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ACTIVIDAD 4 3° LENGUA Y LITERATURA (Segundo Cuatrimestre)

Este documento discute la aparición de nuevas subjetividades en la cultura occidental. Tradicionalmente, los hombres ejercían roles activos como tomar decisiones y trabajar, mientras que las mujeres tenían roles pasivos como encargarse del hogar. También, la masculinidad se medía por el apetito sexual de los hombres. Sin embargo, en tiempos más recientes, estos roles de género tradicionales han sido cuestionados, dando lugar a nuevas formas de subjetividad.

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ACTIVIDAD 4 3° LENGUA Y LITERATURA (Segundo Cuatrimestre)

Este documento discute la aparición de nuevas subjetividades en la cultura occidental. Tradicionalmente, los hombres ejercían roles activos como tomar decisiones y trabajar, mientras que las mujeres tenían roles pasivos como encargarse del hogar. También, la masculinidad se medía por el apetito sexual de los hombres. Sin embargo, en tiempos más recientes, estos roles de género tradicionales han sido cuestionados, dando lugar a nuevas formas de subjetividad.

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Lengua y Literatura 3

Profesora Betty Racedo


CENS 456 “María Cristina Prieto”

Trabajo Practico N° 4

¿POR QUÉ LITERATURA?

“Traté al arte como una suprema realidad y a la vida como una rama
de la ficción”. Oscar Wilde

En realidad deberíamos preguntarnos: ¿para qué leer?, o ¿para qué sirve leer literatura hoy? Algunos sostienen
que la literatura es una metáfora de la vida y es quien mejor explica la existencia del hombre y de sus conflictos. Es quien intenta
definir todo aquello que la ciencia moderna y la historia aún no han podido. La lectura de obras literarias crea un espacio íntimo,
personal, de juego recíproco entre el autor y el lector en la construcción de un aprendizaje único y a su vez múltiple, dado que la
literatura, por un lado, permite una conexión de nuestras conciencias con ese "yo" secreto, inconsciente y desconocido que todos
poseemos, y, por otro lado, abre infinitas puertas a la interpretación, a la recreación y a la búsqueda permanente ante los diversos
interrogantes que ofreció, ofrece y ofrecerá siempre la vida. Como dice el escritor italiano Italo Calvino: "La lectura abre espacios
de interrogación, de meditación y de examen crítico, en definitiva: de libertad; la lectura es una correspondencia con nosotr os
mismos y no sólo con el libro, sino con nuestro mundo interior a través del mundo que el libro nos abre". A partir de este
pensamiento, uno de los principales objetivos de esta materia es crear un espacio abierto a la reflexión, en el que sea posible el
disenso, la contradicción, la pluralidad de lecturas y la pluralidad de voces en los textos propuestos. Allí se plantearán los problemas
de los autores, de los sentidos, de las representaciones, de las interpretaciones y de las relaciones.

Por otra parte, como dice Marta Pasut en su obra Viviendo la Literatura, LA FUNCIÓN DE LA CLASE DE LITERATURA DEBE
CONSISTIR EN RECUPERAR AL LECTOR PERDIDO. Quizás sea éste otro de los objetivos más importantes: la idea fuerza que moviliza
un claro propósito de renovar la forma organizativa de un programa de Literatura, que se torne distinto, vital e interesante, capaz
de invitar al alumno a que se involucre en la obra, transforme, la protagonice, la revalorice y se convierta él también en parte de la
misma a la hora de su recreación, de su análisis y de su crítica. Es así como esta propuesta busca la participación activa del alumno,
pretende convertirlo en un lector capaz de preguntarle a la obra, de discutirla, de debatirla y que, a partir de esta instancia, intente
formar su propio juicio frente a ella. Ingresar al mundo de la literatura y a los mundos que ésta, a su vez, recrea, sugiere una manera
diferente de ver "este mundo", es como ver a través de un calidoscopio: una nueva mirada y una forma distinta de aproximación al
misterio de la vida, a la incógnita que constituye todo ser humano y al destino que éste debe cumplir inexorablemente. En este
marco, creemos que la literatura es un denominador común de la experiencia humana, tal vez porque en ella aprendemos aquello
que compartimos como seres, como personas, aquello que es inherente a nuestra especie, más allá de las diferencias, las geografías ,
las circunstancias y los tiempos históricos. En la producción literaria se refleja la riqueza del patrimonio humano, el sistema de
valores y creencias, los paradigmas culturales, el lenguaje, el paso del tiempo y las infinitas combinaciones que es capaz de lograr

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el genio creativo y manifestarse en una gran variedad de obras y de géneros. Leer literatura implica abrir los ojos sobre aspectos
desconocidos y ocultos de la condición humana, sumergirnos en sus misteriosos laberintos nos permite explorar, investigar y
acercarnos tímidamente a una idea vaga sobre quiénes somos y qué caminos seguimos en este mundo. Leer es indagar, buscar
respuestas para luego hacernos nuevas preguntas y evitar así el conformismo, la rutina y la superficialidad. Quien se asoma a una
novela, a un poema, a un cuento o al texto de una pieza teatral, descubre las huellas de otros seres, de otras vivencias y, a partir de
ellas, nutre y enriquece su propia vida, porque es capaz de identificarse, de espejarse en otras experiencias, sentir en su propia piel
las aventuras y las desventuras de personajes y de criaturas; el latir de pasiones y de sentimientos ajenos vividos como propios. Por
último, quisiéramos añadir y compartir con ustedes un pensamiento del destacado escritor latinoamericano Mario Vargas Llosa,
quien señala: "La vida soñada de la novela es más bella, diversa, comprensible y perfecta que la real. Esta es, acaso, la mejor
contribución de la literatura al progreso: recordarnos que el mundo está mal hecho y que podría estar mejor, más cerca de lo que
nuestra imaginación es capaz de inventar". En esta reflexión se advierte un claro interés por darle a la literatura un importante papel
en la construcción de sociedades más justas, más libres y más democráticas. La ficción revela una necesidad vital de acortar las
distancias entre el mundo real y el mundo imaginado; la búsqueda incesante de darle a nuestra existencia la misma forma que tiene
nuestra vida imaginaria. La literatura es, desde esta perspectiva, una fuente inagotable de recursos que actúa como el mejor de los
antídotos contra los prejuicios, el racismo, los sectarismos políticos, las diferencias religiosas y, en definitiva, contra todo tipo de
exclusión social.

LITERATURA: CONCEPTO

Para muchos investigadores, existen dos aspectos que definen la literatura y la diferencian de los restantes discursos sociales: su
carácter ficcional y su finalidad estética.

El término ficción (=acción y efecto de fingir) significa originariamente "inventar" y "representar". También significa dar form a,
concebir, educar y adiestrar. Por ello, la literatura puede abarcar todos estos conceptos y más. En términos generales se dice mucho
acerca de ella y una gran cantidad de estudiosos han querido aproximarse a una definición:

a) La literatura es el arte hecho con palabras.

b) La literatura son los pensamientos y sentimientos del autor expresados en palabras.

c) La literatura transmite mensajes, nos enseña a cuestionarnos la vida.

d) La literatura transmite valores.

e) La literatura son las historias imaginadas, inventadas por un autor.

f) La literatura es una construcción de palabras o discursos bellos.


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Éstas y otras tantas creencias y definiciones se encuentran en diversos manuales, enciclopedias y libros que intentan acercarse a
una mediana explicación sobre lo que significa LITERATURA. Se trata de representaciones sociales que permiten establecer qué es
la literatura, en tanto que particular práctica social, para una comunidad determinada. Desde este enfoque, LOS TEXTOS SON
LITERARIOS CUANDO UNA SOCIEDAD,

UNA CULTURA ASÍ LO DISPONE.

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Trabajo Practico N° 5

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Trabajo Practico N° 5

APARICIÓN DE NUEVAS SUBJETIVIDADES


Durante siglos, la cultura occidental se sostenía en algunos pilares que parecían determinados por la
naturaleza y, justamente por ese carácter “natural”, no era posible concebirlos de otra manera. El hombre era quien ejercía
el rol activo: tomaba las decisiones en la familia, trabajaba y participaba de la vida pública. A la mujer le estaba destinado
un rol pasivo: aceptar las decisiones de los hombres (primero del padre, después del marido), ocuparse de las tareas
domésticas y no mucho más. Esta distinción entre roles “activos” y “pasivos” llevaba a que el apetito sexual del hombre
fuera visto como medida de su masculinidad y, por eso, era tolerable que lo satisficiera tanto en su hogar como fuera de
él. Se establecía una asociación directa: a mayor apetito sexual, a mayor cantidad y variedad de mujeres con las que tuviera
relaciones, mayor era su grado de hombría. Las mujeres, en cambio, debían tener un comportamiento opuesto: su apetito
sexual debía estar en función de satisfacer a un único hombre y, lo que se apartara de esta lógica, era condenado por la
sociedad.
Tan desparejos eran los papeles que debían cumplirse, que las mujeres accedieron al derecho a votar
en nuestro país recién a partir de 1951. Pero ese hecho, si bien resultó trascendental porque avaló a las mujeres a la
participación en la vida pública, no alteró significativamente la lógica de los roles que cada uno debía ocupar.
Ahora, quedaba aún una cuestión por tratar: ¿Qué hacer con aquellas personas que no se sentían
identificadas con esos roles masculinos y femeninos? ¿Y si había algún hombre que no se sentía atraído por las mujeres?
¿Y si había alguna mujer que no estaba dispuesta a tener relaciones sexuales con un solo hombre a lo largo de toda su
vida? Más aún: ¿Y si había alguna persona que no se sintiera atraída solamente por las personas del sexo opuesto sino
también por las del propio? ¿Y si había alguna persona que no se sintiera identificada con su sexo biológico, es decir, que
tuviera, por ejemplo, genitales masculinos pero se percibiera como una mujer, o viceversa?
Hasta hace unos años, las respuestas a estas preguntas tenían un fundamento científico: esas personas
que se alejaban de los modelos esperables eran consideradas “enfermas” y, como tales, debían ser curadas. A tal punto
esto era así, que la homosexualidad estuvo en la lista de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud hasta el 17

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de mayo de 1990. Estas transformaciones culturales y sociales (y seguramente algunas más) se dan en conjunto, al mismo
tiempo, y nos atraviesan de una u otra manera

¿QUÉ SIGNIFICA EL TÉRMINO “GÉNERO”?


