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Visiones Míticas. Los Relatos de Los Orígenes

Este documento presenta una serie de relatos míticos sobre los orígenes y la historia de América. Cuestiona las narrativas oficiales sobre el descubrimiento del continente y retrata las primeras visiones fantásticas y deshumanizadas que tuvieron los colonizadores europeos de los pueblos indígenas americanos. Resalta también la violencia y la explotación sistemática con la que se impuso el dominio colonial sobre las culturas originarias.

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Visiones Míticas. Los Relatos de Los Orígenes

Este documento presenta una serie de relatos míticos sobre los orígenes y la historia de América. Cuestiona las narrativas oficiales sobre el descubrimiento del continente y retrata las primeras visiones fantásticas y deshumanizadas que tuvieron los colonizadores europeos de los pueblos indígenas americanos. Resalta también la violencia y la explotación sistemática con la que se impuso el dominio colonial sobre las culturas originarias.

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Visiones míticas.

Relatos de los orígenes

SELECCIÓN DE TEXTOS: VICKY PAGANINI


Visiones míticas.
Los relatos de los orígenes

Colón
¿Cristóbal Colón descubrió América en 1492? ¿O antes que él la
descubrieron los vikingos? ¿Y antes que los vikingos? Los que allí vivían,
¿no existían?
Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer
hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que
allí vivían, ¿eran ciegos?
¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y
al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés,
Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?
Nos han dicho, y nos siguen diciendo, que los peregrinos del Mayflower
fueron a poblar América. ¿América estaba vacía?
Como Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían hablar.
Como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada,
creyó que no eran gentes de razón.
Y como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de atrás,
creyó que eran indios de la India.
Después, durante su segundo viaje, el almirante dictó un acta
estableciendo que Cuba era parte del Asia.
El documento del 14 de junio de 1494 dejó constancia de que los
tripulantes de sus tres naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario
se le darían cien azotes, se le cobraría una pena de diez mil maravedíes y
se le cortaría la lengua.
El notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe.
Y al pie firmaron los marinos que sabían firmar.

Veían lo que veían, sino lo que querían ver: la fuente de la juventud, la


ciudad del oro, el reino de las esmeraldas, el país de la canela. Y retrataron
a los americanos tal como antes habían imaginado a los paganos de
Oriente.
Cristóbal Colón vio en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y
plumas de gallo, y supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres
tenían rabos.
En la Guayana, según sir
Walter Raleigh, había gente
con los ojos en los hombros
y la boca en el pecho.

En Venezuela, según fray


Pedro Simón, había indios
de orejas tan grandes que
las arrastraban por los
suelos.

En el río Amazonas, según


Cristóbal de Acuña, los
nativos tenían los pies al
revés, con los talones
adelante y los dedos atrás, y
según Pedro Martín de
Anglería las mujeres se
mutilaban un seno para el
mejor disparo de sus
flechas.

Anglería, que escribió la


primera historia de
América pero nunca estuvo
allí, afirmó también que en
el Nuevo Mundo había
gente con rabos, como
había contado Colón, y sus
rabos eran tan largos que
sólo podían sentarse en
asientos con agujeros
El Código Negro prohibía la tortura de los esclavos en las colonias francesas.
Pero no era por torturar, sino por educar, que los amos azotaban a sus
negros y cuando huían les cortaban los tendones.

Eran conmovedoras las leyes de Indias, que protegían a los indios en las
colonias españolas. Pero más conmovedoras eran la picota y la horca
clavadas en el centro de cada Plaza Mayor.
.
Muy convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas
del asalto a cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al
mundo y que había dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía
por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la
reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o
pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la
guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus
hijos. Pero este Requerimiento de obediencia se leía en el monte, en
plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del
notario y de ningún indio, porque los indios dormían, a algunas leguas de
distancia, y no tenían la menor idea de lo que se les venía encima.

Hasta no hace mucho, el 12 de octubre era el Día de la Raza.

Pero, ¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es la raza, además de una


mentira útil para exprimir y exterminar al prójimo?

