Frederick C.
Beiser
Weltschmerz
El pesimismo en la filosofía alemana: 1860-1900
Traducción de
Fernando Burgos,
Slaymen Bonilla y Antonio García
sequitur
sequitur [sic: sékwitur]:
Tercera persona del presente indicativo del verbo latino sequor:
procede, prosigue, resulta, sigue.
Inferencia que se deduce de las premisas:
secuencia conforme, movimiento acorde, dinámica en cauce.
© Frederick C. Beiser 2016
Weltschmerz: Pessimism in German Philosophy, 1860-1900
publicado por Oxford University Press, New York, 2016
© Traducción de Fernando Burgos,
Slaymen Bonilla y Antonio García
© Ediciones sequitur, Madrid 2022
w w w.s e quitur.es
Todos los derechos reservados
ISBN: 978-84-15707-83-7
Depósito legal: M-22207-2022
Índice
Nota de Fernando Burgos 7
Prefacio 9
Introducción
El problema del pesimismo 13
Capítulo I
El legado de Schopenhauer 29
Capítulo II
Reconstruyendo la metafísica de Schopenhauer 44
Capítulo III
El pesimismo de Schopenhauer 68
Capítulo IV
La ilusión de la redención 82
Capítulo V
Julius Frauenstädt. Apóstol y crítico 104
Capítulo VI
El optimismo de Eugen Dühring 131
Capítulo VII
El pesimismo optimista de Eduard von Hartmann 181
Capítulo VIII
La controversia del pesimismo: 1870-1890 235
Capítulo IX
La filosofía de la redención de Mainländer 287
Capítulo X
La cosmovisión pesimista de Julius Bahnsen 327
Notas 405
Bibliografía 445
I NTRODUCCIÓN
EL PROBLEMA DEL PESIMISMO
1. El pesimismo como Zeitgeist
A partir de la década de 1860 y hasta finales del siglo XIX, la oscura nube
de pesimismo se cernió sobre Alemania. Este estado de ánimo sombrío y
lóbrego se extendió por todas partes. No se limitó a los círculos aristocráti-
cos decadentes, sino que también se podía encontrar en las clases medias,
entre estudiantes universitarios, trabajadores de fábricas e incluso alumnos
del Gymnasia.1 El pesimismo pronto se puso de moda y fue el debate del
pueblo, así como también el tema de los salones literarios.2 Tanto es así que
por aquel entonces hubo varias antologías de aforismos y versos que se
encargaban de complacer la melancolía.3
Los alemanes tenían una palabra para este estado de ánimo: Weltschmerz.
Literalmente este concepto significa "dolor del mundo sufriente", y denota
un estado de hastío o tristeza por la vida, que surge de la aguda conciencia
del mal y del sufrimiento. Su origen se remonta a la década de 1830, más
concretamente al romanticismo tardío, a las obras de Jean Paul, Heinrich
Heine, N. Lenau, G. Büchner, C. D. Grabbe y K. L. Immermann.4 A princi-
pios de la década de 1860, la palabra tenía un significado irónico, incluso
despectivo, ya que traía consigo una sensibilidad extrema hacia el mal y el
sufrimiento del mundo. Pero más tarde, en esa misma década, la palabra
comenzó a adquirir un significado más amplio y serio, pues ya no era sola-
13
14 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
mente el estado de ánimo personal de un poeta, sino un estado mental
común, el espíritu de la época, el Zeitgeist.5
Los orígenes del Weltschmerz son desconcertantes. Pareciera que no hay
una causa social o histórica clara para explicarlo. De hecho, desde una pers-
pectiva histórica más amplia, la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX
parece una época feliz. Los desconocidos horrores del siglo XX estaban por
venir, y las desgracias de principios del siglo XIX –el fracaso de las revolu-
ciones de 1830 y 1848– quedaban por detrás. En septiembre de 1870, los
prusianos triunfaron sobre los franceses en Sedán, y en enero de 1871 se
proclamó el segundo Reich en Versalles. Esto trajo consigo, casi milagrosa-
mente, la realización del sueño de la unidad nacional alemana, tan ardien-
temente buscada por generaciones. A pesar de una crisis (1873) y una larga
depresión (1874-95), hubo un gran progreso social y económico en la
segunda mitad del siglo. La industria y el comercio se expandieron expo-
nencialmente; el nivel de vida aumentó la clase media y trabajadora; se
decretaron leyes para el bienestar social; la educación universal se había
convertido en una realidad; se hicieron grandes descubrimientos científi-
cos; y el transporte (ferrocarriles) y la comunicación (telégrafo) mejoraron
considerablemente, mucho más allá de lo que se creía posible. La historia,
al parecer, estaba en marcha, creando una unidad nacional y una mayor
prosperidad para todos.
