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Hojas de Un Viejo Diario T1 - Olcott

Historia de la Sociedad Teosófica en base al diario de su presidente fundador, H.S. Olcott (Tomo 1/6)
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
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Hojas de Un Viejo Diario T1 - Olcott

Historia de la Sociedad Teosófica en base al diario de su presidente fundador, H.S. Olcott (Tomo 1/6)
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old diary leaves

the only authentic history of


the theosophical society

FIRST SERIES, 1874-78

by
henry steel olcott
PRESIDENT-FUNDADER OF THE SOCIETY

“Tis strange-but true; for truth is always strange;


Stranger than fiction”
Byron

NEW YORK AND LONDON

G. F. PUTNAM’S SONS
MADRAS
THE PROPIETORS OF THE “THEOSOPHIST”

1895
medallón de hpb hecho en
bronce por o ’ donnovan
HOJAS DE UN
VIEJO DIARIO
la única historia auténtica de
la sociedad teosófica

PRIMERA SERIE, 1874-78

henry steel olcott


PRESIDENTE-FUNDADOR DE LA SOCIEDAD

“Es extraño, pero cierto; porque la verdad es siempre extraña;


más extraña que la ficción”
Byron

ARGENTINA
EDITORIAL TEOSÓFICA EN ESPAÑOL

2022
Título original en inglés: Old Diary Leaves
Traducción y revisión realizada por Miembros de la Sociedad
Teosófica en Argentina.
Diseño de Tapa: Erica Kupersmit

Catalogación:
Hojas de un viejo diario / Henry Steel Olcott - 1a ed. - San
Lorenzo: Sociedad Teosófica en Argentina, 2022

ISBN 978-987-4955-09-8

Por información adicional, dirigirse a:

Editorial Teosófica en Español


editorial@sociedadteosofica.org.ar
www.sociedadteosofica.org.ar

Tirada de 100 ejemplares impresa en los talleres gráficos de


Ediciones Antigrafo - Ituzaingo 936 - Buenos Aires.

2022
Prólogo a esta edición

L a presente obra de “Hojas de un viejo diario”, compuesta por 6


volúmenes, está basada en extractos de los diarios de Henry Steel
Olcott, Presidente-Fundador de la Sociedad Teosófica. Este material
fue originalmente seleccionado y publicado en The Theosophist, y
contempla el conjunto completo de notas y registros desde el año
1874 a 1898.
En este primer volumen que contiene el período 1874-78,
comienza la historia. Dos grandes personalidades de la época,
Madame Blavatsky y Henry Steel Olcott, de origen y formación
muy diferentes, pero con un objeto en común, se encuentran y
entrelazan sus vidas, dando frente a una de las “batallas” más signi-
ficativas de la época: la revelación y comprobación de las verdades
de la ciencia oculta, y la fundación de la Sociedad Teosófica para su
investigación y difusión.
En el segundo volumen podemos encontrar un detallado y
apasionante relato de los viajes de H. S. Olcott con H. P. Blavatsky
en la India y Ceilán, la formación de Ramas, las giras de conferen-
cias, las curaciones mesméricas y los fenómenos producidos por
Blavatsky; llegando al otoño de 1883. Luego, en el tercer volumen
se avanza hasta el mes de mayo de 1887 y es donde se relatan, entre
otras cosas: los encuentros de H. S. Olcott con varios de los Maestros
de Sabiduría, el traslado de la Sede Central desde Bombay a Madrás
y la partida de H. P. Blavatsky de su amado hogar indio al exilio en
una residencia europea. Los problemas presentados por la conspira-
ción Coulomb son tratados en este volumen, así como la verdadera
historia del “Informe de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas”.
La historia nos lleva a Europa, y a Oriente, ofreciéndole al lector
la oportunidad de observar el desarrollo gradual del plan de los
Fundadores invisibles para difundir en todo el mundo el conoci-
miento de los principios que fueron enseñados por los Antiguos
Sabios, y cuya comprensión y adopción general curaría la mayoría
de los males que ahora afligen a la humanidad.
viii H ojas de un viejo diario

Ya en el cuarto volumen encontramos los relatos del período


de cinco años durante los cuales el escritor viajó por todo el
mundo, visitando Japón, Europa, Ceilán, Australia, Estados Unidos,
Birmania, además de hacer largas giras de conferencias en la India.
Estos fueron años que vieron la llegada de la Sra. Besant a la Sociedad
Teosófica, y son testigos de la muerte de Madame Blavatsky, y de su
erudito colega hindú, T. Subba Row. El trabajo en favor de la Unidad
Budista ocupó gran parte del tiempo y la energía de H. S. Olcott en
sus viajes orientales, mientras que, en Occidente, dedicó mucha
atención al estudio del hipnotismo, tanto en París como en Nancy.
El año 1893 se abre ante nosotros, en el quinto volumen y sus
acontecimientos serán muy importantes. Como se ha visto ante-
riormente, se empezaban a oír los rumores de la tempestad que se
avecinaba y el doloroso quebrantamiento de la Sociedad Teosófica
organizado por W. Q. Judge. Un año lleno de giras realizadas por la
Sra. Annie Besant en Bengala, las Provincias Unidas y la región del
Punyab. Ya en el año 1894 se forma la Sección Australiana y llegando
al vigésimo aniversario de la Sociedad Teosófica se produce el cisma
de la Sección Norteamericana, mientras H. S. Olcott se encontraba
en una gira por Europa. El último volumen de la serie fue publicado
originalmente en 1935 y expone el período en que Olcott estaba
reconstruyendo la Sociedad después de los traumáticos aconteci-
mientos de 1894-95. Su gira por India y Nueva Zelanda, acompa-
ñado por la Srta. Lilian Edger fue todo un éxito. Por otro lado, uno
de los hechos más importantes del año 1897, que influyó en los
intereses de toda la Sociedad, fue el largo recorrido que realizó la
Sra. Besant, acompañada de la condesa Wachtmeister, por Estados
Unidos. De esta manera, la Sociedad Teosófica seguía creciendo con
paso firme; ya se podían contar 400 Ramas y 13 000 Miembros.
Así terminan los relatos que el Presidente-Fundador de la
Sociedad Teosófica, Henry Steel Olcott, registró en su diario. Un
hombre leal y de firmes principios, con una acérrima voluntad,
decisión firme y entrega absoluta, que permitió llevar adelante una
idea y materializarla, atravesando incontables necesidades y adver-
sidades, pero que nunca dejó de avanzar, a costa de su propia salud.
Así dejó su noble y gran obra, y aseguró los cimientos necesarios
para el trabajo futuro.
Traducción

U nas pocas palabras sobre el proceso de traducción del libro. Hace


unos 50 años aproximadamente, un grupo de MST emprendió
la tarea de traducir cuatro de los seis volúmenes actuales, y en el
presente año 2022, otro grupo de MST tradujo los dos volúmenes
restantes y realizó la corrección de todo el libro. La combinación
de distintas personas trabajando sobre una obra de tamaña enver-
gadura, da como resultado la combinación de diversos estilos de
traducción y redacción, que quizás el lector llegue a notar.
Sobre el uso de ciertos términos: se utilizaron los nombres
de los países tal como existían en ese momento, con notas al pie
con el nombre actual, ej., Ceilán, Holanda. El lector encontrará
también que, en el trato directo entre HSO y HPB, se dirigen a veces
empleando el tuteo de confianza o familiaridad (tú), y otras veces
el tratamiento de cortesía, respeto o distanciamiento (usted), dife-
rencia que en el original en inglés no surge, ya que se dirigían el uno
al otro con el pronombre you, el cual no marca ninguna diferencia.
Esto se debe en parte a que, como se menciona anteriormente, cada
traductor utilizó su propio estilo. Dada la gran cantidad de palabras
extranjeras que utiliza el autor, a veces se ofrecen notas explicativas
al pie, o entre corchetes a continuación de dicho término.
Agradecimientos

E s una enorme alegría encontrarme con Miembros que ofrecen


sin condiciones horas y horas de trabajo desinteresado. Es una
alegría también leer este libro, conocer la obra del coronel Olcott
en su mayor expresión, y ver que se puede, que solo se trata de
voluntad puesta en acción, de confiar en las leyes, en uno mismo y
entender para qué estamos.
Reflexiono y, según entiendo, nada es más importante en la
Sociedad Teosófica que un trabajo colaborativo donde cada inte-
grante se sienta comprometido con una tarea en pos del objetivo
común. Ese es el ideal que motiva a trabajar en la Editorial Teosófica
en Español, desde hace varios años, donde los proyectos pueden
concretarse gracias al trabajo conjunto.
Si bien ha sido una donación voluntaria de cada colaborador, me
siento en la necesidad de agradecer. Pero… ¿se puede agradecer a
alguien que asumió un compromiso por la causa, de buena voluntad,
que ha trabajado día y noche por una motivación interna, por el
bien del conjunto? ¿Deberíamos agradecer al Coronel Olcott que
recorrió el mundo para establecer una base firme para la Sociedad
Teosófica?
Pero así todo, siento que ahora es tiempo de nombres y de
protagonistas de la otra historia, que fue la traducción, revisión y
edición de esta obra. En orden alfabético: Alejandro Daniele, Diego
Fernandes, Erica Kupersmit, Ester de la Fuente, Gerardo Ruiz Díaz,
Marcela Pardella, María Belén Sender, María Laura Rodríguez y
María Rosa Martínez.

Mauro Cesano
Director ETE
Prefacio

S I se escribiera la historia de todas las sociedades conocidas, el


capítulo consagrado a los orígenes y vicisitudes de la Sociedad
Teosófica sería verdaderamente único. Cualquiera que sea el punto
de vista en que nos coloquemos, favorable u hostil, parecería
sorprendente que tal Sociedad haya podido nacer en condiciones
tales, y no solamente esto, sino que haya podido resistir los ataques
que ha recibido, y que, no obstante, sus fuerzas hayan crecido
proporcionalmente a la cruel mala fe de sus adversarios. Ciertos
críticos han querido ver en esto una prueba palpable del recrudeci-
miento de la credulidad humana y un signo de inquietud religiosa,
que anuncia la extinción final de las tradiciones occidentales. Otros
consideran el progreso de este movimiento como un presagio de
la aceptación universal de las ideas filosóficas de Oriente, y creen
que ellas van a revivificar y ampliar considerablemente las simpa-
tías espirituales entre la humanidad. El hecho patente e innegable
es que, a fines de 1894, al cabo de diecinueve años de actividad, se
han despachado 394 Cartas Constitutivas de Ramas de la Sociedad,
repartidas por casi todas las regiones habitables del globo, y que el
número de las que han sido acordadas durante el último año (1894),
sobrepasa al término medio anual desde la fundación (1875) en un
29%. Desde el punto de vista estadístico, los despiadados e injustos
ataques de la SPR* [Sociedad de Investigaciones Psíquicas] y de los
misioneros escoceses en 1884, los cuales debían, según se esperaba,
provocar la ruina de nuestra Sociedad, no han tenido otro resul-
tado que acrecentar considerablemente su prosperidad y ampliar
su campo de utilidad. El último ataque —realizado por la gaceta
Westminster— producirá inevitablemente idénticos resultados. La
razón es, sencillamente, que por más rudeza que se emplee para
exponer los defectos y los errores personales de sus líderes, la

*  Society of Psychical Researchs (N. del T.)


xii H ojas de un viejo diario

excelencia de las ideas de la Sociedad no puede en forma alguna


ser tocada. Para matar la Sociedad Teosófica sería necesario poder
demostrar que su objetivo declarado es contrario al bien público o
que la enseñanza de sus representantes es perniciosa y desmorali-
zadora. Ambas cosas son igualmente imposibles.
El mundo toma a la Sociedad, como una realización importante,
una individualidad diferenciada, a la cual no se puede alabar ni
condenar sólo por los méritos o faltas de sus principales represen-
tantes. Esta verdad comienza a imponerse sobre quienes son ajenos
a la Sociedad. Uno de los periodistas contemporáneos más capaci-
tados, el Sr. W. T. Stead, dice en Borderland, en resúmenes de “Hojas
de un viejo diario” que aparecieron en The Theosophist, que ahora a
nadie le importa si las acusaciones de fraudes presentadas por los
Coulomb y la SPR contra Mme. Blavatsky (HPB) eran o no justifi-
cadas, teniendo presente que ni sus peores enemigos osarían rehu-
sarle el honor de haber influido en grado extraordinario al pensa-
miento filosófico moderno, popularizando ciertas nobles ideas de
Oriente. Esto es igualmente aplicable a sus numerosos colegas que,
como ella, han esparcido esas antiguas doctrinas por medio de la
Sociedad Teosófica. Esta asombrosa organización, nacida prosaica-
mente en un salón de Nueva York, en 1875, ha batido un récord tal,
que tiene ganado el derecho de ser mencionada en toda historia
integral de nuestros tiempos. Su desenvolvimiento es más bien
debido a una fuerza que le es inherente, que a la sagacidad de sus
previsiones y administración; y habiendo estado este tan estrecha-
mente ligado —durante algunos años— casi exclusivamente a los
esfuerzos personales de sus dos Fundadores, Mme. Blavatsky y yo,
el historiador futuro encontrará facilitada su tarea si el sobrevi-
viente de los dos le proporciona sucintamente y con exactitud los
informes necesarios. La serie de capítulos que hoy componen este
libro, apareció hace casi tres años en The Theosophist, donde una
segunda serie, relativa a la historia de la Sociedad después de su
traslado a India, prosigue actualmente. Más que nada he publi-
cado estos recuerdos, llevado por el deseo de combatir la creciente
tendencia en el seno de la Sociedad, a divinizar a Mme. Blavatsky
y atribuir a sus escritos, aun a los más vulgares, un carácter casi
de inspiración. Se ignoran a ciegas sus más visibles defectos y se
quiere colocar una falsa cortina de supuesta autoridad, entre sus
actos y las críticas legítimas. Los que menos han estado en relación
con ella, y, por consiguiente, han conocido menos que otros su
verdadera naturaleza, son los que impulsan este movimiento. Es,
pues, bien evidente que, a menos que cuente yo mismo, por ser
el único que la sabe, la verdadera historia de nuestro movimiento
Prefacio xiii

jamás podría ser escrita, ni los méritos reales de mi admirable


colega podrían ser suficientemente conocidos. En este libro digo la
verdad sobre ella y sobre los comienzos de la Sociedad —verdad que
nadie podrá negar. Dando poco valor a las censuras y a las alabanzas
de terceros, acostumbrado toda mi vida a obrar de acuerdo con mi
sentimiento personal del deber, no temo afrontar las tontas burlas
de los que me tachen de engañado, de mentiroso o de traidor. Estoy
tan persuadido de que la opinión de otro es un factor sin impor-
tancia en la evolución individual, que he proseguido mi tarea hasta
el fin, aunque algunos de mis más influyentes colegas, en nombre
de una fidelidad, en lo que yo considero como falsa lealtad hacia
HPB, hayan intentado secretamente minar mi influencia, arruinar
mi reputación, reducir la circulación de mi revista e impedir la
publicación de mi libro. Advertencias confidenciales han circulado
contra mí, y los números de The Theosophist han desaparecido de las
salas de lectura de las Ramas. Todo eso es infantil; jamás la verdad
ha perjudicado a una buena causa, ni tampoco la cobardía moral
nunca ha hecho triunfar a una mala causa.
Se podría aplicar a HPB lo que la Sra. Oliphant dice de Bentham
en Literary History of England (III, 263): “Es evidente que para
discernir quiénes eran los nacidos para escucharlo y comprenderlo,
poseía el instinto del Viejo Marinero, así como también una gran
facilidad para incluir entre los que eran de su afecto a todas aque-
llas personas de reciente notabilidad cuyas tendencias apreciaba…
pocos hombres, aun entre los más grandes, han sido servidos y
reverenciados como él lo fue por sus semejantes”.
¿Hubo jamás criatura humana tan completa como esta miste-
riosa, fascinante y portadora de luz HPB? ¿Dónde encontrar una
personalidad tan notable y dramática que mostrase tan claramente
la bipolaridad de lo humano y lo divino? El Karma prohíbe que yo
cometa contra ella la más leve injusticia pero si alguna vez existió
un personaje histórico en quien lo bueno y lo malo, la luz y la
sombra, la sabiduría y la indiscreción, la percepción espiritual y
la falta de buen sentido se hayan encontrado tan mezclados como
en ella, lo único que puedo decir es que he olvidado ese nombre,
así como su historia y su época. El haberla conocido equivale a
haber recibido una educación liberal, y mi más valiosa experiencia
es la de haber trabajado con ella y vivido en su intimidad. Era
una ocultista demasiado grande para que hayamos podido medir su
estatura moral. Estábamos obligados a amarla, por muy conocidos
que nos fuesen sus defectos, y a perdonarla, aunque faltó bastante
a sus promesas y destruyó nuestra primera fe en su infalibilidad.
Y el secreto de esta poderosa influencia residía en sus innegables
xiv H ojas de un viejo diario

poderes psíquicos, en la evidencia de su devoción a sus Maestros,


a quienes describía como personajes casi sobrenaturales, y en su
celo por la elevación espiritual de la humanidad por medio de la
sabiduría oriental. ¿Volveremos a ver a alguien que se le asemeje?
¿En nuestra época, volveremos a verla bajo otra forma? El tiempo
lo dirá.

H. S. Olcott “Gulistan”,
Ootacamund, 1895
c o n te n i d o

I. Prefacio..................................................................... xi
II. Primer encuentro de los Fundadores.........................1
III. Madame Blavatsky en Estados Unidos...................17
IV. Los fenómenos de Filadelfia....................................25
V. El segundo matrimonio de madame Blavatsky.......33
VI. Espiritismo...............................................................41
VII. Desaprobación oriental............................................51
VIII. El Doctor Slade........................................................63
IX. Proyecto de Sociedad Teosófica...............................71
X. Formación de la Sociedad Teosófica........................79
XI. El Barón de Palm.....................................................95
XII. La primera cremación en Estados Unidos.............107
XIII. El supuesto autor de “El arte mágico”...................119
XIV. “Isis sin velo”.........................................................131
XV. Diversas hipótesis..................................................143
XVI. Aparente posesión por extrañas entidades...........153
XVII. Definición de términos...........................................165
XVIII. Reencarnación.......................................................179
XIX. Los comienzos de la Sociedad...............................193
XX. Opiniones contradictorias......................................197
XXI. Opiniones contradictorias (continuación)...............207
c o n te n i d o

XXII. La Sede Central de Nueva York.............................215


XXIII. Descripción de diversos fenómenos.......................223
XXIV. Precipitaciones de imágenes..................................233
XXV. Proyección del Doble..............................................245
XXVI. El swami Dyánand................................................257
XXVII. Madame Blavatsky en casa..................................267
XXVIII. Ilusiones.................................................................279
XXIX. Bosquejo del carácter de madame Blavatsky........293
XXX. HPB se hace ciudadana norteamericana ..............303
i lu s trac i o n e s

I. John King..................................................................... 7
II. Sobre de una carta enviada fenoménicamente.........20
III. Anillo de oro nacido de una flor.................................59
IV. Barón de Palm............................................................96
V. Original del supuesto retrato del “Caballero Louis”..129
VI. Dos mechones de cabello de HPB ...........................172
VII. Esquina de un pañuelo de crepé.............................221
VIII. Pinza híbrida para el azúcar ..................................225
IX. Carta original de M. A. Oxon....................................229
X. Duplicado producido fenoménicamente por HPB....229
XI. Pintura en raso - la evolución parcial del Doble......238
XII. La pintura en raso recuerda este retrato de Oxon...239
XIII. Retrato de un yogui indio.........................................241
XIV. Esquina del turbante de un Mahatma.....................282
XV. Mural hecho con hojas secas...................................298
XVI. Caricaturas hechas en naipes.................................308
CAPÍTULO I
Primer encuentro de los fundadores
1874

P
UESTO que debo narrar la historia del nacimiento y de los
progresos de la Sociedad Teosófica, debo comenzar por el
principio y decir cómo se conocieron sus dos Fundadores.
Fue un incidente muy prosaico. Yo le dije: “Permettez moi madame”
[“Permítame señora”], ofreciéndole lumbre para su cigarrillo.
Nuestra relación empezó así, por el humo; pero salió de ella un
gran fuego que aún no se ha extinguido. Las circunstancias que nos
acercaron son bastante curiosas, como voy a demostrarlo. En parte,
ya han sido publicadas.
Un día del mes de julio de 1874, sentado en mi estudio y reflexio-
nando sobre una causa importante para la cual las Autoridades de
la Ciudad de Nueva York me habían retenido, me vino de pronto la
idea de que desde hacía años no me había ocupado del movimiento
espiritista. Ignoro qué asociación de ideas me hizo pasar así de la
construcción mecánica de los contadores de agua, al espiritismo
moderno; sea como fuere, fui hasta la esquina de mi calle a comprar
el Banner of Light. En él leí el relato de ciertos fenómenos increíbles;
por ejemplo, solidificaciones de fantasmas que, decían, se formaban
en una granja de la ciudad de Chittenden, Estado de Vermont, a
unos 400 kilómetros de Nueva York. Inmediatamente me di cuenta
de que si era en realidad posible que los asistentes hubieran podido
ver y aun tocar a parientes difuntos que hubiesen hallado el medio
de reconstituir sus cuerpos y sus ropas de modo tal que llegasen a
ser momentáneamente sólidos, visibles, tangibles y con la facultad
de hablar, esto constituiría el hecho más importante de la ciencia
2 H ojas de un viejo diario

moderna. Así, pues, decidí a ir allá para ver eso yo mismo. Fui y
descubrí que la historia era cierta; me quedé tres o cuatro días y
volví a Nueva York. Escribí para el New York Sun una memoria de
mis observaciones que fue reproducida casi en el mundo entero,
por lo sombríos e interesantes que parecían los hechos. El director
del Nueva York Daily Graphic me propuso volver por su cuenta a
Chittenden con un artista que tomaría apuntes dibujados a mis
órdenes, y examinar a fondo el asunto. El tema me interesaba tan
profundamente, que hice todos los arreglos necesarios para poner
en orden mis compromisos profesionales, y el 17 de septiembre
me encontré nuevamente en la “Granja de los Eddy”, llamada así
a causa de la familia que la poseía y ocupaba. Si la memoria me es
fiel, creo que pasé unas doce semanas en esta casa misteriosa, en
medio de fantasmas y de las experiencias del más extraordinario
carácter. Durante este tiempo, aparecían dos veces por semana en
el Daily Graphic mis cartas sobre los “Espíritus de los Eddy”, ilus-
trados por el artista, Sr. Kappes, con croquis de espectros vistos por
él, por mí y por todas las personas —a veces 40— presentes en la
“sala de sesiones” *. La publicación de estas cartas fue lo que atrajo a
Mme. Blavatsky a Chittenden y nos hizo entrar en relación.
Recuerdo esta primera entrevista como si fuese ayer; por otra
parte, ya he contado los principales detalles en mi libro “Gente del
otro mundo” (p. 293 y siguientes). Era un día de sol, que alegraba
hasta aquella vieja casa sombría. Está situada en una región encanta-
dora, un valle bordeado de alturas verdes que se unen a las montañas
coronadas de bosques hasta su cima. Era la época del “veranillo”, en
que toda la comarca se envuelve en una gasa azulada como la que
ha dado su nombre a los montes “Nilgiri”, y el follaje de las hayas,
de los olmos y de los maples heridos por las primeras heladas, había
pasado del verde a un mirífico oro y púrpura que transformaba el
paisaje entero en una tapicería principesca. Es preciso ir a EE. UU.
para ver el esplendor otoñal en toda su perfección.
Se comía a mediodía en casa de los Eddy, y fue desde la puerta
de su comedor incómodo y desmantelado, que Kappes y yo vimos
por vez primera a HPB, llegada poco antes de mediodía con una
dama franco-canadiense, y que ya estaba sentada a la mesa al entrar
nosotros. Mis miradas fueron atraídas ante todo por una camisa
rojo escarlata de Garibaldi, que llevaba puesta y que resaltaba viva-
mente sobre los sombríos colores próximos. Usaba ella entonces sus
cabellos cortos que no llegaban a los hombros, y eran rubios, finos

* Escribí en People from the other world, (Gente del otro mundo), todos esos fenó-
menos, así como las pruebas para impedir fraudes que inventé y puse en práctica.
(Olcott)
Primer encuentro de los fundadores 3

como la seda y rizados hasta la raíz, como el vellón de un cordero


de Cotswold. Tales cabellos y la camisa roja llamaron mi atención
antes de fijarme en su cara. Era esta un rostro kalmuko, enorme,
que anunciaba fuerza, cultura y autoridad, en tan notable contraste
con las caras vulgares que la rodeaban, como el de su camisa roja
con los grises y blancos de las paredes, muebles y trajes incoloros
de las otras personas. Toda clase de desequilibrados iban y venían
continuamente a casa de los Eddy para ver los fenómenos, y yo
inmediatamente pensé que esa excéntrica era de la misma natu-
raleza. Me detuve en el umbral de la puerta para decir a Kappes,
“¡Dios mío! ¡Mire ese espécimen!” Fui a sentarme bien enfrente de
ella para entregarme a mi estudio favorito de los caracteres.* Las
dos damas hablaban en francés, sin decir nada de particular, pero
pronto distinguí en su acento y en la rapidez de su dicción, que, si
no era una parisina, por lo menos, conocía perfectamente el francés.
Terminada la comida, salieron juntas de la casa. Mme. Blavatsky lió
un cigarrillo y le ofrecí fuego para iniciar una relación. Habiendo
dicho mi frase en francés, la conversación siguió en este idioma.
Me preguntó desde cuándo estaba yo allí y qué pensaba yo de los
fenómenos, manifestándome que había sido atraída a Chittenden
por las cartas publicadas por el Daily Graphic, que el público seguía
tan apasionadamente que con frecuencia era imposible encontrar
un solo ejemplar del diario en las librerías una hora después de
su publicación, y que ella había pagado un dólar por el último
número. “Dudaba en venir aquí —decía— temiendo encontrar
al coronel Olcott”. “¿Por qué debería usted temerle, madame?”, le
pregunté. “¡Oh! Es que tengo miedo que hable de mí en sus artí-
culos”. Le dije que podía estar completamente tranquila, que estaba
bien seguro de que el Cnel. Olcott no hablaría de ella, si ella no
lo deseaba, y me presenté. Enseguida fuimos los mejores amigos
del mundo; nos parecía pertenecer al mismo medio, cosmopolitas,
librepensadores ambos, y en más estrecha comunión el uno con el
otro que con el resto de la compañía, aunque allí había personas
muy dignas y muy inteligentes. Era la llamada de nuestra común
simpatía por el lado superior y oculto del hombre y la naturaleza;
la atracción de las almas y no de los sexos. Jamás, ni ella ni yo, ni

* Durante una polémica con un crítico norteamericano, ella se describe a sí


misma del siguiente modo: “Una mujer vieja: de cuarenta, cincuenta, sesenta,
noventa años, poco importa cuántos. Una mujer vieja cuyos rasgos kalmuko-bu-
ddho-tártaros no fueron nunca hermosos, ni en su juventud una mujer cuyo
mal aspecto, sus modales de oso y sus costumbres masculinas son a propósito
para asustar a todas las hermosas damas bien encorsetadas y bien cinchadas”. Ver
su carta “El knout” al R. P. Journal del 16 de marzo de 1878. (Olcott)
4 H ojas de un viejo diario

entonces ni más tarde, tuvimos la sensación de que el otro era de


un sexo diferente; éramos camaradas, nos mirábamos como tales y
nos llamábamos así. Gente malvada trató de insinuar cada tanto, que
estábamos unidos por un lazo más íntimo, así como acusaron a esa
pobre HPB, sin atractivos y perseguida, de haber sido la amante de
otros varios personajes, pero ningún espíritu sano podía conservar
esta opinión después de haber pasado algunos momentos en su
compañía; de tal modo sus miradas, palabras y acciones, demos-
traban su asexualidad*.
Paseando, conversábamos de los fenómenos de los Eddy y de
los de otros países; vi que era una gran viajera, que había visto
muchas cosas ocultas y Adeptos de las ciencias herméticas, pero no
hizo entonces ninguna alusión a los Sabios del Himalaya ni a sus
propios poderes. Hablaba de las tendencias materialistas del espi-
ritismo norteamericano, que no era más que una especie de abuso
de fenómenos, acompañado de indiferencia filosófica. Sus modales
eran amables y cautivadores, sus críticas sobre los hombres y las
cosas, eran originales y mordaces. Se tomaba un particular interés
en sonsacarme y hacerme expresar mis ideas sobre las cosas espi-
rituales y demostraba placer al descubrir que instintivamente yo
había seguido el mismo orden de ideas ocultas que ella. Hablaba más
como espiritista refinada que como mística oriental. Por mi parte,
yo entonces no sabía nada o casi nada de la filosofía de Oriente y
ella, por lo pronto, guardó silencio sobre ese tema.
Las sesiones espiritistas de William Eddy, el principal médium
de la familia, tenían lugar cada noche en el gran salón del primer
piso, situado encima del comedor y la cocina, en un ala de la casa.
Él y su hermano Horatio eran arrendatarios activos; Horatio se
ocupaba de los trabajos del exterior, y William, debido a que tantos
curiosos les llegaban de todas partes de los Estados Unidos, coci-
naba. Eran pobres, sin instrucción y llenos de prejuicios —a veces
poco corteses con sus huéspedes inesperados. En el extremo del
salón de las sesiones, la gran chimenea de la cocina subía hasta el
techo. Entre ella y la pared del norte, había un estrecho gabinete de
la misma profundidad que la chimenea, unos 80 centímetros, en el
que William Eddy se sentaba esperando los fenómenos. No parecía
ejercer sobre ellos ningún contralor, sino que simplemente se
sentaba, esperando a que se produjesen con intervalos irregulares.

* Conservo mi opinión a pesar de la pretendida confesión de mala conducta


en su juventud, sacada de ciertas cartas suyas a un caballero ruso y publicadas
recientemente por este en su libro “Una moderna sacerdotisa de Isis”. En
resumen, creo verdadero mi juicio sobre su pureza sexual, y falsas estas pseudo-
revelaciones; puras bravuconadas suyas. (Olcott)
Primer encuentro de los fundadores 5

Una cortina tendida ante la abertura, sumergía al gabinete en una


profunda oscuridad. Poco después de la entrada de William en el
gabinete, la cortina era descorrida y se veía salir la apariencia de
un muerto, hombre, mujer o niño —algo así como una estatua
animada— momentáneamente sólida y material, pero pronto desva-
necida en la nada o la invisibilidad. Así, los espectros se disipaban
ante los mismos ojos de los espectadores.
Hasta el día de la llegada de HPB, las apariciones habían sido
siempre de indios pieles rojas, o de norteamericanos o europeos
más o menos semejantes a los concurrentes. Pero desde la primera
noche de su residencia, tuvimos espectros de otras nacionali-
dades: un muchacho criado georgiano del Cáucaso, un mercader
musulmán de Tiflis, una campesina rusa, etc. Otra noche apareció
un caballero kurdo, armado de su cimitarra, pistolas y una lanza;
después un hechicero negro de África, horriblemente feo, que tenía
el aire de ser el diablo en persona y que llevaba como corona cuatro
cuernos de oryx* de los que colgaban campanillas, y una redecilla de
vivos colores atada alrededor de la cabeza; y, finalmente, un caba-
llero europeo condecorado con la cruz y el collar de Santa Ana, que
Mme. Blavatsky reconoció ser su tío. Tales apariciones en la casa
de esos pobres y casi ignorantes arrendatarios del Vermont, que no
tenían ni el dinero para comprar accesorios de teatro, ni la expe-
riencia necesaria para usarlos, si los hubiesen poseído, ni el sitio
para actuar con ellos, parecieron a todos los testigos una prueba
cierta de la realidad de esos fenómenos. Muestran también qué
atracción ejercía Mme. Blavatsky sobre las sombras de lo que los
asiáticos llaman el kama-loka†. Mucho después, supe que ella misma
los había evocado usando sus propios poderes desarrollados. Ella
misma lo ha afirmado en una nota de nuestro “Álbum de Recortes”
de la Sociedad Teosófica, Vol. I., unida a un recorte del Spiritualist (de
Londres), de enero del 1875.
Durante su residencia en Chittenden, ella me contó varios inci-
dentes de su vida, y particularmente que había asistido en calidad
de voluntaria con otras señoras europeas, a la sangrienta batalla de
Mentana‡, con el ejército de Garibaldi. Me mostró, confirmando
esta historia, su brazo izquierdo partido en dos sitios por un sablazo
y me hizo tocar una bala aun alojada en los músculos de su hombro
izquierdo y otra en una pierna. Me mostró también, justamente

* Antílope africano. (N. del T.)


† De los planos sutiles, el más inmediato al físico, y aunque casi material en
el sentido corriente de la palabra, es invisible para la vista ordinaria. (N. del T.)
‡ El 3 de noviembre de 1867, en Mentana, Italia. (N. del T.)
6 H ojas de un viejo diario

debajo del corazón, la cicatriz de un golpe de estilete; esta herida se


reabrió algo en Chittenden y ella me la mostró para consultarme.
Entre los singulares relatos de peligros y de aventuras, me contó
la historia del hechicero-fantasma africano coronado con cuernos
de oryx, que ella había conocido vivo y produciendo fenómenos
muchos años antes, en el alto Egipto.
HPB hizo lo posible para hacerme dudar del valor de los fenó-
menos de William Eddy como pruebas de ocupación del médium
por espíritus inteligentes; me decía que, en caso de ser auténticos,
no podían ser más que el doble del médium que se desprendía
de su cuerpo, revistiéndose de apariencias diversas, pero no podía
creerle. Yo sostenía que las formas eran de una talla grande y dema-
siado variadas para no ser solo transformaciones de William Eddy;
que debían ser, en realidad, como parecía, los espíritus de personas
muertas. Nuestras discusiones no dejaban a veces de ser acaloradas,
porque yo no había entonces estudiado bastante a fondo el asunto
de la plasticidad del Doble humano para medir la fuerza de sus indi-
caciones. En cuanto a la teoría oriental de maya*, yo no conocía de
ella ni una palabra. Pero, como ella misma me lo dijo, se convenció
de que yo no aceptaba nada con los ojos cerrados y de que no renun-
ciaba fácilmente a los hechos establecidos o que yo consideraba
como tales. Nuestra intimidad crecía de día en día, y al partir de
Chittenden, ella había adoptado el apodo de “Jack” que yo le había
puesto y se sirvió de él para firmar las cartas que escribía desde
Nueva York. Nos separamos como buenos amigos que no desean
más que continuar unas relaciones tan agradablemente iniciadas.
Terminadas mis investigaciones, volví a Nueva York en
noviembre de 1874 y fui a visitarla a su casa, Irving Place N.º 16,
donde me dio varias sesiones de espiritismo por medio de mesas
giratorias y de golpes dados deletreando una especie de mensajes,
que procedían en su mayor parte de una inteligencia invisible que
decía llamarse “John King”. Este seudónimo es familiar a todos
los que frecuentaban las sesiones espiritistas hace unos cuarenta
años. Apareció primeramente en 1850 en la “sala de los espíritus”
de Jonathan Koons, de Ohio, y se presentó como jefe de una o
varias tribus de espíritus. Más tarde, dijo ser el alma de Sir Henry
Morgan, el célebre bucanero, y como tal se me presentó a mí. En
Filadelfia me mostró su cara y su cabeza envuelta en un turbante,
durante mi investigación emprendida sobre los médiums Holmes,
conjuntamente con el difunto y respetable Robert Dale Owen, el

* Ilusión. El poder cósmico que hace posible la existencia fenomenal y las


percepciones de la misma. (Glosario Teosófico, HPB)
Primer encuentro de los fundadores 7

general F. J. Lippitt y Mme. Blavatsky (ver “Gente del otro mundo”,


parte II), me habló y escribió; me escribió con cierta frecuencia.
Tenía una escritura de otros tiempos y usaba raras expresiones en
inglés antiguo. Entonces creía en el verdadero “John King”, porque
me parecía que su existencia me era probada con toda la certeza
que fuese posible desear. Pero ahora que he visto lo que HPB era
capaz de producir en materia de ilusiones mayávicas (es decir, hipnó-
ticas) y de dominio sobre los elementales, estoy persuadido de que
“John King” era un elemental burlón que ella manejaba como una
marioneta con el fin de llevar a cabo mi educación. Entendámonos
bien; los fenómenos eran reales, pero no producidos por un espíritu
humano desencarnado. Después de escrito esto, he hallado la prueba
de ello escrito por su mano en nuestro “Álbum de recortes”, Vol. I.
Ella hizo durar la ilusión durante meses —después de tanto
tiempo, no podría decir cuántos— y vi una cantidad de fenómenos
atribuidos a John King; por ejemplo, toda esa serie notable ejecutada
en casa de los Holmes, en Filadelfia, y la que tuvo lugar en casa de la
misma HPB, como lo he dicho antes. John King se presentó prime-
ramente como una personalidad independiente, después John King
como el mensajero y servidor —nunca como igual— de Adeptos
vivos, y, finalmente, como un simple y puro elemental, del que HPB
y otro experto en la materia, se servían para hacer milagros.
Inútil sería negar que durante los primeros tiempos de su resi-
dencia en EE. UU. ella se declaró espiritista y defendió ardiente-
mente al espiritismo y sus médiums contra los ataques de todos
sus enemigos. Sus cartas y artículos en diferentes diarios ingleses
y norteamericanos lo demuestran con evidencia. Entre numerosos
ejemplos, citaré éste:
En resumen, no he hecho más que mi deber: ante todo, para con el
espiritismo, que he defendido lo mejor que pude contra los ataques
de la impostura, oculta con la máscara demasiado transparente de
la ciencia, después, para con dos pobres médiums calumniados
y sin defensa… Pero me veo obligada a confesar que no creo en
realidad haber hecho gran bien —al espiritismo… Lo reconozco
con gran tristeza de corazón, porque comienzo a creer que no
tiene remedio. Desde hace más de quince años, combato por la
bendita verdad, he viajado y la he predicado —aunque no haya
nacido para hablar en público— desde las nevadas montañas
del Cáucaso, hasta los valles arenosos del Nilo. He probado su
realidad por experiencia y por persuasión. Por el espiritismo he
abandonado mi casa y mi vida fácil en una sociedad culta y he
llegado a ser una errante por la faz de la tierra. Ya había visto
8 H ojas de un viejo diario

realizarse mis esperanzas bastante más allá de mi más optimista


deseo, cuando mi mala estrella me condujo a Estados Unidos.
Teniendo a este país por la cuna del espiritismo moderno, acudí de
Francia con algo del entusiasmo del musulmán cuando se acerca
al lugar del nacimiento de su Profeta, etc. (Carta de HPB al Spiri-
tualist, diciembre 13 de 1874).
Los dos “infortunados médiums” de los que habla, eran los Holmes,
de quienes siempre tuve la más pobre opinión, en lo que a calidad
moral se refiere. No obstante, en presencia de HPB, en condiciones
impuestas por mí, he sido testigo en compañía del difunto Robert
Dale Owen y del general Lippitt, de una serie de fenómenos
mediumnímicos absolutamente probados y satisfactorios. Yo
desconfiaba un poco, pensando que tal vez fuese HPB quien sumi-
nistraba el poder necesario para su ejecución y que los Holmes
solos no hubieran podido presentar más que fraudes, o nada. Ahora,
buscando en los viejos álbumes de recortes, encuentro de letra de
HPB el siguiente memorándum que evidentemente destinaba a la
publicación después de su muerte:

NOTA IMPORTANTE
Sí, siento decir que tuve que identificarme con los espiritistas en
el momento en que los Holmes fueron vergonzosamente desen-
mascarados. Tuve que salvar la situación, porque yo había sido
enviada de París a EE. UU. para probar la realidad de los fenó-
menos y la falsedad de la teoría espiritista de los espíritus. Pero
¿cómo podría lograr el éxito? No quería que todo el mundo supiera
que yo podía producir esas mismas cosas a Voluntad. Había reci-
bido órdenes en contra, y, sin embargo, era menester que mantu-
viese viva la fe en la realidad, autenticidad y posibilidad de los
fenómenos en el corazón de aquellos que se habían convertido del
materialismo al espiritismo, pero que volverían a su escepticismo
después del descubrimiento de tanto fraude. Por esto, reuniendo
algunos fieles, fui a casa de los Holmes, y ayudada por M.… y
su poder, evoqué de la luz astral las figuras de John King y de
Katie King; y produje fenómenos de materialización dejando creer
a la masa de los espiritistas que la Sra. Holmes era la médium.
A ella le dio un miedo horrible al ver que esta vez la aparición
era verdadera. ¿Hice mal? El mundo no está todavía preparado
para comprender la filosofía de la Ciencia Oculta; que sepa, por lo
pronto, que existen seres de un mundo invisible, “Espíritus” de los
muertos o elementales, y que el hombre posee poderes ocultos
que pueden hacer de él un dios en la tierra.
Primer encuentro de los fundadores 9

Cuando haya muerto, se apreciará tal vez mejor el desinterés de


mis intenciones. He dado mi palabra de conducir los hombres hacia
la Verdad durante mi vida, y sostendré esa palabra. Que me insulten
y me desprecien, que unos me traten de médium y de espiritista,
y otros de impostora; llegará un día en que la posteridad me cono-
cerá mejor. ¡Oh! ¡Pobre mundo, tan torpe, tan malo y tan crédulo!

Así todo queda explicado: había sido enviada a EE. UU. para difundir
el espiritualismo oriental o brahma vidya* e implantarlo en lugar del
mediumnismo occidental más grosero. Occidente no estaba aún
preparado para recibirlo, y su primer deber fue defender los fenó-
menos reales del “círculo” contra el enemigo jurado y activo de
las creencias espirituales— la ciencia física, materialista, intolerante
con sus jefes y todos sus adherentes. Por lo tanto, lo esencial era
detener el escepticismo materialista y fortificar las bases espirituales
de las aspiraciones religiosas. Esta es la razón de que, en la hora de
la batalla, ella se situase con los espiritistas norteamericanos, y por
algún tiempo hiciese causa común con ellos. Sí, la posteridad le hará
justicia.
Quisiera recordar cuál fue el primer fenómeno que ella manifes-
tase ser producido tan sólo por su voluntad, pero no puedo. Debió
ser poco después de haber comenzado a escribir “Isis sin velo”, y
tal vez fue el siguiente: después de mudarse de Irving Place 16 y
de haber hecho una visita a unos amigos en el campo, alquiló por
algún tiempo un piso en otra casa de Irving Place, muy cerca del
club Lotus y del mismo lado de la calle. Allí fue donde, más tarde,
tuvo lugar la reunión amistosa en que propuse la formación de la
futura Sociedad Teosófica. Uno de los concurrentes era un artista
italiano, el Sr. B.…, antiguo carbonario. En su primera visita, yo
estaba solo con ella en el salón. Hablaron de asuntos italianos, y de
pronto él pronunció el nombre de uno de los más grandes Adeptos.
Ella se sobresaltó como si hubiese recibido una descarga eléctrica,
le miró fijamente en los ojos y dijo en italiano: “¿Qué hay? Estoy
preparada”. Él fingió no prestar atención, pero la conversación giró
desde ese momento hacia la Magia, los Magos y los Adeptos. El Sr. B.
se levantó, abrió una de las ventanas francesas, hizo unos pases al
exterior y de pronto una mariposa blanca entró en la habitación
y voló hacia el techo. HPB rió sin malicia y dijo: “¡Es encantador,
pero yo puedo hacer otro tanto!”. Abrió también la ventana, hizo los
mismos signos y apareció una segunda mariposa blanca que subió
hasta el techo como la otra, la persiguió a través del salón jugando

* Sabiduría divina o Teosofía. (N. del T.)


10 H ojas de un viejo diario

con ella cada tanto, la siguió hacia un rincón y, ¡zas! las dos desapa-
recieron al mismo tiempo mientras nosotros las mirábamos. “¿Qué
quiere decir eso?”, pregunté yo. “¡Oh!, nada, que el Sr. B.… puede
transformar un elemental en mariposa y yo también”. Esos insectos
no eran más que una ilusión.
Recuerdo otras pruebas de su poder sobre los elementales, que
los hindúes llamarían Yakshini Vidya*. He aquí una de las primeras.
Una fría noche de invierno, en que varios palmos de nieve cubrían
el suelo, habíamos trabajado en su libro hasta una hora muy avan-
zada en su piso de la Calle 34. Yo había comido cosas saladas en la
cena, y sintiendo sed, dije como a la 1 a. m.: “¿No sería delicioso
tener unas uvas de invernadero?”. “Ya lo creo”, contestó, “es preciso
tenerlas”. “Pero los comercios están cerrados ya hace mucho y no
podemos comprarlas”, respondí. “No importa, las tendremos a pesar
de eso”. “Pero, ¿cómo?” “Usted lo verá, si quiere tan sólo achicar un
poco la luz de gas sobre la mesa delante de nosotros”. Di vuelta a
la llave, y sin querer apagué la luz. “No hace falta tanto”, dijo ella;
“yo solo quería que usted disminuya un poco la luz. En fin, encién-
dala enseguida”. Había una caja de fósforos a mi alcance, y en un
momento ya tuve encendida la luz. “¡Mire!”, exclamó ella señalán-
dome una estantería para libros, que se hallaba en la pared, frente
a nosotros. Con gran sorpresa de mi parte, dos grandes racimos
de buena uva negra de Hamburgo colgaban de las perillas de cada
extremidad de uno de los estantes, y enseguida nos las comimos.
Cuando le pregunté qué procedimiento había usado, dijo que era
la obra de ciertos elementales sometidos a su poder, y todavía dos
veces más, mientras seguimos viviendo en la llamada “Lamasería”,
renovó el fenómeno y nos procuró frutas para refrescar mientras
trabajábamos en “Isis”.
Poco a poco, HPB me dio a conocer la existencia de los Adeptos
orientales y sus poderes, y me dio la prueba de los suyos con una
multitud de fenómenos. Primeramente, como ya lo he dicho, los
atribuía a “John King”, y fue gracias a su pretendida complacencia
que yo entré en correspondencia personal con los Maestros. He guar-
dado muchas de sus cartas, sobre las que anoté la fecha de su recep-
ción. Durante años, casi hasta mi partida de Nueva York para India,
fui discípulo de la Sección africana de la Fraternidad Oculta, pero
más tarde, (esto fue cuando un maravilloso cambio psicofisiológico
tuvo lugar en HPB, del que no tengo el derecho de hablar y que
nadie hasta ahora ha sospechado, ni aun entre aquellos que creen
haber tenido su máxima intimidad y confianza), fui transferido a la

* Literalmente, conocimiento de los elementales. (N. del T.)


Primer encuentro de los fundadores 11

sección inda, a cargo de otro grupo de Maestros. Porque, tiene que


ser dicho, no hay ni ha habido nunca más que una alianza altruista,
o fraternidad, de estos Hermanos Mayores de la humanidad en el
mundo entero, pero está dividida en secciones, según las necesi-
dades de la raza humana en sus diferentes grados de evolución. El
centro radiante de esta fuerza benefactora se desplaza según los
tiempos. Invisible, insospechada como las vivificantes corrientes del
akasha* pero igualmente indispensable al bienestar espiritual de la
humanidad, su energía combinada y divina se mantiene de edad en
edad y refresca en la Tierra al pobre peregrino que se esfuerza hacia
la Realidad Divina. El escéptico niega la existencia de esos Adeptos
porque no los ha visto, no ha hablado con ellos, y porque la historia
no ha registrado su intervención oficial en los acontecimientos
nacionales. Pero millares de místicos, iluminados y filántropos de
todas las épocas, a quienes la pureza de su alma ha elevado de las
brumas físicas a la claridad de la conciencia espiritual, los han cono-
cido, y en diversas ocasiones ellos han entrado en relaciones directas
con las personas que se dedican o tratan de dedicarse al servicio de
la fraternidad humana. Algunas de ellas, a veces muy humildes y
en apariencia indignas —como nosotros los jefes del movimiento
de la Sociedad Teosófica— han sido favorecidas con su simpatía y
han recibido sus instrucciones. Algunos, como HPB y Damodar, los
han visto al principio en visiones cuando eran jóvenes; otros los
han encontrado bajo extraños aspectos en sitios imprevistos; yo los
conocí por medio de HPB, por un intermediario que mis precedentes
experiencias me hacían más comprensible, John King, un pretendido
“espíritu” manifestándose por un médium me hizo conocer cuatro
Maestros: un Copto, un representante de la escuela Neoplatónica de
Alejandría, otro muy elevado —como un Maestro de Maestros— un
Veneciano, y un filósofo inglés desaparecido del mundo, pero aún
no fallecido. El primero fue mi primer Gurú†, hombre de una rigu-
rosa disciplina y de un viril esplendor de carácter.
Con el tiempo, supe por ellos mismos que HPB era su fiel
servidora, aunque su particular temperamento y su idiosincrasia,
la hacían demasiado opuesta a algunos de ellos para permitirles
trabajar con ella. Esto parecerá menos raro si se recuerda que cada
individuo, adepto o laico, evoluciona según un determinado rayo
del Logos y se halla en simpatía con las almas que dependen de
ese rayo y tal vez en antagonismo en el plano físico, con entidades

* Substancia viva primordial, correspondiente a la concepción de alguna forma


de éter cósmico que interpenetra el sistema solar. (N. del T.)
† Instructor (N. del T.)
12 H ojas de un viejo diario

procedentes de otro rayo. Esta es, probablemente, la ultima ratio* de


lo que se llama antipatía o simpatía magnética, áurica o psíquica.
Sea cual fuere la razón, había Maestros que no podían trabajar con
HPB. Varios, en cambio, la utilizaban y entre ellos hay algunos cuyos
nombres nunca han sido pronunciados, pero con los cuales tuve
mucho que hacer en los comienzos del movimiento de la Sociedad
Teosófica.
HPB me contó, entre otras cosas, cuando estuve preparado para
conocer la existencia de la Fraternidad y de las relaciones que con
ellas mantenía, que ella había llegado a París el año anterior (1873)
con la idea de establecerse allí por algún tiempo bajo la protección
de uno de sus parientes, que vivía en la calle l’Université, pero que
un día recibió de los “Hermanos” la orden terminante de ir a Nueva
York a esperar instrucciones.
Al día siguiente partió sin más dinero que el de su pasaje.
Escribió a su padre para que le enviase fondos a cargo del Cónsul
ruso en Nueva York, pero esto iba a tardar algún tiempo, y como
el Cónsul le negó un préstamo, tuvo que trabajar para vivir. Me
dijo que había alquilado un alojamiento en uno de los barrios
más pobres de Nueva York —Calle Madison— y se ganaba el pan
haciendo corbatas o flores artificiales —no lo recuerdo bien— para
un comerciante hebreo de buen corazón. Ella hablaba siempre con
gratitud hacia este pequeño hombre. Las instrucciones no llegaban,
y el porvenir era un libro cerrado. Pero al año siguiente, en octubre
de 1874, recibió la orden de ir a Chittenden para encontrarse con el
hombre que debía ser su colega para una gran obra; era yo.
Los amigos íntimos recordarán su relato de la historia de
su repentina partida, obedeciendo órdenes, de París a Nueva
York. El Sr. Sinnett lo menciona en “Incidentes en la Vida de
Madame Blavatsky” (p. 146), y ha sido publicado en otras partes. Pero
esas personas no lo han sabido sino mucho tiempo después y sus
enemigos podrían decir que fue una invención tardía, una menti-
rilla acoplada a una pequeña farsa subsiguiente. La casualidad —si
es una casualidad— me ha traído justamente en el momento en que
escribo estas páginas, la corroboración de un apreciable elemento
de prueba. Una dama norteamericana, la Srta. Anna Ballard, una
veterana periodista, miembro vitalicia del “Club de la Prensa” de
Nueva York, que tuvo trato profesional con HPB, desde la primera
semana de su llegada a Nueva York, vino a pasar una temporada en
Adyar. En el curso de la conversación, entre otros hechos menos

* Expresión latina que se traduce literalmente por “última razón” o “último


argumento”, refiriéndose al argumento definitivo y que es muy superior a todo
argumento en sentido contrario. (N. del E.)
Primer encuentro de los fundadores 13

importantes, la Srta. Ballard citó dos que le rogué me diese ense-


guida por escrito, a saber: que HPB, a quien había encontrado en un
sórdido alojamiento, le había dicho que súbita y repentinamente
había dejado París de un día para otro, y también que había visitado
Tíbet. He aquí las propias manifestaciones de la Srta. Ballard sobre
el asunto:

ADYAR, 17 de enero de 1892

ESTIMADO CNEL. OLCOTT: —Conozco a Mme. Blavatsky desde


hace mucho más tiempo del que usted piensa. La vi en julio de 1873
en Nueva York, cuando no hacía aún una semana de su desem-
barco. Entonces era yo cronista del New York Sun y se me había
encargado un artículo sobre Rusia. Durante mis investigaciones
sobre ese tema, un amigo me hizo saber la llegada de esta dama
rusa y fui a verla; así comenzaron esas relaciones, que duraron
varios años. Desde mi primera visita me dijo que no había tenido la
menor idea de dejar París para venir a EE. UU. hasta la noche de
la víspera de su partida; pero no me dijo por qué partió ni lo que la
hizo partir. Recuerdo perfectamente el aire de triunfo con que me
dijo: “He estado en Tíbet”. Entonces no pude comprender el motivo
por el cual ella diese más importancia a ese viaje que a los que
decía haber hecho por Egipto, India y otras partes, pero siempre lo
decía con mucho énfasis y animación. Ahora sé el porqué.
Anna Ballar

A menos que se crea a HPB capaz de haber previsto que la


Srta. Ballard me daría este testimonio en India, diecinueve años
más tarde, el lector de buena fe convendrá que las declaraciones
que hizo a la primera persona que conoció en Nueva York en 1873,
corroboran firmemente las que después hizo a un gran número de
personas, respecto a los dos puntos más importantes en la historia
de sus relaciones con el movimiento Teosófico, (a) su preparación
en Tíbet, y (b) su viaje a EE. UU. en busca de aquel cuyo karma* unía
a ella como coautor para poner en movimiento esta gran ola social.
Ella había hecho un intento, (que fracasó), de fundación de
una especie de Sociedad Espiritual en El Cairo, en 1871 [Ver
Around The World de Peebles, p. 215, e “Incidentes en la Vida de
Madame Blavatsky” de Sinnett, p. 131 y siguientes —Olcott], basán-
dose sobre fenómenos. Fue un fiasco lamentable que la cubrió de

* Destino generado por nuestros propios actos en esta vida, o vidas pasadas.
(N. del T.)
14 H ojas de un viejo diario

ridículo, porque no tuvo a mano a los colaboradores requeridos.


No obstante, ella produjo fenómenos mágicos de los más extraor-
dinarios, con la ayuda de ese mismo Copto y de otro Adepto que
conocí más tarde*. Parece que hubo entonces una loca prodigalidad
de poder y energía psíquica, y que esto indicaba otra cosa bien
distinta de la infalibilidad personal o la inspiración divina. Nunca
he podido comprender eso. En cuanto a la Sociedad Teosófica, todo
tiende a hacer ver que su evolución ha sido gradual, dirigida por las
circunstancias y el resultado de fuerzas opuestas, que ha pasado por
caminos, ya floridos, ya ásperos, y que su prosperidad ha dependido
de la sabiduría o la tontería de su dirección. Su orientación general
y sus ideas motrices se han conservado idénticas, pero su programa

* Ver un artículo publicado en el Frank Leslie’s Popular Magazine de febrero de


1862, ilustrado con fantásticos grabados, pero que entre muchas mentiras decía
algunas cosas ciertas. Su autor, Dr. A. L. Rawson, cita el fracaso en El Cairo del
“intento de la formación de una sociedad de investigaciones ocultas”, y dice
que “Paulos Metamon, un célebre mago Copto, que poseía varios libros muy
curiosos de fórmulas astrológicas, encantos mágicos y horóscopos, los cuales
tenía verdadero placer en mostrarlos a personas convenientemente recomendadas”,
había aconsejado esperar. El doctor Rawson dice que ella (HPB) había dicho a la
condesa Kazinoff “que había penetrado por lo menos en uno de los misterios
del Egipto, y lo había probado sacando una serpiente viva, de un saco oculto en
los pliegues de su vestido”. He sabido por un testigo ocular, que durante la resi-
dencia en El Cairo de HPB, los fenómenos más extraordinarios se producían en
las habitaciones donde se hallaba; por ejemplo, que una lámpara se levantó de
la mesa en que estaba colocada y por el aire se trasladó a otra, como si alguien
la hubiese llevado; que ese mismo Copto misterioso desapareció de pronto del
sofá en el que estaba sentado; y otras maravillas, pero no milagros, puesto que la
ciencia enseña ahora la posibilidad de la inhibición de los sentidos de la vista, el
oído, el tacto y el olfato, por sugestión hipnótica. Sin duda alguna, una sugestión
de esta clase hizo ver a los asistentes la lámpara en movimiento por el espacio,
pero no la mano que la llevaba, y les hizo creer en la desaparición del Copto.
Era lo que HPB llamaba “un truco psicológico”, pero no por eso dejaba de ser un
hecho real y científicamente importante. Los sabios afirman la verdad de la inhi-
bición, pero confiesan su ignorancia acerca de su mecanismo. Los doctores Binet
y Féré, en su célebre obra Le Magnetisme Animal, dicen: “¿Cómo ha producido el
experimentador ese curioso fenómeno? No sabemos nada de ello. Registramos
tan sólo el hecho externo, o sea que cuando se asegura a un sujeto sensitivo que
un objeto presente no existe, esta sugestión tiene por efecto directo o indirecto,
la producción en el cerebro del sujeto, de una anestesia local, correspondiente
al objeto designado. ¿Pero, qué es lo que sucede entre la sugestión verbal, que
es el medio, y la anestesia sistemática, que es el resultado?… Aquí las leyes de
la asociación, que tanto nos ayudan para resolver los problemas psicológicos,
nos abandonan completamente”. ¡Pobres principiantes! No ven que la inhibición
obra sobre el hombre astral, y que los magos orientales son más fuertes que ellos
para producir “trucos psicológicos”, sencillamente porque conocen más sobre
psicología y pueden alcanzar al Observador que contempla a este triste mundo
ilusorio, a través de las ventanas del cuerpo: al ser inhibidos los nervios telefó-
nicos, es como si se cortasen los hilos telegráficos, entonces ningún telegrama
puede ser transmitido. (Olcott)
Primer encuentro de los fundadores 15

se ha modificado, ampliado y mejorado, a medida que nuestros


conocimientos crecían y que la experiencia sugería su utilidad.
Todo me demuestra que el movimiento es tal y como había sido
preparado de antemano por los Sabios que lo vigilan, pero que todos
los detalles eran dejados a nuestros esfuerzos personales. En caso de
fracaso por nuestra parte, otros habrían heredado nuestro karma,
así como yo sucedí a los del grupo que fracasó en El Cairo en 1871.
A propósito del crecimiento de nuestros conocimientos, mirando
hacia atrás, puedo constatar la continuada expansión de mis propias
ideas, un sentimiento más profundo de la verdad y una mayor capa-
cidad para asimilar y difundir ideas. Mis artículos publicados y mis
cartas escritas entre 1875 y 1878, lo prueban claramente. Cuando yo
era un niño (en ocultismo), hablaba como un niño, de una manera
frecuentemente dogmática y como un novicio pretencioso.
Nunca me dijo HPB en esos primeros tiempos algo que pudiese
hacerme pensar que ella hubiera recibido la menor indicación de
nuestras futuras relaciones, ni de lo que debería ser la Sociedad
Teosófica hasta el momento en que fue enviada a encontrarme en
Chittenden. Como lo he dicho antes, por ella misma sabemos que
fue enviada de París a Nueva York por el interés del Espiritualismo,
en el mejor sentido de la palabra*, y antes de nuestro encuentro,
había asistido a sesiones y frecuentado médiums sin manifestarse
nunca en público. En mayo de 1875, yo intenté organizar, con su
concurrencia, un círculo privado de investigaciones, con el nombre
de “Club de los Milagros”. Ella habla así de esto en el “Álbum de
Recortes” (Vol. I):
Una tentativa, según orden recibida de T* B* (un Maestro) por
intermedio de P. (un elemental que hacía de John King). Orden de
comenzar a decir la verdad al público, sobre los fenómenos y los
médiums. ¡Y ahora, mi martirio va a comenzar! Tendré a todos los
espiritistas en contra, más los cristianos y los escépticos.
Que tu voluntad, oh M., sea hecha.
HPB

Nuestro proyecto era cerrar las puertas a todo el mundo, salvo a


los miembros del club, que deberían mantener secreto el lugar de
las reuniones. “Todas las manifestaciones, incluso las materializa-
ciones, se producían en plena luz, sin gabinete”. [Spiritual Scientist,
del 19 de mayo de 1876]. Si se tomase esta nota de HPB al pie de la

* En inglés, la palabra spiritualism significa “espiritualismo” y también “espiri-


tismo”, aunque últimamente se ha generalizado la palabra spiritism, pero más
bien con aplicación a la escuela francesa fundada por Allan Kardec. (N. del T.)
16 H ojas de un viejo diario

letra, parecería que nunca hubiese habido Sociedad Teosófica —así


parece, digo— si el médium destinado al “Club de los Milagros” no
nos hubiera abandonado, impidiéndome de ese modo terminar su
organización.
Del libro del Sr. Sinnett extraigo la coincidencia de que ella llegó
a Nueva York el 7 de julio de 1873; es decir, el séptimo día del
séptimo mes de su 42° año (6 x 7), y que nuestro encuentro no
se efectuó hasta que yo alcancé mis cuarenta y dos años. Además,
agregaré que ella murió en el séptimo mes del 17° año de nuestra
relación Teosófica. Unido a esto el hecho reciente, que últimamente
publiqué en The Theosophist: que la Sra. Annie Besant solicitó de HPB
su admisión en la Sociedad, el séptimo mes del 17° año después de
su ruptura final con la comunión cristiana, y tendrán una bonita
serie de coincidencias a tener en cuenta*.

john king

*  El coronel Olcott había predicho que él moriría un día 7 o 17, y en efecto, murió
el 17 de febrero de 1907. La suma de las cifras de este año da también 17. (N. del T.)
CAPÍTULO II
Madame Blavatsky en Estados Unidos
1874

H
E hallado una carta, de una amiga de Mme. Blavatsky,
bastante más antigua aún que la Srta. Ballard, y de cuya
existencia me había olvidado por completo. La Srta. Ballard
la conoció en Nueva York desde la semana de su llegada de Francia,
pero la Dra. Marquette ya la conocía en París, antes de que comen-
zase la larga y brillante carrera que debía continuar per aspera ad
astra* y terminar aparentemente en el horno crematorio de Woking,
en 1891, pero que en realidad, continuó más allá. Las insinuaciones
de quienes expresan que llevó en Francia una vida desordenada el
año 1873, caen ante la espontánea declaración de esta médica, que
personalmente conocí en Nueva York, pero que, según creo, ya ha
muerto. He aquí lo que ella escribió:

Nueva York, 26 de diciembre de 1875


Estimado señor:
Respondiendo a sus preguntas, debo decirle que conocí a
Mme. Blavatsky en París, en 1873. Entonces vivía ella con su
hermano el Sr. Hahn, y un amigo íntimo de éste, el Sr. Lequeux,
en un appartement† de la calle du Palais. Yo la veía casi todos los
días, y de hecho pasaba con ella la mayor parte de mi tiempo,
cuando no me encontraba en el Hospital o en clase. Por lo tanto,

* “A través de las dificultades, hacia las estrellas”, en latín. (N. del E.)
† Un “appartement” [en francés] no significa, lo mismo que para nosotros, un
único cuarto, sino una suite con habitaciones tales como: recepción, comedor,
dormitorios, cocina y cuartos de sirvientes. (Olcott)
18 H ojas de un viejo diario

estoy en situación de poder certificar personalmente acerca de su


conducta. Me siento feliz al poder decir que su conducta fue unex-
ceptionable [intachable] y digna de todo respeto. Empleaba su
tiempo en pintar o en escribir, casi sin salir de su habitación. Tenía
pocas relaciones, y entre ellas, el Sr. y la Sra. Leymarie. Considero
a Mme. Blavatsky como una de las mujeres más interesantes y
apreciables que yo haya conocido antes y después de mi vuelta de
Francia, he renovado con ella las relaciones y la amistad.
Le saluda, atentamente
L. M. MARQUETTE, Dra. en Medicina

En el capítulo precedente hemos visto que HPB había dejado París


por Nueva York de un día para otro por orden de sus Maestros y
casi sin dinero. Recuerdo una anécdota que pone de relieve uno
de los rasgos de este carácter tan complejo: la impulsiva genero-
sidad de su naturaleza. Poseía un billete de primera clase desde
Le Havre a Nueva York y había ido al muelle, ya sea para ver su
barco, o para embarcarse, cuando su atención fue atraída por una
pobre campesina sentada en el suelo con uno o dos niños, y que
lloraba amargamente. HPB se aproximó a ella y supo que la infeliz
venía de Alemania para unirse a su marido, que se encontraba en
EE. UU., pero que un ladrón agente de emigración le había vendido
en Hamburgo unos pasajes falsos. Se hallaba ahí, impotente y sin
dinero; la compañía no podía hacer nada y ella no tenía parientes ni
conocidos en Le Havre. El corazón de nuestra amable HPB se sintió
tan conmovido, que dijo enseguida: “No importa, buena mujer, voy
a ver si puedo hacer algo”. En vano ensayó sobre el inocente agente
de la compañía sus poderes de persuasión (y de reprimenda); por
último —careciendo de dinero disponible— ¡cambió su billete de
primera por billetes de emigrantes para ella misma y para la pobre
mujer con sus hijos! Muchas personas “bien” y “respetables”, han
demostrado con frecuencia su horror por las excentricidades de HPB,
incluso por su costumbre de blasfemar, pero pienso que una sola
acción generosa como la citada, ¡borraría del gran Libro de Cuentas
Humanas, páginas enteras de faltas de corrección mundanas! Que
los que lo duden traten de hacer otro tanto.
Hemos visto que la Srta. Ballard encontró a HPB en una mise-
rable casa de obreros en una calle pobre de Nueva York, hasta que
recibió fondos, ganándose honradamente la vida haciendo corbatas.
Esto era en julio de 1873. En octubre siguiente, su querido padre, que
siempre se había mostrado paciente e indulgente hacia ella, murió,
y el 29 del mismo mes recibió un telegrama fechado en Stavropol,
en el que su hermana “Elisa” le daba la noticia y le informaba del
Madame Blavatsky en Estados Unidos 19

importe de su herencia, anunciándole el envío de un cheque de


1000 rublos. [En este momento tengo el telegrama ante mi vista
—Olcott]. Recibió el dinero por correo y dejó su alojamiento por
otro mejor en la ciudad de Nueva York: Unión Square, calle 16 Este,
Irving Place, etc. En este último domicilio es donde la encontré
al volver de la Granja de los Eddy. Su dinero no envejeció en sus
manos, por cierto, porque como dice el Sr. Sinnett en su libro, si
bien ella sabía soportar con una paciencia extrema las miserias de
la pobreza cuando era necesario, también apenas le caía el dinero
como llovido, lo derramaba a todos los vientos y a manos llenas,
con la mayor imprudencia. Poseo un documento que lo demuestra
tan claramente, que es menester citarlo. Es un contrato titulado:
“Contrato de sociedad, formada el 22 de junio de 1874, entre C…
G… por una parte, y Helena Blavatsky por otra”. La cláusula primera
demuestra que la sociedad tiene por fin “explotar la tierra y granja
en N…, Condado de…, Long Island”, propiedad de C. G.; la Cláusula
2 dice, “dicha sociedad comenzará el 1° de julio de 1874, y conti-
nuará por un período de tres años”. La Cláusula 3 establece que C.
G. aporta a la sociedad el uso de su granja a cambio de la suma de
mil dólares que le abonará Mme. Blavatsky. Por la Cláusula 4 “todos
los productos de dicha granja en cosechas, aves y otros productos,
serán repartidos entre ambos socios, así como todos los gastos” por
igual. Cláusula 5, y última, C. G. se reserva la propiedad de la tierra.
El documento está debidamente firmado y sellado por las partes,
asistidas por sus testigos.
Cualquiera hubiese previsto lo que sucedió: HPB fue a vivir a
la granja, no obtuvo ningún beneficio de ella, se querelló, generó
deudas, y entabló un bonito proceso, que algunos amigos le ayudaron
a terminar más tarde. Así terminó su sueño bucólico sobre las
ganancias con la venta de productos primarios, aves, huevos, etc.
Tres meses después se reunió conmigo en casa de los fantasmas del
Vermont, ¡y las ruedas de nuestro carro de guerra comenzaron su
profético rodar sobre las más bajas capas del akasha!
En noviembre de 1874 [HPB] me escribió una carta firmada “Jack
el Pappoose”, rogándome le obtuviese un pedido de cuentos fantás-
ticos para cierto diario, porque, según decía, pronto se encontraría
“seca”, y me daba en ella los más fantásticos datos sobre su genea-
logía por ambos lados, hablando como demócrata, pero mostrando
claramente que nadie tenía más derechos que ella para estar orgu-
llosa de su linaje. Me dice que el Daily Graphic la hizo entrevistar y
le pidió su retrato. Dado que millares de retratos suyos han llenado
después el mundo, es interesante citar una frase o dos suyas a
propósito de su primera experiencia de esa clase.
20 H ojas de un viejo diario

sobre de una carta enviada fenoménicamente

¿Creerá usted que esa gente del Graphic me ha hecho todas las
picardías posibles para obligarme a darles mi retrato? Me han
enviado al Sr.  F. para hacerme hablar sobre mi intervención [se
refiere a los Eddy —Olcott] y mi deseo de hacerles insertar mi
artículo contra… Beard. Creo que querían generar sensación y
apoderarse de mi bella nariz y mi espléndida boca… Les dije que
la naturaleza me había dotado de una patata por nariz, pero que
no les iba a permitir que se divirtiesen con ella, por más legumi-
nosa que fuese. Se defendieron con gran seriedad, lo que me hizo
reír y ya sabe usted que “celui qui rit est desarmé” [el que ríe está
desarmado].
Un conocido médico de Nueva York, el Dr. Beard, que fue atraído a
Chittenden por mis notas en el Graphic, había presentado una expli-
cación absurda y tonta diciendo que los fantasmas de los Eddy eran
un mero engaño, y ella lo refutó vehementemente en una carta del
27 de octubre que fue publicada el 30 de octubre en el Graphic. Su
carta fue una defensa tan valiente y brillante de los Eddy, así como
su testimonio sobre las siete “formas espirituales” que ella misma
había reconocido muy convincentes, que inmediatamente se vio
envuelta en una publicidad que nunca más la abandonó. Esta fue la
primera vez que apareció públicamente su nombre en los Estados
Unidos en relación con misterios psicológicos, porque si no me
equivoco, yo la menciono un poco más tarde en el Graphic, a raíz
de su llegada a Chittenden. Sin embargo, sea como fuere, su arre-
metida contra el Dr. Beard fue la causa principal de su mala fama.
Madame Blavatsky en Estados Unidos 21

Todo el mundo estaba fascinado por el empuje y la vivacidad


de sus ataques, el tono de camaraderie de su conversación y de sus
artículos de entonces, tanto como por su espíritu brillante, unido al
desprecio de todas las hipocresías sociales y la ordinariez, así como
maravillándolos con sus poderes psíquicos. La erudición de “Isis
sin velo” no la había aún aureolado, pero constantemente recurría
a una memoria que almacenaba una gran cantidad de recuerdos
personales, de peligros, de aventuras y de ciencia oculta, que no
era igualada ni podía por lejos parangonarse con nadie en EE. UU.,
que yo sepa. ¡Qué diferente era su personalidad de entonces de la
que más tarde se ha conocido consagrada a la obra vital, de la que
todo su pasado era sólo la preparación! Sí, la HPB de que hablo, en
la intimidad de la cual he vivido en un pie de perfecta igualdad, que
desbordaba de exuberancia, y a quien nada le agradaba más que una
canción cómica o una historia divertida no era la HPB de India o de
Londres, y no se la hubiera reconocido en la colosal mente de los
últimos años. Cambió mucho, pero nunca mejoró en un sentido:
el de discernir en la elección de sus amigos y confidentes. Podría
creerse que ella solo trataba con los yoes internos de los hombres y
que no percibía las debilidades ni la corrupción de sus envolturas
corporales y visibles. Del mismo modo que daba su dinero al primer
miserable recién llegado que le contaba mentiras, establecía íntima
amistad con personas que estaban de paso, y que eran las menos
dignas de tal honor. Su confianza pasaba de uno a otro, y todos eran
en primera instancia muy apreciados, pero, por lo general, pronto
se producían las desilusiones y disgustos, sin que sirviesen para
tener en el futuro más prudencia. Ya he hablado del intento de
formación del “Club de los Milagros” para el estudio de la psicología
práctica. El médium propuesto pertenecía a muy buena familia, y
hablaba tan honradamente que creímos haber hallado alguien de
gran valía. No tenía un céntimo, y como HPB no tenía entonces
dinero tampoco, llevó a empeñar su larga cadena de oro para entre-
garle el importe del préstamo. Aquel miserable no se contentó con
abandonarnos como médium, sino que, según se nos dijo, difundió
calumnias sobre su benefactora. Siempre le pasó lo mismo a HPB
hasta el fin de su vida; la ingratitud y la cruel malignidad de los
Coulomb no fueron más que uno de los disgustos de una larga serie.
La historia de esta cadena de oro es interesante; recuperada de la
casa de empeño, ella la uso más tarde en Bombay y en Madrás. En
la Novena Convención Anual de la Sociedad, efectuada en Adyar, se
abrió una suscripción para crear el Fondo Permanente. HPB puso
su cadena en subasta y fue comprada por el Sr. E. D. Ezekiel, quien
entregó el importe al Tesorero de la S. T. para el Fondo mencionado.
22 H ojas de un viejo diario

Antes del fin de mi serie de cartas de Chittenden al Daily Graphic,


yo había preparado su publicación en un volumen en Hartford,
Connecticut, y más o menos en la misma época, HPB se fue a
Filadelfia. El espiritismo pasaba por una crisis, como consecuencia
de la denuncia por fraudes de los médiums Holmes, que hizo el
Sr. Dale Owen. Los diarios de ese movimiento perdieron muchos de
sus suscriptores y los libros más populares quedaban en los escapa-
rates de los libreros. Mis propios editores estaban tan inquietos, que
por medio del Sr. Owen pedí a la Sra. Holmes una serie de sesiones
de experiencias, en las que yo impondría las condiciones; fui y llevé
el asunto a feliz término con los colegas antes mencionados. De
allí me fui a Havana, NY, para ver los fenómenos mediumnímicos,
realmente maravillosos, de la Sra. Compton. Las dos series de expe-
riencias fueron incorporadas a mi libro, y pronto publicadas.
HPB se encontraba todavía en Filadelfia y acepté su insistente
invitación para que fuese a tomarme varios días de reposo, después
de mi largo trabajo. Creyendo que no faltaría de Nueva York más
que dos o tres días, no dejé señas en mi oficina ni en mi club para
que me expidiesen la correspondencia; pero viendo enseguida que
ella no me dejaría volver pronto, fui a la Central de Correos para
dar el domicilio de mi casa y pedir que las cartas que allá llegasen
para mí, me fuesen traídas. No esperaba ninguna, pero pensaba
que, en mi oficina, al no tener noticias mías, podrían escribirme al
azar, a la Central de Correos de Filadelfia. Entonces me sucedió algo
sorprendente —conociendo todavía tan poco los recursos psíquicos
de HPB y sus Maestros— y que aún hoy, después de tantos otros
fenómenos, sigue siendo casi un milagro. Para comprender mejor
esto, que el lector tenga a bien observar cualquier carta que le
llegue por correo; verá en ella dos membretes, el de la estafeta de
expedición en la cara anterior y al dorso el de la estafeta de llegada.
Si la carta ha sido reexpedida, debe llevar, por lo menos, esos dos
membretes y, además, una serie formada por los de cada estafeta
por donde pasa hasta alcanzar al destinatario. Pues bien, esa misma
tarde del día en que le di mi dirección a la Central de Correos de
Filadelfia, el cartero me trajo cartas que venían de lejos —creo que
una de Sudamérica; en todo caso, era del extranjero— dirigidas a
mí a Nueva York, y que tenían los respectivos sellos de su estafeta
de origen, pero no el del Correo de Nueva York. En contra de todos los
reglamentos y normas postales, me habían llegado directamente a
Filadelfia sin pasar por el correo de Nueva York. Y nadie en Nueva
York conocía mi domicilio en Filadelfia, porque yo mismo no lo sabía al
partir. Recibí esas cartas de manos del cartero en el momento en que
salía de paseo, de modo que no pudieron ser manipuladas por HPB.
Madame Blavatsky en Estados Unidos 23

Al abrirlas, encontré en los márgenes o en los espacios en blanco, algo escrito


en cada una, con la misma letra que las cartas de los Maestros recibidas en
Nueva York. Las comunicaciones se referían por lo general a mis
estudios ocultos, o eran comentarios sobre el carácter o las inten-
ciones de los que me escribían las cartas. Ese fue el principio de
una serie de fenómenos sorprendentes que se sucedieron durante
los, más o menos, quince días que pasé en Filadelfia. Recibí allí
muchas cartas; ninguna llevaba el membrete del correo de Nueva
York, aunque todas fuesen dirigidas a mi oficina en dicha ciudad.
En la página siguiente, la imagen de uno de los sobres —una
carta del Prof. J. R. Buchanan— mostrará que, aunque dirigida a
mí en Nueva York, la carta fue enviada por el transporte del correo
de Filadelfia sin haber sido reenviada a esa ciudad. El número de
la casa —el hogar de HPB— fue escrito en la Oficina de Correos de
Filadelfia, en el Departamento de Reparto de la Ciudad. El sello de
Nueva York no está en el reverso.
Si analizamos los fenómenos psíquicos producidos por
Mme. Blavatsky o que se produjeron porque ella lo permitió,
veremos que pueden clasificarse así:

1. Aquellos cuya producción exige el conocimiento de las propie-


dades fundamentales de la materia y de la fuerza de cohesión
que mantiene la aglomeración de los átomos; particularmente el
conocimiento del akasha, de su composición, de su contenido y
de su potencialidad.
2. Aquellos que dependen de los elementales sometidos al poder
de la voluntad.
3. Aquellos que, por sugestión hipnótica y transmisión del pensa-
miento, crean sensaciones ilusorias en la vista, el oído y el tacto.
4. Aquellos que presuponen el arte de crear imágenes o
escritos, evocados primeramente con ese fin en el espíritu del

Adepto-operador; por ejemplo, la precipitación, de un dibujo


o de un texto, sobre papel o cualquier otra substancia, de una
carta, una imagen o un signo, etc., sobre la piel humana.
5. Aquellos que provienen de lectura del pensamiento, o de clari-
videncia en el pasado o en el porvenir.
6. Aquellos que suponen relaciones espontáneas entre su espíritu
y el de otras personas dotadas psíquicamente tanto o más que
ella misma. O bien, a veces, la subordinación de su voluntad y de
toda su personalidad, a otra entidad.
24 H ojas de un viejo diario

7. Aquellos de la clase más elevada, por los cuales, y usando de la


penetración espiritual, intuición o inspiración —es lo mismo,
con diferentes nombres— ella consultaba los tesoros de sabi-
duría humana, acumulados en los archivos de la Luz Astral.
Mis observaciones de veinte años me permiten creer que todas
las historias que ya he relatado y las que más adelante referiré,
entran en una u otra de esas agrupaciones.
Un escéptico diría que mis clasificaciones son arbitrarias y
mis hipótesis fantásticas. Me pediría que probase la existencia de
los espíritus elementarios, la de la clarividencia y la posibilidad
de los aportes [materializaciones] a distancia, negaría que alguien
supiese algo positivo sobre la naturaleza de la cohesión, etc. Mi
única respuesta sería decir lo que he visto, lo que otros han visto, y
desafiar a mi escéptico a que descubra otras leyes naturales imagi-
nables, diferentes de las que he enumerado, capaces de explicar los
hechos —los hechos innegables. Si se recurre a la teoría de los mila-
gros o de la intervención diabólica, me vería reducido al silencio,
porque entonces no hay argumentación posible. No me considero
capaz de explicar todos los fenómenos de HPB, porque para eso
sería menester saber tanto como ella, cosa que no pretendo.
CAPÍTULO III
Los fenómenos de Filadelfia
1875

U
NA experiencia de HPB, de la que fui agente pasivo poco
después de mi llegada a Filadelfia, reduce el fenómeno de
transporte de cartas con precipitación de escritura al interior
de sobres cerrados, a su más simple expresión. He aquí los hechos:
ella hacía hablar a una mesa por medio de golpes dados en su inte-
rior, con o sin contacto de sus manos; los golpes eran a veces fuertes
y a veces débiles —su mano a veces era mantenida a 15 centíme-
tros encima de la mesa y otras veces puesta sobre la mía, que a su
vez reposaba de plano sobre la tabla. Los golpes marcaban letras del
alfabeto, que yo escribía en papeles y estos formaban mensajes del
pseudo John King. Algunos de esos mensajes relativos a terceros,
parecieron valer la pena de ser guardados, y un día, al volver a la
casa, compré una libreta de cronista, y al llegar se la mostré, expli-
cándole mi intención. Ella estaba sentada y yo de pie. Sin tocar la
libreta ni hacer ningún signo místico, me dijo que me la pusiera en
el pecho, lo que hice, y al cabo de un instante me dijo que la sacara
y mirase dentro. He aquí lo que encontré, dentro de la tapa, escrito y
dibujado con mina de lápiz en el papel blanco del forro:

“John King
Henry de Morgan,
su libro.
4° día del cuarto mes, en el año 1875 d. C.”.
26 H ojas de un viejo diario

Debajo de esto, el dibujo de una joya rosacruz; sobre el vértice


de la corona con piedras, la palabra Destino y debajo su nombre,
“Helena”, seguido de algo borroso que parece un 99, otra cosa
borrada y un simple +. En el sitio más estrecho, allí donde la cabeza
del compás entra en la corona, las iniciales I. S. F.; bajo las iniciales
un monograma de las letras A, T, D, y R, la T bastante más grande
que las otras. En una punta del compás mi nombre, en la otra el de
un habitante de Filadelfia, y a lo largo del fragmento de arco que
liga las dos puntas del compás, estas palabras: “Los caminos de la
Providencia”. En este momento tengo el libro delante de mí y hago
la descripción según el dibujo. Uno de los detalles más notables de
este ejemplo de dinámica psíquica, es que nadie más que yo había
tocado la libreta después de su compra, que había estado en mi
bolsillo hasta el momento en que se la mostré a HPB desde una
distancia de unos 60 cm o 90 cm; lo había guardado por su indi-
cación, en mi pecho, y lo retiré al cabo de un instante, y la preci-
pitación del dibujo y la escritura con mina de plomo tuvo lugar
mientras la libreta estuvo en el interior de mi chaleco. Además,
la escritura es muy singular; las “e” son como épsilon y las “n” se
parecen a las pi griegas; es una curiosa escritura, completamente
personal, que no se parece en nada a la de HPB, pero que es idéntica
a la de todas las comunicaciones de “John King”, de la primera a
la última. Era menester que HPB, en posesión entonces del poder
de precipitación, hubiese transportado al papel las palabras escritas
en su espíritu en esa caligrafía especial; o si se supone que otro
experto en ese arte hubiera obrado en su lugar, debió actuar de ese
mismo modo —es decir, crear primeramente la imagen mental de
esas palabras y del dibujo, e inmediatamente efectuar la precipita-
ción, haciéndolos visibles sobre el papel, como si fuesen trazados
con lápiz. Al cabo de diecisiete años, ese psicograma es aún legible,
y algunas partes —no todas— tienen todavía el brillo del grafito;
las otras parecen estar en el espesor del papel. He notado precipita-
ciones hechas al lápiz, a la acuarela, al lápiz azul, rojo y verde, a la
tinta y en oro; asimismo formaciones de substancias sólidas; pero
el mismo principio científico parece ser común a todos estos fenó-
menos, o sea la objetivación de imágenes previamente “visualizadas”
en el espíritu del experto, por el empleo de la fuerza cósmica y de la
materia difundida en el espacio. La imaginación es aquí la divinidad
creadora oculta, la fuerza y la materia son sus instrumentos.
Los días y las noches de mi permanencia en Filadelfia fueron
ocupados por completo con lecturas ocultas, enseñanzas y fenó-
menos. Entre todos los amigos de HPB, los más agradables y simpá-
ticos eran el Sr.  y la Sra. Amer y los Sres. D. Evans y J. Pusey, en
Los fenómenos de Filadelfia 27

presencia de los cuales se produjeron diversos fenómenos. Entre


otros, recuerdo que una tarde hizo desaparecer de pronto una foto-
grafía que estaba en la pared y la reemplazó por un croquis de John
King, mientras alguien miraba la fotografía citada. Poco a poco, me
impregnaba de las teorías orientales sobre el espíritu, los espíritus, la
materia y el materialismo. Sin que HPB me pidiera que abandonase
la hipótesis espiritista, me hizo ver y sentir que, como verdadera
ciencia, el espiritismo no existe en realidad sino en el Oriente, y que
sus únicos Adeptos son los alumnos de las escuelas orientales de
ocultismo. A pesar de mi sincero deseo de hacer justicia a los espiri-
tistas, debo decir que hasta hoy, ninguna teoría científica de los fenó-
menos mediumnímicos, capaz de abarcar todos los hechos, ha sido
propuesta y generalmente aceptada por ellos, y que no he visto una
prueba convincente de que los occidentales hayan descubierto un
sistema para evocar los espíritus o producir fenómenos a voluntad.
Nunca he conocido a un médium que estuviese en posesión de un
mantra* o de una vidya (método científico), como los numerosos que
existen desde hace siglos en los países orientales. Ver, por ejemplo, el
artículo de The Theosophist de mayo de 1892, titulado “Una Evocación
por Hechicería”. Así, mientras que los otros amigos de HPB y yo
éramos inducidos a creer que los fenómenos casi diarios de John
King, eran producidos por una entidad desencarnada, el célebre
filibustero Sir H. Morgan, y que HPB sólo le servía de médium o
ayudante voluntario, ella efectuó cosas que exigen conocimientos
mágicos. Daré de esto un ejemplo, haciendo resaltar que las mayores
inducciones científicas han salido de observaciones corrientes: como
la caída de una manzana, el levantarse la tapa de una marmita, etc.
Viendo un día, que las servilletas en su casa brillaban sobre todo
por su ausencia, compré varias en una pieza y las llevé a la casa. Las
cortamos y ella quiso ponerlas en la mesa sin hacerles el dobladillo,
pero en vista de mis protestas, preparó alegremente su aguja. Apenas
había comenzado, cuando dio un puntapié bajo la mesa de costura,
diciendo: “¡Quítate de ahí, bobo!” “¿Qué pasa?”, pregunté. “Oh, nada,
es que una bestezuela de elemental me tira del vestido para que le
dé algo que hacer” “¡Qué suerte! —exclamé— esa es nuestra ocasión;
dele usted las servilletas para que les haga el dobladillo. ¿Para qué
aburrirse con ellas, y además para hacerlo tan mal?” Ella se rió y me
dijo algunas tonterías para castigarme por mi descortesía, pero en
principio no quiso dar ese placer al pobre esclavo que estaba debajo
de la mesa deseando demostrar su buena voluntad. No obstante,

* Palabras con poder mágico, cantadas por lo general en determinadas notas, o


acompañadas de cierta música. (N. del T.)
28 H ojas de un viejo diario

terminé por convencerla. Me dijo que encerrase las servilletas, las


agujas y el hilo en una biblioteca con puertas de cristales y cortinillas
verdes, que se encontraba al otro extremo de la habitación. Volví a
sentarme junto a ella y la conversación volvió al único e inagotable
tema que embargaba nuestros pensamientos: la ciencia oculta. Más
o menos como al cuarto de hora o veinte minutos, oí un pequeño
ruido, parecido al grito del ratón, debajo de la mesa y HPB me dijo
que “ese pequeño horror” había terminado las servilletas. Abrí la
puerta de la biblioteca y hallé la docena de servilletas dobladilladas,
pero tan mal que la última aprendiza de la escuela de costura de un
asilo, no lo hubiera podido hacer peor. Pero estaban dobladilladas,
no podía dudarse de ello, y esto había sucedido en el interior de una
biblioteca cerrada con llave y a la que HPB no se aproximó para nada
en ese tiempo. Eran las 4 p. m. y era pleno día. Estábamos solos en la
habitación y nadie entró antes de terminar.
Su casa de Filadelfia estaba construida según el plano corriente en
la localidad: un cuerpo de edificio sobre la fachada y un ala detrás;
tenía en planta baja el comedor y arriba alcobas o salas. El dormi-
torio de HPB estaba sobre el frente, y en el primer piso (en EE. UU. se
llama el segundo). Al volver de la escalera se hallaba el salón donde
fueron dobladilladas las servilletas, y por su puerta abierta podía
verse al otro lado del pasillo el dormitorio de HPB, siempre que
su puerta también estuviese abierta. Un día estaba ella conmigo en
el salón, cuando se levantó para traer algo de su habitación. La vi
subir los pocos escalones y entrar en su cuarto, dejando la puerta
abierta. Pasaba el tiempo y no volvía. Seguía esperando, hasta que
con temor de que se haya enfermado, la llamé. No me respondió.
Algo inquieto, y sabiendo que no podía hacer nada de particular ya
que la puerta estaba abierta, subí, la llamé, miré por la habitación, y
nada, no estaba. Llegué hasta abrir el escritorio y a mirar debajo de la
cama. Había desaparecido sin que fuese posible salir normalmente,
porque el dormitorio era como un cul de sac [callejón sin salida], no
tenía más salida que la puerta que daba a la escalera. Comenzaba
a no asombrarme de nada después de tantos fenómenos, pero éste
me intrigaba y atormentaba. Volví al salón, y fumándome una pipa
traté de resolver el problema. Téngase en cuenta que esto sucedía en
1875, y, por lo tanto, es preciso hacerlo notar, años antes de que la
escuela de la Salpêtrière hubiera vulgarizado sus experiencias sobre
el hipnotismo, de manera que no podía imaginarme que yo estaba
siendo objeto de un bonito ensayo de sugestión mental y que HPB
había sencillamente prohibido a mi órgano visual que percibiese su
presencia en la habitación, hallándose tal vez a dos pasos de mí. Al
cabo de cierto tiempo, salió tranquilamente de su cuarto, atravesó el
Los fenómenos de Filadelfia 29

pasillo y vino hacia donde yo estaba en el salón. Cuando le pregunté


de dónde venía, me respondió riéndose que, teniendo que atender
un asunto oculto, se había hecho invisible. Pero no quiso explicarme
cómo. Nos hizo la misma broma a mí y a otros, antes y después de
nuestra partida para India, pero la última vez bastante antes de que
yo tuviese conocimiento de la fácil solución del problema mediante
hipnotismo. Como ya lo he dicho en el capítulo primero, la superio-
ridad de la sugestión hipnótica oriental sobre la occidental se basa en
que la inhibición de los órganos del sujeto se produce por mandato
mental no expresado. Al no estar en guardia el sujeto, no ofrece
resistencia y la ilusión se produce sin que tenga la menor sospecha
que la experiencia se hizo a su costa.
Como no tomé medidas en el momento, me veo obligado a
conceder que el siguiente hecho pudo no ser también más que un
caso de sugestión. HPB usaba entonces sus cabellos enmarañados,
sin peinetas ni horquillas, y sin recogerlos; su largo cabello llegaba
hasta el lóbulo de las orejas. Un día volví a casa a comer, y al ver
su puerta abierta como de costumbre, me detuve para conversar
un poco antes de subir a mi cuarto en el piso superior. Ella estaba
junto a una de las ventanas, y destacándose su cabeza en plena luz,
me llamó especialmente la atención la masa de sus cabellos y su
aparente desorden. Observé también el reflejo de la luz sobre el
papel brillante, color gris pálido, que cubría el cielo raso. Después
de intercambiar unas palabras, subí de prisa, pero no hacía ni un
minuto que había subido, cuando me gritó que bajase. Obedecí ense-
guida y la vi en el mismo sitio aún, pero sus cabellos habían crecido
hasta llegar a sus hombros. No dijo nada de eso, pero señalando al
techo sobre su cabeza, dijo: “He ahí algo que John ha dibujado para
usted”. No recuerdo bien lo que era, pero me parece que debía ser
una enorme cabeza de hombre y algunas palabras o símbolos alre-
dedor. Todo hecho al lápiz, en el mismo sitio que antes de subir había
visto vacío. Toqué entonces sus largos cabellos y le pregunté iróni-
camente dónde compraba su cosmético, porque era un producto
bien notable, ya que hacía crecer los cabellos dos pulgadas en tres
minutos. Contestó algo gracioso y me dijo que no me ocupase de
cosas sin importancia, que la Naturaleza le gastaba a veces esas
bromas, y que no era para ver eso para lo que me había llamado,
sino para mostrarme la obra de John King en el cielo raso.
Dado el tiempo transcurrido entre mi salida y vuelta a la habi-
tación, y la altura del techo, que ella no hubiese podido alcanzar
ni subiéndose a una silla o una mesa, supongo ahora que hubiera
podido obrar de dos maneras: o bien tranquilamente durante
mi ausencia, subir en una escalera, hacer el dibujo e impedirme
30 H ojas de un viejo diario

hipnóticamente que la viese al volver de la calle; o bien usar un


procedimiento instantáneo de precipitación, mientras yo subía y
bajaba al otro piso. Puedo perfectamente certificar que el dibujo era
invisible a mi llegada, y si el lector quiere especular acerca del cómo
y el porqué, le es menester aceptar mi testimonio por lo que es. Lo
que me hace suponer que el alargamiento de los cabellos de HPB fue
puramente ilusorio, es que no puedo recordar si fue duradero o si
los cabellos parecieron recobrar su apariencia corriente ese mismo
día o al siguiente. En India, y más tarde en Europa, se han conocido
sus cabellos recogidos en un rodete y retenidos por una peineta,
pero sólo pasados varios años después de nuestro encuentro, ella
los dejó crecer bastante para eso; no estoy seguro, pero me parece
que fue durante nuestra visita a los Sinnett en Simla; de manera que
debo tener razón al considerar ese aparente alargamiento sólo una
maya efectuada como broma. Pero sucedieron a sus cabellos cosas,
muy, muy raras; más adelante las contaré. Y lo más extraordinario
fue lo acaecido a mi barba una noche, como oportunamente se verá.
A propósito de sus chanzas, puede decirse que gastó en ellas durante
los años de nuestra intimidad, más fuerza psíquica que la que
hubiese hecho falta para convencer al cuerpo entero de la Academia
de las Ciencias, empleándola discretamente. La he oído hacer sonar
campanillas astrales cuyo sonido se perdía en el ruido de la conver-
sación, producir golpes que nadie oía más que yo, y efectuar otros
fenómenos que pasaban desapercibidos, pero que hubieran aumen-
tado considerablemente su reputación de taumaturga, si hubiese
escogido un momento favorable y de mejores condiciones de obser-
vación. En fin, todo eso ya pasó, y mi deber es relatar, tal como
las recuerdo, las experiencias psíquicas que hicieron admitir a mi
razón crítica, la realidad de la ciencia mágica oriental. ¿No será esto
obrar como verdadero amigo de HPB, a quien se ha calumniado y
negado su poder oculto, con el pretexto de que alimentó a algunos
canallas en su mesa y dio calor en su seno a traidores? Me refiero
a tiempos y hechos de la era preCoulombina. Entonces, verdaderos
Adeptos daban la enseñanza a discípulos asiduos, y se veían fenó-
menos serios. Era también el tiempo en que yo conocí a mi colega
como una persona muy humana, antes de que hubiese sido casi
divinizada por personas que, no habiendo conocido sus debilidades,
ignoraban su humanidad. Presentaré la imagen ideal y borrosa de
la autora de “Isis” y “La Doctrina Secreta”, en carne y hueso: una
verdadera mujer (muy masculina), que vivía como todo el mundo
cuando estaba despierta, pero que pasaba en su sueño a otro mundo,
y viviendo dormida o en estado de trance clarividente con seres
superiores; en un cuerpo debilitado de mujer, una personalidad “en
Los fenómenos de Filadelfia 31

la cual… la mayor parte del tiempo se desencadena un huracán vital”;


citando las palabras de un Maestro. Tan desigual, tan caprichosa, tan
cambiante y tan violenta, que era menester un cierto heroísmo de
paciencia y control sobre sí mismo, a quien desease vivir con ella y
trabajar en común con un fin humanitario. Los fenómenos de que
yo he sido testigo, las variadas y numerosas pruebas que me dio de
la existencia de los maestros detrás de ella, y de quienes no se sentía
digna de limpiarles los zapatos, y su última epistasis, en que la mujer
agitada y exasperante se transformó en una escritora e instructora
llena de sabiduría, y una benefactora de todos los buscadores de
alma —todo esto concuerda con sus libros para probar su grandeza
excepcional y hacer olvidar sus excentricidades, aun por los que más
han sufrido moralmente con ellas. Mostrándonos el Sendero, nos ha
hecho un servicio tal, que es imposible sentir por ella otra cosa que
no sea una profunda gratitud.
CAPÍTULO IV
El segundo matrimonio
de madame Blavatsky
1875

