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Ortega, Aristóteles y Leibniz Trabajo

Este documento presenta un resumen de 9 capítulos del libro "La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva" de Ortega y Gasset. El autor realiza un análisis detallado de conceptos como principio, conocimiento, filosofía y filósofo según Ortega y la tradición filosófica. Además, compara las posiciones de Ortega con Aristóteles, Leibniz y otros pensadores sobre la naturaleza de los principios lógicos y ontológicos
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Ortega, Aristóteles y Leibniz Trabajo

Este documento presenta un resumen de 9 capítulos del libro "La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva" de Ortega y Gasset. El autor realiza un análisis detallado de conceptos como principio, conocimiento, filosofía y filósofo según Ortega y la tradición filosófica. Además, compara las posiciones de Ortega con Aristóteles, Leibniz y otros pensadores sobre la naturaleza de los principios lógicos y ontológicos
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La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva.

Ortega y Gasset.

Samuel Hidalgo Hernández.

INTRODUCCIÓN
La exposición del siguiente trabajo consiste en lo siguiente: un resumen rebosado
de notas propias de 9 capítulos (de los que me han suscitado mayor interés) de los que la
obra que se halla enunciada en el título del presente escrito contiene.
El libro ha despertado en mí un gran interés desde la primera vez que ojeé sus
primeras páginas, y las del estudio introductorio que realiza Javier Echeverría, catedrático
de Lógica y Filosofía de la Ciencia, y experto en Leibniz, que, aunque es el protagonista
del título de esta inmensa obra, no lo es, sin embargo, de la obra en sí.
Ante la presente obra podríamos decir muchísimas cuestiones, pero lo que a mi
me parece más importante subrayar, es que no es una obra muy conocida de toda la
bibliografía orteguiana. Posiblemente sea por el tema que trata y el modo de exposición
del mismo; la obra ante la que estamos es dura, y abarca numerosos problemas de lo que
Aristóteles llamaba ´´filosofía primera’’, de filosofía teorética.
Ortega hace un recorrido histórico por las epistemologías más dispares o variadas
de la tradición filosófica occidental. Es una obra densa, y aunque de difícil temática, la
pluma de Ortega convierte la lectura en algo que no es de ninguna manera árido, sino
sugerente y de un estilo literario muy personal, en el que abundan metáforas, ejemplos,
que hacen inteligibles pasajes y doctrinas que son, por naturaleza, dirían algunos,
totalmente áridas.
Según Gustavo Bueno, siempre aficionado a la filosofía más técnica y teórica,
opinó sobre dicha obra, en una reseña que lleva por título el mismo de la misma y que se
publicó en la Revista de Filosofía del Instituto de Filosofía Luis Vives (número 68,
páginas 113-112), en Madrid, enero-marzo del año 1959.
Para el filósofo riojano, la obra ante la cual nos encontramos es la obra, sin duda,
más importante de Ortega, como demuestra la siguiente cita de la reseña.

‘’Las inexactitudes, errores, vaguedades y presunciones contenidas en el libro


de Ortega son tan abundantes, que apenas puede quedar una de sus [111] páginas con
el margen en blanco; las de mi ejemplar están completamente emborronadas y en esta
reseña he escogido unas cuantas, casi al azar, y frenado por el temor de hacer una nota
excesivamente amplia. Y, sin embargo, el libro de Ortega es un libro magnífico,
verdaderamente una obra maestra. El libro de Ortega es un conjunto de lecciones
magistrales. Con esta frase quiero formular, con toda seriedad, una opinión sincera’’
Esta es la opinión que le merece a Gustavo Bueno, pero hay muchas más del
riojano, entre las cuales está, más allá de la opinión de la obra presente, la opinión sobre
Ortega como pensador. Ortega, dice Bueno, es un auténtico maestro con una actitud
olímpica, y se podría bien calificar, según el filósofo riojano, como Preceptor Hispaniae,
algo que la influencia del madrileño en la filosofía española posterior (en la del propio
Bueno) justifica con creces.

Por otra parte, la opinión de Javier Echeverría tampoco debe ser despreciada, ya
que, aun sin ser un especialista en Ortega, es amplio conocedor de la tradición filosófica
occidental, en concreto de la filosofía más teórica, (Aristóteles, Tomás de Aquino,
Spinoza, y de Leibniz, ante todo). El mismo editor de esta obra, nos dice que el tema
principal de la misma no es Leibniz, sino el viejo Aristóteles.

En un artículo que Javier Echeverría publicó en la Universidad del País Vasco con
el título ‘’Ortega como estudioso de Aristóteles y Leibniz’’ en abril de 1983, nos dice que
el propósito del madrileño en esta obra es confrontar la teoría de la ciencia, la
epistemología y la ontología de Aristóteles con la de Leibniz y al mismo tiempo,
confrontarse él mismo con Leibniz considerado por él como la gran cima de la metafísica
europea, y superarlo.

En conclusión esta obra es una lección magistral de pura filosofía, que ya en el


título de la misma podemos ir advirtiendo aunque sea de manera superficial, ya que en el
aparecen dos nociones que van a atravesar y dominar toda la tradición filosófica europea,
como lo son ‘’Principio’’ o ‘’Arjé’’ e Idea o ‘’Eidos’’.

Antes de dar por acabada la introducción, me dispongo a hacer una lista de los
capítulos que he leído, trabajado y entendido, y de los cuales haré una breve exposición
con notas personales. La lista es la siguiente:

1) Principalismo en Leibniz.

2) ¿Qué es un principio?

3) Pensar y Ser, o los dioscuros.

4) Tres situaciones de la filosofía respecto a la ciencia.

5) Hacia 1750 comienza el reinado de la física.

10) Veracidad y Logicidad.

11) El concepto en la teoría deductiva precartesiana.

12) La prueba en la teoría deductiva según Aristóteles.

18) El sensualismo en el modo de pensar aristotélico.


1. PRINCIPALISMO EN LEIBNIZ.

En este primer capítulo, Ortega comienza a hablarnos de epistemología, y


para ello comienza definiendo lo que para él es propia y estrictamente hablando
‘’conocimiento’’.

Conocimiento, dice Ortega, es siempre contemplación de algo a través de


un principio, pero también nos dice, al modo aristotélico, que el conocimiento es,
siempre también conocimiento de causas, esto es, en terminología de filosofía de
la ciencia, el recurrir a partir de un explanans a un explanandum. Traducido sería
el recorrido que hacemos de un fenómeno dado, de un hecho, a la causa que lo
explica, ya que como la tradición escolástica nos ha advertido en sus arduos
tratados, en el orden natural, primero va la causa y después el efecto, pero en el
orden noético o epistemológico, primero va el efecto y a partir de él, llegamos a
conocer la causa. Así tenemos ciencia, conocimiento riguroso de un fenómeno.