El Diccionario de la Real Academia Española registra nueve acepciones distintas para la palabra “género”:
desde “conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes” hasta “tela o tejido” pasando por la cuestión del
“género” gramatical de sustantivos y adjetivos. Incluso, en Lingüística o Literatura se estudian “los géneros” como “tipos
de enunciados relativamente estables”. Pero ninguno de esos significados se corresponde con el uso que se hace del
término en, por ejemplo, la Ley de Identidad de Género sancionada en nuestro país en el año 2012. Esta normativa nacional
establece:
Ley de Identidad de Género (N°26.743)

Artículo 1°.- Derecho a la identidad de género. Toda persona tiene derecho:a) Al reconocimiento de su identidad de género;
b) Al libre desarrollo de su persona conforme a su identidad de género; c) A ser tratada de acuerdo con su identidad de
género y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que acreditan su identidad respecto de el/los
nombre/s de pila, imagen y sexo con los que allí es registrada.
Artículo 2°.- - Definición. Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada
persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia
personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios
farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones
de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales.
Artículo 3°.- Ejercicio. Toda persona podrá solicitar la rectificación registral del sexo, y el cambio de nombre de pila e
imagen, cuando no coincidan con su identidad de género autopercibida.

Es en el sentido de esta Ley que se utilizará el término “género”, entendiendo que no es ni una forma
diferente de referirse a las mujeres o exclusivamente al género femenino, ni un sinónimo de sexo. El género se corresponde
con lo construido por una sociedad más allá del sexo biológico.

¿COMO APARECEN LAS CUESTIONES DE GENERO EN LA LENGUA?


La forma en la que usamos la lengua suele dar un lugar de privilegio al género masculino. Por ejemplo, las palabras están
en los diccionarios enunciadas en su forma masculina. También es posible señalar que el término “hombre” puede incluir
a las mujeres en usos tales como “el hombre es un ser social”, lo que no sucede a la inversa: si se habla de “La Historia de
la Mujer”, de ningún modo se entiende que allí podrían incluirse personas de género masculino. En ejemplos cotidianos,
puede ocurrir que una persona entre a una sala y diga “pónganse todos de pie” y que se paren tanto los hombres como
las mujeres; pero no sucedería lo mismo si dijera “pónganse todas de pie” ya que los varones no se sentirían incluidos en
ese “todas”. A partir de estas situaciones, y en combinación con el uso de las nuevas tecnologías, desde hace unos años
han empezado a aparecer formas alternativas frente a situaciones de este tipo. Una de ellas es la utilización del símbolo
‘@’ que englobaría a ambos géneros ya que pareciera combinar la ‘a’ y la ‘o’; otra es la utilización de la ‘x’. Así, en algunos
casos puede leerse: “L@s espero a tod@s” o “Lxs espero a todxs”, lo que parece subsanar la cuestión del machismo en la
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lengua escrita pero no en la oralidad: ¿Cómo se leerían esas frases en voz alta? La cuestión radica en que el castellano
tiene género femenino, género masculino, incluso excepcionalmente género neutro (aquello que no es ni masculino ni
femenino; por ejemplo, en casos como “lo bueno”, “lo externo”), pero no contempla un género “integrador” en el que
confluyan lo masculino y lo femenino sin que lo femenino se incorpore a lo masculino. Quizás, una posibilidad sea pensar
en el uso de la letra ‘e’ para resolver estas cuestiones; en el ejemplo anterior, alguien que entre a una sala podría decir:
“pónganse todes de pie”.

¿COMO APARECEN LAS CUESTIONES DE GENERO EN LA LITERATURA?


En tanto manifestación social, la literatura está atravesada (no podría no estarlo) por estas cuestiones. Por eso, no puede
ser entendida aislada de su contexto. Entonces, si en la sociedad emergen nuevas identidades, nuevas subjetividades,
también lo harán en la Literatura. Una pieza literaria que evidencia estas cuestiones es la canción “Malo” interpretada por
“Bebe” una cantautora y actriz oriunda de España. La letra del tema relata situaciones de violencia doméstica que vive la
protagonista de parte de un hombre con quien vive. En el discurrir de la canción se deja entrever el hartazgo de la mujer,
quien pretende modificar su situación denigrante a manos de un varón. Las discusiones, las peleas, los gritos no tardan en
aparecer:

Malo
de Bebe (2004)
Apareciste una noche fría
con olor a tabaco sucio y a ginebra,
el miedo ya me recorría mientras cruzaba
los deditos tras la puerta.
tu carita de niño guapo se la ha ido
comiendo el tiempo por tus venas
y tu inseguridad machista se refleja
cada día en mis lagrimitas.
Una vez más no, por favor, que estoy
cansada
y no puedo con el corazón,
una vez más no, mi amor, por favor,
no grites, que los niños duermen.
una vez más no, por favor, que estoy
cansada
y no puedo con el corazón,
una vez más no, mi amor, por favor,
no grites, que los niños duermen.
Voy a volverme como el fuego,
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voy a quemar tu puño de acero,


y del morao de mi mejilla saldrá el valo
pa cobrarme las heridas.
Malo, malo, malo eres,
no se daña a quien se quiere, no;
tonto, tonto, tonto eres,
no te pienses mejor que las mujeres.
malo, malo, malo eres,
no se daña a quien se quiere, no;
tonto, tonto, tonto eres,
no te pienses mejor que las mujeres.
El día es gris cuando tú estás
y el sol vuelve a salir cuando te vas,
y la penita de mi corazón
yo me la tengo que tragar con el fogón.
mi carita de niña linda
se ha ido envejeciendo en el silencio,
cada vez que me dices puta
se hace tu cerebro más pequeño.
Una vez más no, por favor,
que estoy cansada y no puedo con el
corazón,
una vez más no, mi amor, por favor,
no grites, que los niños duermen.
una vez más no, por favor, que estoy
cansada
y no puedo con el corazón,
una vez más no, mi amor, por favor,
no grites, que los niños duermen.
Voy a volverme como el fuego,
voy a quemar tu puño de acero,
y del morao de mi mejilla saldrá
el valor pa cobrarme las heridas.
Malo, malo, malo eres,
no se daña a quien se quiere, no;
tonto, tonto, tonto eres,
no te pienses mejor que las mujeres.
malo, malo, malo eres,
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no se daña a quien se quiere, no;


tonto, tonto, tonto eres,
no te pienses mejor que las mujeres.

Voy a volverme como el fuego,


voy a quemar tu puño de acero,
y del morao de mi mejilla
saldrá el valor pa cobrarme las heridas.
Malo, malo, malo eres,
no se daña a quien se quiere, no;
tonto, tonto, tonto eres,
no te pienses mejor que las mujeres.
malo, malo, malo eres,
no se daña a quien se quiere, no;
tonto, tonto, tonto eres,
no te pienses mejor que las mujeres.
malo, malo, malo eres,
malo eres porque quieres;
malo, malo, malo eres,
no me chilles, que me duele.
Eres débil y eres malo
y no te pienses mejor que yo ni que nadie,
y ahora yo me fumo un cigarrito
y te echo el humo en el corazoncito
porque..
Malo, malo, malo eres, tú,
malo, malo, malo eres, sí,
malo, malo, malo eres, siempre,
malo, malo malo eres.

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Trabajo Practico N° 6

LA MATRIZ HETEROSEXUAL

La filósofa norteamericana Judith Butler ha desarrollado la siguiente idea: existe en nuestra sociedad una “rejilla de
inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y deseos que supone que para que los cuerpos
sean coherentes y tengan sentido debe haber un sexo estable mediante un género estable”. Esa “rejilla de inteligibilidad”
es llamada “matriz heterosexual” ¿Qué significa esto? Que hay un molde que nos condiciona a encasillar a cada persona
en alguno de estos dos grupos: hombres o mujeres. Lo que postula Butler es que estamos condicionados a asignarle un
género a cada persona y, si no podemos hacerlo, la sensación es que algo estaría fallando.

