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CRÉDITOS
MODERADORAS:
&
TRADUCTORAS: CORRECTORAS:
REVISIÓN FINAL:
DISEÑO:
ÍNDICE
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SINOPSIS
¡Esos trillizos, sexys, salvajes y difíciles de amar, han regresado!
De la autora mejor vendida Cora Brent, la saga continúa con
bastante acción, mucho sexo y, por supuesto, esos feroces y
adorables alfas, los chicos Gentry.
Todos dijeron que éramos basura y terminaríamos muertos o en
prisión.
Estaban equivocados.
Nosotros tres hemos soportado el infierno juntos y de alguna
forma hemos salido, con cicatrices de batalla, pero completos. 5
Ya no somos los chicos feroces que se abrieron camino a golpes
en los días más terribles e iban a cama hambrientos cada noche.
Ahora tenemos amor, tenemos esperanza, y nos tenemos los unos
a los otros.
Pero, para poder mantener todo lo que es importante,
necesitaremos confrontar los malvados demonios del pasado…
una última vez.
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Hice una pausa en mi narración para ajustar mi tiara.
Dos niñas con los ojos muy abiertos me observaron y esperaron
mientras reacomodaba firmemente el diamante artificial y la pieza de
plástico. Hice una nota mental para mantener mi barbilla levantada y que
no volviera a deslizarse de mi cabeza.
La chica de la izquierda, que se parecía más a su madre, se arrodilló y
no pudo esperar más.
—¡Continúa, papá! Cuéntanos qué pasó después —suplicó, rebotando
emocionada y lanzando un erizo de peluche al suelo.
—¡Oye! —se quejó su hermana mientras alcanzaba su juguete favorito. 6
Levanté el muñeco y fingí examinarlo detenidamente en busca de
daños.
—¿Estás bien, señorita Happy? —Puse la boca de la cosa en mi oreja y
asentí—. Está bien, se lo diré. —Suavemente pasé a la señorita Happy de
regreso a su impaciente dueña—. Aquí tienes, Cassie. Dice que solo necesita
un abrazo.
Mi hija se acercó y acunó cuidadosamente al animal de peluche en sus
pequeños brazos.
—Está bien. —Asumió el mismo tono materno que mi esposa usa
cuando intenta calmarlas.
—Vamos —instó mi otra hija, comenzando a rebotar de nuevo—.
¡Continúa!
Ambas tenían los luminosos ojos verdes de su madre y nacieron el
mismo día. Posiblemente, Cassie mantendría los rizos dorados que en este
momento caían sobre sus hombros. Aunque había cumplido los tres años
hacía unos meses, no podíamos soportar cortárselo. El cabello castaño
chocolate de Cami era brillante y espeso, como el de Saylor. Frunció los
labios, y la impaciencia que brilló en sus ojos fue tan exacta a la que había
visto en su madre mil veces, que tuve que luchar para no reírme a
carcajadas.
En cambio, enmascaré mi diversión con un severo carraspeo de
garganta, porque estaba en medio de una historia seria. Sin espacio para la
histeria.
—¿Dónde estábamos?
Cami saltó de inmediato con una respuesta.
—El gigante malvado estaba tratando de lastimar al valiente caballero.
—Correcto. Gracias, cariño. El caballero se encuentra en la guarida del
gigante malvado.
—¿Qué es una guarida? —preguntó Cassie, frunciendo el ceño y
agarrando a la señorita Happy.
—Es la casa del gigante malvado. Es oscura, maloliente, y llena de
cosas desagradables, como serpientes, que se esconden en las esquinas
esperando la oportunidad de atacar. El caballero sabía que no podía dejar
que su miedo lo atrapase. El malvado gigante caminó en su dirección, pum,
pum, pum, actuando como si fuera a aplastar al caballero con sus enormes
y feos pies gigantes.
—¡Oh, no! —Jadeó Cassie.
Puse un dedo en mis labios.
—Pero el caballero no sería derrotado fácilmente. Sostuvo su espada en
7
el aire. “¡Pagarás por lo que has hecho!”, gritó.
Miré a las niñas. Estaban extasiadas. Me aclaré la garganta y cambié
mi voz a una malévola.
—Te destruiré como he destruido a todos los demás”, se burló el gigante.
Y levantó su enorme pie más y más alto, listo para dejarlo caer con una
fuerza letal.
Las chicas estaban en silencio, mirándome con tanta intensidad que
era como si el destino del mundo estuviera en una balanza. Me incliné más
cerca y continué:
»El caballero se mantuvo firme y agarró su espada. Era un buen
luchador, tal vez incluso uno de los mejores. Pero el gigante era muy fuerte
y había destruido a muchos. El caballero sabía que, si no golpeaba primero
y con fuerza, no sería suficiente. Pensó en su hogar, en el pacífico reino de
Templeton. Pensó en la hermosa princesa que lo amaba. Le había prometido
que regresaría. Sabía que debía cumplir su promesa. Tenía que encontrar
la manera de vencer al gigante.
Las chicas no se movieron. Por lo general, solo estaban quietas cuando
dormían.
»El gigante malvado se rio y dio al caballero una sonrisa de dientes
podridos. Estaba completamente seguro de que destruirá fácilmente al
caballero, ya que había destruido a todos los que lo enfrentaron antes. Es lo
que hacen los gigantes malvados como él. Arruinar todo lo que es bueno. Y
una vez el caballero se fuera, no habría nadie que le impidiese invadir el
pacífico reino y atacar a todos y todo.
—¿Incluso a los cachorros? —preguntó Cami en un susurro temeroso.
Me miró con preocupación.
—Tal vez no a los cachorros —admití—. Pero todo el tiempo, el caballero
estaba pensando: “Debo ganar. No importa qué, debo ganar. ¡Pero el gigante
es tan grande y tan malvado!”.
Me puse de pie en la cama de Cami y levanté los brazos para aclarar
que el gigante era realmente enorme mientras torcía el rostro en una mueca
para demostrar que era realmente muy malvado. Cami jadeó y se cubrió la
boca con una mano. Cassie escondió sus ojos en el pelaje enmarañado de
la señorita Happy.
Cuando salté de la cama, casi se me vuelve a caer la tiara, o sombrero
de caballero, como a Cami le gustaba llamarla. Extendí mi brazo como si
blandiera una noble espada lista para empalar el dedo gordo de un malvado
gigante.
—¡Oh! —gritó Cassie—. ¡Cuidado!
—¡Que no te aplasten! —suplicó Cami.
—El caballero tenía su espada levantada, preparado para morir 8
luchando si era lo necesario para derrotar al gigante malvado, cuando de
repente... —Hice una pausa y miré por encima de mi hombro.
—¡¿Qué?! —gritaron las chicas.
Cuando giré la cabeza hacia la puerta, vi a Saylor de pie allí, en las
sombras, mordiéndose el labio para contener su risa. Le guiñé un ojo a mi
esposa, blandí mi espada imaginaria en el aire con una floritura y continué:
—Los dos hermanos del caballero, también grandes guerreros, llegaron
apresurados, ¡justo a tiempo! Se pararon al lado de su hermano, ofreciendo
sus espadas y se las arreglaron para cortar lo suficientemente profundo en
el pie del gigante y noquearlo.
—¡Sí! —aclamó Cassie.
—¿Murió? —preguntó Cami—. ¿Está muerto el malvado gigante?
Say me lanzó una mirada desde la puerta, solicitando silenciosamente
que mantuviera la violencia al mínimo.
Me puse de rodillas frente a mis chicas y hablé en voz baja:
—Se cayó por la ladera de la montaña y nadie lo volvió a ver.
Cassidy exhaló de alivio.
Camille, una fanática de los detalles incluso a sus tres años, frunció el
ceño.
—¿Pero estaba muerto?
Le revolví el cabello.
—Se había ido para siempre.
Cami asintió y pareció aceptarlo. Cassie tiró de mi mano.
—¿Qué pasa con la princesa del caballero?
—Ah, mi parte favorita —dije, alzando a las chicas y sentándolas sobre
mis rodillas—. El caballero fue a casa con su querida princesa y vivieron
felices para siempre.
—¿En el castillo? —preguntó Cassie, sonriendo soñadoramente.
—En el castillo —confirmé—. Y tuvieron dos niñas hermosas que
hacían al caballero tan feliz que pensaba que iba a estallar.
—¿Papi?
—¿Sí, Cami?
—¿Qué pasó con los hermanos del caballero?
—¿Qué hay de ellos?
—¿También consiguieron princesas?
Sonreí.
—Por supuesto que sí. 9
—Está bien, todos —intervino Saylor, finalmente entró en la habitación
y puso sus manos en sus caderas. Su postura no admitía tonterías, pero
sus ojos verdes brillaban—. Hora de dormir para todos los menores de
cuatro años.
Levanté las cejas.
—¿Qué pasa con los que somos mayores de cuatro años?
Sonrió dulcemente.
—Me ocuparé de ti más tarde.
Nos turnamos para meter a las chicas bajo sus edredones con volantes
y darles besos en la frente. Sus párpados ya estaban revoloteando con el
rápido acercamiento del sueño. Como eran pequeñas, se dormían
rápidamente y permanecían así toda la noche. Sabía que era poco probable
que pudiéramos escuchar un sonido de la habitación de paredes rosadas
hasta que amaneciera, y eso me iba bien, porque ya estaba revisando el
trasero de mi esposa y haciendo planes. Llevaba un elegante camisón negro
que era largo y simple, cuyo único propósito era joder con mi imaginación.
Me di cuenta, por los contornos suaves, que probablemente no estaba
usando bragas, Dios bendiga su sucio corazón.
Saylor captó mi mirada y se pavoneó frente a mí mientras la seguía por
la puerta. Echó su largo cabello castaño sobre un hombro y me dio el tipo
de mirada seductora sobre el hombro que hacía que mi polla saltara a la
vida y saludara a la parte trasera de mi cremallera.
Una vez tuve la puerta firmemente cerrada a mi espalda, no perdí el
tiempo en ponerla en mis manos.
—Cord —reprendió en un susurro escandalizado mientras acunaba sus
tetas y empujaba mi erección contra su espalda—. Todavía no están
dormidas.
Como todas las contorsiones de Saylor me dijeron que ya estaba
excitada y dispuesta, no me detuve. Pasé las manos por la elegante tela,
disfrutando de la forma nítida en que inhalaba mientras mis manos viajaban
sobre su vientre y bajaban hasta la división caliente entre sus piernas.
En cuanto a mí, las cosas se estaban poniendo muy apretadas abajo, y
estaba listo para entrar en acción. La semana había sido larga, con más de
setenta horas en la tienda de tatuajes, plantando estampas sacras en las
espaldas bajas y serpientes tribales en los bíceps. Llegar a casa con mis
chicas todas las noches siempre era un regalo, pero en estos días estaba
manejando la tienda solo mientras Saylor quemaba cada extremo de la vela
tratando de terminar su próximo libro. Últimamente el romance había
pasado a segundo plano. Estaba listo para expiar ese descuido. Estaba listo
para expiarlo a fuerza de sexo.
Saylor dejó escapar un gemido entrecortado y apoyó sus palmas 10
abiertas contra la pared más alejada mientras yo sonreía porque tenía el
dedo justo allí, en el botón, presionando sus satinados pliegues y poniéndola
tan resbaladiza y abierta que sabía que podría venirse con otros veinte
segundos de ligeros toques.
Mientras tanto, un tirante negro cayó de un hombro de marfil y
amenazó con caer aún más. El sonido de sus gemidos ahogados, la visión
de su pecho izquierdo y la forma en que estaba empujando contra mi mano,
estaba creando una emergencia en mi pantalón. Todavía estábamos en el
pasillo. Contrario a la cultura pop erótica, follar en el pasillo no era lo más
divertido del mundo, especialmente si estás tratando de no molestar a las
niñas durmiendo al otro lado de la pared.
Podría hacer esto de varias maneras. Podría tomarla en mis brazos y
llevarla toda majestuosa y romántica a nuestro dormitorio al final del pasillo.
Mis brazos estarían encantados de hacer el trabajo y ella había demostrado
hace mucho tiempo que era la única que encajaría en ellos. Pero cuando Say
se retiró el cabello del rostro y me dio esa mirada de ¡Fóllame ahora!, me
volví un poco menos paciente. No importa cuántos años pase con esta mujer
a mi lado, siempre podrá nivelarme con una mirada acalorada.
Agarrando a Saylor por la cintura mientras una risita sorprendida
escapaba de sus labios, la arrastré hasta la estrecha lavandería, la coloqué
sobre la lavadora y rodeé mi cintura con sus piernas.
—¿No hay juegos previos esta noche? —dijo con un jadeo mientras
ayudaba a sacarme la camisa sobre la cabeza. Sentí una rasgadura en la
costura, pero no me importó.
—Sin juegos previos —mascullé—. Solo juego. —Tiré bruscamente de
los tirantes de su camisón y puse mi boca alrededor de su pecho izquierdo,
que me estaba provocando hace un minuto.
Say inclinó su cuerpo hacia mí y el tierno pezón se endureció en mi
boca. Sus manos vagaron por mi espalda y hombros mientras mi polla casi
aullaba por su turno para un poco de atención. Me froté contra ella con
fiebre, listo para morder, rasgar o triturar mi camino a través de la endeble
tela y llegar a donde necesitaba estar. Entendió el mensaje y sentí sus dedos
trabajando en la cremallera de mi vaquero. La ayudé a abrir esa mierda,
haciendo que mi calzoncillo y todo cayera hasta mis rodillas. Mis manos se
metieron entre la suave carne de su trasero y la dura superficie de la
lavadora, tanteando, amasando y abriéndola lo máximo posible. El camisón
estaba alrededor de su cintura y cada centímetro de piel desnuda, desde sus
suaves muslos hasta sus dulces pechos, suplicaba que la aprovechase.
—Joder —gemí mientras envolvía su mano cálida alrededor de mi polla
y comenzaba a acariciar la longitud, haciendo una pausa para pasar su
pulgar sobre la cabeza hinchada y rozando el punto dulce en la forma en
que sabía que malditamente me llevaría al borde.
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—¿Esa es una promesa? —preguntó, chupando ligeramente mi cuello
y luego inclinándose hacia atrás para poder acariciarme más fuerte. Era la
viva imagen del sexo sucio con su mano sobre mi polla, sus tetas desnudas
rebotando, y sus rodillas extendidas.
—Más como una amenaza, nena. —Alargué la mano y,
deliberadamente, giré la rueda de la lavadora hacia el ciclo de centrifugado
antes de accionar el interruptor, tanto para ahogar el ruido como para hacer
que el viaje fuera aún más salvaje. La adoraría más tarde, lenta y
reverentemente, como se merecía. Pero ahora mismo había algo más urgente
en el camino. La necesitaba demasiado, y si eso significaba que sería rápido
y sucio, así sería.
En el momento que me hundí en ella, se puso rígida y dejó escapar un
gemido suspirando.
—Cord.
No había palabras adecuadas para decir cuánto la amaba. Nunca creí
en nada remotamente santo hasta que me enamoré de Saylor McCann. Puse
un anillo en su dedo y mis bebés en su vientre, porque ella era más que
sexo, más que corazón; era todo lo que había escuchado en rumores y nunca
creí que existiera hasta que fue mía.
—Dime, cariño —exigí, mientras tenía todo su cabello enrollado en un
puño. Ya estaba sumida en su propio placer y hacía tanto calor que casi lo
pierdo. Me agarró como si fuera el último salvavidas en el Titanic cuando el
orgasmo se precipitó.
—Eres tan bueno —gimió—. Y te amo.
Hice una pausa y esperé hasta que abriera los ojos.
—Dilo otra vez.
—Te amo.
Jugué con ella, mi puño aún controlaba su cabello, mi polla saliendo
lo suficiente como para rozar la superficie resbaladiza en una provocación
deliberada.
—¿Amas a quién?
—Te amo a ti, Cordero Gentry.
—Yo también te amo, Saylor Gentry.
Gimió e intentó llevarme de regreso dentro de sí.
—¡Entonces sigue follándome!
¿Qué clase de hombre ignoraría una súplica como esa? Entré en ella
con rudeza porque sabía que, en ciertos estados de ánimo, le gustaba de esa
manera. Este era uno de ellos. Sus uñas se clavaron en mi espalda y estaba
temblando, sus músculos se apretaban a mi alrededor en un ritmo que
aumentaba mi triunfo. La máquina vibraba debajo de nosotros. 12
Y cuando me corrí, fue aún más poderosamente intenso de lo habitual,
porque sabía lo que estaba en juego. Estuvimos lanzando la idea durante
meses. Maldición, no había nada más sexy que entrar y esperar que una
parte de mí pudiera quedarse allí.
Una vez que recuperamos el aliento, le sonreí y la besé.
—Espero haberte dejado noqueada.
Todavía estaba un poco temblorosa, sosteniéndose de mis brazos para
no caer de la lavadora. Me devolvió la sonrisa.
—Espero que tú también lo estés.
Le acaricié los muslos.
—No puedo creer que aceptase volver a embarazar este cuerpo sexy.
Saylor inclinó la cabeza y se pasó la lengua por los labios.
—Deberías estar emocionado por eso. Recuerda esas lujuriosas
hormonas reproductivas.
—¿Esto significa que puedo volver a despertar en medio de la noche
con tu lengua en mi polla?
Golpeteó la lavadora con los dedos y fingió considerar la pregunta.
—Es posible.
Me subí el pantalón lo suficiente como para ser decente y eché un
vistazo al pasillo. Cuando comprobé que la puerta de las niñas todavía
estaba cerrada tal como la había dejado, tomé a Saylor en brazos y la llevé
al dormitorio con aire romanticón.
—Estoy bastante desnuda —susurró, tratando de ponerse el camisón
sobre su piel.
—Eres completamente hermosa —confirmé mientras cruzaba el umbral
del dormitorio y la acostaba en la cama.
Aparté sus manos en protesta y quité del camino los restos del camisón
de seda. Supongo que la mayoría de los hombres creían que sus esposas
eran criaturas increíblemente hermosas creadas solo para ellos. Pero la mía
realmente lo era.
—Déjame ver —insistí, poniendo mis manos sobre ella hasta que dejó
de intentar ocultarse. Sus caderas se habían ensanchado ligeramente
después del embarazo de las gemelas y sus senos estaban más llenos. Tenía
sus curvas y piel más suave, tan maravillosamente femenina que era natural
descansar la cabeza sobre su vientre y rezar por quedarme allí para siempre.
Ya había prometido hace mucho tiempo pasar el resto de mi vida tratando
de merecer esto. Saylor pasó sus dedos por mi cabello sudoroso y dejó
escapar un feliz suspiro.
Crecimos juntos, más o menos. Ella vivía en el único barrio decente de 13
la ciudad aledaña a la prisión de mierda de Emblem, donde mis hermanos
y yo luchamos por sobrevivir en las afueras desoladas. Yo era un punk. Los
tres lo éramos. Trillizos nacidos de un imbécil vicioso y una madre
drogadicta de voluntad débil, causando estragos en la ciudad de Emblem y
sus hijas.
En aquellos tiempos sombríos, Saylor no era lo suficientemente zorra
como para llamar mi atención, no hasta el día en que la usé para hacer una
apuesta con mis hermanos. Fue lo peor que había hecho en mi vida, y eso
es realmente decir algo, pero en cierto modo me despertó. No quería ser ese
tipo, el cruel sinvergüenza que pisoteaba todo lo que era decente en su
camino. No quería ser mi padre. Seis años después, cuando nos
encontramos, Saylor no tenía motivos para confiar en que yo era mejor de
lo que había sido a los dieciséis años. Siempre me sorprenderá que me diese
la oportunidad de demostrar lo contrario.
—Cordero. ¿En qué estás pensando? —susurró mi esposa mientras
acunaba mi cabeza contra su piel desnuda.
Me apoyé sobre los codos y la cubrí con mi cuerpo, con cuidado de no
aplastarla con mi peso. Su boca se estiró en una sonrisa mientras inclinaba
su cabeza y besaba el lugar justo debajo de mi clavícula, donde una línea
de escritura en latín estaba tatuada. Tengo un total de diecinueve tatuajes
en este momento y algunos de ellos son obras de arte bastante
impresionantes. Pero era este el que siempre llamaba la atención de Saylor,
el que siempre buscaba y al que sonreía. Tal vez ni siquiera fuera consciente
que lo hace.
En un abrir y cerrar de ojos me encontré retrocedido en el tiempo hasta
exactamente cuatro años atrás, a la noche en que me senté junto a ella en
el borde de una piscina, con mi polla dura, mi corazón palpitando, y mi
cabeza meditando sobre si incluso tenía derecho a mirar a Saylor McCann.
—Vincit qui se vincit —leyó en voz alta.
—¿Sabes lo que significa?
Arrugó la nariz mientras trataba de descifrarlo.
—Algo sobre ganar —adivinó.
—Cerca. Conquista quien se conquista a sí mismo.
Su rostro estaba a centímetros del mío.
—¿Lo has hecho? ¿Te has conquistado a ti mismo?
—A veces —dije honestamente.
—¿Cord? —repitió Saylor suavemente, con un atisbo de preocupación
en sus ojos cuando tocó mi mejilla.
Tomé su mano y besé la suave piel en la parte interna de su muñeca,
arrastrando mis labios a lo largo del tatuaje que una vez había recibido en
respuesta al mío. 14
Amor Vincit Omnia.
El amor lo vence todo.
—¿Qué estás pensando? —preguntó.
—Estoy pensando en ti. En nuestra familia. En la jodida e increíble
montaña rusa de la vida.
La sonrisa de Saylor siempre sería mi mayor meta. Me la regaló en ese
momento.
—¿Cómo llegué a ser tan afortunada? —cuestionó.
Me hacía esa pregunta cada vez que abría los ojos y de nuevo antes de
cerrarlos por la noche. La besé lentamente, pasé los labios por su mandíbula
y le susurré al oído:
—Eres un sueño, ángel.
—Hazme el amor —suplicó en un jadeo silencioso y abrió su cuerpo
para recibirme. Estaba lista. Me deslicé dentro de ella y la tomé con calma,
llevándola al feliz borde dos veces más antes de dejarme ir. Nunca
envejecería, no con ella. Ni siquiera cuando envejezcamos.
Más tarde, mientras Saylor dormía serenamente en mis brazos, mis
pensamientos regresaron a Emblem, como solían hacer cuando terminaba
el día y solo la oscuridad me aguardaba. Los recuerdos eran la razón por la
que todavía tenía pesadillas, aunque ya no eran tan gráficas o frecuentes
como antes. En esas pesadillas siempre estaba presente el dolor del hambre
y el sabor acre de la tierra del desierto. Siempre había un terrible villano
más violento y maloliente que el de cualquier cuento de hadas. Allí siempre
era pequeño, siempre estaba más que desesperado por proteger a mis
hermanos, Creed y Chase, que por protegerme a mí mismo. Algunas veces,
mientras mi mente se liberaba y mis brazos apretaban más fuerte a mi
esposa dormida, necesitaba murmurar que ya todo acabó para poder volver
a dormir.
Pero luego, al día siguiente, recordaría las batallas que todavía me
perseguían. Y me preguntaría si era verdad, si lo peor ya había acabado.
O si en alguna parte del futuro incierto, surgiría la más feroz de las
batallas.
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2
Querían sangre esta noche, o algo aún más personal. Justo después de
mi presentación me dirigí hacia el pasillo trasero, pero un grupo de
estudiantes borrachas de ASU bloqueaban el camino. Los dos gorilas que se
suponía debían mantener el orden allí estaban tan ocupados tratando de
tocar alguna teta que no tenían tiempo para ser útiles. Prefería los lugares
de Scottsdale a estas multitudes universitarias, pero el dinero era
demasiado bueno como para dejarlo pasar. He estado encabezando los
jueves por la noche en The Hole durante unos tres años, pero últimamente
el lugar se ha estado volviendo demasiado ruidoso.
O tal vez me estoy haciendo demasiado viejo.
—¡Creedence! —gritó una rubia tambaleante que nunca había visto. Se 16
tambaleó con un par de otras chicas mientras intentaban mantenerse
derechas. Luego, con torpeza, mostró un par de tetas remilgadas, y su
brillante camiseta se amontonó alrededor de su cuello—. ¡Creedence! —gritó
de nuevo y señaló su pecho, por si me perdía la oferta.
—Jesús —murmuré, sacudiendo la cabeza y sintiendo pena por
quienquiera que criara a esa estúpida chica. Solo quería sacarnos a mí y a
mi guitarra de allí. Creerías que la banda de titanio alrededor de mi dedo
anular izquierdo desalentaría a la multitud de fans, pero, o bien no la
notaban, o la consideraban un desafío. En cualquier caso, estaban
perdiendo el tiempo, todas ellas.
Estaba avanzando hacia la salida y hasta ahora había logrado no patear
a nadie en mi camino. Entonces, una chica nervuda con una espesa franja
de color magenta en su cabello castaño me agarró por la cintura y comenzó
a trepar como si escalara la jodida montaña Camelback. Podría haberla
sacudido con facilidad, pero estaba tratando de encontrar la forma de
hacerlo sin ser demasiado rudo como para arrojarla al sucio suelo de
baldosas.
—Mierda —jadeó la chica, exhalando una nube de aguardiente de
menta—. Una locura. Eres como una maldita pared de músculos. —Luego
envolvió sus delgadas piernas alrededor de mi cintura y comenzó a actuar
como si yo fuera el toro en un rodeo, así que decidí que había terminado de
ser agradable.
—Bájate —mascullé, alejando sus piernas.
Pero no, ella decidió que tal rechazo era meramente una oportunidad.
Se mordió los labios delgados y frotó su huesudo cuerpo con más fuerza.
—Haré que te corras, cariño.
—No, gracias. —Alejé sus manos de mi entrepierna y la apunté con una
severa mirada de deberías estar avergonzada—. Ten jodido auto-respeto.
Era como un pulpo humano. En serio, estaba enferma. Chica Pulpo
tomó el brazo del que me había soltado y lo envolvió alrededor de mi cuello
mientras empujaba su otra mano por mi cintura y movía su lengua al lado
de mi oreja.
—¿Jodido auto-respeto? Suenas como el jodido padre de alguien o algo
así. Hace que me humedezca tanto…
Grosero. Asqueroso. En todos los niveles mensurables y más allá.
Nunca golpearía a una mujer, pero esta noche estaba harto del acoso,
así que envolví mi brazo derecho alrededor del cuerpo de Chica Pulpo y alejé
sus partes de la mía. Se deslizó y aterrizó en el suelo con un desafortunado
¡Oh! y luego se giró para mirarme. Conocía esa mirada. Tenía la clase de
sabor de no puedo creer que hayas desperdiciado esta mierda. Me he vuelto
inmune. Salgo a tocar música y eso es todo. Los otros artistas pueden
decidir que una colección de coños es parte de la presentación posterior y 17
ese es su asunto. Yo no estoy interesado. Si todas pudieran ver lo que tengo
esperándome en casa, dejarían de intentarlo.
Uno de los gorilas, un pitbull de barba áspera llamado Edgel, se armó
de valor y decidió ayudarme. Instó a las chicas a un lado del pasillo y se
paró frente a ellas como una cuerda de terciopelo peluda.
—Te cubro, Creed —gritó con una sonrisa llena de dientes dorados.
—Lo aprecio —farfullé mientras pasaba.
Si se tratara de una multitud de hombres, no tendría problemas para
abrirme paso a través de la horda, pero los puños y la fuerza bruta no están
realmente en orden cuando te enfrentas a un grupo de chicas borrachas de
veinte años.
La de las tetas remilgadas hizo un intento más y luego me ofreció la
misma mirada desconcertada que Chica Pulpo antes que sus amigas la
alejaran de su propia humillación. Verla me hizo sentir triste de una manera
extraña. Probablemente tenía padres cariñosos en algún lugar del planeta y
no estarían emocionados de ver cómo se comportaba su pequeña princesa.
En mi cabeza me imaginaba a una pareja de mediana edad de Iowa o algún
otro lugar retorciéndose las regordetas manos alimentadas con maíz y
gimiendo: Oh, cariño, ¿cómo pudiste?
Sí. Debo estar jodidamente viejo.
Me despedí de Edgel justo antes de salir a la noche, agradecido al notar
que las llaves de la camioneta todavía estaban en mi bolsillo trasero, porque
estaba completamente seguro de que no volvería a The Hole esta noche por
amor o dinero.
Mi camioneta estaba estacionada en la siguiente cuadra, como siempre.
El riesgo de quedar encerrado de alguna manera en el pequeño
estacionamiento al lado del bar era mucho. Nunca quería quedarme más de
lo necesario. A la vuelta de la esquina pasé junto a un cuarteto de hombres
y mujeres que parecían unos años más viejos que la multitud universitaria.
Iban vestidos como si hubieran pasado el día en un cubículo gris dentro de
uno de esos edificios de oficinas del centro de Phoenix.
—Gran espectáculo, hombre —comentó uno de los muchachos y los
demás murmuraron de acuerdo.
—Gracias —murmuré con la cabeza gacha porque, como dice mi
esposa, todavía no sé cómo aceptar un cumplido. Y probablemente nunca
lo sabré.
Cuando finalmente entré en mi camioneta y puse la guitarra
cuidadosamente en el asiento a mi lado, logré exhalar y relajarme un poco.
Me encantaba actuar tanto como siempre, solo que a veces tenía problemas
para manejar toda la mierda que venía con eso. Esa era la razón por la que
nunca había aceptado ninguna de las ofertas de gira, y no podía obligarme 18
a devolverle las llamadas a ese agente de música de California.
Giré la llave y el sonido mantecoso del motor revivió de inmediato. La
compré hace unos dos años, el primer vehículo semi-nuevo que alguna vez
tuve. A veces me ponía nostálgico por la vieja y divagante camioneta que
solía compartir con mis hermanos, Cord y Chase. Esos cálidos sentimientos
probablemente no provenían de la monstruosidad oxidada que fue
remolcada al vertedero hace algún tiempo. Pero ese viejo montón de estaño
significaba una era de libertad, cuando los tres conseguimos salir de nuestra
infancia y encontrar algo mejor que la maldición Gentry en la que habíamos
nacido. Lo habíamos hecho juntos, tal como habíamos hecho todo, desde la
primera chispa de vida hace veintiséis años. Cuando éramos niños, Chase
solía decir que era inevitable que todos muriéramos el mismo día. Eso era
una mierda, por supuesto, como mucho de lo que salía de la boca de Chase.
Me reí por el recuerdo de las locas declaraciones de mi hermano. Dios,
extrañaba a los chicos. Cord y Chase todavía estaban en la ciudad, y aunque
los veía cada vez que podía, todos teníamos nuestros propios asuntos.
Aunque no tengo nada de qué quejarme. La vida ha sido muy buena
conmigo, sin motivo alguno.
Después de pasar cuidadosamente la camioneta alrededor de los
peatones dispersos por la calle, me dirigí hacia University Drive y conecté la
radio en la configuración de CD. Alan Jackson inmediatamente comenzó a
gritar todo de sí y sonreí porque era el favorito de Truly. Debía haber estado
escuchando esto la última vez que usó la camioneta. La idea de ella estirada
y sexy, esperándome en nuestra cama, hizo que mi corazón diera una
pequeña voltereta en mi pecho, como siempre que me dirigía a casa, a ella.
Se había ofrecido a venir y verme tocar en The Hole esta noche, pero
sabía que estaba cansada. Había tenido un largo día entre sus clases de
diseño de moda en la mañana y luego su pasantía en Scottsdale. Cuando le
planté un beso en la cabeza, me regaló una de sus divinas sonrisas Truly.
Esa era la sonrisa por la que cantaba, trabajaba y me despertaba por la
mañana. Era mía, y planeaba mantenerla mientras respirara.
—Vendré directo a casa —prometí, deseando en ese momento no tener
que ir a ninguna parte.
—Te estaré esperando —respondió con su juguetón toque sureño
mientras sus ojos deliberadamente se fijaban en mi entrepierna.
Con una promesa como esa, me costó mucho salir por la puerta y
conducir a Tempe. Mi polla estaba bastante descontenta con la demora y
era una tarea difícil concentrarse en la música.
Mis dedos tocaron el volante al ritmo de la canción mientras la luz de
una farola atrapaba el metal de mi alianza. Conocía bien esta canción. La
había cantado una vez, por ella. Fue la primera vez que me paré en un
escenario con los puños apretados, hecho un manojo de nervios, esperando
cualquier excusa para saltar y golpear al primer cabrón que tuviera algo 19
inteligente que decir. Luego miré el mar de rostros sin nombre delante de mí
y la vi. Trully Lee siempre brillaba con la amable belleza radiante por la que
los hombres han luchado guerras brutales. Cuando asintió levemente y
sonrió de manera incomparable, encontré la calma que relajó mis dedos y
los guio hacia las cuerdas de la guitarra.
A esas alturas, ya me había perdido, desde la primera noche que la
llevé a casa y practiqué cada tipo de combo sexual que se hubiera inventado.
En la cama, nuestra química era fuera de serie, aunque me tomó un poco
de tiempo despertarme y comprender que, una vez puse mis ojos en ella, no
sería capaz de mirar hacia otro lado. Trully era mucho más que un cuerpo
y un rostro. Tenía amor, pasión y humor. Podría haber conseguido a alguien
mil veces mejor que yo.
El condominio que compramos poco antes de nuestra boda el día de
San Valentín hace unos meses estaba acurrucado en las tranquilas sombras
de South Mountain, a un mundo de distancia del bullicioso corredor
universitario. Cuando salí de la camioneta, me detuve por un momento para
mirar las luces rojas de las antenas en lo alto de la montaña. Podrías verlas
desde casi cualquier parte del valle. Había autos rodeándome en el
estacionamiento, pero no había ruido. Pude sentir el desierto de la reserva
montañosa justo al otro lado del muro perimetral de estuco. Algo sobre el
olor de la creosota y los breves silbidos de algunos coyotes cercanos me
tomaron por sorpresa. De repente, fui llevado atrás en el tiempo, hasta la
escena de mil acampadas con mis hermanos en el amplio y crudo desierto
que rodeaba a Emblem. Esos no fueron buenos años. Pensar en ellos ahora
me hizo sentir incómodo.
Aparté la oscuridad y silbé un poco mientras caminaba hacia la puerta
principal. Todo estaba decorado al estilo Truly, con una corona de primavera
que acunaba un corazón de madera pintada que decía "El amor vive aquí".
El aroma almizclado de una de sus velas sensuales me golpeó tan
pronto como abrí la puerta. Nuestra vecina era una viuda de sesenta años
que se ganaba la vida vendiendo mierda como consoladores y aceite corporal
aromatizado. Truly le compraba algunas cosas cada mes para ayudarla.
—Hola, guapo —ronroneó Truly Lee Gentry mientras se posaba en el
arco entre la sala de estar y la cocina. El corsé de encaje negro con lazo rojo
mostraba su figura de reloj de arena, y su cabello negro se derramaba en
suaves ondas sobre sus hombros. Las ligas y las medias negras terminaban
en los tacones de aguja más pervertidos de este lado del barrio rojo y
comenzó a deslizar su tanga negra justo delante de mis ojos.
Quieto, maldito corazón.
—Maldición, cariño —maldije, golpeando la puerta a mi espalda y
quitándome la camisa un milisegundo después—. Si hubiera sabido que
todo esto me estaba esperando, me habría saltado todos los semáforos en el
valle este. 20
—Te advertí que estaría esperando —bromeó y luego enrolló la tanga
en su mano antes de lanzarla hacia mi cabeza.
La habría atrapado, pero estaba ocupado bajándome el pantalón.
—¿Tienes alguna otra advertencia?
—Nos haremos cargo allí. —Comenzó a caminar hacia el dormitorio, su
culo desnudo guiñando eróticamente con cada paso que daba.
La alcancé y presioné mi polla contra su suave carne mientras mis
manos encontraban un objetivo entre sus piernas.
—Nos haremos cargo aquí —mascullé en su oído, disfrutando de su
estremecimiento de excitación y la repentina maña en mis dedos.
Ella era masilla en mis manos mientras la empujaba hacia la cocina,
hacia las encimeras de cuarzo.
—Inclínate —ordené cuando llegamos allí.
—Creed —protestó, mirando por encima del hombro mientras mordía
una esquina de su labio. Respondí dándole la vuelta, cayendo de rodillas y
dándole una larga y deliberada lamida que hizo que sus muslos temblaran
y su pecho se agitara.
—Siento que debo arrodillarme y darle gracias al señor por darte tantos
talentos con esa boca. —Jadeó con su atractivo acento—. Merecen ser
honrados.
Retiré mi lengua y la tiré al suelo conmigo.
—Creo que reclamaré una recompensa.
—¿Qué recompensa? —Ahora estaba a horcajadas sobre mí, esas
deliciosas tetas prácticamente se derramaban del apretado corsé, los
músculos entre sus piernas ya temblaban al borde del clímax.
Me relajé sobre la fría baldosa, estiré los brazos y los uní detrás de la
cabeza mientras la observaba.
—Me vas a montar como una sexy diablesa, dulce niña.
Truly levantó una ceja oscura perfectamente arqueada.
—No creo que el diablo esté acostumbrado a trabajar en ello, señor
Gentry.
No dije nada. Desenrollé mis manos, agarré sus curvas caderas y
empujé mi polla palpitante dentro de ella con fuerza suficiente como para
hacerla echar la cabeza hacia atrás con una maldición y un gemido mientras
sus uñas se clavaban en mi pecho. Pero su cuerpo contó la historia sobre
cuánto le encantaba. No me casé con esta chica porque fuera la más sexy
del mundo, pero seguro ese hecho era una gran ventaja. 21
—Duro —susurré, empujándola en un ritmo rápido y chirriante que
captó rápidamente. La observé acercarse mientras me encontraba con cada
movimiento, un impulso brusco que terminaba con mi culo golpeando
contra el suelo de la cocina. Se corrió ruidosamente y con una fuerza
abrupta que se apretaba alrededor de mi polla.
—Creed. —Jadeó porque ni siquiera había dejado que los espasmos se
calmaran cuando me incorporé con mis manos sosteniendo su cuerpo,
poniéndome de pie mientras mi polla aún estaba enterrada profundamente
dentro de ella. Cerramos los ojos mientras ella todavía estaba envuelta en
mi cintura y la llevé a la habitación así, de la misma manera que lo había
hecho en innumerables ocasiones.
—No —le advertí cuando alcanzó el interruptor de la luz como si
quisiera apagarlo.
Me dio una sonrisa burlona.
—Solo te estoy molestando.
Me gustaba follar con las luces encendidas. Esta noche no era una
excepción.
Una vez la tuve en la cama, me salí y la moví, para hacerla quedar boca
abajo con el culo en el aire. Me deslicé fácilmente dentro de ella, donde
pertenecía, y la follé audaz y firme, como un rey. Después de todo, ella era
mi reina.
—¿Lo harías? —dijo jadeante mientras otro clímax la sacudió.
—No me detengas —refunfuñé y agarré sus caderas para hacer que su
cuerpo se arqueara de una manera que me hiciera llegar lo más profundo
posible, porque la presa estaba a punto de romperse.
Y cuando lo hizo, santo infierno, nos sacudió a los dos hasta el núcleo.
Nos quedamos sin aliento en un enredo de sexo hasta que Truly me instó a
que me sentara. La ayudé a desatar el corsé y luego la abracé mientras se
acurrucaba en mi pecho.
—Hueles a humo —dijo, y plantó una serie de suaves besos a lo largo
de mi clavícula—. No es que me esté quejando. Es un olor sexual.
—¿Cigarrillo?
—Sí.
—También me salpique con un poco de cerveza.
—Otro olor sexual.
La mano de Truly vagó hasta que sus dedos encontraron los míos.
Nuestras manos se conectaron automáticamente, nuestras alianzas de boda
se rozaron brevemente una contra la otra.
22
No hablamos al respecto. Ya no había ninguna necesidad.
El año pasado, Truly pasó meses consumida por las temperaturas y las
listas locas que predecía la biología. Ya le había pedido que se casara
conmigo y sabía lo mucho que deseaba una familia. La sorpresa fue cuánto
yo también quería. Ver a mi hermano Cordero con sus pequeñas hijas había
pinchado un lugar en mi corazón que no sabía que existía. Cuando no
tuvimos suerte después de seis meses, Truly fue a ver a su médico, quien se
rio de ella y le dijo que volviera después de haber intentado durante todo un
año. Se fue a casa ese día, arrojó todas sus herramientas de ovulación a la
basura, y anunció que no era el momento adecuado después de todo. Quería
concentrarse en la planificación de la boda y en la escuela por el momento.
No discutí con ella. Cuando Truly era solo una adolescente, quedó
embarazada del novio de mierda de su madre. Había dado a su bebé en
adopción y sabía que pensaba en ese niño a menudo. Me pareció que quería
dejar de intentarlo porque tenía miedo de haber gastado su primera
oportunidad y no conseguir otra. Pero no la cuestioné. No haría eso.
Cuando la semana pasada me dijo que estaba lista para volver a
intentarlo, me complació cooperar. Estábamos en un buen lugar. Casados,
con suficiente dinero constante fluyendo para una vida agradable. Sabía que
de una forma u otra tendríamos a nuestra familia.
—¿Creed? —Truly se apoyó en un codo y me miró seriamente.
—¿Sí, hermosa?
Sonrío.
—Te amo más que a nada.
Besé la palma de su mano.
—Deberías. Soy un desastre.
Su risa fue mejor que cualquier música que podría hacer.
—Sí, lo eres
Besé su mano otra vez, hablé en un susurro bajo:
—Mi reina
La cabeza de Truly cayó de nuevo a mi pecho y dejó escapar otro de sus
felices ruidos, haciendo que todo dentro de mí se hinchara con la certeza
que estaba exactamente en el lugar correcto con exactamente la mujer
adecuada. Apagué la lámpara y saqué una manta de chenilla de una silla
vecina, cubriéndola con ella. Su respiración ya se estaba haciendo profunda
y uniforme. Estaría dormida en un minuto.
Mi mente, por otro lado, no quería renunciar. Repasaba el día y recorría
álbumes enteros de música mientras mi esposa se relajaba tranquilamente
en mi hombro.
Probablemente nunca sea un gran hombre que haga cosas que la gente
recuerde. Pero me he convertido en mucho más de lo que se suponía que 23
debía ser. En parte por mis hermanos, y en parte por la mujer dormida en
mis brazos. Una extraña sensación de ferocidad me invadió. Tal vez tenía
algo que ver con tener tanto que perder. No había nada que no haría para
proteger mi derecho a regresar aquí todas las noches.
—Nada —susurré. La palabra colgaba en la oscuridad como una
amenaza.
3
Llegaba tarde. Y habría un infierno para pagar por ello.
Tomé un largo trago de la botella en la mesa a mi lado. Golpeteé con
mis dedos la madera oscura y miré mi reloj otra vez. Había dicho que estaría
en casa a las siete. Eran las siete y cuarto. Sin embargo, no le daría la
satisfacción de una llamada telefónica. Ella sabía exactamente qué diablos
estaba pasando.
El ruido repentino de la llave en la puerta hizo que el chihuahua del
vecino comenzara a ladrar histéricamente. Esos penetrantes pequeños
ladridos eran tan agudos como si estuviera a diez centímetros de mi oreja
izquierda. Sus dueños eran un par de estudiantes de posgrado de San Diego.
Siempre lo dejaban en el balcón cuando no estaban en casa. Las paredes 24
del complejo de apartamentos eran delgadas. Demasiado delgadas para mi
gusto. Lo bueno es que esta situación sería historia pronto.
Escuché a Stephanie maldecir al otro lado de la puerta cuando dejó
caer sus llaves. La puerta estaba a solo unos pasos de donde yo estaba
sentado. Pude haber ido allí y abrirla para ella. En cambio, casualmente
apagué la lámpara de la mesa junto a mi bebida y esperé.
—Mierda —siseó Stephanie cuando tropezó a través de la puerta en un
revoltijo de piernas, tacones y bolso. Tiró el bolso a un rincón, cerró la puerta
y se detuvo en el vestíbulo con las manos en las caderas—. Chase, ¿por qué
diablos estás sentado allí en la oscuridad?
No dije nada. Tomé un sorbo lento y deliberado y luego coloqué
cuidadosamente la botella sobre la mesa. Las luces del patio se derramaban
en la sala de estar y me mostraban el tipo de ropa de negocios ajustada que
llevaba a su oficina todos los días. Falda lápiz negra, tacones a juego, blusa
abotonada con las mangas subidas hasta los codos, mientras su cabello
permanentemente salvaje se derramaba a mitad de camino por su espalda
en ondas desenfrenadas.
—¿Chase? —preguntó, un poco insegura mientras cambiaba su peso y
juntaba sus piernas.
Me incliné hacia adelante, descansé mis codos sobre mis rodillas. Mi
voz era un gruñido amenazante.
—Mírate, culo barato. Tu falda es tan jodidamente corta.
Contuvo el aliento y dio un cauteloso paso hacia atrás. Entonces se
puso rígida.
—Por supuesto que es jodidamente corta. Tengo que asegurarme que
un hombre sepa dónde apuntar su polla.
Me puse de pie. No se inmutó. Solo se quedó allí, respirando
pesadamente y mirándome en la semi oscuridad.
—No vas a hacer esto fácil —murmuré, acercándome más.
—No. —Negó, las manos aún en las caderas.
—Será mejor que lo prometas.
—¡Vete al diablo!
La rodeé, lo suficientemente cerca como para atrapar el olor a menta
de su champú mientras sacudía su cabello y giraba para mirarme. Lo hice
difícil, intencionalmente haciendo un brusco cambio, de modo que casi se
cae de sus malditos tacones tratando de seguirme con el ceño fruncido.
Incluso en sus tacones, yo era como veinte centímetros más alto y siempre
al menos cinco veces más fuerte. Me puse tras ella, y antes que pudiera
hacer algo al respecto, tuve un agarre de hierro alrededor de su cintura, mis
manos firmemente capturando cada cadera y amasando con fuerza. Se le
cortó la respiración en un fuerte estremecimiento cuando sus defensas se 25
marchitaron, su cabeza se inclinó hacia atrás contra mi hombro y su culo
presionó mi polla.
Le aparté el cabello y chupé momentáneamente su cuello antes de
murmurar en su oído.
—Creo que debes recordar quién está a cargo aquí, cariño.
Giró la cabeza, una jugada más de desafío.
—No recuerdo nada, idiota.
—Lo harás. Te tendré suplicando.
—Imposible.
—Factual.
Trató de girar, pero la detuve aplastando una mano sobre su estómago
y deslizando la otra en la pretina de su falda, directamente a sus bragas.
—¿Crees que es así de simple? —dijo con los dientes apretados, pero
estaba agarrando mi brazo e intentando dirigir el movimiento de mis dedos
mientras encontraban su camino adentro, acariciando, empujando.
—Siempre lo ha sido, Steph. Desde la primera vez que te follé con un
dedo sobre una mesa de cartas en una habitación de hotel en Las Vegas.
¿Recuerdas?
Oh, lo recordaba. Estaba prácticamente derretida por la cantidad de
recuerdos que estaba teniendo. Cuando me acerqué lo suficiente para sentir
lo húmeda que estaba, casi pierdo la concentración. No quería hacer eso
ahora. Siempre era mucho más dulce cuando jugábamos un rato. Y este
sería un dulce final si me salía con la mía, lo cual siempre hacía.
No había necesidad de mantenerla quieta en este punto. Estaba
completamente descongelada y dócil, sin planes de ir a ninguna parte hasta
que yo la dejara. Stephanie Bransky era toda gruñidos roncos y músculos
tensos mientras movía las caderas, tratando de apartarse de mis dedos.
Casualmente, desabroché su blusa con mi mano derecha mientras que
la izquierda se quedó entre sus piernas.
—Chase. —Jadeó—. ¡Oh Dios!
—Silencio, nena. Conseguirás lo que quieras cuando yo consiga lo que
quiero.
Cada vez que sentía que su coño comenzaba a tener espasmos
alrededor de mis dedos, me detenía y no la dejaba llegar allí. Ella presionaba
su culo contra mí más fuerte, tratando de hablar directamente a mi polla,
pero aún no me rendía.
Así no iría este juego.
Stephanie suspiró con exasperación, girando la cabeza hacia un lado, 26
estirándose, tratando de mirarme.
—Entonces, ¿qué quieres?
Desabroché su falda con mi mano libre y la deslicé al suelo. El
resplandor blanco de las luces del patio me permitió ver sus bragas negras
y esas piernas desnudas y bien formadas que siempre se veían mejor
apoyadas en mis hombros, envueltas alrededor de mi rostro, o extendidas
en una gloria decadente mientras sacudía todo su sexy infierno.
Mierda. Mi polla, maldita impaciente, estaba tratando de reventar en
mi pantalón, y no quería eso, todavía no.
Retiré mis dedos y los reemplacé con mi pulgar, golpeando contra su
clítoris de una manera que la hizo retorcerse como si estuviera electrificada.
—Deseo —dije suavemente—, escuchar una historia.
En este momento, ella estaba teniendo problemas para hablar.
—Maldición. ¿Qué tipo de historia?
—Quiero saber qué haces en tu oficina todo el día.
Se retorció e intentó colocar mi pulgar dónde lo quería. No la dejaría.
—Trabajo. —Se las arregló para decir con los dientes apretados
mientras trataba de empujarme más hacia el lugar al que me negaba a llegar
todavía.
—¿Qué más podría ser?
—Voy a reuniones, Chase.
—¿Quién está en estas reuniones?
—Hoy estaba Elvin, de marketing, Andy, de ventas, y Jim, mi jefe.
Jugueteé con ella más fuerte, mi voz letal.
—No me gusta esta maldita historia, Stephanie.
—Chase, por favor, ¡estoy tan cerca!
—¿Sabes por qué no me gusta esta historia?
—No. ¡Solo un poco más profundo! ¡Lo necesito!
—Oh Steph, todo ese coño necesitado no va a ayudarte en este
momento. Me has hecho infeliz.
Dejó de retorcerse.
—¿Cómo?
—Ya tuvimos esta discusión. Sabes cómo.
Estaba temblando, girando, tratando de deslizarse hacia abajo y
empalarse más profundo para poder correrse. Retiré mi mano y gimió.
—Por favor, dime cómo, Chase.
27
—Manos y rodillas, Steph.
—Pero necesito…
—Sé lo que necesitas. Sé exactamente lo que necesitas, cariño. Y lo
obtendrás cuando decida que estás lista.
—Estoy lista. —Se deslizó hasta el suelo y se dio la vuelta, buscando el
chasquido de mi pantalón. Se lo permití. Dejé que me descomprimiera y vi
la ampliación de esos ojos angelicales mientras levantaba la vista con una
expresión implorante.
—Te necesito —susurró.
—Sí. —Asentí, sosteniendo su rostro entre mis manos—. Me has estado
necesitando todo el día, ¿verdad?
Se mordió el labio.
—Sí.
—Pensaste en eso.
—Sí.
—Te tocaste.
—Sí.
—Muéstrame cómo te tocaste.
—Solo déjame…
—¡No! Joder, muéstrame.
Me miró, suplicando, implorando, ya no era una mujer de negocios
segura de sí misma. Se había reducido a un coño palpitante y un par de
pezones duros que me mostró mientras se mordía el labio y lentamente se
desabrochó el sujetador. Eran tetas pequeñas y dulces, me volvieron loco
desde el primer día. Pronto las tendría en mi boca, chupando como si fuera
su dueño. Porque lo era.
Stephanie obedeció. Fue lenta, alargando el momento porque eso era lo
que me gustaba. Estaba tan duro que apenas podía soportarlo. Me mantuve
a raya mapeando constelaciones en mi cabeza y pensando en los promedios
de bateo de béisbol. Aun así, la visión de Stephanie deslizando sus bragas
negras de zorra y masturbándose mientras se arrodillaba a mis pies iba a
ser jodido alimento hasta que muriera.
—¿Esto es bueno, Chase? —preguntó con voz vacilante mientras
inclinaba la cabeza y me miraba mansamente.
—Estás haciendo un buen trabajo allí, cariño. Ahora no me hagas
repetir las reglas.
—Lo sé. No me correré hasta que me dejes.
