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Fe y Razón en Fides et Ratio

La encíclica Fides et ratio del Papa Juan Pablo II defiende la capacidad de la razón humana para conocer la verdad y pide que la fe y la filosofía vuelvan a encontrar su unidad profunda. El documento analiza la relación entre fe y razón a lo largo de la historia, resaltando figuras como los Padres de la Iglesia y Santo Tomás de Aquino. También aborda los efectos negativos de la separación entre fe y razón en los tiempos modernos y propone la necesidad de una armonía entre filosofía y

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Fe y Razón en Fides et Ratio

La encíclica Fides et ratio del Papa Juan Pablo II defiende la capacidad de la razón humana para conocer la verdad y pide que la fe y la filosofía vuelvan a encontrar su unidad profunda. El documento analiza la relación entre fe y razón a lo largo de la historia, resaltando figuras como los Padres de la Iglesia y Santo Tomás de Aquino. También aborda los efectos negativos de la separación entre fe y razón en los tiempos modernos y propone la necesidad de una armonía entre filosofía y

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Nombre: Erick Y.

Mateo Méndez

Matricula: 2018-5267

Materia: Filosofía Medieval

Facilitador: Hidalgo Peña

FIDES ET RATIO

Resumen
"La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad". Esta frase, con la que se inicia la encíclica Fides et ratio de Juan
Pablo II, es una síntesis de su contenido central: la cuestión de la verdad, que es la cuestión
fundamental de la vida y la historia de la humanidad. Juan Pablo II defiende la capacidad de la
razón humana para conocer la verdad, y pide que la fe y la filosofía vuelvan a encontrar su
unidad profunda.