Otro aspecto interesante de este primer capítulo es como caracteriza Ortega


tanto a la filosofía como al filósofo con mayúsculas. En cuanto a lo primero, define
Ortega a la filosofía como ‘’extremismo intelectual’’ y como ‘’viaje al
descubrimiento de los ‘’principios’’. En cuanto a lo segundo, advierte el autor
madrileño en consonancia con lo anterior, que el filósofo es ‘’hombre de los
principios’’ y que el que más se acerca a esta definición de todos los de la tradición
es Leibniz, ya que es el que más principios estableció.

Por último, al final de este capítulo, Ortega hace una crítica a Leibniz. El
autor madrileño nos dice que el alemán ‘’juega con los principios, los quiere; pero
no los respeta’’, como se puede comprobar en la página 107 de la edición que
manejo.

También dice Ortega, contra la opinión de Leibniz otra vez, que los
principios no se pueden probar, algo que a mi juicio no es correcto. En mi opinión,
no es suficiente riguroso Ortega al afirma esto. En sentido estricto, no se puede
demostrar por otros principios, ya que habría una regresión al infinito, pero sí se
pueden, como Aristóteles advierte, establecer y defender mediante reductio ad
absurdum.

2. ¿QUÉ ES UN PRINCIPIO?

En el presente capítulo, Ortega trata de elucidar lo que se considera como


principio, cuestión ésta nada baladí y a la que la gran mayoría de filósofos de la
tradición occidental se han dedicado con gran esmero y actitud serena y titánica.

La definición que Ortega da en la página 109 de principio es la siguiente:


‘’En el orden lineal finito habrá un elemento que no tiene precedente o
principio. De ese elemento son todos los demás consecuentes. Será principio en
sentido radical o absoluto dentro del orden, será primer principio’’

A partir de esta definición, Ortega intenta adentrarse en esta intrincada cuestión,


y enlaza la perspectiva metafísica de la idea de principio y la perspectiva lógico-
gnoseológica. En general, sin entrar todavía en ninguna de las dos perspectivas,
podemos enfocar el problema de dos modos, y en base a los cuales podremos definir
principio. Se distingue así el plano nominal o lógico y el plano ontológico.

Por ejemplo, para Aristóteles, en el orden real encontramos como principios


ontológicos las cuatro causas que enumera y expone en su Física, y en el plano lógico
se encontraría como ‘’principio más firme de todos’’ el Principio de Contradicción, y
como principios derivados el Principio de Identidad y el Principio de Tercio Excluido.

Ortega, sin salirse de esta tradición, sin embargo expone algo en lo que a mi
juicio, yerra en parte; nos dice que los tres principios que hemos enunciado en las líneas
anteriores no se siguen de ningún otro principio, pero sin embargo, aunque en sentido
estricto sea así, podríamos poner al Principio de Contradicción como el principio
supremo, ya que, por ejemplo, para demostrar el Principio de Tertio Excluso, en la
deducción del teorema se utilizan varios pasos de reductio ad absurdum, y esta regla
lógica presupone necesariamente el Principio de Contradicción.

Francisco Suárez, por otra parte, en sus Disputaciones Metafísicas,


concretamente en la Disputación Tercera, sección III, intenta demostrar, contra
Aristóteles, que el primer principio es el Principio de Identidad, ya que todo lo negativo
es posterior a lo positivo, y el Principio de Contradicción es algo negativo, mientras el
A=A es algo positivo. El Eximio hace otros razonamientos más potentes y difíciles, en
los cuales, aun siendo interesantísimos a mi juicio, no cabe exponer en este trabajo.

Algo que también expone Ortega, y que, desde mi punto de vista, es de gran
importancia es la tesis según la cual es imposible que quepan demostraciones a partir
de un solo principio. Necesariamente, tiene que haber dos o más principios que se
conjuguen para ir deduciendo de ellos conclusiones. Podríamos establecer una analogía
con los silogismos en los cuales tenemos una primera premisa, la premisa mayor, y la
premisa menor, dependiente de la mayor, y que, conjugada con esta, ‘’causa’’ la
conclusión. Esto es algo en lo que el autor madrileño también está en deuda con
Francisco Suárez, pero que como siempre, expone brillantemente.

Podríamos ir más allá en esta cuestión, como hace Ortega para intentar elucidar
algo más el problema que tenemos entre manos, y preguntarnos lo siguiente: ¿Por qué
el orden en la serie de proposiciones probadas debe tener por necesidad un término? El
discurso de Ortega deja entrever la siguiente respuesta: Si no hubiera un término en la
serie, la seria quedaría vacía de verdad. Y esta afirmación si que no puede pasar
desapercibida para el lector interesado en estas cuestiones.

Acontece en Metafísica, como en toda ciencia, lo que, por necesidad, según


Tomás de Aquino, debe acontecer: una reductio ad principia, es decir, hay que
establecer una seria finita de principios que fundamenten el conocimiento y la ciencia,
los cuales ‘’no tienen razón’’, porque no pueden ser demostrables por otros anteriores,
aunque esta cuestión (la de si hay o no una jerarquía entre los principios) hemos visto
que no es especialmente fácil de demostrar.

De lo que no cabe ninguna duda, es que estos primeros principios deben ser por
necesidad autoevidentes, o evidentes por sí mismos, y aquí otra vez agudamente,
Ortega hace una distinción del todo útil entre tipos de verdad: la verdad como prueba
y la verdad como evidencia.

La verdad como prueba es característica de proposiciones que tienen la verdad


recibida de los primeros principios, y la verdad como evidencia son las proposiciones
que se ‘’entienden de golpe’’, como gustaba decir a Aristóteles y a Husserl, con sus
dos conceptos de ‘nous’ y de intución, respectivamente.

Por último, Ortega niega la transposición del orden lógico al orden ontológico,
ya que, aunque afirma rotundamente que necesariamente hay primeros principios del
conocimiento, el autor madrileño, niega la existencia de una Primera Causa en el orden
ontológico.

3. PENSAR Y SER, O LOS DIOSCUROS

En el capítulo que entramos, expone Ortega de forma magistral, las


relaciones entre epistemología y ontología, que aunque la presente obra sea un gran
análisis de las teorías del conocimiento más representativas de la filosofía
occidental, desde Platón hasta nuestros días, es también una constante del libro.