—Y, Steph, no llegues allí antes de dejarte. Sabré si estás mintiendo.
Negó. 28
—No te mentiría, Chase.
—No te atreverías.
—No.
—¿Recuerdas cómo te dije que te haría rogar?
Bajó la cabeza, su voz era pequeña.
—Sí.
—Discutiste conmigo, Steph. Nunca lo hagas.
—Lo siento, Chase. ¿Puedo por favor chupar tu polla ahora?
—Solo por un minuto. Y, cariño, será mejor que sienta la parte posterior
de tu dulce garganta.
Inhaló lentamente, chupando mi polla entre esos labios carnosos que
me han hipnotizado desde la primera vez que los vi. Stephanie había sido
un hueso duro de roer. Cuando nos encontrábamos, el mundo se había
hecho añicos y nada más que ella me satisfaría.
—Buena chica —dije, respirando con dificultad, luchando por no gemir,
manteniendo el control—. Me encanta follar esa boca caliente. Dios, solo
mírate, Steph. Llegaste aquí toda altiva y ahora estás de rodillas con la boca
llena de polla. Un pequeño pinchazo es lo que eres, pavoneándote en esa
oficina todos los días luciendo como una puta cara y sabiendo que cada
hombre en el edificio desea ser quien está parado aquí con su polla en tu
garganta. —Agarré un puñado de su cabello, tirando ligeramente mientras
ella seguía chupando—. Lo sabes, ¿verdad? Pueden desearte hasta que sus
bolas se pongan moradas, pero eso es todo lo que pueden hacer. Porque esto
es mío, todo mío. Detente ahora, cariño.
Di un paso atrás. Admiré el arte puro y sin adulterar de Stephanie
arrodillada en el suelo, desnuda y ansiosa por hacer lo que le decía.
—¿Estás lista para suplicar?
Asintió con impaciencia y cruzó las manos frente a ella.
—Sí. Por favor, Chase. Te necesito dentro de mí. No puedo soportarlo.
—¿Quieres que te folle?
—¡Por favor! Necesito que me folles.
Acaricié mi polla, lenta, pausadamente.
—Volvamos a la historia.
—Pero yo…
—No discutas conmigo. Dijiste que estabas en una reunión con tu jefe.
Se llevó un dedo a la boca y se tiró del labio. Era parte del juego. Era
locamente sexy.
29
—Lo estaba.
Negué.
—No, Steph. Tu jefe no estuvo en esa reunión.
Parpadeó.
—¿No estaba?
—No, nena. Tu jefe está aquí.
Se tapó la boca con la mano.
—Oh, Dios mío, lo olvidé.
—Bueno, estoy a punto de recordártelo.
Stephanie sacudió su cabeza.
—Sí. Necesito que me lo recuerdes, Chase. Necesito que me lo recuerdes
tanto, que no pueda olvidarlo otra vez.
—Por supuesto que sí. —Dejé caer mi pantalón por completo y giré mi
dedo en el aire para hacerle saber que era hora de darse vuelta y renunciar—
. Ahora, ponte de rodillas como te dije y levanta ese pequeño culo en el aire,
donde debe estar.
Obedeció con entusiasmo y luego se quedó sin aliento cuando se dio
cuenta que las persianas de la puerta corredera de cristal estaban abiertas.
—¡Necesitamos cerrar eso!
Me puse de rodillas y me deslicé detrás de ella.
—Al diablo.
—Estamos en el primer piso.
—Las luces están apagadas.
—¡Pero alguien podría ver!
—Sí. —Deslicé mis palmas sobre su espalda, viajé hacia abajo para
apretar ligeramente su culo, antes de caminar lentamente hacia atrás. Piel
desnuda, caliente al tacto. Ella estaba prácticamente jadeando. No podría
aguantar mucho más. Estaba lista para explotar—. Alguien podría ver.
Podrían ver cómo te roban ese sofisticado cerebro de negocios. Podrían ver
que me perteneces.
—Lo hago —susurró.
—¿Qué...?
—Te pertenezco.
Sonreí. Me recosté sobre ella y la provoqué con mi polla sobre su
trasero, luego cambié de rumbo, pasando por encima de los pliegues
húmedos e hinchados que fueron diseñados para adaptarse a mí.
—Lo sé, Steph. —Me abrí paso en su interior—. Lo sé.
Se puso rígida por la repentina intrusión y luego dejó escapar un 30
gemido bajo, hundiéndose hasta los codos. Levanté sus caderas y me puse
a trabajar. Le hice decir cosas sucias una y otra vez. La hice correrse tan
fuerte que gritó como una cosa salvaje y luego se balanceó sobre sus rodillas
cuando me retiré, esperé durante unos agonizantes latidos del corazón y
luego me sumergí en ella otra vez. Luego la di vuelta y chupé sus tetas como
si fueran caramelos de azúcar antes de finalmente apuntar mi polla y
venirme sobre su pecho. Todo era tan candente como había sido durante
mis fantasías meditando en el sofá, mientras esperaba a que llegara a casa.
Me recosté y admiré la forma en que mi carga hacía brillar sus pechos.
Lo froté contra su piel mientras ella temblaba en el suelo, con los ojos
cerrados, tratando de recuperar el aliento.
—Te amo —aseguré.
Steph abrió un ojo y sonrió.
—Yo también te amo, monstruo.
Golpeé ligeramente su culo.
—En respuesta a tu insolencia, la próxima vez te voy a amarrar.
Se sentó.
—Eso suena divertido. —Buscó su ropa, pero estaba en lugares
remotos—. ¿De verdad crees que mi ropa de trabajo es excitante?
—Princesa, podrías usar un cesto y una bolsa de hojas y pensaría que
es excitante.
Steph se dio por vencida y agarró una manta del sofá.
—Voy a encender la luz ahora.
—Bueno.
—Las persianas siguen abiertas, Chase.
—Y qué si lo están.
—¿Te vas a sentar allí con tu polla pasando el rato?
—Seguro. Las pollas también necesitan respirar.
Stephanie se rindió y se dejó caer en el sofá. Se interesó en la botella
que había estado bebiendo, recogiéndola y olfateando.
—¿Cerveza de raíz?
—Sí.
Al contrario de mi bravuconería espontánea, realmente no quería
desfilar desnudo frente a mis locos vecinos universitarios, así que giré la
varilla de plástico que colgaba de la puerta del patio hasta que se cerraron
las persianas verticales.
Stephanie me estaba mirando.
31
—¿Lamentas dejar este lugar?
Tomé mis calzoncillos del suelo y los volví a poner antes de unirme a
ella en el sofá.
—Ha sido un buen lugar. Hemos estado aquí ¿qué, tres años y medio?
Asintió y miró a su alrededor justo cuando un grupo de estudiantes
universitarios de ASU comenzó a hacer ruido en el patio.
—Te diré algo —mencionó—, no voy a extrañar todo el ruido. No
echaremos de menos a todos estos niños.
—Solíamos ser estos niños.
—Y ahora somos nosotros.
—Hmm. —Me puse a pensar en eso—. Creo que nuestros huesos viejos
dormirán más fácilmente en el nuevo lugar.
—Tú estás viejo. ¡Yo no!
—Tienes casi un cuarto de siglo, cariño.
—Sí. Pero tú estás a solo cuatro años de los tres grandes, oh.
—Ouch.
Jugó con su cabello.
—Será más tranquilo.
—¿Estás segura? Algunos de esos trajeados melancólicos que vimos
cuando dejamos el depósito de alquiler parecían un poco incompletos.
Steph se rio.
—¿Cierto? Ni siquiera he pensado en empacar todavía.
—¿Por qué lo harías? Todavía tenemos cerca de dos semanas.
Se acurrucó contra mí y pasé mi brazo sobre sus delicados hombros,
besando la parte superior de su cabeza. Vamos a mudarnos a un vecindario
artístico muy prometedor en el centro de Phoenix. Después de graduarse en
ASU, Steph había dejado sus planes de ir a la escuela de leyes en un
segundo plano y había aceptado un trabajo como analista financiera. Había
estado viajando desde el valle este durante el año pasado. Ahora que
acababa de graduarme y me habían ofrecido una posición para enseñar
historia en una escuela secundaria en el distrito de Phoenix, me pareció un
buen momento para reorganizar un poco las cosas. No me importaría
reorganizar mucho las cosas; anillos, matrimonio, todo el trato, pero quería
traer a casa un sólido cheque de pago con beneficios primero. No habíamos
hablado de eso en mucho tiempo. Supongo que de alguna manera teníamos
miedo de perturbar lo que teníamos.
Pasé las yemas de los dedos arriba y abajo de su brazo.
—¿Tienes hambre?
32
Me dio una mirada arqueada.
—¿Qué estás ofreciendo?
—Traje algo de comida china de Magic Garden. Está en la nevera.
—¿Trajiste filete a la pimienta?
Resople.
—Y ella pregunta si tengo bistec a la pimienta. Por supuesto que tengo
bistec a la pimienta, Steph. ¿Me veo como si fuera nuevo aquí?
Nos sentamos en el suelo de la cocina y comimos comida china fría de
los envases de cartón blanco. La mejor maldita comida de todos los tiempos.
Stephanie bostezó y apoyó la mejilla en mi hombro. Bajé mi caja de
comida china y la abracé.
—¿Ya te canso, cariño?
Otro bostezo.
—No eres tú. Tuve un día largo. ¿Qué hora es?
—Un reloj no combina con este conjunto.
Me miró.
—¿Qué conjunto?
—Exactamente.
Miró el reloj sobre la estufa.
—Solo son las ocho en punto. Oye, saldrás con tus hermanos mañana
por la noche, ¿verdad?
—Ese es el plan. Entre unas cosas y otras han pasado algunas semanas
desde que nos juntamos. No he visto a los chicos desde la noche de mi
graduación. Imagino que vamos a soltar la mierda en la tienda de tatuajes,
tal vez ir a cenar y a un bar. ¿Quieres venir?
Negó con una sonrisa.
—No. No voy a interferir con los chicos Gentry.
—No puedes interferir con los chicos Gentry. Solo los mejorarías.
—Ve con Cord y Creed. Está bien. —Se arrastró hacia la nevera y
guardó el cartón de bistec a la pimienta en el estante inferior—. Creo que
dejaré estas sobras para mañana en la noche, cuando esté aquí sentada con
mi soledad.
La agarré.
—Tengamos un cachorro.
—¿Qué...?
—Cuando nos mudemos. El nuevo lugar permite perros de hasta veinte
kilos. Ya lo he comprobado. 33
Una extraña mirada cruzó su rostro.
—Chase.
La tomé en mis brazos.
—Si tuvieras un cachorro, no estarías sola en las raras ocasiones en
las que voy a algún lado sin ti. Sería tan lindo. Podríamos llamarlo Gentry.
Inclinó su frente en mi barbilla.
—Sí. Podríamos
—¿Steph?
Me dio un beso rápido.
—Hablaremos de eso otro día.
Puse mis brazos debajo de ella y la levanté del suelo.
—Mientras tanto, terminemos la noche y enloquezcamos. Podemos
desplegar el futón y ver un partido de béisbol.
Se acomodó contra mi cuerpo.
—Eso suena maravilloso.
La llevé a la sala de estar, agarré una manta extra del armario y coloqué
el futón en una forma reclinable. Por primera vez esta noche noté que estaba
un poco pálida y el instinto protector se apoderó de mí. La acosté a mi lado,
la cubrí cuidadosamente con la manta y encendí el juego. Era una de mis
cosas favoritas de ser nosotros; éramos felices solo con estar en el mismo
lugar juntos. Antes de conocer a Stephanie, nunca había tenido algo así.
Follaba con entusiasmo aleatorio y me preguntaba vagamente si alguna vez
encontraría algo que mereciera una segunda mirada.
Peleábamos a veces, Stephanie y yo. Gritábamos, maldecíamos y
pataleábamos, pero siempre encontrábamos el camino de regreso el uno al
otro antes que se produjera algún daño. Mientras distraídamente pasaba
los largos y rizados mechones rubios entre mis dedos, traté de imaginar mi
vida sin ella y no pude.
Saylor, la esposa de mi hermano, una vez me dijo que el amor era
impredecible. E insustituible. Saylor usualmente tenía razón. Acostarme
aquí con la chica que amaba en mis brazos era casi lo más cerca posible a
tener el cielo en la tierra. No hay forma de saber si es igual para todos los
hombres. Mis hermanos lo encontraron. Yo lo encontré. Eso decía algo
significativo, que un grupo de chicos malos, nacidos de una familia de un
pequeño pueblo de mala muerte, podrían de alguna manera ganar su lugar
en el corazón de mujeres increíbles.
Stephanie pareció sentir mis pensamientos ardiendo profundamente.
Tomó mi mano, besó mis nudillos y luego abrió la manta que se había atado,
quedando acostados piel contra piel.
34
Honestamente, hubiera estado de humor para más diversión y juegos,
pero Steph se quedó dormida después de dos entradas. Cuando puse mi
boca sobre su cuerpo, ella simplemente se movió y suspiró en su sueño.
Así que, al final, besé a mi princesa suavemente y la llevé a nuestra
cama para que pudiera descansar.
4
—¿Ella quiere qué?
—Cráneos, uno al lado del otro.
—¿Y quiere que estén dónde?
—En sus nalgas.
—Joder, ¿de verdad?
—Quiere que se vean de tal manera que, cuando las junte, parezca que
se están besando. —Aspen se dio la vuelta y amablemente hizo una
pantomima señalando su propio culo flaco metidos en pantalones de color
naranja. Frunció los labios e hizo ruidos de besos.
35
Suspiré pesadamente y enderecé mi espalda, que estaba un poco
dolorida por estar encorvado en el escritorio de Deck toda la mañana,
repasando los libros.
—Entonces son cráneos, ¿verdad?
Aspen estaba disfrutando esto. Sus ojos marrones prácticamente
brillaron.
—¡Correcto!
—Entonces no tienen labios.
—No.
—Entonces, ¿cómo demonios pueden besarse?
Aspen lo consideró.
—Supongo que simplemente presionarán sus dientes expuestos y
sonreirán —bromeó, metiendo la punta de la lengua en el pequeño espacio
entre sus dos dientes frontales.
Resoplé.
—Increíble. ¿Brick no puede ocuparse de eso?
—Brick está ocupado. Está tatuando un ojo en la parte posterior de
una cabeza calva.
—¿De verdad?
Asintió.
—Sí. A este tipo amante del cuero que llegó hace una hora con la mitad
del desierto pegado a su ropa y una mirada homicida en su rostro.
Aparentemente es amigo de Deck.
Sonreí ante la mención de mi primo salvaje. Deck Gentry parecía uno
de los hombres más rudos en la escala evolutiva, pero tenía el mejor corazón.
Justo después que nacieran mis hijas, Deck alquiló una tienda vacía en el
camino de la universidad, anunció que abriría una tienda de tatuajes y
rápidamente insistió en hacerme copropietario. Deck estaba acostumbrado
a hacerme favores colosales toda mi vida. Es un hermano tanto como Creed
y Chase, en todos los sentidos que cuenta.
—Si es amigo de Deck, está bien.
Aspen ladeó la cabeza.
—¿Has tenido noticias suyas?
—¿De Deck? Llamó ayer. Le dije que no quería volver a saber de él por
un tiempo.
A Deck le preocupaba que tomara demasiados trabajos antes de
embarcarse en un viaje de dos meses alrededor del mundo con su novia,
Jenny. Siempre había querido viajar y Deck la sorprendió la noche de su
graduación hace unas semanas con las noticias del viaje. Se marcharon a 36
la India a la mañana siguiente. Antes de irse, le aseguré que podía manejar
las cosas bien y tenía la intención de hacerlo. Deck merecía pasar el mejor
momento de su vida con la chica que amaba.
Agarré un lápiz y un bloc de dibujo.
—Supongo que será mejor que dibuje algunos cráneos. Dile a la clienta
que saldré en quince.
—¡Oh! —Aspen aplaudió. El absurdo y rosado moño que estaba sobre
su cabello azul se tambaleó—. Casi lo olvido. También quiere alas.
—¿Perdón?
—Saliendo de los lados de los cráneos. Quiere que se asemejen a orejas
de plumas negras.
Tiré la pluma.
—Será mejor que no te estés inventando esto.
—Diablos, no, Cord. Mis talentos creativos están reservados para mi
hombre. Oye, ¿quieres que Brick te recoja algo de Pita Palace? Irá tan pronto
como termine con el calvo.
—Nah, voy a cerrar a las seis y a cenar con los chicos.
—Oh, cielos. —Suspiró Aspen mientras se desplomaba contra la puerta
de la oficina—. No se puede simplemente infligir toda esa testosterona
Gentry en la ciudad sin previo aviso. Si no estuviera tan apasionadamente
apegada, podría desmayarme.
—Desmáyate en otra parte, niña.
—Solo si me atrapas. Me siento tan aturdida.
Me reí. A Aspen le gustaba hacerme pasar un mal rato, pero estaba
completamente enamorada de Brick. Si pensabas en ellos por separado,
eran un par extraño, el ex militar y la chica colorida y salvaje. Pero cuando
los veías juntos de alguna manera tenía mucho sentido.
—Creo que te recuperarás —dije con ironía y comencé mi boceto.
El nombre de la tienda fue idea de Deck, Scratch, y ha estado
funcionando desde hace tres años. En este momento, hemos creado una
sólida base de clientes, principalmente a través del boca a boca. Deck nunca
se consideró un gran artista, por lo que en estos días solo se sentaba a
tatuar cuando estábamos faltos de personal. Además de mí, el exmarine
Brick era el otro artista de tiempo completo en el personal. Pero últimamente
habíamos estado lo suficientemente ocupados como para pensar en la idea
de contratar a alguien más. Aspen estaba a tiempo parcial manejando la
recepción, los teléfonos y otra basura administrativa.
No tardé mucho en elaborar un boceto bastante decente. Podía
escuchar la voz alegre de Aspen en el frente mientras entretenía a la clienta.
37
Cuando vi que tenía un boceto sólido de los cráneos con plumas que se
besaban, me dirigí hacia allí, dibujo en mano.
La mujer era demasiado flaca, rubia, llevaba una camiseta sin mangas
gris que no hacía nada para enmascarar las marcas de sus brazos. Los
drogadictos envejecían demasiado rápido, por lo que era difícil estimar su
edad, pero hubiera supuesto que tendría unos treinta y tantos. Sin embargo,
sus ojos eran nítidos, lo que significaba que estaba fuera de ello, al menos
por un tiempo. Podía notar la diferencia. Mi propia madre estaba cortada
con la misma tijera.
—Debes ser Cord —dijo amablemente, su sonrisa me dio un escalofrío
repentino. Los dientes en ruinas, el pelo rubio, la forma en que su ropa
colgaba de su carne cansada, todo eso me recordaba demasiado a Maggie
Gentry.
Nada de eso fue evidente, sin embargo, en la forma en que suavemente
le estreché la mano y la conduje por el corto pasillo. Por el camino pasé por
una habitación diminuta donde Brick estaba tatuando al motorista. Fue una
especie de espectáculo cómico a primera vista; dos hombres voluminosos y
musculosos, uno acostado boca abajo en una cama delgada y el otro cernido
sobre su cabeza calva mientras trabajaba en colorear los detalles de un ojo
azul gigante.
Llevé a la mujer a la habitación contigua e inmediatamente se instaló
en la silla hidráulica negra.
—Para que lo sepas —dijo tímidamente—, puedo pagarte. Tengo
efectivo.
—Bien. —Asentí y presioné un botón para colocar la silla en una
posición reclinada.
Me sonrió y de nuevo un estremecimiento me recorrió el alma. Un
recuerdo, un presentimiento. Fuera lo que fuese, lo deseché. No quería
pensar en mi madre en este momento. Mi ciudad natal de Emblem estaba a
solo una hora en auto de aquí, pero hacía años que no veía a mi madre.
Nunca ha conocido a mi esposa ni ha visto a sus nietas. Solo porque Deck
vigila las cosas en Emblem, sé que todavía está viva.
Sé que él todavía está vivo, también. Mi padre. Benton. Claro que lo
está. El mal tiene una forma de permanecer odiosamente saludable.
La mujer me pidió que la llamara Mary y se sintió como en casa al
desnudarse y mostrarme dónde quería el tatuaje antes que pudiera arrojarle
una modesta bata. No estaba tratando de ser sexy al respecto, lo que fue un
alivio. No era inusual que las clientas asumieran que debido a que trabajaba
en la piel, debían ofrecerme algo de las suyas. El anillo de bodas en mi mano
izquierda no parecía molestarles. Pero me había convertido en un maestro
en apartar astutamente a las mujeres y dejarles saber que no tenían
ninguna posibilidad sin ser desagradable al respecto. Al menos sabía que
Saylor no estaba preocupada. No debería estarlo, nunca. No había una 38
mujer que pudiera tentarme a apartar la mirada de mi esposa.
Mary estaba complacida con el boceto. De hecho, quería que los
cráneos estuvieran mejilla huesuda contra mejilla huesuda en su trasero.
—Al menos alguien debería besarme el culo —aulló, carcajeándose, y
por una fracción de segundo se asemejó a una calavera.
No explicó el significado de las alas que salían de los cráneos. Pudo
haber tenido algún significado simbólico, tal vez la forma en que Mary
esperaba volar y dejar atrás su vida corriente. O podría tener una
expectativa de muerte prematura.
Revisé mi reloj antes de empezar a trabajar. No era un trabajo pequeño,
pero tampoco enorme. Podría hacerlo esta tarde y terminar antes que
aparecieran los chicos. Un ruido sordo en el estómago me recordó que no
había comido desde el desayuno, pero sabía que se calmaría. Cuando estaba
tatuando entraba en una zona donde el mundo se alejaba. Me pregunté si
Miguel Ángel había sentido lo mismo cuando trabajaba, aunque tuve que
admitir que el trasero de Mary no era exactamente La Capilla Sixtina.
Mientras preparaba el área, Mary se relajó, sacó su teléfono y un par
de auriculares del bolso y pronto comenzó a cantar junto a Aerosmith. No
me molestó.
Pero deseé haber llamado a Saylor antes de sentarme. Por ninguna
razón en particular. Me encantaba escuchar su voz. Saylor me centraba. Era
el sol en mi universo antes problemático, ella y las chicas. La hora era justo
después del almuerzo, lo que significaba que Cami y Cassie acababan de
salir de su clase de preescolar, todas llenas de risas, energía y cargadas con
dibujos para poner en la nevera. A veces miraba a mis pequeñas hijas
brillantes y vibrantes e intentaba recordar si mis hermanos y yo alguna vez
habíamos sido iguales, si alguna vez fuimos niños esperanzados y
despreocupados. Pero ese tipo de pensamientos abrían una puerta al
pasado, y los años transcurridos en la casa de Benton Gentry no eran un
buen lugar para recordar. Mis chicas nunca conocerían ese tipo de terror.
Me cortaría las manos antes de permitir que cualquier indicio de mi infancia
violenta y desposeída se acercara lo suficiente como para tocarlas.
Una sensación de nostalgia se apoderó de mí cuando pensé en mi
esposa y mis hijas. Esperaba llegar a casa esta noche lo suficientemente
temprano para verlas antes que se durmieran. Una vez más, deseé haber
hecho una llamada rápida a Say antes de entrar aquí para abordar el
trabajo. Pero ahora que la tarea estaba en marcha, no podía dejar a Mary
con su culo expuesto en el aire solo para poder alejarme y hacer ruidos de
besos por teléfono.
—¿Te molesta si tomo una siesta? —preguntó Mary, girando su flaco
cuello y parpadeando.
—Adelante —respondí, e incluso le entregué una manta para que se
metiera debajo de su cabeza. 39
Con Mary acomodada, no había nada que hacer más que agacharse y
ponerse a trabajar. La piel de la mujer estaba salpicada de hematomas,
algunos frescos y rojos, otros descoloridos y moteados. Esperaba que
quienquiera que los hubiera puesto allí estuviera teniendo un día jodido.
Ningún hombre tenía excusa para lastimar a una mujer. Fui amable
mientras limpiaba el área y ponía la bata de papel para cubrir los lugares a
los que no necesitaba acceso. Una vez comencé, el tiempo era inmaterial.
Solo estaba el arte. Y, a pesar de ser un concepto hortera tatuado en el
trasero de una mujer perdida y cansada, aún merecía ser tan bueno como
pudiera.
Para cuando salí de mi niebla creativa, habían pasado casi cuatro
horas. Me estiré e hice una mueca por la forma en que mis músculos
crujieron por permanecer en una posición de trabajo durante tanto tiempo.
Vagamente, había sido consciente de las otras cosas que estaban
sucediendo en la tienda mientras trabajaba. Escuché que Brick y su gran
cliente motero terminaron el trabajo y luego se enzarzaron en una especie
de discusión sobre las ballestas y las armas. Aspen entró corriendo. Aspen
salió corriendo. Aspen habló, cantó y bromeó con Brick. Cuando estaba
terminando y evaluando críticamente mi trabajo, ambos se asomaron a la
puerta.
—Joder —dijo Brick en reconocimiento, solo que sus orígenes de
Tennessee lo modificaron levemente y se escuchó más como un “Joer”.
—Espectacular. —Asintió Aspen, ofreciendo una ronda de aplausos
afables.
Mary estuvo contenta con el producto terminado. Me ofreció un paquete
de billetes cuidadosamente enrollados, todos de uno y cinco. Rápidamente
lo desenrollé y le devolví la mitad de la pila.
No cuestionó el favor, lo cual fue algo bueno porque no sabía cómo
explicarlo sin parecer un imbécil. “Tal vez si te quedas con algo de esto te
ayudará a mantener esa mierda fuera de tus venas”.
Por supuesto, Aspen se dio cuenta y tuvo que decir algo. Al menos
esperó hasta que la campana que había sobre la puerta dejó de resonar
después de la partida de Mary.
—¿Trabajo de caridad, señor Gentry? —Se rio.
Le lancé una mirada.
—Algo así.
Aspen se cruzó de brazos e intentó parecer severa, una tarea difícil para
un duende de pelo azul de metro cincuenta y ocho.
—¿Va a convertirse en un hábito? Solo quiero tener una idea sobre
40
nuestra estructura de precios en el futuro, especialmente con la voz de la
razón de trotamundos.
Resoplé.
—¿Deck es la voz de la razón?
Arrugó su pequeña nariz respingona.
—Deck podría ser una deidad menor.
—Podría serlo —acepté y arrojé el dinero en efectivo en el mostrador de
la parte baja. Aspen estaba dedicada a Deck, pero nunca hubo nada
romántico al respecto. La contrató hace un año y nunca tuve la historia
completa, pero suponía que ella había estado en algún tipo de problema del
que él la había sacado. Aspen y la novia de Deck, Jenny, eran buenas
amigas. De todos modos, una vez que Aspen y Brick, otra alma perdida en
el amplio círculo de humanidad de Deck Gentry, se miraron, estallaron
fuegos artificiales a todo color.
Abrió su boca para molestarme un poco más, pero Brick envolvió un
brazo alrededor de su cintura y redirigió sus pensamientos metiendo la
mano bajo su camisa.
Aspen se retorció y se giró para enfrentar a su novio. Se olvidó de mí y
de mi caso de caridad. Mientras tanto, Brick la miraba con el tipo de
expresión intensa que un tipo reconoce en otro. Significa: "Será mejor que
consiga un pedazo de esto antes que mi pene estalle las costuras".
Reprimí una sonrisa y desvié la mirada.
—¿Por qué no se van?
Brick no apartó los ojos a su novia.
—¿Estás seguro, hombre?
—Sí. Saldré en cuanto lleguen los chicos
Aspen y Brick corrieron todo pegados uno al otro. Esperé que en toda
su urgencia no los atraparan manoseándose en algún callejón. Había
sucedido antes. Después de cambiar el letrero de la tienda a “Cerrado”,
revisé mi teléfono.
Alrededor de una hora atrás Saylor había enviado un mensaje de texto
con una imagen de las niñas mientras sonreían una al lado de la otra en la
mesa de la cocina con grandes tazones de macarrones con queso. Sus dulces
sonrisas estaban llenas de las mejores cosas del mundo. Dejé el teléfono.
Algo me estaba carcomiendo, algo a lo que no podía ponerle nombre.
Había comenzado a roer mis entrañas en algún momento esta tarde. No
había ninguna razón en el mundo para sentirme de esta manera. Todo
estaba bien con mis chicas y mis hermanos, y la vida en general.
—¡Mierda! —Salté medio metro en el aire cuando la puerta se abrió de
par en par. Sin pensarlo, agarré un bate de béisbol de acero que
manteníamos al frente en caso de que fuera un visitante no bienvenido. 41
—¡Cord! —Aspen se quedó sin aliento, sus grandes ojos me miraron allí
de pie como un bateador en el Home Run Derby.
Brick entró, empujándola detrás de su poderosa figura mientras me
miraba. No podría culparlo por eso. Hubiera tenido el mismo instinto de
proteger lo que es mío.
—Lo siento —murmuré, bajando el bate.
—¿Esperas problemas? —preguntó lentamente y con sospecha, sus
notables músculos ya se tensaban bajo el uniforme militar que todavía
usaba regularmente a pesar de que había sido civil por más de un año.
—No. —Tosí—. Supongo que mi imaginación va a lugares extraños.
Brick mantuvo sus ojos centrados en mí durante unos segundos.
Cuando te miraba directamente, a veces tenías la sensación de que veía más
de lo que querías que viera.
—Está bien —dijo finalmente, y se hizo a un lado para dar espacio a
Aspen, porque era demasiado baja para hablar sobre sus anchos hombros.
Ella lo golpeó juguetonamente en el culo y se lanzó hacia el mostrador para
rebuscar en un mar de notas.
—Me olvidé de decirte —dijo sin aliento, mientras seleccionaba el
cuadrado de papel rosa que aparentemente había estado buscando—,
recibiste una llamada mientras estabas tatuando. Bueno, no tú. En
realidad, estaban buscando a Deck. Pensé que era algo del negocio, así que
le pregunté al tipo si quería hablar contigo. Dijo que probablemente también
te interesaría lo que tenía que decir, ya que los chicos también eran tu
familia.
—¿Chicos? —Estaba confundido. La ansiedad comenzó a subir—.
¿Creed y Chase?
—No, no. —Echó un vistazo a sus propios garabatos—. Era un policía.
Dijo que un par de tus primos fueron llevados a la estación en esa ciudad
de la que todos ustedes vienen.
Me relajé. Ligeramente. En mi cabeza hice un inventario rápido de
todas las generaciones conocidas de Gentry que aún habitaban en el austero
paisaje de Emblem. Algunos estaban en prisión. Algunos estaban muertos.
Algunos se habían escapado a partes desconocidas. Los pocos que
quedaban no estaban realmente en mi radar, pero no me sorprendió que
Deck se hubiera interesado por ellos, especialmente si eran jóvenes.
El primo de mi padre, Elijah, falleció hace unos años y dejó atrás a un
par de muchachos que ahora estarían en la adolescencia. Nunca hubo
dudas que los niños eran Gentry, se les notaba de pies a cabeza, pero según
comprendí, se especuló que Elijah murió sin darse cuenta de que él no era
el donante de esperma. Pudo haber sido mi tío Chrome, el padre de Deck,
hace mucho tiempo muerto. O tal vez fue incluso Benton. Ninguna idea me 42
sorprendería.
Aspen presionó la nota adhesiva en mi camisa y la tomé. El número era
de Emblem. Leí las palabras oficial Driscoll en el papel y entendí. Fred
Driscoll era un viejo amigo de Deck. Diablos, incluso podría haber estado en
su nómina por una razón u otra que no me interesaba saber. Todos lo
llamábamos Gaps y era tolerado, si no respetado, como uno de los
pacificadores de Emblem.
—Me ocuparé de eso —le dije—. Ustedes tengan una buena noche.
Aspen salió alegremente, pero Brick se detuvo y me miró extrañado.
—Para que lo sepas —dijo suavemente—, si alguna vez necesitas ayuda
para partir cabezas, hay algunos puntos que no agregué a mi currículum.
—Lo aprecio —afirmé—, pero tengo la esperanza que mis días de
romper cabezas hayan acabado.
Brick me dedicó una sonrisa y siguió a su novia a la cálida luz de una
tarde de primavera.
Me quedé allí solo, mirando los números en la nota. No había ninguna
razón para molestar a Deck por esto. Fuera lo que fuese, podía manejarlo
yo mismo. Aplasté una mano en el suave mostrador y con la otra marqué el
número con lenta precisión, suspirando mientras esperaba la conexión para
llevarme de vuelta a Emblem.
5
No importaba lo temprano que me despertara, Truly siempre se
adelantaba.
Era como si esta mujer tuviera algún poder paranormal que le permitía
saber a qué hora abriría los ojos y así planeaba su antelación. Antes de
levantarme inhalé el aroma de rollos de canela y lamenté que tendría que
esforzarme el doble en el gimnasio por la tarde para compensarlos. Nunca
había rechazado nada que Truly hubiera cocinado. Podría haber estado
escrito en nuestros votos que lo que fuera que ella horneara, friera, tostara
y asara, encontraría su camino hacia mi estómago.
Mi calzoncillo de alguna manera estaba desaparecido y no me molesté
en buscarlo antes de abrir la puerta del dormitorio. 43
Dos pasos después me quedé parado cuando escuché a la voz brillante
de Truly en el salón. Era demasiado temprano para tener compañía, pero
evidentemente estaba hablando con alguien y allí estaba yo de pie, a punto
de entrar con mi polla balanceándose bien a la vista.
Me relajé cuando vi que dejó de hablar y pasaron unos segundos en
silencio hasta que lo hizo de nuevo. Obviamente, con quien fuera que estaba
hablando, era por teléfono y no en el salón.
―Está bien, cariño, ya sabes que me encantaría que vinieras a
visitarnos. pero no entiendo por qué no puedes decirme exactamente dónde
estás o qué está pasando.
Truly estaba medio vestida y dando vueltas alrededor de la bonita
habitación. Mis ojos notaron la falda negra y el sujetador de lencería rosa y
le pasaron el mensaje a mi polla. Que se despertó inmediatamente.
Pero en vez de arrastrarme detrás de mi mujer, arrancarle el teléfono
de la mano y demandar mis derechos maritales, alcancé una taza llena de
café caliente que estaba en la esquina de la barra, bebiéndome la mitad de
dos tragos.
Truly caminaba en la dirección opuesta sin haberme notado y dejó salir
un hondo suspiro. Quien quiera que estuviera al otro lado del teléfono había
conseguido aturdirla, y Truly no se aturdía fácilmente. Ya que la otra
persona obviamente no vivía en nuestra zona, descarté los sospechosos
habituales como Saylor y Stephanie. Truly había vivido una infancia muy
nómada y no mantenía contacto con nadie de su infancia.
Nadie, eso es, excepto sus hermanas.
Aparentemente la persona que llamaba tuvo algo urgente que hacer
porque Truly dijo abruptamente:
—Bien, pero me vuelves a llamar en cuanto puedas. —Luego mantuvo
el teléfono alejado de su cabeza y se quedó mirándolo con desconcierto,
como si estuviera amenazando con que le crecieran patas y fuera a salir
caminando desde la palma de su mano.
―¿Quién era? —pregunté y ella dio un grito ahogado.
―Mierda, Credence, un día de estos me va a dar un paro cardiaco.
Truly se dirigió enfadada hacia el sofá y se sentó de golpe mientras yo
trataba de dejar de fijarme en sus tetas balanceándose e intentando salir
del endeble sujetador rosa.
Me miró mientras me dirigía hacia el sofá y me sentaba a su lado. Si
hubiera estado bien, habría notado mi polla apuntado hacia ella como una
flecha, pero estaba muy distraída, con los brazos cruzados y mordiéndose
el labio inferior.
―Meridian ―respondió finalmente.
44
Mi esposa tiene tres hermanas más jóvenes que ella; Augusta, Carolina
y Meridian. Ninguna de ellas se parecía a Truly o unas a las otras. Todas
eran hijas de padre diferente y la desventurada madre. Augusta estaba en
la escuela de posgrado en Oklahoma y prometida con un rudo y caído
ranchero mientras que la más joven, Carolina, lo estaba haciendo bastante
bien ella sola con su beca de la universidad de Nueva York.
Meridian, o Mia, que era como le llamaban sus hermanas, era un
símbolo de interrogación. No vino a nuestra boda y solo la había visto una
vez, un año después que Truly y yo empezáramos a salir. Se había
presentado en la ciudad sin avisar, apareciendo en nuestro apartamento
viéndose como la silueta de tiza de una persona la cual podría ser borrada
con la suela del zapato. No es que estuviera drogada o golpeada. Pero de un
vistazo pude ver que estaba mirando a alguien a quien la vida no había
tratado bien, el tipo de persona que sufría los golpes por dentro.
No hacía falta decirle nada de todo esto a Truly. Ya lo sabía, y casi que
respiró cuando su hermana desapareció en mitad de la noche después de
pasar cinco días durmiendo en nuestro sofá. Lo último que habíamos oído
era que Mia había vuelto a algún tipo de granja comunal en la que solía vivir
en la zona noroeste del Pacifico.
―Entonces, ¿qué es lo que pasa con la hermana misteriosa?
―Está en un autobús de Greyhound y llamó durante una parada que
estaban haciendo afuera de Portland ―explicó Truly, con su acento sureño
sobresaliendo fuertemente, como siempre pasaba cuando estaba estresada,
enfadada o exaltada—. No lo sé, cariño, parece como que algo va mal, como
si estuviera metida en algún lio. Quiero decir, siempre pasa algo con esa
chica, pero se me ha puesto la piel de gallina al hablar con ella ahora. Me
hablaba en un susurro, diciendo que estaba de camino y que solo tenía unos
pocos días para hacerse cargo de todo, pero no me ha querido decir a qué
se refiere con “todo”.
Me puse alerta. Si la hermana problemática de Truly estaba de camino
y posiblemente trayendo algunos problemas con ella, sería mejor saberlo
antes que después.
—¿Insinuó que estaba viniendo aquí, pero luego no quería decir por
qué tan solo tenía unos pocos días?
Truly se encogió de hombros.
—Podría hacer mil conjeturas y ninguna tendría más posibilidad de ser
correcta que la otra. Cuando hablé con Aggie el otro día, mencionó que
estaba preocupada porque Mia no la había llamado en más de seis meses.
Puse una mano cariñosa alrededor de Truly y le froté la nuca.
—Eso suena bastante a Mia.
―Ya. ―Truly suspiró y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos
mientras mis dedos se hundían más profundamente en sus tensos 45
músculos—. Quizás exista de verdad esa cosa extrasensorial con los
hermanos, ya sabes, como cuando tú sientes un poco de bajón porque algo
les pasa a Cord o a Chase. Tan solo no me puedo quitar de encima la
sensación que Mia está metida en algo que no puede manejar, y, Creedence,
¿has notado que no llevas ni una sola pieza de ropa encima?
Como respuesta moví mi mano libre entre sus piernas.
—Eres incorregible —soltó, pero separó más las rodillas y me dio
acceso. Le bajé las bragas y me moví rápido para llevarla al borde. Se olvidó
de todo sobre sus hermanas y otros problemas mientras gemía y se retorcía
mordiéndose el labio.
Por muy sexy que fuera verla corriéndose en mi mano mientras sus
pezones se salían de su sujetador, alcance el punto en que necesité moverme
o el sofá se pringaría todo.
No hacía falta decirle nada a Truly. En el segundo en que saqué los
dedos ella estaba sobre mí; con la falda arremangada y las rodillas
clavándose en mis caderas. Me deslicé suavemente y dejó escapar un gritito
de placer mientras la agarraba y empujaba más profundo. La sensación de
ella estremeciéndose por el orgasmo y el sonido que hacía mientras se corría
era demasiado para mantener mi polla bajo control. Me corrí dentro de ella
con mis manos por todos lados, mi cuerpo golpeaba lo más duro y profundo
que era posible.
Gimió y gritó mi nombre mientras me cabalgaba haciéndome subir la
temperatura al balancear sus preciosas tetas justo frente a mi rostro. Las
chupé ambiciosamente gastando cada gramo de la energía que me quedaba.
Truly dejó escapar un ligero suspiro mientras yo me retiraba.
―Odio esa parte ―dijo en un suspiro—, la parte cuando me dejas.
Toqué su rostro. La belleza clásica externa ni se acercaba a toda la
historia de quién era. Descarada y tierna, inteligente y amable, lo tenía todo.
―Nunca te dejaré ―aseguré honestamente—. Te amo.
No me dio tiempo a tenerla en mis brazos por mucho rato. Los rollos de
canela que había metido al horno justo antes que sonara el teléfono
empezaban a oler un poco a quemado. Me los comería de todas maneras.
Truly se sorprendió por el tiempo que había pasado y salió disparada para
darse una rápida ducha ya que yo había estropeado los resultados de la
primera. Rasqué el quemado de unos cuantos rollos de canela más y me
tomé otra taza de café esperando a que saliera del baño como una nube
perfumada.
―Tengo que salir corriendo, cariño. Tengo una clase de Moda de
Mercados del Siglo XXI dentro de unos doce minutos y luego me pasaré toda
la tarde en Scottsdale porque Ross nos está dando a todos los internos
solitarios una muestra del catálogo de otoño, aunque espero que hayan
modernizado los diseños antiguos con los que seguían fustigándonos las 46
últimas temporadas. ¿Tienes una actuación esta noche? Oh, no, es verdad.
Vas a quedar con los chicos. Bueno, salúdalos de mi parte y diles que nos
gustaría ver a todo el clan Gentry por aquí, quizás durante el fin de semana,
porque mis habilidades como anfitriona se están oxidando. ¿Me estás
escuchando, Creedence?
Puse mi taza de café sobre la encimera.
—Te lo he dicho un millón de veces, Tallulah Lee Gentry, yo siempre te
escucho.
Me sonrió con la sonrisa Truly y me ofreció un suave y húmedo beso
antes de ponerse los zapatos y dirigirse hacia la puerta. Estaba más que
acostumbrado a la manera en que hablaba sin parar. Hablaba en serio
cuando dije que siempre la estaba escuchando. Siempre lo hacía. Siempre
lo haría.
―¡Te quiero! ―gritó y me lanzó un beso al aire.
―Yo también te quiero ―respondí.
Esperaba que hoy no malgastara demasiada energía preocupándose
por los misteriosos problemas de su hermana. Por todo lo que sabía de Mia,
no era fan de dar muchas explicaciones, así que preocuparse era una
pérdida de tiempo. Pero sabía lo que era sufrir al ver a alguien a quien
quieres luchar contra sus propios demonios. Era un tipo de infierno
diferente.
Después de meterme en la ducha, decidí pasar algo de tiempo de
calidad con mi guitarra. Durante años toda mi música salía de dentro, del
corazón o cualquiera que sea la zona que cosquillea tus sentimientos. No
había entrenamiento, ni lecciones. Solo yo y la música. Pero una vez empecé
a tocar en escenarios entendí que tenía mucho que aprender. Nunca había
sido un estudiante aventajado, ni siquiera cuando era un crio, pero, de
repente, me di cuenta de que había encontrado mi materia apropiada.
Aprendí que los puntos negros en una partitura se convierten en sonidos e
incluso empecé a escribir algunos por mí mismo.
No era música country ni era rock. Era algo entremedias y fue
suficiente bueno para llamar la atención de unos cuantos buscadores de
nuevas promesas musicales que susurraron grandes ideas sobre hacer giras
y ofertas de contratos. De momento, había vendido unas cuantas canciones
que había compuesto, pero ahí es donde puse el límite. No me podía
imaginar haciéndome famoso y tener que trotar por toda la nación, teniendo
que encogerme en la litera de un apestoso autobús cada noche y rogando a
Dios el estar en casa con mi mujer.
No. La vida de los famosos no era mi ambición. Si eso significaba que
no llegaría a más de cuatro espectáculos por semana en un local de
entusiastas siguiéndome, estaba bien. Con Truly a mi lado planeaba 47
construir algo mucho más importante que el estrellato.
Cuando emergí de la música me sorprendió ver que ya hacía rato que
había pasado el mediodía. Debería estar acostumbrado a lo rápido que el
tiempo pasaba cuando me sumergía en el trance de la música. Sabía que lo
mismo le pasaba a Cord con su arte.
Hablando de Cord, recordé que, si quería ir, aunque fuera un rato al
gimnasio antes de encontrarme con los chicos, debía ponerme en marcha.
El gimnasio al que me había cambiado recientemente era un poco más
exclusivo que los que había cerca de la universidad. Seguía teniendo
musculitos dando vueltas buscando a quién impresionar y unas cuantas
mamis de niños futbolistas sudando en las maquinas elípticas, pero aparte
de eso, el lugar estaba bastante vacío.
Trabajé en las máquinas de pesas un rato y luego pasé algo de tiempo
en la cinta de correr. Fácilmente podría haber aguantado más, pero la tarde
se acercaba. Todavía tenía que darme una ducha y parar en casa para
cambiarme a algo que no fuera mi pantalón corto de gimnasio.
El plan era encontrarnos en Tempe, en Scratch, el salón de tatuajes que
Cord y Deck habían estado llevando juntos desde que las hijas de Cord eran
bebés. Mientras me acercaba a la universidad vi un montón de rostros
jóvenes en bicicletas y monopatines. Moví la cabeza con una pequeña
sonrisa al pensar que esos chavales que me parecían tan jóvenes cuando no
hace tanto tiempo yo vivía entre ellos.
Scratch estaba situada en un coqueto y ecléctico barrio a unos cuantos
bloques del campus, era una de las áreas más antiguas que seguía teniendo
ese sabor de mediados de siglo, cuando Tempe era una ciudad dormitorio
universitaria. La tienda estaba en un bloque de techo bajo en una calle de
tiendas, flanqueada por una tienda de ropa de segunda mano y una de
artículos para fumadores. Estaba solo a unos cuantos bloques de The Hole.
Después de estacionar en esta calle de dirección única en el único
hueco disponible escaneé la zona buscando la camioneta de Chase. No la vi,
pero llegaba diez minutos temprano y Chase nunca llegaba a tiempo para
nada si podía escaquearse llegando tarde.
La señal en la puerta de Scratch ya estaba girada en “Cerrado”, pero la
puerta estaba abierta así que entré directamente. Entrar ahí era como
sumergirse en un episodio alucinógeno. Los bocetos de Cord, todos los
tatuajes que él había hecho, cubrían las paredes y más de uno era
demasiado raro o abstracto para mi gusto. Había uno del tamaño de un
plato de cena que representaba a una bestia peluda y con cuernos
engulléndose un reloj gritando. Probablemente se suponía que comunicaba
algo profundo y poético pero que me aspen si yo podía descifrarlo.
Cord estaba de pie detrás del largo mostrador donde se sentaba 48
normalmente la bonita recepcionista de ojos azules. Estaba hablando por
teléfono y me hizo señas con los dedos. Podía adivinar de qué humor estaban
mis hermanos tan bien como podían adivinar ellos el mío con tan solo
mirarnos, y de un vistazo pude ver que Cordero estaba recibiendo noticias
no deseadas.
—Diles que se sienten y esperen —indicó—. Iré ahí en cuanto pueda.
Gracias por llamarme, Gaps. Sí, se lo diré a Deck.
Por un segundo no pude situar la vaga alarma que sentí cuando oí el
nombre Gaps. Luego lo recordé. Gaps Driscoll era un poli mentecato, pero
de buen corazón, de Emblem. Fue la conexión con Emblem lo que me hizo
dudar un poco. Cualquier noticia que viniera de allí seguro que no iba a ser
bien recibida.
—¿Qué pasa? —pregunté a Cord mientras él suspiraba y tiraba el
teléfono sobre el mostrador.
Mi hermano se encogió de hombros.
—Nada grave. Aparentemente Deck ha estado manteniendo un ojo
sobre los hijos de Elijah, y Gaps ha llamado para informarle que por lo visto
se han metido en algún lio.
Me acordé de Elijah Gentry. Una versión mucho más ligera que su
primo Benton, el cual, daba la casualidad, era el imbécil de mi padre, Elijah
había heredado el pelo rubio y la hechura grande de los Gentry. Por lo menos
lo hacía antes de empezar a marchitarse con una enfermedad de la cual
había olvidado el nombre. Sus hijos eran pequeños la última vez que los
había visto. Era típico de mi primo Deck encargarse de algunos de los
jóvenes y rebeldes Gentry.
—De todas formas —continuó Cord—, con Elijah muerto y su madre
que es una cabeza loca e irresponsable, los chicos han estado todo el día
encerrados en comisaría.
—¿Qué es lo que han hecho?
Cord sonrió.
—Robaron el auto del alcalde, un Cadillac, por si te interesa saberlo, y
se marcaron una carrera por toda la calle mayor terminando en el canal.
Solté un bufido.
—Eso suena como Gentry de verdad.
—Los dos tienen diecisiete años, nacieron con diez meses de diferencia,
pero parece ser que serán juzgados como adultos. Su madre dice que no
tiene dinero para la fianza y se niega a volverse creativa para buscarlo.
Piensa que no les vendrá mal pasarse una temporada en una celda para que
aprendan un par de cosas. Aun así, Gaps no quiere verlos entrando en una
prisión del estado. Dice que todavía son muy jóvenes para ese tipo de
tratamiento y sabe que Deck haría lo que pudiera por ellos. 49
—¿Y eso qué sería?
Cord se encogió de hombros.
—Supongo que simplemente pagar la fianza. Gaps dice que si podemos
ir ahí abajo con ocho de los grandes él se asegurará que duerman en casa
esta noche. El juez es su tío o algo así, y puede arreglar el papeleo en
cuestión de horas.
—¿Puedes conseguir ocho de los grandes en efectivo tan rápidamente?
—Puedo. —Cord guiñó un ojo y levantó un dedo. Se retiró a la oficina
que estaba en la parte de atrás y volvió en menos de noventa segundos con
un puñado de billetes en sus manos, formando un abanico como si fueran
cartas—. Deck cree que siempre hay que tener algo de cambio en efectivo
por si hay alguna emergencia.
—Que todos alaben a Deck Gentry.
—Deberían.
Miré mi reloj. Eran las seis y cuarto. Conducir hasta Emblem tardaría
por lo menos una hora y pico.
—Bueno, pues vámonos. Podemos parar de camino en una de esas
grasientas hamburgueserías.
Cord alzó una ceja.
—No tienes por qué hacerlo, ya sabes. Puedo ocuparme de esto. Sé
cómo te sientes en lo que se refiere a Emblem.
—Ya. De la misma manera que te sientes tú. —Le enseñé mis llaves—.
Yo conduzco.
La puerta se abrió de golpe dándome de lleno en todo el trasero. Chase
asomó la cabeza con una sonrisa traviesa. El cabrón lo había hecho a
propósito, golpeándome el trasero con la puerta. Pero así es como era todo
entre nosotros tres. Probablemente seguiremos peleando por el suelo en la
residencia de ancianos para ver quién se lleva el último jodido yogurt cuando
tengamos ochenta años.
La sonrisa de Chase desapareció cuando me miró a mí y luego a Cord.
Entró completamente y se cruzó de brazos.
—¿Qué me he perdido?
—Aún nada. —Hice una señal con la cabeza hacia la puerta—.
Vámonos.
50
6
Stephanie no era una persona madrugadora. Siempre tenía que
tentarla para salir de la cama con café y comida, y finalmente con
salpicaduras de agua fría si nada más funcionaba. De hecho, esta mañana
me había ganado levantándose de la cama antes que yo por una vez. La
encontré sentada tranquilamente a la mesa de la cocina, llevando nada más
que una de mis viejas camisetas blancas.
—Hola, cariño ―la saludé, tomando una taza de café mientras ella
alzaba lentamente la cabeza y me repasaba con ojos que parecían demasiado
cansados para acordarse de quién era yo.
―Hola ―contestó suavemente.
51
Llené la taza de café y se la pasé, pero la rechazó negando.
―Demasiado cansada para beber café. —Bostezó, luego dobló los
brazos sobre la mesa y apoyó su cabeza sobre ellos.
—Por eso es por lo que uno bebe café, Steph. Toda la maliciosa cafeína
inunda tu sistema sanguíneo y te fuerza a saludar al día.
—Hmph —masculló.
