[go: up one dir, main page]

100% encontró este documento útil (1 voto)
436 vistas162 páginas

Camino en El Desierto - Aprendie - Cynthia Montes Rivera

Cargado por

KARYELIS RONDON
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
100% encontró este documento útil (1 voto)
436 vistas162 páginas

Camino en El Desierto - Aprendie - Cynthia Montes Rivera

Cargado por

KARYELIS RONDON
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 162

Copyrights

 
©2022 Cynthia Montes Rivera 
Todos los derechos reservados. Ninguna porción o parte de esta obra se puede reproducir,
ni guardar en un sistema de almacenamiento de información, ni transmitir en ninguna forma
por ningún medio (electrónico, mecánico, de fotocopias, grabación, etc.) sin el permiso
previo de la autora, excepto en el caso de breves citas contenidas en artículos importantes
o reseñas. 

 
Diseño de portada y montaje: Luis Montes 
e-mail: montesgrafico@gmail.com 
Categoría:  Vida Cristiana
ISBN:  978-1-7327378-3-9
Editorial:

 
Todo el texto bíblico, a menos que se indique lo contrario, ha sido tomado de la Santa Biblia
TLA, Traducción en Lenguaje Actual Copyright ©Sociedades Bíblicas Unidas, 2000. Usado
con permiso.
 
El texto bíblico indicado con NTV ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción
Viviente, ©Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale Publishers,
Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los
derechos reservados.
 
El texto bíblico indicado con DHH ha sido tomado de la BIBLIA DIOS HABLA HOY, 3RA
EDICIÓN Dios habla hoy ®, Tercera edición © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970,
1979, 1983, 1996. Usado con permiso.
 
El texto bíblico indicado con NVI ha sido tomado de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN
INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.®, Inc.® Usado con permiso de
Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.
 
El texto bíblico indicado con NBV ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Biblia Viva, ©
2006, 2008 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los
derechos en todo el mundo.
 
El texto bíblico indicado con PDT ha sido tomado de la Santa Biblia, Palabra de Dios para
Todos © 2005, 2008, 2012, 2015 Centro Mundial de Traducción de La Biblia © 2005, 2008,
2012, 2015 Bible League International
 
El texto bíblico indicado con RVC ha sido tomado de la Santa Biblia, Reina Valera
Contemporánea ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2009, 2011.
Contactos
 
Facebook: 
 /cynthiamontesrivera
Twitter: 
@CynthiaMontesR
Instagram: 
@cynthia_montes_rivera
Email:   
cynthiamontesrivera@gmail.com
Contenido

 
 
Agradecimientos
Camino donde no hay
Tú eliges
Donde manda capitán…
Siguiendo los pasos del Maestro
Él camina contigo
Lámpara a mis pies
¡Qué maravilla!
Justo a tiempo
Diga el débil: “¡Fuerte soy!”
Mantén tu norte
 

Agradecimientos
 
Quiero agradecer a:

 
DIOS. Por seguir confiando en mí para llevar el mensaje
de esperanza acerca de Cristo. Su Espíritu ha estado
presente en cada paso del camino, mostrándome hacia
dónde Él quiere dirigirme. Agradezco que continúe
trabajando en mi vida cada día, preparándome para recibir
mi Promesa y ser de bendición a otros.

 
MI FAMILIA. Mis padres, hermana, mis bellos sobrinos,
mis abuelos, tío, primos, ¡a todos! Gracias por apoyarme en
este recorrido. ¡Los amo! 

 
YAZMÍN DÍAZ, fundadora de Arqueros Casa Editora. A
quien conocí por medio de una cita divina que solo Dios
pudo concertar. Gracias a su apoyo e instrucción en
momentos de duda, pude mantenerme en el camino que
Dios designó para mí. 

 
TODOS LOS QUE HAN DICHO PRESENTE PARA
DIFUNDIR ESTE PROYECTO. Al compartir aquello que les
bendijo con quienes más lo necesitan, están cumpliendo con
la tarea que Dios les encomendó. ¡No dejen de promover las
Buenas Nuevas de Salvación!
Camino donde no hay
 
 

 
“Y un gran camino atravesará lo que fue
desierto, se le llamará «Camino Santo»… Por él
andará Dios con ustedes… solamente los
salvados pasarán por allí. Estos redimidos del
Señor irán por ese camino a su hogar, a Sion,
entonando cánticos de júbilo eterno”.
~Isaías 35:8-10 (NBV)
“El mejor camino para salir es siempre a
través”. 
~Robert Frost

 
En el primer libro de esta serie; que se titula: Floreciendo
en el desierto; se destacó  lo importante que es aprender a
confiar en Dios. Aprendimos que las promesas del Señor
para nuestras vidas no se encuentran en medio
del  desierto  en el que podamos hallarnos. También,
descubrimos cómo Dios es ese Padre amoroso que te
ofreció el inmerecido regalo de la salvación, te protege de
todo peligro, escucha tu corazón, te responde y quiere darte
mucho más de lo que puedes imaginar. Pero para alcanzar
lo prometido no puedes quedarte donde estás. Es necesario
que te mantengas en movimiento, caminando en la dirección
correcta. 
La buena noticia es que no estarás solo durante el
trayecto, Dios prometió acompañarte hasta el final. Su
fidelidad es real. David reconoció esto cuando escribió: “Tú,
Dios mío... me das nuevas fuerzas y me guías por el mejor
camino, porque así eres tú” (Salmos 23:1,3). Es parte de Su
esencia proteger Su creación más importante: tú. Tener
consciencia de esto te permitirá enfrentar el viaje sabiendo
que todo estará bien sin importar lo que suceda. Proverbios
3:5-6 (NTV) dice: “Confía en el SEÑOR con todo tu corazón,
no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad
en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar”. 
Con cada paso, experimentarás las grandes maravillas
del Señor. Si abres tu corazón, tu asombro y admiración
aumentarán al ver la mano de Jehová librándote incluso de
la misma muerte. Esto te permitirá desarrollar un corazón
agradecido y mantener el gozo durante tu travesía. Y en
lugar de tener una actitud de queja y sufrimiento, que solo
provocará que te estanques, podrás avanzar a la vez que te
conviertes en un ejemplo vivo para otros. Dios desea que tu
progreso, por pequeño que parezca, te motive a compartir
las buenas noticias de salvación. Brindándoles, con tu
ejemplo de vida, la esperanza que tanto anhelan.

 
¿Y ahora qué?
En el momento en que aceptas a Cristo como tu Salvador
renaces a una nueva vida llena de esperanza de un futuro
mejor y una eternidad con Dios, pues la Palabra dice
que: “ Por medio de Cristo, han llegado a confiar en Dios. Y
han puesto su fe y su esperanza en Dios[ … ] Al obedecer la
verdad, ustedes quedaron limpios de sus pecados[ … ] han
nacido de nuevo pero no a una vida que pronto se acabar á .
Su nueva vida durar á para siempre porque proviene de la
eterna y viviente palabra de Dios ” (1 Pedro 1:21-23
NTV) . Sin embargo, somos muchos los que luego de dar
este importante paso nos preguntamos: 
“¿Y ahora qué? ”.
¿Alguna vez has tenido que llegar a un destino sin
conocer el camino que debes seguir? Lo único que sabías
era que tenías que llegar a como diera lugar. Te subiste a tu
vehículo, tal vez seguiste las vagas instrucciones que te
habían dado o quizás te dejaste llevar por tu instinto, y de
pronto estabas perdido, preguntándote:
“¿Dónde me equivoqué?”.
Somos muchos los que hemos estado en esa situación.
Incluso conociendo el camino, un momento de distracción es
suficiente para que nos encontremos yendo en dirección
totalmente opuesta. A mí me ha sucedido más veces de lo
que puedo recordar. ¿Y a ti?
La vida cristiana se asemeja a esto en el sentido de que
cuando corremos a los pies de Cristo, reconociéndolo como
nuestro Salvador y Redentor, sabemos que nuestro destino
es la vida eterna. Sin embargo, desconocemos con exactitud
por dónde debemos dirigirnos; y aun después de que nos
muestran el camino, si nos distraemos, podríamos terminar
perdidos. A causa de las muchas rutas alternas que se nos
presentan hoy en día, debemos mantenernos fieles al
camino que Jesús trazó si queremos llegar al destino que
deseamos. Y para esto debemos aprender a ser dirigidos e
instruidos por el Espíritu Santo. ¿Pero qué significa caminar
con Él? ¿Cuál es tu responsabilidad en todo esto?

 
Bajo construcción
Dios tiene grandes planes con cada uno de nosotros,
incluyéndote, planes que van mucho más allá de tus sueños
más grandes y ambiciosos. Esto puede emocionarnos y
motivarnos a querer continuar, pero realmente no tenemos
idea de a qué obstáculos tendremos que enfrentarnos para
llegar hasta donde Dios quiere llevarnos.
Muchos tienen la idea de que una vez hacen la confesión
de fe comienzan a caminar sobre nubes, y no hay nada más
lejano de la realidad. Fuiste redimido por la sangre de Cristo,
pero antes de llegar al destino final, tienes un camino que
recorrer y lugares altos que conquistar. Me gusta pensar que
estamos en proceso de construcción: aún no somos lo que
estamos destinados a ser, pero vamos mostrando los
cambios que evidencian nuestro progreso.
Gracias a Jesús, quien es el Camino, tenemos acceso
directo al Padre y a la salvación. Usualmente, quien acepta a
Cristo en su corazón lo hace porque confía y tiene la
esperanza de que Él puede sacarlo del hoyo en el cual se
encuentra. Ahora, la confianza se define como la esperanza
firme o seguridad que se tiene en que una persona va a
actuar o una cosa va a funcionar como lo deseamos.
Y esperanza es el estado de ánimo que surge cuando se
presenta como alcanzable lo que queremos. Por lo tanto,
podría decirse que comenzamos a dar pasos en una nueva
vida con la seguridad de que, aunque el camino sea difícil,
podremos alcanzar la promesa de Dios para nuestras vidas.
Es como cuando vas a estudiar una carrera en la
universidad. No obtienes el diploma solamente por
inscribirte, sino que en ese momento comienzas un proceso
de aprendizaje. Tienes que aprobar una serie de cursos que
te ofrecerán los conocimientos necesarios para crear la base
sobre la cual construir el próximo nivel. Puede que tengas
una vaga idea de los cursos que debes aprobar para obtener
un grado profesional, pero hasta que no llegue el momento
no sabrás con certeza a qué te enfrentarás. Algunos cursos
los disfrutarás, otros los encontrarás más desafiantes y uno
que otro te hará sentir deseos de llorar. Al menos esa fue mi
experiencia. A pesar de esto, tienes que continuar si deseas
culminar tu travesía.
De la misma manera en que lo hacemos en el terreno
natural, nuestra nueva vida en Cristo implica que entramos
en un nuevo ámbito de aprendizaje. Cada etapa te mostrará
una nueva faceta de Dios: el Padre, el Consolador, el
Sanador, el Proveedor, el Libertador, el Protector, etcétera. Y
con cada una obtendrás un conocimiento específico que te
preparará para un nuevo nivel de gloria. 
Este patrón de bloque sobre bloque lo vemos cuando se
nos dice: “También nos alegramos al enfrentar pruebas y
dificultades porque sabemos que nos ayudan a desarrollar
resistencia. Y la resistencia desarrolla firmeza de carácter, y
el carácter fortalece nuestra esperanza segura de salvación.
Y esa esperanza no acabará en desilusión. Pues sabemos
con cuánta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el
Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor”
(Romanos 5:3-5 NTV).
Al  igual  que  confías  en  que  tus  profesores  tienen el
conocimiento y la experiencia necesarios para prepararte en
el campo académico, es importante que confíes en la
dirección y soberanía del Señor. Con Su mano poderosa te
guiará por un proceso de aprendizaje, descubrimiento y
reconocimiento de tu identidad en Él. Algunas lecciones
serán más llevaderas que otras, pero Dios ha prometido
ayudarte a superarlas, porque, “la única forma de avanzar es
levantarse y caminar” (Anónimo).

 
El camino conduce al desierto
Dicen que no hay camino fácil hacia el aprendizaje, por lo
que si deseas aprender algo tendrás que esforzarte. Hay
quienes aceptan a Cristo, pero pronto se dan por vencidos
porque perciben que sus circunstancias empeoran. Yo fui
una de esas personas durante mucho tiempo. En mi caso,
se debía a que no comprendía que una cosa es el haber
aceptado el mensaje de Cristo y decidir caminar con Él, y
otra totalmente distinta es el someterse a la restauración que
el Espíritu Santo comienza en nosotros desde ese
momento. 
Hay muchísimas áreas en cada uno de nosotros que
necesitan ser trabajadas, sí, incluso en quienes llevan toda
su vida al servicio del Señor. El camino del cristiano es un
constante descubrimiento y sometimiento de esas áreas que
Dios necesita modificar. Y el mejor lugar para ser
procesados es el desierto.
Muchas de las pruebas a las que somos sometidos
pueden parecer implacables, incluso crueles, a nuestros
ojos. Nuestra primera reacción suele ser intentar evitarlas.
¿Pero sabes qué? No hay atajos, no puedes rodearlas.
Como dijo Robert Frost en una ocasión: “El mejor camino
para salir es siempre a través”. Solo enfrentando cada
situación podrás ir adquiriendo el carácter de Cristo. 
Cruzar el desierto te permite capacitarte,  crecer y
madurar espiritualmente. Es en el desierto que vas a
encontrarte cara a cara con el Creador del universo y donde
comprenderás quién es tu Dios. Pues Él ha dicho: “llevaré a
Israel al desierto, y allí, con mucho cariño, haré que se
vuelva a enamorar de mí” (Oseas 2:14). Es en medio del
proceso que el maravilloso Espíritu Santo trabajará contigo,
devolviéndote la esperanza perdida; porque, como dice
Salmos 147:3 (DHH): “Él sana a los que tienen roto el
corazón, y les venda las heridas”.

 
Él abre camino
¿Estás listo para alcanzar tu propósito? Entonces, es
hora de ponerte en marcha, ya que: “Dios nos ha prometido
que a medida que avancemos, él irá desalojando a todos los
habitantes de Canaán” (Josué 3:10). No esperes que Dios
obre a tu favor si no haces tu parte.
En Marcos 4:35-41 (NTV) se encuentra una de las
escenas bíblicas más conocidas por los creyentes, aquella
en que Jesús, luego de haber predicado a las multitudes, le
dice a sus discípulos: “Crucemos al otro lado del lago” (
v.35). La Palabra nos dice que: “Pronto se desató una
tormenta feroz y olas violentas entraban en la barca, la cual
empezó a llenarse de agua” (v.37). Al ver que Jesús dormía
tranquilamente, los discípulos lo malinterpretaron como
indiferencia de su parte, reclamándole: “¡Maestro! ¿No te
importa que nos ahoguemos?” (v.38). Jesús se levantó,
silenció el viento y calmó las olas, luego les preguntó porqué
temían. Es entonces que la Biblia narra que: “los discípulos
estaban completamente aterrados. «¿Quién es este
hombre? —se preguntaban unos a otros—. ¡Hasta el viento
y las olas lo obedecen!»” (v. 41).
Esto me llevó a preguntarme: 
“¿Porqué le despertaron para que los salvara y después
se asustaron por cómo lo hizo? Es decir, lo despertaron para
que los salvara, ¿correcto? ¿Cómo esperaban que les
ayudara, sacando agua del barco?”.
Me parece que ellos tenían la actitud que muchos
cristianos adoptamos hoy día, se dejaron llevar por una
limitada visión del poder de Dios. Tal vez pensaron que, por
ser hombre, Jesús podía hacer ciertos milagros, pero no
controlar algo tan poderoso como el mar o el viento. Esta
experiencia abrió sus ojos para que pudieran entender quién
era el hombre que caminaba con ellos, cosa que parecían no
haber comprendido aún. La tormenta fue el escenario para
que Jesús volviera a manifestar Su poder y demostrar que Él
no era cualquiera, sino Dios en persona.
De igual manera, solemos limitar lo que el Señor puede
hacer por nosotros, encerrándolo en la prisión de la razón y
la lógica. Yo misma he sido culpable de esto, intentando ver
cómo Dios puede resolver alguna situación cuando todo lo
que Él quiere hacer es salir del molde en el cual lo pongo en
ocasiones y hacer las cosas de manera ilógica y milagrosa.
Con cada lección, he ido aprendiendo a depender menos de
lo que es posible y ser más receptiva a los imposibles de
Dios.
¿Qué tiene que suceder para convencerte de que Dios no
tiene límites? Quizás estás pasando por un momento de
total imposibilidad de soluciones y eres tú quien grita con
todas tus fuerzas al cielo: 
“¡¿Acaso no te importa lo que me pasa?!”. 
Toma un momento y considera las palabras de
Jesús: “¿Por qué [tienes] miedo? ¿Todavía no [tienes] fe?”
(v.40). ¿Confías en Él? Piénsalo, sé honesto contigo mismo.
¿Después de todas las veces que te ha demostrado Su
amor, aún piensas que no le importas? 

 
Más vale tarde que nunca
Otro ejemplo de las razones que Dios puede tener para
llevarte a través del desierto se ilustra en el libro de Éxodo.
Cuando Dios libertó a Su pueblo, Israel, por medio de
Moisés, todos salieron con rumbo a la Tierra Prometida. Sin
embargo, se nos dice que: “Cuando el rey de Egipto dejó
que los israelitas se fueran de su país, Dios mismo les
enseñó el camino que debían seguir. No los llevó por la
región donde vivían los filisteos, aunque era el camino más
corto. Y es que Dios pensó que si los filisteos atacaban a los
israelitas, éstos podrían asustarse y regresar a Egipto. Por
eso Dios hizo que los israelitas rodearan el camino del
desierto que lleva al Mar de los Juncos” (Éxodo 13:17-18).
La mayoría de las veces, Dios parece dirigirnos en una
dirección opuesta a lo que nos prometió, pero eso no
significa que esté perdido o que no tenga un plan. A Él le
interesa que llegues a tu destino, no que perezcas en el
camino. Si sientes que has tenido tantas pruebas y tropiezos
en tu vida que te han retrasado y piensas que no llegarás a
tiempo para alcanzar el éxito y felicidad, recuerda que más
vale tarde que nunca. Aunque usamos este jocoso refrán, y
quizás así parezca para nosotros, la verdad que prevalece
sobre todo es que Dios siempre está a tiempo. Su sincronía
es magníficamente perfecta. Repítelo conmigo:
“PER-FEC-TA”.
Te invito a que continúes leyendo para descubrir cuáles
son algunas de las lecciones que Dios quiere que aprendas
mientras caminas hacia tu promesa. Pido al Espíritu Santo
que hable a tu corazón a través de estas páginas y que: “[te]
haga comprender con claridad el gran valor de la esperanza
a la que [has] sido [llamado], y de la salvación que él ha
dado a los que son suyos” (Efesios 1:18).
Tú eliges
 

 
“Hoy les doy a elegir entre la bendición y la
maldición: bendición, si obedecen los
mandamientos que yo, el Señor su Dios, hoy les
mando obedecer; maldición, si desobedecen los
mandamientos del Señor su Dios y se apartan
del camino que hoy les mando seguir, y se van
tras dioses extraños que jamás han conocido”.
~Deuteronomio 11:26-28 (NVI)
“Es mejor cojear por el camino que avanzar
a grandes pasos fuera de él. Pues quien
cojea en el camino, aunque avance poco, se
acerca a la meta, mientras que quien va fuera
de él, cuanto más corre, más se aleja”.
~Agustín de Hipona

 
Nuestra vida entera se basa en decisiones importantes o
insignificantes, para bien o para mal. La clave de una buena
vida está en aprender a escoger bien. Pues, como dijo el
motivador mexicano Miguel Ángel Cornejo: “En la calidad de
mis decisiones está la arquitectura de mi propia vida”.
Una decisión se define como el producto final, luego de
un proceso mental. Por lo tanto, para elegir de manera
correcta, necesitamos estar informados y conocer las
ventajas y desventajas que cada opción nos pueda ofrecer.
Dios nos creó como seres pensantes, capaces de tomar
decisiones racionales, porque desea establecer una relación
con nosotros y que seamos conscientes de lo que implica Su
gran amor y poder.

 
Es una elección, no una obligación
Cristo es el camino, pero no es obligatorio seguirlo. Así
como lo lees, aceptar a Jesús y seguir Sus enseñanzas
deben ser decisiones completamente voluntarias para que
sean válidas. Por amor, el Señor nos dio el privilegio de
poder escoger. Esto es lo que conocemos como libre
albedrío, es decir, la facultad de actuar de acuerdo a la
propia reflexión y voluntad. O sea, que somos los únicos
responsables de cómo lo utilizamos y de sus consecuencias.
Aun así, Dios no nos impone un estilo de vida, sino que
nos ofrece la opción de elegir entre el destino que nuestro
pecado nos ofrece y el destino de salvación garantizado por
Jesús.  

 
Solo hay dos caminos
Hoy en día, la costumbre de contar con una amplia gama
de opciones para todas nuestras necesidades se ha
transferido de igual manera a nuestra vida espiritual. La
estrategia del enemigo es hacernos creer que tenemos
muchas alternativas para obtener la salvación y acercarnos
al Señor mientras gozamos de una vida a nuestro gusto.
En el mundo existen miles de religiones y creencias que
alegan tener la respuesta para llenar el vacío del ser
humano. Dichas opciones han pretendido arraigar el
pensamiento de que, como dice el dicho: “todos los caminos
conducen a Roma”. Es decir, que no importa en qué decidas
creer, obtendrás felicidad, paz y salvación. La verdad es que
no tenemos muchas opciones en lo que a nuestra eternidad
se refiere, y sin importar que tanto busquemos una
alternativa, al final solo tenemos dos caminos para elegir.
Dios dejó claro cuáles son en Jeremías 21:8 (NVI) cuando
dijo: “Pongo delante de ustedes el camino de la vida y el
camino de la muerte”.

 
No hay terreno neutral
Ya sea que escojas una u otra opción, debes comprender
que estás aceptando los ideales que representan esa
elección y renunciando así de manera voluntaria a todo lo
que implica y ofrece el camino rechazado.
En Su infinita misericordia, el Señor abrió un camino para
que tú y yo pudiéramos llegar hasta Él. Jesús es ese
camino, pues Él dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Sin mí, nadie puede llegar a Dios el Padre” (Juan 14:6). La
Biblia también dice que: “Sólo Jesús tiene poder para salvar.
Sólo él fue enviado por Dios, y en este mundo sólo él tiene
poder para salvarnos” (Hechos 4:12). Por otro lado, se nos
indica que el diablo solo vive para mentir y engañar, al decir
que: “No se mantiene en la verdad, y nunca dice la verdad.
Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es
mentiroso y es el padre de la mentira” (Juan 8:44 DHH).
Aunque los intentos por eliminar la línea que separa el
camino de vida y el de la muerte han estado presentes
desde el inicio del mundo, nunca ha existido la posibilidad de
congraciarse con ambos bandos y obtener salvación. Esta
es una guerra en la que no habrá treguas ni acuerdos entre
las partes. La diferencia entre Dios y el diablo está marcada
en blanco y negro, no hay espacios grises para negociar. En
2 Corintios 6:14-15 se deja claro este hecho, diciendo: “No
participen en nada de lo que hacen los que no son
seguidores de Cristo. Lo bueno no tiene nada que ver con lo
malo. Tampoco pueden estar juntas la luz y la oscuridad. Ni
puede haber amistad entre Cristo y el diablo”.
Jesús enfatizó esta división de bandos de manera tajante
cuando dijo: “El que no está conmigo, a mí se opone, y el
que no trabaja conmigo, en realidad, trabaja en mi contra”
(Mateo 12:30 NTV). En otras palabras, solo tú puedes
decidir con quién te pondrás de acuerdo. Después de
todo: “¿Pueden dos caminar juntos sin estar de acuerdo
adonde van?” (Amos 3:3 NTV).
En la actualidad, debemos enfrentarnos a la tendencia de
muchos a flexibilizar la Palabra, usando la excusa de que los
tiempos han cambiado. Aunque esto último es cierto,
sabemos que los estatutos de Dios permanecen igual.
Pretender reinterpretar lo establecido en la Biblia a causa de
la modernidad, para amoldarla a lo que deseamos, es negar
la perfección de Dios en todo lo que hace y Su provisión
para cada uno de los tiempos. Sin importar lo que quieran
presentar como aceptable hoy en día, Jehová no acepta
puntos medios, pues: “De un mismo manantial no puede
brotar a la vez agua dulce y agua amarga”  (Santiago 3:11
DHH).

