El Gallo Carmelo
El Gallo Carmelo
El Gallo Carmelo
POLICÍAL
ESCUELA NACÍONAL
DE FORMACIÓN
PROFESIONAL
POLOCÍAL
EL CABALLERO CARMELO
}
Monografía:
2023
• TITULO: “EL CABALLERO CARMELO”
• SECCION: “F”
• ALO 1:
1 06/02
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DEDICATORIA
Este trabajo de investigación está completamente
dedicado a Dios, a mi maestro, padres a quienes
me han inspirado con su trabajo para culminar con
éxito este proyecto. Muchas gracias.
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INTRODUCCIÓN
“El cuento se inicia con la llegada de Roberto a casa después de una larga ausencia que dejó a
la familia en la más completa tristeza. Roberto regresó cabalgando un hermoso caballo de paso
y trayendo regalos a sus seres queridos. Su madre lo recibió cariñosamente, besándole con amor
y le dijo que estaba muy flaco. Roberto se paseó por toda la casa, revisándola. Después entregó
uno a uno de la familia un regalo; pero el regalo que más impactó fue el que dio a su querido
padre: era un gallardo gallo. Le pusieron el nombre de Caballero Carmelo. Después de un corto
tiempo, Anfiloquio se quejó diciendo que desde que llegó el Caballero Carmelo todos miran mal
al gallo Pelado. Durante tres años, el Caballero Carmelo salió victorioso de muchas peleas de
gallos. El Caballero Carmelo era el orgullo de la familia y su héroe, pero el tiempo pasó y el
gallo perdió su brillo y juventud. El padre de Abraham había pactado una pelea entre su gallo
Carmelo y el Ajiseco, que era joven y lleno de vida. La familia que era dueña del Carmelo sintió
mucha pena y preocupación porque su gallo estaba achacoso y no podía soportar una pelea con
el Ajiseco. La pelea se efectuaría en el día de la patria, el 28 de julio. El día de la pelea entre el
Caballero Carmelo y el Ajiseco, todos apostaban a favor del Ajiseco. Después de una sangrienta
pelea de gallos, el Carmelo logró enterrar en la arena el pico del Ajiseco; pero el achacoso gallo
quedó mortalmente herido y murió después, dejando en la profunda tristeza a la familia de
Abraham”.
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EL CABABLLERO CARMELO
La obra narra la vida y la muerte de un gallo de pelea, el engreído de un grupo de hermanos que
vive con sus padres en Pisco. Hay que resaltar que en esta ocasión se contará con música original,
tocada especialmente para la obra, tal como se hace para musicalizar una película. Para ello, se
contó con la participación del maestro Oscar Cavero, quien, acompañado de un cajón al compás
de aires peruanos, hicieron variaciones sobre el tema “El gallo camarón” de nuestra talentosa
compositora Chabuca Granda. El Caballero Carmelo es uno de los cuentos más famosos de la
narrativa peruana de comienzos del siglo XX, y aún, en nuestros días, sigue siendo popular
especialmente entre la joven.
Contado en primera persona por un niño de 12 años, el cuento transmite muy bien el ambiente
pueblerino, la época, el color y el tono conmovedor del niño y de sus hermanos que tratan de
salvar a un viejo gallo de pelea, que debe enfrentarse a otro más joven, sólo por lavar el honor
del dueño (padre de los niños), cuyo orgullo fue menoscabado al ser tildado de ser un fanfarrón.
El caballero Carmelo es la dulce y tierna historia de un integrante muy especial en la familia de
nuestra amigo, Un día pues llegó su padre con una sorpresa que sería pronto muy querido, este
era un gallo precioso, que tenía las plumas brillantes era gallardo como un caballero medieval,
por eso fue pronto la envidia dentro de nuestro corral, Y creció muy engreído por todos en
realidad lo querían bastante, y pronto le llegarían las ofertas de pelea, y así fue un día en el
almuerzo su padre les dio la noticia y el querido Carmelo no solo pelearía, sino que lo haría con
ají seco que era el gallo más temido Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de
San Andrés, el 28 de Junio.
Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El "Carmelo" iría a un combate, y a luchar a
muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en
casa, había él envejecido mientras crecíamos nosotros, ¿Por qué aquella crueldad de hacerlo
pelear? Mis hermanos y yo no podíamos dejar de pensar que aquel día se acercaría. Llegó el día
terrible. Todos en casa estábamos tristes.
