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Diagnosticar El Sujeto - Alfredo Eidelzstein

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Diagnosticar el sujeto

Por Alfredo Eidelsztein


Artículo de Imago Agenda

En psicoanálisis se practica con mucha frecuencia una modalidad de


formulación del diagnóstico que le hace perder su especificidad; se trata de
aquella heredada de la medicina y en especial de la psiquiatría, en la cual el
diagnóstico coincide con el arte de descubrir e interpretar los signos de una
enfermedad.* Me refiero a los casos en los que la pregunta diagnóstica es,
por ejemplo: ¿Este paciente es histérico u obsesivo?
En tal situación la disciplina pierde la posición requerida para el ejercicio
de su función. Aun si se utilizan las nociones de “estructura clínica” y
“modalidad de goce”, que sí son exclusivas del psicoanálisis, si se
diagnostica tal como se lo acaba de ejemplificar, entonces el modelo
utilizado es el de la medicina moderna. Desde la perspectiva de la práctica
del psicoanálisis, tal ejercicio de la actividad diagnóstica implica un peligro
iatrogénico: aumento del sufrimiento, en el sentido de incremento del
malestar originado en la cultura.

Propongo, en este artículo, un recorrido que contribuya a establecer aquello


que, a mí entender, caracteriza al diagnóstico en psicoanálisis. Desde mi
punto de vista, se trata de diagnosticar el sujeto y no al sujeto. En lugar de
proveer un diagnóstico para el caso –histeria, neurosis obsesiva, etc.– habrá
que estipular cuál es el sujeto en cuestión.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que fue Lacan quien introdujo
el concepto de sujeto al psicoanálisis. Un prerrequisito para analizar esa
maniobra, es considerar que la lengua de referencia es el francés. En su
campo semántico, Sujet significa, fundamentalmente: 1. sujeto, sometido,
expuesto, propenso; 2. asunto, materia, tema. Mi propuesta, por cierto, es
que la cuestión diagnóstica debe girar en torno a la segunda acepción del
término. En psicoanálisis se trata de establecer cuál es el tema, qué asunto
da lugar a la intervención del analista. Paso a justificar esta posición.
No se localiza en la obra de Freud el concepto de sujeto. En ella opera en un
lugar homólogo el concepto de inconsciente. El problema se plantea por
cuanto el inconsciente es una instancia del aparato psíquico y,
consecuentemente, se caracteriza por ser: individual, interno y con
contenidos producidos por represión.

Cuando Lacan introduce el concepto de sujeto, rectifica tal concepción del


inconsciente, del que hace “discurso del Otro”. Su noción de sujeto es
requerida en psicoanálisis, debido a la necesidad de una instancia discursiva
no individual para concebir al ser hablante, especialmente en su dimensión
particular. Esa noción de sujeto se distinguirá netamente de cualquier
instancia intra-corpórea; esto le permitirá adquirir una estructura como la
del lenguaje, que hace que resulte inconcebible que se encuentre “dentro”
de alguien. Como el lenguaje, habitará en el lugar del Otro. También,
mediante la introducción del concepto de sujeto desaparecerá el problema
de los contenidos del inconsciente y, como consecuencia inmediata, los
problemas respecto de su posible o imposible vaciamiento.
Las diferencias entre el abordaje freudiano y el lacaniano, responden a
cómo se encaran los problemas que caracterizan a la concepción de la
subjetividad en nuestra cultura. Mediante la noción de inconsciente de
Freud no se logró terminar de establecer cuál sería la respuesta que desde el
psicoanálisis se le darían a los siguientes prejuicios que caracterizan a este
respecto a Occidente:

a) En nuestra cultura y sólo en ella se confunde totalmente al sujeto con el


individuo, lo que produce que hoy día se supongan coincidentes el sujeto y
lo que sucede en el interior del organismo biológico. Esta confusión se
designa “individualismo moderno”.1
b) En Occidente, y en especial en ciertas ramas de las “ciencias humanas” –
como la psicología–, se verifica una reificación o cosificación de las
funciones subjetivas. Esta maniobra implica la conversión de abstracciones
en entidades supuestamente reales (tridimensionales). El ejemplo más
importante de tal maniobra es la consistencia acordada a la inteligencia.2
Todo esto permitiría afirmar que en la disputa medieval entre nominalistas y
universalistas, han triunfado los primeros.
c) Otra consecuencia de la reducción del sujeto al registro individual, es el
nihilismo característico de nuestra forma de existencia. Al reducir el sujeto
al individuo en lugar de producirse la muerte de dios,3 se tiende a postular
(y de hecho se afirma): “No hay Otro”. Hay que recordarlo siempre: Lacan
afirmó que “No hay Otro del Otro”4 y afirmó que en psicoanálisis,
consecuentemente, la ética no es individualista.5
Son estos prejuicios y no el mero avance de la ciencia los que avalan el
prestigio actual del paradigma neurocientífico, y aunque resulte
sorprendente, se verifica que los más importantes defensores de las
neurociencias no dejan de citar al Proyecto de Psicología de Freud para
autorizar su posición.
Muchos psicoanalistas creen que su postura basada en: a) la consideración
de la condición particular del sujeto; b) la postulación de una concepción
del objeto que lo hace equivalente al objeto perdido y c) la creencia en “No
hay Otro”, es genuinamente psicoanalítica, mientras que en realidad no
hacen más que sostener los prejuicios más difundidos de nuestra cultura.
En todas las otras culturas se consideró y se considera a la subjetividad
como existiendo en el lazo que articula una multiplicidad de individuos; así,
en ellas reina la autoridad, a diferencia de lo que ocurre en la nuestra en la
que se impone la lógica del poder, una tendencia que caracteriza nuestra
sociedad: la voluntad de poder.6 Para nosotros no queda otra forma de vida
que la que nos propone los ideales de libertad y autonomía y nos empuja,
consecuentemente, a la locura (alma bella, ley del corazón y delirio de
presunción).7

