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El Galeon de Filemon

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Rebeca Orozco Las historias de Rebeca Orozco nos transpor- tan a tras 6pocas ynos muestran costumbres diversas, Sus textos son migicos yalimentan 1 recuerdo, Dos de sus autores favoritos, Ga briel Garcia Mérquee y Ray Bradbury.a impul- saron a escribir. Desde que era nia, a Rebeca Je encantaba leer: le gustaban fas historietas de La peguefa Lult, Periquita y Susy, secretos de corazb. Rebeca Orozco estudié Ciencias de la co- ‘municacin social y ha escrito guiones para television, as{ como la obra de teatro Za, Sus libros han sido publicados gor varias edi- toriles de fiteratura infantil.En 2006 el libro _Mésoaras de México obtavo el premio Anto- no Garefa Cubas. Kamui Gomasio Mirar las ilustraciones de Kamu es como abriruna puerta que te leva'a mundos inere- bles y fantdsticos. Como él mismo lo dice, es un lustrador poblano de corazén norterio. Cuando ers nity feyé Moby Dick, su vida cam- iS por completo, pues entendié que estaria fiaertemente ligado alas historias la fice, Kamui Gomasio es un ilustrador indepen- diente con tuna década de experiencia profe- sional. Ha trabajado para las mejores exico- tales de México yen algunos proyectos para televisin, En 2013 gané la beca de Jévenes Creadores que otorga el Fondo Nacional para Ja Cultura y las Artes, o cual le ha permitido redescubrir el maravilloso mundo del cémic ro séla como lector sino también como autor. El galeon de Filemon Rebeca Orozco * Kamui Gomasio Ley: Cordova ‘Satnas 2015 (Orozco, Rebeca El gale6n de Filemén /llustrador Kaui Gomasio — México: Pearson Educacion de México, 2015, 184 pp. —{Mar abierto - Cora) ISBN: 978-607-32-3341-5 Direcci6n general: Sergio Forseca Direccién de innovacién y servicios: Alan David Palau Gerencia de contenidos K-12: Jorge Luis Iiguez Gerencia de arte diseio: Asbel Ramirez ‘Coordinacién editorial: Marcela Alois Coordinacién de arte y disefio: Ménica Galvan Alvarez ‘Autora: Rebeca ma Orozco Mora ltustracién: Kaui Gomasio Edicién: Abigail Alvarez Disefio de la coleccién: Equipo de arte y diserio Pearson Seleccién y revision de ta coleccién: Aline Hermida |SBN libro impreso: 978-607-32-3341-5, ISBN e-book: 978-607-32-3342-2 Impreso en México. Printed in Mexico. 1234567890- 1817161514 DR. © 2015 por Pearson Educacion de México, S.A, de C.V. ‘Avenida Antonio Dovall Jaime, nim. 70, Torre B, iso 6, Colonia Zedec, ED, Plaza Santa Fe, Deeg. Alvaro Obregén, México, Distrito Federal, C.P.01210 ‘Cémara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, reg. nm. 1031 Aesenads todos derechos. Ma tad i pate desta pub AIS ION is rencacoosnsemnsshen nour foma apo npginne sea decdnico, mecanic, fotoquice, magreico electoopt- (2, por floc, aback @ cualquier oto, A peso peo par www pearsonenespafiolcom sito dl eo sta obra se termind de imprimir en plo de 2015, en es taleres de Utografie Ingrame, SA. de CV. Centeno 162-1, Co. Granas Esmeralda, CP 08810, México, OF Con gran amor para mis hijos, Pablo y Valeria. Lanavedela China, que llegé a Acapulco Ie trajo aia noble Marquesa de Uluapa. uncofre de laca color de vainilla; yomado de alados ‘dragones dorados de extrafas flores, unos dos tibores, (Fragrnento det poema ‘Nave de ta China) Francisco Gonzélez de Le6n I El deseo Asi como alguna vez existié un hombre pegadoa unana- riz, existié también un nifio pegado a un deseo, un deseo tan importante como su tacto 0 como su boca, sus pier- nas 0 su cabeza. Este deseo lo hacia moverse de un lado al otro. Este nifio querfa, con toda su alma, navegar en ‘el gale6n de Manila. Habia escuchado historias de nave- gantes que lucharon contra tormentas y contra bestias marinas para conocer el otro lado del mundo. Querfa ser ‘como ellos. Su deseo se podfa decir en unas cuantas pala- bras, pero era tan ancho como el mar, tan intenso, que a ‘yeces cuando le preguntaban “;Cémo te llamas?”, él con- ‘testaba “Galeén’ y no “Filemén’, su verdadero nombre. II El repique de las campanas Nosiempre se nace con los deseos,a veces llegan volando yse pescan delamisma manera que un resfrfo, sin sen- tirlo siquiera. Por ejemplo, el deseo de navegar se instalé enel pecho de Filem6n una tarde de enero cuando ca- minaba por la calle de los Donceles. Lo acompafiaba su nana Benigna. Juntos miraban los carruajes y los caballos que, con herraduras de plata, galopaban so- bre los empedrados de la ciudad. De pronto, las campanas de la iglesia de Santo Do- mingo, de la iglesia de San Francisco, de la Catedral, de la iglesia del Carmen y de La Profesa repicaron con fuer- za. Una lluvia de tafidos cayé sobrelos presentes, Tafiidos del color del bronce que se metieron por las orejas de Filemén y le movieron los sentimientos. No supo qué hacer el muchacho con tanto asombro y lo fue acomo- dando poco a poco dentro de un rosario de preguntas: —Dime, nana, ;qué anuncian las campanas? —La llegada del galeén de Manila al puerto de Aca- pulco. —{Cémo es el galedn? —Es un barco inmenso que trae cosas exéticas y bellas desde el Oriente. {Qué cosas? —Perlas, porcelana, encajes, seda, biombos, jarrones... —{Jarrones? Filemén, jarrones decorados con paisajes ex- trafios. —gLos paisajes viajan a través del mar? —Desde el Oriente hasta Acapulco. onde est Acapulco? —Lejos. All4, en la costa, sobre una playa y cerca del mar. {Qué traen dentro los jarrones? —jAy, Filemén!, cémo voy a saber, pues han de traer... jchinos! Miles de chinos! Entonces Filemén fijé su vista en el infinito y se imaginé que el galeén de Manila era un palacio flotan- te donde habitaba un rey que gobernaba alos miles de chinos que viajaban dentro de miles de jarrones. Il El maestro Bartolomé ‘Como casi todos los maestros que existen sobre la Tie- tra, el fraile Bartolomé entré en la habitacién mirando: a través de su par de anteojos. Extendié un rollo de papel amarillento sobre un gran escritorio y le mostré, asualumno un mapa del mundo. Filemén se sorprendié al ver tanta tierra y tanta agua, y, como si la curiosidad le picara los ojos, pesta- ied seis veces. —Digame maestro, ;dénde estamos nosotros? —Aqui, mira, en el centro de la Nueva Espatia. —{Dénde estoy yo? —Eres tan pequefio que no apareces. —& Manila? :Donde esta? —Aqui, en Jas islas Filipinas. —;Dénde? jNo la veo! —Aqui, mira, cerca de Mindanao, de Samar, de Ca- marines, de Zebu... —¢Dénde? —{Ves este puntito? —Ah, si, si, jYa lo vi! Pero... gahf cabe Manila? —Claro, con todo y su muralla. —No me diga que est rodeada de muros. —Por supuesto, si no... gc6mo se defiende de los piratas? Uy, qué emocionante! ,Usted ha estado alld? —Hace muchos afios que me embarqué hacia el Ja- én. Desafortunadamente, un huracén rompié nues- tros mastiles y el barco navegé a merced del viento durante varios dias. ;Qué barbaridad! ¥ luego, squé pas6? Nos desviamos totalmente de nuestra ruta. El destino nos llevé hasta Manila. —jCaramba! ,Cémo es Manila? —iMaravillosa! —Algiin dia yo viajaré hasta alld. ;Serfa muy dificil? —Digamos més bien que el recorrido es largo y de- bes tener mucha voluntad. —La voluntad la tengo, digame ahora el recorrido. —Si viajas desde la ciudad, debes dirigirte primero hacia el Canal de la Viga y de ahf embarcarte en una balsa que te leve a Milpa Alta. —Ca-nal-de-la-Vi-ga-Mil-pa... —Pero Filemén, gests tomando nota? —Claro, tuno nunca sabe cudindo se puede ofrecer. —Bueno, de Milpa Alta debes viajar a Real de Minas de Taxco, pasar por pueblos como Chichihualco o Chil- pancingo, cruzar el ro Papagayo y finalmente llegar a Acapulco. En este puerto te embarcards en el galeén que te llevaré hasta Manila. — Bravo! —Basta ya de sofiar y repasemos las cinco reglas de la cuenta guarisma. —Ay, maestro, gy esas cudles son? —iVélgame Dios! {Ya se te olvidaron? Escribe... las cinco reglas son sumar, restar, multiplicar, dividir, me- dio partir y partir por entero. —Maestro, le voy a decir un secreto: un dfa, yo voy partir por entero y a nadie le diré adiés. 