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LIDERAZGO-CRISTIANO Deiros

Este documento presenta una introducción al tema del liderazgo cristiano. Explica que aunque no existe una definición simple de liderazgo cristiano en la Biblia, hay varios términos como "servicio" que se refieren al concepto. También discute las diferentes formas en que se ha clasificado el liderazgo a lo largo de la historia y concluye que todo creyente está llamado al servicio según los dones que recibe del Espíritu Santo.
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LIDERAZGO-CRISTIANO Deiros

Este documento presenta una introducción al tema del liderazgo cristiano. Explica que aunque no existe una definición simple de liderazgo cristiano en la Biblia, hay varios términos como "servicio" que se refieren al concepto. También discute las diferentes formas en que se ha clasificado el liderazgo a lo largo de la historia y concluye que todo creyente está llamado al servicio según los dones que recibe del Espíritu Santo.
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Seminario Teológico “Anna Sanders”

Materia: Liderazgo.
Profesor: Lic. José Luis Carmona Lozano

LIDERAZGO CRISTIANO

Dr. Pablo A. Deiros

Presentación

Es notable la cantidad astronómica de libros que se han publicado sobre el tema del liderazgo
cristiano. La bibliografía que se presenta al final de este texto es apenas una selección de la abundante
literatura que ha aparecido en los últimos años. Por cierto, en la elaboración de este libro de texto he
utilizado muchos libros más y he procurado incorporar algunos materiales de no fácil acceso para la
mayoría de los lectores.
A pesar de la abundancia de materiales sobre este asunto, es apropiado que lo incluyamos en nuestro
programa de estudios para darle al mismo una consideración seria. El tema del liderazgo cristiano es
desafiante y necesario. Nos desafía su amplitud y alcance, que no nos permite en el espacio disponible
agotar todas sus posibilidades. Pero, al mismo tiempo, es una de las cuestiones que debemos abordar por
su actualidad e importancia.
Suele escucharse con frecuencia la observación de que tal o cual congregación carece de líderes y,
en consecuencia, no está funcionando bien. Esta observación es errónea. No existe una sola comunidad
de fe auténtica que carezca de líderes. Por lo pronto, toda iglesia, como cuerpo de Cristo, tiene una
cabeza a la que está sujeta y al que sirve. Esta cabeza es Cristo mismo. Pero además, todos las personas
que han recibido el Espíritu Santo el día que creyeron y nacieron de nuevo están llamados a ministrar en
la iglesia de Cristo, es decir, a ser líderes. El Espíritu es el gran nivelador. El llama y da poder a todos
los seguidores de Cristo para ministrar en su nombre. Todos los cristianos están llamados a ser
“embajadores de Cristo” (2 Co. 5:20) y colaboradores al servicio de Dios en la obra de su reino (1 Co.
3:9).
Todo el pueblo de Dios es llamado a servir como “un sacerdocio santo” (1 P. 2:5). Ésta no es la
responsabilidad de una elite o grupo selecto de oficiales de la iglesia, sino la tarea de todo creyente.
Todo el pueblo del Señor, lleno del Espíritu Santo, es una compañía de líderes llamados por Dios y
dotados por él, para ofrecerle “sacrificios espirituales que él acepta por medio de Jesucristo”. Es por esto
que todos los cristianos son ministros de Dios. En el sentido más básico, toda la iglesia comparte una
función sacerdotal por el ministerio en el mundo. Todo creyente es partícipe de la obra del ministerio. A
través del ejercicio de los dones del Espíritu, ese llamado colectivo se expresa en las vidas y acciones de
los individuos. Todos los que nos hemos revestido de Cristo con el bautismo, llegamos a ser hijos de
Dios “mediante la fe en Cristo Jesús” (Gá. 3:26). Este efecto nivelador de la obra del Espíritu sobre el
cuerpo de creyentes es el que también nos constituye en ministros de su reino.
Así, pues, la vocación de líderes y la responsabilidad de cumplir un ministerio pertenece a todos los
cristianos. No obstante, en este libro vamos a enfocarnos con más precisión sobre el llamado y la tarea
que cumplen en el cuerpo de Cristo hombres y mujeres a los que el Señor les asigna una tarea particular.
El liderazgo ministerial al que haremos referencia de manera más particular en este curso, el de aquellos

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que son apartados por la misma comunidad de fe para el desempeño de responsabilidades específicas en
el marco del cumplimiento de la misión de la iglesia.

Introducción general

No es fácil dar una definición simple y clara de liderazgo cristiano. Si recurrimos al Nuevo
Testamento en procura de ayuda para elaborar un concepto bíblico sobre la cuestión nos vamos a
encontrar con que la expresión ni siquiera aparece en sus páginas. No obstante, hay una infinidad de
términos de significado muy rico que se aplican al concepto de liderazgo. Entre ellos, el término básico
parece ser diakonía (servicio) y sus derivados, junto a muchos otros vocablos de carácter más
secundario, pero igualmente valiosos para llegar a un concepto bíblico. Es interesante tener en cuenta
que el ochenta y cinco por ciento de estos vocablos que se refieren al liderazgo y el ministerio cristianos
se encuentran en las epístolas paulinas. En verdad, fuera de los escritos de Pablo no hay un mayor
desarrollo sobre la cuestión del liderazgo y el ministerio en el Nuevo Testamento. Y de todos sus
escritos, la epístola a los Efesios parece ser el material más importante.
Por otro lado, a lo largo de los siglos de testimonio cristianos ha habido numerosos intentos de
clasificar, catalogar, ordenar a los líderes cristianos y sus ministerios en la iglesia. Algunos términos nos
resultan hoy sumamente inadecuados y rechazables. Debemos descartar como definitivamente
impropios vocablos como “clero” y “laicos”, creyentes “llamados” o “no llamados”, y líderes
“ordenados” y “no ordenados”. Ninguna de estas categorías son bíblicas. En el Nuevo Testamento hay
tres llamados de Dios al ser humano. El primero es el llamado a la salvación, el segundo es el llamado a
la santificación y el tercero es el llamado al servicio, y todo creyente ha experimentado y vive estos tres
llamados sin excepción.
Se ha procurado clasificar al liderazgo cristiano según el carácter del servicio o ministerio que
presta. Algunos hablan de un ministerio especializado en oposición a un ministerio general. Otros
distinguen entre un ministerio oficial y un ministerio común. Cada una de estas expresiones no carece de
limitaciones y a veces se prestan a confusiones. Hay quienes prefieren distinguir entre el ministerio de la
palabra y el ministerio de las mesas o la administración en la congregación. Otros mencionan a líderes
que funcionan como equipadores de los miembros de la congregación, mientras otros creyentes son los
equipados para el ministerio. No faltan quienes todavía utilizan expresiones tan inadecuadas como un
“ministerio apartado” y un “ministerio no apartado”.
La doctrina bíblica del sacerdocio universal de todos los creyentes, que aparece por primera vez en
la primera carta de Pablo a los Corintios, debe ser el principio guiador para la elaboración de nuestro
concepto de liderazgo cristiano. De igual modo, la idea de que el Señor ha dado a la iglesia a algunos
hermanos para que sirvan “para capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio”, que aparece por
primera vez en la carta a los Efesios (Ef. 4:11, 12), es de valor para ampliar el concepto de liderazgo y
ministerio. Las epístolas pastorales representan el desarrollo de una estructura de liderazgo más
elaborada y compleja, que de ningún modo es uniforme ni estanca.
Los que sorprende del testimonio paulino es la riqueza con que se presenta al liderazgo cristiano y
los ministerios en los que se desempeña. El pasaje clave para ver esto es 1 Corintios 12:1–7. Allí, el
apóstol habla de diversos dones, de diversas maneras de servir y de diversas funciones (vv. 4–6). No
obstante, cabe recordar aquí que el énfasis de Pablo no está tanto en la diversidad de liderazgos en la
iglesia sino en su unidad esencial. La iglesia es el cuerpo de Cristo y la característica primordial de un
cuerpo sano es que cada una de sus partes lleva a cabo su propia función para el bien de todo el cuerpo.
Pero unidad no significa uniformidad y es por esto que en el cuerpo de Cristo hay diversidad de líderes,
de capacidades y de ministerios. De todos modos, todos estos elementos diversos tienen una misma

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fuente, el Espíritu Santo, y un mismo fin, la edificación de la iglesia. Todos los líderes, cualesquiera
sean sus dones (charismata), ministerios o servicios (diakonía), funciones u operaciones (energemata)
son meros instrumentos en las manos de Dios.
Los dones espirituales resultan en distintos ministerios, que muestran, a su vez, la operación o
funcionamiento del poder divino. A su vez, es evidente que Pablo eleva los pensamientos de los
corintios al sublime concepto de la obra única del Dios trino en la iglesia, aun cuando se manifieste en
una diversidad de operaciones. Dios el Padre obra conjuntamente con Dios el Hijo y Dios el Espíritu
Santo a fin de movilizar como instrumentos apropiados a hombres y mujeres rendidos a su señorío para
el logro de sus propósitos eternos.
En los capítulos que siguen vamos a explorar más profundamente esta riqueza que rodea al liderazgo
cristiano. Para ello, vamos a prestar atención a tres asuntos fundamentales: el líder, el liderazgo y el
ministerio.

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Unidad uno
El líder
Introducción
Una de las realidades más contundentes en relación con el desarrollo del reino de Dios en el mundo,
es la necesidad de líderes dispuestos a llevar adelante la tarea encomendada por el Señor. En la iglesia
de hoy se da una seria falta de líderes capacitados, para hacer frente a los enormes desafíos que
confrontamos y para aprovechar al máximo las oportunidades que se ofrecen. Las palabras de Jesús en
relación con sus coetáneos parecen aplicables a nuestra propia situación: “Al ver las multitudes, tuvo
compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (Mt. 9:36). Peor
todavía es la impresión de que a veces muchos de los líderes que tenemos no pasan de ser “guías ciegos”
(Mt. 15:14).
La demanda de líderes con un agudo discernimiento, un alto grado de responsabilidad y una gran
dedicación va en crecimiento en el mundo contemporáneo. Muchos de estos líderes nacen como tales,
mientras que otros logran el desarrollo de sus habilidades y pericias a través de un disciplinado
entrenamiento y capacitación. Como ha escrito Bennie E. Goodwin, un destacado pedagogo
norteamericano: “Si bien los líderes en potencia nacen, los líderes eficaces se hacen.” En los famosos
versos de William Shakespeare: “No teman la grandeza. Unos nacen con grandeza, otros la alcanzan y a
otros les es impuesta.”
Ted W. Engstrom: “El liderato sólido, confiable, leal y vigoroso es una de las necesidades más
desesperantes hoy tanto en América Latina como en nuestro mundo. Experimentamos la tragedia
de ver hombres débiles en sitios de importancia, hombres pequeños en grandes tareas. El
comercio, la industria, el gobierno, el trabajo, la educación y la iglesia, todos tienen hambre de
un liderato efectivo. Así que hoy, tal vez más que nunca antes, hay la necesidad de liderato y de
trabajo de equipo para hacer frente a las necesidades.”1
Hoy también se habla mucho de “líderes naturales”, personas de carácter y personalidad fuertes y de
un intelecto agudo. El líder cristiano es alguien así. Pero además, como indicara J. Oswald Sanders, el
liderazgo cristiano es “una combinación de cualidades naturales y espirituales”, o de talento natural y
dones espirituales dados por Dios. El líder cristiano influye sobre otros, pero no tanto por el poder de su
personalidad, sino mediante su personalidad energizada por el Espíritu Santo. En otras palabras, no
existe el líder espiritual que se hace a sí mismo, ya que se trata de cualidades superiores que nunca
pueden desarrollarse por cuenta propia o con el esfuerzo personal. De todos modos, estos dones y
capacidades de origen divino deben ser cultivados y el liderazgo potencial debe desarrollarse. El ideal es
una combinación de las cualidades naturales de liderazgo con las capacidades sobrenaturales que Dios
da para el mismo.
J. Oswald Sanders: “Si bien la conversión normalmente no transforma en líderes a las personas
que no llegarían a serlo de otro modo, la historia de la iglesia de Cristo nos enseña que en el
momento en que la persona se rinde completamente, el Espíritu Santo algunas veces libera en
ella dones y cualidades que habían estado latentes y dormidos durante mucho tiempo. Es
prerrogativa del Espíritu Santo otorgar dones espirituales que fortalezcan grandemente el
liderazgo potencial del que los recibe.”2

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Liderazgo natural Liderazgo espiritual

Confía en sí mismo. Confía en Dios.