 
Dios no tiene la culpa
Para poder avanzar en tu caminar diario junto al Espíritu
Santo es necesario que entiendas algo: Dios no tiene la
culpa de tus malas decisiones. En el libro de Proverbios se
nos advierte que: “La necedad del hombre le hace perder el
rumbo, y para colmo su corazón se irrita contra el Señor”
(Proverbios 19:3 NVI).
Mientras todo sale bien y nos sentimos muy capaces y
sabios, tendemos a decidir sin tomar a Dios en cuenta. Sin
embargo, cuando nos equivocamos buscamos a quien
culpar por nuestras malas elecciones, procurando que otro
cargue con las consecuencias y el sufrimiento. Esto ha sido
así desde el inicio de la humanidad; primero, Adán culpó a
Eva por darle a comer de la fruta prohibida, y Eva culpó a la
serpiente por haberla engañado. Luego, Sara culpó a
Abraham por causa de la mujer que ella misma le entregó, y
así por el estilo. Al final, el haber decidido satisfacer sus
propios deseos provocó que sufrieran terribles
consecuencias que se han extendido hasta nuestros
tiempos.
¿No te ha pasado que terminas reclamando a Dios por
situaciones para las que ni siquiera le tomaste en cuenta en
primer lugar? Yo pasé mucho tiempo haciendo esto.
Tomando decisiones basadas en mi propia opinión, dejando
a Dios totalmente fuera del panorama porque no quería
sentir que debía pedir permiso para hacer lo que yo quería.
Y, acá entre nosotros, también tenía miedo de que me
mandara a hacer algo que no me gustara. 
Sin embargo, luego me di cuenta de que ni yo misma me
conocía lo suficiente para saber qué era lo que en realidad
necesitaba. Es decir, cuando era adolescente, siempre soñé
con alcanzar un empleo de alto perfil. Soñaba con ser una
persona con una vida extremadamente activa y ocupada,
porque eso era lo que yo consideraba como éxito. Con esto
en mente, me encaminé a realizar proyectos que me
permitieran alcanzar dicha meta. Luego, comprendí que solo
me estaba dejando llevar por un concepto de éxito que ni
siquiera era mío, sino de la sociedad. Y que incluso si lo
obtenía, al no estar alineado con la voluntad del Padre para
mí, terminaría siendo un final muy amargo.
En adición, Dios me ha permitido descubrir muchísimas
cosas sobre mi persona que antes ignoraba. Ahora puedo
ver con más claridad cómo lo que fue mi sueño en ese
entonces y mi personalidad no eran afines. Nunca llegué a
pensar que el Señor me estaba protegiendo, sino que me
enojaba con Él porque no me ayudaba a obtener lo que
deseaba. De haber insistido, ese sueño se hubiera
transformado en pesadilla y sería muy infeliz en este
momento. 
La Biblia está llena de enseñanzas que demuestran que
Dios siempre procura que tengamos una buena vida, pero
somos nosotros los que nos alejamos e insistimos en no
tomarlo en cuenta. Un ejemplo de esto lo vemos en
Jeremías 6:16-17, donde dice: “También les he dicho:
«Deténganse en los cruces de camino, y pregunten qué
camino deben seguir, y no se aparten de él. Solo siguiendo
el mejor camino podrán descansar. ¡Pero ustedes se niegan
a seguirlo!» Yo les he enviado mensajeros para advertirles
del peligro, pero ustedes no han prestado atención”.  

 
Nuestra actitud debe ser la correcta
Elegir el camino de vida es solo el inicio de la travesía. Y
aunque deseemos que esa decisión nos programara para
hacer lo correcto de ese momento en adelante, no sucede
así. Es importante reconocer que el sacrificio de Jesús nos
libertó del cautiverio del pecado y que el Espíritu Santo mora
en nosotros para ayudarnos a hacer la voluntad de Dios. En
adición, debes entender que es tu responsabilidad elegir
continuamente el camino de la vida, sobre todo cuando el
panorama se torna hostil y se te dificulta ver hacia dónde te
diriges con exactitud.
Sin embargo, aun conociendo la integridad y el carácter
de Dios, cuando vemos que los problemas crecen cada vez
más, tendemos a alejarnos de Su Presencia y a pensar que
Él se olvidó de nosotros. En momentos como estos, es
necesario recordar que Dios nunca olvida nada, mucho
menos a Sus hijos, pero tampoco te concederá tu petición si
tu actitud no es la correcta. 
El proceso de aprendizaje envuelve mucha frustración,
especialmente cuando no podemos, o no queremos,
comprender la lección que se nos imparte. Pero a medida
que repetimos la enseñanza, vamos entendiendo, aplicando
e internalizando lo que Dios quiere mostrarnos.
Antes, solía desesperarme cuando las contestaciones
que tanto deseaba no llegaban con la rapidez que yo quería.
Gracias a los procesos atravesados, he notado que a Dios le
fascina hacer grandes entradas, esperando hasta el último
momento, en ocasiones literalmente, para entrar en acción.
Ahora, suelo decirme a mí misma:
“Bueno, esto no se acaba todavía, así que queda tiempo
para que Dios obre”.
El reconocer esta característica me ha ayudado a mejorar
mi actitud y practicar la confianza y el agradecimiento
mientras cruzo el desierto.

 
No dejes camino por vereda
Tener una actitud equivocada nos lleva a la
desesperación, que no es buena consejera. Esto me hace
pensar en que, usualmente, cuando se hacen expediciones
a lugares en los que uno no tiene conocimiento o
experiencia, por ejemplo un bosque, una de las primeras
reglas que dan es: no te apartes del camino. 
Dios ha sido completamente transparente acerca de Sus
motivos desde el inicio del mundo. Aunque el camino resulte
ser arduo, Jehová envió al Espíritu Santo para dirigirnos. A
medida que avances, podrás ver cómo se abren puertas y
caminos que en un principio no estaban allí, pues Dios te
dice: “Yo avanzaré delante de ti y convertiré los montes en
llanuras; romperé los portones de bronce y haré pedazos
sus barras de hierro” (Isaías 45:2). Las dificultades van a
estar presentes, pero Dios ha prometido encargarse de cada
una de ellas y mostrarte la salida de cada desierto. Sin
embargo, son muchos los que se resisten a Su llamado
porque suelen concentrarse más en lo que no se puede
hacer, sin tomar en cuenta que sus mandamientos tienen
como fin mantener un orden y asegurar el bienestar de cada
uno.

 
El camino de vuelta a casa
Dios tiene tanto cuidado de ti que aun cuando tomes
decisiones incorrectas que te apartan del Sendero, el
Espíritu Santo estará presto a mostrarte el camino de vuelta.
Tu Padre conoce todas tus debilidades y defectos, así que
proveyó la manera de que, sin importar que tan lejos estés
de Él, puedas encontrar el camino a casa. Un ejemplo de
esto, lo encontramos en Deuteronomio 31:19-21, cuando
Dios le ordenó a Moisés y a Josué que escribieran una
canción antes de que el pueblo de Israel entrara a la Tierra
Prometida. Sabiendo que le darían la espalda al llegar allí,
dijo: “Cuando lleve yo a los israelitas al territorio que juré
darles, ellos comerán hasta engordar, pues allí siempre hay
abundancia de alimentos. Entonces se olvidarán de mí,
adorarán a otros dioses y no cumplirán el pacto que hicimos.
Por eso quiero que tú y Josué escriban la canción que les
voy a dictar. Quiero que le enseñen al pueblo a cantarla. Así,
cuando ellos la canten, se acordarán de todo lo que les he
ordenado y no podrán decir: «De esto no sabíamos nada».
Cuando sufran todos los castigos que habré de enviarles, se
acordarán de esta canción; y cuando sus hijos la canten,
tendrán que admitir que tengo la razón. Aunque ellos no han
entrado todavía en el territorio que les he prometido, los
conozco muy bien y sé cómo van a actuar”. Su intención fue
clara, aunque el pueblo tendría que aceptar las
consecuencias de sus actos, Dios quería ofrecerles una
salida. 
Algunas personas pueden preguntarse:
“¿Por qué Dios no hizo nada para evitar que sucediera?”.
Porque la vida está llena de opciones y Dios no va a
interferir con nuestra libertad de elegir, ni quitará las
tentaciones de nuestro camino. ¿Cómo ejerceríamos nuestro
libre albedrío si lo hiciera? Las alternativas están sobre la
mesa y somos nosotros quienes escogemos, recordando
siempre que toda elección tiene consecuencias. Todo esto
es parte de aprender a tomar buenas decisiones. A pesar de
que Dios no evitó que Su pueblo le desobedeciera, les
mostró misericordia a través de esa canción, pues era la
llave para su eventual salvación, indicándoles el camino de
regreso a Su Presencia.

 
No te resistas al cambio
Cuando aceptamos seguir el camino que Jesús preparó
para nosotros, debemos hacer cambios en nuestras vidas,
ya que así se evidenciará por fuera la obra que el Espíritu
Santo comenzó por dentro. Él te mostrará de cuáles
costumbres, personas o lugares tendrás que alejarte para
poder crecer y madurar. No te estoy diciendo que comiences
a realizar estos cambios a lo loco, es necesario que cuentes
con Su dirección y la de líderes espirituales que puedan
ayudarte con ese proceso. 
En ocasiones, podría ser necesario cambiar de iglesia.
Este es un tema sumamente delicado, pero creo que es
necesario tocarlo. He visto cómo muchísimas personas
toman la decisión de aceptar a Cristo y luego se desmotivan
porque no están sembrados en el lugar en que Dios los
quiere. Si sientes que no estás creciendo espiritualmente en
el lugar en el que te encuentras, te recomiendo que le pidas
al Espíritu Santo que te guíe al lugar correcto. No se trata de
comenzar a brincar de iglesia en iglesia, porque eso
tampoco te hace bien, pero sí hablo de que busques el lugar
en el que te sientas en libertad de adorar, aprender, crecer y
servir. 
Tener que moverte de iglesia, no significa
necesariamente que la misma sea deficiente o que Dios no
esté allí, ya que en ocasiones tiene que ver con tu desarrollo
espiritual. Por lo tanto, serás dirigido a donde el Padre te
necesite. Sin embargo, he escuchado de iglesias en donde
los líderes o miembros se enojan con una persona porque
decidió moverse de lugar, lo cual es una señal de que les
importa más el sentirse escogidos que la salvación de esa
persona. Hay que tener mucho cuidado con esto, porque la
religiosidad es la que condena y busca hacernos sentir
culpables. Si el que lidera la iglesia es el mismo Dios, nunca
debe haber ningún tipo de competencia por quién tiene más
miembros, pues Él determina dónde colocará a cada cual.
Me dirijo a esas personas que sienten que su vida
cristiana se ha estancado. En ocasiones, tendrás que correr
por tu salvación. Ora, entrégale al Señor tu preocupación
y “¡deja que Dios sea tu guía!” (Isaías 2:5). Elige seguir la
dirección del Espíritu Santo, quien con toda seguridad te
llevará a ese lugar en el que puedas dar frutos en
abundancia y en el que Su Presencia sea constante y real
sobre tu vida.

 
La perseverancia requiere disciplina
Para que nuestra decisión sea duradera, debemos
entender que al escoger el camino correcto adquirimos un
compromiso que requerirá que seamos disciplinados,
obedeciendo las instrucciones establecidas para mantener
un orden. Nuestro mejor ejemplo de esto lo es Cristo, quien
dijo: “Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego porque
así lo quiero” (Juan 10:18). A pesar de que se ofreció como
sacrificio de manera voluntaria, al acercarse el momento de
su muerte, Jesús, oró: “Padre, ¡cómo deseo que me libres
de este sufrimiento! Pero no será lo que yo quiera, sino lo
que quieras tú. Jesús se fue a orar otra vez, y en su oración
decía: —Padre, si tengo que pasar por este sufrimiento,
estoy dispuesto a obedecerte” (Mateo 26:39, 42). 
En ese momento, Él no quería morir, pero reconoció que
la voluntad de Su Padre estaba por sobre la suya, por lo que
obedeció sin importar el costo. El no huir de la aflicción que
le esperaba, ni ceder a la tentación de sanarse a sí mismo
mientras le torturaban, para no sentir dolor, es algo que
requiere de una disciplina inquebrantable. La misma
disciplina que nosotros estamos llamados a imitar, pero que
no se puede lograr sin la ayuda del Espíritu Santo y sin estar
verdaderamente comprometidos con nuestra elección.
Nuestro compromiso y disciplina son indispensables en
este caminar. No se trata de simplemente escoger un
camino por sobre el otro, sino que al hacerlo, debemos
renovar de manera constante y consciente la decisión de
cederle al Espíritu Santo el control de nuestras vidas, pues la
Biblia dice: “Deja en manos de Dios todo lo que haces, y tus
proyectos se harán realidad” (Proverbios
16:3). El dejar conlleva una acción que tienes que realizar
como consecuencia de una decisión. El Espíritu Santo es un
caballero, por lo que no va a arrebatarte nada y tampoco se
meterá en aquellas áreas a las que tú no le des acceso.

 
En guerra avisada no muere gente
El Señor nos muestra, a través de las Escrituras, que por
cada decisión que tomemos habrá una consecuencia. Él
sabe que siempre intentaremos justificar nuestras acciones,
por lo que al dejar establecidas las reglas del juego de
antemano elimina cualquier posible excusa de
desconocimiento. 
Te recuerdo, nuevamente, que todo lo que hacemos en la
vida se basa en elecciones que provienen de lo que hay en
tu corazón y que posteriormente dirigirán tus acciones.
Cuando se nos dificulta continuamente decidir entre honrar a
Dios y satisfacer nuestros propios deseos, debemos echar
un vistazo a la base de nuestras creencias y convicciones,
ya que, como dijo Roy E. Disney: “Cuando tus valores son
claros para ti, tomar decisiones se vuelve más fácil”.
La decisión más importante que puedes hacer en toda tu
vida es aceptar a Jesús y el regalo por el cual pagó con Su
sangre en una cruz. Ten en cuenta que lo que escojas, para
bien o para mal, no sólo te afectarán a ti, sino que también
afectará a quienes te rodean, incluso a futuras generaciones.
Si consideras que en algún punto de tu vida te desviaste
del camino, todavía hay tiempo para corregir tu curso y decir
como el comediante americano Jeff Allen: “Quien era, no es
quien soy. Hoy, elijo caminar por un camino diferente”.
Para Reflexionar…

 
¿Estás en paz con la vida que llevas o
reconoces que necesitas hacer ajustes y
consultar con el Dios omnisciente que conoce el
mejor camino para ti?

 
¿Qué elegirás, el camino corto y fácil que lleva
a la muerte o el camino largo y difícil que tiene
por destino tu tierra prometida y la vida eterna?
Amado Señor:

 
Perdóname si en algún momento me aparté de
tu Sendero. Te agradezco por mostrarme como
volver a ti. Acepto elegir el camino de la vida, el
que Cristo trazó para mí con Su sacrificio.
Espíritu Santo, guíame y ayúdame a
mantenerme en movimiento sin desviarme a la
izquierda ni a la derecha de la senda que
establezcas para mí.
En el nombre de Jesús, amén.
Donde manda capitán...

 
“Si ustedes quieren ser mis discípulos, tienen
que olvidarse de hacer su propia voluntad.
Tienen que estar dispuestos a cargar su cruz y
a hacer lo que yo les diga”.
~Mateo 16:24
“La libertad sin obediencia es la confusión, y la
obediencia sin libertad es esclavitud”.
~William Penn

 
Normalmente, cuando se desea obtener la ciudadanía de
un país, hay que cumplir con una serie de requisitos. Una de
las maneras en que puedes reclamar dicho reconocimiento
es por derecho de sangre, es decir, si tus padres o abuelos
eran ciudadanos del lugar. 
Espiritualmente, ese derecho de sangre te lo otorga el
sacrificio que Cristo hizo en la cruz, pues: “Dios decidió de
antemano adoptarnos como miembros de su familia al
acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es
precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto
hacerlo” (Efesios 1:5 NTV). Es decir, lo único que se te pide
para tener derecho a la ciudadanía del Cielo es reconocer
que Cristo murió para salvarte y perdonar tus pecados. En el
momento en el que confesaste esto desde el fondo de tu
corazón, compromiso que considero un equivalente al
juramento a la bandera, Su sangre te limpió de pecado, el
Espíritu Santo te selló como propiedad del Rey y pasas a ser
ciudadano del Reino de los Cielos. 
Sin embargo, no basta con ser legalmente ciudadano
para que la gente te reconozca como tal. ¡Se te tiene que
notar! Es necesario que hables el idioma del lugar, que te
comportes como sus habitantes, que conozcas su historia y
te sometas a la autoridad del gobernante. 

 
Cristo es tu Salvador y Señor
Una de las cosas importante que debes comprender es la
diferencia entre Jesús, tu Salvador, y Jesús, tu Señor. Por
una parte, salvador se refiere a alguien que te libra de un
riesgo o peligro. Cuando aceptas a Jesucristo como tu
Salvador, a través de Su sangre, Él te libra de la muerte
eterna y el castigo que merecías. Su acto fue el reflejo del
amor del Padre por ti y por mí, y gracias a eso tenemos
acceso a Su maravillosa misericordia. Pero considera
también que uno de los nombres que se le da a Dios en la
Biblia es el de Adonai, que significa: señor y amo. 
La palabra señor, que se define como la persona que
gobierna en un ámbito determinado, implica que tiene una
autoridad sobre nosotros que no puede ser ignorada. Dios
es el dueño de todo lo que existe y ha entregado toda
autoridad a Cristo (Mateo 28:18). Como Rey, su posición
está por sobre cualquier otra cosa en el universo, por lo que
nuestra lealtad y obediencia deben estar sujetas a Él.
Seguramente has escuchado el refrán: “Donde manda
capitán no gobierna marinero”. Este refrán resalta que
debemos obedecer las instrucciones de quien nos supera en
autoridad. Y si hay una cosa que nos exige Dios es
obediencia, así se establece en el libro de Samuel,
diciendo: “A Dios le agrada más que lo obedezcan, y no que
le traigan ofrendas” (1 Samuel 15:22). Cuando escogemos
servir al Rey, debemos dejar nuestros propios deseos a un
lado; como dijo Jesús en Mateo 16:24: “Si ustedes quieren
ser mis discípulos, tienen que olvidarse de hacer su propia
voluntad. Tienen que estar dispuestos a cargar su cruz y a
hacer lo que yo les diga”.

 
¡Sí, Señor!
Siempre he escuchado que estamos en una guerra
espiritual, aunque no nos percatemos de ello todo el tiempo.
Y a muchos les gusta pensar en la batalla, donde luchamos
contra el enemigo y vencemos en el nombre de Jesús. Eso
es bueno, pero no podemos olvidar que para vencer, para
poder siquiera salir al campo de batalla, debemos tener
nuestras órdenes. ¿Y quién da las órdenes? Quien tenga el
rango más alto es el que decide lo que se tiene que hacer y
establece el objetivo final.
En las películas militares, he escuchado que dicen:
“Yo digo: ‘salta’, tú dices: ¿‘qué tan alto?’”.
Esto me hace pensar en que si no obedezco porque
confío, lo hago porque reconozco cuál es mi lugar y la
autoridad de quien me da la orden. Al igual que en el
ambiente militar, en nuestra vida espiritual es necesario
tener claro que cuando un superior da una orden,
simplemente la cumples; como dice en Lamentaciones
3:37: “¡Oye bien esto: Nada puedes hacer sin que Dios te lo
ordene!”.

 
Dios sabe hacer su trabajo
El apóstol Pablo reitera que no existe un conocimiento
superior al del Señor cuando dice: “¿Sabe alguien cómo
piensa Dios? ¿Puede alguien darle consejos?” (Romanos
11:34). Por lo tanto, no tenemos ninguna base para decirle a
Dios como hacer Su trabajo. A pesar de esto, muchos
seguimos esforzándonos e intentando convencerlo de que
nuestra manera de hacer las cosas es la mejor. La razón de
esto es porque según nuestro plan no hay sufrimiento,
escasez, traición o persecución. Nuestro plan es tener una
vida fácil, cómoda y en la que todo corra suave como la
seda. Desear esto suena perfectamente razonable, pero “no
todo lo que uno quiere, conviene” (1 Corintios 6:12). 
De la misma forma en que no podemos desarrollar
músculos sin levantar pesas, una vida sin dificultades nos
impediría desarrollar y fortalecer nuestra vida espiritual, lo
cual nos alejaría más de Dios. ¿Cuántas veces intentamos
negociar con el Señor, ofreciendo hacer esto o aquello si tan
solo hace las cosas cómo y cuándo queremos?
Pero no hay atajos, solo nuestro sometimiento a Su
voluntad puede garantizarnos un final victorioso. Así lo
establece Jeremías 29:11 cuando dice: “Mis planes para
ustedes solamente yo los sé, y no son para su mal, sino para
su bien. Voy a darles un futuro lleno de bienestar”. Este
pasaje recalca lo importante que somos para Él. Esto lo digo
porque cuando quiero que algo salga bien, especialmente
cuando se trata de eventos o personas sumamente
importantes, me gusta encargarme personalmente de los
detalles para que se ejecuten de la manera en que deseo,
por lo tanto tengo que involucrarme. Por eso, considero este
verso como una de las promesas fundamentales que nos
ayuda a reforzar nuestra esperanza y confianza en nuestro
Padre.