EL MARICA

Escúchame, César, yo no sé por dónde andarás ahora, pero cómo me gustaría que leyeras esto, porque hay cosas, palabras,
que uno lleva mordidas adentro y las lleva toda la vida, hasta que una noche siente que debe escribirlas, decírselas a alguien,
porque si no las dice van a seguir ahí, doliendo, clavadas para siempre en la vergüenza. Escúchame.

Vos eras raro, uno de esos pibes que no pueden orinar si hay otro en el baño. En la Laguna, me acuerdo, nunca te
desnudabas delante de nosotros. A ellos les daba risa. Y a mí también, claro; pero yo decía que te dejaran, que cada uno es
como es. Cuando entraste a primer año venías de un colegio de curas; San Pedro debió de parecerte algo así como
Brobdignac. No te gustaba trepar a los árboles ni romper faroles a cascotazos ni correr carreras hacia abajo entre los
matorrales de la barranca. Ya no recuerdo cómo fue, cuando uno es chico encuentra cualquier motivo para querer a la
gente, sólo recuerdo que un día éramos amigos y que siempre andábamos juntos. Un domingo hasta me llevaste a misa. Al
pasar frente al café, el colorado Martínez dijo con voz de flauta adiós, los novios, a vos se te puso la cara como fuego y yo
me di vuelta puteándolo y le pegué tan tremendo sopapo, de revés, en los dientes, que me lastimé la mano.

Después, vos me la querías vendar. Me mirabas.

–Te lastimaste por mí, Abelardo.

Cuando dijiste eso, sentí frío en la espalda. Yo tenía mi mano entre las tuyas y tus manos eran blancas, delgadas. No sé.
Demasiado blancas, demasiado delgadas.

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–Soltame –dije.

O a lo mejor no eran tus manos, a lo mejor era todo, tus manos y tus gestos y tu manera de moverte, de hablar. Yo ahora
pienso que en el fondo a ninguno de nosotros le importaba mucho, y alguna vez lo dije, dije que esas cosas no significan
nada, que son cuestiones de educación, de andar siempre entre mujeres, entre curas. Pero ellos se reían, y uno también,
César, acaba riéndose, acaba por reírse de macho que es y pasa el tiempo y una noche cualquiera es necesario recordar,
decirlo todo.

Yo te quise de verdad. Oscura e inexplicablemente, como quieren los que todavía están limpios. Eras un poco menor que
nosotros y me gustaba ayudarte. A la salida del colegio íbamos a tu casa y yo te explicaba las cosas que no comprendías.
Hablábamos. Entonces era fácil escuchar, contarte todo lo que a los otros se les calla. A veces me mirabas con una especie
de perplejidad, una mirada rara, la misma mirada, acaso, con la que yo no me atrevía a mirarte. Una tarde me dijiste:

–Sabes, te admiro.

No pude aguantar tus ojos. Mirabas de frente, como los chicos, y decías las cosas del mismo modo. Eso era.

–Es un marica.

–Qué va a ser un marica.

–Por algo lo cuidas tanto.

Supongo que alguna vez tuve ganas de decir que todos nosotros juntos no valíamos ni la mitad de lo que él, de lo que vos
valías, pero en aquel tiempo la palabra era difícil y la risa fácil, y uno también acepta –uno también elige–, acaba por
enroñarse, quiere la brutalidad de esa noche cuando vino el negro y habló de verle la cara a Dios y dijo me pasaron un dato.

–Me pasaron un dato –dijo–, por las Quintas hay una gorda que cobra cinco pesos, vamos y de paso el César le ve la cara a
Dios.

Y yo dije macanudo.

–César, esta noche vamos a dar una vuelta con los muchachos. Quiero que vengas.

– ¿Con los muchachos?

–Sí, qué tiene.

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Porque no sólo dije macanudo sino que te llevé engañado. Vos te diste cuenta de todo cuando llegamos al rancho. La luna
enorme, me acuerdo. Alta entre los árboles.

–Abelardo, vos lo sabías.

–Callate y entra.

– ¡Lo sabías!

–Entra, te digo.

El marido de la gorda, grandote como la puerta, nos miraba como si nos midiera. Dijo que eran cinco pesos. Cinco pesos
por cabeza, pibes. Siete por cinco, treinticinco. Verle la cara a Dios, había dicho el negro. De la pieza salió un chico, tendría
cuatro o cinco años. Moqueando, se pasaba el revés de la mano por la boca, nunca en mi vida me voy a olvidar de aquel
gesto. Sus piecitos desnudos eran del mismo color que el piso de tierra.

El negro hizo punta. Yo sentía una pelota en el estómago, no me animaba a mirarte. Los demás hacían chistes brutales,
anormalmente brutales, en voz de secreto; todos estábamos asustados como locos. A Aníbal le temblaba el fósforo cuando
me dio fuego.

–Debe estar sucia.

Cuando el negro salió de la pieza venía sonriendo, triunfador, abrochándose la bragueta. Nos guiñó un ojo.

–Pasa vos.

–No, yo no. Yo después.

Entró el colorado; después entró Aníbal. Y cuando salían, salían distintos. Salían hombres. Sí, ésa era exactamente la
impresión que yo tenía.

Entré yo. Cuando salí vos no estabas.

–Dónde está César.

–Disparó.

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Y el ademán –un ademán que pudo ser idéntico al del negro– se me heló en la punta de los dedos, en la cara, me lo borró
el viento del patio porque de pronto yo estaba fuera del rancho.

–Vos también te asustaste, pibe.

Tomando mate contra un árbol vi al marido de la gorda; el chico jugaba entre sus piernas.

–Qué me voy a asustar. Busco al otro, al que se fue.

–Agarró pa aya –con la misma mano que sostenía la pava, señaló el sitio. Y el chico sonreía. Y el chico también dijo pa aya.

Te alcancé frente al Matadero Viejo; quedaste arrinconado contra un cerco. Me mirabas. Siempre me mirabas.

–Lo sabías.

–Volvé.

–No puedo, Abelardo, te juro que no puedo.

–Volvé, animal.

–Por Dios que no puedo.

–Volvé o te llevo a patadas en el culo.

La luna grande, no me olvido, blanquísima luna de verano entre los árboles y tu cara de tristeza o de vergüenza, tu cara de
pedirme perdón, a mí, tu hermosa cara iluminada, desfigurándose de pronto. Me ardía la mano. Pero había que golpear,
lastimar; ensuciarte para olvidarse de aquella cosa, como una arcada, que me estaba atragantando.

–Bruto –dijiste–. Bruto de porquería. Te odio. Sos igual, sos peor que los otros.

Te llevaste la mano a la boca, igual que el chico cuando salía de la pieza. No te defendiste.

Cuando te ibas, todavía alcancé a decir:

–Maricón. Maricón de mierda.

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Y después lo grité. Escúchame, César. Es necesario que leas esto. Porque hay cosas que uno lleva mordidas, trampeadas en
la vergüenza toda la vida, hay cosas por las que uno, a solas, se escupe la cara en el espejo. Pero, de golpe, un día necesita
decirlas, confesárselas a alguien. Escúchame.

Aquella noche, al salir de la pieza de la gorda, yo le pedí, por favor, no se lo vaya a contar a los otros. Porque aquella noche
yo no pude. Yo tampoco pude.

© Abelardo Castillo: El marica. Las otras puertas (1961)

Cuando yo me vaya
Cuando yo me vaya no quiero gente de luto.
Quiero muchos colores, bebidas y abundante comida; Esa que de niñ* me hacia falta.
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Cuando yo me vaya no aceptaré críticas;


más razonable y serio sería que me las hagan en vida.

Cuando yo me vaya desearía una montaña de flores…


Esa que l*s mil amores por los que he sufrido nunca supieron regalarme

Cuando yo me vaya no quiero farsantes en mi despedida;


quiero a mis travas queridas, a mi barrio lumpen a mis herman*s de la calle, de la vida y de la lucha..

Cuando yo me vaya sé que en algunas cuantas conciencias habré dejado la humilde enseñanza de la
resistencia trava, sudaca, originaria.

Cuando yo me vaya quiero una despedida sin cruces; tod*s saben sobre mi atea militancia

Y sin machos fachos porque también; saben sobre mi pertenencia feminista.

Cuando yo me vaya espero haber hecho un pequeño aporte a la lucha por un mundo sin desigualdad de
género, ni de clase

Cuando yo, esta humilde trava se vaya; No me habré muerto… simplemente me iré a besarles los pies a la
Pacha Mama.”

Amancay Diana Sacayán,

1. ¿Quien fue Diana Sacayan?


2. ¿Qué relación guarda con nuestra escuela?

Así escribe

“Quiero soltar el sentimiento profundo de la tierra.


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Ser el aliento, la ceniza pariendo su verano,

escribir una forma que permanezca erguida,

un poema, un poema de amor que vibre en el aire.

Adentro de mi boca hierven las galaxias”.