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Un hombre había venido seis días seguidos a preparar al "Carmelo". A nosotros ya no nos
permitían ni verlo. Llegamos a San Andrés. El pueblo está de fiesta. Banderas peruanas agitaban
sobre las casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos, a la
que solían ir los hacendados y ricos hombres del valle El pueblo los invadía, parlanchín y
endomingado con sus mejores trajes Nos encaminamos a la cancha. Una frondosa higuera daba
acceso al circo, bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instaló. Al
frente estaba el juez y a la derecha el dueño del paladín "Ajiseco".
Al empezar cada dueño salió con su gallo Lanzaron al ruedo con singular ademán. Brillaron las
cuchillas mirándose los adversarios, dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó.
Colérico respondió el otro echándose en medio del circo; mirándose fijamente, alargaron los
cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron.
Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos de la muchedumbre, y a los pocos segundos de
jadeante lucha cayó uno de ellos. Así continuó la pelea uno caía el otro atacaba cada uno daba
lo mejor de sí, Carmelo al lado del otro gallo lucia más viejo así que la mayoría apostaba por el
ají seco, y fue un lucha cruel entre costes picotazos, hasta que al final después de ver tanto sufrir
pues ya casi vencido y sin fuerzas dio su último esfuerzo y con un picotazo venció al ají seco
este enterrando el pico, entonces la felicidad nos embarcó había ganado, demostrando su
gallardía hasta el final, pero después vino lo peor pues había quedado muy herido, entonces el
resto de los días que le quedo fueron muy tristes lo cuidamos dando lo mejor de nosotros, pero
ya era la hora, Carmelo tenía que descansar lo vimos morir, y nos echamos a llorar, no
podíamos soportarlo el caballero y compañero de aventuras se había ido Así pasó por el mundo
aquél héroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra niñez: el "Caballero Carmelo
En el cuento “El Caballero Carmelo”, el escritor Abraham Valdelomar narra las acciones de la
obra en primera persona como narrador protagonista y testigo:
- “Una tarde mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta
para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio.
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No había podido evitarlo. Le habían dicho que el Carmelo, cuyo prestigio era mayor que el del
alcalde, no era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiárnosle frases y apuestas y aceptó.
Dentro de un mes toparía el “Carmelo” con el “Ajiseco” de otro aficionado, famoso gallo
vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con
profundo dolor. El “Carmelo” iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo con un
gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras
crecíamos nosotros. ¿Por qué aquella crueldad de hacerlo pelear?”
- “Yo y mis hermanos lo recibimos y lo conducimos a casa, atravesando por la orilla del mar el
pesado camino y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador que desfallecía”.
El escritor Abraham Valdelomar emplea los recursos literarios para darle mayor expresividad a
su obra “El Caballero Carmelo”
VALOR LITERARIO
“El Caballero Carmelo” tiene un valor literario porque reúne algunos requisitos esenciales del
cuento según Julio Ramón Ribeyro: “El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin
aspavientos ni digresiones; la historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar
o sorprender, si todo ello junto, mejor; el cuento debe conducir necesaria, inexorablemente, a
un solo desenlace, por sorpresiva que sea”.
VALOR MORAL
En el cuento “El Caballero Carmelo” está cargado de valores morales como el amor filial y
fraternal, la ternura, honor y la valentía que impactara el alma del lector.
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CONCLUSIONES
Se destaca a su belleza y elegancia frente a la arrogancia del joven rival que trata de humillarlo
por sus heridas. Los niños eligen a su mascota como un héroe, el nexo con el animalito es muy
estrecho para afrontar su perdida. La agonía se recrea con el sufrimiento material, el gallo no
come ni bebe, pero antes de morir se levanta para mirar el cielo por la ventana, cantar, mirar a
sus infantes amos mirándolos con amor y morir apaciblemente.
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En 1900 viajó a Lima donde estudió la secundaria en el Colegio Guadalupe; allí fundó y
dirigió un periódico escolar: La Idea Guadalupana (1903). En 1904 concluyó sus
estudios secundarios y durante unos meses desempeñó el puesto de archivero en la
Inspección Municipal de Educación de Chincha.