 
Estricto no es sinónimo de malo
Si haces memoria, tal vez puedas recordar a ese profesor
al que le pusieron la etiqueta de malo o de demasiado
estricto en la escuela o universidad. Ese que muchos no
toleraban y pocos llegaban a comprender. Yo tuve
muchísimos de esos profesores. Sin embargo, en la gran
mayoría de los casos, resultaban ser excelentes
profesionales, dedicados a transmitir su conocimiento de la
mejor manera posible. De hecho, los profesores estrictos
resultaron ser los mejores, de quienes más aprendí y los que
dejaron una huella que formó parte de mi crecimiento como
persona. Por mi parte, aunque en ocasiones me resultaba
incómodo, aprendí a valorar la dinámica que se daba entre
nosotros. Además, noté que muchos de los que se quejaban
eran los que no tenían mucho interés en aprender, mientras
que otros simplemente no querían esforzarse.
Poco a poco, se le ha dado una connotación negativa a
ser estricto. Si bien es cierto que muchos se escudan detrás
del concepto para abusar de su poder en lugar de establecer
parámetros sólidos que puedan ser seguidos, también
vemos cómo lo que solía ser sinónimo de excelencia y
dedicación ahora es considerado un acto de intolerancia y
odio. 
Hoy en día, lo correcto es relativo y todo depende de
cómo te haga sentir o qué tan fácil resulte. Cada vez se
flexibilizan más la moral y los mandamientos que Dios ha
establecido. El enemigo pretende que los veamos como algo
opcional. Pero la Palabra dice claramente: “Tú has ordenado
que tus mandamientos se cumplan al pie de la letra” (Salmos
119:4). Esto no expresa una sugerencia, es una orden y las
órdenes son para cumplirse. 
No podemos permitir que en nuestro afán por vivir a
nuestra manera, flexibilicemos tanto nuestras creencias y
convicciones que terminemos considerando que tenemos
otra opción que no sea obedecer, o peor aún, que lleguemos
a pensar que somos nosotros los que tenemos el control.
Moisés advirtió en contra de esto cuando dijo: “No cambien
ninguno de los mandamientos que yo les he dado de parte
de Dios; más bien, obedézcanlos”  (Deuteronomio 4:2). 
La verdad es que el esfuerzo propio y la autosuficiencia
no tiene ningún papel en el cumplimiento de los planes del
Señor en nuestras vidas. Dios sabe que necesitamos una
guía que nos muestre lo que debemos hacer y para eso dejó
la Biblia. Pero no tendría mucho sentido dejarnos
instrucciones de cómo debemos vivir si no nos exige
seguirlas. Y cuando un subordinado falla en seguir una
orden siempre hay consecuencias.

 
Las instrucciones son para seguirlas 
A nadie le gusta que le llamen la atención, y cuando
pensamos en el Señor, tampoco nos gusta verlo como
alguien que pueda castigarnos, pero la Biblia dice: “Fíjense
en lo bueno que es Dios, pero también tomen en cuenta que
Dios es muy estricto. Es estricto con los que han pecado,
pero ha sido bueno con ustedes. Y seguirá siéndolo, si
ustedes le son agradecidos y se portan bien. De lo contrario,
también a ustedes los rechazará” (Romanos
11:22). Contrario a los seres humanos, Él no puede ser
sobornado o convencido para que haga algo contrario a Su
esencia. Nuestro Dios es recto y por eso podemos confiar
ciegamente en que, si le obedecemos, Él cumplirá lo que
estableció. 
Sin embargo, si quienes somos Sus hijos no seguimos
las instrucciones, como Padre al fin, deberá corregirnos.
Esto no es algo que disfrute, sino que lo hace porque sabe
que de otra manera no recapacitaremos. En muchas
ocasiones, los hijos no damos crédito a las advertencias
hechas por nuestros padres, y no es hasta que llega la
consecuencia que realizamos que hablaban en serio.
La Biblia dice que: “Todo el que peca, desobedece la ley
de Dios, porque el pecado consiste en desobedecer a Dios”
(1 Juan 3:4). ¿Cuál es el problema de desobedecer? Las
consecuencias que esto acarrea, “pues la paga que deja el
pecado es la muerte” (Romanos 6:23 NTV). El que no
obedece en su totalidad el mensaje dejado por Dios en Su
Palabra está viviendo una mentira. No se trata de interpretar
a la conveniencia de cada uno lo que está escrito, ya que si
fuera así el Evangelio no sería uniforme. El Señor tiene una
sola boca y no anda dando mensajes contradictorios. Si en
algún momento has recibido mensajes opuestos, es posible
que uno o más no provenga de Él. 

 
Encontrarás resistencia
Cuando acepté a Cristo como mi Salvador, lo hice
sabiendo que el Señor cambiaría mi vida y que debía dejar
atrás todo aquello que no me edificara. Ser obediente puede
parecer muy sencillo a simple vista, y sabemos que la
Palabra dice que: “[los] mandamientos son fáciles de
obedecer, y [que] cualquiera puede cumplirlos”
(Deuteronomio 30:11). Entonces, ¿por qué se nos hace tan
difícil obedecerlos en muchas ocasiones? Por lo menos,
para mí es más fácil decirlo que hacerlo. 
Antes de tener un encuentro real con Cristo, era de las
que me gozaba en el culto del domingo y ya para el lunes
me encontraba recayendo en viejos hábitos que sabía que
no le agradaban al Señor. Era un ciclo interminable entre el
deseo por hacer las cosas bien y la culpa de haber fallado. A
causa de esto, pensaba que debía hacer confesión de fe
cada domingo, pues sentía que fallaba constantemente. Sin
embargo, no pasaba con la confianza de quien se acerca a
alguien que te ama, sino con la vergüenza de no saber ser
fiel y obediente a Dios. 
Esto sucedió hasta que encontré la confesión que el
apóstol Pablo le hizo a los Romanos, y en la que explica lo
que considero todo creyente experimenta en algún momento
de su vida. Él dice: “Me doy cuenta entonces de que, aunque
quiero hacer lo bueno, sólo puedo hacer lo malo. En lo más
profundo de mi corazón amo la ley de Dios. Pero también
me sucede otra cosa: hay algo dentro de mí, que lucha
contra lo que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de
Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único
que puedo hacer es pecar. Sinceramente, deseo obedecer la
ley de Dios, pero no puedo dejar de pecar porque mi cuerpo
es débil para obedecerla. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará
de este cuerpo, que me hace pecar y me separa de Dios?
¡Le doy gracias a Dios, porque sé que Jesucristo me ha
librado!” (Romanos 7:21-25). 
Este pasaje fue realmente una bendición para mí. Si bien
hay quienes lo usan como excusa para pecar, sabemos que
Dios conoce la intención del corazón. En mi caso, realmente
buscaba agradarle y Su misericordia me alcanzó.
El leer este mensaje, me hizo comprender que no importa
lo mucho que amemos al Señor, nuestros deseos siempre
lucharán para ir en contra de lo que Él ha establecido. Esta
lucha sucede en todos nosotros, es lo que la Biblia llama la
lucha entre la carne y el espíritu. Por esta razón, la
obediencia no se remite a un simple decir de boca, se trata
de un proceso de sometimiento continuo de nuestros
deseos. En medio de ese proceso, debemos ser conscientes
de que habrá ocasiones en que no tendremos éxito. Lo
bueno es que para momentos como estos, tenemos a
Jesucristo intercediendo por nosotros ante el Padre.

 
¡Muérdete la lengua!
Mencioné anteriormente que la obediencia no es algo que
se nos dé con facilidad. A veces, especialmente cuando
somos blanco de las injusticias, actuar como el Señor
ordena requiere que nos mordamos la lengua. La Biblia
dice: “Calla en presencia de Dios, y espera paciente a que
actúe; no te enojes por causa de los que prosperan ni por los
que hacen planes malvados” (Salmos 37:7). Yo no sé tú,
pero esta es una de las cosas que más se me dificulta, sobre
todo si tengo la razón. Me ha sucedido tantas veces, en
ocasiones he obedecido, y en otras he fallado. Incluso
mientras escribo estas líneas, me encuentro siendo
procesada en esta área, otra vez. 
Solía pensar que si pasaba la prueba una vez, cruzaría al
siguiente nivel y ya no tendría que lidiar con eso de nuevo, y
hasta cierto punto creo que es así. Pero cuando nos toca
repasar ciertas lecciones en una intensidad superior, no
siempre resulta más fácil. Y sí, he tenido que aprender a
reconocer quién está al mando de la situación, a morderme
la lengua y a obedecer aunque el resto de mi ser me grite
que haga valer mis derechos. Después de todo, de eso se
trata el someter la carne. 

 
Lo que haces vale más que lo que dices
Cuando nos toca cerrar la boca y obedecer, en un
principio, puede que no lo hagamos con la mejor actitud. Es
cierto que Dios exige nuestra obediencia, pero no pretende
tenerte en un estado de terror o apatía para lograrlo.
Ezequiel 36:27 dice: “Pondré mi espíritu en ustedes, y así
haré que obedezcan todos mis mandamientos”. De esta
manera, el Espíritu Santo trabaja cada día con nosotros para
que podamos soltar lo que apesadumbra nuestro corazón y
nos impide avanzar en nuestro caminar.
En el primer libro de esta serie; titulado: Floreciendo en el
desierto; menciono que Dios no desea que el motor de
nuestra obediencia sea el miedo a lo que pueda hacernos,
tampoco el interés a lo que pueda darnos, sino que hagamos
Su voluntad simplemente porque le amamos y queremos
hacerle feliz.
En Mateo 21:28-32, Jesús hace un relato que encontré
muy interesante. Él narra la historia de un padre que envió a
su hijo mayor a trabajar en una viña. En un principio, este no
quiso hacerlo, pero más tarde cambió de parecer y fue a
hacer lo que el padre le había pedido. Luego, el padre le
pide al hijo menor lo mismo. Contrario al primero, él le dijo
que haría el trabajo, pero después no fue. Entonces, Jesús
preguntó: “¿Cuál de los dos hijos hizo lo que el padre
quería? Los sacerdotes y los líderes contestaron: —El hijo
mayor hizo lo que el padre le pidió. Jesús les dijo: —Les
aseguro que la gente de mala fama, como los cobradores de
impuestos y las prostitutas, entrará al reino de Dios antes
que ustedes” (Mateo 21:31). 
Este relato ilustra claramente cómo nuestras acciones
hablan con más fuerza que nuestras palabras. Sin importar
cuánto intentemos aparentar que somos los
más espirituales o perfectos, Dios conoce lo profundo de
nuestro ser y, al final, expondrá las intenciones de nuestro
corazón. 
Como nuestro Padre, desea que obedezcamos por amor,
no por obligación. A Él le duele cuando elegimos
desobedecer, pues así lo expresa diciendo: “¡Cómo me
gustaría que mi pueblo me escuchara! ¡Cómo quisiera que
Israel hiciera lo que yo quiero!” (Salmos 81:13). Sus palabras
reflejan la frustración que sienten muchos padres, quienes
buscan que sus hijos hagan lo que se les pide por su propio
bien, pero a cambio reciben indiferencia y falta de respeto. 
Escuché en una ocasión que la obediencia sin amor, es
simplemente interés. Al Señor, como a cualquiera de
nosotros, no le agrada sentirse usado. Entiendo que esta es
un área en la cuál debemos trabajar de manera más
consciente. Él anhela tener una relación estrecha contigo y
quiere que lo ames primero, lo demás llegará después. 
Hay mucha gente detrás de Dios por interés, no les
importa conocerlo verdaderamente. ¿Cómo se reconocen?
Son quienes lo usan como un amuleto para obtener
protección y éxito, pero no quieren someterse a Su voluntad.
Sin embargo, Él no trabaja así, pues dice en Su Palabra: “El
que me obedece y hace lo que yo mando, demuestra que
me ama de verdad. Al que me ame así, mi Padre lo amará, y
yo también lo amaré y le mostraré cómo soy en realidad”
(Juan 14:21). Solo una relación de obediencia por amor nos
moverá en la dirección correcta. No voy a decir que el amor
hará las tareas más sencillas, pero sí nos ayudará a
enfocarnos para poder realizarlas y acercarnos más a
nuestro diseño original. 

 
Todo le debe obediencia a Dios
Hay quienes crean esta idea en sus mentes de que
sujetarse a la voluntad de Dios es algo denigrante o
negativo. Pero considera esto: Jesús, o sea, a quien Dios
concedió el dominio del universo y todo lo que hay en él
(Efesios 1:20-23), se hizo hombre y vino para enseñarnos a
hacer precisamente esto. 
Cristo enfatiza nuevamente la importancia de la
obediencia cuando dijo en Juan 14:23-24: “Si alguien me
ama, también me obedece. Dios mi Padre lo amará, y
vendremos a vivir con él. Los que no me aman, no me
obedecen. Pero yo les he dicho solamente lo que mi Padre
me envió a decirles, no lo que a mí se me ocurrió”. Como
Dios, Él pudo haber dicho: 
“¿Sabes qué, Padre? La ingratitud de esta gente no vale
mi sufrimiento”.
Pero Jesús no adoptó la actitud de es mejor pedir perdón
que pedir permiso, como muchos hacen hoy en día, y se fue
a hacer lo que le hubiese gustado. Por el contrario, se
sometió.
Incluso el diablo y los demonios reconocen y se someten
a la autoridad de Dios. Esto lo vemos cuando en la Biblia se
relata que Dios le permitió a Satanás tocar los bienes y la
salud de Job, pero le dejó bien claro cuáles eran las
condiciones y parámetros que debía obedecer (Job 1:12;
2:6). Otro pasaje que lo evidencia es Lucas 4:41, donde
menciona que: “Los demonios que salían de la gente
gritaban: —¡Tú eres el Hijo de Dios!… porque ellos sabían
que él era el Mesías”.

 
Obedece aunque no tenga sentido
A pesar de que la obediencia es nuestra demostración de
amor hacia el Señor, en muchas ocasiones sentí como si
obedecer a Dios beneficiara a todos menos a mí, ya que a
veces tenía que hacer cosas que yo consideraba que me
perjudicaban. Sin embargo, encontramos que la Palabra
dice: “Me diste mi recompensa porque hago lo que quieres.
Me trataste con bondad porque hago lo que es justo”
(Salmos 18:20). También, dice que: “Las normas de Dios son
rectas y alegran el corazón. Sus mandamientos son puros y
nos dan sabiduría. Me sirven de advertencia; el premio es
grande si uno cumple con ellas” (Salmos 19:8,11). Obedecer
nos conduce a tener una vida recta, buena y feliz, a pesar de
las dificultades que se nos puedan presentar; y lo más
importante, hace que Él se agrade de nosotros.
En ocasiones, las instrucciones de Dios pueden ser
contrarias a lo que la sociedad considera correcto o común.
Recuerda que la visión del mundo es flexible, pero la
Palabra de Dios permanece para siempre. Es necesario
aceptar que el Señor no trabaja según nuestras guías, sino
que lo hace según lo que Él ha determinado. Aprendamos a
quitar nuestro ego del medio y a someterlo cuando el
Espíritu Santo quiere trabajar más allá del legalismo y
la cultura arraigados en nuestro ser. Al igual que Pedro,
solemos cuestionar lo que se nos pide cuando se sale de
nuestras expectativas o ideas preconcebidas. A esto, Dios
responde: “No llames a algo impuro si Dios lo ha hecho
limpio” (Hechos 10:15 NTV). Recuerda siempre que Él no se
rige por nuestros prejuicios.

 
La disciplina es esencial
En la actualidad, la palabra disciplina ha adquirido una
connotación negativa y casi no se utiliza cuando se habla de
aprender a vivir una vida cristiana sana y
correcta. Disciplina se refiere al conjunto de reglas de
comportamiento para mantener el orden y la subordinación
entre los miembros de un cuerpo o una colectividad. Ser
disciplinado no se aplica únicamente a nuestra etapa de
crecimiento inicial, más bien es algo que necesitaremos
ejercitar durante toda nuestra vida. 
En una ocasión, escuché una definición muy particular
que establecía que tener disciplina es hacer lo correcto
aunque no nos guste. Esto es muy importante, sobre todo a
la hora de tomar decisiones, ya que, si nos dejamos llevar
por la definición anterior, no se trata de lo que sintamos o de
lo que nos gusta. Nuestro trabajo no es analizar lo que Dios
nos pide que hagamos, nuestro trabajo es creerle y hacer Su
voluntad. 
Hacer lo correcto cuando sentimos hacerlo es algo fácil,
pero todo cambia cuando la ofensa recibida ha sido muy
grande o sin razón. Al suceder esto, tendemos a cambiar
las reglas del juego. Empezamos a justificarnos y a modificar
nuestras creencias, simplemente porque lo correcto no nos
parece viable en ese momento. Aunque sea difícil de
aceptar, aun para mí, esto demuestra falta de disciplina y de
carácter. Cuando hallamos desarrollado esta área seremos
capaces de mantenernos firmes, aunque aparentemente no
salgamos tan beneficiados en el momento. Pablo habló de
esto en su carta a los Corintios, diciendo: “vivo con mucha
disciplina y trato de dominarme a mí mismo. Pues si anuncio
a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me
descalifique a mí” (1 Corintios 9:27). Esto lo podemos hacer
cuando tenemos la seguridad de que el Espíritu Santo está
obrando en nosotros y que nos recompensará en su debido
momento.

 
Lo parecido no es igual
Tengo que volver a decirlo, ser obedientes no es algo que
se nos dé con facilidad. Jesucristo dijo en Lucas
6:46: “Ustedes dicen que yo soy su Señor y su dueño, pero
no hacen lo que yo les ordeno”. Son muchas las ocasiones
en que nos vemos tentados a construir un camino personal
con las piedras de nuestras propias experiencias y
costumbres. Sabes a qué me refiero, aquel que corre lo
suficientemente cerca del sendero que Cristo estableció, en
el que podemos hacer las cosas a nuestra manera mientras
nos creemos la mentira de que estamos obedeciendo a
Dios. Sobre esto, la Palabra nos dice que: “Hay caminos que
al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser
caminos de muerte” (Proverbios 14:12 NVI).
¡Cuántos errores cometemos pensando que nuestras
intenciones son correctas! En muchas ocasiones, lo que nos
mueve es buscar la aprobación de quienes nos rodean, o
quizás que nos consideren personas buenas, en lugar de
buscar enaltecer el nombre de Dios como debe ser. El Señor
conoce tu corazón, a Él no puedes engañarlo, aun si logras
engañar a todos, incluyéndote. Cualquier vida que intentes
construir con la pretensión de que será mejor de lo que el
Padre te ofrece será solo una ilusión que desaparecerá tarde
o temprano. 
No te compliques la vida, cuando obedecemos al Señor
del universo todo corre bajo el orden correcto. Entonces,
incluso los peores momentos serán transformados para
beneficiarte. Solo cuando cedas el control de tu vida a Dios y
te sometas a Su voluntad, todas las piezas caerán en su
lugar. 
Para Reflexionar…

 
¿Te gusta sentir que tienes el control de las
situaciones?

 
¿En qué áreas de tu vida reconoces que se te
ha hecho difícil ceder el control total al Espíritu
Santo?

 
¿Con qué pensamientos luchas con más
frecuencia cuando Dios te da una orden ilógica?
Amado Señor:

 
Reconozco que he querido retener el control de
mi vida en ciertas áreas. Te pido perdón por
intentar vivir en un camino parecido, pero que
no es el tuyo. Te entrego mi vida y acepto tu
autoridad sobre mí. Tú sabes qué es lo mejor y
cuál camino debo seguir. Ayúdame a
obedecerte aun cuando nada parezca tener
sentido. Dirige mis pasos y enséñame a,
como buen soldado, ser disciplinado en este
caminar.
En el nombre de Jesús, amén.
Siguiendo los pasos del
Maestro

 
“Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen
razón, porque soy Maestro y Señor. Yo les he
dado el ejemplo, para que ustedes hagan lo
mismo”.
~Juan 13:13,15
“El ejemplo es una lección que todos los
hombres pueden leer”.
 ~Morris West

 
La vida te cambia cuando tienes claro que ninguno de
nosotros encontró a Dios, sino que Él vino a tu encuentro;
allí en tu cuarto, en tu auto, en la iglesia o en el negocio de
la esquina. Cualquiera haya sido el pozo en el cual estabas,
llegó para rescatarte. Te ofreció una vida nueva, aquí y en la
Eternidad, y te hizo partícipe de todas las bendiciones de Su
Reino. Todo esto y más a cambio de una sola cosa: tu
corazón. Un corazón agradecido y deseoso de obedecerle
es lo que le hace feliz. 
Pero más allá de obedecer al Padre, también tienes que
procurar aprender nuevas lecciones que te lleven a
parecerte cada vez más a Él. Para esto, tienes que estar
dispuestos a seguir los pasos de nuestro Maestro: Jesús; ya
que: “El alumno no sabe más que su maestro; pero, cuando
termine sus estudios, sabrá lo mismo que él” (Lucas 6:40).
Nuestro crecimiento espiritual no es algo opcional. En la
Biblia se recalca la importancia de tener un progreso
continuo, desde nuestro arrepentimiento hasta el día de
nuestra muerte, diciendo: “Sobre este tema tenemos mucho
que decir aunque es difícil explicarlo, porque a ustedes lo
que les entra por un oído les sale por el otro. En realidad, a
estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo
necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más
elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo,
necesitan leche en vez de alimento sólido. El que solo se
alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es
como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es
para los adultos, para los que tienen la capacidad de
distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su
facultad de percepción espiritual” (Hebreos 5:11-14  NVI).

 
Primeros Auxilios
Mientras aprendemos a desarrollar una relación con Dios,
necesitaremos acudir a otros creyentes para que nos
aconsejen y guíen en nuestro caminar. Por esta razón,
debemos procurar rodearnos de personas espiritualmente
firmes que nos ayuden a crecer correctamente. Pero no
podemos darnos el lujo de depender de otros para todo.
Nuestra meta debe ser aprender a ser como Cristo. Él es
nuestro ejemplo a seguir, el carácter a imitar para lograr
alcanzar la excelencia como cristianos.

 
¿Seguidor o discípulo?
El Padre está deseoso de enseñarte cada día más sobre
Él, pero no va a obligarte a hacer nada que no quieras hacer,
es decir, no caminará por ti. Hay un dicho que dice: “A quien
saber no quiere, no hay maestro que le enseñe”. Dios no
está restringiendo Su sabiduría y conocimiento, está
disponible para todo el que la quiera de verdad. Jesucristo
dijo: “En uno de los libros de los profetas se dice: ‘Dios
enseñará a todos. ’Por eso, todos los que escuchan a mi
Padre, y aprenden de él, se convierten en mis seguidores”
(Juan 6:45). Está en tus manos hacer la parte que te
corresponde. 
Pienso que la mayoría de nosotros comienza este
caminar siguiendo los beneficios de salud, prosperidad,
protección, etcétera. Y es aquí donde entra en juego la
importancia de crecer y madurar espiritualmente, pasando
de ser solamente seguidores a ser discípulos. 
Cuando hablo de convertirnos en discípulos de Cristo,
estoy hablando de entablar una relación personal e íntima
con Él, es decir, de no perderle ni pie ni pisada. Un discípulo
es quien recibe, practica y defiende las ideas del maestro.
Luego, pasamos a ser apóstoles, propagando lo que
aprendimos a todo el mundo. Esto se evidencia en Marcos
3:13-14 diciendo: “Después, Jesús invitó a algunos de sus
seguidores para que subieran con él a un cerro. Cuando ya
todos estaban juntos, eligió a doce de ellos para que lo
acompañaran siempre y para enviarlos a anunciar las
buenas noticias. A esos doce los llamó apóstoles”.