Conoce a los seres humanos. Conoce a Dios.

Toma sus propias decisiones. Trata de conocer la voluntad de Dios.

Es ambicioso. Es modesto.

Origina métodos propios. Busca los métodos divinos y los sigue.

Le agrada dar órdenes. Se deleita en obedecer a Dios.

Está motivado por consideraciones Está motivado por el amor a Dios

personales. y al ser humano.

Es independiente. Depende de Dios.

En esta unidad vamos a prestar atención a varios aspectos relacionados con el líder cristiano. Lo
vamos a ver como persona, como líder, como ser humano y como siervo de Dios.

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CAPÍTULO 1
El líder como persona
En razón de que en buena medida el buen resultado o éxito de cualquier empresa humana depende
de la persona que la dirige, es muy importante considerar al líder como persona. El liderazgo no es algo
abstracto, sino un ejercicio que está directamente ligado a la persona humana que lo lleva a cabo. Por
tratarse de una acción propiamente humana, el resultado de tal acción dependerá en un ciento por ciento
de la persona que la ejecuta. La acción es la cualidad más característica de un buen líder, así como su
capacidad de administración y conducción, y sus talentos más necesarios. De todos modos, todo esto
pasa por el catalizador fundamental de su personalidad.
Ted W. Engstrom: El liderato es un acto o una conducta que requiere el grupo para hacer frente
a sus metas, en vez de ser una condición. Es un acto, bien de palabra o de hecho, para influir en
la conducta hacia un fin deseado. Generalmente el líder conduce en muchas direcciones. A
menudo identificamos a las personas como líderes en virtud de la posición que ocupan, de su
reconocida capacidad, de su prestigio, de la condición social que tengan o de ciertas
características personales atrayentes. Sin embargo, aun así, pudieran no quedar incluidos en
nuestra definición, a causa de su incapacidad para motivar a las personas y actuar decisivamente
para lograrlo. La persona completa es la que puede satisfacer todo lo que los actos le exigen en
todas las situaciones. De éstos, hay muy pocos.”3
En este capítulo en el que estamos considerando al líder como persona, vamos a prestar atención a
varios aspectos fundamentales a tomar en cuenta, como su personalidad, su salud y su familia.

SU PERSONALIDAD
Los más destacados especialistas en cuestiones de liderazgo en nuestros días coinciden en señalar la
importancia de la personalidad del líder. Peter Drucker, una importante autoridad en la materia, destaca
en sus libros el hecho de que no hay una sola personalidad eficiente o modelo. Este investigador observa
que los líderes destacados difieren notablemente en su temperamento y capacidades. Sin embargo, para
llegar a ser un líder de primera línea, la personalidad del individuo en cuestión juega un papel
fundamental. Para lograr alcanzar las metas propuestas cualquier líder necesita ser capaz de sostener su
acción y dinamismo. Y para esto, es necesario que mantenga la lealtad y la persistencia. Es decir, un
buen liderazgo presupone la presencia y acción de una persona que reúne ciertas condiciones que
definen en ella una determinada personalidad, la personalidad de un líder. Sin este perfil de personalidad
es difícil que el líder alcance a destacarse como tal.

¿Qué es la personalidad del líder?


Una definición. Se han ofrecido numerosas definiciones de personalidad, como también diversas
distinciones entre los conceptos de persona y personalidad. A los efectos de nuestro estudio podríamos
decir que la personalidad de un líder es el ser humano total, tal como otros lo perciben desde un punto de
vista externo, mientras que la persona puede ser concebida como el sujeto interior que experimenta la
vida humana. Es este sujeto (yo) el que tiene identidad y continuidad a través de todas las cambiantes
escenas de la vida. En términos generales, el yo es el ego que sirve como una suerte de ejecutivo en

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medio de las fuerzas conflictivas y desafiantes de la experiencia humana. La personalidad es dinámica y
es la que se empeña en alcanzar las metas que uno mismo se ha propuesto alcanzar en la vida. En este
empeño, la personalidad propia mantiene varias funciones en fusión: sentido corporal, auto-identidad,
exaltación del ego, extensión del ego, actividad racional, auto-imagen y esfuerzo por alcanzar las metas
de la vida. No obstante, la personalidad no se puede separar de la persona humana. La segunda es lo que
el individuo es; la primera es lo que expresa lo que el individuo es.
Personalidad y cultura. Las sociedades humanas están compuestas por individuos y culturas, al
tiempo que manifiestan a través de la conducta de esos individuos, patrones establecidos de
comportamiento individual, que existen con anterioridad al nacimiento de esos individuos y que
persisten después que hayan muerto. Todas las culturas cambian con el correr del tiempo, pero tienen
una continuidad permanente que sobrepasa el alcance mortal de la persona humana. No obstante, estas
culturas existen y se manifiestan en la personalidad de sus miembros. Hay, pues, una relación muy
estrecha entre personalidad y cultura. La personalidad, entonces, es un sistema integrado de conductas,
aprendidas y no aprendidas, que es característico de un individuo. A su vez, una cultura es el sistema
integrado de patrones de conducta aprendidos que son característicos de los miembros de una
determinada sociedad. La integración de estos dos elementos (personalidad y cultura) ha planteado tres
tipos de problemas: (1) ¿De qué manera la cultura afecta la personalidad? (2) ¿De qué manera la
personalidad afecta a la cultura? (3) ¿De qué manera la respuesta de la personalidad a una experiencia
cultural específica influye sobre otros aspectos de la cultura, o en qué sentido las personalidades
individuales son eslabones intermediarios en una cadena de causa y efecto entre diferentes partes de las
culturas?
Factores determinantes de personalidad. Una personalidad dada es el producto de muchos
factores que interactúan entre sí, y que pueden ser clasificados bajo cuatro categorías mayores: (1) las
características constitucionales del individuo (su biología, neurofisiología, sistema endocrinológico, tipo
de cuerpo, etc.); (2) la naturaleza del medio ambiente físico en el que vive el individuo; (3) la cultura en
conformidad con la cual vive el individuo; (4) la singular o idiosincrásica experiencia biológico-
sicológico-social o la historia del individuo. Estos componentes se funden en la creación de la
personalidad de cada individuo. De este modo, la personalidad debe ser entendida como la síntesis de la
conducta o manifestación de la constitución física de una persona, el carácter físico-químico de su medio
ambiente, los patrones de su cultura y su internalización de y reacciones a la historia total de vida en
relación con otras cosas y personas. Estas cuatro categorías surgen de la base de los niveles dentro del
orden natural y de la naturaleza de la experiencia del individuo.
George A. y Achilles G. Theodorson: “La personalidad es la configuración relativamente
organizada de las pautas típicas de conducta, actitudes, creencias y valores de una persona
característica, y reconocida como tal por ella misma y por los demás. La personalidad es un
producto de las experiencias individuales en un ambiente cultural y de la interacción social.
Identificamos la estructura de la personalidad de un individuo observando la pauta general de su
conducta, cómo piensa, siente y actúa (incluyendo la estructura de rol y sistema de valores).”4
Las personalidades individuales reflejan la estructura y los procesos de la sociedad y de la cultura En
cierto sentido, arribamos a nuestra noción de cultura estudiando la conducta individual y sus productos,
y por ello, la personalidad puede ser considerada como el aspecto subjetivo de la cultura. Sin embargo,
la vida social y cultural es tan compleja, cambiante, inconsistente e inestable, que las personalidades son
infinitamente diversas, a pesar de su conformidad relativamente uniforme con las definiciones culturales
y los roles sociales. La personalidad es todo lo que soy más la suma total de todas las experiencias e
influencias externas, junto con las maneras en que yo respondo a ellas. Esto marca una diferencia

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individual entre una persona y otra, que constituye a cada persona en su particularidad y la distingue de
otra.

EJERCICIO 1

Personalidades transformadas por Cristo.

Colocar los pasajes bíblicos que correspondan:

Pedro, el pescador profano, se convierte en un hombre que aun su sombra sanaba: .

El endemoniado incontrolable, se convierte en un discípulo calmado: .

Juan, el discípulo vengativo, se convierte en el apóstol del amor: .

La mujer samaritana, de reputación deshonrosa, se convierte en testigo de la verdad: .

Saulo, el cruel perseguidor, se convierte en Pablo, el hermano de corazón tierno: .

El insensible carcelero de Filipos, se convierte en un amigo compasivo y amoroso: .

Pasajes: Mateo 26:74; Marcos 5:5, 15; Lucas 9:53, 54; Juan 4:17, 18, 29; Hechos 5:15; Hechos
9:1; Hechos 16:24, 33; Hechos 21:13; 1 Juan 4:7.

¿Qué importancia tiene la personalidad del líder?


El líder cristiano cumple su ministerio a través de su personalidad. Cualquiera que sea su tarea de
servicio en el reino, el líder estará llevándola a cabo a través de quién es él o ella. La impronta de su
personalidad estará estampada en todo lo que piensa, dice, hace y en cómo se relaciona con los demás.
Philip Brooks: “La predicación es la comunicación de la verdad por el ser humano a los seres
humanos. Ella posee en sí dos elementos esenciales: verdad y personalidad. Ninguno de los dos
puede faltar, si es que ha de ser predicación. … La predicación es la transmisión de la verdad a
través de la personalidad.”5
Lo que el líder es define en buena medida la efectividad de lo que el líder hace. Las cualidades del
carácter del líder definen la efectividad de su ministerio. En la obra de Dios, el obrero es más importante
que el trabajo que lleva a cabo. Sobre el particular, Watchman Nee señala: “Para alguien que trabaja en
la obra de Dios, su vida personal importa mucho en relación con su tarea”. Y agrega: “Lo que es en
cuanto a su carácter, hábitos y conducta es esencial para que pueda ser usado por Dios”.6 En este
sentido, es importante que tengas presente las siguientes cinco cuestiones que tienen que ver con el
desarrollo de un carácter adecuado para el liderazgo cristiano: (1) el carácter es algo que se vive y

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manifiesta, y no meramente algo acerca de lo que se habla; (2) el carácter es una elección y algo que
vamos forjando día a día con empeño y dedicación; (3) el carácter produce éxito duradero con las
personas ya que éstas siguen al líder íntegro y sin grietas; (4) el carácter personal fija el límite de las
posibilidades que tiene el líder, es decir, la gente sólo sigue a personas con un carácter sólido.

¿Qué perfil de personalidad debe tener el líder?