E
N una memoria completa de los primeros años teosóficos
— quiero decir, de la época de mi intimidad con HPB y lo
 

mejor que pueda yo recordarla— es necesario que haga una


breve alusión a los casos de precipitación efectuados por ella y citados
por mí en “Gente del otro mundo” (pp. 455 a 458). Ostensiblemente,
esas comunicaciones venían de John King, del kama-loka. John
King en otro tiempo había sido un bucanero, y hecho caballero por
S. M. Británica Carlos II, pero después, simple seudónimo de un
elemental empleado por HPB. El 6 de enero de 1875, durante una
sesión, de noche, en su casa de Filadelfia, dije al pseudo John King
que estaba produciendo fenómenos: “Si usted, como lo pretende,
es verdaderamente un espíritu, deme una muestra de su poder. Por
ejemplo, hágame una copia de la última carta de E. W. al Sr. Owen,
que tengo aquí en la cartera, en mi bolsillo”. Esa noche no hubo
respuesta a mi pedido, pero dos días después, mientras HPB escribía
y yo leía, ambos en la misma mesa, se dejaron oír unos golpes que
deletrearon: “Alcánceme su diccionario bajo la mesa, por favor”.
El diccionario en cuestión era ruso-inglés y pertenecía a HPB; fue
pasado o alcanzado bajo la mesa, (no arrojado, sino pasado a algo
invisible allí abajo que pudo tomar el corpulento volumen). Los
golpes pidieron entonces un frasco de goma y un cortaplumas.
Estando todo esto bajo la mesa, hubo un silencio y después la
palabra “¡Mire!” fue dada por golpes. Habiendo recogido el libro,
34 H ojas de un viejo diario

el cortaplumas y el frasco, encontré la copia pedida, precipitada


sobre la hoja de guarda del diccionario. El porqué del cortaplumas
se me explicó así; una cantidad infinitesimal del metal de las hojas
había sido desintegrado y empleado para la precipitación en estado
de vapor metálico, y la goma arábiga —también vaporizada— había
proporcionado la necesaria cohesión. La cartera que contenía la nota
copiada no había salido de mi bolsillo desde mi llegada a Filadelfia,
hasta aproximadamente una media hora antes de la experiencia,
que yo la había colocado sobre la chimenea, precisamente ante mis
ojos, cuando levantaba la cabeza. HPB se encontraba a medio metro
de mí, escribiendo sobre la mesa, y sólo nosotros estábamos en la
habitación después de haber puesto la cartera en la chimenea. La
comparación de la copia con el original, demuestra que no se trata
de un facsímil, lo cual hace aún más interesante la experiencia.
Al día siguiente, a la noche, HPB y yo estábamos solos, cuando
los golpes dados en la mesa, pidieron un trozo de cartulina Bristol
para dibujo, que fue entregado bajo la mesa. Fue mi colega quien
se la alcanzó a “John King” después de hacerme ver que las dos
caras estaban en blanco. Los golpes me ordenaron que mirase el
reloj para ver cuánto duraba la experiencia. Reloj en mano, eché
una mirada bajo la mesa para estar seguro de que allí no había nada
más que la hoja de Bristol que un momento antes tuve en la mano.
Al cabo de treinta segundos, la mesa dijo: “Está hecho”. Miré el
papel y me desanimé al ver la cara superior tan virgen como antes.
Pero del otro lado, el que reposaba sobre la alfombra, se veía una
segunda copia, mejor que la primera, de la carta de E. W. Esta vez la
cartera estaba en mi bolsillo, de donde no había salido después de
la experiencia de la víspera. El Sr. B., que en ese momento entraba,
me ayudó a hacer un cuidadoso estudio de los documentos, colo-
cándolos uno sobre otro como ya lo había hecho yo; al igual que yo,
quedó enteramente convencido de la autenticidad del fenómeno.
Puedo agregar entre paréntesis que ese mismo Sr. B. recibió en viaje,
dentro de su maleta, una carta de “John King” con instrucciones
para su uso personal. Me contó esto él mismo, asegurándome por
su honor al mostrarme la carta, que le había llegado a su maleta
mientras iba en el tren, a muchos kilómetros de Filadelfia y de
HPB. Este incidente me recuerda otros que me sucedieron en el
tren, en Francia, con el Sr. Mohini Chatterji y en Alemania con el
Dr. Huebbe Schleiden; las dos veces en 1884.
La mención de este caballero, (el Sr. B.), me recuerda mi deber
y la deuda a la memoria de HPB, de decir cuál fue con exactitud la
naturaleza de sus relaciones con él. Se ha insinuado que no tenían
nada de muy honradas y que eso era un misterio, que más valía
El segundo matrimonio de madame Blavatsky 35

no sondear. Pero esto es como todo el resto de los numerosos y


malvados rumores que han corrido acerca de ella. Ahora ha muerto
y está fuera del alcance de los juicios del mundo y de los esfuerzos
de los calumniadores, pero a juzgar por mí mismo, todos aquellos
que aman su recuerdo, estarán satisfechos al saber la verdad, de
boca de uno de los raros amigos que la supo. Todo comienza cuando
una de mis cartas de Chittenden al Daily Graphic interesó a este
Sr. B. —un sujeto ruso— y se decidió a escribirme a Filadelfia para
manifestarme su vivo deseo de ver a mi colega y hablar sobre espi-
ritismo. Ella no tuvo inconveniente y él vino a verla a Nueva York
hacia fines del 1875. Nacieron en él inmediatamente muy vivos
sentimientos de admiración que expresó primero verbalmente, y
después por carta a ella y a mí. Ella lo rechazó resueltamente cuando
vio que aquello tendía al casamiento y se disgustó de su insistencia.
Esto no hizo más que aumentar su entusiasmo y por fin amenazó
con matarse si ella no aceptaba su mano. Mientras tanto, y antes
de este momento crítico, ella había ido a Filadelfia, donde habitaba
en el mismo hotel que él y recibía sus visitas cotidianas. El juraba
por todos los dioses que no pretendía más que el honor de prote-
gerla; que su único sentimiento era una adoración desinteresada,
hacia su grandeza intelectual y que jamás reclamaría sus derechos
de marido. En fin, él la atormentó tanto, que un buen día, ella —en
lo que me pareció una locura de su parte— terminó por aceptar su
palabra y consintió en ser aparentemente su mujer; sin embargo,
con la condición de que ella conservaría su nombre y la perfecta
libertad de que siempre había disfrutado. Fueron, pues, muy legal-
mente unidos por un respetable clérigo Unitario de Filadelfia, y
transportaron sus lares y sus penates* a una casita de la Calle Samson,
en donde me recibieron, en mi segunda visita a Filadelfia —después
de la publicación de mi libro. En realidad, la ceremonia tuvo lugar
durante mi residencia en la casa, pero no fui testigo de ella. Los vi a
su vuelta de casa del sacerdote, después del casamiento.
Cuando me hallé a solas con HPB le expresé mi estupefacción,
y que consideraba como una perfecta tontería suya ese casamiento
con un hombre más joven que ella, muy inferior desde el punto
de vista intelectual y que además no podría nunca serle una agra-
dable compañía —sin hablar de sus escasos medios, pues él no
había consolidado aún sus negocios— me respondió que era una
desgracia inevitable. Que sus suertes estaban momentáneamente

* Lares y Penates eran, en el imperio romano, unos dioses familiares y domés-


ticos. Los Lares eran dioses protectores de la familia en tanto que los Penates
eran dioses de la mesa y la alacena. (N. del E.)
36 H ojas de un viejo diario

ligadas por un karma inexorable y que esta unión sería para ella
una penitencia por su terrible orgullo y su carácter combativo, los
cuales retardaban su evolución espiritual. Y que, en cuanto al joven,
no sufriría por ello mucho tiempo. El resultado inevitable fue una
pronta separación. Al cabo de pocos meses, el marido olvidó sus
promesas de desinterés y se transformó, con amargo disgusto de su
mujer, en un amante exigente. En junio, cayó ella peligrosamente
enferma como consecuencia de una caída que sufrió en Nueva York
el invierno anterior y por la que se había estropeado una rodilla
en la acera. Resultó de eso una violenta inflamación del periostio
y la gangrena de una parte de la pierna. HPB abandonó definitiva-
mente a su marido inmediatamente después de su curación (la que
se produjo en una noche de manera casi milagrosa, después que un
eminente cirujano hubo declarado la necesidad de dejarse practicar
la amputación o morir). Después de varios meses, cuando el marido
vio que ella no volvería más y que sus negocios estaban bastante
resentidos por su negligencia, se entendió con un abogado y pidió el
divorcio por abandono. Ella recibió la notificación en Nueva York,
y el Sr. Judge se hizo cargo de su defensa; el divorcio fue pronun-
ciado el 25 de mayo de 1878. Los documentos originales estuvieron
siempre después bajo mi custodia. He ahí toda la historia. Se ve que
no hubo de parte de HPB, ni falta, ni ilegalidad, ni prueba de que
hubiese sacado de este casamiento otra ventaja material que una
situación de las más modestas, durante algunos meses.
Antes de sacar de escena al Sr. B., podría citar una variante de
precipitación, de la que fui testigo. Él hablaba siempre de una
difunta abuela, a quien, según decía, quiso entrañablemente, y
pedía a HPB que le procurase un retrato suyo, puesto que su familia
no tenía ninguno. Cansada de su insistencia, un día que estábamos
los tres juntos, tomó una hoja de papel de cartas, fue a la ventana
y sostuvo allí el papel apoyado contra el vidrio, bajo las palmas de
sus dos manos. Al cabo de un par de minutos, le dio el papel, en el
cual vi el retrato al lápiz de una rara viejecita, de piel negra, cabellos
negros, la cara arrugada, ¡y una gran verruga en la nariz! El Sr. B.
declaró con entusiasmo que el parecido era perfecto.
Durante este tiempo, HPB estaba muy ocupada en escribir para
los periódicos, sobre el Espiritualismo occidental primero y sobre el
oriental después. Su “primer disparo oculto”, como ella lo llamaba
en una nota de nuestro “Álbum de Recortes”, apareció en el Spiritual
Scientist de Boston, Vol. I, 15 de julio de 1875. De él hablaremos más
tarde.
La publicación de mi libro trajo resultados importantes; por
lo pronto una interminable polémica en los órganos espiritistas
El segundo matrimonio de madame Blavatsky 37

ingleses y norteamericanos, así como en la prensa ordinaria, y en


la que tomamos parte HPB y yo. Después la creación de relaciones
amistosas y duraderas con varios de nuestros corresponsales, con
quienes discutimos exhaustivamente sobre ocultismo oriental y
occidental. Nos encontramos casi enseguida en correspondencia
con curiosos de los dos hemisferios y también atacados y defendidos
por amigos y detractores desconocidos. El honorable Alexandre
Aksakof, el bien conocido Consejero Privado del Emperador de
Rusia, ferviente espiritista, pidió a HPB que tradujese mi libro al
ruso, haciéndose él cargo de los gastos. Ella consintió, y pronto
apareció un folleto muy bondadoso del profesor N. A. Wagner
de la Universidad Imperial, (una autoridad científica de primer
nivel), en el que tuvo la amabilidad de decir que, en mi investiga-
ción yo “había tenido en cuenta todas las cosas necesarias para una
prudente investigación científica”; fue esta una afirmación de la
que naturalmente, me sentí muy orgulloso. El Sr. Crookes, FRS* y el
Sr. Alfred R. Wallace, FRS, de Inglaterra, y Camille Flammarion el
célebre astrónomo, de Francia, se mostraron también muy bonda-
dosos y simpáticos. Algunos meses más tarde, el Sr.  C. C. Massey
vino expresamente de Londres a EE. UU. para verificar, por medio
de sus observaciones personales, la exactitud de mi memoria publi-
cada acerca de los fenómenos de los Eddy. Después de habernos
entrevistado con frecuencia, la mutua satisfacción fue tan grande,
que una estrecha amistad casi fraternal, nos unió para toda la vida,
amistad que ha durado hasta hoy sin un disgusto y hasta sin la
sombra de una mala inteligencia. Ya habían estado en relaciones
simpáticas con el difunto, honorable R. D. Owen, y con el Sr. Epes
Sargent de Boston. Este último un amable sabio, había sido el inter-
mediario de mis preciosas relaciones de correspondencia y amistad
con el difunto Stainton Moses†, M. A. (Oxon), profesor de Clásicos
y de Inglés en el Colegio‡ Universitario de Londres, el escritor más
brillante y notable del espiritismo británico. Se le envió un ejem-
plar de mi libro, cuya crítica apareció en el Psychological Magazine
o en Human Natura, no recuerdo bien en cuál. Poco a poco se esta-
bleció entre nosotros un cambio de cartas casi semanal, que duró
varios años. Su primera epístola, que en este momento tengo ante

* Fellow of the Royal Society —Miembro de la Real Sociedad. (N. del T.)
† Moses no es el verdadero nombre; él me dijo que era Moseyn o Mostyn. Moses
es una corrupción. (Olcott)
‡ En inglés College, es el término utilizado para denominar a una institución
educativa, pero su significado varía en los países de habla inglesa. Pueden ser cole-
gios privados, institutos de educación secundaria o facultades de algunas universi-
dades. En adelante, “Colegio” asumirá estas posibles acepciones. (N. del E.)
38 H ojas de un viejo diario

mi vista, está fechada el 27 de abril de 1875, y toda ella está ocupada


por la discusión de las condiciones y resultados del “círculo” de
fenómenos mediumnímicos. Llama mi atención sobre un hecho
que ha provocado la ironía del profesor Tyndall en su bien cono-
cida carta a la antigua Sociedad Dialéctica de Londres, pero que
es muy evidente para todos los investigadores experimentados en
este orden de fenómenos naturales, por ejemplo, que: “basta la
presencia de ciertas personas para perjudicar considerablemente a
la producción de los fenómenos, y que su proximidad los impide
por completo. Y esto sucede sin que ellos tengan culpa alguna, y sin
ser una consecuencia de su actitud mental (falta de confianza, etc.),
sino porque están rodeados de cierta atmósfera. Cuanto más sensi-
tivo es el médium, tanto más esto es evidente”. El Sr. Stainton Moses
continúa: “Tengo varios amigos personales ante los cuales, con gran
pesar mío, no puedo producir fenómenos, y nada puedo hacer al
respecto”. Haciendo alusión al fenómeno de aparente desmateriali-
zación del médium (el caso de la Sra. Compton, como lo relato en
mi libro), lo declaró el más sorprendente de todos, y dice que no
puede explicarlo, aunque piensa que “eso no es desconocido a los
Magos orientales”. Lo que he dicho en un capítulo anterior, con
respecto al poder de impedir la visión mediante el ahora cientí-
fico proceso de inhibición hipnótica de los nervios, resuelve este
misterio y acaba con muchas creencias supersticiosas y presuntas
hechicerías. Hubiera valido la pena escribir mi libro, aunque solo
fuera para ganar dos amigos para toda la vida, como Stainton Moses
y Massey: pero dio más resultados aún, eso cambió mi vida e hizo
época. Mientras el Sr. Massey estaba en EE. UU., fuimos a ver varios
médiums y él fue uno de los que nos ayudaron a HPB y a mí, a
fundar la Sociedad Teosófica a fines de ese año (1875). Lo presenté
a HPB y fue e visitarla con frecuencia, llegando a ser su gran amigo
y fiel corresponsal, hasta el momento en que el llamado “incidente
Kiddle”, años más tarde cortó esta intimidad. Cuando volvió a
Londres, le di una carta de presentación para Stainton Moses, y así
se estrechó la amistad entre los tres, amistad que sólo fue rota por
la muerte de “M. A. Oxon”.
He mencionado a un Sr. B.… un artista italiano dotado de poderes
ocultos, que encontré de visita en casa de HPB en Nueva York. Fui
testigo una noche de otoño, en 1875 precisamente después de la
fundación de la S. T., de un extraordinario fenómeno de una lluvia
provocada por él debido —como él dijo— al control de los espíritus
del aire. Había luna llena y no se veía una nube en el cielo. Nos
llamó a HPB y a mí al balcón del salón de atrás, y allí, recomendán-
dome calma y silencio absoluto sucediere lo que sucediere, sacó del
El segundo matrimonio de madame Blavatsky 39

pecho y extendió hacia la luna un trozo de cartón que mediría unos


15 por 25 centímetros, y que en una de sus caras tenía pintados a
la acuarela, un cierto número de cuadrados, encerrando cada uno
una rara figura geométrica. No quiso dejármelo tocar ni examinar.
Me encontraba detrás y junto a él, y sentía que su cuerpo se ponía
rígido como bajo la influencia de la intensa concentración de su
voluntad. De pronto, señaló hacia la luna, y vimos unos vapores
negros y densos como nubes de tormenta, o, mejor dicho, como
esas espesas masas de humo que se escapan de la chimenea de un
barco de vapor, que salían del borde oriental de nuestro brillante
satélite y flotaban hacia el horizonte. No pude retener una excla-
mación, pero el hechicero apretó mi brazo como con un tornillo y
me dijo que callase. El negro sudario de nubes salía más y más rápi-
damente, extendiéndose hasta el horizonte como una monstruosa
pluma de azabache, que después se abrió como un abanico y bien
pronto grandes nubes de lluvia aparecieron por aquí y por allá en
el cielo, y se formaron en masas flotantes, que rodaban huyendo
ante el viento como un depósito de agua natural. Muy pronto se
cubrió todo el cielo, la luna desapareció y un chaparrón nos hizo
entrar en la casa. No hubo relámpagos, ni truenos, ni viento, nada
más que un fuerte aguacero provocado en un cuarto de hora por
ese hombre misterioso. Vueltos a la luz de la araña, vi en su cara
esa expresión determinada, con los dientes apretados, que se nota
en un compatriota durante un combate. Y en realidad, acababa de
combatir y vencer a las hordas invisibles de los elementos, lo que
exige bien toda la fuerza de un hombre. El Sr. B.… no tardó en
despedirse, y como era tarde, al cabo de algunos minutos seguí su
ejemplo. En la calle, el pavimento estaba mojado; el aire húmedo
y frío. Mi casa estaba a pocos pasos y apenas llegué y me instalé a
fumar, cuando oí llamar, y al abrir la puerta, encontré en el umbral
al Sr. B.… pálido y como agotado. Se disculpó por la molestia
que me ocasionaba y me pidió un vaso de agua. Le hice entrar, y
cuando hubo bebido su vaso de agua y descansado un momento,
nos pusimos a conversar de asuntos ocultos durante largo tiempo.
Le encontré muy dispuesto para hablar de arte, de literatura o de
ciencia, pero muy reticente sobre ciencia oculta y sus experien-
cias personales de desarrollo psíquico. De todos modos, me explicó
que todas las razas de espíritus elementales pueden ser dominadas
por el hombre cuando sus innatas facultades divinas están desarro-
lladas. Su voluntad se convierte entonces en una irresistible fuerza
ante la cual debe ceder toda fuerza inferior, es decir, elemental, ya
sea organizada en entidades o en estado de agente cósmico en bruto.
Ciertamente que ningún humo negro había salido de la luna, eso
40 H ojas de un viejo diario

había sido una simple ilusión producida por la concentración de


su voluntad en la superficie, pero con seguridad yo había visto las
nubes que se formaban en el cielo alumbrado por la luna y había
sentido caer la lluvia. Me dijo que reflexionase sobre ello. Pero, de
pronto, me dio un consejo que me sorprendió muchísimo. Lo había
visto en las mejores relaciones con HPB, hablando amistosamente y
sin reservas de Italia, de Garibaldi, de Mazzini, de los Carbonarios,
de los Adeptos orientales y occidentales, etc., luchando con fenó-
menos como el día de las mariposas blancas, y, por lo tanto, yo tenía
todas las razones para asombrarme al ver que, tomando un aire de
misterio, me aconsejó que interrumpiese mi intimidad con ella.
Me dijo que era una mala mujer, muy peligrosa, que me acarrearía
grandes desgracias si me dejaba dominar por su maligna influencia.
Dijo que el gran Maestro que yo le había oído que nombró a HPB, le
había ordenado que me advirtiese. Lo miré para tratar de adivinar
el sentido oculto de unas palabras tan extraordinarias, y por fin
le respondí: “Pues bien, señor, conozco la existencia del Personaje
que usted acaba de nombrar, tengo todas las razones para suponer,
por los fenómenos que lo he visto producir, que usted está en rela-
ción con él o con la Fraternidad. Estoy pronto a obedecerle hasta
el sacrificio de mi vida. Y ahora, pido que me dé usted una prueba
segura por la cual yo pueda positivamente saber, sin la menor duda,
que Mme. Blavatsky es el diablo que usted me describe, y que la
voluntad del Maestro es que cese de tratarla”. El italiano vaciló,
murmuró algo incoherente y cambió de conversación. Podía muy
bien extraer de la luna nubes de tinta, pero, no podía hacer entrar
en mi corazón la negrura de una duda hacia mi amiga y guía en
las desconcertantes complicaciones de la ciencia oculta. Previne a
HPB de la advertencia del Sr. B.…, en cuanto la vi; ella sonrió y dijo
que yo había superado con éxito esa pequeña prueba; pero escribió
unas palabras al Sr. B.… para rogarle “que olvidase el camino de su
puerta”. Lo que él hizo.
CAPÍTULO V
Espiritismo
1875

U
N cierto número de cosas valiosas, entre otras, la invasión
de las ideas ocultas orientales en los espíritus occidentales
y el nacimiento de la Sociedad Teosófica, surgieron del
océano de polémicas en que nos había sumergido a HPB y a mí,
la publicación de mis cartas al Graphic y de mi libro, el artículo
del Sr. Owen sobre Katie King y de su reputación intercalada en el
Atlantic Monthly de enero de 1875, los artículos del general Lippitt
en el Galaxy, (diciembre de 1874) y en el Banner of Light, los ataques
contra los Holmes y su defensa, y la discusión general del espiri-
tismo en la prensa europea y de EE. UU.
Para refutar las falsas historias de intervención de los Mahatmas*
y fenómenos relacionados, así como mostrar los estadios naturales
por los cuales la Sociedad transitó en su proceso de formación,
debemos dar una ojeada a las primeras cartas escritas a la prensa
por sus dos verdaderos padres y Fundadores (de las cuales tengo
una colección incompleta de copias). Los detalles pueden parecer
algo áridos, pero son necesarios como fuentes históricas.
Como ya lo he manifestado, una propaganda del Dr. George
Beard —médico electrópata de Nueva York— en forma de ataque
contra los Eddy con su loca y falsa afirmación de que podrá imitar
sus apariciones “con tres dólares de telas”, despertó la rabia de HPB,
que, poseída cual guerrera Berseker, escribió al Graphic su cáustica
respuesta, acompañada de una apuesta de 500 dólares sosteniendo

* Los Maestros; literalmente en sánscrito: grandes almas. (N. del T.)


42 H ojas de un viejo diario

que él no haría nada, y esto hizo que por primera vez el público
norteamericano conociera su nombre y existencia. Naturalmente,
se formaron dos bandos: los amigos del espiritismo y los médiums,
se agruparon detrás de HPB, y sus adversarios, especialmente los
sabios materialistas, se unieron al doctor Beard. Este fue quien sacó
todo el provecho, y su trampa —digna de Pears, de Beecham o de
Siegel— le hizo una propaganda a él y a su electricidad, superior a
todas sus expectativas. Aprovechando esta situación inesperada, dio
una conferencia bien anunciada sobre este tema, y otra, creo que,
sobre Mesmerismo y Lectura del Pensamiento, en la Academia de
Música de Nueva York.
El Banner of Light y el R. P. Journal publicaron comentarios a la
carta de HPB contra Beard, ella replicó y se encontró de pronto
en plena controversia. Como dije antes, ella asumió la posición de
una espiritista completa, que no solo creía sino que conocía que
los poderes detrás de los médiums, los cuales escribían, producían
fenómenos físicos, hablaban con voces formadas en el aire e incluso
mostraban su formas enteras y caras desconectadas, manos, pies u
otros miembros, eran los espíritus de los muertos; ni más ni menos.
Ya he citado pasajes de sus cartas y artículos que tratan de probarlo,
y desde su primera carta escrita desde Nueva York en la semana
de su partida de Chittenden (octubre de 1874) en la que me trata
de “Querido Amigo” y firma “Jack”, y en la siguiente, fechada seis
días más tarde y firmada “Jack Blavatsky”, me ruega que no elogie
la performance mediumnística-musical de un tal Jesse Sheppard
que pretende haber cantado ante el Zar, lo que ella sabe que es falso,
“porque tal proceder de mi parte, haría más mal al espiritismo,
que cualquier cosa en el mundo*”. “Le hablo”, me dice ella, “como
una verdadera amiga y (como una) espiritista que desea salvar al
espiritismo de un peligro”. En la misma carta, haciendo alusión a
una promesa de “Mayflower” y de “Jorge Dix”, dos pseudoespíritus
guías de Horatio Eddy, que habían dicho que influenciarían a su
favor al Juez ante el cual había de verse su proceso relacionado con
la sociedad agrícola de Long Island —ella dice: “Mayflower tenía
razón, el Juez… acaba de dictar una sentencia a mi favor”. ¿Creía

* Llevado por su mala suerte, Sheppard —escribe ella— le había llevado muchos
de sus títulos y documentos de St. Petersburgo, en ruso, para que se los tradu-
jese. Entre otros, ella encontró una autorización de la Policía para cantar en el
Salle Koch, una cervecería y salón de baile de bajo nivel, frecuentado por perso-
najes de ambos sexos de vida deshonesta, así como la factura de un maestro de
música por 32 rublos, por haberle enseñado a cantar ciertas canciones rusas
—las cuales nosotros lo escuchamos a él cantarlas en casa de los Eddy, en una
sesión a oscuras, ¡Simulando hallarse bajo la influencia de Grisi y de Lablache! Ofrezco
los hechos sin prejuicios, basándome en su autoridad. (Olcott)
Espiritismo 43

ella en ese momento, que los espíritus que actúan a través de los
médiums, pueden y quieren influenciar a la justicia? ¿O si no, qué
quiere decir? Es preciso que ella haya sido espiritista, o que se haya
hecho pasar por tal, a fin de guiar poco a poco a los espiritistas
occidentales hacia la manera de ver oriental en lo concerniente
a los fenómenos de los médiums. En su carta contra Beard (NY
Daily Graphic del 13 de noviembre de 1874), ella dice —a propó-
sito de una condecoración enterrada con su padre en Stavropol y
aportada por los “espíritus” de Horatio Eddy— “Estimo que es mi
deber como espiritista de”, etc., etc. Más tarde, me dijo que esa
explosión de fenómenos mediumnímicos había sido causada por la
Fraternidad de Adeptos como una entidad evolucionada, y yo incor-
poré esta idea en una frase de mi libro “Gente del Otro Mundo” (p.
454), sugiriendo la posibilidad de esta hipótesis. En este caso, sería
menester no mirar esta explosión como enteramente mala, como lo
han hecho ciertos Teósofos extremistas, porque sería inconcebible
—por lo menos para mí que los he conocido— que esos Hermanos
Mayores de la Humanidad hayan empleado, aunque fuese para un
bien final, un medio censurable. En los muros del templo de la
Fraternidad no está escrito el lema de los Jesuitas, Finis coronat opus*.
En el número del Daily Graphic en que se publicó su carta contra
Beard, apareció también su biografía para la cual ella había propor-
cionado algunas notas. “En 1858 —dice ella— volví a París y conocí
allí a Daniel Home, el espiritista… Home me convirtió al espiri-
tismo… Enseguida fui a Rusia y convertí a mi padre al espiritismo”.
En un artículo en que defiende a los Holmes contra los traidores
ataques del Dr. Child, su exsocio y empresario, ella, habla del espi-
ritismo como de “nuestra creencia”, “nuestra causa” y también “el
conjunto de las creencias de nosotros, los espiritistas”. Más adelante:
“si se deben burlar de nosotros, los espiritistas, ponernos en ridí-
culo, o como objeto de burla, tenemos perfectamente el derecho
de saber, por lo menos, el porqué”. Por cierto, y algunos de sus
colegas que le sobreviven, harían bien no olvidándolo. En el Spiritual
Scientist del 8 de marzo de 1875, dice: “Esto llevaría a demostrar que,
a pesar de las divinas verdades de nuestra fe (espiritista), y a pesar
de las lecciones de nuestros guardianes invisibles (los espíritus de
los círculos), ciertos espiritistas todavía no han aprendido la impar-
cialidad y la justicia”.
Esto es valiente y magnánimo de su parte, y bien característico
de su necesidad de arrojarse en lo más fuerte de la batalla, fuese

* “El fin corona la obra”. Esta frase está empleada aquí en lugar de la más cono-
cida “El fin justifica los medios”, que es más concreta. (N. del T.)
44 H ojas de un viejo diario

cual fuese la causa que hubiera adoptado. Su amor a la libertad y


al librepensamiento, la hizo alistarse bajo la bandera de Garibaldi
el Libertador, y arrojarse en medio de la carnicería de Mentana. Al
ver las Ideas Espirituales en lucha contra la Ciencia Materialista, no
vaciló en ponerse de parte del espiritismo, sin dejarse detener por
el temor al contagio por contacto con los falsos médiums, los malos
espíritus, o los pocos recomendables grupos espiritistas que predi-
caban y practicaban el amor libre y la ruptura de todas las sanas
leyes sociales. Puede criticarse su política, puede considerarse su
lenguaje —del que he dado algunos ejemplos— como una formal
adhesión a ese espiritismo que más tarde había de condenar despia-
dadamente; pero para juzgarla con equidad, es preciso tratar de
ponerse en su lugar y en las mismas condiciones; comprender todo
lo que ella sabía teórica y prácticamente en cuestión de fenómenos
psíquicos, y que es menester que el mundo sepa, antes de arro-
jarse a las aguas letales del materialismo. Seguramente que muchas
personas hubieran hablado con más reserva, evitando de este modo
dejar tras de sí tal ovillo de contradicciones, pero ella era excep-
cional en todo; tanto en poder mental y psíquico como en tempera-
mento y métodos de controversia. Uno de los objetos de este libro
es precisamente el de mostrar que, con toda su humana fragilidad
y sus originalidades, era una grande y noble personalidad, que ha
llevado a cabo para el Mundo una gran obra altruista y que ha sido
recompensada con una negra ingratitud y un ciego desprecio.
Ella me daba rápidamente sus enseñanzas acerca del mundo de
los elementales por medio de nuestra relación con pseudoespíritus
golpeadores, de modo que yo había llegado —bastante antes de haber
adoptado la teoría oriental de los pisachas y de los bhûtas, que noso-
tros llamamos elementarios*— a distinguir las dos clases diferentes
de autores de fenómenos, los espíritus naturales subhumanos y los
elementarios exhumanos ligados a la tierra. Hacia el fin del invierno
1874-1875, mientras yo me encontraba en Hartford ocupado en
hacer imprimir mi libro, pero demasiado tarde para rehacerlo, tuve
la rara fortuna de poder consultar la magnífica colección de libros
sobre las ciencias ocultas de la Biblioteca Pública de Watkinson,
organizada por el erudito Bibliotecario, Dr. H. C. Trumbull. Esto
me preparó bastante para comprender las explicaciones verbales de
HPB y sus numerosos y sorprendentes fenómenos con clave. Esta

* En realidad, nosotros dos llamábamos a los espíritus de los elementos “elemen-


tarios”, lo que producía grandes confusiones, pero mientras se escribía “Isis”,
propuse el empleo de los dos términos “elemental” y “elementario” con el
sentido que han conservado después. Ya es demasiado tarde para cambiarlos,
sino lo haría ahora de buena gana. (Olcott)
Espiritismo 45

serie de lecturas preparatorias, de conferencias y de experimentos,


me fue de gran utilidad cuando ella comenzó a escribir “Isis sin
velo” y me tomó como su asistente.
En el primer trimestre de 1875, empezamos a ocuparnos del
Spiritual Scientist, un pequeño diario independiente y con vida propia,
publicado y editado en Boston por el Sr. E. Gerry Brown. En ese
momento, se hacía sentir fuertemente la necesidad de un diario que,
al mismo tiempo de ser reconocido como órgano del espiritismo,
contribuyese a llevar a los espiritistas a observar mejor la conducta
y los pretendidos poderes psíquicos de los médiums, y a escuchar
con paciencia las teorías acerca del mundo de los espíritus y de su
relación con la humanidad. Los antiguos diarios espiritistas eran
demasiado ortodoxos, pero la especialidad del Sr. Brown, parecía
ser precisamente criticar audazmente todos los abusos. Nuestras
relaciones con él empezaron con una carta escrita por nosotros (en
el Spiritual Scientist del 8 de marzo de 1875), y al cabo de un mes
había sido aceptado por los poderes que respaldaban a HPB. En el
número del 17 de abril, apareció una interesante circular titulada:
“Aviso importante a los espiritistas”. El Sr. Gerry Brown hallaba en
ella el beneficio de una promesa (bien cumplida)* de apoyo material
y literario, y el público que se interesaba por el espiritismo, era
advertido que en adelante el periódico sería el órgano de un nuevo
movimiento, que colocaría al espiritismo norteamericano sobre una
base más filosófica e intelectual. La circular ponía de relieve que
los principales diarios espiritistas se veían “obligados a consagrar
la mayor parte de sus columnas a comunicaciones del orden más
trivial y personal, que no podían interesar sino a los amigos de los
espíritus que las producían…” y a los principiantes. Se mencionaban
al Spiritualist de Londres y a la Revue Spirite de París, como “ejemplos
de la clase de diario que debería existir desde hace bastante tiempo
en este país (EE. UU.); un periódico que concediese más espacio a la
discusión de los principios, a las doctrinas filosóficas, y a una sana
crítica, que a la publicación de los mil y un acontecimientos sin
importancia de… los círculos”. He aquí el tercer párrafo:

El gran defecto del espiritismo norteamericano está en que enseña


pocas cosas dignas de la atención de un hombre serio, que
muy pocos de sus fenómenos sean producidos en condiciones

* El profesor Buchanam, Epes Sargent, Charles Sotheran y otros conocidos escri-


tores, sin contarnos nosotros, comenzaron a contribuir en sus columnas, y HPB
y yo aportamos varios cientos de dólares para sus gastos corrientes. El reconoció
este último género de apoyo, en su “editorial” del 1° de junio de 1875, titulado
“Edificado sobre Roca”. (Olcott)
46 H ojas de un viejo diario

satisfactorias para personas que han hecho estudios científicos,


que su propaganda esté confiada en manos de personas incompe-
tentes, por no decir otra cosa, y que, en cambio, de las creencias
bien ordenadas de las diversas religiones, no ofrece más que un
sistema desordenado de relaciones y responsabilidades presentes
y futuras, morales y sociales*.

Fui yo quien escribió esta circular, corrigió las pruebas y pagó la


impresión. Es decir, que nadie me dictó una sola palabra, ni intro-
dujo ninguna frase, ni me dominó en modo alguno. La escribí
expresamente obedeciendo a los deseos de los Maestros, que
deseaban vernos —a HPB y a mí— ayudar al Director del Scientist,
que atravesaba por una crisis difícil, y elegí los argumentos según
mi criterio. Cuando la circular estuvo compuesta y ya hube corre-
gido sus pruebas y preparado los detalles, pregunté por carta
a HPB si le parecía que era mejor publicarla anónima o firmada
con mi nombre. Me contestó que los Maestros querían que fuese
firmada así: “Por la Comisión de los Siete, Fraternidad de Luxor”.
Así se hizo. Ella me explicó después que nuestros trabajos y otros
muchos de la misma clase, estaban vigilados por una Comisión de

* Los espiritistas me han dirigido entonces y después, muchos reproches por


mi severidad para con la inmoralidad teórica y práctica de los médiums y de
ciertos grupos de pretendidos espiritistas, pero nunca escribí nada más mordaz
que lo que puede leerse en los artículos o libros de sus principales escritores.
Sin contar la despreciativa opinión que ese pavo real de los médiums, Home,
tenía de todos sus hermanos y colegas. La Sra. Hardinge Britten dice (Nineteenth
Century Miracles, p. 426), que sus espíritus guías le han asegurado que “los peores
enemigos del espiritismo nacerán de su seno y que los golpes más crueles le
serán dados por los mismos espiritistas”. En otro sitio dice aún: “Y así, esta gran
causa ha sido elevada sobre la cruz del martirio, entre los ladrones de la impu-
reza y la codicia, como todos los grandes Mesías del mundo. Si todavía no ha
sucumbido, “no es por falta de esfuerzos de parte de la humanidad para minar
su integridad por medio de la corrupción interior, así como por el antagonismo
externo… El amor libre, de un germen adormecido que era, había crecido hasta
la plena madurez de un movimiento considerable… La ola monstruosa de las
doctrinas licenciosas, acompañada de una monstruosa licencia de conducta, que
durante un cierto tiempo se extendió como un contagio a través de los Estados
Unidos… esparció un injusto y desagradable olor sobre las creencias y la reputa-
ción de decenas de millones de inocentes”, etc. Jamás escribí yo nada tan fuerte;
sin embargo, la Sra. Britten no exageró el triste estado de cosas, emanado de esa
ilimitada relación entre vivos y difuntos. Regularizar esas relaciones, mostrar
sus peligros, hacer ver lo que es el verdadero espiritualismo y cómo puede uno
desarrollarse espiritualmente, he ahí el plan de HPB y sus verdaderos motivos
para declararse espiritista. Creo que esto será evidente para todos aquellos que la
sigan a través de su vida hasta el día de su muerte. (Olcott)
Espiritismo 47

siete Adeptos del grupo egipcio de la Fraternidad Mística Universal*.


Ella no había visto todavía la circular, pero entonces le llevé una
que se puso a leer atentamente. De pronto, me dijo riéndose que
me fijase en el acróstico formado por las primeras letras de los
seis párrafos. Con gran sorpresa, vi que era el nombre por el cual
conocía al Adepto (egipcio) bajo cuyo cuidado yo estudiaba y traba-
jaba entonces. Más tarde, recibí un certificado escrito en letras de
oro sobre un papel verde espeso, acreditando que yo estaba agre-
gado a ese “Observatorio” y que tres Maestros (con sus nombres)
me vigilaban estrechamente. Ese nombre de Fraternidad de Luxor
fue indebidamente usado varios años después por los inventores del
cazabobos conocido con el nombre de “H. B. de L.” †. La existencia
de la verdadera Logia está indicada en la Royal Masonic Cyclopaedia
de Kenneth Mackenzie, p. 461.
Nada me hizo tanta impresión en esa época de mis experiencias
ocultas con HPB como ese acróstico; fue para mí una prueba de
que el espacio no es obstáculo para la transmisión del pensamiento
del espíritu del Maestro al del discípulo, y esto vino en apoyo de
la teoría que sostiene que mientras trabaje por el bien del mundo,
el agente puede ser inducido por sus vigilantes a que haga lo que
ellos desean, sin que para nada tenga la menor conciencia de que
su espíritu funciona por un impulso que no es el de su propio
Ego. Si se aplica esta teoría, que no tiene nada de anticientífica ni
fuera de razón, al conjunto de la historia de la Sociedad Teosófica,
¿cuántos casos podemos suponer, en que cada uno de nosotros
habría hecho inconscientemente lo que era necesario que hiciese,
pero que hubiera podido no ser hecho si una influencia exterior
no nos hubiese impulsado a obrar? ¿Y cuántos de nuestros mise-
rables errores, de nuestros pasos en falso, de nuestras condenables
originalidades no han sido el simple resultado de un momentáneo
abandono a nuestras malas tendencias, frutos de nuestro tempera-
mento, de nuestra ignorancia, de nuestra debilidad moral o de la
intolerancia de nuestros prejuicios? Con frecuencia la gente se ha
preguntado por qué los varios escándalos que hemos tenido que
sufrir, como el de los Coulomb y otros menos graves, no habían
sido previstos por los Maestros; por qué HPB no había sido adver-
tida de las intenciones de los traidores; y por qué cuando la crisis
aparentemente más peligrosa, no vino ayuda, ni apareció ningún
guía espiritual. Por supuesto, semejantes preguntas suponen el

* Ya he manifestado que yo comencé trabajando para la parte egipcia de la


sección africana, antes de pertenecer a la sección inda. (Olcott)
† High Brotherhood of Luxor. (N. del T.)
48 H ojas de un viejo diario

absurdo de que Mahatmas que creen en el karma y regulan sus actos


según la estricta aplicación de sus leyes, se hubiesen servido de
nosotros como de fantoches manejados por hilos o como perritos
amaestrados, a costa de nuestro karma y de nuestros deberes perso-
nales. Lo que hace falta en ciertos momentos de la evolución social,
es probablemente que una cierta persona haga, escriba o diga una
cierta cosa que traerá grandes consecuencias. Si esto puede hacerse
sin perjudicar al karma del individuo, puede dársele un impulso
mental que engendrará el encadenamiento de causa a efecto. Así,
los destinos de Europa están en las manos de tres o cuatro hombres
que podrían encontrarse embarcados en el mismo buque. Una insig-
nificancia podría decidir la destrucción de un reino, transformar en
un flagelo de una cierta raza, o dar comienzo a una era de paz y
prosperidad. Si fuese importante para el interés de toda la huma-
nidad que una de estas cosas sucediese en ese momento dado, y
ningún otro medio estuviese disponible, se podría admitir la legitimidad
de una sugestión mental exterior que precipitase la crisis. O bien,
para tomar un caso más sencillo, histórico, además: la Egiptología.
Había llegado el momento en que el mundo tenía necesidad de una
clave conveniente para descifrar los jeroglíficos; grandes y valiosas
verdades quedaban sepultadas en la literatura de la antigua civiliza-
ción egipcia, verdades a las cuales les había llegado el tiempo de ser
publicadas nuevamente. A falta de otro medio, un labrador árabe
se siente impulsado a cavar en un sitio determinado, o a romper
un cierto sarcófago antiguo; encuentra allí una piedra grabada o un
papiro que vende al Sr. Grey en Tebas en el año 1820, o al Sr. Casati
en Karnak o Luxor, que a su vez los transmiten a Champollion,
a Young o a Ebers. Estos hallan la clave que les permite descifrar
documentos antiguos muy importantes. Esos benefactores ocultos
de la humanidad nos tienden una mano fraternal y no fratricida.
Cito un ejemplo personal: tengo la inspiración de comprar cierto
diario un cierto día; leo cierto artículo que me decide a hacer una
cosa muy natural. Esta, poco después, me pone en relación con
HPB, y de ello sale la fundación de la Sociedad Teosófica y todas sus
consecuencias. No gano ningún mérito dando el primer paso, pero
si éste produce un buen efecto, me doy por entero a él y trabajo con
ardor altruista, entonces en realidad tomo parte en todo el bien que
resulte para la humanidad. Una vez he visto en Galle a gente pobre
que trataba de tocar las cestas de alimentos que otros más ricos
llevaban sobre la cabeza como limosna para los monjes budistas.
Habiéndome informado, supe que un vivo sentimiento de simpatía
les hacía participar del mérito, adquirido por el acto de caridad.
Espiritismo 49

Saqué de esto más fruto que de un largo sermón, y después incluí


esta idea en mi libro “Catecismo Budista”.
La semana pasada encontré entre mis papeles una carta antigua
del Honorable Alexander Aksakof, de San Petersburgo. Aunque
no pueda ser una de las que fueron tan raramente quitadas de las
sacas de correspondencia en viaje para Nueva York y remitidas a
Filadelfia, puesto que está fechada el 16 de abril de 1875, y debe
haberme llegado después de mi visita a HPB, tiene una posdata con
lápiz en la cuarta página, de la singular escritura de “John King”. Me
dice en él que el que me escribe es realmente “un hombre honrado
y sabio”, lo que todo el mundo reconoce ahora. No puedo decir la
fecha exacta en que esta carta me llegó, por haber perdido el sobre.
El Sr. Aksakof me dice en ella, que después de haber leído mis cartas
al Graphic y observado su efecto en los dos hemisferios, está conven-
cido de que es necesario hacer estudiar de cerca los fenómenos, por
los mejores hombres de ciencia. Me pregunta si yo podría organizar
una comisión de esa clase y me comunica que eso se ha hecho en
Rusia. Cuatro profesores de diferentes Universidades han proce-
dido a un estudio en común de los fenómenos y reconocido su
autenticidad. Esos sabios señores podrían, si lo desease, enviarme
un llamamiento firmado por todos ellos, a sus colegas norteameri-
canos para que hagan como ellos, y zanjar de una vez por todas el
problema que más interesa al bien de la raza humana. Era eviden-
temente el mismo motivo que me había decidido a emprender mis
investigaciones en casa de los Eddy, pero veía que los obstáculos
presentados por la obstinación ignorante y brutal de los médiums
y de sus “guías” eran, en realidad, infranqueables, y lo indicaba así
en mi libro. Me hizo gracia leer una Postdata fechada dos días más
tarde, en la que el Sr. Aksakof, que mientras tanto había terminado
de leer la versión rusa que HPB hizo de mi libro, me decía que era
bien evidente que ningún estudio científico era posible con gente
como los médiums y me rogaba que considerase su proposición
como no hecha. Sin embargo, las cosas no quedaron ahí; la corres-
pondencia continuó y nos pidieron a HPB y a mí que eligiéramos
médiums dignos de fe para enviarlos a San Petersburgo, donde serían
sometidos a pruebas por una Comisión Especial de Profesores de la
Universidad Imperial de San Petersburgo. Aceptamos este encargo
y apareció el anuncio en el Spiritual Scientist del 8 de julio de 1875,
por lo que puedo deducir en el desorden en que los recortes de
periódicos han sido puestos en nuestro “Álbum de Recortes”, Vol. I.
De todos modos, una carta de Aksakof a HPB abriendo así las nego-
ciaciones, se publicó en este número:
50 H ojas de un viejo diario

He aquí lo que pido a usted, así como al Cnel. Olcott, que tengan
la bondad de hacer: ¿Tendría usted a bien traducir al inglés el
“Llamamiento a los Médiums”… aquí adjunto, entenderse con
ellos y hacernos saber [a la Sociedad Imperial de Experiencias
Físicas] cuál sería el mejor médium norteamericano que pudié-
ramos hacer venir a San Petersburgo en interés de la Causa?
Nosotros quisiéramos, ante todo, médiums que puedan producir
manifestaciones sencillas, pero fuertes, a plena luz. Hagan todo lo
posible para procurarnos buenos médiums, pónganse enseguida
en campaña y aconséjennos sin pérdida de tiempo. Recuerden
que la cuestión del dinero no existe, etc.

Naturalmente, esta carta nos trajo una cantidad de ofrecimientos,


y pusimos a prueba personalmente los poderes de varios médiums
que nos hicieron ver algunos fenómenos, por cierto, sorprendentes
y hermosos. Algunos impostores se sirvieron de eso como pretexto
para dar un show público de pseudomediumnidad en el Teatro
de Boston, un domingo por la noche de ese mismo mes de julio,
haciéndose pasar por contratados para Rusia. Los denunciamos en
una carta enviada el 19 de julio de 1875 a todos los periódicos de
Boston.
CAPÍTULO VI
Desaprobación oriental
1875

T
ODO el público occidental se ha persuadido de común
acuerdo, que los médiums profesionales cuyos medios
de existencia dependen de su facultad de mostrar en un
momento dado fenómenos psíquicos a las personas que para ello
les pagan, han de verse muy tentados, si el caso se presenta, de
hacer fraudes de prestidigitación en lugar de realidades. Casi todos
pobres, enfermos, con frecuencia obligados a pesar de eso a educar
sus hijos, y otras veces a mantener un marido inválido o pere-
zoso, ganando un salario mediocre en todo caso, porque su estado
psíquico depende de condiciones atmosféricas o psicofisiológicas
que no pueden modificar. ¿Qué tendría de sorprendente que un
día que tienen que pagar el alquiler o cualquier otra imperiosa
necesidad, su sentido moral se debilite un poco? Ceden, natural-
mente, a la tentación que les ofrecen personas crédulas que no
piden más que ser engañadas. En todo caso, esa es la explicación
que algunos médiums me han dado. Me han contado sus míseras
biografías, y cómo el fatal don de clarividencia había envenenado
su infancia, haciendo que sus camaradas se apartasen de ellos o que
les persiguiesen, haciendo que sean buscados y despreciados por los
curiosos, mostrados como curiosidades por los artistas ambulantes,
en provecho de sus parientes (ver la historia trágica de la infancia
de los Eddy, tal como ellos mismos me la han contado, en “Gente
del otro mundo”, Cap. II) y desarrollando en ellos los gérmenes de
la histeria, la tisis y la escrófula, que destruyen su salud. Nadie ha
conocido a los médiums mejor que la Sra. Hardinge Britten; pues
52 H ojas de un viejo diario

bien, ella me dijo en Nueva York, en 1875, que no había conocido


a ningún médium que no fuese de temperamento tísico o escrofu-
loso, y creo que la observación médica revela en ellos frecuentes
trastornos en el aparato reproductor. Creo que el ejercicio habi-
tual de esa profesión, es muy peligroso físicamente, sin hablar de
su inconveniente moral. Todos los médicos nos dicen que es muy
malsano y que puede ser fatal, dormir en una habitación mal venti-
lada y entre toda clase de personas, algunas de las cuales pueden
estar enfermas. Mucho más grandes son los riesgos que corre el
pobre médium profesional, obligado a soportar la vecindad de todos
los que se presenten, sanos o enfermos, física y moralmente, y a
bañarse en su aura magnética: grosera, sensual, irreligiosa, brutal de
pensamiento, de palabra y de acción o, todo lo contrario. ¡Qué pena!
Lo de ellos es una prostitución psíquica. Tres veces felices aque-
llos que pueden desarrollar y manifestar sus dones en un ambiente
puro y superior, como en otros tiempos las videntes guardadas en
los Templos.
Todo esto resulta de la investigación emprendida por HPB y
por mí, a pedido de Aksakof, para la comisión científica de San
Petersburgo. Dándonos cuenta de que tendríamos que elegir entre
los profesionales, porque no era probable que ningún médium
privado consintiese en someterse a la publicidad y las molestias
de semejante prueba, decidimos asegurarnos completamente de la
realidad y relativa regularidad de los poderes psíquicos del médium
varón o mujer que tuviésemos que recomendar. El deseo de M.
Aksakof de dar preferencia a aquellos cuyos fenómenos pudiesen
ser mostrados “a la luz” era muy razonable, ya que de esa manera
se minimiza la posibilidad de engaño; sin embargo, había entonces
—y hay ahora, para el caso— pocos médiums que pudieran tener
sesiones diurnas que fuesen de carácter notable. Nuestra elección
se había reducido a dos o tres médiums como C. H. Foster, o el
Dr. Slade, a quienes les daba igual actuar de día o de noche, ya
que sus demostraciones en dar “pruebas de identidad espiritual”
eran razonablemente seguras. Por lo tanto, decidimos encontrar un
buen médium, estuviese o no a la altura del ideal de M. Aksakof.
Esas investigaciones duraron varios meses, si no me equivoco, hasta
mayo de 1876, y a riesgo de interrumpir el orden cronológico en
la historia de la S. T., contaré lo mejor que pueda las peripecias de
esta investigación rusa sobre los médiums, para terminar con este
episodio.
En el verano de 1875, una mujer llamada Youngs que vivía en
Nueva York practicaba la mediumnidad para ganarse la vida. Según
mis recuerdos, que son bastante vagos, era una persona fuerte, de
Desaprobación oriental 53

modales hombrunos y sólida tanto física como psíquicamente. Su


manera de manejar gruñendo, a los “guías del país de los espíritus”
contrastaba de un modo muy divertido, con los melosos acentos de
la mayor parte de los otros médiums. “¡Vamos, espíritus —decía—
nada de pereza, darse prisa! ¿En qué están pensando? Muevan ese
piano, hagan esto, hagan aquello. Vamos, pues, ¿qué están espe-
rando?”. Y lo hacían, como sometidos a su voluntad. Su principal
fenómeno consistía en hacer levantar y agitar acompasadamente
por los espíritus, un gran piano muy pesado, mientras ella tocaba
en él. Oí hablar de ella y pedí a HPB que viniese para ver lo que
la médium sabía hacer. Aceptó, y puse en mi bolsillo un huevo
crudo y dos avellanas inglesas, cuya utilidad se verá enseguida.
Afortunadamente, no dependo tan sólo de mi memoria, porque
conservo un extracto del New York Sun del 4 de septiembre de 1875,
que da un relato exacto de la sesión y de mis experimentos. Estaban
presentes quince personas. El periodista del Sun dice:
La función comenzó con el levantamiento del piano por los poderes
invisibles, tres veces para decir “sí” y una para “no”, en respuesta a
las preguntas hechas por la Sra. Youngs, que tenía sus manos lige-
ramente colocadas sobre el atril. Después se sentó, tocó algunas
composiciones y el piano se levantaba al compás.
Enseguida se colocó junto a un extremo del piano y rogó al
coronel Olcott y a todos los que quisiesen probar la experiencia,
que pusiesen su mano izquierda bajo el instrumento. Bajo esta
mano ella colocó suavemente la suya, y a su petición el pesado
piano se levantó de ese extremo sin esfuerzo ninguno de ella.
[El cronista dice además que, él “no podía levantar dicho piano
a causa de lo pesado que era”]. El Coronel pidió entonces probar
un experimento que no podía perjudicar a la médium. Consintió
la Sra. Youngs y el Coronel sacó un huevo de una caja y le pidió
que lo tuviese en su mano contra la parte inferior del piano y supli-
case a los espíritus que lo levantasen. La médium manifestó que
nunca se le había pedido prueba semejante en el transcurso de su
carrera, y que no sabía lo que pasaría, pero que podía ensayarlo.
Tomó el huevo, lo tuvo como se le había dicho y pidió a los espí-
ritus que viesen lo que podían hacer, mientras golpeaba sobre el
piano con la otra mano. Inmediatamente el piano se levantó y se
mantuvo un momento en el aire. Esta experiencia nueva y notable
tuvo un pleno éxito.
La Sra. Youngs pidió entonces a los más pesados de los asis-
tentes, que vinieran a sentarse sobre el instrumento, invitación que
fue aceptada por siete señoras y señores. Ella tocó una marcha en
54 H ojas de un viejo diario

el piano, y este con las siete personas, fueron fácilmente levan-


tadas. El coronel Olcott sacó entonces dos avellanas inglesas de
su bolsillo y pidió a los espíritus que las partiesen bajo las patas
del piano, sin estropear las pepitas. El fin de esta prueba era
demostrar la inteligencia del poder oculto detrás de la mujer. Los
espíritus tuvieron buena voluntad para ello, pero la experiencia no
pudo hacerse porque el piano se asentaba sobre ruedas. Solicitó
enseguida permiso para sostener él mismo el huevo bajo el piano,
mientras la Sra. Youngs pusiese la mano bajo la suya, tocándola,
para dejar bien demostrado que ella no empleaba ninguna fuerza
muscular. Aceptada la prueba y ensayada enseguida, el piano se
levantó como antes. Las manifestaciones terminaron esa noche,
con el levantamiento del piano, sin que las manos de la médium
lo tocasen.

He ahí, indudablemente, un notable ejemplo de poder psicodiná-


mico. No solamente un piano de siete octavas y media, demasiado
pesado para que alguien pudiese levantarlo por un extremo, se
levantó sin aplicación de la fuerza muscular del médium ni de otra
persona presente, en una sala bien iluminada, sino que se tuvo la
demostración de una comprensión inteligente de lo pedido y su
correspondiente cumplimiento. Admitamos que la inteligencia de
la médium fuese la única que estuviese en juego; aún queda por
saber cómo transformaba ella el pensamiento en voluntad y ésta en
fuerza. Esta prueba final de hacer levantar al instrumento mientras
su mano se apoyaba bajo la mía, que a su vez sostenía el huevo,
contrariando las leyes de la gravedad, me pareció, y lo mismo a
HPB, una prueba cierta de sus poderes, y le ofrecimos recomendarla
al Sr. Aksakof con la condición de someterse a una serie de pruebas
sin peligro, pero convincentes que nos permitiesen en caso de éxito
comprometer nuestra responsabilidad. Rehusó alegando lo largo
del viaje y su repugnancia por dejar su país para ir a vivir entre
extranjeros. No sé lo que fue de ella, pero supe que había adop-
tado mi prueba del huevo, como demostración de la realidad de sus
poderes. No tenía ella nada de espiritual, pero yo pensaba que su
manera de ir contra las leyes físicas, podría sorprender al profesor
Mendeleyeff y los otros científicos.
La Sra. María Baker Thayer, de Boston, Massachusetts mostraba
sus poderes en una forma mucho más bonita y poética, y dediqué
cinco semanas de ese verano a estudiar sus fenómenos. Era lo que
se llama un “médium de flores”, es decir, una psíquica en presencia
de la cual llovían flores, tiernos retoños, enredaderas, hierbas,
hojas y ramas recientemente arrancadas de los árboles, a veces de
Desaprobación oriental 55

variedades exóticas que no se podían encontrar más que en inverná-


culos. Cuando la conocí, era una mujer de cierta edad, de modales
agradables, muy complaciente para las pruebas, siempre amable y
de buen humor. Sin embargo, como muchos médiums conocidos,
bebía un poco, para rehacerse, como decía —y lo creo— después
del agotamiento de fuerza nerviosa causado por los fenómenos.
Estoy convencido de que era una verdadera médium, pero también
sé que recurría además al fraude. Lo sé porque la descubrí una
noche, en 1878, poco antes de nuestra partida para India, cuando
quiso convencerme de que sabía hacer “pasar la materia a través de
la materia”, e imitar la célebre experiencia realizada por el profesor
Zöllner en Leipzig ayudado por el médium Slade. Sentí mucho que
hubiese tratado de engañarme, porque hasta ese momento sólo
hubiera podido decir cosas buenas de ella. Es triste pensar que esos
pobres médiums, mártires de la curiosidad y el egoísmo humano, se
vean con frecuencia, por no decir siempre, forzados a la necesidad
de abusar de la credulidad general, a causa de la falta de recursos,
y también por falta de vigilancia de parte de las sociedades espi-
ritistas convenientemente constituidas y que disponen de medios
suficientes. Siempre he compadecido más que censurado a esos
desdichados médiums y cargado toda la responsabilidad sobre la
sociedad espiritista entera, a la cual incumbe. Que aquellos que
piensen de otro modo, ensayen durante algún tiempo el hambre y
el abandono, y veremos si continúan mostrándose tan severos con
los fraudes psíquicos.
Una larga memoria de mi investigación sobre la Sra. Thayer —en
la que HPB había participado en parte— apareció en el New York Sun
del 18 de agosto de 1875 y fue considerablemente reproducido en
Europa y EE. UU., así como traducido a varios idiomas.
He aquí cómo tuvieron lugar las sesiones de la Sra. Thayer:
reunidos todos, una persona respetable era elegida de común
acuerdo para examinar la sala y los muebles, cerrar y hasta sellar las
ventanas, cerrar las puertas con llave y guardar las llaves. Si el
médium no pensaba engañar a los asistentes, permitía también
revisar sus ropas para asegurar que no escondía flores ni otros
objetos. Me autorizó y consintió en que la atase y sellase en un saco,
prueba que yo ya había empleado con la Sra. Holmes. Después todos
se sentaban alrededor de una gran mesa de comedor, se hacía la
cadena (la médium como los demás), se apagaban las luces y se
esperaba en la oscuridad a que los fenómenos se produjesen. Al
cabo de cierto tiempo, se oía algo sobre la mesa que no tenía carpeta,
se olía un perfume y la Sra. Thayer pedía que encendiesen una luz.
Se veía algunas veces la mesa enteramente cubierta de flores y
56 H ojas de un viejo diario

plantas, y otras veces éstas se hallaban esparcidas sobre las ropas o


los cabellos de los asistentes. A veces venían mariposas, o se oía en
el aire el vuelo de un pájaro, y se podía ver una paloma, un canario
o un jilguero revolotear de un rincón a otro del salón, o bien a un
pececillo rojo que aún palpitaba sobre la mesa, húmedo como si
acabase de salir del agua. De pronto alguno lanzaba una exclama-
ción de alegría y sorpresa al encontrar en su mano una flor que
mentalmente había pedido. Una noche vi frente a un escocés una
gran planta de brezo de su país, con raíces y tierra pegada a ellas,
como si fuese recién arrancada. Tenía también tres pequeños
gusanos que se retorcían en la tierra. Era una cosa corriente ver
aportes de lirio de los valles o de otras plantas con su tierra y sus
raíces recién arrancadas del tiesto o de un macizo de flores; yo
mismo he tenido allí esos aportes. Pero he tenido algo mejor. Un
día, visitando el cementerio de Forest Hill, en las afueras de Boston,
y atravesando los invernáculos, me llamó la atención una planta
rara, con hojas largas, estrechas, como con cintas de color blanco y
verde pálido, llamada Dracoena Regina. Con lápiz azul dibujé bajo
una de las hojas la estrella de seis puntas y pedí mentalmente a los
espíritus que me la llevasen a la próxima sesión de la Sra. Thayer, en
la noche del día siguiente. Y para estar más seguro de la médium,
me senté a su lado y le tuve las manos. Sentí en la oscuridad caer
algo fresco y húmedo sobre una de mis manos, y cuando se encendió
de nuevo la luz, ¡vi que era mi hoja de drácena marcada! Pero, para
estar aún más seguro, volví al invernáculo y, ¡vi que la hoja había
sido desprendida del tronco y que la parte desgarrada coincidía con
la que tenía en el bolsillo! Cierto número de hechos de esta clase me
convencieron de que la Sra. Thayer era una verdadera psíquica. Por
otra parte, cierto fenómeno fisiológico vino a confirmar mi impre-
sión y a arrojar una gran luz sobre el problema mismo de la
mediumnidad. Teniendo sus dos manos en las mías, noté que, en el
preciso momento de la caída de las plantas sobre la mesa, ella se
estremecía y sus manos se ponían instantáneamente heladas como
si de pronto por sus venas corriese hielo. Un momento después, sus
manos recobraban la temperatura normal. Desafío a todos los sabios
escépticos del mundo a que imiten este fenómeno ellos mismos.
Parece indicar un cambio total de “polaridad vital” para la produc-
ción de los fenómenos, para servirme de una frase técnica. Cuando
HPB evocó un fantasma entero* fuera del gabinete de la Sra. Holmes,
ella me apretaba convulsivamente la mano, y la suya estaba helada.
Igualmente lo estaba la del Sr. B.…, el hechicero italiano después de

*  Ver “Gente del otro mundo”, p. 477


Desaprobación oriental 57

la producción del aguacero, y el paso al trance cataléptico de los


histéricos y de otros estados de profunda inconsciencia, van acom-
pañados de un anormal descenso de temperatura. El Dr. Moll dice
(Hypnotism, p. 113) que las experiencias “en realidad sorprendentes”
de Kraft-Ebbing, prueban que debemos “reconocer una sorpren-
dente capacidad para regular la temperatura del cuerpo” por medio
de la sugestión hipnótica. Por lo tanto, es justo llegar a la conclu-
sión de que ese cambio de temperatura notado en la Sra. Thayer y
en otros, en el momento de la producción de los fenómenos,
demuestra su bona fides [buena fe] —no se podría simular ese efecto
patológico. Para no insistir más sobre el caso de esa médium por
interesante que sea, agregaré solamente que en una sola sesión
pública conté y reconocí 84 especies de plantas; otra vez, en condi-
ciones impuestas por mí, vi aparecer pájaros que atrapé y los
conservé; otra, en pleno día, en una casa particular, vi flores y una
rama arrancada de un árbol del jardín; y también en la misma casa
amiga — donde con HPB pasábamos una temporada, venida ella de

Filadelfia y yo de Nueva York, siguiendo nuestras investigaciones


para Aksakof— vimos grandes piedras y un raro cuchillo viejo de
mesa, de modelo antiguo, arrojados sobre la mesa. Pero cierta rosa
que la bondadosa Pushpa Yakshini* de la Sra. Thayer me había dado
(Ver el artículo “Elementales del Fuego”, The Theosophist, Vol. XII, p.
259) sirvió de vehículo para un fenómeno de HPB que sobrepasó
todo lo que yo haya visto hacer a un médium. Nuestra amable hués-
peda, la Sra. de Charles Houghton, muy conocida notaria de Boston,
que vivía en el barrio de Roxbury, me llevó un día en coche a la
ciudad para asistir a una de las sesiones públicas de la Sra. Thayer.
HPB rehusó venir y la dejamos en el salón hablando con el
Sr. Houghton. El coche debía ir a buscarnos a cierta hora, y habiendo
resultado corta la sesión, todos se marcharon, salvo una señora, la
Sra. Houghton y yo. Para pasar el tiempo, pedí a la Sra. Thayer que
nos concediese una sesión particular, y accedió. Nos colocamos en
la mesa; yo tenía las dos manos de la médium con las mías y puse
mi pie sobre los suyos; una de las señoras cerró las puertas y aseguró
las ventanas; la otra se ocupó de la luz. Después de haber aguardado
algún tiempo en la oscuridad, no se oyó caer plantas, sino el coche
que llegaba a la puerta y en el mismo instante algo fresco y húmedo
como un copo de nieve cayó dulcemente sobre el dorso de mi mano.
No dije nada hasta que las luces se encendieron y seguí asegurando
las manos de la Sra. Thayer, lo que hice notar a las señoras. La flor

* Elementos de las flores, o espíritus de la Naturaleza, que presiden y cuidan la


formación de las plantas. (N. del T.)
58 H ojas de un viejo diario

caída sobre mi mano era un encantador capullo de rosa musgo


doble, medio abierto y cubierto de rocío. La médium se estremeció
como si alguien hubiese hablado detrás de ella, y dijo: “Coronel, los
espíritus dicen que esto es un regalo para la Sra. Blavatsky”. Se la di
a la Sra. Houghton, quien al llegar se la entregó a HPB, a la que
encontramos fumando cigarrillos y conversando aún con nuestro
huésped. La Sra. Houghton salió para quitarse el sombrero y el
abrigo; yo me senté con los otros. HPB tenía la rosa y la olía con ese
aire lejano que sus íntimos le conocían cuando iba a producir fenó-
menos. El Sr. Houghton interrumpió su ensueño diciendo: “Qué
hermosa flor, madame; ¿me permite verla?” Ella se la alcanzó con el
mismo aire soñador y casi maquinalmente. Él la olió y repentina-
mente exclamó: “¡Qué pesada es! Jamás he visto una flor semejante.
Miren, ¡el peso la hace doblarse sobre el tallo!” “¿Qué dice usted?”.
Dije yo, “Nada tiene de raro, o por lo menos nada tenía cuando cayó
hace un momento sobre mi mano. Déjeme que la vea”. La tomé con
la mano izquierda, y entonces noté que era muy pesada. “¡Tenga
cuidado, no la rompa!”, gritó HPB. Levanté suavemente el capullo
entre el pulgar y el índice de mi mano derecha y la examiné. Nada
visible explicaba ese peso anormal. Pero de pronto vi una fina luz
amarilla en el interior, y como impulsada por un resorte, una pesada
sortija de oro saltó de la flor y cayó al suelo a mis pies. La rosa se
enderezó enseguida y perdió su peso insólito. El Sr. Houghton y yo,
hombres de leyes ambos, impulsados por la prudencia profesional,
examinamos cuidadosamente la flor, sin poder descubrir el menor
indicio de que los pétalos hubiesen sido separados; estaban tan
apretados y entrelazados que no era posible introducir el anillo sin
estropear el capullo. Además, ¿cómo hubiera podido HPB hacernos
esa trampa ante nuestros ojos, en plena claridad de tres luces de gas
y sin haber tenido la rosa en su mano derecha más de dos minutos
antes de dársela al Sr. Houghton? Bien, ciertamente, hay una expli-
cación posible para la Ciencia Oculta: la materia de la rosa y la de la
sortija, podían haber sido elevadas a la cuarta dimensión y después
traídas de nuevo a la tercera en el momento en que el anillo saltó
de la flor. Esto es ciertamente lo que sucedió, y los físicos que tengan
espíritu amplio, tendrán a bien notar que la materia puede conservar
su peso perdiendo su volumen, como lo prueba esta encantadora
experiencia. La sortija pesaba media onza, y aún la llevo puesta. No
era una creación, sino una materialización; pertenecía, creo, a HPB
y tiene el “sello del contraste”. Era una sortija especial para fenó-
menos, a juzgar por lo que sucedió un año y medio después. La
Sociedad Teosófica tenía entonces un año, y HPB y yo ocupábamos
Desaprobación oriental 59

dos pisos en la misma casa. Una


noche, la Sra. W. H. Mitchell*,
mi hermana casada, vino con su
marido a visitarnos, y durante
anillo de oro nacido de una flor
la conversación, pidió ver el
anillo y me rogó contase su historia. Lo miró, se lo puso en un dedo
mientras yo hablaba, y después se lo dio a HPB en la palma exten-
dida de su mano izquierda. Pero HPB, sin tocarla, cerró sobre la
sortija los dedos de mi hermana, le retuvo un momento la mano, y
después la soltó diciéndole que la mirase. Ya no era más un sencillo
aro de oro. Encontramos engarzados tres pequeños diamantes
formando un triángulo, al estilo “gitano”. ¿Cómo se hizo esto? La
hipótesis menos milagrosa, es que HPB había hecho poner los
diamantes por un joyero y por sugestión nos impidió verlos hasta
el momento en que abrió la mano de mi hermana. Como expe-
riencia hipnótica es una cosa muy comprensible. He visto hacer, y
yo mismo he hecho cosas del mismo género. Puede hacerse invi-
sible, no tan sólo un pequeño diamante, sino un hombre, una sala
llena de gente, una casa, un árbol, una roca, un camino, una
montaña; básicamente cualquier cosa: la sugestión hipnótica parece
ofrecer infinitas posibilidades. Independientemente del modo en
que se explique este fenómeno, fue un éxito rotundo.
Volviendo a la Sra. Thayer: la clase de sus poderes nos satisfizo
tanto, que le ofrecimos ir a Rusia, pero rehusó como la Sra. Youngs
y por los mismos motivos. Idénticas proposiciones hechas a la
Sra. Huntoon, hermana de los Eddy, a la Sra. Andrews y al Dr. Slade,
fueron igualmente rechazadas. El asunto continuó sin resultado
hasta el invierno de 1875, y entonces se fundó la Sociedad Teosófica.
La comisión del Sr. Aksakof había rescindido el primitivo contrato
que aseguraba un estudio serio de los fenómenos, y encontrándose
presidida por el Prof. Mendeleyeff, un materialista acérrimo, había
publicado una memoria llena de prejuicios, basada en suposiciones
y no en la evidencia. Por lo que el Sr. Aksakof decidió noblemente
y por puro amor a la verdad, cumplir el programa primitivo a su
costa y riesgo. Más o menos entonces escribió en el Spiritualist de
Londres:

Cuando resolví llamar médiums a San Petersburgo… me ceñí


a un plan de campaña que comuniqué al coronel Olcott, rogán-

* Si alguien desea preguntárselo, ella certificará ciertamente mi relato. Vive en


Orange, Nueva Jersey, EE. UU. (Olcott)
60 H ojas de un viejo diario

dole eligiese médiums en Estados Unidos. Le dije que deseaba


proporcionar a nuestra comisión los medios de probar los movi-
mientos anormales de objetos sólidos, a plena luz y sin contacto
con ninguna persona viva. También quería encontrar médiums
que pudiesen mover sólidos detrás de cortinas en la oscuridad,
estando ellos mismos sentados a la vista de los asistentes, etc.

Todo esto dará a mis lectores indios una idea de los fenómenos
físicos extraordinarios que se producían entonces en Occidente. En
Oriente, se oye hablar de cuando en cuando, de desplazamientos de
objetos pesados como muebles, la batería de cocina, ropas, etc., pero
se considera esto con horror y jamás los testigos pensarían hacer de
eso un estudio científico. Todo lo contrario, eso es tenido como una
desgracia, una intervención de los malos espíritus, con frecuencia
almas errantes de parientes o de amigos íntimos, y no se tiene más
que una idea: desembarazarse de tales molestias. No hago más que
repetir lo que a menudo ha sido explicado por todos los escritores
Teósofos, que para los asiáticos todo comercio entre los vivos y los
muertos es una prueba temida de que estos no están aún liberados
de sus lazos terrestres, y así se han detenido en su evolución normal
hacia el estado de espíritus puros. El Occidente, en cambio, a pesar
de sus creencias religiosas, encara la vida futura de una manera por
completo materialista, como una extensión de ésta en el tiempo
—y también en el espacio, si uno considera las nociones físicas
de cielo e infierno— y no puede persuadirse de la realidad de una
existencia consciente post mortem más que viendo los fenómenos
físicos y concretos que enumera el Sr. Aksakof y que asombran a
las personas que frecuentan a los médiums*. El Oriente, en lugar
de eso, tiende hacia los conceptos filosóficos y espirituales, y tales
fenómenos no parecen a los asiáticos, sino pruebas de la posesión de
poderes psíquicos inferiores en quienes los exhiben. Experimentos
como lo de mi sortija salida de una flor, las lluvias de plantas, flores
y pájaros de la Sra. Thayer, o del piano de la Sra. Youngs levantado
sobre huevos, golpea la imaginación del materialista occidental,
quien las ve no como horrores sino simplemente como mentiras
interesantes, demasiado revolucionarias científicamente hablando
para ser verdaderas, pero muy importantes si pudiesen ser probadas.
Estoy seguro de que he oído decir más de cien veces en India que

* Al preparar el tan discutido “Tercer Objetivo” de la Sociedad Teosófica, en


Nueva York, mi mente estaba influenciada por el conocimiento de este hecho,
y, al mismo tiempo por mi ignorancia de la amplitud de la ciencia oriental.
Si hubiese sabido cuántos males caerían sobre nosotros con el pretexto de los
poderes psíquicos, lo hubiese redactado de otro modo. (Olcott)
Desaprobación oriental 61

era una lástima que HPB exhibiera fenómenos porque esto probaba
que ella no había alcanzado un alto grado de Yoga*. Es cierto que
Patanjali disuade a los Yoguis, así como Gautama a los bikshus† de
mostrar inútilmente sus poderes, cuando sus Siddhis‡ se encuentran
naturalmente desarrollados en el curso de su evolución psíquica.
No obstante, el Buda mismo dejó ver algunas veces sus elevados
poderes, pero para dar ocasión de predicar las nobles doctrinas de
su Arya Dharma e impulsar a sus oyentes a que hiciesen los mayores
esfuerzos para espiritualizarse después de haberse “desembrutecido”.
Y así con la mayoría de los otros instructores religiosos. ¿No adoptó
HPB la misma política? ¿No nos advirtió, incluso mientras hacía sus
maravillas, que eran una parte muy subordinada e insignificante de
la Teosofía?—algunas, meras sugestiones hipnóticas, otras, mara-
villas físicas en el manejo de la materia y la fuerza, debidas estas
al conocimiento de sus secretos y a un control adquirido sobre las
razas elementales relacionadas con los fenómenos cósmicos. Nadie
puede negarlo. Nadie puede afirmar sinceramente que ella no haya
invariablemente enseñado que las experiencias psíquicas son, en
relación con la filosofía espiritual, lo que las experiencias químicas
son a la química. Sin duda que ella erró al malgastar fuerzas para
asombrar a testigos sin valor, que hubieran estado mejor empleadas
abatiendo los muros de la ciencia occidental, despótica e incrédula;
a pesar de eso, convenció de ese modo a ciertas personas que fueron
así inclinadas a trabajar por nuestro gran movimiento. Y entre ellas,
algunas de las de mayor valía, pasaron del espiritismo occidental
al oriental, a través del puente de los fenómenos psíquicos. Por lo
que a mí respecta, diré que las maravillas de poder mental que HPB
desplegó ante mis ojos, me prepararon para comprender las teorías
orientales de la ciencia espiritual. Mi mayor pena es que otros, espe-
cialmente aquellos colegas orientales cuyas mentes estaban comple-
tamente preparadas, no hayan obtenido la misma chance.

* Yoga: una de las escuelas filosóficas de India fundada por Patanjali. La palabra
significa unión y se refiere a la unión del yo humano con el Yo divino. (N. del T.)
† Bikshu (sánscrito) bhikkhu (pali): discípulo mendicante. Se aplica a los monjes
o ascetas budistas. (N. del T.)
‡ Siddhis: poderes anormales, si bien latentes en todo hombre. Los hay infe-
riores o psíquicos y superiores o espirituales. (N. del T.)
CAPÍTULO VII
El doctor Slade
1875

N
UESTRA caza del médium terminó por la elección del
Dr. Henry Slade para las experiencias de San Petersburgo.
El Sr. Aksakof me mandó $  1000 en oro para proveer
a sus gastos y se puso en camino, según lo convenido. Pero sea
por interés o por vanidad, en todo caso muy desgraciadamente,
se detuvo en Londres, dio sesiones, generó sensación y fue arres-
tado con el pretexto de fraude, a causa de la queja del profesor
Lankester y del Dr. Donkin. C. C. Massey lo defendió y arregló su
asunto apelando sobre un punto técnico. Después, en Leipzig, Slade
proporcionó los célebres experimentos sobre los que el profesor
Zöllner probó su teoría de la Cuarta Dimensión, y visitó después La
Haya y otros lugares más antes de ir a San Petersburgo. Nosotros,
antes de enviarlo, sometimos sus poderes al examen de una comi-
sión especial de la Sociedad Teosófica, y ésta, salvo un descontento,
que redactó una memoria muy injusta, dio al Sr. Aksakof un certi-
ficado de su sinceridad. Un testimonio de los más instructivos, que
probaba una larga e íntima familiaridad, fue dado por su ex socio
en negocios, el Sr. James Simmons, en el número de noviembre de
1893 de The Theosophist.
Hasta el momento de escribir estas líneas yo había olvidado
por completo en qué época del año 1875 se dio al público la teoría
oriental de los espíritus subhumanos y encadenados a la Tierra;
pero ahora veo en nuestros “Álbumes de Recortes” que el término
“Espíritus Elementarios” fue empleado por vez primera en una
carta que escribí al Spiritual Scientist del 3 de junio, a propósito de
64 H ojas de un viejo diario

los espíritus subhumanos de los elementos, que ahora llamamos


“los elementales”. No era más que una pura alusión sin detalles
explicativos, hecha con el fin de advertir a los espiritistas que no
aceptasen sin previo examen, como hasta entonces lo habían hecho,
como mensajes verdaderos de difuntos, las comunicaciones de los
médiums más o menos sinceros. La publicación de la circular de
“Luxor” (en el Spiritual Scientist del 17 de abril de 1875) trajo toda una
correspondencia particular y comentarios públicos, de los que el
ejemplo más importante fue un sabio e interesante artículo de un
joven abogado llamado Failes y firmado, “Hiraf”, que apareció en el
Spiritual Scientist de 1875, página 202, y que continuó en la edición
de la siguiente semana. Está lleno de ideas teosóficas expresadas en
términos del rosacrucismo y bajo ese título. El autor expone la teoría
oriental de la Unidad y la Evolución, y demuestra que ha prece-
dido en bastantes siglos a la moderna teoría de la correlación de las
fuerzas y de la conservación de la energía. Su mayor importancia
consiste en que HPB le respondió con lo que ella llama en el “Álbum
de Recortes”, “Mi primer disparo oculto”, que abrió ampliamente
el campo del pensamiento, y luego labrado en todas las direcciones
por los Miembros, amigos y adversarios de la Sociedad Teosófica.
Si quiere hacerse la más simple justicia a HPB, es menester no
perder de vista un hecho importante, al considerar su vida a partir
de este momento. Cuando llegó a EE. UU., ella no era una mujer
“ilustrada”, en el sentido literal de la palabra. Mucho después,
cuando se comenzó “Isis sin velo”, le pregunté a su muy querida
tía, la Srta. N. A. Fadeyef, dónde había aprendido su sobrina toda
esa variada erudición, recóndita filosofía, metafísica y ciencias,
esa prodigiosa comprensión intuitiva de la evolución étnica, de
la migración de las ideas, de las fuerzas ocultas de la naturaleza,
etc. Me contestó francamente que hasta la última vez que la había
visto, hacía cinco o seis años, Helena no había “jamás ni soñado esas
cosas”, que su educación fue sencillamente la de una joven de buena
familia. Había aprendido, además del ruso, el francés, un poco de
inglés, un barniz de italiano y música. Estaba muy asombrada de lo
que yo le decía de su erudición, y no lo podía atribuir más que al
mismo orden de inspiración que habían disfrutado los Apóstoles,
hablando el Día de Pentecostés idiomas que hasta entonces igno-
raban. Agregaba que desde su infancia su sobrina había sido un
médium más notable por sus poderes psíquicos y la variedad de sus
fenómenos, que ninguno de los que ella había oído hablar durante
el curso de una vida dedicada al estudio de esos temas*. De todos

* Carta fechada en Odessa, 8/20 mayo, 1877. (Olcott)


El doctor Slade 65

sus amigos, fui el mejor posicionado para juzgar sus conocimientos


literarios, habiéndola ayudado en su correspondencia y sus escritos,
y corregido casi todas las páginas de sus manuscritos durante años.
Además, he gozado de su confianza de 1874 a 1885 en mayor grado
que cualquier otra persona. Estoy, pues, en estado de asegurar que
en esos primeros tiempos ella no era, en su estado normal al menos,
una mujer sabia y que nunca fue una correcta escritora. Todo esto
à propos [a propósito] de su respuesta a “Hiraf”, en la que entró en
detalles sobre el ocultismo y explicó la naturaleza de los espíritus
elementarios. Un crítico instruido, pero ciegamente hostil, trató ese
artículo de “simple refrito de los escritos Mágicos de Éliphas Lévi,
de Des Mousseaux y de Hargrave Jennings sobre los rosacruces”. En
ese artículo él dice también:

la Madame (sic) no pretende ninguna autoridad personal, llamán-


dose a sí misma “pobre yo ignorante”, y declara que quiere tan
sólo decir un poco de lo poco que ha cosechado en sus largos
viajes por Oriente. Pero la afirmación de que ella ha sacado cual-
quier cosa de “el Oriente” es falsa; todo el artículo proviene de
libros europeos

Pero, los autores de esos libros, ¿de dónde sacaron su ciencia,


sino de otros autores? ¿Y éstos de dónde? De Oriente, siempre de
Oriente: ninguno de los mencionados fue un ocultista práctico, un
Adepto de la psicología práctica, ni siquiera Éliphas Lévi, salvo en
el débil grado de poder (él lo dice) de evocar espíritus mediante
el formulario del Ceremonial Mágico. Le agradaban demasiado los
placeres de la mesa para llegar más arriba en Magia. Des Mousseaux
no es más que un recopilador paciente y complaciente, por cuenta
de los Jesuitas y de los Teatinos*, de los que publica los certificados
elogiosos. En cuando al difunto Hargrave Jennings, todos lo hemos
conocido como un hombrecillo estimable, un littérateur de Londres,
que sabía de ocultismo lo que se lee en los libros, y cuyas deduc-
ciones no eran siempre precisas. Que HPB hubiese o no adquirido
en Oriente sus poderes o sus conocimientos en psicología prác-
tica, es innegable que los tenía, se servía de ellos cuando lo quería
y las explicaciones que daba son idénticas a las proporcionadas
por las enseñanzas de todas las Escuelas Orientales de Ciencias
Ocultas. Personalmente puedo certificar que estaba en relación con
Adeptos orientales y que tanto ella como yo recibimos sus visitas

* Teatinos o clérigos regulares: es una orden religiosa masculina de la Iglesia cató-


lica, formada por clérigos que profesan los votos de la vida religiosa. (N. del E.)
66 H ojas de un viejo diario

y sus instrucciones, y hablamos con ellos antes de dejar EE. UU.,


y después de nuestra llegada a India. Los libros de Lévi, de Des
Mousseaux y de todos los otros escritores antiguos y modernos, eran
como cajas de herramientas en las que ella escogía aquellas de que
tenía necesidad para edificar una estructura occidental a las ideas
orientales: de uno tomaba un hecho, de otro otra cosa. Encontraba
en ellos instrumentos bien imperfectos, que para los informados
disfrazaban y para los demás deformaban, mutilaban o alteraban
sus hechos. Los Rosacruces, los escritores Herméticos o Teósofos de
Occidente, al publicar sus libros en épocas de profunda ignorancia,
y de intolerancia religiosa, escribían en cierto modo bajo el hacha
del verdugo; o sobre los haces de la hoguera y debían ocultar su
conocimiento divino bajo raros símbolos y engañadoras metáforas.
El mundo tenía necesidad de un intérprete; le fue enviado en la
persona de HPB. Hallando en su experiencia práctica y sus facul-
tades desarrolladas la clave del laberinto; ella se puso al frente, con
la antorcha en la mano, invitando a los valientes a que la siguieran*.
Un crítico norteamericano ha dicho de “Isis” que ella citaba indi-
ferentemente un autor clásico o el periódico de la víspera, y tenía
razón, porque ¿qué importa el autor de la cita o del párrafo, siempre
que exprese bien la idea deseada? Esta respuesta a “Hiraf” fue el
primero de sus escritos esotéricos, como la respuesta al Dr. Beard
fue su primera defensa del espiritismo. La historia de la Literatura
no muestra un espectáculo más sorprendente que el de esta noble
dama rusa, provista de una apariencia de educación a la moda, que
escribía a veces el inglés como un inglés, el francés con tal pureza,
que autores franceses me han dicho que sus artículos podrían servir
como modelos de estilo en las escuelas francesas, y el ruso de tan
brillante y atrayente manera, que el director de la revista rusa más
importante, le pedía que escribiese periódicamente para él en las
mismas condiciones que Turguénief. Pero ella no alcanzaba siempre
esas alturas, y a veces el inglés de sus manuscritos era tan malo
que había que rehacerlos casi por completo. No era, ya lo he dicho,
una escritora correcta; su espíritu parecía correr a tal velocidad y
de todos lados se precipitaban torrentes de pensamiento con fuerza
tal, que sus desordenados escritos carecían de método. Ella se reía,
pero conviniendo en la justicia de la comparación, cuando yo le
decía que su espíritu se parecía a la descripción que hace Dickens
del empalme de Mugby, donde los trenes llegan silbando, pasan
silbando, retroceden, se encierran, y de la mañana a la noche arman

* Esto bajo toda clase de reservas respecto al grado exacto de su independencia,


que no me atrevería a precisar. (Olcott)
El doctor Slade 67

un estrépito infernal. Pero desde el artículo sobre “Hiraf” hasta las


últimas líneas que escribió para el impresor, es preciso decirlo para
ser sincero: sus obras fueron siempre sugestivas en extremo, de
un estilo virtuoso y brillante, mientras que la ironía de su ingenio
sazonaba siempre sus más graves ensayos con las imágenes más
graciosas. Exasperaba a los sabios metódicos, pero jamás fue deslu-
cida o pesada. Más adelante tendré ocasión de hablar de los cambios
fenoménicos que se producían en su estilo y su conversación. Lo he
dicho, y lo diré siempre: he aprendido de ella bastante más que de
ningún maestro, profesor o autor con quien haya tenido trato. Pero
su grandeza psíquica sobrepasa de tal modo a su educación primi-
tiva y su disciplina mental, que los críticos que no la conocían,
sino como autora, la han tratado con amarga y salvaje injusticia.
X. B. Saintine dice en Picciola, que la grandeza se paga con el aisla-
miento, y el caso de HPB prueba bien la exactitud de su aforismo.
Ella planeaba en alturas espirituales hasta donde sólo se remontan
las águilas de la Humanidad. La mayor parte de sus adversarios no
han visto más que el barro de sus zapatos, y ciertamente que a veces
ella los sacudía sobre sus mismos amigos cuando sus alas no podían
elevarlos tan alto como a ella.
La importancia histórica de la carta a “Hiraf” tiene valor porque
ella proclama allí sin dudas “por conocimiento personal” la exis-
tencia de escuelas permanentes de ocultismo, “en el Indostán, el
Asia Menor y en otros países”. “Tanto ahora como en los tiempos
primitivos de Sócrates y de los otros sabios de la antigüedad”, dice
ella, “aquellos que desean conocer la Gran Verdad, encontrarán
siempre la ocasión, bastando para ello que ‘intenten’ encontrar a
alguien que los conduzca hasta la puerta de ‘uno que sabe cuándo
y cómo’”. Rechaza la demasiado amplia generalización de “Hiraf”,
que llama rosacruces a todos los ocultistas y le hace saber que
esa hermandad no es sino una unidad entre muchas otras sectas
o grupos ocultos. Ella se proclama “discípula del espiritualismo
oriental” y prevé el día en que el espiritismo norteamericano “se
convertirá en una ciencia de exactitud matemática”. Volviendo a la
cuestión de los Adeptos, ella dice que la verdadera cábala de la que
la versión judía no es más que un fragmento, está en manos

de algunos pocos filósofos orientales, pero, quiénes son y dónde


residen, es más de lo que puedo revelar. Tal vez yo misma no lo
sepa y lo haya soñado. Miles de personas dirán que esto es pura
imaginación. Muy bien. Con el tiempo se verá. Todo lo que puedo
decir, es que esa organización existe en realidad y que la sede de
las Fraternidades no será revelada al mundo hasta el despertar
68 H ojas de un viejo diario

de la Humanidad… Hasta entonces no se verá otra prueba de


la teoría especulativa de su existencia, que lo que el vulgo llama
hechos divinos.

Advierte en su artículo que es perder el tiempo tratar de llegar a


ser un cabalista (o si usted quiere, un rosacruz) práctico, estudiando
libros de literatura oculta; es tan tonto, ella dice, “como entrar sin
el hilo en el laberinto, o querer abrir sin llave las ingeniosas cerra-
duras de la época medieval”. Define la diferencia entre la Magia
Blanca y la Negra, mostrando los peligros de esta última. Por fin,
termina diciendo:

Pero digan lo que digan, ustedes, los “muy ortodoxos sacerdotes


de todos los cleros y denominaciones, ustedes que son tan intole-
rantes para con el espiritismo”, [nótese el sentido que el contexto
da a esta palabra —Olcott], “el más puro de los Niños de la
Antigua Magia”), no pueden impedir lo que existe y que ha exis-
tido siempre: la relación entre los dos mundos. Llamamos a esa
relación espiritismo moderno con tanta justicia y lógica con que
decimos, el “Nuevo Mundo”, hablando de EE. UU.

Estoy seguro de que todos los Miembros serios de la Sociedad


Teosófica se sentirán contentos al saber que, desde julio de 1875,
HPB proclamaba la existencia de los Adeptos orientales de la frater-
nidad mística, de sus depósitos de conocimiento divino y de sus
relaciones personales con ellos.
Todo esto lo reafirma en una carta al Spiritual Scientist, (p. 64 pero
no sé de qué mes de 1875, porque no puso fecha a su recorte de
nuestro “Álbum de Recortes”; pero la escribió desde Ithaca a donde
había ido a ver al profesor Corson de la Universidad de Cornell y a
su señora, en agosto o septiembre), en la que emite la importante
idea de que:

En las manos de un Adepto, el espiritismo se convierte en Magia,


porque es experto en el arte de combinar conjuntamente las leyes
del Universo sin violarlas, y, por lo tanto, sin ofender a la Natura-
leza. En las manos de un médium sin experiencia, el espiritismo
se convierte en una hechicería inconsciente; porque… sin saberlo
abre una puerta de comunicación entre los dos mundos, a través
de la cual se deslizan las fuerzas ciegas de la Naturaleza, que
flotan en la Luz astral, así como espíritus buenos o malos.
El doctor Slade 69

La Idea oculta ya había ganado mucho terreno, y nuestras publi-


caciones, como nuestra correspondencia privada, abundaban en
alusiones semejantes. Mi primer ensayo algo considerable en ese
sentido, fue una carta titulada “La vida inmortal”, con fecha del 23
de agosto de 1875 y publicada el 30 del mismo mes por el New York
Tribune. Declaro en ella que durante un cuarto de siglo he creído en
los fenómenos mediumnímicos, pero sin aceptar la identificación
de las inteligencias que los producen. Afirmo mi fe en la realidad de
la antigua ciencia oculta, y el hecho de haber sido de pronto “puesto
en relación con personas vivas que efectúan o han efectuado en
mi presencia, esas mismas maravillas que se atribuyen a Paracelso,
Alberto el Grande y Apolonio”. Al escribir esto no pensaba tan sólo
en los numerosos fenómenos de HPB, ni en mis primeros encuen-
tros con los Mahatmas, sino también en lo que me hizo ver en mi
propia habitación, en una casa que no ocupaba HPB, y en la que ella
no se encontraba en ese momento, un extranjero que encontré por
casualidad en Nueva York poco antes de escribir esta carta, y que
me mostró los espíritus de los elementos.
Este extranjero vino a mi casa por una cita que convinimos.
Abrimos la doble puerta que separaba el salón de la pequeña
alcoba, nos sentamos en sillas frente al hueco de la puerta y por
una singular maya (así lo creo ahora) vi en el sitio de mi alcoba,
un cubo de espacio vacío. Los muebles habían desaparecido, y yo
veía alternar allí sorprendentes imágenes de aguas, nubes, cavernas
subterráneas y volcanes en actividad; cada uno de esos elementos
repleto de seres, formas y figuras que yo percibía más o menos
rápidamente. Había formas encantadoras, otras malvadas y feroces,
otras terribles. Flotaban dulcemente como burbujas en una apacible
corriente de agua, o saltaban a la escena para desaparecer enseguida,
o bien jugar y brincar juntas en el agua o el fuego. De pronto, un
monstruo espantoso, tan horrible a la vista como las imágenes del
Magus de Barrett, me miró, y como un tigre herido, se abalanzó
para agarrarme, pero desapareció en el momento en que alcanzaba
el borde del cubo de akasha hecho visible en el límite de las dos
habitaciones. Era una prueba para los nervios, pero después de todo
lo que había visto en casa de los Eddy, conseguí no “desfallecer”. El
extranjero se declaró satisfecho del resultado de su prueba psíquica,
y al despedirse dijo que tal vez nos volveríamos a ver. Pero esto no
ha ocurrido todavía. Tenía el aspecto de un asiático de tez clara,
pero no pude descubrir su nacionalidad, aunque lo suponía un
hindú. Hablaba el inglés tan fluidamente como yo.
CAPÍTULO VIII
Proyecto de Sociedad Teosófica
1875

P
ASEMOS ahora a la historia de la formación de la Sociedad
Teosófica y veamos cómo se generó la idea, quiénes fueron
las personas que la fundaron y cómo se definieron sus obje-
tivos. Porque esto es una historia completa de los comienzos de la
Sociedad, no lo olvidemos, y no una simple colección de recuerdos
personales sobre HPB.
La discusión activa del espiritismo y de una parte de las ideas
espiritualistas de Oriente, había preparado el camino. Dicha discu-
sión comenzó con la publicación de mi memoria sobre los Eddy en
el NY Sun del mes de agosto del año anterior (1874), y su intensidad
se había decuplicado tras mi encuentro en Chittenden con HPB y
el uso que hacíamos de la prensa, para la exposición de nuestras
ideas heterodoxas. Las cartas mortificantes de HPB, los rumores
que corrían acerca de sus poderes mágicos y nuestras numerosas
afirmaciones sobre la existencia de razas no humanas de seres
espirituales, nos llevaron a relacionarnos con un gran número
de personas inteligentes apasionadas por el ocultismo. Entre ellas
había sabios, filólogos, autores, anticuarios, eclesiásticos de espíritu
amplio, hombres de leyes, médicos, espiritistas bien conocidos y
uno o dos periodistas que escribían en los diarios de la ciudad, muy
contentos al poder conseguir una buena “copia” del asunto. Era en
verdad una audacia, instituirse en líderes de la legitimidad cientí-
fica de la Magia antigua en esta edad de escepticismo, desafiando
los prejuicios públicos. El mismo atrevimiento de la empresa forzó
la atención del público, y su inevitable resultado fue juntar en un
72 H ojas de un viejo diario

grupo, a todos aquellos a quienes la discusión había aproximado


por simpatías, en forma de sociedad de investigaciones ocultas. El
ensayo de fundación del “Club de los Milagros”, en mayo de 1875,
fracasó por las razones indicadas en el Capítulo I, pero se presentó
una segunda ocasión con una conferencia privada, reservada para
algunos amigos, que el Sr. Felt dio en casa de HPB, en la calle Irving
Place 46, Nueva York, el 7 de septiembre de 1875. Esta vez no hubo
fracaso, la pequeña semilla de la que debía salir el gran baniano*
que cubriría al mundo, fue plantada en buena tierra y germinó.
Siento que no exista, yo no la conozco, nota oficial de las personas
presentes a esta reunión, pero el reverendo J. H. Wiggin, clérigo
unitario, publicó en The Liberal Christian del 4 de septiembre una
nota sobre otra reunión del mismo género, efectuada la semana
anterior, y en la cual creo que se anunció para el 7 la conferencia del
Sr. Felt. Cita a HPB, a mí, al Sr. Bruzzesi, a un Juez de Nueva Jersey
y su señora, y al Sr. Charles Sotheran (quien lo había hecho invitar
por HPB). Denotaba su sorpresa por la extensión y profundidad de
la conversación, con estas reflexiones:

No sería correcto contar en sus detalles una conversación íntima


en la que no entraba ni deseo de publicidad, ni de exhibición
mágica, ni de que se pronunciase un juicio sobre ella. El elemento
fálico en las religiones, las últimas maravillas de los médiums, la
historia, el alma de las flores, el carácter italiano, las cosas raras
de los viajes, la química, la poesía, la triplicidad en la Naturaleza,
el catolicismo, la gravitación, los carbonarios, la prestidigitación,
los nuevos descubrimientos de Crookes sobre la fuerza luminosa,
y la literatura Mágica, fueron algunos de los temas de la animada
conversación, que duró hasta la medianoche. Si en verdad
Mme. Blavatsky puede hacer que nazca el orden en el seno del
caos del espiritismo moderno, hará un gran servicio al mundo.