0 IV La corrida de toros ‘A veces los medios hermanos son mis enteros que muchos hombres. Constantino era diestro, audaz, en- tero y Filemén lo visitaba a menudo para compartir con élllos juegos de los mayores. Los dos muchachos se querfan. Eran hijos de un mismo padre: Gonzalo de Guzmén, el viajero; pero de madres diferentes y opuestas: dofia Mercedes era una mujer aficionada a los naipes, a los encajes de seda y al olor del rapé; en cambio, Felipa Trasmonte era una mulata dedicada a la venta de buiiuelos y a los bailes venidos de Africa. Se decia que estas dos mu- jeres eran como el pan yla tortilla: una era fria, seca, altanera; la otra, moldeable, caliente y humilde. Esa tarde Filemén caminé hacia los suburbios dela ciudad para visitar a su medio hermano. Constantino habitaba con su madre en un barrio donde contras- taban las arboledas con los montones de basura. Su casa era de un solo piso y una sola habitacién. En el zaguén, Felipa Trasmonte tenia un puesto de buiiue- os que atendia con ganas, donaire y mucho piloncillo, Los hermanos se saludaron. Merendaron una torre de bufiuelos crujientes y una jarra de chocolate caliente. —Jugué a los dados y gané unos reales —conté Constantino. —Qué suerte, no te pillaron? —exclamé Filemén. —A mi? —dijo el hermano mayor, con aires de su- ficiencia. —Me han dicho que est prohibido apostar —de- claré Filemén. —Estoy harto de las prohibiciones. Te invito a una corrida de toros. —(Bravo! —grité el muchacho, entusiasmado. Constantino no tenfa otro oficio més que el de apostar. Apostaba en los naipes, en la loteria, en las peleas de gallos, en las carreras de licbres. A veces ga- naba muchas monedas, a veces las perdfa todas. Su vida se movfa del tingo al tango y su madre se quejaba de que no sentara cabeza. A pesar de todo, Filemén lo admiraba. Queria tener laedad de Constantino. A su lado, el tiempo transcurria de diferente manera, més veloz y més intenso, porque Jo levaba a lugares prohibidos, como los tendejones, donde mujeres escotadas servian pulque en jfcaras de calabaza, o como las guajas, teatros clandestinos en los que se presentaban comedias sobre temas sexuales. Sobre la Plaza del Volador se habfa levantado un cir- co taurino provisional. Estaba adornado ricamente. El virrey miraba el espectaculo desde el balcén del Real Palacio. Las personas de rostro blanco se habfan sentado en las gradas de adelante; las de rostro més oscuro, en las de atrés. Los ricos vestfan trajes elegantes y valiosas joyas;los pobres, telas gruesas y joyas de fantasia. ‘Alas cinco de la tarde sonaron los clarines y se abri6 Ja puerta que dejé pasar a un toro embravecido. Una cuadrilla formada por nobles y criados, montada sobre resistentes caballos, rode a la bestia. La provocaron con sefias y silbidos, la aturdieron y le encajaron sus lanzas. Ante las primeras picadas Filemén se taps los ojos. —Ojos tapados son de malcriados —advirtié Cons- tantino, y Filemén no tuvo ms remedio que presenciar los infinitos chorros de sangre que manaban de las, bestias. En la quinta corrida un toreador de banda, vestido con casaca suelta y calzén, armado con un estoque, enfrenté al toro a pie firme, Con una capa roja burlé al toro pero, cuando iba a asestarle una estocada, el toro Jo embistié con safia. La gente grit6, disfruté la cornada, temié lo peor, aplaudi6, Enardecido, el toro derribé bancos y gradas.. Persignié a los cirujanos que trataban de llevarse al herido. El pénico cundié. El virrey ordené a las cuadri- llas que detuvieran al animal, pero no tuvieron éxito. Constantino fue el iinico valiente: tomé el rebo- 20 de una mujer y bajé corriendo hacia Ja arena. Ahi extendié la tela, esquivé al toro con donaire y lo fue domando poco a poco. Una exclamacién de asombro broté del piiblico. Bl joven sacé un cuchillo que trafa prendido al cinturén, Silencio. Lo enterré en el enor- me cuello del animal. Durante varios minutos, el pit- blico ovacioné el acto heroico del muchacho. Esa tarde se lidiaron siete toros alternando con peleas de gallos y carreras de liebres perseguidas por perros. Al final, el arzobispo ofrecié a toreras y rejoneadores pla- tones llenos de dulces. A Constantino, aun cuando era mulato, lo contrataron como toreador de banda. Alas nueve de la noche salieron de la Plaza del Vo- lador. —{Cémo hiciste para vencer al toro? —Con fuerza, sin miedo. juiero ser valiente como tii! —Realiza una gran hazafia. —Grande-grande? Tengo una en mente. —1Cual? —Probaré que puedo ser valeroso. —{Cudndo te irés? —Mnuy pronto. —{Nos volveremos a ver? —El destino nos reunird otra vez, con seguridad, lo presiento. Filemén envolvié a Constantino con un brazo corto y otro largo. Se despidieron. Entre las luminarias de cote, la figura del muchacho alegré la noche. Allé, en Ja puerta de la casona, su nana lo estaba esperando. V El salon del estrado ‘Todas las mamés de los nifios son diferentes: las hay bajas 0 altas, oscuras o blancas, de corazén amarge 0 dulce, de brazos abiertos o cerrados. Mercedes Linares era alta, blanca y sus brazos no se abrian para envolver a Filemén. Era tan ligera que caminaba sin tocar el suelo. Los dias que no comfa se elevaba tanto que su cabeza llegaba a tocar las vigas, de los techos. Por las noches, més que una mujer pare- cfa un fantasma que flotaba. Mercedes habia sido educada para ser veleidosa y flotante: un ama de casa volétil que se olvidaba de dar érdenes. Si hubiera sido un barco, su hogar se hubiera, ido a pique:|a cocinera no sabrfa qué cocinar, la costu- rera no hallarfa hilos ni tijeras para zurcir y el cochero no tendria idea del rumbo que iba a tomar, El matrimonio de Mercedes y Gonzalo, los padres de Filemén, se habfa celebrado en nombre dela conve- niencia y no del amor. Por eso Gonzalo estaba enamo- rado de sus viajes y Mercedes, al sentirse abandonada, buscaba la proteccién de Francisco Aguilar, hombre rico, hombre juez. Aquella tarde dofia Mercedes se adornaba cuello y brazos con zarcillos, pulseras y gargantillas que, por aumentarle algunos kilos, la mantenfan con los pies sobre el piso. Estaba nerviosa y apurada. Iba a recibir aun grupo de sefioras en el salén del estrado y habfa ordenado a la servidumbre que preparara los dulces, el vino y el chocolate. Rosa, su dama de compafifa, la estaba peinando de- licadamente cuando tocaron a la puerta. Era Filemén. —Hijo mio, ga qué vienes?, ya sabes que no puedes entrar aqui —dijo la madre hablando muy bajo. —Disculpe vuestra merced, pero quisiera pregun- tarle una cosa. —Shh, ahora no, que se me desbarata el peinado —murmuré la mujer y se colores los cachetes, suave- mente, con grana cochinilla. —Es que, quisiera pedirle permiso para... —Shhh, jya te dije que se me derrumbard! —Pero... — Shhh! Silencio! —iQuiero navegar! Quiero viajar lejos, a Manila! — vociferé Filemén. ‘Plof! ;Plif! ;Plift, el peinado de Mercedes Linares se vino abajo como un pastel asediado por un chiflén. —iNifio grosero! —iQuiero navegar lejos, muy lejooos! chacho. Dofia Mercedes estaba furiosa. Los caireles se le ha- bian deshecho y se le desparramaban sobre la frente, los cachetes, la boca. —jQuiero ir a Manilaaa! grité el mu- 6 La mujerle dio la espalda a su hijo y se miré al espe- jo. Maldijo su suerte, Filem6n miré la expresi6n colérica, de su madre, la vio reproducirse en tres espejos hastael infinito, lejana, inalcanzable, con un montén de pelos enredados sobre la cabeza. —Ve a tu habitacién y zadora, El muchacho abandoné el tocador, pero no se di- rigid a su cuarto como le habia ordenado su madre. Prefirié salir ala calle y escapar de las intransigencias que lo rodeaban. Caminé largo rato entre las casas de tezontle, de cal y canto. Cruzé puentes y vagé por ca- Iejones. Escuché el agua de las acequias. No queria pensar en lo sucedido, pero el olor a almizcle del to- cador se le habfa pegado a la ropa. Para Filemén, st madre habfa ido siempre como esas imégenes celes- tiales que miran hacia las nubes, pero nunca se dignan mirar a sus feligreses. Lo escucharfa alguna vez? no salgas! —dijo amena- VI La neveria Las nieves de sabores son frfas, pero en el recuerdo, quign sabe por qué artificio, se convierten en image- nes célidas y coloridas. Las frasqueras de los estantes estaban llenas con Ifquidos dulces de diferentes sabores, Filemén no sabia quénieve elegir, gcapulin?, zarraydn?, gnaranja?, zapote? Le atrafan las de color fuerte porque le pintaban la len- gua. Abajo, entre los barriles de nieve, un gato maullé con, disgusto a causa del zapato infantil que le pisaba la cola. —Una de capulin, por favor. ‘A cambio de una moneda, recibié un vaso copeteado de la refrescante golosina. La primera cucharada le lle- 1né toda la boca. Para saborearla mejor, cerré los ojos. Otros nifios entraron en la neveria acompafiados de sus padres, el gato emitié un chillido y escapé. Para Filemén, las nieves eran un verdadero placer, al igual que el chocolate espumoso, el queso y las natillas. Tenfalaboca helada ylos dientes destemplados cuan- do vio entrar a Margarita, la nifia que lo hacia acongojar- sey refiunfufiar, Antes de cumplir los trece aios, Filemén habfa logrado resistirse al embrujo de las mujeres pero Jos ojos negros y vivaces de Margarita lo hechizaban. 