Magnetismo personal. Lo que lo hace atractivo y persuasivo para otros es precisamente la
transparencia de sus actitudes y conducta. El líder cristiano es una persona conocida como íntegra. Es
honesto y transparente en todos sus tratos y relaciones. Su responsabilidad delante de Dios y de las
personas le impone la necesidad de ser digno de la confianza de aquellos que lo siguen. Su magnetismo
personal descansa en la integridad de sus acciones y la certeza de sus palabras.
Habilidad de sentirse bien en compañía de otros. El liderazgo cristiano consiste en conducir a
personas. Alguien con una manifiesta incapacidad para relacionarse adecuadamente con otros está
descalificado para servir como líder. Una persona puede considerarse líder, pero si nadie la sigue
entonces está sola dando un paseo. El líder auténtico es alguien que se siente bien en compañía de otros
y que hace que otros se sientan bien en su compañía. Una persona así es alguien que evita expresar
actitudes que espantan a los demás, como el orgullo, la inseguridad, la reserva, el perfeccionismo y el
cinismo. Por el contrario, un buen líder ama la vida y a las personas a su alrededor, siempre espera lo
mejor de ellas, las alienta y las llena de esperanza, y se entrega totalmente a su servicio con sinceridad.
Comprensión de la naturaleza humana. El líder cristiano es alguien que se relaciona básicamente
con personas. No se trata de un gerente de empresa o de un ingeniero en una construcción. El líder
cristiano lidera personas y para poder llevar a cabo su tarea es imprescindible que tenga una adecuada
comprensión de la naturaleza humana en la riqueza de su complejidad. Jesús conocía muy bien lo que
había en el corazón humano (Mr. 2:8). Por eso pudo ministrar como lo hizo. Cuanto mejor conozcamos
la naturaleza humana, tanto mejor y efectivo será nuestro liderazgo. Para ello será necesario aceptar
nuestra propia condición humana, identificarnos con las circunstancias humanas que viven aquellos a
quienes lideramos, y mantenernos en contacto con todo lo humano como foco de nuestro interés. Como
en el caso de Jesús, todo lo humano no debe sernos indiferente.
Dominio razonable de los problemas propios. El líder cristiano efectivo es alguien que ha
desarrollado una adecuada disciplina personal. Puede dirigir a los demás por cuanto se ha superado a sí
mismo y ha sido conquistado por el señorío de Cristo. Tiene el calibre requerido para ser líder porque
mientras otros malgastan energía y tiempo en desarrollar el dominio propio, este individuo ya ha
aprendido cómo ejercerlo en su vida. Además, ha desarrollado la capacidad de someterse a una adecuada
disciplina en el uso de su tiempo, oportunidades y recursos. Generalmente, él o ella están trabajando
cuando otros duermen, están orando mientras otros juegan.
Equilibrio emocional. El líder cristiano debe ser una persona serena y mesurada. Esto no significa
que no sea alguien con entusiasmo. Al contrario, un buen líder cristiano es conocido por su optimismo y
esperanza. De hecho, ningún pesimista, amargado, depresivo o desorientado ha sido jamás un gran líder.
Lejos de dejarse arrastrar por el pesar frente a las dificultades hasta caer presa del pesimismo, el buen
líder cristiano se ve estimulado por las dificultades, a las que interpreta como oportunidades y desafíos.
Mientras el optimista ríe para olvidar, el pesimista olvida para reír. Pero el buen líder cristiano es
alguien que siempre piensa positivamente, gracias a su equilibrio emocional.
Capacidad para escuchar. No se trata simplemente de la habilidad de mantenerse callado con una
actitud paciente, mientras el interlocutor no para de hablar. Más bien es el hábito de ser un buen oyente,
es decir, no sólo escuchar diligentemente, sino también escuchar con entendimiento. Para ello será

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necesario discernir tres clases diferentes de palabras, que las personas en necesidad generalmente traen:
las palabras que hablan, las palabras que no hablan y las que están escondidas en su espíritu. Un buen
líder es el que sabe penetrar más allá del discurso de su interlocutor hasta llegar a su corazón y entender
lo que el otro le está comunicando. De esta manera estará en mejores condiciones de servirlo y cumplir
así su ministerio. Como señala John C. Maxwell: “Antes que un líder pueda tocar el corazón de una
persona, tiene que saber qué hay en él. Y eso se aprende escuchando”.7
Habilidad para interpretar la experiencia de otros y ofrecer consejo. El líder cristiano tiene que
ser alguien con la capacidad de servir como consejero, guiador y catalizador en la vida de las personas a
quienes lidera. En este sentido, el ministerio de liderazgo no es para cualquiera. Hace falta algo más que
buena voluntad para amar y guiar el rebaño. Se requiere de una personalidad capaz de asumir al otro tal
como es, con todas sus necesidades y singularidades, y con mucha paciencia y amor orientarlo a la
superación de sus limitaciones, a fin de que llegue a ser esa persona que Dios soñó que fuese desde la
eternidad. En este sentido, el liderazgo cristiano es único.
Juan A. Mackay: “Otras religiones han tenido sus profetas y sus sacerdotes. Sólo el cristianismo
ha tenido pastores, apacentadores de almas, hombres llenos de ágape que se han entregado a la
tarea de identificarse, estrechamente y llenos de simpatía, con las necesidades y problemas de los
demás, en forma de prestar ayuda a los objetos de su solicitud.”8
Capacidad para ser confidente. El líder cristiano ejerce una autoridad que le permite ganar la
confianza de los liderados, quienes van a abrir su corazón compartiendo con él o ella lo que no
comparten con nadie. El siervo del Señor debe ser digno de tal confianza, manifestándose como una
persona reservada y discreta. Sin esta capacidad básica no se está capacitado para ser líder. La manera
en que un líder atrae la lealtad y el seguimiento de otras personas es cuando demuestra valorar y
preservar en confidencia aquellas cosas que se le confían. Una de las maneras más efectivas de
derrumbar la autoridad como líder es romper este pacto de confianza que hacemos con las personas. Un
líder que no es capaz de ser confidente, no puede ser líder, porque traiciona la esencia de su liderazgo
que es la confianza que depositan en él sus liderados.
Sentido del humor. El humor es un rasgo fundamental para el líder cristiano. Este se expresa en la
capacidad de ver siempre el lado gracioso o ridículo de la vida. El buen líder conoce el valor que tiene
una sonrisa contagiosa, especialmente para atraer a sí a las personas que lidera. El sentido de humor es
también la capacidad para reírse de sí mismo y de las circunstancias. Un líder con un adecuado sentido
del humor no sólo será un generador de salud emocional para sí mismo, sino también para todos los que
lo rodean.
Generosidad. Esto demuestra que el líder es capaz de olvidarse de sus propias necesidades por el
bien de los demás. El instinto de supervivencia es uno de los más elementales de nuestra condición
humana. Sin embargo, la abnegación que expresa un corazón generoso sigue siendo el instinto espiritual
que mejor expresa nuestra condición bajo la gracia de Dios. En el caso del liderazgo cristiano, no hay un
nivel más alto de servicio que la actitud generosa de dar.
John C. Maxwell: “Nada habla más alto o sirve más a los demás que la generosidad de un líder.
La verdadera generosidad no es algo ocasional. Viene del corazón y permea cada aspecto de la
vida del líder: su tiempo, su dinero, sus talentos y sus posesiones. Los líderes efectivos, el tipo de
líder que a la gente le gusta seguir, no recogen cosas solo para sí; las recogen para darlas a los
demás.”9

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¿Cuál es el rasgo fundamental que debe tener la personalidad del líder?
De todos los rasgos humanos importantes, que hacen a la personalidad de un buen líder cristiano,
ninguno parece más necesario e imprescindible que el de la madurez emocional. ¿Qué es la madurez
emocional? La madurez emocional se ve reflejada en una conducta, que se halla en conformidad con la
pauta esperada para cada edad del individuo en una sociedad y cultura dada. La madurez emocional
depende de que el desarrollo sico-social del individuo se mantenga en concordancia con su desarrollo
fisiológico y con su edad cronológica. Esto implica una comprensión creciente de sí mismo y de los
otros, tanto como la habilidad de controlar los impulsos impropios de un adulto.
La demanda de madurez. En Mateo 5:48, Jesús indica a sus seguidores: “Sean perfectos”. El
vocablo griego que aquí se utiliza es téleios, que en este contexto significa maduro, acabado, sin que le
falte nada. Debemos ser maduros porque es un mandamiento de Dios. Nuestra obediencia a este
mandamiento en fe nos da acceso a la gracia divina, que nos capacita para madurar conforme el designio
de Dios. Sólo Dios es perfecto (maduro), de modo que la madurez es algo que le pertenece sólo a él, y
que nosotros sólo podemos tener en la medida de nuestro contacto con él. La madurez no es una
posesión humana, sino un don divino; no es meramente el resultado de un proceso evolutivo o de un
desarrollo natural. Es nuestra relación con él la que determina nuestra participación en este tipo de
madurez.
El carácter de la madurez. La madurez debe ser la meta del líder cristiano. El autor de la carta a los
Hebreos anima a sus lectores a que “dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo,
avancemos hacia la madurez” (He. 6:1). Madurez cristiana significa hacer de Cristo el principio y el fin
de nuestra fe. Para madurar, debemos centrar nuestra vida en él, no depender de otras cosas, no volver a
caer en pecado, no confiar en nosotros mismos y no permitir que se interponga algo entre Cristo y
nosotros. La madurez no es instantánea (Mr. 4:26–29). Es necesario cultivarla con paciencia, con la
ayuda del Señor.
Un ejemplo de madurez. Probablemente no haya otro personaje bíblico que mejor ilustre la
madurez del creyente y del líder que José en el Antiguo Testamento. Superados algunos problemas
propios de cualquier adolescente, es notable la manera en que José fue madurando a lo largo de los años,
mientras vivía algunas de las experiencias más increíbles por las que cualquier ser humano pueda pasar.
Hechos 7:9–17 presenta una síntesis apretada de estas experiencias y nos ayuda a recordar el desarrollo
de la madurez de José como líder.
Primero, José tuvo el balance emocional y espiritual adecuado entre una actitud de independencia y
dependencia. La actitud de independencia se ve en el hecho de que José fue un hombre responsable. Lo
fue en toda oportunidad en que se le pidió que hiciera algo o se le confió alguna tarea. Así fue en casa de
Potifar (Gn. 39:2–4), más tarde en la cárcel (Gn. 39:22), luego en casa del faraón (Gn. 41:38–40). José
fue un hombre emprendedor y responsable, que caminó bajo la bendición del Señor (Gn. 39:5, 6). Pero
también se percibe en él una actitud de dependencia, especialmente de la providencia de Dios. La
presencia divina en su vida era un hecho palmario: “El Señor estaba con José y las cosas le salían muy
bien … lo hacía prosperar en todo” (Gn. 39:2, 3); “Dios estaba con él” (Hch. 7:9). El favor divino era
una experiencia constante: “El Señor estaba con él y no dejó de mostrarle su amor” (Gn. 39:21) y “lo
libró de todas sus desgracias” (Hch. 7:10). Además, José disfrutó de múltiples revelaciones divinas,
como la capacidad de interpretar sueños en el nombre del Señor, al punto que podía decirle con total
certidumbre a faraón: “Dios le ha anunciado lo que está por hacer” (Gn. 41:25, 28).
Segundo, José tuvo la habilidad de confrontar frustraciones, de ajustarse y seguir adelante. Es decir,
no se quedó vencido por las circunstancias por adversas que éstas fuesen. Cuando fue vendido por sus
hermanos a los madianitas experimentó una traumática situación de rechazo (Gn. 37:27, 28). Cuando fue
puesto en la cárcel por Potifar padeció un hecho de aberrante injusticia (Gn. 39:20). Cuando estuvo a