Llené un cuenco de cereales e intenté que se interesara por él, pero solo
giró la cabeza. Dejé la taza de café sobre el mostrador y me puse a su
espalda, frotándole los hombros.
—¿Te encuentras mal? —le pregunté.
—No. —Suspiró, relajándose con mi masaje—. Dios, Chase, de verdad
que eres bueno en esto.
No había dicho eso intentando sonar sexy, pero una de las viejas peleas
mañaneras era entre un hombre y su polla. La mía eligió ese momento para
ofrecer un saludo cordial.
Estaba sopesando los pros y los contras de alzarle la camiseta y dejar
a mi erección presionar contra su piel cuando de repente exhaló
ruidosamente y se levantó de la mesa.
—¿Qué está mal? —cuestioné.
Se apartó los rizos rebeldes de su rostro y miró hacia el reloj que había
sobre la cocina.
—Me tengo que ir a trabajar.
—No, Stephanie. ¿Qué está mal?
Se puso de pie en la cocina de nuestro apartamento, descalza, con los
brazos cruzados, mirándome fijamente. Era solo uno de esos momentos en
nuestra vida en común en que no tenía ni jodida idea de qué es lo que le
estaba pasando por la cabeza. Normalmente eso me excitaba. Algunas veces
me ponía nervioso.
Esta era una de esas veces.
—Odio mi trabajo —dijo finalmente.
Le di vueltas a mi taza de café.
—¿Desde cuándo?
Se encogió de hombros.
—Desde cada día. Es una absurda reunión tras otra con todos
intentando superar al otro en la escala de inteligencia empresarial y dejando
de lado cualquier cosa que tenga algún parecido con el mundo real.
Me pregunté si ahora sería un buen momento para preguntarle sobre
los panfletos de la escuela de leyes que había encontrado en la basura la 52
semana pasada. Durante mucho tiempo, ése había sido el objetivo de
Stephanie, leyes en la Universidad y luego trabajar en oficina del defensor
del pueblo. Su padre seguía en la prisión del estado de Nueva York por la
parte que le correspondía como punta de lanza en una gran trama de
apuestas deportivas ilegales y arreglo de los resultados. Cuando conocí a
Stephanie ella estaba empezando a salir de algún problema en que se había
metido como corredora de apuestas local. Su hermano Michael seguía
todavía en el negocio. Él no se pasaba muy a menudo, y eso estaba bien
para mí. Desde el principio, él me había tomado como el tipo de carácter
duro y difícil que le tragaría completamente con sus sombras.
—Siempre podrías dejarlo —dije cuidadosamente—. Buscar otro
trabajo.
No era el momento oportuno para tocar temas delicados. Si Stephanie
quisiera hablar sobre la escuela de leyes probablemente no habría tirado
todos los papeles a la basura.
—Ya. —Asintió de forma ausente—. Aun así, los trabajos son difíciles
de encontrar. Dejémoslo estar.
Empezó a alejarse arrastrando los pies. Luego se paró cuando estaba a
mitad de pasillo, se giró y me miró a través de una cortina de cabello.
—Lo siento
Estaba perplejo.
—¿Por qué, cariño?
Pero simplemente negó y se retiró al cuarto de baño. Me quedé en la
cocina, escuchando el agua correr y sintiéndome como un sucio pervertido
por imaginarme a Stephanie desnuda y chorreando saliendo de la ducha.
Era una buena imagen, pero había algo que quería incluso más que hacerla
jadear por el éxtasis y recibir lo mismo. Quería hacerla feliz.
Stephanie parecía estar de mejor humor cuando salió, completamente
vestida y preciosa. Cogió una barrita energética del armario de la cocina y
lo metió en su bolso mientras se subía a sus tacones.
—¿Vas hoy al campamento? —preguntó.
Asentí.
—Sí.
La escuela no empezaba hasta agosto, así que para el verano me había
buscado un trabajo ayudando a coordinar el programa del campamento
juvenil en la gran biblioteca del centro.
—¿Y esta noche saldrás con Cord y Creed?
Se la veía casi melancólica por ese pensamiento. No sucedía muy a
menudo que pasáramos la tarde separados.
—Sí —respondí—. Pero la oferta sigue en pie si quieres venir con
53
nosotros. A los chicos no les importará.
Se acercó a mí y me dio un beso seco en la mejilla.
—Ya te dije que estaba bien. Me comeré los restos de mi filete a la
pimienta y tendré una juerga con el canal MLB de la Liga de Béisbol. ¿Has
visto mi teléfono?
—Sala de estar, mesa del fondo.
Me quedé en la cocina mientras Stephanie hacia ruido, buscando sus
llaves, teléfono y bolso. Tendría que darme prisa en prepararme en cuanto
ella saliera por la puerta, pero por el momento la miraba mientras no notaba
que era observada. Estaba distraída, preocupada. Se había comportado de
esa manera a menudo últimamente y no era lo normal. Steph era aguda e
intensa, no distraída y despistada.
—Adiós. Te quiero. —Lanzó un beso hacia mí y abrió la puerta.
—¡Oye, Steph!
La chica que yo amaba se dio la vuelta y ladeó la cabeza mientras
esperaba a que le dijera algo.
Cásate conmigo.
—Que tengas un buen día.
Me dedicó media sonrisa.
—Tú también.
¿Por qué demonios no podía tan solo decírselo? En cuanto me venía la
idea a la cabeza el humor parecía no ser el apropiado, el momento no era el
adecuado, o los planetas no estaban alineados en la secuencia astronómica
correcta. No había ninguna otra chica en ningún sitio con la que quisiera
pasar el resto de mi vida. Me había dado cuenta de eso muy pronto con
Stephanie. Nunca estuve tan seguro como con ella. Y sabía que ella me
amaba infinitamente, porque si no, no seguiría aquí. Entonces, ¿por qué no
podíamos ninguno de los dos dar el gran paso? Cord se había comprometido
con Saylor y enseguida se había puesto el anillo y empezado a trabajar en
bebés. Creed reclamó a Truly con un anillo de diamantes en un año y tan
solo hacía unos meses, había estado plantado en una colina en Sedona,
viendo como mi hermano brillaba de alegría mientras recitaba los votos ante
la mujer de sus sueños.
El reloj me recordó que no tenía mucho tiempo para recrearme y
contemplar mis miserias. No iba a llegar a ningún lado. Stephanie no iba a
ir a ningún sitio. Bueno, de hecho, los dos nos estábamos dirigiendo hacia
algo ya que nos habíamos mudado juntos a nuestro nuevo hogar hacia tan
solo unas semanas. Éramos sólidos. Nos amábamos el uno al otro, nos
gustábamos y seguíamos follando con fanático fervor.
Aun así, de alguna manera, yo quería más. Lo quería todo con ella.
Después de prepararme el café y engullir un cuenco entero de cereales
con demasiada azúcar, me metí en la ducha y me puse algo de ropa. El 54
tráfico intenso estaba en su hora punta, así que me costó unas cuantas
paradas y arrancadas de tráfico para llegar al centro. Justo antes de entrar
en la biblioteca miré hacia los rascacielos amontonados en la avenida
central y pensé en Stephanie, que estaba allí, soportando una miserable e
inútil reunión tras otra. Quizás estaba sentada en alguna mesa de
conferencias y deslizando los tacones de sus pies mientras algún idiota los
aburría con hojas de cálculos y márgenes de beneficio. Quizás en su mente
estaba imaginando nuestro pequeño juego de representaciones de anoche y
estaba apretando sus rodillas para comprimir el repentino tirón de su centro
mientras se lamia los labios y recordaba el sabor de mi polla…
¡Hurra! Solo por si había alguna duda que seguía dominado por mi
polla, ha dejado claro que la disidencia era intolerable. Un rápido recuerdo
del cuerpo sexy de Stephanie y ya estaba lista para rodar.
Me quedé fuera unos cuantos minutos y me centré en todas las cosas
no sexys, como el montón de mierda de pájaro que había frente a la puerta
y el vagabundo que comía alegremente un trozo de pastel en un banco
cercano. Una vez recuperé mi dominio de nuevo, saqué un billete de diez de
mi cartera y se lo di al tipo antes de dirigirme dentro.
El campamento era solo un programa diurno diseñado para los niños
del barrio que buscaban algo que hacer en verano, aparte de pasar el rato
en las naves industriales abandonadas de Phoenix y derretirse con el calor.
Estos eran mi tipo de niños, un poco rudos de aspecto, pero deseosos de
aprender. Estar entre ellos me alegraba por la oportunidad que me daban
de ponerme frente a mi propia clase y enseñarles lo que sabía. Eran niños
en los que no podía esperar a invertir mi tiempo.
—Hola, Chase —saludó Bastian Bordeaux, el coordinador jefe del
programa, mientras entraba. Él nunca intentaba esconder los tatuajes de
banda callejera que decoraban su cuello o las marcas de agujas en sus
brazos. Una vez fue un adolescente fugado de casa, drogadicto y
endemoniado, ahora era un padre de familia de mediana edad con tres hijos,
y el responsable de un gran número de programas que se organizaban para
la juventud. Una vez me dijo que no se ganaba nada escondiendo los ecos
del pasado. Tan solo se te atragantarían. Yo había llegado con algunas
cicatrices propias, internas y externas, así que entendía lo que quería decir.
—Hola —dije, chocándole la mano suavemente.
Bastian se movió dirigiéndose hacia el pasillo.
―Recoge a tu grupo asignado. Nos dirigiremos hacia la estación de tren
en unos quince minutos.
Había seis a mi cargo para el viaje que estábamos haciendo en el
circuito de museos. Todos tenían entre trece y quince años, un ruidoso
grupo que ocupaba el espacio y armaba mucho jaleo, porque ellos mismos
estaban intentando averiguar dónde asentarse en este mundo.
—Señor Gentry ―canturreó una de las chicas mientras el tren se ponía 55
lentamente en movimiento a través del centro de Phoenix—, ¿dónde está el
aseo?
—Tendrás que esperar hasta que lleguemos al museo, Inez.
—Hola, señor Gentry —dijo otra voz—, necesito beber agua.
—Arun, habrá agua en el museo.
—Tengo sed ahora.
—Puedes esperar diez minutos.
—No, no puedo. Es peligroso deshidratarse en el desierto. Usted nos
dijo eso.
—No estamos en el desierto. Estamos en un tren con aire
acondicionado en Central Avenue.
El chico lo remató, dejándose caer desmadejado a través de los asientos
sobre el regazo de Inez, la cual gritó dándole un empujón. Él cerró los ojos.
—Creo que me está dando un ataque al corazón.
Una pequeña sonrisa se escapó entre mis labios.
—Estarás bien. Lo prometo. Eh, chicos, escuchen. Recuerden las
normas ahí dentro. Sin móviles, quédense junto a mí y no hagan ningún
ruido.
Cuando llegamos a nuestra parada y nos dirigimos al museo de arte,
estaban riéndose y empujándose entre ellos. Pero bajaron el volumen
cuando entramos en el edificio, escuchando respetuosamente mientras el
docente nos llevaba a ver una exposición temporal de fotografía del siglo
veinte. Pasamos tres horas recorriendo las salas iluminadas, cruzándonos
con el grupo de Bastian y con algunos de los otros de vez en cuando.
Tomamos un almuerzo ligero en la cafetería antes de volver a la biblioteca.
Los chicos hablaban animadamente en el viaje de vuelta y comparaban
notas sobre lo que habían visto. Luego pasaron el mediodía en la biblioteca
componiendo un relato corto de diez minutos sobre el arte contemporáneo,
el cual leyeron en la gran sala de reuniones delante de los cuarenta
miembros del campamento.
El día pasó rápidamente y no se sentía como si fuera un trabajo. A las
cinco, me despedí de todos los chicos y limpié los restos de las actividades
que habíamos hecho. Bastian estaba hablando con otro de los consejeros,
pero se detuvo y se dirigió hacia mí cuando me vio.
—¿Sabes? —comentó con una cálida sonrisa—, eres un maestro
natural, Chase. Los chicos te adoran. Eso es un don.
El cumplido era uno de los mejores que me habían hecho nunca.
Realmente no sabía cómo expresar lo que enseñar significaba para mí, así
que, antes de salir con la gran bolsa de basura para tirarla al contenedor,
solo le di una gran sonrisa y contesté: 56
—Gracias.
Un poco después, mientras me aburría entre el tráfico con el aire
acondicionado a tope para pelear contra el calor infernal, las palabras de
Bastian volvieron a mi cabeza. Mis hermanos y yo fuimos una vez un grupo
de chicos duros en los que nadie tenía puestas muchas esperanzas. De
vuelta en nuestra ciudad natal, el nombre Gentry era significado de
violencia, abuso, y un tipo de pobreza que no tenía que ver con dinero sino
con el mal carácter. Nuestro padre no era nada más que un demonio sobre
un par de fuertes piernas, y se esperaba que las manzanas no cayeran muy
lejos del árbol.
Incluso cuando salimos de Emblem, tuvimos que pelear un poco,
intentando buscarnos la forma de vida con trabajos extraños y con los puños
en el submundo de peleas ilegales tan comunes en las ciudades
universitarias. Esperaba que Bastian tuviera razón, que tenía lo que hacía
falta para plantarme delante de una clase llena de niños, sin mucha razón
para acudir a clase, y convencerlos de lo contrario, persuadirlos que hay
cosas bellas en el mundo y que sus mentes son preciosas.
Quizás fuera un poco arrogante creer que podría cambiar algo para
alguien. Pero por supuesto, lo iba a intentar.
Había estado soñando despierto a través del peor tráfico mientras me
dirigía hacia el este de Phoenix. Mientras giraba hacia la rampa que va en
dirección a Tempe noté el brillo del estadio de futbol Universitario. Ahora
que estaba de vuelta entre los paisajes familiares de la universidad
empezaba a sentirme más contento por pasar una tarde con mis chicos. La
única cosa que echaba de menos de los viejos tiempos era poder estar con
mis hermanos cada día. Pero siempre me hacía sentir bien saber que
volveríamos a nuestras viejas costumbres en cuanto estuviéramos juntos.
Bromeábamos, algunas veces brutalmente, nos reíamos y éramos
generalmente desagradables, pero los tres nos queríamos a morir. Siempre
lo habíamos hecho. Y siempre lo haríamos.
No había mucho espacio donde estacionar afuera de Scratch, el salón
de tatuajes de Cord y Deck, así que estacioné en la calle de arriba, justo
detrás de la camioneta de Creed. Seguro que no había lavado la pobre cosa
en meses, una capa de polvo de Sonora cubría la ventanilla trasera. Así que
por supuesto, me vi obligado a acercarme y escribir la palabra “Lávame” con
el dedo. Luego, para rematarlo, añadí el dibujo de un pene, porque en algún
rincón de mi corazón seguía viviendo el espíritu de un chico de trece años.
Mientras silbaba por la acera, pasé por delante de una linda joven que
me miró con un par de ojos marrones interesados. Asentí cortésmente y miré
al suelo. No tenía ninguna oportunidad. Nadie la tuvo desde el momento en
que besé a una chica bella y cabezota en la habitación de un hotel en Las
Vegas hacía casi cuatro años.
Cuando llegué a la puerta de Scratch, la tenue luz del atardecer era lo 57
suficientemente suave para dejarme ver a través de los cristales reflejantes.
Y justo ahí estaba la espalda del maniático Creed esperando ser empujada.
Desde que nacimos, Creedence había sido el más grande y fuerte de nosotros
tres, pero yo siempre había sido capaz de defenderme. No nos habíamos
vuelto a pelear uno contra el otro desde que éramos niños, pero de vez en
cuando nos gustaba retarnos en cuanto saltaba la oportunidad. Así que abrí
la puerta de golpe, lo suficientemente fuerte para darle un buen golpe en su
musculoso trasero.
Se dio la vuelta rápidamente para darme una ceñuda mirada de la
manera que solo Creedence Gentry podía poner. Joder, amaba a ese tipo.
Pero algo estaba mal. Cord estaba de pie a tres metros de distancia con
una mirada seria en su rostro. Cord no se alteraba fácilmente.
—¿Qué me he perdido? —pregunté lentamente.
Creed miró a Cord.
—Aún nada —respondió él, moviéndose hacia la puerta—. Vámonos.
—¿Dónde vamos?
Cord me dio una palmada en el hombro.
―Creed y yo vamos a hacer un viaje a la vieja Emblem. Hay un par de
Gentry descarriados que necesitan dinero para la fianza.
Todos mis sentidos se pusieron en máxima alerta. Emblem no era un
lugar que visitaba regularmente. Casi nunca.
—¿Qué Gentry?
—Los chicos de Elijah —contestó Creed con un toque de impaciencia.
A él nunca le gustaba dar explicaciones sobre nada—. Por lo visto Deck los
cuida y necesitan algo de dinero para sacarlos de un lío.
Intenté imaginar a los hijos del primo de mi padre.
—¿Qué tienen ahora, sobre diez años?
—Diecisiete —dijo Cord.
—Mierda. —Asentí—. El tiempo pasa volando.
—Sí. —Creed miró impaciente a su reloj—. Está volando ahora.
—¿Cómo se llaman?
—Mo y Curly. ¿Podemos irnos?
—Claro. Yo también voy.
Cord sonrió.
—Nos lo habíamos imaginado.
58
7
No había comido desde esta mañana. Dado que el plan siempre fue
salir a cenar con los chicos, Creed estuvo de acuerdo con entrar a la
hamburguesería más cercana.
―Tráeme una doble con queso ―le dije, tratando de darle veinte dólares.
Me hizo un gesto para impedirlo.
―Yo pagaré. ¿Qué vas a tener, Junior? ―le preguntó a Chase.
Esa era una broma que tendremos de por vida entre nosotros tres.
Chase había estado en la caja torácica superior de nuestra madre y fue el
último en salir quirúrgicamente del útero.
Chase eligió no irritarse. 59
―Tendré una ensalada ―dijo suavemente desde el asiento trasero,
mientras hojeaba una revista de National Geographic que había sacado del
vestíbulo de Scratch.
Habíamos llegado a la colorida cartelera del menú adjunta al altavoz
externo, pero en lugar de abrir la ventana para ordenar, Creed giró y frunció
el ceño.
―¿Qué?
―Una ensalada ―repitió Chase―. Con aderezo de vinagreta balsámica.
Sin queso.
―Es Fab Burger, idiota. No hay ensaladas balsámicas aquí.
Chase levantó la vista de su revista.
―¿Podemos ir a otro lado?
―No.
―Pero me he vuelto vegano.
―¿De qué estás hablando?
―Estoy evitando el consumo de subproductos de animales.
―¿Qué? ¿Por qué?
―Por muchas razones.
Creed se estaba enojando.
―¿Cuáles malditas razones?
―Te las diría, pero solo navegarían directamente sobre tu gorda cabeza.
―Maldita sea, Chase, no te has vuelto vegano, lo que sea que eso
signifique.
―¿Por qué eres tan poco comprensivo con mis elecciones dietéticas,
Creedence?
―Solo dale una triple con tocino —interrumpí. Después de veintiséis
años, Creed debería ser capaz de lidiar con las travesuras de Chase―. Se la
comerá.
―Me lo comeré ―concordó Chase, encogiéndose de hombros.
Creed gruñó y pidió la orden mientras Chase se reía en silencio.
Cuando llegamos a la ventana, la chica asomó su cabeza y nos evaluó,
sus ojos se abrieron de par en par. Estaba acostumbrado, especialmente
cuando los tres estábamos juntos. No éramos idénticos, pero nos
parecíamos lo suficientemente y tomamos suficiente espacio muscular para
dejar una buena impresión.
La chica se sonrojó activamente cuando dejó caer al suelo el cambio de
Creed.
60
―¡Oh Dios mío! ―exclamó como si fuera una sola sílaba―. Lo siento
mucho.
―No es gran cosa ―dijo Creed, sin molestarse en abrir la puerta y
recoger las monedas dispersas. Agarró las bolsas de comida y las arrojó
directamente a mi regazo. El olor a grasa hizo que mi estómago se despertara
y comenzara a gruñir. Saylor había estado preparando la comida por un
tiempo, deseando que las chicas tuvieran algo mejor en su dieta que la
comida rápida o los cereales. No era una cocinera instintiva, por lo que los
resultados habían sido mixtos. Siempre masticaba a regañadientes
cualquier tipo de guiso orgánico que me ofrecía, pero no había sabor en la
tierra que pudiera compararse con el primer mordisco hambriento de una
hamburguesa grasienta.
Creed condujo con una mano y se metió comida en la boca con la otra.
Desde que era un niño podía comer más rápido de lo que se suponía que los
humanos comieran, pero creo que toda esa fuerza necesitaba mucho
combustible. Le lancé una bolsa a Chase y cavó alegremente, como sabía
que lo haría.
Cuando llegamos a la autopista que se dirigía hacia el este, realmente
empezamos a comprender que íbamos a volver a Emblem.
Emblem.
El paisaje de nuestra infancia.
El lugar donde vivieron mis pesadillas.
Chase debió leer mi mente porque arrugó ruidosamente una bolsa.
―No iremos más allá de Main Street.
No era una pregunta. Iríamos a la estación de policía donde
supuestamente Gaps esperaba con todo el papeleo. Desde allí liberaría a
esos muchachos que pasaban las horas en una cárcel vecina. No había
ninguna razón para aventurarse al sur del centro de la ciudad,
adentrándose más en el desierto, donde el resto de Gentry que habían
quedado mal seguían viviendo en sus sórdidos vertederos. Ahí fue donde
crecimos. Ahí era donde permanecían nuestros padres.
―Solo Main Street —confirmó Creed con una mirada de soslayo hacia
mí.
Sorbí mi refresco y miré por la ventana los colores pastel de la noche.
Mis hermanos habían pasado por el mismo infierno que yo, y eso creó un
vínculo que era incluso más denso que la biología. Sabían algunas cosas
sobre mí que incluso mi esposa desconocía, y que probablemente estaban
familiarizadas con el sudor frío que me había salido en la nuca, un instinto
puramente animal relacionado con la palabra Emblem.
Lo odiaba. A mi padre. Nuestro padre.
No había pronunciado su nombre en años, pero saber que aún estaba 61
vivo me perseguía en pequeñas cosas todos los días. Mis sentimientos por
mi madre eran más complejos. De alguna manera, también la odiaba, por
su debilidad, por amar a las drogas y su vicioso torturador más de lo que
nunca nos había amado.
No lo entendía cuando era un niño.
Todavía no lo entendía como adulto.
Y ahora, como padre, sentía una rabia especial por las personas que
podrían tener hijos y no apreciarlo.
La mano en mi hombro me sobresaltó. Era Chase. Me dio una palmada
tranquilizadora y luego se dejó caer en su asiento. Respiré profundamente,
desterré temporalmente los pensamientos sobre Benton y Maggie Gentry y
me volví para enfrentar a mi hermano.
―Oye, ¿cómo está Steph? Siento que apenas la he visto en meses.
Chase se movió y me pareció detectar una expresión fugaz de
preocupación. Pero luego fue reemplazada por una sonrisa engreída.
―Está bien. Podría estar un poco desgastada hoy después de todas
nuestras acrobacias eróticas de anoche, pero sin preocupaciones. Está
acostumbrada a mi resistencia punitiva.
Creed puso los ojos en blanco y resopló.
―Mantén tu resistencia allí donde corresponde.
―No estés celoso, Creedence.
―Jódete.
―No, gracias. No eres lo suficientemente atractivo.
Me reí en voz alta, sintiéndome bien de repente, a pesar del hecho que
estábamos conduciendo directamente a Emblem. De alguna manera,
siempre seríamos niños. Me reí tanto que comencé a toser.
―Mira eso ―acusó Chase―, corrompiste a Cord. Saylor te va a matar.
Será una razón más por la que soy su cuñado favorito.
―Pura mierda. Saylor nunca dijo eso.
―Claro que sí. Realmente me lo dijo.
―Mi esposa no te diría una maldita cosa.
―Realmente me adora.
―¿Por qué no pones un anillo en tu propia chica, y te alejas de la mía,
Junior?
Era el tipo de burla que nos habíamos lanzado el uno al otro desde que
podíamos hablar. Chase nunca fue capaz de retroceder ante el combate
verbal, pero se tranquilizó al instante. Creed debió golpear un nervio sin
quererlo.
Terminé de toser y me giré para ver a Chase hundido en el asiento 62
trasero. Se sacudió cuando me vio mirando fijamente, sin embargo.
Levanté una ceja.
―¿Todo bien?
―Por supuesto ―respondió automáticamente. Lo que sea que lo estaba
carcomiendo debía tener algo que ver con Stephanie. Los dos siempre
habían sido algo volátiles en cierto modo, pero supongo que cada relación
era diferente. Parecía que se habían establecido en una vida feliz y esperaba
que permanecieran juntos. Se amaron ferozmente y en este momento no
podía imaginarme a Chase con ninguna otra mujer que no fuera Stephanie.
Sabía que él tampoco podía imaginarlo. Esperaba que eso fuera suficiente.
Creed podía ser sensible cuando quería. Se dio cuenta que el estado de
ánimo se había agriado y cambió de tema. Le hizo preguntas a Chase sobre
el trabajo de docente que comenzaría en unos meses. Chase se animó y
comenzó a hablar sobre cómo no podía esperar para estar frente a un salón
de clases. Estaba tan orgulloso de él. Y esos niños a los que enseñaría tenían
mucha suerte de tenerlo.
A medida que pasaban los kilómetros, el paisaje era en gran medida el
mismo. Un extenso tramo suburbano de estuco tras otro, lleno de centros
comerciales. Nos topamos con algo de tráfico debido a que toda la gente se
dirigía a sus remotas subdivisiones después de trabajar todo el día. No me
importaba. Era bueno estar con mis hermanos y disfrutaría de cada
momento.
Cuando Creed salió de la autopista hacia la carretera de dos carriles
que conducía a Emblem, las montañas apenas comenzaban a derretirse en
la oscuridad. Las pequeñas comunidades ordenadas se hicieron menos y
más separadas, rodeadas por la interminable extensión de tinta del desierto.
Cuando nos acercamos a Emblem, lo primero que vi fue la dura luz que
irradiaba desde la prisión en expansión. Una buena parte de los lugareños
eran empleados de la prisión de alguna manera, incluido el padre de Saylor.
John McCann y yo no éramos enemigos, pero tampoco éramos amigos.
Saylor invitó a su padre a ir a Tempe mucho más a menudo de lo que aceptó
visitar y, a veces, me preguntaba si eso tenía algo que ver conmigo. El padre
de Saylor y mi padre tenían una historia desagradable de la que no sabía
mucho, aparte que se conocían cuando eran niños. Su madre casi la había
repudiado cuando descubrió que Saylor se estaba casando con un sucio
Gentry.
Impulsivamente saqué mi teléfono, pensando que debería enviarle un
mensaje de texto a Say y dejarle saber exactamente dónde estaba. Entonces
lo pensé mejor. Ella esperaría y se preocuparía si supiera que estaba en
Emblem. No había nada malo en dejarla pensar que estaba felizmente
rondando por Tempe con los chicos.
63
Ni siquiera noté que estaba apretando el refresco hasta que se arrugó
en mis manos y el hielo se derramó en mi regazo. Si Creed tenía algo que
decir al respecto, decidió no hacerlo. Simplemente abrió la ventana para
poder tirar el hielo al pavimento.
―¿Ese es Gaps? ―dijo Chase.
―Es Gaps ―confirmé, mirando por la ventana a una figura solitaria
apoyada contra una patrulla a una cuadra de la estación de policía de
Emblem.
Gaps nos vio llegar y levantó una mano en señal de saludo. La luz del
sol estaba desapareciendo rápidamente, pero pude reconocer el mentón
débil y la barriga caída que eran los sellos distintivos de todos los hombres
de su familia. Una cosa graciosa, la herencia. Te entregan todos estos
pedazos de ti y crees que son únicos, pero en realidad, todo pertenecía
primero a otra persona.
Gaps se inclinó dentro de la ventana cuando Creed la bajó.
―Hola, chicos.
―¿Deberíamos entrar? ―preguntó Creed, señalando la estación justo
después de apagar el motor.
Gaps frunció el ceño levemente.
―No, mantengamos esto alejado de miradas curiosas.
Agité el paquete de efectivo.
―¿No deberíamos salir de Main Street entonces?
En lugar de responder, Gaps abrió la puerta trasera y subió. Sacó un
sobre y lo sostuvo en alto.
―Entonces, ¿quién hará los honores?
Chase tomó el sobre y abrió el contenido con cautela. Creed encendió
la luz del techo ya que estaba demasiado oscuro para leer correctamente.
Me giré y miré a Chase mientras escaneaba los documentos. Después de un
momento, asintió.
―Así que, ¿los estás liberando bajo nuestra custodia?
―Cappie, ¿recuerdan a Cappie, mi cuñado? Es el juez y los liberará a
la custodia de un familiar de sangre por una fianza nominal.
―¿Llamas a ocho mil dólares fianza nominal?
―En términos de fianza, infiernos sí. Esos idiotas podrían haber
matado a alguien con su pequeño paseo. Estaban compitiendo con los
chicos de Cortez cuando un gato se atravesó en su camino y en lugar de
alejar la cosa sarnosa lo lanzaron hacia un canal. ―Gaps se rio entre dientes
y me golpeó con el olor a repollo―. Por supuesto, fue bastante entretenido
ver a El Gnomo tener sus cuernos retorcidos.
64
El Gnomo era un apodo bastante insultante que se aplica desde hace
mucho tiempo a un empresario local que también había sido alcalde de la
ciudad durante años. En un extraño giro del destino, también resultó ser el
padrastro de Saylor.
Pude ver el escepticismo de Chase. Entrecerró sus ojos y nos miró antes
de volver a Gaps.
―¿Esto significa que somos responsables de cuidarlos hasta su cita en
la corte?
―No. ―Gaps agitó una mano―. Solo por formalidad. Tracy Gentry puede
estar un poco irritable, pero abrirá la puerta si sus hijos llaman.
Intenté imaginarme a la esposa de mi primo muerto. Todo lo que
recordaba de ella era cabello helado y uñas rojas realmente largas.
Gaps suspiró en el asiento trasero.
―Mira, Cappie está haciendo esto como un favor.
―¿Por qué haría eso? ―respondió Chase―. Por lo que recuerdo, no hay
amor perdido entre la policía de Emblem y la familia Gentry.
Gaps resopló y movió un dedo.
―No subestimes el alcance de Deck Gentry. Por cierto, ¿ya lo llamaron?
―No. Deck está de vacaciones.
Algo sobre esa declaración golpeó a Gaps de forma divertida. Soltó una
carcajada y se agarró a su vientre como un feo Santa Claus de un universo
distópico.
Creed me lanzó una mirada. Estaba listo para dejar atrás la parte de la
noche caracterizada por Gaps.
Afortunadamente, Gaps cambió repentinamente a ser profesional. Sacó
un bolígrafo, observé mientras Chase firmaba y aceptaba el fajo de billetes.
Parecía bastante extraoficial e indecoroso para mí, pero qué diablos sabía.
Un momento después, sacó su cuerpo de la camioneta y nos indicó que
lo siguiéramos al Centro de Detención del Condado de Agave. Emblem era
la sede del condado más pobre del estado, pero eso resultó ser muy
conveniente a veces, porque la mayoría de los arrestados y procesados eran
residentes aquí.
―¿Ellos saben que veníamos? ―preguntó Creed mientras seguíamos a
Gaps por la parte de atrás.
―Les dije que estaban en camino ―dijo Gaps―. Con parecía aliviado,
pero Stone se cruzó de brazos y se encogió de hombros. Oye, ¿cuándo fue la
última vez que los vieron? Sé que ustedes no vienen a menudo.
―Ha pasado un tiempo ―admití lentamente, sintiéndome
repentinamente extraño por el concepto de estar frente a frente con primos,
en los que no había pensado en años. 65
Gaps entrecerró los ojos, marcó un código y esperó el clic.
―Bueno ―dijo, haciendo señas para que lo siguiéramos mientras
mostraba una sonrisa torcida―. ¿Están listos para conocer a algunos
Gentry?
8
Eran exactamente lo que esperaba.
Jóvenes pero llenos de todo tipo de arrogancia, pavoneándose con una
bravuconería que probablemente no tocaba realmente sus corazones. Algo
me golpeó cuando puse mis ojos en Conway y Stone Gentry después de casi
una década. Miré a Cord y Chase para ver si les estaba afectando de la
misma manera. Cord alzó sus cejas. Chase sonrió.
Los hermanos bromeaban y palmeaban a Gaps en la espalda mientras
eran liberados de la lúgubre celda en la que habían estado sentados desde
esta mañana. Podía decir que estaban tan aliviados que querían besar el
jodido suelo, pero estarían malditos si lo demostraban.
66
Eran iguales a nosotros.
Bueno, igual a lo que alguna vez fuimos.
Stone era un poco más alto y había algo vagamente agudo en la manera
en que sus ojos azul claro nos evaluaban. Habría adivinado que era el más
duro de los dos, el que probablemente tuvo la idea de robar un auto caro y
acelerar por la avenida principal, donde casi con seguridad serían
atrapados.
El otro, Conway, tenía aspecto despreocupado, vaqueros rasgados, risa
en su expresión. Apartó el enmarañado cabello rubio oscuro de sus ojos y
nos ofreció una amplia sonrisa.
—Mierda, son los famosos trillizos —dijo, acercándose para estrechar
manos mientras Stone permanecía atrás y observaba con frialdad—. ¿Cómo
demonios están?
—¿Famosos? Oigan, chicos, ¿sabían que éramos famosos? —preguntó
Cord con sorpresa, pero podía decir que estaba divertido.
Conway asintió con entusiasmo y le dio un golpecito a su hermano en
el costado. Stone le frunció el ceño e inclinó su cabeza con lo que
probablemente se suponía que fuera una advertencia silenciosa. Conway
simplemente se encogió de hombros.
—Es verdad —insistió Conway—. Son leyendas en los abarrotados
pasillos de Emblem High, incluso después de todos estos años.
Chase resopló con risa.
—Todos estos años. Historia muy antigua. Precede a la electricidad.
Conway hizo una pausa y lo miró fijamente, probablemente intentando
decidir si estaba bromeando o no.
—Sí —dijo al fin.
Chasqueé mis dedos para sacar a todo el mundo de esta dulce reunión
familiar.
—Vámonos. No quiero pasar la noche en la puerta trasera de una
prisión. —Hice un gesto a Gaps—. ¿Está todo en orden aquí?
Gaps miró el sobre de dinero. Me pregunté si algo de ello era destinado
a su bolsillo, pero pensé que, si ese era el caso, debía haber aclarado el
arreglo con Deck hace mucho tiempo. En cualquier caso, no me importaba
darle una parte. Lo había hecho bien por nuestra familia esta noche.
—No hagan esta mierda de nuevo —dijo a los chicos en su mejor voz de
policía, la cual había perfeccionado tras años de servicio.
Conway amplió sus ojos y adoptó una mirada contrita.
—Por supuesto que no, oficial. Lo sentimos. No sé en qué estábamos
pensando. Stone, ¿sabes en qué estábamos pensando?
—Claro —dijo Stone—. Estaba pensando en cuántas chicas sexys iba a 67
conseguir por esto.
Conway mordió su labio y le disparó a su hermano una mirada.
—No quiso decir eso.
Stone no había terminado, sin embargo.
—Sí, quise decirlo. Cuando las chicas están cerca de los problemas,
simplemente no parecen poder contener sus tetas. Es un infierno de
incentivo.
—Cierra la puta boca —susurró Conway por lo bajo, pero Gaps estaba
intentando contener su risa.
—Gentry —dijo para sí mismo sacudiendo la cabeza. Movió un brazo
con amplitud—. Todos ustedes.
—De acuerdo —dije, rudamente agarrando a Conway por la nuca
porque estaba más cerca y quería salir como el infierno de allí.
—Solo recuerden —gritó Gaps cuando salimos por la puerta—, chicos,
aún tienen una cita con la corte y, aunque he oído rumores sobre que este
pequeño incidente probablemente solo les conllevará algo de servicio
comunitario, la próxima vez es la cárcel.
Chase y Cord ya estaban afuera. Liberé a Conway de mi agarre y lo
empujé por la puerta, volviéndome para asegurarme que Stone nos seguía
de cerca.
Pero mi primo me dirigió una pícara sonrisa y luego se volvió.
—Oye, Gaps —gritó Stone—. Ya sabes, mamá estaba diciendo el otro
día cómo desearía que empezaras a pasarte de nuevo, como solías hacer.
Gaps alzó sus cejas y una sonrisa esperanzada iluminó su rostro.
—¿En serio?
—Diablos, no —dijo Stone, y saltó atrás, cerrando la puerta detrás de
él.
—Eso fue jodido —se quejó Conway.
Stone lo agarró en una dura llave de cabeza.
—¿Te oí mandarme a callar allí, pequeña mierda?
Conway gruñó y los impulsó a ambos hacia el lado del edificio donde
Stone chocó de espaldas contra la superficie de concreto.
—Hijo de puta —maldijo Stone, intentando recuperar su ventaja.
—Aliento de polla —respondió Conway, su cabeza golpeando el pecho
de su hermano de nuevo.
—Jesús —murmuré, esperando que la noche no se descarrilara, pero
entonces, ya lo había hecho. Agarré a Stone del cuello de la camisa mientras
Cord intervenía y apartaba a Conway.
68
—Adivinen qué —dijo Chase, mirando alrededor—. Parece que nadie
está esperando para recoger a estos dos diablos.
Stone se liberó.
—Estamos bien con caminar a casa.
—Estamos bien —concordó Conway, uniéndose a su hermano. Ambos
se miraron y se rieron. Sí, eran iguales a nosotros. Peleando como oseznos
un minuto y llenos con camaradería fraternal al siguiente.
Stone se despidió con la mano mientras los dos empezaban a caminar
hacia la acera.
—Gracias por sacarnos, sin embargo. Lo apreciamos mucho.
—Esperen un minuto —objetó Cord—. No voy a arriesgarme a recibir
otra llamada en una hora porque decidieron terminar la noche con otro gran
robo de auto.
—No seas ridículo —dijo Conway—. Estamos demasiado cansados para
salir a conducir esta noche. —Bostezó y estiró sus brazos—. Además,
definitivamente hemos aprendido la lección.
—Eso es cierto —concordó Stone—. Nuestros días en la ilegalidad han
terminado. No me atraparán en nada más que cruzar imprudentemente una
calle por el resto de mi vida.
Decidí que había terminado de orientar a la siguiente generación de
Gentry.
—¿Entran en la camioneta para que podamos llevarlos a casa o vamos
a tener que cargarlos hasta allí?
Ambos me miraron, se miraron. Luego juntaron sus cabezas y
pretendieron consultarlo en susurros.
—Cárganos —dijeron al unísono antes de proceder a bajar en la acera
y extenderse allí inmóviles.
Lo haría. Habría cargado sus adolescentes cuerpos sobre cada hombro
y los habría arrastrado hasta la caja de la camioneta para llevarlos a casa
de su madre.
Chase, sin embargo, tenía una táctica diferente en mente. Alzó un dedo
que decía “Denme un minuto” y se sentó casualmente en la acera al lado de
nuestros primos. Miré a Cord. Se encogió de hombros.
—Entonces —dijo Chase, tamborileando sus dedos en una rodilla—.
Díganme, chicos. ¿La comida es mejor de lo que solía?
Conway abrió un ojo.
—¿Has estado en la cárcel?
—Una vez estuve seis horas por hacer pintadas en la torre de agua con
69
una artística representación de unos testículos peludos de metro ochenta.
Tuvieron que dejarnos ir cuando el viejo Albertson apareció en la estación
con una lata de pintura en espray negra, intentando duplicar su obra.
Alguien dijo que estaba sufriendo de demencia, así que lo dejaron ir. Tendré
que recordar usar esa útil excusa en cuarenta o cincuenta años.
Chase nos miró a Cord y a mí.
—Chicos, ¿recuerdan eso?
—Palitos de pescado de cartón y tortillas de goma —dijo Cord con una
carcajada—. Eso es lo que recuerdo. Mejor que pasar hambre, sin embargo.
—Apenas —gruñó Stone, pero se había apoyado sobre un hombro y
estaba escuchando.
—Les diré qué —continuó Chase—. Entren en esa camioneta para dar
a estos viejos un poco de paz mental y los llevaremos a comer algo.
—Chase —discutí—. No voy a quedarme, y no hay jodida comida rápida
en Emblem.
—No es cierto. Puedo ver las luces de Dino Gas desde aquí.
—Diablos, sí —animó Conway, poniéndose de pie—, tienen la mejor
hamburguesa de queso-perrito caliente. Mantienen esas cosas rodando en
la estufa veinticuatro horas al día.
—¿Hamburguesa de queso-perrito caliente? —repetí. Intenté imaginar
el sabor, entonces decidí que realmente no quería hacerlo.
Conway pateó ligeramente a su hermano.
—Venga, hombre, vamos. Estoy tan hambriento que podría comerme
un gato.
Stone rodó en la acera y luego se puso de pie con una sonrisa
juguetona.
—Pues estoy tan hambriento que podría comerme un húmedo y
jugoso…
—No quiero saberlo —interrumpí.
—Filete —terminó el chico—. Eso es todo lo que iba a decir.
—Vamos —dijo Chase con enérgica autoridad, como si estuviera al
mando y se nos requiriera escuchar.
Cuando llegamos a la camioneta, los dos idiotas subieron en el asiento
trasero de la cabina junto a Chase, en lugar de subir en la caja como
esperaba que hicieran. Mientras conducía el breve camino hacia Dino Gas
con Cord sentado en silencio en el asiento a mi lado, Chase y los chicos
estaban parloteando en el asiento trasero como si fueran mejores amigos.
Estaba asombrado. ¿Cuándo consiguió mi hermano tal toque mágico con
adolescentes problemáticos? 70
En un breve período de tiempo aprendí que ambos chicos iban a ser de
último año en Emblem High. Vivían con su madre y sus muchos novios. Y
no parecían tener una preocupación o problema por lo que iban a hacer
después de graduarse el siguiente año.
Cuando nos detuvimos en Dino Gas, tomé la oportunidad para llenar el
tanque de gasolina mientras Cord buscaba un servicio y Chase acompañaba
a los chicos dentro para comprar las infames hamburguesas de queso-
perrito caliente.
Después de pasar mi tarjeta, miré los números de la gasolina empezar
a rodar y luego miré alrededor, aliviado por no reconocer a nadie a la vista.
No estaba realmente preparado para una reunión en Emblem esta noche. O
jamás.
Chase y los chicos salieron, cada uno riendo mientras agarraban sodas
y cosas que parecían bollos envolviendo mierda de perro.
Apenas había notado al grupo de adolescentes reunidos en el extremo
más lejano del estacionamiento hasta que empezaron a carcajearse y aullar.
—¡Oigan, son los presos Gentry!
—¿Cómo fue ese duro momento, chicos?
—Parece que tienen algunos problemas al caminar.
Stone metió su perrito caliente en su boca y uso su mano libre para
enseñarles el dedo medio. Podía decir que todo fue en diversión, sin
embargo. Estos eran sus amigos.
Una pequeña morena se separó del grupo y corrió hacia Conway.
Empujó la comida en los brazos de Stone y la agarró mientras ella chillaba
y lo rodeaba con sus piernas.
—Te extrañé mucho —dijo ella con efusividad, como si hubiera estado
encerrado durante seis años.
—También te extrañé, nena —le aseguró él, y luego empezaron a
comerse la boca desagradablemente como adolescentes, como si intentaran
inhalar a la otra persona.
Mientras tanto, Stone asintió como fría despedida al grupo y se me
unió. Movió su cabeza en la dirección de su hermano.
—Engañoso —dijo, y luego bebió de su pajita.
—¿Qué?
Stone Gentry sonrió.
—No han follado aún. Está todo enamorado y esa mierda sensible. Pero
sigo diciéndole al chico que necesita simplemente estallar la maldita cereza
antes que alguien lo haga primero.
71
Empujé la boca de la manguera de vuelta en su lugar.
—Qué… mierda, ¿por qué me dices eso? No quiero saberlo.
Stone estaba divirtiéndose.
—Somos adultos aquí, Cord. ¿Qué, nunca follaste en tu día?
—Primero, no soy Cord. Segundo, no eres un adulto. Y tercero, he
estado follando desde antes que descubrieras tu propia polla.
Tan pronto como dejé de hablar, me di cuenta de cuán alta fue mi voz.
El grupo de adolescentes estaban boquiabiertos, mirándome alucinados y
sorprendidos. Cord, que volvía del servicio, se detuvo y dejó escapar un
resoplido de risa. Chase tomó un bocado de su hamburguesa de queso-
perrito caliente, claramente disfrutando de cada minuto.
—Entren en la camioneta —exigí.
Stone solo se quedó allí, chupando su pajita y actuando como si no
tuviera que escucharme más de lo que escuchaba a una ardilla.
Cord se nos había unido ya.
—Oye —le dijo a Stone—, ¿aún viven en The Hills?
No había colinas en The Hills1. Algunos de los bloques de casas
organizados habían allanado el paisaje, lo que le daba apariencia de
1 The Hills en español significa Las Colinas.
profundidad. Eso era todo. Era uno de los vecindarios más agradables en
Emblem, ocupado por familias que vivían ligeramente mejor que de cheque
en cheque. El único Gentry que conocía que logró instalarse en The Hills fue
Elijah.
Stone chupó de su pajita, mirando con calma mientras a nueve metros
su hermano continuaba besando a esa chica como si pudiera comerla.
Chase apareció. Me arrojó una barra de dulce y otra a Cord. Su manera
de decir gracias por tener un poco de paciencia con los chicos.
Tenía una mirada seria en su rostro cuando carraspeó y habló con
Stone.
—No lo he dicho aún, pero malditamente lo siento por tu padre.
Stone se tensó.
—Sí —murmuró, pateando algo de basura del concreto—. Mi padre.
No estaba seguro exactamente de cuándo había muerto Elijah Gentry.
Había estado bien durante años, la víctima de alguna terrible enfermedad
degenerativa que tardó un tiempo en entregar su sentencia final. Todo lo
que sabía de él indicaba que era un hombre respetable. Y amable, o al
menos, no violento. En algún lugar en los borrosos anales de la historia,
recordé que había visto a Elijah con sus hijos y sentí celos por la manera
tierna en que descansaba su mano sobre sus delgados hombros. 72
A pesar de que habían pasado al menos unos años, tal vez el dolor aún
estaba fresco. Tal vez era la razón por la que Stone hizo una mueca hacia el
suelo.
O tal vez era algo más, como el antiguo rumor respecto a su madre,
Tracy Gentry, y mi tío Chrome. Los chicos eran definitivamente Gentry, pero
podría haber un debate genético sobre qué Gentry había hecho los honores.
Al menos eso era lo que había oído.
Abrí la puerta de la camioneta.
—Vamos —dije en un tono medio gentil—. Deberíamos llevarlos a casa.
Hay escuela mañana, ¿cierto?
Stone perdió su mirada sombría y la convirtió en una alegre.
—Nop. Es verano.
—Cierto. —Asentí—. Lo olvidé.
Chase puso una mano sobre el hombro del chico.
—Vamos. Los llevaremos a casa de todos modos.
Stone bostezó.
—Bien. Y sí, estoy en Citrus Road. —Tiró los restos de su comida en la
papelera y llamó a su hermano—. Vamos, chico amante.
Conway y la chica hicieron una pausa en su festival de lengua y
miraron de forma entrañable a los ojos del otro. Lentamente ella dejó caer
sus piernas de su cintura y se paró a su lado mientras silenciosamente se
tomaban de las manos. Él le susurró algo en la oreja y ella agitó su nube de
cabello castaño claro, soltando una risita. Cuando la empujó en nuestra
dirección, ella se aferró tímidamente a su brazo y nos miró con suaves ojos
marrones.
—Esta es mi novia —dijo Conway orgullosamente—. Erin. Nena, estos
chicos son mis primos. Son los que nos pagaron la fianza esta noche. El tipo
con todos los tatuajes es Cord. Ese es Chase en el extremo más lejano de la
camioneta. Y el grandote es Creed.
Todos la saludamos.
—Encantado de conocerte, Erin —dijo Chase—. ¿También vas a
Emblem High?
Erin metió su cabello detrás de su oreja. Luego lo sacó. Parecía el tipo
de chica que pasaba la mitad del día haciendo cosas nerviosas con su
cabello para pasar el tiempo.
—Sí —dijo.
—¿También vas a ir a último año?
Asintió, relajándose un poco. 73
—Sí. Vivo al lado de Con.
—Hemos estado juntos por dos años —dijo Conway y podía decir que
estaba orgulloso del hecho que estaba loco por la chica a su lado. No era un
mal chico. Cualquier adolescente que ya hubiera aprendido a amar,
probablemente terminaría estando bien, siempre y cuando dejara de tomar
mierda que no le pertenecía.
Erin inclinó su cabeza para sonreír a su novio y ambos compartieron
una empalagosa mirada. Conocía esa mirada. Era el tipo de mirada de “Eres
mi mundo”. La única mujer que alguna vez me había mirado así era mi
mujer.
—Creo que puedo convencer a Conway de ir a ASU conmigo —dijo Erin
con timidez.
—Esas son buenas noticias —les dijo Cord—. Dirijo un lugar de
tatuajes cerca de la escuela, por lo que tendrías familia cerca, Conway.
—Tengo que mejorar mis notas un poco —admitió Conway—. Pero creo
que puedo hacerlo.
—Por supuesto que puedes —concordó Chase con entusiasmo.
—Tal vez iré allí también —intervino Stone. Se cruzó de brazos y puso
una mirada seria en su rostro a través de la cual pude ver que pensaba que
todo era una gran broma cósmica. La universidad, la vida, el amor, todo ello.
Al parecer, Erin veía a través del hermano de su novio también. Frunció
el ceño.
—Sí, claro —se burló—. ASU requiere algo mejor que un promedio de
D y una leyenda de la delincuencia.
—¿Por qué, Erin? —respondió Stone, alzando su mano sobre su
corazón en un gesto ofendido—. Pensé que finalmente habíamos aprendido
a llevarnos bien.
Erin era más fiera de lo que parecía al principio. Soltó el brazo de
Conway y puso sus manos en sus caderas, fulminando con la mirada a
Stone.
—Nos llevaríamos mucho mejor si dejaras de arrastrar a Con en tu
mierda.
—¿Qué? —espetó Stone—. ¿De qué diablos estás hablando? No
arrastro a Con a ninguna mierda, cariño. Tu chico de oro puede controlar
su propia vida, sin importar cuánto tiempo malgastes intentando
convencerle de lo contrario.
—Oye —interrumpió Con. Le disparó a su hermano una dura mirada—
. Déjalo, Stone. No lo dices en serio.
—No lo digo en serio —repitió Stone, aunque no estaba del todo seguro
que quisiera decirlo. Obviamente tenía algunos problemas de personalidad 74
en los que trabajar.
—Bien, eso es bastante tensión —regañó Chase—. Todos a la
camioneta, incluyéndote, Erin. Ya que vives al lado de los chicos, te
llevaremos.
Subió a la cabina trasera y cerró la puerta, acabando cualquier
discusión que cualquiera pudiera tener.
Stone puso los ojos en blanco y entró por el otro lado. Cord abrió su
barrita de dulce y se dirigió al asiento del pasajero. La feliz pareja optó por
sentarse en la caja, Con levantando a Erin gentilmente incluso aunque
probablemente era capaz de hacerlo por sí misma.
Fue un viaje rápido hasta The Hills. Cuando estacionamos delante de
una sencilla casa estilo ranchero, Stone abrió la puerta. Pensé que iba a irse
sin decir nada, pero de repente se inclinó en el asiento y suspiró.
—Gracias por sacar a mi hermano de allí —dijo secamente, y salió de
la camioneta. Era una cosa rara para decir. No gracias por “sacarnos” de
allí. Podría ser que sintiera que merecía estar allí por cualquiera que fuera
el rol que hubiera representado en los infortunios del auto y El Gnomo. Tal
vez Con simplemente había seguido a su hermano porque eso era lo que los
hermanos hacían.
Miré a Stone por el espejo retrovisor mientras metía las manos en sus
bolsillos y pacientemente esperaba mientras a su hermano y a su novia les
tomaba una eternidad y un día salir de la parte trasera.