 
¡Que comience la lección!
Si ya decidiste seguir los pasos de Jesús y convertirte en
Su discípulo, prepárate para avanzar de la mano del Espíritu
Santo, rodeado constantemente de una atmósfera de
aprendizaje. ¡Hay algo que aprender de absolutamente todo!
Él te irá enseñando poco a poco cómo debes vivir y qué
lecciones debes dominar mientras se perfecciona la imagen
de Cristo en ti.
En esta serie: Camino a la Promesa, quiero destacar
 
el hecho de que los desiertos y las tormentas de la vida son
requisitos para desarrollarte de manera óptima como hijo de
Dios y alcanzar todo lo que Él reservó para ti. Es en medio
de las pruebas que puedes poner en práctica lo que lees en
la Biblia y lo que Dios habla a tu corazón mediante la
oración, obteniendo así las herramientas necesarias para
superar los desafíos de la vida, ser bendecido y convertirte
en agente de impacto para tu comunidad. 
Considero que la importancia del desierto como parte de
nuestro progreso en la vida cristiana la vemos reflejada en la
vida de Juan el Bautista, ya que la Palabra dice que: “A
medida que el niño Juan crecía, también aumentaba su
poder espiritual. Y vivió en el desierto hasta el día en que
Dios le ordenó llevar su mensaje al pueblo de Israel” (Lucas
1:80). Su vida en el desierto lo preparó para cumplir su
propósito y no salió de allí hasta que Dios determinó que
estaba listo. 
El Señor no te dará la orden de comenzar tu ministerio
hasta que te haya entrenado en el desierto. En ocasiones,
seremos llamados, pero no será hasta muchos años
después que comenzaremos a ejercer dicho llamado. En
otros casos, como sucedió con Pablo, el entrenamiento
puede darse antes de que siquiera tengamos un encuentro
con Él. 
Es responsabilidad de cada uno de nosotros procurar,
con la ayuda del Espíritu Santo, obtener el mayor
conocimiento de cada proceso por el cual atravesamos e ir
acumulando herramientas útiles para futuras travesías. Dios
no pretende que tengas un gran entendimiento teológico si
no estás listo para eso; sino que: “El Señor DIOS [te
enseñará] lo que [tienes] que decir. Así [sabrás] qué decir
para darle ánimo al débil. Cada mañana él [te despertará,
afinando tu] oído para escuchar como los que estudian”
(Isaías 50:4 PDT). El Espíritu Santo te llevará al paso
adecuado para ti, te frenará si intentas ir muy rápido y te
codeará para que te muevas cuando vea que te has
acomodado en un mismo lugar. De ahí la importancia de que
busques conocerlo personal e íntimamente, pues sin Su
ayuda y dirección estarás perdiendo tu tiempo. Todas Sus
enseñanzas son muy valiosas y no debes tomarlas a la
ligera. La Palabra dice: “Yo, como maestro, te enseño a vivir
sabiamente y a siempre hacer el bien. Vayas rápido o
despacio, no tendrás ningún problema para alcanzar el éxito.
Acepta mis enseñanzas y no te apartes de ellas; cuídalas
mucho, que de ellas depende tu vida” (Proverbios 4:11-
13). Entonces, cuando hayamos aprendido y crecido en Sus
caminos, podremos salir a cumplir la orden que nos fue
dada: “Vayan por todos los países del mundo y anuncien las
buenas noticias a todo el mundo” (Marcos 16:15).
Para Reflexionar… 

 
¿Consideras que estás dando los pasos
necesarios para convertirte en discípulo y
apóstol de Cristo?

 
¿En qué áreas crees que puedes hacer algo
adicional?

¿Qué modificaciones estás dispuesto a hacer?


Amado Señor:

 
Cuando acepté a Cristo decidí seguirlo, pero no
quiero quedarme ahí. Espíritu Santo, ayúdame
a ser un discípulo del Maestro. Permíteme
aprender cada día más sobre cómo debo vivir
mi vida siguiendo Su ejemplo. Que cada lección
se arraigue en mi corazón para poder
convertirme en un apóstol que lleve el mensaje
de Salvación a todo el mundo.
En el nombre de Jesús, amén.
Él camina contigo
 

 
“Por el gran amor que te tengo te llevé de la
mano como a un niño, te enseñé a caminar, te
di de comer y te ayudé en tus problemas; pero
no te diste cuenta de todos estos cuidados”.
~Oseas 11:3-4
“Un líder es aquel que conoce el camino, va por
el camino, y muestra el camino”.
 ~John Maxwell

 
Los que creemos en el Evangelio tenemos una ventaja
sobre otras creencias religiosas, y es que no solo decidimos
seguir las enseñanzas de Jesús, sino que tenemos el gran
privilegio de ser acompañados por Él durante nuestro
caminar. ¡¿No es eso grandioso?! El Padre estableció la
manera de redimirnos del pecado, el Hijo vino a caminar en
nuestros zapatos y a pagar el precio de nuestra redención, y
el Espíritu Santo nos acompaña mientras nos dirige por la
senda que fue abierta por la Gracia del Padre. 
Ahora, el camino está trazado y tu guía está presto para
conducirte, diciéndote: “yo soy tu Dios, que te enseña lo
bueno y te dice lo que debes hacer” (Isaías 48:17). Dios no
dejará sin recompensa tu decisión de confiar en la promesa
de salvación que Cristo validó en la Cruz. Desde el inicio de
la historia de la humanidad, Él ha prometido corresponder a
nuestra confianza con Su infalible fidelidad y compañía en
nuestro caminar diario, pues desde Génesis nos dijo: “Yo
estaré contigo, y no te abandonaré hasta cumplir lo que te
he prometido. Te cuidaré por dondequiera que vayas”
(Génesis 28:15). Él esta a tu lado cuando te promueven o
cuando te despiden, cuando estás sano o cuando te
enfermas, cuando celebras la llegada de una nueva vida o
cuando lloras la partida de un ser querido. Sin importar lo
que te suceda, Él está a tu lado.

 
¿Quién camina contigo?
Por años, se me dificultó comprender a la persona del
Espíritu Santo. Es decir, sabía que es parte de la Trinidad y
que es Él quién está con nosotros, pero no podía percibirlo
de la misma manera en que lo hacía con Dios o Jesús. 
En el primer libro de esta serie: Floreciendo en el
desierto, relato cómo en ocasiones le hablamos a Dios
mirando al cielo cuando Él está justo frente a nosotros. Y a
pesar de que conocía que el Espíritu Santo es quien está a
nuestro lado, no podía visualizarlo como tal, es decir, aunque
me refería a Él por Su nombre, en quien pensaba era en
Dios-Padre o en Jesús. Pero ellos están en el Cielo,
mientras que Dios-Espíritu Santo está realizando Su trabajo
en la tierra. Él es una persona aparte dentro de la Trinidad, y
es Él quien nos dice: “¡Estoy justo aquí! ¡Habla conmigo!”. Al
darme cuenta de esto, he podido ver mejor el panorama: Él
es quien está a cargo de guiarnos en nuestro caminar, y
nosotros debemos tratarlo y obedecerlo como la persona
que es.

 
Dime con quién andas y te diré quién eres
Imitación es el comportamiento mediante el cual una
persona, de forma consciente o inconsciente, imita los
gestos, patrones del habla o actitudes de otra persona. Así,
cuando pasas mucho tiempo con el Espíritu Santo,
comienzas a adquirir rasgos de Su carácter, comportamiento
y vocabulario. No tienes que andar pregonando a los cuatro
vientos que eres cristiano. Él dará testimonio de ti, a través
de tu comportamiento, principios y manera de hablar. Al igual
que sucedió en Hechos 4:13, cuando dice que: “Todos los de
la Junta Suprema se sorprendieron de oír a Pedro y a Juan
hablar sin ningún temor, a pesar de que eran hombres
sencillos y de poca educación. Se dieron cuenta entonces de
que ellos habían andado con Jesús”. Incluso sin tener que
mencionar a Jesús o decir un solo amén, Él le dejará saber a
todos que no eres del montón.

 
¿Ya llegamos?
La Palabra nos muestra que el camino de entrenamiento
que te lleva hasta tu propósito es siempre individual. Puede
que no sea el más rápido, pero sí el que más te conviene. Es
muy fácil desesperar en el trayecto porque solemos sentir
que esta es la parte más larga de nuestro peregrinaje.
Cuando el Señor nos da una promesa y vemos como si no
sucediera nada, corremos el peligro de caer en la duda y la
desesperación. La situación suele empeorar cuando nos
parece que Dios lleva a otros a un paso más acelerado que
el nuestro y comenzamos a compararnos y a cuestionarnos
sobre si estamos en el camino correcto. Pero debes recordar
que, como dijo el escritor Lorenzo Silva: “Cada uno tiene su
camino, nunca vayas por el camino de otro”.
Solo Dios sabe cuál es el desenlace que escribió para
cada uno de nosotros y cómo Él quiere que lleguemos allí. El
camino de José duró unos 13 años, el de la mujer del flujo
de sangre fue de 12 años, el de Moisés duró alrededor de 40
años y el camino del pueblo de Israel fue de otros 40 años
hasta que aprendieron lo que Dios quería enseñarles.
Solemos olvidar que somos tan diferentes los unos de los
otros como nuestras huellas dactilares. Por lo tanto, ¿por
qué habría de usar exactamente la misma lección para
todos? 

 
El camino corto no siempre es el mejor
Volviendo a Éxodo 13:17-18; donde se nos indica que
Dios llevó al pueblo de Israel por un camino más largo,
pensando que si eran atacados: “éstos podrían asustarse y
regresar a Egipto”; podemos notar que dice que el
pueblo podría asustarse, no dice que eran unos cobardes.
La realidad es que lo que los hacía correr peligro era el
hecho de que su entrenamiento hasta el momento era para
ser esclavos, para ser sumisos y dóciles ante el enemigo.
Ellos no estaban listos para la batalla, porque no tenían una
mente de guerreros.
Israel pudo haber argumentado que ellos sí confiaban en
Dios, pero el primer obstáculo fue suficiente para sacar a la
luz lo que realmente tenían en su corazón, pues
dijeron: “¿Por qué nos sacaste de Egipto? ¿Por qué nos
trajiste a morir en el desierto? ¿Acaso no había en Egipto
lugar para enterrarnos?” (Éxodo 14:11). ¡¿Dios los había
liberado de la esclavitud y ellos se preocupaban por las
tumbas?! Su mentalidad de esclavos no les dejaba ver otra
posibilidad que no fuera la muerte, ya fuera en Egipto o en el
desierto.
El pueblo prefería seguir sufriendo la esclavitud mientras
tuvieran la seguridad de las cebollas y los ajos de Egipto.
¿Tiene eso sentido? En muchas ocasiones, cuando nuestro
enfoque no está puesto en el Dios de lo imposible, esta
opción puede parecer coherente, porque se nos ha
enseñado a buscar la seguridad y estabilidad en nuestras
vidas, sin importar los peligros que puedan traer consigo.
¿Puede la seguridad ser peligrosa? Sí, cuando no es la que
ofrece el Dios Todopoderoso. Al igual que con nosotros, el
Señor quería que el pueblo aprendiera a depender de Él.
Les pidió que lo siguieran por el desierto, pero el miedo a
quedarse sin lo que ellos veían como su provisión los llevó a
perder la bendición.

 
No todo lo que brilla es oro
Casi siempre, pensamos que todo lo que parece
responder alguna de nuestras necesidades viene de Dios.
Es decir, si estuvieras desempleado o en dificultad
económica, ¿no verías como bendición ese empleo o
promoción que te ofrecen? Sin embargo, no siempre es así.
En todo tiempo, aun en medio de la necesidad,
especialmente cuando aparecen oportunidades que son
demasiado buenas para ser verdad, hay que detenerse a
consultar con nuestro acompañante y guía: el Espíritu Santo.
Él es quien sabe si en ese preciso momento te conviene o
no. 
Tal vez, ese aumento o esa promoción traerán maldición
a tu vida en vez de bendición. O si no hubiese sucedido esa
tragedia con tu familiar, esa persona se habría perdido, o
quizás tú también estuvieras muerto. Muchos pensarán:
“¡No puedes saber eso!”
Yo no lo sé, pero Dios sí lo sabe. ¿Por qué se te hace
más fácil pensar que los eventos que consideras malos son
para castigarte? ¿Por qué no considerar que es lo que
conviene? ¿Por qué no creer que el amor que Dios te tiene
va más allá de tu propios deseos y lógica? 
No estoy diciendo que cuando suceden eventos
dolorosos, no nos veremos afectados. ¡Claro que nos dolerá!
Incluso nos enojará, porque no podemos comprender lo que
sucede. Pero cuando tienes la certeza de que el Maestro
que guía tus pasos conoce aquello que te es oculto podrás
agradecerle en el valle de sombras y de muerte por Su
protección y misericordia. Así lo establece la Biblia en Isaías
43:2 diciendo: “Aunque tengas graves problemas, yo
siempre estaré contigo; cruzarás ríos y no te ahogarás,
caminarás en el fuego y no te quemarás porque yo soy tu
Dios y te pondré a salvo. Yo soy el Dios santo de Israel”.
En una ocasión, el Señor me dijo:
“Las lágrimas eran necesarias”.
¿Por qué? Porque en los desiertos aprendes a depender
del Espíritu Santo y a no moverte sin Su autorización.
Aprendes a luchar y a conocer que no estás solo. Aprendes
que hay mucha gente que va a necesitar escuchar sobre lo
que estás viviendo en este momento y de cómo Dios te
ayudó a salir del dolor y la angustia. 
¿Qué crees que hubiera sucedido si el Faraón se hubiera
encontrado con el mismo pueblo que Josué lideró a
conquistar la Tierra Prometida? Estoy segura de que la
historia hubiera sido diferente. Para cuando terminó el
tiempo de entrenamiento, ya no tenían mente de esclavos,
tenían mente de conquistadores. 

 
Conocerás Su voz
Reconocer la voz del Señor es indispensable para seguir
adelante. El que reconozcas Su voz significa que has
pasado tiempo con Él. Significa que estás dispuesto a callar
tus propios pensamientos para prestar atención al sonido de
Sus palabras. Significa que atesoras el valor de Sus
enseñanzas.
En este caminar, aprenderás que hay muchas formas en
las que Dios puede hablarte y dejarte saber que siempre
camina junto a ti. Pues Él ha dicho que: “cuando llegue el
momento mi pueblo conocerá mi nombre. Yo mismo lo he
dicho, y yo estaré allí presente” (Isaías 52:6 RVC). Y, si
prestas atención, estoy segura de que te sorprenderá. 
Siempre habrá algo nuevo que hacer, siempre habrá
espacio para mejorar. El Espíritu Santo es quien te ayudará
a identificar cómo puedes hacerlo cada día, de modo que tu
avance, aunque pueda parecer lento, sea siempre seguro. 
Para reflexionar…

 
¿En qué momentos de tu vida has llegado a
pensar que Dios te ha dejado solo? ¿Cómo te
demostró lo contrario?

 
¿Qué eventos han provocado crecimiento en tu
carácter y vida espiritual? ¿Puedes identificar
qué área Dios trabajó con esa situación difícil?
Amado Señor:

 
Gracias por que siempre cumples tus promesas.
Gracias porque en los tiempos de abundancia y
escasez, tú estás presente. Perdóname por
pensar en algún momento que me habías
abandonado. Gracias porque
puedo comprender nuevamente que nunca me
dejarás. Me amas demasiado como para
hacerlo. Me amas demasiado como para
dejarme igual. Ayúdame a reconocerte en cada
paso que doy, en los detalles diarios de mi vida.
Permíteme escuchar tu voz diciéndome: “No
temas, Yo estoy contigo y no te soltaré”.
En el nombre de Jesús, amén.
Lámpara a mis pies
 

 
“Tu palabra es una lámpara que alumbra mi
camino. Tus enseñanzas son mías; ¡son la
alegría de mi corazón! He decidido cumplirlas
para siempre y hasta el fin”. 
 ~Salmos 119:105, 111-112
“Una sola es la luz del sol, aunque la
obstaculicen muros, montes, incontables
impedimentos”.
~Marco Aurelio

 
Dicen que la vida no viene con instrucciones, que la única
opción que tenemos es aprender por medio del intento y el
error. Ciertamente, experimentaremos muchas situaciones
que pueden causarnos confusión y dudas en cuanto al
camino que debemos seguir. Incluso, pueden pasar años
antes de tomar una decisión por miedo a equivocarnos. 
¿Pero qué harías si te dijera que sí existe una guía que
nos indica el camino a tomar para tener éxito y ser
prosperados? Una guía que nos dice cómo actuar cuando
nos traicionan, cuando sufrimos una pérdida o nos
enamoramos. Me parece que ya sabes de lo que hablo. Esa
guía es la Biblia. Instrucciones por escrito de todo lo que
necesitamos saber para cumplir la voluntad del Padre y
tener una vida victoriosa, a pesar de las circunstancias que
nos rodean. 
Cuando vamos a armar una bicicleta u otro aparato
complicado, necesitamos seguir las instrucciones del
fabricante para tener el resultado deseado. Si decidimos
montarla siguiendo nuestro propio instinto, podríamos
terminar con piezas sobrantes, necesarias para que la
bicicleta funcione adecuadamente y sea segura. Así mismo,
si ignoramos nuestro manual de vida y elegimos hacer las
cosas a nuestra manera, entendiendo que el plan de Dios no
nos conviene, terminaremos lastimados por no tener lo
necesario para lograr el final que queremos.
Una vez, escuché decir que la vida es nuestra escuela, y
la Biblia nuestro libro de texto. De la misma manera en que
estudiamos antes de un examen para poder obtener buena
calificación, debemos estudiar la Palabra para obtener las
respuestas a las situaciones que se nos presentan, ya
que: “todo lo que está escrito en la Biblia es para
enseñarnos...” (Romanos 15:4). 
Pero para aprender no podemos leer la lección por
encima y ya, sino que tenemos que sacar el tiempo para
analizarla y aclarar aquello que no entendemos. De esta
manera, lograremos internalizar lo estudiado, es decir, que
haremos nuestras las palabras y promesas del Padre, y las
ejercitaremos como modo de vida. Cuando internalizamos
un pensamiento o idea, el mismo se arraiga en nuestra
mente y en nuestro corazón, convirtiéndose en el punto de
referencia principal para nuestras acciones y expresiones.

 
Es Palabra Viva 
La cantidad de personas que piensan que la Biblia es
solo un libro más crece de manera alarmante con el pasar
de los días. Muchos la consideran tan antigua que no ven
cómo podría resultar relevante en nuestro tiempo.
Lamentablemente, un gran número de cristianos se está
dejando arrastrar por este pensamiento.
Son muchos los que pretenden acercarse a las Escrituras
de la misma forma en que lo hacen con cualquier otro libro y
terminan frustrados, ya que no logran ver más allá del texto
frente a ellos. Confieso que, en un principio, yo era así. De
hecho, me aburría leer la Biblia, porque buscaba leer
historias, no escuchar la voz de Dios. Me desesperaba
cuando utilizaban el mismo pasaje una y otra vez para las
prédicas, y me decía:
“Ya todos sabemos esa historia, ¿por qué no habla de
otra cosa?”.
Para mí, era como escuchar hablar de un libro que ya
había leído, con nada nuevo que esperar. No comprendía
que no es el texto como tal lo que causa el cambio en
nosotros, es decir, puedes leer casi las mismas palabras en
un libro de auto-ayuda. 
Entonces, ¿qué es lo que hace la Biblia tan especial?
¿Qué diferencia hay entre ella y cualquier otro libro de
motivación o de historia? La respuesta está en el poder del
Espíritu Santo, que respalda cada palabra allí escrita,
dándole vida y relevancia. Hebreos 4:12 dice que: “Cada
palabra que Dios pronuncia tiene poder y tiene vida. La
palabra de Dios es más cortante que una espada de dos
filos, y penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. Allí
examina nuestros pensamientos y deseos, y deja en claro si
son buenos o malos”. Cuando leemos la Palabra o
escuchamos una predicación, eso que hace que deseemos
cambiar nuestra manera de vivir y regresar a nuestro diseño
original es la obra de la tercera persona de la Trinidad.

 
La clave
Como mencioné anteriormente, me aburría oír
predicaciones sobre el mismo pasaje porque solo me
enfocaba en la historia y no en cómo se aplicaba a mi vida.
A causa de esto, solía preguntarme: 
“¿Cómo pueden sacar nuevos mensajes usando los
mismos versos después de más de 2000 años?”.
La respuesta no llegó hasta que pasé por la experiencia
de escudriñar la Palabra bajo la revelación del Espíritu
Santo. Es Él quien nos muestra cómo aplicar lo leído a
nuestra vida actual y nos ofrece nuevas revelaciones acerca
del texto. Nuevamente, esto no es algo que pueda
entenderse con sólo explicarlo, sino que hay que
experimentarlo. 
En una ocasión, estaba leyendo sobre el tema de los
criptogramas o mensajes escritos en clave. Leí sobre cómo
un texto puede encerrar uno o varios mensajes que solo
pueden ser descifrados con la clave correcta. Aunque la
Biblia es  bastante clara, encierra muchos misterios que no
se encuentran a simple vista. En 1 Corintios 2:14-15, se nos
dice que: “Los que no tienen el Espíritu de Dios no aceptan
las enseñanzas espirituales, pues las consideran una
tontería. Y tampoco pueden entenderlas, porque no tienen el
Espíritu de Dios. En cambio, los que tienen el Espíritu de
Dios todo lo examinan y todo lo entienden. Pero los que no
tienen el Espíritu, no pueden examinar ni entender a quienes
lo tienen”. 
Al igual que un criptograma no puede ser comprendido
sin la clave del cifrado, la Biblia resulta confusa o
simplemente incomprensible sin la revelación del Espíritu
Santo, quien es la clave para obtener acceso a todo lo que
Dios desea decirnos. En el libro de Isaías dice: “Las visiones
que reciben de Dios no pueden entenderlas; es como si
quisieran leer el texto de un libro cerrado. Si se les diera ese
libro para que lo leyeran, dirían: ‘No podemos leerlo, porque
el libro está cerrado’. Mientras tanto, otros dicen: ‘No
podemos leerlo porque no sabemos leer’” (Isaías 29:11-
12). Esto es lo que sucede con muchas personas que se
creen expertos en cuestiones espirituales, repiten las
historias una y otra vez, pero continúan siendo totalmente
ignorantes acerca de los misterios del Señor.
En mi caso, la analogía del criptograma, me permitió
comprender cómo un solo pasaje puede ministrar a mi vida
de maneras diferentes cada vez que lo leo. Pablo nos dice
en 1 Corintios 2: 9-10 que: “Para aquellos que lo aman, Dios
ha preparado cosas que nadie jamás pudo ver, ni escuchar
ni imaginar. Dios nos dio a conocer todo esto por medio de
su Espíritu, porque el Espíritu de Dios lo examina todo, hasta
los secretos más profundos de Dios”. A pesar de que el
mensaje principal no cambia: que Dios nos ama y que Cristo
es el único Salvador; el Espíritu Santo puede transmitir
infinidad de enseñanzas, adaptándose a los tiempos y
necesidades, sin tener que cambiar el texto ya escrito.
Entonces, se me hizo claro que, aun después de miles de
años, la Palabra nunca perderá su vigencia y autoridad.