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cargo de los presos y los servía experimentó un alto grado de humillación (Gn. 40:4). Cuando estuvo
frente a faraón y enfrentó su desafío, la presión que tuvo que soportar fue enorme (Gn. 41:14–16). A
través de todas estas experiencias, todas y cada una de ellas suficientes para quebrar a cualquier persona,
José se mantuvo de pie y dispuesto a esperar siempre lo mejor.
Tercero, José tuvo la capacidad de trabajar con gente con la cual no estaba del todo de acuerdo y con
los que tuvo diferencias fundamentales. Su primer trabajo fue en casa de Potifar, un personaje
extranjero, de un nivel social y educacional muy superior al suyo, y con serios problemas en su familia.
De allí pasó a la cárcel, donde tuvo que relacionarse con el carcelero, alguien que tenía derechos sobre
su propia vida y de quien dependía totalmente. Cuando llegó a la corte de faraón se enfrentó a un
contexto totalmente extraño y ajeno a su cosmovisión. No obstante, en todos estos casos, José logró
entablar relaciones interpersonales significativas, que redundaron en el cumplimiento del propósito de
Dios para su vida.
Cuarto, José tuvo la pericia de confrontar situaciones que no podía cambiar con un máximo de
estabilidad y un mínimo de conflicto interior y derrota. Algunas de las experiencias que tuvo que
enfrentar, como la hambruna en Egipto (Gn. 41:41–57) y la responsabilidad de la administración general
del reino, superaban totalmente su experiencia y antecedentes. El faraón no lo escogió a José para
administrar la crisis en razón del currículo que José tenía ni por su experiencia profesional, sino porque
de alguna manera vio que en él operaba el poder de Dios y era un hombre maduro.
Quinto, José tuvo la virtud de rechazar resueltamente una vida egoísta y deliberadamente tuvo la
determinación de vivir para Dios. Se destaca en él la capacidad de pensar en los demás antes que en él
mismo. En este sentido, se ha comparado a José con Cristo. Su semejanza a Cristo se ve en múltiples
instancias. Por un lado, en su perdón del pecado de sus hermanos (Gn. 45:15). Por otro lado, se ve en su
devoción filial, especialmente hacia su padre después de muchos años sin verlo (Gn. 46:29). Finalmente,
su semejanza a Cristo se ve en su actitud de devolver bien por mal (Gn. 50:19–21).

SU SALUD
El cuerpo es nuestra herramienta de trabajo más importante cuando del servicio al Señor y su reino
se trata. Si es así, la integridad y fortaleza física son fundamentales para poder ofrecerle al Señor la
calidad de ministerio que él espera. El cuidado, la alimentación, el descanso, la recreación y la disciplina
de nuestro cuerpo son elementos que como líderes debemos tener presentes “por causa del evangelio”
(ver 1 Co. 9:23–27). El cuerpo no es una carga de la que debamos librarnos ni la raíz de todos los males
que padecemos. Más bien, es un instrumento que, disciplinado y sujeto a un gran fin y misión, puede ser
de gran utilidad para el cumplimiento del ministerio.
Watchman Nee: “La Biblia nunca considera al cuerpo como una molestia o algo de lo que
debemos liberarnos; nunca enseña que el cuerpo es el origen del mal. Todo lo contrario, la
Palabra nos dice … que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19). Nuestro cuerpo
debe ser redimido, y un día tendremos un cuerpo glorificado. Por eso, cuando parafraseando a
Pablo mencionamos este tema de someter al cuerpo para tenerlo bajo control, no debemos
asociarlo con el concepto erróneo de los ascetas. Porque si introducimos esta noción en nuestra
fe cristiana, estamos cambiando el carácter mismo del cristianismo.”10

La salud física del líder


No han faltado quienes han desarrollado una actitud docética hacia el cuerpo humano (la idea de que
el cuerpo es malo y el espíritu es bueno) y una tendencia suicida o masoquista hacia su propio cuerpo

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(hay que castigar al cuerpo para que crezca el espíritu). Pensar como los antiguos griegos que el cuerpo
es la tumba del alma y un lastre para el desarrollo pleno del espíritu es no entender el concepto cristiano
sobre el cuerpo humano.
Nuestro cuerpo es creación de Dios. El salmista declara: “Tú formaste mis entrañas; me formaste
en el vientre de mi madre” (Sal. 139:13). El cuerpo es moralmente bueno, porque salió de la mano
creadora de Dios, quien después de crearlo “miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy
bueno” (Gn. 1:31). Son el pecado y la obra de Satanás los que arruinan al cuerpo (Ro. 1:24–27). El
cuerpo se enferma y muere por causa del pecado y de la obra destructiva de Satanás, y no porque ésa sea
la voluntad de Dios. El cuerpo es funcionalmente útil, es una estructura maravillosa hecha para la gloria
de Dios y para el servicio a él (Sal. 139:14). ¿Para qué Dios nos hizo un cuerpo? Lo necesitamos para
expresarnos y servirlo a él. El cuerpo es una expresión de nuestro espíritu, y como tal, es espiritualmente
adecuado. No hay contradicción entre cuerpo y espíritu en el propósito original de Dios, sino unidad y
complementación. Cuerpo y espíritu se complementan de manera armónica. Si hay contradicción es por
causa del pecado. No obstante, el espíritu trasciende al cuerpo en el hecho de que las necesidades
espirituales no se pueden satisfacer con el cuerpo, porque son trascendentes. El espíritu sobrevive al
cuerpo y debe tener prioridad sobre él. Por eso, “el cuerpo sin el espíritu está muerto” (Stg. 2:26).
Nuestro cuerpo es un don de Dios. El cuerpo es un don de la gracia de Dios. No nos pertenece. El
cuerpo que tenemos es el que Dios nos ha dado. Por lo tanto, no nos pertenece. Pero, además, nuestro
cuerpo le pertenece a Dios porque él lo ha comprado a un alto precio (1 Co. 7:23). El cuerpo es un don
singular, único. No hay dos cuerpos iguales. El cuerpo es esencial para nuestro perfil de personalidad y
nuestra identidad. El cuerpo es un don con un propósito. Dios nos ha dado el cuerpo que necesitamos,
para que podamos cumplir con su propósito (voluntad) y de este modo honrarlo (1 Co. 6:20), para que lo
que somos en nuestro espíritu se refleje en lo que hacemos con nuestro cuerpo. Daremos cuenta a Dios
de la manera en que hemos utilizado nuestro cuerpo (Gá. 6:7–8). Si hemos sembrado para lo carnal, sólo
recibiremos corrupción (1 Co. 15:50), pero si hemos sembrado para lo espiritual, cosecharemos vida
eterna. El cuerpo es, pues, un don para administrar. Por eso, somos responsables por nuestro cuerpo (1
Co. 6:12–14). Esto significa que debo utilizar mi cuerpo conforme a la voluntad divina, teniendo
presente que lo que daña al espíritu es dañino también para el cuerpo (1 Co. 6:15–18) y viceversa.
Debemos cuidar de nuestro cuerpo y evitar todo aquello que pueda ponerlo en peligro o dañarlo (Dt.
14:1a).
Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu. Pablo presenta esta verdad fundamental en 1 Corintios
6:19–20. Pasivamente, esto significa que nuestro cuerpo es el lugar de su morada (1 Co. 3:16–17). Dios,
a través de su Espíritu Santo, viene a vivir plenamente al cuerpo del creyente. Es por esto que el cuerpo
debe ser puro y no debemos contaminarlo con pecados que afectan la integridad moral del cuerpo y
ponen en riesgo su integridad física (1 Ts. 4:2–8; 2 Co. 6:16–18). Activamente, esto significa que
nuestro cuerpo es el medio para la manifestación del Señor. Somos sus manos, pies, ojos, boca y oídos.
Por eso, todo nuestro cuerpo debe honrar al Señor.
¿Qué debemos hacer con nuestro cuerpo? Lo que dice Pablo es que “cada uno de ustedes, en
adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Ro. 12:1). ¿Qué
hizo Jesús con su cuerpo? Lo ofreció totalmente por nosotros (Lc. 22:19; He. 10:10).

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EJERCICIO 2

Mayordomos de nuestros cuerpos.

Colocar el pasaje bíblico que corresponda:

La necesidad de alimento: .

La necesidad de abrigo: .

La necesidad de vivienda: .

La necesidad de cuidado: .

La necesidad de sanidad: .

La necesidad de compañía: .

La necesidad de protección: .

La necesidad de control: .

Pasajes: Génesis 2:18; Salmos 136:25; Isaías 65:21; Jeremías 33:6; 1 Tesalonicenses 4:4; 2
Tesalonicenses 3:3; 1 Timoteo 6:8; 1 Pedro 5:7.

Watchman Nee: “Aprendamos algo de esto: a cuidar nuestro cuerpo, por una parte, pero por la
otra, a no amarnos tanto a nosotros mismos en tiempos en que la obra de Dios nos exige más.
Cuando nos enfrentamos a una necesidad de la obra divina, debemos dejar de lado las demandas
del cuerpo y responder a las de la obra. No hay dudas que la enfermedad demanda descanso y
cuidado; sin embargo, hasta un cuerpo enfermo debe responder a las exigencias de la obra de
Dios. Someter el cuerpo y ponerlo en servidumbre es una condición para el servicio. Si no
podemos usar nuestro cuerpo para servir al Señor, ¿con qué otra cosa podremos servir?”11

La salud emocional del líder


En el plano de la salud emocional del líder se libra una de las batallas más decisivas para el
desarrollo de un liderazgo maduro. La complejidad del ministerio es hoy tan grande que no son muchos
los que logran desarrollar un liderazgo maduro y satisfactorio. De todos los problemas que se plantean al
líder de hoy, no hay otro más agudo que lo que podríamos denominar como el síndrome del super-líder.
Este complejo o conjunto de síntomas característicos de la falta de salud emocional en el líder está bien
ilustrado por dos pasajes bíblicos: Mateo 14:22–33 y Hechos 14:8–19. Cada uno de ellos presenta dos

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casos diferentes—el de Pedro queriendo caminar sobre las aguas como Jesús, y el de Pablo y Bernabé
enfrentando a todo un pueblo que los quería coronar como dioses. De cada caso podemos aprender
mucho sobre la naturaleza, raíces, resultado y resolución del síndrome del super-líder.
Naturaleza del síndrome del super-líder. Nunca como hoy los pastores y líderes hemos
experimentado una necesidad tan grande de fortaleza y aliento. Los pastores necesitamos ayuda. Los
líderes necesitamos ayuda. Las demandas y desafíos del ministerio son tan grandes que sin ayuda será
difícil sobrevivir. Quien más o quien menos, todos debemos reconocer que no estamos rindiendo en el
ministerio con todo el potencial que Dios nos ha dado. Los problemas y obstáculos de cada día nos
desalientan y nos producen mucho dolor emocional y espiritual. Más de un 65% de los pastores
evangélicos considera que el trabajo en la iglesia es inefectivo y frustrante, o por lo menos agotador.
Uno de cada cuatro pastores está “fundido” y otro 25% está pasando por una situación de estrés tan
seria, que en breve tirarán la toalla. Muchos líderes se sienten de la misma manera.
Cuando nos preguntamos por las causas de este estado de insatisfacción y frustración ministerial, es
difícil mencionar un solo factor. Cada uno de nosotros podría identificar diversos factores, a la luz de su
experiencia personal. En este sentido, desde mi propio peregrinaje de más de 40 años como líder podría
mencionar: pecados no confesados, sentido de soledad, necesidad de afecto y aceptación, falta de un
sistema de apoyo, carencia de cobertura y consejo pastoral, conflicto de roles, y la imposición de ser
perfecto y todopoderoso para satisfacer las demandas de otros.
Quisiera que concentremos nuestra atención sobre esto último: la presión que a veces sentimos de
ser sobrehumanos y la necesidad de asumir nuestra propia humanidad, con todas sus limitaciones. Los
pasajes mencionados nos ilustran las dos caras de este problema. De un lado, encontramos a Pedro con
su pretensión de imitar a Jesús y caminar sobre las aguas. ¿Cuál fue el resultado? Se hundió. ¿Por qué?
Todos nosotros responderíamos a coro: por falta de fe en Jesús. Sí, en parte esto es cierto. Pero, ¿en
realidad fue por eso? La verdad y la realidad es que Pedro se hundió porque el ser humano no fue hecho
para caminar sobre las aguas, y a cualquiera que lo intente le va a ocurrir lo mismo.
Del otro lado, encontramos a Pablo y Bernabé, que no sólo entendieron su condición humana, sino
que asumieron su humanidad limitada, a pesar de todos los riesgos que corrían al hacerlo. Con gran
valor y sinceridad declararon que eran simples seres humanos y no dioses, como afirmaba la plebe. Sin
embargo, no son muchos los pastores y líderes que imitarían a Pablo y Bernabé. Me inclino a pensar que
los candidatos a caminar sobre las aguas o echar fuego por la boca son mucho más numerosos, que
aquellos capaces de reconocer sus limitaciones humanas. De hecho, muchísimos miembros en nuestras
congregaciones quisieran vernos caminar sobre las aguas o convertir las piedras en pan. Lo más grave
del problema no es tanto esto, sino que nosotros nos desesperamos y hacemos todo lo posible por
satisfacer su expectativa. Claro que, cuando no lo logramos, nos frustramos, deprimimos o caemos
derrotados. Y si no, nos agotamos y fundimos intentando lograr ser super-pastores o super-líderes una y
otra vez.
Raíces del síndrome del super-líder. El conjunto de fenómenos que caracterizan la actitud del
super-líder encuentra un cierto número de raíces, que es importante para nosotros identificar, si es que
queremos poner fin a este problema.
Una de estas raíces es lo que la gente piensa de mí como líder. Generalmente, la gente piensa de mí
lo que en verdad yo no soy. ¿Por qué? Porque quieren pensar que hay alguien cerca que es mejor de lo
que ellos son. Es propio de los seres humanos que busquemos un modelo ideal sobre el que podamos
proyectar nuestras frustraciones. Quienes nos rodean quieren proyectar en alguien sus ideales frustrados.
Esto es lo que los sicólogos denominan proceso de proyección. En otros casos, lo hacen porque tienen
un concepto equivocado de lo que significa ser pastor o líder. Es decir, están mal-aprendidos o están
mal-enseñados. Es difícil para algunos hermanos aceptar nuestra pecaminosidad, ignorancia, cansancio,