Entonces, ¿de dónde proviene el pesimismo? ¿Qué hizo que el Welt-
schmerz, a pesar del progreso social, político y económico de la época, fuera
tan popular? Los contemporáneos mismos quedaron perplejos frente a este
fenómeno. Kuno Fischer y Jürgen Bona Meyer, dos filósofos neokantianos,
atribuyeron el surgimiento del pesimismo a la desilusión generalizada que
trajo consigo el fracaso de la revolución de 1848.6 Pero otros contemporá-
neos no estaban del todo convencidos por esta explicación y señalaron
algunos puntos importantes para refutarla. Explicaron que esa desilusión
tuvo su apogeo en la década de 1850, aunque realmente ese pesimismo se
volvió popular solo en la década posterior. Hacia la década de 1870, el pesi-
mismo se había arraigado firmemente en la cultura alemana, no obstante,
no está de más recalcar, en aquella época dicho país obtuvo logros impre-
El problema del pesimismo 15
sionantes, tales como la victoria sobre Francia, la institución del segundo
Reich, la creciente democracia y la legislación liberal, lo cual parece más
motivo de celebración que de depresión.
En la década de 1870 hubo importantes cambios económicos que dura-
ron más de veinte años (1874-95), y parecerían ser fuentes potentes del
Weltschmerz: la crisis de 1873 y la consiguiente "Gran Depresión".7 Uno
podría pensar que estos acontecimientos deben haber tenido un efecto
amortiguador en el estado de ánimo público. De hecho, durante esta época,
para algunos sí fue la principal fuente de "desesperación cultural".8 No obs-
tante, por importantes que sean para el Zeitgeist, estos hechos no dan cuen-
ta de los orígenes del pesimismo. Explican en el mejor de los casos la pro-
pagación del pesimismo, pero no su surgimiento, puesto que podemos ras-
trear los comienzos de ese estado de ánimo hacia la década de 1860 y prin-
cipios de los setenta. Esto es, antes de la crisis y la depresión.
Incluso si no podemos encontrar ninguna conexión clara entre el pesi-
mismo y estos acontecimientos económicos y políticos, todavía se podría
pensar que hay un vínculo entre el pesimismo y la gran cuestión política de
la época: la así llamada "cuestión social" (Sozialfrage). La Sozialfrage con-
sistió en saber cómo se debía afrontar el problema de las aspiraciones y las
necesidades de la gran masa poblacional, mejorar las condiciones y aliviar
el sufrimiento de los campesinos y las clases trabajadoras.9 A partir de la
década de 1830, este problema había estado en el centro del debate político
en Alemania. De hecho, fue la causa de las Revoluciones de 1830 y 1848,
aunque nunca lo resolvieron. Después de estas Revoluciones, los políticos
debatirían constantemente sobre este tema y se dividirían en partidos para
procurar solucionarlos.
Aquí podría haber una potente fuente del pesimismo, pues según esta
explicación, el pesimista sería alguien que piensa que no puede haber una
solución política a la cuestión social, y que el sufrimiento humano y el mal
son inherentes a la naturaleza y a la condición humana. Por el contrario, el
optimista sería alguien que piensa que sí puede haber una solución, y que
el sufrimiento humano y el mal podrían ser superados bajo la forma ade-
cuada de una organización social y política.
16 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
Pero esta hipótesis tampoco puede ser posible, porque la división entre
optimistas y pesimistas a finales del siglo XIX no se fragmenta claramente
en actitudes opuestas hacia la cuestión social.
Algunos optimistas como Peter Weygoldt, Paul Christ y Theodor Trautz,
que afirmaron el valor de la vida, fueron conservadores políticos que cues-
tionaron si el estado alguna vez satisfaría las aspiraciones de las clases tra-
bajadoras. Por otro lado, algunos pesimistas creyeron que sí podría haber
una solución a la cuestión social. Eduard von Hartmann, Philipp Mainlän-
der y Julius Bahnsen, por ejemplo, estaban convencidos de que las reformas
sociales y políticas, y un mayor progreso técnico, podrían ayudar a aliviar
las fuentes del sufrimiento humano; pero, en su opinión, la resolución de la
cuestión social no alcanza para ser optimista. Incluso si aliviamos todo el
sufrimiento de las clases trabajadoras, pensaban, no traería la redención, así
como tampoco la felicidad absoluta o una vida llena de sentido. Después de
todo, ¿cuál es el significado y el valor de la vida si esta solo es determinada
por factores materiales?
2. Trasfondo intelectual
No podemos explicar el pesimismo simplemente en términos de una
actitud escéptica o cínica hacia la cuestión social, y menos aún como una
reacción específica de una crisis económica o política, ya sea el fracaso de
la Revolución de 1848 o la crisis y la depresión de la década de 1870.10
Incluso, si pudiéramos encontrar una explicación social, política o econó-
mica satisfactoria para el surgimiento del pesimismo, dicha razón estaría
lejos de proporcionar una explicación completa de su significado e impor-
tancia. Quizá tal explicación nos informaría sobre sus causas políticas y su
contexto, pero haría poca justicia a su contenido e importancia filosófica.