De repente, Con apareció en mi ventana, con Erin a su lado.
—Mi hermano no es realmente bueno en agradecer, pero créanme, a
ambos nos alegra que aparecieran.
—No hay problema, hombre —dijo Cord.
—Sube esas notas —gritó Chase desde el asiento trasero—. Lo siguiente
que quiero oír sobre ti es que te diriges a Tempe.
—Lo haré —prometió Con y puso su brazo alrededor de la cintura de
Erin.
Me incliné fuera de la camioneta por unos centímetros para llamar su
atención.
—Mantente fuera de problemas —le dije—. No hagas nada que no
puedas deshacer. Eso va para ti también —le grité a Stone, que estaba
parado en el mismo lugar en la acera—. Sé que me has oído.
—Te he oído —gritó Stone, e incluso en la oscuridad, pude decir que
tenía al menos media sonrisa arrogante en su rostro.
Cuando me alejé de la acera y di un saludo final a los chicos, oí los
75
suspiros idénticos de mis hermanos y supe que, en ese momento, todos
pensábamos lo mismo.
Queríamos que las cosas funcionaran para esos dos chicos, queríamos
que se deshicieran de los demonios que los llevaban a hacer cosas estúpidas
como robar autos, joder alrededor o saltarse la escuela.
Esperábamos que dieran un paso atrás de la cornisa que separa el
mundo bueno del malo.
9
No hubo mucha conversación en el trayecto a casa. Estuvimos
relajados, simplemente disfrutando de la comodidad de la compañía del
otro. Cuando llegamos al valle este, pregunté si había algún interés en ir por
una taza de café, pero Cord bostezó y dijo que ya le había avisado a Saylor
para que lo pudiera esperar en casa dentro de media hora.
—¿Qué hay de ti, monstruo? —le pregunté a Creed, golpeando su nuca.
—Estoy muerto —respondió—. Tengo presentaciones las próximas tres
noches así que probablemente hoy debería irme a descansar temprano.
Me desplomé sobre el asiento y miré por la ventana, pensando en cuán
extraño era el paso del tiempo, que los arquetípicos fiesteros de ayer ahora
76
estaban en la cama a las diez de la noche.
No es que me estuviera quejando. De hecho, mi cerebro ofreció un
atractivo recuerdo de anoche; Steph desnuda y de rodillas. Esperaba que
todavía estuviera despierta.
Pasamos junto al vecindario de Cord en nuestro camino de regreso a
Scratch. Estuve tentado a preguntar si podíamos detenernos en su casa por
un minuto. Aun cuando mis sobrinas seguramente estarían dormidas para
esa hora, nunca me perdía la oportunidad de mirar sus preciosos rostros.
Verlas siempre revolvía algo suave pero protector en mí. Me imaginaba que
el sentimiento probablemente era diez veces más intenso para su padre.
Pero realmente no había una buena razón para perturbar a toda su
familia, así que solo me despedí de Cord cuando salió de la camioneta de
Creed y entró en la suya, arrancando casi inmediatamente. Mi auto estaba
estacionado donde lo había dejado a unos cuantos metros de distancia de
la puerta de Scratch, pero me quedé en la camioneta de Creed por otro
momento mientras observábamos desaparecer las luces traseras de Cord.
—Hiciste bien hoy —anunció Creed repentinamente.
Los cumplidos de Creedence no se daban fácilmente, así que levanté
una ceja y esperé.
—Con los chicos —explicó—. Quiero decir, siempre pensé que serías un
maravilloso maestro, pero hoy, cuando vi cómo fuiste capaz de tratar con
esos chicos, supe que era verdad.
—Sí, bueno —fue todo lo que dije porque realmente no podía describir
lo mucho que esas palabras me complacían.
Creed puso su codo sobre el marco de la ventana y exhaló
pesadamente. Sabía que iba a cambiar el tema hacia uno que no me gustaría
tanto.
—Qué alivio que no nos topamos con ningún fantasma esta noche —
dijo finalmente.
Un estremecimiento me recorrió, un instinto primitivo detonado por el
recuerdo de algo malo. Sí, también estaba malditamente contento de que
esta noche no hubiera señales de nuestros padres. Muy seguramente
estarían refugiándose a kilómetros de profundidad en el desierto, en ese
desagradable agujero de mierda en que habíamos sido criados, un lugar que
no tenía deseos de habitar de nuevo.
—Sin fantasmas —dije, sintiéndome extrañamente perturbado.
Violencia. Adicción. Desesperación. Abuso. Esas eran todas las cosas que
estaban envueltas en mi hogar de antaño y la gente que lo creó. Si no fuera
por Creedence y Cordero no sabía si todavía seguiría vivo.
—¿Por qué no nos reunimos para comer, tal vez la próxima semana? — 77
sugirió Creed cuando abrí la puerta—. Arrastraremos a Cord fuera de
Scratch por una hora o dos, traeremos a nuestras damas. Sé que se
extrañan.
Como prueba que nuestras vidas siempre habían estado
irremediablemente interconectadas, estaba el hecho que Truly y Stephanie
fueran compañeras de habitación antes que conociéramos a cualquiera de
ellas. Creed se relacionó con Truly primero y, para ese entonces, ya tenía
interés en Steph de cuando la había visto merodeando de forma sexy por
todo el campus. Todo eso parecía como si acabara de suceder, aunque
también parecía como si siempre hubiera sido cierto.
—Es una cita. —Bostecé. Aunque no estaba cansado, no realmente.
Quería regresar a mi apartamento y apoyar mi cabeza contra los pechos
desnudos de Stephanie en formas que eran tanto traviesas como agradables.
Creed se alejó y yo troté de vuelta a mi auto para el corto trayecto de
regreso a casa. Tan pronto como me estacioné frente a mi edificio, escuché
música retumbando. Eso no era inusual, considerando que el área estaba
habitada casi exclusivamente por estudiantes universitarios que hacían
cosas como escuchar música estridente y vomitar en la piscina.
Aunque a medida que me acerqué a mi puerta, me sorprendí al notar
que el ruido venía de mi apartamento. Por supuesto que Steph estaría en
casa desde hacía horas, pero realmente no era su estilo escuchar música
grunge a volumen alto si únicamente estaba sentada ahí sola.
—Vas a pasar el rato con tus hermanos mañana por la noche, ¿verdad?
No.
Idea absurda.
Indigna.
Steph nunca me había dado una sola razón para dudar que me fuera
fiel. Era algo vergonzoso que siquiera cruzara por mi mente.
Aun así, mientras empujaba la llave en la cerradura, sentí que había
algo raro. Algo que podría alterar el cómodo orden de mi universo personal.
—Hola, tú —dije, feliz de encontrar a Stephanie sentada en el sofá y
vistiendo una camiseta blanca que no era lo suficientemente larga para
cubrir sus bragas de encaje rosa. Aunque no parecía como una invitación.
Me miró extrañamente, como si fuera la última persona que esperara ver.
Señalé que iba a bajar el volumen en el viejo estéreo que estaba
acomodado en el esquinero de la unidad de entretenimiento. Asintió.
—No sabía que me estarías esperando —dije cuando me senté y toqué
su rodilla—. Resultó ser una noche loca. Terminamos conduciendo hasta
Emblem para pagar la fianza de un par de primos perdidos hacía tiempo. —
78
Empecé a dar detalles, pero después de algunas frases noté que no estaba
escuchando en absoluto.
Se quedó ahí sentada, mirando mi mano sobre su rodilla. Vi que tenía
algo agarrado en su puño izquierdo.
—¿Qué es eso?
Steph abrió su palma y miró fijamente hacia la pelota de papel dentro.
—Nada. Los resultados del examen LSAT.
—¿El examen de entrada para la escuela de leyes?
—Ese.
Me incliné hacia atrás en el sillón y procesé las noticias.
—¿Cuándo pasó eso? No sabía que habías tomado el examen.
Suspiró y juntó sus rodillas.
—Síp. Lo hice. Tomé los exámenes.
—¿Y bien? —presioné—. ¿Cómo te fue?
Me sonrió.
—Lo hice maravillosamente.
Junté mis manos.
—Nena, eso es genial. ¿Entonces va a suceder? ¿Irás a la escuela de
leyes?
Perdió su sonrisa.
—No.
—¿Qué?
—No iré.
—Steph, vas a tener que ayudarme aquí. ¿A qué te refieres?
—Me refiero a que necesito un trabajo más de lo que necesito tres años
más de escuela para realizar una fantasiosa idea de mi infancia.
—Cariño —tranquilicé, atrayéndola cerca de mi pecho—. Vamos a
hablar de eso. Estaré enseñando a tiempo completo y, aunque no es un
salario lujoso, es mejor de lo que he estado ganando. Podemos hacer que
funcione para ti. —Inclinó su rostro hacia mí y besé sus suaves labios.
—Chase —dijo, alejándose un poco.
—Shhh. —La llevé hacia mi regazo, dejando que mi mano se arrastrara
bajo su camiseta y explorara su suave piel—. Déjame hacerte sentir bien en
este momento.
—Chase —susurró y pasó su mano por mi mejilla—. Te amo tanto. —
Presionó su frente contra la mía y separó sus rodillas así quedaron a cada 79
uno de mis costados. Demonios, sabía que estábamos hablando sobre cosas
importantes en la vida, pero mi polla repentinamente estaba dura como el
acero. Necesitaba algo, incluso si solo fuera una probada. Ella también lo
necesitaba. Pude decirlo por la forma en que comenzó a respirar fuerte y se
empujaba contra mí.
Sin palabras, empujé sus brazos hacia arriba y pasé su camiseta por
encima de su cabeza. Sus ojos estaban cerrados y su cabeza rodó hacia
atrás mientras comenzaba a frotar sus caderas contra mí. Hábilmente me
estiré y abrí mis pantalones, deslizando impacientemente todo hacia abajo
lo suficientemente lejos para liberar mi polla.
Steph todavía tenía puestas sus bragas, pero estaba poniéndose
bastante excitada solo por frotarse, así que seguí haciéndolo. Cuando
empujé mi mano ahí abajo para provocarla un poco, dejó salir un gemido y
se hundió contra mi pecho. Se estaba acercando a cada segundo. Joder, me
encantaba observarla correrse. Estaba en el humor de observarlo en este
momento. Deslicé un dedo dentro de ella para llevarla al umbral donde se
venía fuertemente. Conocía exactamente cómo funcionaba. Otros cuantos
segundos y se tensó antes que la explosión la sacudiera. Quería estar cerca
de eso. Quería estar rodeado por eso. Quería jodidamente explotar con ella,
dentro de ella. Agarré la delgada tela de sus bragas en un puño, sabiendo
que todo lo que tomaría era un movimiento de mi muñeca para que pasaran
a la historia.
—Déjame —siseé, jalando fuertemente para dejarle saber lo que quería.
Vaciló, incluso dejándose de mover.
Tiré más fuerte.
—Déjame.
—Sí. —Jadeó, rodando sus caderas en busca de mi polla—. Hazlo.
Un segundo más tarde ese encaje rosa estuvo hecho pedazos y estaba
en las profundidades sin planes de detenerme. No estaba tomando la píldora
y aunque no éramos regularmente descuidados, sucedía de vez en cuando.
—¡Chase! —Jadeó y ahí estaba, viniéndose tan fuerte que temblaba por
todas partes, apretándome e incluso gimoteando cuando me sintió seguirla.
—Nena —susurré un minuto después mientras apartaba de su rostro
su sudoroso cabello y buscaba su boca. Quería besarla, sostenerla, decirle
que veneraba el maldito suelo por donde caminaba y que haría cualquier
cosa sobre la tierra por ella y para ella, por siempre.
Pero antes de eso, Stephanie se enderezó y me miró directo a los ojos.
Pasó la punta de un dedo ligeramente a lo largo de mis labios y luego dejó
caer su mano con un suspiro.
—Por cierto —dijo—. Estoy embarazada.
80
10
Sabía que se había quedado despierta hasta demasiado tarde tratando
de terminar solo un capítulo más, así que cuando la alarma comenzó a
zumbar, la apagué rápidamente y le puse la colcha alrededor de sus
hombros desnudos.
Saylor se agitó y murmuró mientras dormía antes de acomodarse en la
almohada con un suave suspiro. Me acomodé con mi cuerpo
cuidadosamente alrededor del suyo por un momento robado, solo
disfrutando de su calidez y sabiendo que por el resto del día mi mente
seguiría volviendo aquí.
En la semana que había pasado desde que mis hermanos y yo
habíamos viajado a Emblem, algo había estado pesando sobre mí. Algo que 81
no podría nombrar, algo que ni siquiera podría ser real. Pero parecía flotar
cerca con una amenaza silenciosa de todos modos.
Una serie de golpes suaves se convirtieron en el sonido de pequeños
pasos y las chicas aparecieron en la puerta, dos pequeños querubines
despeinados por el sueño que me sonreían perezosamente.
Puse un dedo en mis labios, indicándoles que se callasen, besé a Say
en su mejilla y busqué mi camisa por el suelo antes de salir de la cama.
—Tengo hambre —anunció Cami con un rastro de impaciencia.
—¡Yo también! —concordó Cassie, saltando de puntillas.
—Silencio —susurré, guiándolas fuera de la habitación y cerrando
suavemente la puerta detrás de mí—. Mami todavía está durmiendo.
Prepararé su desayuno.
Mis hijas se colocaron automáticamente a cada lado de mí, Cami a la
derecha, Cassie a la izquierda, y tomaron mis manos. Las acompañé por el
pasillo hasta la brillante cocina. Say había dejado distraídamente la jarra de
café medio llena en el mostrador. Había estado dedicando muchas horas
últimamente, tratando de cumplir un plazo para su quinto libro.
—Quiero Marshies —exigió Cami mientras subía al banco de madera
acolchado en la mesa. Su hermana la siguió.
Tuve que sonreír cuando encontré la caja de cereal después de una
rápida búsqueda en la despensa. Las chicas tenían el hábito de llamarlo
Marshies para abreviar. Era el cereal favorito de Chase. Solía comprar cajas
por docenas cuando todos compartíamos un departamento. Se me ocurrió
que no tenía idea si él todavía lo hacía.
—Jugo también, papá —gritó Cassie.
—Por supuesto —respondí, vertiendo tres tazones llenos de cereal con
una generosa cantidad de leche.
Mis chicas se metieron en el desayuno en cuanto coloqué los cuencos
ante ellas. Me senté a la mesa y felizmente las observé comer durante unos
minutos antes de abordar mi propio cuenco. Tenía más de una hora antes
de tener que estar en Scratch y estaba a solo cinco minutos en auto.
—Tuve un mal sueño, papá —dijo Cassie de repente. Dejó caer su
cuchara sobre la mesa y apoyó la barbilla en sus manos con una mirada
preocupada.
—Lo siento, cariño —dije—. ¿De qué se trató?
Me miró tristemente.
—Tú.
—¿Yo?
82
—Sí. Tú.
Tomé un trago de jugo de naranja. Había sufrido horribles pesadillas
cuando tenía más o menos la edad de las chicas. Sin embargo, lo mío era
diferente. Las mías se basaban en la verdad, donde un terrible gigante
perseguía implacablemente, siempre amenazando con aniquilar las únicas
cosas buenas que vivían en ese mundo desolado. Parecía que esas pesadillas
se habían desvanecido sustancialmente cuando Saylor entró en mi vida,
pero incluso ahora, a veces me despertaba en mitad de la noche bañado en
un sudor frío, mi corazón latiendo con fuerza. Las chicas no tendrían razón
para tales pesadillas.
Dejé el jugo de naranja y me sequé la boca, había agotado la mitad del
vaso.
—Fue solo un sueño, cariño. Papá nunca haría nada aterrador.
La niña frunció el ceño.
—No. Tú no me estabas asustando.
—¿Por qué fue un mal sueño entonces, cariño?
—Estabas perdido.
—¿Perdido?
Asintió seriamente.
—No pudimos encontrarte. No pudimos encontrarte en absoluto. No
estabas en ninguna parte.
Me incliné hacia adelante y miré a los ojos de mi hija.
—No estoy perdido, Cassidy. Estoy aquí. Siempre estaré aquí.
—¿Lo prometes? —susurró con toda seriedad.
—Lo prometo —susurré y crucé mi corazón enfáticamente.
—¡Mami! —gritó Cami con deleite y levanté la vista para ver a la mujer
más hermosa del mundo entrar a la cocina.
—Buenos días, familia Gentry. —Bostezó, deteniéndose junto a la mesa
para besar a las chicas en cada una de sus cabezas. Ambas la miraron con
pura adoración. Sabía cómo se sentían.
Empujé mi silla hacia atrás desde la mesa unos centímetros y abrí mis
brazos.
—Mi turno.
Saylor me dio una sonrisa feliz y se sentó en mi regazo mientras las
chicas se reían. Muchos años en el futuro, cuando mis hijas fueran mujeres
adultas reflexionando sobre su infancia, quería que recordaran sin una
pizca de duda que su padre idolatraba absolutamente a su madre. Quería
que creyeran que no merecían menos de ningún hombre.
83
—¿Qué pasa? —preguntó mi esposa mientras sus ojos verdes me
miraban con preocupación.
—Nada —aseguré con un apretón—. Simplemente disfrutando de un
desayuno gourmet con todas mis chicas favoritas.
Me hubiera gustado quedarme en ese lugar todo el día, pero el tiempo
corría. A regañadientes, dejé a mi pequeña familia y todas sus brillantes
conversaciones sobre el desayuno para ir a la ducha y pasar al modo trabajo.
Mientras todavía me estaba secando, oí el sonido distintivo de mi teléfono
zumbando en el tocador de la habitación. No corrí allí a agarrarlo,
imaginando que probablemente solo era Aspen reprendiéndome por llegar
un poco tarde, porque en el mundo de Aspen, "tarde" significaba no llegar
veinte minutos antes.
Después de ponerme ropa y dar vuelta para tomar el teléfono, Saylor
entró y deslizó sus brazos alrededor de mi cintura. Enterró su rostro en mi
cuello mientras yo acariciaba su cabello.
—¿Escribirás hoy? —pregunté.
—Ojalá. Una vez que lleve a las niñas a la escuela tendré el lujo de unas
pocas horas ininterrumpidas.
Me besó en el cuello y sentí el familiar trueno retumbar en mi vientre
antes de disparar directamente a mi polla. Mi mente comenzó a hacer un
trato consigo misma por ahorrar unos minutos para subir su camisón y
obtener un poco de alivio.
Say inclinó su cabeza hacia atrás y me sonrió. Sabía exactamente lo
que estaba pensando y estaba totalmente de acuerdo, dejé que sus manos
viajasen más abajo y buscaran mi cremallera mientras deslizaba una correa
de camisón sobre su hombro liso. Dejé que recogiera la espesa excitación en
su palma, centrándome en la manera en que se humedecía los labios y la
impaciente expresión de su boca. Me iba a divertir con esa boca. Iba a
invadirla, poseerla y hacer que hiciera lo que quisiera, igual que había hecho
mil veces antes y luego...
PUM.
CRASH.
—¡CAMI!
—¡No lo hice! ¡Solo se cayó!
Saylor automáticamente se colocó la correa de su camisón y se
precipitó a través de la puerta de la habitación para descubrir la fuente de
todo el pánico. Como no hubo ningún grito ni llanto, pensé que no había
emergencia, así que me tomé unos segundos extra para aclararme la cabeza
y domar mi tercera pierna antes de seguirla.
La desafortunada víctima del accidente fue una estatua de cerámica de 84
cactus que normalmente se encontraba sobre el aparador. Era barato y
cursi, un regalo de broma de nuestra boda. Pero pintado en el frente había
una cara tonta que había atraído a las chicas desde que eran bebés. Lo
llamaron señor Cobb por alguna razón desconocida.
Saylor estaba recogiendo los pedazos mientras Cassie la miraba con
expresión triste y Cami estaba parada cerca con su mano sobre su boca y
sus ojos llenos de lágrimas.
—Fue un accidente —gimió cuando me vio, una lágrima se derramó
sobre su redonda mejilla. Cami no era una niña que lloraba a menudo, por
lo que ver sus lágrimas siempre dolía un poco más.
—Oye —la tranquilicé, poniéndole una mano en la espalda mientras
Saylor terminaba de juntar las piezas—. Está bien. Seguro que podemos
pegar al señor Cobb de nuevo.
—Claro que podemos —dijo Saylor alegremente, aunque vi la duda en
sus ojos. Intercambiamos una mirada y nos entendimos. Buscaríamos un
nuevo señor Cobb en eBay o donde fuera.
Cami estaba hipando ligeramente y frotándose los ojos. Había sido un
accidente, estaba seguro de eso. A las chicas les gustaba pasar sus deditos
por la boca sonriente de la cosa, eso es todo. Un recuerdo repentinamente
inoportuno invadió la forma en que se trataban los accidentes en la casa en
la que crecí, pero lo obligué a alejarse.
—Está bien, cariño —le dije a mi hija agachándome a su nivel y
presionando mi mejilla contra su frente, mientras Saylor colocaba
cuidadosamente los muchos pedazos del señor Cobb en una bolsa.
Cami echó sus brazos alrededor de mi cuello y dio un pequeño suspiro
que me hizo pensar en cuando era una bebé pequeña. Como muchos bebés,
tenía ratos en los que estaba inquieta, con cólicos. A veces, la única forma
en que se quedaba dormida era en mi hombro, donde se quedaba durante
horas.
—Te amo, papá.
—También te amo, pequeña. —Le di un apretón reconfortante, unas
palmaditas a Cassie en la cabeza y besé a Saylor rápidamente en los labios,
porque para ese momento realmente necesitaba salir. Aspen era capaz de
abrir por su cuenta, pero Brick no estaría hasta el final de la mañana, así
que no había nadie para atender a los clientes.
No fue hasta que estuve a mitad de camino que pensé en revisar mi
teléfono. El zumbido que había escuchado cuando salía de la ducha era en
realidad un texto de Creed. Los textos del Creed eran como lunas de
cosecha. Sucedían, pero eran raros. Una vez llamó a los mensajes de texto
“lenguaje de coños”, sea lo que fuera que eso significara. Creed era un tipo
directo, así que supongo que era su forma de decir que si querías decir algo
solo deberías decirlo en lugar de escribir un mensaje con un emoticono en 85
un pequeño teclado. Quería pasar por la tienda para almorzar porque tenía
cosas de qué hablar. Le envié un mensaje de texto.
Por supuesto. Entre el mediodía y la una está bien. Pero ¿qué tipo
de cosas?
La respuesta fue inmediata.
Simplemente cosas.
Bueno, está bien entonces. No había modo de sacarle nada a mi
hermano si no estaba dispuesto a soltarlo. Cuando estacioné mi camioneta
y salí, me pregunté si la razón de su visita era decir que él y Truly estaban
embarazados. Saylor y Truly hablaban mucho, y había insinuado hace un
tiempo que lo habían estado intentando, pero luego nunca escuché ni una
palabra más al respecto. Tuve que negar y sonreír al pensar en Creed como
papá. Sí, me encantaría ver que la paternidad ablandara los bordes ásperos
de ese tipo.
Aspen ya estaba instalada detrás de la recepción cuando entré en
Scratch.
—¿Dormido? —inquirió, batiendo sus largas pestañas.
—No llego tarde —argumenté, aunque no había nada sobre lo que
discutir, ya que esta era mi tienda después de todo.
Rio y se sacó una diadema de su cabello azul.
—Ya hice café.
—Gracias —dije, y lo dije en serio, porque no consideraba que ocuparse
de mi cafeína fuera parte de la descripción de su trabajo. Me dirigí a la
habitación tipo closet que servía de área de descanso informal—. ¿Brick
todavía estará aquí en unas pocas horas? —grité mientras vertía una taza
caliente.
—Claro —respondió alegremente, haciendo una pausa entre golpe y
golpe de la grapadora—. Estará aquí en cuanto se recupere.
Tomé un trago, agradecido al inventor desconocido del café.
—Se recupere ¿de qué?
Grapa.
—De mí. —Grapa—. Lo desperté a las cuatro de la mañana para hacer
ejercicio. —Grapa—. No es que le importara. —Grapa—. Lo hicimos tan
fuerte...
—Está bien, suficiente —gemí—. Mierda, me metí directo en eso.
Aspen de repente asomó la cabeza por la esquina. Vi una sonrisa
inocente debajo de una masa de cabello tecnicolor.
—Tienes una mente sucia, Cord. Estaba hablando de la maratón para
la que estamos entrenando.
86
—Claro. —Asentí, aunque la sonrisa en el rostro de Aspen decía que
estaba jugando conmigo, y que el único maratón para el que había estado
entrenando esta mañana era uno vulgar.
Hablando de vulgar, una vez que Aspen se marchó, me quedé allí,
apoyado contra la pared, todavía malhumorado por no haber conseguido un
rapidito en la mañana con Saylor. El recuerdo de su boca, la idea de su boca
sobre mi polla era una manera inquietante de comenzar el día. Si Creed no
llegaba para almorzar, pensaría en alguna excusa para ir a casa por un
breve momento.
Sí, todavía tenía una mente muy sucia.
Gracias a Dios me casé con una chica ansiosa por complacerla.
La vibración de mi teléfono me hizo volver al trabajo. No reconocí el
número.
—Sal de la cuneta, chico —dijo Declan Gentry a modo de saludo.
—No tienes idea de dónde está mi cabeza —respondí.
—Por supuesto que sí. Está llorando en la sala de descanso deseando
haber vuelto a la cama con tu esposa.
—¿Qué? —balbuceé, dejando la taza de café con tanta fuerza que el
contenido se vertió en el mostrador—. ¿Dónde demonios estás?
—Macedonia, creo. ¿Es ahí donde estamos, Jen? Sí, Macedonia.
—Cámaras —recordé y giré para ver la pequeña lente montada en la
esquina superior. Deck los instaló hace unos dos meses—. Me sigo
olvidando de ellas.
—No eres el único. Tal vez quieras reconsiderar apoyar tu mano en esa
encimera.
—¿Por qué?
—Porque Aspen y Brick se follaron hasta quedar sin sentido en ese
mismo lugar ayer por la mañana, mientras estabas en la trastienda jugando
con hojas de cálculo y mierda. Pensándolo bien, probablemente recordaron
las cámaras después de todo. Parece que disfrutan de una audiencia.
—Qué asco.
—No seas tan mojigato, Cord.
—Mojigato —me burlé—. ¿Estás mirando ahora?
—Por supuesto.
Dejé caer mis pantalones y coloqué el trasero a la cámara.
—Mierda —exclamó Deck—. Deberías haberme advertido que ibas a
hacer eso. Jenny lo vio. La molestaste.
Cerré mi bragueta, manteniendo el teléfono entre mi hombro y mi
mejilla. 87
—Creo que ha visto un comportamiento mucho peor de ti.
—No. Soy un adulto ahora. Ay, Dios. Está llorando. Corrió al baño,
gritando que nunca había visto un trasero tan feo y peludo desde la última
vez que visitó el zoológico.
—¡Deck! —Jenny se rio en el fondo.
—Lo que sea —gruñí—. ¿Llamas desde Macedonia por alguna razón
específica?
Deck soltó la risa.
—Solo quería asegurarme que todo estaba bien en la tienda y que no
hay más problemas con ningún Gentry junior.
La mañana después de nuestra odisea de Emblem, me puse en
contacto con Deck y resumí los conceptos básicos. Como sospechaba, le
había pedido a Gaps que vigilara a esos dos muchachos y le informara sobre
cualquier problema que pudieran encontrar. No le importaba el dinero de la
fianza y estaba muy agradecido porque los tres dejáramos todo y fuéramos
a liberar a los chicos de las mejores instalaciones de Emblem. Una vez más,
me pregunté si tenía más conexión con ellos que solo primos lejanos, pero
no pregunté. Tal vez nadie sabía con certeza de una manera u otra. Había
muchos misterios sin resolver en el mundo, particularmente cuando
provenía de la biología Gentry.
—Todo está bien —dije—. Gaps dijo que llamaría si surgiera algo más.
—Bien, bien —dijo Deck. Hubo una gran pausa—. No hay problemas
con nadie más, ¿verdad?
—No —fruncí el ceño—. ¿Como quién?
Deck tenía un gran número de socios dudosos, pero por lo que pude
ver, todos lo temían más de lo que querían joderlo, así que nunca había sido
testigo de ningún incidente. Aunque éramos socios comerciales, había cosas
fuera del alcance de Scratch que no compartía conmigo.
—Solo estoy revisando —respondió a la ligera, pero sabía que eso era
mierda, porque Deck nunca hacía una pregunta sin ningún motivo. Pero
también sabía que nunca ofrecía una respuesta que no quería compartir,
así que lo dejé pasar.
Charlamos un poco más, sobre Say y las chicas y destinos de viajes
exóticos. Luego, abruptamente, declaró que Jenny necesitaba algo de
atención, y una mujer sexi y desnuda superó a la charla con el primo del
otro continente.
—Oye —dijo antes de colgar—. Ten cuidado, ¿de acuerdo?
Estaba desconcertado.
—¿Cuidado con qué?
88
—¿Eh? Dije cuídate.
—Oh. —Puse una mano en ni nuca y apreté algunos músculos rígidos.
Debo haberlo escuchado mal—. Tú haz lo mismo.
El resto de la mañana no estuve demasiado ocupado. Entinté una rosa
alrededor de una muñeca delicada y una flor de pensamiento solitario en el
bíceps superior de un tipo de fraternidad irritable.
—Perdí una apuesta —explicó, como si me importara.
Brick llegó a última hora de la mañana y el tráfico en la tienda era muy
ligero. Me alegré especialmente porque significaba que podía almorzar una
vez que apareciera Creed. Tal vez podríamos acercarnos más al campus y
comer en nuestro antiguo lugar de reunión, Cluck This, una grasienta jungla
de pollo donde una vez Saylor y Truly, e incluso Stephanie, habían trabajado
antes de cambiar a cosas mejores.
Estaba en la oficina y escuché la voz alegre de Aspen gritar:
—Hola, Creed, está en la parte de atrás.
Cuando escuché las pesadas pisadas en el pasillo, me recosté en el
asiento y esperé a que mi hermano abriera la puerta de par en par, pero
después de unos golpes cortos, simplemente abrió suavemente como un
susurro.
—¿Qué diablos? —dije, porque no estaba preparado para ver a Creed
luciendo como si hubiera pasado la noche debajo del puente de una
autopista.
—No es exactamente el infierno —dijo, hundiéndose en una silla.
Un olor agrio había entrado en la habitación con él. Señalé.
—¿Qué hay en tu camisa?
Miró hacia abajo distraídamente.
—Saliva, supongo.
—¿Tuya?
—No.
—¿Está Truly enferma?
—Truly está bien.
Le entregué una caja de pañuelos de papel y una botella de agua,
imaginando que querría limpiarse un poco y preguntándome qué diablos
haría que Creedence Gentry no se diera cuenta que estaba vagando con una
camisa manchada y oliendo de leche caducada.
—¿Vas a hablar o tengo que seguir adivinando?
Empezó a mojar su camisa y acariciarla con pañuelos de papel antes
89
de darse por vencido con el ceño fruncido.
—Mierda, es peor de lo que pensaba. —Se sacó la camisa por la cabeza
con un solo movimiento fluido—. Cord, ¿tienes algo que pueda ponerme?
—Por supuesto. Siempre llevo un cambio completo de vestuario en mi
bolsillo trasero.
Creed me tiró la camisa húmeda a la cabeza.
—Me alegra tener dos hermanos sabiondos en lugar de uno.
—No puedo competir con Chase. Está en una clase aparte. —Me aparté
del escritorio—. Espera, de hecho, tengo una camisa de repuesto doblada
en ese archivador de la esquina. Sin embargo, me debes una, ya que estás
obligado a estirarla hasta que pierda la forma.
Creed flexionó.
—No puedo culparme por estar en buena forma física.
—Estoy en buena forma física. Eres un maldito monstruo.
Busqué en el archivador de dos cajones que servía como depósito
informal para cosas que no pertenecían fácilmente a ningún otro lado. La
camiseta negra que sabía que encontraría allí estaba limpia, aunque un
poco desteñida. Creed parecía feliz de tenerla.
—Gracias, hombre.
Lo miré mientras pasaba la camisa sobre sus músculos. Si lo hubiera
conocido en la calle, asumiría que era jugador, pero sabía más que eso.
Creed pasaba tiempo en el gimnasio, por supuesto, pero siempre había sido
grande.
—¿Estás listo para comenzar a hablar ahora? —pregunté.
Creed se puso en pie y pasó una mano por su corto cabello. Parecía la
definición del diccionario para "resacoso". Pero negó con una sonrisa irónica
antes de llegar a la puerta.
—¿Qué tal si te compro el almuerzo? —ofreció—. Te contaré todo al
respecto.
90
11
Mis sueños estuvieron llenos de gatitos llorando, pero eso fue solo
porque Truly había traído al bebé a la habitación. Lo supe incluso antes de
estar completamente despierto, cuando la imagen soñada de los animales
maullando se desvaneció y mi mente comprendió que los sollozos eran
humanos.
La suave luz que se filtraba a través de las persianas significaba que
era temprano. Truly estaba en el otro extremo de la habitación, frente a una
ventana calmando al bebé con una suave canción de cuna en su encantador
acento sureño. Su espeso cabello negro caía hasta la mitad de su espalda y
su mano ahuecaba la cabeza del bebé mientras cerraba los ojos con un
suave suspiro. 91
—Lo siento —dijo cuando terminó su canción. No se dio vuelta—. No
quise despertarte.
—No dije nada. —Bostecé, balanceando las piernas por un lado del
colchón y estirándome—. Entonces, ¿cómo sabías que estaba despierto?
—Porque siempre lo sé, Creedence —respondió, finalmente dándose la
vuelta con una sonrisa brillante y un bebé acunado en su pecho. Fue una
visión tan devastadora que todo lo que pude hacer fue quedarme allí,
boquiabierto, mientras el bebé se movía. Truly susurró—: Silencio, ángel…
—Antes de besar su suave mata de cabello oscuro. Luego, mi esposa me
miró directamente a los ojos y sentí que unos dedos invisibles me apretaban
el corazón—. Mia todavía está dormida —explicó, mirando hacia la puerta
cerrada del dormitorio con el ceño fruncido. La habitación donde Mia y el
bebé habían estado durmiendo estaba al otro lado del pasillo.
—Mmmm —gruñí y me levanté, oí un pequeño crujido en mi espalda.
La jodida hermana de Truly había llegado a nuestra puerta hace tres días.
Hubo una extraña llamada telefónica en la que insinuó que venía de camino
en autobús, rechazando la oferta de Truly de pagar un billete de avión. Lo
que olvidó mencionar, es que traería a su bebé de cuatro meses con ella.
Porque entonces, para empezar, debería haber mencionado que tenía un
bebé.
La llegada inminente de Mia Lee ni siquiera estaba en mi cabeza la
noche en que llegué a casa después de tocar ante una ruidosa multitud en
The Hole para encontrar a mi cuñada sentada con las piernas cruzadas en
el suelo y retorciendo sus manos pálidas. Mientras tanto, mi esposa estaba
sentada en el sofá, mirando a su hermana con una expresión desamparada
y un bebé de ojos oscuros en su regazo que estaba hipando y mirándome
con curiosidad mientras agitaba sus brazos, capturando un puñado del
cabello negro de Truly.
Mia no dijo mucho, simplemente mirándome con sus ojos azules
llorosos mientras Truly me explicaba lo que su hermana le había dicho.
Primero, el niño era de ella. Segundo, su padre murió en un accidente de
tractor dos meses antes que naciera. Además, la ATF2 había allanado la
comuna agrícola donde vivía porque aparentemente algunas de las cosas
que estaban cultivando allí eran ilegales. Mia se fue con el niño antes de
enredarse en el problema. Y finalmente, había una vaga posibilidad que los
miembros de las fuerzas del orden pudieran estar interesados en
encontrarla.
Absorbí toda esta información parado en el medio de mi sala de estar
con el olor desagradable del club todavía aferrado a mí en una bruma
amarga. Después de poner mi guitarra en la mesa auxiliar, me acerqué al
sofá y me senté junto a Truly.
Mi esposa me miró como si estuviera preocupada por lo que diría. 92
Su hermana me miró como si temiera lo que haría.
El niño me miró como si tuviera la esperanza que yo resolviera algo
para él.
Le tendí un dedo y el bebé lo agarró ansiosamente.
—¿Cuál es su nombre? —pregunté, esperando alguna respuesta
absurda como Moonbat o Hazelnut.
—Jacob —respondió Mia, todavía sentada en el suelo, levantando las
rodillas y apoyando la barbilla sobre el arrugado material de cachemira que
las cubría.
—Jacob —repetí y el bebé mostró una sonrisa desdentada justo antes
que tratara de masticar mi dedo.
No me opuse cuando Truly le aseguró a su hermana que ella y Jacob
podían quedarse con nosotros todo el tiempo que quisieran.
O hasta que los agentes federales llamaran a la puerta.
Lo que sucediera primero.
Nuestros invitados habían llegado lamentablemente mal equipados
para una estadía prolongada, por lo que Truly se había tomado unos días
2 Dirección de Alcohol, Tabaco, Armas y Explosivos.
de descanso para ir de compras y conocer a su sobrino. Aun habiendo
cuidado a las chicas de Cord y Say cuando eran pequeñas, había olvidado
cuántas cosas estaban involucradas en el cuidado de un bebé. Biberones,
pañales, mamelucos y asientos de auto. Aparentemente, cuanto más
pequeña era la persona, más cosas necesitaban para existir.
Pero, aun así, Jacob era un bebé alegre y Truly lo adoraba. Tampoco
me importaba que estuviera cerca.
Su madre era una historia diferente. No sabía qué diablos hacer con
ella. Meridian Lee hablaba poco, comía menos y se movía alrededor como
un fantasma. Con mucho gusto le había permitido a Truly hacerse cargo de
cuidar a Jacob. Al principio, estaba dispuesto a darle el beneficio de la duda,
pensando que había pasado un mal momento y que podría arreglarse justo
después de unos días de descanso. Pero ahora estaba cada vez más inquieto.
Anoche entré a la cocina para tomar un trago de agua y la habitación del
otro lado del pasillo donde Mia y Jacob habían estado durmiendo estaba
muy iluminada, la puerta abierta de par en par. Asomé la cabeza y vi que el
bebé estaba solo, profundamente dormido en la cuna portátil que había sido
instalada en el rincón de la habitación. Se había dado vuelta sobre su
vientre, así que lo puse sobre su espalda desde que Truly insistió en que eso
era lo que se suponía que debías hacer con los bebés. Lo cubrí suavemente
con la manta azul que había pateado. Luego apagué la lámpara de la mesita
de noche y me retiré de allí. 93
La sala de estar estaba oscura, vacía. Oí el crujido de los muelles del
colchón de la habitación principal y reconocí el sonido de Truly dando
vueltas. Siempre dormía inquieta.
—Mierda —murmuré porque el condominio no era un lugar enorme y
no había una tonelada de lugares donde Mia podría pasar el rato. ¿Qué
demonios se suponía que debía hacer si se había ido? ¿Debería salir
corriendo detrás de ella? Ni siquiera sabría dónde buscar.
Entonces un destello de movimiento desde más allá de la puerta de
cristal del patio llamó mi atención. Soplaba un viento caliente, una precuela
temprana de las tormentas de verano por venir. Mia estaba allí sola, de pie
rígidamente en la oscuridad mientras la tela de su larga camisa blanca
ondeaba y su tenue cabello rubio se agitaba con la brisa. Miraba hacia otro
lado, con los brazos cruzados, inmóvil, y no parecía que estuviera mirando
nada en particular. En ese momento, una ráfaga de viento golpeó su delgado
cuerpo y se balanceó ligeramente, tendiendo una mano para agarrar un pilar
del patio. Por un segundo, mis ojos hicieron algo gracioso y vieron a través
de ella, como si se estuviera desvaneciéndose en la nada.
Hice mucho ruido cuando abrí la puerta del patio, tratando de no
asustarla. Pero ya sea por el viento o porque estaba perdida en su propia
cabeza, ni siquiera se inmutó hasta que me aclare la garganta.
—¿Mia?
El rostro con que me miró fue peor que horrible. Era un rostro de
miseria, desesperación. Tiraba de su piel y dejaba huecos feos en sus
mejillas y debajo de sus ojos. Luego se sacudió, se estremeció y pareció
normal otra vez.
—Lo siento, no quise entrometerme —dijo con un acento tan similar al
de Truly, pero sin toda la vitalidad de ella.
—¿Por qué no vienes dentro? —le dije, abriendo la puerta de par en par
y esperando que me escuchara, porque algo acerca de la escena entera me
estaba dando mala espina.
Pero Mia solo negó y se alejó de nuevo.
—Me gustaría pasar un rato aquí si no te importa.
—No, en absoluto. —Dudé, sintiéndome un poco incómodo—. Buenas
noches, entonces. —Comencé a cerrar la puerta y luego pensé en algo. No
era bueno en esta mierda. Realmente no lo era. Pero había algo que aún no
había dicho, y si algo me había enseñado mi esposa, era que a veces las
palabras importaban—. ¿Oye, Mia?
Se giró y ladeó la cabeza, esperando que continuara.
—Eh, no estás entrometiéndote. Jacob y tú. Son familia y los dos son
bienvenidos aquí siempre que necesiten quedarse, mientras quieran
quedarse. 94
Me miró por unos segundos y luego una sonrisa genuina tocó su boca.
Por un momento pude ver el parecido que tenía con su hermana y me alegré
de haber dicho lo que había dicho.
—Gracias, Creed —dijo en voz baja—. No solo por esto, sino por ser un
buen hombre para mi hermana. Lamenté mucho haberme perdido tu boda.
Me encogí de hombros.
—No te preocupes. Ya sabes, Tru te ama a ti y a tu hijo como loca, y
cualquier cosa que podamos hacer por ti, lo haremos.
Asintió y su mirada se alejó mientras sus finas cejas se juntaban.
—Lo harás —dijo con voz vaga, como si estuviera hablando sola—. Y
ella también.
—Bueno, sí —dije, sintiéndome perdido porque aparentemente la chica
había cambiado de dirección y se había vuelto extraña de nuevo—. Buenas
noches.
Volví a la cama sintiéndome un poco extraño sobre todo el asunto, pero
como no era para nada psíquico, no serviría de nada ponerme nervioso por
ello. Lo siguiente que supe fue que era el amanecer y mi esposa estaba
acurrucada en la esquina con un bebé en sus brazos, tratando de cantar lo
suficientemente suave como para no molestarme.
—Entonces, ¿qué hay en tu agenda para hoy? —pregunté, tomando
una camiseta del suelo y poniéndola sobre mi cabeza.
—Un examen. Tengo que estar allí a las nueve. Te juro que volveré a
las once.
—Está bien. —Me encogí de hombros, un poco desconcertado por qué
me estaba mirando con ojos tiernos y tímidos.
—Planeabas quedarte, ¿verdad?
—Sí, supongo. Iba a trabajar en algunas canciones y tal vez ir al
gimnasio.
—¿Pero cuidarás a Jacob hasta que regrese?
—¿Cuidar a Jacob? ¿Te refieres a cuidar niños? ¿Vas a llevarte a Mia?
—No —dijo en voz baja y besó la cabeza del bebé—. Está tan cansada,
Creed. Por favor.
Casi le cuento sobre mi encuentro con Mia en la noche. También casi
mencioné mi teoría que su hermana no era la persona más estable ni cuerda
del mundo. Pero cuando vi la mirada triste en el rostro de Truly, pensé que
ya era muy consciente del precario estado mental de Mia. Siempre había
descrito a Mia como blanda de corazón y bastante frágil, la única hermana
Lee que tenía más problemas para enfrentarse a los arietes de la vida. De
repente me di cuenta de que había visto ese tipo antes. Tal vez por eso la 95
breve conversación de la noche anterior me dejó tan inquieto. Meridian Lee
en toda su inestabilidad herida me recordó a Maggie Gentry.
Truly tenía razón. Había ocasiones en que las palabras honestas debían
ser dichas.
Y había otros en los que era mejor dejarlas sin decir.
—Lo cuidaré —prometí, cruzando la habitación para envolver mis
brazos alrededor de ella brevemente—. Solo déjame ducharme y abrir los
ojos un poco más.
Truly apoyó su cabeza contra mi hombro y mis manos viajaron de
arriba abajo por su espalda mientras mi polla decidió animarse y decir
buenos días. Pero como también había un bebé atrapado entre nosotros,
ahora no era un buen momento para divertirse y jugar. Truly conocía mi
humor demasiado bien. Puso los ojos en blanco y se sonrojó.
—Compórtate —advirtió, retrocediendo hacia la puerta.
—He estado comportándome durante días —gruñí—. Creo que mi
audiencia de libertad condicional está por suceder.
—Lo está, lo prometo. —Se puso de puntillas y me dio un rápido beso
en los labios—. Realmente eres un príncipe.
Metí un mechón de cabello negro detrás de su oreja y dejé mis dedos
en su mejilla.
—Solo porque me hiciste uno.
Me lanzó una mirada larga y amorosa y negó.
—No, Creedence. Siempre lo fuiste.
Maldita sea, me casé con la chica adecuada.
El momento de ser sentimental terminó abruptamente cuando Jacob
decidió que estaba hambriento y comenzó a removerse.
—Por favor, no te tomes mucho tiempo en la ducha —dijo Truly
mientras abría la puerta—. Todavía tengo que prepararme.
—Soy rápido. Estaré dentro y fuera antes que te des cuenta.
Sonrió.
—Nunca eres rápido.
—Puedo ser cualquier cosa, incluso rápido, así que deja de molestarme
antes de obligarte a dejar al bebé para que pueda demostrártelo.
Soltó una risita y le dio unas palmaditas a Jacob tranquilizándolo.
Mientras se dirigía al pasillo con el niño sobre su hombro, Jacob hizo ruidos
de gorgoteo y juraría que se estaba riendo de mí. Truly se detuvo en la
habitación de Mia, abrió la puerta, echó un vistazo adentro y luego se retiró
con un suspiro.
Realmente podría ser rápido cuando quería. Salté a la ducha, me 96
masturbé para deshacerme de mi obstinada erección y me limpié, todo en
cinco minutos. Cuando me estaba poniendo la ropa limpia, recordé que
todavía tenía que contarles a mis hermanos sobre este último giro de los
acontecimientos. No era de hablar mucho por teléfono y este no era el
momento de dar largas explicaciones, así que le envié un mensaje a Cord
preguntándole si quería encontrarse conmigo para almorzar. Estaba a punto
de enviarle un mensaje de texto a Chase, pero luego recordé que estaría
trabajando en el centro de la ciudad. De todos modos, Chase no lo hubiera
dejado ir si creía que había noticias. Me habría llamado cada tres minutos
hasta que le contara todo.
Truly estaba acurrucada en el sofá y le daba a Jacob un biberón. Los
dos se veían tan serenos y perfectos juntos que lamentaba haber acelerado
el organizarme porque sabía que ahora se levantaría de mala gana y se iría.
Una vez me entregó el bebé, se fue directamente a la ducha y a vestirse.
Difícilmente había una mujer en la tierra que pudiera verse tan bien después
de tres horas como Truly podía verse después de veinte minutos. Miró a la
dormida Mia una vez más, disparó una rápida lista de instrucciones
involucradas en el cuidado de Jacob, y luego me lanzó un beso perfumado
cuando salía por la puerta.
—Está bien, niño —dije a Jacob—, sé bueno hasta que ella regrese y te
crearé un fondo para la universidad.
Jacob respondió haciendo muecas y desatando una poderosa tormenta
de gas.
—Ay, mierda —murmuré, porque un segundo después que el olor
golpeó, supe qué era exactamente con lo que estábamos lidiando.
Jacob me sonrió serenamente.
Truly había dejado toda la parafernalia del bebé a la vista así que no
tuve problemas para encontrar pañales y toallitas. Era la primera vez que
había limpiado la mierda de otro ser humano, pero pensé que había hecho
un buen trabajo. Cuando estaba volviendo a poner a Jacob dentro de su
mameluco azul y blanco gorgoteó y se rio, y me encontré sonriendo cuando
lo recogí en mis brazos.
—Me alegra que tu tío Creed pueda divertirte —dije y luego di media
vuelta porque sentí que alguien estaba detrás de mí.
Sí había alguien.
—¿Truly se fue? —preguntó Mia. Estaba completamente vestida,
aunque no la había escuchado moverse.
—Solo por un momento —respondí—. Volverá pronto. —Di un paso en
su dirección y comencé a entregarle al bebé, pero Mia retrocedió.
—No puedo en este momento —dijo, yendo tan lejos como para
retroceder—. Si no te importa cuidarlo, tengo algo de lo que me tengo que 97
encargar.
—No hay problema —dije. Jacob había vuelto la cabeza ante el sonido
de la voz de su madre, pero no estaba llorando ni extendía sus brazos hacia
ella. En cambio, pareció contento de agarrar mi camiseta y observarla desde
la distancia.
La miré fijamente.
—¿Te vas?
Mia devolvió la mirada.
—Solo por unas horas.
Pasó un largo momento de silencio mientras pensaba si debería seguir
haciendo preguntas.
—¿Y después de eso?
Desvió la mirada. Sabía lo que quería decir. Pero solo suspiró y tiró de
la correa deshilachada de una vieja mochila sobre su hombro.
—Por favor, dile a Truly que volveré por la tarde.
—¿Quieres que te lleve a algún lado?
—No.
—¿Necesitas dinero para el autobús o algo así?
—No. —Se dirigió hacia la puerta, agachando la cabeza, ya sea porque
no quería enfrentar mis preguntas o no quería que le recordara que tenía a
su niño en mis brazos—. Sin embargo, gracias por ofrecerlo —dijo mientras
salía por la puerta sin mirar atrás.
Todavía me quedaba más de una hora antes que pudiera esperar que
Truly regresara. Puse una manta de bebé en la sala de estar y
cuidadosamente coloqué a Jacob sobre su barriguita. Parecía amar
especialmente un martillo chillón que Truly había comprado para él.
Cuando rodeé con su mano el pequeño mango y le mostré cómo hacer ruido
golpeándolo contra el piso, chilló de placer.
No sabía mucho sobre bebés, pero este parecía fácil de complacer. Era
curioso y alegre, y cada vez que sonreía en mi dirección, sabía que le devolvía
la sonrisa. Después de aproximadamente media hora de mantenerlo
ocupado con juguetes para bebés comenzó a inquietarse.
—¿Cuál es el problema, hombrecito? —Lo levanté, le revisé el pañal y
le di unas palmaditas en la espalda. Se pegó a mi cuello e hizo ruidos de
resoplidos. Calculando que podría estar hambriento, me dirigí al
refrigerador para encontrar una de las botellas que Truly había hecho para
él.
Tan pronto como Jacob alcanzó a ver la botella, la agarró con
entusiasmo. Me detuve frente a la nevera abierta, viendo al niño chupando 98
alegremente la botella que tenía en la boca. Traté de recordar algo que Truly
había dicho sobre usar un objeto llamado calentador de biberones. Pero un
rápido escaneo de la cocina no reveló nada que pareciera que estaba
diseñado para calentar botellas, así que me encogí de hombros y me di por
vencido. De todos modos, Jacob parecía feliz con su premio, así que debía
estar bien.
De vuelta en la sala de estar, me instalé en el sofá con el bebé en mi
regazo. Los ojos oscuros de Jacob me estudiaron mientras agarraba su
biberón. Tenía la nariz y la boca de Mia, pero sus ojos y cabello negro y
rizado deben haber venido del padre que nunca conocería. Mia había dicho
muy poco sobre el hombre que había engendrado a su hijo. Aparentemente
habían estado juntos por más de un año y su muerte había sido una
conmoción brutal.
—Mala suerte, niño —murmuré, más para mí que para Jacob—. Mala
suerte.
Acerqué al bebé a mí pecho, sintiéndome protector con esta pequeña
persona indefensa. A veces dudaba si tenía todas las cosas correctas para
ser un buen padre. Tal vez sería demasiado severo, no amaría lo suficiente.