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enojo, emociones, pasiones, enfermedad, dolor y debilidades. Hay quienes piensan que por tener que ver
con cosas santas, nosotros somos santos. Hay quienes piensan que porque hablamos de Dios, nosotros
estamos más cerca de Dios. Este fue el tipo de confusión que experimentaron los de Listra con Pablo y
Bernabé (Hch. 14:12). Hay quienes piensan que porque predicamos el evangelio del reino, nosotros no
tenemos problemas.
Otra de estas raíces es lo que yo pienso de mí como líder. El problema no sería difícil de resolver si
su fuente fuese solamente lo que la gente piensa de mí. La cuestión es que muchas veces, cuando la
gente nos quiere subir a un pedestal, nosotros les damos una mano para que lo hagan. Nos encanta
intoxicarnos con la popularidad y el reconocimiento, y estamos más que dispuestos a aceptar “toros y
guirnaldas a las puertas” como obsequios, e incluso que se nos ofrezcan “sacrificios” (Hch. 14:12). La
paradoja es que si bien la Biblia enseña que el orgullo y el deseo de ser como Dios son las fuentes de la
trágica caída del ser humano, es precisamente aquí donde sucumben muchos pastores y líderes. El
orgullo no es la única fuente del síndrome del super-líder. Hay otro elemento en la personalidad, que es
el deseo de superación, que muchas veces juega en contra. El impulso a ser lo mejor no es malo, pero
puede distorsionarse y transformarse en el deseo de ser super-humano. La meta en la vida y el ministerio
no debe ser la de ser un super-líder, sino la de ser todo lo que debemos ser en Cristo. Si bien debemos
ser perfectos, el perfeccionismo es destructivo.
Por eso debemos ser mesurados en lo que pensamos de nosotros mismos. Pablo nos orienta sobre el
particular, diciendo: “que nadie suponga que soy más de lo que aparento o de lo que digo” (2 Co. 12:6).
Tal mesura es posible con sinceridad. La sinceridad dice que somos pecadores y que si hay algo bueno
en nosotros es un don de la gracia de Dios. La sinceridad nos ayuda a conocer nuestra fragilidad y
vulnerabilidad sin culpa ni vergüenza. Pero tal mesura también es posible con sensibilidad. La virtud de
la sensibilidad nos liga a las necesidades de las personas y nos atrae a ellas. Esto genera una saludable
impotencia. Además, la virtud de la sensibilidad nos liga a los recursos del Señor y nos habilita para su
uso. Y esto genera un adecuado poder. No debemos olvidar que la obra es de Dios y que él es quien hace
la obra.
Resultados del síndrome del super-líder. Tratar de caminar sobre las aguas lleva a varias actitudes
que pueden ser destructivas para el líder y su ministerio. Hay cinco de estas actitudes destructivas que
deseo enumerar.
(1) Sentimientos de incapacidad y baja auto-estima. Los líderes recibimos muy poca atención
pastoral. ¿Quién nos pastorea y lidera? ¿Quién nos cubre pastoralmente? ¿Quién se interesa por
nosotros? El 90% de los líderes padece de baja autoestima. La razón número uno de los sentimientos de
incapacidad y baja autoestima es que se espera que caminemos sobre el agua y simplemente no
podemos. Nos encontramos bajo la presión permanente de lograr mucho más de lo que realmente
podemos. ¿Qué expectativas debemos satisfacer en la congregación? Debemos ser un ejemplo moral
intachable. Debemos ser de apoyo moral, espiritual y emocional permanente, sin importar cómo nos
sentimos. Debemos ser administradores, oradores, maestros, actores, filósofos, consejeros, animadores,
chistosos, amenos, enciclopédicos, expertos en relaciones públicas, amigos, compinches, sicoterapeutas,
médicos, abogados, etc., etc. Si alguien es capaz de hacer todo esto, ¡seguramente no va a tener ningún
problema en caminar sobre las aguas!
Además, nada de lo que hacemos parece estar “terminado” o “concluido”. Siempre queda algo por
hacer, o lo que se hace se puede hacer mejor. En el trabajo del liderazgo no se puede decir, como dijo
Jesús desde la cruz, “Consumado es.” Cuanto más se esfuerza un líder, tanto más lejos parece estar la
conclusión exitosa de su tarea. Al no alcanzar un resultado satisfactorio, el líder se condena y castiga por
su fracaso. El auto-castigo muchas veces se disfraza con una actitud de superioridad e infalibilidad. El

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autoritarismo es, en realidad, una expresión de sentimientos de incapacidad, impotencia y baja
autoestima.
(2) El enojo no resuelto. Los cristianos, en general, tenemos un concepto muy negativo del enojo. De
hecho, no es una emoción muy aceptable en la sociedad. Tendemos a reprimir el enojo y a suprimirlo.
Consideramos que el enojo es pecado: no diferenciamos entre la emoción del enojo y la acción
destructiva basada en el enojo. Los líderes no sólo que no sabemos qué hacer con el enojo, sino que el
liderazgo fácilmente produce enojo. El estrés produce enojo y el liderazgo es una responsabilidad muy
estresante. A su vez, cuando nos enojamos, nos estresamos, y así se crea un círculo vicioso. Además,
cuando no podemos caminar sobre las aguas nos enojamos con Dios. Fácilmente nos pasa lo que le
ocurrió a Jeremías, y como él terminamos protestándole al Señor (Jer. 15:18; 20:7). Nuestra carga de
enojo no resuelto se expresa a través de sermones amargos o períodos de depresión. El enojo, pues, es
como la lengua: “es un fuego, un mundo de maldad” (Stg. 3:6).
(3) La soledad en el ministerio. El líder es la persona más sola en el mundo. La razón fundamental
de este sentido de soledad es generalmente el temor a la intimidad. El líder teme que si permite que
alguien se le acerque mucho, descubrirá que él no puede caminar sobre el agua. El líder también teme la
intimidad con sus pares, a quienes ve no como colegas sino como competidores. Si está teniendo éxito,
se va a poner jactancioso y vanidoso. Si no está teniendo éxito, se va a poner envidioso y celoso.
(4) La máscara del profesionalismo. La máscara profesional es resultado de la soledad ministerial.
Con ella se pierde la autenticidad, transparencia, calidez y sensibilidad humana. La máscara profesional
es resultado de la incapacidad de absorber las demandas emocionales del ministerio. Esta corteza de
indiferencia y distancia profesional sirve para mitigar o amortiguar el dolor. La máscara profesional
significa reír cuando hay que reír, parecer triste cuando la ocasión lo demanda, decir las palabras
correctas, pero todo sin sentimientos auténticos, y sin involucrarse demasiado con las personas y sus
necesidades sentidas.
(5) Pobres relaciones interpersonales. En razón de que el líder es una figura de autoridad, puede
fácilmente ser autocrático en sus relaciones. Puede caer en la trampa de asumir que cada cosa que dice
debe ser considerada como un pronunciamiento que viene del monte Sinaí. Muchas veces el líder es
animado a ser autocrático, porque muchos miembros en la iglesia prefieren relacionarse con un padre
dominante, que les diga qué tienen que hacer o qué deben creer. Pero el líder autocrático no acepta la
crítica ni las sugerencias de parte de los miembros de la congregación. Está siempre a la defensiva, y
cuando es confrontado, se descarga contra los que se oponen. Esto inhibe a los miembros u otras
personas de hacer sugerencias o recomendaciones. De este modo, el ministerio se transforma en el show
de una sola persona, y el líder termina siendo un líder orquesta. El líder autocrático también tiene
dificultades para trabajar en equipo. Prefiere hablar de otros bajo su responsabilidad como sus
“colaboradores” o los designa como “ayudantes del líder”. En todos los casos, se trata de personas que
lo ayudan a llevar a cabo “su” programa y no un proyecto común.
Resolución del síndrome del super-líder. ¿Cómo se resuelve un problema tan profundo como el
del síndrome del super-líder? Básicamente hay un paso que es necesario dar: es necesario reconocer la
humanidad propia. Una buena cantidad de tensión y dolor se vería liberada si tan solo resolviésemos
dejar el Olimpo para bajar a la tierra y unirnos al resto de la raza humana. Esto parece obvio. Los líderes
no somos una suerte de elite que ha tenido la oportunidad de elevarse por sobre el rebaño y que ahora se
ocupa de distribuir oráculos divinos a la masa de los pobres diablos, que todavía siguen luchando con
sus problemas de personalidad y otras las luchas de la vida. Todos nosotros (líderes y liderados) estamos
navegando en la misma barca y confrontando los mismos problemas. Deberíamos ser capaces de
desarrollar la actitud de Pablo, que con humildad señalaba sobre sí mismo: “No es que ya lo haya
conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo

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cual Cristo Jesús me alcanzó a mí” (Fil. 3:12). Ahora, para que un líder pueda aceptar su condición
humana debe primero ser capaz de verse como un ser humano, y esto es difícil. Lo es porque hace falta
verse en el espejo de Dios como un ser humano pecador, un ser humano limitado, y un ser humano lleno
de necesidades. Estas imágenes no son precisamente muy agradables.
Además, para evitar la tentación de ser un super-líder conviene prestar atención a algunas
sugerencias.
(1) Es necesario predicar, enseñar y actuar “confesionalmente.” Durante los cultos o en actividades
de la iglesia, los líderes tenemos más oportunidades de contacto con un mayor número de miembros de
nuestra congregación. Nuestros sermones o enseñanzas pueden ser vehículos adecuados para que
comuniquemos nuestra propia humanidad. Debemos predicar y enseñar con honestidad y apertura,
indicando que la palabra de Dios que predicamos es también para nosotros.
(2) Es necesario demandar mayor reconocimiento. Todo el mundo sabe que los pastores y muchos
líderes en la iglesia reciben sueldos bajos o por lo menos no suficientes. Las finanzas son la fuente más
importante de estrés para los pastores y líderes evangélicos. En nuestra sociedad y cultura, el dinero es
un símbolo de amor y respeto, y en consecuencia, el sueldo tiene un gran impacto sobre la autoestima. Si
es cierto que “el obrero es digno de su salario” entonces es necesario demandar un reconocimiento justo
por la vocación, preparación y desempeño en el liderazgo. En el caso de otros líderes en la iglesia, que
no perciben una remuneración por sus servicios, es importante que también demanden el debido
reconocimiento a sus labores. Esto no es una cuestión que debe quedar librada al azar, sino que es un
deber que la Palabra impone a todas las congregaciones. Dice Pablo: “Hermanos, les pedimos que sean
considerados con los que trabajan arduamente entre ustedes, y los guían y amonestan en el Señor.
Ténganlos en alta estima, y ámenlos por el trabajo que hacen” (1 Ts. 5:12, 13).
(3) Es necesario desarrollar amistades. Uno se torna verdaderamente humano cuando se relaciona
con otros seres humanos. No se puede ser humano en el aislamiento o en la soledad. Amistad significa
que cuando uno necesita ayuda, alguien vendrá a proveerla. La amistad se desarrolla cuando uno está
dispuesto a admitir sus limitaciones y pide a otros la ayuda necesaria. Jesús mismo necesitó de amigos y
les pidió ayuda en momentos de gran necesidad (Mr. 14:32–42).
(4) Es necesario aceptar ayuda profesional. Generalmente se ve al líder como fuente de apoyo y no
como recipiente de apoyo; como alguien que da, y no como alguien que recibe. No podemos
imaginarnos a un líder consultando con un sicólogo, siquiatra, o sicoterapeuta. Sin embargo, como ser
humano, el líder puede verse altamente beneficiado con la orientación de un buen consejo, la
clarificación de una percepción oportuna, la dirección de una palabra sabia de parte de un profesional
responsable. No debemos despreciar todos los recursos que el Señor pone a nuestro alcance para
ayudarnos a llenar nuestras necesidades, cualesquiera que ellas sean.
(5) Es necesario desarrollar buenos hábitos mentales. Esto requiere atención, tiempo y esfuerzo.
Hace falta de cierta dedicación para sentir nuestros propios sentimientos, aceptar nuestras emociones, y
reconocer estas cosas como propias con honestidad. Especialmente, es necesario resolver el problema
del estrés. Para ello, hace falta construir muros de resistencia mediante un buen descanso y buenos
hábitos de salud; mantener separadas la vida ministerial de la vida familiar; darle lugar al ejercicio físico
y al esparcimiento; conversar con el cónyuge sobre los problemas ministeriales; y, retirarse físicamente
de una situación problemática cuando sea necesario.
(6) Es necesario capacitar a otros para el liderazgo. Una buena consigna para superar el síndrome del
super-líder es “¡multiplícate!”. Cuando pensamos en otros y deseamos que otros nos superen en nuestros
logros estamos dando pasos significativos para deshacernos de toda amenaza de este síndrome. En este
sentido, Pablo lo exhortaba a Timoteo diciéndole: “Lo que me has oído decir en presencia de muchos
testigos, encomiéndalo a creyentes dignos de confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a

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otros” (2 Ti. 2:2). En este sentido, es también importante ser de ejemplo a los demás. “Con tus buenas
obras, dales tú mismo ejemplo en todo,” le decía Pablo a Tito (Tit. 2:7). Jesús les decía a sus discípulos:
“Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn. 13:15). Pablo les
decía algo parecido a los corintios: “Imítenme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Co. 11:1). Además, un
buen líder es alguien que da oportunidades a otros. Esta es la mejor manera de capacitarlos para la tarea
del ministerio.

EJERCICIO 3

Para resolver el síndrome del super-líder es necesario reconocer el poder de Dios.

Colocar el pasaje bíblico que corresponda:

Se perfecciona en nuestras debilidades: .

Se manifiesta en nuestras vidas: .

El poder de Dios Se canaliza en nuestras acciones: .

Salmos 62:11

Se expresa en nuestro ministerio: .

Se recibe por el Espíritu Santo: .

Pasajes: Hechos 1:8; 2 Corintios 12:9; 2 Corintios 13:4; Efesios 3:7; Efesios 3:20.

Los pastores y líderes no somos taumaturgos u obradores de maravillas. Debemos reconocer que
definitivamente no podemos caminar sobre las aguas. Pero si bien no podemos caminar sobre las aguas,
sí es cierto que podemos aprender a nadar y dejarnos llevar por las aguas. Como Ezequiel, podemos
permitirle al Espíritu Santo que llene nuestras vidas de tal manera que experimentemos lo que el profeta
experimentó. “Midió otros quinientos metros, pero la corriente se había convertido ya en un río que yo
no podía cruzar. Había crecido tanto que sólo se podía cruzar a nado” (Ez. 47:5).

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La salud espiritual del líder
Si el estado de salud física y emocional del líder cristiano es fundamental para el buen desempeño de
su ministerio, tanto más es su nivel de salud espiritual. Es imposible que un hombre o una mujer con
falta de integridad espiritual puedan cumplir un ministerio significativo en la vida de otras personas.
Sobre todas las cosas, el líder cristiano es un líder espiritual, y nadie puede conducir a otro por un
camino que él o ella no están recorriendo y hacia una meta a la que él o ella no están yendo.
La necesidad de cuidar la salud espiritual. Pablo habla de su propia experiencia personal en este
particular en Filipenses 3:7–12. Es interesante seguir el razonamiento de Pablo y ver cómo él encontró el
camino para una plena realización personal, rompiendo con la esquizofrenia de objetivos dispares en la
vida y de metas encontradas. Cuando no hay una adecuada resolución entre lo que uno considera
“ganancia” o “pérdida” en la vida, no puede haber salud espiritual. El objetivo de “ganar a Cristo”, de
“encontrarse unido a él”, de “conocer a Cristo” y de persistir en querer “alcanzar aquello para lo cual
Cristo Jesús me alcanzó a mí” es fundamental para la generación de un estado espiritual saludable.
Esta salud espiritual es indispensable por la misma naturaleza del ser humano. Somos seres físicos
(conocemos por los sentidos), pero somos también y fundamentalmente seres espirituales. A Dios no lo
captamos ni conocemos por la vía de lo sensible, sino por nuestro espíritu. Sin el alimento de la Palabra
y el oxígeno de la oración terminamos en una actitud materialista o en un ateísmo práctico. La salud
espiritual es también indispensable por la misma naturaleza de la vida moderna. Secularismo,
hedonismo, materialismo, frivolidad, consumismo, egoísmo, pueden contagiarnos fácilmente. Si no nos
detenemos a pensar en Dios y a buscar la comunión con él, podemos caer en cualquiera de estas
cosmovisiones y estilos de vida, que producen extravío y terminan por enfermar al alma. El ritmo de
vida, los cambios repentinos, la alienación de las relaciones, la neurosis de nuestro tiempo no nos van a
dejar espacio para el desarrollo espiritual, a menos que lo procuremos conscientemente. Pablo descubrió
el bien supremo en la vida, que para él no era otro que conocer a Cristo (Fil. 3:8, 10). Para ello, hay que
pasar tiempo con él.
La manera de cuidar la salud espiritual. Hay varios caminos que la Palabra de Dios nos propone
como disciplinas necesarias para ejercer tal cuidado. Pero básicamente son dos los mejores tratamientos
preventivos para el desarrollo de un buen estado de salud espiritual.
(1) El primero es la lectura y meditación de la Palabra. No obstante, hay dos problemas en cuanto a
la lectura y meditación de la Palabra, que debemos tener en cuenta. Por un lado, está la realidad, difícil
de negar, de que no la leemos o al menos no la leemos lo suficiente. Necesitamos desarrollar una
fecunda comunión con el Señor por y a través de la Palabra. Si es cierto lo que creemos que Dios nos
habla hoy con la misma frescura y profundidad con que lo hizo ayer, debemos ejercitar los oídos de
nuestro espíritu para percibir lo que él nos quiere decir. Por otro lado, está también la realidad de que
muchas veces la leemos sin provecho. La Palabra nos nutre cuando tenemos la disposición de recibir
algo de ella. La pregunta que tiene que acompañar nuestra aproximación a la Biblia es: ¿qué tiene Dios
para decirme hoy?
Ahora, ¿cómo podemos resolver estos dos problemas? Nos puede ser de mucha ayuda tener un
tiempo adecuado para nuestro encuentro con la Palabra. Esto puede ser temprano en el día o en cualquier
momento en que podamos dedicarnos a ello sin distracciones. Sea como fuere, nuestro ejercicio de
prestar atención a la Palabra de Dios debe ser prioritario. También nos puede resultar provechoso tener
un lugar adecuado, que nos permita introducirnos al texto sagrado sin interrupciones. Además, tener una
versión adecuada puede facilitar nuestro acceso y comprensión del texto. En este sentido, siempre es de
ayuda leer la Palabra en versiones diferentes. Junto con esto, tener una edición adecuada, que nos resulte
cómoda para la lectura, con letra grande, con referencias paralelas o en cadena, y otras ayudas siempre
va a hacer más interesante el ejercicio espiritual. Tener un plan de lectura adecuado crea una disciplina

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favorable, como la lectura de toda la Biblia en un año o un plan fundado en lecturas temáticas o libro por
libro. Tener una preparación adecuada nos permite ir una segunda milla y obtener mejor provecho del
tiempo de lectura y meditación bíblica. Por eso, es conveniente leer la Palabra con una lapicera para
subrayar el texto, un cuaderno para tomar notas (fecha, pasaje, mis necesidades de hoy, lo que Dios me
dijo, un resumen de lo subrayado), presentar al Señor una oración antes de leer pidiéndole que abra los
ojos de nuestra comprensión (Sal. 119:18), y desarrollar una actitud de esperar recibir algo de parte del
Señor. Tener una respuesta adecuada a la lectura, a través de un acercamiento dinámico, con acción de
gracias, presentando nuestra confesión de pecados, adoración o peticiones hace más interesante la
comunión con el Señor a través de su Palabra. Finalmente, debemos procurar tener un provecho
adecuado. Es decir, hay versículos “maná” que son para el día y para una necesidad concreta, y hay
versículos “arsenal” que son para guardarlos y aprender de memoria para cuando sean necesarios. Saber
reconocer estos recursos en la Palabra es fundamental. En definitiva, el valor de la Palabra está en
obedecerla y ponerla en práctica en la vida y el ministerio cotidianos.
Raúl Caballero Yoccou: “Los avivamientos más grandes conocidos, tanto en los tiempos
bíblicos como en los posteriores de la historia de la iglesia, nacieron con hombres usados por
Dios en la lectura y obediencia de las Escrituras. Están permanentes los nombres de Ezequías (2
Reyes 18); Josías (2 Reyes 22); Asa (2 Crónicas 17); Esdras (Nehemías 8), que encendieron la
llama de la santidad y quebraron la idolatría para hacer del pueblo de su día una casa dedicada al
Señor. También en el curso de la historia de la iglesia ha habido grandes movimientos hechos
por Dios con instrumentos útiles que amaron y vivieron las Escrituras.”12
(2) El segundo recurso es la práctica de la oración y el ayuno. La oración es la respiración del alma.
Es el hálito de vida que nutre de energía la vida espiritual del líder cristiano y dinamiza todos sus
recursos espirituales para la obra que tiene que llevar a cabo. La oración es el mecanismo de
comunicación fundamental que liga al líder con la fuente de su ministerio: Dios. Es a través de la
oración que el líder recibe las instrucciones en cuanto a qué tiene que hacer, cómo tiene que pensar y
qué debe decir. Pero la oración también es el conducto que permite la infusión de la autoridad y el poder
divinos que necesita para hacer, pensar y decir en el nombre del Señor a quien sirve. Jesús ilustra con su
vida y ministerio la importancia que tiene la oración en el desarrollo del liderazgo. Con frecuencia
nuestro Señor dedicaba toda una noche para estar en comunión con el Padre y recibir de él las
instrucciones sobre lo que estaba haciendo, de modo de involucrarse en ello durante el día (Mt. 14:23;
Mr. 6:46, 47; Lc. 6:12). El apóstol Pablo supo también hacer de la oración una herramienta de trabajo y
una fuente de recursos espirituales para el cumplimiento de su ministerio (Col. 1:9–12; 2 Ts. 1:11). Los
grandes líderes de la Biblia y aquellos que se han destacado a lo largo de la historia del testimonio
cristiano han sido creyentes de oración. En Efesios 6:18, Pablo nos amonesta y nos da la clave para un
liderazgo espiritual efectivo, al decir: “Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos.
Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos”.