Palabras claves
1. Fe
2. Filosofía
3. Verdad
4. Razón
             Al margen de las diferencias de cultura, raza o religión, todo hombre se plantea las
mismas interrogantes sobre su propia identidad, su origen, su destino, la existencia del mal, el
enigma que sigue a la muerte. Es decir, busca una verdad última que dé sentido a su vida. Para
buena parte de la mentalidad actual, sin embargo, se trata de una búsqueda inútil, pues el hombre
sería incapaz de alcanzar esa verdad.
             El Papa quiere salir al paso de esta situación cultural que ha plasmado un modo de
pensar según el cual todo es opinión: la verdad sería el resultado del consenso. Es un clima de
incertidumbre que afecta a todos, pero son las nuevas generaciones quienes están más expuestas:
carecen de puntos de referencia, o se les ofrecen "propuestas que elevan lo efímero a rango de
valor". Por todo ello, la Iglesia "quiere afirmar la necesidad de reflexionar sobre la verdad".
            "Han surgido en el hombre contemporáneo, y no sólo entre los filósofos, actitudes de
difusa desconfianza respecto de los grandes recursos cognoscitivos del ser humano. Con falsa
modestia, se conforman con verdades parciales y provisionales, sin intentar hacer preguntas
radicales sobre el sentido y fundamento último de la vida humana, personal y social".
            Juan Pablo II plantea un problema que suscitará un eco entre los hombres de cultura: ¿por
qué diversos movimientos filosóficos contemporáneos insisten en subrayar la debilidad de la
razón, impidiéndole de hecho ser ella misma, difundiendo así un escepticismo generalizado? Si
con la Veritatis Splendor el Papa quiso llamar la atención sobre algunas verdades de orden moral
que habían sido mal interpretadas, con Fides et ratio quiere referirse a la "verdad misma" y su
"fundamento" en relación con la fe. La Iglesia, afirma, "considera a la filosofía como una ayuda
indispensable para profundizar en la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a
cuantos aún no la conocen".
            Así pues, Fides et ratio propone nuevamente el tema de la relación entre fe y razón, y
hace ver las consecuencias negativas de la separación entre ambas. El Papa dice que, aunque
parezca paradójico, la razón encuentra su apoyo más precioso en la fe, mientras que la fe
cristiana, por su parte, tiene necesidad de una razón que se fundamente en la verdad para
justificar la plena libertad de sus actos.
            El primer capítulo presenta la Revelación como conocimiento que Dios mismo ofrece al
hombre. Recuerda que, "además del conocimiento propio de la razón humana, capaz por su
naturaleza de llegar hasta el Creador, existe un conocimiento que es peculiar de la fe". Son dos
verdades que no se confunden, ni una hace superflua a la otra. La Revelación, al expresar el
misterio, impulsa a la razón a intuir unas razones que ella misma no puede pretender agotar, sino
sólo acoger.
            Además, fuera de esta perspectiva, el misterio de la existencia humana resulta un enigma
insoluble. "¿Dónde podría el hombre buscar la respuesta a las cuestiones dramáticas como el
dolor, el sufrimiento de los inocentes y la muerte, si no en la luz que brota del misterio de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo?".
            En el segundo capítulo se pone de relieve que la peculiaridad que distingue el texto
bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el
conocimiento de la razón y el de la fe. Se demuestra cómo el pensamiento bíblico, basado en esta
unidad, había ya descubierto una vía maestra hacia el conocimiento de la verdad: la
imposibilidad de prescindir del conocimiento ofrecido por Dios, si se quiere conocer plenamente
el camino que todo hombre debe recorrer para responder a las preguntas fundamentales sobre la
existencia.
             En el tercer capítulo, el Papa parte de la experiencia de que todo hombre desea saber, y
de que la verdad es el objeto propio de ese deseo. El hombre, con su razón, que pregunta siempre
y sobre todas las cosas, tiene la posibilidad de alcanzar la verdad sobre su existencia, una verdad
que por su naturaleza es "universal", válida para todos y para siempre, y "absoluta", es decir,
definitiva: "las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen".
            El hombre busca la verdad, pero "esta búsqueda no está destinada sólo a la conquista de
verdades parciales, fácticas o científicas. Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda
explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar respuesta más que
en el absoluto". Esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante la confianza
en el testimonio de los otros, lo cual forma parte de la existencia normal de una persona: "En la
vida de un hombre, las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las
adquiridas mediante la constatación personal".
            Como "la verdad que nos llega por la Revelación es, al mismo tiempo, una verdad que
debe ser comprendida a la luz de la razón", es muy importante el papel de la filosofía. El capítulo
cuarto realiza una síntesis histórica, filosófica y teológica de cómo el cristianismo entró en
relación con el pensamiento filosófico antiguo. "Los primeros cristianos, para hacerse
comprender por los paganos, no podían referirse sólo a 'Moisés y los Profetas'; debían también
apoyarse en el conocimiento natural de Dios y en la voz de la conciencia moral de cada hombre".