Los contemporáneos mismos reconocieron y subrayaron que debemos
tener en cuenta la dimensión filosófica del pesimismo, y sostenían que el
rasgo distintivo del pesimismo de su época era precisamente su aspecto
filosófico y sistemático. Es sorprendente observar cómo los contemporáne-
El problema del pesimismo 17
os hicieron una distinción entre las formas anteriores de pesimismo y el de
su época, al cual denominaron: "pesimismo moderno".11 Señalaron que el
pesimismo había sido un estado de ánimo común en muchos países y épo-
cas; pero a pesar de eso, destacaron que, en Alemania, a fines del siglo XIX,
era más que un estado de ánimo, pues el pesimismo devino en una filosofía,
una completa visión del mundo. ¿Qué más se podría esperar de un pueblo
que se presumía a sí mismo como "el país de poetas y pensadores"?
Por supuesto, hubo expresiones filosóficas de pesimismo en la historia
de la filosofía. Solo es necesario mencionar a pensadores como Michel de
Montaigne y Giacomo Leopardi, que fueron profundamente pesimistas y
que justificaron filosóficamente sus puntos de vista. No obstante, todavía
hay buenas razones para pensar que la Alemania de finales del siglo XIX fue
la era del pesimismo, la época del Weltschmerz. Lo cierto es que nunca tan-
tos pensadores habían meditado durante tanto tiempo y tan intensamente
sobre el problema del pesimismo. Así que, por casi medio siglo, el proble-
ma del pesimismo dominaría el pensamiento filosófico en Alemania.
Entonces, ¿cuál fue el significado filosófico del pesimismo? Si el pesimis-
mo es más que un estado de ánimo, más que una fase pasajera del Zeitgeist,
¿cuál es la tesis filosófica que subyace detrás de este? La discusión filosófi-
ca en la Alemania de fines del siglo XIX muestra una notable unanimidad
sobre su tesis central. De acuerdo con todos los participantes en esta discu-
sión, la tesis central del pesimismo consiste en que la vida no vale la pena
ser vivida, que la nada es mejor que el ser, o que es peor ser que no ser. Los
filósofos citaron a menudo las líneas de Edipo en Colono de Sófocles como
la expresión perfecta del pesimismo:
Nunca nacer es, de lejos, lo mejor;
pero si estás vivo,
lo mejor es retornar rápidamente de donde viniste.12
Para esta oscura y terrible tesis, los pesimistas dieron una de dos razones.
Se consideraba que la vida no valía la pena vivirla, ni por razones eudemó-
nicas, debido a que está más llena de sufrimiento que de felicidad, ni por
razones idealistas, puesto que no podemos alcanzar, ni siquiera progresar
18 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
hacia esos ideales morales, políticos o estéticos que dan sentido a nuestras
vidas. Evidentemente, estas razones son distintas: alguien podría pensar
que, aunque la vida está llena de sufrimiento, todavía vale la pena vivir por-
que progresamos hacia nuestros ideales. Algunos pesimistas (a saber,
Schopenhauer, Bahnsen) combinarían ambas razones; otros, sin embargo,
las distinguirían cuidadosamente, eligiendo una por encima de la otra
(Hartmann, Taubert y Plümacher).
Ciertamente, el problema fundamental del pesimismo –la pregunta de si
vale la pena vivir o no– es tan antigua como los antiguos griegos. Pero los
filósofos alemanes del siglo XIX creían haber redescubierto este problema
tras haber permanecido inactivo durante milenios. ¿De dónde viene este
redescubrimiento? Y, ¿por qué se ocultó el problema durante tanto tiem-
po?
El pesimismo alemán de fines del siglo XIX surgió esencialmente del
redescubrimiento del problema del mal.13 No es que los filósofos hayan
olvidado este problema, siempre lo habían tenido presente; no obstante, era
como si ahora, finalmente, hubieran entendido su significado, la cuestión
fundamental detrás de ello. Por supuesto, el problema del mal había sido el
tema central de los filósofos y teólogos a lo largo de la Edad Media y la era
cristiana. Pero el problema siempre tomó una forma religiosa o teológica.
¿Por qué existe el mal si hay un Dios omnipotente, omnisciente y benévo-
lo? Entonces, prima facie, podría parecer que no debería haber ningún pro-
blema del mal si uno niega simplemente la existencia de Dios. Parece ser
que hay suficientes causas para la producción del mal entre los seres huma-
nos y la naturaleza como para que este no dependa en absoluto de un mis-
terio.
Sin embargo, es importante ver que el problema del mal no desaparece,
aunque neguemos la existencia de Dios. Siempre había una pregunta más
profunda subyacente a ese problema. A saber, ¿por qué deberíamos existir?