En Occidente, la verdadera oposición al nihilismo, a la individuación,


incorporación y cosificación de la subjetividad pasa por la práctica
psicoanalítica fundada en el concepto lacaniano de sujeto, al que propongo
designar en su honor “sujeto lacaniano”. El mismo se caracteriza por: a)
coincidir en la práctica analítica con el asunto, tema o materia que se trama
entre los dichos del analista y de la persona que lo consulta, que dado el
caso de una entrada en análisis pasa a ser el analizante y no el sujeto; b)
existir siempre en una localización “entre-dos”: entre significante y
significado, coincidiendo así con la barra del algoritmo S/s-, entre S1 y S2,
entre las dos cadenas-escenas del enunciado y la enunciación y, al menos,
también entre las lógicas del 0 y del 1. Así el “sujeto lacaniano”, como
Lacan mismo lo indica, requiere siempre de inmixing de otredad para ser
establecido.8 Ese sujeto sólo existe si se ofrece un espacio “inter”, que
implica fundamentalmente la articulación de lo uno y lo otro de los dos
partenaires en juego en la escena requerida en la práctica analítica.
Diagnosticar el sujeto, tal como lo concibe Lacan, implica la erradicación
del uso, a su respecto, de categorías tales como: sexo, edad, estado civil,
etc. Estrictamente hablando, en psicoanálisis no se pueden sostener sin
contradicción las expresiones: “sujeto mujer”, “sujeto niño”, “sujeto
soltero”, etc. Además hay que dejar establecido que tal concepción del
sujeto implica que el mismo no progresa ni madura, tan sólo evoluciona,
“revoluciona” en la medida en que se repite en forma de línea cerrada en la
lectura compartida de los textos donde se encuentra entramado.

El diagnóstico en psicoanálisis sólo será realizado a partir de un no saber, si


se trata de diagnosticar al sujeto lacaniano; si se intenta diagnosticar
estructuras clínicas o modos de goce, etc., a partir del individuo, sólo se
sostendría una acepción de “sujeto” equivalente a las diferencias
“subjetivas” respecto de una base conocida –no olvidemos que
“diagnóstico” en su etimología significa aplicar un saber establecido–.
Habría enfermos y no enfermedades, como sucede en medicina.
La práctica analítica, a partir de la introducción por parte de Lacan de la
noción sujeto que corresponde, se convierte en una respuesta operativa al
malestar en la cultura que caracteriza a Occidente. Al individualismo
moderno responde con la función del analista en la transferencia, como
realización de inmixing de otredad; al nihilismo responde con la ética del
deseo y el valor acordado al objeto “a”, y a la cosificación sosteniendo el
dispositivo por el cual la verdad, con su estructura de ficción, queda
habilitada para hablar. Lo que tiende a ser reprimido en lo social, se lo
recupera en su retorno en lo particular, pero mediante el concurso
imprescindible del Otro.

Una vez diagnosticado el sujeto, en el sentido en que lo vengo proponiendo


aquí, la utilización de las nociones de las estructuras clínicas se inscribe en
la lógica de la clínica en transferencia. En psicoanálisis, “neurosis
obsesiva”, “histeria, “fobia”, etc., tipifican modalidades del lazo entre
analizante y analista y no deben servir para establecer modalidades o tipos
individuales.
Para concluir, propongo que se trata de aceptar que “eso habla”, pero para
habilitar una lectura tendiente a establecer “¿qué dice?” y no “¿quién lo
dice?”. Así como el discurso en psicoanálisis requiere de un pentagrama
para poder ser escrito, la verdadera noción psicoanalítica de sujeto consiste
en una polifonía. Su diagnóstico supone que el psicoanalista presta su voz
para constituirla; así, diagnosticar será equivalente a un modo de
intervención (inter-vención). En tal sentido, para el analista la cuestión es:
¿De qué se trata en eso donde mi decir participa? Caso contrario,
diagnosticar al sujeto, se diga o no el diagnóstico, puede producir un
aumento del malestar, en la medida en que haga consistir no sólo al sujeto –
a través de la identificación–, sino al individuo, acentuando así el
aislamiento, la cosificación y la locura.

Alfredo Eidelsztein
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