“Soy responsable de mi ignorancia,

De la voluntad que elijo en lo que insisto.

Soy responsable de repudiar lo que no amo, lo que hace mal.

Me importa mi país, me importa el tiempo en que vivo”

Anahi Cao

Trabajo Practico N° 5

En busca de nuestra identidad

UNA ÉPOCA PARA EL ROMANTICISMO

En el siglo XIX, las guerras de Independencia se aplacaron y las naciones de Hispanoamérica comenzaron
a buscar su propia identidad. Los ánimos revolucionarios se calmaron y los escritores, cansados de la literatura ilustrada y
racionalista tomaron rumbos diferentes. El ROMANTICISMO llegó a Latinoamérica a través de la influencia de los románticos
europeos. A los temas autóctonos se les agregaron el sentimiento y la fantasía europea. Los escritores hispanoamericanos
escogieron temas como el paisaje natural, la raza, las formas de vida de acuerdo con las variadas circunstancias sociales, etc. El
Romanticismo fue un fenómeno cultural, no solamente literario, sino que se impuso en el arte y en la vida como un modo de ser.
El Romanticismo, que proclamaba la libertad de inspiración y la excitación de la fantasía y el sentimiento, abandonó la noción de

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"arte moralizador" que defendía la etapa anterior: el Neoclasicismo. En Argentina surgió un grupo de escritores románticos, que
enfrentaron con sus ideas y su estética al gobierno del dictador Rosas. El exilio y la persecución fue el destino de estos es critores,
que fueron por Hispanoamérica difundiendo su forma de pensar. Expresar las emociones suscitadas por el paisaje americano y
valorar lo auténticamente nacional fue su consigna. Los más importantes escritores de este grupo son: Esteban Echeverría (1805–
1851), José Mármol (1817–1871) y Domingo Faustino Sarmiento (1811–1888).

Características del Plasticidad en la Romanticismo

✓ descripción Imposición de la irracionalidad sobre la razón Búsqueda de Dios a través de la poesía


✓ Predominio de lo subjetivo Presencia de lo popular y lo nacional
✓ Expresión ilimitada de los sentimientos Nostalgia del pasado como algo paradisíaco
✓ Tendencia muy marcada a vivir como se escribe
✓ La naturaleza es vista como un escenario de contemplación y exaltación de los sentimientos
✓ Libertad en las ideas y los sentimientos

UN POCO DE HISTORIA...

Para entender el texto que leerá a continuación, es necesario que recuerde la época histórica en la que fue escrito. Lo invitamos a
recordar...

MARCO HISTÓRICO POLÍTICO

Esteban Echeverría y su tiempo

Quizás para describir mejor el tiempo histórico-político en el que se encuadra la obra "El Matadero" de Esteban
Echeverría, sería adecuado hablar del gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Rosas nace en 1793 en Buenos Aires y muere en Swathing Inglaterra. Militar y político, fue encargado del Partido
Federal a la muerte de Dorrego, apoyó las tropas de Estanislao López contra Lavalle. Elegido gobernador de Buenos Aires (1829 -
1832), se alió con el caudillo riojano Facundo Quiroga, para vencer al general unitario Paz.

Su gobierno personalista suscitó grandes recelos, motivo por el cual abandonó la gobernación y emprendió una
campaña contra los indios del sur. Reelegido en 1835, asumió una abierta dictadura hasta 1852, año en el que fue derrotado en la
batalla de Caseros por Justo José de Urquiza, huyendo poco después a Inglaterra en donde permanecerá hasta el día de su muerte.

A partir de 1830, Esteban Echeverría encabeza, junto con otros jóvenes intelectuales de la época, una nueva generación
que intenta abrir caminos hacia la libertad y el progreso en franca Características del Plasticidad en la Romanticismo descri pción
Imposición de la irracionalidad sobre la razón Búsqueda de Dios a través de la poesía Predominio de lo sub jetivo Presencia de lo
popular y lo nacional Expresión ilimitada de los sentimientos Nostalgia del pasado como algo paradisíaco Tendencia muy marcad a
a vivir como se escribe La naturaleza es vista como un escenario de contemplación y exaltación de los sentimientos Libertad en las
ideas y los sentimientos Juan Manuel de Rosas fue un político argentino, gobernador de Buenos Aires en los períodos 1829-1832 y

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1835-1852 ? "En busca de nuestra identidad" oposición a lo que sustentaba la ideología propiciada por los federales y que se
apoyaba en la ignorancia y en el sometimiento de las masas populares.

A poco andar, el romántico poeta iba a iniciar el camino del exilio hacia 1840 y Montevideo sería su refugio y
posteriormente el lugar de su muerte.

En el caso particular de "El Matadero", Echeverría esboza sus ideas estéticas en torno a la función social del arte y a la
literatura como expresión nacional de un pueblo. En esta obra plantea de lleno la situación del país por aqu ellos años en los que
reinaba la tiranía y el autoritarismo emanados del poder centralizado y federal de Juan Manuel de Rosas.

El país era un "matadero" regido por leyes durísimas e intransigentes y, quienes no las cumplían, eran castigados por "la
mazorca", especie de organización terrorista al servicio del gobierno.

La tortura que le propinan al unitario (hombre distinguido y culto) y su posterior muerte no hacen más que confirmar la
visión de Echeverría acerca de los abusos y de los excesos de los federales ("chusmas, brutales e indecentes"), capaces de cometer
los más horribles crímenes en nombre de la Santa Federación y del Restaurador de las Leyes.

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Ya nos hemos adentrado en el contexto histórico político de la obra que lo vamos a invitar a leer. Ahora, sin más
preámbulos, lo invitamos a sumergirse en ella.

EL MATADERO

Esteban Echeverría

A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como
acostumbran hacerlo los antiguos historiadores españoles de América, que deben ser nuestros prototipos. Tengo muchas razones
para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi narración paraban por los a ños de
Cristo de 183... Estábamos, a más en cuaresma, época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la Iglesia, adoptando el
precepto de Epicteto, sustine, abstine (sufre, abstente), ordena vigilia y abstinencia para los estómagos de los fieles a causa de la
carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la carne. Y como la Iglesia tiene ab initio, y por delegación directa a Dios,
el imperio inmaterial sobre las conciencias y los estómagos, que en manera alguna pertenecen al individuo, nada más justo y racional
que vede lo malo.

Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos católicos, sabiendo que el pueblo
de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento, sólo traen en días cuaresmales al
matadero los novillos necesarios para el sustento de los niños y los enfermos dispensados de la abstinencia por la bula y no con el
ánimo de que se harten algunos herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar los mandamientos carnificinos2 de la Igl esia,
y a contaminar la sociedad con el mal ejemplo.

Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se pusieron a
nado acuoso barro. Una tremenda avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de Barracas, y extendió majestuosam ente sus
turbias aguas hasta el pie de las barrancas del Alto. El Plata, creciendo embravecido, empujó esas aguas que venían buscando su
cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas, caseríos, y extenderse como un lago inmenso por todas
las bajas tierras. La ciudad circunvalada del norte al oeste por una cintura de agua y barro, y al sud por un piélago blanque cino en
cuya superficie flotaban a la ventura algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y las copas de los árboles , echaba desde sus
torres y barrancas atónitas miradas al horizonte como implorando la protección el Altísimo. Parecía el amago de un nuevo dilu vio.3
Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el

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púlpito a puñetazos. "Es el día del Juicio –decían–, el fin del mundo está por venir. La cólera divina rebosando se derrama en
inundación. ¡Ay de vosotros, pecadores! ¡Ay de vosotros, unitarios impíos que os mofáis de la Iglesia, de los santos, y no escucháis
con veneración la palabra de los ungidos del Señor! ¡Ay de vosotros si no imploráis misericordia al pie de los altares! Llega rá la hora
tremenda del vano rugir de dientes y de las frenéticas imprecaciones. Vuestra impiedad, vues tras herejías, vuestras blasfemias,
vuestros crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia del Dios de la Federación os declarará
malditos".

Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas, del templo, echando, como era natural, la culpa de aquella
calamidad a los unitarios.

Continuaba, sin embargo, lloviendo a cántaros, y la inundación crecía, acreditando el pronóstico de los
predicadores. Las campanas comenzaron a tocar rogativas por orden del muy católico Restaurador, quien parece no las tenía todas
consigo. Los libertinos, los incrédulos, es decir, los unitarios, empezaron a amedrentarse al ver tanta cara compungida, oír tanta
batahola de imprecaciones. Se hablaba ya, como de cosa resuelta, Comprensión y Productos III de una procesión en que debía ir
toda la población descalza y a cráneo descubierto, acompañando al Altísimo, llevado bajo palio por el obispo, hasta la barran ca de
Balcarce, donde millares de voces, conjurando al demonio unitario de la inundación, debían implorar la misericordia divina.

Feliz, o mejor, desgraciadamente, pues la cosa habrá sido de verse, no tuvo efecto la ceremonia, porque bajando
el Plata, la inundación se fue poco a poco escurriendo en su inmenso lecho, sin necesidad de conjuro ni plegarias.