8 La habia visto por primera vez durante la procesién de Corpus, entre los estandartes de barro, los clarines y los tambores. Desde entonces, su figura fina e inso- lente ocupaba el palco de honor de su memoria. Cuando ella se acereé al mostrador a pedir su nieve de albaricoque, él no supo qué hacer: ga dénde mirar?, gen dénde poner los brazos?, gc6mo apaciguar los lati- dos del coraz6n? Sobre los vasos y platos de cristal, la imagen del muchacho se habia fragmentado. Una de las damas que acompatiaba a Margarita se- jal6 discretamente a Filemén y dijo: —Es hijo de dofia Mercedes Linares. Margarita volte6 a verlo e hizo una reverencia seca. El quiso saludar con alguna férmula de cortesfa, pero lo, atacé un hipo tan incontrolable que las mujeres salieron, del lugar muertas de risa. Cuando Filemén quiso dar un, sorboa su nieve para consolarse, ya se le habja derretido. Al salir del lugar, el muchacho vio un lujoso carrua- je que se alejaba por el callején de Avilés. Era de Mar- garita, ¢Se volverfan a encontrar? Estaba enojado. Ni siquiera podfa desahogarse con la nana. No queria de- cirle que estaba enamorado. Una rara mezcla de ver- giienza y calor lo sofocé. Sentada a la orilla de una fuente, su nana Benigna lo esperaba envuelta en un rebozo de bolita. —jAy!, nana, hace mucho calor, spor qué no te qui- tas el reboz0? —Mi rebozo es como mi casa, si me lo quito se me cae el techo. VII La alameda Eran las cuatro de la tarde, hora del paseo en la Ala- meda. Bajo la sombra de los érboles, damas e hidalgos se asomaban desde las ventanillas de sus coches para intercambiar saludos. Ellos se desvivian por mirarlas y cllas, por lucir sus joyas y vestidos. A Filemén Ie empalagaba tanta coqueteria. No le gustaban los juegos de adultos. Por qué los paseos en Ia Alamedg eran en coche y no a pie? Las alamedas es- t4n Tienas de dlamos, Jos dlamos de ramas y jas ramas de hojas que a veces se quedan, a veces se caen. File- mén querfa bajarse y correr. No queria estar encerrado en ese pequeiio cuarto ambulante donde se concentra- ba el olor de los perfumes y afeites femeninos y donde Rosa, la dama de compatifa, aleteaba el abanico cada vvez.que su ama se sentfa acalorada, El mozuelo envidia- ‘ba.ala negra Dorninica pues iba sentada en el estribo y podfa sentir el viento. Para mantenerse pegada a su asiento, dofia Mer- cedes se habia puesto una mantilla gruesa y muchos collases. Estaba inquieta. Miraba constantemente ha- cia afuera come buscando a alguien. Filemén no se animaba a hablarle, temfa rasgar la gasa fina que la envoivia y que se [a llevara hasta las nubes. De pronto, un hombrea caballo hizo sefias al coche- ro para que se detuviera. Los cabailos interrumpieron: su galope. El extrafio, de camisa fina y capa encarnada, entregé una carta a la negra Dominica y después de hacer una reverencia se alej6. Con entusiasmo, dofia Mercedes desdoblé Ja hoja de papel, Ja leyé en pocos segundos y comenté: —Nos invitan a un sarao en la casa de campo de don Francisco Aguilar, alld en San Agustin de las Cuevas. —{ Qué es eso de sarao? —pregunté Filemén incon- forme. —Una fiesta donde se baila y se tocan instrumen- tos. Se bebe vino, se comen manjares. —2Si? {¥ qué més? —coment6 irénico el muchacho. —Se admiran los juegos pirotécnicos y los juegos de agua. (Cuando serd? —El viernes, el sébado, domingo, lunes... puede du- rar hasta una semana. ~Y los muchachos como yo, gqué hacen en los sa- ras? —Se estén sentaditos y calladitos, como cuando los retratan, Filemén hizo una mueca de disgusto. Se imaginé sentado sobre una silla dura mirando el retrato adusto de algtin monarca espaiiol. —{l mi padre con nosotros? —No, Filemén. El esté en el Peri, El muchacho pensé con ajioranza en su padre. zDénde estaba? ;Cuédntas leguas lo separaban de él? Su padre los visitaba dos veces al afio, pero cuando al fin aparecfa en el portén de la casa, hacia sentir a Filemén como el ser més importante de este mundo: lo colmaba de regalos y te conteba hazafias tan pro- digiosas como la de un dguila tan inmensa que podia atrapar con sus garras a un elefante y levantarlo por el aire. Cuando volveria a ver a su padre? Cuando se disfrazarfan con armaduras viejas para jugar a las atallas? Lo necesitaba més que nunca. Sin darse cuenta dela pena que sentia su hijo, dofia Mercedes apreté contra su pecho la carta recibida yla guardé en su bolsa de chaquira, No le dijo a Filemén que en los saraos el galanteo amoroso era la regla que se segufa. Tampoco le dijo que la mirada de don Fran- cisco Aguilar le despertaba la piel dormida. —jOdio a Francisco Aguilar! —chillé Filemén pen- sando con rabia en el amorio que estaba viviendo su madre con aquel sefior de nariz picuda y piel amari- llenta. Dofia Mercedes vio a Filemén sin verlo, le dio unas palmaditas en el hombro y se quedé pensando en el infinito. VI El aguacero Habia lovido toda la noche y las calles de la ciu- dad comenzaban a inundarse. Un trueno quebré la madrugada. Filemén se tapé la cara con sébanas y colchas. El cielo rugié como un caiién. Le lasti- mé los ofdos. El agua se habfa transformado en un monstruo. La nana entré repentinamente a la ha- bitacién. —jSanta Barbara doncella, ibranos de una centella! —rezé Benigna. —gQué pasa, nana? —jHabré inundacién, nifio, Dios nos ampare! Filemén se levanté de prisa y se asomé a la venta- na. Abajo, rfos de agua corrfan por las calles. Arriba, nubes negras cubrian el cielo. —;Qué barbaridad! —exclamé asustado. —jNo hay tiempo que perder! ;Vistete! —;Para qué? ;A dénde vamos? —Debemos abandonar la casa. —iNo puede ser! A dénde iremos? —lloré Filemén. —A lacasa de don Francisco Aguilar. —{Por qué, nana, por qué a la casa de ese sefior? m4 —Porque su casa esté afuera de la ciudad, a salvo del agua. Wo no quiero ir! —Lacasa es muy elegante, te tocaré una habitacién hermosa junto a los jardines. —iAy, nana! {Qué no entiendes, no entiendes que no quiero ir? —Es orden de tu madre, no la desobedezcas. jSi te quedas aqui, te ahogards! —Tanto va a subir el agua? ;Qué terrible! Cudnto tiempo loverd? —Diez dias y diez naches. Le anuncié el cometa. Filemén se imagin6 una ciudad inundada hasta Jos techos y a miles de muertos flotando sobre sus calles. Se asusté,. Luego tuvo un presentimiento: ha- bfa Hegado Ia hora de corer tras su deseo, de en- frentar peligros, de vivir Ja aventura. gra el agua una sefial? —Nana... jno voy a ir con ustedes! —;Cémo! gPor qué, Filemén? {Me voy al mar! —jAl mar? —jNavegaré en el galeén de Manila! —Pero, mi nifio, jestés delirando! No tendrés ca- Jentura? —iTe digo que voy a ir! —iNo te dejardn embarcar! —jMe esconderé en tn jarrén! —jMuchacho impradente! ,Qué le voy a decir a tu madre? —La verdad. Que me escapé. Que voy a navegar. —Por favor, nifio, espera un tiempo, el galeén viene cada aio... te lo ruego! —Ahora o nunca. ~{Qué le voy a decir a tu padre? —Que voy a recorrer el mundo como él. Con rapidez, Filemén guardé un montén de ropa dentro de una boisa. Nada fo hubiera hecho retrace- der. De un dia para otro la vor se le habia engrosado, sus Cejas estaban més pobladas, parecia un hombre. La nana Benigna se acordé entonces del repique delas campanas, de la noticia del galeén, del rostro ilumina- do del nifio, de la necedad del destino. —Nana, tengo que seguir a ese Filemén que es mas valiente que yo. El mozuelo salié del cuarto y avanzé por el corre- dor, En el estudio despegé de la pared el mapa del maestro Bartolomé, la doblé y lo guardé en el bolsillo de su casaca. Luego tomé le brifjula de su padre y la guardé junto al mapa. Ensilencio, Filemén y su nana bajaron al primer piso. —Y, jsi te pierdes? —pregunté la nana con el cora- z6n rote, —Imposible, tengo anotada la ruta, llevo un mapa, una brijjula. Lanana entré en la cocina, tomé de los estantes un_ poco de pany lo envolvié en un patio. Al saliry encon- ‘rarse con la figura del nifio que habia criado, sintié ganas de llorar. Hubiera dado la vida por acompanarlo hasta el fin del mundo, pero dijo simplemente: —Liévate este pedazo de pan y que Dios te acom- paiie. El muchacho le dio un beso en la frente y salié por el gran postén, Contra la corriente se puso a caminar. Elagua le cubria los zapatos. Estaba fra. Atrés, en la casa, Benigna desconocié los caminos. Se tropezé y chocé contra un espejo. Lo rompié. Se agaché para recoger los pedazos. Sobre ellos se reflejé mil veces su rostro: cejas como arcos sin triunfo, arru- gas, acequias, ligrimas. Habfa amamantado a Filemén con su leche y sus ensehanzas. 