0 calificaciones 0% encontró este documento útil (0 votos) 331 vistas 186 páginas El Galeon de Filemon
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido,
reclámalo aquí .
Formatos disponibles
Descarga como PDF o lee en línea desde Scribd
Ir a elementos anteriores Ir a los siguientes elementos
Guardar El Galeon de Filemon para más tarde Rebeca Orozco
Las historias de Rebeca Orozco nos transpor-
tan a tras 6pocas ynos muestran costumbres
diversas, Sus textos son migicos yalimentan
1 recuerdo, Dos de sus autores favoritos, Ga
briel Garcia Mérquee y Ray Bradbury.a impul-
saron a escribir. Desde que era nia, a Rebeca
Je encantaba leer: le gustaban fas historietas
de La peguefa Lult, Periquita y Susy, secretos
de corazb.
Rebeca Orozco estudié Ciencias de la co-
‘municacin social y ha escrito guiones para
television, as{ como la obra de teatro Za,
Sus libros han sido publicados gor varias edi-
toriles de fiteratura infantil.En 2006 el libro
_Mésoaras de México obtavo el premio Anto-
no Garefa Cubas.
Kamui Gomasio
Mirar las ilustraciones de Kamu es como
abriruna puerta que te leva'a mundos inere-
bles y fantdsticos. Como él mismo lo dice, es
un lustrador poblano de corazén norterio.
Cuando ers nity feyé Moby Dick, su vida cam-
iS por completo, pues entendié que estaria
fiaertemente ligado alas historias la fice,
Kamui Gomasio es un ilustrador indepen-
diente con tuna década de experiencia profe-
sional. Ha trabajado para las mejores exico-
tales de México yen algunos proyectos para
televisin, En 2013 gané la beca de Jévenes
Creadores que otorga el Fondo Nacional para
Ja Cultura y las Artes, o cual le ha permitido
redescubrir el maravilloso mundo del cémic
ro séla como lector sino también como autor.El galeon
de Filemon
Rebeca Orozco * Kamui Gomasio
Ley: Cordova ‘Satnas2015
(Orozco, Rebeca
El gale6n de Filemén /llustrador Kaui Gomasio — México:
Pearson Educacion de México, 2015, 184 pp. —{Mar abierto - Cora)
ISBN: 978-607-32-3341-5
Direcci6n general: Sergio Forseca
Direccién de innovacién y servicios: Alan David Palau
Gerencia de contenidos K-12: Jorge Luis Iiguez
Gerencia de arte diseio: Asbel Ramirez
‘Coordinacién editorial: Marcela Alois
Coordinacién de arte y disefio: Ménica Galvan Alvarez
‘Autora: Rebeca ma Orozco Mora
ltustracién: Kaui Gomasio
Edicién: Abigail Alvarez
Disefio de la coleccién: Equipo de arte y diserio Pearson
Seleccién y revision de ta coleccién: Aline Hermida
|SBN libro impreso: 978-607-32-3341-5,
ISBN e-book: 978-607-32-3342-2
Impreso en México. Printed in Mexico.
1234567890- 1817161514
DR. © 2015 por Pearson Educacion de México, S.A, de C.V.
‘Avenida Antonio Dovall Jaime, nim. 70,
Torre B, iso 6, Colonia Zedec, ED, Plaza Santa Fe,
Deeg. Alvaro Obregén, México,
Distrito Federal, C.P.01210
‘Cémara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, reg. nm. 1031
Aesenads todos derechos. Ma tad i pate desta pub
AIS ION is rencacoosnsemnsshen nour foma apo npginne
sea decdnico, mecanic, fotoquice, magreico electoopt-
(2, por floc, aback @ cualquier oto, A peso peo par
www pearsonenespafiolcom sito dl eo
sta obra se termind de imprimir en plo de 2015,
en es taleres de Utografie Ingrame, SA. de CV.
Centeno 162-1, Co. Granas Esmeralda,
CP 08810, México, OFCon gran amor para mis hijos, Pablo y Valeria.
Lanavedela China,
que llegé a Acapulco
Ie trajo aia noble
Marquesa de Uluapa.
uncofre de laca
color de vainilla;
yomado de alados
‘dragones dorados
de extrafas flores,
unos dos tibores,
(Fragrnento det poema ‘Nave de ta China)
Francisco Gonzélez de Le6nI
El deseo
Asi como alguna vez existié un hombre pegadoa unana-
riz, existié también un nifio pegado a un deseo, un deseo
tan importante como su tacto 0 como su boca, sus pier-
nas 0 su cabeza. Este deseo lo hacia moverse de un lado
al otro. Este nifio querfa, con toda su alma, navegar en
‘el gale6n de Manila. Habia escuchado historias de nave-
gantes que lucharon contra tormentas y contra bestias
marinas para conocer el otro lado del mundo. Querfa ser
‘como ellos. Su deseo se podfa decir en unas cuantas pala-
bras, pero era tan ancho como el mar, tan intenso, que a
‘yeces cuando le preguntaban “;Cémo te llamas?”, él con-
‘testaba “Galeén’ y no “Filemén’, su verdadero nombre.II
El repique de las campanas
Nosiempre se nace con los deseos,a veces llegan volando
yse pescan delamisma manera que un resfrfo, sin sen-
tirlo siquiera. Por ejemplo, el deseo de navegar se instalé
enel pecho de Filem6n una tarde de enero cuando ca-
minaba por la calle de los Donceles. Lo acompafiaba
su nana Benigna. Juntos miraban los carruajes y los
caballos que, con herraduras de plata, galopaban so-
bre los empedrados de la ciudad.De pronto, las campanas de la iglesia de Santo Do-
mingo, de la iglesia de San Francisco, de la Catedral, de
la iglesia del Carmen y de La Profesa repicaron con fuer-
za. Una lluvia de tafidos cayé sobrelos presentes, Tafiidos
del color del bronce que se metieron por las orejas de
Filemén y le movieron los sentimientos. No supo qué
hacer el muchacho con tanto asombro y lo fue acomo-
dando poco a poco dentro de un rosario de preguntas:
—Dime, nana, ;qué anuncian las campanas?
—La llegada del galeén de Manila al puerto de Aca-
pulco.
—{Cémo es el galedn?
—Es un barco inmenso que trae cosas exéticas y
bellas desde el Oriente.
{Qué cosas?
—Perlas, porcelana, encajes, seda, biombos, jarrones...
—{Jarrones?
Filemén, jarrones decorados con paisajes ex-
trafios.
—gLos paisajes viajan a través del mar?
—Desde el Oriente hasta Acapulco.
onde est Acapulco?
—Lejos. All4, en la costa, sobre una playa y cerca
del mar.
{Qué traen dentro los jarrones?
—jAy, Filemén!, cémo voy a saber, pues han de
traer... jchinos! Miles de chinos!
Entonces Filemén fijé su vista en el infinito y se
imaginé que el galeén de Manila era un palacio flotan-
te donde habitaba un rey que gobernaba alos miles de
chinos que viajaban dentro de miles de jarrones.Il
El maestro Bartolomé
‘Como casi todos los maestros que existen sobre la Tie-
tra, el fraile Bartolomé entré en la habitacién mirando:
a través de su par de anteojos. Extendié un rollo de
papel amarillento sobre un gran escritorio y le mostré,
asualumno un mapa del mundo.Filemén se sorprendié al ver tanta tierra y tanta
agua, y, como si la curiosidad le picara los ojos, pesta-
ied seis veces.
—Digame maestro, ;dénde estamos nosotros?
—Aqui, mira, en el centro de la Nueva Espatia.
—{Dénde estoy yo?
—Eres tan pequefio que no apareces.
—& Manila? :Donde esta?
—Aqui, en Jas islas Filipinas.
—;Dénde? jNo la veo!
—Aqui, mira, cerca de Mindanao, de Samar, de Ca-
marines, de Zebu...
—¢Dénde?
—{Ves este puntito?
—Ah, si, si, jYa lo vi! Pero... gahf cabe Manila?
—Claro, con todo y su muralla.
—No me diga que est rodeada de muros.
—Por supuesto, si no... gc6mo se defiende de los
piratas?
Uy, qué emocionante! ,Usted ha estado alld?
—Hace muchos afios que me embarqué hacia el Ja-
én. Desafortunadamente, un huracén rompié nues-
tros mastiles y el barco navegé a merced del viento
durante varios dias.
;Qué barbaridad! ¥ luego, squé pas6?
Nos desviamos totalmente de nuestra ruta. El
destino nos llevé hasta Manila.
—jCaramba! ,Cémo es Manila?
—iMaravillosa!
—Algiin dia yo viajaré hasta alld. ;Serfa muy dificil?—Digamos més bien que el recorrido es largo y de-
bes tener mucha voluntad.
—La voluntad la tengo, digame ahora el recorrido.
—Si viajas desde la ciudad, debes dirigirte primero
hacia el Canal de la Viga y de ahf embarcarte en una
balsa que te leve a Milpa Alta.
—Ca-nal-de-la-Vi-ga-Mil-pa...
—Pero Filemén, gests tomando nota?
—Claro, tuno nunca sabe cudindo se puede ofrecer.
—Bueno, de Milpa Alta debes viajar a Real de Minas
de Taxco, pasar por pueblos como Chichihualco o Chil-
pancingo, cruzar el ro Papagayo y finalmente llegar a
Acapulco. En este puerto te embarcards en el galeén
que te llevaré hasta Manila.
— Bravo!
—Basta ya de sofiar y repasemos las cinco reglas de
la cuenta guarisma.
—Ay, maestro, gy esas cudles son?
—iVélgame Dios! {Ya se te olvidaron? Escribe... las
cinco reglas son sumar, restar, multiplicar, dividir, me-
dio partir y partir por entero.
—Maestro, le voy a decir un secreto: un dfa, yo voy
partir por entero y a nadie le diré adiés.
0IV
La corrida de toros
‘A veces los medios hermanos son mis enteros que
muchos hombres. Constantino era diestro, audaz, en-
tero y Filemén lo visitaba a menudo para compartir
con élllos juegos de los mayores.
