Jorge O.
Cofré González
                                                                                             Psicólogo de Niños y Adolescentes
                          La desesperanza aprendida
                                                       La desesperanza aprendida es un fenómeno que ocurre
                                                       cuando una persona experimenta una situación
                                                       negativa y no cuenta con los recursos suficientes para
                                                       hacerle frente. En consecuencia, empieza a pensar que
                                                       no podrá defenderse nunca ante ese tipo de
                                                       situaciones.
                                                        Puede tener diversas implicaciones negativas en la vida
diaria de las personas ya que sus síntomas son: ansiedad, depresión, falta de motivación, etc. Por
ello, este documento explica cómo se desarrolla, qué síntomas tiene y cómo se puede superar.
¿Qué es la desesperanza aprendida?
Es la condición en la que una persona se inhibe o se bloquea ante una situación aversiva; es tener
la sensación de que no podemos hacer nada ante lo que ocurre. Como su propio nombre indica,  es
“aprender” que no podemos defendernos ante un determinado acontecimiento porque en el
pasado hemos vivido una situación en la que no nos hemos podido defender.
Este fenómeno fue estudiado ampliamente por Martin Seligman, padre de la psicología positiva.
En un experimento que realizo en 1967, Seligman sometió a dos perros a descargas eléctricas, el
primero de ellos podía apagar la descarga pulsando una palanca. En el caso del segundo perro,
esté no tenía manera de parar la descarga y por tanto la suspensión de la descarga era aleatoria.
En la segunda parte del experimento, puso a ambos perros en una habitación en la que el suelo
emitía descargas eléctricas que podían evitar yendo al fondo de la habitación saltando un pequeño
muro que separa la zona de descargas de la zona de “no descargas”.
Pues bien, el primer perro, es decir el que había aprendido a parar las descargas con la palanca,
buscó una manera de evitar estas nuevas descargas y enseguida pasó a la zona de no descargas, el
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                                                                                                       Jorge O. Cofré González
                                                                                             Psicólogo de Niños y Adolescentes
perro que no había podido controlarlas a través de la palanca, se quedó en la zona de descargas
eléctricas sin hacer nada y sin buscar una manera de evitarlas como había hecho el otro perro.
La conclusión que extrajo Seligman fue que el segundo perro percibía que nada podía hacer, que
no podía poner en marcha ninguna conducta para modificar la situación, es decir, había aprendido
a comportarse de manera pasiva. El perro había desarrollado una actitud de resignación que se
extendía incluso a aquella situación en la que si podía modificar su situación saltando el muro. Este
experimento le sirvió a Martin Seligman, para desarrollar su concepto de desesperanza aprendida.
                                                                Las personas también somos susceptibles de
                                                                desarrollar la desesperanza aprendida. Por
                                                                ejemplo, en las residencias de ancianos donde
                                                                las personas no tienen elección alguna se sabe
                                                                que su fallecimiento es más rápido. Sin embargo,
                                                                en otro tipo de residencias donde se les permite
tomar decisiones sobre su día a día (se les deja elegir cuándo comer, cuándo dormir, qué películas
ver, etc.), son mucho más felices porque sienten que tienen capacidad de elegir lo que quieren
(Myers, 2012). Es decir, por un lado, en el primer caso las personas son víctimas de la
desesperanza aprendida porque no se les deja escoger ni tienen manera de cambiar las cosas y,
por lo tanto, se resignan y en el segundo caso tienen capacidad de elección y esto les hace felices.
Estos mismos resultados se han visto en los presos de cárceles en las que se permite a los
prisioneros mover el mobiliario están menos estresados. (Myers, 2012).
¿Cómo desarrollamos la desesperanza aprendida?
Para entender cómo se desarrolla vamos a poner un ejemplo: María sale a cenar con sus amigos y
durante la cena una de las personas que está en la mesa de al lado se empieza a meter con ella,
incluso llega a insultarla. Marta, otra de las participantes del grupo le pregunta: “¿por qué no te
defiendes?” María responde: “la gente siempre se mete conmigo, no puedo hacer nada”.
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                                                                                                       Jorge O. Cofré González
                                                                                             Psicólogo de Niños y Adolescentes
Como se puede ver en el ejemplo, María se mantiene indefensa. Es decir, no hace nada porque
piensa que no es capaz de hacerlo. Es pasiva porque cree que si se defiende sus actos no tendrán
ningún tipo de efecto. Se llama desesperanza aprendida, por un lado, porque María está indefensa
y, por otro lado, porque ha aprendido a serlo. Probablemente en el pasado María haya vivido un
suceso negativo e incontrolable donde se defendió, pero esta defensa no obtuvo buenos
resultados.
A raíz de esto, María aprendió que defenderse no tenía resultados positivos y a partir de ese
momento, empezó a experimentar la desesperanza aprendida. Estas personas adquieren una
actitud pasiva porque piensan que lo que hagan no tendrá ningún tipo de efecto (percepción de
falta de control). Podría incluso decirse que son personas resignadas.
En muchas ocasiones las mujeres víctimas de violencia de género, niños que han sido maltratados,
o incluso personas que han sufrido bullying o mobbing pueden desarrollar este fenómeno.