Demos por supuesto que el mundo está lleno de maldad y sufrimiento,
como lo presupone el problema del mal. Además, supongamos que hay más
mal que bien, mucho más sufrimiento que felicidad. Entonces, nos enfren-
tamos a la pregunta de si la vida realmente vale la pena después de todo. Si
El problema del pesimismo 19
sé que la vida trae más sufrimiento que felicidad, más mal que bien, ¿por
qué debería existir? Simplemente no podemos asumir que el ser es mejor
que la nada, que la vida es mejor que la muerte. Esa sola pregunta inquie-
taba a los antiguos griegos, que no creían en el Dios del teísta, y que todavía
se preocupaban y maravillaban con el valor de la vida frente al mal y el
sufrimiento. Es por ello por lo que los filósofos en el siglo XIX recuperaron
el asombro y la perplejidad de los antiguos griegos sobre el valor de la exis-
tencia.
Por supuesto, los filósofos y teólogos en la Edad Media siempre fueron
conscientes de la cuestión del problema del mal, pero estaban convencidos
de que tenían una respuesta convincente. Estos pensaron que, a pesar de
que hay mucho mal y sufrimiento sobre la tierra, la vida todavía vale la
pena porque creían en la promesa de la redención en el cielo. Así que la vida
en la tierra es un campo de pruebas para el alma antes de la vida eterna en
el paraíso; y únicamente el que resistiese la prueba sería digno de esa vida.
Por lo tanto, las pruebas y las adversidades de este mundo son una prepa-
ración necesaria para la salvación del alma en el más allá. No importa cuán
miserable pueda ser alguien en esta vida, nadie tiene el derecho de optar
por no vivir en esta tierra, de dejarla a través de la muerte voluntaria. Todos
hemos sido creados por Dios, quien nos ha hecho a todos y a cada uno de
nosotros por una razón, aunque esa razón permanezca obscura para noso-
tros. Todos somos personajes en su drama divino, y no podemos renunciar
a nuestro papel sin que la obra quede arruinada; por lo tanto, tenemos que
desempeñar nuestro papel con coraje y convicción, sabiendo que en el final
todos los dolores y trabajos serán redimidos en el cielo. Entonces, por
incompatible que pareciera el problema del mal con el Dios omnisciente,
omnipotente y benévolo, los filósofos y teólogos medievales nunca negaron
realmente la existencia del mal y el sufrimiento; de hecho, afirmaron rotun-
damente su existencia, porque le dieron más importancia y poder a la doc-
trina de la gracia y a la redención divina. Según esta doctrina, la vida mere-
ce ser vivida, no por su valor intrínseco, sino porque es un medio para un
fin: la salvación eterna.
Esta respuesta a la pregunta por el valor de la vida ha durado milenios, y
20 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
mientras el teísmo siguiera siendo una forma viable de creencia, satisfaría
el corazón y capturaría la imaginación de los fieles. Pero a mediados del
siglo XIX en Alemania, el teísmo comenzó a tambalearse; de hecho, estaba
al borde del colapso. Existieron varias causas comunes de esta crisis, las
cuales hicieron que la desaparición del teísmo pareciera inminente e inevi-
table. Por ejemplo, la crítica de Kant a la prueba tradicional de la existencia
de Dios, expuso la debilidad de la razón al conocer lo incondicionado; tam-
bién estaban las críticas bíblicas de Strauss, Bauer y Baer, que socavaron la
fe en el estatus sagrado de la Biblia; a su vez, el materialismo de Vogt,
Moleschott y Büchner, atacó las creencias ortodoxas con respecto a la edad
de la tierra, el origen de los seres humanos y el estado inmaterial del alma;
y por último, la antropología de Feuerbach explicó la religión como la
hipóstasis de los poderes humanos. Todos estos acontecimientos tuvieron
lugar en la década de 1850, pero la década de 1860 trajo aún malas noticias
para el teísmo, ya que esta fue la década en que el darwinismo se introdujo
en Alemania, donde se propagó rápidamente, mucho más rápido que en su
Inglaterra natal, y donde pronto se convirtió en ciencia oficial.14 El darwi-
nismo socavó el último refugio del teísmo –el misterio de la vida misma–
porque podía explicar el origen de las especies sobre una base naturalista.
Por todas estas razones, a finales del siglo XIX, el teísmo pareció condena-
do a la ruina. Cuando Nietzsche declaró la muerte de Dios en la década de
1880, solamente estaba llamando la atención sobre un acontecimiento de
larga data.