21.0 volverfa a ver? IX El Canal de la Viga Un deseo, una brijula y un mapa no son suficientes para avanzar. Se necesita mucho valor para alejarse de casa. Por eso Filemén caminaba diez pasos, pero luego retrocedia cinco. En realidad, el inicio de su viaje fue muy penoso. La lluvia cafa con més fuerza. Golpeaba. Las calles se habjan convertido en rios. El muchacho sentfa crecer el agua hasta sus rodillas. Habfa camina- do durante horas y se sentfa desfallecer. ‘Al fin encontré un gran cajén de madera flotando sobre las aguas. Se subié sobre él y con un palo viejo comenzé a remar. Elagua era tan oscura y espesa como una pesadilla. En ella flotaban desperdicios, pedazos de madera, caddveres de perros, vacas, cerdos, gallinas. Fi- lemén habfa abandonado su hogar y pertenencias. No posefa otra cosa que la certeza de caminar hacia Aca- pulco. El pan de la nana Benigna estaba mojado. Las piernas no le responaifan, estaban heladas y tiesas. Se sintié desamparado. Debfa navegar hacia el Ca- nal de la Viga, pero no sabfa qué rumbo tomar. La ciudad parecia otra, el desastre habia cambiado su fi- sonoma. Se le hizo un nudo en la garganta, %® gDejaria a su madre? A Constantino? ;A la nana? 2A Margarita? jAy! Filemén apoyé su cabeza sobre su bolsa de ropa. Estaba empapada al igual que sus pies, las calles, la ciudad. De pronto, una voz lejana pronuncié su nombre. Se tallé los ojos y pudo distinguir, entre los remolinos de agua, una canoa con un hombre, Hizo una sefia con la mano para pedir ayada. La canoa se acercd. Bajo el toldo dorado de la embarcacién reconocié la figura regordeta del padre Escalante, su confesor. —ijAve Marfa Purisima! —exclamé el confesor atur- dido. —iSin pecado concebida! —respondié el muchacho solemne. —Filemén! ;Qué haces en ese cajén? ;Por qué es- t4s solo? {Vent Sube a mi canoa! El padre Escalante le tendié una mano tan flécida ytan llena de anillos que el jovenzuelo tuvo que hacer varios intentos para subir. —{Estds bien? —pregunté alarmado el padre. —Eeee... si... 80 creo. —Pero, gqué haces, aqui, solo, en medio dela inun- dacién? —Busco un camino. —1Cudl? —El camino hacia Acapulco. —iCémo! Acapulco queda muy lejos de aqui! —No tan lejos como piensa. —Ademés, ;viajards solo? —No tan solo como piensa. —Pero, Filemén, atin eres muy chico, —No tan chico como piensa, —Basta! Te regresaré a casa! 2 —No, por favor, se lo ruego. —Te acusaré con tumadre, mereces un buen castigo. —jPero si no he hecho nada malo! —Cémo que no... has escapado de tu casa! —Queridisimo padre, confieso que me he escapa- do, pero es para un bien mayor. ~;Qué bien puede traer tu desacato alla ley de Dios? —La aventura, padre, digo, la buenaventura. —jInsolente! El canal estaba atestado de canoas, chocaban unas con otras. La gente levaba baiiles, crucifijos, muebles, retratos, vajillas, santos, —{A dénde van? —pregunté el muchacho. —A letapalapa... a Xochimilco... Milpa Alta... — contesté aturdido el padre Escalante. —{Milpa Alta? Voy con ellos! —jNo irds! — Pero, padre, debo ir con ellos! —iNo irds! Que te excomulgo...!;Achuuu! {Ya ves...? Name resfrié! Elmuchacho se levanté bruscamentey dio un salto acrobitico hacia la canoa més cercana. La embarca- cién se tambaleé y sus tripulantes maldijeron al pe- quefio intruso. —jNo huyas, maleriadol Esperas absolucién? —re- clamé indignado el padre Escalante. Lavoz del clérigo se perdié entre el golpeteo della lluvia. —Me rezas veinte padrenuestros... jachuu! Diez credos... jachuuu! Cincuenta avemartas... jy te das treinta azoteees! Filemén no escuché su penitencia, pero suftié una més dura: se habfa subido a una canoa de ladrones. x Juan Pellejo La maldad tiene verrugas, manchas y pellejos. Esta podrida. Da asco. Filemén se encontraba en las garras. mismas de la maldad. —Sinvergiienza! (Bellaco! {Granuja! —gritaron al intruso los ocupantes de la balsa. Elmuchacho tembl6. Se le apreté el estémago. Ha~ bia llegado al infierno. Los rufianes trataron de arro- jarlo al agua. —iNo, por favor... ;Se los ruegot —Esperen! ;Trae una bolsa! {Quitensela! —ordené Juan Pellejo. Los hombres la abrieron con curiosidad. La ropa de Filemén estaba mojada, pero atin mantenia restos de elegancia y suntuosidad, Jugaron a probarsela. A despa- rramarla como si fueran trapos. —jConque nifio rico! ;Cortesanito! ;Gachupin! Metieron la ropa en costales que traian adheridos a sus cuerpos, costales dispuestos a engullir cualquier ‘cosa ajena: casacas, botones, encajes, chupas, calzas. —Te voy a cortar un brazo! —amenaz6 un hombre con un ojo blanco. Le decfan Verdugo. ~El largo 0 el corto —se burlé Isidro, un hombre marcado por viruelas. =No, sefior, por favor perado, —Céllate, Verdugo! —exclamé Pellejo —{No ves que este caballerito nos puede servir? —¢Para qué? —reclamé Isidro— ;Tiralo al agual, ique se ahogue! —No, sefior...jse lo suplico! —jTe voy a cortarla lengua! —amenazé Verdugo. —Cillate, idiota! ;No ves que lo quiero completo? — amenazé Juan Pellejo—. Andale, mocoso, ponte a remar! —Si, sefior —dijo Filemén temblando de miedo. —iNos ayudas 0 te cortamos la cabeza! —grité Ver- dugo rodeando el cuello del mozuelo con sus manos callosas. —jAy! Dios mfo! No me mate! Se lo ruego... _{Tenemos cara de asesinos? Nos ofendes! —No, sefior, no creo que sean asesinos... —Haces bien, porque yo soy maestro platero y es- tos dos brutos son aprendices... el problema es que necesitamos mucha, pero mucha plata, para poder hacer piezas valiosas y jt nos vas a ayudar a conse- guirla! —dijo Pellejo con malicia. —Cémo? —dijo angustiado Filemén. —Cuando lleguemos a Milpa Alta te lo diré. Lamafiana habia sido gris, pero en la tarde al fin sa- Ii6 el sol. Un rayo de luz cayé sobre el rostro de Pellejo. Estaba totalmente descascarillado y cada vez que se rascaba la frente se le caian pedacitos de piel. Filemén crefa en los milagros, asi que rogé a Dios que el hom- brese deshiciera antes de llegar a Milpa Alta. grité el jovenzuelo deses- XI El robo de la plata Anochecié. Verdugo dormitaba. ;Con qué suefian los verdugos? ,Can cabiezas y dedos cortados? Un miedo gélido calaba los huesos de Filemén. Habia remado muchas horas y le dolfan los brazos. Vio pasar cientos de canoas que llevaban mercancfa hasta la Plaza Ma- yor de la Ciudad de México. En esos momentos e! mu- chacho hubiera dado la vida por convertirse en una de las flores que viajaban en un huacal: una amapola, una retama, un clavel...;Lo que fuera con tal de regresar a casa! —Llegamos —anuncié Juan Pellejo—. jBéjense! Verdugo até una soga al cuello del muchacho para que no se escapara. Caminaron entre mananiticles y olivos. Las sombras que proyectaban los nopales pare- cian monstruos dispuestos a espinarlo, Liegaron a una iglesia. Pellejo forz6 la cerradura como silo practicara a diario. Entraron sigilosamente. Un ligero olor a in- cienso flotaba en el aire, Filemén se hincé, se persigné rogando a Dios que lo salvara. ara sorpresa de Filemén, los rufianes se persigna- ron ante los santos, los retablos, los altares. Verdugo 2 tomé agua bendita e Isidro oré en voz baja. Luego lle- varon al muchacho hasta una capilla muy adornada, —jHinquémonos todos ante la santisima plata! — exclamé Isidro con una sonrisa. —Llévense todo, pero no vayan a tocar a la Virgen de la Asuncién, pues podria convertirnos en lagartijas —advirtié Verdugo, Isidro hizo una reverencia ante Ja Virgen y rez6 un Dios te salve Marfa. Luego metié dentro de su costal to- dos os candelabros y lamparas que encontraba. Verdugo se acercé al altar. Se persigné. Guardé en su morral el céliz, una charola, tres vasijas, un cruci- fijo. Todo de plata, para fundirla, para hacer nuevas piezas y venderlas. Juan Peliejo se dedicé a buscar un pasadizo. Le ha- bian dicho que estaba detras de la escultura de un que- rubint que sostenfa una media luna que sostenfa una Virgen que sostenfa el cielo. Abrieron una puertecilla dorada, Al fondo del pasadizo debia estar un coffe tleno demonedas de plata. A este cofre sélo tenfan acceso los monagnillos, los enanos 0 los nitios, pues el pasadizo era muy angosto. —jAndale, pillo! jTréeme ese tesoro! —ordené a su prisionero. Filemén se escutrié por el pasadizo. Olfa a hume- dad y estaba oscuro, ;Qué estaba haciendo? {Era un. pecador? ;Por qué le robaba a la iglesia su limosna? Si se lo contaba al padre Escalante, la penitencia seria eterna. E] tunel era largo, interminable. Al fin, su brazo largo alcanz6 el cofre. Se sintié ruin. Sus dedos eran de malhechor. Se arrastré de regreso. Cuando al fin alcanzé el cuadro de luz, ya no lo esperaban los la~ drones sino el rostro frfo e inapelable de un guardia. —jDesvergonzado! Entrégame el tesoro! —jMe obligaron, seior! ;Se lo jurot Buen castigo recibirds por esto! (Su merced! {Yo no sabfa nada! Me pusieron una correa y me trajeron ala fuerza. —iYal Bastal Embustero! Cuéntaselo al sefior oidor. El guardia tomé al muchacho ée la