 
No subestimes al Espíritu Santo
Tuve una experiencia interesante al asistir a un Festival
de Esperanza de Billy Graham celebrado en mi país. El lugar
estaba abarrotado de personas y todos esperaban al
predicador de esa noche: Franklin Graham. Recuerdo que
había escuchado hablar tanto de él que mis expectativas se
elevaron en cuanto al poderoso mensaje que escucharía.
Ahora, cuando digo poderoso, me refiero a un mensaje muy
profundo, enérgico y estruendoso, porque en mi mente así
se medía la espiritualidad de las prédicas. Llegó la hora y
todos estábamos listos para cuando bajara el fuego del
Espíritu. El predicador se paró en la tarima y anunció el título
de su mensaje: El Hijo Pródigo. Lo primero que vino a mi
mente fue:
“¡Vaya! Eso no era lo que esperaba”.
Comencé a mirar a las personas que me rodeaban,
conocía a muchas de ellas, y me dije:
“La gran mayoría somos cristianos, ¿por qué habla del
hijo pródigo? ¡Todos conocen la historia!”.
Me senté a oír el mensaje. Muy parecido a las otras
decenas de veces que lo había hecho. No llevaba
predicando más de treinta minutos cuando hizo el llamado.
Entonces, notando el gran espacio vacío que había entre la
primera fila y la tarima, pensé: 
“Bendito, tanto espacio para tan pocos que
probablemente pasarán”.
En ese momento, una persona pasa por mi lado hacia la
tarima. Entonces, dije para mí:
“Sí, que vengan dos o tres, para que no pasen la
vergüenza”.
Luego, pasó otra persona y otra y otra. Una a una, iban
desfilando por el pasillo. Fue cuando decidí voltearme para
ver de dónde salía tanta gente. Al hacerlo, vi cómo cientos
de personas venían bajando de las gradas y acercándose a
la tarima. 
En ese instante, pude sentir que el Espíritu Santo me
decía:
“¿Quién eres tú para subestimar lo que Yo soy capaz de
hacer? ¿Quién eres para determinar cómo escojo llegar al
corazón de la gente?”
Y no sonaba contento cuando lo dijo. La verdad es que
me dieron ganas de llorar, porque me hizo esta pregunta
mientras el gran espacio que había visto se hacía pequeño
para contener a todos los que pasaron. No sé con certeza
cuánta gente pasó, pero fue muchísimo más de lo que yo
hubiera imaginado después de un mensaje que yo
consideraba demasiado simple. 
No solo se grabó ese evento en mi memoria, sino que en
mi corazón quedó plasmada la creencia firme de que no
importa que tan sencillo parezca un testimonio o una
predicación, cuando el Espíritu Santo interviene, suceden
grandes cosas. Esta experiencia resultó crucial en mi vida,
ya que al llegar el momento de comenzar a escribir, cuando
pensaba que lo que yo tenía que decir no era nada
extraordinario, el Espíritu Santo traía a mi mente Sus
palabras: 
“¿Quién eres tú para subestimar lo que Yo soy capaz de
hacer?”.
Desde entonces, esto me da ánimos para seguir
adelante, porque nunca se ha tratado de lo que yo puedo
decir o hacer, sino de lo que Él puede hacer con lo poco que
tengo. 
De igual manera, te lo pregunta a ti, lector. Tú que
piensas que lo que has vivido no es tan extravagante como
para atraer a las masas. Dios quiere que sepas que lo que
ha hecho en tu vida no ha sido solo para tu bendición, sino
que tienes la obligación de compartirlo con los demás.
¿Quién sabe cómo el Espíritu Santo usará tus experiencias
para ofrecer una nueva esperanza a otros?

 
La Palabra siempre cumple Su propósito
La Biblia es nuestra principal fuente de dirección y
conocimiento sobre el carácter de Dios. Cada palabra,
pasaje, capítulo y libro, está allí con un propósito. No es
posible contener en una edición de bolsillo todos los
milagros y sucesos ocurridos desde el inicio de la
Humanidad hasta el presente. Pero te garantizo que nada de
lo escrito en la Palabra está allí por accidente o fortuna. Juan
escribe que: “Delante de sus discípulos, Jesús hizo muchas
otras cosas que no están escritas en este libro. Pero las
cosas que aquí se dicen se escribieron para que ustedes
crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que
así, por medio de su poder reciban la vida eterna” (Juan
20:30-31). Cualquiera que sea el propósito que el Señor
determine para Su Palabra se tiene que cumplir. Repítelo
conmigo: 
“Se tiene que cumplir”.
Aun cuando parezca un mensaje sencillo, si el Padre lo
envió, algo tiene que suceder, pues Él dijo: “La lluvia y la
nieve bajan del cielo, y no vuelven a subir sin antes mojar y
alimentar la tierra. Así es como brotan las semillas y el trigo
que comemos. Lo mismo pasa con mi palabra cuando sale
de mis labios: no vuelve a mí sin antes cumplir mis órdenes,
sin antes hacer lo que yo quiero” (Isaías 55:10-11).

 
Hay que estudiar la Palabra
El conocimiento, implica comprender de manera racional
lo que nos rodea, y ser racional es una cualidad natural, o
sea, es una facultad de nuestro intelecto. Pero cuando
hablamos de sabiduría, nos referimos a algo que va más allá
del mero conocimiento, que está restringido a nuestra
limitada capacidad de entender lo que está a nuestro
alrededor. La sabiduría, es saber utilizar dicho conocimiento
de manera juiciosa, prudente o acertada, esto es, usarlo de
la manera en que Dios quiere.
La Palabra establece en Isaías 55:8-9 que: “Dios dijo: ‘Yo
no pienso como piensan ustedes ni actúo como ustedes
actúan. Mis pensamientos y mis acciones están muy por
encima de lo que ustedes piensan y hacen: ¡están más altos
que los cielos! Les juro que así es’”. Así que, pretender
adquirir conocimiento puramente humano, dejando a un lado
la sabiduría del Señor, nos convierte en personas
inteligentes, pero necias.
Es por esto que debes tener mucho cuidado con lo que
permites entrar a tu mente, ya que será a lo primero que
recurras en momentos de aflicción. Además, la Biblia es
la espada, o el arsenal disponible, del Espíritu Santo y
debemos mantenerla siempre lista para ser usada contra el
enemigo. 
La Palabra puede llegar a nuestra vida de diferentes
maneras, una de ellas es la música. Si bien, en momentos
de necesidad, he recordado versos que afirman mi fe;
mantener mi arsenal lleno con canciones de adoración y
alabanza, inspiradas por el Espíritu Santo, me ha ayudado
igualmente a que, aun mientras descanso, mi mente
continúe entonando dichas canciones en lugar de
preocuparse incesantemente por los problemas,
protegiéndome así de los dardos del enemigo. 
En Deuteronomio 6:6-7 dice: “Apréndete de memoria
todas las enseñanzas que hoy te he dado, y repítelas a tus
hijos a todas horas y en todo lugar”. Para poder aprender
algo hay que repetirlo constantemente, hasta que se
convierta el algo tan natural como respirar. Recordemos que
no se trata de memorizar cada palabra para usarla como
amuleto u obtener meramente conocimiento. Es con la
ayuda del Espíritu Santo, y la práctica, que podremos
alcanzar algo mucho más valioso: la sabiduría. 

 
Lo que no cuesta no se aprecia
El esfuerzo y el trabajo son necesarios para llegar a ser
sabio. La Biblia no establece que simplemente leamos la
Palabra, sino que la escudriñemos. Escudriñar implica
examinar algo poniendo particular cuidado en la ejecución
de lo que se hace, con el fin de descubrir algo. Y no estamos
acostumbrados a leer de esta manera. Esta forma de lectura
conlleva un esfuerzo mayor de nuestra parte, de ir más allá
de lo que se nos presenta en frente. Pero ese es un esfuerzo
que no todos están dispuestos a realizar. 
Al igual que cuando resuelves un enigma para llegar a un
tesoro, cuando escudriñas las Escrituras, encontrarás una
respuesta que, si continúas, te llevará a otra y a otra. Y a
medida que avanzas, te harás consciente de la inmensidad
de Dios e irás comprendiendo que la única razón que explica
por qué un ser supremo como Él se quiere relacionar con
personas como nosotros es el puro amor.
En mi caso, una de las cosas que me mueve a escudriñar
las Escrituras es la curiosidad por saber más de quien me
amó primero. ¿No sentirías tú curiosidad por saber todo
acerca de quien te salvó la vida y te aceptó sin importar tu
pasado ni tus errores? ¿Qué lo mueve a hacer cosas que
nos pueden parecer ilógicas? ¿Qué vio en cada uno de
nosotros para asegurar que somos valiosos y capaces de
realizar grandes hazañas a pesar de nuestras
circunstancias? 
Proverbios 2:3-5 dice: “Pide entendimiento y busca la
sabiduría como si buscaras plata o un tesoro escondido. Así
llegarás a entender lo que es obedecer a Dios y conocerlo
de verdad”. ¿Alguna vez has escuchado de algún minero
que haya conseguido oro o plata sentado en su casa? Por
supuesto que no. De hecho, los mineros tienen uno de los
trabajos más difíciles y peligrosos que existen. Ellos deben
pasar muchas horas de trabajo exponiendo sus vidas bajo
condiciones extremas, arriesgándolo absolutamente todo,
para obtener pequeñas cantidades del preciado metal. ¿Qué
los motiva? El gran valor de su tesoro. La Biblia nos dice
que: “Ya no hay para los mineros lugar demasiado oscuro;
en los más lejanos rincones buscan piedras preciosas; con
la ayuda de cuerdas, bajan a profundos barrancos; cavan
largos túneles donde nadie ha puesto el pie. En esas
profundas minas, donde el calor es insoportable, se gana la
vida el minero” (Job 28:3-5). 
Esta es la clase de entrega que Dios espera de  nosotros
cuando se trata de buscar Su voluntad. Es muy triste ver
cómo las generaciones que se levantan, acostumbrados a la
inmediatez que la tecnología proporciona, pretenden que su
búsqueda sea corta y concisa. Quieren escuchar a Dios,
pero no pueden dedicarle más de cinco minutos a leer la
Palabra o escuchar un mensaje, porque su rango de
atención está muy comprometido. Ellos esperan encontrar el
oro al alcance de su mano. Dicen que lo que no se gana con
trabajo duro no se sabe apreciar, entonces, ¿cómo esperas
que se te entregue tan valioso tesoro si ni siquiera te
interesa tanto como para luchar por él?

 
Busca tu tesoro
Quien reconoce que dentro de sí tiene espacio para
aprender, podrá llenarlo con nuevos conocimientos; pero
quien crea que ya lo sabe todo, vivirá con un conocimiento
limitado. Ten presente que el que deja de aprender deja de
vivir. La vida, tanto natural como espiritual, es un proceso
continuo de aprendizaje y de enseñanza a otros. Así lo
establece Pablo, en 2 Timoteo 2:2 (NTV), cuando dice: “Me
has oído enseñar verdades, que han sido confirmadas por
muchos testigos confiables. Ahora enseña estas verdades a
otras personas dignas de confianza que estén capacitadas
para transmitirlas a otros”. 
Procuremos que nuestras vidas sean testimonios y
nuestras palabras una confirmación. Aunque no podremos
decir que lo sabemos todo, pues el Espíritu Santo trae
nuevas enseñanzas a nuestras vidas cada día, sí podremos
atraer a otros a Cristo, diciendo como el salmista: “Vengan
conmigo, queridos niños; ¡préstenme atención! Voy a
enseñarles a honrar a Dios” (Salmos 34:11). Recuerda que
en el proceso de enseñar a otros te enseñas a ti mismo,
evitando así la amnesia espiritual. 
El deseo de buscar conocimiento ha sido parte de
nuestra naturaleza humana desde el principio. En el huerto
del Edén, la serpiente usó este deseo natural para tentar a
Eva, haciendo énfasis en que comer del árbol prohibido le
haría igual que Dios, otorgándole conocimiento del bien y del
mal. Entonces: “la mujer se fijó en que el fruto del árbol sí se
podía comer, y que sólo de verlo se antojaba y daban ganas
de alcanzar sabiduría” (Génesis 3:6). 
Mientras leía este pasaje, la palabra antojaba me llamó la
atención. El antojo tiene que ver con un deseo impulsivo y
pasajero, es decir, que es dirigido por las emociones, sin
tomar tiempo de pensar, detenidamente, en las
consecuencias. En ese momento, Eva se concentró más en
lo que ella quería que en la orden dada por Dios. Actuar por
un impulso provocó que, tanto ella como Adán, perdieran su
lugar en el Edén. La serpiente habló con conocimiento pero
no con sabiduría, de igual manera actuaron Adán y Eva,
pensando que sabían más que Dios. ¿Cuántos sufrimientos
y problemas se hubieran evitado si hubiesen obedecido el
mandato de Dios? ¿Cuántos te hubieras evitado tú?
Debido a la sobrecarga de información a la que nos
exponemos hoy en día, solemos pensar que alguien
inteligente es aquél que tiene mucho conocimiento, por lo
tanto, es quien tiene la razón. El acceso masivo a la
información, y la complejidad de la vida, nos han alejado de
una verdad mucho más simple: si creemos en el sacrificio de
Jesús y lo aceptamos como nuestro Salvador, obtendremos
la vida eterna; y con nuestra obediencia, la sabiduría. 
Nuestros propios deseos representan uno de los mayores
estorbos que tenemos para alcanzar la promesa de Dios.
Vivimos en una constante búsqueda de aquello que le pueda
dar sentido a nuestras vidas. Sin embargo, el sentido que
buscamos es aquel que vaya acorde con nuestras
expectativas. Es por esto que nos resulta mucho más fácil
hacer el mal, después de todo, esa es nuestra naturaleza
carnal. Nuestra tendencia a la desobediencia nos lleva a
conformarnos con unas cuantas monedas de oro, cuando en
realidad somos dueños del tesoro completo. No en vano, se
nos recuerda que debemos morir cada día a nosotros
mismos y al deseo de hacer lo malo; no dejándonos llevar
por lo que es más fácil, sino por lo que es correcto. 

 
Que la acción acompañe la Palabra
Finalmente, no puedo dejar de repetir lo importante que
es tener una disposición correcta a la hora de esforzarnos
por hallar la sabiduría del Señor. Debemos creer y estar
dispuestos a recibir lo que el Espíritu Santo quiere decirnos.
La Biblia es veraz y poderosa, porque no es obra de
hombres. Cada vez que la tengas frente a ti, recuerda las
palabras de Pedro, quien dijo: “Sobre todo, tienen que
entender que ninguna profecía de la Escritura jamás surgió
de la comprensión personal de los profetas ni por iniciativa
humana. Al contrario, fue el Espíritu Santo quien impulsó a
los profetas y ellos hablaron de parte de Dios” (2 Pedro 1:20-
21  NTV).
Cuando te acercas a las Escrituras con incredulidad,
dudando de que todo lo que está escrito es Palabra de Dios,
estás poniendo una barrera que evita que recibas Su
mensaje. No es posible cumplir con algunas partes de la
Biblia, mientras sujetamos otras a nuestro propio criterio de
veracidad. O crees lo que dice desde Génesis hasta
Apocalipsis o no lo crees. De lo contrario, estarías haciendo
como muchos falsos profetas y religiosos, que toman lo que
les conviene y desmienten lo que no les conviene para crear
sus propias sectas. ¿Cómo podemos creer que Dios dice la
verdad en Su Palabra cuando menciona que quiere
prosperarnos, pero miente cuando habla de las
consecuencias de nuestro pecado?
Cuando realmente queremos alcanzar algo, tendemos a
poner todo nuestro empeño para conseguirlo. En 2 de Pedro
1:5-7 dice: “Por eso, mi consejo es que pongan todo su
empeño en: Afirmar su confianza en Dios, esforzarse por
hacer el bien, procurar conocer mejor a Dios, y dominar sus
malos deseos. Además, deben ser pacientes, entregar su
vida a Dios, estimar a sus hermanos en Cristo y, sobre todo,
amar a todos por igual”. Como siempre sucede, las acciones
requieren de nuestra intención y esfuerzo para llevarlas a
cabo. El afirmar nuestra confianza en Dios implica que
debemos estar conscientes en todo momento de en quién
está puesta la misma. Sé lo fácil que es engañarse a uno
mismo diciendo que confiamos en Él, mientras nuestros
niveles de ansiedad están por las nubes y no logramos
dormir. Pero, como escuché una vez, confianza sin paz sólo
significa que haz aprendido a controlar tu estrés. Así que no
te dejes engañar.

 
Deja que sea tu guía
Todos pasaremos por momentos duros y confusos en la
vida. Momentos en los que los vientos amenazarán con
sacarte del sendero. Pero siempre hallarás en la Palabra lo
que necesitas para encontrar tu camino de vuelta a Jesús.
Dios sabe que tú no tienes todas las respuestas, por eso
desea que escuches al que sí las tiene. 
Recuerda que la Palabra contiene las instrucciones para
una vida victoriosa, pero para poder interpretarla
correctamente y lograr llevarla a la acción, necesitas tanto
del Espíritu Santo como de la oración. El conjunto de estos
elementos, abrirá tus ojos espirituales y siempre te guiarán
por el mejor camino. Aunque el mismo parezca oscuro y sin
esperanza, confía en la Palabra, que siempre alumbrará tus
pasos.
 Para Reflexionar…

 
¿Es la Biblia parte de tu rutina espiritual diaria?

 
¿Qué haces para asegurarte de que tu lectura
no sea superficial?

 
¿Qué experiencia puedes recordar en la que
hayas encontrado la respuesta que tanto
necesitabas mientras leías la Palabra?
Amado Señor:

 
Te agradezco por tu particular cuidado conmigo,
que incluye dejarme instrucciones a las cuáles
acudir cuando no sé qué hacer. Gracias por las
Escrituras, donde siempre encuentro la
respuesta oportuna. Aumenta mi hambre por tu
Palabra y mi deseo por encontrarme contigo a
través de ella. Que lo que aprenda, pueda
atesorarlo en mi corazón y practicarlo cada día
de mi vida.
En el nombre de Jesús, amén.
¡Qué maravilla!
 

 
“¡Grandes son las maravillas que Dios ha
realizado! Grande es la alegría de los que se
admiran al verlas. En todo lo que hace puede
verse el esplendor y la grandeza que merece
nuestro Dios y rey; su justicia es siempre la
misma. Dios es muy tierno y bondadoso, y hace
que sus maravillas sean siempre recordadas”.  
 ~Salmos 111:2-4
“La sorpresa es el móvil de cada
descubrimiento”.
~Cesare Pavese

 
Fuimos creados seres emocionales. Y aunque  no lo
notemos, las emociones que acompañan los sucesos de
nuestra vida determinan qué tanta relevancia van a tener
para nosotros a la hora de guardarlas en la memoria. Es
decir, el cerebro es tan sensible a las emociones que solo
considerará valioso o importante aquello que lo emociona o
impacta de algún modo, ya sea positivo o negativo, de lo
contrario, pasará a un plano de inexistencia en la mente. Sin
el contexto de la experiencia no hay aprendizaje. Esto es lo
que hace la diferencia entre aprender por medio de la acción
e intentar recordar las palabras dichas en un salón aburrido
o escritas en un texto.
Cuando algo nos asombra, deja en nosotros una
impresión permanente que sólo sucede cuando
experimentamos o recibimos algo extraordinario. Desde que
nacemos, todos tenemos la capacidad de asombrarnos con
lo que nos rodea, pero solemos descuidarla con el paso de
los años. Para poder crecer y desarrollarnos como cristianos
saludables, necesitamos rescatar y mantener nuestra
capacidad de asombro ante quién es Dios y las maravillas
que hace continuamente con nosotros, a través de nosotros
y a nuestro alrededor. 
El asombro es la puerta al conocimiento y no llegaremos
a ninguna parte sin él. Es lo que enciende nuestra curiosidad
y nos guía a la exploración y al aprendizaje. Resulta
lamentable ver como las generaciones emergentes han ido
perdiendo con mayor rapidez dicha capacidad,
reemplazándola por indiferencia y frialdad. Esto provoca que
crezcan a expensas de lo que les cuentan, sin darse la
oportunidad de construir sus propias experiencias.

 
La sorpresa te lleva a descubrir
Cuando Dios guió al pueblo de Israel a través del Mar
Rojo y destruyó al ejército del Faraón, todos quedaron tan
maravillados que entonaron un cántico que decía: “Dios mío,
¡no hay otro Dios como tú! ¡Sólo tú eres grande! ¡Sólo tú
eres poderoso! Tú has hecho grandes maravillas; tú nos
llenas de asombro” (Éxodo 15:11). Si estás en el Camino de
la Cruz, es vital que procures tener una experiencia personal
con Dios, ya que cada día descubrirás más razones que
demuestran que Él es asombroso en todo lo que realiza,
incluyéndote.
El autor italiano Cesare Pavese dijo que: “La sorpresa es
el móvil de cada descubrimiento”. Por lo tanto, ¿cómo
pretendemos descubrir el poder de Dios si menospreciamos
Sus obras y maravillas? En el Salmo 92, el autor
expresa: “Dios mío, quiero gritar de alegría por todo lo que
has hecho; todo lo que haces es impresionante y me llena
de felicidad. Tus pensamientos son tan profundos que la
gente ignorante ni los conoce ni los entiende” (Salmos 92:4-
6). Quien no está interesado en buscar al Señor es porque
no le conoce, aun si ha escuchado hablar de Él, porque el
que de verdad ha interactuado con el Espíritu Santo no
puede más que maravillarse y sentirse atraído.
Tener la posibilidad de vivir cada día admirando las obras
del Señor es un gran privilegio. Al permitirle deslumbrarme
con Sus maravillas, encuentro la esperanza y fortaleza que
necesito para cada momento de mi vida. Tengo que decir
que una de las cosas que más me asombra acerca de Dios
es el hecho de que: “no nos castigó como merecían nuestros
pecados y maldades” (Salmos 103:10). Gracias a Jesucristo,
fuimos librados de la muerte y podemos disfrutar de Su
misericordia y gracia inmerecida. La Biblia dice: “Ustedes
han sido salvados porque aceptaron el amor de Dios.
Ninguno de ustedes se ganó la salvación, sino que Dios se
la regaló. La salvación de ustedes no es el resultado de sus
propios esfuerzos. Por eso nadie puede sentirse orgulloso”
(Efesios 2:8-9). 

 
Por Su gracia no hemos sido destruidos 
¿Aún no sabes por qué deberías impresionarte? Podrías
comenzar considerando el hecho de que te dio algo que no
te merecías: Su Gracia. Muchos no pueden comprender lo
que esto significa porque en el mundo en el que vivimos nos
enseñan que tenemos derecho a todo lo que deseemos, sin
importar lo que sea. Por lo que, quienes piensan así, ven la
Gracia de Dios como algo más del paquete de vida que les
corresponde, y vaya que están equivocados.
¿Sabes? Creo que en una sociedad que piensa, cada vez
más, que se lo merece todo, deberíamos tomar un tiempo
para considerar lo que ese todo significa. ¿Quieres saber lo
que sí merecías? La respuesta está en Romanos 6:23,
donde dice que: “Quien sólo vive para pecar, recibirá como
castigo la muerte. Pero Dios nos regala la vida eterna por
medio de Cristo Jesús, nuestro Señor”. ¿Sigues queriendo
todo lo que en realidad te mereces?
En una ocasión, estaba jugando con una prima en la sala
de mi casa. Teníamos un balón, el cual lanzábamos lo más
alto posible de un lado al otro. Continuamos así hasta que el
balón tocó el cristal que cubría la lámpara del abanico de
techo; entonces, el balón y el cristal bajaron juntos al suelo.
Yo me quedé paralizada, no por el hecho de que se había
roto el cristal, sino pensando en el castigo que me darían.
Por un lado, sabía que no debíamos estar jugando en la
sala, por lo que merecía el castigo; por otro lado, oraba sin
cesar para poder hallar misericordia. Gracias a Dios, que
escuchó mis ruegos, recibí un castigo menos severo de lo
que esperaba, o merecía. 
Tal vez, muchos piensen que la misericordia conduce a
que se continúe cometiendo la misma falta sin temor a ser
castigado; pero en mi caso, por reconocer y agradecer el
hecho de que me había librado de un gran castigo, nunca
más lo volví a hacer. Desde entonces, cada vez que veo un
abanico con lámpara, me acuerdo de aquella que rompí.
Aunque fue un accidente, el mismo ocurrió porque estaba
haciendo algo que me habían prohibido. De igual manera,
cuando cometemos alguna falta y Dios se apiada de
nosotros, en lugar de usarlo como excusa para seguir
pecando, debemos procurar recordar su misericordia y
apartarnos de cualquier conducta errada.
Así que, al igual que yo, la única razón por la cual estás
vivo y disfrutando de la redención que Cristo compró en la
Cruz para ti, es por misericordia. Y la misma proviene de Su
amor, ya que: “Dios es muy compasivo, y su amor por
nosotros es inmenso. Por eso, aunque estábamos muertos
por culpa de nuestros pecados, él nos dio vida al resucitar a
Cristo. Nos hemos salvado gracias al amor de Dios” (Efesios
2:4-5).