Los niños necesitaban saber que eran amados. Necesitaban el equilibrio de
tierna alegría y fortaleza. La paternidad había llegado naturalmente a
Cordero y estaba seguro de que, si Chase alguna vez tenía un hijo, sería un
padre sobresaliente. Pero a veces, en mis momentos oscuros, no estaba
seguro de si podría decirse lo mismo de mí. No era algo de lo que hablaba,
ni siquiera con Truly.
Jacob terminó el contenido de la botella e inmediatamente sus
párpados comenzaron a revolotear. Antes incluso de poner la botella vacía
en la mesa de centro, estaba dormido. Pensé que había una buena
posibilidad que no se quedara así si trataba de moverlo y, de todos modos,
disfrutaba la pesada sensación de su cuerpo dormido en mis brazos. Pasé
mi dedo ligeramente por su mano con hoyuelos y pensé que tal vez podría
adaptarme a las cosas de papá más fácilmente de lo que pensaba.
Tomando el control remoto en el extremo del sofá encendí la televisión,
aunque la mantuve en silencio, terminando con uno de esos programas de
búsqueda de casas donde una pareja irritante se peleaba por las encimeras.
Me alegré de no poder escucharlos.
Cuando Truly abrió suavemente la puerta de entrada, Jacob todavía
estaba dormido, roncando débilmente. Vi la expresión de sorpresa cruzar su
rostro cuando vio la escena de los dos acurrucados juntos. Luego esbozó
una sonrisa encantada.
Puse mi dedo en mis labios.
Truly dejó su bolso y cerró la puerta.
—¿Mia? —murmuró.
99
Negué.
Jacob podría haber recibido algún mensaje subconsciente respecto a
que estábamos hablando sobre su madre porque se sacudió, abrió los ojos
y luego dejó escapar un gemido.
—Hola. —Lo calmé, moviéndolo a mi hombro, un movimiento por el que
me dio las gracias abriendo su boca y descargando unas onzas de fórmula
de bebé cuajada.
—Quédate ahí —dijo Truly, corriendo hacia la cocina en busca de
toallas de papel.
El bebé estaba en un estado de infelicidad. Lloró y liberó más líquido
de su boca mientras yo trataba de evitar sentirme afectado por el baño.
Truly extendió sus brazos para tomar a Jacob y se lo entregué.
—Oh, cariño —gritó, sin importarle que su hombro estuviera cubierto
de vómitos de bebé—. Ya, ya, cariño. La tía Tru está aquí.
Mientras limpiaba el vómito que había caído sobre mi camisa y
comencé a ver el desastre en el sofá, Truly dio unas palmaditas en la espalda
del bebé y dejó escapar un eructo colosal.
—¿Lo alimentaste? —me preguntó Truly.
Hice una bola con las toallas de papel húmedas.
—Sí, lo alimenté —dije, señalando la botella vacía que todavía estaba
puesta en la mesa de café—. Se tomó toda esa maldita cosa y luego se
desmayó.
—¿Y lo hiciste eructar?
Mierda.
—Eh, no.
Había estado en su lista de instrucciones detalladas, pero no lo había
recordado.
—Está bien —susurró Truly y no estaba seguro de si estaba hablando
conmigo o con el bebé.
Cuando me levanté para tirar todas las toallas de papel sucio en la
basura, sentí un bostezo. Parecía que había estado despierto durante dos
días en lugar de menos de cuatro horas.
—¿No se supone que debes encontrarte con Cord? —dijo Truly.
Ya tenía el control total de la situación, limpiando y cambiando a Jacob.
Eché un vistazo a mi reloj.
—Me puedo quedar si me necesitas.
Se apartó el cabello del rostro y me sonrió.
—Ve. Estamos bien. 100
—¿Estás segura?
—Sí.
No estaba demasiado destrozado por salir a la calle donde no había
ningún vómito ni mierda que me esperara. Le di un beso a mi esposa, le hice
cosquillas en la barbilla a Jacob y salí corriendo de allí.
Mientras me movía por las calles de Tempe, me pregunté cómo
demonios mi camioneta había llegado a oler a vómito y polvo de bebé. Jacob
ni siquiera había estado aquí. Negué y pensé que mis sentidos solo
funcionaban a toda marcha. Me preguntaba qué pensaría Cord de todo esto.
Entré en el estacionamiento de Scratch y apagué el motor, pensando que lo
averiguaría en solo unos minutos.
12
El campamento hoy solo estaba hasta medio día, pero lo había olvidado
por completo hasta que Bastian apareció y me dijo que terminara el proyecto
de técnicas mixtas en el que los niños estaban trabajando.
—Vamos a recoger —anuncié a la atareada aula—. Ya saben qué hacer.
Materiales almacenados en el gabinete y por favor, dejen el lugar como lo
encontraron. Lo retomaremos el lunes.
—No, no lo haremos —gritó una voz desde atrás.
Cerré la tapa de pintura roja.
—¿Tienes mejores planes, Arun?
—Por supuesto que sí, señor Gentry. Iré a ver fuegos artificiales en 101
Tempe Town Lake y comeré tres kilos de carne roja.
—Oh, el cuatro de julio. Lo olvidé.
De hecho, también había olvidado el motivo del medio día del
campamento. Era el inicio de un fin de semana de tres días en honor al
único día festivo estadounidense famoso por el ruido, las luces
intermitentes, y la comida chatarra que asfixia las arterias.
Los niños estaban llenos de energía inquieta, ansiosos por fundirse en
el calor abrasador de Phoenix y comenzar el fin de semana. No los regañé
cuando arrojaron sus materiales sin orden en el armario y salieron volando
de allí. Tenía mucho tiempo para reorganizarlo todo.
Bastian asomó la cabeza dentro del aula mientras organizaba los
estantes.
—¿Saldrás pronto, Chase?
No me giré.
—En unos minutos.
—¿Algo va mal?
Me obligué a sonreír y lo despedí con un gesto.
—Nah, todo está bien. Que tengas un buen fin de semana.
Bastian asintió.
—Tú también, hombre. Volveremos el martes. Nos encontraremos aquí
como de costumbre y luego nos dirigiremos al Centro de Ciencias.
—Suena bien.
Una vez que Bastian se retiró, volví al proyecto de organización de mi
gabinete. La larga tarde se aproximaba, pero no podía pensar en nada que
valiera la pena. Steph me había dicho esta mañana que esperaba estar
atrapada en el trabajo hasta bien entrada la noche. Algún tipo de mierda de
presupuesto trimestral. Nos dijimos adiós y luego nos separamos por el resto
del día. Sabía que para cuando llegara a casa esta noche, estaría demasiado
cansada para hablar, lo que no sería nada malo porque parecía que todas
las discusiones serias tenían una forma de ir hacia el sur. No me costó
mucho desplazarme para recordar el momento en que todo cambió.
—¿Estás embarazada?
—Sí.
—¿Estás segura?
—Jesús, Chase. Sí, estoy segura.
—Está bien, entonces nos casaremos.
No fue en absoluto como me imaginé que irían las cosas cuando le
propuse matrimonio a Stephanie. En realidad, nunca se me ocurrió un plan
sólido sobre cómo iba a suceder el gran evento, pero debería haber sido un 102
poco mejor que soltar mis intenciones en el futón con mi polla gastada
colgando de mis pantalones.
Stephanie me había mirado por un largo momento antes de asentir con
aire ausente y luego se bajó de mi regazo para ir a buscar su camisa. Luego
corrió al baño y vomitó.
Cerré el armario de suministros y pasé mi mano por la superficie lisa
de metal. Érase una vez que rebosaba de encanto insincero. Sabía cómo
decir las palabras correctas para entrar en cualquier par de bragas que
quisiera. Pero estaba muy lejos del chico que sacaría a una chica dispuesta
de una fiesta universitaria y empujaría su boca hacia mi pene sin importarle
un comino quién era.
Maldita sea, era un imbécil.
Esos días terminaron en el momento en que puse mis manos en
Stephanie. Ella era la única chica para mí. Entonces, ¿por qué diablos era
tan difícil para nosotros entrar en las páginas de nuestro felices para
siempre?
Tal vez no quiere.
Un pensamiento horrible. Un pensamiento aterrador. El tipo de
pensamiento que me hacía recordar que había mierda que un tipo podía
tragar si quería adormecer una oleada de angustia mental. Habían pasado
años desde que había sido tentado por las drogas que controlaron mi vida
por un tiempo. Ni siquiera estaba tentado ahora. Incluso la idea me dio
mareos. Antes, cuando aún me sentía abrumado por la lucha entre la
compulsión y la conciencia, un consejero de rehabilitación me había dicho
que tenía una personalidad adictiva, que mis batallas internas siempre se
librarían con más intensidad. Hasta ahora había ganado. Planeaba seguir
haciéndolo.
En algún lugar de un pasillo distante de la biblioteca, un niño se rio.
Tomé una respiración profunda para desterrar la sensación de tristeza y
fatalidad que amenazaba con estallar. Andar en un aula vacía era la manera
más deprimente en la que podía pensar para pasar el tiempo, así que cerré
los armarios y salí corriendo de allí.
La biblioteca estaba bastante abarrotada para un viernes por la tarde,
pero eso podría ser porque era un lugar relajante para recibir aire
acondicionado gratis en el medio de la sofocante ciudad. Cuando doblé una
esquina, pude ver al hombre sin hogar que había visto varias veces en el
frente. Se sentó en silencio en un banco de la esquina y hojeó
cuidadosamente un gran libro con brillantes fotografías del espacio exterior.
Tal vez sintió el peso de mi mirada porque levantó la vista y un destello
de preocupación cruzó su rostro. Probablemente estaba acostumbrado a ser
expulsado de los lugares que merodeaba. No necesitaba preocuparse, no por
mí, de todos modos. Nunca privaría a un hombre de un lugar cómodo para
sentarse y leer. Le di un breve asentimiento de reconocimiento y luego seguí 103
caminando.
En el instante en que me abrí paso por las puertas de vidrio, sentí el
calor en mi piel. Lo único que podría ser más penoso que el verano en
Phoenix sería el verano en el desierto periférico donde nunca había
suficiente sombra, nunca había suficiente agua. Lo sabía todo al respecto.
Al igual que cualquiera que haya pasado una tarde de julio en Emblem.
“Si el infierno tiene un bolsillo trasero, entonces ese lugar sería Emblem”.
Leí esa línea hace años. Estaba impresa en un libro de historia de la
escuela, una cita directa de alguna infeliz mujer del este que había seguido
a su marido mercante al oeste de la capital territorial cien años antes. Si
todavía estuviera allí para echar un vistazo a la guarida de Benton Gentry,
entonces probablemente recordaría que las palabras aún se aplicaban.
Mientras me dirigía al estacionamiento, miré el horizonte de la ciudad
y divisé el edificio donde Stephanie trabajaba. Brevemente sopesé la idea de
ir allí espontáneamente. Podría tomarla en mis brazos y llevarla por la
puerta como esa vieja película de Richard Gere.
Pero luego recordé cómo se había frotado los ojos esta mañana y había
mencionado su ocupado día. Probablemente no quería que la llevaran a la
puerta mientras usaba mi sombrero como la pareja de la película. Eso iría
probablemente igual de bien. Especialmente porque ni siquiera llevaba un
maldito sombrero.
El tráfico aún era ligero en la autopista que serpenteaba al este de
Phoenix. En unas pocas horas, toda el área metropolitana se iría a su casa
en anticipación al largo fin de semana. No me emocionaba estar solo en mi
departamento toda la tarde, así que pensé en alternativas. Cord estaría
trabajando en la tienda, pero tenía las manos ocupadas con Deck
desaparecido y probablemente no estaba disponible para darle a la lengua.
En cuanto a Creed, solía pasar sus tardes en el gimnasio o abrazar su
guitarra, así que no quería molestarlo.
Pero había una puerta a la que siempre podía llamar y contar con un
saludo feliz. Quince minutos más tarde, me paré allí y di una serie de
pequeños golpes sobre la madera gruesa. Una G cursiva de hierro forjado
colgaba justo en el centro. Cuando una sombra oscureció la mirilla, saludé.
—¡Chase! —Saylor abrió la puerta de par en par y tendió sus brazos.
Devolví el abrazo. Saylor McCann Gentry era más que la esposa de mi
hermano. Era mi amiga, una de las mejores amigas que alguna vez tuve.
—¡Tío Chase! ¡Tío Chase!
Dos tornados chirriantes, uno rubio y uno moreno, llegaron corriendo
por el pasillo y chocaron con mis piernas. Levanté a cada una de las chicas
en un brazo y sentí sus brazos alrededor de mi cuello.
—Ah, mis dos sobrinas favoritas. ¿Chicas, están dándoles guerra a sus
viejos padres? 104
—Esa es una mala palabra —reprendió Cami con el ceño fruncido.
—Tu rostro araña —se quejó Cassie mientras me tocaba la mejilla.
Las bajé al piso.
—Lo siento, nenas. El tío Chase se olvidó de afeitarse hoy.
Cassie asintió con indulgencia.
—Está bien.
Cami tiró de mi brazo.
—Ven a ver mi habitación.
Cassie tiró de mi otro brazo.
—¡Sí, vamos!
—Esperen, chicas. —Saylor rio—. Dejen que el tío Chase cruce la
puerta.
Cami miró a mi alrededor.
—Él ha cruzado la puerta.
—Ya pasé por la puerta —estuve de acuerdo y les guiñé un ojo a las
chicas, permitiéndoles llevarme por el pasillo hasta el dormitorio que parecía
el vientre de una máquina de algodón de azúcar. Una vez llegué, seguí todo
tipo de órdenes.
—Siéntate aquí, tío Chase.
—¡No, siéntate aquí, tío Chase!
—Sostén a la señorita Happy, tío Chase.
—Necesitas una varita mágica, tío Chase.
—Tío Chase, estás sujetando a la señorita Happy demasiado fuerte.
Saylor se paró en la puerta y se aclaró la garganta.
—Avísame cuando necesites un descanso, tío Chase.
Las chicas desataron un torrente de charla exuberante y procedieron a
mostrarme cada objeto en su habitación. Tenían toda mi atención y eran
tan malditamente lindas que me mataron. Las amaba como loco. La primera
vez que las vi en la habitación de hospital de Saylor, horas después que
nacieran, fue surrealista. Aquí estaban estas niñas preciosas, personas
nuevas donde antes no hubo gente. Un concepto tan básico, y sin embargo
tan sorprendente.
Con cuidado coloqué el erizo de peluche de Cassie y me incliné hacia
delante.
—Oigan chicas, tengo que ir a hablar con su mamá por unos minutos,
¿de acuerdo?
Cami hizo una mueca. 105
—No te vayas.
Me puse de pie y les di unas palmaditas en la cabeza.
—Vuelvo enseguida. Lo prometo.
Saylor estaba en la cocina, frunciendo el ceño sobre una pila de papeles
con un bolígrafo colgando de su boca.
—Edición —explicó, dejando caer el bolígrafo—. Se supone que debo
lanzar el maldito libro en dos semanas y parece que algo no está
funcionando.
Me hundí en una silla.
—¿Quieres una segunda opinión?
Al instante lució esperanzada.
—Si crees que tienes tiempo. —Había editado varios de sus libros antes.
Era una escritora talentosa.
—Tengo tiempo. Envíame un correo electrónico con el borrador.
Saylor sonrió y luego comenzó a llenar una tetera de hierro fundido con
agua.
—Estoy disfrutando del té caliente últimamente. ¿Quieres un poco?
—¿Té caliente? Hay cerca de cincuenta y ocho grados fuera, Say.
—Bueno, no estamos fuera.
—Buen punto. Claro, tomaré una taza.
Saylor colocó el hervidor en la estufa y giró el dial. Agarró algo que
parecía frambuesas arrugadas mezcladas con hierba seca en un recipiente,
colocó un par de tazas de cerámica verde y luego se unió a mí en la mesa.
—Entonces —dijo con voz neutra—, ¿qué te está molestando,
hermanito?
Sentí una sonrisa cruzar mi rostro. Los muchachos siempre me habían
tomado el pelo sobre el hecho que fui el último en ser sacado del vientre de
mi madre la noche en que nacimos. Júnior. Hermanito. Las palabras
siempre se decían con cariño. Me gustaba escucharlas de ella.
—Nada que no pueda curarse con unos días sentado junto a la piscina
comiendo hamburguesas y viendo fuegos artificiales.
Saylor no se dejó engañar por mi tono fácil. Tamborileó con los dedos
sobre la mesa y enarcó las cejas.
—¿Cómo está Steph? —preguntó deliberadamente.
—Embarazada.
Su boca se abrió.
—¿Qué? Cord no me dijo nada. 106
—Cord no lo sabe.
Me miró desconcertada.
—No entiendo.
—Bueno, Saylor, cuando un hombre y una mujer se juntan de forma
privada...
—Chase. —Entrecerró los ojos—. En serio.
—Estoy hablando en serio. Cuando un hombre y una mujer se juntan
sucede algo hermoso que puede dar como resultado la creación de una
nueva vida.
—Suéltalo. —Saylor hizo una bola con una servilleta cercana y me la
arrojó.
—Está bien, pero si alguna vez necesitas más detalles, recuerda que
tengo mis credenciales completas de enseñanza del estado de Arizona.
—Si mal no recuerdo, esas credenciales te dan derecho a enseñar
historia.
—Y si la gente no siguiera procreando, entonces no habría ninguna
historia que contar, ¿o sí?
Saylor de repente me dio una sonrisa y dijo riendo:
—¡Esto es emocionante! ¡No puedo creerlo!
—¿Pensabas que Cordero era el único hermano Gentry que poseía
esperma? Me siento insultado.
—Basta de chistes creativos, Junior. Simplemente no sabía que ustedes
estaban buscando unirse al equipo miniván.
Cuando me quedé en silencio, Saylor se mordió el labio y ladeó la
cabeza hacia un lado.
—Oh —dijo en voz baja—. Fue una sorpresa, ¿eh?
—Solo un pequeño rayo eléctrico para mi sistema nervioso central —
admití—. No debería haber sucedido. No fuimos cuidadosos y sé de dónde
vienen los bebés. Sin embargo, de alguna manera las noticias lograron
impresionarme.
—Mmm, conozco la sensación —dijo Saylor con un movimiento de
cabeza. Un chillido de niña estalló en el pasillo—. ¿Qué está pasando allí?
—gritó.
—¡Nada! —contestaron dos dulces voces.
—Pequeñas niñitas precoces —observé.
—Lo son.
—Lo tomaron de su devoto tío.
—Lo hicieron. 107
La tetera comenzó a silbar. Saylor se levantó de un salto y vertió con
cuidado el agua caliente en el recipiente en el que había depositado las
fragantes hojas antes de sentarse.
—Solo necesita asentarse por unos minutos —explicó, volviendo a la
mesa—. ¿Y? —insistió, empujándome con un codo.
—¿Qué?
—¿Estás contento con el bebé? ¿Lo está Stephanie? ¿Se van a casar?
¿Todavía te vas a mudar a ese apartamento en Phoenix?
—No lo sé.
Saylor se inclinó hacia atrás y me evaluó durante un largo y silencioso
momento.
—¿Qué no sabes, Chase?
—Por supuesto que quiero al bebé. Por supuesto que quiero casarme
con Stephanie.
Sonrió.
—No suenas inseguro.
—No lo estoy. Ella podría estarlo.
Saylor perdió su sonrisa.
—No. ¿Lo dijo?
—No exactamente. Me dijo que estaba embarazada. Lancé una
propuesta de matrimonio que pudo haber parecido algo así como por
obligación. De todos modos, no estaba entre los diez mejores momentos más
románticos en nuestra relación.
—¿Dijo que sí?
—Asintió. Luego vomitó. ¿Eso cuenta?
Saylor hizo una mueca.
—No suena ideal.
—Sabes —medité—, lo he pensado miles de veces, cómo se lo
propondría a Stephanie. De alguna manera, me estaba imaginando un gesto
ligeramente más grandioso. Velas en un tejado, caminata por la ladera de la
montaña, palabras en un concierto frente a cincuenta mil personas que
nunca volveremos a ver. Un indiferente "Hola, te preñé, así que vamos a
casarnos” probablemente no sea de lo que están hechos los sueños de una
chica.
—¿Quién lo dice?
—Yo.
Saylor suspiró. Se levantó, sirvió el té en dos tazas y las colocó sobre la
mesa.
108
—Chasyn —dijo con seriedad—. Voy a contarte un secreto. La vida real
no es una serie perpetua de grandes gestos. Es desordenada. Y a menudo
desigual. Pero al final del día, son los momentos accidentales e imperfectos
los que se destacarán. Está el toparte inesperadamente con el chico que
alguna vez odiaste y, en cambio, encontrarte a un buen hombre ahí parado.
Y luego, una fracción de segundo más tarde o así, parece que lo estás
observando abrazar a las hijas recién nacidas que crearon juntos, pero te
das cuenta de que ninguno de ustedes sabe qué diablos está haciendo, pero
no importa ni un poquito porque todo es exactamente como debería ser. —
Tomó mi brazo y apretó—. Los mejores momentos nunca son planeados.
En un instante, mi vida con Stephanie pasó por mi mente. Desde el
primer beso en Las Vegas hasta la sala de estar comiendo comida china y
mirando béisbol. Innumerables momentos que se fusionaban y que hacían
que un día valiera la pena.
—¿Ves? —Sonrió, como si supiera exactamente lo que acaba de pasar
por mi cabeza.
—Es desalentador cuando actúas como psíquica.
Saylor tomó un sorbo de su té, mirándome. Dejó la taza.
—Hace mucho tiempo te pregunté si creías que Stephanie valía todos
los altibajos. Nunca vacilaste. Me dijiste que valía todo.
No dudé.
—Todavía lo vale.
—Dile eso, Chase. Eso es todo lo que necesitas hacer. No puedo decir
que tengo la respuesta a todas las preguntas cuando se trata de amor y no
sé lo que está pasando por la mente de Stephanie en este momento. Pero sé
muy bien que esa chica te ama.
No podría ocultarlo. Cada emoción llegó a través de mi voz.
—El sentimiento es mutuo. Haría cualquier cosa por ella.
—Chase. —Saylor se inclinó sobre la mesa y me apretó el brazo—. Solo
díselo. No necesitas ser grandioso. Solo real.
Mientras pensaba en eso, las Gentry más pequeñas entraron corriendo
a la cocina y me regañaron por tardar demasiado en regresar.
Obedientemente, seguí a las chicas a su habitación y me siguieron
enseñando cada una de sus posesiones.
Antes de salir, Saylor me instó a pasar por Scratch y saludar a Cord.
Como Stephanie no estaría en casa por horas y aún no podía encontrar una
razón para entusiasmarme por pasar el rato en el sofá viendo televisión
durante el día, acepté. Mi mente aún galopaba como loca. De todos modos,
tenía un ansia repentina de compañía masculina. Saylor era una parte
querida de mi familia y estaba agradecido por su amistad y sabiduría. Pero
cada vez que la vida arrojaba una bola curva repentina en mi dirección,
había una cosa que necesitaba para volver a poner mi cabeza en línea recta. 109
Dos cosas en realidad.
Necesitaba a mis hermanos
13
Ni diez minutos después que Creed saliera por la puerta de la tienda,
oí la voz de Chase en el vestíbulo. Iba a tener que esperar, porque estaba
ocupado entintando un corazón de globo cursi que tenía el nombre de Ryan
en el centro. La chica que lo portaba no tenía más de veinte. Había entrado
aquí con la muestra de un corazón roto escrito en todo su rosto,
preguntándome si había algo que pudiera hacer para transformar la tinta
de su hombro en otra cosa.
—Claro —dije suavemente, guardándome la observación que este idiota
de Ryan debió haberla jodido de alguna manera.
—Dios, odio a los hombres —se enfureció la chica, frunciendo el ceño
hacia el techo. Luego pareció pensar que me sentiría insultado, por lo que 110
lo arregló—. No me refería a ti. Pareces bueno.
Solo asentí y me puse a trabajar, coloreé el corazón de negro para que
el nombre no fuera visible y lo rodeé con enredaderas espinosas, lo que me
pareció apropiado.
En el fondo escuché a Chase bromeando con Aspen. Le preguntaba con
toda seriedad si ella pensaba que se vería bien con cabello azul. Ella le dijo
que magenta era más su estilo.
No tardé mucho en terminar el corazón negro. La chica pareció
complacida por el diseño, pero luego trató de ponerse un poco demasiado
cómoda conmigo, así que la llevé al frente y le pedí a Aspen que se ocupara
del aspecto financiero de las cosas. Me sorprendí un poco cuando Chase
saltó de su silla y me agarró en un abrazo de oso.
—¿Qué pasa, hombre? —pregunté, dándole una palmada en la espalda.
—Adoro a este tipo —Chase anunció a la habitación, me estrujó y meció
de un lado a otro.
—Está bien, está bien. —Lo rechace, pero sonreí por completo,
agradecido que la tontería espontánea de mi hermano fuera y estuviera
siempre intacta.
—Te perdiste al monstruo —le dije a Chase mientras nos dirigíamos
hacia la oficina administrativa.
—¿Creed estaba aquí?
—Sí, almorzamos. Te hubiera avisado, pero no sabía que estarías en
este lado de la ciudad.
Chase se sentó y apoyó los pies sobre mi escritorio mientras le daba un
resumen rápido de todas las noticias relacionadas con Creedence. Loca
cuñada huyendo. Sobrino pequeño arrojado en medio de esto. Parecía algo
salido de una película y lo había escuchado con incredulidad mientras Creed
daba tensos detalles. Sin embargo, Chase parecía tomarlo todo con calma.
Escuchó atentamente y luego dejó escapar un silbido bajo.
—Así que supongo que Creed no es el único con noticias.
—¿Qué significa eso?
—Significa que también tengo noticias.
Esperé. Chase entrelazó las manos detrás de la cabeza y miró hacia el
techo con satisfacción.
—¿Vas a dar detalles? —pregunté.
—Espera, estoy disfrutando de este nuevo lado críptico de mi
personalidad.
—Bueno, avísame cuando hayas terminado. Mientras tanto, voy a
ingresar los recibos de la semana.
111
Chase se apartó del escritorio y apoyó los codos en las rodillas.
—Steph está embarazada.
Me sentí sonriendo.
—Oh, ¿sí?
—Sí.
—Bueno, hermano, ¡felicidades!
Me dio una pequeña sonrisa, pero luego se desvaneció lentamente de
su rostro.
—Gracias.
—No te cortes con todo ese entusiasmo.
—No es mi propio entusiasmo por el que estoy agonizando.
Algo andaba mal. Sabía que casarse con Stephanie y formar una familia
era el sueño de Chase. Como Chase nunca fue alguien que ocultara su
exuberancia, tenía que haber una razón por la cual no estaba saltando de
arriba abajo. Dado que planeaban mudarse a un departamento de Phoenix
en dos semanas y no habían insinuado que las campanas de boda se
acercaban, pensé que el embarazo no era planeado. Pensé en la madrugada
de hace cuatro años, cuando Saylor me sacó de un sueño profundo para
anunciar con alegría que íbamos a ser padres. Me quedé mirando la prueba
de embarazo sintiendo una mezcla caótica de orgullo, terror y amor. A veces,
incluso ahora, todavía estaba asombrado por mi buena fortuna, abrumado
por el hecho de que, de todos los buenos hombres en la tierra, Saylor
McCann me había elegido.
Después de un momento Chase suspiró. Con palabras vacilantes que
parecían herirlo cuando salieron, confesó que él y Steph simplemente no se
estaban conectando últimamente. Ella había querido ir a la escuela de leyes,
pero ahora, con un bebé en camino, temía que pensara que había perdido
la oportunidad. Ella ya ni siquiera quería hablar de eso. Stephanie, como
todos nosotros, también tenía algo de equipaje. El suyo tenía la forma de un
padre mujeriego y una historia de ver a los hombres en su peor momento.
Tal vez temía lo que el matrimonio y los hijos harían con su relación con
Chase. Fuera lo que fuera lo que estaba pasando, Chase parecía reacio a
forzar una confrontación. Le dolió escuchar que admitía en silencio que
tenía miedo a la verdad. Temiendo que, tal vez, la chica que amaba no
quisiera las mismas cosas que él.
—Mira —dije—. Ustedes están retrasados en una conversación sincera.
Así que deja de bailar sobre el tema, siéntala y lánzala. Ustedes se aman. Se
pertenecen, y no te engañaré sobre eso. Todo lo demás puede resolverse,
Chase. Dile cómo te sientes con ella y escucha lo que dice. No necesita ser
un gran evento. Solo tienes que ser honesto.
—Una serie perpetua de grandes gestos —murmuró, frotándose la
parte posterior de su cuello. 112
—¿Qué?
Chase me miró.
—Pasé por tu casa hoy y hablé con Saylor.
—¿Qué te dijo?
—Que la vida no se puede medir como una serie de grandes gestos.
Solo necesitas dejar que los momentos se desarrollen. Y luego atesorarlos
cuando lo hagan.
—Buen consejo.
—Brillante.
—Así que tómalo.
—Planeo hacerlo. ¿Puedo tener esa bolsa de papas en tu escritorio?
Chase solo estuvo por otros veinte minutos más o menos. Quería llegar
a casa y limpiar el apartamento antes que Stephanie llegara allí. Todavía
parecía un poco distraído cuando se fue de Scratch. Mientras lo veía alejarse,
silenciosamente aseguré a mi hermano que todo estaría bien. Podría ser. Él
y Stephanie estarían bien. Simplemente lo sabía.
Como el tránsito peatonal había sido ligero todo el día, tomé la decisión
espontánea de cerrar la tienda temprano. Aspen y Brick prácticamente
salieron corriendo por la puerta en el momento en que las palabras salieron
de mi boca.
Debido a que era un fin de semana largo y a que había estado
descuidando a todas mis chicas últimamente, había decidido mantener el
lugar cerrado hasta el martes. Mientras colgaba el cartel en la puerta
comencé a sentirme ansioso por tener tres días libres. De camino a casa, me
detuve y compré unas bengalas, porque sabía que a las chicas les
encantaría. Saylor levantaría una ceja, pero me consentiría mientras no
hubiera peligro real y me asegurara de estar justo al lado de las chicas todo
el tiempo.
Antes de irme, también recogí un pequeño ramo de rosas y una botella
de vino barata. Seguramente tenía algunas ideas de seducción, pero, sobre
todo, quería ver la sonrisa de Saylor cuando entrara por la puerta.
—¡Cord! ¡Estás en casa temprano!
—¡Papi!
—¡Papá está en casa!
Sentí sus brazos y recogí sus besos. Cami y Cassie exigieron una
respuesta de inmediato a una fiesta de té muy importante que estaban
organizando en su habitación y Saylor se iluminó cuando vio las flores.
Cuando las chicas corrieron por el pasillo, tiré de mi esposa hacia mí,
deslizando mis brazos alrededor de su cintura y mi lengua en su boca. 113
Respondió ansiosamente, presionando su cuerpo cerca y emitiendo un
pequeño gemido que puso todos mis sentidos en marcha. Ella se sentía tan
bien. Siempre se sintió bien.
—¡Hora de la fiesta! —llamó Cami.
Retrocedí un poco.
—Hora de la fiesta —dije con cierto pesar.
Saylor envolvió sus brazos alrededor de mis hombros.
—Bueno, señor Gentry, permítame invitarlo a una fiesta privada que
celebraré más tarde esta noche.
—Oh ¿sí? ¿Qué tipo de festividades está planeando la anfitriona?
—Lo que sea que fantasees, ya que eres el invitado de honor.
Pasé mi dedo por su mejilla y sobre sus labios.
—En caso de que no lo diga lo suficiente, te amo, cariño.
—Lo dices mucho. Y yo también te amo.
—¡Mami! ¡Papi! ¿Dónde están?
—Vamos, cariño —dijo Saylor, y luego dejó escapar un pequeño chillido
cuando la levanté y la llevé con estilo a la mejor fiesta del té que dos niñas
planearon.
Después de la cena, bañamos a las chicas y las preparamos para ir a
la cama. No tenía más grandes historias de caballeros surgiendo de mi
cerebro en este momento, así que las chicas se contentaron con escucharme
leer una historia sobre tres jóvenes cachorros de oso que vagaron por el
desierto, perdidos y asustados, logrando sobrevivir con sus propios ingenios
hasta que llegó el día en que se miraron unos a otros y se dieron cuenta que
eran osos adultos.
Estuvieron dormidas antes de terminar la historia, pero terminé de
leerla de todos modos. Tenía un final feliz, como deberían hacerlo las
historias de todos los niños.
Saylor me había prometido un espectáculo retorcido y podría haber
hecho un uso creativo de su cuerpo de una docena de maneras diferentes.
Pero todo lo que quería era acostarla y deslizarme tiernamente dentro de
ella. Tan pronto como la sentí terminar, la seguí, enterrándome
profundamente y quedándome quieto hasta que cada gota se liberó dentro
de ella. Y a pesar de que le había dicho que la amaba varias veces hoy, lo
volví a decir y le acaricié el cabello mientras se quedaba dormida en mis
brazos. Estaba feliz de unirme a ella.
Hay algo horrible sobre un teléfono que suena en el medio de la noche.
Alguna parte de tu mente reprimida se desvanece, apoderándose de tu yo
dormido y gritando con alarma. Incluso antes de abrir los ojos, realiza un
inventario mental de todas las personas que son valiosas para ti y, con alivio, 114
te das cuenta de que tu esposa está a tu lado y que tus bebés duermen en
al otro lado del pasillo. Mientras te sientas en la oscuridad, los números
rojos te advierten que son las tres de la mañana.
Nada bueno sucede a las tres de la mañana. En pánico, empiezas a
pensar en nombres.
Chase.
Creed.
Deck.
Cuando alcanzas el teléfono zumbando, tu corazón late con fuerza, ni
siquiera ves la identificación de la persona que llama al tocar la pantalla y
acercas el teléfono a la oreja, porque necesitas saber exactamente si ahora
le ha pasado algo a alguien que amas.
—¿Hola?
—Cordero. —La otra voz era triste, vagamente reconocible—. Soy Gaps.
Oficial Driscoll. Tenía tu número de teléfono a mano así que pensé en
llamarte primero.
Emblem.
Las noticias tenían algo que ver con alguien en Emblem.
—Gaps. —Estaba completamente despierto. Mi corazón era un gong
que golpeaba—. ¿Qué pasó?
—Mierda, lo siento, Cord. No es correcto tener que decírtelo así, pero
es tu madre. Maggie está muerta.
115
14
La había escuchado la primera vez que lo dijo, pero, aun así, necesitaba
escucharlo de nuevo. De algún modo, había estado esperando esta noticia
antes de cruzar la puerta esta tarde, sabía lo que iba a suceder cuando me
senté en la mesa frente a mi hermano en el grasiento restaurante y le hablé
sobre los eventos de los pasados días. Si Truly también lo había sabido todo
el tiempo, ahora no había modo de esconderlo.
—Repítelo de nuevo —dije suavemente, tomando la temblorosa mano
de mi esposa.
—Se ha ido —repitió Truly con tono apagado, las lágrimas saliendo
libremente. Una se quedó en su mejilla derecha y se la limpié
cariñosamente. El bebé Jacob dormía pacíficamente en sus brazos, libre del 116
conocimiento que su madre lo había abandonado. Algún día lo sabría. Algún
día le haría daño.
Truly se había calmado cuando comenzó a contar la historia por
segunda vez. Alrededor de una hora después que me fuese a comer con
Cord, Mia había regresado. Tomó al bebé, lo besó suavemente y se lo devolvió
a Truly.
—Me preguntó si la quería. Le dije que por supuesto que sí. Me
preguntó si quería a Jacob. Le dije que era una pregunta estúpida y que
adoraba a Jacob. Sonrió y dijo: “Yo también te quiero, Tallulah Lee. Cuando
éramos niñas fuiste más una madre para mí de lo que nunca lo fue la nuestra.
Tuve suerte de tenerte. Y ahora Jacob tiene la misma suerte. Creo que supe
el día que lo di a luz que te lo entregaría”. En ese momento comenzó a
asustarme muchísimo porque no sabía qué estaba pensando hacer. El otro
día me pidió algo de dinero, quinientos dólares, y se lo di. Siento no haberte
dicho eso, Creed.
—Shh, está bien —aseguré, frunciendo el ceño. En realidad, ¿qué
diferencia hacía ahora el dinero?
—Bueno, aparentemente tomó ese dinero y fue a ver a un abogado. Hizo
que preparase el papeleo para rechazar sus derechos paternales y darnos la
custodia completa de Jacob.
Truly me entregó un sobre grueso. Estaba lleno de papeles que tenían
montones de párrafos con letra pequeña. Al final estaban las firmas y los
sellos del notario.
—¿Qué es esto? —pregunté, sosteniendo un simple sobre blanco que
había caído del grande. Estaba sellado y ponía simplemente “Jacob”.
—Una carta. Mia se la escribió a Jacob. Dijo que yo era libre de leerla
si quería, pero no lo he hecho.
Con cuidado volví a poner todos los elementos dentro del sobre. Doblé
la solapa y lancé todo a la mesa de café. Cuando las cosas se calmasen,
tendría que encontrar a un abogado que me dijese si esto era completamente
legal. Pero por ahora, Meridian Lee había firmado por su hijo,
silenciosamente empacó sus pertenencias y se marchó, ignorando las
súplicas llenas de lágrimas de su hermana.
—¿Creedence? —susurró Truly. Miré la angustia en sus ojos. Ya sabía
lo que iba a decir, pero todavía era importante que escuchase las palabras.
Rodeé los hombros de mi esposa con el brazo y puse la otra mano sobre
la cabeza de Jacob. Se agitó y sonrió en su sueño.
—Nosotros lo criaremos —afirmé con certeza—. Lo querremos y lo
atesoraremos como a cualquier hijo nuestro. —Sentí el ligero toque de su
cabello en la palma de mi mano—. Porque ahora mismo es nuestro pequeño.
117
Truly cerró los ojos por un instante. Muchas más lágrimas se
escaparon. Todavía había cosas que necesitaban establecerse. Pero era
bastante obvio que Mia no iba a volver. Era obvio que este había sido su
plan desde el principio. No podía odiarla por ello. Al menos reconocía que
era incapaz de ocuparse del niño y lo llevó con gente que lo haría. Eso era
amucho más de lo que mi madre hizo jamás por mí.
Truly volvió a abrir los ojos.
—Creedence Gentry, a pesar de tus periódicos estados de ánimo
malhumorados, eres el hombre más cariñoso. El mejor que he llegado a
conocer.
Jacob empujó su puño en el aire, abrió la boca en un gran bostezo y
luego estuvo completamente despierto. Truly lo colocó sobre su hombro. Sus
oscuros rizos saliendo en todas direcciones de su cabeza y su rostro todavía
sonrojado por el sueño. Pestañeó hacia Truly y luego hacia mí antes de
estallar en una sonrisa desdentada.
—Hola, dulzura —murmuró Truly y besó su pequeña mejilla
regordeta—. ¿Cómo está nuestro chico?
Nuestro chico.
Sí, lo era. Y de repente todas las dudas que alguna vez había albergado
sobre si sería un buen padre, simplemente se evaporaron. Miré a ese dulce
bebé en los brazos de mi mujer y mi normalmente molesto corazón se
derritió y amenazó con salirse del pecho. Si fuese la clase de tipo de llorar,
puede que hubiese derramado algunas lágrimas.
Extendí los brazos y Jacob se lanzó en mi dirección. Truly me permitió
tomarlo. Lo sostuve en mi regazo, sujetando su cuerpo ya que era demasiado
tambaleante para sentarse por sí solo. Con mi mano cubrí su pequeña
espalda y un hilo de baba se le escapó de los labios mientras me miraba con
expectación. Nunca había entendido qué significaba sentirse vulnerable en
compañía de alguien tan indefenso hasta que sostuve a mis sobrinas por
primera vez. Ahora lo estaba sintiendo de nuevo mientras sostenía a mi hijo.
—Jacob Gentry —dije en voz alta. No importaba que todavía hubiese
papeleo y mierda con abogados por hacer antes que fuese su nombre legal.
Ahora mismo es quien era.
Jacob pateó las piernas y dejó salir una gran sonrisa de felicidad.
Truly apoyó la cabeza en mi hombro y tocó su rostro.
—Jacob Gentry —aseguró.
El bebé se rio de nuevo y nosotros nos reímos con él. Aunque alguien
que supiese más sobre bebés que yo probablemente insistiría en que no
tenía ni idea de qué significaban esas palabras, y que no podía entender la
significancia del momento, cuando miré su rostro emocionado supe que eso
era una tontería. Él entendía que era feliz y que estaba rodeado de gente que
lo amaría. Eso era todo. 118
—Jacob Gentry —dijimos juntos, y él echó la cabeza hacia atrás y gritó
de alegría.
—Escucha, pequeño —dije—. Me esforzaré cada día para ser el padre
que necesitas. Puedes contar con ello.
Jacob parecía estar prestando mucha atención. Tenía una mirada en
su rostro que era remarcablemente seria para un bebé de cuatro meses.
Con cuidado lo acuné en mi pecho, al lado de mi corazón.
—En cuanto seas lo suficientemente mayor —le prometí—, voy a
enseñarte a tocar la guitarra.
Los tres permanecimos sentados en el sofá durante mucho tiempo, solo
disfrutando la nueva sensación de estar juntos. Luego Truly anunció que
iba a preparar algo especial para la cena y comenzó a revolotear por la
cocina. Yo encendí la televisión, cambié de canal hasta que encontré un
partido de baloncesto y luego moví a Jacob al hueco de mi brazo, así podía
enfrentar la televisión, no es que pareciese especialmente interesado. Tiraba
del vello de mis brazos y despreocupadamente intentaba morderme la
camiseta.
En un momento dado, una tela brillante me llamó la atención y levanté
la mirada para ver a Truly echando un vistazo desde la pared que separaba
la sala con la cocina. Tenía la mano en los labios.
—¿Qué está mal? —pregunté.
Negó.
—Truly. —Extendí la mano hacia ella y se acercó lentamente hacia mí.
Tomó mi mano y me besó la palma.
—Somos una familia —dijo ahogadamente.
La senté en el sofá, junto a mí y Jacob. Suavemente le aparté un
mechón de cabello del rostro.
—Siempre hemos sido una familia —le indiqué—. Tú y yo, desde el
principio. —Cambié a Jacob de posición, así estaba sobre mi rodilla—. Solo
que hoy hemos ganado un nuevo miembro muy importante.
—Ella nunca volverá —susurró Truly—. Sé que no lo hará. —Agachó la
cabeza y yo la besé suavemente porque era todo lo que podía hacer.
Entendía que mezclada con la alegría de Truly estaba un profundo e
impenetrable dolor. Ella y sus hermanas habían sido increíblemente
cercanas a lo largo de su infancia, aunque debido a terribles y tumultuosas
circunstancias se habían separado hacía tiempo. Estos días hablaba
frecuentemente con Augusta y Carolina, pero ya no tenían los lazos
especiales de juventud y penurias compartidas. A pesar del hecho que
apenas escuchó de Meridian estos pasados días, su desaparición
permanente ahora había dejado un enorme agujero. Las hermanas Lee 119
estaban oficialmente disueltas. Nunca me preocupó que eso pudiese
ocurrirnos a mis hermanos y a mí. Nunca lo permitiríamos. Estábamos
atrapados los unos con los otros para siempre.
Se me ocurrió que debería tomar el teléfono para contarle a los chicos
que por cosas del destino ahora tenían un sobrino. Pero eso podía esperar
hasta mañana. Este día era todo para nosotros tres.
Cuando Truly sirvió su legendario gumbo3 para cenar, puso a Jacob en
un portabebés sobre la mesa para que pudiera estar con nosotros. Chupaba
ansiosamente su biberón y pateaba sus pies descalzos con una risa cuando
le hacía cosquillas.
—¿Puedo darle un poco? —pregunté, tomando un poco con la cuchara.
—¡Creedence! —siseó Truly—. Absolutamente no. No puedes darle a un
bebé tan pequeño comida sólida y ciertamente no puedes darle gumbo.
Jackie está feliz con su biberón, ¿no es así, cariño?
—Jackie —murmuré, haciendo una mueca—. No le hagas eso al pobre
niño. Tiene un buen nombre fuerte.
3
Es una sopa que se puede encontrar en algunos restaurantes del golfo de México en los
Estados Unidos. Es muy popular en Luisiana entre los criollos, en el sudeste de Texas, el
sur de Misisipi y el Lowcountry de Carolina del Sur, Charleston (Carolina del Sur) y
Brunswick (Georgia).
—Es un bebé. Creo que Jackie suena bien.
—Supongo, si es una mascota o algo así.
—Déjalo. —Truly se rio.
Le hice un guiño a Jacob y volví con mi comida. Después, limpié todos
los platos mientras Truly limpiaba al bebé. Podía escucharla en el baño,
murmurando felizmente mientras lo bañaba en una pequeña cosa portátil
para la bañera que había comprado el otro día. Sonreí mientras limpiaba los
cuencos y los escuchaba a los dos. La mayoría de los hombres tenía al
menos unos meses para acostumbrase a la idea de la inminente paternidad.
Pero Jacob estaba aquí y yo estaba preparado para ser lo que él necesitase.
Mientras limpiaba la mesa del comedor, Truly regresó trayendo a un
nuevo Jacob limpio. Él tuvo hipo en su nuevo mono azul y Truly le acarició
la mejilla. Los seguí a la sala de estar donde extendimos una suave manta
de algodón y tumbé a Jacob sobre su estómago. Observar a un bebé jugar
era una gran experiencia. Él estaba fascinado por todo, desde sus dedos a
un perro de peluche que tenía un espejo de plástico en la espalda. Una vez
había escuchado sobre un estudio donde los científicos intentaron imitar
cada movimiento de un bebé. Cayeron rendidos a los veinte minutos.
Cuando Jacob comenzó a dormirse el cielo ya se había oscurecido.
Tomé su pequeño cuerpo caliente y dejé que Truly liderase el camino a la
habitación que había estado compartiendo con su madre. 120
Ya no había rastro de Mia. Debía haberse llevado todo con ella. Jacob
era la única evidencia que había estado aquí.
Vi a Truly lanzando una mirada triste a la cama donde su hermana
había dormido. Brevemente pasó la mano sobre el edredón rosa oscuro como
si fuese una despedida final.
Colocamos juntos a Jacob en la cuna y Truly encendió la pequeña caja
que tocaba suaves canciones de cuna. El bebé respiraba profunda y
rítmicamente, el suave sueño de un inocente.
—Mañana le conseguiremos una cuna mejor —le prometí a Truly
mientras nos marchábamos de la habitación. La cuna en la que había estado
durmiendo era pequeña y portátil. No era para largo plazo. Jacob merecía
algo que fuese permanente.
Truly me rodeó la cintura con los brazos y apoyó la mejilla en mi pecho.
—Menudo día. —Suspiró.
—Uno para recordar —coincidí, acariciándole el cabello y haciéndome
sumamente consciente del hecho que su cuerpo estaba presionado contra
el mío.
Lo sintió. Ahuecó una mano hacia abajo.
—Te prometí una vista de la condicional, ¿no es así?
Ya estaba. Iba a ser follada. El tiempo dulce y cariñoso había acabado.
Me bajé los pantalones.
—Se ha terminado.
Nos movimos el uno al otro hacia atrás, hacia delante, de lado, con
Truly advirtiéndome muchas veces que mantuviese el ruido bajo. Cuando
ambos estuvimos satisfechos, apagué la luz y la tomé en mis brazos donde
se quedó dormida en minutos. Felizmente agotado, estaba contento de
cerrar los ojos y dejar que el dulce sueño también me reclamase.
Lo siguiente que supe fue que un sonido confuso me despertó.
—¿Qué es eso? ¿El bebé llorando?
Truly gimió y se giró.
—Creed el bebé no hace ring cuando llora. Es tu teléfono.
Busqué en la mesilla de noche hasta que encontré la estúpida cosa. Si
era algún imbécil de televentas intentando venderme un crucero a las
Bahamas iba a abrirle un nuevo agujero. Pero una mirada al identificador
de llamadas me despejó por completo. Era muy tarde para estar llamando
por algo agradable. Para cuando me lo llevé a la oreja estaba completamente
despierto.
—Cord. ¿Qué está mal?
121
Mientras escuchaba la voz de mi hermano fui consciente que otras
cosas estaban sucediendo. El bebé realmente comenzó a llorar en la puerta
de al lado. Truly se levantó de la cama, poniéndose una bata mientras iba
hacia él. El reloj de la pared sobre el armario, que apenas había notado
antes, comenzó a sonar tan alto como una bomba.
Hacía mucho tiempo que esperaba la noticia que Cordero me dio. No
debería haberme hecho sentir como si me estuviese hundiendo en el
colchón.
Pero lo hizo.
15
Tomó un poco de esfuerzo, pero tuve el apartamento brillando para el
momento en que la tarde terminó. Steph tendía a ser incluso más
desordenada que yo, así que las cosas a menudo se iban un poco de las
manos para el momento en que uno o el otro se ponía manos a la obra y
entraba en un frenesí de frotar, aspirar y limpiar.
De hecho, realmente no la esperaba en casa todavía. Estaba aspirando
diligentemente el polvo de cada grieta de la sala de estar que podía
encontrar. La mano que tocó mi brazo me hizo chillar como un hada llorona
y saltar casi dos metros en el aire.
—Lo siento. —Sonrió Stephanie, obviamente divertida—. Deberías ver
tu rostro. 122
Apagué la aspiradora.
—Llegas temprano. Había planeado tener ternera esperándote.
—Gracias de todos modos —dijo, soltando su bolso y derrumbándose
en el sofá—. No tengo mucha hambre.
—¿Náuseas matutinas?
Hizo una mueca y dobló sus brazos sobre su estómago, inclinándose
hacia delante.
—No sé por qué lo llaman así. Definitivamente no es exclusivo de la
mañana.
Doblé el cable de la aspiradora y la empujé a una esquina antes de
unirme a ella en el sofá.
—Nena, ¿qué puedo hacer?
Stephanie alzó la cabeza. Su cabello alborotado ocultaba su rostro y
lentamente lo apartó para poder verme claramente.
—Está bien, Chase. Simplemente no tengo hambre.
—No hablo de comida.
Se vio confundida por un segundo y luego pareció comprender que
estaba sumergiéndome en aguas más serias. Suspiró y se recostó en el sofá.
Me incliné con ella. Miramos al techo y escuchamos los ladridos del perro
de nuestro vecino. Finalmente, casi tentativamente, alcanzó mi mano. La
suya era tan pequeña, extrañamente fría. La sostuve en mi palma y la llevé
a mis labios.
—Lo siento —dije—. He sido una imbécil últimamente.
—Tal vez ambos hemos sido imbéciles.
Entrelazó sus dedos con los míos y sonrió vagamente.
—Estás intentando hacerme sentir mejor.
—Estoy intentando hacerte sentir algo.
Dejó de sonreír. Abrió la boca como si fuera a hablar, pero entonces
rápidamente la cerró y alejó la mirada.
—Stephanie. Mírame, maldita sea.
Miró. Stephanie nunca era de las que esquivaban, transmitiendo sus
emociones con un megáfono, pero podía leer a esta chica bastante bien
después de casi cuatro años. Había algo tímido, casi temeroso, en la mirada
que me dirigía.
Por supuesto, la pregunta del millón de dólares era: ¿De qué diablos
estaba asustada?
¿Estaba asustada de lo que fuera a decir? 123
¿O estaba asustada de lo que necesitaba decirme?
A la mierda. Había estado dándole espacio por el tiempo suficiente.
Todo era genial hasta la noche que me dijo que estaba embarazada. O al
menos, eso pensaba. Era el momento de sacarlo, para bien o para mal.
—Stephanie, hemos estado juntos por mucho tiempo. Eres sexy y
exasperante y sensible y complicada. No eres perfecta y tampoco yo. Dios
sabe que cada día no es perfecto, pero de alguna manera, estamos bien
juntos, tú y yo. Y no podría amar a otra mujer de la manera en que te amo.
—Respiré hondo y gentilmente alcancé la punta de su barbilla para que no
tuviera más opción que mirarme a los ojos. Lo que fuera que sintiera
realmente, no sería capaz de esconderlo ahora—. ¿Quieres una vida
conmigo, Stephanie? ¿Quieres a este bebé?