Hacia finales del siglo XIX, la muerte de Dios tuvo las más profundas
consecuencias filosóficas, y por ello, el problema del mal ya no podía vol-
ver a su antiguo ropaje teológico. La existencia del mal y el sufrimiento ya
no tenía que ver con la existencia de Dios sino con el valor de la existencia
misma. Ahora la pregunta fundamental, si la vida vale la pena ser vivida,
apareció con toda su fuerza y tuvo que ser confrontada de nuevo. La vieja
respuesta teísta no resultaba satisfactoria, pues si no hay Dios, no hay
redención del mal y del sufrimiento de este mundo. Pero si no hay libera-
ción del mal y del sufrimiento, ¿por qué deberíamos vivir? Y así la vieja pre-
gunta de Hamlet regresó con más fuerza que nunca: "¿ser o no ser?".
El problema del pesimismo 21
En resumen, el pesimismo redescubrió el problema del mal después del
colapso del teísmo. Este vino de la comprensión de que no habrá redención
del mal y del sufrimiento en otra vida, y de la convicción de que, por esta
razón, la vida no puede valer la pena ser vivida. El pesimista aceptó el énfa-
sis cristiano tradicional del mal y del sufrimiento de este mundo; pero
rechazó la respuesta teísta tradicional. Insistió en dos proposiciones: que
(1) hay más mal que bien, más sufrimiento que felicidad en este mundo, y
que (2) este mal y sufrimiento no serán redimidos en otro mundo. De estas
premisas se deduce, argumentaba el pesimista, que no vale la pena vivir la
vida, que la no existencia es preferible a la existencia. Por consecuencia, el
pesimista aceptó el lado negativo de la enseñanza cristiana (el mal y el sufri-
miento de este mundo), pero rechazó su lado positivo (la redención en otro
mundo). Por lo tanto, el pesimismo era esencialmente el cristianismo sin
teísmo.
El redescubrimiento de la antigua cuestión griega detrás del problema del
mal fue el logro de un solo hombre: Arthur Schopenhauer. Este filósofo
hizo énfasis en demostrar cómo ese problema es central para la filosofía.
Comenzamos a reflexionar filosóficamente, escribió en su obra maestra Die
Welt als Wille und Vorstellung,15 cuando contemplamos la existencia del mal.
Nos preguntamos por qué existe el mundo si hay tanto sufrimiento, y nos
preguntamos si la nada es mejor que el ser. Nadie afirmó más ávidamente
que Schopenhauer el lado negativo de la doctrina cristiana (la realidad del
pecado y el sufrimiento), pero nadie negó más decididamente su lado posi-
tivo (la liberación sobrenatural). Él fue, como dijo Nietzsche una vez, "el
primer ateo confeso e implacable" en la filosofía alemana.16 Dada su nega-
ción del teísmo, y dada su afirmación del mal y el sufrimiento de la vida, el
filósofo de Frankfurt no tuvo más remedio que desenvainar sus infames
conclusiones pesimistas.
Sin embargo, alguien aún podría preguntarse por qué el problema del
valor de la vida es realmente un problema filosófico. Necesitamos abordar
estas dudas.
22 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
3. La filosofía y el sentido de la vida
En la década del 1960 se dijo a los jóvenes aspirantes a estudiantes de filo-
sofía que la filosofía no tiene nada que ver con el significado de la vida, y
que esta es esencialmente una disciplina técnica que versa sobre la lógica
del lenguaje. Se consideraba un error vulgar e ingenuo suponer que la filo-
sofía tenía algo que decir sobre el propósito o el valor de la existencia. Así
se defendió el hecho de que la filosofía tenía que ser una ciencia con su pro-
pio método y tema distintivo, el cual debía consistir en el análisis lógico del
lenguaje. Como las preguntas sobre el significado de la vida no son suscep-
tibles del tratamiento científico, fueron desterradas de la filosofía y relega-
das a disciplinas como la literatura o la religión. Aunque esta concepción
positivista de la filosofía se ha ido desvaneciendo gradualmente, todavía
está muy presente entre nosotros. Esta perspectiva de la filosofía fue crucial
en la formación de la filosofía analítica, y hoy en día todavía domina en el
ámbito académico en el mundo anglosajón y alemán.
Para todos aquellos que todavía se aferran a la vieja concepción positivis-
ta, cabe aclarar que la filosofía no siempre ha sido vista de manera tan limi-
tada, ya que hubo una época en particular en que tal concepción fue aban-
donada –incluso por sus acérrimos defensores–, precisamente porque no
permitía la reflexión sobre el significado y el valor de la vida. Esa época fue
en Alemania durante la segunda mitad del siglo XIX. Desde 1860 hasta la
Primera Guerra Mundial, como resultado del legado de Schopenhauer, los
filósofos alemanes estaban profundamente preocupados por las preguntas
más básicas sobre el valor y el significado de la vida. La principal preocu-
pación de este movimiento se centró en la llamada "controversia del pesi-
mismo", y fue la principal disputa filosófica en Alemania en las últimas
cuatro décadas del siglo XIX. Durante esa controversia, los filósofos de cada
escuela discutieron intensamente y debatieron acaloradamente la cuestión
más fundamental de todas: ¿ser o no ser? Se preguntaron, en otras palabras,
si vale la pena vivir la vida. Cabe destacar que los positivistas y los neokan-
tianos, que originalmente habían definido la filosofía en términos protoa-
nalíticos como la "lógica de la ciencia", se vieron obligados a revisar su
El problema del pesimismo 23
estrecha definición original de filosofía para que esta pudiera abarcar la
reflexión sobre la cuestión del significado y el valor de la vida.