Los dos muchachos se querfan. Eran hijos de un
mismo padre: Gonzalo de Guzmén, el viajero; pero
de madres diferentes y opuestas: dofia Mercedes era
una mujer aficionada a los naipes, a los encajes de
seda y al olor del rapé; en cambio, Felipa Trasmonte era
una mulata dedicada a la venta de buiiuelos y a los
bailes venidos de Africa. Se decia que estas dos mu-
jeres eran como el pan yla tortilla: una era fria, seca,
altanera; la otra, moldeable, caliente y humilde.
Esa tarde Filemén caminé hacia los suburbios dela
ciudad para visitar a su medio hermano. Constantino
habitaba con su madre en un barrio donde contras-
taban las arboledas con los montones de basura. Su
casa era de un solo piso y una sola habitacién. En el
zaguén, Felipa Trasmonte tenia un puesto de buiiue-
os que atendia con ganas, donaire y mucho piloncillo,Los hermanos se saludaron. Merendaron una torre de
bufiuelos crujientes y una jarra de chocolate caliente.
—Jugué a los dados y gané unos reales —conté
Constantino.
—Qué suerte, no te pillaron? —exclamé Filemén.
—A mi? —dijo el hermano mayor, con aires de su-
ficiencia.
—Me han dicho que est prohibido apostar —de-
claré Filemén.
—Estoy harto de las prohibiciones. Te invito a una
corrida de toros.
—(Bravo! —grité el muchacho, entusiasmado.
Constantino no tenfa otro oficio més que el de
apostar. Apostaba en los naipes, en la loteria, en las
peleas de gallos, en las carreras de licbres. A veces ga-
naba muchas monedas, a veces las perdfa todas. Su
vida se movfa del tingo al tango y su madre se quejaba
de que no sentara cabeza.
A pesar de todo, Filemén lo admiraba. Queria tener
laedad de Constantino. A su lado, el tiempo transcurria
de diferente manera, més veloz y més intenso, porque
Jo levaba a lugares prohibidos, como los tendejones,
donde mujeres escotadas servian pulque en jfcaras de
calabaza, o como las guajas, teatros clandestinos en los
que se presentaban comedias sobre temas sexuales.
Sobre la Plaza del Volador se habfa levantado un cir-
co taurino provisional. Estaba adornado ricamente. El
virrey miraba el espectaculo desde el balcén del Real
Palacio.
Las personas de rostro blanco se habfan sentado en
las gradas de adelante; las de rostro més oscuro, en las deatrés. Los ricos vestfan trajes elegantes y valiosas joyas;los
pobres, telas gruesas y joyas de fantasia.
‘Alas cinco de la tarde sonaron los clarines y se abri6
Ja puerta que dejé pasar a un toro embravecido. Una
cuadrilla formada por nobles y criados, montada sobre
resistentes caballos, rode a la bestia. La provocaron con
sefias y silbidos, la aturdieron y le encajaron sus lanzas.
Ante las primeras picadas Filemén se taps los ojos.
—Ojos tapados son de malcriados —advirtié Cons-
tantino, y Filemén no tuvo ms remedio que presenciar
los infinitos chorros de sangre que manaban de las,
bestias.
En la quinta corrida un toreador de banda, vestido
con casaca suelta y calzén, armado con un estoque,
enfrenté al toro a pie firme, Con una capa roja burlé al
toro pero, cuando iba a asestarle una estocada, el toro
Jo embistié con safia.
La gente grit6, disfruté la cornada, temié lo peor,
aplaudi6, Enardecido, el toro derribé bancos y gradas..
Persignié a los cirujanos que trataban de llevarse al
herido. El pénico cundié. El virrey ordené a las cuadri-
llas que detuvieran al animal, pero no tuvieron éxito.
Constantino fue el iinico valiente: tomé el rebo-
20 de una mujer y bajé corriendo hacia Ja arena. Ahi
extendié la tela, esquivé al toro con donaire y lo fue
domando poco a poco. Una exclamacién de asombro
broté del piiblico. Bl joven sacé un cuchillo que trafa
prendido al cinturén, Silencio. Lo enterré en el enor-
me cuello del animal. Durante varios minutos, el pit-
blico ovacioné el acto heroico del muchacho.Esa tarde se lidiaron siete toros alternando con peleas
de gallos y carreras de liebres perseguidas por perros. Al
final, el arzobispo ofrecié a toreras y rejoneadores pla-
tones llenos de dulces. A Constantino, aun cuando era
mulato, lo contrataron como toreador de banda.
Alas nueve de la noche salieron de la Plaza del Vo-
lador.
—{Cémo hiciste para vencer al toro?
—Con fuerza, sin miedo.
juiero ser valiente como tii!
—Realiza una gran hazafia.
—Grande-grande? Tengo una en mente.
—1Cual?
—Probaré que puedo ser valeroso.
—{Cudndo te irés?
—Mnuy pronto.
—{Nos volveremos a ver?
—El destino nos reunird otra vez, con seguridad, lo
presiento.
Filemén envolvié a Constantino con un brazo corto
y otro largo. Se despidieron. Entre las luminarias de
cote, la figura del muchacho alegré la noche. Allé, en
Ja puerta de la casona, su nana lo estaba esperando.V
El salon del estrado
‘Todas las mamés de los nifios son diferentes: las hay
bajas 0 altas, oscuras o blancas, de corazén amarge 0
dulce, de brazos abiertos o cerrados.
Mercedes Linares era alta, blanca y sus brazos no
se abrian para envolver a Filemén. Era tan ligera que
caminaba sin tocar el suelo. Los dias que no comfa se
elevaba tanto que su cabeza llegaba a tocar las vigas,
de los techos. Por las noches, més que una mujer pare-
cfa un fantasma que flotaba.
Mercedes habia sido educada para ser veleidosa y
flotante: un ama de casa volétil que se olvidaba de dar
érdenes. Si hubiera sido un barco, su hogar se hubiera,
ido a pique:|a cocinera no sabrfa qué cocinar, la costu-
rera no hallarfa hilos ni tijeras para zurcir y el cochero
no tendria idea del rumbo que iba a tomar,
El matrimonio de Mercedes y Gonzalo, los padres
de Filemén, se habfa celebrado en nombre dela conve-
niencia y no del amor. Por eso Gonzalo estaba enamo-
rado de sus viajes y Mercedes, al sentirse abandonada,
buscaba la proteccién de Francisco Aguilar, hombre
rico, hombre juez.Aquella tarde dofia Mercedes se adornaba cuello y
brazos con zarcillos, pulseras y gargantillas que, por
aumentarle algunos kilos, la mantenfan con los pies
sobre el piso. Estaba nerviosa y apurada. Iba a recibir
aun grupo de sefioras en el salén del estrado y habfa
ordenado a la servidumbre que preparara los dulces, el
vino y el chocolate.
Rosa, su dama de compafifa, la estaba peinando de-
licadamente cuando tocaron a la puerta. Era Filemén.
—Hijo mio, ga qué vienes?, ya sabes que no puedes
entrar aqui —dijo la madre hablando muy bajo.
—Disculpe vuestra merced, pero quisiera pregun-
tarle una cosa.
—Shh, ahora no, que se me desbarata el peinado
—murmuré la mujer y se colores los cachetes, suave-
mente, con grana cochinilla.
—Es que, quisiera pedirle permiso para...
—Shhh, jya te dije que se me derrumbard!
—Pero...
— Shhh! Silencio!
—iQuiero navegar! Quiero viajar lejos, a Manila! —
vociferé Filemén.
‘Plof! ;Plif! ;Plift, el peinado de Mercedes Linares se
vino abajo como un pastel asediado por un chiflén.
—iNifio grosero!
—iQuiero navegar lejos, muy lejooos!
chacho.
Dofia Mercedes estaba furiosa. Los caireles se le ha-
bian deshecho y se le desparramaban sobre la frente,
los cachetes, la boca.
—jQuiero ir a Manilaaa!
grité el mu-
6La mujerle dio la espalda a su hijo y se miré al espe-
jo. Maldijo su suerte, Filem6n miré la expresi6n colérica,
de su madre, la vio reproducirse en tres espejos hastael
infinito, lejana, inalcanzable, con un montén de pelos
enredados sobre la cabeza.
—Ve a tu habitacién y
zadora,
El muchacho abandoné el tocador, pero no se di-
rigid a su cuarto como le habia ordenado su madre.
Prefirié salir ala calle y escapar de las intransigencias
que lo rodeaban. Caminé largo rato entre las casas de
tezontle, de cal y canto. Cruzé puentes y vagé por ca-
Iejones. Escuché el agua de las acequias. No queria
pensar en lo sucedido, pero el olor a almizcle del to-
cador se le habfa pegado a la ropa. Para Filemén, st
madre habfa ido siempre como esas imégenes celes-
tiales que miran hacia las nubes, pero nunca se dignan
mirar a sus feligreses. Lo escucharfa alguna vez?
no salgas! —dijo amena-VI
La neveria
Las nieves de sabores son frfas, pero en el recuerdo,
quign sabe por qué artificio, se convierten en image-
nes célidas y coloridas.
Las frasqueras de los estantes estaban llenas con
Ifquidos dulces de diferentes sabores, Filemén no sabia
quénieve elegir, gcapulin?, zarraydn?, gnaranja?, zapote?
Le atrafan las de color fuerte porque le pintaban la len-
gua. Abajo, entre los barriles de nieve, un gato maullé con,
disgusto a causa del zapato infantil que le pisaba la cola.
—Una de capulin, por favor.
‘A cambio de una moneda, recibié un vaso copeteado
de la refrescante golosina. La primera cucharada le lle-
1né toda la boca. Para saborearla mejor, cerré los ojos.
Otros nifios entraron en la neveria acompafiados de
sus padres, el gato emitié un chillido y escapé. Para
Filemén, las nieves eran un verdadero placer, al igual
que el chocolate espumoso, el queso y las natillas.
Tenfalaboca helada ylos dientes destemplados cuan-
do vio entrar a Margarita, la nifia que lo hacia acongojar-
sey refiunfufiar, Antes de cumplir los trece aios, Filemén
habfa logrado resistirse al embrujo de las mujeres pero
Jos ojos negros y vivaces de Margarita lo hechizaban.
8La habia visto por primera vez durante la procesién
de Corpus, entre los estandartes de barro, los clarines
y los tambores. Desde entonces, su figura fina e inso-
lente ocupaba el palco de honor de su memoria.