Ortega vuelve a uno de los grandes temas de la Metafísica Occidental, a las


conexiones entre realidad e idealidad, entre ser y pensar, pero dando el autor
madrileño su propia concepción deudora de la kantiana, ya que le otorga una
prioridad al pensar respecto del ser. Para ilustrar esta opinión de Ortega, cito una
frase del libro, en la página 113:

‘’Toda filosofía innovadora descubre su nueva idea de Ser gracias a que


antes ha descubierto una nueva idea de pensar’’

Las consecuencias de esto es que, según Ortega, una filosofía se diferencia


de otra por su teoría del conocimiento, y no tanto por su filosofía del ser u ontología.
Ortega utiliza, para referirse a los diferentes modelos de conocimiento, la expresión
‘’modos de ser’’, como atestiguamos a través de la siguiente cita (pág 113):

‘’Platón, Descartes, Locke, Kant, Hegel, Comte, Husserl dedican una parte
de su filosofía a exponer su método, su nuevo modo de pensar; hacen previa
exhibición de los bíceps con los que van a levantar la pesa enorme que es el
problema del Universo’’

La cita es de una belleza pasmosa, donde Ortega se reafirma como gran


pensador, y gran escritor.
Como corolario, Ortega no nos expone el ‘’modo de pensar’’ de Leibniz,
sin embargo, nos dice que entiende el autor alemán por ‘’pensar’’. Bien, pues
pensar para Leibniz, es simplemente probar, demostrar. Y es para esto para lo que
‘’el último genio universal’’ necesita los principios.

4. TRES SITUACIONES DE LA FILOSOFÍA RESPECTO A LA CIENCIA

Entramos en el cuarto capítulo de esta obra, donde Ortega, hace un recorrido


por la historia de la filosofía y de la ciencia, o más estrictamente, por la relación y
conexión que se ha establecido entre las mismas en las diferentes etapas que expone
el autor madrileño.

Según Ortega hemos de diferenciar tres grandes etapas históricas


respectivas a la relación entre ciencia y filosofía. En primer lugar, nos situamos
ante el descubrimiento del conocimiento. Nos situamos en Grecia. Aquí, dice
Ortega, nace la ciencia, la episteme, el conocimiento apodíctico y universal sobre
objetos, y buena prueba de ello son Los Elementos de Euclides, donde, según
algunos, se encuentra en funcionamiento la teoría de la ciencia de Aristóteles
expuesta en los Segundos Analíticos.

En una palabra, se descubre el pensamiento necesario en oposición al


pensamiento plausible, propio de la poesía, la mitología o las teologías órficas
precedentes a esta época. Según Ortega dicho rigor demostrativo surge
precisamente de Aristóteles y Euclides, que son deudores del método académico
platónico. Esto lo pone de manifiesto y lo hace explícito Ortega en una cita nada
desdeñable que podemos encontrar en la página 116 de la edición que aquí
manejamos. Las palabras de nuestro autor son las siguientes:

‘’Es preciso que los hombres de ciencia actuales se traguen, vellis nolis, y
de una vez y para siempre, el hecho de que el rigor de la ciencia de Euclides no
fue sino el rigor cultivado en las escuelas socráticas, especialmente en la Academia
de Platón.’’

Dicho esto, entramos en lo que para Ortega es el segundo estadio histórico


de la conexión que vamos advirtiendo desde el inicio de este capítulo: la relación
ciencia-filosofía.

En los siglos XVI y XVII, la matemática encuentra su propio método y se


independiza de la filosofía, y surge la oposición entre estos dos modelos de
conocimiento que pretenden ser hegemónicos y soberanos en el reino del saber
estricto y riguroso: Filosofía y Matemáticas comienzan a ser enemigas.

Aquí encontramos la concepción de la filosofía como saber de segundo


grado; esta deja de ser meramente reflexión sobre el ser para ser reflexión acerca
de las ciencias. Para que se vea la distinción de esta etapa con la primera que expone
Ortega, podemos decir que en los albores de la filosofía, esta se constituye como
un saber de primer grado, en una saber ontológico, en un estudio reflexivo y
exclusivo sobre el Ser. En la modernidad, sin embargo, nos encontramos con una
situación distinta: la filosofía se encuentra en su camino con otras disciplinas que
les proporcionan un método distinto y la opción de una reflexión sobre nuevos
materiales, como pueden ser los de la física, las matemáticas y posteriormente, la
biología en el siglo XIX, con la publicación de El origen de las especies de Charles
Darwin, que siguió ya el camino trazado por Carl von Linneo, a su vez deudor de
las obras biológicas aristotélicas.

En definitiva, a la filosofía se la abre un horizonte de miras, y ese horizonte


es poblado por las ciencias, en especial por la física y la matemática. Ortega, en
una de sus tantas y maravillosas metáforas, con las que de un soplido pareces
entender un contenido inabarcable, lo expresa así: ‘’La filosofía moderna es
bizca’’.

Entre tanto, nos encontramos con dos tipos de bizqueo: por un lado, y a la
cabeza Leibniz y Descartes, hay una mirada atenta hacia la matemática, y por otro
lado nos encontramos a Kant, el cual mira a la física de Newton, convertida ya en
ese momento en regina scientiarum. Convertida en lo que la antigua teología
escolástica fue: reina de las ciencias.

Este tipo de conocimiento, como es bien sabido, fue inaugurado por Galileo,
y producto de su desprecio por la metafísica aristotélica, la cual centra su estudio
en el ‘’ente en cuento ente’’. Pues bien, ahora Galileo, centra el estudio en el ente
en cuanto este es mensurable.

El objetivo de Galileo es medir todo, ya sea directa o indirectamente, pero


esto nos sumerge en un gran problema en cuento al estatuto epistemológico de la
ciencia física: esta nos habla del ‘’ser probable’’, ya que muchos de sus
conocimientos son conocimientos estadísticos, y no del ser real, como era el
conocimiento ‘’fetén’’ para Platón y Aristóteles, y es por esto por lo que El
Estagirita dicto su famosas sentencia que podemos encontrar en ‘’De anima’’ y que
reza así: ‘’La mente o al alma es en cierto modo todas las cosas’’

Con esto podríamos hacer una réplica al modo de saber empleado por
Galileo, a saber, si respecto del ser real hay una similitud casi total captada por el
entendimiento, y que es lo que la tradición ha llamado ‘’esencias’’, ¿Por qué una
similitud parcial del objeto físico (mensurable) debe convertirse en el modelo de
conocimiento por excelencia?