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EJERCICIO 4

Oraciones de Jesús.

Colocar el pasaje que corresponda:

En una montaña: .

En Getsemaní: .

Antes del amanecer: .

En angustia: .

En lugares solitarios: .

Después de la última cena: .

Pasajes: Mateo 26:36; Marcos 1:35; Lucas 5:16; Lucas 9:28; Juan 18:1; Hebreos 5:7.

El ayuno es un complemento muy importante para la oración (Esd. 8:23; Dn. 9:3). El ayuno es la
abstinencia total o parcial de comida, llevada a cabo como una disciplina religiosa, que generalmente
acompaña a la práctica de la oración de intercesión. El ayuno permite también una mayor claridad de
visión y discernimiento espiritual. Los grandes líderes en las páginas de la Biblia fueron personas que
aprendieron el valor del ayuno como disciplina para el cuerpo y el espíritu: Moisés (Éx. 34:28); David (2
S. 12:16); Elías (1 R. 19:8); Nehemías (Neh. 1:4); Ester (Est. 4:16); Esdras (Esd. 10:6); Daniel (Dn.
10:3); Ana (Lc. 2:37); Pablo (Hch. 9:9); los líderes de la iglesia en Antioquía (Hch. 13:2); Pablo y
Bernabé (Hch. 14:23). El propio ejemplo de Jesús nos anima a imitarlo en su búsqueda de la voluntad
del Padre a través de la oración y el ayuno (Lc. 4:1, 2). La Palabra nos indica que la práctica del ayuno
es saludable y fundamental como medio de preparación antes de encarar cualquier emprendimiento en el
nombre del Señor (Jl. 1:14; 2:12). Jesús consideró el ayuno como necesario y adecuado para expresar
una espiritualidad auténtica (Mt. 6:17, 18). Es más, él estimó que la oración acompañada de ayuno era
un recurso imprescindible para involucrarse en la guerra espiritual y cumplir la tarea de liberación de las
personas oprimidas de manos de Satanás (Mateo 17:21, RVR).
De todos modos, debe practicarse el ayuno con la actitud que indica la Palabra de Dios: “El ayuno
que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner
en libertad a los oprimidos y romper toda atadura? ¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el
hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dejar de lado a tus semejantes?”
(Is. 58:6, 7). Esto significa que el ayuno no debe hacerse con ostentación ni practicarse como un fin en sí
mismo (Mt. 6:16–18), sino que debe hacerse ante Dios y para él con una actitud de humildad y sujeción

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(Zac. 7:5). Cuando el ayuno acompaña a la oración y se lleva a cabo con la actitud correcta, entonces
cumple su función de actuar como disciplina para el alma, aun en medio de dificultades (Sal. 69:9–11).
Cuando la oración y el ayuno se acompañan siempre hay una recompensa de parte del Padre (Mt. 6:18).
Ted W. Engstrom: “Para el líder cristiano, la fe y la oración son su respiración vital porque
tocan extremos infinitos que llegan hasta el mismo Dios. La oración purifica, y provee seguridad
y estímulo para que el líder apresure su marcha. Este es un arte que no lo enseña ningún
razonamiento filosófico; sólo se aprende y se desarrolla al ponerlo en práctica. Nuestro Señor
Jesús y el apóstol Pablo son ejemplos suficientes que establecen el supremo valor de estos
ejercicios espirituales. La eminencia de los grandes líderes de la Biblia se atribuye a su grandeza
en la oración. Pablo nos amonesta, en Efesios 6:18, que nos entreguemos por completo a la
oración.”13

El problema del estrés


Quienes servimos al Señor como líderes deberíamos apropiarnos de aquellas palabras de Jesús que
tantas veces utilizamos para llevar consuelo y fortaleza a otros: “Vengan a mí todos ustedes que están
cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mt. 11:28). De todos los cristianos, los líderes somos
quienes más que nadie necesitamos de este ejercicio de confianza en el Señor, que nos libere del estrés y
la tensión.
¿Qué es el estrés? El estrés caracteriza a nuestro tiempo. Es el estado de un organismo que
reacciona a un agente de agresión cualquiera. Se manifiesta mediante un “síndrome general” de orden
físico-síquico. Es el estado de algo sometido a la acción de fuerzas que lo estiran. Estrés significa
tirantez, tensión. Hay tirantez y tensión negativa y positiva (las cuerdas del arpa o los músculos de un
atleta sufren tensión positiva). La vida alcanza el tope cuando cada uno de sus poderes se halla sujeto a
un propósito superior. El cumplimiento de la voluntad de Dios mantuvo a Jesús en tensión, pero fue
tensión positiva. En un determinado momento de su ministerio, Jesús llegó a expresar esta tensión frente
al sufrimiento que se avecinaba, en estos términos: “Tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y
¡cuánta angustia siento hasta que se cumpla!” (Lc. 12:50).
Sin embargo, las más de las veces el estrés es tensión excesiva y negativa. El liderazgo en general y
el pastorado en particular son sumamente estresantes, especialmente porque se trabaja con personas y en
base a valores trascendentales. Esto genera una situación de tensión, que por momentos no da lugar a la
distensión y el relajamiento. Si no se generan mecanismos de descarga de esta tensión, la misma se
acumula y se crea un círculo vicioso de grado ascendente y creciente gravedad.
¿Cuáles son las causas del estrés? No es el trabajo duro o el mucho trabajo en sí los que llevan al
estrés. El trabajo es tonificante y bueno para un estado de salud integral. La causa del estrés está más en
la mente que en el cuerpo. Algunas causas posibles del estrés son las siguientes.
(1) Un sentimiento inadecuado en cuanto a sí mismo. El buen consejo de Pablo a sus lectores
romanos era: “Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí
mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado” (Ro. 12:3). Este consejo es bien
adecuado para un líder, ya que hay dos maneras de sentir sobre uno mismo que pueden resultar
perjudiciales. Por un lado, está el sentimiento de insuficiencia, es decir, la percepción de que no se es
todo lo que se debería ser. Esto puede ser por falta de recursos personales, limitaciones intelectuales o
físicas, prejuicios, complejos de inferioridad, insatisfacción, rechazo o falta de aceptación. Por otro lado,
está el sentimiento de suficiencia, es decir, la sensación de que uno es lo suficientemente solvente como

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para enfrentar cualquier situación, sin tener una idea muy clara de los recursos auténticos con que se
cuenta. Esto puede ser por sentimientos enfermizos de perfeccionismo, metas muy altas en la vida,
ambiciones personales excesivas o simplemente autoexigencia.
(2) Una actitud ansiosa por lo que escapa de control. La ansiedad es un malestar síquico y físico
caracterizado por un temor difuso, sentimientos de inseguridad o de desgracia inminente. La ansiedad es
inútil, como bien enseñó Jesús (Mt. 6:25–34) y señaló Pablo cuando dijo: “No se inquieten por nada”
(Fil. 4:6). En el segundo pasaje, la palabra “inquietarse” significa división y distracción de la mente, de
modo que ésta se halla en estado de agitación y sin poder enfocar la atención en una cosa. En un estado
así, es muy difícil tener la claridad de percepción que permita una evaluación adecuada de los recursos
disponibles y de la capacidad personal para utilizarlos eficientemente.
(3) Un estado de miedo. El temor es una de las herramientas fundamentales que utiliza Satanás para
anular las posibilidades de acción de un buen líder. El miedo a las limitaciones físicas, el temor al
fracaso, las fobias de diverso tipo, todo esto es una batería de elementos destinados a neutralizar y
paralizar al líder cristiano. El amor de Dios es la solución a estos estados de temor. Cuando nuestra vida
se llena del amor de Dios, el temor sale en medida proporcional, porque “el amor perfecto echa fuera el
temor” (1 Jn. 4:18).
(4) Una actitud inadecuada hacia los demás. El resentimiento, la envidia, los celos, el odio, la mala
voluntad y las contiendas son focos terribles que generan estrés y se montan sobre una mala actitud
hacia otros. La tensión que generan estos focos de resistencia en las relaciones humanas va en grado
creciente hasta que finalmente se produce un cortocircuito irreversible. Cuando se llega a esta situación,
se verifica la presencia de lo que en la Biblia se denomina como “raíz de amargura”. El problema con
esto es que se generan interferencias permanentes, tensión, estorbo y contaminación en todos los niveles
de relaciones (He. 12:14–15).
¿Cuáles son los resultados del estrés? La tirantez se contagia y se hace evidente. El estrés se
manifiesta a través de múltiples maneras, que afectan la totalidad de la persona humana. Por el estrés se
producen trastornos físicos, como úlcera, jaqueca, insomnio, dolores musculares, contracturas, caída de
las defensas del organismo, pérdida del cabello, etc. En otros casos, se dan niveles preocupantes de
perturbación mental, como desasosiego, falta de concentración o pérdida de la memoria. El estrés lleva
también a la depresión espiritual. La depresión es un estado emotivo de actividad sicofísica baja y
desagradable. Es diferente del abatimiento, que es de signo más positivo. La depresión es una
disposición síquica de desesperación y de un abrumador sentimiento de insuficiencia y de bajeza,
desaliento y fatiga, que viene acompañado generalmente de ansiedad y culpa. La raíz de este tipo de
depresión es el pecado no confesado y resulta de un odio que no sale al exterior sino que se canaliza
hacia uno mismo. En otras palabras, la depresión termina siendo agresión contra uno mismo. La Biblia
ilustra este tipo de estado que resulta del estrés (Sal. 142:2–3; 32:3; 31:9–10).

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EJERCICIO 5

¿Cómo se soluciona el estrés?

Colocar los pasajes bíblicos que correspondan:

Mediante el descubrimiento nuevo de Dios: .

Mediante un reconocimiento auténtico de nuestro yo: .

Mediante la renovación total de la mente: .

Pasajes: Romanos 12:2; 1 Corintios 3:21; Gálatas 5:20; Efesios 1:3; Efesios 4:22–24; Filipenses
4:19; 2 Pedro 1:3.