Síntomas de la desesperanza aprendida
Los síntomas de la desesperanza aprendida pueden ser diversos y provocar mucho malestar en
diferentes áreas de la persona. A continuación, se explican los más importantes:
    Miedo constante ante acontecimientos negativos incontrolables. Ante situaciones adversas o
     un acontecimiento negativo surge el miedo de lo que pueda llegar pasar y esto a su vez les
     genera ansiedad. Es importante destacar que el hecho de que no actúen en el momento en el
     que ocurre el acontecimiento negativo no significa que no tengan miedo.
    Pensamientos de derrota y resignación. Estas personas piensan que nunca podrán ganar y se
     sienten destruidas. Están resignadas y piensan que nunca podrán hacer nada para cambiar la
     situación.
    Ansiedad. Como no se pueden defender ante los sucesos negativos, sienten ansiedad cuando
     ocurren y están siempre alerta. Se mantienen activados y esto provoca los síntomas comunes
     de la ansiedad: taquicardia, sudoración, hormigueo en las manos, sensación de mareo, etc.
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                                                                                                       Jorge O. Cofré González
                                                                                             Psicólogo de Niños y Adolescentes
    Bloqueo y pasividad. Cuando aparece la situación problema estas personas no pueden
     defenderse y pueden incluso llegar a bloquearse, quedarse en blanco, etc. En otras palabras,
     no buscan soluciones a los problemas y no afrontan los problemas que se les van presentando.
    Depresión. La actitud pasiva puede provocar sentimientos de desesperanza e ineficacia.
     Aparecen sentimientos de inutilidad porque ven que no se pueden defender. Por ello, en
     muchas ocasiones pueden aparecer síntomas depresivos.
    Pesimismo. Tienden a ver solo el lado negativo de las cosas.
    Poca motivación. Estas personas no están motivadas porque piensan que hagan lo que hagan
     las cosas no saldrán bien.
Estrategias para mejorar la desesperanza aprendida.
                                                           Debemos pensar que la desesperanza aprendida,
                                                           como su propio nombre indica es aprendida. Por lo
                                                           tanto, se      puede      modificar       transformando         las
                                                           creencias que nos han llevado a aprenderla.
                                                           En     la    desesperanza         aprendida         se   generan
pensamientos irracionales. Se generan creencias que no son reales o que no se ajustan a la
realidad y que generan malestar. De hecho, Albert Ellis, importante psicólogo que desarrolló la
terapia racional emotiva conductual, describió las principales creencias irracionales de la gente y
una de las que describió fue la desesperanza.
Por ello, las estrategias para superar la desesperanza aprendida irán orientadas a re-significar
estas creencias erróneas (a estas técnicas se les denomina técnicas de reestructuración cognitiva)
y a fomentar la autoeficacia. A continuación, se explican algunas estrategias:
    Piensa que eres una persona capaz. Identifica los pensamientos de tipo “no puedo”, “no se
     hacerlo”, “no soy capaz”, “no valgo para nada”, etc. Trata de modificar tu discurso interno
     orientándolo a “soy capaz”, “yo puedo”, “soy una persona válida”. Pregúntate a ti mismo ¿por
     qué no vas a poder hacer algo que otras personas hacen? Piensa que eres una persona capaz y
     totalmente válida.
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                                                                                                       Jorge O. Cofré González
                                                                                             Psicólogo de Niños y Adolescentes
    Realiza actividades que antes no hacías. Si has dejado de hacer cosas por tu desesperanza
     vuelve a hacerlas. Siguiendo el ejemplo que pusimos en el primer punto, María podría haber
     dejado de ir a ese restaurante o podría haber dejado de salir con sus amigos por no volver a
     encontrarse con esa persona que le dijo cosas negativas. Para superarlo María tendría que
     volver a ese restaurante y hacerle frente a la situación.
    Hay otros caminos. Piensa que siempre existen otras alternativas y que podemos hacer frente
     a los problemas de diferentes maneras. No existe solo la vía de la desesperanza.
    Pon en práctica las técnicas de asertividad. Como vimos anteriormente, existen 3 estilos
     comunicacionales: pasivo (priorizar los derechos o necesidades de otros por encima de los
     nuestros), agresivo (priorizar los derechos o necesidades nuestros por encima de los de otros)
     y asertivo (luchar por nuestros derechos y necesidades sin pisar los de otros). El estilo asertivo
     es el más adecuado y existen diferentes técnicas que pueden servir en este tipo de
     situaciones. Las personas con desesperanza aprendida suelen ser pasivas.
    Analiza la situación. Cuando te encuentres ante una situación en la que tiendas a responder
     de manera pasiva piensa y analiza. Párate un momento a pensar cuál podría ser una respuesta
     asertiva y llévala a cabo. Pregúntate a ti mismo “¿por qué no puedo defenderme?”, “¿qué
     puedo hacer para defenderme de una manera asertiva?”.
En resumen, la desesperanza aprendida se produce cuando nos ocurre algo incontrolable y
percibimos una pérdida de control porque la respuesta que damos no ha tenido resultado. En
consecuencia, aprendemos a ser pasivos. Esto puede tener diversas consecuencias como ansiedad,
depresión, falta de motivación, etc. Aun así, se puede superar mediante técnicas de
reestructuración cognitiva y técnicas que fomenten la autoeficacia.
Referencias Bibliográficas:
Myers, D. G. (2012). Exploring Social Psychology. New York: Mc Graw Hill.
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                                                                                                       Jorge O. Cofré González
                                                                                             Psicólogo de Niños y Adolescentes
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