La palabra rabia
Pedro Montealegre
La palabra rabia
© Pedro Montealegre Latorre
Colección Ruido de agua (reedición)
© Editorial Denes, Primera edición. Valencia, España, 2005
© Komorebi Ediciones, Segunda edición. Valdivia, Chile, 2019
Registro de propiedad intelectual N°: 250.074
ISBN: 978-956-09161-5-0
Imagen y diseño de cubierta: Maite Naranjo
Diagramación: Pedro Tapia León
Komorebi Ediciones Ltda.
Serrano 958
Valdivia, Chile
komorebi.ediciones@gmail.com
Impreso en Chile por Gráfica Lom
Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile y en el exterior sin
autorización previa de la editorial.
La palabra rabia
I
La rajadura
Ay! ¿Tú o yo? ¡He aquí dos dioses!
Lejos de mí, lejos de mí la afirmación de dos
Ah, jamás mi no-ser es para Ti un ser
Y mi todo es en todo ambiguo al doble rostro
¿Dónde, entonces, está Tu ser ahí donde yo miro?
Pues ya mi ser está allá o él no tiene “donde”
¿Y dónde está Tu rostro que yo busco con la mirada?
¿En la visión del corazón? ¿En la visión del ojo?
Entre Tú y yo, un yo está de más
¡Que la separación cese y que el Tú avasalle al yo!
Poema místico sufí
Es la hora. Es la hora. Tracemos el lienzo: dibujemos en marea
—¡tinta sobre el rostro! —imposible —de la marea. Vivir del espectro
—ser allí los oscuros. —O todos claros: en la boca de lobo
de la luz. Todos: mal alucinógenos: sello de querubes —lámelo, Lucy
in the Sky with Diamond. Cocaína de los espejos. Químico angélico
capaz de hacer —en el paladar de Dios, nuboso, núbil— imágenes: niños,
corros de luciérnagas, padres en corros, proletarios gritando: Risa, Revolución.
Niños y golondrinas: ¡Que van ardiendo! —¡Arde, horno —de Bergen Belsen!
—molestar con entropía: esta charla de pederasta: escúdame, charla:
asesinado dragón. Resucitado perro ¡Qué dientes más lindos! ¿No ves la gloria?,
¿se reconoce en los dientes? Al revés, tú mismo, ¿ves los dientes?
¿Y qué gloria es ésta? Raspa, tú, con tu cucharita de plata,
el marfil ácido de la pared. Dímelo, tú, ¿qué pastilla te comes?
Un destello de láser: Ah, muero bailando: por un dólar fosforescente,
su forma de neón —padre, devórale el fémur a tu hijo; mira la grieta:
es el hambre, el desierto: arrójate a ella. Niño negro arrojado:
no es fondo el final, apenas caer: su sola existencia ha desnudado la plata
—la forma de la usura cada resto de plástico. ¿Cada yo lo es?
¿Lo es cada tú? Chico dominado ¡Crece! ¡Crece!
Hay uno muerto en la guerra —su herida escribe: Quitar las Dunas
—hay uno al fondo de una adormidera roja. Se llama ciudad —su teta destila
una leche de humo, espesa de uñas —continuo rasguñar
—la córnea falsa —del poema: si uno muere de hambre. ¡Ah, la palabra!
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¡Esa es la palabra! —no logra caber en su propia miseria —un poema es hambre,
la letra es consecuencia de la inanición. Yo estoy aquí —¿es pan otro aquí?—.
Tómate, tú, esta taza de Té. Tómate tú esta taza de fe. Tómate tú esta taza de sed.
Verás negaciones, el futuro de tu hijo. Una riada de hijos
—asesinados— ante El Libro: la fugacidad de su forma, esa inutilidad.
El diente de una bruja afila un hacha fabricada recién. Por ejemplo, un obrero
reproduce una tuerca —la tuerca reproduce lo que sufre él. Tú, reprodúcete,
flor amarilla. ¿Cómo te llamas? Me llamo flor amarilla. Los mendigos probaron
un puñado de larvas —momentos antes los han comido a ellos.
Deletreé lento: i-de-o-lo-gí-a. Una chica negra, deletreada en la ventana,
atrapó una mariposa —su nocturnidad en un hilo. Hola, mariposa:
yo me llamo Niña. Me llamo muchachita de vestido azul.
Hola, nena: tus ojos almendrados: pelo muy fino, hilos de aceite.
Si hago así con mi dedo, hago el signo —la hoz: si hago así,
otro signo —el martillo: yo me meo de risa: la sombra chinesca
de mis manos imitan ¿qué bicho?, el colibrí. Un bicho cantárida.
Un bicho libélula.
Estoy loco. Yo no soy una niña: soy tú: le pregunto al verano ¿bajas de la sien?:
sangra un hombre y ¡No! No es: i-de-o-lo-gí-a. Lo dijo mi abuelo
¿es fondo la idea? Es lienzo —lo profundo no se traza con nada.