Para un incorregible y endurecido positivista, la controversia del pesi-
mismo todavía podría parecer un profundo error, un ejemplo claro de
cómo una época puede perderse en "pseudoproblemas". El sentido de la
vida, como sostendrá un positivista de este tipo, es realmente un pseudo-
problema porque trata de valores y, como tal, no puede establecerse de
manera intelectual o racional. Todas las preguntas por el valor, y no menos
aquellas relativas al valor de la vida, sostiene el positivista, dependen de los
sentimientos, de los gustos o elecciones de un individuo, y ninguna infor-
mación sobre el mundo las puede determinar. Los filósofos pueden tener
mucho que decir sobre la naturaleza del mundo, según el argumento, pero
eso nunca implica lógicamente nada sobre la actitud que deberíamos tener
hacia él. Para una persona, el simple rasguño del dedo es una razón para no
existir; mientras que, para otro individuo, los horrores de la guerra son una
razón más para existir. Lógicamente hablando, no hay bien o mal en las res-
puestas extremas o incluso opuestas a los hechos; y si no hay bien o mal,
entonces no hay criterios para un discurso significativo al respecto. Así que,
si vale la pena vivir la vida, o no, depende de la propia experiencia y actitud
del individuo. Después de todo, ¿quién debe decidir si somos felices en la
vida aparte de nosotros mismos?
Aquí es imposible discutir los méritos filosóficos de la estricta distinción
entre valor y hecho que hace el positivista. Basta señalar que la controver-
sia del pesimismo en Alemania a fines del siglo XIX es un desafío a la afir-
mación de que tal distinción implica la imposibilidad o la inutilidad de una
discusión filosófica. El hecho es que filósofos de todas las tendencias, tanto
positivistas como los no positivistas, discutieron sobre el problema del
valor de la vida, y al hacerlo plantearon todo tipo de problemas filosóficos
relevantes para su solución. Los filósofos que participaron en esta contro-
versia nunca dudaron de que cada individuo tiene que resolver esta pre-
gunta por sí mismo, y reconocieron fácilmente que la respuesta dependería
de la experiencia y el carácter personal. Sin embargo, también reconocieron
que la pregunta planteaba todo tipo de cuestiones filosóficas que cada indi-
24 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
viduo debe ponderar antes de tomar una decisión racional o sabia sobre el
valor de la vida. ¿Cómo medimos ese valor? ¿En términos morales o eude-
mónicos? Si es en términos morales, ¿cuáles deberían ser? Y si es en térmi-
nos eudemónicos, ¿qué es la felicidad? Si afirmamos que la felicidad es el
placer, ¿cuál debería ser la naturaleza del placer? ¿Y cuál debería ser la natu-
raleza del deseo humano? Dada la naturaleza de la felicidad y el deseo
humanos, ¿hay más sufrimiento que felicidad en la vida? Esas fueron solo
algunas de las preguntas más generales, pues surgieron todo tipo de cues-
tiones más específicas sobre aquellos aspectos particulares de la vida que
son cruciales para darle a esta sentido o felicidad. ¿Cuál es la naturaleza del
amor, del trabajo, del arte, de la muerte? ¿Cómo cada uno de estos hace que
la vida valga más o menos la pena? Aunque cada individuo tiene que tomar
su propia decisión sobre el valor de la vida, todavía tiene que tomar una
decisión informada, una que considere los hechos básicos, los valores fun-
damentales y la relación entre ellos.
Vale la pena señalar que muchos de los filósofos que discutieron el valor
de la existencia en la Alemania del siglo XIX cuestionaron la mera distin-
ción entre valor y hecho, "deber" y "ser", que ha sido el pilar del positivis-
mo. Para Schopenhauer, Hartmann y Dühring, que fueron los principales
antagonistas durante gran parte de la controversia, no existe una distinción
tajante entre el valor y la existencia. El valor de la vida depende mucho de
la naturaleza de la vida; y el valor de la existencia depende mucho de la
estructura de la existencia. Tal vez se equivocaron al negar la distinción
entre valor y hecho; pero esa distinción no puede simplemente darse por
sentada sin plantear preguntas en su contra.