oreja y se lo Hle- v6 hasta una carreta donde estaban amarrados Jos tres ladrones que terminarian en prisi6n, Al grito de jArrel, las yeguas iniciaron su recorrido sin saber que llevaban a un nifio inocente. XI Don Clemente ‘A veces lo pequefio vence a lo grande. Fue un alacrén Jo que picé ala yegua. Le inyecté un veneno en el cue- Ilo y la pobre se puso a saltar despavorida. A causa de esto, la carreta donde los guardias llevaban preso a Filemén se voleé y el muchacho salid volando hacia un despefiadero. Rods cuesta abajo y mas abajo y més abajo hasta chocar contra un establo. Desplumadas y atropelladas las gallinas cacarearon a més no poder, hicieron tal escdndalo que un viejo salié de una choza cercana para ver qué pasaba. —Pobre chamaquito, esté herido, ;qué le habré pa- sado? —exclamé con preacupacién, ‘Can gran esfuxerzo, el viejo cargé a Filemén hastala cho- zaylo colocé cuidadosamente sobre una cama de tablas. Al despertar, Filemén se desconcerté. Estaba al lado de un viejo extrafio dentro de una casa construida con ramas. Traté de levantarse, pero las rodillas le punzaron como sile hubieran clavado muchosaifileres en cada una. —Tienes muy lastimadas tus rodillas. Es mejor que te recuestes —explics el viejo con la voz pausada. Lue- gole ofrecié un jarro de atole con semillas de amaran- 6 to y le envolvié las rodillas con hojas de ma‘z. Filemén se tranquiliz6, Los ojos dulces y gastados del anciano le inspiraron confianza. La choza tenfa una mesa pequeiia, unos estantes y pocos trastes, Por la ventana se vefa un olivar y al fon- do, un canal por donde transitaba una que otra canoa. —Filemén, ,quieres més atole? —iCémo sabe mi nombre? —se inquieté. —Lo lei detrés de tu oreja izquierda. Todas las per- sonas traen escrito ahi su nombre. —{Quién los escribid? —Dios. — {Para qué? —Para saber quién es quién. ;No ves que se puede confundir? Hay demasiados hombres sobre la Tierra! —juestra merced tiene su nombre escrito detras dela oreja? —Si, mira, aqui dice: Cle-men-te. —iEs cierto! A ver, gqué dice en la mia? —File-mén “El Via-jan-te.. —jCaramba...! ,Cémo sabe mi oreja que estoy via jando? —Porque no es tonta. —Usted también viaja? —Diariamente voy al olivar y regreso con las manos, llenas de aceitunas. —Pero el olivar queda muy cerca de aqui, zno? jLos viajes sirven para ir lejos, muy lejos! ;Los viajes siem- pre estén Ilenos de aventuras! —Cuando eres joven siempre quieres conocer el otro lado de! mundo, pero de viejo te basta con viajar = desde tus ojos hasta tu dedo mefiique y eso te hace feliz. —Pero es demasiado cerca, yo, en cambio, voy has- ta las islas Filipinas. —iValgame, Dios! jNo ests listo para tal hazafia! Tus rodillas deben esperar. —iAy.no! gCudnto tiempo? —El mismo tiempo que estas aceitunas tarden en curarse... ~(Ellas también se enfermaron? ~No, no... se dice que las aceitunas estén curadas cuando estén listas para comerse. —~{Cudnto tiempo tardarén? —Ya lo verds. El viejo se dio cuenta, entonces, de que Filemén guardaba un deseo en la cabeza y muchos miedos en el corazén. Que una de sus piernas se empefiaba en viajar ala costa y, en cambio, la otra suftfa mucho por- que querfa regresar a casa. Xi Las aceitunas Bl gallo anuncié la madrugada. Filemén no habia po- dido dormir, todavia sentia punzadas en las rodillas. Miré hacia la ventana. El sol salfa de su escondite para, alumbrar el iano, Don Clemente sacudié su petate y lo puso al sol. Lue- gp, limpié las aceitunas, les quité el rabito, Jas lavé y las. puso a remojar en agua dentro de un recipiente de barro. —Ahora, a esperar una semana. Filemén tuvo que permanecer en cama. Bebia atole tres veces al dia al igual que el viejo, pero se morfa de hambre, su est6mago hacfa ruidos como de grilles. Por eso Don Clemente salié una mafiana con una canasta para llenarla de mazoreas. Al llegar las desgrané y se puso a hervir los granos de maiz junto con una taza de cal, Sobre un metate extendié los granos cocidos y los molié. Luego hizo la masa. —Para que salgan bien las tortillas, debes saber aca- riciar la masa —dijo el viejo entretenido en su labor. —,Como si fuera una persona? —Claro, las personas mejor acariciadas son las que toman mejor sabor. —Son més blanditas y redondas —rié Filemn. —Anda, levéntate y ayiidame. Filemén se levanté por primera vez. Sintié el placer de jugar con la masa. Esculpié una estrella, un barco, un caballo. Luego, impaciente por reanudar su viaje, pregunté: —Don Clemente, zestén listas las aceitunas? —No, Filemén, debo remojarlas una semana més —dijo mientras les cambiaba el agua. Los dias siguientes el muchacho se dedicé a obser- var. Cada mafiana don Clemente se sentaba a la ori- a del canal. Cuando pasaba alguna trajinera llena de hortalizas, silbaba como uin péjaro. Elremero se acercaba entonces para hacer un true- que. Cambiaba nopales, cilantro, jitomate, lechuga, chile, por alguna gallina. Luego, el viejo preparaba los tacos para la comida. Filemén comia y comia hasta hartarse. Estaba muy agradecido. Don Clemente volvié a cambiar el agua de las acei- tunas. —iYa es hora de partir? —pregunté ansioso File- mén. —No, Filemén, debo remojarlas una semana mds. Alterminar la tercera semana el viejo quité el agua a las aceitunas, pero en esta ocasién, les agregé mu- cha sal gruesa, ajo, limén y hierbas de olor. Aim tuvo que esperar ocho dias mas para que se sazonaran. En- tonces las probaron. Estaba deliciosas. Lo celebraron. Luego el viejo le preparé un morral lleno de aceitunas. —Después de comerlas no tires los huesitos, te van a servir ~aconsejé, 40 —Ya es hora de partir, verdad? —pregunt6 File- mén, esta ver. con la voz apagada. Se habfa encarifiado con el viejo. —Ya es hora, querido nifio, las aceitunas estén cu- radas. Ti ests curado —dijo don Clemente tan triste que ya no se quiso despedir. Prefirié sentarse en una silla y viajar a su dedo meiique. XIV Gigantén Filemén sofé que viajaba en una carroza. Iba dormido sobre cojines de Damasco, terciopeloy seda. Era un prin- cipe. En el castillo lo esperaban una olla de chocolate ca- liente y charolas con yernas acarameladas, rosquetitos almendrados, bolas de viento, hojaldres, membrillo, De pronto... joum! ;crach! El suefio terminé. La carroza en la que viajaba se detuvo abruptamente. Desaparecieron los cojines de Damasco, el terciopelo, las sedas, la olla de chocolate, el hojaldre, el castillo. Se esfurné el prin- cipe y en su lugar aparecié un muchacho con la boca Nena de paja, Las mulas viejas rezongaron y el cochero Ie ordené que se bajara porque habian llegado al real de Minas de Taxco. Comenzaba la tarde y se sintié desam- parado. Arrieros, mineros y campesinos caminaban por las calles. ;Qué oficio tenfa el? gEstudiante? ;Preguntén? 4Metiche? ;Sofiador? No era nadie, Ni siquiera los senti- mientos servian en un lugar donde las personas sélo se preocupan por subir y bajar, salir, legar, cargar y no les quedaba aliento para otra cosa. Filemén ascendié y descendié, torcié a la derecha, a Ja izquierda, se torcié él mismo. Miré los techos de teja yun sinfin de terrazas. Se acordé de los pastorcitos per- didos en los laberintos de los nacimientos navidefios. @Pedirfa posada? ;Encontraria un pesebre? No trafa nada consigo, ni un borrego, ni una hogaza de pan, ni si- quiera un trozo de incienso o mirra, o algo para ofrecer. Tenfa mucha sed. Al fin, en una plaznela, encontré una fuente. Borbotones de agua clara y brillante ejecu- taron un concierto. Filemén se alegr6, meti la cabeza en el agua y luego se dedicé a beber tanto liquido que sele salié por las orejas, Junto a la fuente un aguador llenaba sus céntaros mientras pregonaba las uiltimas noticias de la regién: —;Un extranjero se sacé de la boca rébanos, lechugas, vino y agua de azahaaar..!;La gente llevé a bendecir sus animales a la iglesia... Se le vio a fray Toribio hablando con su dngel de la guarda...!;El nifio Luerecio se murié porque lo aplasté una pila de agua bendita... De prontola vio venir. Fra una fardndula integrada por diferentes personajes: un duende, un gigante, una prince- ‘sa, un rey yuna serpiente de siete cabezas. Tocaban los panderos, las flautas y las vihuelas con tanto entusiasmo que Filemén se les unié. Hicieron una rueda y giraron como rehiletes. Como los siete planetas que, segiin el maestro Bartolomé, giraban alrededor del Sol. Un gigante con cuerpo de cartén se colocé en el centro del circulo para entonar un aria bella y pro- funda. Los artistas y la gente que se habfan acercado aplaudieron efusivamente. Al final del espectaculo, el gigante estaba exhausto yse acercé alla fuente para saciar su sed. Sin embargo, la serpiente de siete cabezas