Lo que hace principalmente a mi historia es que por causa de la inundación estuvo quince días el matadero de la
Convalecencia sin ver una sola cabeza vacuna, y que en uno o dos, todos los bueyes de quinteros y aguateros se consumieron en el
abasto de la ciudad. Los pobres niños y enfermos se alimentaban con huevos y gallinas, y los gringos y herejotes bramaban por el
beefsteak y el asado. La abstinencia de carne era general en el pueblo, que nunca se hizo más digno de la bendición de la Iglesia, y
así fue que llovieron sobre él millones y millones de indulgencias plenarias. Las gallinas se pusieron a 6 pesos y los huevos a 4 reales,
y el pescado carísimo. No hubo en aquellos días cuaresmales promiscuaciones ni exceso de gula; pero, en cambio, se fueron der echo
al cielo innumerables ánimas, y acontecieron cosas que parecen soñadas.

No quedó en el matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares que allí tenían albergue. Todos murieron o de
hambre o ahogados en sus cuevas por la incesante lluvia. Multitud de negras rebusconas de achuras, como los caranchos de pres a,
se desbandaron por la ciudad como otras tantas arpías prontas a devorar cuanto hallaran comible. Las gaviotas y los perros,
inseparables rivales suyos en el matadero, emigraron en busca de alimento animal. Porción de viejos achacosos cayeron en
consunción por falta de nutritivo caldo; pero lo más notable que sucedió fue el fallecimiento casi repentino de unos cuantos gringos
herejes, que cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos de Extremadura, jamón y bacalao, y se fueron al otro mun do
a pagar el pecado cometido por tan abominable promiscuación.

Algunos médicos opinaron que si la carencia de carne continuaba, medio pueblo caería en síncope por estar los
estómagos acostumbrados a su corroborante juego; y era de notar el contraste entre estos tristes pronósticos de la ciencia y los
anatemas lanzados desde el púlpito por los reverendos padres contra toda clase de nutrición animal y de promiscuación en aque llos
días destinados por la Iglesia al ayuno y la penitencia. Se originó de aquí una especie de guerra intestina entre los estómagos y las
conciencias, atizada por el inexorable apetito, y las no menos inexorables vociferaciones de los ministros de la Iglesia, qui enes, como

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es su deber, no transigen con vicio alguno que tienda a relajar las costumbres católicas: a lo que se agregaba el estado de flatulencia
intestinal de los habitantes, producido por el pescado y los porotos y otros alimentos algo indigestos.

Esta guerra se manifestaba por sollozos y gritos descompensados en la peroración de los sermones y por rumores
y estruendos subitáneos en las casas y calles de la ciudad o dondequiera concurrían gente. Alármese un tanto el gobierno, tan
paternal como previsor del Restaurador, creyendo aquellos tumultos de origen revolucionario y atribuyéndolos a los mismos
salvajes unitarios, cuyas impiedades, según los predicadores federales, habían traído sobre el país la inundación de la cólera divina;
tomó activas providencias, desparramó a sus esbirros por la población, y por último, bien informado, promulgó un decreto
tranquilizador de las conciencias y de los estómagos, encabezado por un considerando muy sabio y piadoso para que a todo tran ce,
y arremetiendo por agua y todo, se trajese ganado a los corrales.

En efecto, el decimosexto día de la carestía, víspera del día de Dolores, entró a vado por el paso de Burgos al
matadero del Alto una tropa de cincuenta novillos gordos; cosa poca por cierto para una población acostumbrada a consumir
diariamente de 250 a 300, y cuya tercera parte al menos gozaría del fuero eclesiástico de alimentarse con carne. ¡Cosa extraña que
haya estómagos privilegiados y estómagos sujetos a leyes inviolables y que la Iglesia tenga la llave de los estómagos!

Pero no es extraño, supuesto que el diablo con la carne suele meterse en el cuerpo y que la Iglesia tiene el poder
de conjurarlo: el caso es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su voluntad sino la de la Iglesia y el gobierno.
Quizá llegue el día en que sea prohibido respirar aire libre, pasearse y hasta conversar con un amigo, sin permiso de autorid ad
competente. Así era, poco más o menos, en los felices tiempos de nuestros beatos abuelos, que por desgracia vino a tur bar la
revolución de Mayo.

Sea como fuera, a la noticia de la providencia gubernativa, los corrales del Alto se llenaron, a pesar del barro, de
carniceros, de achuradores y de curiosos, quienes recibieron con grandes vociferaciones y palmoteos los cincuenta novillos
destinados al matadero.

–Chica, pero gorda –exclamaban– ¡Viva la Federación! ¡Viva el Restaurador! Porque han de saber los lectores que
en aquel tiempo la Federación estaba en todas partes, hasta entre las inmundicias del matadero, y no había fiesta sin Restaurador
como no hay sermón sin San Agustín. Cuentan que al oír tan desaforados gritos las últimas ratas que agonizaban de hambre en s us
cuevas, se reanimaron y echaron a correr desatentadas, conociendo que volvían a aquellos lugares la acostumbrada alegría y la
algazara precursora de abundancia.

El primer novillo que se mató fue todo entero de regalo al Restaurador, hombre muy amigo del asado. Una comisión
de carniceros marchó a ofrecérselo en nombre de los federales del matadero, manifestándole in voce su agradecimiento por la
acertada providencia del gobierno, su adhesión ilimitada al Restaurador y su odio entrañable a los salvajes unitarios, enemig os de
Dios y de los hombres. El Restaurador contestó a la arenga, rinforzando sobre el mismo tema, y concluyó la ceremonia con los
correspondientes vivas y vociferaciones de los espectadores y actores. Es de creer que el Restaurador tuviese permiso especia l de
su Ilustrísima para no abstenerse de carne, porque siendo tan buen observador de las leyes, tan buen católico y tan acérrimo
protector de la religión, no hubiera dado mal ejemplo aceptando semejante regalo en día santo.

Siguió la matanza, y en un cuarto de hora cuarenta y nueve novillos se hallaban tendidos en la plaza del matadero,
desollados unos, los otros por desollar. El espectáculo que ofrecía entonces era animado y pintoresco, aunque reunía todo lo
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horriblemente feo, inmundo y deforme de una pequeña clase proletaria peculiar del Río de la Plata. Pero para que el lector pueda
percibirlo a un golpe de ojo, preciso es hacer un croquis de la localidad.

El matadero de la Convalecencia o del Alto, sito en las quintas al sur de la ciudad, es una gran playa en forma
rectangular, colocada al extremo de dos calles, una de las cuales allí termina y la otra se prolonga hasta el este. Esta play a, con
declive al sur, está cortada por un zanjón labrado por la corriente de las aguas pluviales, en cuyos bordes laterales se muestran
innumerables cuevas de ratones y cuyo cauce recoge en tiempo de lluvia toda la sangranza seca o reciente del matadero. En la
junción del ángulo recto, hacia el oeste, está lo que llaman la casilla, edificio bajo, de tres piezas de media agua con corredor al
frente que da a la calle y palenque para atar caballos, a cuya espalda se notan varios corrales de palo a pique de ñandubay con sus
fornidas puertas para encerrar el ganado.

Estos corrales son en tiempo de invierno un verdadero lodazal, en el cual los animales apeñuscados se hunden hasta
el encuentro, y quedan como pegados y casi sin movimiento. En la casilla se hace la recaudación del impuesto de corrales, se cobran
las multas por violación de reglamentos y se sienta el juez del matadero, personaje importante, caudillo de los carniceros y que
ejerce la suma del poder en aquella pequeña república, por delegación del Restaurador. Fácil es calcular qué clase de hombre se
requiere para el desempeño de semejante cargo. La casilla, por otra parte es un edificio tan ruin y pequeño que nadie lo notaría en
los corrales a no estar asociado su nombre al del terrible juez y no resaltar sobre su blanca cintura los siguientes letreros rojos: "Viva
la Federación", "Viva el Restaurador y la heroína doña Encarnación Escurra", "Mueran los salvajes unitarios". Letreros muy
significativos, símbolo de la fe política y religiosa de la gente del matadero. Pero algunos lectores no sabrán que tal heroína es la
difunta esposa del Restaurador, patrona muy querida de los carniceros, quienes, ya muerta, la veneraban por sus virtudes cris tianas
y su federal heroísmo en la revolución contra Balcarce. Es el caso que en un aniversario de aquella memorable hazaña de la mazorca,
los carniceros festejaron con un espléndido banquete en la casilla a la heroína, banquete al que concurrió con su hija y otras señoras
federales, y que allí, en presencia de un gran concurso, ofreció a los señores carniceros en un solemne brindis su federal patrocinio,
por cuyo motivo ellos la proclamaron entusiasmados patrona del matadero, estampando su nombre en las paredes de la casilla,
donde estará hasta que lo borre la mano del tiempo.