—Chase —susurró, y tragó dolorosamente. Sus ojos se llenaron de
lágrimas—. Eres todo mi mundo. Te amo más que a nada. Te amo tanto que
me asusta a veces. —Cerró los ojos e inhaló profundamente, exhalando con
un estremecimiento—. Por supuesto que quiero una vida contigo. Por
supuesto que quiero tener a tu bebé. Dios, Chase, quiero tener una casa
llena de tus bebés y…
La besé. Sostuve su rostro en mis manos y la besé con pasión e
intensidad. Me acercó más y regresó cada pizca de intensidad hasta que mi
corazón estaba latiendo con fuerza, mi polla dura, y lo que más quería hacer
era sellar la ocasión introduciéndome en ella.
En cambio, rompí el beso. Me retiré y la miré directamente a los ojos.
—¿De qué estás asustada, entonces?
Una lágrima cayó por su mejilla. Sorbió y alejó la mirada.
—¿Puedes incluso imaginarme como la madre de alguien? Quiero decir,
nunca he cuidado de nada, ni siquiera un hámster.
—Steph. —Besé su frente—. Serás una madre maravillosa. Eres
cariñosa y fuerte y cada vez que te miro, estoy asombrado, cariño.
Absolutamente impresionado. No mentiré y diré que esto no va a cambiar
nada porque por supuesto que las cosas cambiarán. Pero nada nunca
alterará el hecho que soy completamente devoto a ti. Si quieres ir a la
escuela de leyes, resolveremos cómo lograrlo. Solo no dudes de nosotros. No
hay nada que no podamos hacer juntos. Realmente lo creo.
—Oh, Chase. —Estaba llorando libremente ahora—. No es que dude de
ti. Y no es que dude de nosotros. Si alguna vez te hice creer que ese era el
caso, lo siento mucho.
No dije nada. Solo la sostuve y esperé a que se calmara lo bastante para
continuar.
—He estado pensando en mi madre —susurró—. Realmente desearía 124
que estuviera aquí. Desearía que hubiera alguien que me dijera cómo hacer
esto. —Se limpió los ojos—. Desearía que hubiera tenido el privilegio de vivir
lo bastante para conocer a su nieto. Duele tanto cuando pienso en lo mucho
que habría amado a este bebé.
Así que era eso. Debería haberlo imaginado. Stephanie adoraba a su
madre. Había muerto de cáncer cuando Steph era una adolescente. Fue el
evento más doloroso de la vida de Stephanie y raramente hablaba de ello.
Se quedó en mis brazos mientras acariciaba su cabello y la dejaba
llorar. Necesitaba eso, un buen llanto. Cuando sus lágrimas finalmente
empezaron a desaparecer y su respiración regresó a la normalidad, alcé su
barbilla de nuevo.
—Estaría muy orgullosa de ti —dije. No tenía que conocer a la madre
de Stephanie para saber que era verdad—. Tan increíblemente orgullosa.
Eso la hizo sonreír un poco.
—Realmente desearía que pudiera haberte conocido. Te habría amado
también.
Abandoné permanentemente la idea de los grandes gestos. Me arrodillé
a los pies de Stephanie y tomé su mano una vez más.
—Podría haber planeado esto mejor —le dije mientras me mirada,
luciendo como un ángel sonrojado. Besé su mano y continué—: Pero alguien
sabio me dijo que los mejores momentos de la vida eran los espontáneos.
Así que simplemente voy a decir las palabras que hay en mi corazón y
esperar tu respuesta. Stephanie Bransky, te amo más de lo que jamás
habría creído posible amar a alguien. ¿Te casarás conmigo?
Apoyó su frente contra la mía.
—Sabes que lo haré, Chasyn Gentry.
Sonreí y aparté su largo cabello.
—No me importaría oírlo una vez más.
Stephanie se deslizó del sofá a mi regazo.
—Sí —susurró—. Absolutamente me casaré contigo.
—¿En cualquier momento?
—En cualquier parte.
—¿Mañana?
Se rio.
—Si quieres. Pero creo que Saylor y Truly tendrán un berrinche si no
planeamos algún tipo de evento. Han estado esperando por esto, ya sabes.
—¿Lo has hecho tú?
—¿Hacer qué? 125
—Esperar.
Alzó una ceja.
—Nunca dudé que sucedería.
Pasé mis manos sobre sus caderas y levanté su falda, reposicionándola
para que estuviera a horcajadas sobre mí. Levantando su camisa
ligeramente, toqué su estómago con gentileza. El sentido de protección que
surgió en mi interior fue feroz. Podría haber movido montañas con él.
—¿Crees que es un niño o una niña?
Presionó su mano sobre la mía.
—Solo espero que no sean trillizos.
Me tensé.
—Podría ser. Apuesto a que mi jugo es muy prolífico.
Steph puso los ojos en blanco, pero siguió sonriendo.
—Lo que sea.
La besé de nuevo.
—No puedo esperar a casarme contigo.
Las náuseas de Stephanie habían disminuido por el momento, así que
hice huevos revueltos acompañados con cereal.
Comió felizmente.
—De alguna manera, esto parece la mejor cena del mundo.
Tragué un bocado de huevos.
—¿Antojos de embarazo?
Juntó los huevos y los cereales en la misma cuchara.
—Tal vez eso puede explicarlo. Oh, Dios mío, eso es bueno.
—¿Vas a estar de humor para decir eso de nuevo más tarde? ¿Tal vez
incluso con más ganas y un poco de respiración laboriosa?
Me dio una mirada traviesa.
—Absolutamente. Debe ser un caso de intensas y primitivas hormonas
porque juro que casi salté sobre ti cuando crucé la puerta y te vi encorvado
sobre la aspiradora.
—La próxima vez no dudes.
Stephanie bajó su cuchara.
—¿Chase?
—¿Sí, nena?
—Realmente te adoro. Siempre lo hago.
Tomé su mano. 126
—Una casa llena de bebés, ¿eh?
Miró de forma conmovedora a mis ojos.
—Cada uno con tu sonrisa.
Simplemente dejamos todos los platos sin ceremonia en el fregadero.
Se acabó lo de un apartamento impoluto. Lo haría mañana o algo. ¿Quién
quiere detenerse y ocuparse de los platos cuando el romance es tan espeso
en el aire?
Stephanie ya se había quitado sus tacones mientras la seguía al
dormitorio.
—Espera —exigí mientras empezaba a desabotonar su camisa.
Se detuvo.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Moví sus manos a los lados—. Mantenlas ahí. Quiero hacer
esto a mi manera. —Empecé a desabotonar su blusa mientras se mantenía
quieta. Deslicé la tela por sus hombros y admiré la vista—. Eres tan hermosa
—dije, oyendo la lujuria en mi voz y preguntándome cuánto tiempo duraría.
Desabroché su sujetador, dejándolo caer, y acuné sus dulces pechos con
mis manos. Se sentían más delicados, más calientes al tacto de lo normal.
—Sé cuidadoso —gimió—. Duelen un poco estos días. Una cosa del
embarazo.
Por alguna razón, la advertencia me puso incluso más locamente duro.
La tumbé gentilmente en la cama, quitándole la falda, seguida por sus
bragas. Ahora podía detectar los ligeros cambios en su cuerpo. Aún era
delgada, pero cuando pasé mi mano sobre su bajo vientre había una
sensación de firmeza e hinchazón en la piel que no había estado ahí antes.
Lo sabía. Conocía cada centímetro de ella.
—Ese eres tú ahí dentro —susurró mientras mi mano permanecía
quieta.
—Somos nosotros —corregí, desplazándome lo suficiente para poder
fácilmente quitarme la camisa y los pantalones. Estaba muriendo por estar
piel contra piel, pero quería disfrutarla un poco más primero. Ligeramente,
cuidadosamente, masajeé sus tiernos pechos—. ¿Demasiado duro? —
pregunté cuando empezó a retorcerse.
—No. —Exhaló, mordiéndose el labio—. Perfecto.
—Así que, ¿cuáles son las reglas? ¿Qué podemos hacer?
Me dio una sonrisa traviesa desde las almohadas.
—Ahora mismo podemos hacer de todo. Técnicamente, de todos modos.
Es solo que las partes de dama pueden sentirse un poco sensibles. 127
Aligeré mi toque.
—No quiero herirte. Dime si es demasiado.
—No podrías herirme.
Masajeé más abajo, sobre su pecho, más allá de su estómago.
Suavemente abrí sus piernas y acaricié sus muslos, mis pulgares haciendo
círculos más y más alto. Stephanie se mordió el labio y echó la cabeza hacia
atrás mientras los músculos de la parte interna de sus muslos empezaban
a flexionarse instintivamente.
Rodé mis pulgares más alto, provocando.
—¿Es bueno, nena?
Dejó escapar un chillido y agarró la almohada bajo su cabeza.
—Sí. —Jadeó.
Deslicé ambos pulgares en su interior con facilidad. Maldición, había
oído sobre estas hormonas de embarazo, pero estaba lista para correrse ya.
Sonreí y me retiré, acariciando su entrada con solo la punta de mis pulgares.
Eso la volvió loca. Alzó sus caderas y cerró sus ojos con fuerza mientras
arqueaba su cuerpo hacia mí desesperadamente.
—Solo fóllame —rogó.
—Maldición, mi dulce prometida tiene una boca sucia.
Me fulminó con la mirada.
—Te daré una jodidamente sucia boca.
Esto era divertido.
—No sé, Steph, tal vez deberíamos reservarnos para la noche de bodas.
Se sentó apoyándose en sus codos, balbuceando:
—¿De qué estás hablando? Ya hemos follado como mil veces.
—Simplemente no quiero agotar el misterio.
Stephanie me lanzó una almohada a la cabeza.
Respondí agarrando sus caderas y deslizándome dentro.
—Mmm —gimió, cayendo sobre el colchón, con éxtasis en su rostro, su
cabello extendido en todas direcciones.
Aunque había dicho que teníamos luz verde para el sexo, no pude evitar
ser más suave de lo normal. La llevé al clímax lentamente, deleitándome en
la mirada en su rostro mientras se corría, enviando un millón de silenciosos
agradecimientos al universo porque era mía para siempre. Nos dormimos
enredados el uno en el otro, su mejilla contra mi pecho, mi mano sobre su
estómago.
Cuando el teléfono sonó estaba soñando, y en mi sueño me encontraba
en una cueva oscura. 128
El miedo estaba por todas partes y mis manos agarraban algo que había
pensado era un arma. Hasta que bajé la mirada y vi que no era nada más
que un raído pedazo de cuerda. Lo tiré con disgusto y miré hacia delante,
entrecerrando los ojos, intentando desesperadamente ver, pero había una luz
muy pequeña.
—¿Qué pasa allí delante? —pregunté, porque de alguna manera sabía
que no estaba solo.
—Nada tan terrible como lo que hay detrás de nosotros —gruñó mi
compañía y tomó la delantera—. Vamos. Tenemos que seguir buscando.
—¿Lo encontraremos?
—Tenemos que hacerlo.
—Lucharé por él.
—Por supuesto. —Entonces mi amigo dejó escapar un suspiro de
derrota—. No tenemos armas.
Bajé la mirada a mis manos vacías. Las cerré en puños y luego las abrí
de nuevo.
—Sí, tenemos.
Sonó un poco más hasta que me di cuenta de que era mi teléfono. Y
que mi teléfono estaba en algún lugar desconocido dentro del apartamento.
Stephanie seguía profundamente dormida, así que salí de la cama
intentando tomarlo antes que la despertara. Mientras cazaba la fuente del
sonido, esperé que fuera una llamada al azar de borracho. Después de todo,
alguien que llamaba a esta hora no tendría nada bueno que decir.
La visión del nombre de mi hermano en el teléfono fue un cuchillo de
ansiedad justo en mi estómago.
—Cord. ¿Está bien Creed?
—Sí.
—¿Las niñas? ¿Saylor? ¿Deck?
—Todos están bien, Chase.
Exhalé con alivio y me hundí en la silla más cercana.
—¿Quién no está bien, entonces?
Mi hermano respiró hondo. Fueran cuales fueran las palabras, no eran
fáciles para él.
—Está muerta. Él no lo hizo, pero sabes que, aun así, la mató.
Tragué. Tuve que cerrar los ojos porque la habitación de repente
empezó a girar. No pregunté de quién hablaba.
No necesitaba hacerlo.
129
16
—Odio esto —dijo ella, miserablemente.
—Lo sé.
—Y no soporto la idea que vayas ahí.
—Lo sé.
Creed me dijo que estaría aquí en media hora para recogerme. Eso me
dio tiempo para ducharme, pero no mucho más. Me sequé y me puse un par
de vaqueros mientras Saylor se sentaba en el borde de la cama y me miraba
con tristeza.
—Dios, Cord, lo siento mucho.
130
Me recargué en el fregadero, de espaldas a ella. No quería que viese mi
rostro en este momento. No importaba si Maggie Gentry nunca fue una
verdadera madre de cualquier forma que cuente. No importaba que hubiera
dejado que las drogas y su pedazo de mierda de marido la destrozaran por
dentro y por fuera. Era la única madre que tendré en esta vida y se había
degradado hasta convertirse en nada más que un objeto lamentable mucho
antes de su final.
—Cord. —Saylor se había deslizado detrás de mí, envolviendo sus
brazos alrededor de mi cintura y besándome la espalda.
Me giré y enterré mi rostro en su cuello, inhalando calidez y amor
mientras ella acunaba mi cabeza. No había discutido conmigo cuando le dije
que los chicos y yo teníamos que ir hasta allí, y que nadie más aparte de
nosotros tres estaba incluido. Después de todo, no habría servicio
conmovedor para honrar a una amada madre y abuela. La mujer que se
ahogó con su propio vómito y murió sola en el suelo sucio del baño no era
nada de eso.
Pese a todo, siempre hubo una parte de mi corazón que deseó que ella
escapara de sus demonios de alguna manera. Fue ese fragmento escondido
y lleno de esperanza quien soltó un sollozo en el hombro de mi esposa
mientras me abrazaba.
Pero no había tiempo para entregarse a la pena. Podía escuchar el bajo
rugido del motor de la camioneta de Creed fuera. Sabía que tendría
suficiente sentido común como para no tocar el claxon, considerando que el
sol tardaría más de una hora en levantarse, pero no quería hacerlo esperar.
Saylor me besó. Sin decir palabra, fue al armario y me entregó una
camisa. Me esperó en el dormitorio mientras me ponía rápidamente la
camisa y agarraba un par de zapatos.
—Te amo —me dijo, entregándome el teléfono y la billetera mientras
salía.
Me di la vuelta para mirarla. Quería recordar lo que me estaba
esperando aquí una vez que terminara con la tristeza del día.
—Yo también te amo.
Cruzó sus manos en su regazo y las miró.
—¿Quieres que les diga algo a las chicas?
—No necesitan saber los detalles. Solo diles que papá tenía una misión
secreta. Y que cuando regrese vamos a encender esas luces de bengalas.
Se mordió la comisura del labio, algo que hacía cuando estaba
especialmente preocupada.
—No te quedes ahí mucho tiempo, Cord.
—No. No lo haré.
Y no lo haría. 131
Sentía un peso en el pecho cuando salí de mi casa, cerrando con llave
la puerta delantera. Creed había recogido a Chase primero y esperaban
dentro de la camioneta, Chase en la parte trasera de la cabina. Conocía sus
características tan bien como conocía las mías. Simplemente se sentaron
allí juntos, esperando. Esperándome a mí, la pieza faltante del
rompecabezas de los trillizos Gentry. Las cosas que compartimos se
remontaban a antes siquiera de saber nuestros nombres. No dije nada
mientras subía en el asiento del pasajero y cerraba la puerta.
Creed esperó mi asentimiento antes de sacar la camioneta del
estacionamiento y salir a la calle. Chase se estiró desde el asiento de atrás
y me tocó la parte posterior de la cabeza, dándome un par de suaves
palmaditas de consuelo antes de retirarse a mirar por la ventana trasera.
Ya les había contado la versión corta de la tragedia por teléfono.
Faltaban algunos detalles, pero todo lo que sabía, era lo que me había dicho
Gaps.
Por lo que las autoridades pudieron decir, probablemente fue hace
alrededor de treinta y seis horas que Maggie Gentry se desplomó en el suelo
del baño y se ahogó en su propio vómito. Benton se encontraba fuera
bebiendo y, una vez llegó a casa, aparentemente no se le ocurrió comprobar
a su esposa en unas buenas ocho horas. Y luego, incluso después de
encontrarla tendida en el suelo, se limitó a encogerse de hombros y pensó
que estaba inconsciente, ya que desmayarse en esa casa era casi tan regular
como un día soleado en el desierto de Sonora. Pero cuando fue a orinar y
ella no se había movido y mantenía los ojos abiertos, su cerebro, del tamaño
de un guisante, empapado en alcohol, empezó a entender que no estaba
dormida.
Para entonces ya estaba fría al tacto. La autopsia diría si ella tenía
alguna basura en su sistema, pero no importaba. Todos en Emblem sabían
que Maggie era una adicta sin esperanzas y todos sabían quién seguía
alimentándola con esa mierda. En este punto, era un sueño tonto creer que
algo le pasaría a Benton, incluso si él mismo le hubiera clavado la aguja en
la vena. Gaps prácticamente lo dijo por teléfono, aunque mencionó que la
policía de Emblem estaba feliz de detener a Benton por darle un miserable
golpe a uno de los paramédicos. Había estado sentado en una celda desde
que se llevaron el cuerpo de Maggie. Gaps no hizo ningún comentario sobre
el estado de ánimo de Benton y yo no pregunté. En lo que a mí respecta, ese
cabrón no tenía ni siquiera derecho a estar vivo.
—¿Tienen hambre, chicos? —preguntó Creed mirando de reojo la forma
en la que mis puños estaban apretados en mi regazo. Los relajé, notando
que había olvidado ponerme mi alianza. Desde el día que me casé con Saylor,
solo me la había quitado para dormir y ducharme. Puede sonar como una
pequeñez olvidarla, ya que era una tarea de mierda la que perseguíamos,
pero me molestó. Me molestó mucho. 132
—Podría comer. —Bostezó Chase.
Todavía era demasiado temprano para que la mayoría de los sitios de
desayuno en auto servicio estuvieran abiertos, pero Creed conocía una
cafetería donde servían rosquillas y café cerca de la universidad. Pidió dos
cajas de donuts y tres cafés, rehusando con la mano el cambio que el cajero
intentó entregarle.
Mientras masticaba, pensé en cómo hubo un tiempo en el que un donut
era un lujo raro. A menudo teníamos hambre cuando éramos niños, y si no
fuera por la bondad de nuestra tía Isobel, la madre de Deck, probablemente
habríamos sufrido algunos graves efectos secundarios de la desnutrición.
Estábamos viajando hacia el sureste y el cielo había comenzado a
iluminarse. Por alguna razón, no esperaba que saliera el sol. Un día de lluvia
y nubes habría servido mejor al ambiente. Pero cuando vives en una parte
del mundo que cuenta con algo así como trescientos días de cielos
despejados al año, lo más probable es que el sol aparezca.
En el camino conversamos sobre todo excepto del pasado, sobre todo
menos de nuestros padres. Creed tenía una sonrisa en su rostro mientras
hablaba de cómo él y Truly planeaban adoptar a su sobrino. Ya amaba al
niño y estaba emocionado de ser padre. Entonces Chase se aclaró la
garganta y anunció que él y Stephanie estaban oficialmente,
incuestionablemente, cien por ciento comprometidos.
—Sí que te tomó tiempo —se mofó Creed y esquivó el donut de crema
de Boston que le llegó desde el asiento trasero. Agarré la rosquilla del tablero
y me lo comí.
Creed cambió su peso y me miró.
—Oye —dijo—. No voy a discutir si deberíamos conducir hasta allí hoy,
pero ¿exactamente qué vamos a hacer cuando lleguemos?
La verdad era que no lo sabía. Solo sabía que todos estábamos de
acuerdo en cuanto recibimos las noticias. Llámalo cierre, llámalo como
quieras. Nosotros solo teníamos que ir.
—Saben —dijo Chase—, creo que el forense no entregará el cuerpo
todavía. Estoy con ustedes pase lo que pase, quiero que quede claro. Y
suponiendo que él salga de la cárcel, el cuerpo le será entregado a él, no a
nosotros.
—Probablemente —admití.
—Entonces, ¿estamos planeando quedarnos hasta el funeral?
—No si él está en la ciudad —gruñó Creed. Sus manos se apretaron en
torno al volante y me imaginé que tenía en la mente el cuello de nuestro
padre mientras apretaba los dedos—. Lo siento, pero no puedo hacer esto.
No puedo estrecharle la puñetera mano y fingir que es un padre de verdad.
—Nunca —le aseguré—. Nadie espera eso. 133
Creed se relajó un poco y asintió.
—Entonces, ¿para qué vamos allí?
Las ordenadas filas de viviendas que se extendían desde Phoenix como
mil brazos prósperos ya no eran evidentes. Solo había camino, desierto, y
alguna que otra granja.
—Vamos a ir a despedirnos —dije finalmente.
El alambre de púas de la prisión estatal, el símbolo distintivo de
Emblem, surgió al horizonte justo cuando mi teléfono sonó. No me
sorprendió en absoluto ver quién era el que llamaba. No le había contado
nada todavía porque no veía motivo para molestarlo. Además, este era
nuestro problema, no el suyo. Sin embargo, por supuesto, Deck tenía oídos
en todas partes, y algunos estaban apegados a las bocas que se ocupaban
de decirle cualquier cosa que a él le pudiera interesar.
—Cord —dijo, y por el sonido de su voz, noté que sabía exactamente lo
que estaba pasando.
—Hola, Deck. Debería haberte llamado.
—Tonterías, no te llamo ahora para regañarte.
—¿Cómo te enteraste?
—No importa.
—Bueno, ¿dónde estás?
—Estamos a punto de abordar el primero de una serie de vuelos que
eventualmente nos llevará de regreso a Phoenix mañana.
Tosí.
—No tienes que hacer eso, hombre. Podemos con esto solos.
—Y una mierda que no tengo por qué hacerlo, joder. —Parecía enojado.
Entonces lo escuché exhalar con fuerza—. Lo siento. Ella era tu madre, pero
también significaba algo para mí.
—Lo sé.
En realidad, lo había olvidado. Pero sí, Deck siempre había tenido un
tipo especial de apego hacia Maggie. La había conocido en días mejores,
antes que las drogas y la violencia de Benton la destrozaran. Había sido un
niño de cinco años, asombrado cuando Benton trajo a su joven y radiante
esposa a su hogar en el desierto. Ojalá yo la hubiera conocido en ese
momento. Ella había sido una artista. Fue la razón por la que mis manos
trabajaron de la forma en que lo hicieron cuando decidí crear algo.
Por otro lado, probablemente era mejor que no recordara la juventud
dorada de Maggie Gentry. Si lo hiciera, hoy seguro sería aún más doloroso
de lo que era.
—¿Los chicos están contigo, Cord? 134
Eché un vistazo hacia Chase.
—Sí.
—Bueno, eso está bien. Ustedes se necesitan los unos a los otros en
este momento. Escucha, no voy a decir una porquería como “Les doy mi
pésame”. Todos sabíamos que este día llegaría. Pero de todas las maneras
siento mucho que haya llegado.
—Yo también, Deck. Yo también.
En el fondo escuché el sonido de la voz de Jenny, pero no pude entender
sus palabras. Deck le respondió.
—Bien, nena, solo un minuto. Escucha, Cord, nos estamos preparando
para abordar ahora. Estaré básicamente fuera del alcance en las próximas
doce horas más o menos, pero nos vemos mañana. Si los conozco bien a los
tres, supongo que se dirigen a la ciudad.
—Ya casi llegamos.
Guardó silencio un instante.
—Tranquilos —dijo finalmente—. Cuídense las espaldas.
Sabía a qué se refería. Nos decía que nos cuidáramos de Benton.
Probablemente había algún motivo para que Deck dijera eso. Yo mismo no
podía garantizar lo que sucedería si terminábamos en la misma habitación
que nuestro padre.
—Siempre —prometí.
Una pausa. Y luego una tos.
—Los quiero chicos.
Eso no era algo que Deck decía a la ligera. No se lo repetí a ligera.
—Nosotros también te queremos, Deck.
Creed y Chase no se sorprendieron de que Deck tomara el primer vuelo
que pudo encontrar. Antes de terminar la llamada, casi había dicho algo
cursi como: “Me gustaría que estuvieras aquí”. Algo increíblemente
inapropiado para decir cuando estabas de camino a ver los restos de tu
madre. Pero si había algo así como un ángel guardián, nosotros tres hacía
tiempo que habíamos sido bendecidos con una versión áspera, musculosa y
tatuada que vino a nosotros como un primo salvaje.
La vista de Emblem nos hizo callar. La última vez que estuvimos aquí,
hace apenas una semana, se hallaba oscuro y de alguna manera eso hizo
que el paisaje pareciera más benigno. Para ser justos, no era un lugar
terrible. La mayoría de las personas que vivían fuera de la prisión eran
personas honestas, gente muy trabajadora que intentaba hacer su camino.
Pero para nosotros, simbolizaba la miseria, el miedo, y un deseo 135
desesperado de escapar del estigma de nuestro apellido. La gente asumía
que los Gentry eran una mierda porque históricamente la mayoría de los
Gentry fueron una mierda. Era una nube oscura bajo la que nacer. De
repente, pensé en nuestros primos más jóvenes, Conway y Stone, y me
pregunté a qué punto los habían tocado los ecos del pasado. Hice una nota
mental para localizarlos y ver cómo estaban mientras estábamos aquí hoy.
También podríamos tratar de sacar al menos algo bueno de esto.
Gaps había dicho que si nos registrábamos en la estación de policía lo
llamarían e iría allí para encontrarse con nosotros. Creed vaciló un poco,
parecía incómodo, y Chase parecía inquieto, así que lideré el camino.
Dentro de la estación no había mucha gente. Una adolescente con aire
aburrido se sentaba en una silla de plástico y fruncía el ceño al mundo. El
olor a café y comida rápida asaltaba los sentidos. Y en algún lugar oculto,
un hombre se rio estruendosamente. Sentada detrás del largo mostrador del
vestíbulo, había una mujer de mediana edad con un uniforme de la
comisaria de Emblem. Levantó la vista cuando entramos y sus cejas
dibujadas con lápiz comenzaron a crisparse.
—Soy Cord Gentry —comencé a decir—, mis hermanos y yo estamos
buscando…
—Sé quién eres —espetó. Luego dejó escapar un suspiro ruidoso para
hacernos saber que le habíamos jodido el paisaje—. Ve a sentarte allí.
—Bienvenidos de nuevo, muchachos —murmuró Chase. Me senté a su
lado y Creed tomó a regañadientes la silla a mi otro lado. Tamborileó con los
dedos sobre su rodilla y miró enfurecido hacia adelante.
—Los hijos pródigos Gentry están de vuelta —dije, escuchando a
nuestra alegre recepcionista hablar por teléfono y llamar a alguien,
presumiblemente a Gaps, para anunciar que sus "putos amigos" estaban
aquí.
136
17
Realmente no me importaba qué clase de rencor estaba teniendo esa
idiota del mostrador. Si pensaba que podía ensanchar las fosas nasales y
mirarme de arriba abajo estaba confundida. Probablemente algún familiar
consanguíneo la ha cagado con ella de algún modo y el apellido Gentry había
logrado una nota amarga. Pero nunca la había visto y no me sentía con
ánimo de lidiar con la antigua furia de nadie cuando yo todavía estaba
intentando lidiar con la muerte de mi madre.
—Gran C —gritó Chase dos asientos por abajo. Me hizo señas con la
mano hacia la cabeza de Cord.
Cord, mientras tanto, estaba hundido en una silla y viéndose sombrío.
137
Pero Chase me estaba mirando con una preocupación de mamá gallina.
¿Qué creía que iba a hacer? ¿Volverme loco en la estación de policía de
Emblem? ¿Salir en una caza sangrienta para atrapar a Benton? No era la
clase de tipo volátil que solía ser. Tenía una esposa y un hijo en casa, y
ahora ellos eran mis prioridades. Esta era simplemente una triste
obligación. Cumpliríamos y luego nos iríamos.
—¿Hay un baño? —pregunté a la ceñuda, que todavía nos estaba
mirando fijamente detrás del escritorio.
—El baño público está en el pasillo, la primera a la derecha.
Cord pestañeó hacia mí cuando me levanté. Debía haber estado tan
perdido en su mente que no había escuchado la conversación en absoluto.
—¿Dónde vas?
—La llamada naturaleza.
—Oh.
Lo golpeé con el pie.
—¿Vas a quedarte aquí?
Asintió.
—Sí.
Chase y yo intercambiamos una mirada y Chase estiró la mano para
darle a Cord un golpe en el hombro. Cord normalmente era el que mantenía
el equilibrio. Pero obtener esa llamada de teléfono en medio de la noche
parecía haberlo afectado más. En el momento en que se subió a mi
camioneta esta mañana podía afirmar que no estaba bien. Si era culpa lo
que estaba sintiendo, debería saberlo mejor. Después de todo, una mujer
que permitiría a sus hijos sufrir en la miseria, ser abusada por un hombre
terrible y sus propias adicciones, no podía ser redimida. Si era rabia hacia
Benton, bueno, tampoco había un buen lugar donde poner eso.
No es que me importase ponerle las manos encima durante diez
minutos.
Después de ir rápidamente al baño y lavarme las manos permanecí
frente al sucio espejo durante un minuto. Si lo permitía, mis sentidos
reproducirían el hedor del tráiler y el frío sudor de miedo que estallaba en
mi cuello cada vez que escuchaba la voz de mi padre. Hubo un tiempo en
que bebería tanto que me desmallaría. Tenía razones. Malas razones, pero
todavía razones en las que pensaría en él y en cómo lo habría asesinado en
mi mente y corazón. Beber era la única forma de calmar la rabia, aunque al
día siguiente escucharía a mis hermanos murmurando y maldiciendo sobre
cómo había perdido la cabeza hasta que vomitase el dolor y me dejase vencer
por la oscuridad.
Las fuertes luces fluorescentes hicieron brillar mi anillo de bodas y 138
cerré la mano en un puño, sosteniéndolo en mi corazón. El pasado era
pasado. No podía reescribirse. Y algunas cosas no podían ser perdonadas.
Pero tenía una vida con mucho amor en ella. Y en cuanto acabásemos, me
iría a casa y seguiría hacia delante. Lo habíamos hecho. Habíamos ganado.
Apagué la luz cuando salí del baño. Pude ve a Chase y a Cord al final
del pasillo. Estaban de pie, hablando silenciosamente con un policía
bobalicón al que todos llamaban Gaps. Me reconoció con un asentimiento
cuando me uní al grupo.
—Hola, Creed —saludó, ofreciéndome la mano para que se la
estrechase—. Justo le estaba diciendo a tus hermanos que sentía mucho
hacer esa llamada esta mañana.
Tenía un agarre sudoroso. Le solté la mano e intenté no secarla en el
vaquero.
—Era inevitable —contesté.
Gaps parecía triste.
—Maldita vergüenza sin sentido. —Miró alrededor y se removió—.
Todavía está ahí, ¿saben? Normalmente grita cosas sin sentido para que lo
suelten, pero simplemente ha estado allí sentado mirando el suelo de la
celda toda la noche. Sin llorar ni nada. Simplemente callado. Le dijimos que
era libre de irse, pero todavía está allí sentado. Sé que no ven a sus padres,
pero ¿quieren…?
—¡JODER, NO! —gritó Cord y todo el mundo en la estación se detuvo a
mirarlo. Lo habría dicho yo si no lo hubiese hecho él, pero fui sorprendido
por su vehemencia. Cord normalmente no perdía los nervios.
Chase puso una mano en el hombro de Cord.
—Creo que pasaremos de la reunión familiar.
Gaps nos miró con simpatía en los ojos. Era un buen tipo. Al menos,
eso era lo que Deck siempre había dicho, y confiaba en el juicio de Deck
tanto como lo hacía en el mío.
—La forense terminó con la autopsia —comentó—. Los resultados
oficiales no estarán en un tiempo, pero tuve una charla extraoficial con ella
y dijo que era blanco y en botella. No había traumas físicos recientes. Maggie
se quedó inconsciente de espaldas y no hubo nadie alrededor cuando
comenzó a ahogarse.
No tenía nada que decir sobre eso. Tampoco mis hermanos.
Simplemente permanecimos allí y dejamos que la imagen se asimilase.
Gaps se acercó a nosotros.
—¿Quieres verla? —murmuró—. Solo puedo dejarlos entrar por unos
minutos, pero merecen la oportunidad de despedirse. 139
El demonio de la recepción aparentemente había estado escuchando
todo el intercambio.
—Eso va contra el protocolo —exclamó—. No puede dejarles entrar a
ver un cuerpo sin un permiso escrito…
—Cállate —la interrumpió Gaps, poniendo los ojos en blanco—. Lo digo
en serio, Darlene, o puede que haya unas cuantas razones para comprobar
un poco más la desaparición de materiales de oficina.
Darlene se calló, aunque prácticamente podía ver el vapor saliendo de
su cabello rizo.
—¿Qué dicen? —preguntó Gaps.
—Sí —contesté, mirando a los chicos—. Después de todo, vinimos
hasta aquí para despedirnos, ¿cierto?
—Lo hicimos —concordó Chase, apretando el hombro de Cord—.
¿Verdad?
Cord cerró los ojos.
—Verdad.
Seguimos a Gaps fuera. Todos los edificios municipales estaban
agrupados en Main Street. Nos guio a una modesta estructura a unos pocos
metros. No tenía otra señal que una simple placa de la ciudad de Emblem
sobre la puerta. Imaginaba que dentro debía ser donde mantenían los
cuerpos que necesitaban algún tipo de asunto oficial antes de poder
descansar en paz.
Descansar en paz.
Una frase de mierda si es que había una.
Gaps saludó a una mujer de cabello moreno que parecía como si no
hubiese visto la luz del día en tres años. Habló con ella en voz baja y miró
hacia nosotros.
—Vengan conmigo —indicó ella, haciendo un gesto con su pálida mano.
Mientras andaba de puntillas por un pasillo de color verde lima comencé a
sentirme como en una especie de película de terror. De algún modo,
realmente era una película de terror. Atravesarlo para ofrecer una despedida
al cadáver de nuestra madre era ciertamente horrible.
La mujer alcanzó una puerta cerrada.
—Esperen ahí —ordenó, y desapareció dentro, cerrando la puerta tras
ella.
Cord se apoyó contra la pared, pareciendo más o menos del mismo
color verde de las baldosas del suelo. Chase se cruzó de brazos y miró hacia
el suelo. Parecían muy perdidos, como los niños pequeños que habían sido
una vez. Me preguntaba si yo también. 140
Pasaron unos minutos antes que la puerta se abriese de nuevo y una
voz apresurada nos indicase que podíamos entrar. Ninguno de mis
hermanos se movió, así que entré primero, sabiendo que me seguirían. Un
ácido olor químico me hico pensar en biología del instituto. Arrugué la nariz
involuntariamente y me imaginé que ese olor persistiría hasta que me
duchase. En el centro de la habitación había tres largas mesas, pero solo
una estaba ocupada.
Habría supuesto que una habitación como esta normalmente estaría
iluminada por fluorescentes de alto voltaje, pero en cambio, la iluminación
era suave, sombría. Me pregunté si la mujer de cabello negro lo había hecho
a propósito, para ahorrarnos una mirada clara de lo que estaba cerca de la
mesa. Justo como probablemente había sido ella la que había colocado una
manta gris alrededor de los hombros de Maggie Gentry y alisó su cabello
alrededor de su rostro huesudo.
Había escuchado todo tipo de cosas sobre la visión de cadáveres. Cómo
parecían en paz, serenos, simplemente durmiendo. Mi madre solo parecía
un caparazón. La persona torturada que había vivido dentro durante tanto
tiempo se había ido y lo que quedaba atrás era lo que estábamos mirando.
Escuché a Chase tomar una respiración y soltarla entrecortadamente. Cord
se metió las manos en los bolsillos y miró fijamente.
—Pueden tener unos minutos a solas con ella —mencionó la mujer de
cabello negro con amabilidad en su tono. Cual fuese su papel en todo esto,
forense, la cuidadora del cuerpo, lo que fuese, definitivamente era alguien
que estaba acostumbrada a la visión de la muerte. Nos dejó solos
silenciosamente y todo lo que podía escuchar era la respiración de mis
hermanos hasta que Chase rompió el silencio.
—Hubo veces —comenzó—, cuando éramos niños, que me despertaba
en medio de la noche pensando que estaba muerta. Tenía miedo de ir a
comprobarlo y que él despertase y me golpeara. Así que simplemente me
tumbaba allí, en el colchón, y veía aparecer el amanecer, rezando a quien
estuviese en el cielo que la mantuviese viva un poco más. Por un tiempo,
creí que si dejaba de pensar esa silenciosa oración ella no estaría viva por la
mañana.
Se estremeció y tragó.
—¿Recuerdan la vez que él le golpeó en el estómago y cayó sobre la
mesa de la televisión, abriéndose una brecha de diez centímetros en la
cabeza? Solo teníamos unos nueve o diez años, pero Creed fue hacia Benton
como un tigre, llamándolo maldito cabrón y golpeándolo con todo lo que
tenía. Lo atrapaste con la guardia baja y perdió el equilibrio, aterrizando
sobre su trasero y golpeándose la parte de atrás de la cabeza con la pared.
Simplemente permaneció allí sorprendido, y tú te estabas preparando para
patearlo en el estómago cuando mamá comenzó a chillar.
»Se arrastró por el suelo, llena de sangre y moratones, y cubrió su 141
cuerpo con el suyo, así no podías patearlo. Y lo más terrible de ese recuerdo
fue la mirada en tu rostro. Porque a pesar de todo lo que él le había hecho,
y a nosotros, todavía era lo que más quería. Pensé que llorarías Creedence,
pero no lo hiciste. Saliste corriendo por la puerta directo al desierto. Te
seguimos, pero no pudimos encontrarte en una hora.
—No lo recuerdo. —Fruncí el ceño.
No lo hacía. Había cientos de malos recuerdos entre los que elegir, pero
ninguno destacaba demasiado sobre los otros en ese momento.
—Sucedió —confirmó Cord.
—Estoy seguro.
Chase se había acercado al cuerpo. No estaba llorando, pero parecía
muy cerca de hacerlo.
—Desearía que nos hubieses querido del modo en que nosotros te
queríamos —dijo, y el puro dolor de esa honestidad casi me hizo caer de
rodillas. Cord dejó salir un pequeño sonido agonizante y se apartó. Yo miré
el suelo. Si las historias eran ciertas y el infierno poseía infinitas
habitaciones, entonces seguramente esta era una de ellas.
Chase apretó la manta alrededor del cuerpo de Maggie Gentry. Su piel
blanquecina ya comenzaba a parecer extraña. Intenté pensar en la última
cosa que me había dicho, pero luego decidí que realmente no quería
recordarlo después de todo. No habría sido nada agradable.
—Adiós —se despidió Chase, luego retrocedió. Lo observé respirar
profundamente y cerrar los ojos. Cuando los abrió de nuevo estaban claros
y calmados.
Cord fue el que había querido venir aquí y despedirse, pero al final
parecía no poder encontrar las palabras. Le tocó el hombro y luego se echó
hacia atrás.
—¿Estás bien? —le pregunté, y luego me pateé mentalmente por hacer
una pregunta tan estúpida.
Cord asintió, pero tenía las manos apoyadas en la pared más lejana y
la cabeza agachada, respirando con dificultad, como si intentase no vomitar.
Estaba comenzando a preocuparme por él. Nuestra madre había estado
perdida para nosotros hacía muchos años. Lo sabíamos. Y Cord siempre
había sido el más racional de todos, el que charlaría con Chase o conmigo
sobre mierda como hundirnos en la furia durante una riada empujándonos
el uno al otro para probar quién era más duro. Pero supongo que no había
forma de decir cómo reaccionarías al dolor hasta que sucediese.
Yo no sentía la necesidad de acercarme a ella. De todos modos, ya no
estaba allí, y si algo en las teorías sobre que las almas permanecían
alrededor un tiempo era cierto, observando el mundo pasar, entonces
todavía podía escucharme desde el otro lado de la maldita habitación.
—Somos tus hijos —dije, aunque había dejado de pensar en mí como 142
el hijo de alguien hacía mucho tiempo—. Ni siquiera nos conoces y nunca lo
hiciste. Pero estamos vivos por ti. Sobrevivimos a pesar de ti. Y ahora
estamos bien sin ti.
No pude evitar la amargura en mi tono. Colgaba en el aire, tan
sofocante como el fuerte olor en la habitación, un olor que intentaba
enmascarar la muerte y solo funcionaba a medias. Ya había cruzado la
habitación y tenía la mano en la manilla antes de girarme.
—Espero que haya tal cosa como la paz allá donde estés, que finalmente
fueses capaz de encontrarla.
Abrí la puerta y esperé mientras Chase apartaba a Cord de la pared.
Gaps y la mujer de cabello negro estaban esperando a una distancia
educada en el pasillo.
Cord se había recompuesto y le estrechó la mano a la mujer.
—Gracias por eso —le dijo, y la mujer le dio una sonrisa compasiva
antes de volver a la habitación de la muerte.
Chase miró a Gaps.
—¿Sabes si se ha hecho algún arreglo?
Gaps negó.
—Benton ha estado sentado en esa celda y, por lo que sé, ni si quiera
se le ha traído aún. —Se detuvo—. Imagino que no habrían hecho planes
para esto, así que si no aparece puedo hacer algunas llamadas. ¿Tienen
algún problema con la cremación?
—No —contesté rápidamente—. En realidad, es lo mejor.
—Y mucho más barato —comentó Gaps—. ¿Cuánto planean quedarse
en la ciudad?
—No mucho. No planeamos quedarnos después de hoy.
—Lo entiendo. —Señaló la puerta—. Tengo que volver a mi turno, pero
déjenme acompañarlos a la salida.
Había pasado más tiempo del que había pensado. Era media mañana
y podía ver las nubes cerniéndose sobre las montañas hacia el sureste. El
sol me cegó y por unos segundos no vi nada.
Luego vi algo que realmente no quería ver.
—Hijo de puta —murmuré.
Porque ahí estaba él. Sonrojado, gordo, y cojeando al otro lado de Main
Street. Detuvo su desaliñada forma en cuanto nos vio. Alzó la mano como si
estuviese llamando a un jodido taxi.
—Hijo de puta —repetí, porque era todo en lo que podía pensar allí de
143
pie en la acera, mientras Benton Gentry me saludaba con la mano.
18
Sentí una extraña sensación de paz cuando los tres salimos del edificio
donde habíamos visitado el cadáver de nuestra madre. No había estado
esperando eso, el alivio. Durante años había esperado esta noticia con
terrible temor, pero cuando finalmente llegó, no fue el golpe aplastante que
siempre había temido. Tal vez porque finalmente llegué a aceptar que mi
madre no iba a ser salvada. No se iba a despertar una mañana y golpearse
la frente y darse cuenta de lo que se había hecho a sí misma y a nosotros.
No iba a recibir ayuda. Todo lo que siempre sería es un espectro miserable
con un pie en la tierra y el otro en la tumba. Al menos ahora ambos pies
estaban juntos. Miré el rostro de mi madre y le deseé buena suerte en el
mundo en el que se encontraría después.
144
De todos modos, esa sensación de paz se alejó cuando vi el rostro de
Creed y luego, una fracción de segundo después, descubrí exactamente lo
que estaba mirando. Benton Gentry debería haberse considerado
afortunado porque el ancho de Main Street lo separara de nosotros o, de lo
contrario, Creed probablemente lo habría atacado como un vikingo loco.
Benton lucía algo peor, y considerando el lío de mierda que solía ser, eso
realmente decía algo. Estaba desaliñado, sin afeitar, sucio, y parecía a punto
de derrumbarse en una pila de huesos en la acera.
Creed maldijo. Cord dejó escapar un siseo y le dio la espalda. Y miré
mientras Benton levantaba lentamente la mano para saludar de la manera
más inapropiada en la historia de los saludos humanos.
Gaps debió notar que algo malo estaba a punto de pasar. Nos condujo
de vuelta a la estación de policía y llamó a un joven oficial que estaba parado
en el estacionamiento.
—Hazme un favor, Cruz, y lleva a ese imbécil al otro lado de la ciudad
a la que pertenece.
El oficial gruñó, miró a Benton con disgusto, pero se metió en la
patrulla y la llevó hacia el otro lado de la calle. Probablemente tuvo una
discusión a cambio del favor, pero tal vez Benton era más maleable hoy,
dada la nueva tragedia de la muerte de su esposa.
Observé cómo la patrulla se alejaba con Benton en el asiento trasero y
luego exhalé con alivio cuando se perdía de vista.
Gaps no podía perder más tiempo antes de recibir el sermón de sus
superiores. Estrechó nuestras manos en despedida.
—Por si no los veo antes de salir de la ciudad.
—Nos vemos, hombre —dije, devolviéndole el apretón—. Deck viene de
vuelta hoy, así que imagino que llegará pronto.
—Bien. —Asintió Gaps—. Extrañé a ese imbécil. Emblem simplemente
no es tan colorido sin él. —Se despidió y desapareció dentro de la estación
de policía.
—Supongo que es todo —dijo Creed, entrecerrando los ojos hacia Main
Street.
No tenía prisa por irme. Ahora que Benton estaba fuera de la vista,
Emblem parecía menos amenazador.
Cord se encogió de hombros, aparentemente pensando lo mismo que
yo.
—No tengo prisa.
—Podríamos dar un paseo para ver a los jóvenes Gentry —sugerí.
Creed miró su reloj. 145
—Bien. Pero primero me corresponde otra comida.
Todavía era un poco temprano para que algo estuviera abierto para
almorzar y, de todos modos, las selecciones en Emblem eran escasas. Nos
las arreglamos con la tienda de víveres Dino Gas, comprando bocadillos y
refrescos. Me alegró que la chica detrás del mostrador no fuera conocida,
porque todavía no me sentía sociable. Nos juntamos en un banco fuera,
comiendo papas fritas y hablando de mierda al azar, de todo menos madres
muertas o padres viles, antes de dirigirnos a The Hills, el vecindario donde
habíamos dejado a los chicos la noche en que se puso Rápido y Furioso.
—¿Es esta? —preguntó Creed, disminuyendo la velocidad mientras
avanzábamos por una calle ordenada.
—No. —Señalé—. Es esa.
Creed se detuvo en seco justo enfrente de la casa estilo rancho. El
jardín estaba descuidado y la casa parecía un poco más desordenada que la
de los vecinos.
—No hay automóvil en la entrada —observó Creed—. Espero que su
madre bruja no esté cerca. Por lo que recuerdo, no es una persona muy
simpática.
—Y tú sí… —Resoplé.
Creed ignoró el comentario.
—¿Cómo diablos se llamaba?
—Stacy —respondió Cord.
—Tracy —corregí.
Nos quedamos allí golpeando la puerta y luego esperando dos minutos
completos antes de empezar a darnos por vencidos y alejarnos. De repente,
se oyó un clic y se abrió la puerta, revelando un Stone Gentry sin camisa y
despeinado.
—Oh, hola, son ustedes —dijo, manteniendo la puerta abierta unos
pocos centímetros y mirando detrás de él.
—Somos nosotros —dije—. Pensé que mientras estábamos en la ciudad
podríamos pasar a verlos.
La boca de Stone se cerró y salió al porche delantero.
—Escuché —dijo tímidamente—, sobre su madre. La charlatana de mi
madre estaba chismorreando por teléfono esta mañana. Nunca conocí a su
madre, pero la vi varias veces. —Tosió—. Lo siento.
Cord estaba mirando hacia la puerta cerrada.
—¿Tu madre está ahí?
—No, está trabajando en la farmacia.
—¿Y Con? —pregunté. 146
Stone se estremeció ante la mención de Conway. Fue raro. Sus ojos se
movieron rápidamente y se pasó una mano por el cabello. Tuve la
oportunidad de ver realmente a los hermanos interactuar y sabía cómo era
un vínculo fraternal especial. Sin embargo, en ese mismo momento, parecía
que Stone prefería escuchar cerdos chillar en un megáfono antes que el
nombre de su hermano.
—No está aquí —dijo vagamente—. Está trabajando en el garaje o algo
así.
—¿El garaje de Carson?
—Sí.
—¿Tú también trabajas allí?
—No.
Siguió un silencio incómodo. Tuve la clara impresión que Stone no
estaba de humor para hablar. Aunque dudaba que tuviera algo que ver con
nosotros. Cuando miré a mis hermanos, Creed estaba mirando a Stone
sospechosamente, y Cord estaba pateando la punta de un ladrillo suelto.
Stone se aclaró la garganta.
—¿Cuándo es el funeral? —preguntó—. Quiero decir, me gustaría
presentar mis respetos…
—No hay funeral —dijo Cord breve.
—No hay funeral —coincidió Creed.
—Oh. —Stone parecía avergonzado—. Bueno, de todos modos, todavía
lo siento mucho.
—Gracias —le dije. Levanté las cejas hacia Cord y me dio un
asentimiento. Era el tipo de conversación silenciosa que tuvimos diez mil
veces. Sabíamos cómo hacernos una pregunta y dar una respuesta sin decir
una palabra.
—Escucha, estábamos considerando la idea de pasar en la ciudad unas
horas antes de regresar a Tempe. Para dar un cierre y todo eso. ¿Te apetece
pasar algunas horas con nosotros?
Una sonrisa genuina brilló en el rostro de Stone. Era un niño realmente
guapo, especialmente cuando no estaba siendo distante y odioso. Entonces,
la sonrisa desapareció y sus ojos se oscurecieron.
—No puedo —dijo—. Tengo algunas cosas de las que encargarme aquí.
Creed me miraba con cierta impaciencia. Ya había captado que el niño
intentaba escapar. Tal vez tenía una chica escondida detrás de la puerta. A
menos que fuera algo de moda, el botón abierto en sus pantalones vaqueros
significaba que había estado en medio de algo cuando tocamos.
—Está bien. —Comencé a retroceder—. Llámame si alguna vez cambias 147
de opinión sobre la universidad. Nunca es demasiado tarde.
Stone dejó escapar un bufido de risa.
—Te dije que no es lo mío, Cord.
—Soy Chase.
Sonrió ampliamente.
—Lo sé. Solo estaba jodiendo contigo.
Cord y Creed ya se habían despedido y llegaron a la camioneta. Cuando
miré hacia atrás vi que Stone estaba allí de pie, mirándonos como si
estuviese protegiendo lo que sea que estaba esperando detrás de esa puerta
cerrada. Me hizo preguntarme si estaba haciendo algo ilegal. El Señor sabía
que las drogas estaban esparcidas alrededor de Emblem como los dulces y
había más que unos pocos traficantes que estarían felices de tener un niño
inteligente en su redil. Me despedí una vez más y subí a la camioneta.
—Eso fue incómodo —dijo Creed mientras se alejaba de la acera.
—Un poco —concordó Cord.
Estaba sentado en la parte posterior de la cabina y no podría haber
dicho lo que me impulsó a mirar hacia atrás una vez más. En cualquier
caso, Stone tenía compañía en el porche delantero ahora. Había una chica
a su lado. Estaba acomodando furiosamente su camisa. Luego se detuvo y
bruscamente le dio un puñetazo. Stone agarró su muñeca y gritó algo que
la hizo calmarse instantáneamente. Ella lo abrazó y apoyó la mejilla contra
su pecho. Lo último que vi antes de doblar la esquina fue a él abrir la puerta
y meterla.
—Mierda —murmuré.
Cord se giró y arqueó las cejas.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Lo miré más de cerca—. ¿Seguro que estás bien?
Se encogió de hombros.
—Tan bien como cualquiera de nosotros.
—¿Qué hay de ti, Big C?
—He tenido días mejores —dijo Creed lentamente—. Pero estoy en ello.
