[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
317 vistas2 páginas

Leyenda Áurea: San Jorge (Lectura Cristiana Del Siglo XIII)

Historia del el combate de San Jorge y el dragón, contenida en La Leyenda áurea o dorada escrita a mediados Siglo XIII, donde se recogen lecturas sobre la vida de unos 180 santos y mártires cristianos a partir de obras antiguas y de gran prestigio. Obra original escrita por: Santiago (o Jacobo) de la Vorágine, arzobispo de Génova. Siglo XIII.

Cargado por

Astronaut A4-3
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
317 vistas2 páginas

Leyenda Áurea: San Jorge (Lectura Cristiana Del Siglo XIII)

Historia del el combate de San Jorge y el dragón, contenida en La Leyenda áurea o dorada escrita a mediados Siglo XIII, donde se recogen lecturas sobre la vida de unos 180 santos y mártires cristianos a partir de obras antiguas y de gran prestigio. Obra original escrita por: Santiago (o Jacobo) de la Vorágine, arzobispo de Génova. Siglo XIII.

Cargado por

Astronaut A4-3
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 2

Leyenda áurea: San Jorge

[Santiago de la Vorágine: Siglo XIII]

El tribuno Jorge, del linaje de los


capadocios, en cierta ocasión llegó a
la provincia de Libia, a una ciudad
llamada Silena. Al lado de esta
ciudad había un estanque parecido a
un mar, en el que se ocultaba un
dragón pestilente, que a menudo
ponía en fuga al pueblo armado
contra él y, acercándose a los muros
de la ciudad, con su aliento los
destruía a todos. Obligados por esta situación, los ciudadanos le entregaban dos
ovejas cada día para calmar su furor; de otra manera, traspasaba los muros de la
ciudad y corrompía el aire de tal manera que morían a miles.

Cuando, por tanto, ya casi faltaban ovejas, más no pudiendo tenerlas en


abundancia, se proclamó una ordenanza según la cual tributarían una oveja con el
añadido de un hombre. Cuando, pues, eran entregados a suertes los hijos e hijas de
todos los hombres y la suerte no exceptuaba a nadie, y cuando ya casi todos los
hijos e hijas habían sido tragados, en cierta ocasión, la única hija del rey fue elegida
al azar y adjudicada al dragón. Entonces el rey, entristecido, dijo: «Tomad oro y plata
y la mitad de mi reino y perdonadme la hija, para que no muera de tal manera». A lo
que el pueblo respondió con furor: «¡Tú, rey, hiciste este edicto y ahora todos
nuestros hijos están muertos y tú quieres salvar a tu hija! Y si no cumples con tu hija
lo que ordenaste a los demás, te prenderemos fuego a ti y a tu casa». Viendo esto,
el rey comenzó a llorar por su hija, diciendo: «Ay de mí, hija mía dulcísima, ¿qué
haré contigo? ¿O qué diré? ¿Cuándo, además, veré tus bodas?». Y, girándose
hacia el pueblo, dijo: «Ruego que me deis un tiempo de ocho días para llorar por mi
hija». Habiendo admitido esto el pueblo, al cabo de los ocho días este volvió,
diciendo con furor: «¿Por qué arruinar tu pueblo a causa de tu hija? ¡Mira cómo
todos morimos por el aliento del dragón!». Entonces, el rey, viendo que no podía
liberar a la hija, se vistió con ropas regias y, abrazándola, le dijo entre lágrimas: «Ay
de mí, hija mía dulcísima, creía que nutrirías hijos en tu regazo real, y ahora te vas
para ser devorada por el dragón. Ay de mí, hija mía dulcísima, esperaba invitar a los
príncipes a tus bodas, adornar el palacio con perlas, oír timbales y órganos; y ahora
te vas para ser devorada por el dragón». Y dándole un beso la despidió, diciendo:
«Ojalá, hija mía, me hubiera muerto antes que perderte así». Entonces ella se echó
a los pies del padre pidiendo su bendición. Cuando el padre la bendijo entre
lágrimas, fue hacia el lago.
Cuando San Jorge, que casualmente pasaba por allí, la vio llorando, le preguntó qué
le pasaba. Y ella le dijo: «Buen joven, sube deprisa al caballo y huye, no mueras
conmigo de la misma manera». A lo que contestó Jorge: «No temas, hija; mejor
dime por qué estás aquí de pie con todo el pueblo mirando». Y ella: «¡Como veo,
buen joven, eres de un corazón magnífico, pero no desees morir conmigo! Huye
velozmente». A esto, Jorge respondió: «De aquí yo no me iré hasta que no me
cuentes qué te pasa».

Como, en consecuencia, le expuso todo, Jorge dijo: «Hija, no temas, porque en el


nombre de Cristo te ayudaré». Y ella le respondió: «Buen soldado, apresúrate a
salvarte a ti mismo, no mueras conmigo; basta si muero yo sola, ya que no me
podrías liberar y morirías tú conmigo». Mientras hablaban, he aquí que el dragón se
acercaba, asomando la cabeza desde el lago. Entonces la joven, temblando de
miedo, le dijo: «Huye, buen señor, huye de prisa». Entonces Jorge, subiéndose al
caballo y protegiéndose con la señal de la Cruz, cargó audazmente contra el
dragón, que venía de frente; y blandiendo fuertemente la lanza y encomendándose
a Dios, lo hirió gravemente y lo tumbó en el suelo, y dijo a la joven: «Lanza tu cinto
al cuello del dragón sin dudar, hija».

Ella así lo hizo, y el dragón la siguió como si fuera un perrito mansísimo. Entonces,
cuando lo condujo a la ciudad, los habitantes, viéndolo, empezaron a huir por las
montañas y las colinas diciendo: «Ay de nosotros, que ahora moriremos todos!».
Entonces San Jorge les hizo un gesto con la cabeza, diciendo: «No tengáis miedo,
ya que el Señor me ha enviado a vosotros para esto, para liberarlos de los castigos
del dragón. Sencillamente, creed en Cristo y bautizaos cada uno de vosotros y
mataré a este dragón». Entonces el rey y todos los habitantes fueron bautizados, y
San Jorge, desenvainada la espada, mató al dragón y ordenó que fuera llevado
fuera de la ciudad. Entonces cuatro pares de bueyes lo llevaron fuera, a un gran
campo. Por un lado, fueron bautizados ese día veinte mil, exceptuados los
pequeños y las mujeres. Por otro, el rey construyó una iglesia de un tamaño
admirable en honor de Santa María y San Jorge. De su altar mana una fuente
constante, y beber de esta fuente cura a todos los enfermos. Además, el rey ofreció
un sinfín de dinero a San Jorge, quien, no queriendo recibirlo, mandó que se diera a
los pobres.

Entonces, Jorge instruyó al rey brevemente sobre los cuatro preceptos, es decir, que
cuidara de las iglesias de Dios, que honrara a los presbíteros, que escuchara con
atención el oficio divino y que siempre se acordase de los pobres.

Y así, después de darle un beso en la mano al rey, partió. Sin embargo, en algunos
libros se lee que, mientras el dragón se acercaba a devorar a la joven princesa,
Jorge se protegió con la señal de la Cruz y, atacándolo, lo mató.

También podría gustarte