En 1905 ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Sin embargo,
dejó las clases al año siguiente para trabajar como dibujante de revistas como Aplausos
y silbidos, Monos y Monadas, Fray KBzón, Actualidades, Cinema y Gil Blas. Luego
desplegó su talento literario que fue acogido por diarios y revistas. Sus primeros versos,
de estilo modernista, los publicó la revista Contemporáneos (1909); sus primeros cuentos
aparecieron en 1910 en Variedades y Balnearios.
En enero de 1918 renunció a La Prensa tras un conato de duelo con su director, Glicerio
Tassara, a raíz de una suplantación que hicieron en su columna de Palabras. Ese mismo
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año salió a la luz su colección de cuentos El caballero Carmelo (encabezada por el cuento
del mismo nombre con que ganó el concurso de 1913) y su ensayo sobre estética con
meditaciones taurinas: Belmonte, el trágico.7
Luego realizó giras y dictó conferencias a lo largo y ancho del país. Viajó a las provincias del
norte del país (Trujillo, Cajamarca, Chiclayo, Piura y otras ciudades) y se dirige luego al sur,
recorriendo los departamentos de Arequipa, Puno, Cuzco y Moquegua.
De regreso a su tierra natal fue aclamado unánimemente por la población iqueña. Por ello, el 24
de septiembre de 1919, resultó elegido diputado por Ica ante el Congreso Regional del Centro.
En una reunión de dicho Congreso realizada en la ciudad de Ayacucho, en los altos de una
casona, cuando Abraham se disponía de noche y a oscuras a bajar por una empinada escalera
de piedra, resbaló (o perdió el equilibrio), cayendo desde una altura de seis metros hasta dar de
espalda sobre un montículo de piedras. Como consecuencia de ello sufrió una fractura de la
espina dorsal, cerca de las vértebras lumbares, la cual, luego de dos días de penosa agonía, le
causaron la muerte el 3 de noviembre de 1919, a las dos y media de la tarde. Apenas contaba
con 31 años de edad.
Su ataúd conteniendo su cadáver fue trasladado desde Ayacucho hasta Huancayo sobre los
hombros de 16 cargadores indígenas ayacuchanos. De Huancayo los restos del escritor fueron
llevados en tren hasta Lima, donde fueron inhumados en el Cementerio Presbítero Matías
Maestro, no en un nicho, sino en la tierra misma, tal como había sido su deseo. Ilustres
personalidades, familiares, amigos y discípulos del escritor le despidieron dedicándole discursos
y composiciones (16 de diciembre del mismo año).
Una versión escandalosa sobre la muerte de Valdelomar circuló poco después, asegurando que
el escritor había fallecido al caer dentro de un profundo silo u hoyo de excrementos humanos.
Esa versión cuyo origen no se ha podido precisar posiblemente fue difundida por los enemigos
del escritor, quienes también habían sido víctimas de sus críticas, y tuvo tanta acogida que hasta
un escritor del nivel de Alberto Hidalgo la asumió como verdadera.
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I
Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja,
en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba
el viento, sampedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas
en dirección a la casa. Reconocímosle. Era el hermano mayor que, años corridos, volvía.
Salimos atropelladamente gritando: -¡Roberto! ¡Roberto! Entró el viajero al empedrado patio
donde el Florbo y la campanilla enredábanse en las columnas como venas en un brazo, y
descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su
tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría
las habitaciones rodeado de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se
habían comprado durante su ausencia y llegó al jardín: -¿Y la higuerilla?- dijo: Buscaba,
entristecido, aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos: -¡Bajo
la higuerilla estás! ... El árbol había crecido y se mecía armoniosamente con la brisa marina.
Tocóle mi hermano, limpió cariñosamente las hojas que le rozaban la cara y luego volvimos al
comedor. Sobre la mesa estaba la alforja rebosante; sacaba él, uno a uno, los objetos que traía y
los iba entregando a cada uno de nosotros. ¡Qué cosas tan ricas! ¡Por dónde había viajado!