Salimos de The Hills, pasando por la pintoresca sección histórica del
centro de Emblem. Había alguna sociedad histórica que reunía suficientes
monedas cada pocos años para pegar una placa en algo. La mitad del centro
tenía placas. Mierda como, "Aquí es donde la primera doctora en el Territorio
de Arizona se sentó durante diez minutos".
—Creed —hablé de repente—. Ve a la derecha. Fuera de la carretera
principal.
Creed obedeció y bajó por la áspera grava que serpenteaba durante 148
medio kilómetro antes de detenerse cerca del viejo puente del ferrocarril.
—¿Dónde vamos? —preguntó.
—Vamos a caminar por la colina.
—Está haciendo cien grados afuera.
—Tenemos botellas de agua. Podemos pasar el rato en la casa del viejo
Elmore.
—Hagámoslo —concordó Cord—. Necesito sudar algo de esta tensión.
Creed colocó la camioneta sobre el arcén, a la sombra de un amplio
árbol de mezquite. Escalar la colina era el pasatiempo al aire libre en
Emblem. Alcanzar la cumbre suponía menos de una caminata enérgica de
veinte minutos y contenía un extraño monumento a Elmore Emblem, el
homónimo de la ciudad. Seguía una religión inusual que tenía que ver con
adorar al sol y supuestamente fue enterrado allí. Podrías ver el monumento
desde el suelo. Era un triángulo alto hecho de ladrillo y una puerta
curiosamente torcida estaba tallada en un costado. Era lo suficientemente
ancha como para acomodar a tres personas cómodamente y media docena
incómodamente. Por alguna razón, siempre estaba más fresco por dentro de
lo que debería, considerando que estaba sentado en la cima de una colina
bajo el ardiente sol de Arizona.
Hubiera sido el primero en llegar a la cima si Creedence no hubiera
decidido repentinamente ser un idiota y correr los últimos metros, lanzando
un montón de polvo en mi rostro en el proceso. Cord estaba justo detrás de
mí. Dejó escapar un silbido cuando alcanzamos a Creed.
—Ahí está. —Hizo un gesto—. Todo el Emblem metropolitano.
Era una gran vista, si realmente querías ver Emblem en primer lugar.
La prisión dominaba el horizonte, una metrópolis en sí misma. Se veía Main
Street y la escuela secundaria, los terrenos ligeramente inclinados de The
Hills. Las casas estaban agrupadas en barrios de aspecto dilapidado. Lo que
no podíamos ver, incluso si bizqueábamos, era el territorio Gentry. Estaba
bien. No había nada bonito que ver allí. Solo tierra seca y espinosa salpicada
de casas en su mayoría descuidadas.
—Parece que fue hace mucho tiempo, ¿no es así? —musitó Cord. Se
paró a unos metros de distancia, mirando hacia abajo sobre el valle con una
mirada pensativa en su rostro.
—Fue hace mucho tiempo —estuve de acuerdo. Habían pasado casi
ocho años desde que llamamos a Emblem casa. Salimos directamente de la
escuela secundaria, imaginándonos que una vibrante ciudad universitaria
a una hora de distancia era nuestra mejor opción para hacerlo por nuestra
cuenta. Fue difícil al principio, y algunos días nos preguntamos si
estábamos destinados a ser los Gentry de Emblem para siempre. Pero poco 149
a poco fuimos escalando hacia algo mejor.
Creed debió pensar lo mismo.
—Estoy orgulloso de nosotros —dijo.
A pesar de la sombra que se cernía sobre el día, nos relajamos, pasando
el rato en la antigua cripta de Elmore como lo habíamos hecho en más de
una ocasión cuando éramos niños. Hablamos sobre el pasado, imaginamos
el futuro y nos molestamos unos a otros, como siempre. Para cuando Creed
se estiró y anunció que tenía que comer otra vez, la luz se hacía más suave
a medida que el sol comenzaba a relajarse.
Nos tomamos nuestro tiempo bajando la colina y Cord sugirió que
fuéramos a cenar al Emblem Diner en Main Street. Nuestras damas no nos
esperaban en casa hasta el anochecer, así que había mucho tiempo. Aun
así, pensé que Creed se resistiría a la idea de encontrarse con gente de la
ciudad y aceptar un montón de condolencias y oraciones por la muerte de
nuestra madre.
Pero cuando se limitó a encogerse de hombros y decir: "Suena bien", no
pude presentar un solo argumento en contra.
—Chicos —dijo Cord al llegar a la camioneta—. Estaba pensando que
tal vez podríamos preguntar a los jóvenes Gentry si quieren venir a Tempe
por una semana o dos este verano. Tenemos una habitación extra en casa.
No era una mala idea. Podríamos llevarlos a los museos en Phoenix,
hacer un recorrido por la universidad. Tal vez eso sería suficiente motivación
para que piensen más en la escuela.
Pero a pesar de todo eso no pude contestar alegremente, porque sabía
algo que no le había contado a Cord o Creed. Si lo que había visto mientras
nos alejábamos de su casa antes era alguna pista, las cosas estaban a punto
de ponerse feas entre los hermanos. Stone había estado actuando
extrañamente evasivo, luego hubo un acalorado intercambio con una chica
que parecía que terminaría en el dormitorio.
No había nada terrible en eso, solo tonterías de drama adolescente,
excepto por el hecho que la reconocí. La reconocí inmediatamente porque la
había visto antes. Era Erin, la chica de al lado. La chica de Conway.
150
19
Había parecido una buena idea cuando lo sugerí, pero ahora que
realmente estábamos caminando al restaurante comencé a sentirme
inquieto. El interior oscuro era un claro contraste al brillante mundo
exterior, pero quizás eso hacía que el lugar se sintiera más genial o algo así.
Mis hermanos parecían cómodos al entrar, pero yo vacilé, un poco cauteloso
mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad. No existía realmente
una razón para ser cauteloso. Era poco probable que nos encontráramos a
Benton aquí, puesto que él solía estar en agujeros de bebedores en lugar de
restaurantes familiares. Además, todos lo habíamos visto ser llevado a casa
por uno de los guardias de Emblem. Aun así, preferiría ser capaz de ver
claramente dónde estaba entrando.
151
Algunos de los clientes nos miraron, pero la mayoría no mostró interés.
Me relajé un poco mientras notaba que incluso los rostros familiares nos
daban un pequeño asentamiento y luego regresaban a sus bebidas. No había
nada de qué preocuparse aquí.
Creed y Chase se dirigieron a la mesa de la esquina y automáticamente
los seguí. Pasaron unos segundos antes que una mesera en una camisa
apretada apareciera. No estaba sorprendido de reconocerla.
—Dios mío, ¿son realmente ustedes, chicos? —chilló.
Kelly Barnes había estado un curso después del nuestro y había
perdido algo de su hermosura de la juventud. Noté que me estaba mirando
a mí.
—Hola, Kel —respondí, sintiéndome incomodo al recuerdo de lo bien
que la solía conocer antes—. ¿Cómo has estado?
—Increíblemente. —Se rio. Sonó como un ladrido seco—. Ya sabes, me
quedan solo unas horas antes de acabar mi turno. Tienen que dejarme
llevarlos a tomar algo.
—Ah, gracias Kelly, pero le prometí a mi esposa que llegaría temprano
a casa.
—Esposa. —Eso arruinó su bonito rostro. Pobre Kelly, tenía las
expectativas demasiado altas. Movió su pluma y miró fijamente su libreta—
. ¿Qué van a querer? —preguntó en un tono de voz menos entusiasta.
—Hamburguesa y Coca —respondí.
—¿Coca? —Estaba confundida.
—Por favor —dije seriamente.
—Hamburguesas y Cocas para todos. —Chase sonrió y guiñó—. Y un
plato de esos cacahuates salados si tienes.
—Lo que sea —gruñó antes de retirarse.
Creed me estaba mirando tamborilear mis dedos en la mesa. Frunció
el ceño.
—¿Algo mal?
—Quizás deberíamos habernos ido a casa directamente
—No es muy tarde —ofreció Chase—. Podemos ir por algo de comer en
Queen Creek.
Moví la cabeza. Solo estaba siendo paranoico.
Creed chasqueó los dedos.
—Cord, alguien te está observando.
—Creo que Kelly ya entendió la situación.
—No es Kelly.
No quería mirar. Esto tenía que ser un error. Giré lentamente, medio 152
esperando encontrarme con un amor del pasado. En su lugar, me encontré
mirando el rostro de mi suegro.
Estaba sentado solo en el bar del restaurante con una botella de
cerveza a la mitad frente a él. Era evidente que acababa de salir de su turno
de guardia de la prisión; había enrollado las mangas de su camisa arrugada
del trabajo, pero todavía tenía la placa con su nombre.
El rostro de John McCann estaba cansado, pero no era hostil mientras
me daba un asentimiento y esperó a ver qué hacía.
—Invítalo —sugirió Chase, pero dudé. Si el padre de Saylor hubiera
querido acompañarnos, se habría acercado por su cuenta.
—Ya regreso chicos —me disculpé y cuidadosamente me acerqué al bar.
Desde que Saylor y yo nos habíamos casado, mi relación con John
McCann había evolucionado lentamente de miradas llenas de ira a rigurosa
cortesía. Asumí que estaba haciendo todo lo que podía para acostumbrarse
a mí, pero no podía olvidar el hecho que yo no solo era un Gentry, era el
Gentry que había lastimado a su única hija cuando éramos niños.
—John —dije, y cuidadosamente extendí la mano. Él la sacudió, como
siempre lo hacía, pero la apartó rápidamente. De nuevo, como siempre
hacia.
John giró en su asiento mientras me sentaba juntó a él.
—¿Saylor está contigo? —pregunto, y escuché el tono esperanzador en
su voz.
—No, está en casa con las niñas.
John sonrió débilmente.
—¿Cómo están Cami y Cassie?
—Hermosas. Como su madre. Creciendo cada día más. Say publica
imágenes en internet todo el tiempo, ¿no las has visto?
—Sí, lo hago. Debería estar más cerca. No he visto a las niñas desde
Navidad y he querido hacer un viaje, pero estamos faltos de personal y me
han puesto en turnos de doce horas, siete días a la semana. —Hizo una
pausa, tomó su bebida y luego me miró—. Lo lamento, Cord. Sobre tu
madre.
Miré la superficie lacerada del bar.
—Sabes la verdad. Sabes que se había ido hace tiempo.
Asintió y su boca se movió.
—Sabes, la recuerdo bien. Cuando llegó por primera vez aquí
enloqueció al pueblo. Hombre, era hermosa.
—Eso he escuchado —dije cuidadosamente.
Golpeó mi hombro. 153
—Lo lamente chico. No pretendía echar sal en la herida.
—No lo hiciste. No existe punto en revivir lo que se ha ido. La chica que
tú recuerdas murió mucho antes que lo hiciera mi madre.
—Maldito Benton —dijo, y vi el odio en sus ojos. No sabía qué clase de
problemas tenían, creciendo al mismo tiempo en el mismo pequeño lugar,
pero no era amigable. John sonrió—. Mierda, sigo metiendo mi pie en mi
boca, ¿no es así?
—Está bien —aseguré, mirando a mis hermanos fingir que no estaban
intentando escucharnos mientras otra mesera que no era Kelly dejaba las
bebidas.
John le dio otro sorbo a su cerveza y bajó lentamente el vaso.
Posiblemente tenía mucho que decir. Algunas veces, a través de los años, se
me había quedado grabado que siempre había ese elefante en la habitación,
ahí parpadeándonos a los dos. Siempre hubo cosas que no se decían, algo
de lo que nunca habíamos hablado. Quizás hoy era el día en que enviaría
todo el dolor al pasado.
—John —dije y miró hacia arriba—, en todos estos años, nunca me he
disculpado contigo.
Se puso tenso.
—¿Por qué, Cord? —Me iba a hacer decirlo, reconocer lo que había
hecho.
—Por haber tratado a tu hija como basura. Por lastimarla, humillarla.
—Trague—. Nunca entendí realmente lo que había significado para ti, hasta
que sostuve a mis propias niñas.
Me miró sin parpadear. Saylor había heredado sus ojos verdes.
—Te odié —dijo bruscamente—. No es un secreto. Para un padre, ver
que su pequeña está siendo lastimada de ese modo, es agonía. Había
supuesto que terminarías siendo tan miserable como tu padre. —Luego
suspiró y se vio algo infeliz—. Pero eras simplemente un chico tonto con sus
propios jodidos problemas.
—Lo era —estuve de acuerdo—. Y todavía no sé qué demonios hice para
merecer a tu hija. No sé por qué me dio la oportunidad de demostrar que no
era ese desagradable pedazo de mierda. Pero felizmente viviré el resto de mi
vida reparando eso y cualquier otra cosa que hice si es lo que se necesita
para ser el hombre que Saylor y las niñas merecen.
Asintió tristemente y regresó a su cerveza.
—No estuve para ella lo suficiente. Fui un mal padre la mayor parte del
tiempo.
No discutí con él. Saylor estaba más herida por el rechazo de su madre, 154
pero siempre había sentido su distancia emocional. A un así, había un lado
amable. Merecía escucharlo.
—Aun así, resultó ser una mujer increíble.
John sonrió.
—Sí, lo hizo.
Tomó su teléfono del bolsillo trasero y movió su pulgar sobre la
pantalla. Su fondo era una foto que yo había tomado de Saylor mientras
sostenía a nuestras hijas recién nacidas. Su sonrisa estaba tan llena y
brillante de alegría que hacía fácilmente que la pantalla brillara. John miró
la imagen de su hija y sus nietas por un momento antes de buscar otra. Era
de Saylor como niña pequeña. Sostenía un diente de león en su mano y
lanzaba una mirada de maravillosa nostalgia hacia su padre.
—Me casé muy joven —dijo John con arrepentimiento—. No estaba listo
para ser padre, y cuando me acostumbré a la idea ella ya había crecido y
parecía que no la conocía en absoluto. Es ahora cuando comprendo que ella
es lo único bueno que logré tener en mi vida.
Sentí que me suavizaba hacia el hombre. No era el padre perfecto, pero
amaba a su hija.
—No es muy tarde. Tomate un día para llorar. Date dos. Conduce a
Tempe. Le haría muy feliz y podrías pasar tiempo con las niñas. —Tragué—
. Sabes que eres el único abuelo que van a tener.
No me había dado cuenta de que era verdad hasta que lo dije en voz
alta. Pero la madre de Saylor no quería nada con ellos. Mi madre ahora
estaba muerta. Y si Benton se acercaba a mis niñas le arrancaría su jodida
yugular.
John guardó su teléfono y se puso en pie.
—Sí, haré eso. Pronto, lo prometo. —Levantó la mano y por primera vez
era sincero—. Sé mejor que yo, Cordero. Estate presente todos los jodidos
días.
—Planeo hacerlo.
Comenzó a irse y luego se giró.
—De nuevo, lamento lo de Maggie. Por favor, recuerda que existen
algunas personas en Emblem que la recuerdan como algo más que una
maldita adicta.
Siempre me ponía triste escuchar historias sobre cómo había sido mi
madre. Ya no.
—Gracias, John.
Cuando me volví a reunir con mis hermanos, mantuve la conversación
lo más ligera posible mientras esperábamos nuestra comida. Esa leve
sensación de calma que sentí en la cima de la montaña con mis hermanos
mientras mirábamos el paisaje de nuestro pueblo comenzaba a regresar. 155
Siempre me había preguntado si había algo más que podría haber hecho por
mi madre, para salvarla de Benton y de ella misma. Pero llegué a la
conclusión que no existía modo que esto hubiera terminado de otra forma.
—¿Deberíamos regresar a casa? —pregunté a mis hermanos cuando
terminamos de comer.
—Sí —dijo Chase, y luego sonrió al ver su teléfono zumbando—. Mi
prometida me extraña.
Probablemente hacía unos diez minutos que comenzaron a escucharse
las sirenas, pero no me habían alarmado. Pero luego comenzaron a
multiplicarse y la sinfonía comenzó a llamar más la atención. Algunos
clientes empezaron a mover sus cuellos hacia la calle principal, algunos
incluso habían salido para ver de qué se trataba todo eso.
Un hombre que reconocí vagamente entró y secó su sudoroso rostro en
una pañoleta roja antes de dirigirse al bar. Una palabra llamó mi atención
y no la había imaginado, porque Creed y Chase de inmediato se pusieron
alerta mirando fijamente al recién llegado que había dicho “Gentry”. Pero no
nos estaban mirando. Sabía que lo que fuera que ocurría no tenía nada que
ver con nosotros.
Alguien le hizo una pregunta al hombre y él negó.
—Nah, no es el chico que trabaja en el taller de Carson. Era su
hermano, Stone Gentry.
Chase se levantó de su asiento en un segundo.
—Oye —llamó, y el hombre dio la vuelta.
Su ceñó fruncido se desvaneció cuando nos miró.
—Los conozco, chicos. Hijos de Benton, ¿verdad? —Hizo un gesto—.
Dios seguro está jodiendo a los Gentry hoy. Primero Maggie y ahora ese
tremendo adolescente.
Creed lanzó dinero sobre la mesa y me agarró del codo.
—Vamos. Veamos de qué se trata esto.
Chase se veía afectado y el hombre que había entrado diciendo nombres
no tenía detalles. Coloqué una mano en el hombro de Chase y lo guie fuera.
Cada luz roja parpadeante en el pueblo estaba al sur de la calle principal.
En medio había una pila de metal retorcido y, a lado, una camilla cubierta
que no ocultaba la forma humana que transportaba. Un par de paramédicos
la levantaron y comenzaron a caminar hacia la ambulancia. No avanzamos
mucho antes de toparnos con Gaps. Parecía a punto de vomitar.
—Iba de camino al restaurante —dijo, y sonaba como si prefiriese decir
cualquier cosa antes que lo que debía decir—. Escuché que estaban ahí.
—¿Dónde está Stone? —preguntó Chase—. ¿Es él? ¿Está muerto?
Gaps tragó y miró al suelo.
156
—No, Stone no está muerto.
—¿Pero alguien lo está?
—Sí —asintió tristemente—. Alguien lo está.
20
No hubo una palabra que describiera la noticia. Horrible y trágico era
el tipo de mierda que la gente murmuraba cuando no sabían cómo
etiquetarla y solo querían salir pitando.
En algún punto entre hace media hora y el momento en que lo dejamos
parado frente a su casa en toda su arrogancia y gloria, sin camisa, Stone
Gentry había robado un coche, había competido con otro chico idiota por
las calles de Emblem y finalmente se estrelló con tanta fuerza que su
pasajero, una adolescente, murió instantáneamente. El otro conductor era
un compañero de clase que había sufrido varias lesiones y fue llevado en
una ambulancia. Stone Gentry, sin embargo, logró alejarse de los restos del
coche, sin un rasguño. 157
Podría haber deseado estar muerto, o al menos inconsciente, mientras
era esposado. Justo antes que lo metieran en un patrullero, echó un vistazo
al desastre que había hecho. Capté la expresión enferma de pena en su
rostro. No había forma que lo sacáramos de esta.
—¿Quién era la chica? —pregunté—. ¿La adolescente que fue
asesinada?
Gaps hizo una mueca mientras miraba hacia atrás, al lugar del
accidente.
—Erin Rielo. —Suspiró—. Buena niña, buena familia. A veces, juego al
billar con Mack, su padre. Erin era su hija mayor y va a estar sufriendo
como ningún hombre tendría que hacerlo.
Erin. La muerte sin sentido de una niña era horrible sin importar nada.
Pero mientras repetía el nombre en mi cabeza, tuve la molesta sensación
que debería significar algo para mí.
En el instante en que escuchó las noticias, Chase dejó escapar un
sonido raro y bajó la cabeza por un minuto, luciendo como si estuviera
enfermo. Luego levantó la cabeza, tragó saliva, y contempló la escena con
expresión sombría.
—¿Dónde está Conway? —preguntó roncamente.
—Oh, mierda —murmuró Cord suavemente y luego también pareció
ponerse enfermo.
—Conway no estuvo en el accidente, ¿verdad? —pregunté. Incluso si
no estaba involucrado, todavía estaría devastado. Había visto de primera
mano el vínculo tan cercano que compartían los hermanos. Esos dos eran
como mantequilla de maní y jalea, y probablemente lo habían sido desde
que eran bebés. Así que sí, Conway seguramente tomaría el arresto de Stone
muy mal, dado que a su hermano casi seguro le esperaba una larga pena
de prisión si todo lo que Gaps había dicho hasta ahora era cierto. Aun así,
sentí que me estaba perdiendo algo que mis hermanos entendían.
—No estuvo involucrado —confirmó Gaps—. Sé que ha estado yendo
los fines de semana al garaje de Carson, así que he enviado un auto ahí para
buscarlo.
Asentí.
—Bueno.
—Ya conoces a Erin —me dijo Chase—. La conocimos. La novia de Con.
Y en un instante comprendí lo que ellos ya sabían. Recordé la forma en
que ella colgó de su brazo, una hermosa joven enamorada. Y recordé la
manera en la que él la contemplaba como si no pudiera creer la suerte tonta
que estuviera con él.
158
Solo miré al suelo. Nada de lo que podría decir sería adecuado. Una
horrible tragedia acababa de hacerse aún más atroz.
Gaps se movió rápidamente cuando otro oficial hizo señas. Con Chase
a la cabeza, nos acercamos un poco más a la escena fatal. Había vidrios en
todas partes. Dos autos destrozados, un viejo Chevy clásico y el otro un
Toyota de modelo más reciente, se habían detenido a unos quince metros de
distancia después del accidente. El accidente estaba situado en un cruce de
cuatro vías y Gaps dijo que estaban compitiendo. En realidad, no tenía
sentido, cómo iban a chocar si corrían uno al lado del otro, pero supuse que
había varios escenarios posibles. Tal vez estaban tratando de evitar a otro
conductor o a un peatón. Tal vez uno se había salido y se había estrellado
contra el otro.
No importaba cómo había sucedido. El resultado era el mismo.
Los tres nos quedamos allí, miserables y en silencio. Parecía incorrecto
marcharse. A Stone lo habían llevado a la estación de policía, pero nadie
había visto a Conway todavía. No podíamos abandonarlo si existía la
posibilidad de ayudarlo de alguna manera.
—¡Erin! Suéltame, hombre. ¡ERIN!
Para entonces, una multitud considerable se había concentrado en el
perímetro del accidente. Los residentes de Emblem se habían alejado de la
cena y de sus lugares de trabajo para ver de qué se trataba todo el alboroto.
Una vez escucharon lo malo que era, hablaron en susurros y miraron con
tristeza los escombros mientras se mantenían a una distancia discreta, para
que el horror no se les acercara demasiado.
Oímos a Conway gritar antes de abrirse paso entre la multitud. Su
rostro era salvaje cuando empujó a los espectadores y a los paramédicos
tratando de llegar a la escena. Un policía que estaba cerca hizo un ademán
para agarrarlo, pero retrocedió cuando Gaps apareció e hizo una solicitud
en voz baja al otro oficial.
—¡ERIN! —gritó Conway.
Gaps puso un brazo amable alrededor de los hombros del chico.
Estábamos lo suficientemente cerca como para escucharlo decir:
—Te lo dije, hijo. Se ha ido. Lo siento.
Conway Gentry simplemente se derrumbó. Cayó de rodillas y, aunque
no dejó escapar ningún sonido, la visión de la forma en la que cayó al suelo
habría ablandado incluso a un corazón de piedra.
Algunos en la multitud murmuraron con simpatía y se dieron la vuelta,
limpiando lágrimas de sus mejillas. Emblem no era tan grande y las
tragedias siempre fueron un poco más trágicas en las ciudades pequeñas.
Muchos de los que flanqueaban la calle principal probablemente conocían a
los hermanos Gentry, y probablemente también conocían a Erin. Tal vez sus
hijos fueran a la escuela con estos niños o tal vez recogían las recetas de la 159
madre de Conway en la farmacia, o jugaron al billar con el padre de Erin.
Esto lograría llegar a todos de alguna manera.
Chase se arrodilló junto a Conway y lo tomó en sus brazos como si Con
fuera un niño pequeño en vez de un hombre casi adulto. El chico lloró en el
hombro de mi hermano y luego levantó la cabeza lentamente, mirando a su
alrededor con angustiados ojos rojos.
—¿Dónde demonios está Stone? —exigió.
Gaps se inclinó y apoyó una mano en su hombro. Se encontró con mis
ojos.
—No se lo he dicho todavía —explicó en voz baja.
Con apartó la mano de Gaps y se levantó.
—¿Dónde demonios está?
—Stone no está herido —le aseguró Chase.
Conway lo miró directamente. Había tantas emociones en guerra en su
rostro. Angustia, seguro. Y algo más, ira.
—Por supuesto que no. Él jamás se lastima. Entonces, ¿dónde diablos
está?
—Tu hermano era el conductor —le dijo Gaps. Era otra noticia difícil
de aceptar, pero no tenía sentido evadirla—. Estaba detrás del volante de
ese Chevy robado y la chica, Erin, estaba en el asiento del pasajero.
Conway parpadeó al mirarlo. No se movió. No respiraba.
Gaps cambió su peso y se aclaró la garganta.
—Tu hermano fue arrestado en el lugar y está siendo fichado en la
estación.
—Stone era el conductor —murmuró Conway mientras pasaba una
mano temblorosa por su cabello—. Stone era el conductor.
Chase hizo ademán de acercarse a él, pero Con, de repente, alcanzó su
punto de ebullición, caminando de un lado a otro y respirando
entrecortadamente. Sus manos fueron a su cabello rubio oscuro y greñudo,
el mismo cabello que mis hermanos y yo tendríamos si alguna vez
decidíamos dejarlo crecer. Tiró de las raíces con fuerza, como si tratara en
vano de sustituir un dolor pequeño por otro más grande. No sabía si era
más amable retroceder y dejarlo estallar o tratar de tirar de él para abrazarlo
con simpatía.
Luego, sin previo aviso, se detuvo, retrocedió y golpeó un poste de luz
de metal sólido. El sonido del hueso al encontrarse con el metal fue terrible.
—Conway —llamé bruscamente. 160
Él no había gritado, aunque el golpe debió ser una agonía. Extendió su
mano frente a él y la miró tontamente como si no pudiera adivinar el motivo
por el que los nudillos se partieron y la piel se estaba volviendo púrpura.
—La tomó antes de llevársela —dijo inexpresivamente, y no tenía idea
de qué demonios estaba hablando. Debió haber sido el dolor y la conmoción
de perder a su chica y luego momentos después, descubrir que su hermano
era responsable de su muerte. Aunque había algo extraño al respecto. Nadie
había respondido todavía la pregunta de por qué Stone había decidido
llevarse a la novia de su hermano a dar un paseo loco en un auto robado.
Chase rodeó a Conway con un brazo firme y lo condujo a un banco
cercano. El chico simplemente se sentó aturdido y silenciosamente permitió
a Chase mirar su mano más de cerca.
—Eso supondrá un viaje al hospital —dijo Chase, haciendo una mueca
mientras giraba suavemente la mano. Conway no hizo ningún sonido, ni
siquiera reconoció haber escuchado.
Cord vino a mi lado. Nuestros ojos se encontraron y asintió con
cansancio. Por supuesto, no había forma que pudiéramos marcharnos
ahora y dejar a nuestro joven primo sentado aquí, en la calle principal, con
su conmoción y su mano rota.
En cuanto a su hermano, incluso yo tuve que admitir que no había
nada que pudiéramos hacer por Stone en este punto. Recordé la noche en
la que venimos hasta aquí para rescatar a los hermanos del pequeño
problema que los llevó a una celda en la cárcel. El último pensamiento que
tuve al dejarlos fue la esperanza que se habían alejado de la fina línea que
separa lo bueno de lo malo. Lamenté que Stone no hubiera podido encontrar
su camino. Sus acciones imprudentes le habían costado la vida a una joven
y cambiarían el curso de la suya.
—¿Quieres que le eche un vistazo a esa mano?
Una mujer paramédica, con líneas de sonrisa alrededor de los ojos y
cabello rubio platino enroscado sobre su cabeza, había aparecido de la nada.
Había en ella una expresión maternal. Conway se la quedó mirando
estúpidamente mientras le acariciaba suavemente la mano hinchada.
—Eso tiene que doler ferozmente —regañó, pero había suave
amabilidad en su voz. Abrió una bolsa negra que colgaba de su hombro y
sacó una venda elástica—. Al menos puedo inmovilizarla y protegerla hasta
que puedas llegar a la sala de emergencias.
Envolvió la mano cuidadosamente mientras Conway continuaba
mirando a la nada.
—¿Crees que está bien? —pregunté a Cord en un susurro.
Cord me miró como si estuviera desquiciado. Hice una mueca.
—Quiero decir, sé que no está nada bien, joder. Pero no crees que vaya 161
a correr frente a un autobús ni nada por el estilo, ¿verdad?
Cord negó.
—No lo dejaremos.
Eché un vistazo alrededor y noté que los policías estaban empezando a
espantar a todos. Después de todo, esta era la escena de un accidente
automovilístico fatal. Evité mirar demasiado de cerca el lugar del accidente,
tratando de no imaginar a esa pobre chica pasando sus últimos momentos
allí. Esperaba que todo hubiera terminado antes que tuviera la oportunidad
de darse cuenta de lo que venía.
Conway estaba desplomado en el banco, sosteniendo torpemente su
mano vendada mientras Chase trataba de consolarlo.
—Probablemente deberíamos preguntar si alguien llamó a su madre —
le dije.
Cord asintió.
—Si lo hicieron, puede que haya decidido ir primero a la estación de
policía.
—Al menos deberíamos sacarlo de la calle. Tal vez llevarlo a casa y
esperar allí hasta que aparezca su madre.
—No es mala idea. No necesita estar sentado aquí mirando esto toda la
noche.
Saqué mi teléfono del bolsillo.
—Supongo que deberíamos decirles a nuestras esposas que no nos
esperen pronto en casa.
La boca de mi hermano era una línea apretada.
—No, no estaremos en casa pronto.
162
21
Si pudiera levantarlo y acunarlo en mi hombro hasta que dejara de
temblar lo haría.
Si pudiera calmarlo con promesas que todo estaría bien, también lo
haría.
Pero sería mentira. Y le negaría la oportunidad de sentir lo que necesita
sentir.
Sabía por experiencia, que la única manera de manejar el dolor era
permitiéndole seguir su curso. Hacerlo menos, embotellándolo,
escondiéndolo de todo, lo único que ocasionaría es la construcción de un
volcán.
163
Conway se rehusó a llamar a su madre e ir a casa, agitándose cada vez
más siempre que lo mencionábamos. Por lo poco que había recolectado de
Tracy Gentry, no era cercana a sus hijos, pero incluso una madre distante
era mejor que no tener una en este momento.
—Te dije —gruñí a Conway—. A ella no le va a importar.
La mayoría de los curiosos se habían ido. Algunos se habían detenido,
mirándonos en la banca en la que habíamos estado desde que Con golpeó
su mano en el poste metálico de luz. Parecían querer decirle algo. Si conocía
a alguno de ellos personalmente, no dio indicación. Hubo un momento
extraño cuando crucé mirada con una delgada y atractiva mujer, que
posiblemente estaba a mediados de sus cuarenta. Parecía familiar, pero no
fue hasta que hizo un gesto y se dio la vuelta que me di cuenta de que estaba
mirando a la distante madre de Saylor. Miré a Cord para ver si la había visto,
pero no fue así. Él se puso de pie con las manos en sus bolsillos,
consultando algo silenciosamente con Creed.
—Vamos a esperar contigo —dije a Conway, una vez más tratando de
convencerlo que esa banca en la calle principal no era el mejor lugar para él
en este momento—. Vamos a estar contigo todo el tiempo que quieras. No
tienes que estar solo.
El chico solo movió la cabeza.
—Ella había terminado con lo nuestro. Lo dijo.
—Conway. Tú no hiciste nada malo.
Frunció el ceño.
—¿No lo hice? —Su voz era vaga, como si honestamente no pudiera
recordar.
Su mano estaba inútilmente sobre su rodilla. A pesar de las vendas
podía decir que estaba terriblemente hinchada. Había docenas de huesos en
la mano humana. Y ese ataque al poste posiblemente había destrozado
algunos.
—Al menos déjanos llevarte al hospital —dije—. Que revisen esa mano.
Conway miró su mano. La levantó, tratando de doblar los dedos y
quejándose de dolor.
—Probablemente está rota —dije—. No va a sanar de manera correcta
si no la revisan.
Cord y Creed estaban mirando hacia nosotros y me di cuenta de que
estaban esperando en otro lado a propósito, asumiendo que yo era el de más
altas probabilidades de hacerlo cambiar.
—Vamos —intenté una vez más, tratando de levantarlo de codo.
Sorprendentemente, lo permitió. Mantuvo su cabeza baja y su mano
herida pegada mientras me seguía a la camioneta de Creed.
164
—¿Centro Médico Emblem? —Creed me preguntó una vez que subí a
Conway al asiento.
—Supongo. —Me encogí de hombros—. Podemos intentar y rastrear a
su madre mientras esperamos.
Cord se sentó junto a mí en la parte trasera y Creed encendió la
camioneta, tratando de silenciar el estéreo antes que sonara. Este no era un
momento que necesitara música.
El centro médico era algo nuevo. No había sido construido hasta
después que nos fuimos de Emblem hace unos años. Era pequeño, pero una
buena adición al pueblo. Antes, todos tenían que conducir alrededor de
cuarenta y ocho kilómetros solo para que les revisaran una pequeña herida.
Por suerte, la mujer detrás del escritorio reconoció a Conway así que
ayudó a llenar sus papeles. Había algunas preguntas del seguro, para las
que ninguno de nosotros tenía respuesta, pero cuando parecía que eso sería
un problema Cord tomó la tabla y la firmó, aceptando la responsabilidad.
La sala de espera estaba casi vacía. Un borracho sucio dormido en la
esquina. Permanecí cerca de Conway, aunque me quiso fuera cuando la
enfermera llegó para llevarlo a los rayos x.
Dudando, me puse de pie y lo vi marcharse, sintiéndome protector y
triste. No había forma que esta noche terminara bien. Un chico de esa edad
no sabía realmente como callar los conflictos curiosos que estaban
rompiendo su alma. Hace algún tiempo, las cosas fueron realmente oscuras
para mí. Tuve un boleto hacia el mismo terrible lugar que capturó a mi
madre. Pero mis hermanos colocaron sus brazos a mi alrededor y me
trajeron de regreso.
—No te arrastres al hoyo, Chasyn —susurró Creed—. Pero si lo haces,
vamos a ir por ti.
—Cada jodida vez —dijo Cord, abrazándome—. Siempre.
Si Conway Gentry se encontraba a la deriva, ¿Quién iba a levantarlo?
Cord debió leer mis pensamientos.
—Vamos a ayudarlo, Chase —dijo secamente—. Vamos a hacerlo.
Suspiré.
—Quizás podamos hablar con Tracy. Preguntarle si lo dejaría pasar una
parte del verano con nosotros. Quizás acepte. Será difícil para él quedarse
aquí ahora.
—Sí. —Creed asintió, estirándose—. Solo esperemos que no recuerde
la vez que oriné en la pila para pájaros de cerámica.
—¿Por qué demonios harías eso?
Se encogió de hombros.
—Tenía que mear. Estaba ahí. 165
—La lógica de Credence en su máximo esplendor.
Me estaba mirando pensativo.
—Tengo la sensación de que Con estaba furioso con su hermano
incluso antes que Gaps dijera que Stone era el conductor.
—¿De verdad? No lo había notado.
Creed continuó mirándome. Era como si estuviera al final de una
prueba alienígena mental. Creed siempre supo que algo sucedía. Supo
cuando la estaba usando, cuando estaba mintiendo, y cuando le estaba
ocultando algo.
—Los vi —dije bajando la voz a casi a un susurro, puesto que Emblem
tenía chismosos en cada esquina del pueblo—. Mientras estábamos
conduciendo de la casa esta tarde, vi a Erin salir de la casa y ah, digamos
que ella y Stone parecían inapropiadamente cómodos en la forma de “Te
odio, pero te amo”.
Las cejas de Cord se elevaron y dejó escapar un bajo silbido.
—¿Crees que lo sabe? —preguntó Creed, señalando a la puerta por
donde Conway había desaparecido.
—No lo sé. No voy a preguntar.
Creed asintió.
—Bien.
El borracho de la esquina siguió roncando y los minutos pasaron.
Cuando pasó una hora sin que nada cambiara más que las manecillas
del reloj, me puse en pie y me dirigí al mostrador. La mujer que había
ayudado a Conway había sido remplazada por una que decidí era menos
paciente. Estaba haciendo un desastre al cortar pequeños cuadrados y me
tomó un minuto darme cuenta de que eran cupones.
—Solo ve a la parte trasera —dijo en un bufido moviendo las tijeras
cuando le pregunté sobre revisar el estatus de Con.
Esperé que mis hermanos no me siguieran y no lo hicieron. Encontré a
Conway recostado en una cama. Sus ojos estaban cerrados y su mano tenía
una venda nueva. Tomé la silla metálica más cercana y la coloqué junto a
su cama.
—Todavía estás aquí —dijo Con. Sus ojos permanecieron cerrados.
—Por supuesto que todavía estoy aquí. Cord y Creed también lo están.
Somos tus primos. No íbamos a dejarte aquí e irnos.
Sus ojos se abrieron. Eran azules. Como los míos. Como los de mis
hermanos. Me miró con la confusión herida de un chico que había perdido
todo. Luego los volvió a cerrar de nuevo.
—Estoy solo ahora. 166
Le di unas palmadas en su hombro, un gesto inadecuado.
Luego, de repente, se sentó a la orilla de la camilla.
—No puedo estar ni molesto, Chase. Con ellos. Por lo que hicieron. No
puedo estar molesto porque ella está muerta y él va a ir a la maldita prisión.
—Tienes todo el derecho de estar molesto, Con.
Tosió y apartó la mirada.
—No tienes idea.
—La tengo.
—¿Tienes novia, Chase?
—Prometida.
—¿Y la amas?
—Más que a nada.
—¿La amas tanto como a tus hermanos?
Fui lento al responder.
—Sí. No sé qué haría sin alguno de ellos.
Los hombros de Conway bajaron y una lágrima rodó por su mejilla.
—Estuvimos juntos por un largo tiempo. Dos años. Por supuesto, creció
al lado, así que estuvo en mi vida desde antes. Cuando éramos niños, los
tres pasábamos el tiempo juntos, pero luego Stone y yo comenzamos a
rodearnos de gente mayor y ella no estaba tanto. Todo eso cambió hace dos
veranos. Fue la única chica a la que amé. —Su voz se rompió y sonrió—. Y
Stone, él es el único hermano que he tenido.
Había cosas que pude haberle dicho, sobre cómo un error puede
cambiar las cosas de formas que nadie podía imaginar. Pero hubiera sonado
cruel justo ahora, ante la traición y la perdida. No podía imaginarme qué
razones podrían tener para que un hermano traicionara a otro, por una
chica que claramente estaba enamorada de la última persona que imaginó.
Quizás había más en la historia. Pero todo lo que tenía ahora eran
pedazos rotos.
—¿Conway? ¿Existe alguien a quien pueda llamar, alguien a quien
quieras ver en este momento?
Negó.
—No. Stone era mi mejor amigo. Y Erin era mi corazón.
Coloqué mi mano en su cabeza.
—Estamos aquí.
Me miró con ojos perdidos. No dijo nada. 167
Una enfermera con una bata con estampado de osos rosados entro con
un carrito metálico lleno de medicina y anunció que era momento de
envolver la mano de Conway. Aparentemente, las fracturas eran simples y
seis semanas con el yeso serían suficientes. Las otras heridas, tardarían
mucho tiempo en sanar, si lo hacían.
La enfermera comenzó a hacer eficientemente su trabajo. Él se veía algo
lloroso y me pregunté si le habían dado algo para el dolor.
—Vamos a tener que esperar un poco más mientras esto se seca —le
dijo, colocando gentilmente su mano momificada sobre su regazo.
—Conway —dije—, voy a hablar con los chicos por unos minutos. Ya
regreso.
Tan pronto regresé a la recepción noté dos cosas de inmediato.
Cord no estaba a la vista.
Y Creed se veía tenso. Casi sombrío.
Este claramente no había sido el día más alegre, pero definitivamente
se veía más perturbado que la última vez que lo vi.
—¿Qué me perdí? —pregunté, sentándome en una silla de plástico.
Creed me dio una sonrisa forzada.
—Tuvimos un visitante.
—¿En serio?
—La madre del chico escuchó que estaba aquí.
Miré alrededor.
—Bueno, obviamente no se quedó por mucho.
—No. No lo hizo.
—Debieron de haber tenido una charla agradable.
—Sí. Ella supo de inmediato quién era. Bueno, en realidad me dijo
Chase, pero como sea. Le dije que lamentaba lo de Stone y que Con estaba
siendo tratado por su mano rota al golpear el poste de luz. Me dijo que
Conway podía recoger sus cosas de la casa de Mitchell. Que se lo dijera.
—¿Qué demonios significa eso?
—Es exactamente lo que dije. Tracy se cruzó de brazos y dijo que ya
estaba harta con todas las cosas Gentry y que esos dos pequeños vándalos
estaban por su cuenta. Le recordé que Conway era menor de edad y que
debería pensarlo antes de sacarlo de la casa. Me dijo que si me importaba
tanto podía quedármelo.
—Mierda. —Negué—. Qué escena.
—No es broma. Cuando estaba saliendo de la sala de espera, la detuve.
Le pedí que no lo hiciera. Fui completamente amable al respecto. Solo use 168
palabras de cuatro letras como dieciséis veces.
—¿Qué dijo?
—Me dijo que me fuera a la mierda. Dijo que ya había tenido suficiente
abuso y se iba. Luego golpeó su rostro contra la puerta. Salió de aquí con la
boca sangrando. Lo bueno es que existen cámaras por todas partes. No sería
raro que llenara algún reporte policial.
—¿Crees que lo dijo en serio?
Creed se encogió de hombros.
—Quién sabe. Quizás cambie de parecer cuando salga el sol. Pero
mientras tanto, no creo que él tenga algún lugar a donde ir.
—Podemos ayudarlo con eso, hasta que se solucione todo.
—No creo que se solucione, Chase.
—Hmph. —Gruñí y me froté los ojos. Luego miré alrededor—. ¿Dónde
está Cord?
—Cord. —Creed miró alrededor, como si Cord estuviera hecho bolita en
la esquina—. Olvidó su celular en mi camioneta, así que fue por él para
llamar a Saylor.
Me levanté y estiré, escuchando algunos huesos tronar. Había sido un
largo día.
—Voy a ir con él. Necesito algo de aire fresco. ¿Puedes esperar aquí? No
quiero que Con salga y vea una sala vacía.
—Sí, voy a esperar.
Tan pronto salí, pude escuchar a las ranas del desierto de Sonora que
siempre regresaban durante las lluvias de verano. No las veías mucho en la
ciudad, pero aquí, aparecían de a monto cuando llovía. Y olí la lluvia en el
aire.
Pensé que Creed se había estacionado cerca de la puerta, pero debí de
haber estado equivocado. Escaneé el estacionamiento, buscando alguna
señal de Cord o la camioneta de Creed, pero no vi ninguno.
Un hombre estaba fumando un cigarrillo en la puerta. Lo conocía,
aunque me tomó un momento recordar su nombre.
—Benji Carson. —Extendí la mano.
—Chase. —La sacudió. Luego pisó su cigarrillo y movió su cuello hacia
la puerta—. Escuché que Conway estaba aquí y pensé en pasar a verlo. Ha
estado trabajando para mí, sabes. A veces resulta una molestia, pero en
general es un buen chico. Trabaja duro. Apesta lo que le sucedió. No conocía
muy bien al hermano. —Se rascó la barriga—. También lamento haber
escuchado lo de su madre. Seguro que han tenido un día de mierda ustedes.
Primero una tragedia, y luego otra.
169
—Bueno, esperemos que las malas cosas no sucedan en tríos —dije
como si no fuera nada, pero se quedó en el aire. Un segundo de pánico
repentino siguió.
—¿Te encontraste con mi hermano Cord?
—Sí.—Asintió—. Hace unos minutos. Estábamos hablando de ustedes,
y sobre Deck. —Luego frunció el ceño—. Creo que lo molesté o algo.
—¿Tú? —Estaba sorprendido, Cord no era alguien que se agitaba por
nada, y era imposible que Benji Carson lo hiciera—. ¿Por qué lo crees?
Carson suspiró.
—Dije algo que supuse ya sabía. Quiero decir, yo sabía, Gaps sabe,
probablemente existen más que saben puesto que Benton es la clase de
chico que grita esas cosas.
Mis músculos se tensaron por instinto. Había esperado salir de
Emblem sin escuchar el nombre de Benton de nuevo.
—Dime —dije.
Dos minutos más tarde, estaba de regreso a la sala de espera, Benji
Carson detrás de mí. Creed se levantó tan pronto vio mi mirada.
—Tenemos que irnos —le dije.
Se tensó.
—¿Dónde?
—A encontrar a Cord. Se fue.
Creed buscó en sus bolsillos.
—Mierda, tomó mis llaves.
—Lo sé. —Sacudí las llaves que Ben me dio cuando le pedí un favor—.
Tenemos un préstamo. Recuerdas a Benji Carson. Va a quedarse aquí en
caso de que Conway salga antes que regresemos.
Le dije a Ben que por favor le hiciera saber a Conway que no lo
habíamos abandonado. Regresaríamos. Luego corrí hacia Creed, que ya
estaba esperando en la puerta.
—¿Tienes idea de a dónde fue? —preguntó mientras nos subíamos a la
camioneta del taller de Carson.
—Tengo una idea —dije sombríamente.
No me preguntó nada más. Los tres siempre habíamos tenido una
fuerte conexión. Algunos pueden llamarla sobrenatural. Otros pueden
señalar teorías científicas sobre lazos de sangre entre quienes iniciaron la
vida juntos antes que se supiera estaban vivos. No sabía que creer, pero lo
que sabía es que cuando uno de mis hermanos estaba herido o en peligro,
algún sentido despertaba dentro de mí, advirtiendo que un pedazo de mi
alma estaba en peligro. 170
Estaba completamente despierto en este momento.
Las cosas que había escuchado en el hospital no eran tan terribles.
Había escuchado peores si se hablaba de Benton. Pero Cord había estado
caminando al borde. Lo supe desde que lo vi en las luces bajas en la
mañana. La muerte de nuestra madre había movido algo vulnerable dentro
de él. Creed y yo no necesitábamos hablar para saber que era verdad.
Cordero, nuestra roca, nuestro centro sólido, estaba al borde del precipicio
que podía destruir todo por lo que había trabajado tan duro.
Tan pronto estuvimos fuera del centro del pueblo, pisé a fondo el
acelerador. Nos adentramos al oscuro desierto en silencio, un único
pensamiento entre nosotros.
Cordero. No.
22
Chase acababa de cruzar las puertas para buscar a Conway cuando
noté que me faltaba algo.
—Dame tus llaves —dije a Creed—. Tengo que tomar mi teléfono de la
camioneta y llamar a Say.
Me las dio de inmediato. Mientras salía, una mujer rubia que reconocí
entró. Se veía indispuesta y exhausta, preocupada. No me miró, así que
pensé que la estaba confundiendo.
Una tormenta se estaba formando al suroeste. El cielo se había vuelto
oscuro, pero podía ver los rayos y el olor de la tierra. Las ramas verdes se
sacudieron en el viento. Algunas veces esas tormentas de verano eran
171
engañosas. Te harían creer que caerían justo donde estabas. Y luego se irían
en la dirección contraria o desaparecerían por completo. Pero lo que fueran
a soltar sería furioso, desbordamiento de agua, caminos inundados.
—Hola —dijo una voz y miré a un gordo señor de mediana edad
cerrando la puerta de su camioneta. No lo había escuchado llegar, así que,
o estaba perdido en mis pensamientos, o él había estado sentado,
observando como se acercaba el clima y quizás contando los rayos. No me
tomó mucho tiempo identificarlo.
—Carson —dije, extendiendo mi mano al dueño del taller. Era alguien
bien conocido en Emblem y, más recientemente, un amigo para Deck. No
me sorprendió escuchar que había contratado a uno de los hermanos Gentry
para trabajar en su taller. Probablemente había sido un favor a Deck.
Aplastó un cigarrillo bajo su bota y echó un vistazo al centro médico.
—Escuché que el chico podía estar aquí, y quería verlo.
—Está aquí. Se rompió los nudillos en un poste metálico, así que se los
están arreglando.
—Va a ser difícil quedar de una pieza después de una noche como esta.
—Esa es la verdad.
Carson me miró.
—Supongo que ha sido una cosa después de otra, para ustedes, chicos.
—Tosió y aclaró su garganta, moviéndose incómodamente—. Escuché lo de
Maggie, por cierto.
Estuve en silencio, recordando la habitación que resguardó el cuerpo
de lo que una vez fue mujer. Tan pronto pisé la morgue, supe que ese
momento sería otro destinado a perseguir mis sueños.
—Tu padre y yo fuimos amigos en la secundaria —continuó—. Apuesto
a que no lo sabías.
No lo sabía.
Carson suspiró.
—No siempre fue una rata bastarda. —Levantó la mano—. No lo estoy
disculpando. Podía ser un dolor en el trasero con su temperamento, pero
era un chico divertido con el que pasar el rato. Las chicas lo amaban. —
Carson frunció el ceño, mirando hacia la tormenta que se acercaba—. Nunca
hubiera imaginado que se convertiría en lo que es ahora.
No estaba preocupado por Benton. No quería escuchar de él. Estaba a
punto de disculparme y dejar a Benji Carson y sus cosas del pasado cuando
volvió a hablar.
—Ni siquiera ha trabajado desde Dios sabe cuándo. Solo se mantiene
en pie gracias a Deck. 172
Lo dijo como un hecho, y pensé que había escuchado mal. Casi lo dejo
pasar. Pero algo me molestaba. Me había molestado por un tiempo. Benton
tenía que saber que todos habíamos estado viviendo a menos de una hora
de aquí. Pudo habernos forzado a los tres para darle dinero si creía que
teníamos, hubiera usado amenazas, incluso a Maggie. Pero no supimos
nada de él en años.
¿Por qué?
En mi menté, sabía que tenía que existir una razón.
Y Benjamin Carson me la acababa de dar sin saberlo.
Me crucé de brazos.
—¿Desde cuándo pide dinero a mi primo?
Carson tembló. Juntó los labios y pasó la mano por su cuello,
evitándolo. Debió comprender que había dicho demasiado, si alguno de los
Gentry tenía su lealtad, era Deck.
—Lo suficiente —dijo cuidadosamente, mirándome de soslayo—. Deck
le da lo suficiente para mantenerse fuera de su vista. El trato es que seguiría
haciéndolo si se mantenía alejado de ustedes.
Asentí lentamente.
—Ya veo.
Y lo hacía. Debí estar jodidamente ciego para no entenderlo antes.
Entre que Deck salió de la marina y comenzó a verse con Jenny, estuvo
viviendo en el viejo tráiler que una vez perteneció a su padre. Lo mantenía
estacionado a unos metros de la puerta delantera de Benton y, aunque los
tres le pedimos que saliera de Emblem, se quedó por más tiempo. No era un
asunto de dinero. Deck tenía toda clase de planes y negocios activos que
mantenían el dinero fluyendo.
De pronto, tuve un recuerdo de cuando era niño, hace mucho, cuando
Deck, cinco años mayor que nosotros, había parecido enorme. Gritó a
Benton. Benton no se atrevió a levantarle el cinturón, o se enfrentaría a su
hermano mayor, o al tío Chrome. Deck nos protegía cuando podía y hablaba
por nosotros cuando teníamos miedo. Había sido nuestro héroe. Y aunque
no dijo nada, todavía intentaba serlo. Sentí una explosión de amor por
nuestro enigmático primo. Y luego sentí una puñalada de ira contra mi
padre.
Miré las llaves en mi mano. Desde aquí podía ver la sala de espera. La
mujer rubia que había visto pasar le estaba diciendo algo a Creed. Chase
debía seguir en la parte de atrás con Conway. Mis hermanos nunca me
dejarían enfrentarme a Benton, y si insistía, me seguirían. Creed era el que
se enfurecía más rápido, y era poco probable que mantuviera los puños para
sí mismo ante la oportunidad de golpear a Benton. Chase solía sentir el
mayor apego emocional por nuestra madre, y este día ya había sido 173
suficientemente doloroso para él.