 
Sé como un niño
Durante estos años, también aprendí por qué la Palabra
nos invita a ser como niños. Jesús mismo dijo: “Les aseguro
que para entrar en el reino de Dios, ustedes tienen que
cambiar su manera de vivir y ser como niños” (Mateo 18:3).
Ahora, es importante hacer la aclaración de que Jesús no se
refería a que actuemos igual que los niños, ya que eso sería
inmadurez. Cristo quizo enfatizar que debemos desarrollar
las características que permiten que un niño pueda crecer y
aprender lo que se le enseña. 
Entre algunas de esas características, podemos incluir:
su alegría continua, su ciega confianza y aceptación de todo
y todos sin juzgar con malicia, su capacidad de ver todo
mágico e interesante y actuar de acuerdo a ello sin
importarle el qué dirán, su deseo de aprendizaje constante,
cómo reflejan todo lo que aprenden, su rápido olvido de las
ofensas y cómo se someten a la autoridad de sus padres,
entre otras cosas. Cuando buscamos a Dios con el corazón
de un niño, no seremos decepcionados. El Señor nos
sorprenderá y mostrará áreas de Su persona y carácter a las
que jamás pensamos acceder.
Mientras mi sobrina, Gabriela, crecía, hice todo lo posible
por mostrarle cómo hasta lo más insignificante, podía
encerrar una enseñanza de vida. Ella solía decirme:
“¡Tú le sacas una lección a todo!”.
Incluso llegamos a escaparnos en varias ocasiones
durante días de escuela para visitar un museo o biblioteca.
Me encantaba ver cuando se emocionaba al descubrir algo,
porque en ese momento, yo tenía la oportunidad de
redescubrirlo junto a ella. Ese tiempo fue crucial para que
me diera cuenta de que quien deja de ver el mundo a través
de los ojos de un niño, y no disfruta de los regalos que Dios
nos ofrece, se convierte en un viejo amargado mucho antes
de llegar a la edad de retiro.

 
Dios no es común
Reconozco que durante toda mi vida, el Señor me ha
ayudado y bendecido en gran manera. Sin embargo, cuando
recibimos bendiciones de manera constante, podemos llegar
a acostumbrarnos o pensar que nos lo merecemos. Al tener
esta clase de pensamientos, dejamos de reconocer que
cada segundo de nuestras vidas es un milagro y una nueva
oportunidad que el Señor nos concede. La costumbre, nos
hace dar por sentadas nuestras bendiciones y perder el
aprecio por lo que en realidad es un regalo. 
Cuando estaba en escuela primaria, solía
sacar “A” o “10” en todas las materias. Por haber comenzado
a estudiar a una edad temprana, se podía decir que tenía
cierta ventaja sobre otros niños. Recuerdo que en una
ocasión, me entregaron las notas y ni siquiera las abrí.
Cuando me preguntaron, por qué no las abría, contesté: 
“¿Para qué? Probablemente saqué buenas notas”.
 Abrí el sobre y efectivamente, todo perfecto. Sin
embargo, yo no estaba contenta, estaba aburrida de siempre
tener las mismas calificaciones. En ese momento, pensaba
que estudiar era demasiado fácil y que tenía una habilidad
única que me ayudaría a alcanzar el éxito. 
Así que, llegué a los niveles de intermedia y superior, con
el pensamiento arrogante de que iba a ser igual. Fue cuando
me pegué contra la pared y descubrí que iba a tener que
esforzarme para alcanzar la excelencia que antes no me
costaba nada. Entonces, extrañé esos días cuando obtenía
el éxito con tanta facilidad. También, aprendí a comprender
el hecho de que nunca reconocí o agradecí aquello que
obviamente provenía del Señor. 
Es posible que esta ilustración sea demasiado liviana y
no se compare con lo que estás atravesando, pero quiero
que entiendas que cuando Dios te bendice de manera
abundante es cuando más consciente debes estar de que
todo lo que tienes se lo debes a Él. De lo contrario, puedes
caer en el aburrimiento de las bendiciones y comenzar a
buscar lo que tú consideras más emocionante, que se suele
presentar fuera de tu camino designado. 
Las situaciones adversas, usualmente, nos ayudan a
recordar y apreciar las bendiciones que dábamos por
sentadas. Como dice el dicho: Nadie sabe lo que tiene hasta
que lo pierde. Por lo que, si prestas atención, podrás
desarrollar un mayor grado de agradecimiento por aquello
que ni siquiera habías notado.
Una de las cosas que más me entristece en la actualidad
es ver cómo, cada día, los niños son más difíciles de
impresionar. Realmente, me duele no ver ese brillo en sus
ojos que te deja saber que hay un millón de ideas volando
en su mente. Y lo que me preocupa es que, en cierta
manera, nosotros los adultos dependemos de que los más
pequeños nos recuerden que la vida está llena de sorpresas
y aventuras. En su lugar, nosotros los estamos
bombardeando con preocupaciones y decisiones que no les
pertenecen. 
La tecnología avanza tanto y tenemos tanta información
que ya nos importa poco saber cómo funcionan aquellas
cosas que nos hacen la vida más fácil. Incluso, a muchos les
parece aburrido aprender datos como esos. Siempre he
dicho que me encanta aprender, y cuando veo documentales
sobre cohetes, medicina o simplemente tecnología del diario
vivir, como un microondas, tengo que preguntarme: 
“¿Cómo pudo alguien pensar y crear algo como eso?”.
Aunque quieran hacernos creer que todo esto proviene
únicamente del intelecto humano, yo sé que hay algo
superior que les concede la capacidad de realizar estas
grandes hazañas. Ciertamente, la ciencia avanza a pasos
agigantados, y eso está muy bien, pero mientras más
aparatos magníficos nos presentan, vamos perdiendo la
capacidad de sorprendernos. Aun cuando decimos estar
sorprendidos, nuestra cara grita todo lo contrario. 
Cuando nació mi sobrino, Kelvyn, siete años después que
Gabriela, fue que comencé a notar las diferencia en la
generación que se está levantando. Tienen tanto acceso a la
información que cualquier cosa que trates de decirles para
sorprenderlos, ya lo saben. He tenido que hacer malabares
para lograr emocionarlo por las cosas sencillas, porque ya
está tan acostumbrado al excentricismo y ruido de la
televisión y redes sociales que todo lo demás le resulta
aburrido. De la misma manera, pienso que nos hemos
acostumbrado a la vida cristiana, a la rutina del domingo, a
oír una predicación sin prestar atención. 
A Dios no se le acaban los milagros, no se queda sin
mensaje, no se le dificulta hacer cosas extraordinarias, pues,
como dice David: “me faltan palabras para contar los
muchos planes y maravillas que has hecho en nuestro favor.
Quisiera mencionarlos todos, pero me resulta imposible”
(Salmos 40:5). Entonces, ¿qué sucede? ¿Por qué ya no nos
emociona asistir a la iglesia sabiendo que el Dios que creó el
universo estará allí para hablarte?
Dicen que la familiaridad engendra desprecio, y pienso
que el problema está en que muchos hemos metido a Dios
en el cajón de lo común, lo conocido, lo predecible. Nos
hemos familiarizado tanto con los milagros, que ya no es una
novedad para nosotros. Y esto nos ha llevado a dejar de ser
reverentes. Reverencia se refiere a el respeto o admiración
que se siente hacia alguien o algo. Tal como el que expresa
el salmista al decir: “¡Alabemos su poder; todo lo que ha
hecho es maravilloso! ¡Sus enemigos se rinden ante él!
¡Vengan a ver las maravillas que Dios ha realizado! ¡Vengan
a ver sus grandes hechos en favor de todos nosotros!”
(Salmos 66:3,5). 
Cuando consideramos algo como común, significa que no
posee nada de especial, que no nos causa impacto, por lo
tanto, no será relevante para nuestras vidas. En ese
momento, aun en presencia de milagros poderosos,
tendremos la impresión de que nada especial sucede. Si ya
no te emocionan las obras que Dios hace, si no te emociona
saber que el Espíritu Santo está ansioso por compartir
contigo, entonces, es necesario que hagas una revisión
profunda, tal vez, estés tan concentrado en ser un adulto o
cristiano maduro que se te ha atrofiado tu capacidad de
asombro. 

 
Vuelve al primer amor
La clase de familiaridad que Dios quiere desarrollar
contigo es aquella que te produce un deseo de acercarte
más a Él, de conocerlo más, de vivir para Su gloria. Su
deseo es que regreses al primer amor. De hecho,
ofendemos al Señor cuando no deseamos pasar tiempo con
Él. Así lo demuestra cuando se dirige a la iglesia de Éfeso
en Apocalipsis 2:4, diciendo: “Sin embargo, hay algo que no
me gusta de ti, y es que ya no me amas tanto como me
amabas cuando te hiciste cristiano”.
Cuando nos enamoramos, solemos estar conscientes de
cada palabra pronunciada y de cada gesto y acción
realizados por el ser amado. Cualquier atención recibida de
su parte, por insignificante que pueda parecer, es
considerada lo más grande jamás obtenido. Pero con el
paso del tiempo, especialmente luego del matrimonio, la
costumbre impera y se olvidan dichos sentimientos.
Entonces, cometemos el error de pensar que todo lo que
tenemos está seguro. Un esposo deja de apreciar que le
hayan preparado su comida favorita, simplemente porque ve
como obligación de la esposa preparársela. Ella deja de
apreciar el que su marido haya arreglado el tubo roto del
fregadero, porque ese es su trabajo. Esto provoca que poco
a poco la relación se enfríe y se alejen cada día más, hasta
que su vínculo se disuelve por completo. No permitas que
suceda lo mismo con tu vida personal ni espiritual. 

 
Nunca dejes de asombrarte
Hay quienes se preguntan:
“¿Por qué es tan importante el asombrarse?”.
Y la respuesta es que al asombrarnos, revivimos la
esperanza de que hay algo más allá de lo que podemos ver,
entender o imaginar. Solo tienes que estar atento y aprender
a reconocer el trabajo del Espíritu Santo en tu vida. Él está
trabajando constantemente, incluso en aquello que tú
consideras insignificante.
Jamás subestimes lo que Dios puede enseñarte a través
de los sucesos comunes en tu vida. Todo lo que
experimentas a diario: con quién hablas, qué ves o
escuchas, qué lugares visitas, etcétera; tienen un gran
impacto en quién eres y moldean tu forma de pensar y de
ver la vida. 
En una ocasión, cuando era pequeña, asistí con mi
madre a una obra de teatro acerca de la vida y muerte de
Jesús. Esta era una historia que ya conocía, ya que,
especialmente durante Semana Santa, solía ver muchas
películas acerca del tema. Debido a que, la imagen
predominante que tenía de Cristo siempre fue una seria,
triste y abatida, no me motivé mucho a querer saber más allá
de lo que otros me presentaban. Pero, ese día, Dios tenía
algo especial que mostrarme, y confieso que no estaba
preparada para ello.
La obra comenzó con escenas famosas, tales como: el
nacimiento de Jesús, el llamado de los discípulos, sanidad
de enfermos, entre otros. Finalmente, llegaron a la escena
descrita en Mateo 19:13-15 cuando dice: “Algunas madres
llevaron a sus niños para que Jesús pusiera sus manos
sobre ellos y orara. Pero los discípulos las regañaron.
Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: ‘Dejen que los
niños se acerquen a mí. No se lo impidan; porque el reino de
Dios es de los que son como ellos. ’Jesús puso su mano
sobre la cabeza de cada uno de los niños, y luego se fue de
aquel lugar”. 
Había escuchado muchas veces este pasaje, pero tenía
la impresión de que Jesús no había compartido mucho con
esos niños, pues dice que después de poner sus manos
sobre ellos, se fue. Así que, la imagen concebida en mi
mente era de alguien que sí nos quería, pero que tenía
mucha prisa o asuntos más importantes que atender. Tal fue
mi sorpresa cuando, en la obra, al Jesús decir que le
permitieran a los niños acercarse, se puso a jugar con ellos.
¡Sí, a jugar! Corría tras de ellos, los montaba a caballito
sobre su espalda, giraban en una gran rueda, simplemente
jugaba y reía con ellos. Esto fue algo que impactó mi vida de
manera definitiva. Nunca me había atrevido a imaginar a
Jesús corriendo, riendo y disfrutando de esa manera, porque
pensaba que era pecado sacarlo del contexto de solemnidad
en el que me lo mostraron. La emoción me embargó al
pensar:
“¡A Jesús le gustaba jugar con los niños! Jamás había
visto algo así. ¿Cómo es posible que nunca nos dijeran que
era tan divertido?”.
Una simple obra de teatro fue el instrumento usado por
Dios para mostrarme una faceta totalmente diferente a lo
que conocía, la faceta del ser humano, como tú y yo, que
disfrutaba reír y compartir con otros. En ese momento, mi
asombro me permitió ampliar mi perspectiva a nuevas
posibilidades, lo cual influyó muchísimo en mi futura relación
con Él. Desde entonces, comencé a decirme:
“Tal vez, Jesús es más amigable de lo que me han hecho
creer”.

 
¿Qué ha hecho Dios en tu vida?
Considero que reflexionar acerca de las bendiciones y
maravillas del Señor debe ser una prioridad en nuestra vida;
no para sentirnos culpables acerca de cuánto hemos fallado,
sino para estar conscientes de que sin Él no estaríamos
aquí. ¿Puedes reconocer cuántas veces has sido rescatado
por la misericordia de Dios o lo das por sentado y lo pasas
por alto? Te exhorto a que tomes un tiempo para hacer
memoria de las veces en que Su mano se ha extendido
hacia ti, evitando que obtengas un castigo mayor, incluyendo
la muerte, y le agradezcas de corazón por tan maravilloso
regalo. 
¿Cuándo fue la última vez que te asombraste con las
obras de Dios? Tanto si puedes recordarlo como si no, te
recomiendo encarecidamente que busques la manera de
crear un libro de memorias. No tiene que ser un libro
necesariamente, puede ser un video o audio, el objetivo es
que dejes evidencia de cómo el Señor está trabajando en tu
vida. ¿Por qué es esto importante? Porque en Isaías, Dios
nos dice: “Cuando sus descendientes vean todo lo que hice
entre ellos, reconocerán que soy un Dios santo y me
mostrarán su respeto. Los que estaban confundidos
aprenderán a ser sabios; ¡hasta los más testarudos
aceptarán mis enseñanzas!” (Isaías 29:23-24). Tener un
registro de lo que Dios hace por ti cada día no solo te
ayudará en tiempos difíciles, ya que es muy útil para avivar
nuestra fe y recordarnos que así como lo hizo en el pasado
lo volverá a hacer, sino que mostrará a otros la grandeza del
Padre y ese testimonio trascenderá a generaciones que tal
vez no alcances a conocer.
¿Sabías que Dios mismo tiene un libro de memorias?
Pues, así es. Lo dice en Malaquías 3:16 (NVI) : “Los que
temían al Señor hablaron entre sí, y él los escuchó y les
prestó atención. Entonces se escribió en su presencia un
libro de memorias de aquellos que temen al Señor y honran
su nombre”. Cada vez que escribas o trabajes en tu propio
libro de memorias, recuerda el que tiene el Señor, allí donde
Él anota a los que hacen Su voluntad. Allí donde, si
aceptaste a Cristo, está escrito tu nombre también. 
No solo reconozcas lo que Dios hace por ti, ¡agradécele!
Cualquier momento de tu día es bueno para mostrar tu
gratitud a Dios por cada bendición que recibes; aun las que
parecen insignificantes o comunes, como poder ver el
amanecer, ¡o simplemente poder ducharte! Sin importar las
circunstancias que te rodean, recuerda que si el Señor te
permitió despertar, todavía tienes una misión que realizar. Si
pones tu confianza en Él, podrías estar despertando al día
en que recibas la contestación que tanto anhelas. ¡Y vaya
que Dios desea sorprenderte! 
Te ruego que nunca des nada por sentado, sin importar
que tan simple pueda parecer una bendición, pues no sabes
hasta cuándo la podrás disfrutar. Usualmente, es cuando
perdemos aquello que siempre pensamos que estaría
presente que aprendemos a valorarlo. No cometas el error
de despreciar los hermosos regalos que el Señor tiene para
ti. Recuerda que si Jesús es dueño de tu corazón, eres hijo
de Dios y, como tal, tienes todo el derecho de esperar lo
mejor de tu Papá. Te garantizo que cuando lo veas obrar en
tu vida, no podrás decir otra cosa que no sea:
“¡Qué maravilla!”.
Para Reflexionar…

 
¿En qué momento de tu vida te has aburrido de
las bendiciones de Dios o las has dado por
sentadas?

 
Identifica al menos tres cosas que te asombran
de Dios.

 
¿Qué haces para mantenerte en contacto con
las maravillas del Señor cada día?
Amado Señor: 

 
¡Oh, cuán asombrosas son tus obras! Te
agradezco por cada amanecer que pintas para
mí, por cada canto de ave que me permites
escuchar, por cada arcoíris que me recuerda tus
maravillosas promesas para mi vida.
Perdóname si te he dado por sentado, si me he
aburrido de tus bendiciones. Renueva mi
sentido de asombro. Ayúdame para poder ver
el mundo con los ojos de un niño.
En el nombre de Jesús, amén.
Justo a tiempo
 

 
“Ni antes cuando era joven, ni ahora que ya soy
viejo, he visto jamás gente honrada viviendo en
la miseria, ni tampoco que sus hijos anden
pidiendo pan”. 
~Salmos 37:25
“La desgracia abre el alma a una luz que la
prosperidad no ve”.
~Henri Dominique Lacordaire

 
Vivimos en un tiempo de muchos retos sociales y
económicos. El sentido de decepción e incertidumbre, se
apodera de las naciones y de sus ciudadanos. Tener
dificultades económicas se ha convertido en algo muy
común en nuestros tiempos. La falta de empleo, el alza en el
costo de vida y de las responsabilidades pueden llevarnos
con gran facilidad a la desesperación. Me parece que, a
parte de la salud, las finanzas, es uno de los temas más
frecuentes en las oraciones de las personas, incluso las
inconversas. Quizás se deba a que la acumulación de
bienes materiales se nos presenta como algo necesario para
ser alguien, cuando en realidad no es así. Esto provoca que,
en medio de la crisis en la que se encuentran muchos
países, las personas se depriman y vivan siempre
insatisfechos e infelices por no tener los medios para
comprar todo lo que desean. Atravesamos días en los que
muchos estamos siendo probados en esta área. 
El desierto representa escasez, dificultad y muerte, pero
también representa la oportunidad de provisión divina. Parte
del entrenamiento básico que todos debemos pasar tiene
que ver con aprender a depender totalmente de Dios. Así
como sucede con cada uno de nosotros, Él dirigió al pueblo
de Israel a través del desierto e hizo proezas entre ellos para
que lo recordaran cuando llegaran a la Tierra Prometida.
Muchos queremos vivir una vida de éxito y abundancia, pero
no estamos dispuestos a cruzar el desierto y permitir que el
Señor nos muestre Su poder. 
Por eso las personas suelen alejarse cuando obtienen lo
que quieren, porque dejan que la novedad del momento
supere al Dios que los llevó hasta allí. Esto se ilustra en
Deuteronomio 8:12-18, cuando dice: “Es fácil olvidarse de
Dios cuando todo marcha bien, cuando uno está lleno y tiene
de comer, cuando tiene una buena casa y mucho ganado,
oro y plata. Cuando la gente tiene más y más, se vuelve
orgullosa y se olvida de Dios. Por eso, ¡tengan cuidado! No
se olviden de que Dios los sacó de Egipto, donde eran
esclavos, y que los guió por un grande y terrible desierto,
lleno de serpientes venenosas y de escorpiones, y que nada
les pasó. No olviden cómo sacó agua de una roca, cuando
se morían de sed y no tenían nada que beber. No olviden
tampoco que en pleno desierto les dio de comer pan del
cielo, un alimento que sus antepasados no conocieron.
Tengan presente que Dios les envió todas esas pruebas
para bien de ustedes. Si olvidan esto, tal vez lleguen a
pensar que todo lo que tienen y disfrutan lo han conseguido
con su propio esfuerzo. Más bien, deben recordar que fue
Dios quien les dio todo eso, y que lo hizo para cumplir su
promesa a nuestros antepasados”.
Es muy bueno cuando escuchamos acerca de la
sobreabundancia que el Señor nos ofrece, pero no solemos
hablar mucho de la provisión, ya que la misma requiere que
haya escasez. Es decir, tiene que hacernos falta algo, y eso
no es agradable. Por alguna razón, solemos olvidar que
servimos a un Dios omnisciente, por lo tanto, Él ya sabe de
qué tendremos necesidad antes de que llegue el momento.
¿Cómo no va a estar listo?

 
Proveerá lo necesario
De todas las situaciones adversas por las que he pasado
junto a mi familia, las dificultades económicas han sido las
que más tiempo han durado. A pesar de esto, y aunque
suene como cliché, la provisión de Dios siempre ha estado
presente y nunca ha faltado comida sobre nuestra mesa.
Recuerdo que cuando era pequeña, no teníamos mucho
dinero, pero yo era muy feliz con una bolsa de palomitas de
maíz y una película que pudiéramos disfrutar juntos en
familia. A causa de nuestra apretada situación financiera,
aprendí a valorar las cosas simples y, sobre todo, a no
depender de las modas. No es que no me gustaran, es decir,
¿a quién no le gustaría tener lo último en tecnología? Solo
digo que dichas cosas no eran indispensables para disfrutar
la vida. 
No siempre vivimos con esta clase de dificultades, pues,
durante muchos años, Dios nos concedió estar tranquilos en
ese aspecto. Sin embargo, al tener resuelto lo que más nos
preocupaba, dejamos de depender del Señor. No estoy en
contra de la prosperidad económica, ya que reconozco que
el dinero es algo muy necesario. Pero si nuestros
pensamientos y acciones están únicamente dirigidos a
motivos egoístas, entonces, se convierte en un gran
obstáculo para tener una vida agradable a Dios. Como dice
la Biblia: “todos los males comienzan cuando sólo se piensa
en el dinero. Por el deseo de amontonarlo, muchos se
olvidaron de obedecer a Dios y acabaron por tener muchos
problemas y sufrimientos” (1 Timoteo 6:10). 
Advertencias como estas no me sirvieron de mucho en
aquel entonces. Con el paso del tiempo, comencé a
enfocarme más en perseguir una carrera que me permitiera
producir más dinero, y no en aquello que me permitiría
bendecir a otros. Luché por mucho tiempo, dependiendo de
mis propias fuerzas y capacidades, pero las situaciones
seguían empeorando. No fue hasta años después que
comprendí que si Dios no está involucrado en el proyecto, no
hay manera de que el mismo pueda progresar y terminar con
bien. Creo firmemente que el Señor desea que todos
seamos prósperos, sin excepción, pero por causa de nuestra
ingratitud no siempre nos conviene serlo.