A este problema se le suma el que suscitó el experimento gracias al cual se


estableció ‘’El principio de incertidumbre’’ realizado por Heisenberg. La
indeterminación es contraria a lo que la tradición filosófica consideraba como
conocimiento, y en este caso el observador no se atiene a un material óntico
objetivo, al que su entendimiento debe adecuarse para comprenderlo. En esta
situación, como demuestra Heisenberg, el experimentador, al observar, el hecho, lo
fabrica, y esto es algo muy diferente a ‘’conocer’’, porque aquí no se conoce la
realidad, sino que se hace o se fabrica la realidad.

En lo relativo a este tema, Ortega pronuncia unas palabras que son del todo
magistrales, de una perspicacia y afición por la filosofía teórica, que en otras de sus
obras parece no sacar tanto a luz, pero que, sin embargo, convierten al autor
madrileño en un pensador enormemente polifacético con una erudición tan vasta
como fina es su pluma. Las palabras a las que hago alusión las cito aquí y que el
lector puede encontrar en la página 124:

‘’El a priori más ineludible de todos es el de la Realidad respecto a su


conocimiento’’

Entramos ahora en la tercera etapa en la relación que venimos tratando, a


saber, la etapa en la que la filosofía, al darse cuenta de las imprecisiones de las
ciencias a las que admiraba en un estadio anterior, en puesto de adoptar una actitud
de repliegue ante ellas, se admira ella misma e intenta hacerse soberana en el
conocimiento. Una gran muestra de ello es el proyecto fenomenológico iniciado
por Edmund Husserl, en el que la filosofía se convertiría en mathesis universalis,
la cual no dependiera de ninguna otra ciencia particular, y más aún: que todas las
ciencias particulares dependieran de esta para edificar sus modelos de
conocimiento.

En conclusión, la filosofía se vuelve a independizar de las ciencias, y no


sólo porque ha vislumbrado desde las alturas que implica la filosofía, las
imperfecciones de las ciencias, sino también, porque se ha apercibido de que el
carácter de su problema es totalmente diferente al de una ciencia particular, sea cual
sea. Inserto aquí una cita de Ortega que ilustra perfectamente a lo que nos estamos
refiriendo. La cita se encuentra en la página 125 de la obra.

‘’La ciencia consiste formalmente en ocuparse de problemas que son en


principio solubles. Son, pues, problemas de un problematismo relativo, manso;
problemas que al empezar a serlo están ya a medias resueltos. De aquí el escándalo
que se produce en las matemáticas cuando se topa con un problema insoluble. Mas
el problema que dispara el esfuerzo filosófico es ilimitadamente problemático, es
en absoluto problema. Nada garantiza que sea soluble. En ciencia si por acaso un
problema es insoluble, se le abandona’’

Con esta cita, doy por concluido este capítulo, para entrar en ‘’Hacia el
1750 comienza el reinado de la física’’, que es el siguiente.

5. HACIA 1750 COMIENZA EL REINADO DE LA FÍSICA

En este capítulo, Ortega, nos explica al principio la relación de las


matemáticas con la física, a través de la relación de estas dos ciencias con la
filosofía. El autor madrileño nos distingue dos etapas: en la primera etapa la ciencia
matemática avanza con gran ímpetu y rapidez, y es por ello por lo que la filosofía
intenta seguir el modo de los sistemas matemáticos. Gran ejemplo de ello es la
Ética demostrada según el modo de los geómetras, de Benito Espinosa.

Pero en la segunda época la matemática, de alguna manera se ‘’ontologiza’’,


ya que ‘’ha conseguido reducir a sus puros teoremas los fenómenos, las realidades,
y se ha convertido en física’’ (página 129).
Una de las cuestiones que más me ha llamado la atención de este capítulo
es la opinión del autor madrileño sobre la ciencia física, su admiración y respeto
por la misma es bien reflejado en la siguiente cita de la página 129:

‘’La constitución de la física es, sin duda, el hecho más importante de la


historia sensu stricto humana. Inclusive los que creen que el hombre tiene además
una historia sobrehumana, no tienen más remedio que reconocerlo. No se trata de
una ponderación motivada por el entusiasmo que suscita el espectáculo de una
destreza casi prodigiosa – en este caso, de una destreza intelectual. No se trata de
la gracia espectacular que se nos hace, en efecto, manifiesta cuando vemos
funcionar la mente soberana de los insignes hombres que han ido creando la física.
La física no es sólo un número de circo, no es sólo acrobacia. Es un menester
esencial del hombre.’’

La cita pone a la altura que se merece la ciencia física, aunque Ortega, como
hemos visto en el capítulo precedente al que nos encontramos, hace algunas
consideraciones sobre el estatuto epistemológico de la mismo, en las cuales se
critica algunas de sus bases conceptuales relativas a lo que para la tradición ha sido
‘’conocer’’. Dejando atrás esto, que hace ver al lector el espíritu crítico de Ortega,
que va huyendo de una actitud parcial sobre los asuntos que va tratando, la
sentencia más impactante que encontramos en la cita, a mi juicio, es la última.

Lo que cabe preguntarse ante tal sentencia es lo siguiente: ¿Qué es lo que


lleva a Ortega a decir que la física es un menester esencial del hombre? ¿Acaso el
hombre no ha vivido durante siglos sin haber tenido entre sus manos una ciencia
física, y sin ella ha forjado sistemas morales, teológicos, políticos, o
epistemológicos?

A mi juicio, como esencial para el hombre la física, es algo demasiado


arriesgado, aunque, sin embargo, no renuncio a ella porque no renuncio al
conocimiento. Pero lo que al autor madrileño le lleva a plasmar sobre al papel dicho
pensamiento es su propia concepción antropológica: para nuestro autor, el hombre
es un animal inadaptado que es ajeno al mundo que lo circunda. El hombre es el
ente infeliz, en propias palabras de Ortega, y es por esto por lo que la máxima
pretensión del hombre es concordar con la realidad, y no ser ajeno a la misma.

Otra vez, la postura mantenida por Ortega me parece arriesgada, no menos


que interesante, porque la física no es la ciencia, o al menos la única ciencia que le
garantiza al hombre coincidir con la realidad. La física no es la ciencia de la
realidad, la física es la ciencia que explica los procesos de la materia, y la materia
no es el objeto de conocimiento para el hombre. Los valores morales o los
conceptos metafísicos se elevan por encima de la física, para legislar sobre ella, y
eso sí que constituye una actividad esencial para el ser humano. Con todo, Ortega
parece vislumbrar lo que acabo de expresar, y me parece que él mismo lo reconoce
en la siguiente cita de la página 130, que reza así:
‘’La física, es pues el órganon de la felicidad, y por ello la instauración de
la física es el hecho más importante de la historia humana. Por lo mismo,
radicalmente peligroso. La capacidad de construir un mundo es inseparable de la
capacidad para destruirlo ‘’

Las primeras líneas de la cita siguen en la línea de la anterior opinión del


autor madrileño, pero en la segunda parte de la cita, se explicita que la física puede
tener consecuencias indeseables para el ser humano, y esto presupone sistemas
normativos, como pueden ser la Metafísica y la Ética.