En la noche del 7 de septiembre, el Sr. Felt dio su conferencia sobre


el “El perdido canon egipcio de las proporciones”. Dibujaba nota-
blemente bien y había preparado una serie de bonitos croquis en
apoyo de su tesis: que el canon de las proporciones arquitectónicas
empleado por los egipcios, así como por los grandes arquitectos de
Grecia, estaba hoy conservado en los jeroglíficos de los templos del
País de Khemi. Sostenía que, siguiendo determinadas reglas, se podía
dibujar en el muro de cierto templo, lo que llamaba la “Estrella de

* Ficus benghalensis. De las ramas de este árbol descienden raíces que se intro-
ducen en el suelo y echan brotes, de modo que al cabo de los años una sola
planta ocupa gran extensión de terreno. (N. del T.)
Proyecto de Sociedad Teosófica 73

perfección”, que revelaba el secreto entero del problema geomé-


trico de las proporciones; que los jeroglíficos trazados alrededor de
esta figura no estaban destinados más que a engañar la curiosidad
de los profanos, porque leídos al mismo tiempo que los del interior
de la figura, no daban ningún sentido, o caían en la trivialidad.
El diagrama consistía en un círculo con un cuadrado inscrito
y otro externo, encerrando un triángulo equilátero, dos triángulos
egipcios y un pentágono. La aplicaba a todas las imágenes, estatuas,
puertas, jeroglíficos, pirámides, planos, tumbas y monumentos del
Antiguo Egipto y demostraba que las proporciones correspondían
tan bien, que esa debió ser su regla. Aplicaba el mismo canon de
proporción a las obras maestras del arte griego, y encontraba que
habían sido o habían podido ser construidas sin modelo, observando
dicho canon. Es, de hecho, el verdadero canon de arquitectura de
la Naturaleza. El difunto Dr. Seth Pancoast, M. D*., de Filadelfia, un
cabalista muy erudito, se encontraba presente, y dirigió al Sr. Felt
algunas preguntas concretas para ver si podía probar prácticamente
su perfecto conocimiento de los poderes ocultos poseídos por los
verdaderos magos antiguos, entre otros, la evocación de los espí-
ritus en las profundidades del espacio. El Sr. Felt contestó categóri-
camente que lo había hecho y que podía nuevamente hacerlo con
su círculo químico. “Podía provocar la aparición de centenares de
sombras parecidas a la forma humana, pero no había reconocido
signos de inteligencia en esas apariciones”. Saco estos detalles de un
recorte de la época, clasificado en el “Álbum de Recortes”¨, Vol. I,
sin el nombre del periódico, pero en los de esa época. Parece ser del
periódico del Sr. Wiggin, The Liberal Christian.
Las teorías y las ilustraciones de Felt eran tan atrayentes, que J. W.
Bouton, editor de libros de simbolismo, se comprometió a publicar
su libro, de 1000 páginas, con ilustraciones, y adelantó una suma
considerable para las planchas, los útiles de grabador, las prensas,
etc., etc. Pero como tenía que tratar con un genio abrumado con
una familia numerosa y siendo él exasperantemente impuntual, el
asunto se demoró tanto que él perdió toda la paciencia, y el resul-
tado final fue, creo, una ruptura entre ellos. La gran obra no se
publicó jamás.
El Sr.  Felt nos dijo en su conferencia que, haciendo estudios
de Egiptología, descubrió que los antiguos sacerdotes egipcios eran
adeptos de la ciencia mágica y tenían el poder de evocar y emplear
los espíritus de los elementos, y que habían dejado sus formula-
rios, que él había descifrado, ensayado, y conseguido evocar con

* Sigla en inglés de: doctor en Medicina. (N. del E.)


74 H ojas de un viejo diario

ellos a los elementales. Consentiría en ayudar a algunas personas


escogidas para que por sí mismas ensayasen su sistema, y nos
haría ver todos los espíritus naturales en una serie de conferen-
cias retribuidas. Naturalmente, le dimos un voto de agradecimiento
por su interesante conferencia, y siguió a ésta una animada discu-
sión. Durante ella, me vino la idea de que sería bueno formar una
sociedad para emprender y fomentar investigaciones ocultas de esa
índole, y después de pensarlo un poco, escribí en un trozo de papel
lo siguiente:
“¿No sería bueno formar una Sociedad para esta clase de estudios?”, y
se lo entregué al Sr. Judge, que se encontraba entre HPB, que estaba
sentada enfrente, y yo, para que se lo pasase. Ella lo leyó y me
contestó que sí con la cabeza. Enseguida me levanté, y después de
algunas frases preliminares, esbocé el proyecto. Los asistentes lo
aprobaron, y cuando el Sr. Felt, respondiendo a nuestra petición,
dijo que no tenía inconveniente en enseñarnos a evocar y emplear
los elementales, se decidió por unanimidad formar dicha Sociedad.
A proposición del Sr. Judge, se me nombró Presidente y se aceptó
mi propuesta de elegir al Sr. Judge Secretario de la reunión. Como
era tarde, se fijó la noche siguiente para dar a esto carácter oficial.
Se rogó a los presentes que trajesen a los amigos susceptibles de
unirse a la sociedad proyectada.
Como ya dije, no existe un acta oficial del Secretario de esta
reunión, pero la Sra. Britten cita, en su Nineteenth Century Miracles
(p. 296) una nota publicada en un diario de Nueva York y repro-
ducida en el Spiritual Scientist, y de su libro extraigo los párrafos
siguientes:

Acaba de comenzar en Nueva York, bajo la dirección del coronel


Henry S. Olcott, un movimiento de gran importancia: se trata de la
organización de una sociedad que se llamará Sociedad Teosófica.
La proposición se hizo espontáneamente y sin haber sido preme-
ditada, en una reunión en la casa de Mme. Blavatsky, la noche del
7 del corriente, donde un grupo de más o menos diecisiete señoras
y caballeros se hallaban reunidos para oír al Sr. Jorge Felt, cuyos
descubrimientos de las figuras geométricas de la cábala egipcia
pueden ser considerados como una de las conquistas más
sorprendentes del espíritu humano. Varias personas de gran erudi-
ción y otras que ocupan situaciones influyentes, formaron parte de
la reunión. Los Directivos de dos periódicos religiosos, los coedi-
tores de dos revistas literarias, un doctor en Letras de Oxford, un
venerable sabio judío y afamado viajero, el editorialista de uno de
los diarios de Nueva York, el Presidente de la Sociedad Espiritista
Proyecto de Sociedad Teosófica 75

de Nueva York, el Sr. C. C. Massey, un visitante inglés (abogado);


la Sra. Emma Hardinge Britten y el Dr. Britten, dos abogados de
Nueva York; además del coronel  Olcott, un socio de una casa
editora de Filadelfia, un médico muy conocido, y finalmente, la más
célebre de todos ellos, Mme. Blavatsky, eran los que formaban el
círculo de oyentes del Sr. Felt… En un intervalo de la conversa-
ción, el coronel Olcott se puso de pie, y después de haber indi-
cado brevemente el actual estado del movimiento espiritualista,
la actitud de sus contrarios los Materialistas, el conflicto irreconci-
liable entre la ciencia y las sectas religiosas, el carácter filosófico
de las antiguas teosofías y su valor para la reconciliación de todos
los antagonistas, así como el éxito, al parecer sublime, del Sr. Felt,
en la recuperación de la clave de la arquitectura de la Naturaleza,
de miserables fragmentos de antiguas leyendas olvidadas por la
mano devastadora de los fanáticos musulmanes o cristianos de
los primeros siglos, propuso formar un núcleo alrededor del cual
podrían reunirse todas las almas esclarecidas y valientes que se
hallasen dispuestas a trabajar por la adquisición y difusión del
verdadero conocimiento. Su plan era organizar una sociedad de
Ocultistas, empezar enseguida a formar una biblioteca y diseminar
el conocimiento de esas leyes secretas de la Naturaleza que
fueron tan familiares a los caldeos y egipcios, y hoy totalmente
ignoradas por nuestros sabios modernos.

Viniendo esto de fuente externa y publicado pocos días después de


la reunión, vale tal vez más que una memoria oficial, y demuestra
palpablemente la idea que tuve al proponer la formación de nuestra
Sociedad. Esta debía ser una asociación encargada de recoger y
publicar conocimientos, emprender investigaciones ocultas, estu-
diar y difundir las antiguas ideas filosóficas y teosóficas; para eso
uno de los primeros pasos debía ser la formación de una biblioteca.
No se trató nada de Fraternidad Universal, porque la propuesta de
fundar la Sociedad surgió a propósito del tema de la discusión. Era
un asunto sencillo, prosaico, sin acompañamiento de fenómenos
o incidentes extraordinarios. En fin, no tenía ni trazas de espíritu
sectario, y en cambio poseía una tendencia netamente antimateria-
lista. El pequeño grupo de los Fundadores era de sangre europea,
sin antagonismo natural hacia las religiones, e ignorando las distin-
ciones de castas. El elemento Fraternidad, que debía entrar más tarde
en la composición de la Sociedad, no estaba previsto, pero cuando
nuestra influencia se extendió con el tiempo, hasta ponernos en
relación con los asiáticos, sus religiones y sus sistemas sociales,
apareció como una necesidad, y hasta como la piedra angular de
76 H ojas de un viejo diario

nuestro edificio. La Sociedad Teosófica ha sido una evolución y no


—en el plano visible al menos— una creación deliberada.
Tengo el acta oficial de la reunión del 8 de septiembre, firmada
por mí como Presidente y por W. Q. Judge como Secretario, y voy a
reproducirla de nuestro Libro de Actas:

Según la proposición del Cnel. Henry S. Olcott para formar una


Sociedad para el estudio y la aclaración del ocultismo, la cábala,
etc., las señoras y caballeros presentes se han constituido en
asamblea, y por moción del Sr. William Q. Judge, se resolvió que:
El Cnel. H. S. Olcott sea Presidente.
Según una moción también se resolvió que:
El Sr. W. Q. Judge sea Secretario.
El Presidente pidió enseguida los nombres de las personas
presentes que deseasen fundar tal Sociedad o formar parte de
ella. Las siguientes personas dieron sus nombres al Secretario:
Coronel Olcott, Mme. H. P. Blavatsky, Charles Sotheran,
Dr. Charles E. Simmons, H. D. Monachesi, C. C. Massey, de
Londres; W. L. Alden, G. H. Felt, D. E. de Lara, Dr. W. Britten,
Sra. E. H. Britten, Henry J. Newton, John Storer Cobb, J. Hyslop,
W. Q. Judge, H. M. Stevens (todos presentes, salvo uno).
Según la moción de Herbert D. Monachesi, se resolvió que:
El Presidente nombraría una comisión de tres Miembros para
preparar una constitución y un reglamento que deberían ser
presentados en la próxima reunión.
Según una moción se resolvió que:
El Presidente se uniría a la Comisión antes citada.
El Presidente designó enseguida a los Sres. H. J. Newton, H. M.
Stevens y C. Sotheran para integrar la mencionada Comisión.
Según una moción presentada, se resolvió:
Fijar la próxima reunión para el lunes 13 de septiembre, en el
mismo lugar, a las 8 p. m.

De modo que la Sociedad tuvo dieciséis formadores —para usar un


término más apropiado— no Fundadores; porque su fundación sobre
bases estables, fue el resultado de varios años de trabajo y abnega-
ción, y durante una parte de este tiempo, HPB y yo nos encontramos
solos en la brecha, construyendo esos fuertes cimientos, ya fuese
porque nuestros colegas nos dejaron, o porque perdieron el interés,
o la fuerza de las circunstancias les impidió dar, como lo hubieran
deseado, su tiempo y sus esfuerzos. Pero no nos anticipemos.
Proyecto de Sociedad Teosófica 77

Cuando esta parte de mi relato apareció en The Theosophist


(noviembre de 1892), llevaba retratos de varios Miembros con
cargos en la Sociedad; a quienes les interese, pueden verlos en dicha
revista. La excesiva abundancia de material en este volumen me
obliga a condensarlo todo lo posible. No obstante, incluiré mi nota
sobre el Sr. Alden, a causa de la historia de una de sus experiencias
ocultas.
El Sr. W. L. Alden, muy conocido ahora en los círculos lite-
rarios de Londres, era entonces editorialista del N Y Times y sus
críticas humorísticas sobre temas corrientes eran muy apreciadas.
Recientemente lo encontré en París después de varios años de sepa-
ración y supe que había desempeñado importantes cargos consu-
lares por cuenta del Gobierno de Estados Unidos. Le sucedió en
Nueva York, cuando acabábamos de conocernos, una aventura bien
graciosa. Entonces él escribía en el NY Daily Graphic y yo también,
mis cartas de Chittenden. Un cúmulo de personas extravagantes
acudía al despacho de la dirección para hacer preguntas ociosas y
molestaban al director, Sr. Croly, a tal punto que acabó por publicar
una caricatura que le representaba acorralado, con un revólver y
unas enormes tijeras, defendiéndose de una invasión “de hombres
con melenas y mujeres peladas”, todos ellos espiritistas. Pero una
mañana, un hombre de edad, vestido como un oriental, se presentó
llevando bajo el brazo un libro raro y visiblemente muy antiguo.
Después de haber saludado a los redactores con reverencia, se puso
a hablar de mis cartas y del espiritismo occidental y oriental. Todos
dejaron sus mesas para oírle y se agruparon a su alrededor. Hablando
de Magia, se volvió tranquilamente hacia Alden, de quien nadie
sospechaba sus inclinaciones ocultas, y le dijo: “señor, ¿cree usted
que hay verdad en la Magia?” Un poco cohibido, Alden respondió:
“Bien, he leído Zanoni, y creo que ahí bien puede haber algo”. A su
ruego, el extranjero mostró a los redactores su curioso libro. Era
un tratado de Magia escrito en árabe o en alguna lengua oriental,
con numerosas ilustraciones en el texto. Todos se interesaron viva-
mente, sobre todo Alden, que al marcharse el anciano le pidió que
le concediese otra entrevista. Este consintió sonriendo y le dio una
dirección para que le buscase. Cuando Alden se presentó allí, se
encontró con un comercio de libros e imágenes católicas romanas. Burlado
de este modo, mi amigo continuó, aunque inútilmente, observando
a todas las personas que encontraba, con la esperanza de hallar al
misterioso asiático. El Sr. Croly me dijo que aquel hombre nunca
más reapareció por las oficinas del Graphic; como si se lo hubiese
tragado la tierra. No es una experiencia rara esta aparición y desa-
parición de personas misteriosas que traen el libro requerido al
78 H ojas de un viejo diario

hombre que lo necesita, o que lo ponen en el camino debido cuando


se debate valientemente en el pantano movedizo de las dificultades,
en búsqueda de la verdad. Muchos casos parecidos se cuentan en
las historias religiosas. A veces la visita se presenta de día, otras
veces en una visión nocturna. La revelación puede venir en forma
de “flashes”—los flashes de buddhi* sobre manas†—produciendo los
grandes descubrimientos científicos, como apareció a Fraunhöfer la
idea del espectroscopio, a Franklin la naturaleza de los relámpagos,
a Edison el teléfono, y otras diez mil grandes cosas a los espíritus
preparados y abiertos a la sugestión. Se consideraría una exagera-
ción decir que todo aspirante al conocimiento arcano tiene la opor-
tunidad de obtenerlo una vez en su vida, pero creo que es cierto que
el porcentaje de quienes lo obtienen, es cien veces mayor de lo que
la gente imagina. Es una desgracia individual si, como consecuencia
de falsas ideas sobre la apariencia del mensajero, o por prejuicio
respecto al modo en que el mensaje debería ser dado, “se hospeda
a un ángel sin saberlo” ‡, o se lo roza en la calle sin sentir un estre-
mecimiento de aviso. Hablo de lo que conozco.

* En la división septenaria del hombre, según la Teosofía, es el 6° principio o


alma. Tiene la facultad de la intuición. (N. del T.)
† Manas, es el 5° principio, o mente; con Buddhi y Atma (espíritu) es la tríada
que reencarna. (N. del T.)
‡ Hebreos Cap. 13 Vers. 2 (N. del E.)
CAPÍTULO IX
Formación de la Sociedad Teosófica

1875

E
L Sr. Felt continuó la interesante descripción de sus descu-
brimientos, comenzada el 8 de septiembre, en la reunión
fijada para el 18 de septiembre de 1875, y dibujó un cierto
número de diagramas en colores. Algunas personas presentes
dijeron haber visto que la luz temblaba sobre las figuras geomé-
tricas, pero me inclino a pensar que eso era debido, mitad a
autosugestión y mitad a lo que Felt había dicho de sus propie-
dades mágicas. No vi ciertamente nada oculto, ni los demás
tampoco, salvo una muy pequeña minoría de los asistentes.
El siguiente es un importante borrador de una carta, firmada
por el Sr. Felt, que he encontrado poco después de la redacción
de este capítulo. No me acuerdo ya si la carta fue enviada para
su publicación o no, pero me inclino a esta última opinión. La
importancia del documento radica en el hecho de que en este, el
Sr. Felt afirma sin reservas la existencia de espíritus elementales, su
control adquirido sobre ellos, sus efectos sobre los animales y su
relación con la humanidad. Creo que sus dichos sobre la influencia
de los diagramas geométricos egipcios sobre sus oyentes es exage-
rado. Los pseudomaestros que no vinieron para aprender, como el
Sr. Felt los describe, eran miembros espiritistas de una inconmo-
vible ortodoxia.
80 H ojas de un viejo diario

Nueva York, 19 de junio de 1878

Al Director del “London Spiritualist”.


Mi atención acaba de ser atraída por ciertos artículos aparecidos
en su ciudad, y entre ellos uno en su periódico, tratando de ciertas
declaraciones hechas por amigos míos, respecto a la “Sociedad
Teosófica” y a mí mismo. Uno o dos de los escritores hasta se
preguntaron si yo existo o si no soy más que “una creación de la
imaginación de Mme. Blavatsky y sus amigos”. Teniendo muy poco
en común con el público al cual se dirige su periódico, lo leo muy
rara vez y probablemente no hubiera tenido jamás conocimiento
de esas declaraciones, si no me las hubiesen señalado. Mi interés
son las matemáticas y no me intereso sino muy poco o nada por
las cosas que no son susceptibles de exacta demostración; por eso
hay tan pocos lazos de afinidad entre los espiritistas y yo. Tengo
tan poca fe en sus supuestas demostraciones, que he cesado hace
tiempo de mantenerme en contacto con ellos.
La Sociedad Teosófica partió de la falsa idea de que una confrater-
nidad de esa clase podía sostenerse por la admiración mutua, en
provecho de los periódicos, pero pronto todo cayó en el desorden.
No había jerarquía ni grados, sino que todos eran iguales. La
mayor parte de los Miembros parecían venir para enseñar más
que para aprender, y no temían esparcir sus opiniones a los cuatro
vientos. Los verdaderos Teósofos vieron enseguida que convenía
establecer diferentes grados y constituir la Sociedad en asocia-
ción secreta. Esta reorganización en sociedad secreta con varios
grados, se hizo, y sus Miembros fueron obligados a mantener el
secreto, y, por lo tanto, todo lo que se ha dicho después en el
exterior debe ser visto como sospechoso, porque aún si ciertas
declaraciones son exactas, pueden haberse hecho ante los ilumi-
nados ciertas experiencias de las cuales los Miembros y novicios
no hayan tenido conocimiento. Tengo el derecho de hablar de mis
propios actos en la Sociedad y fuera de ella, hasta el momento de
ese voto de silencio, pero no el de atestiguar acerca de mis actos o
los de los otros después de ese compromiso. La declaración rela-
tiva a mis experimentos con espíritus elementales o elementarios,
qué el Sr. Olcott hizo en su discurso de apertura, no fue concer-
tada conmigo, no tuvo mi consentimiento y llegó a mi conocimiento
demasiado tarde para poder protestar por ella. Aunque verdadera
en sí, la consideré como prematura y que su conocimiento debía
ser mantenido dentro de la Sociedad exclusivamente.
Formación de la Sociedad Teosófica 81

Los así llamados elementales, o intermediarios, o elementarios,


o espíritus originarios, son criaturas que existen en realidad; estoy
convencido de ello por mis estudios de arqueología egipcia. Mien-
tras dibujaba varios zodíacos egipcios buscando las concordancias
matemáticas, noté la producción de efectos muy curiosos e inex-
plicables. Mi familia se dio cuenta de que en ciertos momentos un
perro terrier favorito, y un gato de Malta, que se habían criado juntos,
frecuentaban mi estudio y dormían al pie de mi cama, se conducían
de un modo raro y llamó mi atención sobre ello. Vi entonces que
cuando me entregaba a ciertas investigaciones, el gato comenzaba
a mostrarse inquieto, y al principio el perro trataba de calmarlo, pero
pronto el perro se inquietaba también. Se diría que las facultades
del gato eran más sensibles, pero ambos pedían salir de la habita-
ción y trataban de escaparse saltando contra los cristales. Cuando
se les dejaba salir, se quedaban fuera maullando y ladrando como
diciéndome que saliese. Esto se repitió hasta que adquirí la convic-
ción de que sentían influencias a las que yo no era sensible.
Creía primeramente que las horribles imágenes de los zodíacos,
etc. eran sólo “vanas imaginaciones de un cerebro enfermo”,
pero pensé después que eran las convencionales representa-
ciones de objetos naturales. Después de haber estudiado los
efectos producidos sobre los animales, reflexioné que, así como
el espectro tiene rayos que aunque son invisibles para el ojo, han
sido supuestos capaces de sostener una creación diferente de la
que conocemos y que nos sería también invisible, y todo esto por
sabios eminentes (teoría de Zöllner), ese fenómeno debía ser su
manifestación. Como esas rayas invisibles pueden ser hechas
aparentes por medios químicos, y como imágenes químicas invi-
sibles pueden ser reproducidas, yo empecé una serie de expe-
rimentos para ver si podría efectuar esa creación invisible o sus
influencias. Entonces comencé a comprender y apreciar ciertas
partes de mis investigaciones egipcias, hasta entonces incompren-
sibles. Finalmente, llegué a comprobar que esos zodíacos y otras
figuras, son imágenes de tipos de creación invisible, dibujadas
de modo más o menos preciso y entremezcladas con imágenes
de objetos naturales representados de una manera más o menos
convencional. Descubrí que esas imágenes eran inteligencias y
que mientras unas parecían malignas y temidas por los animales,
otras, en cambio, no les eran antipáticas, y parecían más bien
satisfechos de verlas. Esto me condujo a creer que eso formaba
una serie de criaturas en un sistema de evolución que iba desde la
naturaleza inanimada, a través del reino animal, hasta el hombre,
su más alto desarrollo; que eran inteligencias susceptibles de ser
82 H ojas de un viejo diario

más o menos completamente dirigidas, según que el hombre las


conociese más o menos bien, según pudiese mostrarse superior o
inferior a ellas en la escala de la creación, y según él se encontrase
más o menos en armonía con la naturaleza y sus obras. Algunos
descubrimientos recientes que demuestran que las plantas poseen
sentidos más o menos perfeccionados, me han convencido de que
esta teoría podría ser llevada más lejos. Encontré que la pureza
del cuerpo y del espíritu tenía un gran poder, y que ellas sentían
una gran repugnancia al tabaco fumado o masticado, y por otras
costumbres sucias.
Me convencí que los egipcios se habían servido de esas apariencias
para la iniciación y creo haberlo establecido sin discusión posible.
Mi primer proyecto era introducir en la fraternidad masónica una
especie de iniciación como la de los antiguos egipcios, y traté de
realizarla, pero viendo que sólo los hombres puros de cuerpo y
espíritu podían dominar a esas apariencias, comprendí que sería
menester encontrar otros sujetos diferentes de mis compatriotas
impregnados de whisky y saturados de tabaco, que viven en una
atmósfera de engaño y mentira. Vi que esas apariencias o elemen-
tales se volvían muy malos cuando no se les sabía conducir y
que al despreciar a los hombres que su instinto les indicaba como
degenerados, serían peligrosos y capaces de hacer daño.
He aquí lo que hicimos, un Miembro de la Sociedad, hombre de
leyes, inclinado a las matemáticas, y yo, siguiendo el ejemplo de
Cornelio Agrippa que sostiene con Trithemus que “es posible sin
duda alguna influir espiritualmente a gran distancia, aunque el sitio
exacto y la distancia sean desconocidos. (De Occulta Philosophia;
Lib. III, p. 3.) El observó varias veces que una luz brillante se le
aparecía justamente en el momento de encontrarme, y concluyó
por suponer una relación entre esta luz y mi llegada. Me preguntó
acerca de esto y le dije que anotase exactamente la hora y minutos
de esas apariciones luminosas, y que yo le diría también la hora
exacta cuando le viese. Lo hice como treinta o cuarenta veces
antes de que su espíritu escéptico se declarase convencido. El
veía esas luces a diferentes horas del día, ya se encontrase en
Nueva York o en Brooklyn, y convinimos que cada vez yo iría a
buscarle a su oficina como unas dos horas después.
Esos fenómenos son por completo diferentes de lo que se llama
manifestaciones espiritistas, magnéticas o mesméricas, con las
cuales yo estaba relacionado, y no se refieren a ello; este caballero
nunca había sido influenciado por mí en ninguna de esas formas.
Un día vino a mi casa, situada en mi barrio de esta ciudad, y
examinó los dibujos cabalísticos en los que yo estaba trabajando,
Formación de la Sociedad Teosófica 83

y que parecieron impresionarle vivamente. Cuando se fue, vio en


pleno día, en el tranvía, la apariencia de un animal extraño del cual
hizo un croquis de memoria. Estaba tan impresionado por este
suceso y por la precisión de la aparición, que fue inmediatamente
a ver a uno de los iluminados de la Sociedad para mostrarle su
dibujo. Supo entonces que eso era realmente la imagen de un
cierto espíritu elemental que los egipcios representaban a conti-
nuación de cierto reptil, que precisamente acababa de ver en mi
casa y que los egipcios empleaban en los zodíacos, las inicia-
ciones, etc. Enseguida vino a verme, y yo le mostré sin comenta-
rios un dibujo de lo que él había visto, después de lo cual me contó
lo que le había sucedido y se fue. Entonces quedó convencido de
que yo había previsto que él vería esa aparición después de ser
impresionado por mi dibujo cabalístico.
Es evidente que esos fenómenos no se relacionan con ninguna
forma habitual de manifestaciones.
En una de mis conferencias en la Sociedad Teosófica, a la cual
asistían Miembros de todos los grados, los iluminados pudieron
ver resplandores que pasaban de un dibujo a otro, aunque estaban
expuestos a la claridad de varias luces de gas; otros vieron una
imagen sombría fijarse en los dibujos, y otros fenómenos, como
el cambio aparente de las figuras del zodíaco en otras formas de
elementales.
Algunos Miembros de grado inferior experimentaban un senti-
miento de terror como si fuese a suceder algo terrible; la mayoría
de los aspirantes se sentían molestos, algunos se pusieron desa-
gradables y de mal humor; varios novicios se marcharon del
salón. Mme. Blavatsky, que había visto en Oriente fenómenos de
la misma clase, que produjeron malas consecuencias, me rogó
que diera vuelta los dibujos y hablase de otro tema. Si hasta
ese momento se había dudado de la utilidad de los grados en la
sociedad, entonces se vio su necesidad absoluta, y en adelante,
yo no ensayé más obtener manifestaciones de esa clase, sino con
los iluminados.
El tono agresivo de los artículos antes citados no ha sido provo-
cado en modo alguno, y ninguno de los Miembros había dicho
nada de más. Al pertenecer a una sociedad secreta, no podíamos
contestar sin autorización. Habiendo recibido ahora dicha autori-
zación, públicamente declaró aquí que he cumplido recientemente
lo que había prometido hacer, y salvo prohibición del Consejo, yo
permito a los iluminados que me han visto, que den su testimonio
si lo juzgan procedente.
84 H ojas de un viejo diario

No sé si usted será del parecer de que esto vale el espacio que


ocupará en sus columnas, pero creo que es justo, después de
un silencio absoluto de más de dos años, que mi voz sea oída
en estos asuntos. El espiritismo moderno no necesita llorar con
Alejandro, aún le queda otro mundo por conquistar.
George H. Felt.

Terminada la conferencia, se pasó al orden del día; actué de


Presidente y el Sr. C. Sotheran actuó de Secretario. El Libro de Actas
dice:
La Comisión del Preámbulo y Reglamento, anunció que prosigue
sus trabajos, y el Sr. De Lara lee una nota que ha redactado a
pedido de la comisión.
A petición de la comisión, se resolvió que:
La Sociedad adoptaría el nombre de “La Sociedad Teosófica”.
El Presidente delegó en el Rev. Sr. Wiggin y el Sr. Sotheran el
encargo de buscar un local conveniente. Se admitieron varios
nuevos Miembros. Según moción presentada, se resolvió que:
Esas personas serían agregadas a la lista de Fundadores.
Después de esto, la reunión próxima fue acordada sin fecha, para
reunirse de nuevo por convocatoria del Presidente.
El acta está firmada por mí como Presidente y por el Dr. John Storer
Cobb, representando a C. Sotheran, como Secretario.
La elección del nombre de la Sociedad fue, como es natural,
objeto de gran discusión en el seno de la Comisión nombrada. Se
propusieron varios, entre ellos si recuerdo bien, los de: Sociedad
Egiptológica, Hermética, Rosacruz, etc., pero esto no parecía bastante
característico. Por fin, hojeando un diccionario*, uno de nosotros dio
con la palabra “Teosofía”, y después de haberla discutido, quedamos

* No parece probable que el nombre de la Sociedad se haya elegido simple-


mente a partir de una búsqueda en el diccionario, ya que Mme. Blavatsky había
mencionado que conocía el término Teosofía unos meses antes, en una carta a
Hiram Corson:
“Mi creencia se basa en algo más antiguo que los golpes de Rochester [que
iniciaron el movimiento espiritista en 1848], y surge de la misma fuente de
información que usaron Raymond Lully, Picus della Mirandola, Cornelius
Agrippa, Robert Fludd, Henry More, etcétera, etc., quienes siempre han buscado
un sistema que les revelara lo “más profundo" de la naturaleza Divina, y les
mostrara el verdadero lazo que une todas las cosas. Logré por fin, hace muchos
años, que las ansias de mi mente quedaran satisfechas gracias a esta Teosofía que
los Ángeles enseñan y comunican. [Tomado del Theosophy Wiki, que cita a: Algeo,
John (Ed.), The Letters of H. P. Blavatsky, Vol. 1, Carta 21, (Wheaton, Il: Quest Books,
Theosophical Publishing House, 2003), 86.] (N. del T.)
Formación de la Sociedad Teosófica 85

de acuerdo por unanimidad en que era el mejor nombre, puesto


que representaba la verdad esotérica que tratábamos de alcanzar y
abarcaba al mismo tiempo el campo de las investigaciones ocultas
de Felt. Se ha contado una tonta historia de un hindú descono-
cido que había entrado en la sala de la Comisión, había arrojado un
paquete sellado sobre la mesa y había salido nuevamente, o desapa-
recido o algo; una vez abierto el paquete, resultó que contenía un
proyecto de Constitución y Reglamento para la Sociedad, que noso-
tros adoptamos inmediatamente. Todo esto es un puro absurdo, no
sucedió nada por el estilo. Cada tanto se han puesto en circulación
respecto a nosotros fábulas de esta clase, algunas bastante extrava-
gantes, otras fantásticas, otras de una inverosimilitud infantil, todas
perfectamente falsas. Yo era un periodista demasiado antiguo para
tomar en serio esos canards [noticias falsas]. En el momento mismo,
engañan a algunas personas, pero a la larga son inofensivas.
En cuanto al proyecto original de Reglamento, tomamos todas
las precauciones debidas y preparamos una serie de artículos lo
más satisfactoria posible. Se examinaron las Reglas de diferentes
sociedades constituidas y hallamos los mejores modelos estadou-
nidenses en la Sociedad Geográfica, la Sociedad de Estadística y el
Instituto Norteamericano. Después de estos preliminares, se pidió
permiso a la Sra. Britten para tener la siguiente reunión en su casa
(por no haber aún alquilado local) y mandé (en tarjetas postales) el
siguiente aviso:

Sociedad Teosófica
Nueva York, 13 de octubre de 1875
Habiendo terminado su trabajo la Comisión del Reglamento, la
Sociedad Teosófica realizará una reunión el sábado 16 de octubre
de 1875, a las 8 p. m., en un domicilio particular cito en la calle 38ª
Oeste N.º 206, para elegir y organizar sus autoridades. Si el Sr. Felt
se encuentra en la ciudad, continuará dando cuenta de sus descu-
brimientos egiptológicos tan profundamente interesantes. Según el
Reglamento propuesto, los nuevos Miembros no podrán ser acep-
tados sino después de treinta días de haber sido propuestos. Por lo
tanto, es de desear que todo el mundo asista a esta primera reunión.
El abajo firmante dirige este llamamiento conforme al acta apro-
bada por la reunión del 13 de septiembre.

(Firmado)
Henry S. Olcott
Presidente interino.
86 H ojas de un viejo diario

La copia original de esta tarjeta, que Sotheran envió por correo a


HPB, la tengo enmarcada en “Gulistan”, y poseo también mi propio
ejemplar.
Nuestro Libro de Actas cita como presentes en esta reunión a las
siguientes personas:

Mme. Blavatsky, Sra.  E. H. Britten, Henry S. Olcott, Henry J.


Newton, Charles Sotheran, W. Q. Judge, J. Hyslop, Dr. Atkinson,
Dr. H. Carlos, Dr. Simmons, Tudor Horton, Dr. Britten, C. C.
Massey, John Storer Cobb, W. L. Alden, Edwin S. Ralphs, Herbert
D. Monachesi y Francisco Agromonte.
En nombre de la Comisión encargada del Preámbulo y Regla-
mento, el Presidente lee el Preámbulo y el Sr. Charles Sotheran el
Reglamento.
El Presidente presenta enseguida al Sr. Massey, quien pronunció
algunas palabras y tuvo inmediatamente que ausentarse para
tomar el barco de vapor que debía conducirlo a Inglaterra.
A continuación, se discutieron diversas proposiciones sobre la
adopción del Reglamento, y por fin se depositó el proyecto de la
Comisión y se acordó imprimirlo. Después se levantó la sesión. H.
S. Olcott fue el Presidente, con J. S. Cobb, como Secretario.
La siguiente sesión preliminar se efectuó en el mismo sitio el 30
de octubre. Aceptado el informe de la Comisión nombrada para
el local, se eligió como lugar para las reuniones de la Sociedad
el salón Mott Memorial, en la Av. Madison, número 64, (situado
a pocos pasos de nuestra Sede Central de Nueva York reciente-
mente adquirida). El Reglamento fue leído, discutido y adoptado,
con la reserva de que el Preámbulo sería revisado y corregido por
H. S. Olcott, C. Sotheran y J. S. Cobb antes de ser publicado como
Preámbulo de la Sociedad.
Después se hizo la votación para designar a los que debían
desempeñar los cargos, haciendo de Escrutadores Tudor Horton y
el Dr. W. H. Atkinson; el Sr. Horton proclamó el resultado siguiente:
Presidente, Henry S. Olcott; Vicepresidentes, Dr. S. Pancoast
y G. H. Felt; Secretaria de Correspondencia, Mme.  H. P.
Blavatsky; Secretario de Archivo, John Storer Cobb; Tesorero,
Henry J. Newton; Bibliotecario, Charles Sotheran; Vocales:
Rev. J. H. Wiggin, R. B. Westbrook, Dra. Sra. Emma Hardinge
Britten, C. E. Simmons, M. D. y Herbert Monachesi; Abogado
Consejero, William Q. Judge.
Formación de la Sociedad Teosófica 87

La asamblea fue entonces convocada para el 17 de noviembre de


1875, a fin de oír la lectura del preámbulo corregido, el Discurso
de Apertura del Presidente electo y constituir definitivamente la
Sociedad.
En el día fijado, la Sociedad se reunió en el local alquilado; se
leyeron las actas de las sesiones anteriores y aceptadas, el Presidente
pronunció su Discurso de Inauguración y se votó hacerlo imprimir.
Se dio un voto de agradecimiento al Presidente, propuesto por el
Sr. Newton. Y la Sociedad, ya constituida, fijó su próxima reunión
para el 15 de diciembre.
De este modo, la Sociedad Teosófica, fue concebida el 8 de
septiembre, y constituida definitivamente el 17 de noviembre de
1875, después de un período de gestación de setenta días, vino al
mundo y comenzó su maravillosa y altruista carrera, per angusta ad
augusta*.
En el primer documento impreso, Preámbulo y Reglamento de la
Sociedad Teosófica, se puso como fecha de la organización el 30 de
octubre, cuando debió ponerse, como se ha visto, el 17 de noviembre
de 1875.
Este relato del origen y nacimiento de la Sociedad es muy
prosaico y falto del carácter sensacional que a veces se le atribuyó,
pero tiene el mérito de la exactitud histórica, porque al escribir
una historia y no una novela, he debido atenerme a lo que arrojan
nuestras actas, y puedo probar mis afirmaciones una por una. Por
un exagerado entusiasmo mal entendido, que ha dado como resul-
tado una denegación de justicia, como toda actitud mental estrecha
tiende a producir, muchas personas han ido repitiendo que HPB sola
había fundado la Sociedad Teosófica y que sus colegas no contaron
para nada. Pero ella misma rechazó vigorosamente esta idea cuando
el Sr. J. L. O’Sullivan la publicó en 1878. Ella dice, respondiendo a
un crítico cáustico:

Habla de nosotros como “nuestros Maestros”, con una mordaz


ironía. Pues bien, recuerdo perfectamente que he declarado en
una carta anterior que nosotros, [ella y yo], jamás nos hemos
presentado como maestros, sino todo lo contrario, hemos decli-
nado todo papel de esa clase —a pesar de todo lo que haya dicho
en su excesivo panegírico mi digno amigo, el Sr. O’Sullivan, quien
no solamente quiere ver en mí una sacerdotisa budista (!), sino
que también, y sin una sombra de verdad, me atribuye la fundación

* “Hacia las cumbres por caminos estrechos”. Frase latina que figura como pala-
bras de pase de los conjurados en el 4° acto de Hernani, de V. Hugo. (N. del T.)
88 H ojas de un viejo diario

de la Sociedad Teosófica y de sus Ramas. [Carta de HPB publi-


cada por el Spiritualist del 22 de marzo de 1878—Olcott].

HPB era bien notable por sí misma, sin necesidad de que se le


cubriese de elogios inmoderados; y esta idea fija de hallar un
sentido oculto a cada una de sus palabras o a cada uno de sus actos;
no puede menos que volverse contra quienes la cobijan, según la
ley general y Natural, de acción y reacción. Sus devotos no piensan
que cuanto más clarividencia e infalibilidad le atribuyan, tanto más
el mundo le pedirá una cuenta despiadada de todos sus actos, de
sus errores de juicio, de sus inexactitudes y otras debilidades que se
censuran moderadamente en una persona corriente —es decir, no
inspirada, porque se las considera como cosa propia de la imperfec-
ción humana. Se le hace un flaco servicio al querer colocarla por
encima de la humanidad, sin debilidades, tachas ni defectos, porque
sus obras publicadas, sin hablar de su correspondencia privada,
muestran todo lo contrario.
Aunque mi Discurso de Inauguración fue aplaudido por
los oyentes, y el Sr. Newton, espiritista ortodoxo, el Sr. Tomás
Freethinker y el Rev. Westbrook votaron para que fuese impreso
—prueba segura de que hallaron razonables sus ideas y el tono—
me resulta, sin embargo, ingenuo, después de diecisiete años de
dura experiencia.
Algunas de mis previsiones se han realizado; muchas no. Lo
que nosotros creímos ser una sólida base experimental, es decir,
la demostración de Felt de la existencia de las razas Elementales,
se convirtió en desengaño y mortificación. Aunque estando solo,
él haya tenido éxito en eso, no consiguió hacernos ver nada, ni la
puntita de la cola del más pequeño Espíritu de la Naturaleza. Nos
atrajo las burlas de los espiritistas y de los escépticos de toda clase.
Era un hombre de gran talento y parecía haber hecho un notable
descubrimiento, al parecer tan probable que —como ya lo dije—
un editor experimentado, el Sr. Bouton, arriesgó una fuerte suma
para publicar su libro. Por mi parte, creo que había llevado a cabo
las cosas que contó y que, si hubiera querido trabajar sistemática-
mente en esta dirección, su nombre hubiese adquirido una gran
notoriedad. Habiendo visto tan a menudo a HPB servirse de los
Elementales para realizar fenómenos, así como al Sr. B.… en varias
ocasiones, y después de lo que el extranjero misterioso me mostró
en mi propia habitación, ¿por qué no iba yo a creer a Felt capaz de
hacer otro tanto?, sobre todo cuando HPB afirmaba que él podía
hacerlo. De suerte que, con la temeridad de un explorador y el celo
Formación de la Sociedad Teosófica 89

de un entusiasta e incorregible optimista, solté la brida sobre el


cuello de mi imaginación en el Discurso, e hice un cuadro encan-
tador de lo que resultaría de las promesas de Felt, si las cumplía.
Felizmente para mí ese “si” está ahí, aunque más hubiese valido
escribirlo: SI. Obtuvo cien dólares de nuestro Tesorero Newton con
el pretexto de pagar los preparativos de sus experimentos; pero no
nos mostró ningún Elemental. Una carta suya se leyó en el Consejo
del 29 de marzo de 1876, en la cual decía que “estaba pronto para
cumplir su promesa de dar en la Sociedad una conferencia sobre la
cábala, y anunciaba las divisiones generales de su tema”.
El Sr. Monachesi hizo entonces la Resolución siguiente, que se
aceptó:

El Secretario se encargará de hacer imprimir y distribuir a los Miem-


bros de la Sociedad, ya sea la carta de V. P. Felt, o un resumen de
ella, preparado por el mismo Miembro Felt. [Extracto de las “Actas
de la S. T.”, p. 15 —Olcott].

Se imprimió la circular y disminuyó algo el resentimiento general


contra la falta de palabra del Sr. Felt. Dio, en efecto, su segunda
conferencia el 21 de junio; después nos abandonó otra vez, y veo
que en el Consejo celebrado el 11 de octubre, a moción del Tesorero
Newton, se adoptó la Resolución de encargar al Sr. Judge, Consejero
de la Sociedad, que le pidiese el cumplimiento de su obligación
a la brevedad posible. Pero no lo hizo jamás. Por fin, se separó
de la Sociedad, y cuando fue patente que nada se sacaría de él,
no pocos desaparecieron también, dejando que nosotros, que no
éramos meros buscadores de sensaciones, nos arreglásemos como
pudiéramos.
Y fue un arduo esfuerzo arreglarnos, como lo saben bien todos los
que trabajaron con nosotros en aquellos días. Deseábamos aprender
de un modo experimental todo lo que se puede saber de la cons-
titución del hombre, de su inteligencia y de su lugar en la natura-
leza. En particular, la Mente activa como voluntad fue nuestro gran
problema. Los magos orientales la emplean, así como los magneti-
zadores y los mesmeristas occidentales. Desarrollada en un hombre,
hace de él un héroe; paralizada en otro, lo convierte en médium.
Todos los seres de todos los reinos y de todos los planos de la materia,
obedecen a su irresistible poder; unida a la imaginación, crea dando
a las imágenes mentales apenas concebidas una forma objetiva. De
manera que a pesar de la defección de Felt y los obstáculos que se
presentaban en nuestro camino, nos quedaban bastantes campos
90 H ojas de un viejo diario

para explorar y los exploramos lo mejor que pudimos. Nuestros


archivos indican ensayos de médiums, experimentos de psicome-
tría, de lectura del pensamiento y de magnetismo; escribíamos y
oíamos memorias sobre esos temas. Pero los progresos eran lentos,
porque, aunque deseábamos quedar bien exteriormente, cada uno
de nosotros se sentía secretamente desanimado por el fracaso de
Felt y no parecía posible reemplazarle. El Sr. B.…, que sabía hacer
llover, había sido puesto en la puerta por HPB cuando trató en vano
de hacerme reñir con ella; mi desconocido de tez morena y que
evocaba los elementales no había reaparecido, y HPB —con quien
todos con razón habían contado— se rehusó a hacer el mínimo
fenómeno en nuestras reuniones. De modo que el número de los
Miembros disminuía, y al cabo de un año lo que quedaba a flote
era: una buena organización, sana y sólida en su base, una ruidosa
mala reputación, algunos Miembros más o menos indolentes y un
foco indestructible de vitalidad, sostenido por el entusiasmo de los
dos amigos, la rusa y el norteamericano, ambos tomando el asunto
en serio, no habiendo dudado jamás ni un instante de la existencia
de sus Maestros, de la excelencia de su misión y del completo éxito
que debería coronar sus esfuerzos. Judge era un amigo leal y lleno
de buena voluntad, pero demasiado joven para que pudiésemos
considerarlo como un tercer asociado igual a los otros. Era más
bien el benjamín de la familia. Cuántas veces de noche, en nuestra
Sede Central, después que nuestros huéspedes se marchaban, nos
hemos reído HPB y yo del pequeño número de personas con las que
podíamos contar, mientras fumábamos un cigarrillo en la Biblioteca
antes de irnos a acostar. Recordábamos las bonitas frases y amables
sonrisas de los invitados y el egoísmo que se mostraba a través de
sus máscaras transparentes. Cada día que pasaba, sentíamos más
que cada uno de nosotros podía contar en absoluto con el otro
para la Teosofía, aunque el cielo cayese sobre nuestras cabezas. Pero
fuera de esto, todo dependía de las circunstancias. Con frecuencia
nos llamábamos los Mellizos Teosóficos o la trinidad, ¡contando la
araña de gas sobre nuestras cabezas como la tercera persona! En
nuestra correspondencia teosófica se hallan frecuentes alusiones a
esas bromas. Y el día que dejamos definitivamente nuestra casa de
Nueva York, ya sin muebles, para embarcarnos en el barco de vapor
que debía llevarnos a India, nuestras últimas palabras fueron un
adiós solemnemente cómico a la araña, “Adiós, vieja Araña; silen-
ciosa dadora de luz, inmutable amiga y confidente”.
Nuestros enemigos han dicho repetidas veces que al dejar
EE. UU. no dejábamos Sociedad Teosófica detrás de nosotros, y esto
es verdad hasta cierto punto, porque de los seis años siguientes, no
Formación de la Sociedad Teosófica 91

tenemos mucho para decir. El núcleo social —siempre el factor más


importante en un movimiento de esta clase— estaba roto y nadie
era capaz de formar un nuevo núcleo; no se podía crear otra HPB, y
el Sr. Judge, único organizador y director del porvenir fue llamado
por sus asuntos profesionales a un país hispano.
Hay que decir en descargo del Sr. Judge, del Gral. Doubleday y de
sus colegas de la Sociedad Teosófica primitiva a quienes habíamos
dejado encargados de la Sociedad al partir para India, que la suspen-
sión de actividad que se produjo durante dos o tres años, sucedió
en gran parte por mi culpa. Se había hablado de transformar la
Sociedad en grado superior de la Masonería, y este proyecto era
favorablemente visto por ciertos masones influyentes. Más tarde
tendré que hablar de esto: por ahora, bastará decir que me pidieron
que preparase un ritual apropiado, y cuando dejamos EE. UU. esta
debía ser una de mis primeras ocupaciones al llegar a India. Pero
en lugar de hallar allí la calma y el tiempo libre que esperaba, nos
vimos enseguida sumergidos en un remolino de intereses nuevos y
deberes diarios. Tuve que emprender series de conferencias, hicimos
largos viajes a través del país, se fundó The Theosophist y me fue
sencillamente imposible ocuparme del ritual, aunque recibí algunas
cartas del general Doubleday y de Judge, quejándose de la tardanza
y diciendo que sin él nada podían hacer. Además, adquiriendo expe-
riencia nos convencimos de que ese proyecto era impracticable:
nuestra actividad había ganado en extensión y nuestro trabajo tomó
un carácter más serio e independiente. De manera que por fin aban-
doné esta idea, pero mientras tanto, Judge se había marchado y los
demás no hacían nada.
El Sr. Judge escribe desde Nueva York el 17 de octubre de 1879
—un año después de nuestra partida— “Hemos recibido muy pocos
Miembros y esperamos el ritual para recibir otros, porque eso sería
un gran cambio”. Pero de nuestra parte habíamos trabajado mucho
en esos doce meses. El general Doubleday escribe también el 1° de
septiembre de 1879: “En cuanto a la S. T. en los Estados Unidos,
estamos en el mismo statu quo [situación o estado de cosas], espe-
rando el ritual prometido”. El 23 de junio de 1888, dice: “¿Por qué
no manda usted ese ritual?”. Y el Sr. Judge me escribe el 10 de abril
de 1880: “Aquí todo languidece. Aun sin ritual. ¿Por qué?”. El 7 de
noviembre de 1881, Judge marchó a Sudamérica, y su hermano, a
quien él había encargado los asuntos de la S. T., escribía que aquello
“no marcha, y la Sociedad no entrará en actividad hasta que WQJ,
el general Doubleday y yo [él] podamos encontrar el tiempo y los
medios para impulsarla”; faltaban el tiempo y los medios. Finalmente
—porque es inútil seguir esto más lejos— Judge escribió el 7 de
92 H ojas de un viejo diario

enero de 1882: “La Sociedad dormita y no hace nada de nada; su


explicación acerca del ritual es satisfactoria”.
A pesar de eso, las cartas del Sr. Judge, escritas durante todo
ese tiempo a HPB, a mí o a Damodar, muestran un celo inalte-
rable por la Teosofía y el misticismo en general. Su mayor deseo
era llegar a ser un día libre de dar todo su tiempo y su energía a
la Sociedad. Pero, así como la semilla del trébol enterrada bajo 6
metros de tierra, germina y crece cuando los obreros, cavando un
pozo la sacan a la superficie del suelo, así también esa semilla que
plantamos en el alma norteamericana entre 1874 y 1878 fructificó
a su tiempo y Judge resultó ser el segador de nuestra cosecha. Es
así como siempre el karma suscita sus desbrozadores, sus sembra-
dores y sus segadores. La viabilidad de nuestra Sociedad dependía
directamente de nosotros, sus dos Fundadores, pero reposaba en
último caso en su principio fundamental y en los Augustos que
nos lo habían enseñado y que habían llenado nuestros corazones y
espíritus con la luz de su bondad. A ambos, conscientes de esto, y
autorizados a trabajar con ellos por este objeto, nos unía estrecha-
mente un lazo más fuerte que el de algún parentesco, haciéndome
pasar por encima de nuestras recíprocas debilidades y soportar
los inevitables roces entre dos colaboradores de personalidad tan
contrastante. En cuanto a mí, eso me hizo dejar atrás, como cosas
sin ningún valor, todos los lazos sociales, todas las ambiciones y
todos los deseos. Sinceramente, desde el fondo de mi corazón,
sentía, y siento aún, que más vale ser portero o menos todavía en la
casa del “señor en las Alturas”, que vivir bajo un pabellón de seda
que el mundo egoísta me daría con tan solo yo pedirlo. Así pensaba
también HPB, cuyo entusiasmo infatigable era una fuente inago-
table de aliento para todos aquellos que la rodeaban. Era imposible
que la Sociedad Teosófica pereciera mientras nosotros estuviéramos
dispuestos a hacer todos los sacrificios por nuestra causa.
En los archivos de esos primeros tiempos de la Sociedad, se
encuentran muchas cosas que interesarían a los Teósofos. El 12
de enero de 1876, en la reunión del Consejo, se resolvió según la
propuesta de J. S. Cobb, “que William Q. Judge, consejero de la
Sociedad, sería invitado a formar parte en las deliberaciones del
Consejo”. En la misma reunión, se tomó conocimiento de la dimi-
sión del Sr. Sotheran de la Sociedad y fue elegido en su lugar el Sr. J.
H. Newton. También el Consejo ordenó al Secretario de Archivo que
sometiese a la próxima asamblea regular de la Sociedad la siguiente
Resolución, que el Consejo recomendaba fuese aceptada:
Formación de la Sociedad Teosófica 93

Que en el futuro esta Sociedad adopte el principio de secreto en


lo que se refiere a sus procedimientos y operaciones, y que se
nombre una Comisión a fin de que prepare un informe sobre el
modo de hacer efectivo dicho cambio.
De manera que al cabo de tres meses apenas —creía que había
sido más tarde— nos vimos obligados en defensa propia a cons-
tituirnos en sociedad secreta. En la reunión del Consejo del 8 de
marzo de 1876, según proposición de HPB, se resolvió que:
La Sociedad adoptaría uno o varios signos de reconocimiento,
que servirían para los Miembros entre sí y para la admisión a
las reuniones.

Nombré una Comisión de tres Miembros, uno de ellos era HPB, para
inventar y proponer los signos. El sello tan típico de la Sociedad
fue dibujado en parte según otro muy místico, que un amigo de
HPB había hecho para ella y que usaba siempre en el papel de sus
cartas; el Sr. Tudor Harton grabó la plancha. Un poco más tarde, el
Sr. Judge y yo, ayudados por otros, preparamos una insignia de socio
compuesta de una serpiente enroscada en una tau egipcia. Hice
hacer dos, para HPB y para mí, pero después las regalamos a amigos.
Recientemente se ha vuelto a poner en uso en EE. UU. el bonito y
sugestivo símbolo.
Pero lo poco que en algún momento hubo de secreto en la
Sociedad —tan poco y aún menos que lo que tiene que reservar
el Tiler de una Logia masónica— desapareció después de un corto
período en nuestros primeros días. En 1889 se utilizó como prin-
cipal elemento en la Sociedad Esotérica que organicé para HPB, y lo
digo con pena, con tantos resultados malos como buenos.
CAPÍTULO X
El barón de Palm
1876

H
ABIENDO narrado la evolución de la Sociedad hasta el
momento en que ya estuvo perfectamente organizada,
podemos ocuparnos de algunos incidentes que llamaron
la atención de los Fundadores y ejercieron una influencia más o
menos marcada sobre su crecimiento. Si la mayoría de los Miembros
de la S. T. conociesen los detalles del comienzo de su historia, cual-
quiera menos ocupado que yo, podría encargarse de esa recopila-
ción retrospectiva. Pero como en realidad nadie, salvo HPB, está tan
bien informado como yo, fui quien asumió todas las responsabili-
dades, recibió los golpes y organizó la victoria; es también mi deber
la pluma del historiador. De otro modo, no se diría nunca la verdad.
El incidente que quiero contar en este capítulo se refiere a las
relaciones del barón de Palm con nuestra Sociedad, a sus antece-
dentes, su muerte, su testamento y su funeral; su incineración será
objeto de otro capítulo. Esto no es Teosofía, pero no estoy escri-
biendo un tratado de Teosofía; es la historia de uno de los asuntos
que estuvieron estrechamente ligados a la Sociedad y que ocuparon
el tiempo y la atención de mi colega y los míos. Esos asuntos
comprometieron gravemente mi responsabilidad como Presidente.
Se comprenderá lo que quiero decir, cuando se sepa que no me
encargué de las exequias de De Palm, con el temor de perder un
cliente que me daba a ganar profesionalmente 2000 libras al año.
Temor justificado, además, porque ofendí mortalmente a ese caba-
llero —un cristiano fanático— que me retiró su confianza para
depositarla en otro amigo suyo. Pero claro está que, si hubiese que
96 H ojas de un viejo diario

hacerlo de nuevo, lo volvería a hacer,


y sólo cito el caso para mostrar que en
aquel tiempo costaba algo servir a los
Maestros.
Josef Henry Louis Charles, barón
de Palm, Comendador Gran Cruz de la
Orden del Santo Sepulcro y Caballero
de otras varias órdenes, nació en
Augsburg el 10 de mayo de 1809, en
una noble y antigua familia de Baviera.
A una avanzada edad emigró a EE. UU.,
vivió varios años en los Estados del
Oeste, y hacia el mes de diciembre
de 1875 se me presentó con una carta
barón de palm
de recomendación del difunto Cnel.
Bundy, editor del Religio Philosophical Journal. Hallé en él un hombre
de modales agradables, visiblemente de la mejor sociedad, que
profesaba un vivo interés por el espiritismo y un gran deseo de
aprender algo de nuestras teorías orientales. Le recibí muy bien, y
a petición suya le presenté a HPB. Las relaciones continuaron; el
barón se unió a nuestra Sociedad, y llegó a ser Miembro del Consejo
cuando la dimisión del Rev. J. H. Wiggin dejó una vacante el 29 de
marzo de 1876. Como se quejaba de su estado de salud y de no tener
a nadie en Nueva York que se ocupase de su vida o de su muerte, en
la miserable pensión donde vivía, le invité a que ocupase una habi-
tación en mi “apartamento”; me ocupé de él e hice venir un médico
para cuidarle. Este diagnosticó neumonía y nefritis, declarando
en peligro al enfermo. Él me pidió que hiciese venir al Sr. Judge,
Consultor Permanente de la Sociedad, e hizo un testamento por el
cual dejaba ciertos terrenos en Chicago a dos amigas, me nombraba
legatario universal y también su albacea testamentario conjunta-
mente con el Sr. Newton, Tesorero de la S. T. Por orden del médico,
y a insistentes ruegos suyos, fue transportado al Hospital Roosevelt
la noche del viernes 19 de mayo de 1876, y murió al día siguiente
por la mañana. La autopsia probó que había sufrido durante años
enfermedades de los pulmones, de los riñones, etc. Existe en la
Secretaría de la Sociedad un certificado médico debidamente exten-
dido y registrado según la ley, en la Agencia de Salud, que ates-
tigua su muerte por nefritis. El cuerpo fue llevado al depósito del
Cementerio Luterano, esperando la organización de las exequias.
En cuestión religiosa, el barón de Palm profesaba las opiniones
de Voltaire bajo un barniz de espiritismo. Pidió expresamente que
ningún sacerdote oficiase en sus funerales y que yo hiciese que le
El barón de Palm 97

fueran cumplidos los últimos deberes, de modo que se pusiesen de


manifiesto las ideas orientales sobre la muerte y la inmortalidad. En
Gran Bretaña y en EE. UU. se acababa de producir una agitación a
causa de la incineración de los restos de la primera dama Dilke, de
los experimentos científicos de Sir Henry Thompson (ver su ensayo:
“El tratamiento del cuerpo después de la muerte”, Londres, 1874) y
de los folletos del Rev. H. R. Haweis sobre el sinnúmero de horrores
de los cementerios de Londres, esto me impulsó a preguntarle qué
deseaba que hiciese con sus restos. Me pidió mi parecer acerca del
valor de las dos clases de sepultura, se unió a mis preferencias por
la cremación, demostró sentir repugnancia por el enterramiento
debido a que una señora amiga suya había sido enterrada viva, y por
fin me dijo que hiciese lo que yo quisiera. En abril de 1874 se había
formado una especie de sociedad de aficionados con el nombre de
Sociedad Crematoria de Nueva York; yo era socio de ella y hasta
formaba parte de la comisión de consultas legales. Pero sus miem-
bros aún no habían demostrado sus convicciones como no fuera
por declaraciones y publicaciones. Por fin se presentaba la suerte de
tener un cuerpo para quemar y así inaugurar las reformas; lo ofrecí
a la Sociedad, que lo aceptó. Hacía bastante calor para ser en esa esta-
ción y el tiempo urgía; hasta la noche de la víspera de los solemnes
funerales del barón, estábamos de acuerdo en que enseguida de
terminada la ceremonia, yo entregaría el cuerpo a los agentes de la
Sociedad de cremación. Mientras tanto, HPB y todos nosotros nos
preparábamos para organizar unos “Funerales Paganos” impresio-
nantes —según la expresión empleada por la prensa— componer
una letanía, preparar un ceremonial, escribir un par de himnos
órficos adecuados y hacerles poner música. La noche del sábado nos
disponíamos a ensayar por última vez nuestro programa, cuando
me trajeron una nota del Secretario de la Sociedad de Cremación
de N. Y., diciendo que renunciaban a proceder a la incineración
debido al ruido que hacían los periódicos sobre los funerales, y a
sus ataques contra la Sociedad Teosófica. En otras palabras: esos
cobardes no osaban afrontar el ridículo y la animosidad que la inno-
vación desencadenaba contra nosotros. Nuestra vacilación no duró
más que media hora, porque enseguida ofrecí tomar para mí la
completa responsabilidad, y di mi palabra de que el cuerpo sería
quemado, aun cuando debiera hacerlo yo mismo. Promesa que
cumplí en el momento oportuno, como más adelante se verá.
La amabilidad del Rev. O. B. Frothingam, que reunía a sus fieles
en el gran salón del Templo Masónico, en la esquina de la Sexta
Avenida y la Calle 23, ciudad de Nueva York, nos permitió proceder
a los funerales del barón, en ese vasto local. Una hora antes de
98 H ojas de un viejo diario

la fijada, la calle estaba llena de una muchedumbre curiosa, que


se agitaba a veces en oleadas, y tuvo que llamarse a un respetable
número de guardias de seguridad para impedir que las puertas
fuesen forzadas. Habíamos enviado dos clases de tarjetas de invi-
tación, ambas triangulares, una negra impresa en plata, para los
asientos reservados, y otra para el público, de color crema, impresa
en negro; la policía no debía dejar entrar a nadie sin tarjeta. Pero no
es fácil contener una muchedumbre norteamericana o británica, y
fue tal su empuje cuando abrieron las puertas, que los 1500 posee-
dores de tarjetas se colocaron como pudieron. El gran local, que
tiene capacidad para 2000 personas, estaba completamente lleno;
los pasillos y el vestíbulo se veían repletos; el ruido de las conver-
saciones y la agitación reinante, probaban bien que esa multitud
iba atraída por la curiosidad y no por el deseo de hacer presente su
respeto al muerto o su simpatía a la Sociedad Teosófica. Se presentía
que el menor incidente transformaría a esa multitud en una verda-
dera colección zoológica. Durante toda la semana precedente, los
periódicos habían excitado la curiosidad pública hasta la exaspe-
ración, y una de las más extravagantes parodias que he leído en
mi vida, que apareció en el World, contó por anticipado nuestra
ceremonia y procesión; todo Nueva York se retorció de risa. Citaré
un fragmento para para el bien de nuestra descendencia Teosófica:
“Bien”, dijo el coronel; “en marcha y cumplan su programa, pero
sobre todo que no haya más que Miembros de la Sociedad, porque
los masones no quieren saber nada con esto.
Dos horas transcurrieron en redactar el orden de la marcha y el
programa de los ejercicios después de la llegada del convoy al
Templo. He aquí el resultado y orden del desfile:
El coronel Olcott oficia de Sumo Sacerdote, vestido con una piel de
leopardo y lleva un rollo de papiros (de cartón).
El Sr. Cobb hace de escriba sagrado, con estilo y tablilla.
La caja de una momia egipcia, sobre un trineo arrastrado por
cuatro bueyes (también un esclavo que lleva un tarro con aceite
lubricante).
Mme. Blavatsky presidiendo el duelo y llevando el sistro (con
una larga túnica de lino que le cae hasta los pies, sujeta con un
cinturón).
Un chiquillo de color llevando tres ocas de Abisinia (pollos de Fila-
delfia) para adornar el féretro.
El barón de Palm 99

El Vicepresidente Felt, con el ojo de Osiris pintado sobre el pecho


izquierdo y llevando un áspid (comprado en la juguetería de la
octava avenida).
El Dr. Pancoast cantando una antigua marcha fúnebre de Tebas:

“Isis y Nepthys, comienzo y fin;


Enviamos una víctima más al Amenti.
Paguemos la tarifa y no nos retrasemos,
Atravesemos la Estigia con el ferry de la Calle Roosevelt”.

Esclavos vestidos de luto, llevando las ofrendas y libaciones, a


saber: patatas nuevas, espárragos, carne asada, panqueques
franceses, vasos de cerveza y sidra de Nueva Jersey.
El Tesorero Newton, director de orquesta, tocando la flauta doble.
Otros músicos con arpas de ocho cuerdas y tam tams.
Muchachos que llevan un gran loto (girasol).
El Bibliotecario Fassit, que cantará entre fragmentos de música:

“He ahí a Horus, ya veo su barca,


Amigos, detengan su llanto;
El alma de un hombre demora 3000 años
En pasar por una cabra”.

En el Templo, una ceremonia corta y sencilla. Los bueyes se


quedarán fuera y un muchacho les impedirá que den corneadas
a los transeúntes. Después del himno Teúrgico arriba citado, se
cantará el himno nacional Copto, traducido y adaptado para la
circunstancia como sigue:
“Cinocéfalo encaramado a un árbol,
Yo te veo, y tú me ves.
¡Oh Río infestado de cocodrilos! ¡Vea sus largas mandíbulas!
Ize el shadouf* y sáquelo inmediatamente”

Después de varios días de esta clase de ejercicio de la prensa, se


puede imaginar el estado de ánimo de la multitud, de la que sólo
un puñado pertenecía a la Sociedad Teosófica, y cuya mayoría estaba
prevenida contra ella. No obstante, todo fue bien hasta el momento
en que un metodista exaltado, pariente de un MST que me ayudaba
en la ceremonia, se puso de pie gesticulando y gritó: “¡Mentiras!”,
en el preciso instante en que yo había dicho: “No hay más que

* Máquina simple usada a modo de palanca, con un contrapeso, que general-


mente sirve para subir agua con un cubo desde un río, canal, o pozo. (N. del T.)
100 H ojas de un viejo diario

una causa primitiva, increada”. Al momento, toda la concurrencia


se puso de pie y algunos trataron de salir, como sucede siempre
en esas crisis en que no se sabe si los gritos confusos no anun-
cian un incendio. Algunos tipos de aspecto bastante desagradable se
subieron sobre sus sillas, prontos a arrojarse en el tumulto si éste
se producía. Era uno de esos momentos en que todo depende del
orador. Yo había visto una vez al gran orador Abolicionista Wendell
Philips dominar una muchedumbre que le gritaba insultándole,
y recordando de pronto su procedimiento, le imité. Avancé con
calma, coloqué mi mano izquierda sobre el féretro del barón, de
cara al público, no dije nada y quedé inmóvil. Enseguida se produjo
un silencio de muerte. Entonces, levantando la mano derecha, dije
muy clara y lentamente: “¡Nos encontramos en presencia de la
muerte!”, y aguardé. El efecto psicológico producido me interesó y
divirtió mucho, porque siempre he estudiado el alma de las multi-
tudes. La agitación cayó como por arte de magia y con el mismo
tono de voz que antes, sin aparentar siquiera haberme percatado
de la interrupción, terminé la frase de la letanía: “eterna, infinita,
desconocida”.
Los dos himnos órficos que habíamos arreglado para la circuns-
tancia, los cantaron un coro de voluntarios del Sængerbund de Nueva
York, acompañado en el órgano por la música de una Misa italiana
de hace trescientos años “y” —dice el cronista del Sun— “el efecto
era profundamente impresionante en la semioscuridad de la sala
repleta pero silenciosa; los últimos acordes morían poco a poco,
mientras el fuego simbólico ardía en el altar triangular, arrojando
sus resplandores sobre las condecoraciones puestas encima del
ataúd”.
Después de cantado el primer himno órfico, hubo una invocación
o mantra a “el Alma del Mundo, cuyo aliento da o retira la forma a
todas las cosas”. “El universo, es tu expresión y tu revelación. Ante
Ti la luz del ser es como la sombra que huye y el vapor que pasa. Tú
respiras y los espacios infinitos se pueblan. Tú retiras tu aliento y
todo lo que de ti habrá emanado, vuelve a entrar enseguida”. ¡Buena
Vedanta y buena Teosofía era esto! La misma idea se reproducía en
todo el servicio: himnos, invocaciones, letanía y mi discurso. En
éste yo daba todos los detalles que el barón de Palm me había dado
sobre sí mismo (y resultaron ser muy erróneos como fue compro-
bado posteriormente al ponerme en contacto con el abogado de la
familia). Expliqué el carácter y los objetivos de la S. T.* y mis ideas

* “Esta Sociedad”, dije, “no es una asociación religiosa, ni caritativa sino cien-
tífica. Tiene por objeto el estudio y no la enseñanza y sus Miembros profesan
las más variadas creencias. Se llama ‘Teología’ a la voluntad revelada de Dios y
El barón de Palm 101

sobre la total ineficacia del arrepentimiento a punto de morir para


la remisión de los pecados. Me complace ver las crónicas de los
periódicos tras muchos años en que he predicado la doctrina del
Karma, lisa y llanamente. Cuando dije que la Sociedad “consideraba
al criminal en el cadalso, igualmente criminal después de que se
hubiesen recitado a su alrededor veinte oraciones”, hubo un esta-
llido de aplausos y silbidos. Impuse silencio y continué así, según
el artículo citado:

Dijo después que la Teosofía no podía concebir que el mal quedase


impune, o el bien sin recompensa. Que creía al hombre un ser
responsable; que es una religión práctica y no limitada a las afirma-
ciones, enteramente opuesta a la sensualidad y que prescribe la
subordinación del cuerpo al espíritu. Ahí, en ese ataúd, reposa (el
cuerpo de) un Teósofo. ¿Debemos decir que su porvenir será una
felicidad sin la menor sombra, y sin relación con su vida pasada?
No, sino que, según sus actos, sufrirá o experimentará placer. Si
ha sido un vividor y seductor, la Causa única y divina no le perdo-
nará la menor de sus ofensas, porque eso sería sumergir al mundo
en el caos. Tiene que haber compensación, equilibrio y justicia.

Después de haberse cantado el segundo himno órfico, la Sra. E.


Hardinge Britten, oradora espiritista, tomó la palabra durante unos
diez minutos en calidad de médium parlante, y terminó con un
conmovedor apóstrofe al difunto barón, deseándole buen viaje,
declarando que había “franqueado las doradas puertas por las que
(sic) la pena no pasa”, y arrojó sobre el ataúd flores, “¡símbolos de la
vida en pleno florecimiento!”. Esto cerró la ceremonia, y la enorme
concurrencia se dispersó apaciblemente.
El cuerpo del difunto fue confiado al Sr. Buckhorst, director de
funeraria, para ser depositado en un nicho provisional hasta que yo
hubiese preparado su incineración. Me vi obligado a idear un método
de conservación mejor que el embalsamamiento rápido hecho en
el Hospital y cuya insuficiencia se demostró a los quince días. Esto
me dio bastante preocupación y me obligó a efectuar un sinnúmero
de investigaciones, pero por fin resolví el problema envolviendo
el cadáver en arcilla desecada e impregnada en ácido carbólico y
otros vapores de alquitrán. Cuando se hizo la aplicación de este
antiséptico en la primera semana de junio, la descomposición había

‘Teosofía’ al conocimiento directo de ‘Dios’. Una nos pide creer lo que otros han
visto u oído, la otra ver y oír por nosotros mismos. La Teosofía enseña que, culti-
vando sus poderes, el hombre puede alcanzar la iluminación interna y adquirir
el conocimiento de sus facultades Divinas”. (Olcott)
102 H ojas de un viejo diario

empezado, pero cuando se examinó el cadáver en diciembre, antes


de la cremación, se lo halló perfectamente momificado, con todos
los líquidos absorbidos y la putrefacción detenida. Estoy conven-
cido de que se le hubiera podido conservar así durante años, tal vez
un siglo, y recomiendo ese procedimiento como el mejor que yo
conozca para embalsamar económicamente.
HPB no desempeñó ningún papel oficial en los funerales
públicos de De Palm, pero no dejó de hacerse oír. Sentada en medio
del público, con los Miembros de la Sociedad que no actuaban, se
levantó en el momento en que el metodista interrumpió nuestra
letanía, y mientras un agente de policía lo sacaba del local, ella
gritó: “¡Es un fanático, eso es lo que es!”, lo que hizo reír a todo
el mundo inclusive a ella misma. Los Sres. Judge, Cobb, Thomas,
Monachesi, Oliver y tres o cuatro más que no recuerdo, tomaron
parte en la ceremonia como miembros.
El Consejo de la S. T., reunido el 14 de junio, y la Sociedad, en su
sesión del 21 de junio de 1876, aprobaron Resoluciones ratificando
y confirmando todo lo que los delegados habían hecho para los
funerales, el embalsamamiento y la autopsia de De Palm. Se tomó
la Resolución siguiente:
El Presidente y el Tesorero de la Sociedad, ejecutores testamenta-
rios de nuestro difunto colega, están autorizados por los presentes
para hacer en nombre de la Sociedad todo lo necesario a fin de
disponer de los restos del difunto según sus deseos manifiestos y
sus instrucciones.

Terminados los funerales del barón, quedaba por ver lo que su


herencia podría beneficiar a la Sociedad (si bien yo era personal-
mente su heredero universal, estaba convenido de que sería libre
de donar todo a la S. T.). El Sr. Newton y yo obtuvimos el registro
del testamento, y el Sr. Judge dio comienzo al inventario. Recibimos
la primera sorpresa cuando se abrió su baúl depositado en el
Hospital: contenía dos camisas mías, de las que se había quitado
la marca bordada. Esto no presentaba buena cara y no parecía en
modo alguno el preludio de una gran herencia. En dicho baúl había
también un pequeño bronce que representaba un niño llorando,
fotografías y cartas de actrices y cantantes, facturas no abonadas,
imitaciones doradas y esmaltadas de sus condecoraciones, muy
poca ropa y una caja plana forrada de terciopelo que contenía: su
acta de nacimiento, sus pasaportes y credenciales diplomáticas o de
la corte y el borrador de un antiguo testamento revocado. Aparte
de esto, nada; ni dinero, ni joyas, ni papeles, manuscritos o libros,
ninguna señal de gustos o costumbres literarias. Estos detalles que
El barón de Palm 103

doy —y que los Sres. Newton, Judge y otros pueden corroborar—


encontrarán más adelante la razón de ser mencionados.
El testamento antiguo le designaba como señor de los castillos
del Viejo y Nuevo Wartensee, sobre el Lago Constanza, y en sus
papeles aparecía como poseedor de 8093 hectáreas de tierra en
Wisconsin, de cuarenta lotes de terreno en la ciudad de Chicago
y de siete u ocho minas en los Estados del Oeste. Tasando el acre
en cinco dólares, se propagó el rumor de que yo había heredado
por lo menos 20 000 libras sin contar los dos castillos suizos suyos,
los lotes de Chicago y el oro y la plata de las minas. Toda la prensa
norteamericana se hizo eco de ello; se escribieron editoriales sobre
el asunto y recibí un montón de cartas de felicitación o de peti-
ciones de personas conocidas o desconocidas y de varios países. El
Sr. Judge escribió a las señoras herederas, a los notarios del país y
del extranjero y aun Miembro de la familia del barón. Todo esto
requirió algunos meses, y resultó: que las señoras rehusaron los
terrenos de Chicago como su legado, que las tierras de Wisconsin
habían sido vendidas para pagar las contribuciones de varios años,
que las acciones de las minas sólo servían para empapelar habita-
ciones, y que los castillos en Suiza eran castillos en el aire. El total
no daría para resarcirnos, al Sr. Newton y a mí, por los modestos
gastos que habíamos efectuado para los funerales. El barón era un
noble arruinado, sin recursos, sin crédito y sin esperanzas; muchos
de esa clase vienen a EE. UU. desde que Europa no los quiere más.
Sus modales y sus títulos hacen que sean recibidos en la sociedad
norteamericana, les valen a veces situaciones lucrativas, y con más
frecuencia aún, ricos casamientos. Nunca supe bien lo que nuestro
amigo había hecho en el Oeste, pero importunos acreedores que se
presentaron, me hicieron ver que por lo menos se había mezclado
en fracasados ensayos de formación de sociedades industriales.
Jamás descubrí, ni entonces ni después, la menor indicación de
que el barón de Palm poseyese ni talento literario, ni erudición,
ni gustos intelectuales. Su conversación con nosotros era sobre-
todo superficial, tratando los temas que interesan a la generalidad
de la gente. Desde el punto de vista espiritista, parecía menos un
pensador profundo que un observador cuidadoso de médiums y
fenómenos. Hablaba mucho de sus recuerdos diplomáticos y atri-
buía la escasez de sus actuales recursos (en cuanto a dinero en efec-
tivo) a sus vanos ensayos de competir en lujo con los ricos agre-
gados de las embajadas inglesas. Leía poco y no escribía nada; lo sé
bien, puesto que lo albergué bajo mi techo.
Me sería penoso entrar en estos detalles personales si no fuese
porque necesito pintar a ese hombre con sus verdaderos colores,
104 H ojas de un viejo diario

para permitir a mis lectores que juzguen si era un maestro o mentor


digno del autor de “Isis sin velo” y de “La Doctrina Secreta”. Porque
éste es el punto en litigio. Ciertos adversarios sin escrúpulos han
difundido contra HPB, con una malicia increíble, la calumnia de
que “Isis sin velo” “no era más que una recopilación no confesada
de los manuscritos del barón de Palm”. Esto se lee en una carta
calumniosa del Dr. Elliott Coues, publicada por el New York Sun del
20 de julio de 1890. Por otra parte, el director de ese influyente
periódico, movido por el más honrado sentimiento de justicia, ha
expresado recientemente su sentimiento por haberla publicado, y
la ha declarado sin fundamento. La Sra. Emma Hardinge Britten
me ha dicho que esa mentira fue puesta en circulación por un sabio
calumniador en The Carrier Dove y por otros periodistas hostiles.
Además, un Miembro rechazado de la Sección Francesa de la S. T.,
el Dr. G. Encausse (más conocido por el seudónimo de Papus), le dio
cierta publicidad en su “Tratado Metódico de Ciencia Oculta”, cuya
crítica aparece en The Theosophist de agosto de 1892.
Para aquellos que conocieron el modo de vida de HPB mientras
escribía su libro, así como quienes estuvieron relacionados con el
barón de Palm en el Oeste o en Nueva York y los que estuvieron
asociados a él durante su breve conexión con la S. T., los detalles
antes mencionados (cándidos y fáciles de verificar), sobre su perso-
nalidad, hábitos y relaciones, serán más que suficientes. En cuanto a
los otros, les dedico con sentimiento la cruel carta que el Sr. cónsul
Obermayer, de Augsburg, Baviera, envió al Sr. Judge, respondiendo
a sus preguntas profesionales acerca de las propiedades del barón
de Palm en Europa, y que ha sido traducida para este libro, del
original que obra en mi poder. Su fecha hará ver al lector que no la
hemos recibido y que por lo tanto no hemos sabido la verdad sobre
los antecedentes europeos del barón, sino un año entero después
de su muerte y cinco meses después de la cremación de sus restos,
universalmente conocida:

Consulado de la República Argentina,


Augsburg, 16 de mayo de 1877
N° 1130.
A William Q. Judge.
Abogado y Consejero Legal,
Broadway 71, Nueva York.

He sabido por su carta del 7 del mes pasado que el barón Josef
Heinrich Ludwig von Palm ha muerto en Nueva York en mayo de
1876.
El barón de Palm 105

El que suscribe, cónsul Max Obermayer (ex cónsul de los Estados


Unidos en Augsburg de 1866 a 1873), se encuentra capacitado
para proporcionarle los informes deseados de una manera muy
completa y se presta a ello con gusto.
El barón von Palm fue en su juventud oficial en el ejército Bávaro,
pero sus deudas y algunos actos dudosos le obligaron a dejar la
carrera. Vivió, después en otras partes de Alemania, pero no pudo
quedarse mucho tiempo en ninguna parte a causa de su extrema
frivolidad, de su amor a la buena mesa y sus excesos, que le arras-
traban sin cesar a contraer nuevas deudas y mezclarse en asuntos
desagradables, de suerte que llegó a ser condenado por la justicia
a prisión.
Cuando ya no pudo vivir más en Alemania, pasó a Suiza, donde
continuó sus estafas y consiguió con falsas declaraciones y
promesas hacerse ceder el Castillo de “Wartensee” por su propie-
tario, y se instaló enseguida en él. Sin embargo, su estancia allí
no fue de larga duración; no sólo no podía pagar el precio de
la compra, sino que ni siquiera los impuestos, de modo que la
propiedad fue vendida para pagar a los acreedores, y Palm se
escapó a EE. UU.
Aquí se desconoce si en EE. UU. él se mantuvo, o no, a base de
fraudes.
En Europa no posee ni un céntimo de tierra; todo lo que sus
papeles digan de eso, es pura falsedad.
Lo único que en verdad le perteneció, antes de su partida para
EE. UU., fue una parte en la herencia Knebelisher de Trieste. Antes
de partir hizo todo lo que pudo, aunque inútilmente, para cobrarla
enseguida.
A fines de 1869, Palm se dirigió al suscrito, en su calidad entonces
de Cónsul de los Estados Unidos, rogándole le procurase el pago
de esa herencia Knebelisher, mencionada arriba.
Su petición se resolvió enseguida favorablemente, como se
desprende de la copia adjunta de su recibo por la suma de 1068
Thalers 4/6 = 3247,53 dólares, puesta a disposición de Palm por
carta consular del 21 de enero de 1870 y cobrada por él en la casa
de banca Greenbaum Bros. & Co., como él comunicó al cónsul en
su carta del 14 de febrero de 1870.
No puedo menos que repetir que de Palm no poseía en Europa
ni un dólar en dinero, ni un pie de terreno, y que todo lo que sus
papeles puedan sugerir en otro sentido, es fraudulento.
106 H ojas de un viejo diario

Los únicos parientes conocidos del barón De Palm son las dos
Baronesas Von T, que viven en Augsburg, dos familiares eminente-
mente respetables, a quienes de Palm causó bastantes molestias
durante el último año que vivió en Europa.
He aquí todo lo que se sabe del difunto Palm, dado de la forma
más exhaustiva; probablemente más de lo que usted esperaba.

(Firmado) Max Obermayer.


Cónsul de la República Argentina.

Mis felicitaciones al Sr. Papus, la Sra. Britten y su “grupo”.

¡Palman qui meruit ferat*!

* “¡Que la gloria sea para quien la merezca!” (N. del E.)


CAPÍTULO XI
La primera cremación
en Estados Unidos
1876

L
A cremación del barón de Palm será el tema de este capítulo.
He contado las circunstancias por las cuales fui llevado a
emprender esa que fue la primera incineración pública en los
Estados Unidos y la primera en que se empleó el horno crematorio;
es un acontecimiento histórico, cuyos detalles tienen su interés.
Esta cremación tuvo lugar el 6 de diciembre de 1876 en la pequeña
ciudad de Washington, Condado de Washington, Pensilvania, más
de seis meses después de la envoltura del cadáver en arcilla satu-
rada de ácido carbólico en Nueva York. Ahora es muy fácil inci-
nerar un cuerpo, ya sea en Inglaterra o en EE. UU., donde existen
hornos crematorios y sociedades de cremación; entonces era asunto
bien diferente. Cuando me comprometí a disponer de los restos
del difunto barón según sus deseos, no había en mi país ni insta-
laciones, ni precedentes que seguir, a menos de adoptar el proce-
dimiento oriental de la hoguera al aire libre que ya había sido
empleado una vez, pero que, dado el estado de la opinión pública,
y en vista de una probable negativa de la Junta de Higiene para
dar el permiso, hubiera sido difícil, si no peligroso. Lo mejor que
podía hacer era esperar una ocasión. En 1816, un rico habitante
de Carolina del Sur, el Sr. Henry Laurens, ordenó que su cuerpo
fuese incinerado y obligó a su familia a ceder a sus deseos impo-
niendo la condición de que perdería la herencia en caso de desobe-
diencia. El cuerpo fue quemado en una hoguera a la moda oriental,
108 H ojas de un viejo diario

en sus propias plantaciones, en presencia de su familia y de sus


amigos vecinos. Otro caso semejante es el de un Sr. Berry, quemado
también sobre una pira, si mi memoria me es fiel. Mas, no había
ejemplo de que se hubiese dispuesto los restos de ningún ser
humano en un horno construido a propósito; por lo tanto, sólo
podía esperar los acontecimientos. Esto no duró mucho, porque
una mañana, en julio o en agosto, leí en los periódicos que el Dr. F.
Julius Le Moyne, médico excéntrico, pero gran filántropo, natural
de Pensilvania occidental, había empezado a construir un horno
para la incineración de su propio cuerpo. Acto seguido me puse
en correspondencia con él, y por fin (Carta del 16 de agosto de
1876) consintió en que el cuerpo del barón fuese quemado antes
que él, en el caso de que sobreviviese a la confección de su horno.
Cuando se realizó el funeral, no se anunció públicamente la posibi-
lidad de una cremación posterior, pero algo se había mencionado.
Ahora ya declaré abiertamente mis intenciones con el propósito de
advertir con tiempo a las autoridades por si acaso existiese algún
obstáculo legal. El Sr. F. C. Bowman, Abogado, y yo, fuimos elegidos
como Comité Asesor legal de la Sociedad de Cremación de Nueva
York, para estudiar cuidadosamente todas las leyes y decretos, y
hacer saber si se tenía o no el derecho de disponer libremente de su
cuerpo. No hallamos nada prohibitivo sobre ello, y el simple buen
sentido demuestra que, si un hombre tiene el derecho de absoluta
propiedad sobre algo, ese algo debe ser su propio cuerpo, y que es
libre de disponer el uso que de él se hará después de su muerte,
con la condición de elegir un procedimiento que no pueda perju-
dicar a los derechos ni al bienestar de nadie. Cuando mis trámites
con la Sociedad de Cremación de Nueva York, y, por consiguiente,
bastante tiempo antes de que el horno del Dr. Le Moyne estuviera
preparado, pedimos oficialmente la autorización de la Comisión de
Salud de Brooklyn, para sacar el cuerpo con el objeto de proceder
a la cremación*. La Comisión consultó a un abogado, que fue de
la opinión del Sr. Bowman y mía, y hallándose ya terminado el

* Lo que sigue es el texto de la nota en cuestión. (Olcott)


Ciudad de Nueva York, 5 de junio de 1876.
Señores:
Los firmantes, Ejecutores testamentarios del difunto Josef Henry Louis, barón de
Palm, solicitan por la presente, les sea entregado su cuerpo, depositado actual-
mente en el depósito mortuorio del Cementerio Luterano: para ser transportado
dicho cuerpo a un sitio conveniente, fuera de los límites del municipio e incine-
rado según los deseos del citado De Palm.
(Firmado) H. S. Olcott, H. J. Newton.
La primera cremación en Estados Unidos 109

horno crematorio, la autorización fue concedida. Conseguido este


primer punto, y no habiéndose presentado ningún obstáculo legal,
los defensores de la incineración sólo tenían que responder a las
objeciones teológicas, económicas, científicas y sentimentales. El
Dr. Le Moyne y yo, decidimos organizar una reunión pública en la
que personas competentes harían uso de la palabra sucesivamente,
poco antes de la cremación, y una reunión nocturna consagrada a la
discusión de las ventajas y los inconvenientes de esa clase de sepul-
tura. Se decidió que cada orador no trataría más que un aspecto del
tema, para evitar las repeticiones y no dejar de abarcarlo por entero.
Para garantizar el principio de la neutralidad de la S. T. en todas las
cuestiones relacionadas con las opiniones religiosas, se había deci-
dido que mi albacea adjunto y yo, obraríamos en nuestro nombre,
particularmente. Se acordó también que no se haría nueva cere-
monia religiosa. El Dr. Le Moyne era como yo, partidario conven-
cido de las ventajas de la cremación, y pensamos que el interés
público pedía que se diese a este acontecimiento la mayor publi-
cidad, y que se invitase a hombres de ciencia y miembros de la
Comisión de Salud para asistir oficialmente a la cremación, y poder
seguir la operación en sus detalles. “Opino como usted”, escribe el
buen y anciano doctor, “que los discursos deben tratar únicamente
de la cremación, sin extraviarse en otros temas, por apropiados y
útiles que puedan parecer para ese momento. Nunca he previsto ni
deseado que nuestro programa incluyese una ceremonia religiosa,
sino que fuese en cambio, una experiencia científica y sanitaria que
preparase una reforma en el modo de disponer de los cadáveres”.
La prensa norteamericana, que se había burlado de la S. T. porque
hizo muchas ceremonias religiosas en los funerales del barón, tuvo
aún algo que decir, porque no se hizo ninguna en su cremación.
Pero esto nos era por completo indiferente, porque los elogios o
las censuras de los ignorantes, carecen igualmente de valor. El
Dr. Le Moyne y yo, quisimos establecer los puntos siguientes: (a)
¿La cremación es un modo científico de sepultura? (b) ¿Es menos
costosa que el entierro? (c) ¿Presenta algo repugnante? (d) ¿Cuánto
tiempo es necesario para incinerar un cuerpo? Para obtener toda la
publicidad posible, el Sr. Newton y yo, como ejecutores testamenta-
rios, y el Dr. Le Moyne como propietario del horno crematorio, diri-
gimos la siguiente invitación a las Comisiones de Salud, a científicos,
a los directores de colegios, a profesores escogidos, a eclesiásticos y
a directores de periódicos:
110 H ojas de un viejo diario

Nueva York, noviembre de 1876


De mi mayor consideración: El 6 de diciembre próximo,
en Washington, Pensilvania, se procederá
a la cremación del cuerpo del difunto
Josef Henry Louis, barón de Palm,
Comendador Gran Cruz de la Soberana Orden del Santo
Sepulcro de Jerusalén; Caballero de San Juan de Malta;
Príncipe del Sacro Imperio Romano Germánico;
Ex Chambelán de S. M. el Rey de Baviera;
Miembro de la Sociedad Teosófica, etc., etc.,

en ejecución del deseo por él expresado a sus albaceas, poco


tiempo antes de su muerte. Se le suplica que asista usted perso-
nalmente a esta ceremonia, o que se haga representar.
La cremación tendrá lugar en un horno expresamente construido
por F. Julius Le Moyne, M. C., quien desea dar a conocer de este
modo sus preferencias por este género de sepultura.
Teniendo interés la Ciencia en estudiar esta operación desde sus
puntos de vista, histórico, sanitario y otros, los albaceas del barón
de Palm han accedido a darle cierta publicidad. Esta invitación le
permitirá hacerse representar y tomar parte en el debate, en caso
de que el tema de la cremación en general fuese discutido. La
Universidad de Pensilvania, el Colegio de Washington y el Colegio
Jefferson, el Colegio de Médicos y Cirujanos de Nueva York, otras
sociedades científicas, las Comisiones de Salud de Boston, Fila-
delfia, Washington (D. C.), y de otras varias ciudades han anun-
ciado ya su intención de enviar delegados. Se espera que un gran
número de observadores de alta competencia científica se reúnan
con este motivo. Se pronunciarán discursos alusivos.

Washington es una ciudad del Condado de Washington, Estado de


Pensilvania, a 40 kilómetros al oeste de Pittsburg, sobre el ferroca-
rril del Valle Chartiers, como a la mitad del camino entre Pittsburg
y Wheeling. Hay trenes como a las nueve de la mañana y a las
5 p. m., todos los días, salvo el domingo, de Pittsburg y de Wheeling.
El trayecto se hace en unas dos horas.
La sala de espera del Crematorio es pequeña, y necesitamos saber
de antemano el número de los asistentes. Por lo tanto, se le ruega
La primera cremación en Estados Unidos 111

que tenga la bondad de hacernos conocer sus intenciones lo más


pronto posible, por carta o telegrama, a uno de los abajo firmantes.

Henry S. Olcott,
Ejecutores de la última Voluntad y
Testamento del barón de Palm
Henry J. Newton,

Dirección: Apartado de Correos 4335, Nueva York

O a F. Julius Le Moyne, M. D.
Dirección: Washington, Condado de Pensilvania.

Hubo numerosas aceptaciones y el interés general fue tan vivo,


que un caballero (el Sr. A. C. Simpson, de Pittsburg, Pensilvania),
que tenía ocasión de ver casi toda la prensa escrita, declaró que “no
hay un solo periódico impreso en los Estados Unidos que no hable
más o menos extensamente de la incineración del barón y hasta de
sus opiniones teosóficas” (ver el Banner of Light del 6 de enero de
1887). Una de las cosas más graciosas entre toda esa literatura, fue la
frase del Sr. Bromley en un editorial de la NY Tribune: “El barón de
Palm, famoso principalmente como cadáver”.
Con todo esto, asumimos una gran responsabilidad, porque si
sobrevenía cualquier cosa en el horno del Dr. Le Moyne, todo el
país nos hubiese censurado por haber expuesto un cuerpo humano
a un maltrato científico irreverente*. Pero el interés humanitario
que sentíamos era tal, que proseguimos en nuestra empresa, sin
desfallecer. Para garantizarnos en lo posible contra toda sorpresa, el
buen doctor ensayó su horno con el cadáver de un carnero y con
fecha 26 de octubre de 1876, me escribió diciéndome que había sido
un “éxito completo, el cuerpo de un carnero de 74 kg, fue reducido
a cenizas en seis horas y hubiera podido serlo en menos”. Él había
hecho, para sostener el cuerpo, una estructura en forma de caja o
féretro, formada de barras de hierro planas y recurvadas de 1 cm,
que pesaban 18 kg. Me pidió que procurase si era posible un paño
de amianto para servir de mortaja. Pero no pudiéndolo hallar, tuve
que buscar algo para reemplazarlo. Cuando llegué allí, la primera

* Era menester prever la posibilidad de la carbonización del cuerpo en el aire


encerrado del horno de arcilla calentado de 815 °C a 1093 °C. Para impedirlo, el
Dr. Le Moyne, a pesar de las protestas de su constructor, hizo abrir un agujero para
toma de aire en la puerta de hierro del horno, y le adaptó un obturador que podía
quitarse o ponerse a voluntad. Esta innovación resultó tan eficaz cuando quemaron
el carnero, que el constructor se adhirió a la opinión del doctor. (Olcott)
112 H ojas de un viejo diario

mirada al interior del horno calentado, me convenció de que cual-


quier envoltura sería consumida instantáneamente y dejaría al
cuerpo expuesto a las miradas; ensayé una sábana empapada en una
solución saturada de alumbre. Dio un perfecto resultado y creo que
es lo que aún hoy se emplea.
Siendo inútil entrar en los detalles de la cremación, que pueden
verse en todas las colecciones de periódicos norteamericanos del
mes de diciembre de 1876, es conveniente, no obstante, dado el
interés histórico de esta primera cremación científica en los Estados
Unidos, que su autor responsable dé un resumen sucinto de lo que
en ella sucedió.
El crematorio Le Moyne, que aún existe, es una pequeña
construcción de ladrillo de un solo piso, dividido en dos partes:
entrando, a la izquierda, la sala de espera; a la derecha el horno. Sin
contar el valor del terreno, costó al Dr. Le Moyne unos 1700 dólares,
o sea 340 libras esterlinas. Todo era muy sencillo, podría decirse
que desagradablemente sencillo, sin ninguna ornamentación inte-
rior o exterior, un horno para cadáveres tan antiestético como un
horno para pan. Con todo, el resultado probó que era tan práctico y
tan perfectamente adaptado a su fin, como si las paredes fuesen de
mármol esculpido, los tabiques de madera finamente trabajada y las
puertas del horno de bronce cincelado. El Dr. Le Moyne me escribió
que su objeto era poner al alcance de los pobres una clase de sepul-
tura más económica que el entierro, y que ofrecía más garantías
contra las violaciones de tumbas y contra los trágicos entierros
prematuros, inevitables con el procedimiento corriente. La sustrac-
ción del cadáver de lord Crawford y Balcarres en Escocia, el del
Sr. A. T. Stewart en Nueva York, sin hablar de los miles de robos de
cuerpos para hacer disecciones, prueban el valor del primer argu-
mento, mientras que la historia del pobre obispo Irving, disecado
en letargo, y los numerosos casos de cuerpos encontrados, cuando
se han abierto las tumbas, con la carne de los brazos mordida por
la desgraciada víctima en su cruel agonía, hambrienta y sofocada,
pesan en forma considerable en el otro lado de la balanza. Con
el horno Le Moyne alcanzamos el objetivo económico y sanitario,
puesto que esta primera cremación en EE. UU. no nos costó más de
10 dólares y demostró que es posible disponer así de un cadáver sin
inconveniente alguno.
El Sr. Newton y yo llegamos a Washington, Pensilvania, el 5 de
diciembre de 1876, acompañando el cuerpo del barón, que iba ence-
rrado en un ataúd doble y el ataúd dentro de una caja de madera.
El Dr. Le Moyne, con otras personas, nos esperaba en la estación; el
cuerpo fue llevado al crematorio en una carroza fúnebre y quedó
La primera cremación en Estados Unidos 113

allí hasta la mañana siguiente, al cuidado del fogonero del horno.