 
Dios nunca llega tarde
Cuando se trata de finanzas, al igual que en otras áreas,
me gusta planificarlo todo y sentir que tengo el control. Pero
el Señor me ha enseñado a que no se trata del dinero que
podamos ganar, sino de lo que Él puede hacer con dicho
dinero. Durante el tiempo de necesidad, aprendí a vivir
confiando en que el Señor siempre llega a tiempo. Ya he
comprendido que le encanta esperar hasta el último minuto
para obrar. Su retraso no significa que no tenga los recursos;
pues la Palabra, establece que: “de sus riquezas
maravillosas [nuestro] Dios [nos] dará, por medio de
Jesucristo, todo lo que [nos] haga falta” (Filipenses 4:19);
sino que desea poner a prueba nuestra fe, de manera que
continúe fortaleciéndose. 
Ahora entiendo que exigir no sirve de nada, el Señor obra
cuando así lo dispone. Al recordar algunos eventos vividos
junto a mi familia, siempre encuentro un elemento en común:
la intervención oportuna de Dios. Justamente cuando todo
parece perdido y nos quedamos sin opciones, es que surge
el milagro. Desde cheques inesperados hasta personas que
pusieron dinero en nuestras manos, la ayuda siempre ha
llegado justo antes de la hora final. Para mí, que detesto
esperar hasta lo último, en ocasiones, esto resulta una
tortura. Sin embargo, ya no me molesta tanto como solía
hacerlo, pues he visto cómo el Señor utiliza estos métodos
para moldear mi carácter, haciendo que en cada ocasión sea
menos desesperante.
Es muy probable que Dios no llegue cuando tú quieras o
no te dé lo que tú quieres, pero ten en cuenta que este no es
el fin. Quien aprende a depender de Jehová, puede estar
seguro de que la provisión siempre llegará justo a tiempo.

 
Entrenamiento completo
Aunque suene incoherente para algunos, estoy muy
agradecida de haber pasado por la escasez y necesidad. No
lo disfruté para nada, y ciertamente intenté buscar la manera
más rápida de salir del desierto en el cual me encontraba,
pero fue en ese lugar donde me encontré con Dios y pude
entender lo mucho que me ama.
En un principio me frustré y me enojé, pues según mi
parecer lo que me sucedía no era justo. Había esperado
mucho tiempo para poder alcanzar aquello que tanto había
planificado y luego tuve que ver cómo todo se venía abajo.
Durante el inicio del proceso, me puse muy rebelde con el
Señor. Tenía rabietas prácticamente todos los días,
reclamándole que hiciera algo de inmediato. Después de
muchos años siendo procesada, puedo reconocer que si no
hubiera sido por todo lo sucedido, yo no estaría aquí. No
tendría las experiencias que ahora tengo y, sobre todo, no
me hubiera decidido a cumplir mi sueño de escribir. En
medio de la dificultad, he aprendido a decir como Pablo: “Sé
bien lo que es vivir en la pobreza, y también lo que es tener
de todo. He aprendido a vivir en toda clase de
circunstancias, ya sea que tenga mucho para comer, o que
pase hambre; ya sea que tenga de todo o que no tenga
nada” (Filipenses 4:12).
Cristo me dio una nueva perspectiva de la vida. Ahora,
veo como muchos se afanan día a día, gastando lo que no
tienen para conseguir el artículo de moda, y cómo sus vidas
se tornan miserables si no obtienen lo que desean. Pierden
valioso tiempo con sus familiares y amigos por trabajar
tiempo adicional, para poder comprar la última versión del
celular del momento, cuando ni siquiera llevan un año con el
anterior. Y tengo que preguntarme:
“¿Es eso vida?”
Es un ciclo interminable, porque siempre habrá algo
mejor que nos llame la atención y que nos gustaría tener. 
Pasamos nuestros días luchando por obtener cosas
materiales sin darnos cuenta de que somos esclavos de
nuestros propios deseos. ¿Qué sucederá el día en que no
puedas obtener lo que quieras? La respuesta a esto la
vemos continuamente en nuestra sociedad, personas
deprimidas o endeudadas hasta más no poder para obtener
el televisor de pantalla plana que tanto desean, y que luego
querrán cambiar en uno o dos años por uno más grande.
Después, están desesperados porque no tienen para pagar
su casa o para comer. 
Por ceder a la constante presión mediática y social
terminamos dependiendo de nuestro esfuerzo y capacidad
en lugar de depender del Dios de las añadiduras que nos
dijo en Hebreos 13:5: “No vivan preocupados por tener más
dinero. Estén contentos con lo que tienen, porque Dios ha
dicho en la Biblia: ‘Nunca te dejaré desamparado’”. 
Sin embargo, es importante recalcar que la provisión
divina no se limita al área económica solamente. También
provee protección, aliento, consuelo y palabras oportunas
que nos levantan en momentos de debilidad. No me sería
posible contener en un solo libro todas las veces que el
Señor me ha hablado de forma directa para darme
esperanzas, justo cuando pienso que ya no puedo más.
El Señor prometió cuidar de sus hijos y hacer provisión
de todo cuanto necesitemos. Así lo establece el Salmo 23, el
primer capítulo de la Biblia que me aprendí, que comienza
diciendo: “Tú, Dios mío, eres mi pastor; contigo nada me
falta” (Salmos 23:1). Este versículo es una declaración de
confianza y dependencia en Su provisión que debe estar
siempre en nuestros labios y corazones.  

 
En el desierto conocerás al Rey
Mientras mi familia atravesaba por momentos muy
difíciles, pude tener una de las vivencias más hermosas que
jamás haya experimentado. No, no fue algo sobrenatural. De
hecho, el protagonista de la misma lo fue un pequeño
pajarito, parecido a un gorrión, que apareció de la nada y
entró en mi habitación. 
En un principio, era muy reservado y se mantenía en
la ventana hasta que yo le lanzaba algún pedazo de pan o
galleta. Con el paso del tiempo, fue demostrando más
confianza y acercándose más. Incluso volaba alrededor de la
casa y nos encontraba donde quiera que estuviéramos,
fuera en la cocina o en la sala, sabiendo que saciaríamos su
hambre.
Me resultaba muy divertido y curioso cuando llegaba muy
temprano en la mañana, entraba a mi habitación y se paraba
sobre el abanico. El ruido de sus pequeñas patitas saltando
me indicaba que era hora del desayuno. Entonces, me
levantaba a buscarle alimento. Cuando lo veía comer, el
Espíritu Santo me recordaba: “¿No se venden cinco
gorriones por dos moneditas? Sin embargo, Dios no se
olvida de ninguno de ellos. Así mismo sucede con ustedes:
aun los cabellos de su cabeza están contados. No tengan
miedo; ustedes valen más que muchos gorriones” (Lucas
12:6-7 NVI); y, así, me dejaba saber que todo estaría bien.
Luego, en 2017, llegó el huracán María. Ciertamente, el
temor nos cubrió al pensar en el impacto terrible que tendría
sobre nosotros como país e individuos. Justo después de
ese evento catastrófico, en el que muchos perdieron sus
empleos y tuvieron que abandonar el país, fue que Dios
comenzó a bendecirnos económicamente. Cuando las
personas luchaban por alimentos, nuestra alacena estaba
llena. Cada vez que la veía, recordaba las veces que nos
paramos frente a la nevera vacía y declarábamos que el
Señor la llenaría, y así lo hizo. Cuando todo indicaba que la
situación empeoraría, el Padre determinó que no sería así.
No significa que no sufrimos las consecuencias de esos
eventos adversos, pero eso no determinó nuestro futuro.
Desde entonces, no volvimos a ver al pequeño pájaro. Y
sentí que Dios, me dijo:
“Su misión era recordarles que no están solos, que Yo no
los había olvidado. Es el tiempo de prosperar, ya no
necesitan más ese recordatorio. 
Ahora, les toca a ustedes hacerle saber a otros que Yo no
los he abandonado”.
Gracias a estas experiencias, aprendí que quien es
rescatado rápidamente en un momento de dificultad, se
sentirá agradecido, pero olvidará prontamente el susto
pasado. Por otro lado, quien se ve al borde de morir y es
rescatado justo a tiempo, nunca olvidará dicha experiencia.
Recordará el día, la hora y hasta la cara de su rescatista.
Cada detalle de esos instantes de angustia, cada
sentimiento y pensamiento, quedarán grabados en su mente
y en su corazón. 
En el primer libro de esta serie: Floreciendo en el
desierto, narré cómo casi me ahogo en la orilla de una playa.
No ha sido el único susto de este tipo que he pasado, pero
fue lo suficientemente desesperante como para que nunca lo
olvidara. De igual manera, no voy a olvidar cómo Dios llegó
a salvarnos en el momento que menos lo esperábamos,
justo cuando las circunstancias eran menos favorables.

 
Prepárate para la sobreabundancia
Cuando pienses que ya no puedes más, recuerda que el
Señor busca dejar una impresión duradera y real en tu vida,
que provoque en ti un sentir de agradecimiento tan grande
que te mueva a confiar y querer estar cerca de Él en todo
momento. Cuando aprendamos a estar gozosos sin importar
nuestras circunstancias, estaremos listos para cosas
mayores. Entonces, Dios mismo te dirá: “¡Excelente! Eres un
empleado bueno, y se puede confiar en ti. Ya que cuidaste
bien lo poco que te di, ahora voy a encargarte cosas más
importantes. Vamos a celebrarlo” (Mateo 25:23). 
Para Reflexionar…

 
¿En qué áreas de tu vida consideras que
necesitas la provisión de Dios?

 
¿Cómo Dios te ha mostrado Su fidelidad y
provisión en tiempos de escasez?
Amado Señor:

 
Gracias por siempre suplir cada una de mis
necesidades. No permitas que olvide que tú
siempre estás al pendiente de mí. Ayúdame
para poder aprender a vivir en la abundancia y
en la escasez sin que tu gozo se aparte de mi
corazón. Confío en tus cuidados y sé que todo
estará bien.
En el nombre de Jesús, amén.
Diga el débil: “¡Fuerte soy!”
 

 
“Tres veces le he pedido a Dios que me quite
este sufrimiento, pero Dios me ha contestado:
«Mi amor es todo lo que necesitas. Mi poder se
muestra en la debilidad.» Por eso, prefiero
sentirme orgulloso de mi debilidad, para que el
poder de Cristo se muestre en mí. Me alegro de
ser débil, de ser insultado y perseguido, y de
tener necesidades y dificultades por ser fiel a
Cristo. Pues lo que me hace fuerte es reconocer
que soy débil”. 
~2 Corintios 12:8-1
“En las adversidades sale a la luz la virtud”.
~Aristóteles

 
“No voy más a la iglesia porque ahora tengo más
problemas que antes”.
Esta expresión es más común de lo que muchos
podemos pensar, pues mucha gente cree que asistir a una
iglesia es sinónimo de una vida sin dificultades. Dichas
personas perciben la vida cristiana como una especie de
amuleto que les librará de los problemas. Siendo
precisamente expresiones como la anterior las que
demuestran la verdadera razón de por qué asisten.
Constantemente, se habla de los beneficios que recibimos al
aceptar a Cristo, los cuales son innegables, siendo la
salvación el mejor de todos. 
Sin embargo, existe un aspecto de la vida cristiana con el
cual muchos prefieren no tratar por considerarlo incómodo o
inconveniente. Me refiero a las dificultades que tendremos al
aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal. Como
seres humanos, no nos gusta escuchar que seremos
atacados aún más. Sería mucho mejor tener la garantía de
una vida sin sufrimiento y en la que todo saldrá bien. Incluso
antes de que lleguen los problemas, solemos pedirle al
Señor que nos libre y proteja de todo mal. Pero Jesús jamás
dijo que no sufriríamos, más bien nos alentó diciendo: “Aquí
en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero
anímense, porque yo he vencido al mundo” (Juan 16:33
NTV). 
Muchas veces, las situaciones nos abruman de tal
manera que sentimos que perdemos las fuerzas y pensamos
en darnos por vencidos. Al caer en este estado de ánimo,
corremos peligro de escuchar las voces negativas que nos
rodean. Especialmente en la actualidad, es importante que
aprendamos a declarar como David: “Dios mío, son muchos
mis enemigos; son muchos los que me atacan, son muchos
los que me dicen que tú no vas a salvarme. Sólo tú, Dios
mío, me proteges como un escudo; y con tu poder me das
nueva vida” (Salmos 3:1-3).

 
Su gozo es tu fuerza
La Palabra establece que: “¡No se desalienten ni
entristezcan, porque el gozo del Señor es su fuerza!”
(Nehemías 8:10 NTV). ¿Cómo puede alguien animarse
cuando recibe un diagnóstico negativo, está a punto de
perder su casa o sufre la pérdida de un familiar? Esto es
algo que puede resultar difícil de explicar, ya que el gozo que
el Señor puede concedernos en medio de los momentos
difíciles es algo totalmente sobrenatural que solamente
puede ser comprendido por medio de la experiencia.
Cuando mi abuelo materno estaba muy grave en el
hospital, yo me encontraba muy asustada, ya que nunca
había perdido a un abuelo. Solía pensar mucho en el
proceso de duelo que tendríamos que atravesar, y eso me
aterraba. El día temido trajo consigo mucha tristeza y dolor,
sin embargo, sabíamos que mi abuelo finalmente se
encontraba bien y disfrutando junto a su Salvador. Ese día
se hizo real en mi vida el Salmo 94:18-19, que dice: “pero te
llamé al sentir que me caía, y tú, con mucho amor, me
sostuviste. En medio de mis angustias y grandes
preocupaciones, tú me diste consuelo y alegría”.
En medio de un momento tan doloroso, Dios se manifestó
de manera extraordinaria y pude ser testigo de la gran
fortaleza impartida a mis familiares. Pero la mayor muestra
de la misma no tuvo que ver con si llorábamos o no, sino con
el hecho de que, precisamente durante esos días de duelo,
tres personas de mi familia cumplían años, incluyendo a mi
madre. Entonces, pensé: 
“Este año no celebraremos, ¿quién tiene deseos de hacer
fiesta al día siguiente de enterrar a un ser querido?”.
Para mi sorpresa, mi familia sí realizó la celebración. Aun
en medio de nuestro luto, pudimos compartir y reír, creando
unos de los recuerdos más especiales y duraderos que
tengo hasta este día. Mientras compartía con ellos, me
decía:
“¿Qué dirá la gente? Van a pensar que no queríamos a
mi abuelo, que no nos importaba”.
Sin embargo, fue en ese momento que pude
experimentar cómo en medio de un proceso tan doloroso, el
Señor puede fortalecernos para seguir adelante y honrar la
vida de aquellos que aún estaban con nosotros. ¿Por qué
permitir que un momento difícil nos impida reconocer y
celebrar la vida de quienes siguen presente? 
Años después, cuando falleció mi abuela materna, dos
semanas antes de Navidad, volví a experimentar el consuelo
del Espíritu Santo en acción. Gracias a esto, pudimos
atravesar las fiestas navideñas juntos en familia y con gozo
en el corazón, a pesar del dolor, celebrando el nacimiento de
quien nos ofreció la oportunidad de podernos reencontrar en
el Cielo con nuestros seres queridos. 
Estas vivencias, me demostraron lo que Dios puede
hacer con quienes se abandonan en Sus brazos, y me
ayudaron mucho durante los momentos en que me urgía
sentir consuelo y fortaleza. Sólo Él puede mantenerte de pie
en medio de las tragedias y los momentos duros de la vida.
Sólo Él es tu refugio y salvación. Si estás en un momento
difícil de tu vida, te invito a decir como el salmista Asaf: “Ya
casi no tengo fuerzas, pero a ti siempre te tendré; ¡mi única
fuerza eres tú!”  (Salmos 73:26).

 
De tres en tres
Todos tenemos temporadas en las que parece que todos
los problemas nos llegan juntos. Uno tras otro, nos golpean
cual si fuéramos novatos en una pelea profesional de boxeo;
y nos preguntamos durante todo el proceso:
“¿Hasta cuándo durará esto?”.
Yo misma lo he preguntado más veces de las que puedo
recordar. 
Las crisis llegarán de todas formas, tamaños e
intensidades a la vida de cada uno, sin discriminar. Habrá
días en que tendremos las energías suficientes para
enfrentarnos a lo que sea. En dichos momentos, tal vez nos
sintamos como guerreros listos para la batalla. Sin embargo,
es cuando debemos cuidarnos más de no alejarnos de Dios,
procurando tener siempre presente Sus bondades y
misericordia para con nosotros. Me ha sucedido que, al
sentirme de esta manera, no tiendo a depender tanto de la
fortaleza del Señor. ¿Si nos sentimos bien y victoriosos, para
qué necesitamos fuerzas? Es decir, es fantástico poder vivir
cada día sintiéndose de esta manera, pero reconozco que
ha sido cuando más débil me siento que me he acercado
más a Él. 
Es precisamente, nuestra debilidad, lo que nos recuerda
quién es la fuente de nuestra fortaleza. Han sido muchas las
mañanas en que he dicho:
“Dios, hoy no quiero que me sostengas de la mano. Hoy
necesito que me cargues, porque no puedo continuar. Sin ti
no sé cómo terminaré este día”.
Saber que el Señor tiene cuidado de mí, que prometió
renovar mis fuerzas y que tiene un propósito y un futuro
mejor para mi vida es la razón principal que tengo para
continuar. Sé lo que es vivir un día a la vez, repitiéndome
con cada paso que doy:
“Dios está en control”.
Sé lo que es que mi razón me diga que: “los que confían
en Dios siempre tendrán nuevas fuerzas. Podrán volar como
las águilas, podrán caminar sin cansarse y correr sin
fatigarse” (Isaías 40:31); mientras mi corazón se encuentra
muy lejos de creerlo. Pero el Señor ha estado siempre
presente, sosteniéndome con Su poderosa mano y
protegiéndome cada día que pasa. Es por eso que 1 Samuel
7:12; donde dice: “Eben-ézer...Hasta aquí nos ha ayudado
Dios”; se ha convertido en una declaración poderosa e
indispensable en mi vida. Nunca olvides que la única razón
por la que aún sigues aquí es por el inmenso amor que te
tiene.

 
Dios nos prepara para luchar
La fortaleza no es algo que necesitamos para momentos
fáciles, sino para tiempos de dificultad. Y la realidad es que
por medio de las situaciones dolorosas y difíciles, Dios nos
está entrenando para luchar en un mundo que está
gobernado por un enemigo cruel. Los soldados no se
entrenan en un centro vacacional, se entrenan bajo
condiciones similares a las que verán en el campo de
batalla. David escribió: “¡Bendito sea el Señor, mi protector!
Él es quien me entrena y me prepara para combatir en la
batalla.” (Salmos 144:1 DHH); porque sabía que su éxito y
fuerza no provenían de él mismo, sino de Jehová. Hoy en
día, estamos luchando constantes batallas contra el
enemigo. Él sabe que su tiempo se está agotando y ahora
es cuando peleará con mayor fuerza; o como decimos en
Puerto Rico: “como gato boca arriba”. 
Hay quienes pueden sentirse atemorizados por lo que se
acerca, sin embargo, recuerda que: “Dios mismo será tu
guía, y te ayudará en todo; él jamás te abandonará. ¡Echa
fuera el miedo y la cobardía!” (Deuteronomio 31:8). Y no solo
prometió ir personalmente contigo, sino que prometió
ayudarte a superar todo obstáculo al que te puedas
enfrentar, porque: “Cristo [te] da fuerzas para [enfrentarte] a
toda clase de situaciones”  (Filipenses 4:13).
Pero el acceder a la fortaleza que el Señor te ofrece
conlleva que tomes la decisión de abandonarte en Sus
brazos, creyendo que sólo Él puede proteger tu vida y tu
corazón. Dios siempre está presente y pondrá en tu camino
la gente correcta para apoyarte. Con la certeza de que tu
cuidador nunca se cansa, que todo lo puede y que camina
en el desierto contigo, podrás descansar en medio de tu
debilidad, seguro de que Su mano fuerte te sostiene. La
Biblia dice en Isaías 30:15 (NTV): “Ustedes se salvarán solo
si regresan a mí y descansan en mí. En la tranquilidad y en
la confianza está su fortaleza”.
Es la confianza en Su fidelidad lo que te dará las fuerzas
para continuar. El Espíritu Santo es quien, si se lo permites,
puede llegar a esas áreas profundas de tu corazón que
todavía te causan dolor. Él quiere sanarte, restaurarte y
ayudarte a completar la obra para la cuál el Padre te llamó.
¿Le darás la oportunidad?
Para Reflexionar…

 
¿Cuál fue el momento en el que te sentiste más
débil que nunca? ¿Cómo Dios te sacó de allí?

 
¿En qué momento has experimentado el
gozo del Señor en medio de un tiempo difícil?
Amado Señor: 

 
Cuando estoy en mis peores momentos, tú eres
mi fortaleza. Perdóname por haber dudado de ti
al dejarme llevar por el dolor y la tristeza. Sé
que puedo contar contigo en cada paso del
camino. Gracias porque con cada dificultad, me
fortaleces más y más. Reconozco que no
estaría aquí si no fuera por tu
amor incondicional. Ayúdame a usar tu fuerza
en mí para bendecir a otros.
En el nombre de Jesús, amén.
Mantén tu norte
 

 
“Nadie sabe cuál será su futuro; por eso
debemos dejar que Dios dirija nuestra vida”. 
~Proverbios 20:24
“Lo más importante es que estamos en
el camino correcto y no nos desviaremos de
él, incluso ante la fuerte tentación de elegir las
ganancias temporales en lugar de los beneficios
a largo plazo”.
~Yemi Osinbajo

 
La vida es como un gran laberinto. Vamos de un lado a
otro buscando la manera de cruzarlo para alcanzar el éxito
que tanto anhelamos. Tomamos caminos que nos parecen
correctos y terminamos en callejones sin salida. En muchas
ocasiones, nos vemos obligados a retroceder hasta el punto
de partida para volver a comenzar, buscando una ruta
diferente. Intentamos encontrar atajos y terminamos
hundiéndonos más en la confusión y desesperación al ver
que no tenemos ningún progreso. Desde adentro nada
parece tener sentido, por lo que salir se convierte en una
verdadera tortura. 
Pero cuando el laberinto es visto desde arriba todo
cambia. Desde las alturas se puede ver con facilidad la ruta
que nos llevará a la salida. Dios no está pensando:
“Esto no me lo esperaba. ¿Y ahora, qué voy a hacer?”.
Él se encuentra mirando tu gran laberinto y te dice:
“Yo puedo verlo todo desde aquí, sigue mis instrucciones
y podrás salir con bien”.
Aun cuando parezca que estás retrocediendo o
dirigiéndote hacia el lado opuesto, Él te llevará por el camino
correcto. Como mencioné en el primer libro de esta
serie: Floreciendo en el desierto, aunque tengas que
atravesar un camino difícil, si escuchas a quién puede ver
con claridad aquello que para ti resulta confuso podrás llegar
a la meta. 
¿Qué otra opción te queda sino confiar en el que puede
ver el trayecto completo? ¿Esperas pasarte la vida dando
tumbos y cometiendo errores de los que luego no podrás
salir? Hoy, Dios quiere recordarte: “Te guiaré por el mejor
sendero para tu vida; te aconsejaré y velaré por ti” (Salmos
32:8 NTV). Insisto, ¿por qué no confiar en quien ve
claramente el camino y ha prometido estar al pendiente
tuyo? 