¿Cómo se resuelve el problema del estrés? Por terrible que sea, el estrés es solucionable. Para ello
es necesario comenzar comprendiendo que el Dios al que servimos es un Dios de poder infinito. Él es el
Señor todopoderoso. Además, debemos corregir a nuestro yo agrandado e infatuado, pero también
debemos corregir a nuestro yo empequeñecido y acomplejado. Junto con esto, hace falta un cambio
radical de actitud en todas las esferas de nuestras relaciones interpersonales. En lugar de sentir lástima
por nosotros mismos, confesemos la tensión con otros como un pecado. En otras palabras, hagamos una
auténtica metanoia (cambio de mente). De este modo, la tensión dejará de ser carga para transformarse
en una plataforma de lanzamiento para una nueva vida de servicio.
¿Cómo se verifica este cambio de actitud? Por un lado, este cambio es el resultado de una vida
ordenada y disciplinada por Dios. Debemos aprender y aplicar a nuestras vidas de servicio las palabras
del poeta bíblico: “Guarda silencio ante el Señor, y espera en él con paciencia; no te irrites ante el éxito
de otros, de los que maquinan planes malvados” (Sal. 37:7). Blas Pascal, el conocido filósofo francés,
decía: “Una manera en que el hombre trae sobre sí la mayor desgracia es su incapacidad de estarse
quieto.” Buscar reposo en Dios es una manera excelente de evitar el estrés. La oración, la lectura bíblica,
la meditación, el silencio son recursos efectivos para amortiguar la tensión y crecer en shalom. Por otro
lado, este cambio es el resultado de una elección clara y determinada de la voluntad. La decisión es mía,
pero el cambio lo hace Dios sobre la base de mi fe (Tit. 3:4–6). Basta de excusas y pongamos nuestra fe
en Cristo. Sólo él puede poder fin al estrés y traer paz al corazón. En definitiva, ésta fue su invitación a
todos nosotros (Mt. 11:28) y su generosa promesa (Jn. 14:27).

SU FAMILIA
No siempre la familia juega un papel clave en el desempeño de una vocación humana. La familia de
un mecánico de automóviles, un empleado de correo, un docente o un artista plástico no necesariamente
debe estar involucrada en el desarrollo de la vocación y el trabajo de quien tiene estos desempeños en la
vida. En cambio, en el caso del líder cristiano, su familia cumple un papel muy importante y es un factor

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a tomar muy en cuenta. De hecho, la Biblia es bien específica en detallar las condiciones que deben
reunir el líder y su familia, a fin de que su liderazgo sea todo lo efectivo que se espera. De todos estos
textos bíblicos, ninguno parece más adecuado para nuestra consideración que 1 Timoteo 3:1–7.
Escribiendo a su discípulo Timoteo, Pablo destaca ciertos problemas en relación con el líder cristiano y
su familia.

El problema de la bigamia
El primer problema que el apóstol menciona es el de la bigamia del líder. Lo hace a través de la frase
“esposo de una sola mujer” (1 Ti. 3:2). Esta frase ha dado lugar a las más diversas interpretaciones y
aplicaciones.
La interpretación del versículo. El significado de la expresión es ambiguo y ha sido discutido
desde antiguo. Puede ser tomado negativamente como prohibiendo el concubinato, la poligamia, el
volver a casarse después de un divorcio, la digamia (un segundo matrimonio por viudez, según la
interpretación de Tertuliano a fines del siglo II). Puede ser tomado positivamente como queriendo decir
que el dirigente debe ser un hombre casado o que sea un ejemplo de moralidad estricta, sin una
connotación específica. El problema básico tiene que ver con la pregunta: ¿cuál es la fuerza del vocablo
una en la frase “de una sola mujer.” Me inclino por la opinión según la cual el apóstol está advirtiendo
contra alguna forma de bigamia por parte del líder. La aplicación del versículo sería la de verlo como
una advertencia contra la bigamia pastoral o del líder cristiano.
La aplicación del versículo. El pastor o líder casado debe ser esposo de una sola mujer. Esto parece
obvio, pero no lo es. Y no lo es cuando el pastor o el líder tiene una segunda esposa, la iglesia. De ser
así, comete un triple pecado. Primero, peca contra su esposa, a la que abandona y le es infiel. Segundo,
peca contra la iglesia, que no es su esposa, sino la esposa de Cristo. Tercero, peca contra el Señor, contra
quien comete adulterio al quitarle su esposa. Además, nadie puede servir a dos señores, y mucho menos
a “dos señoras”. Nadie puede compartir lealtades o prioridades. El orden correcto de prioridades en la
escala de valores de un líder cristiano efectivo es primero Dios, luego su familia, y por último, la iglesia.
Cuando se altera este orden, alguien sufre. Hace falta una escala de valores o prioridades rigurosa. Si soy
casado, primero viene mi esposa y mis hijos; luego viene la iglesia. De otro modo, me hubiera quedado
soltero o solo como Pablo. La iglesia ya tiene quien la ame; mi deber es amar a mi esposa así como
Cristo ama a la suya y vela por ella (Ef. 5:25).

El problema de la administración
En los tiempos que vivimos, la administración de la vida y los compromisos que tenemos ocupan un
lugar fundamental para garantizar el éxito de nuestra gestión como líderes. Es probable que Pablo estaba
pensando en esta necesidad cuando animaba a que los candidatos a líderes en la iglesia fuesen personas
que supieran “gobernar bien su casa” (1 Ti. 3:4a). ¿Qué significa esto para el líder de hoy?
El líder debe ser un buen líder de su familia. El verbo “gobernar” en la lengua griega original está
en la forma de un participio medio presente del verbo proistémi, que significa colocar delante o estar
delante, ir al frente o estar al frente. Esto era fundamental en el sistema patriarcal de aquel entonces, y
sería muy apreciado en la iglesia y aun fuera de ella. Se usa el mismo verbo aquí que el que se usa en
relación con el gobierno de la iglesia, como cuando Pablo indica en 1 Timoteo 5:17: “Los ancianos que
dirigen bien los asuntos de la iglesia son dignos de doble honor, especialmente los que dedican sus
esfuerzos a la predicación y a la enseñanza.” Lo que está detrás de la expresión es la idea de
responsabilidad por el hogar propio. El pastor o el líder es el primer responsable por su propia familia.
Quien no es un buen líder y administrador de su casa, ¿cómo podrá ser un buen líder y administrador de

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la iglesia? Si una persona no es responsable por lo que es más inmediato y está más cerca, ¿cómo podrá
ser responsable por la comunidad más amplia de los creyentes?
El líder debe cuidar pastoralmente de su familia. Su familia es su primera congregación y
ministerio, y lo más importante. Lamentablemente, en el caso de muchos pastores y líderes se aplica el
dicho: “En casa de herrero, cuchillo de palo.” Friedich Hebbel, el dramaturgo alemán del siglo XIX,
escribió: “Hay velas que alumbran todo, menos su propio candelero.” Lamentablemente, esto se ve en el
caso de la familia de muchos líderes, que no han sabido dar prioridad al cuidado de quienes están más
cerca de sus afectos.
Rogelio Nonini: “En la medida que el ministro es fiel en vivir el evangelio en su casa y que
pastoree a los suyos con amor y paciencia, tendrá el gozo de lograr una familia cristiana, fiel,
activa y con buen testimonio de los de adentro y de los de afuera de la iglesia. Esta experiencia le
dará autoridad para servir al Señor. Podrá hablar sobre el poder del evangelio porque lo
experimentará en su vida y en su familia y podrá ser, en medio de esta sociedad corrompida, un
modelo de familia. Mientras la sociedad trata de desvirtuar la familia como Dios la estableció
usando el fracaso de las familias sin Dios, los ministros debemos ser exponentes del modelo
bíblico como el ideal que no cambia con el tiempo. Tenemos que ayudar a nuestros miembros a
reconstruir sus hogares para que se levanten como monumentos que testifiquen que Dios no se
equivocó cuando creó la familia. Este es el gran desafío de nuestros días.”14

El problema de la autoridad
Pablo plantea aquí también una cuestión muy importante para la calificación de un buen líder. Según
él, el líder debe “hacer que sus hijos le obedezcan con el debido respeto” (1 Ti. 3:4b). Esto es
significativo, porque no se trata de una actitud mandona ni de la imposición arbitraria de una autoridad
paternal, sino más bien del ejercicio de una autoridad espiritual firme en el hogar.
El líder debe saber controlar a sus hijos. El líder debe controlar a sus hijos con total dignidad y
respeto (“con el debido respeto” traduce el vocablo griego semnótetos, que significa respeto). El líder
procurará que sus hijos lo obedezcan, pero los tratará como a personas y no apelará a la violencia o a la
represión indiscriminada e injusta. El líder no les pedirá a sus hijos más de lo que él mismo puede dar y
está dispuesto a dar, ni les exigirá que sean más de lo que él mismo es o de lo que les exige a los demás.
Las virtudes que se requieren para el desempeño en las esferas de mayor responsabilidad (liderazgo)
deben ser el reflejo de las que se ejercitan en las esferas de menor responsabilidad (cualquier otro padre).
El líder debe saber enseñar a sus hijos. Les enseñará a ser obedientes y respetuosos. La expresión
“hacer que sus hijos le obedezcan” traduce la palabra griega hupotagé, que significa “en sumisión” o “en
sujeción” (RVR). El líder debe ayudar a sus hijos a desarrollar un carácter sólido, maduro e
independiente, canalizando sus energías hacia fines dignos. La tarea no es fácil, pero no es más difícil
para el líder cristiano que para cualquier otro padre. El líder debe ser coherente en sus acciones. Debe
haber relación entre lo que él hace y lo que él predica.
El líder debe procurar que sus hijos sean creyentes y fieles. Escribiéndole a Tito acerca de las
condiciones impuestas para quienes desean ser ancianos en la iglesia, le dice que “sus hijos deben ser
creyentes” (Tit. 1:6). La familia del líder cristiano debe ser un modelo y debe ser solidaria con el
ministerio del líder. No es suficiente que él o ella vivan una vida tal que sea “irreprensible.” Es necesario
que su familia avale su ministerio.1

1 Pablo A. Deiros, Liderazgo Cristiano, Formación Ministerial (Buenos Aires: Publicaciones Proforme, 2008), 15–49.

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EJERCICIO 6

Deberes de los líderes cristianos hacia sus hijos.

Colocar el pasaje bíblico que corresponda:

Enseñarles la Palabra de Dios: .

Guiarlos en el camino del Señor: .

Proveer para sus necesidades: .

Criarlos con disciplina: .

Controlarlos con respeto: .

Amarlos sinceramente: .

Pasajes: Deuteronomio 6:6, 7; Proverbios 22:6; 2 Corintios 12:14; Efesios 6:4; 1 Timoteo 3:4;
Tito 2:4.

1
Ted W. Engstrom, Un líder no nace, se hace (Miami: Editorial Betania, 1980), 14.
2
J. Oswald Sanders, Spiritual Leadership (Chicago: Moody Press, 1967), 21, 22.
3
Engstrom, Un líder no nace, se hace, 24, 25.
4
George A. y Achilles G. Theodorson, Diccionario de sociología (Buenos Aires: Editorial Paidós,
1978), 209.
5
Philip Brooks, Lectures on Preaching (Nueva York: E. P. Dutton, 1902), 5.
6
Watchman Nee, El carácter del obrero de Dios (Buenos Aires: Editorial Peniel, 1999), 7.
7
John C. Maxwell, Las 21 cualidades indispensables de un líder (Miami: Caribe-Betania, 2000), 65.
8
Juan A. Mackay, Prefacio a la teología cristiana (Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1946), 160.
9
Maxwell, Las 21 cualidades indispensables de un líder, 53, 54.
10
Nee, El carácter del obrero de Dios, 60.
11
Ibid., 74.
12
Raúl Caballero Yoccou, El líder conforme al corazón de Dios (Miami: Editorial UNILIT, 1991), 121,
122.
RVR Santa Biblia, versión Reina-Valera, revisión 1960.
13
Engstrom, Un líder no nace, se hace, 144,
14
Rogelio Nonini, Conducta ministerial: para que sepas cómo debes conducirte en la iglesia (Buenos
Aires: edición del autor, 1995), 164.
RVR Santa Biblia, versión Reina-Valera, revisión 1960.

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