El fuego (de coque) se encendió a las dos de la mañana y el horno
estaba ya calentado al rojo blanco; “bastante caliente” decía el fogo-
nero, “para fundir hierro”. La construcción del aparato era de lo
más sencillo que existe: una retorta abovedada de tierra refractaria
que medía 2,43 metros de largo por 91 centímetros de ancho y otro
tanto de altura, para colocar el cuerpo; estaba rodeada por un tubo
conductor de aire caliente, que comunicaba con el hogar, situado
detrás; una gran chimenea aseguraba la corriente de aire y conducía
el humo. Una abertura que unía al horno con el tubo, permitía el
escape de los gases y otros productos volátiles de la cremación. Una
gran puerta de hierro empotrada en la tierra refractaria, cerraba
la parte delantera del horno, y la abertura con el obturador ya
descrito, no sólo permitía introducir el aire frío en el horno según
se desease, sino que también servía para observar cada tanto los
progresos de la operación. Como el cuerpo reposaba sobre la reja de
hierro, cubierto por la sábana con alumbre, en un horno de tierra
refractaria que lo separaba del fuego, se vio que no se trataba de
esos horribles asados de carne, con estallidos de entrañas, etc., que
hacen estremecer cuando el cuerpo es quemado en una hoguera al
aire libre, y además, como las partes líquidas y gaseosas del cuerpo
hallaban un escape por el tubo que rodeaba al horno, no había que
temer esos nauseabundos olores que a veces se respira en India,
cerca de los lugares de cremación. El cuerpo se deseca hasta que no
queda más que las cenizas del esqueleto. Cuando al día siguiente de
la incineración de De Palm se abrió el horno, no quedaba de aquel
cuerpo grande y robusto más que un pequeño montón alargado de
polvo blanco y algunos fragmentos de articulaciones, que en total
pesaba alrededor de 2,7 kg*.

* Más afortunado que muchos inventores, he vivido para ver cómo varias reformas
con las que colaboré desde su inicio, se convirtieron en éxitos mundiales, y la
cremación es uno de ellos. La opinión pública ha llegado al punto de que un
periódico jurídico pudo insertar las alabanzas de la incineración en los siguientes
términos. (Olcott)
“Nada es más seguro que profetizar para un porvenir muy próximo la boga
universal de la incineración de los cadáveres. Actualmente, se sabe que las
lombrices diseminan los microbios de los cementerios y llevan el contagio a
todos lados. Nunca hemos podido comprender cómo una treintena de millares
de cuerpos en putrefacción en, más o menos, de media a una hectárea de terreno,
podían no constituir un grave peligro para los habitantes de varios kilómetros
a su alrededor. La tierra es un buen absorbente, pero en ciertos límites. Si se
estudia la lenta putrefacción de los cuerpos animales, se ve cuán repugnante es
y cuán peligrosos son los gases que se escapan ruidosamente de ellos. ¿Creen los
que abogan por el entierro, que los gases de 30 000 cuerpos apretados, se escapan
hacia el centro de la tierra? Que sepan en tal caso que pronto saturan aquellos
114 H ojas de un viejo diario

Muchas de nuestras invitaciones a los científicos y Comisiones


de Salud fueron aceptadas; he aquí los nombres de algunos asis-
tentes: el Dr. Otterson, de la Comisión de Salud de Brooklyn; el
Dr. Seinke, Presidente de la Comisión de Salud del Condado de
Queen; el Dr. Richardson, director del Medical Journal de Boston;
el Dr. Folsom, Secretario de la Comisión de Salud de Boston; el
profesor Parker, de la Universidad de Pensilvania; tres médicos
delegados por la Comisión de Salud de Filadelfia, otro que repre-
sentaba a la Universidad de Lehigh, el Dr. Johnson, de la Comisión
de Salud de Wheeling; el Dr. Asdale, Secretario de la Comisión de
Salud de Pittsburg; cierto número de médicos que acudieron parti-
cularmente, y una nube de cronistas y corresponsales, especiales,
enviados por todos los principales periódicos norteamericanos y
algunos extranjeros. Sé positivamente que los directores deseaban
tener todos los detalles posibles; el NY Herald, por ejemplo, dio orden
a su cronista que telegrafiase tres columnas por lo menos, pero
una terrible tragedia cambió sus proyectos. El Teatro de Brooklyn
se quemó esa misma noche y perecieron en las llamas alrededor
de unas 200 personas. Esta cremación en masa, debilitó el interés
general por la del barón.
El cuerpo momificado del barón fue sacado del ataúd y colocado
en la reja de hierro, cubierto con la sábana saturada de alumbre;
esparcí encima resinas aromáticas y lo cubrí de rosas, primaveras,
lirios de los valles y palmas enanas, con follaje en el pecho y alre-
dedor de la cabeza*. Citaré aquí un extracto del N. Y. Times:

Cuando todo estuvo preparado, el cuerpo fue respetuosa y suave-


mente deslizado dentro del horno. No hubo ni servicio religioso, ni
discursos, ni música, para dar solemnidad al acto. Ni un ápice de
ceremonia, todo sucedió lo más sencillamente posible. A las 8:20
hs el Dr. Le Moyne, el Cnel. Olcott, el Sr. Newton y el Dr. Asdale se
colocaron a cada, lado del cuerpo, y levantándolo del catafalco, lo
llevaron enseguida al horno, en el que entró por la cabeza.

pocos metros de tierra y que enseguida vagan por la atmósfera, envenenando a


quienes los respiran. Todas las enfermedades contagiosas que afligen a la huma-
nidad de hoy, son advertencias para que cambiemos nuestras costumbres y que
vivamos según la razón; y la única esperanza de vernos desembarazados de las
epidemias, es el lento pero seguro medio de la educación. Llegará un tiempo en
que todas las materias en descomposición serán convertidas en inofensivas por
la acción del fuego”. —
­ Jury.
* Las personas que visiten la Sede Central de Adyar, pueden ver allí reproduc-
ciones de esta escena y de otros detalles de la cremación, sacadas del NY Daily
Graphic. (Olcott)
La primera cremación en Estados Unidos 115

Cuando el extremo del enrejado de hierro llegó a la extremidad más


caliente del horno, el follaje que rodeaba la cabeza se encendió y
pronto estuvo consumido, pero las flores y el follaje sobre el resto
del cuerpo, quedó intacto. Las llamas parecían formar un nimbo
alrededor de la cabeza del muerto.

Esta descripción no es del todo completa, porque en el momento


en que la cabeza entró en el horno, el follaje se encendió y salió
un torbellino de humo que parecía esos penachos de plumas de
avestruz que las señoras llevan en la cabeza o que adornaban el
yelmo de los caballeros. La puerta de hierro del horno fue cerrada
enseguida, corrido el cerrojo y fuertemente asegurada. Al principio
no se vio nada en el interior debido al vapor desprendido por la
sábana mojada y el humo de las resinas y plantas que ardían. Pero
al cabo de algunos minutos, pudo percibirse lo que el corresponsal
del Times describe fielmente así:

En este momento, el horno presentaba el aspecto de un disco


solar radiante, de un color cálido más que brillante, y aunque los
flores y follaje hubiesen ya pasado al estado de carbón incandes-
cente, cada una conservaba su forma; los extremos de las ramas
recuadraban al cuerpo. Al mismo tiempo pude ver que la mortaja
envolvía siempre al cadáver, demostrando así la eficacia de la
solución de alumbre. Esto destruye una de las objeciones que se
hace a la cremación —la posibilidad de una exhibición indecente
del cuerpo. Media hora después, la sábana estaba carbonizada;
alrededor de la cabeza estaba ennegrecida y desgarrada, lo que
es fácil de explicar: parece que el Cnel. Olcott, al mojar la tela,
comenzó por los pies, y al llegar al extremo que correspondería
a la cabeza, la solución de alumbre se había terminado. Causó
satisfacción ver que el calor aumentaba con rapidez.

una escena notable

En este momento, un movimiento reflejo notable que casi pareció


un fenómeno, se produjo en el cadáver. La mano izquierda, que
hasta entonces reposaba al lado del cuerpo, se enderezó poco a
poco, señalando al cielo con tres dedos. Aunque en tal momento
fue algo impresionante, dicho movimiento fue debido naturalmente
a una contracción muscular causada por la excesiva temperatura.
A las nueve y veinticinco, el Dr. Otterson introdujo un trozo de papel
de seda por la pequeña abertura para constatar si había corriente
116 H ojas de un viejo diario

de aire, porque alguien había dicho que no había en el horno sufi-


ciente oxígeno para producir la combustión. El tiraje de aire era
ampliamente suficiente. Entonces la mano izquierda recobró lenta-
mente su posición normal y una luz rosada envolvió los restos del
cuerpo, mientras un ligero olor aromático se escapaba por la toma
de aire del hogar. Una hora después, el cuerpo estaba comple-
tamente incandescente, parecía de color rojo fuego. El calor del
hogar había aumentado considerablemente y se notaba más que
cuando la boca del horno estaba abierta.

observaciones curiosas
A medida que el horno se ponía más caliente, la luz rosa que ya
he mencionado, se hacía dorada y en los pies se producía algo
muy curioso. La planta de los pies estaba naturalmente de frente
a quien mirase por la abertura, y poco a poco adquirió una cierta
transparencia, así como la mano cuando se coloca con los dedos
juntos entre el ojo y una luz viva, pero mucho más intensa. A las
10:40 hs el Dr. Le Moyne, el Cnel. Olcott y el Sr. William Harding,
entraron con los médicos presentes a la sala de la calefacción y
mantuvieron allí una conversación a puerta cerrada. A su vuelta
anunciaron que la combustión del cuerpo podía considerarse termi-
nada, y una mirada al horno en ese momento, daba esa impresión.
La dura experiencia que pasaron Shadrak, Meshach y Abed-nego*,
en el horno ardiente de Nabucodonosor, debe haber sido insigni-
ficante en comparación con la que pasó el cuerpo del barón De
Palm. El Dr. Le Moyne había hecho algunos experimentos con
carneros cuando el horno se terminó de construir, pero el Sr. Dye,
el constructor, nos dijo que el cuerpo debía hallarse incinerado
al cabo de dos horas cuarenta minutos, en forma más completa
que el carnero en cinco o seis horas. En ese instante noté que el
cuerpo comenzaba a reducirse y que, aunque en extremo incan-
descente, no era más que ligeras cenizas, que el soplo de un niño
hubiera dispersado. La mortaja ardiente continuaba cubriendo los
restos y el follaje estaba aún erguido, aunque iba achicándose al
mismo tiempo que el cuerpo. Los pies también habían caído, y
pronto no fue todo más que una masa ardiente calentada al rojo
blanco… A las once y doce, el Dr. Folsom, Secretario de la Comi-
sión de Salud de Massachusetts, anunció con general satisfacción
que “La incineración había terminado sin duda alguna”, después

* Daniel 2, III, 21 a 26. (N. del T.)


La primera cremación en Estados Unidos 117

de examinar el horno tan cuidadosamente como era posible. Entre


los restos no se encontró ningún vestigio de la forma de un cuerpo.

He transcrito esas líneas escogiéndolas entre tantas otras que


hubieran podido ser citadas, por la excelente descripción que
presentan y por su valor histórico. También porque demuestran
la limpieza y estética de esta clase de sepultura comparada con el
entierro. Otra cosa que puede ayudar a demostrar la bondad de la
incineración a los parientes de los que mueren lejos de los suyos,
es que los cuerpos así reducidos a cenizas, pueden ser depositados
en los mausoleos de las familias, o en el cementerio, cerca de sus
familiares y amigos:

“Aquellos que él amó durante largo tiempo y a quienes no ve más,


…no muertos, sino que partieron antes”.

El mismo día por la tarde, el Dr. King, de Pittsburg, dio una


conferencia en el Auditorio del Municipio acerca de los efectos
deletéreos de los cementerios atestados; el Dr. Le Moyne habló de
la cremación en sus aspectos prácticos y en los relacionados con
la Biblia; el Presidente Hays demostró que la Biblia no se oponía
a la cremación; el Sr. Crumrine discutió el punto de vista legal y
yo hice un estudio retrospectivo e histórico de la cremación en la
antigüedad y en los tiempos modernos.
El fuego se apagó en el horno en cuanto la incineración del
cuerpo se dio por terminada, se tapó y el agujero de la puerta, para
dar tiempo a que éste se enfriase poco a poco, pues de otro modo el
aire frío hubiese producido grietas en él. Al día siguiente, recogí las
cenizas con el Dr. Asdale y las puse en una urna hindú que para el
caso me habían dado en Nueva York. Las llevé a la ciudad, donde las
guardé hasta poco antes de nuestra partida para India; entonces las
esparcí sobre las olas del Puerto de Nueva York, en una ceremonia
sencilla.
Fue de este modo como la Sociedad Teosófica introdujo en los
Estados Unidos no solamente ideas filosóficas hindúes, sino también
la clase de sepultura hindú. Después de esa primera cremación cien-
tífica en EE. UU., se han llevado a cabo muchas otras, de hombres,
mujeres y niños. Se han construido hornos y se han fundado socie-
dades de cremación en mi país. Los prejuicios ingleses se han
suavizado hasta el extremo de que el parlamento ha legalizado la
cremación. Esto hizo que una sociedad con ese objetivo obtuviera
una autorización exclusiva, y en su crematorio de Woking, cerca de
118 H ojas de un viejo diario

Londres, fue quemado el cuerpo de HPB, según su voluntad escrita


y verbal.
Teóricamente, poco me importa que mi “cuerpo de deseos” sea
arrojado a las amebas que tapizan el fondo del mar, o abandonado
en los desfiladeros del Himalaya cerrados por las nieves, o sobre
la ardiente arena de los desiertos, pero si debo morir en mi casa,
rodeado de amigos, deseo que como el de HPB y el del barón de
Palm sea reducido por el fuego a polvo inofensivo, ¡en lugar de
convertirse en un peligro para los sobrevivientes, después de haber
servido de instrumento a mi prarâbdha karma!*

* “Prarâbdha karma” es literalmente el karma empezado; es el llamado también


maduro, que ha de manifestarse en esta misma vida o encarnación. El cuerpo
del coronel Olcott fue quemado a su muerte, obedeciendo su deseo, en el parque
de Adyar. (N. del T.)
CAPÍTULO XII
El supuesto autor de “El arte mágico”
1877

A
HORA voy a cumplir mi promesa (Ver Cap. VIII) de decir
algo sobre “El arte mágico” de la Sra. Hardinge Britten y del
modo como fue escrito. Dije anteriormente que dicho libro
fue lanzado casi en el momento de fundarse la Sociedad Teosófica,
y es bastante interesante saber cómo. La Sra. Britten quedó muy
sorprendida con la coincidencia, y demuestra su sorpresa en los
siguientes párrafos de una carta al Banner of Light:

He quedado tan asombrada y sorprendida de la coincidencia de


los propósitos (no de las ideas) expresadas en la inauguración de
la Sociedad Teosófica, a la que asistí, con algunas de las inten-
ciones, pero no de las ideas, expresadas en el libro de mi amigo,
que sentí que era mi deber escribir al Presidente de la Sociedad.
Le mandé un ejemplar del anuncio aún inédito, explicándole que
la publicación del libro en cuestión anticipaba sobre todas las
revelaciones de ciencia cabalística que la Sociedad Teosófica se
proponía hacer, y esto sin un acuerdo previo, hasta sin relaciones
entre las partes.

La coincidencia era la simultánea afirmación por el libro y por


nuestra Sociedad, de la existencia de Adeptos, de la dignidad de la
antigua Ciencia Oculta, de la realidad de la Magia Blanca y Negra
y sus diferencias, de la existencia de la Luz Astral, de las hordas de
razas Elementales en el aire, la tierra, etc., de la existencia de las
relaciones entre ellas y nosotros, y de la posibilidad de servirse de
120 H ojas de un viejo diario

ellas por métodos antiguamente conocidos y experimentados. Eran,


si puede decirse, dos ataques por el flanco, simultáneos contra el
campo atrincherado de la ignorancia y los prejuicios del Occidente.
La Sra. Britten afirmaba que “El arte mágico” había sido escrito
por un Adepto conocido suyo, “un altamente privilegiado amigo
de toda su vida” *, que había encontrado antes en Europa y para
quien ella desempeñaba tan sólo las funciones de “Traductora”
y “Secretaria”. Se llamaba Louis, decía ella, y era Caballero. Se
había publicado un prospecto halagador, para lograr que incluso
la curiosidad más hastía se decidiera a comprarlo, y despertar el
interés de los bibliófilos con el anuncio de que el Autor no permi-
tiría hacer más que una tirada de 500 ejemplares y que se reser-
varía el derecho de rehusar venderlos a quienes le pareciesen no
merecedores de ello†. Parece que usó del citado derecho de admi-
sión para los compradores, porque en otra carta pública dirigida
a “Los calumniadores de ‘El arte mágico’”, a quienes ella llama
“perritos falderos”, dice que “unos veinte nombres más o menos
fueron tachados por el Autor”. Hubo algunas personas hostiles y
mal informadas, que insinuaron que su libro había sido incubado
en el seno de la Sociedad Teosófica. Esto la puso tan rabiosa, que
con gran refuerzo de mayúsculas y de cursivas, advierte a esos
“murmuradores que no se atreven a presentarse de frente”, que
ella y su marido “han sometido el caso a un eminente letrado de
Nueva York”, que les ha aconsejado “decir públicamente que, por
libre que sea este país para que uno haga lo que le plazca, no es lo
suficientemente libre para permitir la circulación de libelos inju-
riosos”, —y que les “había indicado que sin tardanza demandasen
a cualquiera que se le ocurriese sostener que la obra que ella había
emprendido— es decir, servir de amanuense para la publicación de
‘El arte mágico’, o espiritismo mundano, submundano y supermun-
dano —tenía algo de común con el Cnel. Olcott, Mme. Blavatsky,
la Sociedad Teosófica de Nueva York o cualquier cosa o persona
alguna, que pertenezca a esas personas o a esa Sociedad” (ver su
nota en Banner of Light hacia diciembre de 1875; no puedo ser más
exacto porque el recorte del “Álbum de Recortes” no tiene fecha).

* Nineteenth Century Miracles, p. 437. (Olcott)


† “A fin de impedir que ese profundo libro caiga en las manos de lectores
heterogéneos que podrían comprenderlo mal y hasta hacer de él un mal uso”
(Nineteenth Century Miracles, p. 437). Y ella me escribío el 20 de septiembre de
1875 en una carta a propósito de una copia de su Cornelius Agrippa que yo deseaba
me prestase: “El autor del libro de libros (las itálicas son de ella) que acaba de
ser anunciado en el Banner”, y dice, “Este hombre preferiría quemar su obra y
perecer con ella, antes de hacer partícipes del libro, aunque más no sea que a
500 privilegiados”. (Olcott)
El supuesto autor de “El arte mágico” 121

Este estrépito de sartenes se mantuvo con tanta persistencia


—siendo ella y su marido, durante todo ese tiempo, Miembros
ejecutivos de la Sociedad Teosófica— que a pesar del precio fantás-
tico del libro —5 dólares por un volumen de 467 páginas en carac-
teres grandes, o sea tanto texto como en un volumen de alguna
editorial londinense de 7 chelines y 6 peniques— pronto consiguió
completar su lista. Yo mismo le entregué 10 dólares por dos ejem-
plares, pero el que ahora tengo a la vista, tiene escrito con letra
de la Sra. Britten: “A Mme. Blavatsky en prueba de la estimación
de la Editora (ella misma) y del Autor (?)”. El Prospecto decía que
después de hecha la tirada de los 500 ejemplares, las “planchas”
se romperían. La página primera dice: “Publicado por el Autor en
Nueva York, EE. UU.”, pero el Sr. William Britten, el marido de
la Sra. Britten, lo depositó y registró según se requiere, en el año
1876. Los impresores fueron los Sres. Wheat y Cornett, Calle Spruce
N.º 8, Nueva York.
He dado estos detalles por varias razones: 1. Dicho libro hace
época en la literatura y el pensamiento norteamericanos; 2. Sospecho
que el autor no obró de buena fe con sus suscriptores, yo inclusive,
puesto que la obra —por la cual habíamos pagado un precio extra-
vagante— se había impreso en formas y no en planchas, y que el
mismo Sr. Wheat me dijo que tiró 1500 ejemplares y no 500, por
orden del Sr. y la Sra. Britten; su libro de cuentas debería mostrar la
verdad de dicha afirmación. Sólo repito lo que el impresor me dijo,
y doy su afirmación por el valor que tiene; 3. Porque según estas
cosas y otras que resaltan del modo como el libro está compuesto
y escrito, dudo que el autor sea el Adepto que se dijo. Ciertamente
que hay trozos que son hermosos, hasta brillantes, y muchas cosas
instructivas y de valor. En mi ardor de neófito, me sentí muy
impresionado por dicho libro, y así se lo escribí a la Sra. Britten.
Pero más adelante me sentí bastante desilusionado por el descu-
brimiento de subrepticias copias de texto e ilustraciones, hechas a
costa de Barrett, Pietro de Albano, Jennings, Layard y hasta (ver las
figs. de las páginas 193 y 219) del Frank Leslie’s Ilustrated Newspaper*;

* El crítico de libros del Woodhull and Claflin’s Weekly, que entonces se publicaba
en Nueva York, dando cuenta de la publicación de “El arte mágico”, usa expre-
siones severas para calificar al Autor, que, con razón o sin ella, identifica como
la Sra. Britten. El libro, dice, “es un sencillo refrito de libros que los interesados
menos pudientes pueden con facilidad procurarse en cualquier librería o en la
primera biblioteca pública que visiten. “Historia de la Magia” de Ennemoser,
“Sobrenatural” de Howitt, “La filosofía de la magia” de Salverte, “Los rosacruces”
de Hargrave Jennings, “El Mago” de Barrett, “La filosofía oculta” de Agrippa y
algunos otros, han provisto los elementos de esa miserable recopilación, plagada
de mala gramática y de conjeturas aún peores. Declaramos sin vacilar que en el
122 H ojas de un viejo diario

también por la personificación de Dios “el eterno, increado, exis-


tente por sí mismo, el reino infinito del espíritu” (p. 31), en forma
de globo, es decir, una esfera limitada, colocada en el centro del
universo como el sol en nuestro sistema; por muchas faltas de orto-
grafía y de sintaxis; por errores tales como hacer de “Chrishna y
Buddha Sakia” los héroes de un episodio semejante al que se cuenta
de Jesús, o sea, “su huida y ocultamiento en Egipto y su regreso
seguido de milagros” * etc.; además, la declaración, que se encuentra
en contradicción con todos los cánones de Ciencia Oculta sea de
la escuela que sea, de que para llegar a ser Mago o Adepto, “el
primer gran prerequisito es, poseer una constitución mediumní-
mica natural o” (p. 160) y que el sentarse en “círculos”, el mesme-
rismo recíproco, el comercio con los espíritus de los muertos y
la sumisión a los guías espiritistas son un medio serio y permi-
tido para desarrollar los poderes de los Adeptos. Sea el que fuese
el Adepto que se supone haber escrito ese libro, es seguro que se
ha transformado bajo la pluma de su “editora” o “traductora”, en
panegirista de los médiums y de las fases del espiritismo con las
cuales los dones particulares de la Sra. Britten parecen relacionarse.
Que se lo compare con “Isis sin velo” y se verá qué diferencia existe
entre los dos, y cómo el segundo es superior en aclaraciones de la

libro no hay nada importante que no pueda hallarse en otras obras impresas”.
Esto es exagerado, porque hay trozos dignos de Bulwer Lytton, que se diría
habrían sido escritos por él; y aunque los préstamos forzados de ilustraciones y
materia de los autores citados sean palpables, el lector paciente encontrará en la
obra mucha y sana doctrina oculta, juiciosamente expuesta. (Olcott)
* Es menester que cite el trozo entero para edificación del Sumo Sacerdote
Sumangala y otras autoridades budistas: “El nacimiento de esos Avatares, de
una Virgen pura, su infancia amenazada por un Rey vengativo, su fuga y su vida
escondida en Egipto, su regreso acompañado de milagros, para salvar, curar y
rescatar al mundo, sufrir persecuciones, una muerte violenta, descender a los
Infiernos, y reaparecer como Salvador recién nacido, todos esos detalles de la
historia del Dios-Sol que ya han sido descritos, etc.” (op. cit., p. 60). ¡Imaginaos
a Gautama escondido en Egipto, sufriendo una muerte violenta y descendiendo
a los Infiernos! ¡Y “El arte mágico” se presenta como la obra de un Adepto
que ha estudiado en Oriente y ha sido iniciado en su misticismo! Un Adepto,
además, que mientras el cólera hacía estragos en Londres, “se habría retirado
a un observatorio”—en Londres— donde él y “compañeros elegidos —todos
notables desde el punto de vista científico”, habrían hecho observaciones por
medio de un inmenso telescopio construido bajo la dirección de lord Rosse”
(Ghost Land, p. 134, del mismo Autor); ¡telescopio que nunca estuvo de Londres
más cerca de lo que lo está Birr Castle de Parsons Town, en el Condado de
King, Irlanda! El hecho es que el Autor de ese libro parece haber sacado sus
explicaciones —incluyendo las faltas de ortografía en los nombres de Krishna y
Shakyamuni— del Capítulo I de la verídica obra de Kersey Graves: “Los dieciséis
salvadores crucificados del mundo”, de la que HPB satirizó tan graciosamente en
“Isis sin velo”. (Olcott)
El supuesto autor de “El arte mágico” 123

naturaleza, la historia y las condiciones científicas de la magia y


de los magos del Sendero de la Mano Izquierda, como de los del
Sendero de la Mano Derecha. Afirmar que mediumnidad y adep-
tado son sinónimos, o que algún Adepto consentiría en dejarse
guiar y dirigir por espíritus de difuntos, es un absurdo comparable
al de decir que el Polo Norte toca al Polo Sur. Recuerdo muy bien
que indiqué esto a la Sra. Britten cuando leí su libro la primera vez,
y ella me dio explicaciones poco satisfactorias. Sin embargo, declara
una cosa en realidad verdadera, aunque los espiritistas la nieguen
con frecuencia:
Es un hecho significativo, que debería atraer la atención tanto
del fisiólogo como del psicólogo, que las personas afectadas
de escrófulas o de tumefacción de las glándulas, son las que
a menudo parecen servir de instrumentos a los espíritus para
producir manifestaciones físicas. Mujeres frágiles y delicadas:
personas de naturaleza especial, inocentes, puras, pero cuyo
sistema glandular ha sido atacado por el demonio de la escró-
fula, son con frecuencia los más notables instrumentos de las
demostraciones de los espíritus.

El autor ha sido testigo de sorprendentes fenómenos efectuados


por “rudas campesinas y hombres robustos del norte de Alemania
y de Irlanda”, pero un examen minucioso revelaba con frecuencia
en esos médiums, tendencias a la epilepsia, a la corea y a trastornos
funcionales de las vísceras pelvianas.
Es un hecho cierto que podemos tratar de ocultar, o contra el cual
nosotros (¿Adeptos?) podemos protestar con indignación, que la
existencia de poderes mediumnímicos notables, anuncia una falta
de equilibrio en el sistema, etc.

No obstante, (en la p. 161) se nos dice que, “Ser ‘Adepto’ es poder


practicar la Magia, y para eso, ser un profeta natural (o médium
como se dijo antes) que se ha desarrollado hasta ser mago, o bien un
individuo que ha adquirido ese poder profético (¿mediumnímico?)
y ese desarrollo mágico por medio de una disciplina”. Y este soi-di-
sant [supuesto] Adepto dice (p. 228) que:

Si la magia oriental se combina con la espontaneidad magné-


tica del espiritismo occidental, podemos tener una religión, cuyos
cimientos establecidos en la ciencia y extendiéndose en inspira-
ción a los cielos, revolucionará la opinión de los siglos y estable-
cerá sobre la tierra el reinado del verdadero Reino Espiritual.
124 H ojas de un viejo diario

Que esto baste para hacer ver qué clase de Adepto era el supuesto
Autor de “El arte mágico” y qué peso podían tener los conti-
nuos sarcasmos y burlas de la Sra. Britten contra HPB, contra sus
doctrinas y contra las pretensiones de la Sociedad Teosófica a cuya
fundación ella misma había contribuido. En primer lugar, decla-
raba que era un “gran privilegio” para ella el hecho de habernos
conocido, que su título de Miembro era un título de gloria, y sus
funciones en la S. T. “una señal de distinción”. [Carta sobre “Los
calumniadores de ‘El arte mágico’” en el Spiritual Scientist —Olcott].
Aún en 1881 o 1882, ella se declara en una carta de presentación
que dio al profesor J. Smyth, de Sydney, para HPB, su fiel amiga
que siente por ella “el mismo afecto que antes”. No es precisamente
eso lo que más tarde demostró; y su actitud hacia la Teosofía me ha
obligado a publicar estos recuerdos, tanto en interés de la historia
como para su propio provecho y el de sus amigos.
Se nos dijo que el autor ha tenido “más de cuarenta años” de
experiencia oculta (p. 166) después de haber “aprendido la verdad”
de la ciencia mágica; de manera que razonablemente, podría dársele
por lo menos de cincuenta a sesenta años, cuando se publicó “El
arte mágico”. Pero según su retrato (?) que la Sra. Britten me envió
amablemente de Boston a Nueva York en 1876*, representa alrededor
de unos veinticinco años. Además, tantos años de profundos estu-
dios hubieran debido grabar en su fisonomía esa varonil majestad
que se admira en un verdadero Yogui o un Mahatma, pero he aquí
que ese retrato de un lindo hombre con patillas de cordero, tiene
toda la insulsa languidez de un “enfermo sensitivo”, de un devo-
rador de corazones, o, como muchos que lo han visto dicen, como
una de esas cabezas de cera que las peluquerías parisinas ponen en
la ventana, para exhibir sus pelucas y bigotes. Cualquiera que se
haya visto cara a cara con un verdadero Adepto, se vería obligado a
creer: o que la Sra. Britten ha mostrado, faute de mieux [a falta de uno
mejor], un retrato falso, o bien que el libro jamás fue escrito por el
“Caballero Louis”.
El retrato en sí mismo es bastante menos interesante que un
notable fenómeno con el que está relacionado, y que HPB llevó
a cabo, provocada por una señora espiritista francesa que era
entonces nuestra huéspeda en la Sede Central de Nueva York. Se
llamaba Srta. Pauline Liebert y vivía en Leavenworth, Kansas, un
Estado del Oeste. HPB la había conocido en otro tiempo en París,
donde se interesaba vivamente por las “fotografías de espíritus”. ¡Se

* Con la condición de enseñarlo solamente a las personas que vivían en nuestra


casa y devolvérselo después. (Olcott)
El supuesto autor de “El arte mágico” 125

creía colocada bajo la protección espiritual de Napoleón Bonaparte,


e imaginaba poseer la facultad de hacer aparecer en las placas de
cualquier fotógrafo, los espíritus amigos de los sujetos que se retra-
taban! Cuando leyó en los periódicos las primeras cartas de HPB
sobre el Dr. Beard y los fenómenos de los Eddy, le escribió contán-
dole sus éxitos con los fotógrafos de Kansas, Saint Louis y otras
partes, a los que ella había hecho obtener fotografías espiritistas.
El Sr. H. J. Newton, el Tesorero de la S. T., era un distinguido fotó-
grafo científico amateur, y poseía en su casa un excelente estudio
fotográfico muy bien montado. Enterado por mí de las pretensiones
de la Srta. Liebert, nos pidió que la invitásemos a nuestra casa y
le pidiéramos sesiones de comprobación en interés de la ciencia.
HPB accedió, y esa excéntrica dama vino a Nueva York por nuestra
cuenta y pasó varios meses con nosotros. El erudito calumniador de
quien ya he hablado, publicó en Carrier Dove, una pseudodeclaración
que le había hecho la Srta. Liebert, (C. D. Vol. VIII, p. 298), de que:
los fenómenos de HPB no eran más que trampas de prestidigitación
para engañarnos a mí y a los otros, que los dibujos eran comprados
o ejecutados de antemano y hechos pasar como improvisados, etc.,
etc., en resumen, un tejido de mentiras. Describe a la Srta. Liebert
como una persona inteligente, pero, en realidad, era la credulidad
personificada, por lo menos en cuanto a las fotografías espiritistas se
refiere. Cuando llegó a Nueva York, comenzó una serie de sesiones
en casa del Sr. Newton, anunciando con aplomo que le haría obtener
verdaderos retratos de espíritus. El Sr. Newton empezó dócilmente
los ensayos, hasta el decimoquinto fracaso, en el que se le terminó
la paciencia y rehusó continuar. La Srta. Liebert quiso excusar su
falta de éxito, diciendo que los espíritus no podían adaptarse al
“magnetismo” del estudio del Sr. Newton. No obstante, éste era el
espiritista más distinguido de la Ciudad de Nueva York y Presidente
de la sociedad espiritista más importante. A pesar de lo sucedido,
el Sr. Newton tuvo a bien ayudarme a organizar una nueva serie de
tentativas en el estudio fotográfico del Hospital de Bellevue, cuyo
director, el Sr. Mason había recibido una educación científica, era
miembro de la sección de fotografía del Instituto Norteamericano
y se ofrecía con mucha simpatía para probar los talentos de la
Srta. Liebert. No consiguió más éxito que el Sr. Newton a pesar de
setenta y cinco ensayos hechos en las condiciones que la misma
francesa indicó como seguras. Durante los meses y semanas que se
necesitaron para esos experimentos, la Srta. Liebert vivió con noso-
tros, y casi todas las noches tenía la costumbre de llevar al salón
un puñado de las que ella llamaba fotografías de espíritus, selec-
cionadas en diversos sitios y a las que acariciaba amorosamente. El
126 H ojas de un viejo diario

vergonzoso fracaso de sus esperanzas en las experiencias actuales,


parecía ligar aún más a esta pobre ilusa a los que ella creía éxitos
pasados, y era un verdadero estudio observarla mientras manejaba
sus piéces de conviction [piezas de convicción]. HPB no tenía ninguna
piedad para los débiles de intelecto, y aún menos para los engañados
por las supercherías de los médiums, y con frecuencia volcaba los
torrentes de su indignación sobre —como ella le llamaba— esa
ciega solterona. Una fría noche de invierno (el 1° de diciembre de
1875), después de un nuevo fracaso con el Sr. Mason, la Srta. Liebert
estaba, como siempre, ojeando sus viejas fotografías, suspirando y
arqueando las cejas en expresión desesperada, cuando HPB estalló:

¿Por qué se obstina en esas locuras? ¿No ve que esas fotografías


que usted tiene son trampas del fotógrafo para robarle el dinero?
Le han proporcionado a usted todas las ocasiones posibles para
enseñar sus pretendidos poderes; ha tenido usted más de cien
oportunidades sin poder hacer la menor cosa. ¿Dónde está su
supuesto guía Napoleón? ¿Dónde los otros ángeles del Summer-
land? ¿Por qué no vienen a ayudarla? ¡Bah! Me enferma ver tanta
credulidad. Ahora, fíjese bien. Puedo hacer un “retrato de un espí-
ritu” cuando quiero y, de quien quiera. ¿No me cree, eh? Muy bien,
¡le voy a dar una prueba enseguida!.

Buscó un trozo de cartón, lo cortó del tamaño de un retrato y


preguntó a la Srta. Liebert. “¿Qué retrato desea usted? ¿Quiere su
Napoleón?” “No”, respondió la Srta. Liebert, “por favor hágame
el retrato de ese hermoso Sr. Louis”. HPB rió con desdén, porque
tres días antes se le había mandado por correo a la Sra. Britten,
según su deseo, el retrato de Louis, que, por lo tanto, se encon-
traba en ese momento en Boston, a 400 kilómetros de nosotros,
y la trampa de la francesa era demasiado evidente. HPB exclamó:
“¡Ah!, ¿quiere usted ponerme en un aprieto? ¡Veremos!” Colocó el
trozo de cartón sobre la mesa, entre la Srta. Liebert y yo, lo frotó
dos o tres veces con la palma de la mano, lo dio vuelta y ¡he aquí!
Vimos en el reverso —por lo menos así lo creímos entonces— un
facsímil del retrato de Louis. En un fondo de nubes, dos cabezas
de elementales haciendo gestos, recuadraban la cara del retrato y
encima de la cabeza una mano borrosa apuntaba con el dedo índice
hacia abajo. Jamás vi a alguien tan asombrado, como la Srta. Liebert
en ese momento. Miraba al cartón misterioso con verdadero terror,
se echó a llorar y se escapó de la sala llevándoselo, mientras que
con HPB reíamos a más no poder. Al cabo de una media hora, volvió
y me entregó el retrato, que puse enseguida dentro de un libro
El supuesto autor de “El arte mágico” 127

que estaba leyendo en mi cuarto, para marcar la página antes de


irme a acostar. Anoté en el dorso la fecha y los nombres de los tres
testigos. Al día siguiente noté que el retrato se había borrado, salvo
el nombre “Louis”, escrito debajo como en el original, y precipi-
tado como la misma imagen y las de los espíritus del fondo. Hecho
raro: un fragmento de la precipitación siguió visible cuando el resto
había desaparecido, lo que no sabría explicar. Guardé el cartón en
un cajón, y cuando el Sr. Judge vino a vernos, un día o dos después,
o tal vez la misma noche, le conté lo sucedido, mostrándole la
imagen borrada. Judge entonces, pidió a HPB que hiciera reapa-
recer el retrato y lo “fijase”. No necesitó más que un instante para
volver el cartón sobre la mesa, cubrirlo con su mano y reproducir
la imagen tal como antes estaba. Él la guardó con permiso de HPB
y la conservó hasta 1884; en esta fecha lo encontré en París —muy
felizmente la había traído consigo— y se la pedí para la Biblioteca
de Adyar. De París fui a Londres, y mi amigo Stainton Moses me
mostró una noche que cené en su casa, su colección de curiosidades
espiritistas, y encontré allí, entre otras cosas, el original del retrato
de Louis, ¡el mismo que devolví por correo a la Sra. Britten, de
Nueva York a Boston en 1876! Al dorso tenía escrito “Sr. A. Oxon, 1°
de marzo de 1877, dado por el Autor de “El arte mágico” y “El país
de los espíritus”. Al otro día le traje a Stainton Moses la copia de
HPB para mostrársela y tuvo la amabilidad de regalarme el original.
De modo que al cabo de ocho años me encontré en posesión de los
dos ejemplares. Comparándolos hallamos tantas diferencias entre
ambos, que se vio evidentemente que el uno no era un duplicado
del otro. Por lo pronto, las dos cabezas no están vueltas hacia el
mismo lado y parece que una fuese la reflexión, en un espejo, de la
otra, un poco agrandada y modificada. Cuando pregunté a HPB la
causa de eso, me respondió que las cosas del plano físico, tienen su
imagen invertida, en el plano astral, y que ella sencillamente había
transportado al papel la reflexión astral del retrato de Louis, como
ella lo vio, y que la exactitud de la reproducción dependía de la de
su clarividencia en aquel momento. Examinando los dos retratos,
vemos que, tanto las medidas horizontales como las verticales son
enteramente diferentes, así como el rizado de los cabellos y los
detalles del traje. Hay también diferencias en las firmas de “Louis”,
aunque en conjunto se parecen. En el momento de la precipitación
de la copia, el color estaba esparcido por toda la superficie como
una nube, como es ahora el fondo, y HPB retocó con el lápiz algunas
líneas principales; la imagen ganó artísticamente, pero perdió como
fotografía oculta.
128 H ojas de un viejo diario

Estoy capacitado para dar un relato inédito hecho por la misma


Sra. Britten, acerca del modo como fue tomada esta fotografía. Es
extraído de una carta a la señora Caithness, Duquesa de Pomar,
quien la copió para mí:

Le mando adjunta una débil imagen de nuestro “archimago”. Siento


no poder ofrecerle algo mejor, porque verdaderamente su cabeza
es soberbia. Tiene los cabellos negros como el ala de un cuervo,
ojos magníficos, una hermosa tez y la sonrisa más encantadora
que se pueda imaginar; juzgue, pues, qué poca justicia le hace este
retrato. Solamente se parece a él en el momento en que estaba
desvanecido en el carruaje al salir nosotros de casa del fotógrafo*.
Ese retrato tiene una historia curiosa. Enseguida de terminado el
negativo, exigí al fotógrafo que sacase al momento una copia para
poder juzgar sobre el parecido. Me llevé esa copia y pedí a mi
amigo, que es un artista notable, que me hiciera una ampliación
al lápiz, a lo que accedió. Me preguntaba por qué el fotógrafo no
me enviaba las fotos, y estuve esperándolas durante muchos días.
Sabía que ese retrato representaba a mi pobre enfermo tal como
entonces estaba, y no en su aspecto corriente, pero él me pedía
que se lo enviase a su Madonna —como él le llama a usted— ya
que se tomó tanta molestia para hacérselo hacer y sólo por usted.
A todo esto, no me llegaban las imágenes. Creí que las copias
no se hubiesen podido sacar, tal vez a causa del mal tiempo. Por
fin, fui a la casa del fotógrafo— quien terminó por confesarme
con un extraordinario aire de vacilación, que casi enseguida de
marcharnos, la imagen en el negativo desapareció absoluta-
mente, dejando sobre la placa algunos rasgos vagos que parecían
caracteres cabalísticos. Estaba muy enojado por eso y se quejaba
de que los espiritistas le hiciesen siempre esas bromas cuando
venían a retratarse. Juró que no tendría más relaciones con ellos.
Exigí ver el negativo, que me mostró de mala gana. Luego, a peti-
ción mía, reveló la placa [Nótese que la placa ya había sido reve-
lada y ya se habían impreso copias de la misma —Olcott], pero
las figuras o signos son tan débiles que apenas son perceptibles.
Agregó, con aire muy asustado, que “no quería que ese señor
volviese y que no creía que fuese un hombre mortal”.
Estaba terriblemente decepcionada, pero no tenía más recursos
que aceptarlo. Casi tenía ganas de hacer copiar mi miniatura,
cuando recibí de Cuba, donde Louis estuvo primero, el dibujo que
él ha hecho de la copia que llevó. Me dice que dicha copia ha pali-

* ¡El desvanecimiento de un Adepto sería ciertamente una novedad en Oriente!


(Olcott)
El supuesto autor de “El arte mágico” 129

decido de un modo raro y que en ella no se distinguen más que


algunos signos cabalísticos ilegibles.
¿No es esto muy extraño? Estaba decido a no ser rechazado e
hice fotografiar el dibujo. Aunque en suavidad es inferior al de la
copia, es una buena imagen de nuestro querido enfermo. ¡En qué
tiempos tan graves vivimos!
Graves tiempos, ciertamente, en los cuales Adeptos de cuarenta
años de experiencia son representados como héroes de colegialas, y
en los cuales los negativos fotográficos se revelan dos veces, ¡dando
cada uno de ellos copias diferentes!

original del supuesto retrato del “ caballero louis ”


130 H ojas de un viejo diario

copia producida fenoménicamente por hpb


CAPÍTULO XIII
“Isis sin velo”
1877

V
EAMOS un poco lo que nuestra memoria pueda hallar en
materia de recuerdos relativos a “Isis sin velo”, en la cámara
oscura donde conserva sus inalterables negativos.
Si algún libro ha hecho época, puede decirse que ha sido ése.
Sus resultados han sido tan importantes en un sentido como los
de la primera gran obra de Darwin en el otro; son dos grandes
mareas del pensamiento moderno, que tendían ambas a barrer
tonterías teológicas y a reemplazar la creencia en el milagro por
la creencia en las leyes naturales. Y, sin embargo, nada tan carente
de elevación y menos brillante que los comienzos de “Isis”. Un
día de verano, en 1875, HPB me mostró algunas cuartillas manus-
critas que había escrito y me dijo: “La noche pasada escribí esto
‘por orden’, pero no sé qué diablo será esto. Tal vez un artículo
de periódico, tal vez un libro, tal vez nada. En todo caso, hice lo
que se me ordenó”. Lo guardó en un cajón, y durante un cierto
tiempo no se habló más de ello. Pero en el mes de septiembre —si
la memoria no me falla— ella fue a Syracusa (N. York), a visitar a
sus nuevos amigos, el Profesor y la Sra. Corson, de la Universidad
de Cornell, y continuó su trabajo. Me escribió que sería un libro
sobre la historia y la filosofía de las escuelas orientales y su relación
con las de nuestros tiempos. Me decía que estaba escribiendo sobre
temas que jamás había estudiado, y que hacía citas de libros que
jamás en su vida había leído. Que el Prof. Corson, para comprobar
su exactitud, verificó esas citas en las obras clásicas de la Biblioteca
de la Universidad y las había hallado exactas. No trabajó mucho en
132 H ojas de un viejo diario

esa obra cuando volvió a la ciudad, y escribía con intermitencias. Lo


mismo hizo cuando residió en Filadelfia, pero un mes o dos después
de la fundación de la Sociedad Teosófica, alquilamos dos pisos en la
misma casa: Calle 34 Oeste, N.º 433; ella en el primer piso, yo en
el segundo, y en adelante “Isis” se continuó sin interrupción hasta
que estuvo terminada, en 1877. En toda su vida ella no había hecho
el equivalente a la décima parte de semejante trabajo literario, y a
pesar de eso, nunca conocí a nadie, ni siquiera al editorialista de
algún diario que pudiera comparársele en lo tocante a la resistencia
determinada o a la facultad de trabajo incesante. De la mañana a la
noche estaba en su mesa y era muy raro que uno de nosotros se
acostase antes de las 2 a. m. Durante el día, me ocupaba de mi profe-
sión, pero después de cenar temprano, nos instalábamos juntos
en un gran escritorio y trabajábamos como rabiosos hasta que la
fatiga física nos forzaba a detenernos. ¡Qué experiencia! Durante
ese tiempo de menos de dos años, se concentraba toda la educa-
ción normal de una vida de lectura y pensamiento; no le servía tan
sólo de amanuense y corrector de pruebas, sino que me hacía cola-
borar, utilizando —según me parecía— todo lo que alguna vez había
leído o pensado. Estimulaba mi espíritu con nuevos problemas que
resolver, ocultos o metafísicos, para los que mi educación no me
había preparado y que no llegaba a concebir sino a medida que
mi intuición se desarrollaba en esa cultura forzada. Ella no traba-
jaba siguiendo un programa trazado, pero las ideas emanaban de su
cerebro, como una fuente viva que se desborda sin cesar. Tan pronto
hablaba de Brahma, como del “gato-meteoro” eléctrico de Babinet;
citaba respetuosamente a Porfirio o al periódico de esa mañana o
a un folleto nuevo que yo acababa de traerle. Salía de los abismos
de la adoración al Adepto ideal, para entrar a luchar violentamente
con el profesor Tíndall o cualquier otro de los que tenía entre ojos.
Esto se presentaba como por saltos o brincos, unas cosas tras otras,
formando cada párrafo un todo susceptible de ser quitado sin perju-
dicar al precedente ni al siguiente. Aún ahora, si se examina ese
libro sorprendente, se verá eso a pesar de las numerosas modifica-
ciones que ha sufrido.
Si a pesar de toda su ciencia, ella trabajaba sin plan fijo, ¿no
tiende esto a probar que no escribía por sí misma y que no era
más que el canal a través del cual esa ola de viviente esencia vital
se volcaba en el pantano estancado del pensamiento espiritualista
moderno? A veces, con un fin de educación y adiestramiento, me
pedía que escribiese sobre un tema indicado, ya fuese sugirién-
dome los puntos principales que había que aclarar, o bien aban-
donándome al esfuerzo de mi intuición. Terminado mi original,
“Isis sin velo” 133

si no le satisfacía, se enojaba seriamente y me trataba de todos los


modos capaces de hacer hervir la sangre. Pero si yo hacía ademán
de romper el infortunado trabajo, me lo arrancaba de las manos
y lo ponía de lado para servirse de él oportunamente después de
un pequeño arreglo; y yo volvía a empezarlo. Era menester ver a
veces su propio manuscrito: cortado, pegado y vuelto a cortar, en
fin, reconstituido, tanto y tan bien que observando una hoja por
transparencia se veía que estaba compuesto por seis, ocho y hasta
diez recortes extraídos de diferentes páginas, unidos unos con otros
con algunas líneas de texto para ligar el conjunto. Adquirió tal habi-
lidad en este ejercicio, que con frecuencia se alababa de ello ante
sus amigos. Nuestros libros de referencia no dejaron de sufrir con
este motivo, porque a veces pegaba los recortes sobre sus páginas
abiertas y sobran volúmenes en la biblioteca de la Sede Central de
Adyar o en la de Londres que hasta el día de hoy llevan esas marcas.
A partir del día de su primera publicación en el Daily Graphic
en 1874 y durante todo su período norteamericano, se vio sin cesar
asediada de visitas, y si entre ellas había alguna que poseía algún
conocimiento especial en cualquier especialidad que fuese y que
tuviera relación con su obra, ella le hacía decir, y cuando era posible,
escribir, sus opiniones o recuerdos, según los casos, para insertarlos
más tarde en su libro. Entre otros ejemplos, el relato hecho por el
Sr. O’Sullivan, de una sesión de Magia en París, el interesante ensayo
del Sr. Rawson sobre las iniciaciones secretas entre los drusos en el
Líbano, las numerosas notas y párrafos enteros del Dr. Alexander
Wilder en la Introducción y esparcidos en la obra. También otros
más que han contribuido al interés y valor de la obra. He visto a un
Rabino judío, pasar noches enteras discutiendo con ella de cábala
y le he oído decir que, a pesar de haber estudiado durante treinta
años, las ciencias secretas de su religión, ella le había enseñado cosas
en las que él nunca había pensado, y aclarado partes que sus más
sabios maestros no habían podido comprender. ¿De dónde sacaba
ella este conocimiento? Es imposible negar que lo poseía. ¿Dónde
lo adquirió? Ni de sus niñeras en Rusia, ni de ninguna fuente cono-
cida de su familia o de sus amigos íntimos. No podía haber sido
en los ferrocarriles o barcos en los que había pasado su juventud
recorriendo el mundo, ni en universidad alguna, puesto que no las
había frecuentado. Tampoco en las grandes bibliotecas públicas. A
juzgar por su conversación y sus costumbres, nunca había hecho los
estudios necesarios para adquirirla, antes de principiar su enorme
tarea; pero en el momento necesario, se hallaba en posesión de
los conocimientos requeridos; y en los momentos más inspirados
—si se permite el término— tanto sorprendía a los eruditos por su
134 H ojas de un viejo diario

ciencia, como deslumbraba a los oyentes por su elocuencia o los


encantaba con la vivacidad de su espíritu y la ironía de sus críticas.
Viendo las numerosas citas de “Isis sin velo”, podría creerse que
lo escribió en un rincón del Museo Británico, o de la Biblioteca
Astor de Nueva York. Lo cierto es que nuestra biblioteca no
contenía más que un centenar de volúmenes de referencias. Cada
tanto, el Sr. Sotheran, el Sr. Marble, o cualquier otro amigo, le traían
libros, y al terminarlos pedía algunos prestados al Sr. Bouton. Hizo
gran uso de algunas obras, por ejemplo: The Gnostics, de King; The
Rosicrucians, de Jennings; Sod, y The Spirit History of Man, de Dunlop;
The Hindu Pantheon, de Moor, los furiosos ataques de Des Mousseaux
contra la magia, el mesmerismo, el espiritismo, etc., a los cuales
él denunciaba como diabólicos; las diversas obras de Éliphas Lévi,
los 27 volúmenes de Jacolliot, las obras de Max Müller, de Huxley,
de Tyndall, de Herbert Spencer y otras de autores más o menos
célebres, pero que no excedían de un centenar de volúmenes; estoy
seguro de ello. Entonces, ¿A qué biblioteca tuvo acceso y qué libros
consultó?
El Sr. W. H. Burr preguntó al Dr. Wilder, en una carta publi-
cada por el Truth-seeker, si era cierto el rumor que corría de que él
había escrito “Isis” para HPB, y nuestro antiguo amigo respondió
sinceramente que era un rumor falso, que sólo había hecho para
ella lo que más arriba dije, que le había dado excelentes consejos
y que mediante una remuneración había preparado un gran índice
de unas cincuenta páginas, de acuerdo con el material impreso que
se le entregaró con ese objeto. Eso es todo. Y la especie igualmente
muy difundida, de que yo había escrito el libro y que ella lo había
retocado, era igualmente desprovista de fundamento. Lo cierto es
enteramente lo contrario. Corregí varias veces todas las páginas de
su manuscrito y todas las pruebas; escribí para ella muchos párrafos
según sus ideas, que no siempre podía expresar en inglés por más
que quisiera (quince años antes de su muerte y casi sin haber hasta
ese tiempo escrito nada en inglés); le ayudé a encontrar citas, e
hice otros trabajos auxiliares de la misma clase; pero su libro le
pertenece por entero, por lo menos si no se considera más que los
colaboradores del plano físico, y a ella deben dirigirse los elogios
y las críticas. Su libro hizo época, y al escribirlo me capacitó —a
mí, su discípulo y auxiliar— en la medida que pude serlo, para
todo el trabajo Teosófico llevado a cabo desde hace veinte años.
En resumen, ¿de dónde sacó HPB los materiales de “Isis” que no
proceden de ninguna fuente literaria conocida? De la Luz Astral y
por medio de sus sentidos espirituales y de sus Instructores: los
“Hermanos”, “Adeptos”, “Sabios”, “Maestros”, según los diversos
“Isis sin velo” 135

nombres que se les ha dado. ¿Cómo puedo saberlo? Porque trabajé


con ella en “Isis” durante dos años, y mucho tiempo también, más
tarde, en otras publicaciones.
Era una cosa curiosa e inolvidable verla trabajar. Corrientemente
nos poníamos a cada lado de una gran mesa y yo podía seguir todos
sus movimientos. Su pluma volaba sobre la página; de pronto se
detenía, miraba en el espacio con la vaga fijeza de los clarividentes,
y enseguida parecía leer algo invisible en el aire ante ella y se ponía
a copiarlo. Terminada la cita, sus ojos recobraban su habitual expre-
sión y volvía a escribir normalmente hasta una nueva repetición.
Recuerdo bien dos circunstancias en las que también pude ver y
tocar libros en sus dobles astrales, de los que ella había copiado
notas y que tuvo que “materializar” para probarme la exactitud del
texto, porque yo me negaba a “autorizar” y dejar pasar las páginas,
a menos que mis dudas sobre la exactitud de su cita fuesen satisfe-
chas. Uno de esos libros era una obra francesa de fisiología y psico-
logía; el otro, francés también, trataba de una rama de la neurología.
El primero de ellos, en dos volúmenes, estaba encuadernado en
media pasta, el otro en rústica. Era cuando vivíamos en la calle 47
Oeste, N.º 302, la una vez famosa “Lamasería” *, la Sede Central
ejecutiva de la Sociedad Teosófica. Le dije: “No puedo dejar pasar
esa cita; estoy seguro de que no es exacta”. “Oh, no moleste, la cita
está bien, déjela pasar”, me contestó. Me rehusé y ella terminó por
decir: “Bueno, está bien, quédese tranquilo un momento y trataré
de obtenerlo”. Sus ojos adquirieron su mirada lejana, y al cabo de
un instante, me señaló al extremo de la sala una étagère [repisa]
donde poníamos adornos, diciendo con voz cavernosa: “¡Allí!”.
Después recobró su aspecto corriente y me dijo: “¡Allí, allí, vaya a
ver allí!” Fui y encontré los dos volúmenes pedidos, que yo sabía
que no estuvieron nunca en la casa hasta ese momento. Comparé el
texto con la cita de HPB y le hice ver que había adivinado su error,
hice la corrección en la prueba y a indicación suya coloqué otra vez
los volúmenes sobre la repisa, en el sitio en que los encontré. Volví
al trabajo, y cuando después de cierto tiempo miré en esa direc-
ción, ¡los dos volúmenes habían desaparecido! Ahora, después de
este (absolutamente verídico) relato, se permite a los escépticos que
duden de mi razón. Que les haga buen provecho. Lo mismo sucedió
con la segunda materialización de un libro, pero este último quedó
en nuestro poder y aún lo conservamos.

*  Antes de mudarse a la “Lamasería”, los Fundadores vivieron en varios lugares


de Nueva York: 433 W. 34th Street — 124 E. 16th Street — 23 or 236 Irving Place
— 222 Madison Street.
136 H ojas de un viejo diario

El “manuscrito” de HPB presentaba, según las ocasiones, los más


diversos aspectos. No obstante que la escritura conserva siempre
su carácter, de modo que cualquiera que la conozca bien, puede
siempre reconocer una página escrita por HPB, sin embargo, un
atento examen descubre por lo menos tres o cuatro variantes en el
mismo estilo, y que se mantienen durante varias páginas seguidas,
así también estas variantes caligráficas se ceden el lugar unas a otras.
Es decir, que no se encontraba nunca más de dos variantes en la
misma página —nunca, que yo recuerde— sino cuando la variante
que había servido toda la noche o la mitad de la noche, cedía de
pronto su lugar a otra que a su vez duraba todo el resto de la noche
o del día siguiente, o toda la mañana. Una de las escrituras de HPB
era muy pequeña, pero sencilla; otra, negrita y libre; otra, sencilla,
mediana y muy legible; otra, garabateada y difícil de descifrar, con
las a, las e y las x, raras y singulares. El inglés de esas diferentes
escrituras variaba también por completo. De pronto yo tenía que
hacer varias correcciones por línea, como podía dejar pasar varias
páginas seguidas casi sin ninguna falta gramatical o de ortografía.
Los más perfectos de sus manuscritos eran los que escribían para
ella durante su sueño. Así, por ejemplo, el comienzo del capítulo
sobre la civilización del Antiguo Egipto (Vol. I, Cap. XIV). Recuerdo
que dejamos de trabajar como de costumbre, hacia las 2 a. m., dema-
siado fatigados ambos para tomarnos un tiempo para fumar, como
era habitual, y conversar antes de separarnos. Ella se caía de sueño
en su silla y me dio las buenas noches, de modo que me fui ense-
guida a mi habitación. Al día siguiente, cuando bajé a desayunar,
HPB me mostró una pila de al menos 30 o 40 páginas de un manus-
crito, con su mejor escritura, y me dijo que había sido escrito para
ella por…, un Maestro cuyo nombre no era tan conocido como el de
otros. El original era perfecto en todo sentido y fue a imprimirse sin
ser retocado.
Lo curioso es que antes de cada cambio de escritura y de estilo,
HPB salía un momento del salón o pasaba por un trance o estado de
abstracción, durante el cual sus ojos miraban al espacio por encima
de mí y volvían casi inmediatamente al estado normal. Al mismo
tiempo se producía un visible cambio en su personalidad o, mejor
dicho, en su idiosincrasia, su porte, el timbre de la voz, la vivacidad
de sus modales y sobre todo en su carácter. Los que han leído su
libro “Por las cuevas y selvas del Indostán”, ¿recordarán la pito-
nisa que desaparecía como un torbellino, para volver diciéndose
poseída por una nueva diosa? Así era HPB —sacando lo de la hechi-
cería y la danza vertiginosa. Ella salía de la sala y era otra persona
la que volvía, no en cuanto al cuerpo físico en sí, pero con otros
“Isis sin velo” 137

movimientos, otros modales y otro lenguaje; con una mentalidad


diferente, otra manera de ver las cosas, otro manejo de la gramá-
tica, del vocabulario y de la ortografía inglesa, y un diferente —muy
diferente dominio sobre su temperamento que recorría desde la
dulzura angélica hasta su opuesto absoluto. A veces soportaba con
la más benevolente paciencia mi más estúpida incapacidad para
expresar sus ideas por escrito; pero otras veces el más ligero error
la ponía rabiosa, ¡y se podría decir que iba a hacerme pedazos! Sin
duda que esos accesos de violencia podían a veces depender de su
salud y, por lo tanto, no tener nada de anormal, pero esta teoría no
puede bastar para explicar todas sus locuras. Sinnett la ha descrito
admirablemente en una carta privada, como una mezcla mística de
diosa y de Tártaro. A propósito de sus modales en esos diferentes
estados, dice*:

Ciertamente que no se veían en ella los atributos superficiales que


podrían esperarse en un maestro espiritual y por mucho tiempo fue
para nosotros un misterio el hecho de que a la vez fuese capaz de
renunciar al mundo para buscar su adelanto espiritual y de encole-
rizarse en forma tan violenta a propósito de la menor molestia, etc.

Sin embargo, si se admite que cuando su cuerpo estaba ocupado por


un sabio obraba como sabio, y de modo bien diferente cuando se
ausentaba, el problema está resuelto. Su querida tía, la Sra. N. A. F.,
que la quería y a quien ella quiso siempre entrañablemente hasta
su último día, escribió al Sr. Sinnett que desde su primera juventud
había mostrado este temperamento excitable, que conservó como
una de sus mayores características. Entonces, ya estaba sujeta a
accesos de violencia indomable y rebelde a toda clase de autoridad
o de control “…La menor contradicción traía una crisis de cólera y
muchas veces convulsiones”. Ella misma ha contado en una carta a
su familia (op. cit., p. 205†) las experiencias psicológicas por las que
pasó, escribiendo su libro:

Cuando yo escribía “Isis”, lo hacía tan fácilmente, que no era un


trabajo, sino un placer. ¿Por qué habrían de alabarme? Cuando se
me dice que escriba, me siento y obedezco, pudiendo entonces
escribir con igual facilidad casi sobre cualquier tema: metafísica,
psicología, filosofía, antiguas religiones, zoología, ciencias natu-
rales, ¿qué sé yo? Nunca me pregunto: “¿Puedo escribir sobre

* “Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky” de Sinnett, p. 224. (Olcott)


† En la edición española, p. 170. (N. del T.)
138 H ojas de un viejo diario

eso?” o “¿soy capaz?”, sino que me siento a mi mesa y escribo.


¿Por qué? Porque alguien que sabe todo me dicta. Mi Maestro, y
a veces otros que he conocido en mis viajes años atrás. Les ruego
que no me crean loca; ya lo he dado a entender varias veces… y
digo con franqueza: cuando escribo sobre un tema que conozco
mal o nada, me dirijo a ellos y uno de ellos me inspira, es decir, me
deja copiar sencillamente manuscritos o impresos que veo pasar
en el aire ante mis ojos, durante tales procesos jamás he estado
inconsciente ni un solo instante.
Otra vez escribió a su hermana Vera, respecto a sus obras:
Puedes no creerme, pero te aseguro que no digo más que la
verdad; estoy únicamente ocupada, no de escribir “Isis”, sino con
Isis misma. ¡Vivo en una especie de continuo encanto, una vida
de visiones y de sueños en vigilia y sin la posibilidad que cualquier
cosa engañe mis sentidos! Ahí estoy y veo sin cesar a la hermosa
diosa. Y a medida que me revela el oculto sentido de sus secretos
por tanto tiempo perdidos, y que su velo, haciéndose sin cesar
más transparente, cae poco a poco ante mis miradas, contengo
mi aliento, ¡y apenas les puedo creer a mis ojos!… Desde hace
varios años, con el fin de que no olvide lo que aprendí en otros
sitios, hacen que conserve sin cesar ante los ojos todo lo que es
necesario que sepa. De este modo, día y noche, mi vista interior
pasa revista a todas las imágenes del pasado. Lentamente, como
un silencioso y encantado panorama, los siglos se despliegan ante
mí… y se me hace identificar esas imágenes con ciertos acon-
tecimientos históricos, y sé que no hay error posible. Razas y
naciones aparecen durante ciertos siglos, después desaparecen
en otro cuya fecha exacta se me dice… La antigüedad prehistó-
rica cede el lugar a los períodos históricos; los mitos se explican
viendo acontecimientos y personajes que en realidad existieron,
y todos los acontecimientos importantes, así como otros varios,
todas las revoluciones, todas las páginas que se suceden en la
historia de las naciones —todo esto, con las causas latentes y los
subsiguientes resultados naturales— queda fotografiado en mi
espíritu, como impreso en colores indelebles… Cuando pienso
y miro mis pensamientos, los veo como esos pequeños trozos
de madera, de diferentes formas y colores, en el juego conocido
como casse-tête [rompecabezas]; los tomo uno a uno y trato de
acomodarlos, poniendo de lado alguno hasta hallar su vecino, y
esto concluye siempre por formar un dibujo geométrico correcto…
rehúso categóricamente atribuirlo a mi propio conocimiento o a mi
memoria, porque sería incapaz de llegar sola a tales premisas y a
“Isis sin velo” 139

tales conclusiones… te lo digo seriamente: soy ayudada, y el que


me ayuda es mi Gurú” (op. cit., p. 207*).

Dice a su tía que cuando su Maestro está ausente y ocupado en esta


otra cosa,

El despierta en mí, su sustituto en conocimiento… Entonces ya no


soy yo quien escribe, sino mi Ego interno, mi “yo luminoso”, que
piensa y escribe por mí. Piense un poco… usted que me conoce.
¿Cuándo he sabido todas esas cosas? ¿De dónde me viene todo
este conocimiento?

Los lectores que quieran estudiar a fondo un fenómeno psíquico tan


único, no deberán dejar de comparar las explicaciones dadas más
arriba acerca de sus estados de conciencia, con una serie de cartas
a su familia, cuya publicación se comenzó en el Path de diciembre
de 1894 (Avenida Madison, 144, NY). En ellas reconoce formalmente
que en esos momentos de que se ha hablado, su cuerpo se hallaba
materialmente ocupado por entidades extrañas, que hacían su obra
y me enseñaban por su boca cosas de las que ella no tenía el más
superficial conocimiento en estado normal.
Esta explicación no es enteramente satisfactoria si se la toma al
pie de la letra, porque si todos los trozos separados de su casse-tête
psicológico se hubiesen reunido siempre tan bien para formar un
dibujo geométrico, sus obras literarias estarían exentas de error, y
sus temas seguirían un plan lógico y regular. Es inútil decir que
sucedía de un modo muy diferente, y que hasta cuando “Isis sin
velo” salió de la imprenta de Trow, después de que Bouton hubo
gastado 600 dólares en correcciones y cambios en las formas, las
páginas y las pruebas†, no tenía un plan literario a seguir y no lo
tiene aún definido. Se supone que el Volumen I trata sobre Ciencia
y el Volumen II sobre Religión‡, pero hay en cada tomo cuestiones

* En la edición española, p. 171. (N. del T.)


† Él me escribió el 17 de mayo de 1877: “Los cambios me cuestan ya 280 dólares
con 80 céntimos; y siguiendo así, cuando el libro aparezca, el gasto previo habrá
llegado al extremo de que cada uno de los primeros mil ejemplares, costará
mucho más de lo que se podrá hacer pagar por él, lo que para comenzar es
desalentador. Sólo la composición del primer volumen (con la estereotipia), sube
a 1359 dólares con 69 céntimos. ¡Sólo el primer volumen, fíjese usted, sin el papel,
la impresión, ni la encuadernación!… Atte., con cariño, J. W. Bouton”. No sólo hacía
corregir indefinidamente los tipos, sino que también cuando las planchas habían
sido fundidas, las hacía cortar para transponer el texto y agregar nuevos párrafos
que se le habían ocurrido después o que había hallado en su lectura. (Olcott)
‡ La edición inglesa consta de dos volúmenes. (N. del T.)
140 H ojas de un viejo diario

que invaden el tema del otro. Y la Srta. Kislingbury, que preparó


el índice del Vol. II la misma noche que yo preparaba el del Vol. I,
podría certificar el trabajo que tuvimos para trazar las líneas gene-
rales de un plan para nuestros tomos respectivos.
Después, cuando el editor se opuso terminantemente a contri-
buir con más capital para la arriesgada empresa, teníamos en nuestro
poder suficiente manuscrito adicional como para hacer un tercer
volumen, y todo fue destruido sin piedad antes de dejar EE. UU.;
porque HPB no imaginó que ese material podría ser utilizado en
India, ni había soñado nunca con The Theosophist, “La Doctrina
Secreta” ni sus otras subsiguientes producciones literarias. ¡Cuántas
veces compartimos nuestros mutuos arrepentimientos, por haber
destruido tan desconsideradamente esa cantidad de valioso material!
Ya llevábamos trabajando en el libro varios meses, y tendríamos
hecho como unas 870 páginas manuscritas, cuando una buena
noche ella me preguntó ¡si para dar gusto a… (nuestro “Paramagurú”)
consentiría yo en recomenzarlo! Recuerdo el golpe que sentí al
pensar que todas aquellas semanas de trabajo forzado, de tormentas
psicológicas y de enigmas arqueológicos que daban dolores de
cabeza, no servirían —al menos, era lo que yo creía en mi infantil
ignorancia— para nada. No obstante, como mi amor, mi respeto
y mi reconocimiento hacia ese Maestro y hacia todos los otros
Maestros que me habían acordado el privilegio de participar de
sus trabajos, no tenían límites, acepté y empezamos todo de nuevo.
Muy felizmente para mí, porque habiendo así probado mi fidelidad
a HPB y la firmeza de mi resolución, recibí una amplia recom-
pensa espiritual. Se me explicaron fundamentos, se me dio gran
número de ejemplos por medio de fenómenos psíquicos, se me
ayudó a que yo mismo hiciese experimentos, se me hizo conocer a
diversos Adeptos y de un modo general fui puesto en condiciones
—en la medida que tenían a bien permitírmelo mi nativa testarudez
y mi suficiencia de hombre del mundo práctico— para la obra
pública aún insospechada, que había de cumplirse en el porvenir
y que llegaría a ser histórica. Muchos han encontrado raro, hasta
incomprensible, que de todos aquellos que han ayudado al movi-
miento Teosófico, con frecuencia a costa de los más pesados sacri-
ficios, sólo yo hubiese recibido el favor de tal intimidad personal
con los Mahatmas, y que su existencia me haya sido tan probada y
evidente como la de mis propios parientes o amigos íntimos. No
puedo explicar eso. Sé lo que sé, pero ignoro porqué muchos de mis
colegas no saben otro tanto. Sea lo que fuere, numerosas personas
me han dicho que basan su fe en los Mahatmas en mi invariable e
incuestionable testimonio, que venía a corroborar las afirmaciones
“Isis sin velo” 141

de HPB. Probablemente fui así favorecido porque tenía que lanzar


la nave “Teosofía” con HPB para los Maestros de HPB y gobernarla
a través de muchos torbellinos y ciclones, siendo preciso para ello
nada menos que la perfecta certidumbre de la solidez de la base de
nuestro movimiento, para que yo no abandonase el puesto.
Tratemos ahora de analizar el estado de ánimo de HPB mien-
tras escribía su libro, y de ver si alguna hipótesis plausible nos da
la clave de esas marcadas diferencias de personalidad, de escritura
y de mentalidad, descritas más arriba. Esta tarea es tan delicada
y complicada, que me pregunto si, dejando aparte a Shakespeare,
jamás se presentó un problema psicológico semejante, y creo que
después de haber leído lo que diré sobre el particular, todos aquellos
que estudian conmigo la Teosofía y las Ciencias Ocultas, serán de la
misma opinión.
142 H ojas de un viejo diario

calle 47 oeste nº302, nueva york

donse se encontraba la “lamasería”


CAPÍTULO XIV
Diversas hipótesis
1877

A
UNQUE desespero en poder establecer en qué propor-
ción la compleja personalidad de HPB pudo haber escrito
“Isis sin velo”, creo, sin embargo, claramente y sin lugar a
dudas que ella dirigió y asimiló sus materiales de modo que los hizo
enteramente suyos y los empleó en su libro como fragmentos de un
mosaico. Como me escribía recientemente el Prof. Wilder:
Pocos libros son absolutamente originales. Es bien evidente que
esos volúmenes llevan claramente su sello particular. No hay más
que aplicarles el principio del Sr. Henry Ward Beecher: “Cuando
como pollo, yo no me convierto en pollo; ¡es el pollo el que se
convierte en mi!”

Nada sería más sencillo que rehusar todo examen, uniéndome a los
que declaran sin miramientos que HPB estaba divinamente inspi-
rada, exenta de todo error, contradicción, exageración o limitación.
Pero la he conocido demasiado bien para poder hacer eso y me
atengo a la verdad. Tampoco se puede eludir una profunda indaga-
ción sobre sus dones ocultos y mentales, de ningún modo podría
cerrar los ojos ante hechos reales y abandonarla así con su obra,
en manos de quienes tendrían placer en demoler el pedestal sobre
el cual debemos colocarla, y en presentarla como una peligrosa
impostora, según la SPR [Sociedad de Investigaciones Psíquicas]. La
pretendida semejanza de su escritura con la de uno de los Maestros
—uno de los delitos en su acusación— cae precisamente en el
campo de nuestro análisis del manuscrito de “Isis sin velo”.
144 H ojas de un viejo diario

No puede dejarse de reconocer, después de haber reflexionado,


que diversas hipótesis se presentan al examen. Y son:

1. El libro ha sido escrito enteramente por HPB, actuando como


una amanuense independiente y consciente, al dictado de un
Maestro.
2. O bien, total o parcialmente por su Yo Superior controlando a su
organismo físico.
3. O como médium, bajo la obsesión de diferentes personas vivas.
4. O en parte, según dos o varias de estas tres condiciones.
5. O como una médium espiritista ordinaria, controlada por inteli-
gencias desencarnadas.
6. O fue escrito por diferentes personalidades de ella misma, alter-
nativamente latentes y activas.
7. O, sencillamente, por la señora rusa H. P. Blavatsky, sin obse-
sión, ni inspiración ni contralor, en normal estado de vigilia, sin
ninguna diferencia con cualquier autor del mismo género.

Comencemos por esta última hipótesis. Inmediatamente


veremos, y sin ninguna clase de dudas, que la educación y la prepa-
ración de HPB eran por completo inadecuadas al concepto de erudi-
ción, de filosofía y hasta de extensa lectura. Las memorias de su
vida, tales como su familia se las ha comunicado al Sr. Sinnett su
biógrafo, y también a mí*, indican una alumna indócil, a quien no
le gustaban los libros serios ni de los sabios, que no frecuentaba
las bibliotecas, que era el terror de sus niñeras y la desesperación
de sus parientes, que estaba siempre en abierta y apasionada rebe-
lión contra toda sujeción y contra todas las convenciones. Relatan
también que pasó sus primeros años en compañía de “duendes joro-
bados” y otros espíritus de la naturaleza con los que jugaba durante
días y semanas seguidas; y también haciendo bromas desagradables,
así como exponiendo gracias a su clarividencia, los secretos desa-
gradables de la gente.
La única literatura que apreciaba era la que trataba de las tradi-
ciones populares rusas, y en ningún momento de su existencia
hasta que comenzó a escribir “Isis”, ni siquiera durante el año que
pasó en Nueva York, antes de ser enviada a encontrarse conmigo,
ni su familia ni sus amigos le conocieron gustos o costumbres lite-
rarias. La Srta. Ballard y otras señoras que la visitaron en varios
de sus alojamientos de Nueva York, y conocían familiarmente sus

* Ver el Capítulo VII de este volumen. (Olcott)


Diversas hipótesis 145

costumbres y género de vida, jamás supieron que hubiese visi-


tado las Bibliotecas: Astor, Social, Mecánica, Histórica, del Instituto
Estadounidense, de Brooklyn, o Mercantil. Nadie la conoció nunca
como asidua de esos santuarios del pensamiento impreso. No
formaba parte de ninguna sociedad científica o erudita de ninguna
parte del mundo; no había publicado ningún libro. En cambio,
había buscado los taumaturgos de las comarcas salvajes o semicivi-
lizadas, no para leer sus libros (que no existen), sino para aprender
la psicología práctica. En resumen, no era una literata hasta que
escribió “Isis”. Todos sus amigos de Nueva York lo saben lo mismo
que yo, y ella misma confirma esta opinión en el último artículo
que escribió para Lucifer, antes de su muerte, titulado “Mis Libros*”.
En dicho artículo ella declara que los siguientes hechos son “inne-
gables e irrefutables”:

1) Cuando vine a EE. UU., en 1873, no había hablado inglés


—después de haberlo aprendido en mi infancia— desde hacía
treinta años. Podía leerlo, pero apenas hablarlo.
2) Nunca había seguido los cursos de ninguna Universidad y
lo que yo sabía, lo había aprendido sola. Nunca había tenido
la menor pretensión a la erudición; apenas conocía entonces
alguna obra científica europea y sólo sabía muy poca cosa de la
filosofía y de las ciencias occidentales. Lo poco que había estu-
diado me disgustaba por su materialismo, sus límites, su espí-
ritu de dogmatismo estrecho y seco, y su aire de superioridad
con respecto a las filosofías y las ciencias de la antigüedad.
3) Hasta 1874, no había nunca escrito una palabra en inglés ni
publicado ninguna obra en ningún idioma. Por lo tanto:
4) No tenía ninguna idea de las reglas literarias. El arte de escribir
libros, prepararlos para ser impresos y para la publicación,
revisar y corregir las pruebas, etc., eran otros tantos secretos
para mí.
5) Cuando empecé a escribir lo que después sería “Isis sin velo”,
ni sospechaba lo que ello sería. No tenía un plan preconcebido,
no sabía si sería un ensayo, un folleto, un libro o un artículo.
Sabía que tenía que escribirlo, y eso era todo. Lo comencé
antes de conocer bien al coronel Olcott y algunos meses antes
de la formación de la Sociedad Teosófica.

* El artículo en cuestión es muy inexacto, como se mostró en este capítulo, ese


artículo fue publicado primeramente en The Theosophist de mayo de 1893. La falta
de espacio impide reproducirlo aquí. (Olcott)
146 H ojas de un viejo diario

La última frase carece de exactitud, porque no lo comenzó sino


después de conocernos bien, y hasta de hallarnos ya, íntimamente
unidos. En efecto, el artículo hubiese necesitado ser reescrito por
completo, si no fuese porque fue el último que ella escribió.
Las perpetuas substituciones en el “manuscrito” y los despla-
zamientos de un Capítulo o un Volumen a otro en “Isis sin velo”,
se encuentran solamente en las partes de la obra que me inclino a
creer que fueron escritas en su estado normal —si es que lo hubo—
y denotan las perplejidades de una “novicia” que emprendía una
obra literaria gigantesca. No familiarizada con la gramática del
inglés, ni de los métodos literarios, con el espíritu sin preparación
para un trabajo continuo de escritorio, pero dotada de un arrojo sin
límites, y de un poder sin igual de concentración mental continua,
se esforzó durante semanas y meses hacia su objetivo: el cumpli-
miento de las órdenes de su Maestro. Esta gran acción literaria
sobrepasa a todos sus fenómenos.
El evidente contraste entre los fragmentos casi perfectos y los
garabatos enredados de su manuscrito, prueba evidentemente que
la misma inteligencia no producía los unos y los otros, y las varia-
ciones en la escritura, el método mental, y la facilidad y la idiosin-
crasia, confirman esta hipótesis. Al cabo de tanto tiempo y después
de la destrucción del manuscrito, me es imposible decir cuál de esas
cambiantes personalidades resulta responsable de las citas clandes-
tinas que se han reprochado. En todo escrito que me pasó por mis
manos, puse entre comillas todo aquello que me parecía ser de
otro autor, pero es muy posible que algo haya dejado mezclado con
sus ideas personales. Cuando ella ponía la prosa de otros entre sus
propios argumentos sin solución de continuidad —a no ser los trozos
que pertenecían a libros que hubiese leído y me fuesen muy fami-
liar— los tomaba naturalmente como pertenecientes a la autoría de
HPB. Debo agregar que, tuve mi educación oculta preparando “Isis”
y en las lecciones y experimentos de HPB, mi vida literaria prece-
dente me había hecho frecuentar senderos más prácticos, como
la Química Agrícola y la Agricultura Científica en general, que la
literatura sintetizada en “Isis”. De suerte que ella hubiese podido
darme a corregir un manuscrito original por entero compuesto con
textos tomados de los Orientalistas, Filólogos y Sabios Orientales,
sin que yo hubiese sabido notarlo. Personalmente, nadie me enseñó
jamás ningún plagio en “Isis”, e ignoro si hay alguno; pero si lo
hubiese, dos cosas son posibles, (a), que la copia fuese hecha por
la principianta en literatura, HPB, que no sabía qué pecado lite-
rario cometía; o (b), que los trozos copiados hayan estado tan bien
encajados en el texto que mi atención de editor no haya sido atraída
Diversas hipótesis 147

por su incongruencia con el contexto, o —una tercera alternativa—


pudiera ser que, como cuando ella escribía, funcionaba a medias en
este plano y a medias en el otro, hubiera leído las citas clarividente-
mente en la Luz Astral, y después se hubiera servido de ellas à propos,
sin saber bien cuáles eran los autores ni los títulos de las obras. Con
seguridad que sus conocidos orientales no verían nada extraordi-
nario en esta teoría, porque si alguna vez existió alguien que viviese
en dos mundos, fue ella indiscutiblemente. Con frecuencia la he
visto —como anteriormente lo dije— copiando extractos en libros
fantasmas, invisibles para mis ojos, pero bien visibles para los suyos.
Consideremos ahora la hipótesis número 6, o sea que el libro
fuese escrito por diferentes HPB, o numerosas capas de su persona-
lidad, capaces de manifestarse seriatim [serialmente] en actividad o
latencia. Las investigaciones de nuestros contemporáneos no están
todavía muy avanzadas como para permitirnos hacer afirmaciones
tajantes sobre este punto. El Sr. Sinnett cita en su “Incidentes en la
Vida de Madame Blavatsky” (p. 147*) una descripción que ella misma
hizo de su “doble vida”, durante una “fiebre leve”, enfermedad
agotadora que sufrió cuando joven, en Mingrelia:

Siempre que me llamaban por mi nombre, abría los ojos al oírlo


y me encontraba totalmente en mi propia personalidad. Pero tan
pronto como me quedaba sola, volvía a caer en el estado habitual
de ensueño y allí me convertía en otra persona (Mme. Blavatsky
no dice quién)… Cuando hallándome en mi otro yo conversando
en mi ensueño con quienes me acompañaban, era de pronto inte-
rrumpida llamándome por mi actual nombre,—digamos en medio
de una frase pronunciada por mí o por aquellos que estaban junto
a mI segundo yo en aquel momento— yo abría los ojos para
responder muy razonablemente y con lucidez, porque no deliraba.
Más en cuanto cerraba los ojos, mi otro yo terminaba la frase inte-
rrumpida, reanudándola en la palabra, o en la misma sílaba en
que se había detenido. Una vez despierta, y siendo de nuevo yo
misma, me acordaba bien de quien era en mi segundo estado y
qué había hecho. Pero la otra persona en quien me había conver-
tido, ¡no sabía nada de H. P. Blavatsky! Vivía en un remoto país
y era una individualidad totalmente diferente de mí misma, sin
ninguna relación con mi vida actual.

Todo lo que pasó después, haría pensar que sólo HPB era la entidad
consciente que habitaba su cuerpo físico y que la “otra persona” no

* En la edición española, p. 122. (N. del T.)


148 H ojas de un viejo diario

era HPB, sino otra entidad encarnada, que tenía relaciones inexpli-
cables con HPB y su cuerpo. Es cierto que, en determinados casos,
la segunda personalidad ha demostrado gustos y talentos ajenos a
la personalidad normal. El Prof. Barrett, por ejemplo, cita el caso
del hijo de un pastor del norte de Londres, que se convirtió en dos
personas diferentes, a consecuencia de una grave enfermedad. El
yo anormal “no conocía a sus padres, no tenía ningún recuerdo
del pasado, se daba a sí mismo otro nombre, y lo que es más
notable, poseía un talento musical, del que nunca había mostrado
un rastro”. Existen numerosos casos en los que el segundo yo se
asigna otro nombre y posee una memoria particular y diferente.
Lurancy Vennum, caso bien conocido, era completamente obsesada
por el alma desencarnada de otra joven: Mary Roff, muerta doce
años antes. Esta posesión cambió por entero su personalidad; recor-
daba todo lo sucedido a Mary Roff antes de su muerte, pero en
cambio sus propios parientes y amigos se convirtieron en extraños
para ella. Esto duró cerca de cuatro meses*. El cuerpo ocupado le
parecía a Mary Roff “tan natural, que apenas percibía que no fuese
su cuerpo original, nacido treinta años antes”. El Editor del folleto
Watseka Wonder, copia en el Harper’s Magazine de mayo de 1860, el
acta redactada por el Rev. Dr. W. S. Plummer, del caso de doble
personalidad de una tal Mary Reynolds que duró, con intervalos
de retorno, al estado normal, desde los dieciocho a los sesenta y un
años. Durante los últimos veinticinco años de su vida, se mantuvo
constantemente en su segunda condición anormal; el yo normal, propie-
tario consciente de su cuerpo, había sido obstruido, por decirlo así.
Pero hemos de notar el hecho raro de que todo lo que ella sabía en
el segundo estado, hubo que enseñársele en este estado. Comenzó
su segunda vida a los dieciocho años (edad del cuerpo), olvidando a
Mery Reynolds y todo lo que hasta entonces había sabido o sufrido.
Era tal como un niño recién nacido. “Todo lo que le quedaba del
pasado, era la facultad de pronunciar algunas palabras, pero que no
tenían para ella ningún sentido hasta que lo aprendió”. (Watseka
Wonder, p. 42).
Vemos en “Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky”, (p. 146)
la explicación sobre la forma en que HPB ofrecía respuestas a un
miembro de la nobleza de Gooriel y de Mingrelia que venía a consul-
tarla acerca de sus asuntos personales. Veía en plena conciencia
de vigilia, a sus pensamientos que “se elevaban de sus cabezas en
espirales de humo luminoso y a veces en chorros de algo que parecía

* Ver The Watseka Wonder, en las oficinas de The Theosophist. (Olcott)


Diversas hipótesis 149

una materia brillante, y que se condensaba en imágenes distintas


alrededor de ellos”. Lo que sigue es particularmente sugestivo:

Con frecuencia esos pensamientos y esas respuestas se encon-


traban impresos en su propio cerebro, en palabras y frases,
como los pensamientos originales. Pero según lo entendemos,
las imágenes primitivas eran siempre más seguras, porque eran
independientes de las impresiones personales de la vidente, por
proceder de la clarividencia pura y no de la “transmisión de pensa-
miento”, procedimiento siempre expuesto a mezclarse con las
impresiones personales forzosamente más vivas.

Esto parece aclarar nuestro problema y sugerir la posibilidad de que


HPB, hallándose normalmente despierta, veía por clarividencia, o
absorción de pensamiento —término en este caso más justo que
transmisión de pensamiento— la sabiduría acumulada de la rama
literaria que examinaba, y asimilársela hasta el punto de no distin-
guir más lo original de lo ajeno. Los psicólogos prácticos de Oriente,
no encontrarán esta hipótesis tan atrevida como las de otras partes.
Pero después de todo, no es más que una hipótesis, y sus enemigos
seguirán tratándola de plagiaria. Para los ignorantes, el insulto es la
línea de menor resistencia.
Sin embargo, los que apoyan esta teoría deberían recordar que el
deseo más ardiente y apasionado de HPB era recoger tantas confir-
maciones como fuese posible de la enseñanza teosófica que ella
daba, y en todas las fuentes que pudiera, antiguas y modernas; y
que, por lo tanto, su interés era citar autoridades respetables en
lugar de saquearlas para su mayor gloria personal.
He leído mucho y sabido algo de este asunto de las personali-
dades múltiples, pero no recuerdo ningún caso en el que la segunda
personalidad se encontrase en estado de citar textos o de hablar
idiomas desconocidos de la personalidad normal. Conozco un
hombre de ciencia en Inglaterra que olvidó por completo su lengua
materna después de vivir en el extranjero desde los once años, sin
hablarla ni oírla, hasta los veintinueve, en que tuvo que aprenderla
de nuevo a fuerza de gramática y diccionario; y, no obstante, mien-
tras que volvía así a su estudio elemental, hablaba correctamente
este idioma mientras dormía. Es decir, que había caído tan sólo en
el dominio del “subliminal”, o sea, la memoria latente. También
existe el caso de una criada analfabeta que en estado de sonambu-
lismo, recitaba frases y versos hebreos, que —después se descu-
brió— había oído en la casa de un amo anterior, muchos años antes.
¿Pero quién podría probar que HPB había estudiado alguna vez los
150 H ojas de un viejo diario

autores citados en “Isis sin velo”? Si sus plagios no eran conscientes,


y si jamás los leyó, ¿cómo podía conocerlos si se admite la teoría de
que el libro ha sido escrito por HPB II o HPB III? Mis lectores en
Occidente conocen el caso de la Sra. B., una francesa enferma histé-
rica del profesor Janet, relatado y comentado por el Prof. Richet, el
eminente hipnotizador. El Sr. Stead cita ese caso en su “Real Ghost
Stories”, en el número de Navidad de 1891 de la Review of Reviews. En
el caso de ella, las dos personalidades, se nos dice:

No solo existen una al lado de la otra, sino que, en el caso del


yo subconsciente, coexisten a sabiendas, al mismo tiempo que
por encima o por debajo de ambas hay una tercera personalidad
que es consciente de las otras dos, y aparentemente es superior
a ambas… La Sra. B. puede ser dormida a cualquier distancia, y
cuando está hipnotizada, cambia por completo de carácter. Hay en
ella dos personalidades bien definidas y una tercera de naturaleza
más misteriosa que las dos primeras. Al estado normal, despierto
de esta mujer, se le designa con el nombre de Léonie I; al estado
hipnótico con el de Léonie II y a la tercera personalidad oculta e
inconsciente del nivel profundo, Léonie III. Léonie I es una mujer
“seria y algo melancólica, calmosa, lenta, muy dulce y tímida en
extremo”. Léonie II es, en cambio: “alegre, ruidosa y agitada de un
modo insoportable, y aunque siempre de buen humor, ha adquirido
una singular tendencia a la ironía y a las chanzas amargas. En este
estado no conoce su identidad con el yo normal. “Yo no soy esa
buena mujer —dice ella— es demasiado tonta”. “Léonie II actúa
sobre la mano de Léonie I cuando esta se encuentra distraída, la
cara tranquila, los ojos mirando al espacio con una cierta fijeza”
que no es “cataléptica, puesto que tararea una melodía rústica.
La mano derecha escribía rápidamente y se hubiera dicho que
subrepticiamente”. Se le llama la atención, y al ser confrontada
con el escrito, “no sabe nada de lo que acaba de escribir”. Otra
vez, cuando Léonie I (el yo despierto) se hallaba borrada y Léonie
II, el segundo yo, evocada en el estado hipnótico, hablaba como
de costumbre, rápida y tontamente, demostró de pronto signos
de terror, porque oía una voz que desde el otro lado de la sala
decía: “¡Basta, cállate, eres insoportable!”. Era la tercera persona-
lidad que se despertaba, y que dominaba por completo cuando el
sujeto era sumergido en un letargo más profundo. Confesaba sin
vacilar que era ella quien había pronunciado las palabras oídas
por Léonie II, y que le habló así porque vio al Profesor fastidiado
por su charla. La voz imaginaria, que sobresaltaba a Léonie II,
Diversas hipótesis 151

porque le parecía sobrenatural, provenía” —según el Sr. Stead—


“de una capa profunda de la conciencia de su propio individuo”.

No teniendo que examinar más que superficialmente el asunto de


las personalidades múltiples, en relación con la hipótesis de que
HPB no hubiese tenido otra ayuda cuando escribía “Isis”, que la de
sus diferentes personalidades, no tenemos necesidad de ahondar
más en un problema que sólo los antiguos autores hindúes, filó-
sofos o místicos, saben sondear. La antigua teoría dice que el
“Conocedor” es capaz de verlo y saberlo todo, cuando se encuentra
desembarazado de los últimos velos de la conciencia física. Y este
conocimiento, viene progresivamente hacia uno a medida que se
levantan los velos carnales. Como todos los que improvisan en
público, según creo, he adquirido por una larga práctica y hasta
un cierto punto, el hábito de una triple mentalidad. Cuando en
India pronunciaba conferencias improvisadas, en inglés y tradu-
cidas frase por frase a otro idioma, sé que una parte de mi espíritu
seguía al traductor, tratando de adivinar el efecto producido en el
auditorio, y a veces oyendo palabras conocidas, si mi pensamiento
era fielmente vertido; al mismo tiempo, otra parte de mi espíritu
observaba a ciertos individuos y hacia reflexiones sobre sus origi-
nalidades y sus probables capacidades; algunas veces hasta dirigía
algunas palabras aparte a una persona conocida, y estas dos acti-
vidades mentales se conservaban distintas e independientes. Pero
desde el momento en que mi intérprete terminaba de pronunciar su
última palabra, yo reanudaba el hilo de mi discurso y pronunciaba
otra frase. Simultáneamente, sin interrumpir las otras dos opera-
ciones, una tercera conciencia, como si fuese un tercer y superior
observador, percibía esas dos corrientes de ideas sin mezclarse en
ellas para nada. Bien entendido que esto no es más que un estado
rudimentario de desarrollo psíquico, cuyos grados superiores están
representados por algunos de los aspectos de los dones espirituales
de HPB. Pero aún una pequeña experiencia de esta clase, puede
ayudar a comprender el problema de esos fenómenos mentales; es
un indicio ligero, pero seguro, de que el Conocedor puede observar
y saber.
Si yo fuera musulmán, probablemente sostendría con el mismo
Mahoma, que el hecho de que un hombre sin educación como él,
haya escrito el Korán en árabe clásico, es el mayor de los milagros
psíquicos y una prueba de que su Ego espiritual había cortado todos
los lazos carnales para leer directamente en las fuentes eternas.
Si HPB hubiese sido asceta, ama de su cerebro físico, despierta y
152 H ojas de un viejo diario

capaz de escribir con pureza en inglés sin haberlo aprendido y de


componer y arreglar su libro según un plan preconcebido, en lugar
de embarullar sus materiales, podría creer también eso de ella y
atribuir su libro maravilloso de apasionado interés, a su individua-
lidad desarrollada. Pero no puedo, dado los hechos, y debo pasar a
la discusión de las otras teorías.

dr . alexander wilder
CAPÍTULO XV

Aparente posesión por


extrañas entidades
1877

A
HORA bien, ¿diremos que escribió “Isis” como una médium
vulgar, es decir, bajo la dirección de los espíritus de los
muertos? Respondo: seguramente que no. Si lo hizo, el
poder que controlaba su organismo empleó métodos bien dife-
rentes a los que se encuentran en los libros y a los que observé en
el transcurso de los numerosos años que estudié ese movimiento.
He conocido toda clase de médiums: parlantes, escribientes, sonám-
bulos, curanderos, clarividentes, que producían fenómenos y que
efectuaban materializaciones. Los he visto actuar; he seguido sus
sesiones y observado los caracteres de su obsesión y de su posesión.
El caso de HPB no entra en ninguno de los suyos. En realidad, ella
podía hacer más o menos todo lo que ellos hacían, pero, cuando
lo quería, y en cualquier momento, de día o de noche, sin formar
“círculos”, sin elegir los testigos, sin imponer las habituales condi-
ciones. Y además de eso, he tenido la prueba visual de que, por
lo menos, algunos de aquellos que trabajaban con nosotros, eran
hombres vivos, puesto que los vi en India en carne y hueso, después
de haberlos visto en su cuerpo astral en EE. UU. y Europa, y los he
tocado, y he hablado con ellos. Lejos de presentarse como espí-
ritus, me dijeron que estaban tan vivos como yo, que cada uno de
ellos tenía su propia idiosincrasia y sus propias facultades, en una
palabra, su completa individualidad. Me dijeron también que algún
154 H ojas de un viejo diario

día yo podría alcanzar el estado al que ellos habían llegado, y esto


tan de prisa como me lo propusiese; pero que no debía esperar nada
de favor y que, siguiendo su ejemplo, debería subir cada escalón por
mis propios esfuerzos.
Uno de los más grandes entre ellos, el Maestro de los dos
Maestros de quienes el público ha oído hablar y a quienes ha vili-
pendiado tanto, me escribía el 22 de junio de 1875:

Ha llegado el momento de decirle quién soy. Hermano mío, no soy


un espíritu desencarnado, sino un hombre vivo, a quien nuestra
Logia ha confiado poderes que serán suyos algún día. No puedo
visitarlo más que en espíritu, porque millares de kilómetros nos
separan en este momento. Tenga paciencia y valor, infatigable
servidor de la Fraternidad sagrada. Trabaje y esfuércese usted
mismo, porque uno de los mayores factores del éxito es no contar
sino consigo mismo. Acuda en ayuda de su hermano necesitado
y será ayudado usted mismo en virtud de la perpetua e inmutable
Ley de la Compensación.