En el año 1942, cuando Estados Unidos entró en la guerra mundial, la


Cruz Roja de ese país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus
bancos de plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la
cama, se hiciera por inyección.

¿Alguien ha visto, alguna vez, sangre negra?


Después, el Día de la Raza pasó a ser el Día del Encuentro.

¿Son encuentros las invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de


hoy, encuentros? ¿No habría que llamarlas, más bien,
violaciones?

Quizás el episodio más revelador de la historia de América


ocurrió en el año 1563, en Chile. El fortín de Arauco estaba
sitiado por los indios, sin agua ni comida, pero el capitán
Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó:

—¡Nosotros seremos cada vez más!

—¿Con qué mujeres? –preguntó el jefe indio.

—Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán


vuestros amos.

Los invasores llamaron caníbales a los antiguos americanos,


pero más caníbal era el Cerro Rico de Potosí, cuyas bocas
comían carne de indios para alimentar el desarrollo capitalista
de Europa.

Y los llamaron idólatras, porque creían que la naturaleza es


sagrada y que somos hermanos de todo lo que tiene piernas,
patas, alas o raíces.

Y los llamaron salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron.


Tan brutos eran los indios que ignoraban que debían exigir visa,
certificado de buena conducta y permiso de trabajo a Colón,
Cabral, Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos del
Mayflower.

Eduardo Galeano
1943, Barcelona:
Día de gloria
Lo anuncian las trompetas de los heraldos. Se echan al viento las
campanas y los tambores redoblan alegrías.
El Almirante, recién vuelto de las Indias, sube la escalera de piedra y
avanza sobre el tapiz carmesí, entre los relumbres de seda de la corte que
lo aplaude. El hombre que ha realizado las profecías de los santos y los
sabios llega al estrado, se hinca y besa las manos de la reina y el rey.
Desde atrás, irrumpen los trofeos. Centellean sobre las bandejas las
piezas de oro que Colón cambió por espejitos y bonetes colorados en los
remotos jardines recién brotados de la mar.
Sobre ramajes y hojarascas, desfilan las pieles de lagartos y serpientes; y
detrás entrar, temblando, llorando, los seres jamás vistos. Son los pocos
que todavía sobreviven al resfrío, al sarampión y al asco por la comida y
por el mal olor de los cristianos. No vienen desnudos, como estaban
cuando se acercaron a las tres carabelas y fueron atrapados. Han sido
recién cubiertos por calzones, camisolas y unos cuantos papagayos que
les han puesto en las manos y sobre las cabezas y los hombros. Los
papagayos, desplumados por los malos vientos del viaje, parecen tan
moribundos como los hombres. De las mujeres y los niños capturados,
no ha quedado ni uno.
Se escuchan malos murmullos en el salón. El oro es poco y por ningún
lado se ve pimienta negra, ni nuez moscada, ni clavo, ni jengibre; y
Colón no ha traído sirenas barbudas ni hombres con rabo, de esos que
tienen un solo ojo y un único pie, tan grande el pie que alzándolo se
protegen los soles violentos.