se lo impidié. El gigante, #8 furioso, traté de anudarla, pero el reptil se le escapé maldiciéndolo con siete bocas. Humnillado, el hombre de tres varas de alto, buscé un lugar donde esconder- se. Fue imitil, no cabfa en ninguna parte. —{Por qué te dejas vencer si eres tan grande? — pregunté compasivo Filemén. —Me asustan las cabezas de la serpiente. —Pero, jeres fuerte! —No, soy débil, muy débil. {Mentira! Eres como una montafia. —No, no, soy un simple cachivache. —{Qué es eso? —Una basura, un trapo, una migaja, cualquier cosa, —Pero, al menos debes tener un nombre, ;no? 4Cémo te llamas? —Si, me llamo Gigantén, gy tii? —Filemén, —{le das cuenta? ;Tu nombre y el mfo riman! Las per- sonas que riman se llevan muy bien, gno lo crees? —Veamos, Margarita se lleva muy bien con Paquita ‘porque hacen verso. —ZQuién es Margarita? —jEs un secreto! —Ha de ser una jovencita... Muy hermosa... color de rosa... J la que ests enamorado, jcierto? —Digamos que cuando ella me mira me siento como... jun cachivache! —Ja, ja, gquién es Paquita? —La nifia que rima con Margarita y que est badita! —Ja, ja... ;quieres ser mi amigo? —Si, pero s6lo unos instantes, porque estoy de paso Yon —Voy a donde ti vayas, ya no quiero pertenecer a este grupo teatral. —ZCémo? jNo lo puedo creer! ;Cantas bellisimo! —Estoy cansado de pelear con esa desalmada ser- piente dia y noche. —Te doy toda la razén: uno contra siete no es parejo. —Por eso preferiria viajar contigo. Sélo tengo que lidiar con una cabeza. —gDe verdad? ;No tienes casa? —No. —Debi suponerlo, todas las casas deben ser muy pequeftas para ti. Yo voy hasta el puerto de Acapulco. —gHasta la costa? —Sf. Quiero embarcarme en el galeén de Manila. {Quieres venir conmigo? —jClaro! ;Seguro me voy a divertir! La serpiente habfa apagado la sed de sus siete len- guas y ahora, despiadada y voraz, se habla acercado a Gigantén para destrozar, con sus filosos colmillos su disfraz de carton. ;Qué habfa adentro? Un enano que, avergonzado, daba pasitos sobre un par de zancos. —iNo cref que eras un gigante, un gigante de verdad! —reclamé el muchacho. —{le desilusionas? —expresé el enano con la voz quebrada. —Claro que no. —{No me odias? —Penséndolo bien... ;me sorprendest —4Por qué? —jPorque quieres crecer y en eso nos parecemos! —gT también quieres crecer? —jClaro! Toda mi vida he querido ser grande por- que a los nifios siempre nos mandan a sentar, a me- rendar o a retratar. ~Y cuando seas grande... ;qué hards? —Seré un capitén y conquistaré todos los mares. —4De verdad? jEse es tu deseo? jLa Virgen del Ro- sario te lo concederd! —gEstis seguro? —Es la protectora de los marinos. 6 —iQué suerte! ;Dénde esta? —En la capilla de las tres colinas y de las tres barran- cas, allé donde la montafia guarda sus secretos, —jVamos a visitarla! El enano, decidido, se despidié para siempre de su grupo teatral, de su disfraz y de la terrible serpiente, y guid a Filemén por una calle empinada y angosta. —Cuando lleguemos a la capilla, trata de estar quie- to. No hagas muchas reverencias porque dicen que la Virgen causa mareos. —;De verdad? ;Qué extraiio! Esté bien, me quedaré quietecito. —No, no se dice quietecito, se dice quietesote. ;Abo- rrezco los diminutivos! —Esta bien, estaré calladito. —jCaramba! ;No entiendes? No se dice calladito, se dice calladote. —i¥a, Gigantén! Déjame tranquilote! —Tranquilito!, ja, ja! —iAy, Jestis bendito! —jBenditote! —jEstés loco? —jLocote! En la capilla los dos compafieros se marearon por- que el vestido de la Virgen tenia forma de barco. Aun asi, rezaron un rosario y rociaron su frente con agua bendita. Filemén estaba contento. Habfa conseguido un amigo grande y pequefio a la vez que lo acompa- fiarfa durante su largo viaje. No queria perderlo, ast que se propuso no pronunciar ningiin diminutivo en su presencia. XV Los catalejos Con un compaiiero de viaje las alegrias se duplican y las penas se parten a la mitad. Gigantén era pequefio, pero su amistad cobijaba. Los amigos recorrieron jun- tos llanos y montaiias, trotando sobre el viejo caballo de Gigantén, llamado Neptuno. Era un rocin lleno de callos que caminaba muy despacio y se detenfa cons- tantemente a pastar. No iban solos, en el camino deherradura transitaban decenas de recuas con plata, sarapes, cochinilla, cacao. Algunas eran flamantes: llevaban correas brocadas de rojoy estaban adornadas con pequefios espejos. —jA dénde llevan tantas cosas? —pregunté File- mén aun arriero. —Hacia la costa. —{Qué camino es este? —Se llama Camino Real, empieza en la Ciudad de México y termina en Acapulco. ~Y... gpara qué van hasta all? —Para embarcar nuestra mercancfa en el galeén de Manila —contesté el arriero y se alejé. —iEn ese galeén nos embarcaremos! —canté el enano. —ilremos hasta el fin del mundo! —coreé el mucha- cho. ley, espera! jAlguien nos observa! —4Quién? :Dénde? —All, arriba, en esa torre, ga ves del cerro. —Debe ser el vigia, tiene un catalejo de cristal. —4De verdad? ;Vamos con él! ;Quiero mirar a través de un lente! Entusiasmado, Filemén encajé sus talones en los flancos de Neptuno y emprendieron la subida. Cuan- do Hegaron a la cima, los amigos entraron en la torre y subieron una escalera de caracol que desembocaba en una habitacién atestada de catalejos. Unos eran dorados, otros, plateados. Los habia larguisimos o cortisimos. Algunos tenfan forma de estrella, otros, de serpiente, de luna, de diamante. —j{Qué maravilla! —exclamé Filemén. Por unos segundos, el vigia dejé de espiar, y ante la presencia del par de intrusos pregunté azorado: —zQué hacen aqui? —Quisiera asomarme —confesé Filemén. —jA dénde? —pregunté el vigia. —A uno de sus lentes. —Para mirar qué. —Todo —contest6 Gigantén. —No es tan sencillo como creen —replicé el vigia. Por qué? —dijo desilusionado Filemén—. ;Hay algtin problema? ? En la punta 2 —Antes de asomarte, debes conocer muy bien tus ojos. —Los mios —declaré el muchacho— son muy grandes, con muchas pestaias, muchas legafias... —Muchas arafias y mafias —completé Gigantén. —No, no, no me entiendes, me refiero a la mirada de tus ojos. Por ejemplo, el ojo derecho y el izquierdo deben mirar de diferente manera, —jCémo es eso? —pregunté el muchacho absorto. —El derecho mira para afuera y el izquierdo, para adentro. Sino, el duefio de los ojos pierde el equilibrio. —4Se cae? —Se desmorona. ~Y... jlos tuertos? —Los que tienen apagado el ojo derecho ven para adentro, los que tienen apagado el ojo izquierdo ven paraafuera. ~jQué complicado! —Ven hacia adentro. {Qué verdin? —Mundos creados por ellos mismos. —Pero... dice el maestro Bartolomé que todo ha sido creado por Dios. —Los ciegos son los ayudantes de la Creacién. —jQué mds debo aprender? —Muchsimas cosas, pero no te las voy a decir por- que tengo que seguir vigilando... a ver, a ver, veo pasar cuatro mulas, tres vacas y dos tlacuaches. —jQuiero mirar! —exclamé Filemén decidido. —Esté bien, toma aquel catalejo amarillo, pero jcon cuidado! —advirtié el vigia sin despegar el ojo del \en- te. Se tomaba muy en serio su oficio. los ciegos? Filemén se acercé emocionado al catalejo. Estaba adornada con lentejuelas. —iQué cerca se ven los pAjaros! jUy, vienen hacia mi! Estén aleteando dentro de mi cabeza. —INo te creo! —exclamé el enano. —jLas nubes entran en mi boca! jLas mariposas re- volotean en mis orejas! jMira, Gigantén! Elenano se asomé torpemente a través del catalejo y descubrié una rana que se acercé tanta al lente que lo atraves6 y fue a meterse en su casaca. —iAy, ay, ay! {Me hace cosquillas! ;Cémo mela quito sefior vigfa? —Pronuncia la palabra catalejo al revés para que se vaya. -iCémo? jAy, ay, ay}, je, jay! {Qué més? O,je-la, jay! No resisto mist, la-tac, o-je-la-tac. Al fin, la rana se perdié en el paisaje de cristal. File- mén no paraba de reff. Estaba contento. —Veo pasar tres jinetes y tres caballos, dos lefiado- res con dos hachas y un armadillo —declaré el Vigia con parsimonia. —2Nunea descansa? —Nunca, shhh, silencio, jun asalto! —interrumpi6. —iQué? ;Dénde? —Se estan robando una carga de mercancia, —;Quiénes? ;Cémo? —Tres ladrones, dos escopetas, un atraco. —Qué barbaridad! —exclamé Filemén. —Pues yo terminaré con los ladrones ahora mis- mo! —grité el enano con valentfa y, en pocos segundos salié de la torre, monté sobre Neptuno y galopé con gran velocidad cuesta abajo. —iEspera, Gigantdoon! —grité el muchacho y co- rrié detrés de su amigo. De pronto, las patas de Neptuno se enredaron en un matorral y el enano salié disparado como bala de cafién hacia un montén de arena. Desde aht, con los, ojos y la boca lenos de arena, contemplé abatido la consumacién del asalto. —iGigantén!, ;qué te