En resumen, de la ley del karma, que como se ve, se me enseñó casi


desde el comienzo de mis relaciones con HPB y los Maestros.
Sin embargo, a pesar de lo que precede, fui inducido a creer
que por lo menos uno de nuestros colaboradores era un espíritu
desencarnado: el alma pura de uno de los más sabios filósofos de los
tiempos modernos, ornamento de nuestra raza, una de las glorias de
su país. Era un gran platónico y se me dijo que se había absorbido
tan por entero en sus estudios, que estaba encadenado a la Tierra,
es decir, que no había podido romper los lazos que lo ligaban a este
mundo, pero que vivía en una biblioteca astral creada por su propia
imaginación, sumergido en sus reflexiones filosóficas, ignorando
la fuga del tiempo y preocupado en inclinar los espíritus de los
hombres hacia una base filosófica y sólida de la verdadera religión.
Ese deseo no lo arrastraba a renacer entre nosotros, pero lo llevaba
a buscar a aquellos que, al igual que Maestros o sus agentes, se
esfuerzan trabajando por la difusión de la verdad y deshaciendo
las supersticiones. Se me dijo que era tan puro y sin egoísmo, que
todos los Maestros sentían por él el más profundo respeto y que no
teniendo el derecho de intervenir en su karma, no podían menos
que dejarle usar largamente de sus (kamalokicas) ilusiones, antes de
llegar a ese estado ideal de ser sin forma y de absoluta espiritua-
lidad, que es el fin natural de la Evolución. La absorción demasiado
completa de su espíritu en sus preocupaciones intelectuales, había
ahogado momentáneamente en él la espiritualidad, pero mientras
Aparente posesión por extrañas entidades 155

tanto se sentía muy deseoso de trabajar con HPB en un libro tan


importante, a cuya parte filosófica contribuyó mucho. No se mate-
rializaba; no ejercía obsesión sobre HPB al estilo espiritista; sencilla-
mente conversaba con ella psíquicamente durante horas, le dictaba
su original, le indicaba citas para que las buscase, respondía a mis
preguntas de detalles, me instruía en los fundamentos, y, en fin,
hacía de tercera persona en nuestra asociación literaria. Un día me
dio su retrato —un croquis hecho con lápices de color, en un mal
papel— y a veces me gratificaba con algunas líneas sobre asuntos
personales, pero durante todo el tiempo de nuestras relaciones, fue
para los dos un maestro y un amigo, muy dulce, muy bueno y muy
sabio. Nunca le oímos el menor indicio de que se creyera muerto,
y supe que se creía siempre vivo. Parecía no tener ninguna idea del
tiempo, y recuerdo haber reído mucho una noche con HPB: serían
las 2:30 a. m., y mientras fumábamos el cigarrillo de despedida,
después de una noche de encarnizado trabajo, le preguntó tranqui-
lamente a HPB: “¿Está usted dispuesta a empezar?”. Había tomado
el fin de la noche por su comienzo. Y también recuerdo que ella
exclamó: “¡En el nombre del Cielo, no se ría usted, en lo profundo
de su pensamiento, que el ‘anciano caballero’ lo oirá y se sentirá
lastimado!”. De esto, saqué la conclusión de que reír superficial-
mente, no es más que alegría corriente, ¡pero reír profundamente
es impresionar el plano de las percepciones psíquicas! De modo
que las emociones, como la belleza, pueden a veces no pasar de la
epidermis. Los pecados también, ¡piensen en esto!
Salvo este antiguo platónico, jamás tuve relaciones conscientes,
con o sin la ayuda de HPB, con ninguna entidad desencarnada,
en el transcurso de la confección de nuestra obra, a menos que
Paracelso no se cuente como tal, lo que, como los Alsacianos, dudo
firmemente. Me acuerdo que una noche, a la hora del crepúsculo,
cuando vivíamos en la Calle 34 Oeste, acabábamos de hablar de la
grandeza de Paracelso y de los infames tratamientos que le hicieron
sufrir durante su vida y después de su muerte aparente. HPB y yo
nos encontrábamos en el pasillo, entre las habitaciones del frente
y las de atrás, cuando de pronto su voz cambió, tomó afectuosa-
mente mi mano y pregunto: “¿Quieres tener a Theofrastus por
amigo, Henry?”. Murmuré una respuesta, y enseguida esa expre-
sión rara desapareció, HPB volvió a ser ella misma y recomenzamos
nuestro trabajo. Esa noche escribí los párrafos que le conciernen,
página 500 del Vol. II de “Isis” *. En cuanto a su muerte, todas las
probabilidades están contra la verdadera muerte de un Adepto en el

* En la edición española, p. 174 del tomo IV. (N. del T.)


156 H ojas de un viejo diario

momento en que parece producirse. Teniendo en cuenta su conoci-


miento de los procedimientos de ilusión mayávica, aun un cadáver
aparentemente encerrado en un féretro clavado y enterrado en una
tumba, no sería una prueba suficiente, de la realidad del falleci-
miento. Sin contar los accidentes que pueden ocurrirle como a los
otros hombres cuando no pone cuidado, un Adepto elige el lugar
de su muerte y su cuerpo desaparece sin dejar rastros. Así, ¿quién
puede decir lo que fue del conde de Saint Germain, esa gran alma
noblemente dotada, el “aventurero”, el “espía” de las enciclopedias,
que deslumbró a las cortes de Europa del penúltimo siglo, que fue
acogido en los círculos más apetecidos y eruditos, así como en la
intimidad de Luis XV y que fundó hospitales y gastó sumas enormes
en obras de caridad, sin aceptar jamás remuneración alguna por
los más señalados servicios, que se retiró a Holstein y desapareció
tan misteriosamente como había aparecido*? Après nous le Deluge,
[Después de nosotros el Diluvio], decía la amante del Rey. Después
de Saint Germain vino la Revolución Francesa y el alzamiento de la
humanidad.
Al desechar la hipótesis de que HPB escribió “Isis” como una
médium vulgar “bajo control”, hemos visto, sin embargo, que algunas
partes fueron compuestas al dictado de un espíritu; una entidad
extraordinaria y excepcional, es cierto, pero al fin un hombre fuera
de su cuerpo físico. Lo que anteriormente dije acerca de su manera

* Nadie supo jamás su origen o su verdadero nombre. La Mariscala de Belle Isle,


que le encontró en Alemania, le indujo a venir a París. Era una persona de noble
apariencia y exquisito trato, “erudición considerable y una prodigiosa memoria;
hablaba inglés, alemán, español y portugués a la perfección, y el francés con un
leve acento piamontés… Ocupó por muchos años una notable posición social en
la Corte Francesa… Tenía la costumbre de contar a los crédulos que había vivido
350 años, y algunos hombres de avanzada edad, que pretendían haberlo conocido cuando
eran jóvenes, declaraban que en sesenta o setenta años su apariencia no había cambiado.
Federico el Grande, habiéndole pedido Voltaire algunos datos respecto al miste-
rioso personaje, le contestó que era ‘un hombre que nunca muere y que lo sabe
todo’”. Nadie conoció la causa o la fuente de su eterna salud; ellos lo afirman
para su propia satisfacción, usando el mismo procedimiento al que Hodgson,
el espía de la SPR, echó mano en el caso de HPB para explicar su presencia en
India: afirmó que “había sido empleada durante una gran parte de su vida como
espía en los países en que residió”. (Am. Cyc., Ed. 1868, Vol. XIV, pp. 266 y 267).
Pero, es lo mismo: no presentan para mantener esa calumnia ninguna prueba. La
Enciclopedia Británica adopta respecto a St. Germain el mismo punto de vista,
y el Dictionnaire Universel d’Histoire et de Geographie, haciéndose eco de la misma
falsedad, dice que “¡éste anheló obtener reputación por sus riquezas y el misterio
con que él mismo se rodeaba”! Si la Sra. de Fadeyef —tía de HPB— se decidiese
a traducir y publicar solamente ciertos documentos de su famosa biblioteca, el
mundo tendría una idea muy aproximada a la verdadera historia de la misión
europea prerevolucionaria de este Adepto oriental; por lo menos más aproxi-
mada que la que hasta ahora se ha tenido. (Olcott)
Aparente posesión por extrañas entidades 157

de trabajar con nosotros, concuerda bien con lo que ella dice en una
carta a su familia, para explicar cómo escribió su libro sin prepara-
ción especial.

Cuando se me dice que escriba, obedezco y me pongo a ello;


entonces puedo escribir fácilmente sobre casi todos los temas:
metafísica, psicología, filosofía, religiones antiguas, zoología, cien-
cias naturales, ¿qué se yo?… ¿Por qué?, porque alguien que todo
lo sabe me lo dicta. Mis Maestros y a veces otros que conocí en
mis viajes años atrás. (Incidentes, p. 205*).

Es exactamente lo que sucedía entre ella y el antiguo platónico,


pero él no era su “Maestro” y ella no había podido conocerlo en
sus viajes, porque él había muerto antes de que ella naciera —esta
vez—. El asunto se reduce entonces a saber si el antiguo platónico
era realmente un espíritu desencarnado, o un Adepto que hubiese
ocupado el cuerpo de ese filósofo y que hubiera aparentado morir,
pero tan sólo aparentado, el 1° de septiembre de 1687†. El problema
es seguramente difícil de resolver. Dada la ausencia de circunstan-
cias accesorias, habituales en los casos de obsesión por un espíritu,
y considerando que HPB servía al platónico de la manera más prác-
tica como amanuense, su relación no defería en nada de la de cual-
quier secretaria privada con su empleador, salvo que este último
era invisible a mis ojos, pero visible a los de ella, parece que hubié-
ramos tenido que entendernos con un hombre vivo más bien que
con un espíritu desencarnado.
No tenía el aire de ser un “Hermano” —como entonces llamá-
bamos a los Adeptos— sino que casi, y respecto al trabajo literario,
las cosas pasaban con él exactamente como cuando un Maestro
conocido (Ver Teoría 1), escribía o dictaba otra parte del libro. Quien
dictaba o escribía, digo, y esto requiere alguna explicación.
Se ha visto más arriba que los manuscritos de HPB presentaban
grandes diferencias y que su escritura habitual tenía numerosas
variantes; además, en HPB, que cada cambio de escritura iba acom-
pañado de un cambio concomitante de modales, movimientos,
expresión y capacidad literaria. No era difícil percibir cuándo
quedaba abandonada a sí misma, porque su inexperiencia resal-
taba enseguida, y comenzaban otra vez en gran escala los recortes
y remiendos. Entonces el original que yo tenía que revisar era

* En la edición española, p. 170. (N. del T.)


† Se refiere al doctor Henry More (1614-1687), catedrático de Cambridge. Véase
“Isis sin velo”, Vol. I, p. 290. (N. del T.)
158 H ojas de un viejo diario

detestable, y después de transformarse en una masa confusa de


llamadas, tachaduras, correcciones y sustituciones, terminaba por
ser nuevamente escrito por ella, según yo se lo dictaba (Ver Teoría
7). También, se me ha insinuado varias veces que diversas inteligen-
cias se servían del cuerpo de HPB como de una máquina de escribir,
pero nunca se me dijo precisamente: “Soy fulano” ni “He aquí a A o
a B”. Por otra parte, yo no lo necesitaba después de haber trabajado
un largo tiempo con mi “gemela” para conocer a fondo todas sus
variedades de humor, de lenguaje y de impulsos. Los cambios eran
claros como el día, y al cabo de cierto tiempo, yo podía decir cuando
volvía al salón, después de un corto examen de su fisonomía y sus
movimientos: “He ahí a …, o …,, o …”, y pronto lo que sucedía ense-
guida venía a confirmar mi suposición. Uno de sus Alter Egos [Otro
Yo], que después conocí personalmente, usa toda la barba y largos
bigotes cuya parte superior se une a las patillas, según la moda
Rajput. Cuando reflexiona profundamente tiene la costumbre de
tirarse mecánica e inconscientemente del bigote. Pues bien, a veces,
en los momentos en que mi amiga se convertía en “Algún otro”,
la veía que, con una mirada lejana, retorcía y tironeaba un bigote
imaginario que indudablemente no existía en el labio superior de
HPB; de pronto el Alguien de grandes bigotes, vuelto al sentimiento
de las cosas externas, se daba cuenta que yo lo observaba, se apre-
suraba a retirar la mano de su cara y volvía a escribir. Otro Alguien
sentía tal horror por el inglés, que nunca quería hablar más que
en francés; era un artista y apasionado inventor. Otro venía que
borroneaba con lápiz docenas de estrofas sobre temas, ya sublimes,
ya humorísticos. Así, cada Alguien mostraba marcadas y diferentes
disposiciones, tan fáciles de reconocer como las de nuestros amigos
y conocidos. Había uno que adoraba las buenas historias y que
tenía infinita gracia. Otro, en cambio, era lleno de dignidad, reserva
y erudición. Los había pacientes y llenos de benevolencia; otros
eran nerviosos y exasperantes. Un Alguien no hallaba nada mejor
que apoyar con fenómenos sus explicaciones filosóficas o cientí-
ficas de los temas que yo debía redactar, pero había otro Alguien
a quien uno no se habría ni siquiera atrevido a sugerirle la idea
de hacerlo. Cierta noche fui vivamente reprendido. Algún tiempo
antes, yo había traído dos hermosos lápices blandos, perfectos para
nuestro trabajo, de los que di uno a HPB, guardando el otro para mí.
Ella tenía la molesta costumbre de pedir prestados lápices, corta-
plumas, gomas, etc., y olvidarse de devolverlos; una vez entrados
en su pupitre, no volvía a salir a pesar de todo lo que uno dijera
o hiciese. Esa noche, el Alguien artista, dibujaba una cara de esti-
bador en un papel cualquiera, mientras hablaba conmigo, cuando
Aparente posesión por extrañas entidades 159

me pidió otro lápiz. Pensé inmediatamente: “Si tengo la desgracia de


prestarle mi lápiz, éste desaparecerá en el cajón y no lo tendré más
para mí”. No dije nada, tan sólo lo pensé para mí, pero el Alguien,
con una mirada dulcemente sarcástica, tomó una caja para lápices
que se hallaba entre los dos, la tuvo entre sus manos un momento,
¡y resultó llena con una docena de lápices de idéntica calidad! No
dijo una palabra, ni siquiera me miró, pero yo sentí que me puse
colorado hasta la frente y me sentí humillado como nunca lo fui en
mi vida. Sin embargo, tal vez no merecía tal lección, ¡considerando
lo anexionista que era HPB en cuanto a los útiles de escritorio!
De modo que cuando uno de esos Alguien estaba “de servicio”,
como yo decía entonces, el manuscrito de HPB volvía a tomar
por completo la misma apariencia que todas las otras veces que
él había prestado su colaboración. Escribía con preferencia sobre
ciertos temas de su agrado, y en este caso HPB, en lugar de servir de
Secretaria, se convertía positivamente en otra persona (Ver Teoría 3).
En esa época, sólo con ver una página del manuscrito de “Isis”, podía
decir con seguridad por quién había sido escrita. ¿Dónde estaba el
yo de HPB en esos momentos de sustitución? Ese es el asunto, y
esos son misterios que no se revelan al primero que llega*. Según
lo que he comprendido, ella prestaba su cuerpo como se presta una
máquina de escribir y se iba a evacuar otro asunto que podía llevar
a cabo en su cuerpo astral, mientras que un cierto grupo de Adeptos
ocupaba y manejaba por turno su cuerpo físico. Cuando veían que
yo sabía reconocerlos, hasta el punto de haberles dado nombres
para poder hablar de ellos con HPB, me honraban muchas veces
con una solemne reverencia o con un familiar gesto de despedida,
antes de dejar el salón para ceder el sitio al que entraba de servicio.
Y a veces me hablaban los unos de los otros, como se hace de los
ausentes; de este modo fue como poco a poco llegué a conocer algo
de su historia. También hablaban de HPB entonces ausente, distin-
guiendo entre su persona y el cuerpo físico que en ese momento
ella prestaba. Un Mahatma, en una carta en la que me hablaba de
cosas ocultas, le llama —al cuerpo de HPB— “vieja apariencia”,
y en 1876, refiriéndose también a él, dice: “así como el Hermano
que lo ocupa”. Otro Maestro me dijo à propos de un terrible acceso
de cólera que yo había provocado (involuntariamente) en HPB:
“¿Quiere usted, pues, matar el cuerpo?” Y el mismo, en una nota,

* Cerca de dos años después de la publicación de esas líneas, HPB explicaba el


secreto a su familia (ver el Path, art. cit.): ella no se hallaba en su cuerpo, pero
permanecía muy cerca de él, en plena consciencia, vigilando las operaciones de
los ocupantes. (Olcott)
160 H ojas de un viejo diario

habla en 1875 de “aquellos que nos representan en la envoltura”


—él ha subrayado esa palabra. Se comprenderá mi turbación al
descubrir una buena noche que, sin sospecharlo, acogí al grave filó-
sofo que más adelante describiré, con una ligereza que descompuso
su calma habitual. Creyendo que sólo me estaba dirigiendo a mi
antigua “compinche” HPB, le dije: “Bien, Vieja Compinche, ¡Vamos
a trabajar!”. Inmediatamente me ruboricé avergonzado, porque la
expresión que vi aparecer, mezcla de sorpresa y de dignidad ofen-
dida, me hizo ver con quién estaba tratando. Mi gaucherie [torpeza]
fue semejante a la del buen viejo Peter Cooper en el baile que dio la
Academia de Nueva York al Heredero al Trono, cuando dándole una
palmadita en el hombro, le dijo familiarmente: “Y bien Gales, ¿qué
le parece el baile?” *. Era justamente un Maestro que me inspiraba el
más filial respeto, no tan sólo a causa de su profunda erudición, de
su noble carácter y de sus distinguidos modales, sino además por
su bondad y paciencia, en verdad paternales. Me parecía que sólo él
leía en el fondo de mi corazón y deseaba desarrollar y madurar cada
pequeño germen espiritual que allí dormitaba en estado latente. Él
era —se me ha dicho— un personaje del sur de India, que tenía una
gran experiencia espiritual y era un Maestro de los Maestros; vivía
bajo la apariencia de un propietario rural, y cuya verdadera condi-
ción era desconocida por quienes le rodeaban. ¡Oh! ¡Qué noches
dedicadas a elevados pensamientos pasé con él! ¡no puedo compa-
rarlas a nada, sea lo que sea, del resto de mi vida! En particular,
recuerdo una noche durante la cual por medio de semisugestiones
despertó mi intuición, para hacerme comprender la teoría de la
relación de los ciclos cósmicos, con puntos fijos en las constela-
ciones, mientras el centro de atracción se desplaza en un orden
determinado. Recuerde las sensaciones que tuvo la primera vez
que miró por un gran telescopio el cielo estrellado: la emoción, el
asombro, la súbita expansión mental al comparar nuestra Tierra tan
familiar y cotideana, con las infinitas profundidades del espacio y
los innumerables mundos estelares que siembran la azulada inmen-
sidad. Tendrá una débil idea de lo que sentí en el momento en que
esta majestuosa concepción del orden cósmico invadió mi espíritu
y lo conmovió de tal modo que perdí la respiración. Si aún me
quedaba el menor vestigio hereditario de una tendencia hacia las
teorías geocéntricas sobre las que reposan las teologías, fue barrido
como las hojas muertas lo son por la tempestad; me sentí renacer
en un elevado plano de conciencia y fui un hombre libre.

*  El Heredero al Trono de Gales era el príncipe Albert Edward, a quien torpe-


mente Cooper lo llamó “Gales” (N. del T.)
Aparente posesión por extrañas entidades 161

Este Maestro es el que dictó a HPB las respuestas a las preguntas


sugeridas a un MST inglés, por la lectura del “Buddhismo Esotérico”,
publicadas en The Theosophist de septiembre, octubre y noviembre
de 1883. Una mañana, estando en Ootacamund, en casa del Mayor
general Morgan, ella escribía, estremeciéndose de frío y con las
piernas envueltas en mantas; yo estaba en su habitación leyendo,
cuando volvió la cabeza y dijo: “Que me ahorquen si alguna vez he
oído hablar de los laphygians; ¿alguna vez ha leído usted algo sobre
esa tribu, Olcott?”. Le contesté que no, y pregunté el porqué de su
consulta. “Pues,” —me contestó— “el anciano caballero me dice
que escriba eso. Pero me parece que debe haber un error; ¿qué le
parece a usted?”. Le respondí que, si ese Maestro le había dictado
ese nombre, podía escribirlo sin temor, porque él siempre tenía
razón. Y así lo hizo. He aquí otro ejemplo más de cosas escritas
al dictado, y de las que ella no tenía hasta entonces ninguna idea.
Jamás estudió el hindi, y en su estado normal nunca supo hablarlo
ni escribirlo. No obstante, tengo en mi poder una nota en hindi, en
caracteres devanagari, que yo le vi escribir y entregársela al swami*
Dyánand Sarasvati, en el jardín de Vizianagram en Benarés, donde
nos recibieron en 1880. El swami leyó la nota, escribió y firmó su
respuesta en la misma hoja que HPB dejó sobre una mesa, de donde
la recogí.
Pero lo he dicho y lo repito del modo más rotundo: ninguno,
ni el más sabio o el más noble de esos Alguien de HPB, me alentó
jamás en lo más mínimo para que le creyera infalible, omnisciente
u omnipotente. Nunca manifestaron la menor veleidad de un deseo
de ser adorados, ni tratados como seres divinos, ni que considerá-
ramos como inspirado lo que escribían con el cuerpo de HPB, ni
lo que le dictaban a ella cuando servía de amanuense. Siempre los
consideré como hombres, mortales como yo, verdaderamente más
sabios e infinitamente más avanzados que yo, pero tan sólo a causa
de que me precedían en el camino normal de la evolución humana.
Tenían horror a todo servilismo, así como a la adulación, ya que
estos no son más que un manto para ocultar el egoísmo, la vanidad
y la debilidad. Con frecuencia me daban su sincera opinión sobre
las visitas demasiado melosas, después que se iban, y mis lectores se
hubiesen reído mucho, caso de encontrarse presentes cierta noche,
después de que una señora muy efusiva acababa de despedirse. Antes
de irse, había acariciado a HPB, se sentó en el brazo de su sillón y
le acarició las manos, mientras le besaba las mejillas. Yo estaba ahí

* Ascetas de clase superior, son célibes, llevan una vida muy pura y no muestran
sus poderes si los tienen. (N. del T.)
162 H ojas de un viejo diario

y veía la absoluta desesperación del Alguien (varón) pintada en su


rostro. Acompañé a la señora hasta la puerta, y cuando volví, casi
estallé de risa viendo al Alguien —un sadhu* célibe como no hubo
otro— que me miraba con aire afligido, diciendo con indescriptible
melancolía: “¡Me ha besado!”. Era demasiado, tuve que sentarme.
Ya dije antes que la colaboración del antiguo platónico y su manera
de dictar a HPB era idéntica a la de los Adeptos y que, así como él
tenía predilección por ciertos temas, cada uno de ellos tenía sus
preferencias individuales. Pero existía la diferencia de que mientras
los Adeptos ocupaban a veces su cuerpo como si fuese suyo y lo utili-
zaban para escribir, como hubieran hecho con el propio (así como el
espíritu de Mary Roff utilizaba el cuerpo de Lurancy Vennum y se
encontraba tan a gusto como si hubiese nacido en él), el platónico
nunca la obsesó y la empleó sólo a modo de amanuense. También
hablé de las partes de “Isis” que habían sido escritas por la misma
HPB y dije cuán inferiores eran a las que los Alguien escribían para
ella; esto es bien fácil de comprender. ¿Cómo HPB, que no poseía los
conocimientos requeridos, hubiese podido escribir correctamente
sobre los temas tan variados de que su libro trata? En su estado
normal (o que parecía serlo), ella leía un libro, marcaba lo que le
chocaba, cometía errores, los corregía, los discutía conmigo, me
hacía escribir, estimulaba mis intuiciones, pedía datos a sus amigos;
en fin, hacía todo lo que podía hasta que conseguía hacer venir un
instructor en respuesta a sus llamamientos psíquicos y no siempre
estaban a nuestra disposición para todo lo que necesitásemos. Ella
producía una gran cantidad de páginas muy hermosas, porque tenía
magníficas dotes literarias; nunca era taciturna ni pesada, y como
dije en otra parte, usaba con soltura sin igual, tres idiomas cuando
se encontraba dispuesta. Escribió a su tía que cuando su Maestro
tenía que hacer en otra parte, le dejaba su reemplazante, que era
entonces su “Yo Luminoso”, su Augoeides, que pensaba y escribía
por ella (Ver Teoría 2). No me atrevo a pronunciarme sobre esto,
porque nunca la vi en ese estado; sólo la conocí en tres formas,
a saber: HPB ella misma, poseída o influida por los Maestros, y
sirviéndoles de amanuense y escribiendo a su dictado. Es posible
que al tomar posesión su Augoeides de su cerebro físico, me haya
dado la impresión de que uno de los Maestros estaba presente; no
sabría decirlo. Pero lo que omite decir a su tía es que había nume-
rosos momentos, bien numerosos, en los que ella no obraba poseída
ni por contralor, y que no trabajaba al dictado de una inteligencia
superior, sino que era sencilla y visiblemente HPB, nuestra familiar

* Asceta, santo, virtuoso; en sánscrito. (N. del T.)


Aparente posesión por extrañas entidades 163

Palabras Gótico-
Palabras Greco-

Palabras Celtas.
Germánicas.

Semíticas.
Autores y Obras Analizadas

Palabras
Latinas.
Robert Burton A. D. 1621,
Anatomy of Melancholy................................ 54 46 0 0

John Bunyan 1682,


Pilgrim’s Progress.................................... 31 68 1 0

Sir Thomas Browne 1682,


Hydriotaphia............................................ 51 47 2 0

Samuel Johnson 1784, (1780?)


Lives of the English Poets.............................. 47 51 2 0

R. C. Trench,
On the Study of Words.......................... 30 68 2 0

George P. Marsh,
Lectures on the English Language, p. 133.. 58 41 1 0

S. A. Allibone, 1872
Crit. Dict. Engl. Literature, etc.................. 53 46 1 0

Darwin,
Origin of Species....................................... 53 46 1 0

H. P. Blavatsky,
Isis sin velo..................................................... 46 51 1 2

S. M. la Reina,
Leaves of our Jour Highlands.................... 36 63 0 1

y querida amiga, y después nuestra maestra, esforzándose como


mejor podía, para cumplir su misión literaria. A pesar de esas dife-
rentes intervenciones, “Isis” da plenamente la sensación de indivi-
dualidad que se halla de nuevo en sus otras obras, algo peculiar a
ella misma. Epes Sargent y otros literatos norteamericanos me han
expresado su admiración por su perfecto manejo de nuestra lengua,
y uno de ellos llegó hasta decir y publicar que ningún autor de
los que vivían en ese tiempo, escribía el inglés mejor que ella. Es
164 H ojas de un viejo diario

una exageración, claro está pero felizmente, un competente filólogo


sometió su estilo a un examen científico comparado.
El erudito Dr. John A. Weisse, en su obra Origin, Progress and
Destiny of the English Language and Literature, ha dado un cierto
número de cuadros en los que expone de dónde proceden las
palabras empleadas por conocidos escritores ingleses. Los siguientes
extractos harán ver las fuentes del inglés de “Isis sin velo”, compa-
radas con las que otros autores usaron. Dice el Dr. Weisse que el
libro es “un tesoro de hechos nuevos y de nuevas líneas, presen-
tadas de un modo tan brillante, que no es menester ser iniciado
para leerlo con interés”. He aquí su análisis en el cuadro siguiente:
Parece, pues, que el inglés de Mme. Blavatsky es, en resumen,
el del Dr. Samuel Johnson, que pasa por ser el más perfecto que
pueda leerse. Un examen de la misma clase, de sus obras francesas,
la presentaría sin duda tan hábil para manejar ese hermoso idioma,
como los más grandes autores franceses modernos.
CAPÍTULO XVI
Definición de términos
1878

A
HORA, ¿cómo consideraremos la paternidad de “Isis
sin velo”? Y, ¿cómo consideraremos a la propia HPB?
Indudablemente, es una obra hecha en colaboración,
producto de varios autores diferentes y no de HPB sola. Mis obser-
vaciones personales sobre este particular, están plenamente confir-
madas en sus cartas a la familia que cita el Sr. Sinnett, porque ella
explica en dichas cartas que todas las partes de su libro que tratan
de temas con los cuales no estaba familiarizada, le fueron dictadas
por Maestros o fueron escritas por su yo superior utilizando su
mano y su cuerpo físico. Es una cuestión compleja en extremo y
nunca se sabrá exactamente la verdad en cuanto a la parte exacta de
cada colaboración. La personalidad de HPB representa el molde en
donde todas las materias fueron fundidas y tomaron forma, color
y expresión, por decir así, bajo la influencia de sus propias caracte-
rísticas mentales o físicas. Porque, así como los sucesivos ocupantes
del cuerpo de HPB no hacían más que modificar su propia escri-
tura sin emplear la de ellos*, también sirviéndose de su cerebro,

* Es preciso hacer notar un hecho muy curioso relacionado con esto: la escri-
tura del “Mahatma M.”, que fue estudiada por la SPR y sus peritos, y declarada
semejante a la de HPB, es una especie de rugosa y áspera escritura que se parece
a un conjunto de raíces trituradas y trozos de ramas, mientras que la escritura
de esa misma figura en el manuscrito de “Isis” y en las cartas que me dirigía
personalmente es totalmente diferente. Es pequeña, ligera como una escritura
de mujer, y aunque se parece a la letra habitual de HPB, difiere bastante de ella
para presentar una apariencia individual diferente; que me permitía reconocer
una página escrita por esa personalidad a primera vista. No tengo la pretensión
166 H ojas de un viejo diario

no pudieron impedir que colorease su pensamiento y arreglase sus


palabras, de acuerdo con sus costumbres personales. Del mismo
modo que la luz del día, al pasar a través de las vidrieras de una
iglesia, toma todos los tonos de los vidrios de color, los pensa-
mientos transmitidos por intermedio del cerebro de HPB se modi-
ficaban en el sentido de las costumbres literarias y del modo de
expresión que ella había adoptado. El sentido común nos hace ver
que la nitidez de la composición y la claridad del estilo dependen
ante todo de la identidad de naturaleza entre la personalidad inte-
lectual y moral de la inteligencia dominante y del sujeto dominado.
El hecho es que noté que en los momentos en que HPB en carne
y hueso se encontraba en un estado de extrema irritabilidad, su
cuerpo no era jamás ocupado, salvo por el Maestro de quien ella era
la discípula particular, como la pupila espiritual, y cuya voluntad de
hierro era aún más fuerte que la suya; los filósofos menos enérgicos
se mantenían apartados. Yo hice, naturalmente, la pregunta: ¿por
qué no estaba sometida a un contralor permanente y por qué no era
siempre el sabio tranquilo y concentrado en que se convertía bajo
el imperio de ciertas obsesiones? Se me respondió que eso sería

de explicar ese hecho; lo menciono solamente, creyendo que debe conservarse


para ser estudiado por cualquier psicólogo que trate de establecer las leyes de la
escritura psíquica de los médiums u otros intermediarios, producida por preci-
pitación, contralor de la mano u ocupación del cuerpo. Creo que un estudio de
esta clase vendría a demostrar que una escritura semejante, sometida al análisis
que la SPR hizo con la supuesta procedente del Mahatma, resulta parecerse
siempre más o menos a la del médium, y esto sin sospecha de mala fe. Las acusa-
ciones de la SPR contra HPB han perdido casi todo su valor porque este hecho
ha sido perdido de vista, voluntariamente o no. El difunto W. Stainton Moses,
M. A. (Oxon.) [M. A. Oxon era el apodo que utilizaba W. Stainton Moseyn (Moses).
(N. del T.)], cita en su libro Psycography, p. 125, una carta escrita por el Sr. W. H.
Harrison, antiguo editor de The Spiritualist, observador muy experimentado de
fenómenos psíquicos, en la que dice a propósito de los mensajes transmitidos
por el Dr. Slade: “Noté que casi siempre eran de la escritura del médium, lo que
hubiera parecido indicar para los ignorantes una impostura, pero que acredita su
buena fe a los ojos de un experto. Al salir de la sala después de la sesión, tuve una
corta conversación con el Sr. Simmons, y sin decirle lo que yo sabía, para probar
su integridad, le pregunté si la escritura de las pizarras se parecía en algo a la del
Dr. Slade. Respondió sin vacilar que el parecido era por lo general notable. Esto
demuestra la sinceridad y ausencia de exageración que caracterizan a las decla-
raciones del Sr. Simmons”. El Sr. Harrison agrega que “antes de que el Dr. Slade
viniese a Londres, varios años de observación en numerosas sesiones, me habían
demostrado que las manos materializadas con tanta frecuencia en estas sesiones,
eran duplicados de las manos del médium y daban más o menos la misma escri-
tura”. Y, sin embargo, en presencia de Slade y de otro psíquico llamado Watkins,
fueron escritos unos llamados “mensajes de espíritus” en veinte idiomas dife-
rentes, desconocidos por los médiums y que no sabían escribir en su estado
normal, por precipitación o manipulación de un fragmento de lápiz colocado
sobre una pizarra que sus manos no tocaban. (Olcott)
Definición de términos 167

querer hacerla morir de apoplejía; ese cuerpo estaba animado por


un espíritu cálido e imperioso, que desde la infancia había recha-
zado toda clase de imposición, y si no se le dejaba una válvula por
donde el exceso de energía física pudiese escapar, el resultado sería
fatal. Me dijeron que el estudio de la historia de su familia rusa, los
Dolgorouki, me aclararía ese misterio. Vi, en efecto, que esa familia
de príncipes y de militares que se remontaba al tiempo de Rurik
(siglo IX) se señaló siempre por un valor extremo, una osadía a toda
prueba, un apasionado amor por la independencia y el desprecio
por las consecuencias que eso trajese. El Príncipe Yacob, Senador
de Pedro el Grande, es un ejemplo típico del carácter de la familia;
hizo pedazos en pleno consejo del Senado un ukase* imperial que le
disgustaba y cuando el Zar le amenazó con la muerte, respondió:
“Imite a Alejandro, hallará en mí a Clitus” (Am. Encyc. VI, 551†). Así
era HPB, y con frecuencia me dijo que no se dejaría conducir por
ningún poder de este mundo ni del otro. No respetaba más que a
sus Maestros, y aún con ellos se mostraba a veces tan combativa, que
se ha visto que los de carácter más dulce entre ellos no se arries-
gaban cuando ella se encontraba de cierto humor. Para colocarse en
estado de poder entrar en relación con ellos —me aseguró ella con
pena— había necesitado pasar por años de desesperadas restric-
ciones sobre ella misma. Dudo que alguien haya tenido mayores
obstáculos que vencer para entrar en el Sendero, ni mayor lucha
interior para mantenerse en él.
No hay para qué decir que un cerebro tan fácilmente infla-
mable, no era de los más apropiados para la delicada misión que
emprendió, pero los Maestros me aseguraron que era mucho mejor
que cualquier otro que hubiesen podido hallar y que era menester
que sacasen de él todo el partido posible. Para ellos era la fidelidad
y la devoción personificadas, y estaba dispuesta a osar y a sufrir lo
que fuese, siendo por la Causa. Más dotada que nadie de su gene-
ración de poderes, psíquicos naturales, ardiendo de un entusiasmo
que rayaba en fanatismo, proporcionaba su tenacidad personal, que
unida a un grado extraordinario de resistencia física, hacía de ella
un agente de gran potencia si no de gran docilidad e igualdad de
carácter. Un espíritu menos turbulento tal vez hubiera producido
mejor tarea literaria, pero en lugar de durar diecisiete años, hubiese
sido gastado probablemente después de diez años de esfuerzos y el
mundo no habría tenido sus últimas obras.

* Decreto del Zar. (N. del E.)


† Se refiere al príncipe Yacob Fedorowich Dolgorouki, general y senador; nació
en 1639; peleó contra los turcos y contra Carlos XII; fue embajador en Francia y
también en España el año 1687; murió el año 1720. (N. del T.)
168 H ojas de un viejo diario

El hecho de que la personalidad del psíquico modifica distinta-


mente la escritura producida por su mediación, tenemos ahí, me
parece a mí, una prueba para juzgar la autenticidad de las preten-
didas comunicaciones de los Mahatmas M. y KH recibidas después
de la muerte de HPB. Mientras ella vivió todas sus comunicaciones
fuera quien fuera el escribiente visible y donde quiera que fuesen
recibidas, eran de una escritura que se parecía más o menos a la
suya. Esto es también exacto en cuanto a las cartas que recibí de
modo anormal en plena mar a bordo de un vapor, o en vagones de
ferrocarril, así como respecto a las que cayeron del cielo o fueron
recibidas de alguna otra manera extraordinaria por el Sr. Sinnett, el
Sr. Hume y otros privilegiados corresponsales de nuestros instruc-
tores orientales. Porque en donde quiera que ella estuviese, era a
través de su personalidad que ellos debían trabajar con nosotros por
la evolución de nuestro movimiento. Por otra parte, poco impor-
taba que ella estuviese con ellos en Tíbet o conmigo en Nueva
York, o con el Sr. Sinnett en Simla: su afinidad cooperativa era de
naturaleza psíquica, y, por consiguiente, tan independiente como
el pensamiento mismo, del tiempo y del espacio. Hemos visto un
resultado notable de ese principio aplicado a la psicodinámica (Cap.
II), en el fenómeno de las cartas detenidas en su tránsito postal,
ampliadas con comentarios y enviadas a Filadelfia en lugar de serlo
a Nueva York. Si no se pierde esto de vista, se deducirá que hay
cien probabilidades contra una, de que cualquiera de las comuni-
caciones atribuidas a uno de esos dos Maestros, y recibidas después
de la muerte de HPB, estén expuestas a la sospecha si continúan siendo
de la misma escritura que antes de ese evento*. Si las premisas son justas,
la conclusión se impone. Si todos los manuscritos de los Mahatmas,
en su tiempo, debían forzosamente ser más o menos de su escri-
tura porque estaban transmitidos psíquicamente por su mediación,
es evidente que nada de lo que nos ha llegado después de mayo
de 1891 debería ser de la misma mano, puesto que ha cesado de
imponer sus modificaciones sirviendo de intermediario. Ahora, los
manuscritos deberían parecerse a los del nuevo agente o nuevos
agentes de transmisión. Esto suponiendo que la autenticidad de
esos manuscritos sea tan bien establecida como en el caso de HPB,

* Este capítulo fue publicado, por vez primera en julio de 1893. Algunas personas,
por cuya opinión tengo un gran respeto, no aceptan mis deducciones. Puedo
equivocarme. Pero, en todo caso, debo decir que aún no he tenido ninguna
prueba de lo contrario hasta el presente (agosto de 1895). Mucho me temo que
los ejemplares de escritura de los Mahatmas que he podido ver después de 1891,
sean, me temo, imitaciones fraudulentas. (Olcott)
Definición de términos 169

quien muchas veces los transmitía por precipitación ante nuestra


vista, o dentro de sobres cerrados que ella no había tocado, o por caída
en el espacio ante testigos, o de cualquier otra manera que implique
un fenómeno. Los textos precipitados de Slade, de Watkins y de
otros varios médiums, se clasifican en la misma categoría. El hecho
de parecerse a la escritura de un Maestro o más o menos a la del
médium supuesto, no sería de ninguna manera una prueba, prima
facie [a primera vista], de autenticidad, sino todo lo contrario. A
menos de apartar toda probabilidad de mala fe, un mensaje místico
no vale ni el papel en que está escrito ni el tiempo que se emplea en
leerlo. Aun cuando la autenticidad no da lugar a dudas, los mensajes
psíquicos son con frecuencia triviales y sin ningún valor fuera de
su origen psíquico. Personalmente, puedo decir que desde 1853
que esos fenómenos me han sido familiares, nunca di la menor
importancia a ninguna enseñanza psíquica basada en que el autor
fuese fulano o mengano sino sólo a su contenido, y aconsejo enca-
recidamente a mis lectores que hagan otro tanto si quieren evitar
ser engañados; más vale un escepticismo de mente abierta que la
más elogiada de las credulidades. Porque, recordad bien que proba-
blemente nadie recibió nunca ni una línea en inglés de la escri-
tura personal de un Maestro, escrito por él según el procedimiento
corriente; salvo tal vez el billete que KH formó en mi propia mano
cuando fue a verme en carne y hueso a mi tienda de campaña, una
noche en Lahore, en 1883. No quisiera afirmar nada ni siquiera
acerca de ése, porque no se lo vi escribir y puede haber creado
la carta en el sitio mismo, recurriendo al aura de HPB, que me
acompañaba a todas partes. Aparte de KH y del antiguo platónico
ya citado, ninguno de los Maestros había aprendido a escribir el
inglés, y cuando tenían que hacerlo, estaban obligados a recurrir a
un método anormal, como HPB cuando escribió un billete en hindi
con caracteres devanagari, al swami Dyánand Sarasvati en Benarés,
aludido más arriba. Es preciso recordar, a propósito de esto, las dos
escrituras totalmente diferentes del Mahatma M. en el manuscrito
de “Isis” en 1875-77 y en las cartas de India, dirigidas a diversas
personas después de 1879. Cuando HPB escribía a sus Maestros, o
cuando ellos le escribían sobre asuntos que no debían ser comuni-
cados a terceros, lo hacían en una lengua arcaica que decían era el
“Senzar”, que se parece al tibetano y que ella escribía tan corrien-
temente como el ruso, el francés o el inglés. Guardé una carta reci-
bida en Nueva York de uno de los Maestros, en cuya parte supe-
rior se veía escrito en caracteres tibetanos con una especie de tinta
dorada, la palabra “Sems dpah”. Desde entonces no la había mostrado
170 H ojas de un viejo diario

a nadie, hasta que el pandit* Sarat Chandra Das, CIE†, explorador


del Tíbet y versado en esas materias, me lo tradujo hace poco en
Calcuta. Eso quiere decir: “De corazón poderoso”, un título honorí-
fico dado en Tíbet a un Bodhisattva.
Hubo además una suprema razón por la que los Maestros no se
atrevieron a forzar y controlar el innato carácter de HPB suavizán-
dolo y refinándolo para llevarlo al ideal de un carácter sabio, bené-
volo y dulce, independientemente de su propia voluntad. Actuar
así hubiese sido una ilegítima interferencia en su karma personal
—como puedo expresarlo ahora. Como todo el mundo, ella repre-
sentaba, tal como entonces era, una determinada ecuación personal,
fruto del progreso evolutivo de su entidad. Su karma requería que
naciese esta vez en ese cuerpo agitado de mujer y que tuviese la
oportunidad de adquirir el progreso espiritual luchando durante
toda su vida, contra pasiones heredadas. Se le hubiera perjudicado
y no se hubiese hecho avanzar en nada ese progreso, apagando su
carácter ardiente y suprimiendo los otros defectos; hubiese sido lo
mismo que mantener un sujeto en un perpetuo estado de hipno-
tismo, o a un enfermo bajo la influencia de un narcótico. Había
intervalos durante los cuales su cuerpo no estaba ocupado por uno
de los Mahatmas escribientes ni su espíritu en estado de asimilar
lo que se le dictaba. Por lo menos lo presumo, pero con frecuencia
estuve tentado de creer que ninguno de nosotros, sus colegas,
nunca habíamos conocido a la HPB normal y que hemos estado
en relación con un cuerpo artificialmente vitalizado, una especie
de misterio psíquico perpetuo, cuyo jiva‡ había sido muerto en
Mentana cuando recibió cinco heridas y fue dada por muerta en un
foso. No hay nada intrínsicamente imposible en esta teoría puesto
que sabemos que la personalidad normal de María Reynolds fue
borrada durante cuarenta y dos años, mientras que su cuerpo estaba
ocupado, vitalizado y bajo el contralor de otra persona que nada
sabía de los dieciocho años transcurridos hasta su aparición. En
cuanto a HPB, no afirmo nada, razono tan sólo, porque no me atre-
vería positivamente a decir lo que fue esta mujer maravillosa, o más
bien como hubiera dicho Buffon: este homo duplex [hombre doble].
Era un conjunto de contradicciones, tan imposible de comparar
con nosotros, personas corrientes, que retrocedo ante una afirma-
ción positiva. Todo lo que ella ha podido decir, a mí o a los demás,

* Letrado o docto. (N. del T.)


† Siglas que representan la tercer clase de “La Orden del Imperio de India”, en
este caso “Compañero”. (N. del E.)
‡ En sánscrito, el principio vital individual. (N. del T.)
Definición de términos 171

casi no cuenta según mi opinión, porque habiendo vivido y viajado


tanto tiempo con ella, y siendo testigo de tantas conversaciones
suyas con terceros, le he oído contar de ella misma las historias
más contradictorias. Hubiera sido traicionar la personalidad y la
residencia de sus Instructores, el mostrarse comunicativa y sincera
con esa multitud de curiosos cuya importunidad egoísta ha llevado
a los aspirantes a Yoguis a aislarse siempre en cuevas o en bosques.
Ella encontraba más fácil despistar a la gente con perpetuas contra-
dicciones. Así, por ejemplo, hubiera podido muy bien haberle dicho
al Sr. Sinnett que, en 1854 cuando ella trató de penetrar en Tíbet por
Bután o Nepal, el Capitán (ahora general-mayor) Murray, coman-
dante de esa parte de la frontera, se lo impidió y la retuvo en su casa
con su mujer durante un mes. Pero nunca lo dijo y nadie sabía nada
de eso hasta que el 3 de marzo último, el general-mayor Murray nos
lo contó al Sr. Edge y a mí, en el tren entre Nalhati y Calcuta, y lo
publiqué. En cuanto a su edad, ha contado todo tipo de historias, se
daba veinte años, cuarenta, sesenta o hasta setenta más de los que
realmente tenía. Tenemos en nuestros álbumes de recortes un cierto
número de esas fantasías publicadas por diferentes entrevistadores y
corresponsales para sus periódicos, así como entrevistas personales
con ella y a las cuales a menudo asistí*. Después, me dijo HPB que
el “Alguien” entonces presente en su espíritu, tenía justamente esa
edad, de manera que no era una verdadera mentira, ¡aunque el inter-
locutor, que no veía más que a HPB, creyese que se trataba de ella!
Hasta ahora me he servido de la palabra “obsesión”, pero sé muy
bien hasta qué punto es insuficiente. “Obsesión” y “posesión” se
dicen por lo general a propósito de una persona atormentada por
demonios o espíritus malignos; una persona obsesada es asediada
y atormentada; una persona poseída, es dominada, influenciada u
ocupada por ellos. Pero ¿qué otra palabra emplear? ¿Por qué los

* Puede verse el relato de una entrevista con un cronista del Hartford Daily Times,
en el número del 2 de diciembre de 1878. Ella se presentaba como una especie
de Matusalem. Dice el corresponsal: “¿Muy, muy vieja? es imposible, pero ella lo
asegura, a veces con indignación, a veces con orgullo, y a veces con impaciencia.
‘Soy de una raza muy longeva. Toda mi familia vive hasta avanzada edad… ¿Duda
usted de mi edad? Le voy a mostrar mis pasaportes y mis papeles. Mis cartas de
años atrás. Puedo probarlo de mil modos’”. ¡Era su manera de jugar con las cifras!
Hacía como el Sikh Akali (ver el Informe del Sr. Maclagan sobre el Censo del
Punyab en 1891), que “soñaba con ejércitos y pensaba en lakhs” (1 lakh = 100 000
unidades). “Si él quisiera insinuar que están presentes cinco Akalis, él dirá que
cinco lakhs están antes que usted”.
El Phrenological Journal, de marzo de 1878, la describe y da un esbozo de su
carácter. El escritor dice: “En el transcurso de su larga vida —porque tiene más
de ochenta años— etc.”. Yo mismo la oí contarle esa historia al redactor del
artículo. (Olcott)
172 H ojas de un viejo diario

primeros Padres no inventaron una expresión mejor que “lleno”


para indicar la posesión de un ser por los buenos espíritus?: “Ellos
fueron llenados del Espíritu Santo y comenzaron a hablar diferentes
lenguas”. Pero esto no va a ayudarnos a menos que ignoremos la
circunstancia de que el cuerpo de HPB era a veces ocupado por
otras entidades —la siguiente anécdota sugerirá hasta qué punto.
Nos encontrábamos los dos en nuestro escritorio, en Nueva York,
una noche de verano después de cenar; no habíamos encendido
luces y todo estaba en una media luz. Ella estaba sentada junto a la
ventana de la fachada sur y yo estaba de pie delante de la chimenea,
reflexionando. Oí que ella me decía: “Mire e instrúyase”, y mirando
hacia su lado, vi como una niebla que se elevaba de sus hombros y
su cabeza. Poco a poco, eso se convirtió en la imagen de uno de los
Mahatmas, el que más tarde me dio el turbante histórico, cuyo doble
astral tocaba entonces su cabeza brumosa. Quedé inmóvil y silen-
cioso, absorto en la observación del fenómeno; sólo la parte supe-
rior del torso se hizo bien distinta, y después palideció y fue desa-
pareciendo, reabsorbida en el cuerpo de HPB o de otro modo que
no sé. Ella se mantuvo sentada e inmóvil como una estatua, durante
dos o tres minutos, después volvió en sí, suspiró y me preguntó si
había visto algo. A mi petición de explicaciones, respondió que me
tocaba a mí mismo el desarrollar mi intuición para comprender los
fenómenos del mundo en que vivía. Todo lo que ella podía hacer
para ayudarme, era mostrármelos y dejarme que los interpretase
como mejor pudiera.
Numerosos testigos se hallan en situación de certificar la produc-
ción de otros fenómenos que podrían probar que diferentes enti-
dades ocupaban a veces el cuerpo de HPB. Cinco veces diferentes
—una vez por dar gusto a la Srta. Emily Kislingbury, y otra a mi
hermana, la Sra. Mitchell— ella tomó un mechón de sus hermosos
cabellos de color castaño rojizo, finos y ondulados, y, o lo arrancó
de raíz o lo cortó con unas tijeras, y se lo dio a uno de nosotros..
Pero resultó que el mechón era de pelo grueso, negro azabache y lacio,
sin sombra de rizado u ondulación. En una palabra: cabellos indos
o asiáticos y no se parece en nada a sus propios mechones castaños
claros*, parecidos a los de un bebé. Veo en mi Diario de 1878 que
otras dos veces también reprodujo este fenómeno: el 9 de julio, para
el Hble. J. L. O’Sullivan, antiguo ministro de los Estados Unidos en
Portugal, y el 19 de noviembre para la Srta. Rosa Bates en presencia
de seis testigos además de la Srta. Bates y yo. Algunos adversarios

*  HSO describe el cabello de HPB con las palabras auburn (entre castaño rojizo
moderado y castaño, en español, a veces se traduce “bermejo”) y luego light brown
(castaño claro). (N. del T.)
Definición de términos 173

podrían insinuar que eso no era más que un simple “juego de


manos”, pero a eso respondo que, en el caso del mechón dado a
la Srta. Kislingbury o a mi hermana —no recuerdo a quien— a la
receptora se le permitió tomar las tijeras y cortar el mechón ella
misma.
Tengo dos mechones de cabellos cortados de su cabeza, ambos
negros como azabache y bastante más gruesos que los suyos, uno
aún más que el otro. El primero es egipcio, el segundo indio. ¿Qué
mejor explicación puede hallarse en esos fenómenos que suponer
que los verdaderos propietarios de esos cabellos ocupaban en ese
momento el cuerpo mayávico de HPB? Pero volvamos a nuestro
problema filológico.
La palabra epistasis no convendría tampoco, porque significa
“inspección, superintendencia, comando, dirección”, lo que no
responde a los hechos. Epifanía, no resulta mejor, epiphaneia quiere
decir “revelación, manifestación, etc.”. Carecemos de término, y,
sin embargo, su necesidad se hace sentir mucho, en el punto a
que hemos llegado en nuestra crónica psíquica. Hay que pedirle al
Oriente.
Como muchas otras cosas de la ciencia psicológica, la ocupación
de un cuerpo vivo por otros seres vivientes es perfectamente cono-
cida y definida en India, aunque resulte tan ignorada para nues-
tros conocimientos occidentales, que no tengamos una palabra para
hablar de ella. Avesa (pronunciado ahveysha) quiere decir el acto de
poseer, entrar y controlar el cuerpo de un ser vivo (jiva). Se conocen

dos mechones de cabello de hpb ,


cortados por el autor en la misma tarde
174 H ojas de un viejo diario

dos clases. La primera es llamada svarupavesa; y se produce cuando


el propio amsa (sukshma sarira), o cuerpo astral del Adepto, es reti-
rado de su propio cuerpo físico e introducido en el cuerpo de otra
persona. La segunda, saktyavesa, es cuando por su mero sankalpa
(poder de voluntad), influencia, inspira o dirige al (jiva) cuerpo de
la otra persona de manera que le hace hacer cosas que sobrepasan
sus facultades normales, como, por ejemplo: hablar un idioma para
él desconocido, comprender ramas del conocimiento desconocidas,
desaparecer instantáneamente a la vista de los asistentes, para trans-
formarse en horrible aparición, como una serpiente, o un animal
feroz. Eso nos satisface plenamente, y puesto que hemos tomado
“Epifanía” del Griego. ¿Por qué no tomaríamos Avesa del sánscrito,
puesto que define bien lo que quisiéramos expresar? La palabra
se aplica tan sólo a la relación psíquica entre dos personas vivas o
a la inspiración procedente de una entidad espiritualmente supe-
rior, y es menester no mancharla haciéndole significar la ocupa-
ción o contralor del cuerpo de un médium, para la producción de
fenómenos por el alma de un muerto. A eso se le llama grahana, y
al elementario (alma del muerto) graham (se pronuncia gra-ham).
La misma palabra designa la ocupación de un cuerpo vivo por un
elemental o un espíritu de la Naturaleza. Esta ocupación puede ser
(a) espontánea, es decir, producida por la atracción del elemental
hacia el psíquico o (b) forzada, o sea forzada por la voluntad de un
hechicero o mago que conoce las fórmulas para obligar al elemental,
o elementario, a obedecerle. He traído de Japón la fotografía de una
imagen en bronce de Kobo Daishi, presunto Adepto, Fundador de
la secta Shingon, y está representado con dos pequeños elemen-
tales a sus pies, que esperan sus órdenes. Un monje de la secta
Yamabushi —que es la de los hacedores de milagros en Japón— me
dio un kakemono* en el que se ve al Fundador de la secta, rodeado
de elementales a su servicio. Esta pintura está ahora en la antigua
habitación de HPB en Londres. Ella disponía también de obedientes
servidores de esta clase.
Un antiguo cuento indio nos dice en una forma bien diver-
tida, como el rey Vikramádityá conquistó la obstinación de la
Princesa Pés’ámadandé, quien había hecho el voto de no casarse
sino con quien la supiese obligar a responder a sus preguntas. El
gran Rey mago montó a horcajadas en su elementario favorito —no
elemental— el Brahmarákshás Bhetála y se hizo transportar por
él hasta la habitación de la dama. Pero como ella no se dignase

* Tapiz largo y estrecho, de seda pintada o bordada, tiene en cada extremo una
varilla de madera. Se cuelgan en las paredes. (N. del T.)
Definición de términos 175

responderle ni una palabra, encargó a Bhetála que ejerciese obse-


sión sobre las damas de honor para que cantasen sus alabanzas y
reprochasen a su ama, su obstinado silencio. La Princesa entonces,
las despidió de su habitación y corrió una cortina entre ella y el
Rey. Este hizo entrar a su elementario en la cortina, la que se puso
a hablar. La princesa descorrió la cortina, pero de pronto sus faldas
continuaron la conversación. Se quitó el vestido, pero a su vez habló
la bata, después la camisa, y por fin, las cuatro patas de su charpai*.
La terca princesa no respondía nada. Finalmente, Bhetála se trans-
formó en papagayo; la Princesa hizo que se lo dieran y el animal
comenzó enseguida a contar cómo la Princesa sufría la obsesión de
S’ani, el dios de la Mala Suerte. Al fin vencida, se echó a los pies
de Vikram, confesando su derrota, y como él no quería casarse con
ella, la dio por mujer a un príncipe encantador. Tal es la historia
que nos cuenta el Pés’ ámadandé Kathai, un libro de historias tamiles.
En el Laghu Sabdârtha Sarvasva de Mahámahopádhyáya Paravastu
Vencatarungáchárya, Vol. I, p. 316, art. “Avatar”, se hallará la acla-
ración de este importante tema del Avesa. Todo inteligente lector
occidental de la literatura teosófica, conoce la teoría hindú de los
Avatares; los Avatares de Vishnu son las manifestaciones visibles del
cuidado protector de Dios sobre la humanidad errante, la prueba de
su deseo de mantenerla en el sendero de la aspiración religiosa. Hay
dos clases de Avatares: Prádurbháva y Avesa. Al acto de encarnarse en
un cuerpo que no está animado por un jiva se llama prádurbháva, son
ejemplos de ello, Rama y Krishna. Más arriba hemos visto lo que se
llama Avesa. El Páncharátra Pádmasamhitá Charyápada, capítulo XXIV,
versos 131-140, nos enseña cómo se efectúa el Avesa:

Ahora te diré, ¡oh! tú que has nacido en un Loto, el método para


entrar en el cuerpo (Pindam) de otro… El cadáver que se va a
ocupar deberá ser: fresco, puro y de edad mediana, dotado de
todas las buenas cualidades y exento de todas las terribles
enfermedades que son el fruto del pecado (sífilis, lepra, etc.). Es
menester que el cuerpo haya sido el de un brahmín o incluso el de
un Kshatriya. Es preciso colocarlo en un sitio retirado (donde no
haya riesgo de ser interrumpido durante la ceremonia), con la cara
vuelta hacia el cielo y las piernas extendidas. Después, es nece-
sario que te sientes en Yogasana (una posición de yoga) al lado
de sus piernas; pero antes, ¡oh! tú que posees el cuádruple rostro,
habrás necesitado practicar este yoga con una gran concentración
mental. El jiva está alojado en el nabhichakra (plexo solar), brilla

* Especie de cama. (N. del E.)


176 H ojas de un viejo diario

con su esplendor propio y tiene la forma del hamsa (un pájaro*).


Corre a lo largo de los nadis (dos canales de circulación psíquica,
según dicen) Idá y Pingala. Habiendo estado concentrado como
hamsa (por el yoga), pasará por las fosas nasales y, como un
pájaro, volará al espacio. Será menester que te habitúes a este
ejercicio y a enviar el prana a la altura de una palmera, luego a
unos 1500 metros, luego a unos 8000 metros y más, para luego
hacerlo volver a tu cuerpo, donde entrará por las narices y recupe-
rará su sitio natural en el nabhichakra. Es preciso hacer esto todos
los días hasta que alcances la perfección.

Entonces, habiendo adquirido este arte, el Yogui podrá ensayar esta


transferencia psíquica y sentado, como se dijo, retirar de su propio
cuerpo su Prana-jiva, hacerlo entrar en el cadáver escogido, por las
narices, alojarlo en el plexo solar vacío, y desde allí reanimar al
muerto y hacerlo reaparecer como “resucitado”.
La historia de la resurrección del cuerpo del difunto rajá†
Amaraka, de Amritapura por el Sabio Sankaracharya, tal como la
cuenta uno de sus biógrafos, Madhava, es bien conocida. Se encon-
trará un résumé de ella en el artículo “Vida de Sankaracharya, etc.”
aportado por el Sr. (más tarde Juez) K. T. Telang, en la página 69
de The Theosophist de enero de 1880. El Sabio había prometido
responder, transcurrido el plazo de un mes, a las preguntas que
la mujer del Sabio Mándana Misra le hizo acerca de la ciencia del
Amor, aunque él, siendo célibe desde su infancia, no sabía una
palabra de ello. Viajando con sus discípulos, llegó a los alrededores
de Amritapura y vio el cadáver del rajá al pie de un árbol, rodeado
de gente que lloraba. Viendo el medio de adquirir personalmente
los conocimientos deseados, dejó su propio cuerpo al cuidado de
sus discípulos e introdujo su prana-jiva en el cuerpo del Rey, quien,
con gran alegría de sus súbditos, pareció resucitar y volvió a su
capital, donde vivió varios meses la vida del Zenana‡ y pudo así

* Hamsa es “Soham” invertido, lo cual significa: “Yo soy aquello”, refiriéndose a


Parabrahm. De modo que Parabrahm = Jivatma = Soham = Hamsa. Pero al mismo
tiempo, Hamsa es el nombre de un ave divina a la que se le atribuye el don de
separar el agua de la leche; es el símbolo esotérico de Atma. A esto se refiere el
texto “de la forma del pájaro Hamsa”. Hamsa es esa “chispa plateada del cerebro”
esa chispa brillante que “no es el alma misma, sino el halo que la rodea” que
Bulwer Lytton describe de un modo tan vívido en el capítulo XXXI de A Strange
Story. (Olcott)
† Rey o soberano. (N. del T.)
‡ Parte de la casa reservada para las mujeres y su séquito en países como India
o Pakistán. (N. del E.)
Definición de términos 177

responder a todas las preguntas sobre el amor*. No es necesario


entrar aquí en los detalles; no persigo otro objeto que citar eso a
propósito del problema presentado por HPB, como una ilustración
del reconocido poder del Avesa que un Yogui puede llegar a tener.
Madhavacharya lo describe así en el S’ankaravijáya:

Retirando el Váyu (prana) de la extremidad de los dedos de los


pies y haciéndolo salir por el brahmarândhra, el conocedor del
Yoga (Sankara) entró en el cuerpo del muerto (el Rey) y lo ocupó
poco a poco hasta los pies.

Por una curiosa coincidencia, acababa de leer este trozo, cuando


de pronto me acordé de cierta circunstancia. Después de haber
hojeado todos mis viejos memorándums y mis cartas de Nueva
York, encontré lo que sigue, que son unas notas tomadas enseguida
de una conversación con uno de los Mahatmas, un Húngaro de naci-
miento, que esa noche ocupaba el cuerpo de HPB.

Se tapa los ojos y baja la luz de la lámpara que está sobre la


mesa. Le pregunto por qué hace eso. Contesta que la luz es una
fuerza física que, al entrar por los ojos de un cuerpo, desocupado,
encuentra —o mejor dicho, golpea al alma astral del habitante
provisional de un modo tan violento, que podría hacerla salir. Esto
podría traer hasta la parálisis del cuerpo ocupado. Es necesario
tener muchas precauciones para entrar en un cuerpo y no puede
uno encontrarse perfectamente a gusto en él, sino cuando todos
los actos automáticos de la circulación y de la respiración se
adaptan a los del cuerpo habitual del ocupante —porque a cual-
quier distancia que se encuentre, su cuerpo astral queda íntima-
mente ligado al otro. Entonces encendí una luz de gas de la araña,
pero el ocupante se puso enseguida un periódico sobre la cabeza,
para proteger de la luz la parte superior del cráneo. Sorprendido,
le pedí una explicación y me respondió qué una luz fuerte es más
peligrosa aun sobre la cabeza que delante de los ojos.

Entonces yo no había oído hablar nunca de los seis centros vitales


(shat chakras) del cuerpo, y no sabía que el más importante de ellos,
el brahmarândhra, está situado bajo el hueco parietal, y que los
indios tienen la costumbre de quebrar el cráneo del cadáver sobre
la hoguera, para facilitar la salida del cuerpo astral del difunto.
Además, todavía no había leído la historia de Sankaracharya cuando

* Ver “Kama Sutra”. (Olcott)


178 H ojas de un viejo diario

dejó su cuerpo para entrar en el del rajá por ese camino del alma.
Sólo vi la actitud del Mahatma y me sorprendí de su explicación.
Pero ahora el misterio está aclarado y veo la relación entre los casos
de Nueva York y de Amritapura. Este último y las enseñanzas de
la ciencia oculta aria, ayudan a comprender el primero. Mientras
antes caminábamos en las tinieblas y no teníamos ni siquiera
un nombre que dar al fenómeno, ahora comprendemos cómo es
posible a alguien versado en Yoga ocupar el cuerpo de otra persona
viva, cuando el cuerpo astral de ésta ha sido retirado para poner su
envoltura a la disposición de los visitantes. La relación entre esto
y el problema de HPB es de lo más evidente, como voy a tratar de
demostrarlo en el siguiente capítulo.
CAPÍTULO XVII
Reencarnación
1878

A
HORA que hemos probado que “Isis sin velo” fue escrita
en colaboración, vemos confirmadas nuestras críticas de su
autor declarado. Ella sigue siendo un prodigio mental, pero
deja de pertenecer a esa clase de literatos que cuenta con gigantes
de la erudición como: Aristóteles, Longino, Buddhaghosha, Hiouen
Thsang, Alberuni, Madhavacharya, Nasreddin —el filósofo y enci-
clopedista Persa— y en los tiempos modernos, Leibnitz, Voltaire,
Spencer, etc. Se ve con cuánta justicia se estimaba ella misma, y sin
colocarse entre los eruditos, sigue siendo un problema único en el
mundo occidental. Si se rehúsa admitir la hipótesis de que las obras de
Shakespeare fueron escritas por Bacon, la consideración de su natu-
raleza vagabunda y vulgar, viene más bien a sostener que a destruir
la teoría que HPB sólo había sido el agente de grandes inteligencias
vivientes que ejercían contralor sobre su cuerpo y le hacían escribir
cosas muy superiores a sus facultades normales. La comparación es,
naturalmente, por entero ventajosa para Shakespeare, porque sus
obras revelan un conocimiento mucho más profundo de la natu-
raleza humana y una amplitud bastante mayor de ciencia intuitiva
que las de HPB. El espíritu normal del primero (o de quien le hacía
pensar) parece haber abarcado desde el principio todo lo que más
tarde debería utilizar, mientras que la segunda parece haber seguido
un procedimiento diferente de evolución mental. Tomemos por
ejemplo el tema de la Reencarnación, que es la piedra angular de la
antigua filosofía oculta y que ella enseñó en “La Doctrina Secreta”
y en otras obras de sus últimos tiempos. Cuando trabajábamos en
180 H ojas de un viejo diario

“Isis”, esta doctrina no nos era revelada por los Mahatmas y HPB no
hablaba de ella en sus controversias literarias, ni en sus discusiones
de entonces. Ella publicaba y defendía la teoría del paso de las almas
humanas después de la muerte, por una purificación evolutiva en
planetas más espiritualizados. Tengo notas sobre una conversación
mía con un Mahatma, en la que se sostuvo esta teoría. Y esto es lo
que más me intriga, porque si es muy posible que ella, discípula
y agente físico, ignorase esta sólida base filosófica de la teoría de
la Reencarnación, sea por insuficiencia de educación cerebro-psí-
quica, o sea por cualquier otra causa, no comprendo que el Adepto
e Instructor, participase de esta ignorancia. ¿Acaso sería posible que
no le hubiera sido enseñada la Reencarnación a ese Adepto por su
Maestro, y que, así como HPB, tuviese que aprenderla más tarde? Se
dice que hay sesenta y tres grados de Adeptado; no es, pues, impo-
sible. Se me ha dicho que, entre ellos, los había que, aun en posesión
de grandes poderes psíquicos naturales, casi no tenían instrucción.
Y que uno de ellos por lo menos, Ananda, el discípulo favorito del
Buda, no tiene siddhis, a pesar de que posee tal intuición que puede
comprender los escritos esotéricos a primera vista. Mis notas hacen
decir al Maestro que “Las almas van después de la muerte a otros
planetas y las que deben nacer sobre la Tierra, esperan en otros
planetas invisibles”. Esto concuerda con las últimas enseñanzas de
HPB; esos planetas donde comienza y acaba la evolución del alma
humana, que forman parte de nuestra “cadena de globos”. Pero
existe un enorme hiato entre esos dos extremos, que ahora sabemos
está ocupado por las innumerables reencarnaciones de la entidad
viajera. Esto en cuanto a la nota, pero he aquí también lo que HPB
dice inequívocamente en Isis (Vol. I p. 35*).

Ahora vamos a dar algunos fragmentos de esta doctrina miste-


riosa de la Reencarnación —diferente de la transmigración— que
hemos adquirido de una autoridad. La reencarnación, o reapari-
ción dos veces sobre el mismo planeta, de un mismo individuo o
mejor dicho, de su mónada astral, no es una ley en la naturaleza
sino una excepción, como el fenómeno teratológico de un niño con
dos cabezas.

Dice ella que cuando eso sucede, es preciso ver la causa en un acci-
dente que impidió producir a la naturaleza un ser perfecto y la
obliga a recomenzar su obra. Tales excepcionales interferencias,
explica HPB, son los casos de aborto, muerte de niñitos antes de

* En la edición española, p. 65 del Vol. II. (N. del T.)


Reencarnación 181

cierta edad y de idiotez congénita e incurable. En tales casos los


principios superiores no han logrado unirse a los inferiores y no ha
nacido un ser perfecto. Pero:

Si la razón ha sido desarrollada hasta el punto de llegar a ser activa


y discernidora, no hay Reencarnación en esta Tierra, porque las
tres partes del hombre triple han sido reunidas y ya es capaz de
recorrer su camino. Pero cuando el nuevo ser no ha pasado del
estado de mónada o cuando la trinidad no ha sido completada,
como en el caso del idiota, es menester que la chispa divina que
lo alumbra vuelva al plano terrestre porque su primer ensayo fue
vano. De otro modo, las almas mortales o astrales, y las inmor-
tales o divinas, no podrían progresar al unísono y pasar a la esfera
superior.

Las itálicas son mías; he ahí lo que se me enseñó, pero ahora comparto
la opinión de los hindúes y budistas. Ella le dijo al Sr. Walter R. Old
—quien es mi informante— que ella no aprendió la doctrina de
la Reencarnación hasta 1879, cuando nosotros estábamos en India.
Acepto de buen grado este testimonio, que está de acuerdo con lo
que pensábamos y escribíamos en Nueva York, y porque si verda-
deramente ella hubiese conocido esta doctrina cuando escribíamos
“Isis”, no había ninguna razón en el mundo para que me engañase,
ni a los otros tampoco, aunque ella lo hubiese deseado, lo que no
creo.
Nosotros creíamos entonces, y lo decíamos y escribíamos, que
el hombre es una trinidad compuesta de un cuerpo físico, de un
cuerpo astral (alma, el psyché Griego) y del espíritu divino. Esto
puede verse en nuestra primera comunicación a los lectores euro-
peos, en un artículo titulado “Las opiniones de los Teósofos”, que
apareció en el Spiritualist del 7 de diciembre de 1877. En dicho artí-
culo, hablando en nombre de nuestro grupo, yo decía:

Nosotros creemos que el hombre de carne se corrompe y entra


de nuevo en el crisol de la evolución para volver a servir inde-
finidamente. Que el hombre astral (o doble o alma), liberado de
su prisión física, es perseguido por la consecuencia de sus actos,
pensamientos y deseos terrestres. Se convierte, después de un
lapso de tiempo incalculable, durante el cual se purifica de toda
mancha terrestre, en una entidad eternamente unida a su espíritu
divino. O bien, si ha caído en la tierra hasta un punto demasiado
bajo, se hunde más y más en la materia y es aniquilado.
182 H ojas de un viejo diario

Sigo así:

El hombre de vida pura, y aspiraciones espirituales, se siente


atraído hacia un reino más espiritual que nuestra tierra, y es recha-
zado por su influencia”; pero, por otra parte, un hombre vicioso o
enteramente depravado, pierde el espíritu divino durante su vida
y reducido a una dualidad en lugar de una trinidad, al pasar, en
la hora de la muerte, fuera de su cuerpo físico, se disuelve, la
materia grosera vuelve a la tierra y la más sutil se transforma en
bhût o “elementario”, “errando alrededor de las habitaciones de los
hombres, obsesionando a los sensitivos para satisfacer por medio
de ellos sus apetitos depravados, hasta que, gastado al fin por
su misma intensidad, la aniquilación viene a coronar su terrible
carrera.

Tal era la esencia misma de nuestra enseñanza de los primeros


tiempos, respecto a la naturaleza y destino del hombre, y se ve cuán
lejos estábamos entonces, HPB y yo, de creer en la Reencarnación; si
alguno está tentado de creer que el precedente escrito mío aparecido
en el Spiritualist representa sólo mi opinión personal y que ni HPB
ni los Maestros pueden considerarse responsables de mi ignorancia,
le ruego que se documente en el número del 8 de febrero de 1878*
del Spiritualist, que publica una carta de la misma HPB, más o menos
sobre el mismo tema que la mía; ésta había levantado una animada
discusión entre los principales representantes del espiritismo britá-
nico por una parte y C. C. Massey, John Storer Cobb, el Prof. Alex.
Wilder, la Srta. Kislingbury, el Dr. C. Carter Blake, Gerald Massey
y yo, por la otra, y que fue comparada por M. A. Oxon como “una
roca Teosófica precipitada por el brazo vigoroso del Presidente de
la S. T. levantando una tromba” en el pantano fétido del espiritismo
transatlántico. Como siempre, el clarín de HPB despertó los ecos.
Ella se designa a sí misma “una persona vieja y desagradable super-
ficialmente conocida como H. P. Blavatsky”, una frase bien sugestiva;
después continúa: “el Coronel está en correspondencia con sabios
indios que le enseñan más de lo que podría hacerlo una preceptora
tan pobre como yo” y piensa que yo he “ofrecido algunos indicios
bien dignos de consideración, de parte de la gente sin prejuicios”.
En febrero apareció una segunda carta mía, en respuesta a M. A.
(Oxon.), y una muy larga, muy fuerte y muy explícita carta de HPB,
fechada en Nueva York el 14 de enero de 1878, que hizo aparecer

* Parece que esta fecha ha sido escrita por error sobre el recorte en nuestro
“Álbum de Recortes”. Creo que eso debe haber sido el 1° de febrero. (Olcott)
Reencarnación 183

en el Spiritualist el 8 de febrero del mismo año. Vale la pena leer


la carta entera. En dicha carta ella dice, à propos de la necesidad de
reencarnar en que se encuentra un Ego que no ha podido unirse
a la dualidad físico-psíquica de un niño muerto prematuramente.

El ciclo del hombre no está completo sino cuando ha llegado a


ser individualmente inmortal; no puede esquivarse ninguna prueba
ni experiencia. Es preciso que haya sido hombre antes de ser
espíritu. Un niño muerto prematuramente es una equivocación de
la Naturaleza, él debe vivir nuevamente; y que la misma psyché
vuelva a entrar en el plano físico por medio de otro nacimiento.
Tales casos, junto con aquellos de los idiotas congénitos, son,
como se ha dicho en “Isis sin velo”, los únicos casos de reencarna-
ción humana. ¿Puede hablarse más claramente? [Olcott]

Nos embarcamos en Nueva York para India, el 17 de diciembre


de 1878, y algunos días antes, HPB envió a la Revue Spirite de París
un artículo que apareció en esa revista el 1° de enero de 1879,
en respuesta a varias críticas. Esta vez describe al hombre como
formado por cuatro principios; una “tetraktis” o cuaternario. Lo
traduzco:

Sí, “para los Teósofos de Nueva York, el hombre es una trinidad y


no una dualidad”. Pero es aún más que eso, porque contando al
cuerpo físico, el hombre es un Tetraktis o cuaternario. Pero, inde-
pendientemente de que esta doctrina, encuentre el apoyo que tuvo
por parte de los grandes filósofos de la Grecia antigua, no se la
debemos a Pitágoras, ni a Platón, ni aún a los célebres Theodi-
daktoi de la escuela de Alejandría. Más adelante, hablaremos de
nuestros Maestros.

Después de haber citado a varias autoridades antiguas en apoyo de


sus afirmaciones, prosigue: “nuestros Maestros [aquellos de quienes
hemos aprendido la doctrina —Olcott], son: Patanjali, Kapila,
Kanada, todos los sistemas y todas las escuelas Aryavarta, que han
sido un filón inagotable para los filósofos griegos desde Pitágoras
hasta Platón”. No todas las escuelas indas, sin embargo, puesto que
las antiguas sectas de los Charvakas y de los Brihâspatis, negaban la
supervivencia del hombre después de la muerte y forman el proto-
tipo casi perfecto de nuestros Materialistas modernos. Es preciso
indicar también que Patanjali, Kapila y otros Maestros que cita,
enseñan que la Reencarnación es una ley en la Naturaleza, mientras
que nosotros hacíamos de ella una excepción.
184 H ojas de un viejo diario

Finalmente, la doctrina de la Reencarnación fue enteramente


aceptada y explicada, tanto en su sentido esotérico, como en el
exotérico. Pero no fue públicamente enseñada desde 1879, porque
no se la menciona en los dos primeros volúmenes de The Theosophist,
y no hizo su aparición hasta que se publicó en el tercero, con el
título “Fragmentos de Verdad Oculta”, una serie de ensayos escritos
principalmente por el Sr. A. P. Sinnett, basados en las enseñanzas que
él recibió de los Maestros y de HPB. Yo la había recibido en Ceilán
*
bajo su sencilla forma exotérica, y la incorporé al libro “Catecismo
Budista”, cuya primera edición, sometida al examen del Sumo
Sacerdote Sumangala Thera, apareció en julio de 1881. Ese catecismo
no era, naturalmente, más que una exposición de las doctrinas del
budismo del sur, y no una proclamación de creencias personales.
La exposición de la teoría de la Reencarnación fue bastante pobre
en esta primera edición, pero en la edición revisada de 1882, yo
definí la relación del Ser actualmente reencarnado con la de sus
predecesores, y respondí a la pregunta de por qué no nos acordamos
de nuestras vidas pasadas. Una conversación con Sumangala Thera
sobre la moralidad de la teoría del karma, me llevó a escribir la nota
que trata de la diferencia entre la Personalidad y la Individualidad,
entre la memoria física o recuerdo de las cosas que corresponden a la
conciencia habitual y la memoria espiritual que se refiere a las expe-
riencias del Yo Superior y su Individualidad. Aun no se había hecho
esa distinción, pero fue enseguida adoptada y ha sido propagada por
nuestros principales escritores Teósofos a partir de esa época. HPB
la introdujo en “La Clave de la Teosofía” (p. 130 y 134) ampliándola
y acompañándola con varios ejemplos. He ahí hechos históricos,
cuyas relaciones con lo que venimos tratando, son muy evidentes.
En el artículo que encabeza el primer número de The Theosophist
(“¿Qué es Teosofía?”, Vol. I, p. 3, octubre de 1879), se encuentra la
primera declaración de HPB, de que la Reencarnación es uno de
los elementos de la fe Teosófica. Es solo una simple alusión y nada
más. Dice:

La Teosofía, cree también en la anastasis o continuación de la


existencia, y en la transmigración (evolución) o serie de cambios
en el alma, que puede ser sostenida y explicada sobre estrictos
principios filosóficos; sencillamente, haciendo la distinción entre

* Ceilán adquirió su independencia en 1948. En 1972 cambió su nombre a Sri


Lanka y pasó a ser una república, cortando sus últimos lazos con Gran Bretaña.
Reencarnación 185

paramátmá (alma suprema o transcendental) y jivatma (el alma


animal o consciente), de los vedantinos*.

Lo que dice en el artículo es muy vago y no ayuda mucho a resolver


el problema. Pero en un pie de página ella prometía una serie de
artículos sobre “Los grandes Teósofos del mundo”, en los que, dice
ella, demostraremos que, desde Pitágoras, que recibió su sabiduría
de India, hasta nuestros mejores filósofos y Teósofos modernos
—David Hume, Shelley, el poeta inglés, e incluyendo a los espiri-
tistas de Francia— muchos han creído o creen aún en la metempsí-
cosis o Reencarnación del alma, etc. Pero no define claramente su
propia convicción. Desdichadamente, la serie de artículos prome-
tida no apareció jamás, pero es posible que eso haya sido el germen
de su intención de consagrar uno de los futuros volúmenes de “La
Doctrina Secreta” a la historia de los Grandes Adeptos.
La famosa serie de ensayos del Sr. Sinnett, titulada “Fragmentos de
Verdad Oculta”, comenzó en el N° 1, del Vol. III., de The Theosophist,
con un artículo de HPB, respondiendo al Sr. Terry, de Melbourne,
quien censuraba el punto de vista antiespiritista de los Teósofos.
En ese primer “Fragmento”, ella reproducía la enseñanza de Nueva
York, o sea, que después de la muerte, el alma pasa a otro mundo:

El así llamado mundo de los efectos (en realidad es un estado


y no un lugar) y allí, purificada de una parte de sus impurezas
materiales, desarrolla un nuevo Ego que deberá renacer (después
de un corto período de libertad y de placer) en el siguiente mundo
superior de causas, un mundo objetivo semejante a nuestro globo
actual, pero más elevado en la escala espiritual y en el que la
materia y las tendencias materialistas desempeñan un papel
menos importante que aquí.

Vemos bien el postulado de la reencarnación, no en este mismo


globo y por el mismo Ego, sino por otro que se desarrolla durante
el tiempo de residencia interplanetaria. En el Fragmento N° 3
(The Theosophist, septiembre de 1882) nos presenta al Ego después
de haber pasado el tiempo necesario —según sus méritos, lo que
concuerda con la doctrina de Srî Krishna en el Bhagavadgita— en
un estado de felicidad (Devachan†), pasando enseguida “al siguiente

* Anastasis no significa Reencarnación, sino resurrección de la misma persona


después de la muerte, y jivatma no es el alma animal, como hasta el más joven
Teósofo lo sabe. (Olcott)
† Del tibetano: plano mental, superior al astral; corresponde al svarga indio, al
cielo de los cristianos, musulmanes y zoroastrianos, al sukhâvati budista. (N. del T.)
186 H ojas de un viejo diario

planeta superior” o bien renaciendo en este mundo “si aún no ha


cumplido su número determinado de vidas terrestres”. Hasta ese
momento, nada se había publicado aún acerca de un número deter-
minado de Reencarnaciones en este globo o en los otros; sólo se
había trazado el esquema de una peregrinación psíquica o progreso
evolucionista de estrella en estrella, del Yo Divino que reviste un
nuevo cuerpo-alma en cada palingenesia.
Fuimos a Simla en 1880, y el Sr. A. O. Hume tuvo entonces la
buena fortuna, ya obtenida por el Sr. Sinnett, de entrar en corres-
pondencia con nuestros Mahatmas. HPB volvió sin mí a Simla
en 1881 y esos dos amigos arriba mencionados recibieron de los
Maestros la teoría de la Reencarnación. El Sr. Sinnett la expuso en
el Fragmento N°4 (The Theosophist, Vol. IV, N° 1, octubre de 1882),
donde sienta las bases de la doctrina de la Reencarnación, en serie
mayor y menor de razas-raíces y subrazas, extendiéndose a otros
planetas de la cadena a que la Tierra pertenece. El Sr. Hume hizo lo
mismo en sus Hints on Esoteric Theosophy (Calcuta, agosto de 1882), en
donde él sintéticamente dice que “el hombre debe cumplir nume-
rosas vueltas completas al ciclo entero (quiere decir la cadena) de
los planetas. Y debe vivir numerosas veces en cada planeta y en cada
ronda, cada vez. En un cierto punto de su evolución, cuando ciertas
porciones de sus elementos sutiles se han desarrollado, adquiere la
responsabilidad moral” (op. cit., p. 52).
Así fue como seis años después de mi conversación en Nueva
York con el Mahatma, la idea fundamental y necesaria de la
Reencarnación, se lanzó desde el mismo país en que ha nacido,
sobre el océano del pensamiento occidental.
He sido obligado a trazar su evolución dentro de nuestras líneas
a riesgo de cometer una pequeña digresión, ya que esto es nece-
sario para el futuro bienestar de la Sociedad, mostrar lo aparente-
mente infundado de la teoría de que nuestro presente gran cuerpo
de enseñanzas había estado en posesión de HPB desde el primer día.
Considero esa teoría como perniciosa y sin fundamento; si estoy
equivocado, me sentiré feliz de ser corregido. Pero su aceptación
nos obligaría a admitir que ella, consciente y voluntariamente, se
prestó a un engaño y a la enseñanza de una falsedad en “Isis” y más
adelante. Creo que ella escribía entonces y siempre según sus luces
y que era tan sincera negando la Reencarnación en 1876-78, como
afirmándola después de 1882. Ahora bien, ¿por qué se nos dejó
incluir esa falsa doctrina en “Isis”, y, sobre todo, por qué me fue
enseñada personalmente por un Mahatma? Eso es lo que no puedo
explicar, a menos de que haya sido víctima de un encanto aquella
noche en cuestión de creer que estaba hablando con un Maestro.
Reencarnación 187

Dejemos eso. Los Maestros podían dictar lo que querían a HPB, o


podían escribir con su mano cuando ocupaban su cuerpo, y podían
ponerme en estado de escribir, proporcionándome ideas y esbozos,
y estimulando mi intuición. Pero a pesar de todo, no nos enseñaron
ciertamente lo que llamamos ahora la verdad de la Reencarnación,
y no nos impusieron silencio respecto a ese asunto. No recurrieron
a generalidades vagas, de las que pudiera deducirse una apariencia
de aquiescencia a nuestras ideas actuales, y no intervinieron para
impedirnos escribir y enseñar esa herética y anticientífica idea de
que la entidad humana, salvo raras excepciones, no puede reencar-
narse en el mismo planeta.*
Volviendo al tema de la ocupación (avesa) del cuerpo de HPB,
había de ello pruebas continuas por poco que uno prestase aten-
ción. Supongamos que el Maestro A o B hubiese estado “de guardia”
desde hacía una hora o dos, trabajando en “Isis”, solo o conmigo,
y que estuviera diciendo algo a mí o a un tercero. De pronto ella
(¿él?) dejaba de hablar, se levantaba y salía de la sala con un pretexto
cualquiera. Al cabo de un momento, volvía y miraba a su alrededor
como una persona que llega a una reunión, liaba un cigarrillo y decía
algo que no tenía ninguna relación con la conversación precedente.
Si alguno quería volver a ella y pedía explicaciones, ella se mostraba
cohibida, incapaz de reanudar el hilo del argumento, y tal vez hasta
se contradecía plenamente. Si se le hacía notar esto, se encolerizaba
seriamente y decía tonterías, o bien parecía mirar dentro de sí y
respondía distraídamente “¡Oh! sí, disculpe” y hablaba de otra cosa.
Esos cambios eran a veces rápidos como el relámpago, y yo mismo,
cuando olvidaba sus personalidades múltiples, me irritaba con
frecuencia al verla cambiar constantemente de opinión y renegar
descaradamente de lo que acababa de decir cinco minutos antes.
Poco a poco se me explicó que, al entrar en un cuerpo vivo, hace
falta un cierto tiempo para establecer el contacto de su conciencia
con la memoria del ocupante anterior y que uno puede equivocarse,
como ya lo he explicado, si se desea continuar la conversación antes
de que la adaptación sea completa. Esto coincide con lo que me dijo
en Nueva York un Mahatma, de la ocupación y con la descripción de
la forma que, según el Shankaravijâya†, Shankara entró en el cuerpo

* Algunos amigos influyentes han tratado de persuadirme de que sería mejor


omitir toda la argumentación precedente sobre el génesis de la idea de
Reencarnación dentro de nuestro movimiento, pero no veo que sea mi deber
obrar así. Así como no voy a ocultar más hechos importantes, tampoco haré
falsas declaraciones. (Olcott)
† En una conferencia que pronuncié recientemente en Calcuta sobre el “El paren-
tesco entre el hinduismo y el budismo”, expuse que los mejores Orientalistas
188 H ojas de un viejo diario

del difunto rajá Amaraka: “entró y lenta, gradualmente ocupó poco


a poco todo el cuerpo del muerto hasta los pies”. La explicación
del modo como los dos jivas se funden en un mismo corazón y en
un mismo organismo físico, (Cap. XVI) se aplica a la fusión de las
dos conciencias, y hasta que esta no sea completa, debe producirse
una gran confusión en las ideas, los recuerdos y las afirmaciones,
como lo he relatado de HPB, que con frecuencia debió intrigar a
sus visitas. A veces, cuando estábamos solos, el Alguien decía al
marcharse: “Es preciso que deje esto en el cerebro a fin de que mi
sucesor lo encuentre”. O bien quien llegaba, después de saludarme,
me preguntaba: ¿qué se hablaba antes del “cambio”?
He dicho antes, que varios Mahatmas al escribirme, me hablaban
del cuerpo de HPB como de una envoltura habitada por uno de
ellos. Encuentro en mi Diario, en la fecha del 12 de octubre de
1878 la siguiente nota, de la letra del Mahatma “M” en los manus-
critos de HPB: “HPB habló sola con W. hasta las 2 a. m. Él confiesa
que vio en ella tres diferentes individualidades. Él lo sabe pero
no se atreve a decírselo a Olcott, ¡¡¡por temor a que Olcott se burle
de él!!!”. Los puntos de exclamación y el subrayado, son reprodu-
cidos exactamente. El “W” de quien se trata, era el Sr. Wimbridge,
entonces nuestro huésped. Para comprender cómo se encuentra en
mi Diario privado una nota escrita por un tercero, es menester
saber que cuando por mis asuntos tenía que salir de Nueva York, lo
que hice varias veces ese año, el diario era continuado por “HPB”,
un sustantivo colectivo*. La misma mano escribe el siguiente día (13
de octubre) a propósito de uno de los siete visitantes que vinieron
esa noche, “El Dr. Pike se sobresaltó varias veces al mirar a HPB
y dijo que nunca nadie en el mundo le había dado tanta impre-
sión. ¡Ya sea que vio a HPB como una joven de 16 años, o como
una anciana de 100, o bien como un hombre barbudo!”. El 22 de
octubre, de la misma mano: “HPB los dejó en el comedor [a nues-
tras visitas de esa noche —Olcott] y se retiró a la biblioteca con
HSO para escribir unas cartas. N… [un cierto Mahatma —Olcott]
dejó su puesto y llegó S… [otro Adepto —Olcott] con órdenes de ⸫
para que se tuviese todo preparado el 1° de diciembre” [para nuestra
partida para India —Olcott]. El 9 de noviembre, dice otra escritura
modificada de HPB: “El cuerpo está enfermo y no hay agua caliente

consideran apócrifo al Shankaravijâya. Conservo la cita, solamente por la descrip-


ción del avesa. (Olcott)
*  En inglés, the noun of multitude, que equivale a collective noun, o sustantivo colectivo.
La referencia es a que su nombre servía para designar a muchos seres. (N. del T.)
Reencarnación 189

para bañarlo. Bonito furgón*. El 12 de noviembre, de la escritura


de “M”: “HPB me ha dado el chasco de desmayarse de pronto, con
gran desconcierto de Bates y de Wim. Utilicé el gran poder-vo-
luntad para poner en pie al cuerpo”. El 14 de noviembre, igual letra:
“N… levantó el campamento y entró M. [significa que el primero se
fue del, y el segundo entró al, cuerpo de HPB —Olcott], vino con
órdenes precisas de ⸫, tienen que partir a lo sumo, del 15 al 20 de
diciembre [para India —Olcott]”. El 29 de noviembre, otro Mahatma
escribió que él ha “respondido a la tía rusa”; la tía tan querida de
HPB. Finalmente, para no prolongar demasiado tiempo este tema,
el 30 de noviembre un tercer Mahatma escribe: “Belle Mitchell vino
a mediodía y llevó a S… [Mahatma M. —Olcott] a pasear a pie y en
coche. Estuvo en casa de Macy. Tuvo que materializar rupias. HPB
volvió a las cuatro, etc.”. Poseo también diversas cartas de Mahatmas
en las que hablan de HPB refiriéndose a su propia capacidad indivi-
dual, a veces hablando muy francamente sobre sus peculiaridades,
bien y mal, y una vez fui enviado por los Maestros con instrucciones
escritas, en misión confidencial a otra ciudad, para hacer que se
realizasen ciertos acontecimientos necesarios a su evolución espiri-
tual; aún tengo el documento. Una larga carta recibida en Rajputana
en 1879, desconoce raramente su sexo, habla de ella en masculino
y la confunde con el Mahatma M., conocido como nuestro Gurú.
La carta dice, a propósito de un primer texto de la carta, que había
sido escrito, pero no me había sido enviado: “A causa de ciertas
expresiones, esta carta ha sido interpretada por orden de nuestro
Hermano HPB. Como él (ella) es quien está encargado de usted y
no yo, no tenemos nada que reclamar, etc.”. Y también: “Nuestro
hermano HPB ha notado en Jeypur, con razón que, etc.”. Del prin-
cipio al fin, es una bella epístola, y si el asunto que trata se refiriese
al que nos ocupa en este momento, estaría tentado de publicarla,
para hacer ver el elevado valor de la correspondencia que duró años
enteros entre mis benditos Instructores y yo. En esta misma carta se
me contestó a mi deseo de retirarme del mundo para irme a vivir
con ellos, que, “El único medio a su alcance para alcanzarnos, es
a través de la Sociedad Teosófica”, a la que se me instaba a consolidar,
hacer avanzar y progresar; tenía que aprender a olvidarme de mí
mismo. Mi corresponsal agrega: “Ninguno de nosotros vive para sí
mismo; todos vivimos para la humanidad”. Tal era el espíritu de
mis instrucciones y la idea inculcada a lo largo de “Isis sin velo”.
Cualesquiera que sean los defectos literarios de ese libro; que el

*  En inglés, caboose, el último vagón de un tren, donde se transporta la carga.


(N. del T.)
190 H ojas de un viejo diario

autor haya sido acusado de plagio o no, he aquí la esencia misma


de su argumentación: el hombre es de naturaleza compleja, animal
en un extremo, divina en el otro, y la única verdadera y perfecta
existencia exenta de ilusión, de dolor y de pena, es la del espí-
ritu, la del Yo Superior, porque su causa —Ignorancia— en ella no
existe más. El libro incita a vivir bien y noblemente, a desarrollar
el espíritu y una ternura y simpatía universales. Enseña que existe
un Sendero ascendente, accesible a los sabios valientes. Remonta
todo el conocimiento y las especulaciones modernas a sus arcaicas
fuentes. Y proclamando en el presente, como se hizo en el pasado,
la existencia de los Adeptos, nos estimula para esforzarnos hacia el
ideal que nos muestra.
Cuando apareció, el libro causó tal sensación, que la primera
edición se vendió en diez días*. En conjunto, los críticos se mostraron
benévolos. Uno de los más notables entre ellos, el Dr. Shelton
Mackenzie, dice que “es una de las obras más notables que han
aparecido desde hace años, por la originalidad del pensamiento,
la profundidad de las investigaciones y su filosofía, la extensión
y la variedad de los conocimientos” (Phila. Press, 9 de octubre de
1887). El crítico literario del NY Herald (30 de septiembre de 1877)
dice que los espíritus independientes “acogerán este nuevo libro
como una valiosa contribución a la literatura filosófica”, y que va a
suplementar “el Anacalypsis de Godfrey Higgins”. Las dos obras se
parecen mucho… Con sus salientes originalidades, su audacia, su
versatilidad y la prodigiosa variedad de los temas tratados, hacen de
él una de las producciones notables de este siglo”. El Dr. G Bloede,
un erudito alemán, dice que “bajo toda consideración se sitúa entre
las más importantes contribuciones contemporáneas a la ciencia
del espíritu, y es digno de la atención de todos los que la estudian”.