Eduardo Galeano
Umbral
Yo fui un pésimo estudiante de historia. Las clases de historia eran
como visitas al Museo de Cera o a la Región de los Muertos. El pasado
estaba quieto, hueco, mudo. Nos enseñaban el tiempo pasado para que
nos resignáramos. conciencias vaciadas, al tiempo presente.: no para
hacer la historia, que ya estaba hecha, sino para aceptarla. La pobre
historia había dejado de respirar: traicionada en los textos académicos,
mentida en las aulas, dormida en los discursos de efemérides, la habían
encarcelado en los museos y la habían sepultado, como ofrendas
florales, bajo el bronce de las estatuas y el mármol de los monumentos.
Ojalá Memoria del Fuego pueda ayudar a devolver a la historia el
aliento, la libertad y la palabra. A lo largo de los siglos, América Latina
no solo ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del salitre y del
caucho, del cobre y del petróleo: también ha sufrido la usurpación de la
memoria. Desde temprano ha sido condenada a la amnesia por quienes
le han impedido ser. La historia oficial latinoamericana se reduce a un
desfile militar de próceres con uniformes recién salidos de la tintorería.
Soy un escritor que quisiera contribuir al rescate de la memoria
secuestrada de toda América, pero sobre todo de América Latina, tierra
despreciada y entrañable: quisiera conversar con ella, compartirle los
secretos, preguntarle de qué diversos barros fue nacida, de que actos de
amor y violaciones viene. Ignoro a qué género literario pertenece esta
voz de voces. Memoria del Fuego no es una antología, claro que no;
pero no sé si es novela o ensayo o poesía épica o testimonio o crónica o.
Averiguarlo no me quita el sueño. No creo en las fronteras que, según
los aduaneros de la literatura, separan a los géneros. Yo no quise escribir
una obra objetiva. Ni quise ni podría. Nada tiene de neutral este relato
de la historia. Incapaz de distancia, tomo partido: lo confieso y no me
arrepiento. Sin embargo, cada fragmento de este vasto mosaico se
apoya sobre una sólida base documental. Cuanto aquí cuento, ha
ocurrido; aunque yo lo cuento a mi modo y manera.

Eduardo Galeano
Economía de
Tahuantinsuyu

No tuvieron dinero
y el oro era para hacer la lagartija
y NO MONEDAS
los atavíos
que fulguraban como fuego
a la luz del sol o las hogueras
las imágenes de los dioses
y las mujeres que amaron
y no monedas
Millares de fraguas brillando en la noche de los Andes
y con abundancia de oro y plata
no tuvieron dinero
supieron
vaciar laminar soldar grabar
el oro y la plata
el oro: el sudor del sol
la plata: las lágrimas de la luna
Hilos cuentas filigranas
alfileres
pectorales
cascabeles
pero no DINERO
y porque no hubo dinero
no hubo prostitución ni robo
las puertas de las casas las dejaban abiertas
ni Corrupción Administrativa ni desfalcos
-cada dos años
daban cuenta de sus actos en el Cuzco
porque no hubo comercio ni moneda
no hubo
la venta de indios
Nunca se vendió ningún indio
Y hubo chicha para todos

No conocieron el valor inflatorio del dinero


su moneda era el Sol que brilla para todos
el Sol que es de todos y a todo hace crecer
el Sol sin inflación ni deflación: Y no
esos sucios «soles» con que se paga al peón
(que por un sol peruano te mostrará sus ruinas)
Y se comía 2 veces al día en todo el Imperio)
Y no fueron los financistas
los creadores de sus mitos
Después fue saqueado el oro de los templos del
Sol
y puesto a circular en lingotes
con las iniciales de Pizarro
La moneda trajo los impuestos
y con la Colonia aparecieron los primeros
mendigos
El agua ya no canta en los canales de piedra
las carreteras están rotas
las tierras secas como momias
como momias
de muchachas alegres que danzaron
en Airiway (Abril)
el mes de la Danza del Maíz Tierno
ahora secas y en cuclillas en Museos
Manco Capac! Manco Capac!
Rico en virtudes y no en dinero
(Mancjo: «virtud», Capacj: «rico»)
«Hombre rico en virtudes»
Un sistema económico sin MONEDA
la sociedad sin dinero que soñamos
Apreciaban el oro pero era
como apreciaban también la piedra rosa o el pasto
y lo ofrecieron de comida
como pasto
a los caballos de los conquistadores
viéndolos mascar metal (los frenos)
con sus espumosas bocas

No tuvieron dinero
y nadie se moría de hambre en todo el Imperio
y la tintura de sus ponchos ha durado 1000 años
aun las princesas hilaban en sus husos
los ciegos eran empleados en desgranar el maíz
los niños en cazar pájaros
Hubo protección para los animales domésticos
legislación para las llamas y vicuñas
aun los animales de la selva tenían su código
(que ahora no lo entienden los Hijos del Sol)
De la plaza de la alegría en el Cuzco
(el centro del mundo)
partían las 4 calzadas
hacia las 4 regiones en que se dividía el Imperio
«Los Cuatro Horizontes»
TAHUANTINSUYU
Y los puentes colgantes
sobre ríos rugientes
carreteras empedradas
caminitos serpenteantes en los montes
todo confluía
a la Plaza de la Alegría en el Cuzco
el centro del mundo