Cuando ella se acereé al mostrador a pedir su nieve
de albaricoque, él no supo qué hacer: ga dénde mirar?,
gen dénde poner los brazos?, gc6mo apaciguar los lati-
dos del coraz6n? Sobre los vasos y platos de cristal, la
imagen del muchacho se habia fragmentado.
Una de las damas que acompatiaba a Margarita se-
jal6 discretamente a Filemén y dijo:
—Es hijo de dofia Mercedes Linares.
Margarita volte6 a verlo e hizo una reverencia seca.
El quiso saludar con alguna férmula de cortesfa, pero lo,
atacé un hipo tan incontrolable que las mujeres salieron,
del lugar muertas de risa. Cuando Filemén quiso dar un,
sorboa su nieve para consolarse, ya se le habja derretido.
Al salir del lugar, el muchacho vio un lujoso carrua-
je que se alejaba por el callején de Avilés. Era de Mar-
garita, ¢Se volverfan a encontrar? Estaba enojado. Ni
siquiera podfa desahogarse con la nana. No queria de-
cirle que estaba enamorado. Una rara mezcla de ver-
giienza y calor lo sofocé.
Sentada a la orilla de una fuente, su nana Benigna
lo esperaba envuelta en un rebozo de bolita.
—jAy!, nana, hace mucho calor, spor qué no te qui-
tas el reboz0?
—Mi rebozo es como mi casa, si me lo quito se me
cae el techo.VII
La alameda
Eran las cuatro de la tarde, hora del paseo en la Ala-
meda. Bajo la sombra de los érboles, damas e hidalgos
se asomaban desde las ventanillas de sus coches para
intercambiar saludos. Ellos se desvivian por mirarlas y
cllas, por lucir sus joyas y vestidos.
A Filemén Ie empalagaba tanta coqueteria. No le
gustaban los juegos de adultos. Por qué los paseos en
Ia Alamedg eran en coche y no a pie? Las alamedas es-
t4n Tienas de dlamos, Jos dlamos de ramas y jas ramas
de hojas que a veces se quedan, a veces se caen. File-
mén querfa bajarse y correr. No queria estar encerrado
en ese pequeiio cuarto ambulante donde se concentra-
ba el olor de los perfumes y afeites femeninos y donde
Rosa, la dama de compatifa, aleteaba el abanico cada
vvez.que su ama se sentfa acalorada, El mozuelo envidia-
‘ba.ala negra Dorninica pues iba sentada en el estribo y
podfa sentir el viento.
Para mantenerse pegada a su asiento, dofia Mer-
cedes se habia puesto una mantilla gruesa y muchos
collases. Estaba inquieta. Miraba constantemente ha-
cia afuera come buscando a alguien. Filemén no seanimaba a hablarle, temfa rasgar la gasa fina que la
envoivia y que se [a llevara hasta las nubes.
De pronto, un hombrea caballo hizo sefias al coche-
ro para que se detuviera. Los cabailos interrumpieron:
su galope. El extrafio, de camisa fina y capa encarnada,
entregé una carta a la negra Dominica y después de
hacer una reverencia se alej6. Con entusiasmo, dofia
Mercedes desdoblé Ja hoja de papel, Ja leyé en pocos
segundos y comenté:
—Nos invitan a un sarao en la casa de campo de don
Francisco Aguilar, alld en San Agustin de las Cuevas.
—{ Qué es eso de sarao? —pregunté Filemén incon-
forme.
—Una fiesta donde se baila y se tocan instrumen-
tos. Se bebe vino, se comen manjares.
—2Si? {¥ qué més? —coment6 irénico el muchacho.
—Se admiran los juegos pirotécnicos y los juegos
de agua.
(Cuando serd?
—El viernes, el sébado, domingo, lunes... puede du-
rar hasta una semana.
~Y los muchachos como yo, gqué hacen en los sa-
ras?
—Se estén sentaditos y calladitos, como cuando los
retratan,
Filemén hizo una mueca de disgusto. Se imaginé
sentado sobre una silla dura mirando el retrato adusto
de algtin monarca espaiiol.
—{l mi padre con nosotros?
—No, Filemén. El esté en el Peri,El muchacho pensé con ajioranza en su padre.
zDénde estaba? ;Cuédntas leguas lo separaban de él?
Su padre los visitaba dos veces al afio, pero cuando
al fin aparecfa en el portén de la casa, hacia sentir a
Filemén como el ser més importante de este mundo:
lo colmaba de regalos y te conteba hazafias tan pro-
digiosas como la de un dguila tan inmensa que podia
atrapar con sus garras a un elefante y levantarlo por
el aire. Cuando volveria a ver a su padre? Cuando
se disfrazarfan con armaduras viejas para jugar a las
atallas? Lo necesitaba més que nunca.
Sin darse cuenta dela pena que sentia su hijo, dofia
Mercedes apreté contra su pecho la carta recibida yla
guardé en su bolsa de chaquira, No le dijo a Filemén
que en los saraos el galanteo amoroso era la regla que
se segufa. Tampoco le dijo que la mirada de don Fran-
cisco Aguilar le despertaba la piel dormida.
—jOdio a Francisco Aguilar! —chillé Filemén pen-
sando con rabia en el amorio que estaba viviendo su
madre con aquel sefior de nariz picuda y piel amari-
llenta.
Dofia Mercedes vio a Filemén sin verlo, le dio unas
palmaditas en el hombro y se quedé pensando en el
infinito.VI
El aguacero
Habia lovido toda la noche y las calles de la ciu-
dad comenzaban a inundarse. Un trueno quebré la
madrugada. Filemén se tapé la cara con sébanas
y colchas. El cielo rugié como un caiién. Le lasti-
mé los ofdos. El agua se habfa transformado en un
monstruo. La nana entré repentinamente a la ha-
bitacién.
—jSanta Barbara doncella, ibranos de una centella!
—rezé Benigna.
—gQué pasa, nana?
—jHabré inundacién, nifio, Dios nos ampare!
Filemén se levanté de prisa y se asomé a la venta-
na. Abajo, rfos de agua corrfan por las calles. Arriba,
nubes negras cubrian el cielo.
—;Qué barbaridad! —exclamé asustado.
—jNo hay tiempo que perder! ;Vistete!
—;Para qué? ;A dénde vamos?
—Debemos abandonar la casa.
—iNo puede ser! A dénde iremos? —lloré Filemén.
—A lacasa de don Francisco Aguilar.
—{Por qué, nana, por qué a la casa de ese sefior?
m4—Porque su casa esté afuera de la ciudad, a salvo
del agua.
Wo no quiero ir!
—Lacasa es muy elegante, te tocaré una habitacién
hermosa junto a los jardines.
—iAy, nana! {Qué no entiendes, no entiendes que
no quiero ir?
—Es orden de tu madre, no la desobedezcas. jSi te
quedas aqui, te ahogards!
—Tanto va a subir el agua? ;Qué terrible! Cudnto
tiempo loverd?
—Diez dias y diez naches. Le anuncié el cometa.
Filemén se imagin6 una ciudad inundada hasta
Jos techos y a miles de muertos flotando sobre sus
calles. Se asusté,. Luego tuvo un presentimiento: ha-
bfa Hegado Ia hora de corer tras su deseo, de en-
frentar peligros, de vivir Ja aventura. gra el agua
una sefial?
—Nana... jno voy a ir con ustedes!
—;Cémo! gPor qué, Filemén?
{Me voy al mar!
—jAl mar?
—jNavegaré en el galeén de Manila!
—Pero, mi nifio, jestés delirando! No tendrés ca-
Jentura?
—iTe digo que voy a ir!
—iNo te dejardn embarcar!
—jMe esconderé en tn jarrén!
—jMuchacho impradente! ,Qué le voy a decir a tu
madre?
—La verdad. Que me escapé. Que voy a navegar.—Por favor, nifio, espera un tiempo, el galeén viene
cada aio... te lo ruego!
—Ahora o nunca.
~{Qué le voy a decir a tu padre?
—Que voy a recorrer el mundo como él.
Con rapidez, Filemén guardé un montén de ropa
dentro de una boisa. Nada fo hubiera hecho retrace-
der. De un dia para otro la vor se le habia engrosado,
sus Cejas estaban més pobladas, parecia un hombre.La nana Benigna se acordé entonces del repique delas
campanas, de la noticia del galeén, del rostro ilumina-
do del nifio, de la necedad del destino.
—Nana, tengo que seguir a ese Filemén que es mas
valiente que yo.
El mozuelo salié del cuarto y avanzé por el corre-
dor, En el estudio despegé de la pared el mapa del
maestro Bartolomé, la doblé y lo guardé en el bolsillo
de su casaca. Luego tomé le brifjula de su padre y la
guardé junto al mapa.
Ensilencio, Filemén y su nana bajaron al primer piso.
—Y, jsi te pierdes? —pregunté la nana con el cora-
z6n rote,
—Imposible, tengo anotada la ruta, llevo un mapa,
una brijjula.
Lanana entré en la cocina, tomé de los estantes un_
poco de pany lo envolvié en un patio. Al saliry encon-
‘rarse con la figura del nifio que habia criado, sintié
ganas de llorar. Hubiera dado la vida por acompanarlo
hasta el fin del mundo, pero dijo simplemente:
—Liévate este pedazo de pan y que Dios te acom-
paiie.
El muchacho le dio un beso en la frente y salié por
el gran postén, Contra la corriente se puso a caminar.
Elagua le cubria los zapatos. Estaba fra.
Atrés, en la casa, Benigna desconocié los caminos.
Se tropezé y chocé contra un espejo. Lo rompié. Se
agaché para recoger los pedazos. Sobre ellos se reflejé
mil veces su rostro: cejas como arcos sin triunfo, arru-
gas, acequias, ligrimas. Habfa amamantado a Filemén
con su leche y sus ensehanzas. 21.0 volverfa a ver?IX
El Canal de la Viga
Un deseo, una brijula y un mapa no son suficientes
para avanzar. Se necesita mucho valor para alejarse de
casa. Por eso Filemén caminaba diez pasos, pero luego
retrocedia cinco. En realidad, el inicio de su viaje fue
muy penoso. La lluvia cafa con més fuerza. Golpeaba.
Las calles se habjan convertido en rios. El muchacho
sentfa crecer el agua hasta sus rodillas. Habfa camina-
do durante horas y se sentfa desfallecer.