Por último, Ortega entra en la ya conocida disputa que Leibniz y Newton


mantuvieron durante sus vidas, pero antes hace una valoración interesante de la
importancia que tiene la opinión pública respecto la opinión personal de un
científico (cuestión que entronca con la polémica Newton- Leibniz).

En un inicio, la teoría de Newton era una opinión personal de un hombre de


ciencia de una etapa histórica determinada, y esta opinión no tenía un valor social
en ese momento; posteriormente, esa opinión fue abrazada por un grupo de
hombres que se hacían llamar a sí mismos ‘’newtonianos’’, y en este momento
tampoco la teoría newtoniana tenía una fuerza social que la consolidara aún. Por
último, esta idea, sí que pasó de ser opinión personal a ser opinión colectiva, y aquí
si que podemos decir que estaba consolidada en el mundo intelectual europeo.

Lo que nos quiere decir Ortega con esto es que para que una idea se
convierta en opinión pública, esta misma idea, que al principio es una simple
opinión personal, debe ponerse progresivamente en práctica, para así ser aceptada
por la comunidad científica dominante. Esto es lo que Ortega llama ‘’ley de carácter
tardígrado’’.

Esta ley expresa que la realidad histórica se constituye de dos factores:


individualidad y colectividad, y que el último factor está siempre retardado para
con los procesos de los individuos creadores. Esta ley es para Ortega, no algo que
se descubre a través de la experiencia, sino algo enteramente ‘’a priori’’ y
esencialmente constitutiva de la realidad y los procesos históricos. Por último,
Ortega reconoce que esta ley es una reformulación y profundización de lo que ya
sabían muy bien los griegos y que Homero plasmó en su Ilíada con esta sentencia:

‘’Los molinos de los dioses muelen despacio’’

Ahora sí, entremos brevemente en la opinión de Ortega sobra la disputa


Newton- Leibniz. Ortega considera que Leibniz es el que llevaba razón en la
mayoría de las cuestiones disputadas entre ellos dos, pero considera que Newton
hundió raíces en la opinión pública por la buena prensa que tuvo durante su vida.
Con todo, y para terminar, el autor madrileño considera tanto a Leibniz como a
Newton creadores de la física moderna.

Los capítulos que siguen son a mi juicio, los más abstrusos y complicados
de los que se encuentran en esta obra (al menos entre los que he leído). Espero que
mi exposición de estos sea trasunto del afán con el que me he dedicado a
entenderlos.

10. VERACIDAD Y LOGICIDAD

En este capítulo expone Ortega en su propia terminología y conceptos, y


mediante el recurso a metáforas realmente brillantes una de las teorías, a mi juicio,
más serias, sobre el conocimiento, a saber, la tesis de la verdad como adecuación.

En primer lugar, Ortega nos habla del concepto, y expone cual es la


morfología del mismo; con una metáfora realmente brillante nos dice que los
conceptos son bicéfalos, o que tienen dos caras, y es de esta caracterización del
concepto de lo que viene el título del capítulo.

La primera cara del concepto es denominada por Ortega su cara ad extra, y


según la misma, el concepto se adecua o no, o en mayor o menor grado, con el
objeto que el entendimiento trata de conocer. Esta característica del concepto es un
mirar hacia fuera, es una adecuación de un concepto con la cosa, y establece una
relación de concordancia de mi entendimiento con la realidad. Recordemos aquí de
nuevo la sentencia de Parménides en su Poema: ‘’ser y pensar coinciden’’ o la que
pronuncia Aristóteles en el tercer libro del De Anima: la mente es, en cierto modo
todas las cosas’’

La segunda cara del concepto es, por oposición, la cara ad intra. Esta parte
del concepto nos declara el propio acotamiento que supone el mismo como
contenido mental. En relación con esta segunda caracterización del concepto nos
debemos preguntar: ¿Es riguroso, o lo suficientemente riguroso un determinado
concepto para llevar a cabo operaciones lógicas?

Esta problemática tiene sus ecos en el proyecto logicista, iniciado por


Gottlob Frege y continuado por Bertrand Russell y Alfred North Whitehead en su
magnánima obra ‘’Principia Mathematica’’.

Para Frege, el principal problema de la lógica aristotélica era la cara ad intra


del concepto, ya que la vaguedad de un término, lo que es lo mismo en este caso,
un concepto, hacía imposible un lenguaje lógico universal perfecto y sin
vaguedades, en el que cada palabra representara un objeto del mundo, y dos o más.
Frege pretendía hacer un lenguaje artificial para poder hacer el cálculo que con los
lenguajes naturales no era posible, precisamente porque algunos conceptos no están
totalmente determinados o acotados.

En definitiva, y siguiendo con Ortega, nos encontramos con dos intereses


antagónicos: si nos atenemos a la cara ad extra del concepto, nos tendremos que
preocupar por que el ‘’extracto de las cosas sensibles’’, que es el concepto se
parezca lo más posible a esta. Concuerde con ellas en el mayor grado posible. Y
esto es a lo que Ortega llama ‘’veracidad del concepto’’
Por otro lado, si nos atenemos a la cara ad intra del concepto, o lo que Ortega
denomina ‘’logicidad del concepto’’, nos alejaremos del extracto de las cosas
sensibles mismas, ya que estas sin inexactas y difusas, a cambio de obtener una
precisión al realizar silogismos. Esto pone de manifiesto que un concepto puede
prescindir por entero de veracidad y sin embargo funcionar perfectamente al
realizar operaciones lógicas. Intentaré explicarlo con un ejemplo.

El ejemplo es el siguiente: Yo puedo acuñar el concepto ‘’unicornio’’ como


caso límite (ya que no hay unicornios en la realidad), y que el mismo tiempo, la
cara ad intra del concepto está perfectamente delimitada y cerrada, y que por eso
sirva para realizar un silogismo como el siguiente:

1. Los unicornios son animales fantásticos (premisa mayor)

2. Los animales fantásticos sólo existen en las mitologías o en los cuentos,


no en la realidad. (premisa menor)

3. Ergo, los unicornios no existen en la realidad. (conclusión)

Vemos como, aunque el concepto no tenga cara ad extra, se pueden realizar


con él operaciones lógicas, y a esto es a lo que Ortega refiere en su texto, a saber,
que un concepto puede ser válido lógicamente sin ser verdadero en cuento a su
relación con el ser.