El heredero del trono


sucedía a su padre en el trono
MAS NO EN LOS BIENES
¿Un comunismo agrario?
Un comunismo agrario
«EL IMPERIO SOCIALISTA DE LOS INCAS»
Neruda: no hubo libertad
sino seguridad social
Y no todo fue perfecto en el «Paraíso Incaico»
Censuraron la historia contada por nudos
Moteles gratis en las carreteras
sin libertad de viajar

¿Y las purgas de Atahualpa?


¿El grito del exiliado
en la selva amazónica?
El Inca era dios
era Stalin
(Ninguna oposición tolerada)
Los cantores sólo cantaron la historia oficial
Amaru Tupac fue borrado de la lista de reyes.

Pero sus mitos


no de economistas!
La verdad religiosa
y la verdad política
eran para el pueblo una misma verdad
Una economía con religión
las tierras del Inca eran aradas por último
primero las del Sol (las del culto)
después las de viudas y huérfanos
después las del pueblo
y las tierras del Inca aradas por último
Un Imperio de ayllus
ayllus de familias trabajadoras
animales vegetales minerales
también divididos en ayllus
el universo entero todo un gran ayllu
(y hoy en vez del ayllu: los latifundios)
No se podía enajenar la tierra
Llacta mama (la tierra) era de todos
Madre de todos
En la Puna
una flauta triste
una
tenue flauta como un rayo de luna
y el quejido de una quena
con un canto quechua…
Chuapi punchapi tutayaca

(«anocheció en mitad del día»)


pasa un pastor con su rebaño de llamas
y tintinean las campanitas
entre las peñas
que antaño fueron
muro pulido

¿Volverá algún día Manco Capac con su arado de oro?


¿Y el indio hablará otra vez?
¿Se podrá
reconstruir con estos tiestos
la luminosa vasija?
¿Trabar otra vez
en un largo muro
los monolitos
que ni un cuchillo quepa en las junturas?
Que ni un cuchillo quepa en las junturas
¿Reestablecer las carreteras rotas
de Sudamérica
hacia los Cuatro Horizontes
con sus antiguos correos?
¿Y el universo del indio volverá a ser un Ayllu?
El viaje era al más allá y no al Museo
pero en la vitrina del Museo
la momia aún aprieta en su mano seca
su saquito de granos.

Ernesto Cardenal

Alturas de Machu Picchu (Fragmento)


VI
Entonces en la escala de la tierra he subido entre
la atroz
maraña de las selvas perdidas hasta ti, Macchu
Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares, por fin morada
del
que lo terrestre no escondió en las dormidas
vestiduras.
En ti, como dos líneas paralelas, la cuna del
relámpago
y del hombre se mecían en un viento de espinas.
Madre de piedra, espuma de los cóndores.
Alto arrecife de la aurora humana.
Pala perdida en la primera arena.

Ésta fue la morada, éste es el sitio:


aquí los anchos granos del maíz ascendieron
y bajaron de nuevo como granizo rojo.
Aquí la hebra dorada salió de la vicuña
a vestir los amores, los túmulos, las madres,
el rey, las oraciones, los guerreros.
Aquí los pies del hombre descansaron de noche
junto a los pies del águila, en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla
enrarecida,
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.
Miro las vestiduras y las manos,
el vestigio del agua en la oquedad
sonora,
la pared suavizada por el tacto de un
rostro
que miró con mis ojos las lámparas
terrestres,
que aceitó con mis manos las
desaparecidas maderas:
porque todo, ropaje, piel, vasijas,
palabras, vino, panes,
se fue, cayó a la tierra.
Y el aire entró con dedos
de azahar sobre todos los dormidos:
mil años de aire, meses, semanas de aire,
de viento azul, de cordillera férrea,
que fueron como suaves huracanes de
pasos
lustrando el solitario recinto de la
piedra.

Pablo Neruda. De Canto general, 1950.

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