 
Procura ir en la dirección correcta
Desde muy joven, tenía en mente lo que deseaba hacer
con mi vida. Sin embargo, esos planes estaban basados en
la confianza que tenía en mi propio intelecto. Durante mucho
tiempo, no fui capaz de reconocer que todo lo que sabía y
lograba provenía de Dios. Luego de graduarme, tenía tantos
deseos de salir a conquistar el mundo que sólo me enfoqué
en lo que yo quería para mí, no en lo que era mejor. A pesar
de que asistía a la iglesia regularmente, no me preocupaba
por consultar a Dios ninguno de mis planes. 
Cuando tuve la oportunidad de desarrollar mi propio
negocio, tampoco le consulté, pero le pedía a diario que me
ayudara y prosperara. En Puerto Rico solemos decir: “El
hombre propone y Dios dispone” (Proverbios 16:1), lo cual
establece que sin importar lo que hagamos, no lograremos
nada sin que el Señor lo permita. Algo así me sucedió
durante ese tiempo, mientras luchaba por mi cuenta para
lograr que mis proyectos progresaran, tarde o temprano, los
mismos se deshacían. Esta fue una temporada muy
frustrante para mí. Me preguntaba día y noche:
“¿Cómo es esto posible, si tengo claro lo que quiero
hacer y cómo debo hacerlo?”.
Continué de esta manera por mucho tiempo, valiéndome
de mis propias fuerzas, pensando y planificando cómo salir
adelante. Incluso llegué a pensar que el problema era yo. Y
sí, en cierta manera el problema estaba en mí, pero no de la
forma en que yo creía. Mi problema no tenía que ver con mis
capacidades para hacer las cosas, sino con el hecho de que
no estaba cumpliendo la voluntad de Dios ni reconociéndole
en mis caminos; pues la Palabra dice que: “ningún proyecto
prospera si no hay buena dirección; los proyectos que
alcanzan el éxito son los que están bien dirigidos”
(Proverbios 15:22). 
Ya que, a causa de mi rebeldía y orgullo, no estaba
dispuesta a admitir que estaba mal, el Señor cambió todos
mis planes. Y me llevó por el camino difícil para que pudiera
reconocer que no podía hacer nada sin Su aprobación y
ayuda. El Salmo 37:5 nos aconseja diciendo: “Pon tu vida en
sus manos, confía plenamente en él, y él actuará en tu
favor”. Sin embargo, aun habiendo aceptado que tenía que
dejarme dirigir por el Señor, tardé mucho en darme cuenta
de que todo era para mi bien. 

 
No te engañes a ti mismo
 Aunque la sociedad apoye el que se viva de la manera
en que uno disponga, quienes hemos rendido nuestra vida a
Cristo, sabemos que no tenemos plena potestad sobre la
misma. Para algunos, esto no suena alentador e incluso
puede percibirse como algo negativo. Sin embargo, como
diseñador de nuestras vidas, Dios es quien tiene total
conocimiento del plano de las mismas. Cuando decidimos no
confiar en quien conoce el mejor camino para llegar seguro
hasta el final, asumimos el riesgo de nunca poder lograrlo. 
Al igual que los niños, insistimos tanto en que sabemos lo
que hacemos, que dejamos al Señor a un lado y nos
negamos a seguir Su instrucción. Muchos, como yo, suelen
hacer planes de vida alternos al original y esperan que Dios
los bendiga y prospere. Ya que el Señor no cambiará Sus
planes por complacer nuestros caprichos, hizo provisión de
perdón y redención para cada uno de nuestros errores.
Suele ser muy fácil engañarnos a nosotros mismos
cuando decimos:
“Que sea lo que Dios quiera”.
Esta frase suele servirnos como una especie de
tranquilizante para nuestra mente. Incluso podemos llegar a
creer que estamos siendo honestos al respecto. Me parece
que esto sucede por pensar que a Dios se le olvida lo que
decimos y que no va a reclamarnos. 
Al tener que aplicar estas palabras a mi propia vida, he
notado que aceptar Su voluntad no es tan fácil como suena.
En mi país decimos que: Del dicho al hecho, hay un gran
trecho. Lo que significa que frases como: acepto tu voluntad,
no deben ser dichas a la ligera. Hacer la voluntad de Dios
requiere de un gran compromiso y esfuerzo. A Él nada se le
olvida, por lo tanto, cuando sea momento de darle cuentas
por hacer nuestra voluntad y no la Suya, no podremos
encontrar ninguna excusa que valide nuestras acciones.
Muchas personas no desean aceptar este compromiso y
buscan constantemente maneras de adaptar el Evangelio a
su conveniencia, sin pensar que: “Si para comenzar esta
nueva vida [necesitamos] la ayuda del Espíritu de Dios, ¿por
qué ahora [queremos] terminarla mediante [nuestros] propios
esfuerzos?” (Gálatas 3:3).

 
Cuando dejamos que el Espíritu Santo nos dirija todo
cambia
Luego de aceptar a Cristo y comprometerme, de manera
seria a seguir Su Palabra, fui comprendiendo, poco a poco,
como distinguir la voz del Espíritu Santo y dejarme guiar por
Él, a pesar de mí misma. Tengo que confesar que durante el
proceso me confundí y me equivoqué en muchas ocasiones.
Pero al comenzar a obedecer lo básico, lo que está escrito
en la Biblia, y al tomar tiempo para reflexionar en las
situaciones que atravesaba, fui aprendiendo a saber qué era
lo que Dios quería de mí. El Espíritu Santo comenzó a abrir
mis ojos a la verdad, tal como dice la Palabra: “Cuando
venga el Espíritu Santo, él les dirá lo que es la verdad y los
guiará, para que siempre vivan en la verdad. Él no hablará
por su propia cuenta, sino que les dirá lo que oiga de Dios el
Padre, y les enseñará lo que está por suceder” (Juan 16:13).
Cuando, por fin, logré comprender esto, el Señor me
concedió una nueva oportunidad para buscar primero Su
dirección. Así que, al decidir retomar mis estudios, me senté
a pensar y tuve una seria conversación con Dios. Le
presenté mis planes y le dije:
“Bueno, esto es lo que me gustaría estudiar. Si está en
tus planes, abre las puertas necesarias. Si no, por favor,
ciérralas. Aunque me duela, aunque tenga que llorar, lo
aceptaré y entenderé que tienes algo mejor para mí”.
Llegar a este punto, en el que no se trataba de
simplemente decir que aceptaría la voluntad del Señor, sino
de realmente creerlo en mi corazón, me costó mucho
sufrimiento y lágrimas. Pero la Biblia dice: “Deja en manos
de Dios todo lo que haces, y tus proyectos se harán
realidad” (Proverbios 16:3), por lo que no fue hasta entonces
que vi Su mano obrando a mi favor y abriendo puertas de
manera sorprendente.
Después de varios meses orando y pidiendo dirección
acerca de mis estudios, comencé los trámites de ingreso.
Experimenté cómo Dios dirigía mis pasos, abría puertas y
colocaba a las personas correctas en mi camino. La carrera
que había escogido, contrario a lo que solía buscar, no
representaba un prospecto de ganancia económica
significativo, pero sí una oportunidad de alcanzar y bendecir
a otras personas. Muchos, se encargaron de recordarme
que existen carreras más lucrativas que la literatura, pero
como tenía la seguridad de que Dios estaba en el asunto,
decidí continuar. A pesar de los muchos obstáculos que he
tenido que enfrentar, el Señor siempre se ha mantenido a mi
lado. Escoger una carrera que no es de las más populares
en la sociedad, no es una movida lógica para muchos, ni
siquiera para mí. Cederle el control al Espíritu Santo y seguir
Su dirección requirió que luchara tanto con mi propia razón y
deseos de control como con la opinión de muchos a mi
alrededor. Gracias a esta experiencia, aprendí que lo que
Dios hace casi nunca se ajusta a nuestra manera de analizar
y razonar. 
La verdad es que muchos van a criticar  nuestra decisión
de seguir Sus caminos, pero ellos no conocen las órdenes
que fueron impartidas para cada uno de nosotros. Aun si
hacemos lo que otros quieren, siempre habrá alguien que
nos critique. Así que, si de todos modos tendremos que
soportar las opiniones y el rechazo de los demás, ¿por qué
no hacerlo sabiendo que hacemos la voluntad del Señor?

 
El Espíritu Santo nos capacita
Al igual que cada persona en la tierra, tengo un propósito
que va más allá de simplemente existir o complacer a otros.
Ahora, tengo la oportunidad de hacer la diferencia en la vida
de muchas personas y de dejarles saber que Cristo puede
perdonarlos y restaurar absolutamente todo en sus vidas.
Sin embargo, también es mi obligación hacerles saber que el
camino no será fácil, pero valdrá la pena el esfuerzo.
El Espíritu Santo siempre estará a tu lado, no va a
abandonarte cuando tengas problemas, Él no huirá. Y,
encima de eso, te dirá qué debes decir frente a las personas
que quieren hacerte daño. Jesús dejó esto claro al
decir: “Cuando los lleven a las sinagogas, o ante los jueces y
las autoridades, para ser juzgados, no se preocupen por lo
que van a decir o cómo van a defenderse. Porque en el
momento preciso, el Espíritu Santo les dirá lo que deben
decir” (Lucas 12:11-12). Solo asegúrate que hayas llenado tu
corazón con las armas correctas para la batalla, pues: “¡La
boca expresa lo que hay en el corazón!” (Mateo
12:34  NBV).
En estos últimos años, he aprendido a confiar en Su
promesa de darnos un futuro lleno de bienestar (Jeremías
29:11-13), de escucharnos cuando oremos, de encontrarle si
le buscamos de todo corazón y de dirigirnos a puerto seguro
sin fallar. Si le dejas al Espíritu Santo el control de tu vida,
aunque atravieses el desierto, y en ocasiones parezca que
pierdes el rumbo, Él siempre te llevará por el mejor camino.
¿Puedes creerlo?

 
Corrección de Padre
Es cierto que Dios es amor, pero no debemos olvidar que
también es nuestro Padre. Por lo tanto, tiene la obligación y
el deseo de protegernos, guiarnos y traernos de vuelta al
camino de la Verdad cuando nos desviamos, es decir, de
corregirnos cuando cambiamos nuestro rumbo. Así, que ten
en cuenta que: “Si ahora ustedes están sufriendo, es porque
Dios los ama y los corrige, como si fueran sus hijos. Porque
no hay un padre que no corrija a su hijo. Si Dios no los
corrige, como lo hace con todos sus hijos, entonces ustedes
no son en verdad sus hijos” (Hebreos 12:7-8).
Cuando permitimos la entrada de pensamientos tóxicos a
nuestra mente y los albergamos en nuestro corazón, los
mismos se reflejarán en lo que hacemos. El Espíritu Santo
siempre buscará la manera de dejarnos saber qué es lo que
interfiere en nuestra relación con Él, pero si nos negamos a
escucharlo, entonces tomará medidas más drásticas.

 
Corrección con amor es igual a dirección
Hemos sido prevenidos repetidamente acerca de los
peligros y consecuencias de desobedecer a Dios, sin
embargo, muchos han confundido las advertencias con falta
de carácter. Es lamentable ver como, aun dentro de las
iglesias, hay gente que piensa:
“Bueno, hoy me voy a dar el gusto, ya Dios me
perdonará”.
Pero en 2 Corintios 13:2-3, Pablo escribe: “La segunda
vez que los visité, les advertí que iba a ser duro con los que
habían pecado y con todos los que pecaran después. Ahora
que estoy lejos de ustedes, lo vuelvo a repetir. Y lo hago
porque ustedes quieren que les demuestre que hablo de
parte de Cristo. Cristo no es débil cuando los corrige, sino
que manifiesta su poder entre ustedes”. Cuando Dios
corrige, no lo hace para humillar ni para destruir, sino que
siempre lo hace para edificar y dar esperanza.
Para poder desarrollar una confianza total en nuestro
Padre Celestial y aceptar Su corrección, debemos
comprender que a Él no le interesa controlar nuestras vidas,
pues de ser así no nos habría dado libre albedrío. Dios
quiere guiarnos por el camino que determinó para nosotros
desde antes de nacer, el camino de la vida Eterna.
Soy testigo de cómo el Señor puede ser muy dulce
cuando nos pide hacer algo, y de cómo, si no obedecemos,
irá subiendo el tono hasta que entendamos que no hay
ninguna otra opción que la de hacer lo que nos pide. La
Biblia dice: “No tomes las instrucciones de Dios como algo
sin importancia. Ni te pongas triste cuando él te reprenda.
Porque Dios corrige y castiga a todo aquel que ama y que
considera su hijo” (Hebreos 12:5-6). 
Regularmente, solemos buscar todos los beneficios que
conllevan ser hijos de Jehová, pero nos resistimos cuando
trata de enderezar nuestro camino. Dios no tiene favoritos, ni
cambiará Sus estatutos por nuestros caprichos, pero sí está
dispuesto a perdonar nuestros errores y permitirnos
comenzar de nuevo. Recuerda que siempre será mejor la
corrección amorosa del Señor, que la permisividad
destructiva del hombre.
En el primer libro de esta serie, comento que cuando el
Señor me llamó para escribir, no comencé inmediatamente.
La duda de si había escuchado realmente la voz de Dios o si
se trataba de mis propios deseos mantuvo este proyecto
detenido por mucho tiempo. Sin embargo, un día, el Señor
me habló a través de un predicador que escuchaba por la
radio, y me dijo de manera amorosa:
“No te preocupes, soy Yo quien te manda a hacerlo, y te
voy a ayudar”.
Escuchar esto, me motivó a retomar lo que había dejado,
pero luego, regresaron las dudas y volví a estancarme. 
Una vez más, Dios se dirigió a mí, esta vez usó un tono
un poco más fuerte que me dejaba claro que hablaba en
serio, diciéndome:
“Ya te dije que siguieras adelante, ¿por qué dudas?”. 
Luego de esta segunda advertencia, logré adelantar
considerablemente parte del borrador de esta serie. Cuando
llegaron las festividades navideñas, decidí tomar un receso.
Una semana se convirtió en dos, luego en tres, y continué
así hasta casi mitad de enero. Me había detenido
nuevamente, no por miedo, aunque los pensamientos
llegaban en todo momento, sino que ahora utilizaba la
excusa de no tener tiempo. Los estudios, responsabilidades,
familia, etcétera, iban robándome las horas que debía usar
para continuar con lo que Dios había puesto en mis manos. 
Un día, estaba en mi auto, escuchando nuevamente la
radio y repasando mentalmente las muchas tareas que tenía
por hacer. No le prestaba mucha atención a lo que el pastor
estaba diciendo, hasta que escuché una frase que captó mi
atención:
“¿Por qué te detuviste? ¿Por qué estás haciendo una
pausa que Yo no te mandé a hacer? Continúa”. 
Mi corazón se heló. A pesar de que me estaba llamando
la atención, Sus palabras seguían siendo pronunciadas con
un amor espectacular. 
 Una pausa que Yo no te mandé a hacer, esta frase se
quedó dando vueltas en mi mente por el resto de la tarde.
Obviamente, me sentí muy mal porque sabía que no estaba
haciendo lo que tenía que hacer. Imaginaba a Dios
mirándome de la misma manera en que yo lo hago con mis
sobrinos cuando no hacen lo que les pido, esa mirada que te
dice:
“¿Qué estás esperando para obedecerme?”
No con coraje, pero sí con ansias de verlos haciendo lo
que les pedí. Hebreos 12:11 dice: “Desde luego que ningún
castigo nos gusta en el momento de recibirlo, pues nos
duele. Pero si aprendemos la lección que Dios nos quiere
dar, viviremos en paz y haremos el bien”. Aunque me sentí
culpable en un principio, esta corrección me sirvió para
reunir fuerzas y continuar con mi tarea. Cuando
comenzamos a desviarnos del camino correcto, Él no nos
castiga de inmediato, sino que nos llama la atención y
advierte, una y otra vez, lo que sucederá si no nos
arrepentimos y enderezamos nuestro camino.
Experiencias como estas, me han enseñado a no
resistirme tanto cuando Dios me llama la atención, pues
reconozco ahora, especialmente cuando estoy con mis
sobrinos, que siempre será para mi bien, pues Él conoce lo
que el futuro nos traerá y desea con todo Su corazón vernos
disfrutando de lo que tiene para nosotros.
El Señor no disciplina por el simple gusto de hacerlo, sino
que lo hace porque nos ama, lo hace por nuestro bien. Es
importante que nos enfoquemos en este hecho para no
terminar dudando de Su amor y justicia, esto es un lujo que
no podemos darnos. Su único deseo es que vivamos una
vida plena dentro de Su voluntad. Cuando fallemos, nos
corregirá de una forma firme, pero maravillosamente
amorosa, sin dejar de hacernos sentir aceptados y amados.
El agradecimiento, el respeto y la confianza que se genera
durante esta dinámica siempre terminará acercándonos más
a Él.

 
No te salgas de curso por un espejismo
Al establecer una ruta, se marcan ciertos límites para que
el viajante no se desvíe y pierda en su caminar. De igual
manera, Dios nos ha puesto límites que debemos respetar si
queremos disfrutar de la vida destinada para nosotros. A
muchos no les agrada tener límites, pues lo ven como un
intento de control. En realidad, los límites son una muestra
de amor, ya que habla del deseo de evitar que nos hagamos
daño, o dañemos a otros, de manera física o emocional.
Mientras crecemos, es importante contar con una
persona que nos muestre el camino a seguir. No hablo de
que controle nuestra vida o que tomen decisiones por
nosotros, sino de alguien que nos ayude a adaptarnos de
manera exitosa a la sociedad. Por lo general, esta tarea
recae principalmente sobre los padres. Siendo ellos los
responsables de transmitir los valores y creencias que
moldean nuestra existencia. 
Pero debemos considerar que debido a que sus modelos
de corrección se basan mayormente en lo que aprendieron
de sus propios padres pueden cometer muchísimos errores
con las generaciones futuras. Un ejemplo de esto lo es el rey
David, quien fue descrito como un hombre conforme al
corazón de Dios. David amaba al Señor con todo su ser, sin
embargo, cometió muchos errores con sus hijos, como por
ejemplo: no hacer justicia cuando uno de sus hijos abusó de
una de sus hermanas. Su inacción provocó que otro hijo
asesinara al perpetrador, trayendo aún más dolor y
sufrimiento sobre la familia. 
Ya que nuestros padres, junto con otras figuras cercanas
de autoridad, son el primer punto de referencia que tenemos
de Dios, nuestra imagen de Él puede verse fortalecida o
dañada por sus actitudes y enseñanzas. Lo que puede
llevarnos a pensar que el Señor se comporta de la misma
manera en la que lo harían ellos, pero nada está más
alejado de la realidad. En Hebreos 12:10 dice que: “Cuando
éramos niños, nuestros padres nos corregían porque
pensaban que eso era lo mejor para nosotros. Pero Dios nos
corrige para nuestro verdadero bien, para hacernos santos
como él”. Como Padre responsable, Jehová está pendiente
a cada detalle de nuestras vidas, cada deseo de nuestro
corazón, cada acción que realizamos, incluso cuando nos
escondemos y pensamos que nadie nos ve.
Dios no se deja manipular por emociones ni es injusto,
tampoco se dará por vencido o se desviará de Su plan para
ti. El Espíritu Santo es quien trabajará con las áreas en las
que no has alcanzado un nivel óptimo. También, corregirá
aquello que no se ajusta a lo establecido por Dios,
ayudándote a actuar de manera correcta cuando llegue el
momento, afirmando así tu fe.

 
Falta poco, sigue caminando
Según lo que me ha tocado experimentar, aprender a
comportase y pensar como Jesús en un mundo que está
desarrollando niveles nunca antes vistos de intolerancia y
odio requiere que uno se agarre con todas sus fuerzas del
Espíritu Santo. Estamos en tiempos en los que la confusión
impera y la verdad se acomoda al mejor postor. Si eres
creyente, habrás notado como los ataques a la iglesia han
aumentado. Somos el ejército que incomoda al mundo con la
Verdad. Por esto nos persiguen y acosan, haciéndonos ver
como los malos de la película. 
Así sucedió también con el profeta Elías cuando tuvo que
enfrentarse al coraje y odio de Jezabel, luego de exterminar
a los sacerdotes de Baal. Su persecución le hizo temer
porque pensó que estaba solo, sin embargo, Dios le
demostró que no era así al declararle: “Pero debes saber
que siete mil personas no se arrodillaron delante de Baal ni
lo besaron; a ellos yo los voy a dejar con vida” (1 Reyes
19:18). Tú tampoco estás solo. Serán muchas las ocasiones
en que quizás sientas que Dios no está presente, pero
recuerda que esto no se trata de lo que sentimos o vemos,
sino de lo que creemos y en quién confiamos. 
Tal vez, te encuentras parado frente a tu propia versión
del Mar Rojo. Con tus enemigos asechándote, mientras que
lo imposible se ha convertido en tu única opción. Si esta es
tu situación, estás en el lugar correcto, porque Dios es el
Dios de lo imposible. ¿Qué harás? ¿Te sentarás a
lamentarte y esperar que tu verdugo te atrape o caminarás
hacia lo imposible? El Señor te dice hoy: 
“¡Sigue adelante! Estás muy cerca de alcanzar tu
promesa”.
El camino no será fácil, el deseo de rendirse estará
presente con cada paso que des, pero aunque no puedas
ver todavía el final de tu vereda, el Espíritu Santo te
mostrará los muchos cambios que van surgiendo en ti y a tu
alrededor durante todo el trayecto. Mirarás tus huellas y
distinguirás también las del Maestro. Reconocerás que sin Él
guiando tus pasos y sosteniendo tu mano no habrías podido
sobrevivir ese desierto por el cual cruzaste. Verás como
cada detalle de tu vida encaja de manera sublime en Su
historia, y serás testigo de lo que sucede cuando te rindes al
Rey del universo.

 
Comparte tu bendición
Sin embargo, tu camino no termina aquí, pues tu Padre te
hizo esta promesa: “Yo [te] guiaré constantemente, [te] daré
agua en el calor del desierto, daré fuerzas a [tu] cuerpo, y
[serás] como un jardín bien regado, como una corriente de
agua” (Isaías 58:11). Y esa corriente de agua servirá para
mostrar el camino a quienes aún no ven la salida de su
propio desierto. Porque las aguas de bendición que brotarán
de tu vida, son las que Dios usará para dar aliento y
esperanza a otros. ¿Estás listo para lo que Dios te tiene
preparado?
Para Reflexionar…

 
¿En qué área de tu vida todavía te sientes como
en un laberinto sin salida?

 
¿Qué métodos de corrección ha usado Dios
para llamar tu atención? 
¿Cómo reaccionas cuando esto sucede?
Amado Señor:

 
Creo que tú, Espíritu Santo, eres quien conoce
la salida de mi situación. Gracias porque
estás dispuesto a dirigirme para salir.
Ayúdame a reconocer tu voz y a seguirte por
donde quiera que me dirijas. Agradezco
tu corrección y te pido perdón por mis actitudes
negativas cuando, en ocasiones, me llamas la
atención. Gracias porque por tu misericordia, lo
sigues intentando hasta que te logre escuchar.
Ayúdame a siempre mantener mi norte,
poniendo los ojos en Cristo-Jesús. 
En el nombre de Jesús, amén.
Serie: Camino a la Promesa
Libro 1
 

 
  En este libro se discuten algunos aspectos
importantes que te ayudarán a desarrollar una
confianza plena en el amor y la bondad de Dios.
Confiar es la clave para que puedas acercarte a
Él, vivir de manera genuina, descansar en Su
protección y desarrollar una relación profunda
con el Padre, entre otros. Una confianza sincera
es indispensable para poder aproximarte sin
miedo al Trono de la Gracia y recibir la ayuda
oportuna que te permitirá florecer mientras te
enfrentas a los desiertos de tu vida y sus
procesos.

 
 “Porque a Dios no le gusta que no confiemos
en él. Para ser amigos de Dios, hay que creer
que él existe y que sabe premiar a los que
buscan su amistad”. 
~Hebreos 11:6 (TLA)

También podría gustarte