‘Al fin encontré un gran cajén de madera flotando
sobre las aguas. Se subié sobre él y con un palo viejo
comenzé a remar. Elagua era tan oscura y espesa como
una pesadilla. En ella flotaban desperdicios, pedazos de
madera, caddveres de perros, vacas, cerdos, gallinas. Fi-
lemén habfa abandonado su hogar y pertenencias. No
posefa otra cosa que la certeza de caminar hacia Aca-
pulco. El pan de la nana Benigna estaba mojado. Las
piernas no le responaifan, estaban heladas y tiesas.
Se sintié desamparado. Debfa navegar hacia el Ca-
nal de la Viga, pero no sabfa qué rumbo tomar. La
ciudad parecia otra, el desastre habia cambiado su fi-
sonoma. Se le hizo un nudo en la garganta,
%®gDejaria a su madre? A Constantino? ;A la nana?
2A Margarita? jAy! Filemén apoyé su cabeza sobre su
bolsa de ropa. Estaba empapada al igual que sus pies,
las calles, la ciudad.
De pronto, una voz lejana pronuncié su nombre. Se
tallé los ojos y pudo distinguir, entre los remolinos de
agua, una canoa con un hombre, Hizo una sefia con
la mano para pedir ayada. La canoa se acercd. Bajo
el toldo dorado de la embarcacién reconocié la figura
regordeta del padre Escalante, su confesor.
—ijAve Marfa Purisima! —exclamé el confesor atur-
dido.
—iSin pecado concebida! —respondié el muchacho
solemne.
—Filemén! ;Qué haces en ese cajén? ;Por qué es-
t4s solo? {Vent Sube a mi canoa!
El padre Escalante le tendié una mano tan flécida
ytan llena de anillos que el jovenzuelo tuvo que hacer
varios intentos para subir.
—{Estds bien? —pregunté alarmado el padre.
—Eeee... si... 80 creo.
—Pero, gqué haces, aqui, solo, en medio dela inun-
dacién?
—Busco un camino.
—1Cudl?
—El camino hacia Acapulco.
—iCémo! Acapulco queda muy lejos de aqui!
—No tan lejos como piensa.
—Ademés, ;viajards solo?
—No tan solo como piensa.
—Pero, Filemén, atin eres muy chico,
—No tan chico como piensa,
—Basta! Te regresaré a casa!
2—No, por favor, se lo ruego.
—Te acusaré con tumadre, mereces un buen castigo.
—jPero si no he hecho nada malo!
—Cémo que no... has escapado de tu casa!
—Queridisimo padre, confieso que me he escapa-
do, pero es para un bien mayor.
~;Qué bien puede traer tu desacato alla ley de Dios?
—La aventura, padre, digo, la buenaventura.
—jInsolente!
El canal estaba atestado de canoas, chocaban unas
con otras. La gente levaba baiiles, crucifijos, muebles,
retratos, vajillas, santos,
—{A dénde van? —pregunté el muchacho.
—A letapalapa... a Xochimilco... Milpa Alta... —
contesté aturdido el padre Escalante.
—{Milpa Alta? Voy con ellos!
—jNo irds!
— Pero, padre, debo ir con ellos!
—iNo irds! Que te excomulgo...!;Achuuu! {Ya ves...?
Name resfrié!
Elmuchacho se levanté bruscamentey dio un salto
acrobitico hacia la canoa més cercana. La embarca-
cién se tambaleé y sus tripulantes maldijeron al pe-
quefio intruso.
—jNo huyas, maleriadol Esperas absolucién? —re-
clamé indignado el padre Escalante.
Lavoz del clérigo se perdié entre el golpeteo della lluvia.
—Me rezas veinte padrenuestros... jachuu! Diez
credos... jachuuu! Cincuenta avemartas... jy te das
treinta azoteees!
Filemén no escuché su penitencia, pero suftié una
més dura: se habfa subido a una canoa de ladrones.x
Juan Pellejo
La maldad tiene verrugas, manchas y pellejos. Esta
podrida. Da asco. Filemén se encontraba en las garras.
mismas de la maldad.
—Sinvergiienza! (Bellaco! {Granuja! —gritaron al
intruso los ocupantes de la balsa.
Elmuchacho tembl6. Se le apreté el estémago. Ha~
bia llegado al infierno. Los rufianes trataron de arro-
jarlo al agua.
—iNo, por favor... ;Se los ruegot
—Esperen! ;Trae una bolsa! {Quitensela! —ordené
Juan Pellejo.
Los hombres la abrieron con curiosidad. La ropa de
Filemén estaba mojada, pero atin mantenia restos de
elegancia y suntuosidad, Jugaron a probarsela. A despa-
rramarla como si fueran trapos.
—jConque nifio rico!
;Cortesanito!
;Gachupin!
Metieron la ropa en costales que traian adheridos
a sus cuerpos, costales dispuestos a engullir cualquier
‘cosa ajena: casacas, botones, encajes, chupas, calzas.
—Te voy a cortar un brazo! —amenaz6 un hombre
con un ojo blanco. Le decfan Verdugo.~El largo 0 el corto —se burlé Isidro, un hombre
marcado por viruelas.
=No, sefior, por favor
perado,
—Céllate, Verdugo! —exclamé Pellejo —{No ves
que este caballerito nos puede servir?
—¢Para qué? —reclamé Isidro— ;Tiralo al agual,
ique se ahogue!
—No, sefior...jse lo suplico!
—jTe voy a cortarla lengua! —amenazé Verdugo.
—Cillate, idiota! ;No ves que lo quiero completo? —
amenazé Juan Pellejo—. Andale, mocoso, ponte a remar!
—Si, sefior —dijo Filemén temblando de miedo.
—iNos ayudas 0 te cortamos la cabeza! —grité Ver-
dugo rodeando el cuello del mozuelo con sus manos
callosas.
—jAy! Dios mfo! No me mate! Se lo ruego...
_{Tenemos cara de asesinos? Nos ofendes!
—No, sefior, no creo que sean asesinos...
—Haces bien, porque yo soy maestro platero y es-
tos dos brutos son aprendices... el problema es que
necesitamos mucha, pero mucha plata, para poder
hacer piezas valiosas y jt nos vas a ayudar a conse-
guirla! —dijo Pellejo con malicia.
—Cémo? —dijo angustiado Filemén.
—Cuando lleguemos a Milpa Alta te lo diré.
Lamafiana habia sido gris, pero en la tarde al fin sa-
Ii6 el sol. Un rayo de luz cayé sobre el rostro de Pellejo.
Estaba totalmente descascarillado y cada vez que se
rascaba la frente se le caian pedacitos de piel. Filemén
crefa en los milagros, asi que rogé a Dios que el hom-
brese deshiciera antes de llegar a Milpa Alta.
grité el jovenzuelo deses-XI
El robo de la plata
Anochecié. Verdugo dormitaba. ;Con qué suefian los
verdugos? ,Can cabiezas y dedos cortados? Un miedo
gélido calaba los huesos de Filemén. Habia remado
muchas horas y le dolfan los brazos. Vio pasar cientos
de canoas que llevaban mercancfa hasta la Plaza Ma-
yor de la Ciudad de México. En esos momentos e! mu-
chacho hubiera dado la vida por convertirse en una de
las flores que viajaban en un huacal: una amapola, una
retama, un clavel...;Lo que fuera con tal de regresar a
casa!
—Llegamos —anuncié Juan Pellejo—. jBéjense!
Verdugo até una soga al cuello del muchacho para
que no se escapara. Caminaron entre mananiticles y
olivos. Las sombras que proyectaban los nopales pare-
cian monstruos dispuestos a espinarlo, Liegaron a una
iglesia. Pellejo forz6 la cerradura como silo practicara
a diario. Entraron sigilosamente. Un ligero olor a in-
cienso flotaba en el aire, Filemén se hincé, se persigné
rogando a Dios que lo salvara.
ara sorpresa de Filemén, los rufianes se persigna-
ron ante los santos, los retablos, los altares. Verdugo
2tomé agua bendita e Isidro oré en voz baja. Luego lle-
varon al muchacho hasta una capilla muy adornada,
—jHinquémonos todos ante la santisima plata! —
exclamé Isidro con una sonrisa.
—Llévense todo, pero no vayan a tocar a la Virgen
de la Asuncién, pues podria convertirnos en lagartijas
—advirtié Verdugo,
Isidro hizo una reverencia ante Ja Virgen y rez6 un
Dios te salve Marfa. Luego metié dentro de su costal to-
dos os candelabros y lamparas que encontraba.
Verdugo se acercé al altar. Se persigné. Guardé en
su morral el céliz, una charola, tres vasijas, un cruci-
fijo. Todo de plata, para fundirla, para hacer nuevas
piezas y venderlas.
Juan Peliejo se dedicé a buscar un pasadizo. Le ha-
bian dicho que estaba detras de la escultura de un que-
rubint que sostenfa una media luna que sostenfa una
Virgen que sostenfa el cielo. Abrieron una puertecilla
dorada, Al fondo del pasadizo debia estar un coffe tleno
demonedas de plata. A este cofre sélo tenfan acceso los
monagnillos, los enanos 0 los nitios, pues el pasadizo
era muy angosto.
—jAndale, pillo! jTréeme ese tesoro! —ordené a su
prisionero.
Filemén se escutrié por el pasadizo. Olfa a hume-
dad y estaba oscuro, ;Qué estaba haciendo? {Era un.
pecador? ;Por qué le robaba a la iglesia su limosna?
Si se lo contaba al padre Escalante, la penitencia
seria eterna. E] tunel era largo, interminable. Al fin, su
brazo largo alcanz6 el cofre. Se sintié ruin. Sus dedos
eran de malhechor. Se arrastré de regreso. Cuando alfin alcanzé el cuadro de luz, ya no lo esperaban los la~
drones sino el rostro frfo e inapelable de un guardia.
—jDesvergonzado! Entrégame el tesoro!
—jMe obligaron, seior! ;Se lo jurot
Buen castigo recibirds por esto!
(Su merced! {Yo no sabfa nada! Me pusieron una
correa y me trajeron ala fuerza.
—iYal Bastal Embustero! Cuéntaselo al sefior oidor.