Los positivistas recalcitrantes que rechazan la cuestión filosófica del valor
de la vida harían bien en ponderar la lección aprendida por sus antecesores
del siglo XIX. A finales de la década de 1870, los positivistas y neokantia-
nos se dieron cuenta de que no podían permitirse el lujo de ignorar esa
cuestión que había despertado tanto interés público. Para su sorpresa, des-
cubrieron que su concepción de filosofía, como "la lógica de las ciencias",
no era muy popular, y que, si querían que su filosofía no fuera irrelevante,
tenían que abordar la cuestión del significado de la vida. Como veremos
El problema del pesimismo 25
pronto,17 a fines de la década de 1870 y principios de la década de 1880, el
positivismo y el neokantismo cambiaron drásticamente de rumbo para res-
ponder a los intereses del público, y se implicaron en las grandes cuestiones
del valor de la vida.
4. El pesimismo en la historia de la filosofía
A pesar de su gran importancia en Alemania a finales del siglo XIX, hoy
en día la controversia ha sido olvidada por largo tiempo. Se han realizado
muchos estudios sobre Schopenhauer y Nietzsche, pero se ha dicho muy
poco sobre la controversia que despertó en la última parte de dicho siglo.18
Los numerosos pensadores que participaron en la disputa, las numerosas
cuestiones que les preocuparon y las numerosas contribuciones que hicie-
ron, se han olvidado, no solo en el mundo anglófono, sino también en el
germano.
La comprensión misma del pesimismo en la historia más reciente de la
filosofía ha sido muy limitada. Si seguimos el canon predominante, el prin-
cipal pesimista es Schopenhauer, y su principal crítico es Nietzsche. Toda la
cuestión sobre el valor de la vida está enfocada casi exclusivamente en estas
dos figuras, como si estas agotaran todo lo que pueda decirse al respecto, y
como si solamente ellos tuvieran algo interesante que decir. Pero cualquier
historiador serio de la filosofía, que por antonomasia debería tener una
visión amplia de la segunda mitad del siglo XIX, sabe que Schopenhauer
fue solamente un pesimista en su época, y que Nietzsche fue solo uno de
sus críticos. Cabe dejar en claro que sí hubo otros pesimistas importantes
además de Schopenhauer, a saber: Eduard von Hartmann, Philipp
Mainländer, Julius Bahnsen, Agnes Taubert y Olga Plümacher. Aunque de
hecho se inspiraron en Schopenhauer, sería un error pensar que fueron
simples epígonos. Ellos parten del filósofo en cuestiones fundamentales,
pero no solo profundizan en su pesimismo, sino que lo llevan a conclusio-
nes más radicales. Del mismo modo, hubo otros optimistas y críticos
importantes de Schopenhauer además de Nietzsche. Por ejemplo, estaban
26 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
los materialistas (Büchner, Duboc), los positivistas (Dühring) y una gran
cantidad de neokantianos (Windelband, Paulsen, Meyer, Vaihinger, Fischer,
Rickert, Cohen, Riehl). Aunque hoy no tienen la fama de un Nietzsche, a
menudo fueron críticos contundentes del pesimismo de Schopenhauer, y,
de hecho, en algunos casos, críticos más convincentes que el propio
Nietzsche. Si nuestros intereses son más filosóficos que históricos, si nos
preocupamos por la perspicacia filosófica más que por la influencia histó-
rica, es mejor que estudiemos a estos críticos menos conocidos del pesi-
mismo.
La visión limitada en la historia reciente de la filosofía se debe en gran
parte al legado de un libro importante: De Hegel a Nietzsche de Karl
Löwith.19 El libro de Löwith es brillante, y todos los estudiantes de la filo-
sofía alemana del siglo XIX deberían leerlo. El problema del libro recae no
tanto en su contenido sino en su recepción, pues se ha tomado como la
narrativa sobre la filosofía alemana del siglo XIX, cuando en realidad
debería considerarse como una sola narrativa. Debido a que se le ha dado
tanta autoridad, su elenco de pensadores se ha convertido en el canon de la
filosofía del siglo XIX. Löwith se centró solo en aquellos pensadores que
encajaban en su historia sobre la filosofía del siglo XIX como una era revo-
lucionaria en la que la humanidad se liberó de la autoridad religiosa y recu-
peró su autonomía. Por lo tanto, se centró en Hegel, Marx, Kierkegaard y
Nietzsche, que ahora se han convertido en las figuras canónicas de la filo-
sofía alemana del siglo XIX. Puesto que Schopenhauer no era un defensor
de la nueva autonomía, no pudo encajar en la narrativa de Löwith, y por lo
tanto desempeñó tan solo un papel auxiliar como catalizador y contrapar-
te de Nietzsche.
Como todas las narrativas, la empleada por Löwith tiene sus límites, pero
al hacerse canónica se corre el riesgo de no tomar en cuenta algunos acon-
tecimientos y problemas fundamentales de la filosofía alemana del siglo
XIX.20 Una deficiencia de la historia de Löwith ha sido especialmente fatal
porque descuida la gran importancia de la reorientación que de la filosofía
realiza Schopenhauer en la segunda mitad del siglo XIX. El principal méri-
to de este pensador se debe a que fue el primer filósofo en hacer que la cues-
El problema del pesimismo 27
tión del valor de la vida fuera el eje central para la filosofía alemana del siglo
XIX, puesto que fue quien apartó el interés por la lógica de las ciencias y
volvió a los problemas tradicionales del significado y el valor de la vida.