* Puede leerse en el American Bookseller (octubre de 1877): “La venta… es sin


precedente para una obra de su clase; la edición entera se agotó a los diez días
de su publicación. Godfrey Higgins publicó en 1783 su Anacalypsis, un trabajo
de similares características, y aunque se imprimieron sólo 200 ejemplares, a la
muerte del autor, unos años más tarde, muchos quedaban sin vender, y fueron
cedidos en un lote por sus herederos a un librero de Londres. Este libro se ha
hecho excesivamente raro y se paga por él fácilmente unas 100 libras. El mundo
ha envejecido desde los tiempos de Higgins y el libro de Mme. Blavatsky es más
interesante que el suyo. No obstante, el éxito es muy notable y sobrepasa las
expectativas del editor”. Perfectamente cierto; y el Sr. Bouton quedó tan asom-
brado y satisfecho, que el domingo, 10 de febrero de 1878, en mi presencia,
ofreció a HPB 5000 dólares por la primera edición de un libro en un volumen,
que levantase algo más el velo de Isis, si quisiese escribirlo para él. Se proponía
tirar solo 100 ejemplares, a 100 dólares cada uno. Aunque ella tenía mucha
necesidad de dinero, rehusó diciendo: que no le estaba permitido por entonces,
divulgar más secretos arcanos como lo había hecho en “Isis”. El Sr. Bouton vive
aún y podría dar fe de esto. (Olcott)
Reencarnación 191

Algunas apreciaciones demuestran por su ligereza y sus ideas


preconcebidas, que los autores ni habían leído el libro. Por ejemplo,
el Springfield Republican dice que es “un gran plato de sobras reca-
lentadas”. El NY Sun lo clasifica, junto con otras obras similares
antiguas, entre “los restos echados al basurero”. El editor del NY
Times escribió al Sr. Bouton: que sentía no poder tocar “Isis sin velo”
porque sentía “un santo horror a Mme. Blavatsky y a sus cartas”. El
NY Tribune dice que “su erudición es superficial y mal digerida”, y
“sus descripciones incoherentes del brahmanismo y del budismo,
muestran en el autor más presunción que ciencia”. Y cosas por el
estilo. Lo que importa es que el libro se ha hecho clásico —como
el Sr. Quaritch lo había predicho al Sr. Bouton*, que ha tenido un
crecido número de ediciones y que al cabo de dicisiete años, lo
piden en el mundo entero. En el momento de la publicación, hice,
naturalmente, todo lo que pude para hacerlo conocer en el círculo
de mis relaciones. Recuerdo haber encontrado poco después a uno
de mis amigos —alto funcionario legal— en la calle, donde amisto-
samente me enseñó el puño diciendo: “Es preciso que yo le insulte
a usted”. “¿Por qué?”, le pregunté. “¿Por qué? Porque usted me ha
hecho comprar “Isis sin velo” y lo encontré tan fascinante que mis
causas legales sufren las consecuencias y he pasado las tres cuartas
partes de las dos últimas noches leyéndolo. Y eso no es todo: ese
libro me hace sentir qué hombres tan pequeños y sin importancia
somos, en comparación con esos místicos y filósofos orientales que
ella nos describe tan bien”.
El primer dinero recibido por un ejemplar de “Isis” me fue
enviado con el pedido, por una señora natural de Styria. Lo guar-
damos como “amuleto”, y ahora está en un cuadro, en las oficinas
de The Theosophist en Adyar.
Lo más exacto que se ha dicho referente a “Isis” fue esta frase de
un autor norteamericano: “En ese libro hay una revolución”.

* El Sr. Quaritch escribe a el Sr. Bouton desde Londres, el 27 de diciembre de


1877, en una carta que tuvo a bien darme, como un estímulo: “El libro hará cier-
tamente su carrera en Inglaterra y se convertirá en un clásico. Estoy contento de
ser el encargado para su venta en Inglaterra”. Agregaré que nosotros estábamos
aún más contentos que él, por conocer su reputación de poseer una energía
indomable y grandeza de alma. (Olcott)
CAPÍTULO XVIII
Los comienzos de la Sociedad
1878

E
NTRE los actos públicos que contribuyeron a difundir la
notoriedad de nuestra Sociedad en sus comienzos, hay que
contar el salvamento de un grupo de árabes sin recursos y su
repatriación a Túnez. Esto no tocaba a la Teosofía más que por el lado
humanitario; por consiguiente, altruista y todo esfuerzo altruista es
esencialmente teosófico. Además, el elemento religioso intervenía
como uno de los factores. En una palabra, he aquí la historia:
Cierta mañana de un domingo, en el mes de julio de 1876, está-
bamos HPB y yo, en la “Lamasería”, solos, leyendo los diarios de la
mañana, cuando vimos que un grupo de nueve árabes musulmanes
náufragos acababa de ser desembarcado de la goleta Kate Foster que
llegaba de la Trinidad. Sin dinero ni protección y sin hablar una
palabra de inglés, habían andado errantes durante dos días por las
calles, sin comer; después el Secretario del Cónsul de Turquía les
había dado algunos panes y por orden de Su Señoría, el Alcalde
de Nueva York fueron alojados provisionalmente en el Hospital
Bellevue. Desgraciadamente para ellos, ciertas Nuevas Leyes sobre
la inmigración, que habían sido adoptadas en marzo pasado por los
Comisarios de la Asistencia Pública y de la Junta de Emigración,
impedían a ambos cuerpos constituidos intervenir en su favor.
Los diarios explicaban que esos árabes no estaban en posesión de
ningún documento que acreditase su nacionalidad y no se sabía a
qué cónsul incumbía la responsabilidad de mantenerlos; los habían
llevado en vano al cónsul de Turquía y al de Francia, y el porvenir
se presentaba sombrío ante ellos si la caridad privada no intervenía.
194 H ojas de un viejo diario

¡Aún nos veo, después de esta lectura! HPB y yo, uno junto al otro,
mirando por la ventana del sur y deplorando la suerte de esos
pobres náufragos. Lo que más nos conmovía es que eran musul-
manes: paganos, colocados por su religión, fuera de los lazos de
la afinidad fraternal, entre un pueblo cristiano que, aun aparte de
todo prejuicio, tenía que acudir demasiado a menudo en ayuda de
sus propios correligionarios. Por lo tanto, esos desdichados tenían
todo derecho a la ayuda de otros paganos, como lo éramos noso-
tros, y se decidió enseguida que me pondría en campaña. Bajo los
auspicios del Alcalde de Nueva York, conseguí reunir una suscrip-
ción de 2000 dólares, que permitió proveerles de todo lo necesario
y enviarlos a Túnez al cuidado de un Miembro de la Sociedad. Se
puede leer la historia detallada en el número de septiembre de 1893
de The Theosophist.
Como lo dije en un capítulo anterior, uno de los más agradables
recuerdos de esos primeros años teosóficos es nuestra correspon-
dencia con personas serias y cultas de ambos sexos, entre las cuales,
especialmente dos tuvieron un lugar aparte en nuestros afectos:
Charles Carleton Massey y William Stainton Moseyn (o su defor-
mación, Moses). Se ha visto más arriba (Capítulo IV) el tema general
de esta correspondencia. Los nombres de esos dos fieles amigos
no se borrarán jamás de mi memoria. Para nosotros, representá-
bamos naturalmente al grupo conservador del ocultismo oriental.
Stainton Moseyn (Moses) era un espiritista progresista, buscador de
la verdad, de superior educación, y era bien considerado, el hombre
más capaz de su grupo. En cuanto a Massey, se mantenía entre los
dos extremos, estudiando los fenómenos con candor y convic-
ción, el espíritu inclinado a la metafísica, y siempre dispuesto a
venir al encuentro de toda idea nueva en cuanto la proponíamos.
Este intercambio de cartas —algunas de ellas bastante largas para
merecer el nombre de ensayos— continuó entre nosotros cuatro
durante varios años, en el curso de los cuales fueron ampliamente
discutidos una gran variedad de temas interesantes, importantes,
hasta vitales, para los estudios psicológicos. Creo que el que fue
más ampliamente tratado se refiere a los Espíritus Elementales, su
lugar en la Naturaleza y sus relaciones con la humanidad. Hice ya
alusión a él en nuestro primer manifiesto europeo (ver lo dicho
más arriba), pero fue enseguida ahondado con todo lo que con ellos
se relaciona. Siento mucho que los herederos de Stainton Moseyn
no me hayan enviado aún los papeles que me hubiesen sido tan
útiles para redactar mi historia; ésta hubiera sido más interesante,
al poder comparar las cartas de HPB y las mías con las que he
conservado de nuestros amigos. S. M. emprendió el estudio de los
Los comienzos de la Sociedad 195

fenómenos mediumnísticos, solo para establecer su autenticidad o


su impostura, pero pronto se encontró con que era médium a pesar
suyo, y sujeto a los fenómenos más extraordinarios, que se produ-
cían de día como de noche, hallándose solo o acompañado, y pronto
el viento se llevó todas las ideas científicas y filosóficas que había
adquirido en Oxford, y se vio obligado a adherirse a nuevas teorías
sobre la materia, la fuerza, el hombre y la naturaleza. La Sra. Speer,
su amiga y benefactora, hacía publicar en el Light reportes sema-
nales de las sesiones efectuadas por S. M. en casa del Dr. Speer, y
me atreveré a decir que nunca se publicó una serie tan interesante
sobre mediumnidad, porque no podría encontrarse en el pasado
ni en el presente un médium mejor dotado que mi hermano de
elección, hoy difunto. Sobre todo, era superior por la variedad de
sus fenómenos que eran, tanto físicos como psíquicos y todos en
gran medida instructivos, unidos a dotes intelectuales cuidadosa-
mente cultivadas, que se traducían en el valor de sus transmisiones
psíquicas y en su testarudez de no creer nada de lo que le decían
los pretendidos espíritus, si él no lo podía comprender. La mayor
parte de sus instrucciones las recibió por escritura automática de
su propia mano, como el Sr. Stead recibe ahora sus instrucciones de
Julia. Cuando su atención estaba consagrada por entero a un libro o a
una conversación, su mano escribía por sí misma, a veces una media
hora seguida, y cuando leía las páginas así llenadas, encontraba en
ellas pensamientos originales, ajenos a sus propias convicciones, o
respuestas perentorias a preguntas, con frecuencia planteadas en
otras circunstancias. Estaba absolutamente convencido de que su
mano era dirigida en esos casos por una inteligencia diferente de la
suya, y lo afirma con vehemencia, en las cartas que nos escribía. No
admitía que pudiese ser su inconsciente, sino uno o varios espíritus
a los que decía conocer perfectamente de vista (clarividente), de
oído (clariaudiente) y por la escritura, como conocía a sus amigos
vivos. Por nuestra parte, sosteníamos que eso no estaba probado y
que por lo menos había una probabilidad de que fuese su yo oculto,
que firmaba “Imperator”, y de que, en cuanto a sus fenómenos,
fuesen producidos por Elementales sometidos momentáneamente
al poder de su fuerte voluntad. Comparando mis documentos, me
parece que varios de sus más notables fenómenos son casi idén-
ticos a los que HPB nos regalaba en Nueva York. Y siendo éstos,
según su propia confesión, obra de los Elementales a su servicio,
no veo porqué habría de ser de otro modo con los de Stainton M.
Ejemplos: las “campanas de las hadas” que se oían en el aire; los
deliciosos perfumes que exudaban del cuerpo del psíquico, en HPB
de las palmas de las manos y en S. M. del cráneo; las luces flotando
196 H ojas de un viejo diario

en el espacio, las precipitaciones de escritura sobre superficies


fuera del alcance del operador: las materializaciones de piedras
preciosas y otros objetos; la música nacida del aire; las piedras que
cambiaban de color y perdían su brillo cuando ellos caían enfermos
(ambos las poseían); la desintegración de lápices de color o minas
de grafito empleadas en las precipitaciones de escritura; idénticos
perfumes orientales que revelaban la presencia de ciertas inteligen-
cias versadas en las Ciencias Ocultas; la percepción de Oxon en la
luz astral de puntos luminosos en triángulo, formando el símbolo
místico de la Logia oriental de nuestros Mahatmas; y finalmente, la
facultad de salir del cuerpo físico en el "doble", retener la conciencia
y retomar la ocupación del cuerpo al final del vuelo del alma. Tantos
parecidos en los experimentos, traía consigo, como es natural, una
gran simpatía mutua entre los dos grandes psíquicos, y S. M. estaba
muy deseoso de aprovechar todas las instrucciones o indicaciones
de HPB para ampliar sus conocimientos sobre el otro mundo y
alcanzar ese imperio absoluto sobre su naturaleza psíquica, que es
necesario para el adeptado.
En el siguiente capítulo se verá el efecto de este cambio de
opiniones sobre el pensamiento de S. M. y sobre las enseñanzas de
“Imperator” en el círculo de los Speer. También tendré que hablar
de lo que piensan los indios cultos acerca del peligro y la puerilidad
de los fenómenos psíquicos producidos por mántrikas, que operan
con encantamientos.
CAPÍTULO XIX
Opiniones contradictorias
1878

L
OS polos no están más alejados el uno del otro que el punto
de vista de los espiritistas occidentales, del de los asiáticos, en
cuanto a la comunicación de los vivos con los muertos. Los
espiritistas la alientan, tratan de desarrollar las facultades medium-
nímicas en ellos mismos o en los suyos, dan vida a numerosos
diarios e imprimen muchos libros para publicar y discutir sus fenó-
menos, y consideran a éstos como prueba científica de la existencia
de otra vida. Los asiáticos censuran esas fantasías necrománticas, en
las que ven tan sólo excesos del alma y afirman que con eso se causa
un mal incalculable, tanto a los vivos como a los muertos, retar-
dando la natural evolución del espíritu humano y la adquisición del
gnanám o conocimiento superior. Con frecuencia, en las sesiones de
Europa y EE. UU., se ve a las personas más nobles, mejores y más
instruidas, sentadas alrededor de las mesas, junto con otras que son
el extremo opuesto. En Oriente, por regla general, los hechiceros
y médiums no hallan consideración más que entre los parias o las
castas inferiores. En Occidente, las familias se muestran más bien
satisfechas al descubrir un médium entre sus miembros, mientras
que en India esto se considera como una vergüenza, una calamidad,
en fin, algo que hay que deplorar y ahogar lo más pronto posible.
Bajo la influencia de sus ancestrales tradiciones y de sus libros
sagrados, los hindúes, los budistas, los seguidores de Zoroastro y
los musulmanes, están por completo de acuerdo sobre ese punto.
No sólo desaprueban la relación con los muertos, sino también la
exhibición de poderes psíquicos, ya naturales, ya adquiridos por
198 H ojas de un viejo diario

prácticas ascéticas. Así, pues, un brahmán hindú vería con el mismo


desprecio los fenómenos de M. A. Oxon, el médium, que los de
HPB, una taumaturga instruida. No dan a los fenómenos psíquicos
más que un valor muy pequeño como prueba de la inmortalidad
del alma, porque no buscan en los problemas de la psicología occi-
dental un estímulo intelectual y porque todas sus religiones parten
de la hipótesis primordial de la existencia del espíritu; desprecian a
los médiums obsesados y los consideran como impuros, sintiendo
sólo un respeto muy mitigado, hacia quienes vulgarizan sus siddhis
mostrándolos. El desarrollo de una larga lista de siddhis ocurre
natural y espontáneamente en el progreso del entrenamiento
Yóguico, de los cuales, sólo ocho: anima, mahima, laghima, etc. —en
resumen, los ashta siddhis*—pertenecen al estado espiritual supe-
rior; los otros dieciocho se refieren al plano astral y a nuestras rela-
ciones con él y con el plano físico. Los magos negros y los princi-
piantes, se sirven de ellos; los Adeptos de la Magia Blanca, practican
el primer grupo, que es el superior. Es menester señalar que, si los
fenómenos de HPB le valían la maravillada adoración de sus discí-
pulos occidentales y de sus amigos íntimos y el hostil escepticismo
de sus adversarios, la rebajaban a los ojos de los pandits ortodoxos y
de los ascetas de India y de Ceilán, quienes los consideraban como
el signo de una evolución espiritual poco adelantada. No ponían en
duda la posible realidad de sus milagros, que todos estaban reco-
nocidos y catalogados por sus Escrituras; se sentirían asfixiados en
el aura mental de un Lankester. Sin embargo, si se condena toda
exhibición pública de los fenómenos psíquicos, un instructor reli-
gioso gana en santidad si tiene la reputación de poder producirlos,
porque es un signo de desarrollo interior. Para el instructor es una
regla: no dejarlos ver ni a sus discípulos, hasta que estos se hallen
suficientemente avanzados en la filosofía espiritual para poderlos
comprender.
En el Kullavagga, V., 8, I, se lee la historia de la copa de madera de
sándalo, perteneciente al setthi† de Rágagaha. Este había hecho tallar
una copa en un trozo de madera de sándalo, y después de haberla
atado en lo alto de una percha de varios bambúes, declaró que la
regalaría al sramaña‡ o brahmán§ que tuviese los poderes psíquicos
(iddhi) como para elevarse en el aire y desatarla. Un célebre monje,

* Los ocho poderes del Hatha Yoga. (N. del T.)


†  Palabra pali que se utiliza a menudo en las escrituras budistas. Significa “capataz
de un gremio, tesorero, banquero, comerciante rico, millonario”. (N. del E.)
‡ Asceta budista. (N. del T.)
§ Miembro de la primera de las cuatro castas tradicionales de la India. (N. del T.)
Opiniones contradictorias 199

llamado Pindala Bháradvaga aceptó el desafío, se elevó en el aire y


trajo la copa, después de “haber dado tres veces, en el aire, la vuelta
a Rágagaha”. Los numerosos asistentes lo aclamaron y le rindieron
homenaje. Llegado el rumor de esto al Buda, este reunió a sus discí-
pulos y censuró a Pindala, diciéndole:

Esto está mal hecho —dijo—, es contrario a la regla, inconveniente,


indigno de un Sramaña y no debe hacerse… Como una mujer
que se muestra por una miserable moneda, así has mostrado al
público las cualidades sobrehumanas de tu poder milagroso de
iddhi, para ganar una pobre copa de madera. Esto no produce la
conversión de los no convertidos ni el adelanto de los convertidos;
sino que más bien impide convertirse a los no convertidos y hace
retroceder a los convertidos.

Enseguida prescribió esta ley imperativa: “¡Oh! bhikkhus*, no deben


mostrar ante los laicos, el sobrehumano poder de iddhi”, (Ver Sacred
Books of the East, Vol. XX, p. 79).
El Kullavagga, VII, 4, 7, dice además que Devadutta “fue detenido
en el sendero (del arhatado†), porque ya había alcanzado algunas
pequeñas cosas” (pothugganiká iddhi o poderes psíquicos), y satis-
fecho, creyó que había alcanzado la cumbre de su desarrollo.
El Dr. Rájendralála Mitra, dice en una nota sobre el aforismo
XXVIII de los Yoga Sutra de Patanjali, a propósito de los poderes
psíquicos desarrollados (siddhis):

Las perfecciones que acaban de ser descritas son absolutamente


terrestres, no pueden servir sino a un fin terrestre y son inútiles a
la meditación superior, que no busca más que el aislamiento. Y
no son tan sólo inútiles, sino también nocivas en realidad, porque
impiden la continuidad de la calma meditativa.

No todo el mundo comprende que los poderes psíquicos desarro-


llados, que se extienden a los grados sublimes de la vista, oído,
tacto, olfato, gusto e intuición (profética, retrospectiva o actual) se
relacionan con la individualidad nueva, como los cinco sentidos
corrientes con la personalidad física. Del mismo modo que se debe
ser el amo de sus sentidos físicos, para impedir a las sensaciones
externas que vengan a perturbarnos cuando queremos reflexionar
profundamente en un problema científico o filosófico, el que aspira

* Monjes budistas. (N. del T.)


† Del Adeptado. (N. del T.)
200 H ojas de un viejo diario

a convertirse en gnani, o sabio, debe ser el amo de su clarividencia,


clariaudiencia, etc., a fin de no verse distraído por ellas.
Hasta ahora no he visto a nadie que haya dilucidado este
punto, que es, sin embargo, muy importante. Por haberlo igno-
rado, Swedenborg, Davis, los Santos católicos y los visionarios de
toda secta, se han extraviado, como ebrios de clarividencia, en los
mundos de imágenes de la Luz Astral. Vieron cosas que en realidad
existen y crearon otras que sólo nacieron en su imaginación, de
suerte que dieron profecías truncadas, falsas revelaciones, malos
consejos, una ciencia errónea y una teología inexacta.
Los asiáticos buscan con un fin puramente egoísta a los cono-
cidos poseedores de poderes: piden tener hijos, curaciones, con
frecuencia de enfermedades vergonzosas, la recuperación de objetos
perdidos, la influencia sobre el espíritu de sus maestros y el cono-
cimiento del porvenir. Es lo que llaman “pedir la bendición del
Mahatma”, pero nadie se engaña con eso, y 99 veces de 100, el hipó-
crita tiene que marcharse decepcionado. Hasta mi humilde expe-
riencia me enseñó a conocer esa clase despreciable, porque entre
los miles de enfermos suplicantes que curé o alivié durante mis
investigaciones experimentales de 1881, no sé si cien se mostraron
en verdad agredecidos. Y en menos de un año, aprendí lo que un
Yogui debe pensar de la exhibición de sus poderes psíquicos. El
Sabio tiene razón al declarar en el Suta Samhita que el verdadero
Gurú no es el que enseña las ciencias físicas, ni aquel que procura
satisfacciones terrestres, ni quien desarrolla sus poderes hasta ver
a los gandharvas*, porque todo esto produce distracciones y penas;
el verdadero Instructor y Maestro es el que enseña la ciencia de
Brahman†. En el Chandogya, Brahadaranya y otros Bhagavadgita,
dicen que aunque el Yogui pueda por la potencia de su voluntad
evocar a los pitris‡, los gandharvas y otros espíritus, o que pueda gozar
el poder de Ishvara§ en un sathwa¶ sin mezcla, debe no obstante,
evitar todas esas vanidades que tienden a desarrollar el sentido de la
separación y que perjudican a la adquisición del verdadero gnanám.
En cuanto a entrar voluntariamente en relación con los habitantes
del mundo astral, para solicitar sus favores u obedecer sus órdenes,
un asiático instruido y en su cabal juicio, jamás tendría la idea
de hacerlo. Srî Krishna resume esto con una gran concisión en la

* Cantores o músicos celestes. (N. del T.)


† El Absoluto, Suprema Divinidad. (N. del T.)
‡ Espíritus antecesores de la actual humanidad. (N. del T.)
§ Shiva, una de las personas de la Trimurti o Trinidad inda. (N. del T.)
¶ Sattwa: bondad, pureza y armonía. (N. del T.)
Opiniones contradictorias 201

famosa estrofa del Bhagavadgita (Capítulo IX): “Aquellos que adoran


(invocan, hacen pujá) a los devatas (elementales superiores) van a
ellos (después de su muerte). Aquellos que adoran a los pitris, van
a los pitris. Los adoradores de los bhûtas (Sankara los llama los más
groseros de los espíritus naturales, pero esta palabra es también
sinónima de pisachas, que quiere decir las almas de los muertos o
envolturas astrales), van a los bhûtas. Solo mis adoradores (es decir,
los devotos del gnanám, la ciencia espiritual superior) vienen a mí”.
En resumen: respetaban a HPB porque poseía los siddhis, pero la
censuraban por mostrarlos. Mientras que M. A. Oxon era despre-
ciado por ser médium de bhûtas y pisachas, cualesquiera que fuesen
los dones de su espíritu, su educación universitaria, la pureza y el
desinterés de sus intenciones.
Esto basta para hacer ver el punto de vista de los asiáticos. En
cuanto a mí, yo era occidental hasta la médula en mi manera de
juzgar los fenómenos de HPB y de Stainton Moseyn; me parecían
de una importancia suprema como indicaciones psíquicas y como
problemas científicos. Aun hallándome incapacitado para poner en
claro el problema de la compleja entidad de HPB, estaba convencido
de que las fuerzas que la inspiraban, y producían sus fenómenos,
eran manejadas por seres vivientes que, en posesión de la ciencia de
la Psicología, habían adquirido el dominio sobre las razas elemen-
tales. El caso de Stainton Moseyn era igualmente oscuro. Él estaba
firmemente persuadido de que sus maestros “Imperator”, “Kabbila”
[¿Kapila?], “Mentor”, “Magus”, “Sade” [¿Sadi?], etc., eran hombres
desencarnados, algunos desde hacía mucho tiempo, otros menos,
pero todos sabios y benefactores. No solo le permitían servirse de
su razón para avanzar por sí mismo por el camino ascendente, sino
que hasta se lo ordenaban, y contestaban a sus preguntas con una
infatigable paciencia, disipaban sus dudas, le ayudaban a desarrollar
su intuición espiritual, a proyectar su cuerpo astral, y probaban por
medio de variados milagros la naturaleza de la fuerza y de la materia,
y la posibilidad de dominar los fenómenos naturales. Además, le
enseñaban que existe a través del Cosmos, todo un sistema de ense-
ñanza de instructor a discípulo, dividido en graduadas etapas de
desarrollo mental y espiritual como las clases de un colegio. En todo
esto, la enseñanza que él recibía era idéntica a la que a mí se me
daba, y siempre estuve convencido de que Maestros, si no del mismo
grupo, por lo menos de la misma clase, se ocupaban entonces en
formar los dos centros de evolución y reforma, de Londres y Nueva
York. ¡Qué noble era su alma! ¡Qué puro su corazón! ¡Qué fines
elevados y qué profunda devoción a la causa de la verdad! Siempre
me pareció un erudito, al par que hombre de mundo, pensador y
202 H ojas de un viejo diario

escritor esclarecido, llegó a ser el más eminente de los jefes del


grupo espiritista: Davis, Sargent, Owen y varios otros, ligado a ellos
por amistad personal. Antes de comenzar a escribir este capítulo,
he releído y estudiado como unas setenta de las encantadoras cartas
que él dirigió a HPB y a mí, más de doscientas cartas fueron inter-
cambiadas entre nosotros. También consulté los “Archivos” de la
Sra. Speer, que evocaron en mí el encanto de nuestras primeras
relaciones. Es preciso que dé una exposición menos superficial de
un hombre con el cual hemos estado tan ligados y cuyas experien-
cias psíquicas se aproximaban tanto a las nuestras. Y el mejor medio
de mostrar su alma, su corazón y sus aspiraciones, es publicar aquí
algunos fragmentos de una especie de autobiografía extraída de una
carta suya. Está dirigida a mí, fechada en el Colegio Universitario de
Londres, el 29 de abril de 1876, y dice en ella:

Mi vida se divide en “secciones” —generalmente de unos cinco


años de duración— cada una trayendo consigo una disciplina
diferente, pero que tiende al mismo fin. En cada una interviene
la enfermedad, y no se me permite seguir una misma clase de
estudios más de cinco o siete años. Había heredado una buena
propiedad y me la quitaron: la perdí en una noche por una incur-
sión de la marea. Me iba bien en la universidad, tenía probabili-
dades de obtener un número 1 y una beca. Diez días antes del
examen, caí enfermo de cansancio mental, y durante dos años no
me encontré en estado de leer o escribir ni una palabra. Al menos,
fui obligado a esperar dos años para obtener un diploma corriente.
En el transcurso de esos dos años, viajé por toda Europa y aprendí
tal vez más cosas que con los libros. Pero era la ruina en cuanto a
mis perspectivas de vida.
Después se sucedieron cinco, o más bien seis, años de trabajo
teológico. Era reconocido en la Iglesia y considerado un predi-
cador de buena reputación. Siendo ortodoxo, era un teólogo
bastante bueno, que había estudiado realmente todo, de amplia
lectura y con facilidad para la argumentación. En un país lejano,
casi salvaje, donde mi médico me envió para aprovechar el aire
del mar y la soledad, a fin de reponer mi salud quebrantada en
Oxford, me puse a leer y trabajar apasionadamente. Mi rebaño
hubiera hecho cualquier cosa por mí; yo hubiese podido condu-
cirlo a cualquier parte; adquirí una reputación en la Parroquia y
en el Púlpito. Otra vez atacado por el cansancio mental, sentí que
tenía que abandonar ese excesivo esfuerzo (una parroquia de
8000 hectáreas no es broma y todo el trabajo pesaba sobre mí).
Me fui al oeste de Inglaterra, donde conseguí una gran posición
Opiniones contradictorias 203

en la Diócesis de Sarum, algo así como un cargo de predicador


selecto. Hablé públicamente dos veces y sucumbí definitivamente.
Los médicos no sabían qué hacer conmigo; decían que tenía
cansancio mental, que necesitaba reposo, etc., pero descansaba
sin conseguir mejoría. En realidad, no estaba enfermo, pero no
podía reaparecer en público.
Sufrí una nueva enfermedad, esta vez con fiebre, y esto fue en un
lugar donde no había un buen médico. Uno que estaba allí de paso
—me cuidó, salvándome con gran trabajo, y llegó a ser mi gran
amigo— el Dr. Speer. En Londres, me rogó que viviese en su casa
y sirviese de profesor para los estudios de su hijo. Yo había perdido
mi fortuna, mi posición y mi salud. Me recogió y viví en su casa.
Pero nada podía hacer en público; él no podía comprender esto ni
yo explicarlo: pero era un hecho horrible y siempre presente. Sentí
que mi vida estaba terminada, pero, sin embargo, conservaba toda
mi fe sin sombra de duda.
No obstante, poco a poco, percibí que las antiguas convicciones
palidecían; mi pan se ponía viejo. Un día faltó aquí [Universidad de
Londres] un profesor y era necesario hallar alguien que continuase
el curso de Filología. Pocas personas pueden hacer eso improvi-
sadamente. Yo poseo la facultad de dejar de lado las cosas que
aprendo hasta el preciso momento en que las necesito, y había
estudiado la Filología en Oxford. Me presenté, y finalmente, obtuve
el cargo.
Ya ve que era un cambio más. Podía muy bien dictar mi curso, pero
no podía emprender de nuevo mi carrera eclesiástica. Mis amigos,
viéndome de nuevo en el trabajo, creían que yo volvería a predicar
en alguna Iglesia en Londres, donde se me hubiese acogido con
gusto, pero sencillamente no podría. A pesar de eso, no escribo
nunca mis conferencias y puedo hablar todo un semestre sin una
nota.
Es raro, ¿verdad?
En fin, la Sra. Speer cayó seriamente enferma, y por casualidad
abrió uno de los libros de Dale Owen. Tan pronto como bajó la
escalera se me acercó y se puso a discutir conmigo sobre ese
punto. Comencé por reírme, pero terminé prometiéndole examinar
el asunto. Fui a lo de Burns reuní todo lo que pude, así como
en casa de Herne y Williams, y al cabo de dos meses yo estaba
totalmente sumergido en el espiritismo y los médiums. Nuestros
fenómenos sobrepasaban en gran medida a todo lo que he visto
de estas cosas. Esto ha durado cuatro años y ahora se halla en
camino de desplegarse y voy a entrar en una nueva fase; he
204 H ojas de un viejo diario

pasado por otras muchas. En realidad, he hablado demasiado de


mí. Pero vale más que sepan qué clase de hombre soy.
En la actualidad he perdido toda fe sectaria, es decir, todo dogma-
tismo determinado. Verá en Spirit Teachings qué esfuerzos he
hecho para conservarla. He perdido la letra, pero he conservado
el espíritu. No me considero ya como perteneciente a ninguna
Iglesia. Pero de cada una he sacado lo mejor que tiene. Soy un
hombre libre y sé lo que pueden dar los sistemas teológicos. He
arrojado las escamas y ahora, cuando haya sido bastante purifi-
cado, espero que se me permitirá penetrar detrás del velo, para
repetir un proceso eterno con algunas modificaciones. Progreso
sin fin, purificación perpetua, velo tras velo que se levantan hasta:
¿Eh? ¿Adónde he venido a parar? Que Dios los bendiga.
Su hermano y amigo,
M. A. Oxon

He ahí en lo que estábamos unidos, y a partir de entonces, nos


mantuvimos en perfecta simpatía y trabajamos amistosamente en
direcciones paralelas; nuestras aspiraciones eran las mismas y nues-
tras opiniones no diferían totalmente. Con frecuencia lamenta en sus
cartas que no vivamos en la misma ciudad para poder intercambiar
constantemente nuestras ideas. Varios capítulos de The Theosophist
están consagrados a las cualidades de médium de Stainton Moseyn
y a sus relaciones con los fenómenos de HPB, los cuales podrán ser
leídos con provecho.
Nuestros amigos occidentales verán con interés que cuando un
indio se pone a meditar, es decir, a concentrar todas sus facultades
en los problemas espirituales, debe observar una triple preparación.
Primero, es menester que haga la ceremonia del sthalla s’uddhi, que
tiene por objeto purificar la tierra donde se va a sentar, cortando
los lazos con el cuerpo astral de la tierra y los elementales que la
habitan [Ver “Isis”, I, 379*]. Este aislamiento se obtiene lavando el
suelo y sentándose sobre un lecho de hierba Kusa†, uno de los vege-
tales que atraen a las buenas influencias elementales y rechazan a
las malas. El Neem (Margosa), el Tulsi (consagrado a Vishnu) y el
Bilwa (consagrado a Shiva), entran en esa categoría. En cambio, el
Tamarindo y el Baniano son desfavorables y se cree que los “adver-
sarios” de Imperator habitan en ellos. Infestan también los pozos
antiguos, las casas largo tiempo desocupadas, los lugares en donde

* En la edición inglesa. (N. del T.)


† Poa cynosuroides. (N. del T.)
Opiniones contradictorias 205

se quema a los muertos, los cementerios, los campos de batalla,


los mataderos, los sitios en que se han cometido crímenes, y en
general, todos aquellos en donde se haya vertido sangre; tal es la
creencia de los indios (ver “Isis”, Vol. I, Caps. XII y XIII*). Una vez
que el operador ha purificado el suelo y habiéndose aislado de las
malas influencias terrestres, hace enseguida el bhûta s’uddhi, que
es una recitación de estrofas que tienen el poder de detener a los
“adversarios” que viven en la atmósfera, tanto a los elementarios
como a los elementales, acompañado de pases circulares (mesmé-
ricos) hechos con sus manos alrededor de su cabeza. Crea de este
modo a su alrededor, una barrera o muro psíquico. Terminadas
estas dos operaciones preliminares e indispensables —que jamás
deben ser descuidadas ni efectuadas con negligencia— pasa al
a’tma s’uddhi, recitación de mantras que contribuyen a la purifica-
ción de su cuerpo y de su espíritu y preparan el despertar de sus
facultades espirituales y la absorción llamada “meditación”, que
tiene por objeto adquirir gnanám, conocimiento. Un sitio puro, un
aire puro, una vecindad pura, es decir, no compuesta de gente sucia,
inmoral, materialista, hostil, o que haya comido mucho, son indis-
pensables para el buscador de la verdad divina.
Los consejos dados por Imperator al círculo Speer y, en resumen,
todos los que han recibido los círculos verdaderamente escogidos
de investigadores espiritistas en todas las partes del mundo, están
sensiblemente de acuerdo con las leyes de Oriente; y es un hecho
que cuanto más cuidadosamente se han observado esas precau-
ciones, tanto más nobles y elevadas han sido las enseñanzas reci-
bidas. Pueden atribuirse al olvido de esas condiciones protectoras
las escenas chocantes, el lenguaje y las instrucciones innobles, que
con frecuencia son los gajes de las sesiones en las que médiums
impuros y sin protección, prestan sus servicios a un público hete-
rogéneo. Después de diecisiete años, las cosas van mejorando poco
a poco, y los médiums físicos, así como los fenómenos físicos, desa-
parecen lentamente ante las formas más elevadas de manifesta-
ciones mediumnímicas.
En las obras publicadas de Stainton Moseyn, y más aún si es
posible, en su correspondencia privada, se encuentra el reflejo de
las ideas de Imperator sobre los inconvenientes de los círculos hete-
rogéneos. Comprendía perfectamente que la experiencia secular de
los asiáticos les había descubierto la verdad de que un aura espiri-
tual pura, no puede pasar sin mancharse a través de un médium
vil y de un círculo desagradable, así como el agua de un manantial

* En la edición española, Vol. II, Caps. IV y V, pp. 165 y 208. (N. del T.)
206 H ojas de un viejo diario

de la montaña no puede atravesar un filtro sucio sin contaminarse.


Esto es lo que ha dictado sus reglas para el aislamiento del aspi-
rante al conocimiento espiritual de todas las influencias corrup-
toras, y sus prescripciones de purificación personal. Cuando se
ve la ceguera y el descuido con que los occidentales se mezclan,
hasta con sus niños, en la atmósfera envenenada de vicios de ciertas
sesiones, se da uno cuenta de la exactitud de la observación del
guía principal de M. A. Oxon, respecto a la sorprendente fatuidad
desplegada en nuestra relación con los espíritus de los difuntos.
Sólo ahora, después de unos cuarenta años de experiencia, los más
“ortodoxos” de los escritores espiritistas comienzan a compren-
derlo. Y, sin embargo, esas mismas personas, cediendo a su odio a
la Teosofía —con el pretexto de su horror por HPB— no quieren
escuchar a los antiguos y tomar contra los peligros de los círculos y
médiums públicos, las precauciones dictadas por la experiencia. Los
progresos que indicamos, son debidos más bien al interés general
inspirado por nuestra literatura, y a su efecto indirecto sobre los
médiums y los círculos, que a la influencia directa de los editores,
conferenciantes y escritores espiritistas. Esperemos que las ideas
de los Teósofos sobre los elementarios y los elementales, obtengan
pronto la atención que merecen.
CAPÍTULO XX
Opiniones contradictorias
(continuación)

1876

U
NA mañana estaba sentado en la galería de “Gulistan”, mi
casa de campo de la montaña, y miré hacia el Norte por
encima del mar de nubes que me ocultaba las llanuras de
Mysore. De pronto, el océano vaporoso se disipó y se vieron las
alturas de Biligiriranga, situadas a 112 kilómetros; con un buen
largavista podían distinguirse con facilidad los detalles.
Una asociación de ideas evocó en mi espíritu el problema de
conexión entre Stainton Moses* y nosotros dos —HPB y yo—.
Repasando uno a uno todos los datos, las nubes oscuras de los acon-
tecimientos subsiguientes se disiparon, y el anteojo del recuerdo
mostró en ese pasado distante, con más claridad que nunca, su
parentesco con nosotros y con nuestros Sabios. Ahora es evidente
para mí que una Inteligencia directriz, siguiendo un plan extendido
a través de las naciones y los pueblos, por medio de otros muchos
agentes, había contribuido a su desarrollo y al mío, al conjunto de
sus experiencias psíquicas y a las que me fueron proporcionadas
por HPB. No sé quién podía ser ese “Imperator”, su agente —ni
siquiera sé quién podía ser en realidad HPB— pero siempre me
sentí inclinado a pensar que debía ser, o el Yo Superior de S. M. o
un Adepto, y que “Magus” y los demás de su banda eran también
Adeptos. Yo también tenía mi banda, pero no eran espíritus que

* A disgusto me sirvo de ese nombre desfigurado. (Olcott)


208 H ojas de un viejo diario

ejercían contralor sobre mí. Stainton M. tenía un Maestro árabe, y


yo también. Él un filósofo italiano, yo también. Él tenía egipcios,
yo tenía un copto. Él tenía a “Prudens”, “versado en las escuelas
de Alejandría e India”, yo también, varios. Él tenía al Dr. Dee, un
místico inglés y yo también tenía uno, el que más arriba he llamado
“el platónico”. Entre sus fenómenos y los de HPB se observaban
notables parecidos. Todos esos detalles no me eran conocidos antes
de la publicación de los “Archivos” de la Sra. Speer. Pero ahora todo
está aclarado. No tiene nada de extraño que S. M. y yo nos hayamos
sentido atraídos el uno hacia el otro; era inevitable. Toda su corres-
pondencia, prueba que él lo sentía también. Hace un resumen de
sus sentimientos en una carta del 24 de enero de 1876: “Me siento
muy fuertemente atraído hacia ustedes dos y daría cualquier cosa
por conseguir alcanzarlos” —quiere decir en su Doble—. Lo que
me entristece es que no haya podido llegar a saber quiénes eran
en realidad los de su “banda” *, o si se quiere, los que creo que
eran. Si mi hipótesis es correcta, el obstáculo se debería a su pecu-
liar forma de pensar. Su historia intelectual se parece en varios
aspectos a la de la Sra. Besant: ambos lucharon desesperadamente
por sus primeras convicciones y no las abandonaron sino bajo el
imperio de pruebas acumuladas; ambos no buscaban más que la
verdad y valientemente se ponían de su lado. ¡Qué patético fue el
conflicto entre la razón y la fe en la Sra. Besant y su adhesión final
a la lógica! Del mismo modo, el lector de las autobiografías publi-
cadas o privadas de Stainton Moses debe notar que Imperator y
sus colegas tenían que luchar contra la incredulidad combativa del
hombre inteligente que conservaba su imperio sobre el espíritu del
médium, hasta que dicha incredulidad fue, por decir así, arrastrada

* Uno de los “controles” o guías espirituales de Stainton Moses se llamaba


“Imperator”. Se identificó por primera vez con este nombre el 19 de septiembre
de 1872, pero más tarde, cediendo a las súplicas de Moses, reveló, el 6 de julio de
1873, en el Libro IV de sus escritos, que él era el profeta bíblico Malaquías. Sus
comunicaciones no eran escritas por el propio Imperator, sino por “Rector”. La
firma era “Imperator S. D. (Servus Dei)” o “I. S. D.”, precedida por una cruz latina
al principio, luego por una corona.
En “Las Cartas de los Mahatmas”, con frecuencia se designa a Imperator con la
cruz “+”. Dado que en algunas ocasiones Imperator afirmó no saber nada sobre
“los Hermanos”, Moses no creía en la existencia de estos.
La identidad de Imperator no está clara. En la carta No. 38, el Maestro KH
sugiere que diferentes entidades se comunicaron con Moses bajo ese nombre, a
veces siendo su propio Yo Superior, en otras ocasiones uno de los Adeptos, y en
otras ocasiones alguna otra entidad o entidades. En 1882, el Maestro se refiere
a Imperator como un “elevado cascarón desencarnado, que él [Stainton Moses]
confunde con el 'Imperator' de los primeros días de su mediumnidad"
Opiniones contradictorias 209

por el oleaje de las demostraciones psíquicas*. Tenía el tempera-


mento de un buey concienzudo, pero desde que se convirtió a la
nueva filosofía, se destacó como la misma personificación del valor
y la lealtad, era un león por su bravura en el combate. El primer
retrato que me envió representa un vicario de rostro delgado, dulce
como una crema. Nadie habría adivinado nunca que ese inofensivo
eclesiástico llegaría a ser con el tiempo el gran jefe de los librepen-
sadores espiritistas. Hace falta poseer una esclarecida clarividencia
para ver el porvenir detrás de su maya†.
Se me objetará que el mismo “Imperator” declaró ser un espí-
ritu; pero es que en realidad lo era para S. M., ya estuviese unido
a un cuerpo o no. ¿Acaso no es necesario dar leche a los niños
pequeños? Vean cómo HPB se declaraba con ardor espiritista en
sus primeras cartas a los periódicos y en sus primeras entrevistas
con los cronistas. Véanla produciendo fenómenos en Filadelfia, en
casa de los Holmes y dejando creer al Gral. Lippitt, al Sr. Owen y a
mí mismo, que era necesario atribuirlos a la Sra. Holmes, a quien
trata en nuestro “Álbum de Recortes” de farsante vulgar. ¿No se
me indujo primeramente a creer que estaba tratando con espíritus
desencarnados, y no se me hizo que tomase a un fantoche, bueno
para escribir, dar golpes y producir formas materializadas, por el
alma de John King? Atribuyo el pronto abandono de esas fantas-
magorías y la confesión de la verdad, a mi indiferencia crónica por
todas las teologías y por la identidad de las personalidades ocultas
tras los fenómenos. Mi actitud está clara en cuanto a eso, puesto que
había publicado mis opiniones desde el año 1853‡.
Mi forma de pensar de entonces era la misma que poseo hoy:
lo que explica que a pesar de mi afecto a HPB y mi respeto a nues-
tros Maestros —ambos por lo menos iguales a los de cualquiera de
sus discípulos— he protestado siempre contra la idea de que un
hecho o una doctrina ve aumentado su valor por el hecho de estar
asociada a HPB o a uno de nuestros Maestros o a alguno de sus
chelas§. No hay religión, filosofía o maestro, superior, más grande,
o de más peso que la Verdad; porque Dios y la Verdad no forman
más que uno. Como no había barreras sectarias que derribar, pronto
se me dijo la verdad respecto a las inteligencias que me enseñaban.

* Entre otros pasajes que vienen a corroborar esta afirmación, ver lo que dice
Imperator en los “Archivos” de la Sra. Speer: XX, Light, 30 de julio de 1892. (Olcott)
† Ilusión en sánscrito. (N. del T.)
‡ Ver el antiguo periódico Spiritual Telegraph, Director S. B. Britten, año 1853: artí-
culos firmados con mi nombre o con el seudónimo “Amherst”. (Olcott)
§ Discípulos aceptados. (N. del T.)
210 H ojas de un viejo diario

Mientras que S. M. era la testarudez encarnada y lo que siempre me


pareció asombroso es que su “banda” se haya mostrado tan paciente
y tolerante hacia lo que no debía parecerles más que los caprichos
de un niño mimado. Como él dice, su salud, que nunca había sido
muy buena, cedió por completo al cansancio cerebral antes de que
él descubriese que era médium, y podemos ver que los poderes que
presidían a su destino lo hicieron caer enfermo cada vez que estaba
en camino de reanudar su carrera eclesiástica. Se vio obligado a
renunciar a ella a pesar de todo su sentimiento.

ooo

Teniendo en cuenta todo esto (es decir, los hechos y los argu-
mentos citados en la versión original de este capítulo y del prece-
dente), ¿estoy equivocado al suponer una estrecha unión entre la
Inteligencia oculta tras Stainton Moses y la que conducía a HPB?
Él me escribía el 31 de diciembre de 1876: “No sé si tengo razón
al suponer, según lo que esta mañana me dijo Imperator de que
ella (HPB) está ahí, cerca de mí, trabajando para mí; quiero decir,
para mi bien y mi iluminación de alguna manera. No vale la pena
preguntárselo, pero lo creo”. El 10 de octubre de 1876 me escribió
que había tenido una “visión” soberbia y perfecta —o, como prefe-
riría llamarlo: una visita de Isis*.
Era tarde, alrededor de la medianoche, —guardo en casa una nota
exacta— cuando de pronto vi a Isis que desde mi salón miraba por
la puerta abierta, hacia mi despacho, donde yo estaba de pie y
C. C. M. sentado. Lancé una exclamación y corrí al salón seguido
de M., que no vio nada. Veía a Isis tan claramente cómo es posible
ver y hablé algunos instantes con ella. Observé que, al precipitarme
al salón, hice “disipar” la forma, pero pronto reapareció y entró en
mi estudio, donde según M., caí en una especie de “trance” o cierto
estado alterado de conciencia e hice algunos gestos y pantomimas
de carácter masónico.
Después de haber copiado esto, encuentro escritas por mí en el
reverso de una carta de M. A. Oxon, las siguientes palabras: “Si de
hoy al 15 de este mes, M. A. O. no ve a HPB, ésta no irá más a su
casa. (Firmado) H. S. Olcott”. Y esa misma noche la vio, como lo
he dicho más arriba. Un año antes, (el 16 de octubre de 1875), él
agradece a HPB su carta, diciendo que “ella arroja una ola de luz, no
tan sólo sobre los fenómenos espiritistas en general, sino también

* Uno de los apodos que los amigos íntimos de HPB se complacían en darle; la
llamaban también, “Esfinge”, “Papisa” y “Vieja Dama”. (Olcott)
Opiniones contradictorias 211

sobre diversos puntos hasta entonces oscuros”. En fin, ella le ayudó


a comprender las lecciones de sus espíritus conductores. He aquí
un hermoso pasaje de su carta del 7 de octubre de 1876:

Sólo tengo en vista una cosa: la búsqueda de la Verdad. No me


ocupo de otra cosa; y aunque a veces pueda desviarme para
examinar los títulos de lo que se presenta como Verdad, no tardo en
abandonar la apariencia para emprender de nuevo el recto camino.
Me parece que la vida sólo me ha sido dada para esto y que todo
es para llegar a este fin. Esta presente esfera de existencia no me
parece más que un medio, que cuando haya cumplido su come-
tido, cederá el sitio a otro apropiado para asegurar mis progresos.
Mientras yo viva, viviré para la Verdad, y cuando muera, será para
observarla de más cerca.

He ahí el alma de un hombre digno de ese nombre, expuesta a la


luz. Más adelante continúa:

Percibo vagamente, y sobre todo él (Imperator) me dice que en el


ocultismo hallaré una fase de la Verdad que aún no conozco, y por
eso pongo mi esperanza en él y en usted (HPB). Es probable que
durante mi permanencia en la tierra no llegue a levantar el velo y
que mi vida se pase en buscar la verdad por los medios que usted
me enseña ahora.

En cuanto a “Magus”, tengo datos muy interesantes, y mi opinión


sobre él es mucho más precisa que sobre Imperator. Estoy casi
seguro de que es un Adepto vivo y además uno de los que tienen
relación con nosotros. En marzo de 1876 envié a S. M. un trozo de
tela de algodón o muselina impregnado de un perfume líquido,
que HPB podía exudar a voluntad de las palmas de las manos, y le
pregunté si lo reconocía. El 23 del mismo mes me contestó:

Ese olor a sándalo me es muy familiar. Uno de los fenómenos más


corrientes en nuestro círculo era precisamente la emisión de un
perfume líquido o en forma de brisa perfumada. El olor que noso-
tros llamábamos “El perfume de los espíritus” era justamente éste,
y siempre lo obteníamos en las mejores condiciones durante los
dos últimos años. Cuando este perfume dominaba en mi atmós-
fera, mis amigos preveían que la sesión sería interesante. La casa
donde nos reuníamos, quedaba impregnada por varios días, y en
casa del Dr. Speer, en la Isla de Wight, el olor era más fuerte que
nunca cuando se abrió la casa al cabo de seis meses. Qué poder
212 H ojas de un viejo diario

maravilloso ejercían esos Hermanos… Me quedé en mi habitación


todo el día para tratar de aliviarme de una tos penosa… a media-
noche tuve un acceso de tos más violenta aún que de ordinario.
Cuando me pasó, vi cerca de mi cama, a unos dos metros y a
una altura de 1,70 metros del suelo, tres pequeñas bolas de luz
fosforescente, del tamaño aproximado de una naranja pequeña.
Estaban dispuestas así, formando un triángulo equilá-
tero, cuya base tendría más o menos unos 50 cm. Al
principio creí que sería una ilusión óptica, causada por
la violencia de la tos. Las miré fijamente y quedaron
inmóviles, dando una luz fosforescente continua, que no alum-
braba nada en torno suyo. Convencido de la objetividad del fenó-
meno, encendí un fósforo. Con su luz no vi más las bolas, pero
en cuanto se apagó reaparecieron. Repetí seis veces (siete en
total) el dar la luz; entonces palidecieron y fueron desapareciendo
poco a poco. Es el símbolo que J. K. puso detrás del retrato suyo
[mientras el correo lo transportaba de mi casa a la suya.—Olcott].
¿Sería también él? No creo que fuese ninguno de los míos.

Como ya lo he dicho en otra parte, las tres esferas luminosas son


el símbolo especial de la Logia de nuestros Adeptos. Y ninguno de
nosotros, sus discípulos, podía desear una mejor prueba de sus rela-
ciones con Stainton Moses. Este dice también:

En verdad, no tengo más dudas respecto a la Fraternidad y a


su trabajo. No me queda ni sombra de ellas. Creo sencillamente,
y trabajo lo mejor que puedo, para prepararme a lo que ellos
desearen de mi. ¿Sabe usted algo de mi amigo “Magus”? —escribe
en otra carta. Es poderoso y obra ocultamente sobre mí.

En otra carta —el 18 de mayo de 1877— le dice a HPB:

Algunos de sus amigos han venido a verme con bastante frecuencia


en este tiempo, a juzgar por la atmósfera de sándalo —que O.
llama “el perfume de la Logia”— que impregna mi departamento
y mi persona. Lo saboreo, lo exhalo, todo lo que me pertenece
huele a él, y un fenómeno antiguo e inexplicable, que no había
vuelto a ver desde hace muchos meses —más de un año— y que
yo acostumbraba obtener con otros perfumes, ha reaparecido. Es
un olor fuerte que exhalo de un sitio definido en el vértice de la
cabeza [¿en el Brahmarândhra?—Olcott], que es muy pequeño,
(del tamaño de una moneda de media corona). Este perfume de la
Logia es ahora de una fuerza casi intolerable. Otras veces, era un
Opiniones contradictorias 213

olor a rosas, o cualquier otra flor fresca cercana… La otra noche,


en una reunión, un amigo me dio una Gardenia. Inmediatamente,
la flor desprendió un violento perfume de la Logia, y ante mis ojos
tomó un color caoba; ahora, seca como está aún queda saturada
de ese olor… Siento que estoy en una transición y espero lo que
haya de ser. Actualmente, parece que “Magus” es mi genio tutelar
en varios aspectos.

Se dirá que eso no tiene nada de sorprendente, cuando S. M. ¡estaba


saturado y casi sofocado por el perfume de la Logia! Es un olor muy
persistente. En 1877, le remití un mechón de los cabellos naturales
de HPB, con otro de sus cabellos indos, negros como el azabache,
de los que ya he hablado antes y que podían cortarse de su cabeza
cuando estaba sometida al Avesam. Yo mismo corté ese mechón para
S. M. Acusó recibo de ellos en una carta dirigida a HPB y fechada el
25 de marzo de 1877. Deseoso de fotografiar esas diferentes clases
de cabellos a fin de hacer un grabado para este libro, pedí a C. C. M.
que me enviase las dos muestras, que se encontraban en la colec-
ción de S. M., y me llegaron hace poco. Aún se nota el perfume de
la Logia en mechón negro al cabo de dieciséis años. Los que leen
las historias de la Iglesia, recordarán que ese fenómeno odorífico
ha sido observado con frecuencia en los monjes verdaderamente
santos, los religiosos y otros reclusos, del convento, la caverna o
el desierto. Entonces se le llamaba: olor de Santidad. ¡Designación
errónea, porque en ese caso todos los personajes santos deberían
oler bien, y sabemos demasiado que es todo lo contrario! A veces,
de la boca de una persona en éxtasis corría un licor perfumado —el
néctar de los dioses de la Grecia. Y se ha conservado embotellado el
de Marie Ange. Des Mousseaux*, el demonófobo, atribuye al Diablo
los productos de la química psíquica. ¡Pobre fanático!

* Hauts Phénomènes de la Magie, p. 377. (Olcott)


CAPÍTULO XXI
La Sede Central de Nueva York
1878

L
A historia de los comienzos de la Sociedad Teosófica está casi
terminada. No me queda más que completar la primera serie
de esos recuerdos, con algunos croquis de nuestra vida de
relación en Nueva York hasta nuestro embarque para India.
Desde fin de 1876 a finales de 1878, la Sociedad Teosófica, como
tal, quedó relativamente inactiva; sus reglamentos cayeron en el
olvido y sus sesiones cesaron casi por completo. Más arriba se ha
visto el relato de sus escasas manifestaciones públicas, y es menester
buscar los motivos de su creciente influencia en el aumento de la
correspondencia nacional y extranjera de los Fundadores, en sus
artículos de controversia en la prensa, en la fundación de Ramas de
la Sociedad en Londres y Corfú, y en la iniciación de relaciones con
los simpatizantes de India y Ceilán.
Los espiritistas influyentes, que en un principio formaron parte
de la Sociedad, se habían retirado todos; nuestras reuniones en un
local alquilado para ellas —el salón Mott Memorial, en la avenida
Madison de Nueva York— habían cesado; los derechos de ingreso,
hasta entonces exigidos a los nuevos Miembros, estaban abolidos, y
el sostén de la Sociedad estaba por entero a nuestro cargo personal.
A pesar de eso, la idea no había sido nunca más fuerte, ni el movi-
miento más vivo, que cuando se vio despojado de su corporación
externa, su espíritu se vio reducido a nuestros cerebros, corazones y
almas. La vida que llevábamos durante esos últimos años en la Sede
Central, era sencillamente ideal. Unidos por nuestra devoción a una
causa común, en relación diaria con nuestros Maestros, absorbidos
216 H ojas de un viejo diario

por pensamientos, sueños y actos altruistas, vivíamos ambos en esta


bulliciosa metrópoli tan fuera del alcance de sus rivalidades egoístas
y sus ambiciones innobles, como si nos hubiésemos encontrado
en una cabaña a orillas del mar, o en una caverna en el fondo de
una selva virgen. No exagero nada afirmando que no se hubiese
hallado en otra casa de Nueva York un ambiente tan poco mundano.
Nuestros visitantes dejaban en la puerta sus distinciones sociales, y
ricos o pobres, cristianos, judíos o infieles, ilustrados o ignorantes,
todos estaban seguros de encontrar el mismo recibimiento cordial y
la misma paciente atención a sus preguntas sobre temas religiosos o
de otra índole. HPB debía a su nacimiento aristocrático un perfecto
trato social y a sus convicciones democráticas la cordialidad de su
hospitalidad para con los más humildes visitantes.
Uno de nuestros visitantes asiduos más versados en la filosofía
griega, era pintor de edificios, y recuerdo la alegría con que HPB y
yo, firmamos su solicitud de ingreso en calidad de padrinos, y le
acogimos en la Sociedad. Sin excepción alguna, todos los que publi-
caron el relato de sus visitas a la “Lamasería” —como llamábamos
en broma a nuestra humilde casa— declaraban que era una expe-
riencia nueva, fuera de todo precedente. Casi todos hablaban de HPB
en términos exagerados de admiración y asombro. No había en ella
ni sombra de ascetismo en su apariencia; no meditaba en soledad,
no practicaba austeridades en su alimentación, no se rehusaba a
recibir a la gente mundana y frívola, y no elegía sus compañeros
de tertulias. Su puerta estaba abierta para todos, hasta para aquellos
de quienes podía temer sobre lo que escribieran. Con frecuencia
publicaban caricaturas suyas, pero si los artículos eran ingeniosos,
se reía conmigo de todo corazón.
El Sr. Curtis, uno de los más inteligentes cronistas de la prensa
de Nueva York, era uno de nuestros asiduos visitantes y poste-
riormente se hizo Miembro de nuestra Sociedad. La “Lamasería”
le proporcionó volúmenes de buen “material original”, o serio, o
jocoso, pero siempre brillante y elegante. Una noche nos hizo caer
en una bonita trampa, llevándonos a ver un circo en donde dos
egipcios hacían algunos números que podían atribuirse a hechi-
cería, pero que en todo caso él deseaba que lo viésemos como jueces
competentes de lo extraordinario. Oímos los cantos de sirena y lo
acompañamos. No se trataba más que de vulgares juegos de pres-
tidigitación y los egipcios eran bona-fide franceses, con los que
conversamos extensamente en el despacho del director, entre los
“actos”. Ni siquiera habían visto alguna vez a un verdadero mago
Egipcio, como los que el Sr. Lane describe en su bien conocido
libro. Al despedirme, hice presente a Curtis mi sentimiento por
La Sede Central de Nueva York 217

el fracaso de su experiencia, pero él riéndose a carcajadas me


respondió que, por el contrario, ahora poseía los elementos para
hacer un artículo sensacional. Y lo demostró muy bien. El World del
día siguiente traía un artículo titulado: “Los Teósofos en el Circo”,
en el que nuestra vaga charla con los dos franceses se había trans-
formado en una conversación mística apoyada con impresionantes
fenómenos, apariciones de espectros, materializaciones y desapa-
riciones. El conjunto hacía honor a la imaginación del articulista,
si no a su veracidad. Otra vez, nos trajo la historia de las apari-
ciones nocturnas del espíritu de un difunto sereno de los muelles
de la parte oriental de la ciudad, y nos pidió que fuésemos a ver al
fantasma. Según él, la policía estaba desconcertada y el inspector
del distrito había tomado medidas para apoderarse de él esa misma
noche. Sin acordarnos de la aventura del circo, aceptamos también.
La noche estaba desagradable, aunque estrellada, y pasamos cuatro
horas bien arropados, fumando y bromeando con una banda de
periodistas enviados para tomar notas. Pero Old Shep no se dignó esa
noche a mostrar su eidolôn de mala fama y concluimos por volver
a la “Lamasería”, muy molestos por la noche perdida. Los perió-
dicos al día siguiente, con gran disgusto nuestro, nos presentaron
como un par de cerebros chiflados que esperaban cosas imposibles,
¡y casi nos acusaron de haber impedido a Old Shep que apareciera,
para hacer una travesura a los periodistas! Esto se extendió hasta las
publicaciones ilustradas, y aún tengo en el “Álbum de Recortes” una
figura que nos representa con el grupo atento y respetuoso de los
periodistas, con el epígrafe de “Miembros de la Sociedad Teosófica,
acechando al fantasma de Old Shep”. Felizmente, tanto HPB como
yo, estábamos irreconocibles.
Una noche, la condesa Paschkoff contó, en presencia de Curtis,
una aventura que le sucedió en el Líbano con HPB. Ella hablaba en
francés y yo traducía al inglés. El relato era tan fantástico que Curtis
pidió permiso para publicarlo, y habiéndolo obtenido, lo hallamos
al otro día publicado en el diario. Como es un ejemplo de la teoría
de la latencia en el akasha* de las imágenes de eventos humanos, y
de la posibilidad de evocarlas, voy a copiar una parte, dejando a la
bella narradora la responsabilidad de los hechos citados:

La condesa Paschkoff habla y habla, y el coronel  Olcott traduce


para el cronista… Viajaba yo un día entre Baalbeek y el río Orontes,
cuando vi una caravana en el desierto. Era Mme. Blavatsky.

* La substancia primordial, más sutil que el éter; podríamos decir que es el


eslabón entre la fuerza y la materia. (N. del T.)
218 H ojas de un viejo diario

Acampamos juntas. Había un gran monumento cerca del pueblo


de El Marsum, entre el Líbano y la cordillera del Antilíbano. Ese
monumento tenía inscripciones que nadie había podido leer, y
como yo sabía las cosas extraordinarias que Mme. Blavatsky
puede obtener de los espíritus, le rogué que tratase de saber lo
que era ese monumento. Hubo que esperar la noche; ella trazó
un círculo y nos hizo entrar en él. Se encendió fuego y se le echó
mucho incienso. Después recitó numerosos encantos. Se volvió a
echar incienso. Entonces señaló con el dedo al monumento, sobre
el cual se veía una gran bola de fuego blanco. También se veían
muchas llamitas sobre un sicomoro* que se hallaba a un lado. Los
chacales aullaban a nuestro alrededor en la sombra. Se echó más
incienso aún. Entonces, Mme. Blavatsky ordenó al espíritu de
aquel a quien el monumento había sido erigido, que apareciese.
Pronto se elevó una nube de vapor, que veló la débil luz de la luna.
Se volvió a echar incienso. La nube tomó la vaga forma de un
anciano con barba, y una voz habló desde muy lejos, al parecer a
través de la nube. Dijo que el monumento había sido el altar de un
templo desaparecido hacía mucho tiempo, elevado a un dios que
mucho tiempo antes había vuelto al otro mundo. “¿Quién sois?”,
preguntó Mme. Blavatsky, “Soy Hiero, uno de los sacerdotes del
templo”, dijo la voz. Entonces Mme. Blavatsky le ordenó que nos
mostrase el templo tal como existía en otro tiempo. Él se inclinó,
y por unos momentos tuvimos la visión de un templo y de una
gran ciudad que cubría la llanura hasta donde alcanzaba la vista.
Después esto desapareció y la imagen se borró†.

Hacia el fin del 1877 o al comienzo del 1878, recibimos la visita


del Honorable John L. O’Sullivan, diplomático norteamericano y
ardiente espiritista, que pasaba por Nueva York, yendo de Londres a
San Francisco. Fue bien recibido por HPB y defendió valientemente
sus convicciones contra sus ataques. Efectuó para él algunos fenó-
menos instructivos que él describió más tarde en el Spiritualist del 8
de febrero de 1878, en estos términos:

Jugaba ella con un rosario oriental en un bol o copa de laca; las


cuentas eran aproximadamente del tamaño de una bolita de las
que usan los niños para jugar, algo grandes, y todas talladas.
Un señor que se hallaba presente, tomó el rosario en su mano,
admiró las cuentas y le preguntó si tendría la bondad de darle

*  Árbol de la familia de las moráceas, higuera propia de Egipto. (N. del E.)
† NY World del 21 de abril de 1878. El artículo se titulaba Ghost Stories Galore
(Olcott)
La Sede Central de Nueva York 219

una. “Oh, no me gustaría tener que romperla”, observó ella. Pero


tomó de nuevo el rosario y se puso a jugar con él en la copa de
laca. Yo tenía los ojos fijos en la copa, en plena luz bajo una gran
lámpara colocada encima de la mesa. Pronto pareció evidente que
el número de cuentas aumentaba bajo sus dedos y que la copa
estaba casi llena de ellas. Enseguida sacó el rosario, dejando en el
fondo de la copa muchas cuentas y diciéndole al que había pedido
la cuenta, que sacase las que quisiera. Siempre he lamentado no
haber tenido la presencia de ánimo o la osadía de pedir alguna
para mí. Estoy seguro de que me las hubiese dado, porque ella
parece todo bondad, así como es toda ciencia. Creería que las
cuentas creadas ante nuestros ojos, eran materializaciones efec-
tuadas por espíritus a petición u orden suya. Creo (sin estar seguro
de ello) que Olcott y ella piensan que esos fenómenos son produ-
cidos de alguna manera, por un gran hermano “Adepto” del Tíbet,
el mismo del cual he oído la espineta*, cuyos sonidos, apagados,
pero claros, eran traídos desde Tíbet hasta encima de nuestras
cabezas, (ya he relatado esto, y muchos amigos lo habían hecho
antes) según me dijeron, por el “fluido astral”. Mme. Blavatsky
declaró que en cuanto terminase su misión y deberes actuales, de
los que el principal es la publicación de su libro, volvería a aquel
país de su predilección, para no dejarlo jamás.
Otro ejemplo de fabricación de objetos materiales: llegando cierta
tarde a una hora algo más avanzada al saloncito donde, sentada en
su escritorio, se pasaba unas diecisiete de las veinticuatro horas,
la encontré con el coronel Olcott, ocupada en corregir pruebas de
imprenta. En aquel entonces, yo tenía bastante intimidad con ella
y con Olcott, y para ambos conservaré siempre una gran adhesión
y un profundo respeto. Él me dijo que ese día había ocurrido uno
de esos “pequeños incidentes”, (como él les llama), y que cons-
tantemente se producen en su casa. Habían tenido muchas visitas
y una animada discusión sobre las civilizaciones comparadas del
antiguo Oriente y del moderno Occidente.
Recayó la conversación sobre las telas fabricadas aquí y allá.
Mme. Blavatsky tomó con entusiasmo el partido de Oriente;
de pronto se llevó la mano al cuello y sacó de su amplio pecho
(de entre la vieja bata que es el único vestido que le conozco)
un pañuelo de crespón de seda, con el borde rayado, que se
parecía mucho a lo que nosotros llamamos “crespón de algodón”,
y preguntó si las manufacturas occidentales producían algo supe-
rior a eso. Me aseguraron, (y tengo buenas razones para creer en

* Especie de clavicordio pequeño, con cuerdas metálicas. (N. del T.)


220 H ojas de un viejo diario

su palabra), que hasta ese momento el pañuelo no había estado


allí. Estaba doblado por sus pliegues de origen y la conversación
había sido por completo accidental. Lo examiné y noté en él ese
olor insípido y penetrante que caracteriza a las materializaciones
del Lejano Cathay* (incluidas las cuentas de que he hablado). Noté
que en uno de sus bordes tenía una firma rara que ya había visto
sobre otros objetos, y que según me dijeron, era el nombre, (en
caracteres presánscrito), de un gran Hermano “Adepto” del Tíbet,
del que, por cierto, ella reconoce la gran superioridad. Más tarde,
al ir a sentarnos a la mesa (donde se había agregado a la frugal
refección una botella de vino para mí, porque ni uno ni otra beben
jamás), ella dijo a Olcott: “Deme usted ese pañuelo”. Él lo sacó
de la hoja de papel de escribir en que lo había envuelto cuidado-
samente, nuevo y sin ajar. Ella lo retorció sin mucho cuidado y se
hizo con él una corbata. Al volver al salón que tenía más calefac-
ción, se lo sacó y lo arrojó sobre una mesa a su lado. Le hice notar,
“Lo trata con poco cuidado ¿Quisiera usted regalármelo?” “¡Oh!,
ciertamente, si a usted le gustaría tenerlo”, dijo, y me lo arrojó.
Lo estiré como mejor pude entre los dedos, lo envolví otra vez
en papel y lo guardé en el bolsillo de mi camisa. En el momento
de marcharme me dijo: “¡Oh!, vuelva a darme ese pañuelo por
un momento”. Obedecí, naturalmente, y ella se volvió, dándome
la espalda un instante; después ya de frente, me mostró dos
pañuelos, uno en cada mano, diciendo: “Elija el que usted quiera,
he pensado que tal vez le gustaría más éste, (entregándome el
nuevo), que ha visto llegar”. Eso hice, y después de haber reco-
rrido esa noche unos 25 kilómetros en tren, se lo di a la dama que
tenía más derecho a recibir los presentes de otra dama, que, entre
paréntesis, se pretende septuagenaria, aunque no representa más
de cuarenta años. Cuando dejé EE. UU. algunos días después, el
pañuelo no se había deshecho aún, ni se había vuelto al Tíbet en
“una corriente de fluido astral”. Debo agregar que ese segundo
pañuelo era el facsímil perfecto del primero, en todos sus deta-
lles, incluyendo el nombre en caracteres arcaicos. Este, por cierto,
estaba escrito o pintado en negro y no impreso mecánicamente.

Mis recuerdos del incidente del pañuelo difieren un poco del relato
del Sr. O’Sullivan. El primero fue hecho de la nada —como sin
razón se dice corrientemente, porque nada dejó de existir nunca
ni pudo haber sido creado de la nada, aunque lo pretendan los
teólogos— durante una conversación que tuvo lugar entre HPB y
nuestro amigo el Sr. Herrisse del Consulado de Haití. Él decía que

* Nombre dado antiguamente a las provincias del norte de China. (N. del T.)
La Sede Central de Nueva York 221

uno de sus parientes trajo de China pañuelos de crespón de seda


que las manufacturas occidentales aún no habían podido imitar.
Enseguida ella mostró ese pañuelo preguntándole al Sr. Herrisse si
eso era lo que quería decir, a lo que él contestó afirmativamente. Yo
me apoderé del pañuelo, y cuando vino el Sr. O’Sullivan le conté la
historia y le mostré el pañuelo. Él le pidió enseguida a HPB que se
lo diera y ella accedió. A lo que hice notar, riéndome, que no tenía el
derecho de disponer así de mis bienes sin mi consentimiento, pero
me contestó que eso no importaba nada y que me daría otro igual.
En ese momento nos anunciaron la cena, y cerca ya de la puerta,
le pidió al Sr. O’Sullivan que le prestase el pañuelo un momento.
Estábamos de pie, ella nos dio la espalda un momento y después,
volviéndose, mostró en cada mano un pañuelo, de los que dio uno
al Sr. O’Sullivan y el otro a mí. Al salir del comedor, sintió una
corriente de aire que venía de una puerta entreabierta detrás de ella,
y me pidió algo para ponerse en el cuello. Le di mi pañuelo mágico,
que se puso negligentemente en el cuello mientras hablaba. Como
no era bastante largo para anudar los extremos, quise sujetarlos con
un alfiler, pero ella exclamó: “¡Que el diablo se lleve a usted y a sus

esquina de un pañuelo de crepé


222 H ojas de un viejo diario

alfileres; ¡tenga, ahí está su pañuelo!” Y arrancándoselo del cuello,


me lo arrojó a la cabeza. Y enseguida vimos otro pañuelo semejante
alrededor de su cuello. O’Sullivan se precipitó hacia ella diciendo:
“¡Ese, deme ese, lo he visto formarse ante mis propios ojos!” Ella
consintió amablemente, volvió a guardar el que le había dado antes,
y continuó la conversación. El primero, producido en presencia de
Herrise, está en mi poder, el otro en manos de mi hermana.
He pensado que valía la pena contar esta historia y otras que
seguirán, para mostrar las constantes pruebas que ella nos daba de
sus poderes milagrosos en esos lejanos días en Nueva York, donde
no había misioneros al acecho para inventar, comprar o tal vez
adquirir honradamente testimonios de tal naturaleza que arrojasen
dudas sobre su integridad. Aunque después no se hubiese produ-
cido ninguno, esos primeros fenómenos me hubieran asegurado lo
suficiente de que ella poseía ciertos siddhis y me habrían impedido
dudar de sus enseñanzas acerca de las fuerzas psicodinámicas que
los producen. Sus amigos y visitantes no recibían esas pruebas cada
tanto, sino sin cesar, y la niña bien dispuesta de Saratow se había
convertido en la misteriosa mujer de 1875, sin perder nada de las
facultades sobrenaturales de su juventud, sino que las había aumen-
tado y desarrollado infinitamente. Estos incidentes le dieron a su
salón un atractivo fascinante como ningún otro en Nueva York. No
era la Sociedad Teosófica el imán que causaba la atracción, sino
su personalidad, y ella se deleitaba con la emoción del entourage
[séquito]. Este era muy variado, una mezcla de música, metafísica,
orientalismo y chismes locales. No podría dar una mejor idea de la
heterogeneidad de su círculo de allegados, si digo que era como el
contenido de “Isis sin velo”. No creo que haya libro más conglome-
rado que ese.
CAPÍTULO XXII
Descripción de diversos fenómenos
1878

A
UNQUE una triste experiencia nos haya enseñado que los
fenómenos psíquicos son una base demasiado débil para
servir de cimiento a un gran movimiento espiritualista,
no dejan de tener cierto valor cuando se producen en su lugar y
bajo una estricta vigilancia. Ahora bien, ese lugar se halla en los
límites del Tercer Objeto declarado de nuestra Sociedad. Su impor-
tancia es considerable si se les considera como prueba elemental
del poder de una voluntad humana disciplinada, sobre las fuerzas
brutas de la naturaleza; desde este punto de vista, tocan al problema
de las inteligencias ocultas tras los fenómenos mediumnímicos.
Considero que los primeros fenómenos de HPB han hecho una
gran mella en la teoría hasta entonces generalmente aceptada, de
que los mensajes recibidos por intermedio de los médiums, debían
por lógica proceder de los muertos, porque se producían con la
ausencia de las condiciones presumidas como necesarias, y aun a
veces parecía que como un reto a esas condiciones. Se encuentran
referencias a ellos en recortes de periódicos de ese tiempo, y en la
memoria de testigos que no han publicado sus recuerdos, pero que
como todavía viven, se hallan capacitados para corroborar o recti-
ficar mi descripción de los fenómenos, que vieron lo mismo que yo.
Los milagros de HPB, muy sugestivos por sí mismos, no eran,
por lo general, traídos por la conversación; hallándose sola conmigo,
producía a veces algún fenómeno para explicar una doctrina parti-
cular o para responder a una pregunta que se presentaba a mi mente,
respecto a la naturaleza de la fuerza en juego en una operación
224 H ojas de un viejo diario

determinada. Pero ordinariamente, se manifestaban de pronto y con


independencia de toda sugestión previa de alguna persona presente.
He aquí algunos ejemplos para hacerme entender mejor:
Un día vino a vernos un espiritista inglés con su hijo, un mucha-
chito de diez a doce años, y un amigo suyo. El niño se entretuvo al
principio dando vueltas por toda la habitación, revisando nuestros
libros, examinando los objetos de adorno, etc. Pero pronto tuvo
ganas de irse y comenzó a molestar a su padre, interrumpiendo una
conversación muy interesante con HPB. Renunciando el padre a
conseguir que se quedase tranquilo, se resignó a marcharse, cuando
HPB dijo: “No es nada; hay que darle algo para que se divierta,
veamos si yo podría hallar un juguete”. Se levantó de su silla, metió
la mano detrás de la puerta corrediza que se encontraba detrás de
ella, y sacó de allí una gran oveja de jueguete con ruedas, ¡que
sé positivamente, que no se encontraba allí un instante antes!
Una noche, la víspera de Navidad, mi hermana bajó de su piso,
que estaba situado encima de la “Lamasería”, para pedirnos que
subiésemos a ver el árbol de Navidad que había preparado para sus
niños que ya se habían acostado. Después de haber examinado todos
los regalos, HPB se lamentó de no haber tenido dinero para comprar
alguna cosa para el árbol. Preguntó a mi hermana qué era lo que le
gustaría a uno de los varones, su favorito, y al saber que quería un
ruidoso silbato, dijo: “Bien, espere un minuto”. Sacó de su bolsillo el
llavero, y apretó en la mano cerrada tres llaves juntas; un momento
después, nos enseñó en su lugar un gran silbato de acero, colgado del
llavero en el lugar de las tres llaves. Para fabricarlo, tuvo que emplear
el metal de las tres llaves, que al día siguiente hubo que mandar hacer
a un cerrajero. Otro ejemplo: durante uno o dos años, nos servimos
en la “Lamasería” de la vajilla de plata de mi familia, pero un buen
día tuvimos que desprendernos de ella, y HPB me ayudó a emba-
larla. Ese mismo día, después de cenar, al servir el café, noté que no
estaba la pinza para el azúcar y alcanzándole el azucarero, puse en él
una cucharilla. Me preguntó dónde estaba la pinza del azucarero, y
cuando le dije que las habíamos embalado con el resto de la vajilla,
contestó: “Bien, de todos modos necesitaremos otra, ¿no es así?” y
alargando la mano a un lado de su silla, recogió unas sorprendentes
pinzas para el azúcar, que no se las encuentra en ninguna casa de
orfebre. Tenía los brazos bastante más largos que lo corriente, y los
dos extremos se parecían a un tenedor para encurtidos. En el interior
de uno de los brazos se veía el monograma del Mahatma M. Conservo
esta curiosidad en Adyar.
Esto puede servir como ejemplo de la aplicación de una ley
importante. Para crear algo objetivo utilizando la materia difundida
Descripción de diversos fenómenos 225

en el espacio, el primer paso es pensar en el objeto deseado —su


forma, modelo, color, materia, peso y otras características: la imagen
debe estar bien definida y deben distinguirse, todos los detalles
particulares; el siguiente paso es poner la Voluntad entrenada en
acción, emplear el conocimiento de las leyes de la materia y el
proceso de su conglomeración, y obligar a los espíritus elementales
a que fabriquen lo que se desea. Si el operador comete un error en
alguno de esos detalles, el resultado es imperfecto. Es evidente que
en el caso que nos ocupa, HPB confundió en su memoria las formas
de las tenacillas para el azúcar y los tenedores para encurtidos, y los
combinó juntos en ese objeto híbrido e incongruente. Esto prueba
aún más la realidad del fenómeno, porque unas tenacillas para
azúcar bien hechas se pueden comprar en cualquier comercio.
Una noche, nuestro salón estaba lleno de visitantes; ella se
encontraba sentada en un extremo de la habitación, y yo en el
otro, cuando me hizo señas de que le diese el gran sello intaglio
[ joya grabada], que yo llevaba esa noche como anillo sujetador de
la bufanda. La tomó sin decir una palabra, y sin atraer la atención
de nadie aparte de la mía, entre sus dos manos juntas, que frotó
durante un momento una contra otra. Pronto oí un sonido metá-
lico; me sonrió, y abriendo las manos me enseñó mi anillo con
otro tan grande como él, pero de dibujo diferente, y la piedra era
un jaspe sanguíneo, mientras que la mía era una cornelina roja. La
sortija que ella usó hasta su muerte; ahora es usada por la Sra. Annie
Besant y es bien conocida por millares de personas. La piedra se
partió durante nuestro viaje a India, y si no recuerdo mal, fue reem-
plazada en Bombay. Aquí, de nuevo, ni una palabra que llevara a los
fenómenos; al contrario, nadie salvo yo conoció el hecho.
Otro ejemplo: me vi obligado a ir a Albany como consejero
especial de la Mutual Life Insurance Company de Nueva York, para
tomar parte en la discusión de un proyecto de ley, que se hallaba
en Comisión a estudio de la Legislatura, y oponerme a su adopción.
HPB encontró bien aprovechar mi escolta para ir a Albany y hacer

pinza híbrida para el azúcar , producida fenoménicamente


226 H ojas de un viejo diario

una visita prometida hacía mucho tiempo al Dr. Ditson y Sra. Ella no


entendía nada de las cosas prácticas y solicitaba los buenos oficios
de sus amigos para hacer y deshacer sus baúles, entre otras cosas. Su
antigua amiga, la Dra. L. M. Marquette, le hizo la maleta Gladstone,
que quedó abierta en su pieza hasta el momento en que llegó el coche
que había de conducirnos hasta la estación. La maleta estaba muy
llena y tuve que volver a arreglar algunos de los objetos que estaban
arriba, y forzarla un poco para cerrarla con llave. Yo mismo la llevé
en el coche y de éste al tren para Albany. Por fin partimos. Pronto
se verá el porqué de este lujo de detalles. A la mitad del camino a
Albany, se rompió en el bolsillo de HPB el frasco de una medicina
para la tos, y el contenido, muy pegajoso, arruinó su tabaco y papel
de fumar, su pañuelo y todo lo que tenía en el bolsillo. Hubo que
abrir su maleta y sacar una cantidad de cosas para encontrar más
tabaco, papel, etc. Me encargué de eso; rehíce la maleta y la cerré,
y también la llevé hasta el coche al llegar a Albany, y la subí por
la escalera de casa del Dr. Ditson, depositándola en el rellano, a la
puerta del salón. La dueña de la casa inició enseguida una animada
conversación con HPB, a quien veía entonces por primera vez. La
hijita del Sr. Ditson estaba en el salón y daba vueltas alrededor de
HPB, subiéndose a sus rodillas y acariciándole la mano. Mi misteriosa
amiga no apreciaba nada esa clase de interrupciones y terminó por
decir: “Vamos pequeña, quédate tranquila un momento y te daré
algo bonito” “¿Dónde está? Por favor démelo ahora”, respondió la
niña. Yo, que creía que el regalo prometido se encontraría aún en
una juguetería de Albany adonde se me pediría enseguida que fuese
a buscarlo, soplé maliciosamente a la niña que preguntase a HPB
dónde tenía escondido su regalo. Ella respondió: “no te preocupes
querida, está en mi maleta”. Esto bastó; pedí las llaves, salí y abrí la
maleta y… encontré, bien colocada entre las ropas, a la vista apenas
se abría la maleta, ¡un xilófono de más o menos 40 cm por 10 cm,
con su par de baquetas de corcho al lado! Ahora bien, HPB no había
hecho su maleta en Nueva York y no la tocó ni un instante. La cerré
con llave antes de salir, la abrí, la deshice, la volví a hacer y a cerrar
en el tren, y HPB no llevaba otro equipaje. ¿De dónde podía venir el
xilófono, y cómo diablos pudo ser metido en una maleta llena casi
hasta estallar? No lo sé. Tal vez un miembro de la SPR sugeriría que
el mecánico del tren, sobornado y hecho invisible por HPB, ¡abrió
la maleta en el suelo, a mis pies, e hizo sitio en ella para el juguete
musical, arrojando algunas ropas por la ventanilla! O, quizás fue un
verdadero fenómeno y después de todo ella no era una farsante. Si
la Dra. Marquette vive aún, puede atestiguar que ella nos condujo al
tren con mi equipaje; y si el doctor Ditson vive, puede afirmar que
Descripción de diversos fenómenos 227

él nos condujo, con la famosa maleta Gladstone, desde la estación de


Albany hasta su casa. Mi deber es contar la historia tan exactamente
cómo es posible e indicar con este ejemplo que mi antigua y querida
colega hacía a veces un milagro para el simple placer de un niño que
no tenía la menor idea de la importancia del acontecimiento.
En la “Historia de las Brujerías de Salem”, relata mi amigo el
Dr. Upham, que a una de las desgraciadas víctimas de la terrible y
fanática persecución de 1695 se le imputó como prueba de su pacto
con Satán, que había llegado a cierta reunión sin una sola mancha,
a pesar de la lluvia y el barro. El docto autor ve más bien en eso
una prueba de que era una mujer cuidadosa que sabía caminar y
levantarse las faldas por el lodo. De un extremo al otro de su libro,
rehúsa ver una intervención espiritual en los fenómenos de obse-
sión, claro que, hay que decirlo, sin lograr convencernos. Una vez
en Boston, en un día de gran lluvia y que todo estaba lleno de barro,
HPB anduvo por la calle sin recoger ni una gota de lluvia ni una
mancha de barro. Y otra vez, me acuerdo que después de haber
estado conversando en el balcón de su sala, en la plaza Irving de
Nueva York, y que tuvimos que entrarnos, corridos por una fuerte
lluvia que duró gran parte de la noche, olvidé fuera una hermosa
silla tapizada con brocado o terciopelo. Al día siguiente, al entrar
a saludar a HPB por la mañana, como era mi costumbre, antes de
ir a mi oficina, me acordé de la silla y fui a buscarla, creyendo que
la encontraría empapada y estropeada por la lluvia. Al contrario,
estaba absolutamente seca, no podría explicar cómo.
El lector recordará la historia del duplicado del pañuelo chino
de crespón del Sr.  O’Sullivan, contada en el capítulo precedente.
Una noche vi hacer a HPB algo notable, para Wong Chin Fu,
conferencista chino que llegó a ser célebre en los Estados Unidos.
Hablábamos los tres de las pinturas de su país, que carecen de pers-
pectiva; él decía que las figuras pintadas por sus artistas eran admi-
rables, muy rico su colorido y puro su dibujo. HPB convino en ello,
y como por casualidad, abrió el cajón donde guardaba su papel de
cartas y sacó una fina pintura que representaba a una dama china
en traje de Corte. Estaba tan seguro como es posible estarlo, de que
aquella pintura no había estado allí antes, pero como Wong Chin
Fu no sentía especial interés por la ciencia oculta que para noso-
tros tenía tantos encantos, no dije nada. Nuestro visitante tomó
la imagen en su mano, le pareció hermosa, pero dijo: “esto no es
chino, madame; no tiene caracteres chinos en el ángulo; probable-
mente sea japonés”. HPB me miró con una expresión divertida,
volvió a poner la figura en el cajón, lo cerró un momento, y abrién-
dolo de nuevo, sacó una segunda pintura de la mujer china, vestida
228 H ojas de un viejo diario

con otros colores, y se la entregó a Wong Chin Fu. ¡Esta vez él reco-
noció su autenticidad porque tenía caracteres chinos en el ángulo
inferior izquierdo, que leyó enseguida!
He aquí un caso en que obtuve por medio de un fenómeno
ciertos datos sobre tres miembros de mi familia. Estábamos solos
en la casa con HPB, hablando de esas tres personas, cuando se oyó
ruido en la habitación contigua; corrí a ver lo que era y encontré la
fotografía de una de ellas, que estaba sobre la chimenea, vuelta de
cara a la pared; una gran acuarela de otra de las personas, arrancada
de su clavo, caída en el suelo con el vidrio roto: y el retrato de la
tercera no se había movido de encima de la estufa. Era la respuesta
a mis preguntas. Se ha puesto en circulación una relación fantástica
de este caso; yo restablezco los hechos tal como sucedieron. En ese
momento no estaba en la casa nadie más que nosotros dos y yo tan
sólo era el interesado en obtener una respuesta.
¡Qué mujer tan extraña y qué variedad había en sus fenómenos!
La hemos visto multiplicar telas; veámosla ahora duplicar cartas.
Un día recibí una carta de cierta persona muy culpable de una falta
para conmigo, y la leí en voz alta a HPB, que exclamó: “Es nece-
sario guardar una copia de eso”, y pidiéndome la hoja de papel
que yo tenía en la mano, la sostuvo delicadamente por una punta,
¡y la duplicó pura y sencillamente ante mis ojos! Podría decirse
que dividió el papel en dos superficies. Otro ejemplo, tal vez más
interesante aún: Con fecha del 22 de diciembre de 1887, Stainton
Moses le escribió una carta de cinco páginas, llena de controver-
sias, o por lo menos de críticas. El papel era cuadrado, de formato
grande, y llevaba en relieve la inscripción: “Colegio Universitario de
Londres”, y en el ángulo superior izquierdo su monograma: una W
y una M entrelazadas, atravesadas por el nombre de “stainton” en
letras mayúsculas pequeñas. HPB dijo que nos hacía falta una copia
de eso, y saqué del pupitre cinco medias hojas de papel de cartas
fino*, del mismo formato que las de Oxon, y se las di. Ella las colocó
contra las cinco hojas de la carta y puso todo en un cajón del pupitre,
precisamente frente a mí. Después de haber seguido hablando algún
tiempo, dijo que creía que la copia estaría hecha y que me cercio-
rase de ello. Abrí el cajón, saqué los papeles y me encontré con que
cada una de mis cinco hojas había recibido de la página con la cual
había tenido contacto, la impresión de la hoja correspondiente. El
original y la copia se parecían de tal modo —como me sucedió con
el retrato Britten-Louis— que las tomé por idénticas. Lo he creído

* En inglés, foreign letter-paper, es un papel de carta más fino que el común.
Quizás se refiere a un papel importado, o a uno que se utiliza para enviar cartas
al extranjero por ser más liviano. (N. del T.)
Descripción de diversos fenómenos 229

carta original de m . a . oxon

duplicado producido fenoménicamente por hpb


230 H ojas de un viejo diario

durante dieciséis años, pero cuando he buscado esos documentos


para escribir este capítulo, veo que no es así. Las escrituras son casi
idénticas, pero no del todo; parecen más bien dos originales de la
misma mano. Si HPB hubiese tenido tiempo necesario para prepa-
rarme esa sorpresa, bastaría acusarla de haberlas escrito, pero no lo
había tenido. Todo sucedió como lo digo, y presento el caso como
un testimonio indudable de sus poderes. He tratado de colocar
una página sobre otra para ver si los textos se corresponden, y no
es así, demostrando esto en todo caso que la transferencia no se
produjo por absorción de la tinta; además, las tintas son diferentes
y la de Oxon no es tinta de copiar. El fenómeno no necesitó más
que cinco o diez minutos y los papeles estuvieron todo el tiempo
en el cajón, enfrente de mí, de modo que era imposible retirarlos
de allí y sustituirlos por hojas preparadas de antemano. Que esto se
sume al crédito de su buen nombre, y que sirva como argumento
para que sus amigos contrarresten las calumnias desmedidas que
sus enemigos han hecho circular contra ella.
El Sr.  Sinnett cuenta en sus “Incidentes en la Vida de
Madame Blavatsky” (p. 199*) una historia que supo por el Sr. Judge,
sobre ciertos colores para acuarela, que ella produjo para que él
haga un dibujo sobre Egipto. Yo estaba presente y uno mi testi-
monio personal al suyo. Esto sucedió un día en la “Lamasería”.
Judge dibujaba para ella —creo— un dios formando al hombre en
un torno de alfarero, pero por falta de colores no podía terminarlo.
HPB le preguntó qué colores necesitaba, y después, aproximándose
al pequeño piano, detrás mismo de la silla de Judge, y de frente al
rincón formado por el muro y la extremidad del piano, levantó su
vestido como para recoger algo. Enseguida sacudió su vestido sobre
la mesa y cayeron delante de Judge trece tubos de pigmentos de
acuarela de Windsor & Newton, entre los que se hallaban los que
había pedido. Poco después dijo que tendría necesidad de oro, y
ella le hizo traer del comedor un plato pequeño, le pidió la llave
de la puerta, que era de cobre, y teniendo los dos objetos bajo la
mesa, frotó vivamente la llave sobre el fondo del plato. Al cabo de
un instante, entregó el plato, cuyo fondo estaba cubierto de oro de
la mejor calidad. Cuando le pregunté para qué sirvió la llave en la
experiencia, contestó que el alma del metal era un núcleo necesario
para agrupar a su alrededor los átomos de otro metal, sacados del
akasha. Por esto también, me pidió prestado mi anillo de sello para
fabricarse otro, como ya lo he contado. ¿No hay en eso algo suges-
tivo acerca de la materia prima de los alquimistas cuando efectúan

* En la edición española, p. 168. (N. del T.)


Descripción de diversos fenómenos 231

lo que se llama transmutación de los metales? Se pretende que ese


arte es aún practicado por ciertos faquires* y sannyasis† de India
moderna. Además, los descubrimientos del profesor Crookes sobre
la génesis de los elementos‡, nos conducen a un punto en que si
la ciencia no quiere retroceder, ¿deberá llegar a la hipótesis aria de
purusha§ y prakriti¶?
¿Y esta última teoría, no nos señala la posibilidad de volver a
distribuir los elementos de un metal en combinaciones nuevas,
de donde resultaría el desarrollo de otro metal, bajo la irresistible
influencia del poder de la Voluntad? Para efectuar la operación por
los métodos físicos, es menester —como dice el profesor Crookes—
hacer remontar los elementos de un metal hasta ese punto remoto
de su génesis, en el cual podrían ser encauzados en la línea de
desarrollo que trajese la agregación de los elementos del otro metal
deseado. La ciencia no ha llegado aún a eso, ni usando los enormes
recursos de la electricidad. Pero lo que es una dificultad insuperable
para el químico y el electricista, que dependen por completo de
las fuerzas brutas, puede ser muy fácil para el Adepto, cuyo agente
activo es el poder del espíritu, que él sabe manejar; en realidad,
el poder que construye al Cosmos. Entre el punto alcanzado por
Crookes la noche del 15 de enero de 1891, cuando pronunció su
Discurso Inaugural, como Presidente de la Institución de Ingenieros
Eléctricos, y que acompañó con brillantes experimentos que
probaban lo justo de su hipótesis inmortal, y el punto que ocupaba
la ciencia europea un cuarto de siglo antes, hay una distancia infi-
nitamente mayor que entre este punto y la Gupta Vidya** de nuestros
antepasados arios. El heroico Crookes, a pesar de ver los obstáculos
futuros, y reconociendo “que todavía queda por hacer una labor
formidable”, no se muestra nada desalentado:

En cuanto a m톆, tengo la firme convicción de que incansables


investigaciones hallarán su recompensa en una penetración de los
misterios naturales, en tal grado, que apenas se le puede concebir.
Las dificultades, dijo un agudo antiguo estadista, son cosas a ser

* Asceta musulmán de India. (N. del T.)


† Asceta indio. (N. del T.)
‡ En otras palabras, que el átomo no es una unidad, sino un compuesto de la
materia universal del espacio, formado por la acción de la electricidad. (Olcott)
§ El espíritu. (N. del T.)
¶ La materia. (N. del T.)
** Ciencia Oculta, en sánscrito. (N. del T.)
†† Dice en el Jour. Inst. Elec. Engineers, Vol. XX, p. 49. (Olcott)
232 H ojas de un viejo diario

vencidas; y, según mi parecer, la Ciencia debería despreciar la


noción de la finalidad.

Situarse ahí es ver la aurora de un día más hermoso en el cual los


científicos verán que su método inductivo centuplica las dificul-
tades de los “misterios naturales”. Que la clave de esos misterios es
la ciencia del espíritu y que el camino de esta ciencia no pasa por el
hornillo del laboratorio, sino a través del fuego más devorador, que
se alimenta con el egoísmo y se mantiene por las pasiones, atizado
por el viento de los deseos.
Cuando se reconozca de nuevo al espíritu como factor supremo
en la génesis de los elementos y la elaboración del Cosmos, los
fenómenos psíquicos de nuestra sentida HPB adquirirán una
importancia transcendente como hechos científicos elementales,
y dejarán de ser considerados, por unos, como juegos de manos,
y por los otros, como milagros para consumo de los gobe-mouches
[crédulos].
CAPÍTULO XXIII
Precipitaciones de imágenes
1878

L
ECTORES de Modern Egyptians, de Lane, ¿Se acuerdan la
historia del joven que fue a ver un sheikh* taumaturgo y
obtuvo una prueba maravillosa de sus poderes ocultos? Su
padre se hallaba entonces enfermo en un sitio lejano, y el joven
pidió al sheikh noticias suyas. Él accedió y le dijo que escribiese a
su padre preguntándole cómo seguía: hecho esto, el sheikh colocó
la carta debajo del almohadón en que estaba apoyado. Al cabo de
un momento, sacó del mismo sitio una carta en respuesta a las
preguntas del joven. Estaba escrita de letra del padre, y si no me
engaño, —porque estoy dando esta cita de memoria— llevaba
también su sello. A petición del consultante, el café fue servido en
las propias tazas y con el fingan† de su padre, las que con toda razón
podía suponer que estaban en la casa paterna, en una población
lejana. HPB me hizo ver una noche, sin preparación escénica ni
historias, algo del mismo género del primero de esos fenómenos.
Yo deseaba saber la opinión de cierto Adepto sobre un tema deter-
minado. Ella me pidió que escribiese mis preguntas, las pusiese en
un sobre sellado y colocase éste en un sitio en que yo pudiese vigi-
larle. Esto tenía más valor aún que el episodio del sheikh egipcio
que escondió la carta bajo su almohadón. Como estaba sentado
entonces frente al hogar, puse mi carta encima de la chimenea,

* Voz árabe, significa anciano, pero se usa en el sentido de jefe u hombre inves-
tido de autoridad. (N. del T.)
† Tipo de cafetera usada en oriente. (N. del T.)
234 H ojas de un viejo diario

detrás del reloj, dejando sobresalir el borde del sobre, para tenerlo
a la vista. Mi colega y yo, seguimos hablando alrededor de una hora
más, y entonces me dijo que la respuesta había llegado. Abrí mi
sobre, cuyo sello estaba intacto; dentro estaba mi carta, y en mi
carta la respuesta del Adepto, con su escritura corriente, escrita en
una hoja de un papel verde especial que —tengo todas las razones
para creerlo— no existía en la casa. Nos encontrábamos en Nueva
York; el Adepto en Asia. Me permito sugerir que este fenómeno no
puede ser tachado de fraude, y que, por lo tanto, su valor es consi-
derable. No hay más que una explicación posible, bien defectuosa
por cierto, aparte de lo que considero ser la verdadera teoría. Es
suponer a HPB dotada de un poder hipnótico extraordinario, que
hubiese podido paralizar instantáneamente todas mis facultades en
forma de impedirme ver que se levantaba, sacaba mi carta de detrás
del reloj, abría el sobre con vapor de agua, leía mi carta, la contes-
taba desfigurando la letra, volvía a poner todo en el sobre, que volvía
a sellar y a colocar en la chimenea, ¡y me devolvía el uso de mis
sentidos sin que mi memoria conservase ni trazas del experimento!
Pero tenía, y tengo aún, un recuerdo muy claro de haber hablado
durante una hora, de haberla visto andar de aquí para allá y armar y
fumar numerosos cigarrillos, mientras yo cargaba, fumaba y volvía
a cargar mi pipa. En fin, recuerdo haber estado con el ánimo de
toda persona despierta que está acechando un fenómeno psíquico
que va a efectuarse. Si se da algún valor a cuarenta años de fami-
liaridad con todos los fenómenos de hipnotismo y mesmerismo y
con sus leyes, puedo positivamente declarar que estaba en plena
conciencia de vigilia y que he descrito con exactitud los hechos. Tal
vez dos veces en cuarenta años de experiencia en el plano físico de
maya, no serían suficientes para hacer concebir todas las posibili-
dades de la ciencia hipnótica oriental. Tal vez soy tan incapaz como
el primer ignorante que se presente, de saber lo que en realidad
sucedió entre el momento en que escribí mi carta y aquel en que
recibí la respuesta. Es muy posible, pero en ese caso, ¡qué valor infi-
nitesimal puede atribuirse a las severas acusaciones de los críticos
hostiles a HPB, que la trataron de prestidigitadora sin escrúpulos,
si no poseen ni siquiera la cuarta parte de mis conocimientos de
las leyes que rigen los fenómenos psíquicos! En el Spiritualist (de
Londres), del 28 de enero de 1876, he contado este incidente al
mismo tiempo que otros de la misma clase, y ruego al lector que
para más detalles lea ese artículo.
No sé si habrá una clase de fenómenos que puedan clasificarse
de hirsutos, pero si los hay, el siguiente incidente puede ser clasi-
ficado con ellos, así como el súbito crecimiento de los cabellos de
Precipitaciones de imágenes 235

HPB en Filadelfia, que ya conté en uno de los primeros capítulos.