La perspectiva del matadero a la distancia era grotesca, llena de animación. Cuarenta y nueve reses estaban tendidas
sobre sus cueros y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo regado con la sangre de sus arterias. En torno a cada
res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distinta. La figura más prominente de cada grupo era el carnicero con el
cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre. A sus espaldas
se rebullían caracoleando y siguiendo los movimientos, una comparsa de muchachos, de negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad
trasuntaba las arpías de las fábulas, y entremezclados con ellas algunos enormes mastines, olfateaban, gruñían o se daban de
tarascones por la presa. Cuarenta y tantas carretas, toldadas con negruzco y pelado cuero, se escalonaban irregularmente a lo largo
de la playa, y algunos jinetes con el poncho calado y el lazo prendido al tiento cruzaban por entre ellas al tranco o reclinados sobre
el pescuezo de los caballos echaban ojo indolente sobre uno de aquellos animados grupos, al paso que más arriba, en el aire, un
enjambre de gaviotas blanquiazules, que habían vuelto de la emigración al olor de carne, revoloteaban, cubriendo con su dison ante
graznido todos los ruidos y voces del matadero y proyectando una sombra clara sobre aquel campo de horrible carnicería. Esto se
notaba al principio de la matanza.

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Pero a medida que adelantaba, la perspectiva variaba: los grupos se deshacían, venían a formarse tomando diversas
actitudes y se desparramaban corriendo como si en medio de ellos cayese alguna bala perdida, o asomase la quijada de algún
encolerizado mastín. Esto era que, inter el carnicero en un grupo descuartizaba a golpe de hacha, colgaba en otros los cuartos en
los ganchos a su carreta, despellejaba en éste, sacaba el sebo en aquél; de entre la chusma que ojeaba y aguardaba la presa d e
achura, salía de cuando en cuando una mugrienta mano a dar un tarascón con el cuchillo al sebo o a los cuartos de las res, lo que
originaba gritos y explosión de cólera del carnicero y el continuo hervidero de los grupos, dichos y gritería descompasada de los
muchachos.

-Ahí se mete el sebo en las tetas, la tipa –gritaba uno.

-Aquél lo escondió en el alzapón –replicaba la negra.

-Che, negra bruja, salí de aquí antes de que te pegue un tajo –exclamaba el carnicero.

-¿Qué le hago, ño Juan? ¡No sea malo! Yo no quiero sino la panza y las tripas.

-Son para esa bruja: a la m... -¡Ala bruja!!A la bruja! –repitieron los muchachos–. ¡Se lleva la riñonada y el tongorí!–

Y cayeron sobre su cabeza sendos cuajos de sangre y tremendas pelotas de barro.

Hacia otra parte, entretanto, dos africanas llevaban arrastrando las entrañas de un animal; allá una mulata se alejaba
con un ovillos de tripas y resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a plomo, cubriendo con su cuerpo la codiciad a
presa. Acullá se veían acurrucadas en hilera 400 negras destejiendo sobre las faldas el ovillo y arrancando uno a uno, los sebitos
que el avaro cuchillo del carnicero había dejado en la tripa como rezagados, al paso que otras vaciaban las panzas y vejigas y las
henchían de aire de sus pulmones para depositar en ellas, luego de secas, las achuras.

Varios muchachos, gambeteando a pie y a caballo, se daban de vejigazos o se tiraban bolas de carne, desparramando
con ellas y su algazara la nube de gaviotas que, columpiándose en el aire, celebraban chillando la matanza. Oíanse a menudo, a
pesar del veto del Restaurador y de la santidad del día, palabras inmundas u obscenas, vociferaciones preñadas de todo el cinismo
bestial que caracteriza a la chusma de nuestros mataderos, con las cuales no quiero regalar a los lectores.

De repente caía un bofe sobre la cabeza de alguno, que de allí pasaba a la de otro, hasta que algún deforme mastín
lo hacía buena presa, y una cuadrilla de otros, por si estrujo o no estrujo, armaba una tremenda de gruñidos y mordiscones. Alguna
tía vieja furiosa en persecución de un muchacho que le había embadurnado el rostro con sangre, y acudiendo a sus gritos y puteadas
los compañeros del rapaz, la rodeaban y azuzaban como los perros al toro, y llovían sobre ella zoquetes de carne, bolas de estiércol,
con groseras carcajadas y gritos frecuentes, hasta que el juez mandaba restablecer el orden y despejar el campo.

Por un lado dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo, tirándose horrendos tajos y reveses; por otro,
cuatro, ya adolescentes, ventilaban a cuchilladas el derecho a una tripa gorda y un mondongo que habían robado a un carnicero; y
no de ellos distante, porción de perros, flacos ya de la forzosa abstinencia, empleaban el mismo medio para saber quién se llevaría
el hígado envuelto en barro. Simulacro en pequeño era éste del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestione s y
los derechos individuales y sociales. En fin la escena que se representaba en el matadero era para vista, no para escrita.

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Un animal había quedado en los corrales, de corta y ancha nariz, de mirar fiero, sobre cuyos órganos genitales no
estaban conformes los pareceres, porque tenía apariencia de toro y de novillo. Llególe la hora. Dos enlazadores a caballo penetraron
en el corral en cuyo contorno hervía la chusma a pie, a caballo y horqueteada sobre sus nudosos palos. Formaban en la puerta el
más grotesco y sobresaliente grupo, varios pialadores y enlazadores de a pie con el brazo desnudo y armado del certero lazo, la
cabeza cubierta con un pañuelo punzó y chaleco y chiripá colorado, teniendo a sus espaldas varios jinetes y espectadores de o jo
escrutador y anhelante.

El animal, prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando espuma furibundo, y no habría demonio que lo hiciera
salir del pegajoso barro, donde estaba como clavado y era imposible pialarlo. Gritábanle, lo azuzaban en vano con las mantas y
pañuelos los muchachos que estaban prendidos sobre las horquetas del corral, y era de oír la disonante batahola de silbidos,
palmadas y voces, tiples y roncas que se desprendía de aquella singular orquesta.

Los dicharachos, las exclamaciones chistosas y obscenas rodaban de boca en boca, y cada cual hacía alarde
espontáneamente de su ingenio y de su agudeza, excitando por el espectáculo o picado por el aguijón de alguna lengua locuaz.

–Hi de p... en el toro.

–Al diablo los torunos de Azul.

–Malhaya el tropero que nos da gato por liebre.

–Si es novillo.

–¿No está viendo que es toro viejo?

–Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c... si le parece, c...o!

–Ahí los tiene entre las piernas. ¿No los ve, amigo, más grandes que la cabeza de su castaño, o se ha quedado ciego en el camino?
–Su madre sería la ciega, pues que tal hijo ha parido. ¿No ve que todo ese bulto es barro?

–Es emperrado y arisco como un unitario. Y al oír esta mágica palabra, todos a una voz exclamaron: ¡Mueran los salvajes unitarios!
–Para el tuerto los h...

–Sí, para el tuerto, que es hombre de c... para pelear con los unitarios.

El matambre a Matasiete, degollador de unitarios. ¡Viva Matasiete!

–A Matasiete el matambre.

–Allá va –gritó una voz ronca, interrumpiendo aquellos desahogos de la cobardía feroz–. ¡Allá va el toro!

–!Alerta! ¡Guarda los de la puerta! ¡Allá va furioso como un demonio!.

Y en efecto, el animal acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas que le espoleaban la cola, sintiendo
flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta, lanzando a entrambos lados una rojiza y fosfórica mirada. Diole el tirón el enl azador
sentando su caballo, desprendió el lazo del asta, crujió por el aire un áspero zumbido y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto

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de una horqueta del corral, como si un golpe de hacha lo hubiera dividido a cercén, una cabeza de niño cuyo tronco permaneció
inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre.

–¡Se cortó el lazo!– gritaron unos. ¡Allá va el toro! Pero otros, deslumbrados y atónitos, guardaron silencio, porque todo fue un
relámpago.

Desparramóse un tanto el grupo de la puerta. Una parte se agolpó sobre la cabeza y el cadáver palpitante del muchacho
degollado por el lazo, manifestando horror en sus atónitos semblantes, y la otra parte, compuesta de jinetes que no vieron la
catástrofe, se escurrió en distintas direcciones en pos del toro, vociferando y gritando: ¡Allá va el toro!!atajen! ¡Guarda! ¡Enlaza,
Sietepelos! ¡Que te agarra, Botija! ¡Va furioso; No se le pongan delante! ¡Ataja, ataja, morado! ¡Dele espuela al mancarrón! ¡Ya se
metió en la calle sola! ¡Que lo ataje el diablo!

El tropel y vocifería era infernal. Unas cuantas negras achuradoras, sentadas en hilera al borde del zanjón, oyendo el
tumulto se acogieron y agazaparon entre las panzas y tripas que desenredaban y devanaban con la paciencia de Penélope, lo que
sin dudas las salvó, porque el animal lanzó al mirarlas un bufido aterrador, dio un brinco sesgado y siguió adelante perseguido por
los jinetes. Cuentan que una de ellas se fue de cámaras; otra rezó diez salves en dos minutos, y dos prometieron a San Benito no
volver jamás aquellos malditos corrales y abandonar el oficio de achuradoras. No se sabe si cumplieron la promesa.