Una vez que tenemos en cuenta la reorientación llevada a cabo por
Schopenhauer, la historia de la filosofía en el siglo XIX comienza a verse
muy diferente. Schopenhauer se torna central, haciendo que Marx y los
neohegelianos pasen a un segundo plano, y Nietzsche, aunque sigue siendo
importante, demuestra ser un personaje de un drama mucho más grande,
que incluye a otros pesimistas y optimistas.
El objetivo del presente estudio es superar la deficiencia de Löwith y
busca llenar un vacío en la historia de la filosofía alemana en la segunda
mitad del siglo XIX. Este estudio comienza con una discusión sobre la
influencia de Schopenhauer en su época, su restauración de la metafísica y
su pesimismo. Luego intenta reconstruir la controversia del pesimismo,
para restituir a algunos de los optimistas y pesimistas más importantes de
la época. Esto significa estudiar con detalle algunas figuras que son casi
completamente desconocidas en el mundo anglófono, como Hartmann,
Mainländer y Bahnsen, pero también algunas casi completamente olvida-
das incluso en el mundo germánico, como Frauenstädt y Dühring. Lo que
he intentado proporcionar aquí es una introducción a estos pensadores,
una descripción de sus ideas principales y su desarrollo intelectual. Me he
centrado especialmente en los fundamentos filosóficos de su pesimismo,
un interés que, según creo, no está suficientemente presente en la literatura
alemana más reciente sobre estos personajes.21
Algunos lectores echarán de menos en mi narrativa una figura que se
destaca en todas las discusiones contemporáneas sobre valor de la vida:
Nietzsche. Sin embargo, dado que ha sido tan estudiado a fondo por tantos
investigadores, no veo ninguna razón para añadirlo a la ya montañosa lite-
ratura existente sobre él. Esto no se debe a que considere al filósofo como
un pensador de menor importancia que los que se discuten aquí. El signi-
ficado filosófico e histórico de Nietzsche es un hecho consumado, y sigue
siendo una tarea importante para la historia de la filosofía entender su lega-
do. No obstante, tanto por razones históricas como filosóficas, es cuestio-
28 Weltschmerz. El pesimismo en la filosofía alemana
nable el desproporcionado énfasis en Nietzsche en los estudios recientes.
Los estudios de Nietzsche se han convertido en una auténtica institución,
una obsesión que ha desviado la atención de los pensadores que eran tan
interesantes como él, e igual de importantes filosóficamente. El enorme
énfasis en Nietzsche, comparado con el abandono casi total de estos otros
pensadores, revela una asombrosa falta de sentido histórico y sofisticación
filosófica. Es tarea de los futuros eruditos rectificar tal injusticia.
Se puede argumentar que el interés exclusivo por Nietzsche ha sido bene-
ficioso para los estudios sobre Nietzsche. Debido a que muchos estudiosos
de Nietzsche ignoran su contexto, tienden a atribuirle una originalidad exa-
gerada. Las ideas del nihilismo, la muerte de Dios, el resentimiento, por
ejemplo, realmente no fueron inventadas por Nietzsche. De ahí que quede
pendiente el que los eruditos nietzscheanos determinen cuál es su aporte
original teniendo como contraste a sus contemporáneos pesimistas, para
que de este modo se pueda identificar aquellas discusiones que fueron olvi-
dadas por mucho tiempo. Por ello, es necesario abordar a Nietzsche desde
una nueva perspectiva, una que lo coloque en su contexto histórico y que
reconstruya sus puntos de vista en diálogo con sus contemporáneos y pre-
decesores. Hasta que esto no se haga, es justo decir que Nietzsche, a pesar
de la vasta literatura sobre él, permanecerá en gran parte desconocido.
Aunque la mayor parte de las figuras estudiadas en esta historia se han
descuidado mucho, los primeros cuatro capítulos se centran en un pensa-
dor mucho más conocido: Schopenhauer. La razón para mencionarlo aquí
es que establece el contexto y los antecedentes de gran parte de la contro-
versia sobre el pesimismo, y no podía dar por sentado su conocimiento por
entero. Por lo tanto, lo que proporciono aquí es esencialmente una intro-
ducción a la metafísica y al pesimismo de Schopenhauer.22 Los estudiantes
y estudiosos que ya conocen a Schopenhauer podrán saltarse los capítulos
2, 3 y 4. Sin embargo, el capítulo 1 es crucial para la narrativa completa,
puesto que comienza con el legado de Schopenhauer. Este aspecto de
Schopenhauer ha sido menos estudiado, y creo que puede ser leído con
provecho incluso por los eruditos mejor informados.23