El guardia tomé al muchacho ée la oreja y se lo Hle-
v6 hasta una carreta donde estaban amarrados Jos
tres ladrones que terminarian en prisi6n, Al grito de
jArrel, las yeguas iniciaron su recorrido sin saber que
llevaban a un nifio inocente.XI
Don Clemente
‘A veces lo pequefio vence a lo grande. Fue un alacrén
Jo que picé ala yegua. Le inyecté un veneno en el cue-
Ilo y la pobre se puso a saltar despavorida. A causa de
esto, la carreta donde los guardias llevaban preso a
Filemén se voleé y el muchacho salid volando hacia
un despefiadero. Rods cuesta abajo y mas abajo y més
abajo hasta chocar contra un establo. Desplumadas y
atropelladas las gallinas cacarearon a més no poder,
hicieron tal escdndalo que un viejo salié de una choza
cercana para ver qué pasaba.
—Pobre chamaquito, esté herido, ;qué le habré pa-
sado? —exclamé con preacupacién,
‘Can gran esfuxerzo, el viejo cargé a Filemén hastala cho-
zaylo colocé cuidadosamente sobre una cama de tablas.
Al despertar, Filemén se desconcerté. Estaba al lado
de un viejo extrafio dentro de una casa construida con
ramas. Traté de levantarse, pero las rodillas le punzaron
como sile hubieran clavado muchosaifileres en cada una.
—Tienes muy lastimadas tus rodillas. Es mejor que
te recuestes —explics el viejo con la voz pausada. Lue-
gole ofrecié un jarro de atole con semillas de amaran-
6to y le envolvié las rodillas con hojas de ma‘z. Filemén
se tranquiliz6, Los ojos dulces y gastados del anciano
le inspiraron confianza.
La choza tenfa una mesa pequeiia, unos estantes y
pocos trastes, Por la ventana se vefa un olivar y al fon-
do, un canal por donde transitaba una que otra canoa.
—Filemén, ,quieres més atole?
—iCémo sabe mi nombre? —se inquieté.
—Lo lei detrés de tu oreja izquierda. Todas las per-
sonas traen escrito ahi su nombre.
—{Quién los escribid?
—Dios.
— {Para qué?
—Para saber quién es quién. ;No ves que se puede
confundir? Hay demasiados hombres sobre la Tierra!
—juestra merced tiene su nombre escrito detras
dela oreja?
—Si, mira, aqui dice: Cle-men-te.
—iEs cierto! A ver, gqué dice en la mia?
—File-mén “El Via-jan-te..
—jCaramba...! ,Cémo sabe mi oreja que estoy via
jando?
—Porque no es tonta.
—Usted también viaja?
—Diariamente voy al olivar y regreso con las manos,
llenas de aceitunas.
—Pero el olivar queda muy cerca de aqui, zno? jLos
viajes sirven para ir lejos, muy lejos! ;Los viajes siem-
pre estén Ilenos de aventuras!
—Cuando eres joven siempre quieres conocer el
otro lado de! mundo, pero de viejo te basta con viajar
=desde tus ojos hasta tu dedo mefiique y eso te hace
feliz.
—Pero es demasiado cerca, yo, en cambio, voy has-
ta las islas Filipinas.
—iValgame, Dios! jNo ests listo para tal hazafia!
Tus rodillas deben esperar.
—iAy.no! gCudnto tiempo?
—El mismo tiempo que estas aceitunas tarden en
curarse...
~(Ellas también se enfermaron?
~No, no... se dice que las aceitunas estén curadas
cuando estén listas para comerse.
—~{Cudnto tiempo tardarén?
—Ya lo verds.
El viejo se dio cuenta, entonces, de que Filemén
guardaba un deseo en la cabeza y muchos miedos en
el corazén. Que una de sus piernas se empefiaba en
viajar ala costa y, en cambio, la otra suftfa mucho por-
que querfa regresar a casa.Xi
Las aceitunas
Bl gallo anuncié la madrugada. Filemén no habia po-
dido dormir, todavia sentia punzadas en las rodillas.
Miré hacia la ventana. El sol salfa de su escondite para,
alumbrar el iano,
Don Clemente sacudié su petate y lo puso al sol. Lue-
gp, limpié las aceitunas, les quité el rabito, Jas lavé y las.
puso a remojar en agua dentro de un recipiente de barro.
—Ahora, a esperar una semana.
Filemén tuvo que permanecer en cama. Bebia atole
tres veces al dia al igual que el viejo, pero se morfa de
hambre, su est6mago hacfa ruidos como de grilles. Por
eso Don Clemente salié una mafiana con una canasta
para llenarla de mazoreas. Al llegar las desgrané y se
puso a hervir los granos de maiz junto con una taza de
cal, Sobre un metate extendié los granos cocidos y los
molié. Luego hizo la masa.
—Para que salgan bien las tortillas, debes saber aca-
riciar la masa —dijo el viejo entretenido en su labor.
—,Como si fuera una persona?
—Claro, las personas mejor acariciadas son las que
toman mejor sabor.—Son més blanditas y redondas —rié Filemn.
—Anda, levéntate y ayiidame.
Filemén se levanté por primera vez. Sintié el placer
de jugar con la masa. Esculpié una estrella, un barco,
un caballo. Luego, impaciente por reanudar su viaje,
pregunté:
—Don Clemente, zestén listas las aceitunas?
—No, Filemén, debo remojarlas una semana més
—dijo mientras les cambiaba el agua.
Los dias siguientes el muchacho se dedicé a obser-
var. Cada mafiana don Clemente se sentaba a la ori-
a del canal. Cuando pasaba alguna trajinera llena de
hortalizas, silbaba como uin péjaro.
Elremero se acercaba entonces para hacer un true-
que. Cambiaba nopales, cilantro, jitomate, lechuga,
chile, por alguna gallina. Luego, el viejo preparaba los
tacos para la comida. Filemén comia y comia hasta
hartarse. Estaba muy agradecido.
Don Clemente volvié a cambiar el agua de las acei-
tunas.
—iYa es hora de partir? —pregunté ansioso File-
mén.
—No, Filemén, debo remojarlas una semana mds.
Alterminar la tercera semana el viejo quité el agua
a las aceitunas, pero en esta ocasién, les agregé mu-
cha sal gruesa, ajo, limén y hierbas de olor. Aim tuvo
que esperar ocho dias mas para que se sazonaran. En-
tonces las probaron. Estaba deliciosas. Lo celebraron.
Luego el viejo le preparé un morral lleno de aceitunas.
—Después de comerlas no tires los huesitos, te van
a servir ~aconsejé,
40—Ya es hora de partir, verdad? —pregunt6 File-
mén, esta ver. con la voz apagada. Se habfa encarifiado
con el viejo.
—Ya es hora, querido nifio, las aceitunas estén cu-
radas. Ti ests curado —dijo don Clemente tan triste
que ya no se quiso despedir. Prefirié sentarse en una
silla y viajar a su dedo meiique.XIV
Gigantén
Filemén sofé que viajaba en una carroza. Iba dormido
sobre cojines de Damasco, terciopeloy seda. Era un prin-
cipe. En el castillo lo esperaban una olla de chocolate ca-
liente y charolas con yernas acarameladas, rosquetitos
almendrados, bolas de viento, hojaldres, membrillo, De
pronto... joum! ;crach! El suefio terminé. La carroza en
la que viajaba se detuvo abruptamente. Desaparecieron
los cojines de Damasco, el terciopelo, las sedas, la olla
de chocolate, el hojaldre, el castillo. Se esfurné el prin-
cipe y en su lugar aparecié un muchacho con la boca
Nena de paja, Las mulas viejas rezongaron y el cochero
Ie ordené que se bajara porque habian llegado al real de
Minas de Taxco. Comenzaba la tarde y se sintié desam-
parado. Arrieros, mineros y campesinos caminaban por
las calles. ;Qué oficio tenfa el? gEstudiante? ;Preguntén?
4Metiche? ;Sofiador? No era nadie, Ni siquiera los senti-
mientos servian en un lugar donde las personas sélo se
preocupan por subir y bajar, salir, legar, cargar y no les
quedaba aliento para otra cosa.
Filemén ascendié y descendié, torcié a la derecha, a
Ja izquierda, se torcié él mismo. Miré los techos de tejayun sinfin de terrazas. Se acordé de los pastorcitos per-
didos en los laberintos de los nacimientos navidefios.
@Pedirfa posada? ;Encontraria un pesebre? No trafa
nada consigo, ni un borrego, ni una hogaza de pan, ni si-
quiera un trozo de incienso o mirra, o algo para ofrecer.
Tenfa mucha sed. Al fin, en una plaznela, encontré
una fuente. Borbotones de agua clara y brillante ejecu-
taron un concierto. Filemén se alegr6, meti la cabeza
en el agua y luego se dedicé a beber tanto liquido que
sele salié por las orejas,
Junto a la fuente un aguador llenaba sus céntaros
mientras pregonaba las uiltimas noticias de la regién:
—;Un extranjero se sacé de la boca rébanos, lechugas,
vino y agua de azahaaar..!;La gente llevé a bendecir sus
animales a la iglesia... Se le vio a fray Toribio hablando
con su dngel de la guarda...!;El nifio Luerecio se murié
porque lo aplasté una pila de agua bendita...
De prontola vio venir. Fra una fardndula integrada por
diferentes personajes: un duende, un gigante, una prince-
‘sa, un rey yuna serpiente de siete cabezas. Tocaban los
panderos, las flautas y las vihuelas con tanto entusiasmo
que Filemén se les unié. Hicieron una rueda y giraron
como rehiletes. Como los siete planetas que, segiin el
maestro Bartolomé, giraban alrededor del Sol.
Un gigante con cuerpo de cartén se colocé en el
centro del circulo para entonar un aria bella y pro-
funda. Los artistas y la gente que se habfan acercado
aplaudieron efusivamente.
Al final del espectaculo, el gigante estaba exhausto
yse acercé alla fuente para saciar su sed. Sin embargo,
la serpiente de siete cabezas se lo impidié. El gigante,
#8furioso, traté de anudarla, pero el reptil se le escapé
maldiciéndolo con siete bocas. Humnillado, el hombre
de tres varas de alto, buscé un lugar donde esconder-
se. Fue imitil, no cabfa en ninguna parte.