Te hará arder en deseos de huir. Leer es huir: yo leo a Marx
e incide el verano: Marx es un ángel: cabe, tú mismo,
en la materialidad de tu letra —Yo soy anarquista —Yo vengo de París
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—Marx envió un telegrama a Hegel: amigo mío, yo me comí, llorando,
la cal blanca, la pared: una píldora en medio del anapesto imposible:
es la ciudad en marcha: vi la rosa de la Cábala —se extendía en mi habitación.
Yo me llamo lengua de madre —eso dijo la lengua y la niña soñaba.
Proletario es mi padre —yo te digo: no sabe escribir. Yo me llamo Pedro.
Yo me llamo tú, dijo el adolescente —la sierpe silbaba al borde del precipicio
¿le robaban el prepucio a un niño Pedro, una lengua de tierra,
las costas de África, el rocío de los diamantes en el bolsillo del diablo?
Yo te daré esta miel y este mal: ponte ahora a crujir; te daré este panal
de abejas asesinas; ponte ahora a cremar y a crujir; mete tus labios
en la ranura aquélla y di: rajar. Di: despertar
en otro meridiano —en la aridez de tu cama. Verás un hombre
—troca en falo a otro—, una mujer rota, su pie en la espuma:
sus manos son copas. Su materialidad es copa. Dice palabras
¿qué nombre tienen? En su útero hay niñas —un cisne de celofán,
un cisne de papel de caramelo rojo— cada 28 días
cambia el sitio a las urbes. Y tú, allí, con tu máquina de afeitar,
tu áloe, tu radio irradiando la mesa ¿se trata de la rabia?
No se llaman muertos —no hay alguna manera. Los ricos son lo otro
—di: nos termina concerniendo de un modo, asfixiándonos con esdrújulas
llenas de metal— esas sílabas con que se hace una imagen
—ceros y unos— fonemas de fuel —arrojada a la playa—
morfemas de gases invernadero sobre el invernadero
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—ínfimo— de un ojo. Es un ojo y no se llama ballena;
la pupila es Jonás: grita desde adentro: ¡déjame ir! ¡Déjame ir!,
dijo la muchacha a la otra que la miraba, oh, espejo del gimnasio.
Es tu currículum: 12 millones 883 mil 827: ¿cómo te llaman,
que vengo de París? Dime tu apodo al final del trazado.
Me llaman hora. Me llaman niña y Marx sueña conmigo.
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El sol es zapato, la luz la patada —postal o postigo ¿del sol?: la calle
te duele a ti: lo mismo al revés. Salir de ella. Salir. Ser ella. Dejar de ser hombre
sólo porque existe —el filo— el ver: filo de padre. Filia de él. Cronos húmedo
ante la presencia, el Hijo. Ausencia. Hijo. Dedo de Dios contra el dedo de Adán:
no el uno ni el otro —un niño tocando su dibujo en el vaho— transgredir es eso.
La vista, la maleza: danzar con expósitos. Precisamente danza. Bailar. Violar
un poema, partirlo, ¿con tap?, ¿con pólvora? Allí, la ciudad: repertorio. Transgrede
su lupanar. Lupa. Amar, ¿qué? Por eso, vívete —lenguaje— muérete, de hambre, rey
de cara o poliedro. Poemas de hambre. Si comes, recuerda: el alma es hambre
de niños: y tú ¿entenderás el qué? Huesa: estructura: le llamo Mentir.
Buenos días, Mentir, ¿haz visto mi cobaya? Soy yo, soy yo: la estructura de una
imagen —el mal: acaricia con pluma el esfínter, el Verbo. El goce, la burla,
está en seducir: pervertida seda: realidad: zurcir: rosa de goma. Sacerdote allí,
su espina allí, gramática de Casia: cosmos sangrando ¿su frente allí? Pétalo. Página
de marinos —leyendo el viento con pífanos, coral con ahogados: coman bromuro:
¿habrán erecciones? Muchachos que esparcen jabón a sus dreadlocks.
Casa okupada, mitad del esternón: el corazón grafitea: el rojo, una aeronave
similar a un falo. Ciruelas rojas y negras. Grafía de poemas sobre alas, ortigas
—sabor delicioso. Mujeres cortándose las uñas en la ventana —el arco de la ceja—
hundirán su palillo: el arrebol. ¿Cómo sangra? Reirán, ¿se escombra? Ver factorías:
obreros celestes elevan el puño, girasoles frescos alzados al aire. Muérete tú,
el dedo primero. La boca última se queda en pie. Desde el sol, su figura
en nosotros: penal. De pena. Lagrimal. Te llamas Respuesta, pedazo de sal
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¿Qué sabes de playas? Tentar el transcurso, una roca hacia aquí. Esto es colisión.
Una roca no es: un niño llorando, su dedo en el vidrio. No un niño: el dedo
de Dios penetrando, una avispa el dedo estirado de Adán: esa flor de carne,
¿hoy día es de hierro? Memoria. Mnemósine. Fui pisoteado. Fui conducido
a besar el zapato. Calzaban narcisos. Paso en la definición de otro. ¿Narciso?