El toro, entretanto, tomó hacia la ciudad por una larga y angosta calle que parte de la punta más aguda del rectángulo
anteriormente descripto, calle encerrada por una zanja y un cerco de tunas, que llaman sola por no tener más de dos casas laterale s,
y en cuyo aposado centro había un profundo pantano que tomaba de zanja a zanja. Cierto inglés, de vuelta de su saladero, vadeaba
este pantano a la sazón, paso a paso, en un caballo muy arisco, y, sin duda, iba tan absorto en sus cálculos que no oyó el tr opel de
jinetes ni la gritería sino cuando el toro arremetía el pantano. Azoróse de repente su caballo dando un brinco al sesgo y hechó a
correr, dejando al pobre hombre hundido media vara en el fango. Este accidente, sin embargo, no detuvo ni frenó la carrera de los
perseguidores del toro, antes al contrario, soltando carcajadas sarcástica: "Se amoló el gringo; levántate gringo" –exclamaron,
cruzando el pantano, y amasando con barro bajo las patas de sus caballos su miserable cuerpo. Salió el gringo, como pudo, des pués
a la orilla, más con la apariencia de un demonio tostado por las llamas del infierno que un hombre blanco pelirrubio. Más adelante,
al grito de ¡Al toro!, cuatro negras achuradoras que se retiraban con su presa se zambulleron en la zanja llena de agua, único refugio
que les quedaba.

El animal, entre tanto, después de haber corrido unas veinte cuadras en distintas direcciones, azorando con su
presencia a todo viviente, se metió por la tranquera de una quinta, donde halló su perdición. Aunque cansado, manifestaba brí o y
colérico ceño; pero rodeábalo una zanja profunda y un tupido cerco de pitas, y no había escape. Juntáronse luego sus perseguidores
que se hallaban desbandados, y resolvieron llevarlo en un señuelo de bueyes para que expiase su atentado en el lugar mismo donde
lo había cometido.

Una hora después de su fuga el toro estaba otra vez en el matadero, donde la poca chusma que había quedado no
hablaba sino de sus fechorías. La aventura del gringo en el pantano, excitaba principalmente la risa y el sarcasmo. Del niño degollado
por el lazo no quedaba sino un charco de sangre: su cadáver estaba en el cementerio.

Enlazaron muy luego por las astas al animal, que brincaba haciendo hincapié y lanzando roncos bramidos. Echáronle
uno, dos, tres piales; pero infructuosos: al cuarto quedó prendido de una pata: su brío y su furia redoblaron; su lengua estirándose
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convulsiva, arrojaba espuma, su nariz humo, sus ojos miradas encendidas. –¡Desjarreten ese animal! –exclamó una voz imperiosa.
Matasiete se tiró al punto del caballo, cortóle el garrón de una cuchillada y gambeteando en torno de él con su enorme daga en
mano, se la hundió al cabo hasta el puño en la garganta, mostrándola en seguida humeante y roja a los espectadores. Brotó un
torrente de la herida, exhaló algunos bramidos roncos, y cayó el soberbio animal entre los gritos de la chusma que proclamaban a
Matasiete vencedor y le adjudicaba en premio el matambre. Matasiete extendió, como orgulloso, por su segunda vez, el brazo y el
cuchillo ensangrentado, y se agachó a desollarle con otros compañeros.

Faltaba que resolver la duda sobre los órganos genitales del muerto, clasificado provisoriamente de toro por su
indomable fiereza; pero estaban todos tan fatigados de la larga tarea, que lo echaron por lo pronto en olvido. Mas de repente una
voz ruda exclamó: –Aquí están los huevos –sacando de la barriga del animal y mostrando a los espectadores dos enormes testículos,
signo inequívoco de su dignidad de toro. La risa y la charla fue grande; todos los incidentes desgraciados pudieron fácilment e
explicarse. Un toro en el matadero era cosa muy rara, y aun vedada. Aquél, según reglas de buena policía, debía arrojarse a l os
perros; pero había tanta escasez de carne y tantos hambrientos en la población que el señor Juez tuvo a bien hacer ojo lerdo.

En dos por tres estuvo desollado, descuartizado y colgado en la carreta el maldito toro. Matasiete colocó el matambre
bajo el pellón de su recado y se preparaba a partir. La matanza estaba concluida a las , y la poca chusma que había presenciado
hasta el fin, se retiraba en grupos de a pie y de a caballo, o tirando a la cincha algunas carretas cargadas de carne.

Mas de repente la ronca voz de un carnicero gritó:

–¡Allí viene un unitario!, y al oír tan significativa palabra toda aquella chusma se detuvo como herida de una impresión subitánea.

–¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisa en el fraque ni luto en el sombrero.

–Perro unitario.

–Es un cajetilla.

–Monta en silla como los gringos.

–La mazorca con él.

–¡La tijera!

–Es preciso sobarlo.

–Trae pistoleras por pintar.

–Todos estos cajetillas unitarios son pintores como el diablo.

–¿A que no te le animás, Matasiete?

–¿A que no?

–A que sí.

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Matasiete era hombre de pocas palabras y de mucha acción. Tratándose de violencia, de agilidad, de destreza en el
hacha, el cuchillo o el caballo, no hablaba y obraba. Lo habían picado: prendió la espuela a su caballo y se lanzó a brida su elta al
encuentro del unitario.

Era éste un joven como de 25 años, de gallarda y bien apuesta persona, que mientras salían en borbotones de aquellas
desaforadas bocas las anteriores exclamaciones, trotaba hacia Barracas, muy ajeno de temer peligro alguno. Notando, empero, las
significativas miradas de aquel grupo de dogos de matadero, echa maquinalmente la diestra sobre las pistoleras de su silla in glesa,
cuando una pechada al sesgo del caballo de Matasiete lo arroja de los lomos del suyo tendiéndolo a la distancia boca arriba y sin
movimiento alguno.

–¡Viva Matasiete! –exclamó toda aquella chusma, cayendo en tropel sobre la víctima como los caranchos rapaces sobre la osamenta
de un buey devorado por el tigre.

Atolondrado todavía el joven, fue, lanzando una mirada de fuego sobre aquellos hombres no muy distante, a buscar en
su pistolas el desagravio y la venganza. Matasiete dando un salto le salió al encuentro y con fornido brazo asiéndolo de la c orbata
lo tendió en el suelo tirando al mismo tiempo la daga de la cintura y llevándola a su garganta.

Una tremenda carcajada y una nueva viva estentórea, volvió a vitorearlo.

¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales! ¡Siempre en pandillas cayendo como buitres sobre la victima inerte!

–Degüéllalo, Matasiete: quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como al toro.

–Pícaro unitario. Es preciso tusarlo.

–Tiene buen pescuezo para el violín.

–Mejor es la resbalosa.

–Probaremos –dijo Matasiete, y empezó sonriendo a pasar el filo de su daga por la garganta del caído, mientras con la rodilla
izquierda le comprimía el pecho y con la siniestra mano le sujetaba por los cabellos.

–No, no lo degüellen –exclamó de lejos la voz impotente del Juez del Matadero que se acercaba a caballo.

–A la casilla con él, a la casilla. Preparen la mazorca y las tijeras. ¡Mueran los salvajes unitarios! ¡Viva el Restaurador de las leyes!

–¡Viva Matasiete!

"¡Mueran!" "¡Vivan! repitieron en coro los espectadores, y atándolo codo con codo, entre moquetes y tirones, entre
vociferaciones e injurias, arrastraron al infeliz joven al banco del tormento, como los sayones al Cristo.

La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa de la cual no salían los vasos de bebida y los naipes
sino para dar lugar a las ejecuciones y torturas de los sayones federales del matadero. Notábase además en un rincón otra mes a
chica con recado de escribir y un cuaderno de apuntes y porción de sillas entre las que resaltaba un sillón de brazos destinado para
el juez. Un hombre, soldado en apariencia, sentado en una de ellas, cantaba al son de la guitarra la resbalosa, tonada de inm ensa

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popularidad entre los federales, cuando la chusma llegando en tropel al corredor de la casilla lanzó a empellones al joven unitario
hacia el centro de la sala.

–A ti te toca la resbalosa –gritó uno.

–Encomienda tu alma al diablo.

–Está furioso como un toro montaraz.

–Ya te amansará el palo.

–Es preciso sobarlo.

–Por ahora verga y tijera.

–Si no, la vela.

–Mejor será la mazorca.

–Silencio y sentarse –exclamó el juez dejándose caer sobre el sillón. Todos obedecieron, mientras el joven de pie, encarando al juez,
exclamó con voz preñada de indignación:

–¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí?

–¡Calma! –dijo sonriendo el juez–. No hay que encolerizarse. Ya lo verás.

El joven en efecto, estaba fuera de sí de cólera. Todo su cuerpo parecía estar en convulsión. Su pálido y amoratado
rostro, su voz, su labio trémulo, mostraban el movimiento convulsivo de su corazón, la agitación de sus nervios, sus ojos de fuego
parecían salirse de las órbitas, su negro y lacio cabello se levantaba erizado. Su cuello desnudo y la pechera de su camisa dejaban
entrever el latido violento de sus arterias y la respiración anhelante de sus pulmones.

– ¿Tiemblas? –le dijo el juez.