—¿Te encuentras bien, Cord?
—Bien. Mira. No quiero terminar esto, pero tengo que ir a hacer algo
rápido.
Carson me miró sin creerme, probablemente tratando de descubrir qué
era lo que tenía que hacer en medio de este caos. Pero se encogió de
hombros.
—Muy bien. Cuídate.
No le respondí. No era su culpa, pero estaba ardiendo.
Mi basura de padre dañaba todo lo que tocaba y, mierda, había hecho
cosas a las personas que amaba. Nunca acabaría, y tenía que hacerlo. Tenía
que terminarlo.
Una vez estuve en la camioneta de Creed, no hubo marcha atrás.
Estaba fuera del estacionamiento y en camino antes de pensarlo dos veces.
No había plan, no realmente, sin estrategia experta para hacer saber a
Benton Gentry que había terminado. No existía para nosotros. No iba a
permitir que siguiera arruinando a Deck para que no nos hiciera nada.
Podía hacer el camino con los ojos cerrados. Por el resto de mi vida, no
importa cuántos años pasasen. Sería capaz de recordar esta miserable
esquina del mundo. Estaba grabado en mi ADN. Giré hacia el camino que
llevaba a casa de mis padres. Ya estaba lo suficientemente oscuro para no
ver las casas en el desierto, pero sabía dónde estaban las propiedades de los
Gentry que vivían, o los muertos Gentry, o los encarcelados Gentry. Algunas
se veían medio decentes. Otras estaban en ruinas. Probablemente existían
personas en este país que negarían que alguien viviera realmente así, pero
estaban equivocados.
Había esperado que mi estómago se hiciera un nudo cuando regresé a
la propiedad de mi padre, pero aparte de la sensación de intranquilidad, no
sentí nada. Este lugar había habitado mis pesadillas por tanto tiempo que
no parecía real. Apagué las luces mientras avanzaba los últimos metros.
Una simple bombilla era todo lo que iluminaba. Pude ver una luz tenue
asomándose desde la grasienta cortina que cubría la ventana de la
habitación del frente, así que asumí que estaba ahí, sentado en la oscuridad
y poniendo cara de pena por su esposa muerta.
Calmadamente golpeé la puerta delantera y me sentí como un completo
hipócrita, pero tenía que mantener mi cabeza fría y mis manos ocupadas.
La primera ronda de golpeteos no trajo nada, ni una respuesta. Esperé un
minuto entero y golpeé más fuerte.
Se me ocurrió lo fácil que sería si Benton no respondía a la puerta.
Podría irme a casa con Saylor y mis niñas, donde todo estaba bien y era
bueno en el mundo, donde todo era lo opuesto a este lugar. Si Benton se 174
acercaba, simplemente le diría que comiera mierda y muriera.
Eso no lo detendría.
Por eso me quedé en la puerta y golpeé una vez más.
—Mierda —gruñó una voz desde el interior. Se escuchó un choque, un
sonido que se acercaba más.
Mantuve mis brazos a los costados y esperé a ver a mi padre.
Benton Gentry alguna vez fue un hombre poderoso que giraba cabezas;
algunas de deseo, otras en temor. Pero ahora era simplemente un suave
charco de ojos azules. Seguramente me doblaba en peso, pero estaba lleno
de carne débil, no músculo. No quería que esto terminara violentamente.
Dios sabía que tenía mucho que perder. Pero si lo hacía, sabía que lo podría
tumbar en tres segundos. Saber eso concedía una extraña clase de poder.
El gigante de mis pesadillas me miró y empujó la puerta para abrirla.
—Hola, chico —dijo, sorpresa en su voz.
—Soy Cordero —dije.
Se rascó la cabeza, una mezcla de cabello oscuro rubio que se estaba
volviendo cano y grasiento. Luego se rio.
—Eso lo sé. ¿Realmente crees que no sé quién demonios es cada uno?
Tuve que cruzar los brazos sobre mi pecho. Tenía que hacerlo porque
mis manos instintivamente habían formado puños.
Se inclinó y retrocedió.
—¿Vas a entrar?
Busqué mi anillo de bodas, un hábito. A veces podía sentirlo presionar
mis dedos, un recordatorio que representaba el suelo firme en el que estaba.
Pero mi dedo estaba vacío ahora. En mi intención por salir rápido de casa
esta mañana, había olvidado ponérmelo. Un simple error que ahora parecía
fatal.
El olor a comida podrida y otros hedores de suciedad me golpearon
antes de dar un paso. Mis ojos de inmediato saltaron al pasillo que llevaba
al baño donde mi madre había muerto. Un hilo frío subió por mi espalda.
—Toma asiento —ordenó Benton, dejando caer su pesado cuerpo en
una silla metálica. La mesa rota frente a él tenía una botella medio vacía de
Olde English.
—Seguiré de pie —dije, recargándome contra la pared para estar lo más
lejos posible de él.
Benton me miró. No estaba completamente ebrio. Había un brillo en
sus ojos.
—Supongo que los chicos son demasiado buenos para venir a presentar 175
sus respetos, ¿verdad?
—¿Crees que estoy aquí por eso? ¿Para presentarte mis respetos?
Se puso derecho. Su labio formó una línea recta.
—¿Así van a ser las cosas? ¿Tu madre muere y vienes aquí a darme
mierda y mostrarme actitud? Bueno, en ese caso, puedes irte al infierno.
Negué.
—Tengo algo que decirte primero.
Levantó la botella hacia sus labios y tragó. Para un hombre que
acababa de perder a la que fue su esposa los últimos veintisiete años, no
parecía herido. Colocó la botella abajo con un fuerte golpe.
—Bueno, entonces dime —dijo como si ya le hubiera aburrido la
situación, aburrido de mi presencia.
Casi le dije cómo su boleto de comida había terminado y que se fuera a
la mierda con su miserable soledad.
En su lugar, tomé la silla vacía en la que posiblemente mi madre se
sentó cientos de veces, le di la vuelta, y me senté de caballo, dándole una
mirada mientras me veía molesto.
—No tienes familia —le informé—. Nosotros tuvimos suerte de salir
vivos de aquí y nunca vamos a perdonarte lo que hiciste. Nunca. No perdono.
A mamá tampoco. Pero fue tu culpa que terminara de ese modo.
Soltó un bufido.
—¿Qué clase de mierda estás diciendo? Esa mujer nunca conoció una
aguja que no le gustara y yo hice lo que pude con ella.
Mis manos querían tomar su esqueleto por las orejas y golpearlo en la
mesa. Respiré profundamente.
—Sí, eres un verdadero gran hombre. Golpeando a tu esposa si te
sentías de mal humor, y lanzándole basura para poder mantenerla bajo tu
pulgar.
Benton negó y se rascó la barbilla.
—Tienes una memoria de mierda, chico. Era imposible interponerse
entre Maggie y su basura. Siempre que lo intentaba venía hacia mí, con las
garras fuera. ¿Ves esta vieja cicatriz en mi rostro? Fue mi recompensa por
intentar sacarla de eso.
—Tú, jodido mentiroso. ¿Esa es tu historia? ¿Que fuiste obligado a
amarla casi matándola a golpes? —Me reí sin sentirlo—. Debe ser la razón
por la que tuviste que pegarla hasta dejarla inconsciente cuando estaba
embarazada de siete meses, haciendo que casi muriéramos. 176
Una mirada rara cruzó su rostro. Si no lo conociera mejor, diría que se
sentía culpable. Pero ninguna culpa vivía ahí. La culpa requería un alma.
—¿Y nosotros? —pregunté.
Su boca se torció.
—¿Qué demonios, Cord? ¿Qué demonios quieres de mí?
—Nada. Solo quiero que sepas que estás más que muerto para la única
sangre que te queda en la tierra. Así que puedes sentarte aquí en tu suciedad
y ahogarte, y déjame decirte que no va a llegarte más dinero. Y sí, estoy
hablando de lo que lograste sacarle a Deck. Verás, tengo idea de con qué lo
habías estado amenazando y se terminó. ¡Estás acabado! Se terminó.
Me miró. No mostró que nada de lo que acababa de decir le molestara.
Manteniendo la mirada en él, me puse en pie y comencé a caminar hacia la
puerta. Posiblemente sería la última vez que vería este lugar. Esta sería la
última vez que le dirigiría la palabra. Le di la espalda y coloqué la mano en
la manija de la puerta cuando dejó escapar una risa rasposa.
—¿Cómo está tu esposa, Cord?
No. No iba a caer en su trampa. Abrí la puerta.
—¿Y tus niñas? ¿Cuántos años tienen ahora?
La amenaza estaba hecha. Me detuve, mirando mi mano, cerré la
puerta sin haber dado un paso hacia afuera.
—Quizás quieran saber que tienen un abuelo además de ese
desperdicio de McCann.
Lentamente me giré. Benton Gentry estaba sentado sonriendo
triunfantemente. Meció la silla, claramente disfrutando de la expresión
enferma que podía sentir formándose en mi rostro. No, no nos dejaría
cortarlo tan fácilmente. Era un tumor que regresaba y te ahogaba. Era
maldad.
Me encontré mirando la botella en la mesa, imaginando el cristal roto
y dentado, lo suficientemente filoso para cortar y hacer a este hombre
sangrar.
—¿Qué estás pensando, Cordero?
No me moví. No respiré. Miré a través de la botella. Objetos en otros
lados parecían borrosos, distorsionados.
—Sé lo que estás pensando —susurró Benton. Movió un dedo y
permitió que su mano derecha descansara en su cadera—. Has descubierto
que puedes derribarme. Puede que tengas razón. Pero hijo, existe algo que
todavía no has notado y está escondido justo bajo mi camisa. Si te mueves,
voy a colocar una bala entre tus ojos. Defensa propia. El hecho es, que tienes
suerte que todavía no lo haya hecho.
El gigante malvado se rio y dio al caballero una sonrisa de dientes
podridos. Estaba completamente seguro de que destruirá fácilmente al 177
caballero, ya que había destruido a todos los que lo enfrentaron antes. Es lo
que hacen los gigantes malvados como él. Arruinar todo lo que es bueno. Y
una vez el caballero se fuera, no habría nadie que le impidiese invadir el
pacífico reino y atacar a todos y todo.
—Te odio. —Mi voz no sonó como mía. Las palabras fueron primitivas,
como un gruñido.
Pero todo el tiempo el caballero estuvo pensando. “Debo ganar. No
importa qué, debo ganar”.
En ese momento comprendí mi error. Al ver el arma apuntándome. Si
me movía, dispararía. Si me giraba y corría, probablemente también
dispararía. Disparar a un hombre por la espalda dejaría fuera lo de la auto
defensa, pero quizás a Benton no le importaba. Estaba ebrio y loco, y tan
lleno de pura maldad que la ley ni siquiera le importaba.
Y, de cualquier forma, yo terminaría muerto. Saylor viuda, mis niñas
huérfanas. Benton Gentry con la palabra final. Excepto que no ocurriría así.
Si este iba a ser mi final, sería el suyo también.
El caballero tenía su espada levantada, preparado para morir luchando
si era lo necesario para derrotar al gigante malvado, cuando de repente…
Tenía la espalda contra la puerta cuando una luz entró a la habitación
y el chillido de unos frenos sacaron a Benton de su concentración. El arma
se quedó inmóvil en su mano y la confusión se apoderó de su mirada. Vi mi
oportunidad y la tomé, mi pierna derecha pateando con suficiente fuerza
para mover la mesa y enviarla directa contra su pecho. Una punzada de
dolor pasó por mi barbilla, pero lo ignoré y me moví para tomar el arma que
estaba en el suelo mientras Benton se movía como una rata.
Los dos hermanos del caballero, también grandes guerreros, llegaron
apresurados, ¡justo a tiempo! Se pararon al lado de su hermano, ofreciendo
sus espadas.
—¡CORD! —gritaron mis hermanos apareciendo por la puerta con ojos
sorprendidos mientras mi mano apuntaba donde tenía que ir.
No podía soltarla. No la soltaría.
178
23
Chase condujo tan rápido como pudo mientras yo apretaba mis dientes
y agarraba la manija de la puerta. No porque tuviera miedo de que la
camioneta se saliese de la carretera, sino porque si no me agarraba a algo
sólido, iba a estallar de la tensión.
No habíamos dicho una palabra desde que nos metimos en la grúa de
Carson y salimos con rapidez del estacionamiento. No había forma de estar
seguro de dónde se había ido Cord hasta que llegáramos, pero de alguna
manera, sabía que nos dirigíamos al lugar correcto. Carson había informado
a Chase sobre su tensa conversación con Cord, pero incluso antes de eso
tenía la molesta sensación que algo no iba bien con mi hermano, que por lo
general era tranquilo. Por supuesto, hoy había sido difícil para nosotros, 179
pero parecía que Chase y yo estábamos solos en nuestro alivio por la muerte
de Maggie. Se terminó. Fue trágico y horrible de todos modos, pero era un
cierre.
Pero de alguna manera no pude leer a Cord, y siempre había sido capaz
de leer a Cord como un gran libro abierto. Podía ver cuando estaba herido,
cuando estaba enojado. Hace años vi de inmediato cómo se enamoró de una
chica de la ciudad que debería haberlo odiado para siempre. Podría decir
cuándo estaba calmado y cuándo estaba tranquilo. Y podría decir cuándo
la furia hervía a fuego lento en su corazón, amenazando con estallar.
―Rápido ―insté a Chase, rompiendo el silencio. Me lanzó una mirada
que decía que entendía y no necesitaba ninguna sugerencia.
Aflojé mi agarre en la manija de la puerta. ¿Qué esperaba encontrar
cuando llegáramos allí? Cerré mi mente a las posibilidades tan pronto como
comenzaron a invadirme. Benton Gentry no solo era vicioso, sino también
manipulador. Si comenzaba a burlarse de Cord con amenazas veladas a su
familia, no había garantías que el sentido común de Cord triunfarse en la
batalla entre la lógica y el instinto protector.
No había farolas en esta parte de la ciudad y Chase estuvo a punto de
deslizarse en la curva cerrada que conducía a la casa de nuestra infancia.
Si no hubiera estado tan concentrado en llegar a Cord, estaría mucho más
nervioso por estar en este lugar.
―Lo encontraremos ―dijo Chase, y luego tragó saliva―. ¿Cierto?
Asentí.
―Tenemos que encontrarlo.
―Y lucharemos si es necesario.
―Por supuesto. ―Miré mis manos desnudas―. Aunque, a menos que
algo haya cambiado, Benton tiene algunas armas para elegir si se siente
acorralado en una esquina. Nosotros no tenemos nada.
Uno de los neumáticos delanteros de la camioneta rebotó y luego salió
de una pequeña zanja. El vehículo se balanceó y Chase giró el volante,
ralentizando y enderezando.
―Sí, tenemos ―respondió con una confianza críptica.
Como respuesta al tumulto de la noche, el viento se levantó de repente,
rastrillando el suelo del desierto y enviando arenosas nubes al aire. Un
relámpago brilló en la distancia, pero no llovía, todavía no había nada
limpiando el ambiente.
Solo polvo y viento.
Un solo punto de luz se veía en la distancia y supe lo que era incluso
antes que Chase encendiera las luces altas. Benton siempre mantenía al
menos una bombilla encendida sobre la puerta porque le gustaba vagar en
180
la oscuridad y su vista era una mierda. Me tensé cuando miré a mi alrededor
y luego me tranquilicé un poco cuando vi mi camioneta estacionada a unos
veinte metros de la puerta de entrada.
―Está aquí ―dije a Chase, pero no era necesario. Lo había visto. Y
aparentemente no iba a detenerse. Siguió avanzando hacia la casa,
estábamos lo suficientemente cerca para ver el desorden público que había
intentado quitarme de la cabeza durante años. Sin embargo, los recuerdos
no funcionan así. Puedes ignorarlos cuando aparecen, pero aún están
agazapados en una esquina de tu mente, esperando.
―¡Chase! ―grité y me agarré del tablero justo cuando pisó los frenos.
Papeles, viejas tazas de refrescos y un adorno pornográfico salieron volando
de sus rincones ocultos, pero tuve la puerta abierta y mis pies en el suelo
antes que la basura hubiera llegado a asentarse. Chase fue casi tan rápido.
Pude ver a Cord de pie en la entrada, al otro lado de una mosquitera
medio en ruinas. El brillo de las luces y el ruido de la camioneta debieron
sobresaltarlo, pero no se dio la vuelta. En cambio, el tiempo pareció pasar a
cámara lenta cuando avancé un paso.
La espalda de Cord, el rostro de Benton. Un arma.
Otro paso.
Cord se movió, estiró una pierna y tiró una mesa.
Otro paso.
Mi cuerpo se movía tan rápido como podía mientras mi cerebro gritaba
que no era suficiente. Chase estaba a mi lado. Llegamos juntos a la puerta,
la abrimos, entramos a la habitación, y gritamos el nombre de nuestro
hermano.
―¡CORD!
Benton estaba tendido en el suelo, revolcándose con su barriga peluda
colgando y los mechones de pelo grasiento cayendo en su rostro mientras
gruñía intentando ponerse en una posición sentada. Cuando lo consiguió,
miró la escena que tenía delante y parpadeó.
Tres hijos. Tres hijos que habían sido maltratados, descuidados, y
ahora eran hombres fuertes, cada uno mucho más fuerte que él.
Pero no fueron nuestros rostros los que atraparon sus ojos inyectados
en sangre. Fue el arma que estaba nivelada en su cabeza.
Cord estaba totalmente concentrado en el arma en su mano y el objetivo
a menos de tres metros de distancia. Ni siquiera creo que notara que
estábamos ahí. Un tirón de ese gatillo y enviaría a Benton Gentry al olvido,
condenándose a otro tipo de infierno.
Chase lo intentó primero.
―Cord ―dijo con firmeza, acercándose con cautela. Extendió su mano
abierta―. Dámela. 181
Cord no titubeó.
―No.
Lancé una mirada feroz a Benton advirtiéndole que sería mejor que no
se moviera o respirase si no quería un agujero en la cabeza.
―Cordero ―dije, sin atreverme a acercarme, evitando que algo lo
alterase―. Piensa en Saylor. Piensa en tus hijas.
―Chicos ―gimió Benton mientras levantaba sus temblorosas manos―,
yo solo…
―¡CÁLLATE LA PUTA BOCA! ―gritó Chase.
En dos zancadas se alzó sobre Benton, que parecía miserable y patético
encogido allí en el suelo sucio.
―Solo cállate.
Palpé detrás de mí hasta que mis dedos encontraron la manija oxidada
de la puerta. Abrí lentamente y retrocedí hasta que mis talones estuvieron
en el umbral. Las palabras que pronuncié en ese momento serían de las más
importantes que diría en mi vida.
―Cord.
No me miró. Haría que me mirase, maldita sea.
―¡Cordero!
Miró. El dolor en sus ojos me quemó.
―Nos has alejado del límite ―dije―. Nos has arrastrado a los dos.
―Negué lentamente―. No vayas ahí. Por favor. Porque sé que, si lo haces,
iremos contigo.
―Cada vez ―dijo Chase, y nuestros ojos se encontraron. Recordó. Esta
no era la primera vez que jugábamos esta carta―. Cada vez ―susurró de
nuevo.
Cord bajó la pistola. Su mano se quedó inerte a su lado y dejó que el
trozo de metal cayera al suelo, donde golpeó una vez y luego se quedó quieto.
Chase se abalanzó al instante para recogerla. Quitó el cargador, lo tiró por
el pasillo y colocó la pistola en su bolsillo trasero.
Dejé escapar el aliento que había estado conteniendo. Cord aceptó la
ayuda cuando Chase lo envolvió con un brazo y comenzó a conducirlo
suavemente hacia la puerta. Debió lastimarse mucho cuando lanzó esa
poderosa patada a la mesa, porque cojeaba notablemente. Me moví hacia
un lado y los ayudé a salir de la casa.
Cuando estuvieron fuera de mi alcance volví a mirar a Benton Gentry.
No se había movido ni un centímetro y mantenía la mirada fija, con sus ojos
tan abiertos que pensé por un segundo que podría haber tenido un derrame
cerebral o alguna mierda. Pero luego bajó las manos y parpadeó, porque,
aparentemente, el universo no da tanta suerte tonta fácilmente. 182
―No estás muerto ―le dije―. Todavía no.
Se me ocurrió que podía pisar fácilmente una bota en ese intestino
blando o presionar mi rodilla contra su tráquea. Él no podría evitar que le
quitara la vida. En mi época de consumo de bebidas alcohólicas, este era mi
más oscuro deseo, tener a Benton acorralado e indefenso, ya que nos había
mantenido arrinconados e indefensos durante tanto tiempo. Y si hubiera
estado parado en este mismo lugar en cualquiera de esos otros mil
momentos, no hubiera dudado en aplastarlo.
Pero este era el presente.
Y no me hundía en una bruma de alcohol luchando guerras
imaginarias.
Sabía quién era. Y sabía lo que iba a hacer.
―No estás muerto ―repetí―, pero estás muerto para nosotros. Y sabes,
algún día tus ojos se cerrarán por última vez y nadie lamentará escucharlo.
Espero que pienses en este momento cuando llegue ese día.
Su labio se curvó, su rostro enrojeció y luchó por levantarse, pero yo
había terminado. Me dirigí hacia la noche, dejando que la puerta se cerrase.
Escuché sus gritos, furiosos e incoherentes, pero fueron fácilmente tragados
por el viento.
Chase ya había ayudado a Cord a subir a la grúa y había encendido el
motor. Cord me arrojó las llaves de mi propia camioneta y no perdí el tiempo
siguiéndolos de regreso, excepto que decidí retroceder hasta la carretera.
Observé cautelosamente la entrada vacía porque, en algún lugar, Benton
todavía respiraba y no es sabio dar la espalda a las bestias con garras y
dientes, sin importar lo desarmados que pareciesen.
Finalmente, pude respirar cuando llegué a la carretera y comencé a
conducir recto, siguiendo las luces traseras de la grúa. La tormenta se había
desviado hacia el este sin estallar después de todo, y los vientos se estaban
disipando. Algunas ráfagas de rayos todavía brillaban en el cielo, pero
estaban más lejos.
Una vez estuvimos fuera del vecindario, Chase indicó que iba a
detenerse y paré justo detrás de él en el arcén.
Cuando llegué a la grúa, Cord estaba en el asiento del pasajero
posicionado torpemente. Justo a medio camino de levantar su pierna e
intentar girar su tobillo. Hizo una mueca.
―¿Está roto? ―pregunté, inclinándome hacia la ventana abierta.
Se inclinó y presionó.
―No lo creo. ―Respiró profundamente y volvió a sentarse―. ¿Cómo lo
supiste?
183
Chase se burló.
―¿Estás preguntando cómo sabíamos dónde fuiste? Hermano,
estuvimos juntos en el mismo líquido amniótico durante un tiempo y
pasamos nuestros años formales acurrucados juntos como gatos. Sabemos
todo lo que vale la pena conocer el uno del otro, incluidas algunas cosas que
probablemente desearíamos no saber. ―Chase le lanzó a Cord una mirada
astuta―. Te conocemos, Cord. Sabemos qué te duele, cuándo eres feliz y si
algo malo está hirviendo en tu interior, no nos lleva mucho tiempo descubrir
quién encendió el fuego. Y sabes lo mismo de nosotros. Porque eso es lo que
significa ser nosotros.
Cord parecía masticar eso en voz baja. Entrelazó sus dedos y masajeó
su dedo anular izquierdo.
―¿Lo hubieras hecho? ―pregunté. Miré en otra dirección y hablé tan
suavemente que dudaba que alguien me hubiera escuchado.
Pero el sonido del viento había cesado y la radio estaba en silencio, por
lo que escucharon. De repente, un automóvil pasó velozmente por la
carretera de dos carriles y luego desapareció en la oscuridad. Me hizo pensar
en la imprudencia y la fragilidad de una vida.
―No ―respondió finalmente Cord―. No, no habría apretado el gatillo.
Se me pasó por la cabeza. A pesar de toda la distancia que hemos recorrido,
todavía tengo días en los que no hay nada que me gustaría más que ver su
sangre en un charco. ―Tragó y relajó sus manos―. Pero no hay forma de
arriesgar a mi familia por venganza. No lo hubiera matado. Solo quería que
supiera que su reclamo había terminado.
Me alivió escucharlo. Cuando me enderecé, pude ver las tenues luces
del centro de Emblem y, más allá, las luces cegadoras de la prisión, rodeadas
por alambre de púas.
Chase abrió su ventana y lanzó la pistola a un lado de la carretera.
Imaginé a una serpiente cascabel vagabunda buscando nuestra basura,
curvando su largo cuerpo alrededor del metal y arrastrándolo a lo profundo
de la desolación en la que habitaba.
―Chicos. ―Chase se inclinó―. Deberíamos salir de aquí.
Asentí y volví a mi camioneta.
―Te veré en el centro médico.
Una vez volví al camino, el zumbido del teléfono en mi bolsillo trasero
me hizo saltar. Aunque me molestaba el uso de teléfonos al volante, era un
buen momento para hacer una excepción. Verdaderamente estaba
preocupada. La imaginé sentada en casa, con su cabello negro cayendo
sobre sus hombros mientras nuestro hijo dormía en sus brazos. Odiaba los
mensajes de texto y, de todos modos, quería escuchar su voz, así que
marqué, no me sorprendió cuando respondió al primer tono.
184
―¿Volverás a casa pronto? ―preguntó, su voz alta y esperanzada―. Te
extrañamos.
―Sí, cariño. ―Sonreí―. Regresaré a casa muy pronto.
Nada en este mundo podría evitarlo.
24
Por supuesto, a estas alturas queríamos alejarnos desesperadamente
de Emblem, pero aún teníamos que decidir qué hacer con el chico. Mientras
regresábamos a la ciudad con Creed pegado a la parte trasera, informé a
Cord sobre la declaración de Tracy Gentry renunciando a ser madre.
—Mierda —maldijo Cord, pasando una mano por su cabello como
siempre que estaba especialmente agitado—. Con acaba de ver a su chica
asesinada y a su hermano enviado a la cárcel. Y ahora su madre lo está
botando.
—Podemos intentar resolverlo más adelante. Pero por ahora necesita
un lugar para quedarse y alguien que lo cuide.
185
Cord asintió.
—Tenemos una habitación extra, así que funcionará por el momento.
Tendré que consultar con Say, pero sé que no tendrá ningún problema con
eso. —Hizo una pausa—. Va a necesitar mucho apoyo y consuelo por un
tiempo.
—Estoy dispuesto —dije rápidamente—. No sería ningún problema
llevarlo al campamento de día. Tal vez estar rodeado de otros chicos que
también han sido golpeados por la vida lo hará sentir un poco menos solo.
Mientras lo decía, pensé en las lágrimas de Conway, en la angustia de
su voz mientras sollozaba en mi hombro. Pensé en cómo dentro de unos
minutos íbamos a tener que darle la noticia que ya no era bienvenido en su
propia casa.
Joder.
Golpeé el volante y Cord me miró con alarma.
—Un fugaz estallido de furia —expliqué, sacudiendo mi mano.
Realmente no quise golpear el volante con tanta fuerza—. Ya estoy bien.
Pero por dentro estaba hirviendo. Los niños deberían tener una
oportunidad. Niños como Conway y docenas de otros que conocí atreves del
centro como maestro auxiliar, algunos de los cuales han vivido en la calle,
abusados, descuidados. No deberían descartarse, olvidarse, anularse como
si sus destinos ya estuvieran decididos.
—¿Qué pasa con Stone? —preguntó Cord.
Por supuesto, Stone estaba fuera de nuestro alcance por el momento.
Aunque la había cagado en más de un sentido, indudablemente, hoy estaba
sintiendo cada onza de ese tormento. No había nada que ganar
maldiciéndolo más. Y, de todos modos, la vida me había enseñado que las
cosas no siempre eran lo que parecían. Tal vez algún día estaría dispuesto
a contar su historia. A lo mejor no era tan horrible como parecía. O tal vez
sí.
—Supongo que no hay nada que podamos hacer, excepto esperar a ver
de qué se le está acusando.
Cord se estiró.
—¿Crees que los rumores son ciertos? ¿Que esos dos son realmente
hijos del tío Chrome?
Había escuchado eso. Que, a pesar de estar casada con el primo de
nuestro padre, Tracy era una vulgar fiestera que saltó de la cama de un
Gentry a otra. Con y Stone podrían ser los hijos de Chrome. Diablos, incluso
podrían ser los hijos de Benton. Todo era bastante confuso y sórdido.
—Quién sabe. —Me encogí de hombros.
—Supongo que no importa.
—No, no importa. Son familia de cualquier manera. 186
Me detuve en el estacionamiento del Centro Médico de Emblem y miré
mi reloj, sorprendido al ver que no eran más de las nueve en punto. El día
parecía interminable y, antes de ver la hora, estaba convencido que ya había
acabado.
Creed se situó justo a mi lado mientras que Cord se tomó un minuto
para limpiar el interior de la grúa, que se había revuelto un poco cuando
frené de golpe frente a la puerta de entrada de Benton. Evidentemente,
Carson estaba acostumbrado a meter las cosas de manera desordenada
donde cabían, así que finalmente Cord lo recogió todo y lo metió en la
guantera.
Cuando los tres entramos en el vestíbulo, encontramos a Conway
sentado en una silla con la mano vendada en el regazo y la cabeza gacha.
Benji Carson estaba sentado a su lado con una mirada desesperada y pensé
que probablemente había pasado un momento bastante incómodo tratando
de consolar a un niño de diecisiete años que acababa de perder todo lo que
tenía en el mundo. Ambos alzaron la vista con alivio cuando nos vieron.
Le entregué las llaves a Carson y le dio unas palmaditas a Con
torpemente en el hombro antes de irse.
—Házmelo saber —dijo—, si hay algo que pueda hacer. —Parecía
realmente triste, echando una mirada más de pesar en dirección a Con y
luego saltando a su camión grúa.
Creed se sentó en una silla cercana, miró a Con, abrió la boca para
decir algo, luego la cerró y me miró. Entendí. Pensó que yo sería mejor en
esto que él.
—Oye, Con —le dije suavemente, deslizándome en el asiento que
Carson había desocupado hacía un momento—. Lo siento, tuvimos que
irnos un ratito.
Asintió con aire ausente.
—El señor Carson me dijo que volverían. ¿Sabes algo de mi madre? —
Inhaló y flexionó los dedos de su mano rota—. Perdí mi teléfono en algún
sitio. La enfermera intentó llamarla, pero siguió recibiendo su correo de voz.
Cord se había acercado cojeando para tomar la silla al lado de Creed.
Los dos se veían sombríos y tristes.
—Tu madre estuvo aquí —le dije a Conway. Vi sus cejas levantarse y la
luz de esperanza en su rostro que odiaba aplastar, pero tenía que hacerlo.
¿No queremos siempre a nuestras madres cuando las cosas están en su
peor momento? Incluso si nunca han sido verdaderas madres y realmente
no nos quieren.
Pero incluso antes de decir las palabras, supo de lo que se trataba.
Mientras miraba mi rostro, su esperanza se vino abajo.
—Así que lo dijo en serio —dijo—. Hablaba en serio cuando nos dijo 187
que había terminado.
—Con suerte, va a cambiar de opinión —le dije, aunque en este punto
incluso tuve que admitir que probablemente era mejor si no lo hacía.
—No me queda nada —dijo Conway, pero no fue un lloriqueo del tipo
autocompasivo. Estaba mirando sus rodillas y habló con ese aire de grave
realización.
Creed se levantó.
—Vamos —dijo bruscamente, y luego se acercó a Conway, tendiéndole
una mano—. Vamos a casa.
Con parpadeó.
—Yo no…
—Vendrás con nosotros —dijo Creed levantándolo de la silla—. Y te vas
a quedar allí. La escuela, la vida, toda esa mierda, lo resolveremos juntos.
—Tenía una ventaja de altura de doce centímetros sobre Conway y al menos
20 kilos de músculo. Cuando logró arrastrar a Con de su asiento, colocó
una mano firme sobre el hombro del niño y lo miró con una expresión
paternal—. ¿Bien?
El niño miró a Creed al rostro y asintió lentamente.
—Sí.
Probablemente éramos una cuadrilla bastante patética dirigiéndose
hacia el exterior, entre la cojera de Cord, el yeso de Conway y nuestro
cansancio colectivo. Pero me sentí contento cuando subí a la cabina de la
camioneta de Creed al lado de Conway. El día había sido horrible pero ya
estaba hecho. Estábamos saliendo de aquí. Nos íbamos a casa.
Creed tuvo suficiente consideración para evitar la avenida principal sin
que yo tuviera que recordárselo. Un accidente automovilístico fatal como ese
probablemente no se borrará por completo y desaparecerá hasta mañana.
Conway no miraba por la ventana, de todos modos. Estaba desplomado en
el asiento de cuero, mirando las alfombrillas. Le di un apretón rápido en el
brazo y escuché a Cord hablar tranquilamente por teléfono con Saylor
mientras explicaba que recibirían a un joven invitado por un tiempo.
Conway parecía estar escuchando también y se relajó un poco cuando
comprendió que la esposa de Cord no tendría problema en acoger a un
adolescente de la misma forma que algunas personas traían a casa a un
cachorro perdido.
—Gracias —dijo cuando Cord terminó la llamada. Su voz tembló—. No
he sido muy bueno en decirlo todavía, pero estoy muy contento de tenerlos
cerca.
—Eres uno de nosotros —dijo Creed desde el asiento del conductor—.
Y estaremos aquí todo el tiempo que nos necesites, e incluso mucho
después. 188
Me sorprendí un poco por las palabras de Big C, porque nunca había
sido bueno con ellas, pero maldición si no podía decir lo que se necesitaba
cuando era necesario.
Pasamos la tentacular silueta de la prisión con sus focos y sus cables
y sus miles de vidas invisibles existiendo en algún lugar dentro. La prisión
más grande del estado, donde Stone terminaría a menos que interviniera
algún hechizo mágico. Sin embargo, no tendría sentido mencionarlo ahora.
Creed giró a la izquierda y así estuvimos fuera de los límites de la
ciudad de Emblem. No miré atrás cuando se desvaneció a nuestras
espaldas.
—Creed —llamé.
—¿Sí?
—¿Por qué no enciendes la radio para mantenernos despiertos?
Presionó el botón inmediatamente. Creedence era parcial a las viejas
canciones y al country, así que pensé que uno u otro saltaría a todo
volumen. Reconocí las notas de apertura de The Weight de The Band. No me
sabía la letra de memoria, pero parecía tener el estado de ánimo adecuado
y cerré los ojos, disfrutando del sonido. Mis hermanos siempre me habían
acusado de poder dormir durante un bombardeo aéreo4 y esperaba no tener
nunca una razón para poner a prueba esa teoría. En todo caso, una vez
cerré los ojos no sabría decirles qué pasó hasta que la voz irritable de Creed
se abrió paso.
—Deja de roncar y sal de mi camioneta.
Me froté los ojos y bostecé, notando que estábamos solos y estacionados
frente a mi apartamento.
—Ya los dejé —explicó—. Saylor se acercó para saludarte, pero no hubo
ninguna sacudida que te sacara de tu siesta.
Bostecé de nuevo y me estiré, sintiendo que podría dormir fácilmente
por otras diez horas.
—Vete ya —se quejó Creed—. Mi familia me está esperando.
Miré hacia mi departamento y noté que la luz de la sala de estar era
visible a través de las persianas.
—La mía también —le dije.
Esperó mientras bajaba y caminaba hacia el lado del conductor. Tenía
la ventana abierta y un grueso codo apoyado mientras esperaba
impacientemente lo que tuviera que decir.
—Te quiero, hombre —dije atragantándome.
189
Se mordió el labio inferior y miró al frente, pero no sin que antes viera
que Creed Gentry, que por lo general era tan probable que derramara una
lágrima como que besara a un coyote, tenía los ojos nublados.
Sonreí.
—Hablamos mañana.
—Mañana —dijo, y puso la camioneta en reversa—. Yo también te
quiero, Junior.
Abrí la puerta lentamente, sin querer asustar a Stephanie. Estaba
acurrucada en el sofá, vestida con su habitual camiseta larga, medio
cubierta por una manta mientras sus párpados revoloteaban en su sueño.
Cerrando silenciosamente la puerta detrás de mí, caí de rodillas y
aparté los largos rizos de su rostro.
—Hola, princesa —susurré cuando abrió los ojos.
4 En el texto original: a bomb blitz. El Blitz (del alemán Blitzkrieg, que significa guerra
relámpago) es el término con el que se conoce a los bombardeos sostenidos del Reino Unido
por parte de la Alemania nazi que se llevaron entre 1940 y 1941 durante la Segunda Guerra
Mundial. Estos bombardeos de objetivos industriales y centros civiles comenzaron con
intensos ataques a Londres el 7 de septiembre de 1940, durante la que más tarde sería
conocida como la batalla de Inglaterra.
—Chase. —Sonrió y, aunque el día había sido horrible, el mundo era
maravilloso de nuevo.
—¿Estás bien? —preguntó, levantándose sobre un codo.
Así que le dije. Le conté de la morgue y Maggie, del horrible accidente
que había cambiado, e incluso terminado, vidas. Le hablé de Benton y
observé cómo se le abrían los ojos de miedo y luego se relajó con alivio
cuando llegué al final de la historia.
Cuando terminé de hablar descansé mi mano sobre su vientre y ella
descansó de espaldas para poder cubrirla con mi palma.
—Te extrañé —dijo, y el sonido fue tan dulce que casi me pasa lo mismo
que a Creed con las lágrimas.
—Yo también te extrañé, cariño.
Se retorció debajo de mi mano y mis dedos se deslizaron
automáticamente en sus bragas. La acaricié, muy suavemente, sin decir
nada mientras la veía ponerse nerviosa. Cuando estuvo allí, le deslicé las
bragas por los muslos, arremangué su camisa y la llevé al dormitorio para
poder admirarla más cómodamente.
La acosté en la cama, me quité la ropa y puse mi boca en todas partes
antes de finalmente envolver sus piernas alrededor de mi cintura y llevarla
donde los dos necesitábamos ir. 190
—Mañana —le dije mientras nos relajamos y nos acariciamos
mutuamente—, te compraré un anillo.
Besó mi pecho.
—No necesito un anillo especial. Compraremos alianzas de oro o algo
para la boda.
—No. —Besé su mano. Me estaba saliendo con la mía en esto—. Voy a
poner una llamativa joya en tu dedo y nunca te dejaré quitártela.
No protestó. Se mordió el labio y sonrió.
—Bien. Sé que es mejor no discutir con el más terco de los Gentry.
—No soy terco. Solo insistente.
—Seas lo que seas, tengo la intención de mantenerlo.
La tomé en mis brazos.
—Bien. Porque voy a mantenerte para siempre.
EPÍLOGO
—¡Papi! —La niña pequeña se arrojó a mis piernas y se aferró a mí,
sollozando con abandono—. Perdí mis flores —gimió.
La levanté en mis brazos y la coloqué contra mi cadera. Las lágrimas
se agrupaban en sus largas pestañas y los rizos rubios que Saylor había
trabajado tan duro para crear estaban desordenados. Besé la mejilla de mi
hija y le di unas palmaditas en la espalda.
—Shh, las encontraremos, Cassie. Encontraremos tus flores.
Deck se quedó allí mostrando su sonrisa diabólica, disfrutando de mí
sollozando por la pérdida de un ramo de flores. Pero tenía mis prioridades,
y ahora, encontrar un ramo de margaritas era la primera. Llevé a Cassie por 191
la habitación, intentando refrescar su memoria del último lugar donde había
visto las flores que había estado agarrando durante las últimas tres horas.
Eché un vistazo a la habitación, notando que la novia y el novio todavía
no habían dejado de besarse. Habían estado haciendo eso desde que salimos
del juzgado. Sus labios se agrietarían si no encontraban algo más que hacer
pronto. Stephanie estaba radiante con un hermoso vestido blanco que había
sido cosido con cariño por Truly y diseñado para adaptarse a su creciente
vientre.
Chase se retiró lo suficiente como para mirar a los ojos de su esposa
mientras descansaba una mano sobre su estómago. Compartieron una
sonrisa privada.
—Debes haber sentido eso. —Stephanie se rio—. Fue una patada
poderosa.
Mi otra hija se abrió paso en medio de su abrazo y levantó sus manos.
—¿Puedo sentir? ¡Quiero sentir!
Stephanie presionó suavemente la oreja de Cami contra su vientre y mi
pequeña niña escuchó atentamente con una expresión seria. Justo detrás
de ellos, Creed estaba sosteniendo al pequeño Jacob y haciendo caras tontas
mientras el bebé se reía y se babeaba el rostro.
No tiene precio.
Truly estaba de pie cerca, tomando fotos con su teléfono.
—Será mejor que eso no aparezca en Facebook —gruñó Creed a su
esposa mientras cambiaba el bebé a su brazo derecho. Se había
transformado por completo en un adorador de bebés desde que Jacob entró
en su vida, pero a veces aparecía su antigua naturaleza malhumorada.
Truly lo sabía mejor, sin embargo. Simplemente se rio de él y batió sus
bellas pestañas sureñas.
—Ya lo publiqué, cariño, para que te calmes y sigas siendo tan lindo
como puedes ser.
Puso los ojos en blanco y luego le hizo cosquillas a su hijo bajo su
gordito mentón.
Me aclaré la garganta e hice señas para llamar la atención de todos.
—¿Alguien ha visto un ramo perdido? —pregunté a la habitación.
La recepción fue pequeña y se llevó a cabo en una sala de fiestas en un
restaurante deportivo local llamado Dutch. Pantallas gigantes que
representaban varios eventos deportivos en vivo estaban en todas partes.
Podría considerarse un lugar desconcertante y quizás poco romántico para
la recepción de bodas, pero Chase y Stephanie eran fanáticos de los deportes
y tendían a mostrarse desinteresados por lo típico.
—Shh —reprendió Cami en voz alta, su rostro aún apretado contra el 192
estómago de Stephanie—. Puedo escucharlo.
Saylor había estado hablando con Jenny en la puerta y ahora se acercó,
parecía etérea y sexy con un vestido de dama de honor azul real. Mis ojos
no pudieron evitar recorrer reflexivamente su cuerpo.
—Cassie, bebé —dijo sin aliento, entregándole el ramo perdido—,
encontré tus flores.
Cassie agarró las flores y luego comenzó a moverse para salir de mis
brazos y poder abrazar a su madre, la heroína. No me importó. Era también
mi heroína.
Cami acarició tiernamente el vientre de Stephanie y aceptó permitir que
Cassie también escuchara. Los dos habían estado interminablemente
curiosas sobre el nuevo primo que tendrían este invierno. Saylor y yo aún
no les habíamos dicho que había una sorpresa aún mayor en el horizonte.
Le tendí mi brazo a mi esposa y ella se unió a mí con una sonrisa. Su
sonrisa se desvaneció cuando su mirada se posó en Conway, quien estaba
solo en una mesa, haciendo girar un tenedor entre sus dedos. En los cuatro
meses transcurridos desde la noche en que lo sacamos de Emblem, no había
regresado allí, ni siquiera para el funeral de Erin. Durante el verano, Jenny
y Deck compraron una casa en un vecindario suburbano ordenado y Con
vivía con ellos ahora, mientras terminaba su último año de la escuela
secundaria. Había perdido algo aquella horrible noche del verano pasado y
aún no lo había encontrado nuevamente. Llámalo confianza juvenil u
optimismo arrogante o lo que sea. El travieso niño que bromeaba y creaba
disturbios por toda la ciudad con su hermano se había ido. Se había cortado
el pelo, se quedaba fuera durante horas, jodía a cualquier chica que se le
lanzara e ignoró su propio futuro. Deck me había confesado que no sabía
cómo diablos iba a obligar al chico a terminar la escuela secundaria, pero
que era su gran proyecto.
En cuanto a Stone, se declaró culpable de uno de los cargos de
homicidio menor en la muerte de Erin Rielo y fue encarcelado en la prisión
estatal de Emblem. Al menos Deck tenía suficientes contactos en el interior
para asegurarse que lo dejarían tranquilo en el patio de la prisión, pero eso
no cambiaba el hecho que no sería elegible para libertad condicional durante
al menos cuatro años. Sabía que Chase le escribía cartas regularmente. Por
lo que había oído, Stone aún no había respondido.
Cami y Cassie estaban tomadas de la mano y recorriendo la habitación
como pequeños huracanes. Pensé en detenerlas, pero a todos les gustaba
tanto su exuberancia que simplemente las dejé. Incluso el callado hermano
de Stephanie esbozó una pequeña sonrisa ante sus travesuras cuando logró
levantar la vista de la rubia tetona que se pegaba sobre él. Michael Bransky
era un acertijo y, sinceramente, me alegró que no se dejase ver a menudo,
porque no parecía el tipo de persona al que te gustaría acercarte demasiado.
Me recordaba a un Don Corleone musculoso, silenciosamente carismático 193
de una manera peligrosa. Chase dijo que solo aparecía en la vida de su
hermana una vez al año más o menos, y eso estaba bien con Chase, aunque
Stephanie siempre estaba feliz de verlo.
Aparte de la familia, los otros invitados eran una mezcla de amigos y
compañeros de trabajo. Noté que Aspen y Brick estaban acurrucados en un
rincón, besándose y riéndose de sus propios chistes privados. Aspen era un
hada impredecible con su cabello azul colgando de un lazo naranja gigante
y Brick, incómodamente vestido con un traje gris, parecía un vendedor de
biblias. A primera vista, parecían tan diferentes como la tela a cuadros y la
cachemira. Pero eso no significaba nada.
Hablando de parejas poco probables, no me había acostumbrado a ver
a mi primo, el rudo motorista, con una chica integra como Jenny Smith.
Ahora estaba sentada en su regazo, elegantemente vestida con un modesto
vestido negro que estaba en desacuerdo con su atuendo de cuero de
siempre. Ella le dio un bocado de pastel, que devoró antes de comenzar a
devorar su cuello. Jenny se sonrojó y lo apartó con una risita. Era buena
para él. Estaban planeando casarse esta Navidad.
Deck me sorprendió mirando y levantó una ceja. Sonreí para hacerle
saber que todo estaba bien. Yo tampoco había vuelto a Emblem. Cuando
aparecían más noticias Deck era quien me informaba.
Hace unas seis semanas, Benton Gentry había salido de su casa, echo
una mierda y vestido solo con ropa interior. Nadie sabía qué hora del día era
cuando se fue porque no había nadie cerca. Cuando no había aparecido en
uno de sus tugurios locales favoritos en más de una semana, el propietario
se dirigió a su casa para ver qué pasaba. No hubo respuesta en la puerta,
pero una bandada de buitres cerca dio una pista crucial. Gaps le dijo a Deck
que Benton probablemente había estado tan perdido que se había
confundido y vagado en círculos en su propiedad hasta que finalmente
colapsó bajo el sol abrasador, a menos de cien metros de la puerta de su
casa. Para cuando lo encontraron, los buitres ya habían picoteado sus ojos
y su lengua y estaban empezando a trabajar en el resto de él. No hubo
funeral. Nadie hubiera asistido de haber uno.
Nunca lloraría a mi padre, pero me pregunté qué pensó al final. Me
preguntaba si tuvo miedo. Me preguntaba si se arrepintió.
Cami y Cassie aún estaban destrozando el lugar. Pasaron junto a
Conway en una nube de flores y vestidos rosados. Este dejó de rodar su
tenedor y las miró con una sonrisa.
Saylor apoyó su mejilla en mi hombro.
—¿Estás listo para comenzar todo de nuevo? —preguntó mientras
observábamos a nuestras hijas.
La abracé más cerca.
—Al menos ya descubrimos que solo hay uno esta vez.
194
Dejó escapar un feliz suspiro y me besó rápidamente. No fue suficiente,
no para mí.
Me volví, con ternura ahuequé su rostro sorprendido en mis manos y
la besé profundamente, apasionadamente, sin importarle una mierda quién
estuviera mirando. Saylor McCann Gentry me había instruido sobre el amor
y me había enseñado todo. Cuando pensé al respecto, comprendí que ella
nos había enseñado todo. Fue la chispa en la reacción en cadena que creó
todo aquí.
El tintineo del vidrio llamó mi atención. Deck había dejado de abrazar
a Jenny y estaba de pie sobre una silla, golpeando una copa de champán
con una cuchara. Cuando se dio cuenta que había tenido éxito en hacer que
todos miraran, saltó y en dos largas zancadas llegó al centro de la
habitación. Saylor les hizo señas a las chicas y corrieron hacia nosotros.
Deck guiñó un ojo a Chase y Stephanie. Chase le lanzó un beso.
—No sé por qué —proclamó Deck con la copa vacía en el aire—, pero
por alguna razón esta hermosa chica aceptó casarse con mi primo y unirse
a esta variopinta tripulación Gentry.
Chase estaba detrás de Stephanie con sus brazos rodeándola mientras
ella se reía. Deck se puso serio mientras bajaba la copa y miraba a la feliz
pareja.
—No tengo talento para las palabras bonitas —dijo—, pero aquí, en esta
sala, veo el amor en todas partes y, según mis cuentas, es el lugar más rico
del mundo. Entonces, en el espíritu del día, en honor a Stephanie y Chase,
y por las desordenadas y bellas piezas que el corazón humano logra unir,
ámense. Abrácense. Por ahora y para siempre.
La gente se abrazó. La gente se besó. Es lo que hizo la gente porque no
había nada en esta vida que necesitáramos más que al otro.
Cuando me alejé de Saylor miré hacia abajo para ver a Cassie
ofreciéndome una de sus preciosas flores. La acepté con gratitud y
cuidadosamente la coloqué en mi bolsillo delantero antes de cargarla en mis
brazos mientras que Cami exigía que Saylor lo cogiese. Cerca de allí, Chase
y Stephanie tenían los labios pegados una vez más. A mi lado, Creed hizo
rebotar a Jacob en sus brazos mientras Truly se reía y tomaba más fotos.
Deck tenía a Jenny bien envuelta en sus brazos mientras besaba
suavemente su frente.
Saylor me dio un codazo, probablemente porque podía ver que estaba
sufriendo de unos ojos llorosos. En cierto modo, toda esta celebración
parecía una señal del fin, un sueño hecho realidad, el final del libro de
cuentos.
—¿Estás triste, papá? —me preguntó Camille Gentry mientras me
tocaba la mejilla con sus dedos regordetes. 195
—No, cariño —dije sinceramente—. No estoy triste. ¿Cómo podría estar
triste cuando tengo un mañana que esperar?
Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y dejó escapar un suspiro
soñoliento mientras su hermana bostezaba en los brazos de Saylor. Recordé
la primera vez que las sostuve. Parecía hace mucho tiempo y sin embargo
parecía que fue ayer. Algún día serían demasiado grandes para ser cargadas
por voluntad en mis brazos y tendría que dar la bienvenida a la siguiente
fase de mi vida como padre. Y, sin embargo, antes que eso ocurriera, habría
otro niño pequeño para cargar, otra vida nueva para celebrar. Los años
venideros prometían incontables primeras veces, algunos finales
conmovedores y miles de días dorados en medio.
Entonces, por supuesto que no estaba triste.
Porque este no era el final.
Las mejores historias nunca terminan, no de verdad.
FIN
Amo las historias salvajes y románticas, las franelas de la era grunge,
mi antigua máquina de coser Kenmore, los paños bordados y absolutamente
todo lo que tiene que ver con la cultura pop de 1980 (es decir, los
calentadores de las piernas, scrunchies, cabello alborotado, los principios
de Madonna, las estéreos portátiles, paredes con paneles de madera,
vaqueros desteñidos, etc.).
¡¡Si crees en los felices para siempre y la magia única de una película
de John Hughes, es probable que te ame también!!
Si quieres comunicarte conmigo, puedes encontrarme aquí:
https://www.facebook.com/CoraBrentAuthor?fref=ts
CoraBrentWrites@yahoo.com
https://www.goodreads.com/CoraBrent
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