11. EL CONCEPTO EN LA TEORÍA DEDUCTIVA PRECARTESIANA

En este capítulo Ortega expone los procesos de abstracción que la mente


humana lleva a cabo en su actividad cognoscitiva. El autor madrileño nos dice que
todo concepto es ubicuo, por ejemplo, el concepto ‘’triángulo’’ no está en ninguna
parte y en todas a la vez, porque esté donde esté es el mismo triángulo. Pero, aunque
el triángulo sea un extracto de muchas cosas concretas y sea una entidad abstracta,
sigue siendo algo, una cosa, lo que los escolásticos contaban como el trascendental
aliquid o res.

Más adelante, Ortega establece la relación que hay entre el concepto y el


juicio, y en conexión con ello, nos dice que, al tener una diversidad de cosas
similares ante nuestro entendimiento, extraemos de ellas sus notas universales y
forjamos el concepto o extracto, en palabras de nuestro autor. Podemos así decir,
de cada una de ellas que ‘’es un algo’’. Pongamos un ejemplo.

En la proposición ‘’este plato es un círculo’’ se establece una identidad que


viene determinada por la cópula o el verbo ser, que es el verbo puro, como gustaba
decir a Aristóteles. El siguiente paso es comprobar si esa identidad se da también
en la realidad, para determinar si la relación entre sujeto predicado es puramente
lógica o encierra algo más, es decir, si la proposición es o no verdadera, y si se da
lo último, podemos decir que tenemos conocimiento sobre el ser o la realidad. Lo
que acabo de explicar se ve muy bien en la siguiente cita de Ortega (pág 154):
‘’El extracto nos ha permitido formar una proposición. Si esta es
verdadera, nos hallaremos en posesión de un conocimiento, esto es, de un
pensamiento necesario sobre la cosa. Ahora bien, ¿es verdad que esto es un
triángulo? Que lo sea dependerá de que el nexo entre ese dibujo como sujeto de la
proposición y el predicado triángulo tenga un fundamento, base o razón
incuestionables’’

El triángulo es algo que extraemos de muchas cosas concretas, y esto nos


hace llegar a comprender lo que significa realmente ser concepto, pues ser concepto
es, (como dice muy bien Ortega diciendo de Aristóteles) ser uno en muchos.

Aquí es donde Ortega entronca la cuestión del concepto con el conocido


problema de los universales de los antiguos y de los escolásticos. El problema que
ve Ortega lo podemos enunciar de la siguiente manera: Una vez que está formado
y acotado un concepto, ¿podemos decir que este tiene una relación lógica con la
cosa individual concreta de la que se predica?

Salta a la vista que la cuestión presente no es baladí; está en juego la


posibilidad o no de predicar conceptos de individuos particulares. Está en juego
conocer la realidad o no. Con un ejemplo podremos explicarlo mejor. Para ello
utilizaré un silogismo.

1. Todos los hombres son mortales.

2. Pedro es hombre

3. Ergo, Pedro es mortal.

Lo que Ortega nos dice es que nos detengamos en la segunda premisa, en la


premisa menor, y nos preguntemos lo siguiente: ¿Hay relación lógica entre el
individuo ‘’Pedro’’ y el universal ‘’hombre’’?

Dejo la cuestión abierta, ya que es del todo complicada para explicar o


exponer en el espacio del que dispongo. Sólo el mero interrogante del autor
madrileño es brillante, y sugerente para detenerse en él, y reflexionar.

Por último, Ortega, hace una exposición del método platónico de


conocimiento, es decir, del modelo según el cual el conocimiento es un
conocimiento por género y especies, en el cual todo concepto va entrando en una
jerarquía o clasificación estricta. Por ejemplo, el concepto ‘’figura’’ contiene bajo
sí el concepto ‘’triángulo’’, al igual que ‘’triángulo’’ contiene bajo sí ‘’isósceles’’,
‘’escaleno’’ o ‘’equilátero’’.

Esto es lo que la tradición analítica de la filosofía, sin separarse de Platón,


llamó extensión de un concepto, en la que los conceptos funciones, según el orden
jerárquico en el que se encuentren como continente-contenido.

Tanto en el capítulo anterior como en este, los problemas tratados son de


una importancia vital, ya que se abarcan cuestiones relativas a lo que los clásicos
llamaban ‘’la primera operación del entendimiento’’, a saber, la conceptualización,
y de la cual dependen las otras dos operaciones que el entendimiento realiza en su
proceso cognoscitivo (juicios y razonamientos; segunda y tercera operación del
entendimiento respectivamente).

12. LA PRUEBA EN LA TEORÍA DEDUCTIVA SEGÚN ARISTÓTELES.

En este, ya el penúltimo capítulo que me queda por analizar, nuestro


pensador madrileño nos habla de lo que para Aristóteles era una demostración, un
conocimiento a partir de premisas, algo que, puestas ciertas proposiciones, se sigue
de ellas necesariamente.

Para introducir dicha temática, que Aristóteles trata en sus Analíticos


Primeros y en sus Analíticos Segundos, comienza exponiendo una cuestión lógico-
conceptual, a saber, comienza por definir lo que es una definición, algo que
Aristóteles trata en su De Interpretatione o Sobre la interpretación, siendo esta
cuestión el tema fundamental de dicho tratado aristotélico.

Ortega nos dice que la definición es una operación descriptiva y


denominativa, que enuncia algo positivo, algo ‘’de hecho’’ y que, por ello mismo,
no implica normatividad; seguido a esto, nuestro autor hace ver al lector la
conexión que existe entre la definición y el concepto. A fin y al cabo, la definición
es lo que permite vislumbrar la adecuación de un enunciado del lenguaje con un
objeto de la realidad, y aquí tenemos otra vez tenemos la necesaria conexión entre
pensamiento y realidad, si tenemos en cuenta que el lenguaje es expresión del
pensamiento humano racional.

Para Ortega, una definición ‘’es la fórmula que hace analíticamente


explícito el conocimiento intuitivo de lo que es una cosa’’. Habiendo dado ya la
definición de definición, Ortega pasa a exponer las propiedades que surgen de la
misma. Propiedades que son necesarias de lo definido, con lo que surge el
conocimiento apodíctico o necesario, en una palabra, el conocimiento científico.