Después de haberme afeitado la barba durante muchos años, me
la dejé crecer por consejo de mi médico, para evitar frecuentes
enfriamientos de garganta, y en el tiempo de que estoy hablando,
mi barba tenía como unos 10 cm de largo. Una mañana, arreglán-
dome después del baño, descubrí un paquete de pelos largos debajo
de la barbilla, junto a la garganta. No sabiendo qué pensar de eso,
desenvolví muy cuidadosamente todo ese enredo, lo que me ocupó
bien una hora de paciencia, y descubrí, con gran sorpresa que tenía
¡un mechón de barba de 36 cm, que me llegaba hasta el hueco del
estómago! Ni en mis recuerdos ni en mis lecturas había nada que
me ayudase a comprender el cómo y el porqué de ese hecho, pero
el fenómeno estaba ahí, palpable y permanente. Cuando mostré el
mechón a HPB, me dijo que era obra de nuestro Gurú durante mi
sueño, y me aconsejó que la conservase para usarla como un depó-
sito de su aura benefactora. La enseñé a muchos amigos, que no
hallaron mejor explicación que darme, pero todos estuvieron de
acuerdo en decirme que no la cortara. De suerte que yo la metía
dentro del cuello para ocultarla, y esto duró años, hasta que el resto
de la barba creció otro tanto. Esto explica por qué, con frecuencia se
me llamaba “Barba de Rishi*” y por qué nunca cedí a mi constante
tentación de cortar ese adorno natural para reducirlo a proporciones
más portátiles y menos impresionantes. Sea cual fuere el nombre
que se le dé a este fenómeno, no fue maya, sino algo real y tangible.
En el departamento de “precipitaciones†” de escritos e imágenes,
HPB era particularmente experta como inferirá de lo que precede.
Este era también el caso de M. A. Oxon. Una noche, en 1875,
en casa del Presidente de la sección de fotografía del Instituto
Norteamericano, el Sr. H. J. Newton, vi a un médium particular,
llamado Cozine, que producía fenómenos de escritura sobre pizarra,
bastante más notables que los del Dr. Slade. Las comunicaciones se
producían en azul y en rojo muy vivos; no se servía de ningún lápiz
para el experimento, y yo mismo sostenía un extremo de la pizarra.
Cuando conté esto a HPB dijo: “Me parece que yo podría hacer otro
tanto; en todo caso quiero ensayarlo”. Salí, compré una pizarra y se
la traje. La llevó sin lápiz, a un pequeño gabinete oscuro y se echó
sobre el sofá. Salí del gabinete, cerré la puerta y esperé fuera. Al
cabo de unos instantes, HPB reapareció, sudorosa, con aspecto de
estar muy fatigada y trayendo la pizarra en la mano. “¡Por Dios, me

* Del sánscrito: revelador, santo, iluminado, el Adepto. (N. del T.)


† Un término, originalmente de mi propia invención, el cual parece reflejar
mejor que otros el método empleado. (Olcott)
236 H ojas de un viejo diario

ha dado trabajo, pero está hecho, mire!”, exclamó. La pizarra estaba


escrita con lápices rojo y azul con una letra diferente de la suya.
M. A. Oxon me escribió contándome una experiencia semejante,
que él hizo, pero en su caso no era más que el médium pasivo
de Imperator, lo que es muy diferente. A petición suya, Imperator
escribió mensajes en la cartera que estaba en su bolsillo, con tintas
de diferentes colores. Imperator sigue siendo la x de la vida psíquica
de Oxon; tal vez fuese el cuerpo etéreo de mi amigo, quien precipitó
esos textos coloreados para apaciguar el ruidoso escepticismo de
su conciencia física, y en ese caso su fenómeno tendría un cierto
parentesco con el de HPB.
En otra parte he hablado de una imagen precipitada sobre tela de
raso por HPB, para enseñarme a qué grado había llegado Oxon, en
su esfuerzo para alcanzar el poder de proyectar su Doble, concen-
trando la voluntad. Voy a contarlo con sus detalles.
Una noche de otoño, en 1876, ella y yo trabajábamos como de
costumbre en “Isis”, cada uno a un lado de la mesa y nos pusimos a
discutir los principios que rigen la proyección voluntaria del Doble.
Por no haber estudiado esas cosas en su juventud, ella no entendía
nada de las explicaciones científicas y me costaba trabajo entender
su pensamiento. Su temperamento violento no dejaba en esos casos
de tratarme de idiota, y esa vez no me ahorraba su opinión respecto
a mi supuesta torpeza. Terminó por donde debió comenzar, ofre-
ciendo demostrarme con una figura, el estado de la evolución de
Oxon, y enseguida puso manos a la obra. Se levantó, abrió un cajón
del que sacó un pequeño rollo de raso blanco —que quedaba, creo,
de una pieza que le habían regalado en Filadelfia— y extendiéndolo
ante mí sobre la mesa, cortó un trozo de la dimensión deseada,
después de lo cual, colocó el rollo en su sitio y se sentó. Puso el
trozo de raso boca abajo sobre la mesa, lo cubrió casi por completo
con una hoja nueva de papel secante, y apoyó sus codos encima
mientras hacía un cigarrillo. Me pidió que le trajese un vaso de
agua. Asentí, pero empecé por hacerle una pregunta, que trajo
una respuesta, y empleó algún tiempo. Mientras, yo no le quitaba
ojo al borde del raso que sobrepasaba del papel secante y estaba
bien resuelto a no perderlo de vista. Viendo que no me movía, me
preguntó si no quería ir a buscarle el vaso de agua. Le respondí:
“¡Oh!, ¡Claro que sí!” “Bien, entonces, ¿qué espera?” “Espero tan sólo
a ver lo que va usted a hacer con ese raso”. Viendo que no quería
dejarla sola con la tela, me dirigió una mirada furiosa, y golpeando
con el puño el papel secante, exclamó: “¡Lo quiero ahora —en este
minuto!” Y levantando el papel, dio vuelta el raso y me lo arrojó.
Imagine mi sorpresa: en el lado satinado de la tela, vi una imagen
Precipitaciones de imágenes 237

en colores y del más extraordinario carácter*. Era un excelente


retrato de la cabeza de Stainton Moses, tal como entonces era, casi
una reproducción de su fotografía que estaba colgada en la pared,
encima de la repisa de la chimenea. Del vértice de la cabeza salían
como unos dardos de llama dorada; en el sitio del corazón y del
plexo solar, se veían focos de color rojo y oro, como saliendo de
pequeños cráteres. La cabeza y el tórax estaban envueltos en nubes
de aura, de un azul puro, sembradas de puntos de oro. En la parte
baja de la imagen, donde debería encontrarse el cuerpo, se veía
cubierto de nubes semejantes, pero de un vapor rojizo y grisáceo, es
decir, de un aura menos buena que la de la parte superior.
Yo no sabía todavía nada de los seis chakras o centros de evolu-
ción psíquica del cuerpo humano, de los que se habla en los Yoga
Shastras y que conocen bien todos aquellos que han estudiado a
Patanjali. Entonces no comprendía la significación de los dos
vórtices llameantes sobre las regiones cardíaca y umbilical. Pero
todo lo que después he aprendido, aumenta en mucho para mí el
valor de esa imagen, que prueba que el ocultista práctico que la
produjo sabía evidentemente que, para separar el astral del cuerpo
físico, hay que concentrar la voluntad sucesivamente sobre cada
centro nervioso, y que la separación debe ser completa en un punto,
antes de obrar sobre el siguiente. Considero que esta imagen de
Stainton Moses era más bien intelectual que espiritual, puesto que
su cabeza estaba ya completamente formada y pronta para la proyec-
ción, mientras que el resto de su cuerpo astral estaba aún en un
estado de agitación nebulosa y no había adquirido todavía la rupa o
forma. Las nubes azules indican una cualidad pura, seguramente la
más luminosa cualidad del aura, descrita como brillante o radiante;
un nimbo plateado. Los puntos dorados que se ven flotar en el
azul, representan las chispas del Espíritu, la “chispa plateada en el
cerebro” que Bulwer describe tan bien en su Strange Story; mientras
que los vapores grisáceos y rosados de las partes inferiores son las
auras de nuestras cualidades animales y corporales. El gris se hace
cada vez más obscuro a medida que la animalidad prevalece en un
hombre, sobre sus cualidades intelectuales, morales y espirituales,
de modo que los clarividentes dicen que los enteramente depra-
vados son negros como la tinta. Se describe el aura de los Adeptos
como una fusión de plata y oro, como algunos de mis lectores lo
saben seguramente por experiencia, y como los poetas y pintores de

* Como los procedimientos de fotograbado aún no son capaces de reproducir


los colores, [la primera edición de este libro fue en 1895. (N. del E.)] la imagen
adjunta no da más que una débil idea de la imagen sobre el raso. (Olcott)
238 H ojas de un viejo diario

pintura en raso representando la evolución parcial del doble


Precipitaciones de imágenes 239

la pintura en raso recuerda este retrato de m . a . oxon


240 H ojas de un viejo diario

todos los tiempos han representado siempre a su más elevado ideal


espiritual. Esta tejas, o luz del alma, luce en el rostro de los místicos
con un brillo que no podría olvidarse ni confundirse, cuando se
le ha visto una vez. Es la “faz brillante” de los ángeles bíblicos, la
“gloria del señor”, la luz que irradiaba del rostro de Moisés cuando
descendía de la montaña, con un brillo tal que los hombres no
podían mirarlo cara a cara, una radiación que transforma hasta las
ropas en “vestiduras brillantes”. Los hebreos la llaman shekinah, y
he oído una vez esta expresión, en boca de judíos de Bagdad, apli-
cada al aspecto del rostro de un visitante de gran espiritualidad. Del
mismo modo, otras varias naciones se sirven en el mismo sentido,
de la palabra radiante; los espíritus y hombres puros, irradian la
blanca, y los viciosos y los malos, están velados de oscuridad.
Otro retrato precipitado por HPB, no presenta el aura; me refiero
al de un yogui indio descrito por el Sr. Sinnett en “El Mundo Oculto”
y en “Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky”. Los documentos
que le conciernen, fueron primeramente publicados en el Spiritualist,
poco después del hecho. He aquí cómo sucedieron las cosas. Un día,
yendo a la “Lamasería”, paré en el club Lotus para llevarme a casa
papel para notas y sobres del club para usarlos en casa cuando sea
necesario. Cuando llegué a la casa era tarde y HPB ya estaba en la
mesa con el Sr. Judge y la Dra. Marquette como invitados. Puse el
paquete de papel encima de mi pupitre en el despacho, (que por
cierto estaba separado del comedor por un muro macizo), fui al
baño rápidamente y luego me senté a la mesa. Al final de la comida,
la conversación recayó sobre las precipitaciones y Judge pidió a HPB
que nos hiciese un retrato. Al ir al despacho, ella preguntó qué
retrato deseaba, y él eligió a ese yogui que conocíamos de nombre
y por quien los Maestros sentían un gran respeto. Ella fue a mi
mesa y tomó una hoja de papel con el logo del club, lo cortó en
dos, conservó la mitad que no tenía letras y la colocó sobre su papel
secante. Enseguida raspó probablemente un grano del grafito de la
mina de un lápiz Faber, lo frotó en la superficie en redondo, con la
palma de su mano derecha, y nos presentó el resultado. El retrato
solicitado se veía sobre el papel y, fenómeno aparte, es una obra de
arte poderosa y genial. Le Clear, conocido pintor norteamericano
de retratos, lo ha declarado único, enteramente “individual” en el
sentido técnico de la palabra, y tal como ningún artista vivo que
él conociese, hubiera sido capaz de producir. El yogui está repre-
sentado en samadhi*, con la cabeza algo vuelta a un lado, la mirada
profundamente interior y desprendida de las cosas externas; parece

* Estado de profundo éxtasis contemplativo. (N. del T.)


Precipitaciones de imágenes 241

retrato de un yogui indio , producido fenoménicamente


242 H ojas de un viejo diario

que el cuerpo hubiese sido dejado sólo. La barba y los cabellos son
de una longitud moderada, y estos últimos están dibujados tan
hábilmente que parece que el aire pasase a través de los mechones
levantados; efecto que se consigue a veces en las buenas fotografías,
pero que es difícil de obtener con el lápiz. Es dificultoso determinar,
al verlo, el procedimiento empleado; puede decirse que es un dibujo
hecho al lápiz negro sin difuminar, o al grafito. Pero en la super-
ficie del papel no hay polvo ni reflejo que lo indique, ni tampoco
trazas de la punta. Si se pone el papel horizontal para observarlo en
dirección de la luz, podría imaginarse que el pigmento está bajó las
fibras. Este dibujo incomparable sufrió en India un cruel ultraje.
Uno de nuestros Miembros indios, demasiado curioso, que lo llevó
prestado como favor especial “para enseñárselo a su madre”, tuvo
la ocurrencia de frotarlo con una goma ¡para ver si el color estaba
en la superficie o debajo! Con este bárbaro experimento desapa-
reció una parte de la barba y mi amargo sentimiento no disminuyó
en nada por la certidumbre de que el desastre no fue ocasionado
por maldad, sino por una ignorancia y curiosidad infantiles. HPB
pronunciaba siempre el nombre de ese yogui “Tiraválá”, pero me
imagino, desde que habito en la Presidencia* de Madrás, que quería
decir Tiruvalluvar, y que ese retrato, que puede verse ahora en el
Anexo Pictórico de la Biblioteca de Adyar, es el del venerado filósofo
del antiguo Mylapore, el amigo y Maestro de los pobres parias. No
me atrevo a afirmar nada respecto a su existencia física actual, pero
siempre deduje de lo que decía HPB, que vivía en cuerpo físico. Esto
sería increíble para todos salvo para los hindúes, ya que se dice que
escribió su inmortal “Kural”, ¡hace unos mil años! En el sur de India
se le considera como uno de los siddhas† y se dice que aún vive,
así como los otros diecisiete, en las Montañas Tirupati y Nilgiri,
velando por la religión hindú y protegiéndola. Estas Grandes Almas
no vistas impulsan y alientan por el poder de su voluntad a los
que la aman y propagan, así como a todos los amigos de la huma-
nidad. ¡Que su bendición sea con nosotros! Noto que no hay aura
o resplandor espiritual, alrededor de la cabeza del yogui, a pesar
de que HPB confirmó la reputación de elevada espiritualidad y de
santidad que le atribuyen sus admiradores indios.
Esto sucede también con el primer retrato de mi Gurú, hecho en
Nueva York con lápices negro y blanco, por el Sr. Harrisse: no tiene
aura. De este puedo certificar el parecido, así como otras personas

* La Presidencia de Madrás, era una subdivisión administrativa de la India Británica.


(N. del E.)
† Santos de condición casi divina. (N. del T.)
Precipitaciones de imágenes 243

que han tenido la dicha de verlo. Así como los retratos al óleo de
Herr Schmiechen, hechos en Londres en 1884, el primero es un
ejemplo de transmisión del pensamiento. Creo que nunca he hecho
públicos estos hechos, pero en todo caso, deben tener un lugar en
esta retrospectiva.
Siempre se desea poseer el retrato de un corresponsal lejano con
el cual se mantienen relaciones importantes y con mayor razón el
de un instructor espiritual, gracias al cual uno ha reemplazado ideas
vulgares por un noble ideal. Deseaba ardientemente tener, por lo
menos, la imagen de mí venerado instructor ya que no podía verlo
a él mismo; durante mucho tiempo pedí a HPB que me la procu-
rase y me había prometido hacerlo en la primera ocasión favorable.
Esta vez, mi colega no tuvo el permiso de precipitarla para mí, pero
recurrió a un método más sencillo y bien sugestivo: la hizo dibujar
por alguien que no era ocultista ni médium. El Sr. Harrisse, nuestro
amigo francés, era algo artista, y una noche que la conversación
había girado sobre India y el valor de los Rajputs*, HPB me dijo por
lo bajo que trataría de hacerlo dibujar el retrato de nuestro Maestro
si yo le proporcionaba los objetos necesarios. No los había en la casa,
pero salí a comprar papel y lápices en una papelería muy cercana.
El comerciante hizo el paquete, me lo alcanzó por encima de la caja,
tomó la moneda de medio dólar que le di y me fui. Cuando llegué
a casa, deshice el paquete, y de él cayó al suelo medio dólar, en
dos monedas de un cuarto de dólar. Como se ve, el Maestro quería
darme su retrato sin que me costase nada. HPB pidió entonces
a Harrisse que dibujase a su gusto la cabeza de un jefe indio. Él
contestó que no veía eso en su imaginación y que nos haría otra
cosa. Mas, cediendo a mi insistencia, comenzó a dibujar una cabeza
de un indio. HPB me hizo señas para que me mantuviese tranquilo
al otro extremo de la sala y ella fue a sentarse cerca del artista,
fumando tranquilamente. Cada tanto, se acercaba suavemente hasta
detrás de él, como para observar sus progresos, pero no dijo ni
una palabra hasta que estuvo concluido, como una hora después.
Recibí el retrato con agradecimiento; lo hice poner en un cuadro y
lo colgué en mi pequeña alcoba. Pero sucedió algo raro. Después de
haber echado una última mirada al retrato, que aún estaba ante el
artista, y mientras HPB lo tomaba en su mano para alcanzármelo,
apareció sobre el papel la firma criptográfica de mi Gurú, dándole
en cierto modo su visto bueno y aumentando en mucho el valor
del regalo. Pero en este tiempo yo no había visto aún a mi Gurú y
no podía juzgar el parecido. Más tarde vi que era real, y, además, él

* Tribu guerrera del N. O. del Indostán. (N. del T.)


244 H ojas de un viejo diario

me dio el turbante con que el aficionado lo dibujó. He ahí un caso


auténtico de transmisión del pensamiento: la transferencia de la
imagen de una persona ausente, a la conciencia de un extraño. ¿Se
produjo esto a través del pensamiento de HPB? Así lo creo. Pienso
que esto sucedió de idéntico modo que las transmisiones de figuras
geométricas o de otra clase, descritas en las antiguas memorias de
la SPR, pero con la diferencia de que la memoria misma de HPB,
proporcionó el retrato ejecutado por Harrisse y que sus poderes
ocultos desarrollados le permitieron efectuar directamente la trans-
misión sin intermediario. Quiero decir que no tuvo necesidad de
ver el retrato, dibujado ante ella en un cartón, para hacerlo pasar a
otro espíritu. Los dos magníficos retratos al óleo, de este Maestro
y de otro, que actualmente adornan la Biblioteca de Adyar, fueron
pintados por Schmiechen en condiciones todavía más interesantes,
porque el parecido es tan perfecto y asombroso que parecen vivos.
Los ojos hablan, y escudriñan al alma hasta el fondo; la mirada
le sigue a todas partes, y los labios parecen prontos a pronunciar,
según uno lo merezca, elogios o reproches. Eso es más bien una
inspiración que una transmisión de pensamiento. El artista hizo
de ellos dos o tres copias sin lograr infundirles la vida de los origi-
nales, porque no han sido ejecutadas bajo la inspiración divina, y
la voluntad de los Maestros no estaba concentrada en ellas. Los
originales son el palladium de nuestra Sede Central; las copias, como
las imágenes reflejadas en un espejo, tienen todos los detalles de la
forma y el color, pero carecen del espíritu vivificador.
CAPÍTULO XXIV
Proyección del Doble
1878

T
ODAS las teorías y todas las especulaciones relacionadas con
la doble naturaleza del hombre, es decir, de que posee un
cuerpo astral o fantasma, así como un cuerpo físico, solo
nos conducen al punto en que se piden pruebas antes de dejarse
conducir más lejos. El espíritu materialista considera ese hecho,
que sobrepasa la experiencia corriente, tan increíble, que está más
dispuesto a dejarlo a un lado y tomarlo como una fantasía, antes
que aceptarlo como una hipótesis de trabajo. Así es como lo han
tratado el promedio de los hombres de ciencia, y si un investi-
gador más osado se arriesga a proclamar su convicción, compro-
mete ese carácter de fría prudencia que es considerado (muy equi-
vocadamente, por cierto) el signo distintivo del verdadero autor de
descubrimientos científicos. Sin embargo, se han publicado varios
libros precisos y sugestivos como el de D’Assier*, y especialmente
Phantasms of the Living, de los Sres. Gurney, Myers y Podmore, que
presentan una acumulación de observaciones imposibles de negar,
aunque difíciles de creer. El caso parece haber sido ampliamente
probado por la compilación de varios miles de fenómenos de esta
clase que han sido observados; y parece que ha llegado el momento
en que el metafísico que los ignora no tiene derecho a reclamar
ser considerado como un confiable instructor de hombres. Sin
embargo, aunque la razón puede estar convencida por esta serie de
hechos, la existencia real del cuerpo astral y la posibilidad de su

* Posthumous Humanity: a Study of Phantoms. (Olcott)


246 H ojas de un viejo diario

separación de la “envoltura” física durante la vida solo puede ser


conocida de una de dos maneras: viendo el cuerpo astral de otra
persona, o proyectando el propio cuerpo astral y viendo ab extra
[desde afuera] al propio cuerpo físico. Con cualquiera de estas expe-
riencias, uno puede decir que conoce; con ambas, su conocimiento
se vuelve absoluto e inquebrantable. He tenido las dos. Asumo el
estrado y testimonio la verdad para la ayuda de mis compañeros.
Pasé por alto con una simple mención, los incidentes de ver a HPB
en su cuerpo astral en una calle de Nueva York, mientras su cuerpo
físico estaba en Filadelfia; de ver de manera similar a un amigo
que estaba entonces físicamente en un Estado del sur, a varios
cientos de kilómetros de distancia; de ver en un tren del ferrocarril
estadounidense y en un barco de vapor estadounidense, a cierto
Adepto físicamente en Asia; de recibir de la mano de otro Adepto,
en Jammu, un telegrama de Madrás enviado allí por HPB, y que me
fue entregado por el Adepto disfrazado de mensajero del telégrafo
de Cachemira, cuya apariencia tomó prestada momentáneamente
para ese propósito, y se disolvió un momento después a la luz de
la luna llena cuando fui hacia la puerta para verlo; de ser saludado
en el puente de Warli, Bombay, por otro de estos hombres majes-
tuosos, en otra tarde tropical mientras HPB, Damodar y yo está-
bamos sentados en nuestro faetón* disfrutando de la visión de los
relámpagos y de la brisa fresca del mar; cuando lo vimos moverse
hacia nosotros desde poca distancia, avanzar hasta el carruaje, poner
su mano sobre HPB, luego caminar unos cincuenta metros y de
repente desaparecer de nuestra vista en la calzada, sin árboles,
arbustos u otros lugares donde ocultarse, bajo el brillo de los rayos.
Al contar estas y otras experiencias similares, llego ahora a la
que fue la más trascendental en sus consecuencias para el curso
de mi vida. La historia ya fue contada, pero tiene su lugar en la
presente retrospectiva, ya que fue la causa principal de mi aban-
dono del mundo y de mi regreso a mi hogar indo. Por lo tanto, fue
uno de los principales factores en la construcción de la Sociedad
Teosófica. No quiero decir que sin ella no hubiera venido a India,
ya que mi corazón había estado inquieto, desde el momento en que
supe lo que India había sido para el mundo, y lo que ella podría ser
de nuevo. Un anhelo insaciable me había poseído para venir a la
tierra de los Rishis y los Buddhas†, la Tierra Sagrada entre las tierras;
pero no podía ver mi camino claro como para romper los lazos de

* Tipo de carruaje. (N. del E.)


† Seres que, como Gautama, han recibido la iluminación de grado tan elevado
como es la de la 8ª Gran Iniciación de la Gran Logia Blanca. (N. del T.)
Proyección del Doble 247

circunstancias que me ataban a Estados Unidos, y podría haberme


sentido obligado a posponerlo para esa “temporada oportuna” que
generalmente nunca le llega al procrastinador. Esta experiencia que
sigue, sin embargo, resolvió mi destino; en un instante mis dudas
se disiparon, la clara visión de una voluntad inamovible mostró el
camino, y antes del amanecer de esa noche de insomnio, comencé
a idear los medios y a ir llevando todos los asuntos para lograr tal
fin. Lo que sucedió fue así:
Había concluido nuestro trabajo de cada noche en la composi-
ción de “Isis”; di las buenas noches a HPB y entré a mi habitación,
cerré la puerta como de costumbre, me senté, me puse a fumar y
pronto me encontré absorto en el libro que leía —si no me equi-
voco, era “Viajes en Yucatán”, de Stephen— en todo caso, no era
nada de historias de aparecidos, ni nada que pudiese en lo más
mínimo estimular mi imaginación y prepararla para ver espectros.
Mi silla y la mesa se encontraban a la izquierda de la puerta, mi
cama de campaña a la derecha, la ventana enfrente a la puerta y un
mechero de gas fijado en la pared, sobre la mesa. He aquí un plano
que dará exacta idea de la distribución de la “Lamasería”, aunque
no está hecho a escala.
Explicación:—A, nuestro despacho y al mismo tiempo único
salón de recepción; B, dormitorio de HPB; C, mi dormitorio; D, un
pequeño dormitorio oscuro; E, pasillo; H, cuarto de baño; I, guar-
darropa; J, puerta de la
casa que daba a la escalera
y estaba siempre cerrada
con pestillo, y de noche
con llave. En mi habita-
ción: a, es la silla en que
estaba yo sentado leyendo;
b, la mesa; c, la silla en
que se sentó mi visitante
durante la entrevista; d,
mi cama de campaña. En
el salón: e, reloj de cuco;
f, repisa contra la que me
di un golpe. En B, g es la
cama de HPB. Se ve que
la puerta de mi cuarto
quedaba a mi derecha
cuando estaba sentado y
que por fuerza hubiera
visto si se abría; tanto más
248 H ojas de un viejo diario

cuanto debía estar cerrada con llave, si no me engaño. No hay que


asombrarse de verme tan poco seguro de eso, si se tiene en cuenta
el estado de excitación mental en que me sumieron tales aconte-
cimientos, bastante sorprendentes para hacerme olvidar detalles,
que en otras circunstancias mi memoria hubiera probablemente
conservado.
Leía tranquilamente, ocupado únicamente de mi libro. Nada de
lo sucedido esa noche me había preparado para ver un Adepto en
su cuerpo astral; no lo había deseado, ni había tratado de evocarlo
en mi imaginación, y muchísimo menos lo esperaba. De pronto,
mientras leía, algo vuelto hacia el lado contrario de la puerta, algo
blanco apareció en el ángulo de mi ojo derecho; volví la cabeza y
del asombro dejé caer mi libro. Por encima de mi cabeza, dominán-
dome con su alta estatura, vi a un oriental vestido de blanco, que
llevaba un turbante rayado de color ámbar y bordado a mano en
seda amarilla. Largos cabellos muy negros caían sobre sus hombros;
su barba negra, separada verticalmente en dos sobre la barbilla, a
la moda Rajput, tenía los extremos retorcidos y echados para atrás
por encima de las orejas. Sus ojos brillaban con un fuego interior, y
eran a la vez penetrantes y benévolos, eran los ojos de un mentor y
de un juez, dulcificados por el amor de un padre que observa con
atención a su hijo cuando necesita dirección y consejos. Era una
figura tan imponente, con tal majestad y fuerza moral impresas,
radiando tanta espiritualidad, y tan evidentemente superior a la
humanidad ordinaria, que me sentí intimidado y doblé la rodilla
bajando la cabeza como se hace ante un dios o un personaje divino.
Sentí que una mano ligera se posaba en mi cabeza y una voz dulce
pero fuerte me dijo que me sentase, y cuando levanté los ojos, la
Presencia estaba sentada en la silla al otro lado de la mesa. Me dijo
que había llegado el momento preciso en que yo tenía necesidad
de él; que mis propios actos me habían conducido a ese punto; que
no dependería más que de mí el volverlo a ver a menudo en esta
vida si trabajaba con él por el bien de la humanidad. Que había que
emprender una gran obra y que yo tenía derecho, si lo deseaba, a
cooperar en ella; que un lazo misterioso que aún no podía serme
explicado nos había reunido a mi colega y a mí, lazo que no podía
ser cortado, aunque a veces fuese algo tirante. Me dijo de HPB cosas
que no debo repetir, y sobre mí otras que no atañen a nadie. No
podría decir cuánto tiempo estuvo, tal vez media hora, tal vez una
hora, pero tenía tan poca conciencia de la fuga del tiempo, que me
pareció que fue un minuto. Por fin, se levantó y me sorprendí de
su gran estatura, observando el brillo de su rostro —no era una
Proyección del Doble 249

radiación exterior, sino el resplandor suave, podría decirse, de una


luz interior— la del espíritu. De pronto pensé: “Bien, ¿pero, si fuese
una alucinación? ¿Si HPB me ha sugerido esta visión? Quisiera tener
una prueba tangible de su presencia real aquí, ¡algo que pueda tocar
después que se vaya!”. El Maestro sonrió dulcemente como si leyera
mi pensamiento, desenrolló el fehta de su cabeza, me saludó gracio-
samente como despidiéndose, y desapareció: su silla estaba vacía;
quedé solo con mis emociones. Sin embargo, el turbante bordado
quedaba sobre la mesa como una prueba tangible y duradera, de que
no había sido hipnotizado o burlado psíquicamente, sino que había
recibido la visita de uno de los Hermanos Mayores de la Humanidad,
uno de los Maestros de nuestra raza de alumnos opacos. Mi primer
movimiento fue correr a golpear la puerta de HPB para contarle mi
experiencia y la vi tan feliz de oírme, como yo de hablar. Volví a mi
pieza para reflexionar y el alba gris me halló todavía en disposición
de pensar y de tomar resoluciones. De estas reflexiones y deter-
minaciones han salido mi actividad teosófica y esa fidelidad a los
Maestros inspiradores de nuestro movimiento, que los golpes más
rudos y las desilusiones más crueles no pudieron conmover jamás.
He tenido después el favor de varios encuentros con ese Maestro y
con otros, pero no tengo necesidad de repetir más relatos de estas
experiencias, la que acabo de narrar es un ejemplo suficiente. Sin
embargo, otros menos privilegiados quizá duden, yo sé.
La idea que tengo del respeto a la verdad, me obliga a recordar
aquí un acontecimiento capaz de arrojar una duda sobre el valor de
mi testimonio a favor del incidente contado más arriba. En 1884, en
Londres, fui interrogado como testigo por una Comisión Especial
de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas y conté esta historia,
así como otras varias. Uno de los miembros de la comisión me
preguntó: ¿cómo podía estar seguro de que Mme. Blavatsky no
había utilizado un indio alto para representar esta comedia, y de
que mi imaginación no había añadido algunos de los detalles miste-
riosos? Esas crueles sospechas contra HPB, y la idea que me hice de
su poco honorable deseo de cubrir con apariencias de prudencia el
temor que tenían de reconocer hechos espirituales palpables, me
llenaron de una repugnancia tan grande, que contesté bruscamente,
entre otras cosas, que nunca en mi vida antes de esa ocasión había
visto un indio, olvidándome por completo de que en 1870 atra-
vesé el Atlántico con dos indios, de los cuales uno de ellos era
Moolji Thackersey —se hizo más tarde, en Bombay, íntimo amigo
nuestro—. Caso bien evidente de amnesia, (pérdida de la memoria)
porque no tenía la menor de intención de ocultar una cosa tan
250 H ojas de un viejo diario

indiferente, ni ningún interés en hacerlo. La impresión produ-


cida en mi espíritu por el encuentro de 1870, catorce años antes
de comparecer ante la SPR, era bastante débil para desaparecer en
un momento de cólera, y el valor de mi testimonio se debilita en
otro tanto. Para un hombre que había visto tantas cosas y a tantas
personas, el encuentro con esos indios, cinco años antes de haber
conocido a HPB, y por medio de ella a la verdadera India, no tenía
gran importancia. Sí, es un momento de amnesia, pero una falta
de memoria no es una mentira, y mi historia es verdadera, aunque
ciertas personas puedan no creerla. Debo de hacer constar aquí que
algunos capítulos los he compuesto en viaje, lejos de mis libros y de
mis papeles, y sobre todo como muchos pasajes están escritos sólo
de memoria después de largos intervalos de tiempo, pido indul-
gencia al lector por los errores que hubiera podido cometer por
inadvertencia. Hago todo lo posible para ser exacto, y en todo caso,
soy siempre sincero.
Ahora, vengamos a mis experiencias personales de proyección
del Doble. A propósito de esto, una palabra de advertencia a los
que no están muy adelantados en psicología práctica. El poder de
separar el cuerpo astral del cuerpo físico, no es necesariamente la
prueba de un alto desarrollo espiritual. Generalmente se cree eso cuando
uno se enreda un poco en el ocultismo, pero sin razón. Una primera
prueba, que bastaría por sí sola, es que la separación del cuerpo
astral se produce con frecuencia en hombres y mujeres que no
saben nada o muy poco de las leyes ocultas, que no han ensayado
ningún sistema yóguico, que no hicieron a propósito ese desdobla-
miento y que se muestran muy asustadas o avergonzadas y molestas
cuando se les prueba que lo han hecho, y en fin, que no son en
modo alguno superiores al término medio como pureza de vida y
de pensamientos, espiritualidad de ideales o “dones del espíritu”,
como dicen las Escrituras, sino que son todo lo contrario. Además,
los anales del Arte Negro están llenos de ejemplos de proyección
del Doble, visibles o invisibles (salvo por clarividencia), efectuados
por gente malvada con un fin de malicia, de bilocación, de obsesar
a víctimas detestadas, de mascaradas licantrópicas y otras “hechice-
rías malditas”. Además, están los tres o cuatro mil casos de proyec-
ción del Doble efectuados por toda clase de personas, de las cuales
algunas no valen gran cosa y otras nada, que han sido cuidadosa-
mente cribados por la SPR, y otros más numerosos aún que no han
sido recogidos en su granero blindado. Todo esto reunido, prueba
la verdad de mi advertencia: que no se debe considerar al simple
hecho, de que alguien, pueda viajar —consciente o inconsciente-
mente, eso no importa— en su cuerpo astral, como evidencia de
Proyección del Doble 251

que es más sabio o más adelantado espiritualmente, o más calificado


para servir de Gurú que otro que no tiene la misma facultad. Esto
es sencillamente un indicio de que el cuerpo astral del sujeto está
más o menos suelto en su estuche, sea natural o artificialmente,
lo que le permite irse y, volver con facilidad cuando el cuerpo
físico duerme con sueño natural o hipnótico, y, por consiguiente,
es dejado a un lado. El lector podrá recordar respecto a este tema,
el retrato en tela de raso de M. A. Oxon, ensayando experiencias
de esa clase para HPB y para mí. Por una cosa o por otra, no he
tenido nunca tiempo de ensayar el yoga desde que emprendí mi
obra práctica en el movimiento teosófico. Nunca me ocupé de saber
si podría adquirir o no poderes psíquicos, no aspiré nunca a tomar
las funciones de un gurú, ni busqué la Liberación en esta vida. El
servicio de la humanidad me pareció siempre el mejor de los misti-
cismos, y el poder de contribuir, aunque sea con poco a la difusión
de la verdad y la disminución de la ignorancia, una recompensa
suficiente. De manera que nunca pensé en los comienzos, adies-
trarme para llegar a ser vidente, taumaturgo, metafísico o Adepto;
en cambio, tomé por guía desde hace muchos años la indicación
que me dio un Maestro: que la mejor forma de buscarlos, era a través
de la Sociedad Teosófica: un camino humilde tal vez, pero accesible a
mis limitadas facultades, y por el cual he andado a gusto, y siendo
útil al mismo tiempo. Por lo tanto, cuando cuento mis primeros
viajes fuera del cuerpo, no hay que creer que yo me alabo de poseer
un desarrollo espiritual adelantado, ni que quiero darme aires de
psíquico notable. En realidad, creo que fui ayudado en eso como
lo he sido para otras muchas experiencias psíquicas, porque eso
formaba parte de la educación especial de un hombre que debía
trabajar en la clase de obra que me estaba destinada.
He aquí una de mis experiencias: en 1876, cuando todavía
vivíamos con HPB en la Calle 34 Oeste*, habíamos concluido una
noche, el borrador de un capítulo de “Isis sin velo”, y al retirarnos a
descansar esa noche, arreglamos la pila del manuscrito original en
unas cajas de cartón, con la primera página arriba y la última debajo
de todo. HPB ocupaba un piso exactamente debajo del mío, en el
segundo de la casa, y como era natural, cada uno de nosotros cerraba
su puerta exterior con llave, por temor a los ladrones. Al desves-
tirme, pensé que tres palabras agregadas a la última frase del párrafo
final, darían mucha más fuerza al párrafo entero. Tenía miedo de
olvidarlas para la mañana siguiente, así que tuve la ocurrencia de
ensayar de bajar al despacho en mi Doble y tal vez escribir mis tres

* El domicilio que ocupábamos antes de mudarnos a la “Lamasería”. (Olcott)


252 H ojas de un viejo diario

palabras fenoménicamente. No había viajado nunca así consciente-


mente, pero sabía cómo hay que hacer para ello, fijar con firmeza la
mente en esa intención antes de dormirse. Eso hice; al día siguiente
por la mañana, cuando bajé a despedirme de HPB antes de ir a
mi oficina, me dijo: “Bueno, ¿qué diablos hacía usted aquí anoche,
después de haber subido a acostarse?” “¿Haciendo?”, le respondí,
“¿qué quiere usted decir?” “Pues”, replicó ella, “que ya estaba muy
tranquila en la cama y, de pronto… ¡Mire! Vi el cuerpo astral de mi
Olcott que salía de la pared. ¡Tenía usted un aire bastante ridículo y
somnoliento! Le hablé, pero no me contestó. Fue usted al despacho,
le oí remover papeles y eso es todo. ¿Qué hacía usted allí?”. Entonces
le conté lo que había tratado de hacer, fuimos juntos a la otra habi-
tación y dando vuelta la pila entera de páginas manuscritas, vimos
en la última página, al final del último párrafo, dos de las tres pala-
bras deseadas, escritas con mi letra, y la tercera empezada, pero sin
terminar; la fuerza de concentración se agotó evidentemente y la
palabra, ¡terminaba en un garabato! Cómo había sostenido el lápiz,
si me había servido de él, o cómo escribí sin lápiz, no lo sé. Tal vez
por esa vez se me permitió precipitar la escritura con la ayuda de
uno de los elementales familiares de HPB, utilizando las moléculas
de la mina de alguno de los lápices que estaban sobre la mesa, cerca
del manuscrito. Sea como fuere, esta experiencia me fue muy útil.
Ruego al lector que se fije en el hecho de que mi ensayo de
escritura fenoménica se detuvo en el momento en que, por falta
de costumbre, dejé a mi mente que se distrajera. Precisamente es
menester fijarla de un modo absoluto en lo que se desea llevar a
cabo; lo mismo sucede en el plano intelectual ordinario, pues no
se hace nada bueno si se está distraído. En The Theosophist de julio
de 1888, (Art. “Imágenes Precipitadas en Nueva York”), expliqué la
relación que existe entre la concentración de la fuerza-voluntad
y la permanencia de los escritos, imágenes, y otras pruebas simi-
lares del poder creador del espíritu. Citaba, por ejemplo, los deta-
lles muy interesantes y sugestivos sobre la proyección del Doble y
la precipitación de escritos, dados por Wilkie Collins en su novela
“Los dos destinos”, libro que en su clase merece la atención de
cualquier estudiante de ocultismo*, tanto como “Zanoni”, “Una
historia extraña”, o “La raza futura”. Citaba también el retrato de
Louis, precipitado para la Srta. Liebert y para mí, que se borró al día
siguiente, pero que HPB hizo reaparecer a petición del Sr. Judge para

* Fue este artículo, el que hizo que el Sr. Collins me escribiese diciendo que nada
lo había asombrado más en la vida que saber por mis indicaciones sobre su libro,
que por un mero ejercicio de imaginación él había, al parecer, dado con una de las
leyes misteriosas de la ciencia oculta. (Olcott)
Proyección del Doble 253

ser “fijado” esta vez tan bien, que después de bastantes años todavía
se conserva tan definido y claro como entonces. Pero todo lo que
se puede leer y aprender de los demás, no vale tanto como la más
pequeña experiencia personal, como la que he descrito más arriba,
para darse cuenta de la verdad de la operación de esta ley cósmica
de que: el pensamiento crea forma. El sloka* Bahúsyam Prajáyeyaiti, etc.
(6o Anuvâka, 2a Valli, Taittirîaka-Upanishad)

Él (Brahma) deseó: que me multiplique, que me expanda. Meditó


profundamente y después de haber meditado así, emanó todo lo
que existe. Habiendo emanado, entró en ello.

Esta sloka me ha parecido siempre profundamente instructiva. Tiene


un significado incomparablemente más verdadero, más profundo y
más sugestivo, cuando uno mismo ha meditado y después creado una
forma, que cuando no se ha hecho más que leer palabras en una
página, sin hallar en sí un eco aprobador viniendo de nuestro ser
interior.
Contaré otro caso de proyección de mi Doble, en el que se ve
un ejemplo de la ley llamada de “repercusión”. El lector que desee
formarse una opinión a este respecto, hallará los más amplios mate-
riales en la literatura de Brujería, Hechicería y Magia. La palabra
“repercusión” quiere indicar aquí, la reacción sobre el cuerpo físico,
de un golpe, puñalada u otra lesión infligida al Doble mientras se
proyecta y se mueve como una entidad separada. Se llama “bilo-
cación” a la aparición simultánea de una misma persona en dos
sitios diferentes; en este caso, una es en realidad el cuerpo físico,
y la otra el cuerpo astral o Doble. El Sr. d’Assier lo discute en su
libro Posthumous Humanity, y en mi traducción inglesa de esa exce-
lente obra, he agregado algunas reflexiones mías. Dice a propósito
de las heridas que los brujos pueden recibir cuando desdoblan
su cuerpo para ir a atormentar a sus enemigos visitándolos en su
Doble (p. 224):

La hechicera penetraba en la casa de aquel de quien se quería


vengar y le hacía mil maldades. Si el obsesado era valiente y
encontraba un arma a mano, sucedía con frecuencia que golpeaba
al fantasma, y despertando de su trance, la hechicera encontraba
sobre su propio cuerpo, las heridas recibidas en la lucha fantasmal.

* En poesía sánscrita, es el metro épico de 32 sílabas, dispuestas en 4 versos de


a 8, o bien en 2 de 16. (N. del T.)
254 H ojas de un viejo diario

El católico Des Mousseaux, que escribió contra la Hechicería y


otras “artes negras”, cita tomándolo de los archivos judiciales de
Inglaterra, el caso de Jane Brooks, que perseguía con mucha maldad
a un niño llamado Richard Jones. Durante una de esas apariciones,
el niño gritó que veía al fantasma de Jane presente y que este jugaba
a que lo tocaba con el dedo. Un testigo del hecho, llamado Gilson, se
precipitó hacia el sitio indicado, dando allí una cuchillada, aunque
el fantasma no fuese visible más que para el niño. Inmediatamente
Gilson se presentó en casa de Jane Brooks con el padre del niño y un
agente de policía. La encontraron sentada en su banco, sosteniendo
una de sus manos con la otra. Negó que le hubiese pasado nada a su
mano, pero le apartaron la otra, y vieron que la que ella ocultaba, se
hallaba cubierta de sangre y tenía la herida causada por el cuchillo
de Gilson tal como el niño había descrito. Se conocen muchos otros
casos de esta clase, que prueban que todo accidente o herida produ-
cida al Doble proyectado, se reproduce idénticamente en el mismo
sitio del cuerpo físico*. Esto me lleva a mi propia experiencia.
En nuestra sala de escritura de la “Lamasería”, teníamos un reloj
suizo de cuco, colgado en la pared al lado de la estufa, y al que tenía
la costumbre de dar cuerda metódicamente todas las noches antes
de irme a mi habitación. Una mañana noté, al mirarme en el espejo
después del baño, que mi ojo derecho estaba machucado como si
hubiese recibido un puñetazo. No me daba cuenta de lo que podría
ser eso y me sorprendí aún más al constatar que la contusión no me
dolía nada. En vano me devanaba los sesos buscando una explica-
ción; en mi cuarto no había ninguna columna ni ángulo agudo, ni
nada que hubiera podido lastimarme, suponiendo que yo hubiese
tenido un acceso de sonambulismo; un hábito, dicho sea de paso,
que nunca tuve. Por otra parte, un golpe bastante violento para
ponerme el ojo en ese estado, me hubiera infaliblemente despertado
con sobresalto, y en cambio, había dormido apaciblemente toda la
noche. Seguí muy intrigado hasta que a la hora de comer vi a HPB y
a una amiga suya que esa noche se había quedado a dormir con ella.
La amiga me dio la clave del enigma diciéndome: “Pero coronel,

* La exacta duplicidad entre el cuerpo físico y el astral en el hombre ha sido


afirmado desde los tiempos más remotos. Es la teoría oriental de que el hombre
astral es el producto de su pasado karma y que ello modela su envoltura externa
según sus propias cualidades innatas haciéndola una visible representación de
la misma. Esta idea está sucintamente expresada en estos versos de Spencer, en
Faerie Queene:
“Porque del alma el cuerpo toma la forma,
Porque el alma es forma, y hace el cuerpo”.
(Olcott)
Proyección del Doble 255

¿no se habrá golpeado usted anoche cuando bajó a dar cuerda al


reloj?” “¿Dar cuerda al reloj?”, repliqué, “¿qué quiere usted decir?
¿No habían ustedes cerrado la puerta con llave?” “¡Ya lo creo!”, dijo
ella, “la cerré yo misma; y ¿cómo podría usted haber entrado? Sin
embargo, lo vimos con Madame, pasar por delante de la puerta de
corredera de nuestra alcoba, y hemos oído tirar de las cadenas al
dar cuerda al reloj. Yo le hablé, pero usted no me contestó y no vi
nada más”. Entonces, pensé, si mi Doble entró en el salón para dar
cuerda al reloj, dos cosas son inevitables, (a) el reloj debe mostrar
que se le dio cuerda anoche y no debe estar parado; (b) en el camino,
entre la puerta y la chimenea, debe existir algún obstáculo contra el
cual mi ojo habría chocado. El examen del lugar demostró:
1. Que el reloj marchaba y se le debió haber dado cuerda a la hora
de costumbre.
2. Que cerca de la puerta había una pequeña repisa o estante para
libros, uno de cuyos ángulos salía exactamente a la altura nece-
saria para estropearme el ojo si tropezase con él. Entonces,
recordé vagamente haberme dirigido a la puerta, viniendo del
otro ángulo de la sala, con la mano derecha extendida para
buscar la puerta, después sentí un choque que me hizo “ver las
estrellas” —como vulgarmente se dice— y después el olvido
hasta la mañana.
Me parece curioso, muy curioso, que un golpe que, de haber
sido recibido en la cabeza física, no hubiese podido menos que
despertarme, haya podido dejar su marca por repercusión en mi
persona física, aunque recibido por el Doble proyectado, sin hacer
que me despierte. Aún hay otras enseñanzas para sacar del caso.
Nos enseña que, provistas las condiciones favorables a la “dupli-
cación” del Doble, ésta puede producirse bajo la presión de una
preocupación, como ser la costumbre de hacer cierta cosa todos los
días a la misma hora. Si las condiciones fuesen en cambio desfavo-
rables para la “proyección” o “desdoblamiento”, el sujeto, dispuesto
de otro modo, podría en un acceso de sonambulismo, levantarse
de la cama, hacer lo que tenía que hacer y volver a acostarse sin
conservar ningún recuerdo de su expedición. En la versión inglesa
del Dabistan (Prefacio, xxix) se lee:

Es imposible determinar en qué época comenzaron tales o cuáles


opiniones o prácticas… particularmente la creencia de que un
hombre puede poseer la facultad de dejar su cuerpo y volver a
entrar en él, de considerarlo como un vestido flotante, que deja
256 H ojas de un viejo diario

para elevarse a un mundo luminoso, y a su vuelta, volver a reunirse


con los elementos materiales. Todos estos temas son conside-
rados como muy antiguos.

Una de mis experiencias más curiosas es el haber encontrado en


diferentes partes del mundo a personas hasta ese momento desco-
nocidas, y que me dijeron que me habían visto en sitios públicos, o
que yo las había visitado en mi cuerpo astral, y a veces que yo había
hablado con ellas de asuntos de ocultismo, o que las había curado de
sus enfermedades, o hasta que yo les había acompañado en el plano
astral a ver a nuestros Maestros. Sin embargo, por mi parte, no tenía
el menor recuerdo. Pero si se piensa bien, ¿qué hay de asombroso
en que un hombre cuya vida entera, cuyos pensamientos y deseos
están concentrados en nuestro gran movimiento; que no tiene más
que un deseo, su éxito; nada más que una ambición, contribuir a su
adelanto hacia el fin supremo; qué hay de sorprendente en que tales
preocupaciones invadan su sueño y lo dirijan en las corrientes de la
Luz Astral hacia los seres de igual naturaleza, atraídos a su vez como
él, y por un mismo imán, hacia un común centro de aspiraciones?
En su verdadero sentido;

Es la secreta afinidad,
El lazo o eslabón de plata,
Que corazón con corazón y mente con mente,
En cuerpo y alma puede enlazar.
CAPÍTULO XXV
El swami Dyánand
1878

E
STA no sería digna de llamarse la verdadera historia de los
comienzos de nuestra Sociedad, si omitiese en ella el breve
y desagradable episodio de nuestras relaciones con el swami
Dyánand Sarasvati y su Arya Samaj. Lo siento, porque no es agra-
dable señalar los detalles de esperanzas desvanecidas, de amargas
equivocaciones y de ilusiones perdidas. Ahora que HPB y el swami
han muerto y que han transcurrido dieciséis años desde que votamos
la fusión de las dos sociedades, me considero libre para aclarar lo
que hasta el presente ha pasado como una especie de misterio, y
explicar las causas no conocidas de nuestra unión con el gran pandit
y de nuestro subsiguiente disgusto con él.
He narrado la fundación de la Sociedad Teosófica, cómo nació,
su fin y sus objetos declarados; cómo se redujo poco a poco a un
pequeño y compacto grupo al cual los dos Fundadores proveían de
la doble energía, simple núcleo de la organización actual. No vacilo
en declarar que no podría escribirse ni una sola línea para probar
que alguna vez hayamos disimulado o disfrazado nuestras opiniones
religiosas, fuese cual fuere la creencia exotérica de nuestros corres-
ponsales. De suerte que, si el swami Dyánand o sus discípulos se
equivocaron acerca de nuestra posición y la de la Sociedad Teosófica,
es culpa suya y no nuestra. Nuestros dos corazones suspiraban
por el Oriente, soñábamos con India, y nuestro mayor deseo era
entrar en relaciones con los pueblos asiáticos. Sin embargo, ningún
camino se abría todavía ante nosotros en el plano físico, y nuestras
probabilidades de entrar en la Tierra Sagrada parecían bien vagas,
258 H ojas de un viejo diario

cuando una noche, en 1877, recibimos la visita de un viajero nortea-


mericano que recientemente había estado en India. En el salón, se
sentó de manera que al mirarlo yo veía en la pared, por encima de
él, un cuadro con la fotografía de los dos indios con los que hice la
travesía del Atlántico en 1870. La descolgué y se la enseñé, pregun-
tándole si los conocía. Reconoció a Moolji Thackersey, a quien había
visto hacía poco en Bombay. Le pedí su dirección, que anoté, y en el
siguiente correo escribí a Moolji hablándole de nuestra Sociedad, de
nuestro amor a India y de sus causas. A su debido tiempo, contestó
en términos entusiastas, aceptó el diploma de Miembro que le había
ofrecido y me habló de un gran pandit reformador indo que estaba al
frente de un poderoso movimiento para resucitar la religión védica
pura. Al mismo tiempo me recomendaba prestar atención a un tal
Hurrychund Chintamon, Presidente de la Arya Samaj de Bombay,
con el que mantuve la mayor parte de la correspondencia a partir de
entonces, y cuyo mal trato cuando llegamos a Bombay ya es historia.
Por lo pronto, me propuso como Miembros a varios caballeros
indios de Bombay, se expresó respecto al swami Dyánand del modo
más elogioso, y nos puso en correspondencia a ambos, como jefes
de nuestras respectivas Sociedades. Después de haber leído mi expo-
sición de nuestras ideas acerca de la impersonalidad de Dios —un
Principio Eterno, Omnipresente, el mismo en todas las religiones,
bajo diferentes nombres— el Sr. Hurrychund me escribió que los
principios de la Arya Samaj eran idénticos a los nuestros, sugiriendo
que en ese caso era inútil conservar dos Sociedades distintas, mien-
tras que, reuniéndolas, podríamos acrecentar nuestra fuerza útil y
nuestras probabilidades de éxito*. Ni entonces ni después me sentí
atraído por los vanos honores de la presidencia, y me sentía muy
feliz al ocupar el segundo lugar, bajo el swami, a quien se me presen-
taba como mi superior infinitamente, en todos los aspectos. Las
cartas de mis corresponsales de Bombay, mis ideas personales sobre
la filosofía védica, y su título de gran pandit sanscritista, desem-
peñando el papel de Lutero hindú, me preparaban para creer sin
trabajo lo que HPB más tarde me dijo de él. A saber: que era ni
más ni menos que un Adepto de la Fraternidad del Himalaya, que
ocupaba el cuerpo del swami; que nuestros instructores lo conocían
bien y que él estaba en relación con ellos para llevar a término su
obra. ¿Qué tiene de raro el que yo me hallase lo mejor dispuesto
que fuese posible, para aceptar el plan de Hurrychund, que deseaba
amalgamar la S. T. con la Arya Samaj, ¡y a sentarme a los pies del

* Para la exposición completa del caso, con prueba documentaria, ver el suple-
mento extra de The Theosophist de julio de 1882. (Olcott)
El swami Dyánand 259

swami como alumno a las órdenes de un maestro! Para llegar hasta


él yo hubiese consentido, de haber sido necesario, en ser su servidor
y le hubiese servido alegremente durante años, sin esperanza de
recompensa. Explicado todo esto a mis colegas de Nueva York, el
Consejo votó en mayo de 1878 la unión de las dos sociedades y
cambió el título de la nuestra por el de “Sociedad Teosófica de la
Arya Samaj”. Se envió una notificación de esto al swami, quien me
devolvió enseguida la minuta de un nuevo Diploma (que ahora,
mientras escribo esto, tengo ante mí) que yo le había enviado,
firmada con su nombre y sellada con su sello, como le pedí que
lo hiciese. Lo hice grabar y lo entregué a algunos Miembros que
deseaban seguir la nueva corriente; mandé también una circular para
hacer conocer los principios bajo los cuales intentábamos trabajar.
Todo esto estaba muy bien, pero andando el tiempo me llegó
de India una traducción inglesa de las leyes y doctrinas de la Arya
Samaj, traducción hecha por el pandit Shyamji Krishnavarma, un
protégé del swami, y que nos causó —me causó, por lo menos— un
gran asombro. Nada podría haber sido más claro que las ideas del
swami habían cambiado por completo después del mes de agosto
anterior, cuando la Arya Samaj de Lahore publicó su respuesta a las
críticas de su Veda Bhâshya. En ésta, él citaba, dándoles su aproba-
ción, las opiniones del Prof. Max Müller, de los Sres. Colebrooke,
Garret y otros, sobre la impersonalidad del Dios de los Vedas.
Evidentemente, la Samaj no era por completo idéntica en carácter
a nuestra Sociedad, sino más bien una nueva secta del hinduismo;
una secta védica que aceptaba la autoridad del swami Dyánand como
juez supremo de la infalibilidad de tal o cual parte de los Vedas o
de los Shastras. Se hacía evidente la imposibilidad de continuar la
amalgama, y así lo indicamos enseguida a nuestros colegas indios.
La Sociedad Teosófica volvió a su status quo ante [situación ante-
rior]; y con HPB preparamos dos circulares que el Consejo publicó;
una para definir con exactitud lo que la Sociedad Teosófica era, y
la otra, (fechada en septiembre de 1878), para anunciar un nuevo
grupo, la “Sociedad Teosófica de la Arya Samaj de Aryavarta”, que
podría servir de puente entre las dos sociedades madres. Se daba
ahí detalladamente la traducción de las leyes, etc., de la Arya Samaj,
dejando a nuestros Miembros entera libertad de adherirse o no a
esa “sociedad eslabón”, como yo la llamaba, y de someterse a su
reglamento, o no.
Nuestra Rama de Londres, después de más de dos años de
pourparlers [conversaciones, negociaciones] preliminares, se había
oficialmente organizado el 27 de junio de 1878 con el nombre
260 H ojas de un viejo diario

de “Sociedad Teosófica Británica*”, emitiendo su primera circular


pública como “Sociedad Teosófica Británica de la Arya Samaj de
Aryavarta”. Ruego que se me excuse esta digresión, que tiene cierto
interés histórico. Voy a copiar aquí algunos pasajes de mi copia de
esta circular:
1. La Sociedad Teosófica Británica ha sido fundada con el fin de
descubrir la naturaleza y los poderes del alma humana y del
espíritu por medio de investigaciones y experiencias;
2. La Sociedad tiene por objetivo acrecentar la salud humana, la
virtud, la ciencia, la sabiduría y la felicidad;
3. Los Miembros de ella se comprometen a hacer todos sus
esfuerzos para llevar una vida de temperancia, pura, y llena de
amor fraternal. Creen en una Gran Causa Primera, Inteligente y
en la Filiación Divina del espíritu humano, y, por lo tanto, en la
inmortalidad de dicho espíritu y en la fraternidad universal de
la raza humana;
4. La Sociedad está en relación y en simpatía con la Arya Samaj de
Aryavarta, por ser uno de los objetivos de la Sociedad, el elevar a
la humanidad por medio de una verdadera educación espiritual,
por encima de todas las formas impuras, degeneradas o idólatras,
cualquiera que sea el culto en que se encuentren.

He ahí un programa claro, franco, al que no hay nada que repro-


char y que refleja el espíritu, si no la letra de mi circular de la S. T.
de Nueva York del mismo año. En ambas se proclama la aspira-
ción hacia la ciencia espiritual por medio del estudio de los fenó-
menos naturales, principalmente los ocultos, al mismo tiempo que
la fraternidad humana. Al escribir la circular de Nueva York, me
parecía que los Miembros de la Sociedad y las entidades que dirigían
el movimiento se agrupaban naturalmente en tres divisiones: los
Miembros nuevos, aún no desprendidos de sus intereses materiales;
los discípulos como yo, que se habían retirado del mundo o lo iban
a dejar; y los mismos Adeptos, que sin ser realmente Miembros,
estaban por lo menos relacionados con nosotros y tomaban parte
en nuestra obra como un agente potencial para hacer un bien espi-
ritual al mundo. Con la colaboración de HPB establecí esos tres
grupos, que yo llamaba secciones, y que subdividí cada una en tres
grados. Esto, naturalmente, fue con la esperanza y la expectación
de que deberíamos tener más guías prácticas al ajustar los diversos

* Bajo la presidencia de la Dra. Anna Kingsford, el nombre de la Rama fue cambiado


en 1884 por el de Logia de Londres de la Sociedad Teosófica, que aún lleva. (Olcott)
El swami Dyánand 261

grados de Miembros que habíamos tenido, o hemos tenido desde


entonces, podría agregar. En la circular de Nueva York, Cláusula VI,
se leía lo que sigue:

La Sociedad tiene varios objetos. Motiva a sus miembros a adquirir


un conocimiento íntimo de las leyes naturales, particularmente sus
manifestaciones ocultas.

Después venían estas frases, escritas por HPB:

Como desarrollo más elevado, espiritual y físico en la tierra, de la


causa creadora, el hombre debería avocarse a resolver el misterio
de su ser. Procreador de su especie, en lo físico, y habiendo here-
dado la naturaleza de la causa desconocida pero palpable de su
propia creación, debe poseer esta fuerza creadora, en un grado
menor, en el fondo de su yo psíquico interno. Por lo tanto, es deber
suyo esforzarse en desarrollar sus poderes latentes e informarse
sobre las leyes del magnetismo, de la electricidad y de todas las
otras formas de fuerzas de los universos, visibles o invisibles.

Yo continué después:

La Sociedad solicita de sus Miembros que den el ejemplo personal


de las más elevadas aspiraciones religiosas y de la más perfecta
moralidad; que luchen contra el materialismo científico y contra
todas las formas de dogmatismo teológico… que hagan conocer
entre las naciones occidentales los hechos, largo tiempo ocul-
tados, respeto a las filosofías religiosas orientales, a su moral, su
cronología, su esoterismo y su simbolismo… que difundan el cono-
cimiento de las sublimes enseñanzas de ese puro sistema esoté-
rico del período arcaico que se refleja en los más antiguos Vedas,
en las filosofías de Gautama Buda, de Zoroastro y de Confucio;
y finalmente, y por sobre todo, ayudar a instituir una Fraternidad
de la Humanidad en la que todos los hombres virtuosos y puros,
de todas las razas, reconocerán que todos ellos por igual son los
efectos (en este planeta) de la Causa Increada, Universal, Infinita
y Eterna.(HPB fue quien puso el paréntesis en “en este planeta”.
[Olcott])

Se ve que el ir recobrando autonomía después de haber descubierto


el carácter sectario de la Arya Samaj, nos llevó hacia una categórica
declaración de principios, en la que el lector comprobará que ya se
encontraba:
262 H ojas de un viejo diario

1. El estudio de la ciencia oculta;


2. La formación de un núcleo de fraternidad universal;
3. El renacimiento de la literatura y de la filosofía orientales.

En resumen, los tres Objetos Declarados, sobre los cuales la


Sociedad Teosófica se ha construido en el curso de los diecisiete
años subsiguientes.
Por poco que nuestros amigos de Bombay se hubiesen equivo-
cado en el primer momento sobre el fin y las bases de nuestra
Sociedad, la circular de que hablamos no les habrá dejado el menor
pretexto de caer en un equívoco.
El preámbulo de la circular respecto a la Arya Samaj, publicada
por nosotros en septiembre de 1878 —tan sólo tres meses antes de
nuestra partida a India— llamaba la atención sobre la traducción de
los reglamentos de la Arya Samaj, hecha por el pandit Shyamji, y que
había sido incorporada a la circular y decía: “La observación de esas
reglas no es obligatoria más que para aquellos Miembros que pidan
voluntariamente su admisión en la Arya Samaj; los demás seguirán
como antes, sin tener nada de común con la obra especial de la
Samaj”. Después se decía que nuestra Sociedad, con el fin de ayudar
“al establecimiento de la Fraternidad Humana, había organizado
diferentes secciones (grupos) en los que personas nacidas en las más
diferentes religiones, encontrarían su sitio siempre que cada aspi-
rante desee sinceramente aprender las sublimes verdades escritas
primeramente por los arios en los Vedas y promulgadas después en
diferentes épocas por los sabios y los videntes, y quisiese conformar
su vida de acuerdo a ellas. Y también, si así lo deseasen, trabajen
para adquirir control sobre ciertas fuerzas de la naturaleza y conocer
así sus misterios”. Esto aludía a los poderes y al desarrollo oculto de
HPB y su grado de alumnos. Esta frase demuestra que el principal fin
que se proponían en el comienzo los dos Fundadores de la Sociedad
era alentar esta clase de estudios; estaban convencidos de que con
el desarrollo de los poderes psíquicos y de la intuición espiritual,
podía alcanzarse la más elevada ciencia religiosa, mientras que el
dogmatismo religioso, hijo de la ignorancia, debería desaparecer. La
circular agrega también que “la Sociedad ha recibido con alegría a
budistas, lamaístas, brahmanes, parsis, confucionistas y judíos que
viven entre ellos en una completa armonía”, etc., lo que era cierto,
porque ya habíamos recibido como Miembros, a aspirantes de todas
esas religiones. La divergencia de estas ideas con las de la Arya
Samaj es bien notable y resulta evidente a primera vista. En efecto,
la Regla II decía, también en la traducción de Shyamji:
El swami Dyánand 263

Deberá recibirse y considerarse que el texto de los cuatro Vedas


abarca todo lo que es necesario para constituir una autoridad
extraordinaria en todo lo que atañe a la conducta.

Aquí no se trata de ninguna otra escritura que fuese autoridad para


la conducta, ni de un interés benévolo por el bien espiritual de
los pueblos no védicos; en síntesis, es una asociación sectaria y no
ecléctica. No quiero decir que la Samaj sea una secta buena o mala,
no me pronuncio sobre sus ideas conservadoras o progresistas, ni
sobre el bien o el mal que su institución por el swami haya podido
hacer a India. Sólo digo que es una secta, y que nuestra Sociedad no
lo es, y al situarse en un punto de vista diferente, no podía fusio-
narse con la Samaj, fuese cual fuere nuestro deseo de mantenernos
en buenas relaciones con ella.
Para demostrar la arbitraria autoridad que el swami se adjudicaba,
y que ejercía, acerca del derecho de hacer elección de los Shastras
desde el punto de vista de su “autoridad”, citaré de la misma Regla
II de la Arya Samaj lo siguiente:

Los Brahmanas, a partir del Shatapatka; los seis Angas o miem-


bros de los Vedas, a partir del Shikshâ los cuatro Upvedas, las seis
Darsanas o Escuelas de Filosofía y los 1127 Discursos sobre los
Vedas, llamados shâkhâs o ramas; todos esos libros deben ser
aceptados como explicación del sentido de los Vedas, así como
de la historia de los arios. En la medida en que concuerdan con
los Vedas, deben ser considerados como poseedores de una auto-
ridad ordinaria.

He ahí la definición de una secta, una secta del hinduismo, una


secta basada en las opiniones de su Fundador. Dicho sea de paso,
el swami se coloca en contradicción con todos los pandits ortodoxos
rehusando hacer figurar en la lista de libros inspirados varios de los
que los otros tienen por sagrados.
Por ejemplo, el swami omite a los smritis como carentes de auto-
ridad. Pero Manú, en el Cap. II, 10, sostiene que los “Vedas” son “reve-
laciones” y los smritis (Dharma Shastra) “tradiciones”, ambas son irre-
futables en todos sus puntos, porque las virtudes nacen de las dos.
Se sostiene, por lo tanto, que los smritis deben ser considerados como
“autoridad”.
Las cosas quedaron así hasta la llegada a India de los dos
Fundadores y su encuentro, poco después, con el swami Dyánand
en Saharanpur. La necesidad de hablar con el swami con intérpretes
264 H ojas de un viejo diario

que, aunque hablaban bien el inglés corriente, les costaba trabajo


traducir correctamente cuestiones abstractas de filosofía, metafísica
o ciencia oculta, debía como es natural, contribuir a aumentar consi-
derablemente las probabilidades de crear equívocos y enredos. Se nos
hizo comprender positivamente que el swami Dyánand compartía el
concepto vedantino de Dios como Parabrahman, el nuestro, por lo
tanto. Bajo la influencia de ese error — porque él declaró más tarde
 

que lo era— di una conferencia en la Arya Samaj de Meerut, en su


presencia, en la que declaré que toda causa de equívocos había desa-
parecido, y, por lo tanto, las dos Sociedades eran en realidad gemelas.
Pero no había tal cosa, porque no se parecían más que lo que nuestra
Sociedad se parece a la Brahmo Samaj o a cualquiera otra secta,
cristiana o de otra religión. La separación era inevitable y no tardó
en producirse. El swami, exasperado, quiso renegar de sus propias
palabras y actos, y finalmente nos cubrió de injurias y reproches,
publicando una circular y fijando carteles en Bombay, en los que nos
trataba de charlatanes y de no sé qué más aún. Para defendernos, nos
vimos obligados a contar nuestra historia y publicar nuestras pruebas
en un suplemento extra de The Theosophist de julio de 1882. Allí se
hallan todos los testimonios y facsímiles de un documento impor-
tante con la firma del swami y el certificado del Sr. Seervai, nuestro
entonces Secretario de Actas. Así fue cómo después de las desapaci-
bles relaciones que duraron unos tres años aproximadamente las dos
sociedades se separaron violentamente y cada una tomó por su lado.
Los elementos que causaron la ruptura fueron (1) Mi descu-
brimiento de que el swami era sencillamente —un asceta y un
pandit— pero de ningún modo un Adepto; (2) El hecho de que la
Samaj no compartía las ideas eclécticas de la Sociedad Teosófica;
(3) Por la decepción del swami al ver que volvíamos sobre nuestra
primera adhesión al proyecto de amalgama de Harischandra; (4)
Por su irritación —me lo expresó en términos violentos— al ver
que yo ayudaba a los budistas de Ceilán y a los parsis de Bombay
a conocer y amar más a sus religiones, mientras él las consideraba
como falsas. Siempre me he preguntado si Hurrychund Chintamon,
nuestro intermediario, alguna vez le habría explicado bien las ideas
y verdadero fin de nuestra Sociedad. El descubrimiento posterior
de que él (Hurrychund) se había apropiado de ₹ 600 [rupias] que le
mandamos para la Arya Samaj, y que devolvió en Bombay, obligado
por HPB, me hace pensar que engañó tanto al swami como a noso-
tros, y que, si yo no hubiese recibido la traducción de las reglas de la
Arya Samaj que me mandó Shyamji, el equívoco hubiera subsistido
hasta nuestra llegada a India.
El swami Dyánand 265

Hablar más de este asunto, sería perder tiempo y papel, puesto


que los que lo deseen conocer a fondo pueden hallar todos sus deta-
lles en el suplemento extra de The Theosophist, arriba mencionado.
El swami era evidentemente un gran hombre, un ilustrado pandit
sanscritista, dotado de mucha audacia, de fuerza de voluntad y de
recursos, un líder de hombres. Cuando lo vimos en 1879, acababa
de reponerse de un ataque de cólera* y su físico era aún más afinado
y delicado que de costumbre. Lo encontré notablemente hermoso:
alto, actitud digna y amable en su trato con nosotros. Causó una
gran impresión en nuestras imaginaciones. Pero cuando le volví a
ver —creo que en Benarés, varios años después— había cambiado
mucho y no para bien. Había engordado, la grasa le caía en rollos
por todo su cuerpo casi desnudo, y una enorme “papada” colgaba de
su mentón. Parecía menos alto al haber crecido a lo ancho, y aquella
expresión poética había abandonado su rostro. Afortunadamente,
tengo un recuerdo de su antiguo aspecto en un retrato al óleo
hecho de una fotografía, que me regalaron en el norte de India. Él
ya ha muerto, pero su Arya Samaj subsiste y se ha expandido en el
norte de India, cuenta en la actualidad con doscientas o trescientas
Ramas. Annie Besant y yo hicimos una visita a la Samaj principal
—en Lahore— durante nuestro reciente viaje al Punyab, la que tal
vez haya contribuido algo, por lo menos así lo espero, a endulzar
la amargura que los Samajistas, para mi gran pesar, han conservado
durante largo tiempo hacia nosotros.
El mundo es bastante grande para ellos y nosotros, y más valdría
tratar de vivir juntos como hermanos.

*  Se refiere a la enfermedad bacteriana que, por lo general, se propaga a través


del agua contaminada. (N. del E.)
CAPÍTULO XXVI
Madame Blavatsky en casa
1878

H
ASTA ahora, hemos visto a Mme. Blavatsky sobre todo como
mujer célebre; estudiémosla ahora en su intimidad. Pero,
ante todo, ¿hay alguien entre ustedes que sepa por qué se
hacía llamar “HPB” y por qué detestaba ser llamada “Madame”? No
tiene nada de extraño que odiase el apellido Blavatsky, dadas las
circunstancias de ese desdichado casamiento, tal como Sinnett lo
relata en “Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky”. No sacó de
él ni dicha ni ventajas, no más que aquel a quien por una apuesta
asoció a su destino bueno o malo. Sin embargo, antes de casarse
en Filadelfia con el Sr. B., estipuló que no cambiaría su apellido, y
jamás usó el de su segundo marido, excepto en los actos necesarios
para obtener su divorcio. Sentía una repugnancia extrema por el
tratamiento de “Madame”, porque había conocido y detestado a una
perra de ese nombre en casa de una amiga en París. Creo que esa
fantasía excéntrica de ser designada por sus tres iniciales tenía un
sentido oculto más profundo que lo que se cree. Es que la perso-
nalidad de nuestra amiga estaba tan unida a la de varios de sus
Maestros, que en realidad el nombre que llevaba era rara vez el de
la inteligencia que influía momentáneamente su cuerpo físico. Y el
personaje asiático que hablaba por su boca no era con seguridad ni
Helena ni la viuda del Gral. Blavatsky, ni una mujer. Pero cada una
de esas personalidades cambiantes contribuía, al mismo tiempo que
Helena Petrovna misma, a formar una entidad compuesta que se
podía llamar “HPB” o de cualquier otro modo. Esto me hace acordar
de la fotografía colectiva —en apariencia de una persona real, y en
268 H ojas de un viejo diario

realidad una mezcla de una docena de tipos por lo menos— que Sir
Francis Galton publicó en su Inquiry into Human Faculty. A primera
vista, mi teoría puede parecer absurda a los que no la conocieron
tan íntimamente como yo, pero me inclino a creer que es verdadera.
He aquí el orden habitual de nuestros días en la “Lamasería”.
Desayunábamos hacía las ocho, cenábamos a las 6 p. m. y nos íbamos
a acostar más o menos tarde después de medianoche, según las
necesidades de nuestro trabajo y las interrupciones causadas por las
visitas. HPB comía en la casa y yo en la ciudad, cerca de mi oficina.
Cuando la conocí, yo era un muy activo miembro del club Lotus,
pero la escritura de “Isis” puso fin, de una vez por todas, a mi cone-
xión con clubes y el mundo en general. Después de desayunar, iba
a mi oficina y HPB se sentaba a trabajar en su pupitre. La mitad de
las veces teníamos invitados a cenar y casi no pasábamos una velada
solos, porque aun cuando nadie viniese de fuera, casi siempre
teníamos a alguien que estaba con nosotros. Nuestra mesa era de las
más sencillas: ni vinos ni licores y una cocina de familia. Teníamos
una criada para todo, o, mejor dicho, una procesión de criadas atra-
vesaba nuestra existencia, porque nunca conservábamos una mucho
tiempo. Se iban a su casa de noche, terminado su trabajo, y después
abríamos la puerta nosotros mismos, lo que no era nada; pero las
dificultades comenzaban cuando había que buscar té, leche, azúcar,
etc., para todo un regimiento de amigos a la 1 a. m., cuando HPB,
con un magnífico desconocimiento del orden doméstico, reclamaba
de pronto una taza de té y exclamaba: “Vamos a tomar todos: ¿Qué
les parece?” Era tiempo perdido que yo le hiciese señas de que
no había nada en la casa, de suerte que después de varias expe-
diciones nocturnas (e infructuosas) por la vecindad, en busca de
leche o de azúcar, me declaré en huelga y puse el anuncio siguiente:

Los invitados encontrarán en la cocina, agua hirviendo y té,
quizá también leche y azúcar. Se ruega servirse a sí mismo.

Esto estaba tan de acuerdo con el tono general de la casa, un


poco Bohemio, que nadie pensó en asombrarse, y se veía a los invi-
tados que se levantaban tranquilamente para ir a hacerse una taza
de té en la cocina. Hermosas damas, profesores, artistas y perio-
distas, se hacían miembros del “Gabinete de la Cocina”, como lo
llamábamos. HPB no tenía la menor idea del arte de dirigir una
casa. Un día, para hacer huevos pasados por agua, ¡colocó los huevos
sobre las brasas! A veces la criada nos abandonaba un sábado por
la noche y nos dejaba que nos arreglásemos como pudiéramos el
domingo. Entonces, ¿era HPB quién iba al mercado y cocinaba?
Madame Blavatsky en casa 269

No, ¡ciertamente lo hacía su servidor! Ella se quedaba en el salón,


escribiendo, fumando, o bien venía a la cocina a molestar. Leo en mi
diario, en la fecha del 12 de abril de 1878: “La criada nos ha dejado,
sin preparar la cena; la condesa L. P. ha hecho una excelente ensa-
lada. O’Donnovan cenaba con nosotros también”. Este irlandés era
un hombre sorprendente, escultor de talento y perfecto camarada;
poseía un humor seco que era irresistible. HPB lo quería mucho y él
la correspondía bien. Hizo el retrato de ella, un medallón de bronce,
que está en mi poder. No sé dónde está ahora O’Donnovan, pero
en aquel tiempo tenía debilidad por el buen whisky (si se puede
decir que el whisky sea bueno), y un día nos hizo morir de risa a
propósito del whisky. Lo estaba bebiendo con otro amigo nuestro
que después de haberlo probado, dejó el vaso exclamando: “¡Qué
whisky malo!” Pero O’Donnovan se volvió hacia él, y tomándole del
brazo, le dijo con una gravedad extrema: “no diga eso, amigo mío,
no diga eso. No hay whisky malo, sino que algunos son mejores que
otros”. Era católico romano de nacimiento, pero no parecía creer
más en nada, y sabiendo en qué cólera hirviente ponía a HPB la sola
palabra: “catolicismo romano”, él simulaba creer que era la religión
del porvenir, y que el budismo, el hinduismo y el zoroastrismo
desaparecerían para cederle el sitio. Aunque ya había caído veinte
veces, HPB no dejaba de volver a caer en la trampa que O’Donnovan
le preparaba. Rabiaba, maldecía, lo trataba de idiota incorregible y
otras dulzuras semejantes, pero en vano: él continuaba fumando
en silencio, impasible y como si escuchase una escena de tragedia
a la que era tan ajeno como la actriz. Después, cuando ella había
hablado y gritado hasta quedar sin aliento, él se volvía suavemente
hacia quien estaba a su lado diciendo a media voz: “¡Qué bien habla!
Pero sólo lo hace para lucirse; no cree una palabra de lo que dice, y
un buen día la veremos convertida y buena católica”. Y cuando HPB
estallaba de furia con esta última salida, ¡él se escapaba a la cocina
para hacerse una taza de té! Ha llegado a llevar amigos para obse-
quiarles estas escenas, pero HPB no tenía rencor, y después de haber
cubierto de maldiciones al provocador, volvía a ser su mejor amiga.
Uno de nuestros huéspedes más asiduos y apreciados era el
Prof. Alexander Wilder, una personalidad curiosa, del tipo de esa
numerosa clase norteamericana, autodidacta, de fuerte temple de
padres puritanos, hombres de carácter y de pensamiento indepen-
dientes en extremo, muy versátiles, muy honrados, muy audaces
y patriotas. El Prof. Wilder y yo éramos amigos desde antes de la
Rebelión* y siempre tuve por él la más alta estima. Tiene la mente

* Habla de la guerra de secesión. (N. del T.)


270 H ojas de un viejo diario

repleta de conocimientos que imparte con facilidad a los oyentes.


No creo que sea un universitario ni un hombre de la ciudad, pero
si se tiene necesidad de datos acerca de las migraciones de las razas,
de los símbolos, del sentido esotérico de la filosofía griega, del valor
de un texto hebreo o griego, de la bondad relativa de tal o cual
escuela de medicina, es tan competente para proporcionarlos como
el doctor más diplomado. Es un hombre alto, flaco, como Lincoln,
con una noble cabeza que se asemeja a una cúpula, las mandíbulas
estrechas, los cabellos grises, y un lenguaje pintorescamente sazo-
nado de americanismos sajones. Venía siempre y hablaba durante
largas horas con HPB, muchas veces estirado en el sofá, con —como
decía ella— “una pierna en la araña y otra en la chimenea”. En
cuanto a HPB, tan robusta ella, como delgado era él, tan locuaz
ella como él epigramático y sentencioso, fumaba un sinnúmero de
cigarrillos y sostenía brillantemente su parte en la conversación.
Ella le pedía que le escribiese muchas de sus ideas, para servirse de
ellas en “Isis”, donde se las puede ver citadas. Las horas pasaban sin
ser notadas, tanto, que con frecuencia él perdía el último tren para
Newark, y entonces se quedaba a dormir en la ciudad. Creo que, de
todos nuestros huéspedes, él era el que menos apreciaba los fenó-
menos de HPB. Los creía científicamente posibles y no dudaba que
ella tuviese el poder de producirlos, pero la filosofía era su ídolo, y
los médiums y los Adeptos no le interesaban más que teóricamente.
Sin embargo, la verdad es que algunos de los fenómenos de
HPB eran bien curiosos. Además de los que he descrito, encuentro
mencionados otros en mi Diario, como éste que es bien raro:
Un día encontré en la parte baja de la ciudad (Nueva York) una
persona que conocía, y con la que hablé algunos instantes. Tenía
muy mala opinión de HPB y la atacó con dureza, sosteniendo sus
críticas a pesar de lo que yo le decía. Por fin fue tan lejos en sus
palabras, que disgustado me separé de él bruscamente para volver
a casa. Llegué como de costumbre para cenar y fui a mi habitación
—marcada con la letra “G” en el plano del Capítulo XXIV, que era
entonces el lugar donde dormía— para arreglarme. HPB vino por
el pasillo a saludarme desde la puerta que estaba abierta; el lavabo
estaba en el rincón noroeste, en frente de la puerta, y encima de él,
el muro blanco y liso no tenía ningún cuadro ni nada.
Después de lavarme las manos, fui a peinarme delante del espejo
pequeño que estaba detrás de mí, precisamente en frente de la
ventana, y al pasarme el cepillo por el pelo, vi algo verde reflejado en
el espejo. Era una hoja de papel escrita y sujeta a la pared por cuatro
alfileres, justamente encima del lavabo en que me acababa de lavar
las manos sin que hubiese visto nada en el muro desnudo. El papel
Madame Blavatsky en casa 271

estaba lleno de textos orientales, del Dhammapada y de los sutras,


escritos de un modo particular y firmados en el ángulo inferior
por uno de los Maestros. Las citas eran reproches para mí porque
había dejado atacar a HPB sin defenderla, lo que se refería, sin duda
alguna, a mi encuentro en la ciudad, aunque no se mencionaba
ningún nombre. No hacía más de cinco minutos que yo estaba en
la casa, no había contado el hecho a nadie, ni cambiado una palabra
con nadie, aparte del saludo a HPB desde la puerta. Y, en fin, yo ya
no pensaba más en el incidente en cuestión. Este es un fenómeno
de clase superior, que implica la lectura del pensamiento a distancia
o la clariaudiencia, y además el poder de producir un documento
escrito, sin contacto, o bien haberlo escrito del modo corriente y
haberlo clavado en la pared antes de mi regreso, impidiéndome
que lo viese, por sugestión hipnótica, hasta que se me devolviese la
libertad visual. Esta me parece ser la explicación más probable de
las dos, pero el fenómeno no deja de ser igualmente notable, puesto
que supone la clariaudiencia a una distancia de cinco kilómetros y
también el poder hipnótico ejercido sin que yo pudiese sospecharlo.
Guardé cuidadosamente ese papel verde, pero en 1891, en el trans-
curso de mi viaje alrededor del mundo, alguien se apoderó de él sin
mi permiso; desearía recuperarlo. Otro recuerdo de HPB desapa-
reció al mismo tiempo. Era una caricatura representando el calvario
de mi supuesta iniciación en la escuela de Adeptos y era una imagen
bien cómica. En primer plano me había representado a mí, vestido
tan sólo con un fehta (turbante) hindú, sometido a un examen cate-
quístico por el Maestro KH. Abajo, en el ángulo de la derecha, una
mano sostenía una botella de alcohol, y una bayadera* huesuda, que
tenía el aspecto de una campesina irlandesa hambrienta, durante
una escasez de patatas, bailaba un pas de fascination. Arriba, en un
ángulo, HPB tocada con un gran sombrero de new jersey y calzada
con mocasines de punta levantada, con una sombrilla en forma
de campana, en el extremo de la cual ondeaba una bandera con
la inscripción “Jack”, iba montada sobre un elefante y tendía una
enorme mano para “controlar los elementos” en mi favor; mien-
tras tanto, otro Maestro observaba el conjunto. Un pequeño y raro
elemental con gorro de dormir y sosteniendo una vela encendida,
exclamaba: “¡Santos Cielos! ¿Qué es eso?”, desde el hombro de
KH en donde estaba subido. Y una serie de grotescas preguntas
y respuestas inscritas en el libro de mi Interrogador, completaba
la absurda sátira. El lector puede juzgar por esta descripción cuál
era entonces el humor jovial de HPB, y la familiaridad que se nos

* Bailarina de un templo hindú. (N. del E.)


272 H ojas de un viejo diario

permitía en nuestro trato con los Instructores. Tan sólo la idea de


una semejante irreverencia, hará correr escalofríos por la espalda
de más de uno de los discípulos de los últimos años de HPB. No
podría indicar mejor su jovialidad, que citando lo que un cronista
de Hartford escribió en su periódico:

Madame reía, pero cuando uno escribe que Madame reía, quiero
decir que, ¡la Risa misma estaba presente! porque su risa era
la misma esencia de todo lo que hemos oído de más claro, más
alegre y divertido. Tan grande es su vitalidad e intensidad que ella
parece verdaderamente, el Genius del buen humor.

He ahí la tónica de nuestra casa; y la vivacidad de HPB, su ingenio


literario, su conversación brillante, sus modales cariñosos cuando
alguien le agradaba, sus reservas de anécdotas y tal vez lo que más
atraía, sus sorprendentes fenómenos —hicieron de la “Lamasería”
el salón más frecuentado de la metrópolis desde 1876 hasta fines de
1878.
La duplicación es un fenómeno de los más interesantes, y
consiste en sacar uno o varios objetos de uno solo; ya he citado
varios ejemplos de ello. Mencionaré aquí otro que fue descrito en
los comunicados de Nueva York del Hartford Daily Times, del 2 de
diciembre de 1878. El corresponsal pasó una noche en nuestra casa
y se encontró allí con otros visitantes, uno de ellos, un artista inglés,
le contó lo que vio hacer a HPB:

Sé que a usted le parecerá esto increíble, mi querido amigo, estoy


bien seguro de lo que he visto. Además, había otro caballero conmigo
en ese momento. He visto a Madame crear cosas ¡Crear cosas! Sí,
crear cosas, producirlas de la nada. Voy a contarle dos casos:
Madame, mi amigo y yo, salimos un día para ver los escaparates,
y ella dijo que deseaba tener de esos alfabetos con letras de color
para recortar, que se venden en hojas, así como pájaros, flores,
animales y figuras de todas clases, que se usan para decorar
vasos, etc. Ella estaba arreglando un álbum de recortes y quería
hacer el título con letras coloridas de ese tipo. Buscamos en varios
sitios, y por fin encontramos una sola hoja de 26 letras, en un
comercio de la Sexta Avenida. Madame la compró y volvimos a su
casa. Hubiera necesitado varios, pero al no encontrarlos, empezó
a usar ese. Mi amigo y yo, estábamos junto a ella en su mesita,
mientras pegaba activamente sus letras en el álbum. De pronto
exclamó malhumorada: “Necesito dos ‘S’, dos ‘P’, y dos ‘A’”. Le
dije: “Madame, voy a buscarlas a la ciudad, en alguna parte habrá”.
Madame Blavatsky en casa 273

“No, no vale la pena”, contestó. Entonces, de pronto me miró y dijo:


“¿Quiere usted verme hacer una?”
“¿Hacer una? ¿Cómo? ¿Pintándola?”
“No, hacer una exactamente igual a éstas”.
“Pero, ¿Cómo? Están impresas a máquina”.
“Puede hacerse —¡mire!”.
Ella puso su dedo sobre la “S”, mirándola. Su mirada tenía una
gran intensidad; su frente se arrugaba; parecía la encarnación de
la voluntad. Al cabo de medio minuto, sonrió, levantó el dedo y
mostró dos “S” exactamente iguales, exclamando, “¡Está hecho!”
Después hizo lo mismo con la “P”.
Entonces mi amigo pensó: “Si es un truco, se lo puede detectar.
En cada alfabeto no hay más que una letra de cada clase. La voy
a probar”. Entonces le dijo: “Madame, ¿y si esta vez, en lugar de
hacer una letra separada, la hiciese usted unida a la otra de este
modo: A—A—?”.
“Me es lo mismo hacerla del modo que sea”, respondió ella con
tono indiferente, y colocando el dedo sobre la “A”, lo retiró al cabo
de algunos segundos y le dio dos “A” unidas como él lo deseaba.
Parecían estampadas del mismo papel. No existía separación ni
unión (artificial) de ninguna clase. Tuvo que cortarlas para servirse
de ellas. Esto sucedió en pleno día, solo ante mi amigo y yo, tan
sólo para su entretenimiento.
Ambos estábamos profundamente sorprendidos y llenos de admi-
ración. Examinamos las letras con el mayor cuidado y parecían
por completo semejantes. Pero si usted lo desea, se las puedo
enseñar. “Madame, ¿quiere usted permitirnos ver su “Album de
Recortes”?”
“Ya lo creo, con mucho gusto”, respondió HPB amablemente.
Esperábamos con impaciencia hasta que el Sr. P. pudo abrir el
volumen. La página estaba hermosamente confeccionada y se leía
en ella en letras brillantes:

third volume, scrap-book of the theosophical society


new york, 1878

their tribulations and triumphs*

*  tercer volumen, libro de recortes de la sociedad teosófica


nueva york, 1878
sus tribulaciones y triunfos
274 H ojas de un viejo diario

“Allí”, dijo él, señalándome la “S” de Scrap y la “S” de Sociedad,


“ésta es la letra de la hoja, y esta la que ella hizo”. No había entre
ellas ninguna diferencia*.

No había nada extraordinario, ni en el mobiliario ni en la decoración


de nuestra casa, salvo en el comedor y en la sala de trabajo —que a
la vez era salón de recepción y biblioteca— ambas habitaciones eran
verdaderamente pintorescas. La pared que separaba al comedor del
dormitorio de HPB estaba cubierta por entero con un gran cuadro
hecho todo con hojas secas, que representaba una selva tropical. Un
elefante rumiaba cerca de un pantano, mientras un tigre se lanzaba
sobre él desde el fondo, y una enorme serpiente se enroscaba alre-
dedor del tronco de una palmera. Hay una descripción muy buena de
él en el Frank Leslie’s Popular Monthly de febrero de 1892, página 205,
a pesar del agregado de que un criado indio sirvía a los invitados
mientras estos beben vino, es ridículamente inexacto. La habitación
no se parecía a la descripción; no teníamos criado indio, no había en
la casa ni una gota de vino ni de alcohol, nuestro mobiliario era muy
diferente, etc. Nunca oí hablar de otro cuadro de la misma clase,
y todos nuestros invitados parecían hallarlo muy apropiado a una
casa como la “Lamasería”. Toda la decoración hecha con hojas de
otoño, acompañaba a un elefante recortado en papel marrón. Tuve
otra idea del mismo estilo para el cuarto de trabajo. La puerta de
entrada estaba en un chaflán de la habitación, y encima quedaba un
cuadrado de pared, aproximadamente de 120 cm por 150 cm. Un día,
encontré en una tienda de curiosidades una cabeza de leona esplén-
didamente confeccionada; tenía los ojos llameantes, la boca muy
abierta, la lengua recogida y los dientes blancos y amenazadores.
Al volver a casa, busqué un sitio para mi adquisición y ese trozo de
pared atrajo mi atención. Coloqué allí mi trofeo rodeado de largas
hierbas secas, de manera que los visitantes que la veían de pronto,
podían imaginarse ver que una leona furiosa salía del matorral para
saltar sobre ellos. Para nosotros era una diversión hacer sentar a los
que venían por primera vez, de frente a la puerta, para gozar con su

* Parece que el cronista se fió de su memoria y omitió tomar nota de las pala-
bras de la inscripción en aquel momento la cual —la tengo ante mí ahora— la
leo como sigue: “Ante and post natal history of the Theosophical Society and of the
mortifications, tribulations and triumphs of its Fellows” (Historia ante- y postnatal de
la Sociedad Teosófica y de las mortificaciones, tribulaciones y triunfos de sus
Miembros. —N. del T.). Las letras duplicadas por HPB, son: las “S” de “History”,
“Theosophical” y “Society”, dos de ellas han sido hechas de la tercera; las “P” son
las de “Post” y “Triumphs”, más pequeñas que las “S”. Parece que ella creó otras
más sin decir nada, porque la frase totaliza ocho “A”, además de las otras letras
duplicadas. (Olcott)
Madame Blavatsky en casa 275

sobresalto cuando al dejar de mirar a HPB, comenzaban a examinar


la sala. Si la suerte quería que la visita fuese una mujer mayor, daba
un grito y HPB se reía a carcajadas. En dos rincones puse hojas de
palmera que llegaban al techo y se curvaban graciosamente; algunos
monitos embalsamados se asomaban curiosamente por encima de
las cenefas de las cortinas; una hermosa serpiente embalsamada
dormía arriba del espejo de la chimenea, con la cabeza colgando a
un lado del mismo. Un gran babuino, adornado con cuello, corbata
blanca y un par de gafas mías, se mantenía de pie en un rincón,
con un ejemplar de Descent of Species bajo el brazo. Le llamábamos
“Profesor Fiske”. Un búho grande y hermoso estaba sobre la biblio-
teca; algunos pequeños lagartos trepaban por las paredes. Un reloj
suizo de cuco estaba colgado al lado la chimenea. Pequeños mueble-
citos de laca japoneses, estatuillas del señor Buda en madera, un
talapoin* siamés, y diversos objetos de adorno, ocupaban todos los
espacios libres encima del piano y de las repisas. En el centro de la
sala había una gran mesa escritorio; nuestros pocos libros, puestos
en estantes, ocupaban el espacio entre las dos ventanas que daban a
la Octava Avenida; sillas y uno o dos divanes, terminaban de llenar
la sala, de suerte que, para ir de un extremo a otro de la habitación,
había que hacer maniobras. Una araña de gas con cuatro luces, más
una que colgaba sobre la mesa, procuraba el alumbrado material; el
resto de la iluminación estaba a cargo de HPB. Un par de puertas
corredizas de vidrio, (rara vez cerrada), separaba la sala de trabajo
de su pequeño dormitorio, y un enorme doble triángulo de chapa
de acero recortada, estaba sujeto encima de la puerta. En definitiva,
esta habitación tenía un aspecto artístico y agradable para sus habi-
tuales ocupantes y para sus invitados, y sirvió de tema para muchas
descripciones en los periódicos y numerosas conversaciones de los
amigos. Ningún marco podría haber sido más apropiado para la
misteriosa y fantástica persona de HPB. Los diarios estadounidenses
de ese tiempo, estaban llenos de croquis de esa sala; he aquí uno
del mismo cronista del Hartford, del cual hemos copiado las citas
anteriores:

Madame estaba en su pequeño cuarto de trabajo, que servía


al mismo tiempo de salón, y de tienda de compraventa, porque
jamás se vio una habitación tan repleta de cosas raras, elegantes,
antiguas, hermosas, costosas, o aparentemente sin valor, como
esta sala. Tenía el cigarrillo en la boca y las tijeras en la mano; se
ocupaba activamente en recortar párrafos, artículos, informaciones,
críticas, etcétera, de montones de periódicos del mundo entero;

* Asceta budista de Siam. (N. del T.)