—{Por qué te dejas vencer si eres tan grande? —
pregunté compasivo Filemén.
—Me asustan las cabezas de la serpiente.
—Pero, jeres fuerte!
—No, soy débil, muy débil.
{Mentira! Eres como una montafia.
—No, no, soy un simple cachivache.
—{Qué es eso?—Una basura, un trapo, una migaja, cualquier cosa,
—Pero, al menos debes tener un nombre, ;no?
4Cémo te llamas?
—Si, me llamo Gigantén, gy tii?
—Filemén,
—{le das cuenta? ;Tu nombre y el mfo riman! Las per-
sonas que riman se llevan muy bien, gno lo crees?
—Veamos, Margarita se lleva muy bien con Paquita
‘porque hacen verso.
—ZQuién es Margarita?
—jEs un secreto!
—Ha de ser una jovencita...
Muy hermosa... color de rosa...
J la que ests enamorado, jcierto?
—Digamos que cuando ella me mira me siento
como... jun cachivache!
—Ja, ja, gquién es Paquita?
—La nifia que rima con Margarita y que est
badita!
—Ja, ja... ;quieres ser mi amigo?
—Si, pero s6lo unos instantes, porque estoy de paso
Yon
—Voy a donde ti vayas, ya no quiero pertenecer a
este grupo teatral.
—ZCémo? jNo lo puedo creer! ;Cantas bellisimo!
—Estoy cansado de pelear con esa desalmada ser-
piente dia y noche.
—Te doy toda la razén: uno contra siete no es parejo.
—Por eso preferiria viajar contigo. Sélo tengo que
lidiar con una cabeza.
—gDe verdad? ;No tienes casa?—No.
—Debi suponerlo, todas las casas deben ser muy
pequeftas para ti. Yo voy hasta el puerto de Acapulco.
—gHasta la costa?
—Sf. Quiero embarcarme en el galeén de Manila.
{Quieres venir conmigo?
—jClaro! ;Seguro me voy a divertir!
La serpiente habfa apagado la sed de sus siete len-
guas y ahora, despiadada y voraz, se habla acercado a
Gigantén para destrozar, con sus filosos colmillos su
disfraz de carton. ;Qué habfa adentro? Un enano que,
avergonzado, daba pasitos sobre un par de zancos.
—iNo cref que eras un gigante, un gigante de verdad!
—reclamé el muchacho.
—{le desilusionas? —expresé el enano con la voz
quebrada.
—Claro que no.
—{No me odias?
—Penséndolo bien... ;me sorprendest
—4Por qué?
—jPorque quieres crecer y en eso nos parecemos!
—gT también quieres crecer?
—jClaro! Toda mi vida he querido ser grande por-
que a los nifios siempre nos mandan a sentar, a me-
rendar o a retratar.
~Y cuando seas grande... ;qué hards?
—Seré un capitén y conquistaré todos los mares.
—4De verdad? jEse es tu deseo? jLa Virgen del Ro-
sario te lo concederd!
—gEstis seguro?
—Es la protectora de los marinos.
6—iQué suerte! ;Dénde esta?
—En la capilla de las tres colinas y de las tres barran-
cas, allé donde la montafia guarda sus secretos,
—jVamos a visitarla!
El enano, decidido, se despidié para siempre de su
grupo teatral, de su disfraz y de la terrible serpiente, y
guid a Filemén por una calle empinada y angosta.
—Cuando lleguemos a la capilla, trata de estar quie-
to. No hagas muchas reverencias porque dicen que la
Virgen causa mareos.
—;De verdad? ;Qué extraiio! Esté bien, me quedaré
quietecito.
—No, no se dice quietecito, se dice quietesote. ;Abo-
rrezco los diminutivos!
—Esta bien, estaré calladito.
—jCaramba! ;No entiendes? No se dice calladito, se
dice calladote.
—i¥a, Gigantén! Déjame tranquilote!
—Tranquilito!, ja, ja!
—iAy, Jestis bendito!
—jBenditote!
—jEstés loco?
—jLocote!
En la capilla los dos compafieros se marearon por-
que el vestido de la Virgen tenia forma de barco. Aun
asi, rezaron un rosario y rociaron su frente con agua
bendita. Filemén estaba contento. Habfa conseguido
un amigo grande y pequefio a la vez que lo acompa-
fiarfa durante su largo viaje. No queria perderlo, ast
que se propuso no pronunciar ningiin diminutivo en
su presencia.XV
Los catalejos
Con un compaiiero de viaje las alegrias se duplican y
las penas se parten a la mitad. Gigantén era pequefio,
pero su amistad cobijaba. Los amigos recorrieron jun-
tos llanos y montaiias, trotando sobre el viejo caballo
de Gigantén, llamado Neptuno. Era un rocin lleno de
callos que caminaba muy despacio y se detenfa cons-
tantemente a pastar.
No iban solos, en el camino deherradura transitaban
decenas de recuas con plata, sarapes, cochinilla, cacao.
Algunas eran flamantes: llevaban correas brocadas de
rojoy estaban adornadas con pequefios espejos.
—jA dénde llevan tantas cosas? —pregunté File-
mén aun arriero.
—Hacia la costa.
—{Qué camino es este?
—Se llama Camino Real, empieza en la Ciudad de
México y termina en Acapulco.
~Y... gpara qué van hasta all?
—Para embarcar nuestra mercancfa en el galeén de
Manila —contesté el arriero y se alejé.—iEn ese galeén nos embarcaremos! —canté el
enano.
—ilremos hasta el fin del mundo! —coreé el mucha-
cho.
ley, espera! jAlguien nos observa!
—4Quién? :Dénde?
—All, arriba, en esa torre, ga ves
del cerro.
—Debe ser el vigia, tiene un catalejo de cristal.
—4De verdad? ;Vamos con él! ;Quiero mirar a través
de un lente!
Entusiasmado, Filemén encajé sus talones en los
flancos de Neptuno y emprendieron la subida. Cuan-
do Hegaron a la cima, los amigos entraron en la torre
y subieron una escalera de caracol que desembocaba
en una habitacién atestada de catalejos. Unos eran
dorados, otros, plateados. Los habia larguisimos o
cortisimos. Algunos tenfan forma de estrella, otros, de
serpiente, de luna, de diamante.
—j{Qué maravilla! —exclamé Filemén.
Por unos segundos, el vigia dejé de espiar, y ante la
presencia del par de intrusos pregunté azorado:
—zQué hacen aqui?
—Quisiera asomarme —confesé Filemén.
—jA dénde? —pregunté el vigia.
—A uno de sus lentes.
—Para mirar qué.
—Todo —contest6 Gigantén.
—No es tan sencillo como creen —replicé el vigia.
Por qué? —dijo desilusionado Filemén—. ;Hay
algtin problema?
? En la punta
2—Antes de asomarte, debes conocer muy bien tus ojos.
—Los mios —declaré el muchacho— son muy
grandes, con muchas pestaias, muchas legafias...
—Muchas arafias y mafias —completé Gigantén.
—No, no, no me entiendes, me refiero a la mirada
de tus ojos. Por ejemplo, el ojo derecho y el izquierdo
deben mirar de diferente manera,
—jCémo es eso? —pregunté el muchacho absorto.
—El derecho mira para afuera y el izquierdo, para
adentro. Sino, el duefio de los ojos pierde el equilibrio.
—4Se cae?
—Se desmorona.
~Y... jlos tuertos?
—Los que tienen apagado el ojo derecho ven para
adentro, los que tienen apagado el ojo izquierdo ven
paraafuera.
~jQué complicado!
—Ven hacia adentro.
{Qué verdin?
—Mundos creados por ellos mismos.
—Pero... dice el maestro Bartolomé que todo ha
sido creado por Dios.
—Los ciegos son los ayudantes de la Creacién.
—jQué mds debo aprender?
—Muchsimas cosas, pero no te las voy a decir por-
que tengo que seguir vigilando... a ver, a ver, veo pasar
cuatro mulas, tres vacas y dos tlacuaches.
—jQuiero mirar! —exclamé Filemén decidido.
—Esté bien, toma aquel catalejo amarillo, pero jcon
cuidado! —advirtié el vigia sin despegar el ojo del \en-
te. Se tomaba muy en serio su oficio.
los ciegos?Filemén se acercé emocionado al catalejo. Estaba
adornada con lentejuelas.
—iQué cerca se ven los pAjaros! jUy, vienen hacia
mi! Estén aleteando dentro de mi cabeza.
—INo te creo! —exclamé el enano.
—jLas nubes entran en mi boca! jLas mariposas re-
volotean en mis orejas! jMira, Gigantén!
Elenano se asomé torpemente a través del catalejo
y descubrié una rana que se acercé tanta al lente que
lo atraves6 y fue a meterse en su casaca.
—iAy, ay, ay! {Me hace cosquillas! ;Cémo mela quito
sefior vigfa?
—Pronuncia la palabra catalejo al revés para que se vaya.
-iCémo? jAy, ay, ay}, je, jay! {Qué més? O,je-la, jay!
No resisto mist, la-tac, o-je-la-tac.
Al fin, la rana se perdié en el paisaje de cristal. File-
mén no paraba de reff. Estaba contento.
—Veo pasar tres jinetes y tres caballos, dos lefiado-
res con dos hachas y un armadillo —declaré el Vigia
con parsimonia.
—2Nunea descansa?
—Nunca, shhh, silencio, jun asalto! —interrumpi6.
—iQué? ;Dénde?
—Se estan robando una carga de mercancia,
—;Quiénes? ;Cémo?
—Tres ladrones, dos escopetas, un atraco.
—Qué barbaridad! —exclamé Filemén.
—Pues yo terminaré con los ladrones ahora mis-
mo! —grité el enano con valentfa y, en pocos segundos
salié de la torre, monté sobre Neptuno y galopé con
gran velocidad cuesta abajo.—iEspera, Gigantdoon! —grité el muchacho y co-
rrié detrés de su amigo.
De pronto, las patas de Neptuno se enredaron en
un matorral y el enano salié disparado como bala de
cafién hacia un montén de arena. Desde aht, con los,
ojos y la boca lenos de arena, contemplé abatido la
consumacién del asalto.
—iGigantén!, ;qué te pas6? —exclamé el mucha-
cho con la respiracién agitada.
iAy, ay, mi brazo! jAy, mi pierna!