Esta cuestión en torno a las propiedades necesarias de la definición entronca


con algo de tradición aristotélica, para la cual la definición estaba constituida por
el género y la diferencia específica de la cosa. Aquí es donde Ortega entra a hacer
minuciosos análisis, afirmando acertadamente dos aspectos de la definición de
definición: en primer lugar, nos dice que el género se puede aislar de la diferencia
específica. Por ejemplo, si decimos que el hombre es “animal racional”, el género
se puede aislar de la diferencia específica porque “animal” no supone una
racionalidad, es decir, no supone la diferencia. Por el contrario, es imposible que la
diferencia específica se pueda aislar del género. En el ejemplo que estamos
siguiendo, si pronunciamos la proposición: “El ser humano es un animal racional”,
al decir “racional”, automática y necesariamente, se afirma una animalidad.

A partir de este momento, Ortega trata una cuestión típicamente escolástica.


Aborda otra vez aquí el problema de los universales, tratado por los filósofos
medievales. Nos expone lo que para dicha tradición era llamado “atribución de
carácter genérico” o lo que vamos a ver que va a ser la especie. Como añadidura a
esto, podemos destacar algo que a mi juicio es muy importante: la especie siempre
supone una predicación universal; y la supone porque vale para todas las especies
de un género. Veámoslo con un ejemplo: “animal” se predica universalmente tanto
de caninos, felinos, artrópodos u homínidos. El problema aquí es que la atribución
de la propiedad de una especie, pongamos como ejemplo “triángulo”, que es una
especie de figura geométrica, también se le llama “universal”, y aquí es donde
encontramos el meollo del problema. En definitiva, tenemos lo siguiente: con el
mismo término “universal”, se expresan tres relaciones muy diferentes:

1. La relación de uno en muchos. Por ejemplo, cuando predicamos


“gato” de “este gato”, “ese gato” o “aquel gato”. Este tipo de predicación es lo
que entre los escolásticos se conocía como predicación de “omni” y lo que a la
tradición analítica de la filosofía ha pasado a llamarse
“extensión de un concepto”.

2. De parte a todo, o lo que para los medievales era “predicación per


se”. Por ejemplo, cuando “animal racional” se dice de manera esencial (per se)
de hombre. Esto ha pasado a ser la intensión o comprensión de un concepto en
la filosofía analítica anglosajona.

3. La propiedad a la especie. Aquí tenemos una relación de


consecuencia a principio. Por ejemplo, cuando 180º, que es la propiedad, la
predicamos de triángulo, que es la especie, donde el principio sería el triángulo,
y la consecuencia necesaria, 180º. Era conocida en la Edad Media como
predicación “quod integrum” y para Aristóteles, tenía el nombre de
“predicación católica”. En este tipo de predicación es a la que Ortega va a
dedicar su exposición.

Estamos ante un conocimiento científico y necesario de un objeto, y para


subrayar la importancia que le concede Ortega a Aristóteles, insertamos la siguiente
cita:

Con la proposición “la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos


rectos”, tenemos un ejemplo típico de conocimiento, es decir, de pensamiento
necesario acerca de cosas. Es una proposición verdadera con proposición
necesaria. Este carácter le viene de la prueba; es una verdad católica aprobada.
¿En qué consiste eso que llamamos prueba o demostración?

Con esta cita, se deja una cuestión abierta, a saber, la definición de la


demostración. Para ello, me valgo de otra cita de Ortega que lo explica mejor de lo
que lo podría explicar yo. La cita es de la página 164:

Demostrar consiste, pues, en mostrar que lo nuevo es lo viejo, lo ya sabido;


que hablar del triángulo es lo mismo que hablar de ángulos, y que,
consecuentemente, la nueva proposición es una tautología de las anteriores o
genéricas. La nueva proposición es verdadera porque dice lo mismo que las ya
conocidas, porque tautologiza.

Lo que aquí nos quiere advertir Ortega es que la demostración tiene o es, de
carácter apriorístico-analítico, es decir, lo que se demuestra está ya contenido en la
definición del concepto; si tomamos el concepto “triángulo”, en él ya está contenido
que la suma de sus ángulos resulte ser de 180º. Como ejemplo de sistema en el que
se encuentran demostraciones en su más estricto sentido, tenemos, como es bien
sabido, “Los elementos de Euclides”. Ahora bien, intentar asimilar completamente
la teoría de la ciencia aristotélica al sistema euclidiano, es erróneo, ya que, aunque
se inspirara en la teoría silogística de Aristóteles, Euclides no procedía por
silogismos. Los razonamientos por lo que se demostraban a partir de axiomas,
definiciones y postulados, verdades geométricas, no son transformables en
silogismos. En una palabra, la verdad de la conclusión de un silogismo es una
verdad recibida porque llega a través de dos premisas: la premisa mayor y la
premisa menor de un razonamiento. Ahora Ortega, y ya para terminar, los análisis
que hace en este capítulo, nos expone tres métodos posibles en la fundamentación
del conocimiento humano.

Un primer método consistiría en un regreso infinito desde las conclusiones


a las premisas, lo que resulta imposible, ya que no habría ningún principio que
fundamentara conclusiones posteriores, y entonces, o bien, todo serían principios,
o bien, todo conclusiones.

En segundo lugar, tendríamos un método por el cual, al llegar a un principio,


este se probaría o demostraría por una conclusión (algo inviable porque nos lleva a
círculos viciosos en el proceso argumentativo). La única opción que nos queda para
asentar las bases de un conocimiento racional es establecer un número finito de
pasos mentales que retroceda hacia una o varias proposiciones (que serían
principios) que no necesitaran prueba y que contengan la verdad en sí misma o sean
autoevidentes.

18. EL SENSUALISMO EN EL MODO DE PENSAR ARISTOTÉLICO

Antes de comenzar con el análisis que Ortega realiza, he de decir que la


exposición del mismo es una lección magistral de filosofía, y en concreto, de
psicología y epistemología. Aquí Ortega entra a analizar algo que Aristóteles ya
expuso en su obra De anima.

Lo que Ortega se pregunta es cómo se originan los conceptos, cuestión que


según el autor madrileño, Aristóteles no dedica nada de espacio. De esto resulta
una gran paradoja, ya que, para Aristóteles, la conceptuación es la actividad
cognoscitiva más importante.