Quesos frescos y blancos, envueltos por la cintura con paja de cebada, de la Quebrada de
Humay; chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras; frijoles colados en sus redondas
calabacitas, pintadas encima con un rectángulo del propio dulce, que indicaba la tapa, de
Chincha Baja; bizcochuelos, en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de papas, leves,
esponjosos, amarillos y dulces; santitos de "piedra de Guamanga" tallados en la feria serrana;
cajas de manjar blanco, tejas rellenas, y una traba de gallo con los colores blanco y rojo. Todos
recibíamos el obsequio, y él iba diciendo al entregárnoslo: -Para mamá.. para Rosa.. para
Jesús..para Héctor.. -¿Y para papá? -le interrogamos, cuando terminó: -Nada. -¿Cómo? ¿Nada
para papá?Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo:-!El "Carmelo"! A poco volvió éste con
una jaula y sacó de ella un gallo, que libre, estiró sus cansados miembros, agitó las alas y cantó
estentóreamente: - ¡Cocorocóooo!... - ¡Para papá! -dijo mi hermano. Así entró en nuestra casa
este amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien acaeciera historia digna de relato, cuya
memoria perdura aún en nuestro hogar como una sombra alada y triste: el Caballero Carmelo.
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II
Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en el frescor del alba,
en el radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi madre en el comedor, preparando el
café para papá. Marchábase éste a la oficina. Despertaba ella a la criada, chirriaba la puerta de
la calle con sus mohosos goznes; oíase el canto del gallo que era contestado a intervalos por
todos los de la vecindad; sentíase el ruido del mar, el frescor de la manana, la alegría sana de la
vida. Después mi madre venía a nosotros, nos hacía rezar, arrodillados en la cama con nuestras
blancas camisas de dormir; vestíanos luego, y, al concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos
la voz del panadero. Llegaba éste a la puerta y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y hacía
muchos años, al decir de mi madre, que llegaba todos los días, a la misma hora, con el pan
calientito y apetitoso, montado en su burro, detrás de los dos "capachos" de cuero, repletos de
toda clase de pan: hogazas, pan francés, pan de mantecado, rosquillas... Madre escogía el que
habíamos de tomar y mi hermana Jesús lo recibía en el cesto. Marchábase el viejo, y nosotros,
dejando la provisión sobre la mesa del comedor, cubierta de hule brillante, íbamos a dar de
comer a los animales. Cogíamos las mazorcas de apretados dientes, las desgranábamos en un
cesto y entrábamos al corral donde los animales nos rodeaban. Volaban las palomas,
picoteábanse las gallinas por el grano, y entre ellas, escabullíanse los conejos.
III
Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Estación y torna
por la calle del Castillo que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar una plazuela, donde
quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurrección, desolado lugar en cuya arena
verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del poniente, en vez de casas, extiende el mar
su manto verde, cuya espuma teje complicados encajes al besar la húmeda orilla. Termina en
ella el puerto y, siguiendo hacia el sur, se va por estrecho y arenoso camino, teniendo a diestra
el mar y a izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora infecunda, pero escarpada siempre,
detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto cuya entrada vigilan, de trecho en trecho, corno
centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna higuera nervuda y enana y los "toñuces"
siempre coposos y frágiles. Ondea en el terreno la "hierba del alacrán", verde y jugoda al nacer,
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quebradiza en sus mejores días, y en la vejez, bermeja como la sangre de buey. En el fondo del
desierto, como si temieran su silenciosa aridez, las palmeras únense en pequeños grupos, tal
como lo hacen los peregrinos al cruzarlo y, ante el peligro, los hombres. Siguiendo el camino,
divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San Andrés de los Pescadores, la
aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la rumorosa orilla y el estéril desierto. Allí
las palmeras se multiplican y la higueras dan sombra a los hogares tan plácida y fresca, que
parece que no fueran malditas del buen Dios, o que su maldición hubiera caducado -que bastante
castigo recibió la que sostuvo en sus ramas al traidor- y todas sus flores dan fruto que al madurar
revientan. En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levántanse las casuchas de frágil carIa y
estera leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan. Limpio y brillante, reposando en la arena
blanda sus caderas amplias, duerme a la puerta el bote pescador, con sus velas plegadas, sus
remos tendidos como tranquilos brazos que descansan, entre los cuales yace con su muda y
simbólica majestad el timón grácil, la cabeza que "achica" el agua mar afuera y las sogas
retorcidas como serpientes que duermen. Cubre, piadosamente, la pequeña nave, cual blanca
mantilla, la pescadora red circundada de caireles de liviano corcho. En las horas de medio día,
cuando el aire en la sombra invita al sueño, junto a la nave teje la red el pescador abuelo; sus
toscos dedos anudan el lino que ha de enredar al sorprendido pez; raspa la abuela el plateado
lomo de los que las vísperas trajo la nave; saltan al sol, como chispas, las escamas, y el perro
husmea en los despojos. Al lado, en el corral que cercan enormes huesos de ballenas, trepan los
chiquillos desnudos sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla; mientras, bajo la
ramada, el más fuerte pule el remo, la moza fresca y ágil saca agua del pozuelo y las gaviotas
alborozadas recorren la mansión humilde dando gritos extraños. Junto al bote duerme el hombre
del mar, el fuerte mancebo embriagado por la brisa caliente y por la tibia emanación de la arena,
su dulce suerlo de justo, con el pantalón corto, las musculosas pantorillas cruzadas en cuyos
duros pies de redondos dedos, piérdense, como escamas, las diminutas uñas, la cara tostada por
el aire y el sol, la boca entreabierta que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte pecho
desnudo que se levanta rítmicamente, con el ritmo de la Vida, el más armonioso que Dios ha
puesto sobre el mundo.