276 H ojas de un viejo diario

todos se referían a su persona, su libro, la Sociedad Teosófica


y a todo lo que cerca o lejos podía relacionarse con su obra y
su objetivo. Nos hizo señas para que nos sentáramos, y mien-
tras ella leía atentamente un artículo, empleamos nuestro tiempo
observando las paredes y el mobiliario de esta “Lamasería” de
Nueva York. En buena ubicación, un mono con “pechera” blanca,
cuello y gafas, sosteniendo un manuscrito en sus manos. ¿Podría
ser una sátira muda del clero?* Encima de la puerta, una cabeza
embalsamada de una leona, con la boca abierta, de aire amena-
zador, con los ojos relucientes y de un aspecto feroz, casi natural.
Un dios dorado en medio de la chimenea, lacas chinas y japo-
nesas, abanicos, pipas, tapices, divanes bajos y sofás, un gran
escritorio, un pájaro mecánico que cantaba como una máquina,
álbumes de recortes, y los inevitables ceniceros, papel y boquillas,
completaban el brillante conjunto, en el que Madame aparecía en
perfecta armonía con su ambiente. Su fisonomía es extraña y rara;
en sus rasgos se reflejan mil sentimientos a la vez, nunca parece
ocupada por entero en algo. Siempre puede percibirse en sus ojos
la sombra de preocupaciones e ideas no expresadas. Entonces y
siempre, pensé que tenía una doble personalidad, como si a la vez
hubiese estado presente y ausente, hablando aquí y reflexionando
o actuando en sitio lejano. Los cabellos finos, muy espesos, natu-
ralmente ondulados, no tenían ni una sola hebra blanca. Su tez,
evidentemente bronceada por el mar y el sol, no tenía una arruga.
Sus manos y brazos parecían los de una joven. Toda su persona
respira el imperio de sí misma, la autoridad y una cierta sang froid
[sangre fría] que raya en la indiferencia masculina, sin pasar jamás
ni un instante los límites de la delicadeza femenina.

Ya he dicho anteriormente que lo que hacía tan atrayentes las visitas


a la “Lamasería” era la esperanza que tenía siempre el invitado, de
ver hacer algún milagro a HPB, para luego divertirse, encantarse o
instruirse por su viva y espiritual conversación. A veces, de pronto,
en medio de un silencio, un invitado levantaba un dedo, decía
“¡Silencio!”, y se oía una música en el aire. En algunas ocasiones, la
música comenzaba a lo lejos y apenas perceptible, después, acercán-
dose, la encantada armonía crecía poco a poco, flotando en la habi-
tación, cerca del techo, y apagándose por fin en un acorde perdido,
todo volvía al silencio. O bien era HPB quien hacía imperiosamente
un signo con la mano, y ¡ding! ¡ding! se dejaba oír el argentino sonido
de una campanilla en el sitio que ella designaba. Hay personas que

* No, de los científicos materialistas. (Olcott)


Madame Blavatsky en casa 277

creen que debía tener una campanilla escondida bajo su bata para
hacer ese juego. Pero a esto contesto que yo y otros, muchas veces,
preparamos después de cenar y antes de levantarnos de la mesa,
una serie de vasos y bols llenos hasta diferentes alturas para obtener
notas diferentes golpeándolos con un lápiz, la hoja de un cuchillo,
etc., y HPB reproducía en el aire cada nota dada por los “vasos
musicales”. Una campanilla manejada debajo de los vestidos de una
mujer, no podría hacer eso. Otras veces, en presencia de numerosas
personas, apoyaba su mano en el tronco de un árbol, la pared de
una casa, un reloj, la cabeza de una persona, o cualquier objeto que
se le indicase, y hacía sonar la campanilla encantada en el interior
del cuerpo sólido en que se apoyaba. Estaba con ella una noche en
Simla, en casa del Sr. Sinnett; todos nos hallábamos sentados en la
galería y ella hizo venir hacia nosotros la extraña música, bajo las
estrellas y a través del sombrío valle que se hundía más abajo de la
casa. También estaba presente cuando hizo sonar una campanilla
encantada en el interior de la cabeza de uno de los más altos funcio-
narios civiles angloíndios y otra en el bolsillo del gabán de otro alto
funcionario que se encontraba al otro extremo de la sala.
Ella no podía dar una explicación racional respecto al modus
operandi [modo de obrar] que usaba para eso. Un día, hallándonos
solos, la interrogué sobre ese punto, me dijo: “Veamos un poco,
usted silba admirablemente; ¿cómo forma usted instantáneamente
con los labios cualquier nota que quiera silbar?” Le respondí que
no podía decir con precisión cómo lo hacía, salvo que un largo
estudio de muchos años me había dado la costumbre de colocar los
labios de cierto modo, de suerte que la nota salía como lo deseaba.
“Bien, dígame: cuando desea una cierta nota, ¿usted piensa que,
para producirla, debe usted colocar sus labios, los músculos de la
garganta, y tenga que hacer salir el aire, de tal y tal modo?” “De
ninguna manera”, respondí, “la costumbre ha hecho que esos movi-
mientos musculares y neumáticos sean automáticos”. “He ahí justa-
mente mi caso. Pienso una nota; instintiva o automáticamente, obro
por mi voluntad sobre la corriente astral. Envío desde mi cerebro
hacia un punto dado del espacio una especie de contracorriente.
Se forma como un torbellino en el punto en donde mi corriente
encuentra la gran ola de luz astral que sigue el movimiento de la
tierra, y la nota que pienso, suena en ese remolino. Exactamente
como la nota que usted desea resuena en el vacío formado por sus
labios cuando los coloca como es preciso, y los músculos de su
garganta obligan al aire a pasar por ese orificio. No puedo expli-
carle esto de mejor manera. Es una cosa que puedo hacer, pero no
puedo decirle cómo la hago. Y ahora, ensaye usted todas las notas
278 H ojas de un viejo diario

que quiera para ver si puedo reproducirlas”. Golpeé vasos al azar y


enseguida oí su eco en el aire, como si viniera del País de las Hadas,
tan pronto encima de mi cabeza como en un rincón o en otro. Si
no reproducía la nota con exactitud, yo se lo decía, y después nos
llegaba perfectamente devuelta por el akasha.
Puede compararse lo que precede, con lo que dice la Sra. Speer
(Light, del 28 de enero de 1893), respecto a los sonidos musicales que
se producían alrededor de M. A. Oxon:

19 de septiembre. Esta noche, antes de la reunión, hemos oído


sonar las “campanas encantadas” en diferentes sitios del jardín
mientras nos paseábamos. Se hubiera podido decir a veces que
venían de lejos, como de la cima de un árbol muy alto, donde la
música y las estrellas se mezclaban, o bien se acercaban, y por fin
nos siguieron a la sala de la sesión, que daba al jardín. La música
flotaba a nuestro alrededor, en los rincones de la habitación, y por
último sobre la mesa alrededor de la cual estábamos sentados. A
petición nuestra, hicieron escalas, marcaron acordes con la mayor
rapidez y reprodujeron notas cantadas por el Dr. S. Cuando el
Sr. S. M. entró en trance, la música se hizo bastante más sonora,
se hubiera dicho que era un piano tocado con fuerza. No había
ningún instrumento en esta sala.

Esos fenómenos musicales, evidentemente son idénticos a los


de HPB, salvo la radical diferencia de que ella podía producirlos
a voluntad, mientras que Stainton Moses no tenía ningún control
sobre ellos y se hacían más intensos cuando su cuerpo estaba en
trance. Esas “campanas encantadas” se dejaron oír continuamente
en el Círculo Speer, y los espíritus para explicarlas dieron teorías
poco convincentes. Por ejemplo, el supuesto espíritu de Benjamín
Franklin (Light, 18 de marzo de 1893, p. 130) les dijo un día: “lo
que ustedes llaman ‘campanas encantadas’ es un instrumento espi-
ritista que se toca en las esferas”. No obstante, agrega: “Podríamos
muy bien hacerlo mejor si el médium fuese mejor músico, pero
no está preparado para la música”. ¿Por qué, si es producida con
un instrumento? Casi hubiese sido lo mismo decir que Thalberg o
Paderewski tocarían mejor el piano, ¡si el encargado de la ilumina-
ción de la sala del concierto no fuera sordo de un oído! Tenemos el
derecho de no aceptar la teoría del “instrumento espiritista”, pues
tenemos la explicación en el hecho de que cuanto más musical es el
temperamento del médium, tanto más melodiosas son las campanas.
Además, cuanto más profundo es el trance en que el médium está
sumergido, ¡tanto más claro y más cerca tintinean las campanas!
CAPÍTULO XXVII
Ilusiones
1878

E
L elemental que estaba al servicio de HPB hizo sonar un día la
campana con un triste motivo: en el momento de la muerte
de su canario favorito. Recuerdo esto con claridad porque ese
recuerdo está unido en mi memoria al de la pena sincera de HPB.
Era una canaria muy ordinaria, que no tenía un aspecto bonito, pero
excelente ama de casa, de una increíble actividad, y la queríamos
porque era un animalito muy simpático. No me acuerdo ya dónde
la adquirimos, pero creo que HPB la trajo de Filadelfia y que compré
en Nueva York su compañero, que era un cantor notable. En fin, eso
no tiene importancia; los teníamos en nuestro poder desde hacía
mucho tiempo y los tratábamos como si fuesen hijos nuestros.
Les dejábamos volar por la sala y el canario dándonos las gracias,
venía a posarse en un cuadro cerca del escritorio para cantar. La
hembrita saltaba con toda confianza por encima de la mesa piando,
junto a nosotros, y se apoderaba de todas las hebras de hilo que
podía encontrar, para llevarlas a su nido, construido en el adorno
de bronce de donde salía el caño del gas de la araña. Apreciaba muy
especialmente las largas tiritas del papel recortado por HPB cuando
pegaba y juntaba sus manuscritos de tamaño grande. La pequeña
“Jenny” esperaba pacientemente a que su ama hubiese recortado su
papel, y apenas caían las tiras sobre la mesa o al suelo, se apoderaba
de ellas y las llevaba al nido, mientras “Pip”, su marido, demostraba
su aprobación cantando. Un tapiz oriental a rayas, proporcionaba
mucha ocupación a Jenny; apretaba con el pico una raya, y apoyán-
dose en sus dos patitas, tiraba y tiraba con todas sus fuerzas sin
conseguir arrancarla.
280 H ojas de un viejo diario

Cuando por fin terminó su famoso nido, Jenny comenzó a


incubar, encima de nuestra mesa, viéndose su cabecita que salía
un poco del adorno de bronce. Pip cantaba dulcemente y nosotros
esperábamos con impaciencia la apertura de los huevos. Pasaron
semanas Jenny continuaba en el nido, pero no se sentían las crías;
no comprendíamos lo que pasaba. Por fin, un día, aprovechando un
momento en que la solícita mamá salía del nido para ir a comer,
puse una silla sobre el escritorio, HPB la sostuvo y me subí encima
para ver qué sucedía. El nido estaba completamente vacío, no había
crías, ni huevos, ni cáscaras rotas; nuestra canaria se había burlado
de nosotros. HPB declaró que “Jenny había incubado sus ilusiones”:
es decir, que ella se había persuadido de que había puesto, ¡y creyó
que su deber era incubar los huevos imaginarios!
Durante algunos meses todo fue bien, pero nuestro cuarteto se
convirtió en un trío con la muerte de Jenny. La encontré en la jaula
ya en sus últimos momentos. Se la llevé a HPB y ambos lamentamos
el fin de nuestra amiguita. HPB la besó, la acarició, trató de reani-
marla con su aliento magnético, pero no consiguió nada; el pobre
animalito respiraba cada vez más débilmente y vimos que sólo era
cuestión de un momento. Entonces el rostro de granito de HPB
se inundó de ternura, abrió su ropa para tratar de devolver la vida
a Jenny colocándola contra su corazón conmovido de piedad. Fue
en vano. El pobre animalito tuvo un último estremecimiento, ¿y
entonces? Entonces, en el akasha, junto a nosotros, sonó una nota
clara y dulce, el réquiem por esa vida apagada; y HPB lloró a su
canaria muerta.
Hablando de las posibilidades de maya, ¿deberíamos clasificar en
esa categoría al siguiente fenómeno? Un día, haciendo algo junto
a su mesa, HPB volcó el tintero sobre una bata clara que llevaba
puesta. Por lo menos, una cucharada de tinta corrió en una docena
de chorreras por la parte delantera de su bata, que quedó deterio-
rada. Echemos un velo sobre las exclamaciones que siguieron al
desastre; digamos tan sólo que fueron más enérgicas que poéticas.
Sin embargo, no se tardó mucho en hallar el remedio. Fue hacia
la puerta de su habitación sin atravesar el dintel, y allí, dándome
la espalda, se puso a pasar las manos sobre toda la bata, o por lo
menos sobre todo lo que de ella podía alcanzar. Después, volvién-
dose, se me apareció vestida con una bata de color chocolate. ¿Fue
esto maya? En ese caso, la maya tenía un tinte bien firme, porque
esa bata chocolate le sirvió tanto tiempo como otra cualquiera y no
volví a ver jamás la que se manchó.
Un día me contó con gran regocijo que ella misma había sido
víctima de una maya de esa clase. Viajaba por el desierto con cierto
Ilusiones 281

copto, mago blanco cuyo nombre reservaré, y cuando acamparon de


noche, ella manifestó un ardiente deseo de tomar una taza de buen
café au lait [café con leche] francés. “Bien, ciertamente, ya que usted
lo desea tanto”, dijo su guía y protector. Fue hacia el camello que
llevaba el equipaje, sacó agua del odre y volvió enseguida trayendo
una taza de café hirviendo y perfumado, mezclado con leche. HPB,
que conocía a su compañero y sabía que era un gran Adepto y
poseía poderes muy grandes, pensó que aquello era un fenómeno.
Se lo agradeció calurosamente, bebió el café, y, encantada, declaró
que nunca había probado un mejor café en el Café de París. El
mago, por toda respuesta, se inclinó y esperó que le devolviese la
taza. HPB bebía el líquido a pequeños sorbos, fumando y hablando
alegremente; pero, ¿qué es esto? En la taza no había más café, ¡sólo
quedaba agua! Nunca hubo otra cosa, y ella había bebido y sentido
la maya del café moca caliente y fragante. Evidentemente se me
dirá que todo el mundo puede ver eso en cualquier magnetizador
ambulante que nos puede hacer tomar el petróleo por chocolate y
el vinagre por miel. Pero existe una sensible diferencia: en el caso
de HPB, la ilusión se produjo sin palabras, por una simple trans-
misión de pensamiento y sobre alguien dotado del mismo poder
de ilusionar a los demás. Del experimento por el que se paga a un
magnetizador de feria en el salón de espectáculos de un pueblo, al
más elevado ejemplo de encanto mayávico arrojado secretamente
sobre una persona o una multitud por un prestidigitador, faquir,
sannyasi o Adepto, solo hay una diferencia de grado. Todos esos
fenómenos y muchos otros se basan en un mismo principio, cuya
observación es la función de los sentidos físicos. Ya sea que la maya se
imponga del exterior por medio de un gesto sugestivo, una palabra,
o la silenciosa voluntad de un tercero, o bien que nazca interior-
mente de la imaginación engañada por un esfuerzo de voluntad, es
siempre lo mismo. Y quién ha estudiado a fondo el procedimiento
del magnetizador de feria o del prestidigitador indio semidesnudo,
se halla en estado de comprender la teoría de maya a escala cósmica.
Cuando se vive cotidianamente con una persona que tiene este
poder de lanzar encantos a voluntad termina uno por sentirse inte-
riormente molesto, porque nunca sabe si lo que se cree ver u oír es
real o no. Hasta una visita como la que recibí del Mahatma, con sus
concomitantes pruebas de tacto y conversación, no demostraría en
lo más mínimo que yo no era la víctima de una ilusión. Se recor-
dará que esa idea me atravesó durante la conversación, cuando nos
íbamos a separar, y que el Mahatma me dio sonriendo la prueba que
yo deseaba, dejando sobre la mesa su turbante, un trozo de tela de
algodón bien tangible, y marcado en un ángulo con su criptograma.
282 H ojas de un viejo diario

esquina del turbante de un mahatma

Los cuentos del folklore popular están llenos de “oro de las


hadas” o “joyas de las hadas” que al día siguiente resultan trans-
formados en, ¡ramitas, hojas, paja u otra cosa sin valor! Se hallan
historias de esta clase en casi todos los pueblos y en todos los países;
también las he encontrado en India. En tales casos se ilustra el
principio de maya. Pero me parece, después del ejemplo que ya he
dado, del Mahatma que me restituyó el dinero gastado en útiles para
dibujar su retrato, que la misma persona que podía crear la maya del
dinero, podía también crear el dinero mismo, o bien por medio de
la ley de la materialización, podía hacerlo venir de un sitio lejano
donde se hallase en ese momento.
Los dos retratos de señoras chinas o japonesas, eran una ilusión,
y lo que voy a contar a continuación, también. Un día que el hono-
rable J. L. O’Sullivan, exministro de los Estados Unidos en Portugal,
y del que ya he hablado anteriormente, vino a visitarnos, la conver-
sación derivó hacia el desdoblamiento o duplicación de objetos. Yo
había traído del banco ese día un billete de $ 1000 y se lo di a guardar
a HPB. Esta sacó dicho billete de su cajón, lo enrolló y se lo dio a
tener al Sr. O’Sullivan. Después le dijo que abriese la mano y mirase.
Al desenrollar el billete, encontró dentro otro exactamente igual;
el mismo papel, la misma impresión por ambos lados y el mismo
número de serie. “Bien”, exclamó él, “¡he ahí un magnífico medio
de hacerse rico!” “No, ciertamente”, respondió HPB, “no es más que
Ilusiones 283

un truco psicológico. Tenemos el poder de hacer esto, pero no el


derecho de servirnos de él, ni para nosotros ni para los demás, de
la misma manera que usted no osaría hacer un billete falso por los
métodos corrientes de falsificación. Sería robar al gobierno, tanto
en un caso como en el otro”. No quiso satisfacer nuestra curiosidad
explicándonos cómo había procedido, pero nos dijo riendo que lo
adivináramos si podíamos.
Guardó los dos billetes en el cajón y después que nuestro invi-
tado se fue, me mostró que no quedaba más que el billete original;
el duplicado se había disuelto.
Poco antes de dejar Nueva York, HPB salió conmigo una tarde,
fuimos a hacer compras para ella, compras por un monto de
cincuenta dólares, y como no llevaba ningún dinero encima en ese
momento, pagué por ella y guardé las facturas. Al volver a casa, dejó
mi brazo y me puso en la mano algunos billetes, diciendo: “¡Ahí
están sus cincuenta dólares!”. Repito que no tenía ni un céntimo
y que a nadie pudo pedírselos prestados. Y al salir de casa ella no
sabía lo que iba a comprar ni lo que costaría. Pero siempre tenía
dinero cuando en realidad lo necesitaba y cuando era conveniente
que lo tuviese. Por ejemplo: una vez me pidió que fuese a cierta
ciudad para hacer algo muy importante para los Mahatmas. Calculé
que necesitaría estar ausente por lo menos un mes o dos, y como
yo pagaba los gastos de la “Lamasería”, además de tener sobre mí
otras obligaciones pesadas, dije francamente a HPB que no podía
salir de Nueva York por tanto tiempo. “Muy bien”, dijo ella, “haga
lo que crea que debe hacer, usted no está aún comprometido como
neófito, y los Hermanos no tienen el menor derecho de alejarlo
de sus negocios”. Pero, no podía soportar la idea de negar alguna
cosa a nuestros Instructores y aunque no viese de dónde vendría
el dinero en mi ausencia, decidí por fin ir, costase lo que costase.
HPB me preguntó cuánto perdería y le contesté que, como mínimo,
no podría ser menos de $ 500 por mes. Salí de Nueva York y volví
bien entrado el segundo mes. Al ir al banco a informarme de lo
que quedaba en mi cuenta, me sorprendí mucho al saber que había
justamente mil dólares más de lo que creía. ¿No había error? No,
estaba bien la cuenta. Entonces pregunté al cajero si recordaba
cómo era la persona que había hecho dos depósitos de $ 500 en mi
cuenta. Lo recordaba muy bien porque era un hombre muy extraor-
dinario: muy alto, con largos cabellos negros que le caían sobre
los hombros, ojos negros penetrantes y la tez morena; en síntesis,
un asiático. Los dos depósitos procedían del mismo personaje que
simplemente había entregado el dinero y pedido que sea ingresado
en mi cuenta. Él no tenía mi libreta y pidió al cajero que tuviese la
284 H ojas de un viejo diario

bondad de llenar él mismo la hoja de depósito, porque “él no sabía


escribir en inglés”. Si HPB hubiese tenido en aquel entonces las
amistades que después adquirió en India y en Europa, no hubiera
tenido nada de particular que de ellos obtuviese la reparación de mi
déficit, pero aparte de mí, no conocía entonces a nadie que pudiese
prestarle cien dólares y mucho menos mil.
También en Bombay, le fue dado dinero, siempre que fuese extre-
madamente necesario. Al desembarcar, teníamos sólo lo preciso
para pagar los gastos de la casa durante algunos meses, sin lujos ni
cosas superfluas. No obstante, partimos con Moolji y Babula para
hacer ese viaje al Punyab del que ella sacó su vívida novela “Por las
cuevas y selvas del Indostán”, y gastamos ₹ 2000 sin pasar molestia
alguna. Nuestro recipiente de aceite y nuestra medida de harina no
se agotaron nunca, porque los Maestros por quienes trabajábamos,
nos daban oportunamente lo que necesitábamos. Cuando pregunté
cómo era que los Maestros, que viven apartados del mundo donde
se gana el dinero, podían hacer eso, HPB me contestó que ellos
tenían bajo su custodia tesoros increíbles de minas y joyas ente-
rrados, y que, por el karma que se les había impuesto, podían ser
empleados para el bien de la humanidad por diferentes manos. Sin
embargo, algunos de esos tesoros estaban tan contaminados por un
aura criminal, que, si se les dejaba desenterrar y poner en circu-
lación antes que ese karma fuese agotado, engendrarían de nuevo
crímenes y una miseria mayor. Además, que el karma de ciertas
personas exigía que ellas descubriesen como por casualidad los
escondrijos de dinero u otros valores, o bien que reuniesen una
mayor o menor fortuna en los negocios. Esas compensaciones eran
la obra de ciertos elementales del reino mineral, a los que esas
personas afortunadas estaban —de acuerdo a la creencia oriental—
estrechamente ligadas por medio de los elementales preponde-
rantes en su propio temperamento.
Esta cuestión de la existencia de los elementales ha sido siempre
la manzana de la discordia con los espiritistas, pero, sin embargo, la
Sra. Britten, una de sus jefas, declara (ver Banner of Light) “que ella
sabe que existen otros espíritus además de los humanos, y que ha
visto apariciones de seres espirituales o elementarios, evocados por
palabras y prácticas cabalísticas”. Además, el honorable A. Aksakof
declara que “el Príncipe A. Dolgorouki, gran autoridad en cuestión
de magnetismo, me ha escrito que él se había asegurado que los
espíritus que desempeñan los principales papeles en las sesiones
espiritistas, son elementarios —gnomos, etc. Que sus clarividentes
los han visto y se los han descrito”. Spi. Sci., diciembre de 1875.
(“Álbum de Recortes de la S. T.”, Vol. I, p. 92).
Ilusiones 285

Volviendo a lo mismo: un individuo dado, teniendo en sí una


cantidad preponderante de elementales pertenecientes al reino
mineral, se vería dotado de la mágica facultad de Midas, Rey de
Frigia que “transformaba en oro todo lo que tocaba”. Y cualquiera
que fuese la incapacidad de ese individuo para los negocios, su
“buena suerte” sería constante e irresistible. Con una proporción
preponderante de elementales del agua, querría ser marinero y lo
lograría, a pesar de todo lo duro y penoso que tiene esa carrera. La
preponderancia de los elementales aéreos en el temperamento, hace
a los niños que trepan a los árboles y los tejados y a los hombres
que escalan las montañas, suben en globo, y trabajan en el trapecio
a vertiginosas alturas, buscando por todos los medios desprenderse
del suelo. HPB me contaba numerosas historias que apoyan este
principio; es inútil citarlos aquí, la vida está llena de ejemplos que
se comprenderán con claridad al ver la clave que he dado. Respecto
a la Sociedad Teosófica, puedo decir que nunca se nos permitió ni
a HPB ni a mí, tener en exceso, pero jamás se nos dejó carecer de
lo necesario ni para nuestra obra ni para nuestra vida privada. Una
y otra vez, veinte, cincuenta tal vez, vi nuestra caja casi vacía y el
porvenir pecuniario poco alentador, y, sin embargo, sea de un lado,
sea de otro, recibí invariablemente los fondos necesarios, y nuestra
empresa no se vio detenida ni un solo día por falta de recursos para
sostener la Sede Central.
Pero el agente que nuestros invisibles Maestros emplean, no
está siempre calificado para juzgar si es o no indispensable para el
éxito de su esfuerzo público, que él mismo se halle bien provisto
de dinero. Cuando HPB fue enviada de París a Nueva York el año
1873, se encontró pronto en la verdadera miseria, como lo he dicho
en otro capítulo, y se vio obligada a echar y volver a echar agua
sobre los pocillos a falta de poder comprar café, y por fin, tuvo que
trabajar con su aguja para un fabricante de corbatas, a fin de no
morirse de hambre. Entonces no recibió ningún regalo imprevisto
y no encontró oro en su colchón al despertarse por la mañana. Aún
no era tiempo. Pero, aunque estaba reducida a la pobreza, tenía en
su baúl una suma considerable (algo así como 23 000 francos, creo)
que su Maestro le había confiado hasta que recibiese sus órdenes.
Por fin recibió la orden de trasladarse a Buffalo. Ella no tenía la
más remota idea de donde era o como se llegaba allí. Preguntó
para qué. La contestación fue: “No importa para qué; lleve el
dinero con usted”. Llegó a su destino, y se le dijo que tomase un
coche de alquiler, fuese a una determinada dirección y entregase el
dinero a una persona, sin explicación, tomase un recibo y volviese.
Ella obedeció. Encontró al hombre en la dirección dada y en una
286 H ojas de un viejo diario

situación difícil. Se preparaba para escribir despidiéndose de su


familia, y tenía sobre la mesa una pistola cargada, con la que iba a
matarse media hora más tarde si HPB no hubiese llegado. Parece
—por lo que más tarde me dijo ella— que ese hombre era perfec-
tamente honrado y que esos 23 000 francos le fueron robados, de
modo tal, que era necesario —para ciertos acontecimientos impor-
tantes para el mundo— que el dinero le fuese devuelto en aquel
preciso momento, y HPB fue elegida para ser el intermediario de
esa obra de beneficencia. Cuando me encontré con ella, había olvi-
dado por completo el nombre de ese hombre y su dirección. Este es
un caso en el cual el intermediario elegido para remitir el dinero al
beneficiario, se encontraba en una situación de gran necesidad sin
que le fuese permitido distraer ni un franco de la suma confiada,
para comprarse medio kilo de café.
Recuerdo también otra vez en la que HPB fue la encargada de
distribuir el “oro encantado”, usando el término popular. Pero feliz-
mente, el que lo aprovechó nos ha dejado su relato impreso.
Parece que, en una reunión de un círculo espiritista conocido, de
Boston (Massachusetts) se habló de la probabilidad de que desapa-
reciera el Spiritual Scientist, por carecer de fondos para sostenerlo. El
difunto C. H. Foster, entonces médium famoso, dijo que un espíritu
guía había declarado con certeza que la crisis en cuestión era inmi-
nente. Y en efecto, el Director, Sr. Gerry Brown, tenía que abonar sin
demora alguna un vencimiento de importancia y no tenía dinero
para hacerlo. El Spiritual Scientist publicó estas mismas palabras de
explicación y lo que sigue, lo copio de uno de los recortes de nues-
tros álbumes:
El director del Scientist recibió hace algunos días, un aviso para
que pasase por la Oficina Telegráfica de la Western Union a fin de
cobrar un dinero enviado telegráficamente. Acudió y pasó allí lo
siguiente:
Escenario —Oficina Telegráfica de Western Union. A mediodía. A
la izquierda, el empleado detrás de su pupitre. Entra por la derecha
un señor que presenta un aviso para presentarse a cobrar.
Empleado: —¿Espera usted algún dinero?
Individuo: —Aquí está mi nombre y mi domicilio en el giro y el aviso
de ustedes. Por otra parte, no sé de dónde viene.
Empleado: —¿Conoce usted a Sir Henry de Morgan?
Individuo (riendo de oreja a oreja): —Bien, he oído decir que el espí-
ritu de ese personaje, que vivía hace unos doscientos cincuenta
años, tiene a bien interesarse por mí. Voy a darle a usted un recibo.
Ilusiones 287

Empleado (irguiéndose y cambiando de tono): —¿Conoce usted


aquí a alguien que pueda responder a su identidad?
Individuo: — Sí.
Se llama a un miembro de la empresa que conoce al Individuo y
se le paga la cantidad.
Una hora más tarde llega un telegrama que dice:
“Suscribo… dólares para pagar factura… del 19 de junio y desafío
a Charles Foster a ver realizada su profecía. Publique este desafío.
Vaya a la Oficina Telegráfica de Western Union a buscar el dinero y
acuse recibo por telegrama.
Sir Henry de Morgan”.
El dinero venía de una ciudad lejana. Publicamos con mucho gusto
el telegrama según las instrucciones recibidas. No emitimos opinión
sobre la procedencia. Ya hemos mostrado el telegrama a varios
espiritistas eminentes, y uno de ellos supone que eso pudiera ser
muy bien una farsa de algún miembro del círculo. Perfectamente.
No pedimos otra cosa que ser víctimas con frecuencia de farsas
como ésta.

Naturalmente, la ciudad lejana se llamaba Filadelfia, y el remitente


HPB, que —como dije anteriormente— estaba, junto a mí, interesada
en ayudar al Director a sacar a su periódico de una crisis monetaria.
Por otra parte, sé perfectamente los recursos de HPB en esa época
y que no se hallaba en estado de enviar a otros, ni mucho ni poco
dinero. En cuanto a su segundo marido, era tan pobre cómo ella y
no tenía crédito para pedir prestado. Seguramente ese dinero haya
venido de la Logia, como el de sus compras en Nueva York y el de
sus gastos de viaje en India. Ese Sir Henry de Morgan del telegrama,
era John King, el pretendido espíritu guía, bajo la apariencia del cual
HPB produjo sus primeros fenómenos de Nueva York y de Filadelfia.
Una interesante coincidencia me hace encontrar en nuestra
Biblioteca, mientras corregía estas pruebas, un libro sobre Morgan,
que había perdido de vista hace varios años. Se titula “La historia
de los bucaneros de América; desde su origen hasta nuestros días”,
escrita en varios idiomas y ahora reunida en un único volumen.
Incluye hechos y aventuras de Le Grand, Lolonois, Roche Brasiliano,
Bat el Portugués, Sir Enrique Morgan, etc. Escrito en Holandés por
Jo. Esquemeling, uno de los bucaneros, y traducido al español, etc.,
etc. [Londres, 1699, Edición Original.]
Es un viejo libro, extraño, pintoresco y espeluznante que
encontré en Nueva York, creo, en los primeros tiempos de nuestras
relaciones. Tiene para nosotros un especial interés, porque la inte-
288 H ojas de un viejo diario

ligencia que desempeñaba, para instruirme, el papel de John King,


precipitó fenoménicamente sobre las tres páginas en blanco que
preceden al título, los siguientes versos*:

A mi fiel amigo Harry Olcott


Escuchad, caballeros, la estirpe del Capitán Morgan
Aquí proporcionada por el mentiroso Esquemeling;
Este último tan solo un truhan, y en cierto grado
El espía del Español —judío holandés— que buscaba penitencia
y navegó
De regreso a su tierra brumosa, y se dedicó a la venta de libros.
¡Maldito mentiroso! Aunque el capitán Morgan era un pirata,
Creo que sabía distinguir el bien del mal.
De un enemigo el Capitán nunca huyó,
Y nunca dio media vuelta para mostrar sus talones en batalla,
Aunque le gustaban las mozas, el vino y el oro, era un caballero
agradable.
Murió como un noble lleno de virtud,
Cubierto por sus amigos que lo enterraron
Y una vez Arriba, disfrazó para variar,
Su título, y nombre tan famoso una vez, para no ser reconocido,
Pero lo es, y se llamó a sí mismo John King: el Rey de los Duendes
Protector y defensor de los derechos de las mozas débiles…
Paz a los huesos de ambos —el Pirata y el Caballero—
Porque ambos han desgastado al duende bueno y al malvado,
Y ambos se han encontrado, al desencarnar.
El biógrafo holandés se encontró con un penoso caso,
El espíritu de Sir Henry Morgan, que había acumulado durante
mucho tiempo
Las injusticias hechas por el judío, persiguió aprisa al Duende
de su enemigo
Y nunca el mundo de los Espíritus antes o después fue testigo
De una carrera tan violenta o tan divertida.

*  John Esquemeling fue un escritor del S XVII que publicó las obras más famosas
sobre piratería de esa época y quien conoció al célebre pirata Henry Morgan
acompañándolo en sus viajes. Publicó en holandés una obra sobre las aventuras
de Morgan, y cuando este leyó la versión traducida al inglés en 1684, tomó
medidas para desacreditar el libro y presentó una demanda por difamación, ya
que según él se relatan hechos que nunca ocurrieron. Si bien Morgan ganó el
pleito, su reputación quedó manchada para siempre.
Se ofrece aquí una traducción en español moderno del texto original en prosa
y con rima, escrito en el idioma inglés que se utilizaba en esa época. (N. del T.)
Ilusiones 289

Moraleja
Sabe, Oh amigo Harry, que la reyerta de un Duende
En la Tierra Estival es muy común,
Que todas las malas obras engendradas en la tierra
Allí nunca se olvidan fácilmente.
Tu benevolente amigo,
John King*

*  Texto original en inglés antiguo.

To my fast friend Harry Olcott

Hark ye o gents —to Captain Morgan’s pedigree


Herein furnished by lying Esquemeling;
The latter but a truant, and in some degree
The Spaniard’s spy —Dutch Jew— who pennance sought and sailing
Back to his foggy land, and took to book-selling.
Ye lying cur! Though Captain Morgan bucaniered
He natheless knew well I trow —the wrong from right,
From face of ennemie the Captain never steered,
And never tacked about to show his heels in fight,
Thought he loved wenches, wine, and gold —he was a goodly knight.
He passed away for noble virtue praised round,
Encompast by his friends who shov’d him underground
An settled Above —disguising for a change—
His title, and name so famous once —that may seem strange—
But aint, and called himself John King —the King of Sprites
Protector to weak wench —defender of her rights…
Peace to the bones of both —the Pirat and the Knight—
For both have rotten away the good and wicked spright
And both of them have met —forwith when disembodied.
The Dutch biographer met with a tristful case
Sir Henry Morgan’s spirit who had long uphoarded
The wrongs made by the Jew chased his foe’s Sprite apace
And never Spirit world before or after witnessed
A more sound thrashing or more mirthful race.

Moralitey

Know —O friend Harry, that a Sprite’s affray


In Summer Land is common any day,
That all thy evil deeds on earth begotten
Can never there be easily forgotten.
Yer benevolent friend,
John King
290 H ojas de un viejo diario

La ortografía fuera de moda y el estilo antiguo de estos versos,


se acercan mucho más a lo que podría atribuirse al caballero fili-
bustero que la masa de tontas comunicaciones que se reciben por
conducto de los médiums.
Además de los estantes colocados entre las dos ventanas, en
los que colocábamos nuestros libros en la “Lamasería”, había otra
biblioteca más pequeña, que tenía puertas con vidrios y estaba en la
ventana Nordeste. Al mismo tiempo que compré la cabeza de leona
ya mencionada, adquirí también un hermoso ejemplar del gran
búho gris norteamericano, muy bien confeccionado. Traté primera-
mente de ponerlo sobre un pedestal en un rincón, pero enseguida
lo puse sobre esa pequeña biblioteca, y para que se viese bien le hice
un zócalo con una caja, detrás del adorno tallado del mueble. Doy
estos detalles porque se produjo un fenómeno interesante entre el
momento en que coloqué la caja y el que necesité para levantar al
pájaro del escritorio que estaba detrás de mí, para colocarlo sobre la
mencionada caja. En ese corto instante, aparecieron sobre la tabla
superior del frente del mueble unos grandes caracteres tibetanos
dorados. Y pudo vérselos hasta nuestra partida de Nueva York.
Observar bien que: para poner la caja encima del mueble, estoy
frente a él y mis ojos quedan justo enfrente y a la altura de esa tabla,
y no veo nada escrito ni pintado sobre la madera. Me vuelvo para
tomar el pájaro, y de nuevo otra vez para colocarlo, y —allí están
ante mis ojos los caracteres tibetanos dorados. ¿Se podría consi-
derar esto como una maya positiva o negativa —la precipitación en
ese mismo instante de la escritura por medio de su poder mental—
desde la distancia a través de la sala donde HPB estaba sentada? O tal
vez HPB lo había escrito con tinta dorada durante el día y lo ocultó
a mi vista y a la de los otros presentes bajo un “velo de maya”, por
sugestión mental, hasta el momento en que le convino dejarla ver?
Me inclino por la última hipótesis.
El Sr. Sinnett, (ver “Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky”,
p. 191*), cuenta, según un relato del Sr. Judge, un fenómeno de preci-
pitación del que también fui testigo. Los hechos son los siguientes:
una noche estábamos reunidos HPB, Judge y yo; teníamos necesidad
de escribir al Sr. M. D. Evans, corredor de seguros en Filadelfia. No
podíamos recordar su domicilio. No teníamos Guía de Filadelfia ni
la pudimos encontrar por los alrededores. Los dos recordábamos
muy bien que HPB había tenido en otro tiempo, en Filadelfia, sobre
su mesa, un trozo de papel secante en el que estaban impreso el

* En la edición española, p. 161 (N. del T.)


Ilusiones 291

domicilio del Sr. Evans y de una compañía de seguros. Pero ni ella


ni yo podíamos recordar ese domicilio. Por fin, HPB tomó delante
de nosotros un cortapapel barnizado de laca, lo frotó suavemente,
puso encima un trozo de papel secante, le pasó la mano por encima,
levantó el papel y nos enseñó sobre la laca negra del cortapapel,
el facsímil en tinta bronceada de la inscripción del papel secante
de Filadelfia que Evans le había dado. Su cerebro físico no podía
acordarse de esa inscripción, pero en cuanto concentró su atención
sobre la vaga memoria (físicamente hablando) de su cerebro astral,
la imagen velada surgió a la luz y se vio precipitada sobre la super-
ficie deseada. Este es un caso interesante, en el cual la conciencia
“subliminal” fue convertida en “supraliminal”.
Dejo al criterio del lector que decida si el siguiente fenómeno
fue un maya, una materialización, un juego de destreza, o una crea-
ción. Una noche fumábamos los dos, como de costumbre, mientras
trabajábamos, ella su cigarrillo y yo mi pipa. Recuerdo que la pipa
era nueva y el tabaco todo lo bueno que podía ser, y sin embargo,
ella exclamó de pronto: “¡Puaj! ¡Pero qué horror de tabaco fuma
usted, Olcott!” Le respondí que se equivocaba, porque tanto la pipa
como el tabaco eran perfectos. “En fin”, dijo ella, “no me gusta esta
noche; tenga usted un cigarrillo”. “No”, respondí, “No fumaré, si
eso le molesta”. “¿Por qué no usa usted esas buenas pipas turcas que
vienen de Constantinopla?” me dijo. “Porque no las tengo —una
muy buena razón”. “Bien, aquí tiene usted una”, y dejando caer la
mano al lado de su sillón, levantó una pipa y me la dio. La pipa era
de barro rojo montado en filigrana dorada, con el tubo forrado en
terciopelo violeta, adornada con una cadenita dorada, con imitación
de monedas. La acepté con un sencillo “Muchas gracias”; la cargué,
la encendí y volví a mi trabajo. “Y bien, ¿le gusta?”, preguntó ella.
“Ciertamente”, respondí, “pero más me hubiera agradado que fuese
con el terciopelo azul”. “Bueno, pues tenga usted entonces una
azul”. Estiró otra vez la mano a un lado y me dio una con el tubo
forrado en azul. Le di las gracias otra vez y volví a trabajar. De
pronto dijo: “Tenga, aquí hay una pequeñita”, y sacó una edición
miniatura de las otras dos. Evidentemente, estaba dispuesta a darme
sorpresas, porque sacó sucesivamente una boquilla turca, de ámbar
y adornos dorados, una cafetera turca, un azucarero y por fin un
plato dorado, repujado y con adornos imitando esmaltes. “¿Hay más
aún? pregunté, “Acaso se ha quemado algún bazar turco?” Se rió y
dijo que por esa noche eso bastaría, pero que un buen día podría
ocurrírsele la fantasía de darme por magia un caballo árabe bella-
mente enjaezado, ¡para bajar por Broadway en una procesión de
292 H ojas de un viejo diario

la Sociedad Teosófica ante el asombro de los ciudadanos! Muchas


personas han visto esas pipas y el servicio de café en nuestra casa.
Todas esas cosas se regalaron como recuerdo al marcharnos de
Nueva York, salvo el plato y el azucarero, que llevé a India y aún
los tengo.
CAPÍTULO XXVIII
Bosquejo del carácter de
madame Blavatsky
1878

T
ODAVÍA diré algunas palabras para completar el estudio del
carácter de HPB. Desde su juventud —a juzgar por sus retratos
antiguos— era una persona propensa a engordar, y al avanzar
en edad se volvió muy corpulenta; esto parece haber sido herencia
de familia. En ella esa tendencia se agravó más por su vida seden-
taria, pues no hacía nada de ejercicio y comía mucho mientras no
estuviese verdaderamente enferma. En ese tiempo comía muchas
grasas y mojaba los huevos fritos en su comida con manteca derre-
tida. No probaba jamás vinos ni licores, sus únicas bebidas eran el
té y el café, sobre todo el café. Su apetito era caprichoso en extremo;
cuando la conocí no podía sujetarse a comer a horas fijas; era el
terror de sus cocineras y la desesperación de su colega.
Recuerdo un ejemplo bien característico de este desdichado
modo de ser. Era en Filadelfia, tenía una criada para todo, y ese día
en particular se estaba hirviendo una pierna de cordero para la cena,
repentinamente a HPB se le puso en la cabeza escribir una carta a
una de sus amigas, que vivía en el otro extremo de la ciudad, a una
hora de camino, y otro tanto para la vuelta, porque no había tranvía
ni medio alguno de transporte directo de una casa a otra. Llamó a
la criada con voz retumbante y le ordenó que a toda prisa llevase la
carta con orden de traer la contestación. La muchacha le aseguró
que la cena se estropearía y que no podría estar de regreso sino
con una hora de retraso, pero HPB no quiso oír nada y le ordenó
294 H ojas de un viejo diario

que fuera inmediatamente. Al cabo de tres cuartos de hora, HPB


comenzó a quejarse de que esa tonta, muchacha imbécil no volvía,
ella tenía hambre y quería su cena; y mandó a todas las criadas de
Filadelfia, en masse [masivamente], al diablo. Transcurrido un cuarto
de hora, ya estaba furiosa y bajamos a la cocina a ver un poco lo que
había. Naturalmente, el fuego estaba tapado, las cacerolas retiradas
y las probabilidades de cenar reducidas a cero. La indignación de
HPB alcanzaba proporciones grandiosas y nos transformamos en
cocineros. Cuando volvió la criada, la regañó tan rotundamente,
que se echó a llorar y entregó su delantal.
En Nueva York, si teníamos alguna visita agradable; era preciso
que la cena esperase indefinidamente, o bien retenía a cenar con
nosotros a la o las personas (el número no importaba) y las provi-
siones traídas para nosotros dos se compartían y repartían a veces
entre cuatro personas. En Bombay era mucho peor, y de pronto se
retrasaba la cena dos horas, o la pedía una hora más temprano. Y
aterrorizaba a los infelices criados de Goa porque las legumbres no
estaban cocidas y la carne medio cruda. De suerte que en cuanto
nos establecimos en Adyar, resolví poner fin a esta molestia; hice
una cocina sobre la terraza, al lado de la habitación de HPB, le di sus
criados y la dejé en libertad de comer cuando quisiera o de ayunar
a su gusto.
Noté, cuando fui a verla en Londres, que no había variado en nada
su sistema; su apetito se había vuelto más caprichoso que nunca,
a medida que su mal hacía progresos. Mientras tanto, sus amigos
trataban de tentarla con toda clase de delicadezas. ¡Pobre mujer!,
no era culpa suya, aunque su mala salud tuviese por causa prin-
cipal su continuo desprecio por las leyes de la digestión. Nunca fue
una asceta, ni tampoco vegetariana mientras viví con ella; la carne
parecía serle indispensable, como lo es para muchos Miembros de
la Sociedad, y para mí. Conozco varios que han hecho esfuerzos
para adaptarse al régimen vegetariano; algunos como yo después
de varios años de experimentos, se han visto obligados a volver
contra sus deseos a la alimentación ordinaria. Otros, en cambio,
como la Sra. Besant y otros Teósofos eminentes que podría citar, se
han encontrado fortalecidos, gozando de mejor salud, y han adqui-
rido poco a poco una repulsión absoluta hacia toda clase de carne.
Lo cual confirma el viejo dicho: “Lo que es alimento para unos,
es veneno para otros”. No creo que haya motivo de censura ni de
alabanza por cuestiones de régimen; lo que mancha al hombre no es
lo que entra en su boca, sino lo que existe en el fondo de su corazón.
Estas son unas palabras antiguas llenas de sabiduría, que aquellos
que se creen justos harían bien no olvidándolas.
Bosquejo del carácter de madame Blavatsky 295

Todo el mundo sabe que HPB era una fumadora crónica. Cada
día fumaba una considerable cantidad de cigarrillos que hacía con
maravillosa habilidad. Hasta podía hacerlos con la mano izquierda
mientras escribía con la mano derecha. Hizo al Dr. Mennell su solí-
cito médico de Londres, el regalo más especial que pudo ofrecer
a alguien: era una caja con su monograma grabado en la tapa, que
contenía varios centenares de cigarrillos que ella misma había
hecho con sus manos. Se la envió justo antes de morir, y el doctor la
guardó como un recuerdo de la que fue, sin duda alguna, su cliente
más ilustre e interesante.
Mientras escribía “Isis sin velo”, en Nueva York, estuvo seis
meses sin salir de casa. Desde muy temprano por la mañana, hasta
altas horas de la noche, trabajaba en su escritorio; no era raro que
se pasase trabajando diecisiete horas de las veinticuatro. No hacía
otro ejercicio que ir al cuarto de baño y al comedor y volver a su
escritorio. Como entonces comía mucho, la grasa se acumulaba en
su cuerpo, su papada se hacía doble y triple, y una grasa acuosa se
formaba en sus piernas y caía en rollos sobre los tobillos. Enseñaba
las bolsas adiposas de sus brazos como una gran broma —una broma
amarga, como se vio más tarde. Cuando se terminó “Isis” y nuestro
viaje a India comenzó a parecer cierto, fue un día con mi hermana
a pesarse y constató el enorme peso de 112 kg. Entonces declaró
que iba a reducirse a un peso conveniente para viajar y lo fijó en 71
kg. El método era de los más sencillos: todos los días, diez minutos
antes de cada comida, se hacía traer un gran vaso de agua pura;
ponía encima la palma de una de sus manos, lo miraba magnéti-
camente y lo bebía. No me acuerdo cuántas semanas duró el trata-
miento, pero por fin volvió a pesarse, también acompañada de mi
hermana, y me mostraron el certificado de la casa de las básculas;
decía: “Mme. Blavatsky, ¡pesa hoy 71 kg!”. Conservó ese peso hasta
mucho tiempo después de nuestra llegada a India, pero después
volvió la obesidad, persistió y se agravó con hidropesía hasta que
murió.
Cierto aspecto de su carácter sorprendía mucho a los extraños,
pero parecía muy atrayente a sus amigos, y era la especie de alegría
infantil que manifestaba cuando alguna cosa le agradaba mucho. En
una ocasión, mientras estábamos en Nueva York, recibió con gran
alegría una caja de caviar, pasteles dulces y otras delicias proce-
dentes de Rusia. No tuvo sosiego hasta que nos hizo probar de todo,
y como tuve la desgracia de decir que el caviar tenía gusto a cuero
de zapato salado, estuvo a punto de aniquilarme. Una miga de pan
negro que por casualidad se encontró en un periódico recibido de
Odessa, le hizo ver de pronto la vida de familia de todos los suyos.
296 H ojas de un viejo diario

Me describió a su querida tía Nadjeda leyendo los periódicos de la


noche mientras mordisqueaba una de esas cortezas de pan; después
todas las habitaciones de la casa, y sus habitantes con sus costum-
bres y sus ocupaciones. Concluyó por poner esas migas en un trozo
de periódico bajo la almohada para soñar con su país.
Veo en mi diario, en la fecha del domingo 14 de julio del 1878,
esta nota a propósito de una excursión a la playa, que hicimos con
Wimbridge:

Día espléndido, hermoso sol, aire delicioso, todo encantador.


Tomamos un coche los tres hasta la playa para bañarnos. HPB
presentaba el espectáculo más divertido, chapoteando en las olas
con las piernas desnudas y manifestando una alegría casi infantil
al encontrarse en ese “soberbio magnetismo”.

Recibió en Madrás un regalo de su tía: varios objetos de adorno


calados con sierra. Mostraba algunos que eran muy raros, a todo
el que llegaba, hasta que pasó la novedad. Todavía hay uno en su
antiguo cuarto de Adyar, donde ahora estoy escribiendo; es un
cofrecito de ébano y cedro.
En Nueva York tenía sobre su mesa una alcancía de metal que
parecía una tumba o un templo Gótico —no sé bien cuál de los
dos— que le daba continuas alegrías. Tenía una hendidura en la
cúpula, y una planchuela muy inocente sobre una columna. Esta
se hallaba en comunicación con una manivela exterior; después de
haber puesto el dinero encima, se daba vueltas a la manivela y el
dinero desaparecía en el interior, de donde no se le podía sacar más
que destornillando cierta plancha de la parte inferior. La usábamos
para recaudar a favor de la Arya Samaj; y HPB —pero le dejo la
palabra al redactor del NY Star. El periódico es del 8 de diciembre
de 1878:

Mme. Blavatsky, o mejor, HPB, como ella prefiere que se la llame,


(pues ha enviado el “Madame” a reunirse con el “Condesa”, del
cual se ha liberado hace mucho tiempo), se mostró encantada
con esta idea. “Voy a llenar de dólares mi templito”, exclamó, “y
así no pasaré vergüenza en India”. El templo de que se trata es
un pequeño y complicado edificio de hierro forjado, que tiene una
entrada para recibir el dinero de la Arya Samaj, pera no tiene salida
para dejarlo escapar. Está rematado por un pequeño “Dev”. HPB
explicó amablemente al cronista que “Dev” es una palabra sáns-
crita que se interpreta de diferentes modos: dios, diablo o genio,
Bosquejo del carácter de madame Blavatsky 297

entre los diversos pueblos orientales. Cuando uno va de visita a


la “Lamasería”, le piden que ponga una moneda pequeña sobre
el templo y que dé vuelta a la manivela. Resulta de ello invaria-
blemente una decepción para el invitado, con gran júbilo de los
Teósofos, y la prosperidad de la Arya Samaj, porque el dinero
desaparece para no volver.

Veo que el mismo cronista habla agradablemente del cuadro de hojas


secas que representaba una selva tropical y que adornaba nuestro
comedor, por mí descrito en el penúltimo capítulo. Habíamos
pensado vender en forma de lotería el mobiliario de la “Lamasería”
cuando nos fuésemos, y ese cuadro debía ser uno de los premios. El
periodista del Star escribe:

Quizá una de las cosas más notables en esta colección de premios


únicos no pretende ser considerada mágica. Es un adorno mural,
de un trabajo tan hermoso y a la vez tan sencillo, que sorprende
ver que no se haya puesto de moda. Una de las paredes del
comedor de la célebre casa, representa una escena tropical; se
ve allí un elefante, un tigre, una enorme serpiente, un árbol caído,
monos, pájaros, mariposas y dos o tres pantanos. No está dibu-
jado ni pintado, sino que el boceto recortado en papel ha sido
cubierto de hojas de otoño de variados tonos, pegadas encima, y
el agua está representada por pequeños trozos de un espejo roto.
El efecto es hermoso en extremo, pero el feliz ganador deberá
recurrir probablemente a la magia para llevarse su premio, porque
el cuadro está hecho hace ya tanto tiempo que las hojas están
secas y quebradizas.

El aspecto alegre del carácter de HPB era uno de sus mayores


encantos, le agradaba decir y oír cosas graciosas. Ya lo he indi-
cado: su salón no era nunca aburrido, excepto, naturalmente, para
quienes no sabían nada de la literatura oriental y no comprendían
la filosofía asiática. Para ellos podía resultar tedioso cuando ella
pasaba horas enteras discutiendo en esas regiones a la vez elevadas
y profundas del pensamiento, con Wilder, con el Dr. Weisse o con
algún otro savant [erudito]. Sin embargo, aun cuando ella se expre-
saba de manera poco convencional y exponía sus puntos de vista
con tanto brío y con unas paradojas tan deslumbrantes, todos sus
oyentes se veían obligados a admirarla, aún cuando no podían seguir
el hilo de su pensamiento; del mismo modo que pueden admi-
rarse unos fuegos artificiales en el Palacio de Cristal, sin conocer
298 H ojas de un viejo diario

el arte pirotécnico ni los procedimientos químicos empleados para


preparar los fuegos. HPB tenía el don de retener y apropiarse pala-
bras raras e imprevistas, que uno terminaba por creer inventadas
por ella.
Durante nuestro descanso, o sea después de terminar el trabajo
de la noche o cuando venían amigos, o más raramente aún, cuando
ella necesitaba un poco de reposo, me contaba historias mágicas y
aventuras, y a cambio, me hacía silbar, o cantar canciones cómicas,
o contar historias que daban risa. Una de éstas duró dos años y se
convirtió a fuerza de adiciones al tema original, en una especie de
Odisea paródica de la familia Moloney. Sus innumerables descensos
en la materia, vueltas a las fuerzas cósmicas, casamientos, cambios
de religión, de piel y de capacidades, formaban un embrollo extra-
vagante del que HPB parecía no poder cansarse nunca. Con gran
disgusto de mi parte, a veces me hacía hablar de esto ante terceros
para divertirse con la sorpresa de las visitas oyendo esas improvisa-
ciones. Todo eso se recitaba con acento irlandés y no era más que
una farsa exuberante que se relacionaba, siempre de forma humo-
rística, con los problemas de la evolución macrocósmica y micro-
cósmica. El meollo de la historia era que los Moloneys, aliados por
casamiento con las Moléculas, engendraba con éstas la soberana
potencia irlandesa que gobernaba las vicisitudes de los mundos,
los soles, etc. Comparada con la pequeña historia sin importancia
y de la cual nació, esta odisea burlesca recuerda al Baniano gigan-
tesco y su pequeña semilla. HPB terminó por llamarme Moloney
cuando me hablaba o al escribirme, y yo le pagaba en la misma
moneda, llamándola Mulligan. Nuestros amigos nos llamaban con
frecuencia por esos apodos y mis antiguos archivos guardan más de
una carta dirigida a ella o a mí, en las que se nos dan esos seudó-
nimos irlandeses.
HPB tocaba admirablemente el piano, con una técnica y una
expresión sencillamente soberbias. Sus manos eran modelos para
los escultores —tanto en el sentido real como en el figurado— y
nunca eran más hermosas que volando sobre el teclado, del que
sacaban mágicas melodías. Era discípula de Moschelés, y cuando
estuvo en Londres con su padre, a los dieciséis años de edad,
tocó en un concierto de caridad con la Sra. Clara Schumann y la
Sra. Arabella Goddard una pieza de Schumann para tres pianos*.
Cuando vivíamos juntos no tocaba casi nunca. Un día compró un

* Algunas semanas después de haber escrito esto, he sabido por una persona
de su familia que poco antes de venir a EE. UU., HPB había hecho giras dando
conciertos por Italia y Rusia, con el seudónimo de: “la Sra. Laura”. (Olcott)
Bosquejo del carácter de madame Blavatsky 299

pequeño piano, lo usó algunas semanas, después lo cerró y se sirvió


de él como si fuese una biblioteca de dos estantes hasta que se
vendió. A veces, cuando su cuerpo estaba ocupado por uno de los
Mahatmas, tocaba con un poder indescriptible. Algunas veces, se
sentaba al piano en el crepúsculo estando los dos solos en la sala,
y sacaba del instrumento improvisaciones que podían muy bien
hacer imaginar que se estaba escuchando a un coro de Gandharvas,
los cantores celestes. Era una armonía divina.
En su estado normal no tenía el sentido de los colores ni de
las proporciones, ni ese gusto delicado y estético que hace a las
mujeres vestirse bien y con lo que las favorece. Algunas veces la
acompañé al teatro esperando que el público nos ovacionase. Ella,
una mujer robusta y de aspecto notable, con un sombrero levan-
tado, cubierto de plumas, vestida con un traje de satén grande toilette
con muchos adornos, llevaba una enorme cadena de oro macizo de
la que colgaba un reloj de esmalte azul con un monograma en la
parte trasera de diamantes baratos y cargaba sus adorables manos
con doce o quince sortijas grandes y pequeñas. La gente se burlaba
de ella, a veces a sus espaldas, pero si se encontraban con sus ojos
severos y su cara Kalmuka, la risa se apagaba pronto en un senti-
miento de intimidación y sorpresa.
En ciertos momentos era generosa en extremo, llegando a la
prodigalidad; pero en otros era todo lo contrario. Me dijo que, en
dos años, en su errático recorrido por el mundo, gastó 85 000 rublos
(alrededor de ₹ 170 000), que su abuela le había legado. Durante
mucho tiempo se hizo acompañar por un gran perro Terranova que
llevaba atado, ¡con una pesada cadena de oro!
Era una persona de lo más directa y sencilla, cuando no inter-
cambiaba cortesías con un nuevo conocido, en cuyo caso era una
grande-dame de cabo a rabo. Por más que su apariencia exterior fuese
descuidada, tenía el sello imborrable de su nacimiento en la nobleza,
y cuando lo deseaba, volvía a encontrar la dignidad de una duquesa
francesa. Pero corrientemente, y en su vida diaria, tenía sarcasmos
agudos como hojas de navaja, y sus enojos eran explosiones. El
crimen imperdonable para ella era la hipocresía y los aires arro-
gantes de la sociedad. Entonces era despiadada y agotaba los más
diversos idiomas para cubrir de oprobios a su víctima. A menudo
veía por clarividencia, como en un espejo, los secretos vicios de
los hombres y mujeres que trataba; desgraciados de ellos si osaban
hablar de la Teosofía con desdén, o de ella misma con desprecio;
vertía sobre sus cabezas olas de furiosa franqueza.
Aborrecía a la “gente bien”, pero cualquier persona, pobre o
ignorante, siempre que fuese franca, obtenía siempre de ella una
300 H ojas de un viejo diario

palabra bondadosa, y con frecuencia un regalo. La falta de conven-


cionalismo era para ella casi un culto, y nada la complacía más que
hacer y decir cosas para escandalizar a los mojigatos. Por ejemplo,
veo en mi diario que una noche recibió en la cama, y en camisón,
la visita de un grupo de damas y caballeros, a la manera de las
damas reales y nobles europeas de los días prerevolucionarios.
Su evidente asexualidad hizo que sorteara esta situación sin difi-
cultades. Ninguna mujer veía en ella una posible rival y ningún
hombre pensaba que ella pudiese ser engatusada o hacerle cometer
indiscreciones.
Decía muchas malas palabras, pero sin herir, y si esa singular
inclinación no hubiese sido señalada y denunciada con tanto calor
por los puristas —estas personas, como ella lo veía por clarividencia,
se permitían todo a puertas cerradas— hubiera seguramente renun-
ciado a ella. Es muy humano y era muy suyo, el continuar haciendo
cosas prohibidas, solo para provocar. He conocido a una señora
cuyo hijito adquirió de los empleados de la granja la costumbre de
decir feas palabras. La madre, una señora muy ejemplar en todos
los aspectos, estaba destrozada por ello. El látigo y todos los castigos
posibles no hacían más que agravar las cosas, y no se obtuvo mejor
resultado ensayando como último recurso el lavar la boca del niño con
una barra de jabón cada vez que lo oía decir malas palabras. Por fin,
algunos amigos llenos de buen sentido, aconsejaron a los padres
que ensayasen otra cosa: no poner atención a ello y curar la mala
costumbre por la indiferencia. El plan fue un éxito, y al cabo de
pocos meses el niño no insultaba más. HPB estaba en permanente
estado de rebelión contra todas las convenciones mundanas; se ponía
fuera de la ley por todos sus gustos, sus creencias, sus vestidos, su
ideal y su conducta. Se vengaba imponiendo sus talentos superiores
y raras facultades, haciéndose temer por la sociedad.
En el fondo, sufría por ser fea y por esto hablaba siempre de su
“nariz de patata”, como para desafiar a las críticas. Veía al mundo
como una farsa vacía, al éxito mundano como basura; su vida en
estado de vigilia le parecía lúgubre y sólo vivía realmente de noche,
cuando abandonaba su cuerpo para ir a sentarse a los pies de sus
Maestros. No tenía más que desprecio y un profundo desdén por
los sabios de espíritu estrecho, cuyo ciego fanatismo no percibía ni
siquiera un rayo perdido de verdad, y que, sin embargo, la juzgaban
con una injusta severidad, unidos entre sí para tratar de reducirla al
silencio por una conspiración de calumnias. Por los clérigos como
cuerpo sentía odio, porque, siendo ellos mismos absolutamente
ignorantes de las verdades del espíritu, se arrogaban el derecho de
guiar a los espiritualmente ciegos, de mantener la conciencia laica
Bosquejo del carácter de madame Blavatsky 301

bajo control, de disfrutar de rentas que no habían ganado, y de


condenar al hereje que, a menudo, era el Sabio, el Iluminado, el
Adepto. Habíamos hecho un álbum en el que ella pegaba recortes
de periódicos que se referían a los crímenes de los pastores protes-
tantes y curas que habían comparecido ante la justicia, y antes de
nuestra partida para India, la colección era considerable.
HPB adquiría innumerables amigos, pero volvía a perderlos
con frecuencia y veía que se convertían en enemigos encarnizados.
Nadie más seductora que ella cuando quería serlo, y siempre era
así cuando trataba de atraer a alguien hacia la labor teosófica. Tenía
un tono y modales cariños y le hacía sentir a la persona que ella lo
consideraba su mejor, incluso su único amigo. Escribía en el mismo
estilo y creo que podría nombrar a numerosas mujeres que poseen
cartas suyas diciéndoles que ellas serán su sucesora en la Sociedad
Teosófica y todavía mayor número de hombres a los que trata de
“únicos verdaderos amigos y chelas aceptados”. Poseo un cierto
número de certificados de esa clase y yo los consideraba tesoros,
hasta el día en que descubrí, comparándolos con los de los demás,
que ellos habían sido alentados de manera similar, y vi que todos
sus elogios eran inútiles. No puedo decir que se haya mostrado fiel
o incondicional a las personas como yo o sus otros allegados. Creo
que no éramos para ella más que piezas en un tablero de ajedrez, y
que no sentía por nosotros afectos profundos. Me decía los secretos
que le habían confiado personas de ambos sexos —hasta los más
comprometedores— y estoy persuadido de que usaba de los míos
del mismo modo, si es que los tuve. Pero era de una fidelidad a toda
prueba para su tía, sus parientes y sus Maestros. Por ellos hubiese
sacrificado no una, sino veinte vidas y con calma hubiese visto a
toda la raza humana consumida por el fuego, de ser necesario.
302 H ojas de un viejo diario

mural hecho con hojas secas


CAPÍTULO XXIX
HPB se hace ciudadana norteamericana

Formación de la S. T. Británica

Últimos días en Nueva York

Los fundadores navegan rumbo a India

1878

E
S muy natural que la Reina de nuestra pequeña Bohemia,
fuera solicitada por los artistas Bohemios que se agrupaban a
su alrededor; posó ante Thomas Le Clear, que hizo su retrato
al óleo, y ante O’Donnovan para una placa de bronce. Veo en mi
Diario, en la fecha 24 de febrero (1878), que pasamos la velada en el
estudio de Walter Paris del modo más alegre, con los mejores artistas
de Nueva York. La mayoría de ellos pertenecía al famoso “Club
de los Azulejos”, cuyos miembros se reunían mensualmente en el
estudio de uno de ellos y pintaban diferentes motivos en azulejos de
cerámica proporcionados por el huésped del día, del cual pasaban
a ser propiedad y que los hacía cocer y esmaltar a sus expensas.
Encantadora combinación, por medio de la cual cada miembro del
club se convertía, a su vez, y a un bajo costo, en propietario de una
serie de pinturas firmadas por buenos artistas.
304 H ojas de un viejo diario

HPB se divirtió extraordinariamente con un incidente que se


produjo con motivo de una de mis improvisaciones burlescas, ya
citadas más arriba. Una de las imitaciones que me pedía con más
frecuencia, era la parodia del “médium parlante”, en la cual yo
ponía en ridículo los lugares comunes y la afectación de cierta clase
de oradores. Así, pues, una noche recibimos la visita de un littérateur
[literato] de profesión, de Londres, antiguo director del Spectator, y
hombre Universitario. Había hecho un estudio bastante serio del
espiritismo y él creía en eso. Fingí estar controlado por un espíritu
de un difunto pastor protestante de la iglesia anglicana y con los
ojos cerrados y voz grave, me embarqué en un largo discurso contra
las influencias desmoralizadoras de nuestros tiempos, denunciando
a la Sociedad Teosófica como la peor de todas. El seudoespíritu
tronaba por mi boca contra los dos promotores de ese peligroso
movimiento; en cuanto a HPB, la gran sacerdotisa y diablo prin-
cipal, exclamaba contra ella todas las excomuniones mayores o
menores. La anciana señora lloraba de risa, pero nuestro invitado
me miraba con pavor (lo observaba de cuando en cuando, con una
rápida mirada por entre mis párpados casi cerrados), y de pronto
exclamó: “Pero es espantoso, es extremadamente real; ¡Sra., usted
no debería dejarle hacer esto!” “¿Hacer qué?” preguntó ella. “Pues
abandonarse a sus facultades de médium, ¡cuando toda su persona-
lidad está obsesionada por una entidad del mundo de los espíritus,
tan violenta y vengativa!” Esto ya era demasiado para mi alegre
colega, que se ahogaba de risa. Apenas pudo respirar, exclamó: “Por
el amor de Dios, deténgase Olcott, o me voy a morir por esto”. En
ese momento, yo estaba a la mitad de una soberbia explosión de
desprecio por la falsa erudición y el pretendido altruismo de esa
“rusa intrigante”, pero me detuve en seco, y volviéndome hacia
el Sr. L., le pedí en el tono más natural del mundo, que me diese
fuego para mi pipa. Estuve a punto de perder mi seriedad al ver su
sobresalto de estupefacción y la aguda mirada interrogante que me
echó y en la que leí tan claramente como si fuesen palabras, que me
consideraba o loco, o el más extraordinario de los médiums, puesto
que podía “salir del trance” tan instantáneamente. Esta secuencia
casi acaba con HPB. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, el
Sr. L. llamaba a nuestra puerta para ir a la ciudad juntos y ensayar
todos sus poderes de persuasión para convencerme que abando-
nase esa mediumnidad que, según me aseguraba, ¡destruiría todas
mis esperanzas para el porvenir en mi carrera de hombre público!
Me explicó —como si no hiciera veinte años que ya lo sabía— que
el médium es un verdadero esclavo, y esto en mayor grado en la
medida que más facultades tiene; que se convierte en agente pasivo
HPB se hace ciudadana norteamericana 305

de fuerzas desencarnadas cuya naturaleza no tenía medios para


probar, y entre las cuales no tiene el poder de elegir. Fue en vano
todo cuanto le dije, nada pudo convencerlo de que todo eso no era
más que una broma, una de las variadas diversiones que HPB y yo
nos proporcionábamos para descansar después de nuestro trabajo
serio. No daba su brazo a torcer, yo era médium, y así quedamos.
Pero después no podíamos hablar de esto sin reírnos y HPB contaba
la historia constantemente a sus visitas.
El 5 de abril, recibí una solicitud de ingreso a la Sociedad,
firmada por T. A. Edison. Ya había tenido la ocasión de verlo con
motivo de la exhibición de sus descubrimientos eléctricos en la
Exposición de París de 1878. Yo era entonces Secretario honorario
de una Comisión Nacional de Ciudadanos, constituida a instancias
del gobierno Francés para conseguir que el Congreso de los Estados
Unidos, que votase la participación de nuestro país en la primera
exposición industrial del mundo tras la caída del imperio y el esta-
blecimiento de la República Francesa.
La conversación entre Edison y yo, recayó sobre las fuerzas
ocultas y me interesó mucho saber que había ensayado algunos
experimentos en este sentido. Edison deseaba ver si podría por
medio de la fuerza de voluntad, poner en movimiento un péndulo
en su laboratorio particular. Había empleado como conductores,
hilos de diferentes metales simples o compuestos, poniendo un
extremo del conductor en contacto con su frente y el otro con el
péndulo. Como no he visto nunca publicado el resultado de esos
experimentos, supongo que no tuvieron éxito. Si estos recuerdos
caen bajo sus ojos, puede interesarle saber que en 1852 encontré en
Ohio a un joven, exshaker*, llamado Macallister, que me dijo haber
descubierto cierto fluido que le permitía transmitir su pensamiento
a distancia a otra persona, siempre que se hubiesen bañado la frente
en dicho fluido y estuviesen convenidos acerca de la hora en que se
haría el experimento. Recuerdo haber escrito sobre esto un artículo
con el título “Telegrafía mental”, en un antiguo periódico publi-
cado por el difunto Sr. S. B. Britten, el Spiritual Telegraph. Habiendo
tenido relaciones con varios conocidos inventores norteamericanos
y conociendo por ellos mismos el proceso psicológico de su primer
destello de invención, hablé de ellos a Edison y le pregunté cómo
se producían sus propios descubrimientos. Me respondió que con
frecuencia se le habían ocurrido yendo de paseo por Broadway con

* La “Sociedad unida de creyentes en la segunda aparición de Cristo”, conocidos


como shakers (sacudidos) es una organización religiosa originalmente descrita
como una rama de los cuáqueros protestantes. (N. del E.)
306 H ojas de un viejo diario

una persona conocida suya y en medio de una conversación sobre


otro tema bien diferente, o entre el estrépito de la calle; le venía de
pronto la idea de que tal o cual cosa podría hacerse de tal o cual
manera. Se apresuraba a volver a su casa, se ponía a trabajar con esas
bases y no abandonaba la partida hasta haber logrado el éxito o la
certeza de que el asunto era impracticable.
El 17 de abril comenzamos a discutir con Sotheran, el general
T., y uno o dos masones más, de grados elevados, la constitución
de nuestra Sociedad como cuerpo masónico con grados y un ritual;
nuestra idea era formar un complemento natural a los grados
superiores de esa institución y proporcionarle el elemento de
misticismo oriental que le faltaba o que había perdido. Al mismo
tiempo, nuestra Sociedad habría ganado en fuerza y en estabilidad,
aliándose a esta antigua Fraternidad que tiene logias en el mundo
entero. Pensando de nuevo en ello, veo ahora que sencillamente
queríamos recomenzar la obra de Cagliostro, cuya Logia egipcia fue
en su tiempo un poderoso centro para la difusión del pensamiento
oculto oriental. No abandonamos ese proyecto hasta mucho tiempo
después de nuestra llegada a Bombay, y la última referencia que
encuentro de él en mi Diario es la anotación de la promesa que
hizo el swami Dyánand Sarasvati, de compilar un ritual para el uso
de nuestros Miembros de Nueva York y Londres. Algunos antiguos
colegas han negado estos hechos pero, aunque ellos los hayan igno-
rado, es cierto que con HPB alimentamos seriamente ese proyecto,
al que renunciamos tan sólo cuando vimos que la Sociedad crecía
rápidamente por su propio impulso, lo que hacía poco política la
fusión con la Masonería.
HPB hizo una noche un bonito fenómeno de duplicación. Un
médico francés, el Dr. B., estaba en nuestra casa con otros ocho invi-
tados; estaba sentado junto a la mesa escritorio de HPB, de modo
que la luz del gas hacía brillar en su puño un gran gemelo de oro
con sus iniciales. HPB, al ver este reflejo, extendió el brazo por
encima de la mesa, tocó el botón, y abriendo la mano nos enseñó
una reproducción del mismo. Todos la vimos, pero no quiso dejar
que la tocásemos y cerró la mano; al cabo de un momento, cuando
la volvió a abrir, la maya había desaparecido.
Otra noche, hizo para mí solo algo bastante más interesante. De
vez en cuando me contaba aventuras y encuentros que había tenido,
en India, o en el mundo occidental. Esa noche barajaba un mazo de
naipes de manera casi distraída, cuando de pronto abrió la baraja,
la volvió hacia mí y me enseñó la tarjeta de visita de la esposa de un
oficial inglés que por casualidad vio un Mahatma en el norte de India
y de modo insolente se había enamorado de su espléndido rostro.
HPB se hace ciudadana norteamericana 307

La tarjeta tenía su nombre, y en uno de los ángulos inferiores, el


del regimiento de su marido, pero estaba semiborrado, como raspado
con un cuchillo para que yo no pudiera reconocer a la señora si la
encontraba en India. Continuó barajando las cartas, y cada dos o
tres minutos, abría la baraja para enseñarme las tarjetas de otras
personas cuyos nombres conocíamos; las había satinadas y opacas,
grabadas en cursiva o en letras cuadradas, tipografiadas, con borde
negro, grandes y pequeñas. Era un fenómeno maravilloso y abso-
lutamente único. Pero qué raro es que esa preciada fuerza psíquica
—tan difícil de producir y tan fácil de perder— haya sido prodi-
gada para objetivar por un solo instante esos fantasmas astrales
de tarjetas de visita corrientes, cuando el mismo gasto de fuerza
hubiera podido ser empleada en forzar a cualquier gran sabio a
creer en la existencia de los archivos del akasha y a consagrarse a las
investigaciones psíquicas. Mi respetable hermana, la Sra. Mitchell,
que ocupaba un piso en la misma casa que nosotros, con su marido
y sus hijos, vio una vez una colección de piedras preciosas y alhajas
que por lo menos valdría unas £ 10 000, que HPB le mostró y que
había heredado de su familia. No se dio cuenta de que podía ser
una ilusión, y no me quería creer cuando le dije que HPB no poseía
nada semejante. Estoy bien seguro que no hubiese soportado situa-
ciones tan difíciles si hubiese tenido semejantes recursos.
A medida que se acercaba la época de nuestro cambio de resi-
dencia, se hacía más vehemente el entusiasmo de HPB por India,
los indios, el Oriente entero, y todos los orientales, y su desprecio
por los occidentales en su conjunto, por sus costumbres sociales,
su tiranía religiosa y sus ambiciones. Esas noches de la “Lamasería”
eran bastante tempestuosas y recuerdo con claridad el episodio
siguiente: Walter Paris, el artista, uno de los mejores del mundo,
había pasado algunos años en Bombay como arquitecto del gobierno
y nada podía agradarle más que hablar de India con nosotros. Pero
como no sentía un respeto extraordinario por ese país, ni simpatía
por sus habitantes, a veces hería a la demasiado impresionable HPB
con sus reflexiones, que según supe después, eran naturales entre
los angloíndios.
Una noche nos contaba la historia de un criado que tuvo allá
y que cometió alguna tontería al ensillar su caballo, y agregó
sin darse cuenta, que le había dado un latigazo con la fusta.
Inmediatamente, y como si ella hubiese recibido el golpe en su
propia cara, HPB se levantó de un salto, y de pie ante él, le dijo
tantas cosas durante cinco minutos, que se quedó mudo. Le dijo que
era una cobardía y aprovechó el tema para un discurso muy claro
respecto al trato que da a las razas orientales la clase dominante
308 H ojas de un viejo diario

de los funcionarios angloíndios. Esto no era una explosión aislada


para ser presentada en el mercado occidental; siempre conservó
ese modo de expresarse y con frecuencia la oí conservar esa
libertad de lenguaje ante los más elevados funcionarios angloín-
dios en Allahabad, en Simla, Bombay, Madrás y en todos lados.
Uno de las actividades ideadas por HPB para pasar las horas
desocupadas al finalizar “Isis sin velo”, era dibujar carica-
turas en cartas de baraja, sirviéndose de los signos impresos en
ellas. Algunas eran realmente originales. Un Diez de Tréboles se
convirtió en el concierto de un juglar; las grotescas contorsiones

caricaturas hechas en naipes


HPB se hace ciudadana norteamericana 309

de los “hombres del final” *, la ordinariez solemne del “interro-


gador” y la amable idiotez de los otros, estaban admirablemente
representadas. Otra carta representaba una sesión de espiritismo
con acordeones, banjo y panderetas volando por el aire, mien-
tras un balde se volcaba sobre la cabeza de un “investigador”, y
un travieso y pequeño elemental hace muecas sobre las rodillas
de una señora que tiene asida con ternura su ahorquillada cola,
creyendo que es alguna parte del cuerpo de una persona querida,
ya difunta. Una tercera carta —creo que hecha de un siete de cora-
zones— muestra a dos monjes gordos en una mesa surtida de
pavos, jamones y otras delicias, hay botellas de vino al alcance de la
mano, mientras que otras, en el piso, se enfrían en un recipiente con hielo.
Uno de los reverendos, el de rasgos más animales, pone su mano
detrás de sí, para recibir una billet-doux [carta de amor] de una pudo-
rosa criada de delantal y gorra. Otra de las cartas, representa a un
policía que atrapa por el pie a un ladrón fugitivo; otra, a un par de
formidables soldados caminando con sus novias; una tercera, a un
patriarca negro, corriendo con su nietecito en brazos, etc., etc. Hace
poco supe que su difunto padre tenía un talento especial en esta
misma disciplina, lo que fácilmente explica el origen de su ingenio.
Le dije que creía que era una lástima que no hiciera con esto una
baraja completa, pues seguramente generaría una considerable
suma como derechos de autor. Ella dijo que lo haría, pero el ánimo
no le duró lo suficiente como para que trajera el resultado deseado.
El 8 de julio ella obtuvo sus cartas de naturalización y fue conmigo
ante la Corte Suprema a prestar su juramento como ciudadana de
los Estados Unidos de América. Después, ella misma escribió en mi
diario: “HPB tuvo que jurar a la Constitución de los Estados Unidos
un afecto eterno, fidelidad y protección, y abjurar todo rastro de
sumisión al Emperador ruso; después de lo cual, fue hecha ‘ciuda-
dana de los Estados Unidos de América’; tomó sus papeles y volvió
contenta a casa”. Claro, al día siguiente, los periódicos norteame-
ricanos hablaban todos del acontecimiento, y los cronistas venían
a entrevistar a la nueva ciudadana; los hizo reír a todos con sus
opiniones naïve [ingenuas] sobre la política y los políticos.
La formación de la British Theosophical Society, en Londres, (en
la actualidad llamada Logia de Londres de la S. T.), me dio mucho
que hacer en los primeros meses del verano de 1878. Esta Rama,
la primera, fue definitivamente organizada el 27 de junio, por el
Dr. en Derecho J. Storer Cobb, Tesorero de la S. T., cuya visita a

*  En inglés, end men, en el espectáculo de juglares de EE. UU. (minstrel show), el


actor cómico en cada extremo de la primera fila, para quien el interlocutor o
interrogador sirve como contraste. (N. del T.)
310 H ojas de un viejo diario

Londres en ese tiempo me permitió nombrarle mi representante


oficial. El Sr. Sinnett me ha dado amablemente una copia del Libro
de Actas de la reunión, guardada en los archivos de la Logia, en
donde él la conserva. La publico aquí a causa de su interés histórico:

Reunión de Miembros,
Celebrada en la calle Great Russell, núm. 38,
Londres, el 27 de junio de 1878
Presentes: J. Storer Cobb, Tesorero (de la Sociedad de Nueva
York), C. C. Massey, Dr. Carter Blake, Dr. George Wyld, Dr. H. J.
Billing y E. Kislingbury.
J. Storer Cobb, que preside la reunión, lee cartas: del Sr. Yarker,
del Dr. K. Mackenzie, del capitán Irwin y del Sr. R. P. Thomas, en
las que manifiestan su pesar por no poder asistir, y su simpatía
con los objetivos de la asamblea. Además, una carta del Rev. W.
Stainton Moses, diciendo que lamentaba no poder participar en la
reunión por haber renunciado a su membresía en la Sociedad de
Nueva York.
El Tesorero, Sr. Cobb, habiendo comunicado las instrucciones del
Presidente Olcott, referentes a las bases para una Rama inglesa
de la sociedad, tales como fueron recibidas después de la última
reunión de los Miembros en el mismo local, ofreció retirarse,
porque no tenía la intención de formar parte de la nueva Rama. Se
lo invitó a que se quedase como oyente, y después de un debate
informal, se resolvió definitivamente, de acuerdo con la proposi-
ción del hermano Massey, apoyada por el Dr.  H. J. Billing, “que
los Miembros ingleses de la Sociedad Teosófica de Nueva York,
presentes en esta reunión, consideran deseable formar en Ingla-
terra una Sociedad en unión y simpatía con aquélla”.
Siguiendo las instrucciones enviadas por el Presidente, la asam-
blea pasó enseguida a la elección de un Presidente de la Logia, y
la votación designó a C. C. Massey como Presidente.
El Sr. Massey aceptó el cargo, pronunciando breves palabras, y
ocupó su sitio. Propuso, apoyado por el Dr. Carter Blake, la elec-
ción de la Srta. Kislingbury para Secretaria de la Rama. La moción
fue aceptada, y la Srta. K. aceptó pro tem [provisionalmente].

La asamblea fijó la fecha de su siguiente reunión para cuando


se recibiesen nuevas instrucciones de Nueva York, y se encargó
a la Secretaria que enviase una copia de esta acta al Cnel. Olcott
(Presidente) y una copia de las Resoluciones más arriba indicadas a
los Miembros ingleses ausentes.
HPB se hace ciudadana norteamericana 311

Después se redactó y firmó el siguiente memorándum, que fue


entregado a la Secretaria para que lo enviase al Cnel. Olcott:

Londres, junio 27 de 1878


Al
Cnel. Henry S. Olcott,
Presidente de la S. T. de Nueva York.
Certifico que se ha celebrado hoy una asamblea, en la que se ha
constituido una Rama inglesa de la Sociedad arriba mencionada,
y que el hermano Charles Carleton Massey fue elegido Presidente
de dicha Rama por votación de los Miembros presentes.
(Firmado) “John Storer Cobb,
Tesorero de la S. T. de N. Y.
(Firmado) C. C. Massey”

El 12 de julio de 1878 escribí mis cartas oficiales, reconociendo la


existencia de la Sociedad Teosófica Británica y ratificando las deci-
siones de la asamblea citada, y se las mandé al Sr. C. C. Massey y a la
Srta. E. Kislingbury, Presidente y Secretaria, respectivamente.
Hay un registro en mi Diario del 25 de octubre que es intere-
sante porque muestra la facultad de clarividencia que HPB ejerció
a veces. Dice:

Estábamos cenando O’Donnovan, Wimbridge, HPB y yo, cuando


la criada trajo una carta de Massey que le acababa de entregar el
cartero. Antes de que la carta llegase, HPB la anunció, así como
su contenido, y cuando me la dieron, antes de que yo hubiese roto
el sello, dijo que dentro venía una carta del Dr. Wyld y la leyó sin
verla.

Recuerdo que tomé la carta de manos de la criada y la puse junto a


mi plato, esperando terminar de cenar para leerla. Entre la carta y
HPB había una gran jarra de loza llena de agua, y, sin embargo, ella
leyó primero la carta de Massey y después la del Dr. Wyld. Además,
la carta de Massey traía en una de sus páginas una comunicación
Mahátmica, y se la devolví al remitente, con una exposición de los
hechos, que el Sr. Wimbridge firmó conmigo.
Por una coincidencia bastante notable, varios astrólogos, clari-
videntes y ascetas indios, anunciaron todos que HPB moriría en
el mar. Veo una de estas predicciones anotada en la fecha de 2
312 H ojas de un viejo diario

de noviembre de 1878: un amigo de Wimbridge, que era psíquico,


“predijo la muerte de HPB en el mar; una muerte repentina. No creía
que ella llegara alguna vez a Bombay”. Majji, la Yoguini de Benarés,
predijo a HPB la misma clase de muerte en la misma época, pero
ninguno acertó. Un cartomante de Nueva York, que anunció que
HPB sería asesinada antes de 1886, no tuvo mejor éxito. Anotando
la predicción, HPB la hizo seguir de dos puntos de exclamación y la
reflexión cínica: “¡No hay nada como la clarividencia!”
Uno de nuestros visitantes era mejor profeta, pero no ensayó sus
poderes con HPB. Encuentro en mi Diario esta descripción:

Un médico místico hebreo, un hombre raro, muy raro. Tiene


presentimientos sobre sus visitantes, muertes y una percepción
espiritual para descubrir sus enfermedades. Viejo, delgado, encor-
vado, pocos cabellos, finos y grises, levantados alrededor de su
noble cabeza. Se pone colorete en las mejillas para atenuar su
sorprendente palidez. Echa la cabeza muy atrás y mira al espacio
cuando escucha y cuando habla. Tiene una tez de cera, la piel
transparente y extraordinariamente delgada. Lleva traje de verano
en pleno invierno. Tiene la singular costumbre de decir siempre
antes de responder: “Sí, verá usted, eso es”.

Estudiaba la cábala desde hacía treinta años, y sus charlas con HPB
giraban casi exclusivamente sobre sus misterios. Una noche dijo
delante de mí que, a pesar de sus treinta años de investigaciones, no
había podido descubrir ciertas interpretaciones reales que ella daba
a determinados textos y que arrojaban sobre ellos una santa luz.
Nuestra partida se decidió por fin, y comencé en el otoño de 1878 a
poner en orden mis asuntos mundanos. Teníamos una activa corres-
pondencia con nuestros amigos de Bombay y de Ceilán (muchos
budistas e hindúes se hicieron Miembros de la S. T. por correspon-
dencia), nuestra pequeña biblioteca fue enviada allá, y poco a poco
nuestros muebles fueron vendidos o regalados. No hacíamos ostenta-
ción de nuestras intenciones, pero nuestro salón se veía más asediado
que nunca por los amigos y conocidos que estaban enterados. Las
notas de HPB en mi Diario, durante mis frecuentes ausencias de
Nueva York en las últimas semanas, demuestran la prisa nerviosa
que ella tenía por emprender el viaje, y sus temores de que mis
planes se malograran. El 22 de octubre escribió, a propósito de las
instrucciones insistentes de nuestros Mahatmas: “N… dejó la guardia
y llegó S… con órdenes de… tener todo pronto para comienzos de
diciembre. Pues bien, HSO está jugando su partida decisiva”. Esto se
refiere al cambio de personalidad de las Inteligencias que ocupaban
HPB se hace ciudadana norteamericana 313

el cuerpo de HPB, y los cambios de escritura corroboran el hecho.


El 14 de noviembre en otro registro del diario, el mismo aviso; se
nos dijo que deberíamos hacer los mayores esfuerzos para salir el
20 de diciembre a lo sumo. Hay un párrafo final en esa página a tal
efecto: “¡Oh dioses! ¡Oh India de rostro dorado, es esto realmente el
principio del fin!” El 21 de noviembre, llegaron por el mismo canal
nuevas órdenes urgentes; se nos decía que comenzáramos a preparar
los baúles. Varias personas deseaban acompañarnos al Indostán y
algunas trataron de conseguirlo, pero, por último, quedamos cuatro
para emprender el viaje: HPB, la Srta. Bates, institutriz inglesa; el
Sr.  Wimbridge, artista y arquitecto, y yo. El 24 comenzamos el
embalaje, y al otro día, la Srta. Bates zarpó para Liverpool, llevando
dos baúles de HPB. Sin cesar llegaban órdenes dándonos prisa para
emprender el viaje. A propósito de la inesperada dimisión de un
Miembro, HPB exclama: “¡Oh! ¡Cuándo nos libraremos de estas
miserables molestias!” Al día siguiente (en grandes letras con lápiz
rojo), à propos de mis preparativos casi terminados, dice: “Su destino
depende de eso”. “Nuestro mobiliario tiene que ser subastado antes
del 12 de diciembre”. La venta tuvo lugar, en efecto, el 9. Ese día
escribió: “Me acosté a las cuatro de la mañana y me desperté a las
seis, gracias a M… que había cerrado la puerta con llave, de modo
que Jenny (la criada) no podía entrar. Me levanté, desayuné y fui
hasta Battery a ver a… (un ocultista que estaba relacionado con la
Logia de la Fraternidad Blanca). Volví a las dos y me encontré con
un ruido y un desorden infernales a causa de la subasta. Todo se
vendió “regalado”, como dicen en EE. UU.*… 5 p. m., todo terminó:
¡Adieu barón de Palm! ¡Cené sobre una tabla de ocho centímetros de
ancho!
Después vino al ajetreo de las últimas visitas, los artículos en los
periódicos y las réplicas de HPB. El día 13 recibí una carta de puño
y letra del Presidente de los Estados Unidos†, recomendándome
a todos los ministros y cónsules de Estados Unidos; además un
pasaporte, como es emitido a los diplomáticos norteamericanos, del
Departamento de Estado y la misión de dar cuenta al gobierno de
los medios prácticos de ampliar nuestros intereses comerciales en
Asia. Esos documentos resultaron más tarde muy útiles en India,
cuando se sospechó que HPB y yo, ¡fuésemos espías rusos! Los deta-
lles de ese ridículo incidente se darán en su debido tiempo y lugar.
Veo en mi Diario que no hallé tiempo para tomar algún descanso
durante esos últimos días; me pasaba la noche escribiendo cartas,

*  En inglés, for a song, expresión idiomática que significa “a bajo precio” (N. del T.)
†  Rutherford B. Hayes (1877-1881).
314 H ojas de un viejo diario

corría a Filadelfia y a otros lugares, tragando casi al vuelo un poco


de alimento, cuando me era posible, y a través de esa agitación, se
oía siempre la severa voz de las órdenes para que partiéramos antes
del día de gracia, fijado el día 17, ni uno más. La escritura de HPB
se transforma en garabatos y en la página del 15 de diciembre, veo
dos de esas variantes de su letra, que anteriormente he descrito
y que prueban que su cuerpo fue ocupado por dos Mahatmas esa
misma noche. Yo había comprado un fonógrafo Edison del primer
modelo, y esa noche muchos de nuestros Miembros y amigos, entre
los cuales se contaba el Sr. Johnston, en representación de Edison,
(que se hallaba imposibilitado de venir), hablaron ante el receptor a
nuestros amigos conocidos y desconocidos de India. Las numerosas
hojas de papel metálico, debidamente marcadas para reconocerlas,
fueron desprendidas del cilindro con todo cuidado y empaquetadas;
aún se conservan en la Biblioteca de Adyar para edificación de los
tiempos venideros*. Entre las voces registradas se encuentran: la de
HPB —especialmente nítida y clara— la mía, la del Sr. Judge y de
su hermano John, las del Prof. Alex Wilder, la Srta. Sarah Cowell,
los dos Sres. Laffan, el Sr. Clough, Sr. D. A. Curtis, Sr. Griggs, Sra. S.
R. Wells, Sr. y Srta. Amer, Dr. J. A. Weisse, Sr. Shinn, Sr. Terriss,
Sr. Maynard, Sr. E. H. Johnston, Sr. O’Donnovan, etc., todas personas
muy inteligentes, algunos bien conocidos como autores, periodistas,
pintores, escultores, músicos, etc.
El 17 de diciembre fue nuestro último día en suelo norteameri-
cano. HPB escribe en el diario: “¡Gran día! Olcott ya embaló… ¿Qué
es lo siguiente? Todo está oscuro pero tranquilo”. Después en letras
grandes, se ve el grito de alegría: ¡Consummatum est! Este es el
último párrafo:

Olcott volvió a las 7 p. m. con los billetes para el vapor inglés
Canada y se quedó escribiendo cartas hasta las 11:30. Curtis y
Judge pasaron la noche. Maynard llevó a cenar a su casa a HPB
[nótese a los redactores hablando de ella siempre en tercera
persona —Olcott]. Volvió a las 9 de la noche. Él le regaló una
petaca para su tabaco. ¡¡Charles (nuestro gran gato) se ha perdido!!

* Recientemente —en mayo de 1895— envié esos registros en hojas metálicas a


la casa Edison de Londres para saber si se las podría reproducir sobre los actuales
cilindros de cera y conservarlas así para la posteridad. Desgraciadamente, no se
pudo sacar nada de ellas porque las marcas hechas por la voz, estaban todas aplas-
tadas. Es una lástima muy grande, porque se hubiera podido obtener varios ejem-
plares del original y la fuerte voz de HPB hubiese podido resonar en nuestras
reuniones del mundo entero el “Día del Loto Blanco”, aniversario de su muerte.
(Olcott)
HPB se hace ciudadana norteamericana 315

Historia de la Sociedad Teosófica en un vistazo

Acontecimientos Año Ramas*

Creación de la S. T............................................

Decrecimiento...................................................

Publicación de “Isis sin velo”........................

Creación de la S. T. Británica


HPB y Olcott parten de EE. UU.....................

La Sede Central es fijado en Bombay


Fundación de The Theosophist...................
HPB y Olcott visitan Ceilán...........................

Los Fundadores visitan Simla........................

Se fija el Sede Central en Madrás.................

Primera gran gira de Olcott por India.........

Complot de los Coulomb y misioneros.......

HPB se establece en Europa...........................


Segunda gira de Olcott por India..................
Creación de la Sección de EE. UU.................

Tercera gira de HSO por India......................


HPB se muda a Londres..................................
Creación de la Logia Blavatsky......................

Annie Besant se une a la S. T.........................

Creación de la Sección Británica...................

Muerte de HPB / Gira mundial de Olcott...


Creación de la Sección Europea....................

Primera gira de Annie Besant por India.....

Comisión Judicial se reúne en Londres


para iniciar el proceso a W. Q. Judge...........

* Las estadísticas del número Ramas se compilan anualmente en el mes de


diciembre para el discurso anual del Presidente. (Olcott)
316 H ojas de un viejo diario

Hacia medianoche HSO y HPB se despidieron de la araña de gas


y tomaron un coche para ir hasta el barco de vapor.

Atrás quedaban tres años de luchas; de obstáculos superados; de


planes rudimentarios parcialmente elaborados; de trabajo literario;
de deserciones de amigos; de encuentros con adversarios; de la colo-
cación de amplios cimientos para la estructura que con el tiempo
estaba destinada a surgir para la unión de las naciones, pero cuya
posibilidad era entonces insospechada.
El porvenir que nos esperaba, no podíamos verlo. Las palabras
de HPB lo demuestran bastante: “Todo está oscuro, pero tranquilo”.
La maravillosa extensión de nuestra Sociedad no había siquiera
rozado nuestra imaginación. Uno de nuestros antiguos Miembros,
que tenía un cargo en la Sociedad, publicó que esta había sufrido
una muerte natural antes de nuestra salida para India; el cuadro de
la página anterior hará ver que, si bien se vio reducida casi a nada,
comenzó a resucitar en cuanto su centro ejecutivo fue transportado
a India.
Pasamos a bordo una noche bastante mala, entre el frío muy vivo,
la humedad de las sábanas, la falta de calefacción y el cruel estré-
pito de las grúas subiendo la carga. En lugar de zarpar temprano,
el vapor no dejó el muelle hasta las 2:30 p. m. del día 18. Después,
por no haber alcanzado a la marea, tuvo que fondear a la altura de
Coney Island, y no pasó Sandy Hook hasta el 19 a mediodía. Por
fin navegábamos por el azulado mar, con rumbo a nuestra Tierra
Prometida y el porvenir, me embargaba el espíritu de tal modo, que
en lugar de quedarme en el puente para ver desaparecer Navesink
Highlands, bajé a mi camarote para buscar Bombay en mi mapa de
India.

fin del tomo i

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