Volviendo a nuestro autor, podríamos decir que lo que hace posible el


conocimiento científico es la suma de las dos caras de un concepto: la veracidad y
la logicidad. El adjetivo necesario implica logicidad, y la veracidad implica
realidad. Según Ortega, con Aristóteles, el pensamiento griego llega a su madurez,
a consecuencia de su reforma del platonismo; tanto Platón como Aristóteles, que
era un platónico, el conocimiento es genuinamente abstracto, pero para Platón, las
ideas tenían otro estatus ontológico que las cosas concretas, mientras que, para
Aristóteles, que transforma la idea platónica en concepto, tiene mucho valor el ente
concreto. La filosofía platónica la expone muy bien Ortega sintetizada en la
siguiente cita:

Cuando Platón quiere conocer una cosa que está a su vera, lo primero que
hace es echar a correr en dirección opuesta, alejarse infinitamente de ella, irse más allá
de los astros, y desde un lugar supraceleste, viniendo en retorno, ver qué se puede decir
con sentido sobre las cosas de este mundo que tanto carecen de él. Esta platónica fuga,
para acercarse, me parece la invención más genial que en el orden teorético se ha hecho
en el planeta, sin que quepa comparársele ninguna otra.

Esta cita de la página 206 refleja la genial invención del platonismo que
hasta hoy día influye en la ciencia moderna, ya que como dice Ortega, no cabe
dudar que la ciencia moderna, es decir, la física de Newton y de Einstein son
platonismo en marcha.

Según Ortega, la facultad no ética fundamental para Aristóteles es la


facultad sensitiva, algo que denota el realismo que el filósofo griego representa en
contraposición con Platón. El primer “hacerse cargo” de un objeto, proviene de la
impresión sensible del mismo en nuestra mente. Así comienza a construirse el
conocimiento humano. Esta facultad, según Ortega, tiene muchas más
implicaciones y profundizaciones en Aristóteles que en la psicología moderna.
Como nos dice en la última página de los Analíticos Segundos Aristóteles, el
conocimiento de los principios supone una intuición sensible, con lo que entramos
en la cuestión de la diferenciación entre sensación y conceptuación, donde para
Aristóteles, la sensación es siempre una facultad inferior, propia de los animales
que no poseen razón, mientras que la conceptualización es la capacidad esencial
del ser humano. Con todo, Aristóteles era plenamente consciente que un
pensamiento abstracto no es posible sin una imagen sensorial o una percepción. Es
interesante subrayar una nota a pie de página en la que Ortega establece una
similitud entre la epistemología aristotélica y la de Edmund Husserl, de la página
207-208:

De hecho, pues, ejerce la sensación en Aristóteles, una porción de funciones


intelectuales que suelen atribuirse exclusivamente al discurso y a la razón o
entendimiento. Es ella un juicio, solo que ante-predicativo. Sería esclarecedor
compararla con el análisis de la percepción que hace Husserl en el último libro
preparado para su publicación antes de su muerte: “Erfahrung und Urteil”.
Muestra este cómo casi todo lo que el juicio expreso va a enunciar haciendo lo
explícito está ya en forma muda y contracta en la percepción. Sin darse cuenta de
ello, Husserl no hace más que desarrollar plenamente con la minucia y rigor que
son sus virtudes lo que Aristóteles piensa en abreviatura, hasta el punto de que el
título de su libro “Experiencia y juicio” podría traducirse al aristotelismo diciendo
“Sensación y Logos”.
Ahora Ortega vuelve otra vez sobre la cuestión de los universales, que son
producto de aisthesis y logos. Podríamos establecer cinco procedimientos
necesarios en la formación de un concepto universal. En primer lugar, tenemos la
intuición de una cosa singular sensible mediante la facultad de la memoria o la
fantasía. Como segundo paso, tendríamos la actuación de la imaginación, que
entroncará con la abstracción de componentes idénticos de dos objetos diferentes.
Por último, tenemos la apercepción de identidad de componentes de sensaciones
de objetos particulares distintos, con lo que ya llegaríamos a la formación del
concepto, teniendo en cuenta que lo entendido en la conceptualización es también,
y ya previamente, comprendido de modo parcial en la fase de la sensación.

Tenemos ahora como resultado lo que se conoce como concepción unitaria


de la metafísica: la metafísica como gnoseología y ontología, porque como hemos
dicho, para Ortega, el extracto sensual o concepto se vuelve hacia la cosa concreta,
o lo que es lo mismo, el Logos se hace ousía. Se manifiesta la esencia de la cosa y
así, tendríamos como proceso total, la atribución de existencia y comprensión
global de la misma esencia de un ente.

Para terminar con esta cuestión, podríamos citar un comentario de Tomás


de Aquino al De anima de Aristóteles: Sensus est quodammodo et ipsius universalis
(el sentido o la sensación es de alguna manera, un universal).

CONCLUSIONES GENERALES.

La obra me ha parecido un descubrimiento harto interesante, al que he


dedicado buena parte de mi tiempo a entender y profundizar. Abunda un estilo
literario muy sugerente, y más en dos temas tan abstrusos y enredados como son la
epistemología y la metafísica. Pero Ortega hace uso de un sinfín de metáforas y
ejemplos que ilustran las tesis que va analizando y exponiendo. Termino así con
una cita de Gustavo Bueno, que podemos encontrar en la reseña que el autor riojano
hace de la obra sobre la que han versado estas páginas, y en donde muestra su más
profunda admiración por Ortega:

Ortega nos transmite, más en concreto, el esquema adecuado de conducta


del filósofo ante los demás: asumiendo textos, interpretándolos desde el juicio
solitario y propio y no simplista, sino resultante de la lucha y pulimentación en la
mente de las ideas eruditas entre sí. Lo que muchos clasifican en Ortega como
mera literatura debe consignarse, más adecuadamente, a esta actitud, no sólo
pedagógica, sino parenética del maestro. Una «frase brillante», una «cita curiosa»
(como la de la página 407, por ejemplo), un «ejemplo» no son solamente virtudes
expositivas. Un ejemplo es, a veces, más importante que la doctrina recibida. Pues
significa que el hablante ha recreado lo que expone, lo ha calentado con su sangre,
lo ha matizado y encarnado en un mundo propio y, sobre todo, real, efectivo,
viviente. A fin de cuenta, la Sabiduría no existe en los libros, sino en la mente de
los filósofos que la cultivan.
BIBLIOGRAFÍA.

1. La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva.


Ortega y Gasset. Editorial CSIC, Edición ampliada a cargo de Javier Echeverría.

2. Ortega como estudioso de Aristóteles y Leibniz. Javier Echeverría.


Publicado en Universidad del País Vasco.

3. Sobre el alma, Aristóteles. Editorial CSIC.

4. La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva.


Reseña. Gustavo Bueno. Filosofía.org.

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