pas6? —exclamé el mucha- cho con la respiracién agitada. iAy, ay, mi brazo! jAy, mi pierna! {Virgen santa! Quedaste todo chueco! Ay, ay! No dejes que escapen esos malvados — loré el enano con légrimas color tierra. —Imposible, han desaparecido. Filemén le quité la casaca cuidadosamente. Se sor- prendié: en uno de los bolsillos de su amigo estaba un catalejo de plata, pequefio, con lentes brillantes. ~Y... este catalejo... gte lo regalé el Vigia? —No te lo diré. —Dime la verdad, gte lo robaste? Era mal momento para interrogar a su amigo. Le dolia el brazo y respiraba con dificultad. El mozuelo subié al enano sobre Neptuno y lo ama- 16 ala silla como si fuera un nifio. Luego se trepé al caballo. ;Qué rumbo tomar? Si avanzaba, el Camino Real lo llevaria a Acapulco, si caminaba hacia atrés, re- gresarfa a casa. Una campana soné alo lejos. Records que su deseo habia nacido de un repique. Era una se~ fial de que deberfa continuar. Solt6 las riendas. Arriba, desde la torre, un ojo los miré. 8 XVI Chichihualco Atravesaron cafiadas, barrancas, bosques de pino, encino yzacatén. El enano iba malherido. Despierto, guardaba un silencio absoluto; dormido, vociferaba incoheren- ccias. Amarrado ala silla de montar, con las extremidades colgando, parecia un trique viejo. Su herida se habia in- fectado y despedfa un olor nauseabundo. Filemén ya no queria tantas sorpresas. Los pérpa- dos le pesaban y deseaba guarecerse en un lugar segu- roy descansar. Al fin llegaron a Chichihualco, el lugar de las no- drizas. Casas de adobe se esparcfan entre los sembra- dios. Un grupo de mujeres los recibieron como a dos nifios huérfanos. Al enano le untaron el brazo con po- ciones mégicas. Lo curaron como a un nifio chiquito: a base de mimos y caricias. A Filemén le ofrecieron nieve de diferentes sabores: sandia, naranja, albari- coque, melén. Cuando cayé Ja tarde, los llevaron a una pequefia plaza. Aht, las palmeras aleteaban como péjaros, los pajaros cantaban como doncellas, y las doncellas to- caban instrumentos: violines, varitas, cajones, Comenzé la fiesta. Las mujeres bailaron unas con. otras, Hicieron rondas y puentes. Se tomaron de las manos. Las viejas se dedicaron a mirar y a aplaudir. Los ni- fios participaban jugando con semillas de frijol. Gra- ciana invité al enano a bailar. Antonia, a Filemén. Los abrazaron con sus rebozos, les ensefiaron poco a poco los pasos de una danza intima. ‘Nunca habfa visto Filemén a una mujer tan de cer- ca. Nunca habia tocado a una mujer. Antonia lo provo- caba. Conducfa les manos inexpertas del muchacho porlos escondrijos de su cuerpo. fio fogoso. Filemén no supo qué decir. Jamis habfa escuchado la palabra fogoso. Le sonaba a fangoso como el lodo de un estanque, Entonces... ;era un muchacho lodoso? Eso pensaba Antonia de él? Luego se tranquiliz6; qui- z4 la palabra fogoso tendria que ver con el fuego, pero entonces se tendria que decir fizegoso y no fogaso. —gEn qué piensas? —le pregunté Antonia apresan- do con sus brazos el cuerpo de Filemén. —En el fuego yen ti. La cercanfa de Antonia le volteaba el oriente y el ‘occidente, el mar yla tierra, el cieloy el infierno. Junta- ron labios, palabras, secretos. Antonia se convirtié en una casa donde se horneaban los sentidos. Una casa, de almohadas de seda, miel y especias que Filemén deseaba habitar. ‘Atrds, muy atrés en el tiempo y el espacio, se habia quedado Margarita difuminada. Graciana era mucho ms alta queel enano. Lo apre- taba contra sf y él se dejaba querer, se dejaba acari- 34 ciar el brazo herido, hundfa su cabeza entre las faldas como si quisiera perderse para siempre. Rodeaba la cintura femenina con sus brazos cortos. Trepaba por una trenza y alcanzaba los ojos castafios. Cuando oscurecié, las llamas de cien velas ilumina- ton la plaza. Las ancianas prepararon una olla de chi- late: arroz. dorado, cacao, canela. Ofrecieron consejos para las que suftfan mal de amor, mal de ojo, mal de vergtienza, mal de rencor. Luego cantaron en lengua indigena. Filemén y su amigo creyeron mas que nunca en Dios yen a existencia del paraiso. Amedianoche, cuando las velas se habjan consumido, las mujeres prepararon dos petates dentro de la iglesia para los recién llegados. Afuera, las esperaban un grupo de nifios ansiosos por llegar a casa. A los més grandes se Jos llevaron de la mano, a los més chicos, los colocaron sobre sus espaldas con todo y éngel de la guarda. Gigan- tén miré ilusionado la silueta de Graciana. Llevaba car- gando un nifio, {Tenfa hijos? Eistaba casada? Los amigos se sentaron sobre sus camas de palma tejida. Mientras Filemén hacfa una pulsera con sus huesitos de aceituna para Antonia, Gigant6nlle confe- 6 a su amigo que se habfa enamorado de Graciana y queria casarse con ella. —jPero si apenas la conoces! —Mejor, entre menos la conozca mejor. —Pero, gpor qué? Qué no has leido cuentos de principes y prince- sas? {No ves que se conocen poquisimo y viven muy felices? Hablando de enamorados y casamientos, el suefio los vencié. Durmieron bajo las alas del arcdngel San Miguel. XVII Labores cotidianas Seis fuertes tafiidos para la misa de seis. Las mujeres se arrodillaron ante el altar. Devotas, sumisas, con la madrugada a cuestas. Filemén y Gigantén se levantaron répidamente y se lavaron la cara con agua bendita. Se alisaron el cabello. Un cura rezé en latin y el muchacho se inquieté: —Cuando me muera, no quiero ir al cielo. —gPor qué, Filemén? —Porque no voy a entender nada. i Qué? —Si allé todos hablan latin, gcon quién voy a platicar? —No te aflijas, muchacho, los Angeles saben caste- Mano. Cémo lo sabes? —Porque el castellano es el idioma consentido de Dios. —4De verdad?... Mira, jahi est Antonia! Filemén habfa alzado tanto la voz. que las mujeres Jo voltearon a ver con reprobacién. Antonia sonrié, La pareja cruzé miradas dulzonas durante la misa. Gra- ciana se arreglé el pelo y volted a ver a Gigantén. Acabando el rito, las mujeres se dispersaron. El sol asomé entre las montafias de pinos. Era ahora e iniciarlas, labores cotidianas: dar pan y leche a los nifios, llevarlos al, atrio de la iglesia para escuchar la doctrina, atender los, cltivos, cuidar los rebafios de animales, cocinar, coser, bordar, lavar, acarrear agua del io, cortar lefia. En Chichihualco las mujeres habfan aprendido a tra- bajar duro, sin tiempo para remilgos. Filemén las miré con asombro. gDénde estaban sus hombres? Ayudé a Antonia a arrancar la maleza que crece en el maizal. Bajo el sol la labor fue agotadora. Aprendié a separar el, quelite, el berro y la verdolaga. El muchacho se dio cuenta de que no sabfa nada del campo. Nada de plantas ni hierbas o barbechos. El maestro Bartolomé no le habia enseftado a leer las Iineas de la tierra. Graciana invit6 al enano a bordar. Gigantén no pudo negarse: estaba enamorado. Aprendié el punto de cruz, el punto atrés, el punto de cadeneta y hasta el, pepenado fruncido para demostrar su amor. Amanera de recompensa, Graciana le regalé un pafiuelo con sus iniciales bordadas. Alanochecer, Antonia invité a los visitantes a cenar caldo de iguana. Se sentaron a la mesa junto con las mujeres y cinco nifios. Todos con un hambre atroz. Al finalizar, después del iltimo bocado, Filemén se atre- vid a preguntar: —Estos nifios... gson sus hijos? —Si, tres de Graciana y dos mfos. —Entonces... gestén casadas? —pregunté Gigan- t6n con voz apagada. —Si—contesté Graciana con la vista baja. —Pero... gdénde estn sus esposos? —inquirié File- mén desilusionado. —Los mandamos desaparecer. —gCémo? {Por qué? —Porque nos trataban mal, nos pegaban. —¥... ge6mo los desaparecieron? —Las mujeres del pueblo pronunciamos conjuros ante el Chichihualeuahuit para que se los levara. —Chichi... gqué? —El Chichihualcuahuit, el érbol magico. —{Hay un 4rbol magico en Chichihualco? —excla- mé Filemén incrédulo. —Si,ala orilla del pueblo. —Entonces sus esposos... gnunca regresarén? — pregunté esperanzado el enano. —Elhechizo dura solamente siete semanas. —Maiiana se cumple el plazo. Gigantén se levanté de la mesa y salié de la casa con el coraz6n resquebrajado. A los pocos pasos tro- pez6. Tan frégil era su cuerpecito que no pudo resistir el peso de tanta pena. XVIII El regreso de los hombres Todo llega a su fin. La magia deslumbrante también acaba. Terminado el hechizo, el Chichihualcuahuit mandé un remolino al pueblo. Una réfaga que se iba tragando las tejas de los techos, las macetas de los balcones, las gallinas de los corrales. Que despeinaba con sajia las trenzas de las mujeres y les removia las enaguas. Aturdidos por el acontecimiento, Filemén y elenano corrfan de un lado a otro o se escondfan entre las vacas. Al fin el viento levanté el polvo y del polvo renacieron los hombres de Chichihualco. Indigenas vestidos con manta y sombreros de palma, figuras ve- nidas de la nada que se tallaron los ojos y miraron a su alrededor asombrados. 