{Virgen santa! Quedaste todo chueco!
Ay, ay! No dejes que escapen esos malvados —
loré el enano con légrimas color tierra.
—Imposible, han desaparecido.
Filemén le quité la casaca cuidadosamente. Se sor-
prendié: en uno de los bolsillos de su amigo estaba un
catalejo de plata, pequefio, con lentes brillantes.
~Y... este catalejo... gte lo regalé el Vigia?
—No te lo diré.
—Dime la verdad, gte lo robaste?
Era mal momento para interrogar a su amigo. Le
dolia el brazo y respiraba con dificultad.
El mozuelo subié al enano sobre Neptuno y lo ama-
16 ala silla como si fuera un nifio. Luego se trepé al
caballo. ;Qué rumbo tomar? Si avanzaba, el Camino
Real lo llevaria a Acapulco, si caminaba hacia atrés, re-
gresarfa a casa. Una campana soné alo lejos. Records
que su deseo habia nacido de un repique. Era una se~
fial de que deberfa continuar. Solt6 las riendas. Arriba,
desde la torre, un ojo los miré.
8XVI
Chichihualco
Atravesaron cafiadas, barrancas, bosques de pino, encino
yzacatén. El enano iba malherido. Despierto, guardaba
un silencio absoluto; dormido, vociferaba incoheren-
ccias. Amarrado ala silla de montar, con las extremidades
colgando, parecia un trique viejo. Su herida se habia in-
fectado y despedfa un olor nauseabundo.
Filemén ya no queria tantas sorpresas. Los pérpa-
dos le pesaban y deseaba guarecerse en un lugar segu-
roy descansar.
Al fin llegaron a Chichihualco, el lugar de las no-
drizas. Casas de adobe se esparcfan entre los sembra-
dios. Un grupo de mujeres los recibieron como a dos
nifios huérfanos. Al enano le untaron el brazo con po-
ciones mégicas. Lo curaron como a un nifio chiquito:
a base de mimos y caricias. A Filemén le ofrecieron
nieve de diferentes sabores: sandia, naranja, albari-
coque, melén.
Cuando cayé Ja tarde, los llevaron a una pequefia
plaza. Aht, las palmeras aleteaban como péjaros, los
pajaros cantaban como doncellas, y las doncellas to-
caban instrumentos: violines, varitas, cajones,Comenzé la fiesta. Las mujeres bailaron unas con.
otras, Hicieron rondas y puentes. Se tomaron de las
manos.
Las viejas se dedicaron a mirar y a aplaudir. Los ni-
fios participaban jugando con semillas de frijol. Gra-
ciana invité al enano a bailar. Antonia, a Filemén. Los
abrazaron con sus rebozos, les ensefiaron poco a poco
los pasos de una danza intima.
‘Nunca habfa visto Filemén a una mujer tan de cer-
ca. Nunca habia tocado a una mujer. Antonia lo provo-
caba. Conducfa les manos inexpertas del muchacho
porlos escondrijos de su cuerpo.
fio fogoso.
Filemén no supo qué decir. Jamis habfa escuchado
la palabra fogoso. Le sonaba a fangoso como el lodo de
un estanque, Entonces... ;era un muchacho lodoso?
Eso pensaba Antonia de él? Luego se tranquiliz6; qui-
z4 la palabra fogoso tendria que ver con el fuego, pero
entonces se tendria que decir fizegoso y no fogaso.
—gEn qué piensas? —le pregunté Antonia apresan-
do con sus brazos el cuerpo de Filemén.
—En el fuego yen ti.
La cercanfa de Antonia le volteaba el oriente y el
‘occidente, el mar yla tierra, el cieloy el infierno. Junta-
ron labios, palabras, secretos. Antonia se convirtié en
una casa donde se horneaban los sentidos. Una casa,
de almohadas de seda, miel y especias que Filemén
deseaba habitar.
‘Atrds, muy atrés en el tiempo y el espacio, se habia
quedado Margarita difuminada.
Graciana era mucho ms alta queel enano. Lo apre-
taba contra sf y él se dejaba querer, se dejaba acari-
34ciar el brazo herido, hundfa su cabeza entre las faldas
como si quisiera perderse para siempre. Rodeaba la
cintura femenina con sus brazos cortos. Trepaba por
una trenza y alcanzaba los ojos castafios.
Cuando oscurecié, las llamas de cien velas ilumina-
ton la plaza. Las ancianas prepararon una olla de chi-
late: arroz. dorado, cacao, canela. Ofrecieron consejos
para las que suftfan mal de amor, mal de ojo, mal de
vergtienza, mal de rencor. Luego cantaron en lengua
indigena. Filemén y su amigo creyeron mas que nunca
en Dios yen a existencia del paraiso.
Amedianoche, cuando las velas se habjan consumido,
las mujeres prepararon dos petates dentro de la iglesia
para los recién llegados. Afuera, las esperaban un grupo
de nifios ansiosos por llegar a casa. A los més grandes se
Jos llevaron de la mano, a los més chicos, los colocaron
sobre sus espaldas con todo y éngel de la guarda. Gigan-
tén miré ilusionado la silueta de Graciana. Llevaba car-
gando un nifio, {Tenfa hijos? Eistaba casada?
Los amigos se sentaron sobre sus camas de palma
tejida. Mientras Filemén hacfa una pulsera con sus
huesitos de aceituna para Antonia, Gigant6nlle confe-
6 a su amigo que se habfa enamorado de Graciana y
queria casarse con ella.
—jPero si apenas la conoces!
—Mejor, entre menos la conozca mejor.
—Pero, gpor qué?
Qué no has leido cuentos de principes y prince-
sas? {No ves que se conocen poquisimo y viven muy
felices?
Hablando de enamorados y casamientos, el suefio los
vencié. Durmieron bajo las alas del arcdngel San Miguel.XVII
Labores cotidianas
Seis fuertes tafiidos para la misa de seis. Las mujeres
se arrodillaron ante el altar. Devotas, sumisas, con la
madrugada a cuestas. Filemén y Gigantén se levantaron
répidamente y se lavaron la cara con agua bendita. Se
alisaron el cabello. Un cura rezé en latin y el muchacho
se inquieté:
—Cuando me muera, no quiero ir al cielo.
—gPor qué, Filemén?
—Porque no voy a entender nada.
i Qué?
—Si allé todos hablan latin, gcon quién voy a platicar?
—No te aflijas, muchacho, los Angeles saben caste-
Mano.
Cémo lo sabes?
—Porque el castellano es el idioma consentido de
Dios.
—4De verdad?... Mira, jahi est Antonia!
Filemén habfa alzado tanto la voz. que las mujeres
Jo voltearon a ver con reprobacién. Antonia sonrié, La
pareja cruzé miradas dulzonas durante la misa. Gra-
ciana se arreglé el pelo y volted a ver a Gigantén.Acabando el rito, las mujeres se dispersaron. El sol
asomé entre las montafias de pinos. Era ahora e iniciarlas,
labores cotidianas: dar pan y leche a los nifios, llevarlos al,
atrio de la iglesia para escuchar la doctrina, atender los,
cltivos, cuidar los rebafios de animales, cocinar, coser,
bordar, lavar, acarrear agua del io, cortar lefia.
En Chichihualco las mujeres habfan aprendido a tra-
bajar duro, sin tiempo para remilgos. Filemén las miré
con asombro. gDénde estaban sus hombres? Ayudé a
Antonia a arrancar la maleza que crece en el maizal.
Bajo el sol la labor fue agotadora. Aprendié a separar el,
quelite, el berro y la verdolaga. El muchacho se dio
cuenta de que no sabfa nada del campo.
Nada de plantas ni hierbas o barbechos. El maestro
Bartolomé no le habia enseftado a leer las Iineas de la
tierra.
Graciana invit6 al enano a bordar. Gigantén no
pudo negarse: estaba enamorado. Aprendié el punto
de cruz, el punto atrés, el punto de cadeneta y hasta el,
pepenado fruncido para demostrar su amor. Amanera
de recompensa, Graciana le regalé un pafiuelo con sus
iniciales bordadas.
Alanochecer, Antonia invité a los visitantes a cenar
caldo de iguana. Se sentaron a la mesa junto con las
mujeres y cinco nifios. Todos con un hambre atroz. Al
finalizar, después del iltimo bocado, Filemén se atre-
vid a preguntar:
—Estos nifios... gson sus hijos?
—Si, tres de Graciana y dos mfos.
—Entonces... gestén casadas? —pregunté Gigan-
t6n con voz apagada.—Si—contesté Graciana con la vista baja.
—Pero... gdénde estn sus esposos? —inquirié File-
mén desilusionado.
—Los mandamos desaparecer.
—gCémo? {Por qué?
—Porque nos trataban mal, nos pegaban.
—¥... ge6mo los desaparecieron?
—Las mujeres del pueblo pronunciamos conjuros
ante el Chichihualeuahuit para que se los levara.
—Chichi... gqué?
—El Chichihualcuahuit, el érbol magico.
—{Hay un 4rbol magico en Chichihualco? —excla-
mé Filemén incrédulo.
—Si,ala orilla del pueblo.
—Entonces sus esposos... gnunca regresarén? —
pregunté esperanzado el enano.
—Elhechizo dura solamente siete semanas.
—Maiiana se cumple el plazo.
Gigantén se levanté de la mesa y salié de la casa
con el coraz6n resquebrajado. A los pocos pasos tro-
pez6. Tan frégil era su cuerpecito que no pudo resistir
el peso de tanta pena.XVIII
El regreso de los hombres
Todo llega a su fin. La magia deslumbrante también
acaba. Terminado el hechizo, el Chichihualcuahuit
mandé un remolino al pueblo. Una réfaga que se iba
tragando las tejas de los techos, las macetas de los
balcones, las gallinas de los corrales. Que despeinaba
con sajia las trenzas de las mujeres y les removia las
enaguas. Aturdidos por el acontecimiento, Filemén y
elenano corrfan de un lado a otro o se escondfan entre
las vacas. Al fin el viento levanté el polvo y del polvo
renacieron los hombres de Chichihualco. Indigenas
vestidos con manta y sombreros de palma, figuras ve-
nidas de la nada que se tallaron los ojos y miraron a su
alrededor asombrados.