            Este capítulo presenta el ejemplo de los Padres de la Iglesia, los cuales, con la aportación
de la riqueza de la fe, "fueron capaces de sacar a la luz plenamente lo que todavía permanecía
implícito y propedéutico en el pensamiento de los grandes filósofos antiguos". En la Edad Media
se pone el esfuerzo en encontrar las razones que permitan a todos entender los contenidos de la
fe. De perenne actualidad es la aportación del pensamiento de Santo Tomás de Aquino y su
visión de una completa armonía entre la fe y la razón, basada en el principio de que "lo que es
verdadero, quienquiera que lo haya dicho, viene del Espíritu Santo". "La fe no teme a la razón,
sino que la busca y confía en ella".
            La llegada de la época moderna señala la progresiva separación entre la fe y la razón, con
el consiguiente cambio del papel desempeñado por la filosofía: de sabiduría y saber universal se
fue empequeñeciendo hasta considerarse una más de las tantas parcelas del saber humano.
"Algunos filósofos, abandonando la búsqueda de la verdad por sí misma, han adoptado como
único objetivo el lograr la certeza subjetiva o la utilidad práctica".
            No es exagerado afirmar, dice el Papa, "que buena parte del pensamiento filosófico
moderno se ha desarrollado alejándose progresivamente de la Revelación cristiana, hasta llegar a
contraposiciones explícitas". Algunas de esas filosofías "desembocaron en sistemas totalitarios,
traumáticos para toda la humanidad".
            Al comprobar los efectos producidos por esta separación, se puede constatar que "tanto la
fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada de la
aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle
perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la
experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal".
            El Papa va más lejos y subraya que es "ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil,
tenga mayor incivilidad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o
superstición. Del mismo modo, una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente
motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del ser".
            En el capítulo quinto se mencionan diversos pronunciamientos del Magisterio sobre
cuestiones filosóficas. Se parte de la idea de que "la Iglesia no propone una filosofía propia ni
canoniza una filosofía particular con menoscabo de otras", pero sí "tiene el deber de indicar lo
que en un sistema filosófico puede ser incompatible con su fe". Está claro, además, que "ninguna
forma histórica de filosofía puede legítimamente pretender abarcar toda la verdad, ni ser la
explicación plena del ser humano, del mundo y de la relación del hombre con Dios".
            Se recorren las censuras del Magisterio a propósito de doctrinas como el fideísmo, el
tradicionalismo radical, el racionalismo. Son intervenciones que "se han ocupado no tanto de
tesis filosóficas concretas, como de la necesidad del conocimiento racional y, por tanto,
filosófico para la inteligencia de la fe". A pesar de que la Iglesia ha animado a la filosofía a
recuperar su misión, el Papa constata "con sorpresa y pena" que incluso entre teólogos existe un
desinterés por el estudio de la filosofía. De ahí que haya querido proponer algunos puntos de
referencia "para instaurar una relación armoniosa y eficaz entre la filosofía y la teología".
            El capítulo sexto, en consecuencia, está dedicado a las exigencias que las diversas
disciplinas teológicas deben mantener en relación con el saber filosófico. La idea central es que
sin la aportación de la filosofía no se podrían ilustrar determinados contenidos teológicos. El
Papa precisa que el patrimonio filosófico asumido por la Iglesia tiene valor universal. "El hecho
de que la misión evangelizadora haya encontrado en su camino primero a la filosofía griega, no
significa en modo alguno que excluya otras aportaciones", pero -añade más adelante- "rechazar
esta herencia sería ir en contra del designio providencial de Dios, que conduce a su Iglesia por
los caminos del tiempo y de la historia".
            El Papa se refiere concretamente a la inculturación de la fe en lugares, como la India,
China, Japón, que cuentan con tradiciones religiosas y filosóficas muy antiguas. Corresponde a
los cristianos de hoy "sacar de ese rico patrimonio los elementos compatibles con su fe de modo
que enriquezcan el pensamiento cristiano". El documento señala algunos criterios para que el
encuentro pueda ser fructífero, entre los que figura el tener presente la universalidad del espíritu
humano, cuyas exigencias son idénticas en las culturas más diversas.
            Juan Pablo II ve en el término "circularidad" la vía que conviene seguir en la relación
entre fe y razón: "El punto de partida y la fuente original debe ser siempre la palabra de Dios
revelada en la historia, mientras que el objetivo final no puede ser otro que la inteligencia de
ésta, profundizada progresivamente a través de las generaciones. Por otra parte, ya que la palabra
de Dios es Verdad, favorecerá su mejor comprensión la búsqueda humana de la verdad, o sea, el
filosofar".
            La revelación como el "punto de referencia y de confrontación" entre la filosofía y la fe
es el tema del capítulo séptimo. La Sagrada Escritura contiene una serie de elementos que
permiten obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. De ella se deduce