2Quién se los habfa llevado? ,Quién los habia trafdo? Las mujeres los recibieron con amenazas: si volvian a beber los mandarian al infierno, si las maltrataban les echarfan mal de ojo; tanto mezcal les habia hecho per- der la nocién del tiempo yel espacio, se merecian lo peor. Los hombres ignoraron las reprimendas. En cam- bio, fijaron su vista en las dos figuras extranjeras que, en vano, trataban de ocultarse; un enano escuélido y 2 un nifio criollo, Dos personajes que desentonaban con el escenario. Se inicié el interrogatorio: —zQuiénes son ustedes? —pregunté con disgusto uno de los recién aparecidos. —Yo soy Gigantén, Los indigenas se rieron del enano. —Yo soy Filemén. —{De dénde vienen? —Yo, de la Ciudad de México, —Yyo, de Real de Minas de Taxco. —2Qué hacen aqui? —Vamos hacia Acapulco —contesté Filemén ner- vioso. —Queremos vivir aqui —interrumpié el enano con firmeza. —iImposible! —;Por qué? —Son extranjeros, nos saben absolutamente nada de esta tierra. —Podriamos aprender. —Nien cien afios. —Las mujeres nos podrian ensefiar... —iNien mil afios! Los hombres los rodearon. —Estas tierras son nuestras, aqui hemos crecido. —Sélo nosotros sabemos contar las manchas del Jaguar, —Adivinamos el pensamiento de los biihos. —Ustedes no saben nada de nada, —{Han escuchado las cuatrocientas voces del cen- zontle? 4Conocen los escondites de los tlacuaches? La fecha del granizo? Las fiestas de nuestros patronos? El poder del mezcal? —;BI filo de nuestros machetes? Los hombres levantaron sus armas de manera amenazante. —jLargo o los destazamos! Con el corazén latiendo fuerte, Filemén y Gigantén huyeron hacia el bosque. Cuando encontraron a Nep- tuno, lo montaron, le clavaron las espuelas y se aleja- ron de sus amadas mujeres. Llevaban como equipaje un mapa, una brijula, un catalejo, unas aceitunas, pero més que nada, un trozo de vergiienza. —Algin dfa regresaré por ti, Graciana —iba repi- tiendo el enano, quedo, devoto, como si fuera una ora- cién—. Algiin dfa regresaré por ti. Alanochecer, alld en Chichihualco, Antonia se secé una légrima con la punta del delantal y Graciana le pidié a San Cristébal que los bendijera. Los guardarfan para siempre en la memoria de sus manos. XIx Los nombres 4De dénde sacan fuerza los conquistadores para co- rregir mil leguas? gDe dénde, la fortaleza para resistir embates y enfermedades? Filemén sintié coraje por haber sido educado entre plumas de ganso y colcho- nes mullidos. Se habfan alejado del Camino Real y no sabfan dén- dese encontraban. Iban montando un caballo abatido: Neptuno ya no era ni dios, ni planta, sino un animal triste. Se consolaron con el paso de los venados y el brincoteo de las ardillas y los mapaches. Al menos ha- bia seres sobre este planeta que tenfan ganas de vivir. De pronto, Filemén se acordé del mapa del maes- tro Bartolomé, Cuando lo desenroll6, broté un aroma de esencias caseras: hierbabuena, manteca, almizcle, eucalipto. —Asf olfa mi casa —dijo emocionado Filemén. —En cambio, la mfa siempre olfa a pélvora. Mi pa- dre era cohetero. Qué emocionante! —No creas, decia mi abuela que de tanto tronido me quedé chiquito. @ —jQué desgracia! Neptuno, después de beber agua y remojar sus pa- tas en el arroyo, se eché a descansar bajo un érbol. Es- taba muy triste y se quejaba. Los amigos observaron el mapa detenidamente. —Mira, Gigantén, entre Taxco y Acapulco hay infi- nidad de pueblos... jlos ves? —Yo veo puros puntos. —Pues en cada punto cabe mucha gente. —1Con todo y casas? —iAy, Gigantdn! No me digas que nunca habfas visto un mapa! —Nunea. —{No te sabes los nombres de los pueblos? —No. —A ver, repite: Xochihuehuetlan. —Xo-chi-hue-hue... qué? —Tlan... jcataplan! A ver repite: Tlacoachix- tlahuaca. —Tla-coa-chix... chixctla... ge6mo? —...chixtla ...hua-ca. —jHuacal! Hudcala! —A ver, busca en el mapa un pueblo que se parezca, aCopala. —;Copalillo! —{A Iguala? —ilgualapa! —4A Totolapan? —jTeloloapant —Mira, Gigantén, antes de llegar a Acapulco debe- mos cruzar el rfo Papagayo. 6 —Papa-gayo, la papa del gallo. Ya viste este nombre? ;Pungarabato! {Qué garabato! —Con un ojo al gato y otro al... joungarabato! —Me gusta mas: Con un ojo al viejo y otro al jcata- lejo! Gigantén sacé el pequefio catalejo plateado de su bolsillo para mirar a través de él. —No te atrevas a usar esa cosa, no te atrevas... jla- drén! —bromeé el muchacho y luego le arrebaté el lente para mirar a través de él. Ahi dentro est mi mamé! —Te lo juro. Lleva puesto un vestido azul y luce muy bonita. —A ver, a ver... ;quiero veer! —rezongé Gigantén. —Esté en un gran salén con otras personas elegan- tes. ;Ay! Quién se acerca a mi madre? iAy, no! Va a bailar con don Francisco Aguilar. —iTe digo que me dejes ver! —reclamé Gigantén, —iMamia! No lo hagas, te lo ruego. Te estoy viendo jMamét Soy tu hijo. ;Me oyes? —No te puede off, est en México. —Ah, no? Pues entonces me voy a meter dentro del catalejo y... —jEstés loco? jNo cabes! —jClaro que sil. Mamé! ;Allé voy! Filemén deseaba con toda su alma abrazar a su ma- dre y contarle sus penalidades, asf que intenté meter una mano, luego un pie y luego la cabeza por el orificio 61 del catalejo. Fue imitil. Cuando desilusionado volvié a pegar el ojo al catalejo, su madre haba desaparecido. —jMarné, no te vayas! —No te escucha. —¢Por qué? Quiero regresar a casa! —exclamé Fi- lemén angustiado. De pronto, Neptuno relinché dolorosamente. Le tem- blaba todo el cuerpo. Agonizaba. El enano lo revisé y le encontré en una pata la mordedura de una culebra. ‘Traté de extraerle el veneno con la boca pero fue inti- til. Luego le susurré a la oreja cuentos fabulosos sobre caballo heroicos. Neptuno no respondié, cerré los ojos y no volvié a ver este mundo. Gigantén y Filemén guardaron silencio varias horas hasta que una réfaga de viento del atardecer envolvié al corcel y se lo llevé volando al paraiso. XX El Papagayo Por obra y gracia del Espfritu Santo los amigos se en- contraron de nuevo sobre el Camino Real. Ya no esta~ ban perdidos. Tampoco solos. Viajeros provenientes de la Ciudad de México transitaban en coches, a lomo de mula, a caballo o a pie rumbo al puerto de Acapulco. El viaje habfa sido largo. El calor quemaba. Filemén y el enano estaban abatidos, relamidos, carcomidos, deprimidos, alicafdos. Les pesaba el cuerpo. Su ropa estaba empapada en sudor y sus pies, a punto de des- baratarse. Hacfan sefias a los paseantes para que los invitaran a subir, pero era inuitil. Entre ellos habfa mer- caderes, religiosos, empleados del virrey, futuros pasa jeros del galesn y hasta contrabandistas y bandoleros. —Mira, ese lleva un parche en el ojo... ¢Seré pirata? —Aguel tiene dientes de oro... ;Serd conde? —Oye... ese caballero nos invita a subir... slremos? —Parece escribano... jstibete! Al fin, un hombre se apiadé de ellos y les permitié subirse sobre los estribos. Incémodos, traqueteados, sorteando vados y piedras, llegaron a la cuesta del rfo Papagayo. Entre orquideas colgantes y enormes magueyes, vislumbraron el coloso. Emocionados, bajaron del co- che y descendieron hacia la ribera, empujéndose uro al otro, rodando. El rfo era espeso, abundante, arrollador. Su co- riente, furiosa, avanzaba sin piedad. Con lentitud y cansancio, viajeros, coches y animales legaron a un pequefio muelle donde ind{genas de ropa ligera y mi- rada profunda, anunciaban que la corriente estaba tan alta que debfan esperar a que bajara. El desdnimo fue general. Apostados junto al rio, los peregrinos esperaron uno, dos, tres dfas a que el torrente se calmara. ;Cémo aplacar su furia?, gc6mo callar su rugido?, se pregunts Filemén. Altercer dfa, el rfo abrié sus fauces y se convirtié en un monstruo comelén. Con una voracidad incontrole- le, se dedicé a paladear cuanto ser se acercaba a sus orillas. Asf se trag6 a una gallina que imaginé ver ua grano de mafz flotando sobre las aguas, se comié tam- bién a un tlacuache que se acercé a la ribera para ver alla gallina flotar y se engullé a un coyote que intents atrapar al tlacuache que pretendié alguna vez cazar a lagallina, Y por si fuera poco, se zampé también al enano Gi- gantén que se atrevié a acercar la nariz a la orilla del rfo para apoderarse del coyote que deseé atrapar al tlacuache que quiso masticar las plumas de la gallina que murié ahogada por perseguir un grano de maiz flotante. Demasiado tarde descubrié Filemén el fatal acontecimiento:

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