2Quién se los habfa llevado? ,Quién los habia trafdo?
Las mujeres los recibieron con amenazas: si volvian a
beber los mandarian al infierno, si las maltrataban les
echarfan mal de ojo; tanto mezcal les habia hecho per-
der la nocién del tiempo yel espacio, se merecian lo peor.
Los hombres ignoraron las reprimendas. En cam-
bio, fijaron su vista en las dos figuras extranjeras que,
en vano, trataban de ocultarse; un enano escuélido y
2un nifio criollo, Dos personajes que desentonaban con
el escenario. Se inicié el interrogatorio:
—zQuiénes son ustedes? —pregunté con disgusto
uno de los recién aparecidos.
—Yo soy Gigantén,
Los indigenas se rieron del enano.
—Yo soy Filemén.
—{De dénde vienen?
—Yo, de la Ciudad de México,
—Yyo, de Real de Minas de Taxco.
—2Qué hacen aqui?
—Vamos hacia Acapulco —contesté Filemén ner-
vioso.
—Queremos vivir aqui —interrumpié el enano con
firmeza.
—iImposible!
—;Por qué?
—Son extranjeros, nos saben absolutamente nada
de esta tierra.
—Podriamos aprender.
—Nien cien afios.
—Las mujeres nos podrian ensefiar...
—iNien mil afios!
Los hombres los rodearon.
—Estas tierras son nuestras, aqui hemos crecido.
—Sélo nosotros sabemos contar las manchas del
Jaguar,
—Adivinamos el pensamiento de los biihos.
—Ustedes no saben nada de nada,
—{Han escuchado las cuatrocientas voces del cen-
zontle?4Conocen los escondites de los tlacuaches?
La fecha del granizo?
Las fiestas de nuestros patronos?
El poder del mezcal?
—;BI filo de nuestros machetes?
Los hombres levantaron sus armas de manera
amenazante.
—jLargo o los destazamos!
Con el corazén latiendo fuerte, Filemén y Gigantén
huyeron hacia el bosque. Cuando encontraron a Nep-
tuno, lo montaron, le clavaron las espuelas y se aleja-
ron de sus amadas mujeres. Llevaban como equipaje
un mapa, una brijula, un catalejo, unas aceitunas,
pero més que nada, un trozo de vergiienza.
—Algin dfa regresaré por ti, Graciana —iba repi-
tiendo el enano, quedo, devoto, como si fuera una ora-
cién—. Algiin dfa regresaré por ti.
Alanochecer, alld en Chichihualco, Antonia se secé
una légrima con la punta del delantal y Graciana le
pidié a San Cristébal que los bendijera. Los guardarfan
para siempre en la memoria de sus manos.XIx
Los nombres
4De dénde sacan fuerza los conquistadores para co-
rregir mil leguas? gDe dénde, la fortaleza para resistir
embates y enfermedades? Filemén sintié coraje por
haber sido educado entre plumas de ganso y colcho-
nes mullidos.
Se habfan alejado del Camino Real y no sabfan dén-
dese encontraban. Iban montando un caballo abatido:
Neptuno ya no era ni dios, ni planta, sino un animal
triste. Se consolaron con el paso de los venados y el
brincoteo de las ardillas y los mapaches. Al menos ha-
bia seres sobre este planeta que tenfan ganas de vivir.
De pronto, Filemén se acordé del mapa del maes-
tro Bartolomé, Cuando lo desenroll6, broté un aroma
de esencias caseras: hierbabuena, manteca, almizcle,
eucalipto.
—Asf olfa mi casa —dijo emocionado Filemén.
—En cambio, la mfa siempre olfa a pélvora. Mi pa-
dre era cohetero.
Qué emocionante!
—No creas, decia mi abuela que de tanto tronido
me quedé chiquito.
@—jQué desgracia!
Neptuno, después de beber agua y remojar sus pa-
tas en el arroyo, se eché a descansar bajo un érbol. Es-
taba muy triste y se quejaba.
Los amigos observaron el mapa detenidamente.
—Mira, Gigantén, entre Taxco y Acapulco hay infi-
nidad de pueblos... jlos ves?
—Yo veo puros puntos.
—Pues en cada punto cabe mucha gente.
—1Con todo y casas?
—iAy, Gigantdn! No me digas que nunca habfas visto
un mapa!
—Nunea.
—{No te sabes los nombres de los pueblos?
—No.
—A ver, repite: Xochihuehuetlan.
—Xo-chi-hue-hue... qué?
—Tlan... jcataplan! A ver repite: Tlacoachix-
tlahuaca.
—Tla-coa-chix... chixctla... ge6mo?
—...chixtla ...hua-ca.
—jHuacal! Hudcala!
—A ver, busca en el mapa un pueblo que se parezca,
aCopala.
—;Copalillo!
—{A Iguala?
—ilgualapa!
—4A Totolapan?
—jTeloloapant
—Mira, Gigantén, antes de llegar a Acapulco debe-
mos cruzar el rfo Papagayo.
6—Papa-gayo, la papa del gallo.
Ya viste este nombre? ;Pungarabato!
{Qué garabato!
—Con un ojo al gato y otro al... joungarabato!
—Me gusta mas: Con un ojo al viejo y otro al jcata-
lejo!
Gigantén sacé el pequefio catalejo plateado de su
bolsillo para mirar a través de él.
—No te atrevas a usar esa cosa, no te atrevas... jla-
drén! —bromeé el muchacho y luego le arrebaté el
lente para mirar a través de él.
Ahi dentro est mi mamé!
—Te lo juro. Lleva puesto un vestido azul y luce
muy bonita.
—A ver, a ver... ;quiero veer! —rezongé Gigantén.
—Esté en un gran salén con otras personas elegan-
tes. ;Ay! Quién se acerca a mi madre?
iAy, no! Va a bailar con don Francisco Aguilar.
—iTe digo que me dejes ver! —reclamé Gigantén,
—iMamia! No lo hagas, te lo ruego. Te estoy viendo
jMamét Soy tu hijo. ;Me oyes?
—No te puede off, est en México.
—Ah, no? Pues entonces me voy a meter dentro
del catalejo y...
—jEstés loco? jNo cabes!
—jClaro que sil. Mamé! ;Allé voy!
Filemén deseaba con toda su alma abrazar a su ma-
dre y contarle sus penalidades, asf que intenté meter
una mano, luego un pie y luego la cabeza por el orificio
61del catalejo. Fue imitil. Cuando desilusionado volvié a
pegar el ojo al catalejo, su madre haba desaparecido.
—jMarné, no te vayas!
—No te escucha.
—¢Por qué? Quiero regresar a casa! —exclamé Fi-
lemén angustiado.
De pronto, Neptuno relinché dolorosamente. Le tem-
blaba todo el cuerpo. Agonizaba. El enano lo revisé y le
encontré en una pata la mordedura de una culebra.
‘Traté de extraerle el veneno con la boca pero fue inti-
til. Luego le susurré a la oreja cuentos fabulosos sobre
caballo heroicos. Neptuno no respondié, cerré los ojos
y no volvié a ver este mundo. Gigantén y Filemén
guardaron silencio varias horas hasta que una réfaga
de viento del atardecer envolvié al corcel y se lo llevé
volando al paraiso.XX
El Papagayo
Por obra y gracia del Espfritu Santo los amigos se en-
contraron de nuevo sobre el Camino Real. Ya no esta~
ban perdidos. Tampoco solos. Viajeros provenientes de
la Ciudad de México transitaban en coches, a lomo de
mula, a caballo o a pie rumbo al puerto de Acapulco.
El viaje habfa sido largo. El calor quemaba. Filemén
y el enano estaban abatidos, relamidos, carcomidos,
deprimidos, alicafdos. Les pesaba el cuerpo. Su ropa
estaba empapada en sudor y sus pies, a punto de des-
baratarse. Hacfan sefias a los paseantes para que los
invitaran a subir, pero era inuitil. Entre ellos habfa mer-
caderes, religiosos, empleados del virrey, futuros pasa
jeros del galesn y hasta contrabandistas y bandoleros.
—Mira, ese lleva un parche en el ojo... ¢Seré pirata?
—Aguel tiene dientes de oro... ;Serd conde?
—Oye... ese caballero nos invita a subir... slremos?
—Parece escribano... jstibete!
Al fin, un hombre se apiadé de ellos y les permitié
subirse sobre los estribos. Incémodos, traqueteados,
sorteando vados y piedras, llegaron a la cuesta del rfo
Papagayo.Entre orquideas colgantes y enormes magueyes,
vislumbraron el coloso. Emocionados, bajaron del co-
che y descendieron hacia la ribera, empujéndose uro
al otro, rodando.
El rfo era espeso, abundante, arrollador. Su co-
riente, furiosa, avanzaba sin piedad. Con lentitud y
cansancio, viajeros, coches y animales legaron a un
pequefio muelle donde ind{genas de ropa ligera y mi-
rada profunda, anunciaban que la corriente estaba
tan alta que debfan esperar a que bajara. El desdnimo
fue general.
Apostados junto al rio, los peregrinos esperaron
uno, dos, tres dfas a que el torrente se calmara. ;Cémo
aplacar su furia?, gc6mo callar su rugido?, se pregunts
Filemén.
Altercer dfa, el rfo abrié sus fauces y se convirtié en
un monstruo comelén. Con una voracidad incontrole-
le, se dedicé a paladear cuanto ser se acercaba a sus
orillas. Asf se trag6 a una gallina que imaginé ver ua
grano de mafz flotando sobre las aguas, se comié tam-
bién a un tlacuache que se acercé a la ribera para ver
alla gallina flotar y se engullé a un coyote que intents
atrapar al tlacuache que pretendié alguna vez cazar a
lagallina,
Y por si fuera poco, se zampé también al enano Gi-
gantén que se atrevié a acercar la nariz a la orilla del
rfo para apoderarse del coyote que deseé atrapar al
tlacuache que quiso masticar las plumas de la gallina
que murié ahogada por perseguir un grano de maiz
flotante. Demasiado tarde descubrié Filemén el fatal
acontecimiento:
También podría gustarte Alsino PDF
Aún no hay calificaciones
Alsino
287 páginas
Hamlet PDF PDF
Aún no hay calificaciones
Hamlet PDF
162 páginas