Zapato de yema. Zapato de hielo sobre el lenguaje. Mínalo. Súmalo. Nos
define la resta. La esdrújula hostil, una uña encarnada. Desde el sol, su tilde
no será su poder: ¿le dices así? Distingo su acento: habitar arriba. Delante. Detrás
representamos lo mustio. Presencia moral ese ojo falso. Qué bien, qué bien:
puedes ser la madre, bordar lenguas de cal. Hija, produce filigranas con leche:
yo ya quiero beber. Una taza de leche cortada, la historia. Un zapato es de leche.
Esta voz se diluye. Sólo queda el blanco. No hay mancha. Transgresión.
Yo consumo. Yo muero. Yo cedo: ¿y a qué? Rotar y rotar. Una danza no es tinta.
Una danza de pólvora, la chispita del doler. Mejor tentar la danza.
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Qué es la rajadura, el tajo abierto de la palabra —o un hoyo en la calle— incluso una herida
en el fémur de la ciudad, de un hombre que es ciudad, roturas como género
partido por una uña —letal, carnicera— por un colmillo dolor y llamado decir y mirar y dolor
de ojo dividido con cuchilla de afeitar, dolor de quien escupe la vereda y produce
un alacrán amarillo. Este poema es veneno: un ángel preso en el barrote, el esternón,
un escarabajo —míralo: hay gemas y oro en el cobalto de sus élitros. Es un adolescente
escribiendo con saliva: nos comemos el dolor ¿qué latido nos come? Estaré ahí
—por ti— con mi córnea. Ahí reproduciendo en la caverna una escisión, una pupila como ésta
—de gato— uñas –finas– de gato, bigotes de gato, maullido de gato: metamorfosis, el desespero
de lo partido por lo nombrado: una raya en el pelo es, un reticulado muy fino
por el lápiz de tinta del principal alarife. Un día apareciste completamente trazado:
hormigas de sangre ordenadas en tus comisuras: nada cuentan tus vértices. Dijiste: soy canon:
dijiste: en la ciudad un chico se rió como si ello no importara. Cada ebrio es
un indicio de cólera cuando dices soy canon, y yo enciendo un neón, una amapola seca.
Yo comienzo a romper una placenta de madre. Qué es la rajadura sino un parto. Yo
te digo: vengo —todo tú coordenadas, todo referencias— cada muerto te dice: cada tajo te ama.
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Arder. Arder. Sabor del salitre que abandona el cuerpo. Hedor. Piel quemada
en medio. Y el beso. Fugar. Fagocito. Fuego. Fatiga. Y la Sal. El recuerdo
contamina. El recuerdo. Égloga del solo que lee las llamas. Yo llamo, él siente
el abrazo del poema. La inanición del poema, similar a él mismo. Sobrevívete, oye
el crujir de maderas, el crujir del hueso cuando se encuentra con hueso.
Todo arde con el incendio. El agua es incendio. Lo indecente reclama
su lugar en el incendio. Lo puro y lo sacro. Arder. Arder. Diga, ¿qué sube
en el termómetro del ojo? Una araña de vapor. Una araña de flúor, de fósforo, dos
átomos de oxígeno y uno de carbono —así se crea un fantasma. Se trata de tierra.
Países como hornos, fraguas de pan, dientes de lava —dulces— miel, delito, dáctilo
de quien estira los labios y quema el placer. Pero hay engaño. Hay doler
en la gramática de quien come. Y otro no. Y otro huele. Perros podridos,
dentadura de perros como flores siniestras, gusanos bellísimos parecidos a hielo
formando estalactitas. La oquedad. La memoria. Arder. Arder. Sudar la hiel.
Pedazo de vidrio llamado ciudad. Tu fuego y tu fuga. Fagocito. Fatiga. Fe, y más
que fe: falacia. Todo arde con el incendio —de sílabas, hombres. Y tú, allí,
revoluciona el repertorio, ¿es de hierro?, ¿es ladrillo? Construcción, no me sirves
para poder vivir. Yo quiero ser todos, llamarada sin causa, más que arder
en direcciones del hábito. No habito. Ser. Manga de polillas contra el lucero. Ser
de polillas destrozadas por la palabra electricidad. Pero hay engaño. Ah, tierra:
con mujeres, hombres, todos aplastados por la bota: Ver: hombres, mujeres.
Muéranse de hambre, la pólvora cante con verdadero esternón. Esternón de ti
golpeando el gong del contramaestre. Yo caigo. Yo caigo. Y tú, ¿qué haces aquí,
si no hay más que arder? Arder. Arder, así la marejada vista desde dentro.
Hambre de palabras, lenguaje cuya estructura es una brasa en llamas, fría, sal
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depositada en la lengua y, sin embargo, glaciar. Salitre que abandona.
Niñas entumecidas sin saber qué decir. Ciudad. Cíclope. Hombre. Desterrado.
Delito del poema que se cae de la boca, ya diente, saliva. Vergüenza del aire,
presto a desaparecer. Lo puro y lo sacro. Arder. Arder. Llama el beso
conservado en formalina. Pudrición necesaria. Olor chamuscado. Y fe. Y fin.
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