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IV
Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altivo,
caballeroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos
vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola hacía un arco de
plumas tornasoles, su cuerpo de color carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas
fuertes que estacas musulmanas y agudas defendían, cubiertas de escamas, parecían las de un
armado caballero medioeval. Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia.
Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés el 28 de julio. No había
podido evitarlo. Le habían dicho que el Carmelo, cuyo prestigio era mayor que el del alcalde,
no era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse frases y apuestas y aceptó. Dentro de
un mes toparía el Carmelo con el Ajiseco de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el
nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El
Carmelo iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte y más
joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras crecíamos nosotros.
¿Por qué aquella crueldad de hacerlo pelear? ... Llegó el terrible día. Todos en casa estábamos
tristes. Un hombre había venido seis días seguidos a preparar al Carmelo. A nosotros ya no nos
permitían ni verlo. El día 28 de julio, por la tarde, vino el preparador y de una caja llena de
algodones sacó una media luna de acero con unas pequeñas correas: era la navaja, la espada del
soldado. El hombre la limpiaba, probándola en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos,
en silencio, con una calma trágica, sacaron al gallo que el hombre cargó en sus brazos como a
un niño. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos le acompañaron. -¡Qué crueldad! -
dijo mi madre. Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en secreto, antes de
salir: -Oye, anda junto con él... Cuídalo... iPobrecito!... Llevóse la mano a los ojos, echóse a
llorar y yo salí precipitadamente, y hube de correr unas cuadras para poder alcanzarlos.
Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitábanse sobre las casas
por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a la que solían ir
todos los hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya entrada había arcos de
sauce envueltos en colgaduras, y de los cuales pendían alegres quitasueños de cristal, vendían
chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en brasas y anegado en cebollones y vinagre.
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El pueblo los invadía, parlanchín y endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar
lucían camisetas nuevas de horizontales franjas rojas y blancas, sombreros de junco, alpargatas
y pañuelos anudados al cuello.
V
Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi hermana Jesús y yo le dábamos
maíz, se lo poníamos en el pico; pero el pobrecito no podía comerlo ni incorporarse. Una gran
tristeza reinaba en la casa. Aquel segundo día, después del colegio, cuando fuimos yo y mi
hermana a verlo, lo encontramos tan decaído que nos hizo llorar. Le dábamos agua con nuestras
manos, le acariciábamos, le poníamos en el pico rojos granos de granada. De pronto el gallo se
incorporó. Caía la tarde y, por la ventana del cuarto donde estaba entró la luz sangrienta del
crepúsculo. Acercóse a la ventana, miró la luz, agitó débilmente las alas y estuvo largo rato en
la contemplación del cielo. Luego abrió nerviosamente las alas de oro, enseñoreóse y cantó.
Retrocedió unos pasos, inclinó el tornasolado cuello sobre el pecho, tembló, desplomóse, y estiró
sus débiles patitas escamosas y, mirándonos, mirándonos amoroso, expiró apaciblemente.
Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos más. Sombría fue la comida
aquella noche. Mi madre no dijo una sola palabra y, bajo la luz amarillenta del lamparín todos
nos mirábamos en silencio. Al día siguiente, en el alba, en la agonía de las sombras nocturnas,
no se oyó su canto alegre. Así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido
de nuestra niñez: El Caballero Carmelo. flor y nata de paladines y último vástago de aquellos
gallos de sangre y raza, cuyo prestigio unánime fue orgullo, por muchos años, de todo el verde
y fecundo valle de Caucato.
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