–De rabia porque no puedo sofocarte entre mis brazos.

– ¿Tendrías fuerza y valor para eso?

–Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame.

–A ver las tijeras de tusar mi caballo: túsenlo a la federala.

Dos hombres le asieron, uno de la ligadura del brazo, otro de la cabeza y en un minuto cortáronle la patilla que poblaba
toda su barba por bajo, con risa estrepitosa de sus espectadores.

–A ver –dijo el juez–, un vaso de agua para que se refresque.

–Uno de hiel le daría a beber, infame.

Un negro petiso púsole al punto delante con un vaso de agua en la mano. Dióle al joven un puntapié en el brazo y el vaso
fue a estrellarse en el techo, salpicando el asombrado rostro de los espectadores.
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–Éste es incorregible.

–Ya lo domaremos.

–Silencio –dijo el juez–. Ya estás afeitado a la federala, sólo te falta el bigote. Cuidado con olvidarlo. Ahora vamos a cuenta.

-¿Por qué no traes divisa?

–Porque no quiero.

–¿No sabes que lo manda el Restaurador?

-La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres.

–A los libres se les hace llevar a la fuerza.

–Sí, la fuerza y la violencia bestial. Ésas son vuestras armas, infames. ¡El lobo, el tigre, la pantera, también son fuertes como vosotros!
Deberías andar como ellos, en cuatro patas.

–¿No temes que el tigre de despedace? –Lo prefiero a que maniatado me arranquen, como el cuervo, una a una las entrañas.

–¿Por qué no llevar luto en el sombrero por la heroína?

–Porque lo llevo en el corazón por la patria que vosotros habéis asesinado, infames.

–¿No sabes que así lo dispuso el Restaurador?

–Lo dispusisteis vosotros, esclavos, para lisonjear el orgullo de vuestro señor, y tributarle vasallaje infame.

–¡Insolente! Te has embravecido mucho. Te haré cortar la lengua si chistas.

-Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la mesa.

Apenas articuló esto el juez, cuatro sayones salpicados de sangre, suspendieron al joven y lo tendieron largo a largo so bre la mesa
comprimiéndole todos sus miembros.

–Primero degollarme que denudarme, infame canalla.

Atáronle un pañuelo en la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el joven, pateaba, hacía rechinar los
dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro y su espina dorsal

era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro, grandes como perlas; echaban fuego
sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas
de sangre.

–Átenlo primero –exclamó el juez.

–Está rugiendo de rabia –articuló un sayón.

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En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa, volcando su cuerpo boca abajo. Era preciso
hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en la espalda. Sintiéndoselas libres el
joven, por un movimiento brusco en la cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos,
después sobre sus rodillas y se desplomó al momento murmurando: –Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.

Sus fuerzas se habían agotado. Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Entonces un
torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven, y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos
lados de la mesa. Los sayones quedaron inmóviles y los espectadores estupefactos.

–Reventó de rabia el salvaje unitario –dijo uno.

–Tenía un río de sangre en las venas –articuló otro.

–Pobre diablo, queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio –exclamó el juez frunciendo el ceño
de tigre–. Es preciso dar parte; desántenlo y vamos.

Verificaron la orden; echaron llave a la puerta y en un momento se escurrió la chusma en pos del caballo del juez
cabizbajo y taciturno.

Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas.

En aquel tiempo los carniceros degolladores del matadero, eran los apóstoles que propagaban a verga y puñal la
federación rosina, y no es difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y cuchillas. Llamaban ellos salvaje unita rio,
conforme a la jerga inventada por el Restaurador, patrón de la cofradía, a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni
ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto; a todo patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad; y por el suceso
anterior puede verse a las claras que el foco de la federación estaba en el matadero.

Aclaraciones de vocabulario y expresiones usadas en el relato

1: ... pasaban por los años de Cristo de 183... La época que se describe en el cuento, queda definida con esta referencia y con la que
se hace después al luto obligatorio que se debió guardar por la esposa de Rosas (1838-1840).

2: carnificinos. De carnífice, que significaba verdugo, ejecutor de la justicia. Se produce un juego de palabras, porque al tratarse del
periodo de la cuaresma, hace referencia a la prohibición de comer carne.

3: Parecía el amago de un nuevo diluvio... aquella calamidad a los unitarios, y siguientes. El texto ironiza poniendo de manifiesto la
entrega del clero de entonces a la política gubernamental.

4: aguateros. Persona que tenía por oficio vender agua.

5: real. Moneda de plata de la época, de poco valor.

6: promiscuaciones. Por promiscuidades. Se activa tanto el sentido de mezcla o confusión, como el de convivencia de personas de
distinto sexo.

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7: ... por estar los estómagos acostumbrados a su corroborante jugo. Documentación de la costumbre de alimentarse principalmente
de carne, derivada de la economía ganadera del país.

8: ... Así era, poco más o menos, en los felices tiempos de nuestros beatos abuelos, que por desgracia vino a turbar la Revolución de
Mayo. El narrador expresa mediante la ironía una crítica a la falta de libertad de pensamiento durante la época colonial, por
influencia de la Iglesia.

9: Cuadros de la época que sirven de testimonio y documento. Obsérvese su detallada minuciosidad.

10: Escenas que muestran el estado socioeconómico de los pobladores de los sectores más pobres.

11: Actitud de examen y denuncia de las costumbres.

12: Simulacro de pequeño... los derechos individuales y sociales. La descripción y narración realistas, van desembocando en el
designio político: empieza a usarse el tema con propósito alegórico.

13: ... con la paciencia de Penélope. Hace referencia a Penélope la esposa de Ulises, el protagonista de La Odisea; quien esperó
durante 10 años el regreso de su esposo, tejiendo y destejiendo una manta.

14: pintar. Alardear, fingir, engrandecer.

15: estentóreo. Muy fuerte, estruendoso o retumbante. La versión de Gutiérrez dice estertorio.

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Otro texto clásico y fundacional de la Literatura (y de la Historia, y de la Política) de nuestro país es el Martín Fierro.

¿Qué significa que sea clásico? Que incluso antes de leerlo por primera vez, ya tenemos una idea

su contenido.

En este caso, se sabe que el protagonista es un gaucho e incluso se emplean frases en lo cotidiano (lo más se pamos o no) que
aparecen en el texto: “aquí me pongo a cantar”, “los hermanos sean unidos”, “un padre que da consejos / que padre es un amigo”,
“todo bicho que camina / va a parar al asador”, “al que nace barrigón / es al ñudo que lo fajen”. Pero estas cuestiones no bastan
para dar cuenta de la trascendencia del texto y es necesario 65 conocer algunos datos más para abordarlo de manera más profun da.
El libro se publicó en dos partes: la primera en 1872 y la segunda en 1879. Su autor, José Hernández, fue soldado, periodista,
diputado y senador. Defendía las posiciones de los federales y se oponía a Sarmiento en cuanto a la caracterización de los gauchos,
lo que llevó a que muchos vieran su obra cumbre, el Martín Fierro, como el anti-Facundo. Lo concreto es que, en tanto Sarmiento
proponía eliminar a los gauchos porque consideraba que eran representantes del atraso y de lo bárbaro, Hernández se alineaba
más con las ideas de su maestro Juan Bautista Alberdi. En su libro Filosofía y Nación, el filósofo José Pablo Feinmann explica: “Alberdi
habrá de transformar la antinomia sarmientina. La civilización no está en las ciudades sino en las campañas. (...) Ahora bien , ¿Por
qué la civilización se encuentra en las campañas? Responde Alberdi: ‘Son las campañas las que tienen los puntos de contacto y
mancomunidad con la Europa industrial, comercial y marítima, que fue la promotora de la revolución, porque son ellas las que
producen las materias primas, es decir, la riqueza, en cambio de la cual la Europa suministra a la Am érica las manufacturas de su
industria. Las campañas rurales representan lo que Sudamérica tiene de más serio para Europa’. La civilización es, entonces, lo
económicamente valioso para Europa. Es decir, la campaña.” Sin ingresar en la discusión sobre si el país debía o no integrarse al
concierto de naciones con un rol agroexportador, lo que aquí interesa es que el protagonista del texto de José Hernández es u n
gaucho, a quien se le da un lugar de héroe. Es el gaucho el que habla, es el gaucho el que cuenta su verdad, el que explica los
motivos de sus desgracias y el que critica a quienes lo forzaron a atravesar las traumáticas situaciones narradas.

“LA IDA” Aunque el título original con el que apareció el libro fue El gaucho Martín Fierro, a la parte que se publicó en 1872 se la
conoce como “La Ida” ya que, tiempo después, Hernández publicaría La vuelta de Martín Fierro. A fines de 1870, Hernández habí a
integrado las tropas comandadas por el caudillo López Jordán que se alzaron contra el entonces Presidente de la Nación, Sarmiento.
La derrota de los rebeldes lo obligó a exiliarse en Brasil, hasta que tiempo más tarde regresó clandestinamente a Buenos Aires. En
un hotel que estaba ubicado en el centro porteño le da forma a su obra. El comienzo del texto, que mantendrá su forma poética en
su totalidad, es conocido:

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