que "la realidad que experimentamos no es el absoluto". La convicción fundamental de esta
"filosofía" contenida en la Biblia es que "la vida humana y el mundo tienen un sentido y están
orientados hacia su cumplimiento, que se realiza en Jesucristo".
            Precisamente la "crisis de sentido" es uno de los elementos más importantes del
pensamiento actual. La fragmentación del saber hace difícil una búsqueda de sentido. "En medio
de esta baraúnda de datos y de hechos entre los que se vive y que parecen formar la trama misma
de la existencia, muchos se preguntan si todavía tiene sentido plantearse la cuestión del sentido".
La respuesta del Papa no puede ser más clara: "Deseo expresar firmemente la convicción de que
el hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber. Este es uno de los
cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era
cristiana".
            Una filosofía que no responda a la cuestión sobre el sentido corre el peligro de degradar
la razón a funciones puramente instrumentales. "Para estar en consonancia con la palabra de Dios
es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda
del sentido último y global de la vida".
            Tomando pie en esos principios, la encíclica realiza un breve análisis que muestra los
límites de algunos sistemas filosóficos contemporáneos que rechazan la instancia metafísica de
una apertura perenne a la verdad. Eclecticismo, historicismo, cientifismo, pragmatismo y
nihilismo son sistemas y formas de pensamiento que, al no estar abiertos a las exigencias
fundamentales de la verdad, tampoco pueden ser asumidos como filosofías aptas para explicar la
fe. "Una teología sin un horizonte metafísico no conseguirá ir más allá del análisis de la
experiencia religiosa" y será incapaz de "expresar con coherencia el valor universal y
trascendente de la verdad revelada".
            Se ha de tener en cuenta además, observa el Papa, que "la negación del ser comporta
inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y, por consiguiente, con el
fundamento de la dignidad humana". "Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen
miserablemente". Creer en la posibilidad de conocer una verdad universalmente válida "no es en
modo alguno fuente de intolerancia; al contrario, es una condición necesaria para un diálogo
sincero y auténtico entre las personas". En las páginas de conclusión, el Papa retoma algunas de
las ideas desarrolladas en el texto y señala que "lo más urgente hoy es llevar a los hombres a
descubrir su capacidad de conocer la verdad". "Una de las mayores amenazas en este fin de siglo
es la tentación de la desesperación". Y el origen de esa crisis está en el hecho de que se ha
perdido la capacidad de pensar a lo grande.
 El Comentario del Cardenal Ratzinger  Una invitación a volver a pensar.
El cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue el
encargado de presentar a la prensa internacional la nueva encíclica de Juan Pablo II.
Reproducimos a continuación algunos párrafos de su intervención.
 El clima cultural y filosófico general niega hoy la capacidad de la razón humana para conocer la
verdad. Reduce la racionalidad a ser simplemente instrumental. De este modo, la filosofía pierde
su dimensión metafísica, y el modelo de las ciencias humanas y empíricas se convierte en el
parámetro y el criterio de la racionalidad.
            Una de las consecuencias es que la razón científica no es ya un adversario para la fe,
porque ha renunciado a interesarse por las verdades últimas y definitivas de la existencia,
limitando su horizonte a los conocimientos parciales y experimentables.
            De ese modo, se expulsa del ámbito racional todo lo que no entra en las capacidades de
control de la razón científica y, por tanto, se abre objetivamente el camino a una nueva forma de
fideísmo. Si el único tipo de "razón" es el de la razón científica, se expropia a la fe de toda forma
de racionalidad e inteligibilidad. Por otra parte, si la razón se encuentra en una situación débil, se
deriva una visión cultural de hombre y del mundo de carácter relativista y pragmático, donde
"todo se reduce a opinión".
            El mensaje de la encíclica es una reacción ante esa situación cultural, y vuelve a proponer
con fuerza y convicción la capacidad de la razón para conocer a Dios y, de acuerdo con la
naturaleza limitada del hombre, las verdades fundamentales de la existencia: la espiritualidad e
inmortalidad del alma, la capacidad de hacer el bien y de seguir la ley moral natural, la
posibilidad de formular juicios verdaderos, la afirmación de la libertad del hombre, etc. Al
mismo tiempo, reafirma que tal capacidad metafísica de la razón es un dato necesario para la fe,
de modo que una concepción de fe que pretendiera desarrollarse al margen o en alternativa a la
razón sería deficiente incluso como fe.
            

Conclusión
En conclusión, este fue un tema que fue de gran interés para escolástica cristiana, por lo que es
evidente que para sostener la capacidad de la razón para conocer la verdad de Dios, de nosotros
mismos y del mundo es necesaria una filosofía que esté en grado de comprender
conceptualmente la dimensión metafísica de la realidad. Es necesaria, en definitiva, una filosofía
abierta a los interrogantes fundamentales de la existencia, es decir, ambas deben trabajar en plena
sintonía.

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