la literatura del historiador y del
erudito confunde los términos del problema y la
esencia misma del hecho literario.
La actualidad larriana se alimenta de sus aco-
taciones a si mismo y a la vida de seis anos es-
paroles: en esta interrelacion, testimonial por
los dos filos, su escritura asume una validez que
sin dudar calificariamos de arte si este substan-
tivo no se hubiera revolcado en los barrizales
y légamos mds sérdidos de las diversas lecturasIntroduccién 9
de la Historia. En la conjuncién de un pensa-
miento radical desgarrado y su expresion, a cada
tramo mds cargada de sentidos, hallan los articu-
los de Larra su pedernal mds duradero; en el seno
del pedernal yace la chispa que brota al contacto
de otra dureza semejante, de otra realidad pareja
en cuanto a elementos bdsicos y formas de res-
puesta a la que vivid. Tras el pistoletazo, gesto
supremo que confirma y reafirma el verdadero
sentido de su escritura tal como la leo, Larra tie-
ne su cubierto de comensal en el Pombo al lado
de Ramon Gomez de la Serna, y un sitio en la
mesa del pensamiento espafiol contempodneo al
que muestra sobre todo su método de contesta-
cién. Porque ese pistoletazo al que la critica al
uso se empefia en bautizar con un apellido de mu-
jer pone fin, no a las frustraciones de un amante
desamado, sino a la desesperanza y al sentimien-
to de impotencia de un espayolito borracho del
vino malo que da la historia del pais: «la sangre
de su herida». Machado, al que me vinculo por
su eticidad, no por su poesia (puesta hoy de
moda por el rastacuerismo oportunista de algu-
nos cantantes del tres al cuarto), acierta en ese
poema «A una Espafa joven» a resumir una
nota persistente de la historia ibérica.
Porque gqué ha dicho verdaderamente Larra?
La critica gusta autodefinirse por lo que denun-
cia. Patrafia y arribismo. gPor qué no definirla
por lo que silencia, por lo que calla? Mas riguro-
so este ultimo sistema. Los silencios, ante piedras
de toque como Larra, son ocultaciones conscien-
tes o analfabetismo criminal en quien coge la
pluma. De forma impresionista por lo general,
rotundamente injusta a sabiendas y errénea por
falsas apreciaciones, corre una amplia, mas co-
jitranca, bibliografia larriana. A desenfoques
ideolégicos se unen distorsiones impuestas por10 Qué ha dicho verdaderamente Larra
los editores empenados en trocear la obra com-
pleta en partes estancas: articulos politicos, ar-
ticulos literarios y articulos de costumbres. Tres
simplificaciones que deforman por completo la
ideologia del escritor y el enfoque del lector, al
cometer, entre otras infracciones, una gravisima
que atenta contra el sentido mismo del quehacer
cotidiano de este autor: la supresidn del contex-
to temporal de cada articulo. Una obra concebida
como respuesta y provocacién diaria depende, ante
todo, del dia, de los sucesos de la vispera, y su
sentido no se completa sino con su contexto. Si
esto es siempre asi, gqué mucho exigir cualquier
trabajo sobre Larra pautado en su especificidad
contextual? La tradicional divisién, al ofrecer
bloques supuestamente genéricos, falsea ideold-
gicamente a Larra, y no porque éste altere su
pensamiento con el paso de los dias. No, desde
la primera cuartilla sus ideas son netas, tajantes
en su direccidn. Los anos irdn matizdndolas, ma-
durdndolas, acabdndolas: los articulos prestan en
abundancia frases citables y pdrrafos abstractos
que ni configuran, ni pueden hacerlo, la ideolo-
gia. Es la suma de ellas, en su vaivén de evolu-
cién, en sus contradicciones incluso, la que ofrece
el pensamiento vivo. Porque ademds del texto
hay en Larra un elemento de primera magnitud
al considerar su postura: y es el impulso de con-
testacion, el pujo con que ataca, el enfoque es-
crutador que echa sobre la realidad palpitante
del pais y sobre sus coetdneos.
Un hecho extrano al quehacer literario de La-
rra y malversador de su fondo ideoldgico le ha
bautizado con el adjetivo costumbrista. En este
grave dislate tienen parte de culpa editores que
al simplificar a Larra han contabilizado mayores
beneficios del tomo de articulos de costumbres
que de los literarios o politicos, y han perpetuadoIntroduccién 11
el sistema de presentacién. Culpa también del
lector que se ha dejado engafar por ese grupo
de articulos «mds brillantes», «mds literarios»,
mds fdciles en una palabra y vistosos con ese
acompanamiento de figuras ridiculas y algo es-
perpénticas, los burécratas absurdos y los caste-
llanos viejos, los matrimonios fracasados y los
calaveras derrochadores, los trapicheos de las
mdscaras y las estrechas e incémodas casas nue-
vas. Nuevamente se toma el rdbano por las ho-
jas y se deja, entre la tierra, la parte mejor.
Como en los ilustrados, como en los fabuiistas,
la anécdota y la vistosidad narrativa estén pues-
tas al servicio de una moraleja, de una idea con-
creta y moralizadora. Afirmémoslo de una vez:
Larra no es un «costumbrista», tal como se aplica
ese adjetivo. No puede serlo quien a los dieci-
nueve arios, en la primera carilla de su primer
articulo, estampa lo que serd lema de su escri-
tura: