0.5 The Den of Sin
0.5 The Den of Sin
Vasili Nikolaev.
Peligroso. Mortal. Y, sobre todo,devastador.
Es el rey de Nueva Orleans.
El gobernante de la mafia rusa y el hermano mayor de mi mejor
amiga, el que me hace la boca agua.
En la noche de Halloween de mi último año en la universidad, le
di todo. Mi cuerpo. Mi corazón. Mi alma.
Lo quemó todo con el primer rayo del alba.
Lección aprendida. Seguí adelante. Ahora, cinco años después,
tengo una carrera que adoro, un novio. Pero Vasili ha vuelto a mi
vida. Una tentación que no necesito.
Una cosa es segura. Nikolaev siempre ajusta cuentas.
Destruirá todo y a todos, incluyendo a mi novio.
La pregunta es... ¿Cuál es el objetivo final de Vasili? ¿Me
destruirá de nuevo o seré el Fénix que resurja de las cenizas que dejó
atrás y tomaré lo que siempre he querido? Él.
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Isabella
Isabella
Vasili
Ryan Johnson tuvo suerte que no estrellara su bonita cara contra el
suelo de mármol de esta sala de recepción entre todos los periodistas.
Con la mandíbula apretada, le vi atraer el suave cuerpo de Isabella
hacia él y presionar su boca contra la de ella. Ella lo dejó, pero había
una ligera tensión en su cuerpo. Leí las respuestas de su cuerpo como un
libro abierto. Puede que la haya tenido solo una noche, pero se derritió
bajo mi toque y mi cuerpo. Joder, la forma en que se fundió conmigo
aquella noche fue pura perfección.
Y lo tiré todo por la borda. Para cumplir una promesa, pensé
amargamente.
Desde el momento en que la vi con ese vestido, sus increíbles tetas a
la vista y las aberturas a ambos lados de la falda mostrando sus
piernas a cada paso, mi dura polla se negó a calmarse. No había nada
más que deseara matar a su novio y llevarla a casa conmigo. Todo en
ella me ponía la polla dura. Y la forma en que levantaba su altiva
barbilla, desafiante en sus ojos... joder, era suficiente para hacerme
derramar.
Ryan depositó otro beso en su suave piel y apreté las muelas. Ella
no era suya. Todavía podía oír sus gemidos en mi cabeza, sentir su
suave piel bajo mis ásperas palmas. La rabia me cegó al ver que su
novio la tocaba.
Hice rodar la ira de mis hombros al ver a Ryan poner su boca sobre
ella y tocarla. No sería un buen augurio si me pusiera en modo ataque.
Todavía no. No era el momento de demostrar quién era el dueño de
Isabella Taylor. ¿O debería decir Santos?
Su vestido rojo abrazaba su cuerpo, con la espalda abierta, lo que
me permitía ver toda su suave piel. Hizo que mi polla se estremeciera
dolorosamente. Desde aquella noche de hace cinco años, se había
grabado en mi sangre, negándose a abandonarme. Era como una
maldita hechicera, embrujándome y se negándose a abandonarme. Su
mirada inocente y vulnerable, la forma en que transmitía su dulzura,
me atraían. Era una mujer hermosa, pero esa vulnerabilidad y dulzura
era lo que ponía a los hombres de rodillas. Era un auténtico tesoro para
los hombres, dispuestos a cometer un asesinato para probarla.
Fue la razón por la que hice que mis hombres la vigilaran desde el
momento en que la conocí, junto a mi hermana. Incluso después de
aquella noche en que aplasté su corazón bajo mis costosas botas, tenía
hombres vigilándola. No podía dejarla ir. Me dije que era para poder
vigilarla siempre, pero por primera vez en mi maldita vida, me había
mentido a mí mismo.
Desde que la conocí, siempre había acechado en las sombras. Ella
era un peón para mi venganza, pero la broma fue para mí. La relación
entre mi padre y su madre fue mucho más de lo que mi madre hizo
creer. No había ningún inocente en ese maldito triángulo.
En realidad, ¡borra eso!
Isabella era la única inocente en todo aquel fiasco. El
arrepentimiento era amargo, pero el deseo y la necesidad de ella nunca
disminuyeron. Cinco años y todavía podía saborearla en mis labios,
sentir su suave cuerpo deshaciéndose bajo mi toque, oír sus gemidos.
Desde aquella noche, no he podido quitármela de la cabeza. La forma
en que se entregó a mí, sin reservas, sin guardarse nada. Fue
impagable, es adictivo, embriagador.
Su confianza ciega hizo que mi traición fuera aún peor.
Pero ya había terminado de pagar por mis pecados. O los de
nuestros padres. Esta vez, jugaría por mi reina.
Que empiecen los juegos.
Capítulo 3
Isabella
Isabella
El molesto y persistente zumbido del timbre me despertó.
Buzz. Buzz. Buzz. Buzz.
—Uf, vete —murmuré en voz baja.
No tenía sentido levantarse. Desde el incidente con Ryan desde hace
una semana, mi teléfono no para de sonar y el timbre de mi puerta
también. Los periodistas y los paparazzi me han acosado tanto que, en
mi tercer día de trabajo, después que las fotos de Ryan follándose a
una mujer se hicieran virales, el jefe del departamento de Urgencias
me pidió que no volviera al trabajo. Necesitaba ese trabajo, no solo por
el sueldo, sino también para terminar mi residencia, para poder estar
totalmente cualificada. Además, me ayudó volcándome en el trabajo
para sobrellevar los días, esta angustia y esta humillación.
Me dijo que me mantuviera alejada hasta que las cosas se
calmaran. Pude entender su petición, esos periodistas se estaban
descontrolando. Entrando en Urgencias, fingiendo lesiones, incluso
obteniendo lesiones reales, solo para acercarse a mí y sacar una foto.
Pensé que, con el paso del tiempo, el interés disminuiría. Pero no fue
así. En todo caso, se convirtió en un tema aún más importante.
Buzz. Buzz. Buzz. Buzz.
Puse la almohada encima de mi cabeza, ignorando el persistente
zumbido.
—Sé que estás ahí dentro —gritó una voz femenina conocida—. Ya
no puedes ignorarme.
¿Podría ser...?
Me levanté de la cama, me dirigí a la puerta asomándome por la
mirilla.
—Oh, Dios mío —abrí la puerta de golpe—. ¡Tatiana!
—Sí, soy yo —anunció, entrando en mi pequeño apartamento.
Cerré rápidamente la puerta y eché el cerrojo. No me extrañaría
que esos malditos paparazzi entraran si encontraban una puerta sin
cerrar.
—¿Qué haces aquí? —Vivía entre Nueva Orleans, D.C. y Nueva
York. Apenas nos veíamos ya.
—He visto lo que ha sucedió —respondió, como si eso lo explicara
todo. Cuando continué con la mirada perdida, dejó escapar un
profundo suspiro—. Necesitabas que te salvaran. Te envié como veinte
mensajes y no respondiste ni uno solo. —Me quedé mirando esos ojos
azules pálidos tan parecidos a los de su hermano. Realmente, intenté no
recordar esos ojos y esa noche, pero era difícil no hacerlo cuando
miraba a mi mejor amiga. Probablemente por eso evitaba tanto a ella
y a su hermano, Sasha. Los quería a los dos, pero el riesgo de
encontrarme con Vasili y su parecido me hacía correr y esconderme.
Muchas de las cosas me hacían ver eso. Todavía corría hacia él.
Me dirigí a mi pequeña cocina, Tatiana justo en mi camino.
—Lo siento. Mi teléfono ha estado explotando. Hay miles de
mensajes y llamadas. Yo solo... —Intenté justificarme, pero qué podía
decir. Estaba demasiado deprimida después de perder a mi novio y mi
trabajo en la misma semana—. No tenía ganas de revisarlos todos.
—Solo te escondes —anunció ella, sin andarse con rodeos—. Pero al
menos deberías haber leído los mis mensajes.
Respiré profundamente. Ella tenía razón, no tenía sentido negarlo.
Me estaba escondiendo y no estaba en el mejor estado de ánimo. He
sido humillada públicamente, toda mi vida hecha pedazos y, para
colmo, no he podía dedicarme a mi trabajo. Porque también perdí eso.
—Perdí mi trabajo —murmuré.
La expresión de su rostro era de asombro.
—¿Qué? —Su voz era chillona cuando se alteraba—. ¿Por qué?
¿Cómo?
—Los periodistas y los paparazzi pululaban por Urgencias. —
Abrazándome, me sentí como un fracaso—. Fingiendo heridas, haciendo
heridas reales, y simplemente no era seguro. Para cualquiera.
—Eso es una mierda —escupió—. ¿Y dejas que te despidan?
—Tatiana, no lo habría hecho, pero las enfermeras tenían que hacer
turnos de dieciséis horas por culpa de esos idiotas. No era justo, y Janet,
nuestra jefa de Urgencias, solo intentaba cuidar de todos.
—Seguro que no estaba cuidando de ti.
Me encogí de hombros. No había nada que pudiera hacer
realmente. Solo sabía que tenía que encontrar otro trabajo y terminar
mi formación como residente. Era el último paso necesario, y ya estaba
casi en la recta final.
—Te ofrecería algo de beber —murmuré—, pero la nevera está vacía
y se me ha acabado el café.
—¿Tienes vino? —Sacudí la cabeza como respuesta—. ¿Cualquier tipo
de alcohol?
—Tal vez un Kahlua 2 —murmuré.
Hacía semanas que no iba al supermercado. Al principio, porque
estaba demasiado ocupada, y ahora, porque no quería mostrar mi cara
en ningún sitio. Entre mi trabajo y Ryan, apenas comía en casa, así
que tenía lo mínimo en la nevera. Y mi suministro de alcohol era
prácticamente inexistente. Definitivamente me arrepentí de eso esta
semana pasada.
Tatiana se acercó a mí y tomó mi cara entre sus manos. Dios,
cuando hacía eso, me recordaba a una madre. Y Tatiana era solo unos
meses mayor que yo.
El recuerdo de mi madre siempre me dolía. La echaba de menos.
Ella nunca llegó a verme graduarme en la universidad. Fue otro golpe
después que Vasili aplastara mi corazón con un martillo. Y todos mis
ideales sobre mi madre. Había tantos secretos que acechaban en el
pasado, y a veces deseaba permanecer ignorante de todos. Pero gracias
a Vasili, todos salieron a la luz. Unos meses más tarde, a mamá le
diagnosticaron un cáncer en fase cinco y falleció dos escasas semanas
después.
Vasili
Me gustaba el orden, las reglas y la sumisión. Era lo que hacía que
el nombre Nikolaev fuera temido entre nuestros competidores y
enemigos. Nuestro nombre era sinónimo de poder, riqueza y dinero. Se
necesitó mano de hierro y control para que todo funcionara como una
máquina bien engrasada.
Éramos dueños de Nueva Orleans, aunque nuestros negocios se
expandían por Detroit, D.C., Los Ángeles y ahora nos hemos
aventurado en Florida. Para consternación de la familia Santos. Y eso
era solo en EE.UU. Teníamos negocios en todo el mundo, comenzando
por la mayor parte en Rusia.
La familia Santos ha tenido el control de Florida y manejaba sus
drogas, armas y casinos solo en ese territorio. En los últimos tres años, el
menor de los Santos, Raphael, ha trabajado con Luciano Vitale, Cassio
y Luca King, así como con Nico Morrelli y Alessio Russo. Todo ese
grupo trabajaba contra el tráfico de personas, lo cual estaba
perfectamente bien para mí. Odiaba a los criminales que se
involucraban en ese negocio. Había muchas otras formas de hacer
dinero. La familia Nikolaev ha estado en contra del tráfico de carne
durante generaciones.
Fue lo que inició una disputa entre las familias Santos y Nikolaev;
el padre de Raphael, siendo joven y estúpido, movió carne para Benito
King, la escoria del mundo de los mafiosos, sobre nuestro territorio hace
casi cuarenta años. Y desde entonces, la enemistad no ha cesado,
alimentada por agravios adicionales. Al menos Raphael Santos no era
tan tonto como su padre, que insistía en el tráfico de personas.
Lombardo Santos había estado bebiendo de la manguera de Benito
King durante los últimos cuarenta años y estaba más que dispuesto a
jugar en ese sangriento lío.
Pero Lombardo Santos ya estaba muerto. ¡Gracias a mi querido
hermano!
Entré en mi edificio y percibí cómo los ojos de todo el mundo se
apartaban de mí antes de alejarse para permanecer invisibles. El
dinero y el poder que me respaldaban hacían que la gente se
acobardara. Estaba seguro que mi gran tamaño y mi reputación
también tenían algo que ver. Siempre he sido un hombre corpulento y,
cuando me enfrentaba a familias criminales contrarias, no dudaba en
manejar las cosas yo mismo. Eso me hizo ganar una reputación que la
gente temía, pero me aseguró que los enemigos no se enfrentarían a
mí. No, a menos que tuvieran ganas de morir.
Llegué a mi despacho sin ser molestado, solo para encontrar a mi
hermano sentado con los pies apoyados en mi escritorio.
—¿Qué diablos estás haciendo, Sasha? —ladré a mi hermano que
estaba leyendo una maldita revista People.
En las últimas semanas, la más mínima provocación hacía arder mi
ira. Desde la noche en que tuve a Isabella a mi alcance, ahogándome
en su mirada color whisky y su perfume.
No se puede negar, mi estado de ánimo había sido especialmente
amargo desde que vi a esa mujer. Estaba en un constante estado de
excitación que nadie podía saciar, excepto ella.
—Leyendo una revista.
—Saca tus pies de mi escritorio antes que te golpee tu puto trasero.
Todos en mis negocios, legales e ilegales, cedían a mis exigencias.
Incluso Alexei, mi medio hermano, ya no me jodía. Probablemente
porque se convirtió en un asno gruñón como yo. Pero Sasha y Tatiana
hicieron exactamente lo que no quería que hicieran. Como que
disfrutaran en cabrearme. Ninguna de los dos tenía interés en los
negocios, lo que dejaba todo sobre mis hombros.
No me importaba en su mayor parte, pero me irritaba cuando mi
hermano se comportaba como un imbécil extravagante leyendo una
maldita revista People. Un maldito francotirador, un asesino, leyendo
People. ¡Qué mierda!
—¿Quieres saber lo que leí en la revista People? —No entiendo por
qué pensó que me importaría una mierda. Nadie más que las chicas
leen esa basura.
Apreté los dientes, manteniendo la boca cerrada o arriesgándome a
perder la cabeza con él. Acababa de salir de una buena reunión en la
que habíamos adquirido una propiedad clave en Nueva Orleans. A mi
hermano solo le interesaban sus actividades de francotirador y el
próximo tipo que pudiera eliminar. Cualquier cosa que tuviera que ver
con los negocios y sus ojos se volvían vidriosos.
Pero era ahora cuando lo necesitaba a él y a Alexei más que nunca.
Ambos eran familia, si me sucediera algo, se harían cargo del negocio
Nikolaev. Los tres teníamos los mismos principios: no traficar nunca con
personas, no blanquear dinero para otros y no hacer nunca ningún
jodido negocio con hombres que traficaban con personas.
Después de mi encuentro con Isabella, volé a Rusia para ocuparme
de nuestros negocios allí. Los malditos Benito King y Alphonso Romano
habían intentado mover carne por mi territorio a mis espaldas. Nunca
permitiría que eso sucediera. Iba en contra de todo lo que representaba
la familia Nikolaev.
Sasha y Alexei también odiaban el tráfico de personas. Lo odiaban
tanto que a ambos les gustaba fijar sus propios objetivos y eliminarlos.
Fue una de las razones que impulsó a Sasha a matar a Lombardo
Santos. No es que me opusiera a eliminar a la gente que participaba
en el tráfico de personas, pero no podíamos comenzar una guerra total
con cada familia que Sasha y Alexei querían eliminar.
Aunque no me habría opuesto a matar a Benito King y a Alphonso
Romano, eso sí me haría ganar un gran favor de Luciano Vitale. Su
esposa llevaba tres años desaparecida, y él culpaba a su tío y casi
había conseguido llevar a la familia Romano a la bancarrota. Lástima
que no necesitaba los favores de Luciano. Y no quería un conflicto con
Benito King que convirtiera a mi familia en un objetivo,
debilitándonos.
Si me sucedía algo, sabía que mis hermanos no dejarían que todo
cayera en manos de nuestros rivales. Necesitaba que pensaran antes de
actuar. Nuestro vasto negocio podía hacer mucho daño si se utilizaba
de la forma en que operaban algunas de nuestras familias rivales. Si
me sucedía algo, necesitaba que mis dos hermanos menores
mantuvieran a Tatiana e Isabella a salvo. El hecho que mi padre se
negara a hacer negocios con Benito King, el cabecilla del tráfico de
personas, y con Alphonso Romano convirtió a Tatiana en un objetivo.
Mientras estaba fuera, Sasha y Alexei se encontraron como nuevos
objetivos con el jefe de la familia Santos. Podía entender la necesidad
de mi hermano de matar al viejo bastardo. Lombardo no solo participó
en el tráfico de carne, sino que también fue responsable indirecto de la
muerte de nuestro padre hace diez años. Pero la ejecución de Lombardo
por parte de Sasha y Alexei no era el movimiento correcto. Al menos
no todavía. Matamos a su hijo mayor en pago de esa deuda unos años
antes.
—Tomaré eso como un sí —continuó Sasha, completamente
imperturbable por estar haciéndome perder el tiempo. Y el suyo propio,
porque a mí me importaba una mierda cualquiera de esa revista.
Mantener a mi familia a salvo debería ser toda nuestra atención ahora
mismo—. ¿Recuerdas a la amiga de Tatiana? Isabella Taylor. —Mi
cuerpo se puso rígido al mencionarla. Completamente ajeno a todo,
Sasha continuó—. Vale, ha sido una pregunta tonta para hacerle a mi
frío hermano, pero me acuerdo de ella. Culo dulce y personalidad aún
más dulce. Al parecer, pilló a su famoso novio, Ryan Johnson, in
fraganti follándose a una chica. Tienen todo un debate sobre lo que
debería haber hecho.
Ignorando a mi hermano, me senté detrás de mi escritorio y encendí
mi portátil escaneando mi retina.
—Saca tus putos pies de mi escritorio, o te romperé las dos piernas. —
Esta sería la única jodida respuesta que obtendría de mí. Ni siquiera
me molesté en echarle una mirada, pero el tono amenazante de mi voz
fue finalmente suficiente para que obedeciera.
Sasha no sabía que tuve el dulce culo de Isabella en mis manos
durante una gloriosa noche. Nadie lo sabía más que Isabella y yo. No
sabía que su coño se convirtió en mi obsesión y que, incluso después de
cinco largos años, podía recordar su dulce sabor y sus gemidos mientras
la follaba duro. ¡Una noche! Esa chica necesitó una noche para hacer lo
que ninguna otra mujer había hecho. Convertirme en un adicto a su
coño.
Cuando nuestras miradas se cruzaron en la ceremonia de entrega de
premios, el tiempo se detuvo de nuevo. Desde el primer momento en
que puse mis ojos en ella, el primer año de Tatiana, la deseé. Me
importaba una mierda su edad o cualquier otra cosa. Solo su dulce culo.
Hasta que descubrí quién era su madre. E incluso entonces, mi polla se
centró en ella y no retrocedió.
Ryan Johnson era una estrella de rock inmadura a la que le
gustaba follar con chicas. Isabella estaba demasiado ciega para verlo.
Si alguna vez se hubiera molestado en coger las revistas
sensacionalistas, habría visto pruebas de ello en todas las páginas. E
hice que mis hombres confirmaran los rumores. Ese bastardo consiguió
el apartamento en mi edificio de Los Ángeles solo por su conexión con
Isabella, y para que pudiera vigilarlo. En el momento en que escuché
que estaba tratando que se mudara con él, me dispuse a quemarlo. No
era lo suficientemente bueno para ella.
El texto enviado a Isabella para que se reuniera con él ese día fue a
propósito.
—Bien, sé así —gruñó Sasha—. Todo trabajo, nada de diversión. —Tiró
la revista sobre mi escritorio—. Bien, sobre el trabajo entonces. He
buscado algo de información sobre el viejo Santos.
—El que mataste —gruñí, recordándole el jodido lío que había
empezado. Siempre tenía que agitar el fuego.
Sin saberlo, con su precipitada decisión, Sasha puso en marcha más
asuntos de los previstos. No quería que la gente equivocada indagara
demasiado en los asuntos de Lombardo por una muy buena razón.
También odiaba a todos esos hijos de puta, pero para proteger a
Tatiana e Isabella, libraba nuestras batallas de forma diferente. No al
estilo de ejecución, sino más bien en la línea de derribar sus imperios.
Algo así como Luciano Vitale, el tipo que dirigía toda Nueva Jersey,
Connecticut y parte de Nueva York junto a Cassio King, el hijo
ilegítimo de Benito King. Este último odiaba a su padre, tanto como su
hermano menor, Luca.
Ahora que Lombardo Santos se había ido, su hijo menor Raphael se
convirtió en el jefe del imperio de Santos. Y si conociera a Raphael
Santos, también se negaría a participar en el tráfico de personas. Si
Benito King o Alphonso Romano se enteraban de la existencia de
Isabella, pronto se convertiría también en un objetivo. Nadie sabía de
la conexión, que convertiría a Isabella en el objetivo del mundo de la
mafia, nadie excepto yo. Ella ni siquiera lo sabía, pero su nombre ya se
susurraba en los bajos fondos.
Fue la razón por la que volví de Rusia antes de lo previsto. La
ejecución de Santos provocó un desastre y una tormenta de mierda con
la que lidiar. Hicimos que pareciera que el cartel mexicano lo había
hecho, pero ese cambio de culpa no duraría mucho. Raphael Santos, el
único hijo vivo que quedaba, no era tonto, y sería un error
subestimarlo. Además, no estaba seguro que supiera lo de Isabella, y no
estaba dispuesto a que fuera un objetivo abierto.
Así que mi regreso anticipado tuvo múltiples beneficios; puse en
marcha mis planes para llevar a Isabella Taylor a mi cama, la
mantuve alejada de los malditos criminales del hampa, sin incluirme a
mí, y, por último, salvé la última compra cerrada de la inmobiliaria. El
gestor de cuentas y el ingeniero casi la cagan. No hace falta decir que
ambos fueron despedidos. Nueva Orleans sería mía para siempre, y mi
familia estaría a salvo aquí.
—El maldito idiota se lo merecía.
Las familias Santos y Nikolaev están enemistadas desde hace más
de cuarenta años. El hijo mayor de los Santos, Vincent Santos, le costó
la vida a nuestro padre hace diez años. E hicimos que Vincent lo
pagara con su propia vida. Pero la tensión seguía siendo alta. Nuestro
imperio crecía y se expandía; nuestra reciente adquisición de algunas
propiedades clave en Florida echaba más leña al fuego. A mi hermano
le gustaba matar. Como he dicho, me gustaba aplastar a mis
competidores de una manera ligeramente diferente.
Pero Santos seguía queriendo jugar en el cajón de arena fuera de
Florida, así que me mantuve al tanto de sus negocios y siempre estuve
un paso por delante de ellos. Era el dueño del cajón de arena, y eso les
dificultaba un poco la expansión de su imperio. Más les vale vigilar su
propio cajón de arena, de lo contrario, también acabaría siendo dueño
de Florida.
—¿Qué has encontrado? —terminé preguntando a mi hermano. Está
claro que mi hermano pequeño alargaría esto eternamente, a no ser
que consiga que lo escupa y siga adelante.
—Aparentemente, hay un rumor que el viejo Santos tiene una hija.
Levanté la cabeza del portátil.
—Eso no puede ser cierto —le dije. ¿Cómo es que las piezas del
rompecabezas ya comenzaron a moverse? —A no ser que te refieras a
Vincent.
—En realidad, no. Me refiero a Lombardo Santos. Tiene una hija de
veintiséis años —se explayó Sasha—. No ha formado parte de su vida,
la madre la mantuvo en secreto y él solo supo de ella, hace poco. Mis
fuentes me dicen que sabía de ella desde hace unos cinco años.
—Nombre —exigí. Tenía que saber qué sabía la familia Santos. ¿O
cuánto conocía Sasha? No sabía qué haría con ello, pero siempre era
bueno tener información en el bolsillo.
—Todavía no tengo uno, pero la estoy buscando.
—Sasha, pase lo que pase, no hagas ningún movimiento ni te
acerques a la mujer —advertí—. ¿Me entiendes?
—Sí, sí. —Sasha a veces era demasiado impulsivo y no pensaba en
las consecuencias. ¡Claramente! —No sé por qué no eliminan a esa
maldita familia de este planeta. Especialmente después de lo que han
hecho a Padre.
Nuestro padre se enteró que Lombardo tenía información sobre la
mujer que amaba y cayó directamente en la trampa de Vincent
Santos, el hijo mayor de Lombardo. Mi padre cometió el error de
confiar en las palabras de Santos cuando realmente buscaban una
forma de debilitar a nuestra familia. Intentaron desesperadamente
ampliar su territorio, para poder mover el tráfico de personas a través
de Luisiana.
—Y pagaron por ello —le dije con calma—. Si los eliminamos a todos,
habrá otra familia colombina presentándose para librar su batalla.
Prefiero mantener a Santos, sabiendo que los tengo bajo mi control, que
abrir la puerta a otra familia ávida de poder y deseosa de ocupar su
lugar. La familia Santos nunca podrá compararse con nosotros. Somos
dueños de negocios sobre la superficie y en el subsuelo. Ellos solo tienen
restos.
¡Sin mencionar la conexión de Isabella con ellos!
—Lo que sea. Supongo que por eso eres bueno en esta mierda de
dirigir. Solo quiero matarlos a todos. —Sacudí la cabeza ante mi
hermano. Le quería, pero deseaba que pensara un poco más en el
aspecto comercial que supone una matanza que en el mero afán de
matar y eliminar—. Te dejo la revista aquí para tu placentera lectura
—se burló y salió del despacho.
En el momento en que la puerta se cerró, la familia Santos y todo
este maldito lío de la mafia quedaron olvidados. Cogí la revista y
busqué la página sobre Isabella Taylor. No fue difícil encontrarla ya
que dedicaban casi la mitad de la revista a la pareja.
Ex pareja, añadí en silencio. No podía negar que estaba sumamente
complacido por cómo se habían desarrollado los acontecimientos. La
imagen de ambos juntos en la fiesta me crispaba los nervios. Todavía
quería matar al hijo de puta por haberla tocado.
Fotos de Isabella Taylor y Ryan Johnson llenaron varias páginas de
la revista, capturando sus últimos dos años juntos. Fueron el tema
principal de toda la edición con múltiples fotos de la pareja y cada una
de ellas me desagradaban.
Se veía hermosa, un recordatorio doloroso de lo que sostuve y
deseché. Nadie sabía cuánto me arrepentía de esas palabras, esa
mañana. Me convirtió en el verdadero y frío bastardo que la gente
pensaba de mí. Nunca me importó, excepto con ella. Quería que ella
viera mi verdadero yo.
Lo intentó, mi mente se burló. Y la desechaste.
El hecho es que ella vio mi verdadero yo. Aquel bastardo que
aplastó su corazón era el mafioso despiadado que todos temían. Nunca
me preocupé por una conciencia o remordimientos. Eso era para los
débiles. Pero no me gustó el dolor que vi brillar en sus hermosos ojos.
Ella no gritaba, ni lloraba, ni buscaba venganza. No era como nadie
que hubiera conocido antes. Tomar el camino correcto tuvo un nuevo
significado con ella.
Apartando todos esos pensamientos porque no tenían sentido, me
centré en la revista. En la mayoría de las fotos, ella evitaba mirar a la
cámara. Solo había unas pocas fotos en las que el fotógrafo captaba
toda su cara.
Era una de esas mujeres con una belleza impactante y un cuerpo
atemporal. Su esbelta figura con suaves curvas en todos los lugares
adecuados era el sueño húmedo de todo hombre. Tenía la edad de mi
hermana, acababa de cumplir veintiséis años, pero los años la hacían
más impresionante. Su parecido con su madre era su único defecto a
mis ojos. Odié las entrañas de su madre durante la mayor parte de mi
vida, pero ahora... estaba acabado. No podía luchar más contra esta
lujuria por Isabella.
Estudié la imagen de su cara. Sus ojos almendrados y su boca llena
dominaban su rostro. Sus ojos, del color del whisky, casi parecían brasas
contra su oscuro y espeso cabello que hacía que su piel de marfil
pareciera aún más pálida. A diferencia de la piel bronceada de sus
hermanos, la suya era como la nieve fresca. Su mirada, fija en las
páginas de la revista, tuvo el mismo efecto que recordaba. Se disparó
directo a mi alma.
Sus ojos siempre me producían algo. Como si pudiera ver cada parte
podrida de mí, pero en lugar de eso, se centraba en las pocas partes
buenas. Y cuando se reía, simplemente brillaba. A veces todavía puedo
escuchar esa risa en mi cabeza, junto con el olor del océano y la loción
bronceadora de piña que siempre parecía estar a su alrededor. Rara
vez me permitía pensar en ella. Cada vez que lo hacía, algo dentro de
mí se calmaba mientras mi pulso se aceleraba con una necesidad
primaria.
Ella es mi mayor debilidad. Nadie lo sabía, ni siquiera ella. El dolor
en sus ojos cuando puse los pecados de su madre a sus pies me había
estado persiguiendo desde esa noche. Me había costado más de lo que
nadie podría imaginar.
Apartando el pasado del camino, eché un vistazo al resto de las
fotos. Mi foto favorita de todas las páginas dedicadas a la pareja rota
era aquella en la que ella lo atrapó siendo infiel. La expresión
tranquila en su rostro era la comidilla del artículo. ¿Por qué no gritó o
arremetió? Aparentemente, todo lo que hizo fue dejarle las llaves y
marcharse sin decir nada mientras él se apresuraba a correr tras su culo
desnudo.
Pero esa expresión en su rostro, era la misma que me dio en su
graduación. Solo me saludó por Tatiana y luego se despidió, con una
expresión tranquila y cerrada. Los ojos que habitualmente me
buscaban ya no soportaban mirarme.
El mundo no conocía a Isabella Taylor como yo. Esa expresión era
de sin perdón. Ella había terminado con él y no le daría otra
oportunidad. Lo echó a perder.
Como lo hice yo. Excepto que lo hice a propósito, metódicamente,
devolviendo el sabor a la medicina de su madre. O eso creía.
Con la amargura de aquella noche todavía en la lengua, me
levanté y me dirigí al minibar de mi despacho. Cogí una botella de
whisky y me serví un vaso. Su color siempre me recordaba a ella. La
mujer era cautivadora, con una extraña habilidad para meterse en mi
piel sin siquiera intentarlo. Lo engullí de un solo trago. Pero aun así no
borró los amargos recuerdos.
Mi hermano y mi hermana nunca sabrían lo mucho que había
sacrificado por este gran nombre de Nikolaev, limpiando el desorden
que habían dejado nuestros padres. Y su desorden estaba envuelto en
pecados, mentiras y traiciones, tanto de mi madre y mi padre como de
la madre de Isabella.
Isabella
El sol calentaba, el aire húmedo y la música de la radio sonaba a
bajo volumen. Afortunadamente, Tatiana la tenía en una emisora de
los ochenta, así que no había posibilidad de escuchar al grupo de mi ex
novio.
Me esforcé por mantener mi mente alejada de todo. He pasado una
semana en Nueva Orleans, y hasta ahora, Tatiana ha manipulado
todo mi tiempo. No me importaba, excepto que tenía que encontrar un
trabajo. Mis ahorros me alcanzarían para dos meses como máximo. Y
eso en el supuesto que me concedieran el aplazamiento del préstamo
escolar por desempleo.
Qué vergüenza, pensé. Me sentía como una fracasada. ¡Estaba tan
cerca de terminar mi residencia!
Pero al menos había una cosa buena en la que Tatiana tenía razón.
En todos los lugares a los que fuimos en Nueva Orleans, a nadie
parecía importarle o saber quién era yo. Ryan Johnson y su banda
eran apenas un parpadeo en el radar aquí.
Casi me sentía como mi antiguo yo. Sin paparazzi, sin periodistas...
Solo necesitaba un trabajo que me mantuviera ocupada, y superaría
todo el fiasco en poco tiempo. Tatiana no había mencionado a Ryan ni
una sola vez desde L.A. Fiel a su palabra, Vasili no aparecía por
ningún lado. Me dije que era para mi alegría, no para mi
consternación. ¡Maldito hombre!
Tatiana organizó el embalaje de todo mi apartamento, cinco años
de mi vida, en veinte cajas, todo en un solo día. Mientras tanto, evalué
cada palabra pronunciada y cada mirada compartida, sobre
analizando las palabras, entre Ryan y yo. Sabía lo que me esperaba de
Ryan cuando empezamos a salir. Entré con los ojos abiertos y,
sinceramente, no pensé que duraría tanto como lo hicimos. Las estrellas
de rock son famosas por su serie de intereses amorosos. Cuando me
demostró que estaba equivocada, poco a poco fui bajando la guardia.
Pero igualmente, pensé que él también entró en nuestra relación con
los ojos abiertos. Sí, me pedía continuamente que lo acompañara en sus
giras. No podía debido a mi trabajo, que casualmente me encantaba.
¿Lo hizo porque me negaba a ir a las giras con él? ¿O porque
necesitaba tiempo para pensar en ir a vivir con él?
Tal vez no estaba destinado a ser.
Sentí que el sudor se deslizaba por mi piel y se me escapó un
gemido. Hacía demasiado calor para quedarme aquí tumbada
pensando en todo aquello.
—¿Qué pasa? —Tatiana ni siquiera se movió. A veces me
preguntaba cómo podía soportar esta humedad. Nueva Orleans en
pleno octubre no era una broma. Se sentía como en pleno verano. Peor
aún que la humedad, no sabía cómo podía soportar no hacer nada.
Desde el momento en que llegamos, su único propósito era ir de
compras, beber, cenar y holgazanear en la piscina. Los dos primeros
días, pude soportarlo. Incluso lo disfruté un poco. Pero ahora, ansiaba
una especie de rutina diaria.
—Voy a morir de insolación —murmuré—. A menos que vaya a
nadar. Necesito refrescarme.
Los rayos del sol brillaban en el agua azul, los tonos turquesa
alternaban con toques verdes y azules. Me metí en la piscina,
dejándome las gafas de sol con montura blanca, y al instante un
suspiro salió de mis labios.
—Esto se siente tan bien.
—¿No te dije que esta sería la mejor terapia?
Le sonreí, y ambas cogimos un flotador de piscina, y luego nos
metimos lentamente en la parte profunda.
—Tenías razón —le dije—. Me siento como si estuviera en otro
planeta, y finalmente puedo sentir que la tensión va saliendo.
—Oh, ¿Así que no es el hecho que estés conmigo?
—Es absolutamente porque estoy contigo. —Sonreí—. Pero necesito
encontrar un trabajo, tomar algunas decisiones importantes.
Era difícil de creer que hace solo dos semanas toda mi vida
explotara, en las noticias nacionales, frente a millones de lectores. El
mundo entero vio a mi ex novio tirándose a una chica. La amargura
se inflamó en mi interior con las imágenes de ellos en el salón de Ryan.
¡Cómo deseaba poder deshacerlo todo de alguna manera!
—Estás pensando en ello —me regañó Tatiana—. Para.
Sacudí la cabeza. Ella tenía razón. El hecho que Tatiana se
presentara en mi apartamento me puso en marcha. Incluso antes del
gran escándalo con Ryan, Los Ángeles nunca se había sentido como un
hogar. Tal vez todo esto era solo una señal. O tal vez estaba loca,
tratando de encontrar algo positivo en este maldito lío.
Al menos esta vez fui capaz de pensar racionalmente. Cuando su
hermano me rompió el corazón en la universidad, estuve molesta
durante meses. Tal vez porque le entregué mi virginidad, mi todo. Y es
que, después de todo, nunca se olvida la primera vez. Justo al mismo
tiempo que Vasili me utilizó, mi madre falleció. Fue otra pérdida difícil
de digerir.
Hasta que conocí al hermano mayor de Tatiana, nunca había
tenido la tentación de ceder y acostarme con un chico la primera
noche. Pero cerca de Vasili Nikolaev, toda mi razón, control y
racionalidad salieron por la ventana. O simplemente se redujo a
cenizas.
A veces seguía pensando en él, pero nunca, jamás, le pregunté a
Tatiana por él. No quería saberlo. En realidad, sí quería saber, pero no
era bueno que lo supiera. Nunca le había contado a su hermana lo que
había pasado entre su hermano mayor y yo. Era un acuerdo mío y de
Vasili. Pero tampoco quería perderla como amiga. Después de todo, era
su víctima voluntaria.
Todavía recordaba la primera vez que lo miré fijamente a los ojos.
Tatiana y sus hermanos compartían un color de ojos similar, pero los de
Vasili eran aún más pálidos que los de su hermano y hermana
menores. Algo en sus ojos, su azul inusualmente pálido y su intensidad,
me estremecía cada vez que lo miraba.
Tatiana y yo nos conocimos en la universidad y congeniamos desde
el primer día. Yo era estudiante de medicina y ella de ciencias
políticas. En el primer mes, conocí a sus dos hermanos. Sasha era fácil
de tratar, amable, agradable a la vista y te hacía reír. Me encantaba
salir con él.
Vasili Nikolaev, por el contrario, era intenso, dominante y
absolutamente magnífico. Desde el momento en que lo miré, algo en
mí cambió y nunca volvió a su lugar. Me encantaba la respuesta de
mi cuerpo a él incluso antes que me tocara. Era una fuerza de hombre.
Era veinte años mayor que yo, tenía la constitución de un dios,
daba miedo y era intimidante. Así que, por supuesto, lo deseaba aún
más. Pero siempre pensé que estaba fuera de mi alcance. Me veía como
la amiga de su hermana pequeña, alborotadora, y a las dos como
irresponsables juerguistas.
¿Qué podía decir? Tatiana y yo hicimos honor a la reputación
universitaria. Sobrevivimos juntas a las clases, a las fiestas de
borrachera y nos metimos en un montón de problemas durante
nuestros años universitarios. Se nos ocurrían nuestras ideas más
brillantes cuando nos emborrachábamos, y nunca sabíamos a quién se
le ocurrían cuando estábamos sobrias.
Hasta esa noche de Halloween de mi último año. Cuando me
consumió en todo el sentido de la palabra. Supongo que Vasili me
demostró que estaba equivocada, ¿no? Todo ese tiempo, estuvo jugando
conmigo, esperando el momento adecuado para atacar y destrozarme.
Todo eso para poder vengarse de mi madre. Fue una bendición que
ella nunca se enterara de lo que había hecho con Vasili Nikolaev. No
importaba lo mucho que mi cuerpo lo deseara, podría haber llegado al
punto de odiar sus entrañas tanto como él las mías.
En definitiva, gracias a Dios que Vasili está en Rusia, me dije. No
había ninguna posibilidad de encontrarse con él.
Todos esos años que pasaron y mi interior seguía temblando cada
vez que pensaba en él. De ahí la razón de mantenerlo fuera de mi
mente, de mi vista y, sobre todo, de mi corazón. Me sorprendió verlo en
Los Ángeles, y fue una dolorosa confirmación de no haber superado
todo lo que había sucedido entre nosotros. Vasili me utilizó sin tener en
cuenta las consecuencias para mí, y acabé soportándolas sola. Mi mano
revoloteó hasta el bajo vientre, y el familiar dolor en el pecho la
acompañó.
Se me escapó un profundo suspiro.
El recuerdo de esa noche todavía escocía. Ya había tenido
suficientes humillaciones con el último incidente de Ryan como para
durar toda la vida. No necesitaba un recordatorio de no ser tampoco lo
suficientemente buena para Vasili Nikolaev.
Cuando Vasili soltó la bomba y me destrozó el corazón, acabé
lamiéndome las heridas dedicando cada minuto del día estudiando y
trabajando duro. Era mi único respiro. Quería demostrarme a mí
misma que era lo suficientemente buena. Después de graduarme,
trabajé en Urgencias hasta que llamé la atención de Ryan Johnson.
Esta vez, no tenía nada que hacer más que holgazanear después de
mi gran fiasco amoroso. Lo cual era mucho peor porque me daba todo
el tiempo del mundo para pensar en todo. Y sobre todo en Vasili, que
era inquietante.
—Deberíamos salir esta noche —la voz de Tatiana me sacó del viaje
por el carril de los recuerdos—. A bailar o al menos a un pub.
—Si quieres.
—A menos que no quieras. —Ella quería, podía decir por la expresión
de su cara.
Suspiré, incapaz de resistirme a ella.
—Quiero —murmuré la mentira—. No he metido nada en la maleta
para ponerme.
—Está bien —sonrió—. Puedes disponer de mis cosas. Hay un montón
de vestidos con etiquetas todavía. —Tampoco estaba exagerando. El
vestidor de Tatiana era más grande que algunas casas de Los Ángeles.
Se dirigió a la orilla y salió de la piscina—. Conseguiré reservas para la
cena y pondré nuestro nombre en la lista del club.
—Bien —respondí sin entusiasmo, pero ella no lo captó. La vi
envolverse con una toalla y dirigirse a la casa. Ni siquiera recordaba
la última vez que había salido a un club.
¿Fue la noche en que Vasili me echó al hombro y me desvirgó en
mi dormitorio?
Me lamenté interiormente. ¿Qué me pasaba hoy con todo el pasado
que seguía arrastrando? No quería pensar en nada de eso. Tampoco
quería recordarlo. Lo único que me traería era tristeza. Si no quisiera
tanto a Tatiana, habría cortado todos los lazos para que no hubiera
ninguna posibilidad de encontrarme con Vasili. Pero me importaba
mucho mi amiga. Ella era la hermana que nunca tuve.
Escuché el ronroneo de un motor, pero lo ignoré. Tatiana tenía gente
entrando y saliendo todo el día. Si fuera mi casa, me volvería loca,
pero los hermanos de Tatiana tenían gente vigilando la casa y a su
hermanita las veinticuatro horas del día.
Nadando hacia el lado de la piscina, salí de ella dirigiéndome hacia
mi silla. Tomé mi teléfono y revisé mis correos electrónicos. Nada.
No había necesidad de comprobar los mensajes y el buzón de voz.
Era un número nuevo y Tatiana era la única que lo tenía. No
esperaba recibir una oferta para una entrevista a mi primera solicitud,
pero envié como mínimo veinte en los últimos tres días. Esperaba al
menos un acuse de recibo o una oferta de entrevista. Tenía bastante
experiencia y esperaba que encontrar un nuevo trabajo no fuera un
problema.
—¿Es esta una nueva forma de saludar a los invitados? —Una voz
familiar y profunda con un fuerte acento ruso me hizo girar sobre mis
talones para encontrarme con la mirada azul pálido en la que estaba
pensando hace menos de diez minutos. Y mi corazón se aceleró al
instante, amenazando con saltar de mi pecho y correr hacia su
perdición.
Me quedé mirando a Vasili, con la mente borrada de todos los
pensamientos. ¿Por qué no está en Rusia? Su boca mantenía esa mueca
semejante a una sonrisa y sus pálidos ojos azules me observaban con
pereza, como si estuvieran aburridos. Lo había visto hace unas
semanas, así que el impacto no debería haber sido tan fuerte. Sin
embargo, fue aún más fuerte. Al parecer mi cuerpo rechazaba el
memorándum que le informaba que Vasili Nikolaev era el enemigo.
Vale, quizá sea una palabra demasiado fuerte, pero definitivamente
no era un amigo.
Me puse delante de él con un bikini blanco y escaso que me regaló
Tatiana, empapada. Literal y figuradamente. La forma en que me
miraba hacía que mis entrañas se estremecieran de necesidad. Dios
mío, lo deseaba tan desesperadamente que mi coño se contraía al verlo.
Su mirada recorrió mi cuerpo desde mis pies descalzos hasta que
nuestros ojos se encontraron. El corazón se aceleró en mi pecho,
retumbando con fuerza contra mi caja torácica, y mi respiración se
volvió superficial. ¿Por qué mi cuerpo no podía odiarlo, encontrarlo
poco atractivo? Eso lo haría todo mucho más fácil.
Estaba tan apuesto como hace unas semanas, vestido de traje.
Excepto que ahora llevaba pantalones de vestir blancos y una camisa
negra de manga corta, con sus bíceps y antebrazos bronceados y
marcados a la vista. Y esas grandes manos... mi corazón palpitaba con
solo pensar en esos dedos entintados recorriendo mi cuerpo.
Tenía buen aspecto. Demasiado bueno. Y me encantaba cuando
llevaba camisas negras, porque hacía que su inusual color de cabello
fuera aún más llamativo. Parecía tan alto en comparación con mi
pequeña estatura, que me obligaba a estirar el cuello para ver sus ojos.
Medía cerca de uno noventa, su cuerpo era grande y fuerte. Tragué
con fuerza y el calor se extendió por mi cuerpo como un incendio.
El aire se aquietó entre nosotros, y juré oír los goteos del agua de la
piscina golpear la baldosa de piedra.
—Sigo esperando una respuesta —ladró, con un tono rudo. Parpadeé,
confundida por la respuesta que podía estar esperando.
—¿Qué respuesta? —pregunté, tratando de mantener mi voz
equilibrada. Odiaba que mi sangre corriera por mi cuerpo con
excitación cada vez que lo veía. Odiaba que los años que habían
pasado sin verlo no hubieran disminuido mi obsesión por ese hombre.
Reaccionaba ante él con la misma fuerza, si no más, cada vez que lo
veía. No debería quererlo después de lo que me hizo.
—¿Ahora te gusta recibir a los invitados semidesnuda? —Un
músculo de su mandíbula hizo un tic, y su irritación se hizo evidente
en su rostro—. En la casa de mi hermana. —De hecho, me miró con odio.
Hablando de una ducha fría.
—A todos excepto a ti. —Intenté parecer despreocupada y esperé
haberlo conseguido. Le dediqué una sonrisa falsa y dulce. Creo.
Su mandíbula se tensó y dio un paso adelante. Me quedé quieta,
aunque mi instinto me instó a dar un paso atrás. Era mucho más
grande y fuerte que yo y su táctica de intimidación funcionaba, pero
me negué a acobardarme. En lugar de eso, me mantuve firme y
arqueé aún más el cuello, levantando la barbilla en señal de desafío.
No le daría la satisfacción de pensar que tenía algún poder sobre mí.
Por desgracia, lo tenía. Mi cuerpo era demasiado consciente de él.
Estaba tan cerca que mi pecho casi rozaba su camisa. El viejo y
familiar cosquilleo, chisporroteó a través de mi cuerpo.
En el fondo de mi mente, el contraste entre nosotros, se registró. Su
camisa negra, mi bikini blanco, su imponente estructura frente a la
mía, su dominio frente a mi personalidad dócil, su cuerpo duro frente al
mío suave. Ciertamente, se sentía como una nube oscura sobre mí. El
problema era que su oscuridad no me molestaba, ni un poco.
Mi cuerpo hormigueaba ante la expectativa de sentir su toque, y
luché contra el impulso de acercarme, de presionarme contra él, de
sentir su calor contra mi piel. Para ver si se sentía como recordaba.
Después de lo que me hizo, mi cuerpo debería despreciarlo, no desearlo.
Me centré en su rostro e ignoré su cuerpo. Desafortunadamente,
incluso su rostro era perfecto, hermoso e intimidante, todo en uno, con
unos pómulos perfectamente cincelados, una nariz recta y una barbilla
fuerte. Siempre llevaba el cabello corto, ese cabello rubio amarillento
que tanto contrastaba con su piel bronceada. Sin embargo, lo que
siempre me había cautivado eran sus ojos. Eran pálidos y claros, como
el azul de los glaciares contra el hielo en las profundidades del océano.
Todavía recordaba cómo ardían de deseo. Resultó que estaba
equivocada, que solo había utilizado mi cuerpo para satisfacer su deseo.
Pero ahora era más vieja y más sabia. Con suerte. Sí, seguía
sintiéndome físicamente atraída por el hombre, pero ya no estaba
ciega ante esa sonrisa despectiva y sarcástica de su rostro. Podía ver
claramente la crueldad y la oscuridad en sus ojos.
Es increíble lo que cinco años pueden hacer por ti. Aparentemente,
no puede borrar el deseo que siento por él.
Capítulo 7
Vasili
Ella fue mi tentación; ha sido mi tentativa desde el momento en
que cerré los ojos con esa increíble mirada entre chocolate derretido y
caramelo.
La forma en que sus conmovedores ojos castaños me observaban en
este momento, su piel reluciente y húmeda, goteando agua hasta el
suelo de baldosas... podía ponerme de rodillas con su dulce expresión o
con una simple sonrisa. Me hizo falta toda la contención para no
arrancar esos dos trozos de bikini y abalanzarme sobre ella. Si supiera
el poder que tenía sobre mí.
Era hermosa. Independientemente de lo que llevara puesto, Isabella
Taylor siempre brillaba, su belleza interior resplandecía y se
apoderaba de mí. Su aroma único me envolvía, haciendo que se me
pusiera dura al instante.
Quería hundir mis manos en su cabello oscuro, que contrastaba con
su piel pálida y suave como el marfil. Una piel que pedía ser tocada,
ser marcada por mis manos. Y su cuerpo, Jesucristo, estaba hecho para
follar. Cuando la vi hace unas semanas, estaba increíblemente bella.
Pero eso no se comparaba con ella ahora, sin maquillaje, descalza y
mojada.
La idea de cualquier otro hombre, o mujer para el caso, la viera
semidesnuda se clavó en mi piel. Había guardias por toda la propiedad
de Tatiana, asegurándose que este lugar estuviera protegido y fuera
seguro. Podrían estar mirándola ahora mismo. La frustración me asaltó
y las palabras salieron de mi boca antes de pensarlo mejor.
—Ve a ponerte algo de ropa, joder —ladré—. Esto no es una casa de
putas.
Una expresión fugaz parecida al dolor apareció en su rostro, pero
desapareció antes que pudiera fijarme en ella.
—Qué lástima, y yo que pensaba solicitarlo. —El sarcasmo en su
suave voz no se me escapó. A mi pequeña malyshka le creció la
columna en los últimos años. Solo me dio un pequeño adelanto en la
entrega de premios.
La agarré de la muñeca y la sensación me quemó los dedos.
—Si quieres ese trabajo, empieza por ser mi puta —le gruñí. Me
estaba cabreando y la idea que cualquier otro hombre le pusiera las
manos encima me daba ganas de asesinarlo.
Se rio.
—No, creo que pasaré. Hay mejores peces en el mar.
Su suave voz me empapó la piel y se dirigió directamente a mi
polla. Retiró su brazo de mi agarre y se alejó de mí, ofreciéndome una
magnífica vista de su trasero.
La imagen de ella inclinada sobre mi escritorio, mi cama, sobre
cualquier maldita cosa mientras estuviera inclinada pasó por mi
cabeza. No había nada que deseara más que tirar de su hermosa
melena, rodearla con mis manos y forzar su rostro hacia un lado para
mirarme mientras bombeaba dentro de ella.
El hambre primigenia abrumaba todos mis sentidos mientras
acechaba tras ella, atento a mi presa, cuando la voz de mi hermana
me detuvo.
—Vasili, ¿qué estás haciendo aquí?
Tatiana también estaba en traje de baño. Apreté los dientes y quise
decirle que se perdiera. Pero conociendo a mi hermana, se quedaría solo
por despecho. Mi hermano y mi hermana perfeccionaron el estilo de
vida "lounge and relax 4". Ella insistió en estudiar ciencias políticas y no
4 Descansa y relájate.
ha hecho nada con ello. Mi hermano insistió en estudiar administración
de empresas y banca. De nuevo, no ha hecho nada con esta carrera.
Aunque perfeccionó sus habilidades de francotirador, pensé con ironía.
Y a iniciar guerras.
—Vengo a verte.
Era una verdad parcial. Katerina me dijo que mi hermana tenía un
invitado en su casa, e inmediatamente supe de quién se trataba.
Tendría que haber sido un santo para no venir, por suerte, no lo era.
—Ah, mi hermano mayor se preocupa —se burló. Ella sabía que me
importaba. Después de todo, era la razón principal por la que soportaba
su extravagante estilo de vida. Isabella se envolvió con una de las
toallas de playa, su hermoso cuerpo ya no estaba a la vista.
Qué lástima.
—Además, necesito que lleves a Adrian contigo cuando salgas —le
dije. Con las últimas amenazas de la familia Santos, no podía arriesgar
su seguridad ni la de Isabella. Adrian era el mejor y los mantendría a
salvo—. ¿Entendido?
—Sí —murmuró en voz baja.
Ella sabía lo que eso significaba. No me arriesgaría a que le pasara
nada a mi familia. Los ojos de mi hermana se dirigieron a Isabella, que
estaba consultando su teléfono con sus delicadas cejas fruncidas.
Isabella no formaba parte del mundo de la mafia. Sabía muy poco de
nuestros negocios y de cómo habíamos llegado a gobernar nuestro
imperio. Manteníamos separados a la familia, los negocios y los
amigos. Era una maldita ironía que ella fuera concebida en este
submundo mafioso. Excepto que muy poca gente lo sabía. Hace cinco
años, casi la cagué cruzando esa línea, trayéndola a mi submundo.
Desde entonces, he estado ocultando su rastro a la familia Santos.
No pude evitar dirigir una mirada a Isabella de nuevo. Ella era mi
imán, me atraía. ¿Me dejaría entrar de nuevo, me dejaría darle placer?
Me odiaba a muerte, eso era evidente. Fingió estar interesada en su
teléfono, ignorándome. Su desplazamiento se detuvo de repente,
levantando la pantalla hacia mi hermana.
Los ojos de Tatiana se abrieron y asintió con entusiasmo.
¿Qué hacen esas dos?
Sabía muy bien en qué problemas eran capaces de meterse esas dos
juntas. Desde su primer año, sentí que tenía dos hijas adolescentes
rebeldes que me odiaban a muerte. Pasaba más tiempo volando a D.C.
para sacarlas de alguna estupidez que yendo a cualquier otro sitio. Y
ninguna de las dos estaba dispuesta a admitir quién había ideado el
plan. Estaba constantemente tentado de aislarlas, quitarles todos los
aparatos electrónicos y tener un guardia vigilándolas las veinticuatro
horas del día. Porque esas dos se metían en problemas incluso cuando
dormían.
Pasé tanto tiempo en D.C. que Nico Morrelli, el mafioso que
gobernaba Maryland y D.C., pensó que intentaba hacer una jugada y
tomar la maldita ciudad. Me costó muchas reuniones convencerlo de lo
contrario. No me creyó hasta la noche en que Tatiana e Isabella se
colaron en su casino, con identificaciones falsas y borrachas como
malditos marineros, vistiendo escasa ropa. Esas dos llevaron la fiesta
universitaria a un nivel completamente nuevo.
—Privyet 5, señoritas —saludó Sasha en voz alta, entrando sin
preocuparse de nada. Mi hermano menor no se inmutaría un instante
ni, aunque lo apuntaran con un arma en la cabeza, contando con que
el universo lo arreglaría.
Isabella levantó la cabeza y su rostro se iluminó.
—¿Sasha? —chilló, y el resentimiento me golpeó ante su cálido
saludo, tan diferente al que ella me dio.
Bueno, no se la folló y luego le dijo que se perdiera.
Corrió a sus brazos abiertos.
—¿Dónde te has estado escondiendo?
Sasha siempre le ha tenido cariño. Sabía muy bien que siempre
acudían a él primero cuando estaban en problemas, pero Sasha tendía
a desaparecer. Se encargaba de eliminar objetivos para nuestro
imperio, desde lejos. A veces, requería que se fuera durante semanas,
estudiando al sujeto y sus hábitos antes de atacar.
—Ah, en ninguna parte. Solo aquí y allá.
Se rio.
—No, rypka. Has estado saliendo con estrellas del rock. —Mi
hermano siempre la llamaba pez, desde que supo que le gustaba el
surf.
Se burló.
—Eso fue solo el diez por ciento de mi tiempo.
—Ah, ¿nunca llegó al treinta?
Me pregunté qué significaba todo eso.
—No —murmuró, pero una expresión de tristeza cruzó su rostro.
Tuvo cuidado de ocultarla rápidamente.
Isabella
El almuerzo fue tenso, pero puede que fuera la única que lo sintiera
así. El mayor de los Nikolaev me tenía al borde. Siempre me ponía
nerviosa de la manera más elemental.
Se recostó en su silla, sorbiendo su whisky con los ojos puestos en mí,
estudiándome. Su mirada me quemaba el costado de la mejilla
mientras me esforzaba por ignorarlo.
—Entonces, ¿cuáles son tus planes, Isabella? —Su voz profunda y
acentuada me golpeó el bajo vientre. Rara vez se dirigía a mí por mi
nombre. Excepto aquella noche. Y ahora parecía disfrutar usándolo,
burlándose de mí con esos recuerdos. Me encantaba cómo sonaba mi
nombre en su lengua, con ese acento ruso.
De los tres hermanos, él era el que tenía el acento más fuerte, y me
encantaba su voz. Las palabras que ese hombre podía pronunciar entre
las sábanas... no importaba si estaban en ruso o en inglés, eran tan
excitantemente sucias.
La mano de Sasha apretó la mía y levanté una ceja.
—¿Hmmm?
—Vasili se preguntaba cuáles son tus planes —repitió la pregunta de
su hermano.
Mierda, me he perdido tanto en mis pensamientos que no me he
dado cuenta que no le he contestado.
El labio de Vasili se curvó, como si supiera lo que hacía conmigo.
No sabe una mierda, me aseguré. Mi enamoramiento por Vasili hacía
tiempo que había desaparecido. Puede que mi cuerpo lo quisiera, pero
mi corazón no.
Nuestras miradas se cruzaron y empujé todos mis deseos a un rincón
profundo y oscuro.
—No tengo ninguno —le dije encogiéndome de hombros—. Pero ten
por seguro que si se me ocurre uno... no lo sabrás.
Su cincelada mandíbula se apretó más, un ligero movimiento
muscular en su mandíbula, pero desapareció rápidamente. Se llevó la
bebida a sus labios carnosos y suaves y tragó el líquido abrasador,
haciendo que me recorrieran escalofríos. La imagen de él entre mis
muslos pasó por mi mente y, al instante, el deseo se disparó de nuevo.
Tuve la sensación que me obligaría a verlo devorarme, con su mirada
fija en mí, asegurándose que hiciera lo que me ordenaba. Como
aquella noche.
Observé cómo se movía la piel bronceada de su garganta, mientras
tragaba otro sorbo, y juré que todo mi cuerpo ardía. Incluso su
garganta era sexy.
—Está bien —ronroneó, con los ojos encendidos—. Sabría lo que estás
haciendo incluso antes que lo hicieras.
Me burlé.
—Bueno, viejo. Quizá deberías buscarte una vida si ese es el caso. —
Juré que el sonido de sus molares rechinando llegó a mis oídos.
Satisfecha de haber llegado a él, continué—. Sabes, a algunos les
parecería un comportamiento acosador propio de un tipo viejo y
espeluznante.
Sonrió, pero sus ojos eran fríos, del color de los glaciares pálidos.
—Se me olvidaba. A ti te gustan los hombres como Ryan Johnson,
capullos con cara de niño que se acuestan con cualquier falda dispuesta
a abrirse de piernas.
Poco a poco sentí que años de ira burbujeaban y siseaban dentro de
mí, hirviendo mi sangre. Antes de darme cuenta de lo que estaba
haciendo, salí disparada, mi silla cayendo con un fuerte golpe detrás de
mí, pero no lo percibí. Me incliné hacia delante, apoyando las palmas
de las manos en la mesa, mirándolo fijamente.
—Eso no es cierto —siseé, acercando mi rostro al suyo. En el fondo de
mi mente, distinguí los jadeos de asombro de Tatiana y Sasha, pero
estaba demasiado ida—. Crees que sabes algo, pero no es así. Eres un
gilipollas, Vasili. Un capullo rico, egoísta y enfermo al que no le
importa nada ni nadie, solo él mismo. ¿Y sabes qué, viejo? —Estaba
gritando en este punto—. Prefiero tener a un capullo con cara de niño
que a un jodido viejo en mi cama.
—Whoa, whoa. —Tatiana y Sasha debieron de sorprenderse al
verme tan enfadada. Era como si la rabia y el dolor de Ryan y lo que
Vasili me hizo hace cinco años, hirvieran estallaran como un volcán—.
Vale vosotras dos, vamos a calmarnos —Tatiana intentó calmar la
situación, pero ambos la ignoramos, ninguno de las dos dispuesto a
ceder.
—¿Cómo explicas entonces esas fotos? —La sonrisa petulante de
Vasili era burlona y nada me haría más feliz que borrar esa sonrisa de
su cara—. Además, ¿no es demasiado joven para ti?
—Tiene mi edad —escupí de vuelta.
—Exactamente mi punto. Un niño.
—Bueno, ¿qué me dice eso? —Me apresuré a contestarle—. Hombres
más jóvenes, más resistencia. Es algo con lo que un viejo, como tú, no
puede competir.
Se rio, completamente imperturbable.
—Oh, mi pequeña. No deberías jugar con lobos. Eres tú la que no
podría manejar a un hombre.
Me puse rígida ante su comentario.
—No preocupes tu gran cabezota con lo que puedo o no puedo
manejar —gruñí. Juré que cada pelito de mi cuerpo se erizaba por culpa
de este hombre.
Con calma, sin apartar sus ojos de los míos, se llevó el vaso a los
labios. Estaba tan cerca que podía oler su bebida. Le vi dar un sorbo,
con un rico líquido marrón en los labios, y mi cuerpo se inclinó hacia
él, como una polilla a la llama. Quería lamerlo de sus labios,
saborearlo. Probarlo a él.
—No me preocupa —dijo—. Sé que no puedes soportarlo, malyshka. —
Niña. Me llamó niña.
Quise abofetearlo, arañar ese hermoso rostro, gritarle. Esta reacción
violenta no era yo. Estaba sacando lo peor de mí. Jesús, pillé a Ryan
follando con otra chica delante de mis ojos y mi respuesta fue
prácticamente inexistente. Las palabras de este hombre me estaban
llevando al límite. Tal vez era porque habían pasado muchas cosas y
estallé.
—He perdido el apetito. —Me enderecé y les dediqué una apretada
sonrisa a Tatiana y a Sasha—. El viejo que tengo a la vista me
revuelve el estómago. Me voy a dar un paseo.
—Así es —se burló—. Corre, pajarito. Corre.
—Gilipollas. —Le hice un gesto con el dedo corazón por encima del
hombro y salí de allí.
—¡Isabella, espera! —Tatiana estaba justo detrás de mí—. Iré contigo.
No podía parar, tenía que poner la mayor distancia posible entre
ese hombre y yo. O lo mataría. O peor aún, saltaría sobre él y le
rogaría que me follara. Maldita sea, ¿qué me pasaba?
—Almuerza con tus hermanos —le dije, sin aflojar el paso.
—Infiernos, si lo hago —me alcanzó—. Vasili está siendo un completo
idiota. Voy a dar un paseo contigo.
Capítulo 9
Vasili
Isabella
Me pasé todo el día echando humo, con la rabia hirviendo dentro
de mí y con las palabras de Vasili repitiéndose en mi cabeza.
No deberías jugar con lobos. Esas fueron las mismas palabras que
me dijo la mañana después que le entregara mi virginidad.
Obviamente, cumplió su palabra y no dijo nada a Tatiana y Sasha.
Porque esos dos seguían felices de verme. Empecé a arrepentirme de
haber venido a Nueva Orleans. Sasha tenía razón, he estado
evitándolos. ¿Cómo no iba a hacerlo después de lo que había pasado
entre Vasili y yo? Las palabras que soltó, la historia entre mi madre y
su padre que nunca supe.
Eran solo las cuatro de la tarde y había tanta energía inquieta en
mi interior que creí que iba a estallar. Salí a la calle, a pesar del calor
húmedo. Tal vez eso derritiera la energía y la rabia que se cocían a
fuego lento en mi interior. Tatiana estaba en la casa, trasteando con
algunos diseños de moda. Realmente no entendía por qué estudiaba
ciencias políticas si todos sus intereses estaban siempre en la industria
de la moda.
No es que tuviera que tener un título con sentido. Después de todo,
su hermano se encargaba que estuviera bien. Gemí en voz alta. No
quería pensar en su hermano. Ese maldito demonio con ropa cara. Más
bien un lobo con piel de cordero, engañándote para que bajes la
guardia y luego atacar. Sí, él era todo lo malo.
Estaba en el límite de la propiedad de Tatiana y me debatía entre
seguir caminando o dar la vuelta y regresar. Justo cuando iba a dar la
vuelta, escuché una voz familiar, llamándome.
—Isabella.
Me di la vuelta y me encontré cara a cara con Ryan. Parpadeé,
esperando haberlo imaginado allí. Pero seguía allí de pie. Su rostro
estaba desaliñado con la sombra de una barba, el cabello revuelto,
como si se hubiera pasado la mano por él cien veces.
Dio un paso hacia mí cuando Adrian apareció de la nada, su
voluminosa estructura le impidió acercarse a mí.
—Por favor, Isabella. —Su voz era suave, el arrepentimiento la
empapaba—. ¿Podemos hablar? Solo quiero explicarme. Dame la
oportunidad de explicarme.
—Estás en una propiedad privada. —La voz de Adrian era
tranquila, pero había un matiz amenazante en ella.
—Está bien, Adrian.
—No, no lo está. Es una propiedad privada, y no puede poner un pie
en ella.
Un suspiro irritado me abandonó y rodeé a Adrian.
—Bien, entonces saldré de la propiedad privada y hablaré con él.
—Isabella…
—Déjalo, Adrian. No me importa.
Me acerqué a Ryan y sus brazos me rodearon, pero lo aparté
suavemente.
—Podemos hablar, Ryan. Nada más.
Asintió, pero aún había esperanza en su rostro.
—Mi coche está justo ahí. —Seguí su mirada hacia una vieja
camioneta Chevy. Levanté la ceja en señal de sorpresa—. Estoy de
incógnito —murmuró—. ¿Recuerdas cuando hablamos de viajar una
semana de incógnito?
Sí, lo recordaba. Pero ya no estaba sobre la mesa. Rompió mi
confianza, y no volvería. Cuestionaría cualquier cosa que me dijera a
partir de ahora.
Sentí que la mirada de Adrian se clavaba en mi espalda,
obligándome a no ir a hablar con Ryan. Pero no era asunto suyo, ni de
nadie más que de Ryan y mío.
—No creo que esa camioneta te saque del estado. —Negué con la
cabeza a Ryan. Pero así era él, siempre se iba a los extremos.
Nos dirigimos hacia la camioneta de color canela oxidado,
aparcada a la sombra. Cuando abrió la puerta para que entrara,
negué con la cabeza.
—Podemos sentarnos en el portón trasero, en la parte de atrás, y
hablar.
Le vi dar la vuelta y bajar el portón trasero. Era realmente guapo,
de una manera infantil. Nada que ver con Vasili. Probablemente por
eso acepté salir con él. Era una alternativa más segura y nunca podría
hacerme daño como lo hizo mi primer amante.
A pesar que atrapé a Ryan con otra mujer y que había traicionado
mi confianza, mi mundo no se rompió con tanta fuerza como la
mañana siguiente de mi entrega a Vasili. Sí, me dolía, pero el dolor
era más bien un dolor sordo.
Ambos nos sentamos en la parte trasera, con los pies colgando de la
camioneta.
—Será mejor que no hagas viajes de incógnito en esta camioneta —le
dije—. Esta chatarra probablemente no saldrá de la ciudad. Quieres
estar seguro, no de estúpido incógnito.
Soltó una risa baja y estrangulada.
—¿Todavía te preocupas por mí?
Giré mi rostro hacia él.
—No quiero verte herido o en una situación peligrosa, si eso es lo
que estás pidiendo.
—¿Así que te importa?
—Ryan, ¿por qué estás aquí? —No tenía sentido debatir si me
importaba o no.
El silencio se prolongó y pensé que podría haber cambiado de
opinión sobre lo que había venido a decir.
—Esa mujer, no significaba nada.
Vi mis pies colgando de un lado a otro, adelante y atrás con sus
palabras ahogando el aire entre nosotros.
—Entonces, ¿por qué hacerlo? —Mi voz era estrangulada. Cuando
crecía, mi madre siempre me enseñaba que toda acción tenía una
consecuencia. Por supuesto, no me daba cuenta que ella hablaba por
experiencia. Pero tenía razón. Cada elección que hacía tenía una
consecuencia. Quería a Vasili, pero no me di cuenta a propósito de la
crueldad escondida bajo esa ropa cara. Me conformé con Ryan porque
pensé que era una alternativa segura. A pesar que la intensidad de lo
que sentía por Ryan no coincidía con lo que sentía por Vasili, seguía
doliendo—. Querías que nos mudáramos y ahí estabas…
No pude terminar la frase.
—Fui un tonto —murmuró—. Dejé que las promesas de tu amigo se
apoderaran de mí.
Volví la cara hacia él, frunciendo el ceño.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué amigo?
—El hermano de Tatiana.
Todos los vellos se erizaron en mi cuerpo, tensos como una goma
elástica a punto de romperse.
—¿Vasili? —El nombre se me escapó en un susurro.
—Sí. Me prometió una película de Sony Picture con un papel
protagonista y un contrato de cinco años con una discográfica.
—¿Si te acostabas con esa mujer? —Me sorprendió que mi voz fuera
tan tranquila.
—No, si rompía contigo. —Se pasó la mano por el cabello,
convirtiéndolo en un atractivo desorden infantil. Tan diferente a
Vasili—. Así que me dije que, si ya no te tenía, me ahogaría en otras
mujeres mientras tú estuvieras en mi mente.
El zumbido en mis oídos comenzó como un zumbido bajo y se
intensificó con cada segundo, amenazando con ahogar todas las
razones que me quedaban. Quería arremeter, gritar a pleno pulmón,
rabiar. Finalmente entendí lo que es un asesinato pasional porque
estaba tan malditamente furiosa que podía matar. Vasili era un
maldito bastardo. Un bastardo manipulador, arrogante y cruel.
El chirrido de neumáticos rompió la bruma de mi ira, pero no
levanté la cabeza para ver quién era. Me concentré en la furia que
hervía en mi interior con imágenes de mí asesinando a Vasili
Nikolaev.
—Esa explicación es una mierda —murmuré. Nunca me metería en
la cama con la siguiente persona, solo para ahogar el recuerdo de otra.
¿O tal vez también lo hice? Mientras intentaba olvidar a Vasili, me
había conformado con Ryan—. ¿Quién era la mujer? —Mi voz estaba
calmada o tal vez ya no podía distinguir nada.
—No lo sé. Me siguió en cada concierto de la última gira. Consiguió
entradas VIP para estar con nosotros. —No me extrañaría que Vasili
hubiera conseguido esas entradas VIP para esa mujer. No había mucha
gente que pudiera permitirse entradas VIP. Pero para poder pagarlas
en todos los destinos de los conciertos, se necesitaba ser una persona
adinerada. Ryan continuó explicando con voz esperanzada, pero
independientemente de si fue seducido o no, no podía pasar por alto lo
sucedido—. En un principio, acepté su oferta y luego cambié de opinión
y le dije que no estaba interesado. El hermano de Tatiana la envió,
pero no lo supe hasta principios de esta semana.
La rabia era amarga en mi lengua. Me odiaba tanto que tenía que
destruir todo lo bueno que quedaba en mi vida.
El chirrido de neumáticos se acercó y repentinamente, una bola de
polvo se levantó a mi alrededor, Vasili saltó del coche, caminando
hacia nosotros como un diablo con un traje de Armani.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —La voz de Vasili nos
sobresaltó tanto a Ryan como a mí—. Te dije que, si te veía cerca de
ella, derramaría tus putos sesos.
Parpadeé, observando la escena frente a mí a través de una lente
lejana. Vasili tenía el cuerpo de Ryan levantado de la camioneta, sus
dedos entintados envolviendo en un puño su camisa y lo levantándolo
en el aire.
—¿No te dije que te alejaras de ella? —gruñó y finalmente salí de mi
estupor. Me bajé de la camioneta y golpeé con mi puño la espalda de
Vasili. Podría haber empujado una montaña, pero ni siquiera se
inmutó.
—¿Qué demonios, Vasili? —grité—. Déjalo ir.
Como si nunca hubiera dicho una palabra, gruñó.
—Estarás acabado, Ryan Johnson. No habrá ningún sello
discográfico que te quiera ahora. Te hice una oferta generosa. Todo lo
que tenías que hacer era mantenerte alejado.
Adrian se quedó a un lado, escupiendo algunas palabras en ruso,
pero ninguna de ellas fue registrada. También parecía tenso, con los
ojos puestos en Vasili como si fuera un loco. ¿Quizá el tipo había
perdido la cabeza?
—Vasili. —Me tembló la voz y rodeé su torso con los brazos tratando
de apartarlo—. Detente, por favor.
Apreté con fuerza a su alrededor y sentí el bulto de un arma,
presionando bajo mis brazos. Me congelé y mi cuerpo se puso tenso. El
miedo por la vida de Ryan y la mía era como un ácido en mis venas.
Rígidamente, di un paso atrás, con la perseverancia que me
caracteriza.
Eso alarmó a Vasili más que todos mis golpes y gritos. Dejó caer a
Ryan como un muñeco de trapo y di otro paso atrás, alejándome del
peligro. Vasili se dio la vuelta, dando un paso hacia delante, y lo seguí
inmediatamente con otro paso hacia atrás. Nuestras miradas se
encontraron, un silencioso pulso de voluntades. ¿Qué quería? ¿Su
objetivo era hacerme sentir miserable? ¿Era eso?
—Ven conmigo, Isabella —suplicó Ryan—. No volveré a cometer el
mismo error. Por favor, confía en mí.
—¡Salir ahora! —Adrian lo arrastró sin esfuerzo y lo metió en la
camioneta—. Y nunca volver.
Ryan luchó contra él, pero no fue rival.
—Isabella, ven conmigo. Lo siento, nunca debí haber considerado la
oferta de este imbécil. Tú eres la única para mí. Por favor, danos otra
oportunidad.
La confianza no volvería a existir con Ryan, pero tampoco podía
quedarme cerca de Vasili. Di un paso hacia la puerta del pasajero
cuando sus palabras me hicieron parar en seco.
—Si subes a esa camioneta, es hombre muerto. —La voz de Vasili era
baja y tranquila, tan diferente a la rabia que acababa de presenciar.
Pero había una amenaza inquietante en esa voz calmada, creí que lo
haría.
Despiadado y peligroso.
Tragué con fuerza.
—Adiós, Ryan —se me atragantaron las palabras.
Independientemente de la amenaza de Vasili, habría sido un adiós,
pero tampoco quería quedarme cerca de Vasili. Ahora me mantuve
clavada en mi sitio, asustada porque tal vez ese hombre quisiera
cobrarse más venganza por el dolor que mi madre causó a su familia.
—Bella…
—Solo vete, Ryan. —Mis ojos se mantuvieron en Vasili, temiendo
que, si miraba hacia otro lado, él cumpliera su amenaza.
Escuché el ruidoso arranque del motor y, al segundo siguiente, Ryan
había desaparecido entre el polvo del aire caliente y húmedo.
Permanecí inmóvil, Vasili sosteniendo mi mirada. Y con cada
segundo de silencio, mi ira aumentaba. Mi madre siempre decía que
pasaba de la mansedumbre a la furia cuando tenía miedo. Era una
respuesta equivocada, pero ¿cómo podía controlarla? Mi madre creía
que un día me mataría. Hoy podría ser el día.
¿Quién demonios es este hombre? El ácido subió por mi garganta,
alimentando mi rabia. Era un monstruo, un diablo disfrazado de
caballero. Pero no había nada gentil en este hombre. Debe prosperar
con la crueldad y el sufrimiento.
Mi mano voló por el aire y conectó con su hermoso y duro rostro.
Paf.
El sonido resonó en el aire, o tal vez solo en mis oídos. Su mandíbula
se apretó, pero no se movió. La única traición a su ira era el latido de
su vena en el cuello. Era tan jodido porque incluso con la rabia que
tenía, tuve que luchar contra mi cuerpo para no inclinarme hacia
delante para lamer esa vena y saborear el pulso en mi lengua.
Adrian se movió, murmuró algo en ruso o en un inglés ininteligible
que no pude entender y se fue. Fui a moverme para ir con él cuando la
gran mano de Vasili me rodeó la muñeca.
—Nyet. —Una simple orden y mi cuerpo obedeció. Su fría mirada y
su voz levantaron el vello de mis brazos.
Mis ojos bajaron hasta donde sus dedos envolvían mi pequeña
muñeca. Qué contraste. Su piel dorada contra la mía pálida. Sus dedos
ásperos, decorados con tinta, eran grandes pero gráciles, y sabía cuánto
placer podían proporcionar. Pero también dolor.
—Eres un bastardo cruel —siseé—. Simplemente no te importa lo que
destruyes, ¿verdad? —La ira subió lentamente por mi interior,
hirviendo en mi sangre. Solté mi muñeca de su agarre, frunciendo el
ceño—. ¿Quieres repartir destrucción y dolor, Vasili? Hazlo de una puta
vez y acaba con ello.
Maldito sea este hombre. Quería olvidar esa única noche de placer
con él para poder hacer borrón y cuenta nueva. Aquella noche perdí
partes de mí y nada había vuelto a ser lo mismo. Tenía que seguir
adelante.
Él se mantuvo estoico, inmóvil. Su mandíbula trabada, despiadada
terquedad y crueldad en ese hermoso rostro que me observaba.
—¿Nada que decir? —Fruncí el ceño, con la voz temblorosa por la
ira. Por lo general, nunca levantaba la voz, pero cerca de este hombre
lo único que quería hacer era gritar. Como no respondió, continué—. Ya
no soy la chica de hace cinco años. No me quedaré sentada y aceptaré
tus enfermizos y retorcidos castigos, Vasili.
Mis ojos se fijaron en la huella de mi mano marcando su mejilla, y
al instante, el arrepentimiento me golpeó. Esta no era yo. No gritaba
ni chillaba a la gente, no pegaba a la gente. No me gustaba ver a la
gente herida, y acababa de pegarle. Nunca había golpeado a una
persona en mi vida.
Sabía que se merecía algo peor, y que no debería querer tener nada
que ver con él. Sí, mi estúpido cuerpo, mi corazón y mi alma lo
anhelaban, pero él era todo un error para mí.
—Siento haberte golpeado. —Era plenamente consciente de la ironía.
Destruyó mi relación con Ryan, me quitó la virginidad, me utilizó para
su lamentable venganza, y era yo la que se disculpaba—. Pero te lo
merecías. —Respiré profundamente y di un paso atrás, necesitando más
espacio entre nosotros. Me alivió ver que no me seguía—. Te lo juro,
Vasili. Estás sacando lo peor de mí. Yo no soy así. Nunca he pegado a
una persona en mi vida. Nunca he levantado la voz a la gente y aquí
me has hecho gritar dos veces en un solo día.
Todavía nada. Solo esos ojos pálidos observándome.
Me pasé las manos por el cabello, sin saber hacia dónde iba esta
conversación unilateral. Tan rápido como mi enfado aumentó, también
se evaporó dejando a su paso la resignación.
—¿Qué quieres, Vasili? —acabé preguntando.
—A ti. —Respuesta clara y concisa, pero no podría haber
pronunciado palabras más confusas—. Te quiero en mi cama.
Lo miré fijamente como si fuera una serpiente de dos cabezas. No
podía hacer esto. No otra vez. Puede que mi cuerpo quisiera al
insufrible hombre, pero mi corazón y mi mente nunca sobrevivirían a
él.
Mi corazón podría haber aleteado ante sus palabras, podría haber
latido por él, y mi sangre podría haber zumbado con "infiernos siiii,
hagámoslo", pero mi cerebro hizo caso a las advertencias. Si me
engañas una vez, te avergüenzas. Si me engañas dos veces, me
avergüenzo de mí.
¿Cuál era el objetivo de Vasili? Todo lo que hacía tenía un
propósito.
—Ya me tenías. ¿Recuerdas? Me tomaste y luego me dejaste sin
mirar atrás. Te llevaste mi cuerpo —señalé lo que ambos sabíamos. Me
robaste el corazón pensé en silencio, con la admisión cerrada en mi
alma—. Luego me escupiste sin un ápice de remordimiento. ¿Qué más
quieres? —Creí verlo estremecerse, pero debo haberme equivocado.
No debería quererlo. Me niego a quererlo, me susurré.
—Necesito más. —Sacudí la cabeza con incredulidad o tal vez fue
para convencerme que no lo quería. Pero era difícil ignorar ese fuego
que él encendía dentro de mí, quemando todo a su paso. Incluso mi
relación de dos años con Ryan—. Necesito follarte con duro, sentir cómo
tu coño ordeña mi polla, saborear tus jugos, oír tus gemidos, sentir tu
boca alrededor de mi polla. Quiero más.
Se me escapó una risa estrangulada.
—¿Necesitas follarme conmigo? ¡Increíble! —resoplé—. ¿Estás
jodidamente loco?
—Posiblemente.
—¿Y qué hay de mí? —No tenía la menor idea de dónde venían
esas palabras.
—Lo haré bien para ti. No te quejaste la última vez.
Quería volver a abofetearlo. En lugar de eso, me quedé mirando
con asombro. Tal vez también se me cayó la boca, no estaba segura,
pero de una cosa sí estaba segura... Vasili había perdido la cabeza.
—No puedes volver a hacerlo bueno para mí, hijo de puta. YO...
NO... TE... DESEO. —Escupí, mientras mis manos temblaban de rabia. Él
sería mi perdición. Al igual que su padre fue la perdición de mi madre.
Debería saberlo.
—Sí, lo haces. —¡Qué descaro el de este hombre!
Y de repente, simplemente terminé. Terminado con Vasili.
Terminado con Ryan. Acabado con todo. Di un paso atrás y negué con
la cabeza.
—No, no lo hago —dije en voz baja, negando con la cabeza—. Puede
que te desee, pero no te quiero. —Hice hincapié en las palabras—. Hay
una gran diferencia. Deberías aprenderla.
—Podemos empezar con la lujuria —razonó—. Aliviaremos nuestro
deseo.
—Creo que tienes razón —murmuré, y por un breve segundo, vi un
atisbo de victoria cruzar su rostro, pero lo malinterpretó por completo—.
Estás loco. La respuesta es no, Vasili. No puedes tenerme.
Avanzó, inclinándose sobre mí, el aroma de su fragancia
amaderada invadiendo mis pulmones. Pero me negué a acobardarme,
a demostrarle que me había impactado. Me mantendría firme frente a
él.
—Puedes mentirte a ti misma, Isabella. Pero me deseas. —Su aliento
caliente ardía contra el punto sensible de mi cuello—. Ryan nunca te
tuvo, no como yo. Tu coño es mío. Siempre ha sido mío. Tu cuerpo es
mío. Tú eres mía. Y si a ese ex novio se le ocurre volver a acercarse a
ti, lo haré pedazos.
—Esa es tu respuesta a todo, ¿no? Destruir todo lo que se interponga
en tu camino. —Me aparté de él, mirando su cara infestada de
sonrisas—. No te atrevas a tocar a Ryan.
Su risa era burlona y cruel.
—Sabes que no fue su primera aventura, ¿verdad? —De alguna
manera, no me sorprendió, pero todavía apestaba oírlo decir en voz
alta—. Y, aun así, te preocupas por él.
—Eres un gilipollas. ¿Te hace sentir mejor restregármelo en la cara?
¿Crees que decir eso hará que te desee? —Me reí burlonamente—. Al
menos tiene corazón. Al menos sabe cuándo disculparse.
—No volverá a tenerte, malyshka. Eres jodidamente mía, y cuanto
antes lo aceptes, antes nos aliviaremos los dos.
—Saca esa arma que llevas bajo la chaqueta y dispárame, Vasili —
le reté con la falsa arrogancia—. Esa es la única manera en que me
aliviaré —me burlé.
¡Estaba loco! Yo también lo estaba aparentemente porque, a pesar
de todo, sí quería que me follara. Hace cinco años me consumió viva,
en todo el sentido de la palabra. Maldito sea este hombre, quería ser
consumida viva como aquella noche.
Al ver una fugaz mirada de asombro en su rostro, le di la espalda y
me alejé de él sin mirar atrás. Mientras tanto, luché contra el impulso
de darme la vuelta y correr hacia él, rogarle que me tocara y me
quemara con su toque.
Que Dios me ayude, necesitaba encontrar algo de autoestima
porque estaba muy tentada de decirle que sí a Vasili Nikolaev. El
maldito diablo seguía tentándome con sus palabras pecaminosas.
Porque tenía razón. Mi cuerpo lo deseaba. Simplemente no podía dejar
que lo tuviera. Después de todo lo que había hecho, no merecía
tenerme.
Capítulo 11
Vasili
Jodido Ryan Johnson.
Tuvo que juagar al caballero y tratar de tomar lo que es mío.
Estuve medio tentado de ir tras él y darle una paliza. Pero Isabella
sabría que fui yo.
Todo lo que tenía que hacer era tomar el dinero y follar con otras
mujeres. Era jodidamente simple, pero tenía que joder eso también.
Pensó que era inteligente al venir por Isabella. ¡Equivocado, amigo!
¡Tan jodidamente equivocado! Ella era mía.
En el momento en que el mensaje de Adrian me avisó de su visita,
dejé mi reunión de trabajo a medias y conduje como un loco hasta
aquí. Al verlos sentados en el portón trasero, como un maldito anuncio
romántico, perdí la cabeza.
Sabía que Ryan era lo único que mantenía a Isabella en Los
Ángeles. Así que como el bastardo que era, me deshice de él.
¿Me convirtió en un hijo de puta cruel y enfermo?
Sí, pero estaría condenado a ver cómo se conformaba con él
mientras se follaba cualquier falda dispuesta durante sus giras. Ella
también lo sabía. Conocía sus hábitos de consumo, su rutina, todo. Era
la razón por la que seguía insistiendo en los condones incluso después
de salir con él durante dos largos años.
Puede que Isabella no esté dispuesta a admitirlo, pero todavía me
desea. La forma en que su cuerpo se ruborizaba, sus ojos brillaban o se
empañaban de lujuria. La deseché hace cinco años, pero me equivoqué.
Ahora, me negaba a dejar que la desechara. No me inclinaba ante
nadie, no le rogaba a nadie más que a ella... a la mierda, rogaría y
mataría por ella.
La verdad es que la cagué hace cinco años. Confié ciegamente en
las palabras de mi madre, sin dudar que sería tan superficial como
para recurrir a la mentira con su último aliento.
Ahora que la familia Santos sabía de su existencia, Isabella estaba
más segura conmigo. Ella me pertenecía. Y no dejaría que nadie más
la tuviera. Era mía para protegerla y cuidarla.
Capítulo 12
Isabella
Las palabras de Vasili sonaban en mi mente una y otra vez. Te
quiero en mi cama. Quiero probarte.
Si solo sus palabras me repugnaran. Si solo no lo quisiera también.
¿Qué es lo que me pasa? ¿Dónde estaban mi autoestima y mi
dignidad? El hombre me utilizó como su propia venganza enfermiza y
luego me desechó como un pedazo de basura. Y todavía ansiaba su
toque, su olor, sus sucias palabras.
Mis pensamientos se interrumpieron cuando Tatiana entró corriendo
en mi habitación entregándome otro vestido. Llevamos así una hora.
Hubiera preferido ponerme unos cómodos pantalones de yoga y
holgazanear por la casa que salir.
Levanté el vestido delante de mí y los ojos se me salieron de las
órbitas.
—¡Oh, Dios mío! ¡No puedo ponerme eso! —exclamé ante ella.
—Isabella, tienes un cuerpo asesino. Úsalo. —Empujó el vestido hacia
mí, exigiendo sin más palabras que me lo probara. Esperó con una ceja
levantada, desafiándome a decir algo.
—¿Usarlo para qué? —Murmuré, pero cogí el vestido. Me desnudé
hasta la ropa interior y el sujetador, y me metí en el diminuto vestido
rojo—. ¿Que me confundan con una prostituta? —dije incómoda.
—No hay nada malo en ello.
Puse los ojos en blanco y me puse el pequeño trozo de material rojo
brillante.
—¡Whoa! Te ves jodidamente increíble. —Silbó mientras me hacía
girar. Me vi reflejada en el espejo de tamaño normal y no pude creer a
la mujer que me miraba. El vestido brillante y resplandeciente
abrazaba mis curvas en todos los lugares adecuados, acentuando mi
cuerpo. Contrastaba con mi cabello oscuro y mis finas piernas parecían
más largas con él. Probablemente porque mis piernas estaban muy
poco cubiertas.
—Le quitarás el aliento a cualquier hombre —anunció—. Toma,
combínalo con estos zapatos.
Me entregó un par de sencillos, elegantes y escandalosamente caros
zapatos de tacón de Christian Louboutin en color nude.
—Hmmm, son sorprendentemente cómodos.
—Porque están hechos para ti —sonrió.
—Bien, ahora ve a prepararte —le dije—. Y más vale que te pongas
tan zorra igual como yo —le indiqué, riendo. Tenía razón, esto era una
buena terapia y me sentía mejor, a pesar que su hermano mayor
estaba en la ciudad. De alguna manera, tenía la sensación que Vasili
había entrado en mi vida a propósito. Aquel hombre era un puto
obseso del control.
A decir verdad, debería haber sabido que estaba destinado a verlo
finalmente si Tatiana y yo seguíamos siendo amigas. Era mi mejor
amiga y me negaba a renunciar a ella. Y menos aún por una relación
que mi madre y su padre tuvieron mucho antes que Tatiana y yo
naciéramos. La gente comete errores, y no podía responsabilizarme de
lo que su padre y mi madre habían hecho. Lamentaba que hubiera
hecho daño a su madre, pero eso era tan culpa de su padre como de mi
madre. Además, mi madre pagó con creces ese pecado, de forma
devastadora e hiriente.
Desde luego, no estaba dispuesta a renunciar a mi amistad con mi
mejor amiga solo porque su hermano mayor me dejara tras una noche
de sexo increíble. Había fantaseado con él desde el primer momento en
que lo conocí. ¡Incluso cuando asumí que era su padre! Un padre
magnífico, delicioso con el que se me hacía la boca agua y se me caían
las bragas. De hecho, esperaba con ansias cada vez que Tatiana y yo
nos metíamos en problemas porque su hermano mayor siempre venía
a salvarnos. Era patética, pero era la única manera de verlo.
Tatiana volvió de su habitación y mis ojos se abrieron enormes.
—Vaya, estás preciosa.
Y realmente lo estaba. Llevaba un minivestido negro ceñido a su
cuerpo como una segunda piel, escotado en la espalda, dejando su piel
al descubierto. El vestido negro y su cabello rubio creaban un hermoso
contraste.
Para cuando salimos de su casa, el sol se estaba poniendo
lentamente. Adrian se adelantó, apareciendo de la nada, haciendo que
tanto Tatiana como yo chilláramos de sorpresa.
—Maldita sea, Adrian —murmuré—. Nos has dado un susto de
muerte.
Cuando volví de mi incidente con Vasili, su chico de seguridad
nunca comentó lo que había pasado. Fue lo mejor; preferí fingir que no
había sucedido. Porque el olvido es mucho mejor, me burlé.
—Perdón, señoritas. —También tenía acento ruso, aunque no tan
marcado como el de Vasili. Interiormente gemí frustrada. No quería
estar comparando a todo el mundo con Vasili. ¡Ese maldito viejo! Un
hombre jodidamente sexy. Sacudí la cabeza, tratando de quitarme las
imágenes de él.
—Hola Adrian —saludó Tatiana, con una suave sonrisa.
A ella le gustaba... mucho. Por la forma en que la miraba, diría que
a él también le gustaba. Pero esos dos nunca se enrollaron, y nunca
entendí por qué. Tatiana siempre fue aventurera y despreocupada.
Cuando quería algo o alguien, iba a por ello. Algo así como Vasili,
añadí en mi cabeza e inmediatamente me maldije en silencio.
—¿A dónde vamos de nuevo? —le pregunté a Tatiana mientras nos
metíamos en el coche que conduciría Adrian.
—Bar Sazerac —me dijo—. Íbamos a ir al Carrousel pero sé lo mucho
que odias las multitudes. Creo que esto será mejor.
—Estoy de acuerdo —murmuré—. Cuanta menos gente, mejor.
Una vez que llegamos, estuve totalmente de acuerdo en que esta
era una mejor opción. El ambiente del viejo mundo de Nueva Orleans
se reflejaba en cada rincón de esta estancia. Estaba situado en el
histórico Barrio Francés de la ciudad, en la esquina de St. Louis Street.
Las paredes profundamente patinadas y las fotografías antiguas
decoraban el lugar.
El sonido grave de una trompeta melancólica sonaba en algún
lugar cercano dando a todo el lugar un ambiente de energía, atractivo
sexual y peligro acechando en las sombras. Sí, este lugar era lujoso y
todavía estaba abarrotado según mi definición, pero no se podía negar
la cruda atmósfera vestida de elegancia. Era una mezcla del viejo
mundo de Nueva Orleans con el nuevo.
No podía ni imaginar lo lleno que estaría el otro lugar. Por suerte,
no fuimos allí. Una gran araña de cristal dominaba la sala y las
cabinas rodeaban la acogedora pista de baile. Sorprendentemente,
había unas cuantas parejas bailando al ritmo de la música suave.
Tatiana tenía nuestro reservado junto al magnífico ventanal que
nos permitía ver la plaza de Jackson con la catedral de St. Louis. Una
animada multitud paseaba por las calles, con el dulce brebaje
alcohólico de la ginebra, el ron, el vodka y el licor de melón al que los
lugareños se referían como granadas de mano en sus manos mientras
reían y charlaban, algunos incluso tropezando borrachos. Las ventanas
estaban abiertas, lo que permitía que una cálida brisa se colara desde
el río y a lo largo de la ajetreada calle, con la dolorosa y azulada
melodía de una solitaria trompeta flotando en el aire.
Nos deslizamos en la cabina mientras Adrian fue a tomar asiento
en la barra.
—Podría unirse a nosotros, ya sabes —le dije a Tatiana—. No me
importa.
—Se negó.
—Oh. —Era extraño escuchar a alguien rechazar a Tatiana. Los
hombres normalmente babeaban tras ella—. ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—Se le ha metido en la cabeza que deberíamos tener una cita en
condiciones, no unirse a una cita con mis amigas.
Levanté la ceja.
—¿Y eso es un problema?
—No lo sé —murmuró, su mirada se dirigió a Adrian. Había un
anhelo en sus ojos que nunca había visto en su rostro.
—Tatiana, nunca he visto reprimirte —la insté—. La vida es
demasiado corta. Si te gusta y le gustas a él, ve a por ello. Acepta su
cita.
—Pero si no funciona, entonces se complican las cosas.
—¿Por qué?
—Él y Vasili trabajan juntos. —Pude ver que eso era un problema—.
Son dueños de una empresa juntos. Sería incómodo si no funcionara
para nosotros.
Le preocupaba que Adrian perdiera su trabajo si salía con él.
Aunque Vasili era protector con su familia, no creía que se
entrometiera en las citas de su hermana. Pero entonces, ¿qué sabía yo?
Ese hombre me sorprendía constantemente.
Nuestro camarero llegó en ese momento y pedimos nuestros cócteles.
Observé a la gente mezclarse en la plaza, a los enamorados cogidos de
la mano y a las familias disfrutar de sus paseos nocturnos. Una cosa
que me enseñó el trabajo en urgencias fue que no tenemos garantizado
el mañana. Podemos perder la oportunidad de estar con alguien a
quien amamos o de vivir algo extraordinario si nos contenemos.
El camarero volvió con nuestros cócteles y ambas levantamos
nuestras copas.
—Por arriesgarnos —le dije, mientras chocábamos nuestras copas en
un brindis. Tomé un sorbo, la bebida afrutada y alcohólica me calentó
las entrañas mientras se deslizaba por mi garganta.
—Creo que deberías aceptar la cita si te gusta —le dije. Sus ojos se
dirigieron a mí con sorpresa—. ¿Qué? —pregunté a la defensiva.
—Y creo que sea lo que sea lo que está pasando entre tú y Vasili,
deberías superarlo. —Fue mi turno de sorprenderme. Nuestras miradas
se cruzaron y no me atreví a admitir ni a negar qué demonios había
entre Vasili y yo. Hace cinco años, cuando me rompió el corazón en
mil pedazos, no arremetí. Obviamente, cuando atrapé a Ryan
engañándome, no arremetí.
Me bebí toda la bebida y antes que pudiera levantar la mano para
pedir otra, el camarero ya nos estaba trayendo otra ronda.
—Vasili es el hombre que te hirió hace cinco años, ¿no es así? —Lo
planteó como una pregunta, pero era más bien una afirmación.
—Fue hace mucho tiempo.
—Ese hijo de...
—No lo digas —la detuve—. Fue tanto por mi propia estupidez como
por la suya.
No tenía la menor idea por qué lo defendía. Seguro que no se lo
merecía. Sí, mi madre rompió su familia, pero tal vez su familia ya
estaba rota y ella fue un chivo expiatorio. De cualquier manera, eso no
justificaba su comportamiento hacia mí.
—¿Por qué no dijiste nada?
No respondí. No podía decirle que era un acuerdo al que habíamos
llegado Vasili y yo. Él no le diría a su hermana, que era mi mejor
amiga, que mi madre era la causa de la angustia de su familia, y yo
no le diría que me utilizó como venganza. Aunque la verdad es que
nunca entendí qué clase de venganza era esa. Nadie sabría que me
había utilizado ya que ambos lo mantendríamos en secreto.
—Siempre pensé que tal vez algún día serían tú y Sasha —
murmuró—. Nunca tú y Vasili.
—No somos tu hermano y yo —objeté, forzando una sonrisa en mi
rostro—. Ninguno de los dos.
La forma en que me miraba me decía que no me creía. De acuerdo,
tal vez había algo que aún sentía por Vasili, pero para él, siempre fui
solo un medio de venganza.
—¿Sabe lo del embarazo? —Su pregunta me sobresaltó y el dolor se
expandió en mi pecho al recordarlo.
Realmente no quería hablar de eso ahora. Me limité a negar con la
cabeza, pues me resultaba difícil decir incluso un simple no. Me culpé
por eso. Estaba ahogada en mi dolor por Vasili que se me pasaron por
alto todos los signos del embarazo. Hasta que una noche...
Tragué con fuerza y empujé los oscuros recuerdos al pequeño rincón.
Allí era donde debían estar.
—Dale una oportunidad a Adrian si te gusta. —Prefería hablar de
Adrian que de su hermano.
—Nunca te vi perder los estribos como hoy. —Tenía razón. Y ni
siquiera sabía que ese mismo día volví a perder los papeles y a
abofetear a su hermano mayor. Dios, ese hombre me estaba
convirtiendo en alguien que no me gustaba nada.
—¿Tal vez os atraigáis? —Su voz era esperanzadora.
Me bebí otra copa del cóctel que había pedido, mi cuerpo ya se
calentaba por el alcohol consumido. Suspiré al pensar en Vasili. No
creía que le gustara. Si lo hiciera, no habría hecho toda esta mierda,
utilizándome para una ridícula venganza y sobornando a Ryan para
que me dejara.
—Necesito otra copa —murmuré en voz baja.
Inmediatamente, volvió a llamar al camarero.
—Sabes, las mujeres no suelen enfrentarse a Vasili —comenzó
pensativa Tatiana—. Incluso en la universidad, cuando nos metíamos
en problemas, nunca te acobardabas. Cuando nos regañaba, lo mirabas
a los ojos, te mantenías erguida, sin vacilar. Nunca discutiste con él,
pero esa forma serena tuya de mirarlo en silencio, probablemente lo
volvía loco. Tal vez ambos han estado jugando al escondite todo el
tiempo.
Puse los ojos en blanco, sabía que no lo dejaría pasar. Me encogí de
hombros porque realmente, qué podía decir. La verdad era que me
ponía nerviosa, incluso después de todos estos años, mi cuerpo seguía
chisporroteando de deseo, recordando sus manos ásperas en mi piel y su
boca presionando contra la mía, conquistando.
Y ahora me quería en su cama. Sacudí la cabeza con incredulidad.
Sus palabras seguían resonando en mis oídos.
—Podría hablar con él —sugirió en voz baja.
—Por favor, no y no arruinemos nuestra noche hablando de todo eso.
Me miró pensativa, y no había duda que sabía lo mucho que me
afectaba su hermano mayor.
—Propongo otro brindis. —Levantó una copa y puse los ojos en
blanco.
—Bien.
—Por los hombres —brindó mi vaso—. Vamos a ponerlos de rodillas.
Me reí. No conocía muy bien a Adrian, pero Vasili Nikolaev nunca
se pondría de rodillas.
—Claro, por qué no. —Volvimos a chocar nuestras copas—. Hasta el
fondo.
Nos reímos, el reloj retrocedió a nuestros años de universidad,
cuando la vida parecía más sencilla. Nos tragamos la bebida de un
solo trago.
—Vamos a bailar —anunció Tatiana. Los cócteles nos relajaron, pero
no estábamos borrachas. ¡Todavía! Era lo justo para ignorar las
miradas que nos juzgaban y divertirnos. De acuerdo, tal vez estábamos
un poco borrachas. Sonaba un jazz de ritmo ligero y nos
balanceábamos con la música, con los cócteles en la mano, riendo y
recordando nuestros años universitarios cuando dos hombres se
acercaron a nosotras con grandes sonrisas.
—Hola señoritas.
Los miré a ambos. Eran un poco mayores que nosotras, pero como
Vasili señaló tan amablemente con Ryan, tenían cara de niño. Se me
escapó un hipo y solté una risita.
—Hola.
—Soy Regi —se presentó el chico de cabello castaño claro.
—Dino —dijo el otro secamente, mirándonos a Tatiana y a mí. Dino
tenía el cabello oscuro y la piel aceitunada con ojos oscuros. Era guapo,
aunque no tenía nada que envidiar a Vasili.
Tatiana y yo compartimos una mirada y luego sonreímos. Nunca
dábamos nombres cuando salíamos.
—Encantada de conocerte.
—¿Cómo os llamáis?
Ignoré la pregunta y me limité a sonreír.
—¿Estáis de visita? —pregunté en su lugar.
—Sí, estamos aquí por las fiestas de Halloween —anunció Regi—. He
oído que son increíbles aquí. ¿Habéis estado?
Sacudí la cabeza.
—No. Es mi primera vez en la ciudad.
—¿De dónde eres? —preguntó Dino, con sus ojos mirando entre
Tatiana y yo. Tuve la sensación que buscaba un eslabón débil.
—Aquí y allá —Tatiana le sonrió, pero capté que sus ojos se
desviaban hacia Adrian. Seguí su mirada y lo vi frunciendo el ceño.
No parecía complacido. Pobre hombre, no lo culpaba.
—¿Queréis ir a un nuevo club, señoritas? —ofreció Regi. Seguro que
se movió rápido—. Se llama La Guarida del Pecado. Queríamos
comprobarlo, al parecer es muy exclusivo.
Tatiana y yo compartimos una mirada y sonreímos.
—Curioso nombre —murmuré.
Dirigiéndome a la zona de la barra, para pedir un vaso de agua,
asentí a Adrian mientras volvía la vista hacia Regi y su amigo.
—Entonces, ¿cómo crees que vas a entrar? —le pregunté—. Si es tan
exclusivo.
—Tenemos nuestras formas —comentó Dino, mientras sus ojos
recorrían mi cuerpo sin pudor. Algo en la forma en que me observaba
me hizo revolver el estómago. Sí, había aprecio en sus ojos, pero
también crueldad. Como si el matarife midiera a sus animales,
asegurándose que fueran los más gordos y así poder sacar el máximo
provecho de ellos.
Al menos podría haber sido algo discreto. Tragué saliva,
agradeciendo que Adrian estuviera con nosotras.
—Haremos que valga la pena su tiempo —prometió Regi—.
Camarero, las señoritas tendrán otra ronda.
Sacudí la cabeza.
—He terminado por esta noche.
—Yo también —Tatiana me sorprendió. Le debe gustar mucho
Adrian. Ella estaba en su mejor comportamiento.
—Insisto —añadió Regi.
Puse los ojos en blanco, pero él no me vio porque estaba mirando
mis pechos en lugar de mis ojos. Podía insistir todo lo que quisiera, pero
seguiría sin ir a ningún sitio con él.
—Las copas corren por mi cuenta —anunció Regi como si me acabara
de ofrecer el mundo. Me entregó el cóctel y, a falta de rechazarlo, lo
tomé. Aunque no me lo bebería—. Vamos a montarnos en mi coche.
—Las damas están ocupadas —la voz retumbante hizo que mi
columna se pusiera rígida. ¡Vasili! ¿Qué demonios estaba haciendo
aquí? El aroma de su colonia me rodeó y me envolvió en una burbuja
en la que todos mis sentidos solo eran conscientes de él. Este maldito
hombre, ¿por qué estaba en todas partes?
El cuerpo de Vasili tan cerca de la piel desnuda de mi espalda me
sacudió tanto que me llevé a los labios la bebida con la que nos
obsequió Regi, cubriendo mi nerviosismo con una sonrisa a Regi.
—No vas a beber eso —gruñó Vasili.
Me quitó la bebida de las manos y la colocó de nuevo en la barra
del bar.
—Vacía esto por el fregadero.
Fruncí el ceño ante su innecesaria grosería.
—Ah, querido hermano —sonrió Tatiana, con un brillo travieso en
los ojos—. No seas tan aguafiestas. Isabella y yo no hemos terminado
por esta noche.
—Sí, lo habéis hecho. —No había lugar para la negociación. La parte
posterior de mi cuello hormigueó ante su proximidad.
Estaba demasiado cerca, podía sentir el calor que irradiaba de él
contra mi piel. Las llamas me lamían el cuerpo, abrasándome. Solo
tenía que inclinarme hacia atrás para sentir su duro pecho presionado
contra mi espalda.
Vi los ojos de Vasili en el espejo de la barra. Se alzaba literalmente
sobre mí desde atrás, con ojos tormentosos y fríos. Su traje oscuro de tres
piezas abrazaba perfectamente su cuerpo. Sabía que debajo de ese traje
caro, pulido y hecho a medida, estaba musculado, todo músculo y
nada de grasa. Parecía un modelo con cuerpo de luchador de MMA.
—¿También es tu hermano, preciosa? —preguntó Regi, con su dedo
rodeando la palma de mi mano perezosamente—. Tal vez tú y…
En un abrir y cerrar de ojos, Vasili lanzó todo su peso sobre Regi,
inmovilizándolo contra la barra del bar, con la mano rodeando su
garganta.
—No la tocas. No la miras. Y hoy es la última vez que le hablas.
Intenta una palabra más y estarás muerto.
Contemplé la escena con la boca entreabierta por la sorpresa.
Tatiana no parecía preocupada por el hecho que su hermano estuviera
ahogando a otro hombre. En lugar de eso, se limitó a reírse y a bajarse
del taburete de la barra, dirigiéndose hacia Adrian.
Había algunos transeúntes que fingían no mirar pero que
claramente observaban cada movimiento de este pequeño conflicto.
—Vasili, ¿qué estás haciendo? —agarré su bíceps con los dos brazos,
intentando despegarlo—. La gente está mirando. Alguien va a llamar a
la policía.
No se movía. Frenéticamente, miré a mi alrededor, buscando a
Adrian, pero él se quedó allí, esperando.
—¿No vas a ayudar?
Adrian se limitó a encogerse de hombros.
—No debería tocar lo que no le pertenece —fue todo lo que dijo.
Ambos hombres estaban locos.
—Vasili, déjalo ir —siseé—. Lo vas a matar.
—Esa es la cuestión, malyshka. —Nuestras miradas se cruzaron, su
mano aún rodeaba la garganta de Regi, su rostro se enrojecía
peligrosamente—. ¿Lista para ir a casa?
—Suéltalo ahora mismo, grandísimo bruto —gruñí. Apretó su agarre
alrededor de la garganta de Regi, y sus ojos se pusieron en blanco—. Sí.
¡Sí! Estoy lista. Suéltalo —grité frenéticamente. Nunca había visto a
Vasili tan violento durante mis años en la universidad. Y eso que
Tatiana y yo habíamos hecho algunas tonterías. Sin embargo, en los
últimos días solo vi su violencia.
Vasili lo soltó en el mismo instante y el cuerpo de Regi se deslizó por
el suelo con un fuerte golpe. Di un paso adelante, el médico que había
en mí estaba dispuesta a ayudar, pero el brazo de Vasili me detuvo.
—Déjalo —gruñó—. Nos vamos a casa.
Mis ojos se dirigieron a Regi, que jadeaba, con su amigo a su lado.
Viviría, probablemente tendría moretones alrededor del cuello.
Mis ojos se clavaron en él con furia.
—¿Qué demonios te pasa? —Siseé y sus dedos se clavaron en la parte
superior de mi brazo—. ¿Estás loco o algo así? No puedes ir por ahí
intimidando a los hombres.
—Oh, a mi hermano le pasa de todo —comentó Tatiana, riéndose—.
El hecho que lo haya visto dos veces en el mismo día me dice que
nuestro anterior brindis tiene algún mérito.
Sacudí la cabeza, tratando de ordenar mis pensamientos.
—Adrian, lleva a Tatiana a casa —Vasili nos ignoró tanto a su
hermana como a mí—. Yo llevaré a Isabella.
Entonces giró la cabeza y seguí su mirada. Tenía a sus hombres
merodeando en el fondo, les ladró instrucciones para que llevaran al
tipo y a su amigo abajo.
—¿Abajo? —Fruncí el ceño y miré confundido a Vasili y a Adrian—.
¿Por qué abajo? ¿Es este su club?
—Puso un roofie 6 en tu bebida —gruñó—. Y sí, este es mi club. Ahora,
vamos a casa.
Girando la cabeza, miré a Regi.
—¿En serio? —Y yo, sintiendo lástima por él—. Debería darte una
patada en el culo —di un paso, pero Vasili me hizo retroceder.
—No, malyshka. Ese trabajo es mío. —Algo en la forma en que miró
a Regi me dijo que disfrutaría hacerlo.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté alarmada. Intenté apartar el brazo
de su agarre. Algo en la forma en que amenazaba a Regi sin
amenazar realmente lo hacía aún más aterrador. Y recordé el toque de
un arma cuando intenté apartarlo de Ryan.
—No te preocupes. Tendrá su merecido. —Le dedicó a Regi una
sonrisa amenazante. Este Vasili me estaba asustando mucho.
—No quiero ir a ninguna parte con tu culo loco.
No me prestó atención mientras me arrastraba por la calle. Tatiana
y Adrian fueron en dirección contraria, hacia el vehículo que nos trajo.
Ella no paraba de reírse, arrastrando juguetonamente su dedo sobre el
tatuaje del cuello de Adrian.
Me lanzó una mirada por encima del hombro y gritó.
—Recuerda nuestro brindis, Bella. —Gemí. Tatiana a veces era
simplemente ridícula—. Empecemos esta noche —gritó, a lo que siguió
una risita. Resultó que ella estaba más borracha de lo que creía. Tal
vez yo también lo estaba. Esos cócteles podían acabar con una. Eran
tan sabrosos y afrutados. Lo siguiente que sabes es que estás borracha y
se te ocurre la brillante idea de irrumpir en la piscina pública más
cercana para poder bañarte desnuda.
Vasili también nos salvó de esa.
—Quiero ir con Adrian y Tatiana. —Realmente no quería, pero me
preocupaba estar a solas con este hombre. Especialmente en mi estado
de embriaguez.
—Nyet. —Oh, mierda, si empezó a hablar en ruso, podría hacer algo
estúpido. Solo recuerda que él es el idiota, con acento sexy o no, me
decía a mí yo—. Te voy a llevar a casa.
7 Feel it.
—Joder, hueles tan bien. —Sus gemidos llenaron el interior de su
Lamborghini—. ¿Estás mojada, malyshka? —Mi cabeza asintió sin
registrar el significado de sus palabras—. Tócate.
No podía moverme, hipnotizada por su polla y el pre-semen
brillando y corriendo por su eje. Podía inclinarme y probarlo, o al
menos tocarlo. Finalmente, perdí mi batalla con la tentación y mi
mano se acercó a su dura polla, envolviéndola alrededor de su gran
mano.
—¿Sabes cuántas veces me he excitado pensando en ti? —Su voz era
torturada, la tensión y la necesidad de liberación desprendían su
cuerpo.
Retiré su mano y rodeé su pene con mi pequeña mano. En el
momento en que mi mano tocó directamente su eje, un fuerte gemido
resonó en el coche, vibrando directamente en mi centro. Hacía cinco
años que no lo tocaba, pero bien podría haber sido ayer. Que Dios me
ayude, mi mano lo recordaba.
Empecé a bombear su suave y dura polla, arriba y abajo, y él echó
la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.
—Sí, así Isabella —ronroneó, encendiendo las llamas por mi cuerpo.
Era tan fuerte, pero a la vez vulnerable en este momento en que se
entregaba a mí. Un día alrededor de este hombre y sucumbí a esta
lujuria que chisporroteaba entre nosotros. Y en este momento, ni
siquiera me importaba.
—¿Puedo tocarte, malyshka?
Mi mano se detuvo. Inhalé fuertemente y exhalé lentamente. Dios,
quería que me tocara. Era tan tentador decir que sí. Nuestras miradas
se encontraron y no pude encontrar la fuerza para negarle ni
permitirle su toque.
Debió leer la indecisión en mis ojos, la batalla de voluntades que
empujaba y tiraba.
—Tócate entonces —dijo—. Muéstrame lo mojada que estás.
Tragué con fuerza.
—¿Puedo sentarme a horcajadas sobre ti?
Las palabras apenas salieron de mis labios, antes que sus dos manos
me agarraran por la cintura y me levantaran sin esfuerzo por la
consola central hasta su regazo. El espacio era reducido, pero no me
importaba. Quería sentir su cuerpo lo más cerca posible del mío. Mis
rodillas se separaron, cada una se posó en la parte exterior de sus
muslos y mi vestido se levantó alrededor de mi cintura. Mi centro
estaba muy cerca de su polla, pero no era suficiente.
Nuestros ojos se encontraron, los rostros separados por centímetros.
—No te tocaré, malyshka —prometió con voz ronca—. No, a menos
que me lo digas.
Esa era toda la promesa que necesitaba. Me aparté las bragas y, en
el momento en que mi dedo rozó mi nódulo, se me escapó un fuerte
gemido.
—Déjate llevar por los dedos mientras me masturbo debajo de ti —
ordenó, en un gruñido—. Imaginaré tu coño caliente apretado alrededor
de mi polla.
—Vasili. —Su nombre era un susurro jadeante en mis labios mientras
introducía mis dedos.
La presión en mi interior crecía, llevándome cada vez más alto,
empeñada en perseguir este placer. Lo observé a través de los pesados
párpados, con sus ojos hambrientos en mi coño. Seguí sus ojos,
observando entre nuestros cuerpos mientras él bombeaba su polla,
arriba y abajo, mientras me acariciaba. De vez en cuando,
accidentalmente o no, rozaba su polla y él gemía. El sonido era
emocionante, peligroso, tentador.
—Quiero probar tus dedos. —Su voz era una ronca demanda. Sin
cuestionar mi cordura ni la suya, llevé mis dedos a sus labios. Siguió
bombeando su eje, su otra mano se enredó en mi muñeca mientras
chupaba mis dedos—. Sabes increíble —gimió, saboreándolo como un
manjar.
—Oh, Dios mío —gemí, el pulso palpitante entre mis muslos era
insoportable. Quería que me tocara, quería que estuviera dentro de mí,
pero las palabras se quedaron encerradas detrás de mis labios.
Al soltar mi mano, la introduje de nuevo en mis bragas y acaricié
mi clítoris. Con la mano que tenía libre, me arrancó las bragas, con un
sonido de desgarro paralelo a nuestra fuerte respiración. No me
importaba, lo único que me importaba era el placer. Toqué mi clítoris,
cada vez más rápido y más fuerte, rozando a propósito la punta de su
pene. Cada roce provocaba una fricción y un gemido torturado de
ambos.
—Joder, joder, joder —repetí mientras la presión aumentaba cada vez
más. Enterró su cara en mi cabello, respirando palabras en ruso.
—Isabella —murmuró—. Joder, te deseo tanto.
Cerré los ojos, saboreando la sensación. Nunca había sentido una
fracción de esto con Ryan. Jamás.
—Vasili, necesito... —¿Qué necesitaba? Necesitaba que estuviera
dentro de mí, que me follara duro y sin descanso. Como recordaba que
lo hizo aquella noche de hace cinco años—. Por favor —supliqué.
—Dime qué necesitas, malyshka. —Sus gruñidos coincidieron con los
míos, ambos nos tocamos y nos necesitamos con desesperación—. Te
daré cualquier cosa. Solo dime lo que quieres.
Mis ojos volvieron a bajar hasta donde su vástago estaba a
centímetros de mi adolorido coño. Bombeó su polla con fuerza, con el
pre-semen brillante por todas partes, tentándome a sentirlo caliente en
mi entrada. Seguí acariciando mi clítoris mientras bajaba un poco mi
cuerpo para sentir la punta de su dura polla en mi entrada, y eso fue
todo lo que necesité. Mi cuerpo estalló en un millón de pedazos, y lo vi
hacer lo mismo, mientras su semen salía a chorros por todo mi coño y
él mismo.
Siguió ordeñando su polla, sus gruñidos y mis gemidos se
mezclaban. Froté mi coño caliente por todo su tronco, saboreando la
sensación caliente. No tenía idea de por qué, pero aquello me parecía
tan erótico que quería seguir haciéndolo. Estaba codiciosa y quería
sentirlo dentro de mí, duro y profundo.
Capítulo 13
Vasili
Isabella
—Malyshka —su voz áspera en mi oído. Había echado tanto de
menos su voz y la sensación de su calor corporal.
—Por favor, Vasili. —No estaba segura de lo que estaba suplicando,
pero él parecía saberlo. Su boca tomó la mía para darle un beso
caliente y devorador. Su lengua me lamió el labio inferior y mi boca se
abrió, dándole la bienvenida. Sabía tan bien, como el whisky y el
pecado más delicioso y perverso.
Su boca dejó un rastro caliente y abrasador por toda mi piel
mientras bajaba por mi cuello, arrastrando besos por mi cuerpo.
Lamiendo, chupando y mordiendo mi piel, en todos los lugares
adecuados, sensibilizando todo mi cuerpo.
Mi cabeza se agitó contra la almohada, con los párpados cerrados,
disfrutando de la sensación. Sentí que me acariciaba la suave piel del
interior del muslo, inhalando profundamente.
—Hueles delicioso —murmuró, sus labios conectaron brevemente con
mi coño—. Voy a darme un festín con tu apretado coño.
Un fuerte gemido sonó en el dormitorio, la pequeña cama del
dormitorio protestando por el peso de dos cuerpos. Mi cabeza se agitó
contra la almohada.
—Abre los ojos, malyshka. —Su voz era severa, profunda, sacudiendo
mis entrañas. Mis ojos se abrieron—. Mira cómo devoro tu coño.
Nuestras miradas se encontraron, sus ojos pálidos sobre mí mientras
bajaba su boca y lamía mi centro. Un escalofrío recorrió mi cuerpo,
resistiendo el impulso de echar la cabeza hacia atrás. En lugar de eso,
me concentré en sus ojos, observando cómo me devoraba como un
postre poco común.
—Mmm. —El estruendo de Vasili se disparó directamente a mi
núcleo—. Tan jodidamente bueno.
Su boca se aferró a mi clítoris, chupando con fuerza y rapidez,
alternando entre lamer y chupar. Mis entrañas ardían, mis músculos se
tensaban con la necesidad que se encendía dentro de mí. Su boca en mi
parte más íntima me excitaba, pero verlo mientras me comía era un
erotismo alucinante.
Su dedo entintado se deslizó dentro de mí, su boca chupaba sin
descanso. —Sí, Vasili —el gemido abandonó mis labios con un temblor.
Su dedo entraba y salía, y mi espalda se arqueaba sobre la cama al
contacto con él. —Tan jodidamente hermoso —gimió. Su dedo alcanzó
un punto dentro de mí y todo mi cuerpo se tensó. Mi sangre ardía, las
llamas lamían mi piel mientras volaba hacia alturas que nunca había
conocido.
—Oh, mi maldito Dios —grité, mi cuerpo se agitó contra su dedo.
Mis entrañas se apretaron alrededor de su dedo, pero él siguió
bombeando y lamiendo. Todo el tiempo lo observé con los párpados
pesados, respirando con dificultad mientras su mirada se fijaba en mí.
Antes que tuviera la oportunidad de bajar del orgasmo más
increíble, su gran cuerpo se cernió sobre el mío, sosteniéndose con sus
fuertes brazos, y se introdujo dentro de mí, enterrándose hasta la
empuñadura.
—Joder —gimió. Mis manos se enredaron en su cuello, buscando sus
labios como si me estuviera muriendo de sed y él fuera la única gota
de agua que había. Nuestros movimientos se sincronizaron, él se movió
con fuerza dentro y fuera de mí, encendiendo de nuevo las llamas.
Nuestros cuerpos encajaban perfectamente, a pesar de la diferencia de
tamaño.
Gritaba palabras irreconocibles, sus caderas trabajaban como
pistones y mis dedos se clavaban en su espalda, aguantando.
—¡No pares! —Grité, exigiendo más placer. Había esperado esto
durante mucho tiempo. Él era la razón por la que nunca me había
acostado con nadie en los últimos tres años. Lo quería a él, solo a él.
Empujó más profundamente y con más fuerza dentro de mí, nuestros
gemidos y gruñidos resonaron en la habitación. Diablos, probablemente
todo el piso nos escuchó—. Sí, sí. Oh, Dios mío. ¡Sí!
Mi cuerpo se rompió en un millón de pedacitos, luces blancas
estallaron detrás de mis párpados. Me estremecí por la intensidad del
placer que me proporcionó, mi coño se apretó alrededor de su polla. Su
cabeza se hundió en mi cuello, palabras extrañas salieron de sus labios
mientras me seguía hasta el borde, con su polla retorciéndose dentro de
mí.
La escena cambió y los rayos de sol de la mañana brillaron en el
cabello dorado de Vasili. Me observó con esos ojos, con una expresión
ilegible. No quería oír sus siguientes palabras. Sabía lo que venía a
continuación, pero quería un final diferente.
—Isabella Taylor, esto solo fue un polvo. —Una sonrisa cruel y unos
ojos fríos en el rostro de Vasili atravesaron mi corazón y mi cuerpo se
estremeció.
Solo un polvo. Solo un polvo. Solo un polvo.
—No deberías jugar con lobos, Isabella.
Me levanté de golpe en la cama, con la respiración agitada. Tuve
que parpadear varias veces para aclarar mi mente. No está sucediendo
realmente ahora. Eso fue hace mucho tiempo.
Me llevé la mano al pecho, el corazón retumbaba bajo mi palma y
el dolor al escuchar esas palabras aún perduraba entre cada latido.
Vasili sería mi perdición. Era solo cuestión de tiempo que
sucumbiera a su voluntad. Lo sabía. Él lo sabía. Lo quería a pesar de
todo. Los pequeños destellos del hombre que vi durante los tres primeros
años de mi universidad y el hombre apasionado que devoraba mi
cuerpo me perseguirían para siempre. Debería recordar su crudeza, su
crueldad, pero siempre se desvanecían, dejándome añorando al Vasili
que me adoraba aquella noche, al hombre que me enviaba flores
felicitándome por un trabajo bien hecho en los exámenes. Mi madre
nunca se acordaba, pero Vasili sí. Mis cumpleaños, mis exámenes, mis
fiestas... él lo recordaba todo.
Miré al techo a través de la oscuridad, los recuerdos de aquella
noche se arremolinaban en mi mente llenando mi pecho de emociones.
Ojalá mi madre no hubiera mantenido toda su vida en secreto, y yo
estuviera preparada. En cambio, todo se vino abajo después de esa
noche. Abrió las compuertas porque después de esa noche, me enteré de
mucho más que del romance de mi madre con Nikola Nikolaev, el
padre de Vasili. La vida de mi madre estaba envuelta en tantos
secretos, que toda mi identidad y cómo nací fue un shock una vez que
empecé a investigar todo tras la muerte de mi madre.
Todavía no podía entender qué clase de venganza era acostarse con
la hija de su enemigo. Esperaba que Vasili fuera a presumir ante mi
madre, pero eso nunca sucedió. Tal vez porque ella murió demasiado
pronto. Me gustaría saberlo, pero no había nadie a quien preguntar.
Excepto Vasili, y no le daría más munición.
Retiré las mantas y me levanté de la cama. Sabía que no tenía
sentido quedarse tumbada. No podría descansar más. Miré el reloj y vi
la hora. Eran apenas las cuatro de la mañana.
Me dirigí a la calle, esperando un poco de aire fresco. Tal vez podría
sentarme junto a la piscina y escuchar el movimiento del agua de la
misma.
Con cuidado de no despertar a nadie, atravesé los pasillos de la casa
y salí por las puertas francesas al jardín. Esperaba que la alarma
sonara, pero me sentí aliviada cuando el silencio continuó.
Con mi pantalón corto y una camiseta de tirantes, me senté en el
borde de la piscina y escuché. Necesitaba ese sonido familiar del agua
moviéndose de un lado a otro, las olas chocando contra la orilla.
Siempre que me enfadaba, me sentaba en la playa y escuchaba las
olas rompiendo contra la orilla. Esto era lo más cerca que podía estar
de las olas contra la orilla, ahora mismo.
Dios, ¿cuándo fue la última vez que me senté en la playa mientras
estaba enfadada? Levanté la cara hacia la luna y me asusté al verla.
Era una luna de sangre. Igual que la noche después de perder al bebé.
Esa fue la última vez que me senté en la playa. Después de mi crisis
nerviosa.
Las lágrimas picaron en mis ojos mientras miraba la luna, el dolor
por la pérdida de hace cinco años todavía estaba fresca. Los toques de
rojo en la luna me recordaban la pérdida y la soledad de aquella
noche.
Los calambres empeoraron, dejándome sin aliento por su intensidad.
El dolor me hacía ver borroso. Algo iba mal.
Me acurruqué en un ovillo, sujetándome el bajo vientre. Era una
estupidez, pero esperaba que, si lo protegía con la mano, podría
proteger la pequeña vida que crecía en mi interior. Sabía que no era
así, pero mi mente se revolvía al saber que era mi cuerpo el que
rechazaba al bebé.
Mi cuerpo se acurrucó en posición fetal, con gemidos silenciosos
sacudiendo mi alma. Tenía que guardar silencio. Nadie podía enterarse
de esto. Me lamí los labios, saboreando las amargas lágrimas que se
negaban a dejar de salir.
Sola. Me sentí tan sola.
Mi madre estaba muerta. No pude salvarla. El bebé que llevaba
dentro se estaba muriendo. Lo sabía. Solo estaba de cuatro meses, pero
para mí era algo vivo, que respiraba. Era parte del hombre que
amaba. Y se estaba muriendo, dejándome sola.
—Isabella. —La voz de Tatiana estaba cerca, pero estaba demasiado
débil para levantar la cabeza—. Oh, Dios mío. Hay sangre por todas
partes.
Algo me oprimía la garganta. No podía respirar, no podía sacar
una palabra. No tenía energía para levantar la cabeza y asegurarle
que estaba bien.
—Está bien, Bella. —Podía escuchar el miedo en su voz—. Voy a
llamar a la ambulancia.
—No. —Apenas pude ahogar la palabra.
—Bella, te estás desangrando.
—Por favor, llévame al hospital. —Me obligué a levantar la cabeza
y a encontrarme con sus ojos—. Fuera del campus. Por favor. Estoy
perdiendo al bebé.
Su rostro se blanqueó, el miedo me destripó, pero no pude calmarla
ahora. —Por favor, Tatiana —carraspeé.
—Llamaré a mi hermano.
Agarré su mano sorprendiéndome a mí misma de la fuerza de mi
agarre—. No —exhalé—. Nadie. Por favor.
Sin dudarlo, me ayudó y prácticamente me llevó hasta su coche,
dejando un rastro de sangre desde nuestra habitación. Sentí que mis
fuerzas se desvanecían y que me mareaba. Otro calambre y me
encorvé. Si no fuera por Tatiana, me habría caído de bruces.
—Te tengo —murmuró en mi oído—. Te tengo.
Me desmayé en algún lugar entre el campus y el hospital. Cuando
me desperté, lo primero que reconocí fue el rostro ceniciento de Tatiana
y sus ojos pálidos llenos de miedo.
—Ey —murmuré, con la boca seca—. ¿Estás bien?
—¿Estoy bien? —ronca, con la voz temblorosa—. Has estado
inconsciente durante dos días.
Rompió a llorar y enterró su cara en mi pecho. Levanté la mano y
la puse sobre su cabeza, observando la vía intravenosa que tenía.
—Has perdido mucha sangre —murmuró.
—Lo siento. —Me dolía el pecho mientras mi otra mano se acercaba
al bajo vientre. El conocimiento estaba enterrado en lo más profundo
de mi mente y mi cuerpo, pero la maldita esperanza era más fuerte. —
¿Bebé? —Apenas susurré la palabra.
Los pálidos ojos de Tatiana se encontraron con los míos y la
respuesta estaba en ellos, incluso antes que negara con la cabeza.
No estaba preparada para ser madre, me dije. Tenía toda la vida
por delante. Entonces, ¿por qué me dolía tanto?
Capítulo 15
Vasili
Isabella
Paseé por el Barrio Francés, la cálida brisa era una suave caricia en
mi piel. Tatiana tenía una cita con la peluquería y de ninguna
manera pasaría un día tan cálido adentro de casa. Convencí a Adrian
que le pondría de los nervios si le acompañaba con Tatiana. La
inquietud crecía en mi interior, como un exceso de energía que tenía
que quemar, pero no sabía cómo.
Sabía que Adrian tenía a alguien vigilándome, al menos me avisó.
Su chófer me dejó en la esquina de la avenida St. Charles y un hombre
que no encajaba en absoluto, se sentó allí despreocupadamente
fingiendo leer una revista.
—¿Es ese el tipo que trabaja para Adrian? —le pregunté al
conductor antes de salir.
Tras su asentimiento, le di las gracias y salí del vehículo. No fue
hasta la muerte de mi madre y las revelaciones de su diario que
finalmente comprendí por qué la familia de Tatiana necesitaba tanta
protección. Resultó que los rumores que había escuchado en la
universidad estaban bien fundados.
Hay una verdad en cada mentira, Bella. Las palabras de mi madre
resonaron en mis oídos. ¡Dios, qué razón tenía!
Paseé despreocupadamente por las tiendas, disfrutando del silencio.
A Tatiana le gustaba hablar y eso era lo que me gustaba de ella. Pero
como hija única, estaba acostumbrada a estar mucho tiempo sola. No
me molestaba hacer cosas sola y me encantaba el silencio.
Los pintores callejeros de la plaza fueron mis favoritos. Había
pinturas del Barrio Francés en una multitud de colores brillantes,
pinturas del Garden District, saxofonistas y el horizonte de Nueva
Orleans. La Ciudad de la Media Luna presumía de un estilo y una
actitud rítmicos distintos a los de cualquier otra ciudad en la que
hubiera estado. Había diversión desenfrenada y copas por doquier. No
era la temporada de Carnaval, pero la vitalidad de esta ciudad y los
colores que se veían por todas partes hacían que pareciera que lo fuera.
El olor a jambalaya y el hervido de langostas mezclado con el alcohol
perfumaba el aire.
Deambulé sin rumbo fijo, pero me habría encantado sentarme en un
banco y observarlos a todos. Los artistas y las estatuas vivientes
pintadas de plata estaban en cada esquina, atrayendo a la gente. Sin
embargo, no me detuve. La inquietud en mi interior crecía a cada
segundo.
Mi vista se fijó en un pequeño rincón con un hombre mayor,
embadurnado de acuarelas por toda la camisa, pintando. Aunque
estaba frente a la catedral de St. Louis, la más antigua de
Norteamérica, me sorprendió. No estaba pintando la iglesia. Y
mientras otros cuadros de la plaza tenían colores fuertes y llamativos,
tan sinónimos de esta ciudad, este tipo pintaba un sosegado cuadro con
colores tierra asentados. Me quedé detrás de él, observando cómo
creaba la imagen en su mente. De vez en cuando levantaba la cabeza
y miraba la iglesia, pero sabía que en su mente no veía la iglesia.
Tenía una imagen en su propia mente.
Debí de permanecer allí durante una hora y, a medida que la
imagen de un solitario sauce llorón rodeado de agua se iba
completando lentamente, también lo hacía mi comprensión. Esta
inquietud que sentía se debía a que no había visto a Vasili desde la
noche en que me trajo a casa. Habían pasado dos días enteros, después
de haberlo visto tres veces en un solo día. No dejaba de decirme que
me arrepentía de lo que habíamos hecho en el coche, pero era mentira.
No me arrepentía en absoluto. De hecho, quería más.
Pero el recuerdo del dolor que causó me detenía. Vasili actuaba
como si me quisiera, pero todo podía ser una pretensión. Después de
todo, había descubierto de primera mano lo bueno que era fingiendo.
Pero entonces, ¿por qué volver a tocarme? reflexioné.
Hace cinco años, se vengó de mi madre y de mí. A diferencia de
Vasili, no podía reprocharle los errores a mi madre. Ella era joven, solo
tenía veinte años cuando conoció al padre de Vasili. Se enamoró, y sí,
estuvo mal. Estaba casado, pero su padre también tuvo la culpa. Y mi
madre pagó un precio muy alto por ello. Perdió un hijo.
Tragué duro, el dolor de mi propia pérdida me ahogaba. Todo el
dolor que me causó y todavía lo quería. ¿Era eso normal? No podía
controlar la forma en que mi corazón se aceleraba en torno a él ni este
anhelo de su toque y susurros silenciosos. Una noche con él se convirtió
en la epifanía de mi vida. Desde el momento en que nos conocimos, era
frío y duro, pero más allá de todo ese exterior, había pasión y un
corazón que se preocupaba. Todo lo que tenía que hacer era mirar a
Tatiana y a Sasha y ahí estaba la evidencia de lo mucho que le
importaba.
Tal vez no le importaba, pero tenía corazón. A menudo me
preguntaba qué le habría dicho su madre a Vasili para llevarlo a tal
extremo de vengarla.
Parpadeé con fuerza, empujando las emociones a un rincón oscuro.
Nada de eso importaba realmente. Puede que me quiera, pero nunca
sería más que eso para él.
Mis ojos se centraron en el cuadro y me di cuenta que el hombre lo
había completado. Me observó, probablemente preguntándose por qué
me quedaba mirando el cuadro como una especie de lunática.
—Es hermoso —murmuré. Y lo era, la paz y la serenidad mezcladas
con la pasión gritaban en ese lienzo de dieciséis por veinticuatro. El
sauce llorón me recordó a Vasili y a nuestra cita de hace dos noches en
el coche de camino a casa—. ¿Está en venta?
Asintió con la cabeza.
—¿Cuánto? —pregunté. La verdad es que no podía permitirme
gastar dinero ahora mismo sin trabajo, pero me gustaba mucho.
Aunque me preguntaba por mi cordura al quererlo. Me recordaría
para siempre a Vasili. Tal vez me gustaba torturarme.
—Mil dólares.
Era demasiado. No debería hacerlo.
—Lo compraré.
Tardó cinco minutos en empaquetarlo y procesar el pago. Cuando le
di las gracias y me di la vuelta para marcharme, me topé
directamente con el pecho de un hombre grande.
—Ups, lo siento —me disculpé, levantando la cabeza.
Unos ojos azul oscuro en un rostro duro se encontraron con los míos y
algo en ellos me resultó familiar. El hombre era alto, tenía un pecho
ancho y un cuerpo fuerte. Sentí, más que vi, que algunas mujeres
transeúntes le lanzaban miradas. Había un atractivo crudo en él, esa
piel bronceada contra los ojos azul oscuro y el cabello oscuro. Sus labios
carnosos se curvaron en una pequeña sonrisa y sus ojos me estudiaron
con interés.
Lástima que nada de eso me atrajera. Vasili era el único hombre
que me atraía.
—No hay problema. —Su voz era profunda, fuerte y con un ligero
acento. Hmmm, ¿acento español?
Fui a rodearlo, pero él hizo lo mismo y volvimos a estar frente a
frente. Fui en dirección contraria y él siguió el movimiento.
Me reí incómodamente.
—Está bien, tú quédate quieto y me moveré a la izquierda.
Se rio, y su duro rostro se suavizó un poco. Lo hacía parecer
atractivo, aunque de un modo peligroso.
—Me gustó nuestro juego. Soy Raphael. ¿Cómo te llamas?
Frunciendo el ceño, volví a mirarle a los ojos. Algo en él me
resultaba definitivamente familiar, estaba segura. Solo que no podía
ubicarlo.
—Señorita, ¿va todo bien? —Uno de los hombres de Adrian se acercó.
Mis ojos se dirigieron a Raphael, pero este no se volvió para mirar en
dirección a mi guardia. En cambio, me estudió, como si su vida
dependiera de ello.
—Oh, sí. Todo bien. Solo nos topamos. —Incliné la cabeza hacia
Raphael. Bonito nombre—. Que tengas un buen día.
Como si tuviera un propósito, me alejé sin mirar atrás. En lugar de
volver a casa de Tatiana, seguí haciendo turismo, y el hombre de
Adrian se quedó atrás, para mi deleite. Eran casi las tres de la tarde
cuando un Maserati negro se detuvo a mi lado en la acera, dándome
un susto de muerte.
Mirando al vehículo con los cristales tintados, abrí la boca para
darle al conductor un pedazo de mi mente cuando todos los
pensamientos se me escaparon. Vasili salió del vehículo y me cogió la
mano.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —gruñó tomándome de la
muñeca.
¿Qué? Parpadeé confundida. No he hecho una mierda para que se
enfade conmigo.
—¿Cuál es tu problema? —Me zafé de su agarre.
—No puedes andar así por la ciudad —siseó—. Alguien podría
hacerte daño. Entra en el coche.
Miré a mi alrededor, consciente que la gente nos miraba.
—Estás montando una escena.
—Me importa una mierda. No permitiré que te hagan daño.
Sacudí la cabeza con confusión.
—¿De qué estás hablando? Solo estaba haciendo turismo.
—Sube al coche, Isabella —siseó—. O juro por Dios que te echaré por
encima del hombro y lo haré yo mismo.
La noche de Halloween de hace cinco años me vino
inmediatamente a la mente. Sus ojos ardían con la misma expresión
que aquella noche antes de llevar mi cuerpo a las más increíbles
alturas. Mis mejillas se calentaron y mi corazón se agitó.
La tensión sexual entre nosotros chisporroteó y el mundo entero
desapareció, dejándome con el espécimen masculino más intenso de la
tierra. Di un paso hacia él, sus ojos me atrajeron. Todo en este hombre
me capturó, como una polilla a la llama. La pregunta era si
sobreviviría a la quemadura la segunda vez.
El flash de la cámara me sobresaltó, rompiendo el momento. Giré la
cabeza para ver a varios paparazzi haciendo fotos, y rápidamente giré
la cara para no mirarlos. Siempre se podía distinguir a los paparazzi de
los curiosos por los ridículos y caros objetivos que llevaban colgados del
cuello como un lazo. Odiaba que me fotografiaran.
A diferencia de Ryan, que siempre prestaba atención a los
periodistas y paparazzi, Vasili les impidió la visión de mí con sus
anchos hombros y cogiendo mi mano. Me encogí contra él y me
apresuré a subir al coche con su ayuda.
Por instinto, aparté la cabeza de las ventanillas.
—Lo siento, malyshka —murmuró, poniendo el coche en marcha y
saliendo a toda velocidad de allí—. Debería haberlos visto antes.
—No es tu culpa. —Debería haber estado más atenta a mi entorno,
pero después de no ver ni un solo reportero ni paparazzi a la vista
durante días, me volví demasiado permisiva—. Yo tampoco los vi.
El motor de su coche zumbaba suavemente, su conducción era
rápida y segura. Igual que este hombre. Si no se me metiera en la piel
tan fácilmente. Me quedé mirando sus dedos tatuados agarrando el
volante, recordando sus palabras de hace unos días.
Te quiero en mi cama. Esas malditas palabras me perseguían. Deseé
que nunca las dijera en voz alta porque ahora eran lo único en lo que
podía pensar. Desde que lo vi en la ceremonia de entrega de premios
de Ryan, Vasili invadió mi mente. Era como si los cinco años de
separación nunca hubieran ocurrido. ¿Cómo era posible?
—¿Cuántos coches tienes? —le pregunté, echando un vistazo al lujoso
interior. Tenía que ocupar mi mente con temas neutrales.
Te quiero en mi cama. No, eso no era un tema neutral. Tuve que
olvidar esas palabras.
—No estoy seguro. ¿Te gusta este coche?
—Supongo. Es bonito.
—¿Todavía tienes tu Jeep? —Fruncí el ceño tratando de recordar si
alguna vez le había dicho que tenía un Jeep. Tal vez Tatiana se lo dijo.
Lo tenía desde mi último año de instituto, y me encantaba ese coche.
—No, ya no.
—Pensé que te gustaba ese coche.
—Lo adoraba.
—¿Qué pasó?
Me encogí de hombros.
—Un imbécil vertió azúcar en mi depósito de gasolina. Causó
algunos problemas en el motor, así que tuve que deshacerme de él.
Gruñó.
—¿Dónde? ¿Cuándo?
Casi podía sentir la amenaza que desprendía su cuerpo, dispuesto a
vengar mi Jeep. Tuve que reírme.
—Ni idea, y hace como un año. Rara vez lo conduje en Los Ángeles,
ya que vivía cerca del hospital.
Siguió el silencio y me mordí el labio, tratando de idear otro tema
neutral. Cualquier cosa menos esos dedos fuertes, hermosos y ásperos
que me tentaban.
—Isabella, no puedo tenerte deambulando sola por la ciudad. —
Levanté la vista para observar su rostro, sus ojos en el camino—. Tengo
enemigos, y no quiero que te alcancen.
—Adrian hizo que alguien me siguiera. Así que pensé que estaba
bien.
Su mirada se desvió hacia mí, antes de volver a prestar atención a
la carretera.
—Tienes razón, lo hizo.
Casi esperaba que dijera algo más, pero se quedó callado.
Capítulo 17
Vasili
Casi pierdo la cabeza cuando Adrian me llamó para decirme que
Raphael Santos se había acercado a Isabella. Nunca se le debería
haber permitido acercarse a menos de un kilómetro de ella, y menos
aún cara a cara con ella. ¿No le dije jodidamente a Adrian que
reforzara la seguridad? ¿Que Alphonso Romano y Benito King estaban
tras Isabella? Quería matar a mi mejor amigo.
Eso ni siquiera fue lo peor. Cuando Adrian procedió a decirme que
el tipo que había asignado para vigilarla había sido encontrado
inconsciente y nadie sabía dónde estaba, estuve dispuesto a despedir a
toda su compañía y quemarla hasta los cimientos. El tipo estaba bien,
y cuando volvió a la conciencia, dijo a Adrian que alguien lo golpeó
por detrás justo después de interceptar a Raphael hablando con
Isabella.
Imaginé los peores escenarios en mi cabeza mientras sacaba el arma
de la caja fuerte de mi despacho y la cargaba de balas. Si le tocaban
un solo pelo de la cabeza, los mataría a todos. Metiéndome el arma en
la funda, me dirigí al garaje, con la rabia desprendiéndose de mí en
oleadas. No debería haber vagado sola por la ciudad. Adrian debería
haber tenido un puto equipo con ella.
¿Por qué estaba sola?
Cada segundo que la buscaba me supuso años de vida. Y ya era
jodidamente viejo. Veinte años más viejo que ella. Necesitaba cada
maldito año para poder amarla como ella merecía ser amada por el
resto de su vida.
Amor.
Era una palabra fugaz y un sentimiento. Nunca me creí capaz.
Desde que era una niña, vi a mis padres reñir, discutir y pelear. Mi
madre quería el amor eterno de mi padre. Mi padre quería el de
Marietta, la madre de Isabella. Se enamoró de ella y se negó a dejarla
ir, así que mi madre hizo lo insondable. Secuestró al hijo que Marietta
tuvo con mi padre y luego le mintió. Le dijo que mi padre no quería
un hijo bastardo. Se burló de ella al saber que su hijo estaba vivo.
Desesperada, Marietta Taylor acudió a Lombardo Santos, el enemigo
de mi padre. Desgraciadamente para ella, a él le gustaban las mujeres
hermosas. Así que exigió su cuerpo a cambio de su ayuda. Así fue
como nació Isabella.
Cuando descubrió que estaba embarazada de Isabella, huyó de
Santos y buscó sola a su hijo. Temía que la mujer de Lombardo le
hiciera lo mismo que mi madre, quitarle otro hijo. Así que, se escondió
de mi padre y de Lombardo Santos. Realmente logró hacer un lío de su
vida.
Mi madre destruyó a la mujer que mi padre amaba por encima de
todo. Ella pensó que él volvería a ella una vez que se hubiera ido, pero
no lo hizo. Se negó a compartir la cama de mi madre, hasta que una
noche mi madre se tiñó el cabello de oscuro y lo emborrachó tanto que
la confundió con Marietta. Así nació Tatiana. Mi padre no pudo
soportar la visión de un bebé junto a una mujer que le robó la felicidad
y mi madre la abandonó saltando desde la ventana. Desde el principio,
Tatiana perdió a sus dos padres.
Si tan solo supiera lo que mi madre había hecho cuando le prometí
vengarla. Nunca hubiera estado de acuerdo con eso. Le costó la
felicidad a mi padre y me hizo sacrificar a Isabella. ¿Y para qué? Sus
celos mezquinos. Debería haberse quedado para amar a Tatiana y
ofrecerle su amor maternal. En cambio, optó por una última venganza
contra mi padre.
Mi padre pasó el resto de su vida buscando a Marietta Taylor y a
su hijo. Nunca los encontró.
—Siento haber levantado la voz. —La miré y noté su expresión de
sorpresa. Sinceramente, yo también me sorprendí. Hacía mucho tiempo
que no me disculpaba. Posiblemente nunca—. Me preocupaba que te
hubiera pasado algo.
Observé cómo sus mejillas se sonrojaban de color, sus ojos atentos a
mí, desconfiados. Después de lo que le había hecho, no podía culparla.
Me tomaría el resto de mi vida, si ella me dejaba, y la compensaría.
Solo necesitaba que nos diera una oportunidad.
—No te preocupes. —Ella perdonó demasiado rápido. O simplemente
no le importaba. No estaba seguro. Había una increíble atracción entre
nosotros, no se podía negar. Pero por primera vez en mi vida, quería
más con una mujer. Y lo quería solo con ella.
Sus ojos bajaron a su paquete, sus dedos se movieron nerviosamente
sobre él.
—¿Qué es eso? —le pregunté con curiosidad.
—Un recuerdo.
No me pareció una persona de recuerdos. Mi labio se curvó en una
sonrisa.
—¿Una máscara?
Parecía demasiado grande para ser una máscara. Aunque nunca se
sabía, algunas eran bastante extravagantes.
Ella le devolvió la sonrisa.
—No. Inténtalo de nuevo.
Sorprendido por su carácter juguetón, decidí seguirle la corriente.
Además, era la primera vez que me hablaba desde que volví a su
vida.
—Un muñeco de vudú.
Echó la cabeza hacia atrás y su suave risa sonó en todo el coche.
—¿En serio? —replicó ella, con una sonrisa en la voz—. ¿Te parezco
una persona que compraría un muñeco de vudú?
—Hmmm. Tal vez no.
—Inténtalo de nuevo.
—¿Un montón de cuentas de Mardi Gras 8? —bromeé. Quería volver
a oír su risa.
Una risa suave.
—Eres horrible en este juego.
—¿Qué? —Sonreí—. Pensé que lo estaba haciendo muy bien.
—Horrible —respondió ella con una sonrisa—. ¿Te rindes ya?
—Malyshka, nunca me rindo. —Pensé en lo siguiente que debía
adivinar—. ¿Un instrumento? ¿Saxofón?
Volvió a reír, con los ojos puestos en mí, brillando de felicidad, y el
corazón se me apretó en el pecho. Casi se parecía a aquella joven antes
que pusiera su mundo patas arriba.
—Nop.
—Un cuadro.
8 Mardi Gras es el nombre del carnaval que se celebra en Nueva Orleans, Mobile, en
Misisipi, en Quebec, etc. Su nombre es una expresión francesa, que se traduce directamente al
español como «martes lardero, graso o fofo», pero se denomina tradicionalmente como "Martes de
Carnaval".
—Bingo —exclamó—. Tienes un premio.
Sonreí.
—Me gusta este juego.
—Sí, a mí también —sonrió, con una mirada distante en sus ojos
mientras miraba por la ventanilla—. Lo jugaba con mi madre cuando...
Su cuerpo se tensó y su sonrisa se desvaneció. Yo había provocado
esto y me odiaba por ello. Pero si no lo arreglaba, no podríamos
avanzar. Y quería avanzar, con ella. Solo con ella.
—Cuando tú... —La animé a continuar.
Con cuidado, como un animal herido, me miró a través de sus
oscuras pestañas. Sonreí, esperando que leyera en la expresión de mi
rostro que realmente quería saber. No sonreía a menudo, así que
esperaba que no fuera una mueca.
—Era un juego al que jugábamos mi madre y yo cuando
viajábamos largas distancias —murmuró en voz baja—. Un juego de
adivinar una historia, lo que queríamos comer, cualquier cosa en
realidad.
Asentí.
—Me gusta.
—¿De verdad? —su desconfianza se reflejaba en su rostro.
—Sí, en serio.
—¿Tu...? —Se detuvo y esperé, conteniendo la respiración, esperando
que continuara—. ¿Jugabas a algún juego cuando viajabas?
Pensé en mi infancia. A mi madre nunca le interesó criar niños.
Para eso contrataba niñeras. Mi padre estaba ocupado con la
construcción de nuestros negocios, no tenía mucho tiempo para mí. Y
luego, por supuesto, todo cambió cuando se enamoró de la madre de
Isabella. Pero esa respuesta no nos ayudaría a seguir adelante.
—Mi padre y yo jugábamos a menudo a los estados y capitales
cuando era niño. En lugar de los Estados Unidos, era el mapa del
mundo. Yo siempre buscaba los países más remotos y desconocidos
para adelantarme a él.
La forma en que me sonrió hizo que mi pecho se moviera. Sí,
jodidamente la amaba. Me enamoré de ella desde el momento en que
nos conocimos. Si me pidiera que le cediera mis empresas con esa
sonrisa en su rostro, lo haría con gusto.
—¿Le sacaste ventaja?
—Solo dos veces.
—Eso está muy bien para un niño.
—Entonces, ¿De qué es la pintura?
Un atractivo rubor subió por su cuello hasta sus mejillas.
—Oh, solo un árbol.
No pude evitar reírme.
—¿Conseguiste un recuerdo de Nueva Orleans y es un cuadro de un
árbol? —Ella asintió, sus mejillas se tornaron de un rojo más intenso—.
¿Qué tipo de árbol?
—Ah, ya sabes. El tipo estándar.
La miré confundido.
—¿Es un roble? —Ella negó con la cabeza y me reí—. ¿Estamos
jugando un juego otra vez?
—Si quieres. —La forma en que murmuró sus palabras y sus ojos se
desviaron, me dijo que no quería que supiera algo sobre el cuadro.
Naturalmente, eso me intrigó aún más.
—Bien, solo hay unos pocos árboles en Nueva Orleans. ¿Es una
magnolia? —Ella negó con la cabeza—. ¿Ciprés?
—No.
—¿Pino? —Otro movimiento de cabeza—. ¿Sauce llorón?
—Sí. —Su voz era áspera y sus ojos parecían observar casualmente
las calles por las que pasábamos. Un rojo intenso coloreaba ahora su
cuello y sus mejillas, y sus dedos se agitaban en su regazo. Si me
estuviera observando, habría visto una sonrisa de satisfacción en mi
rostro, porque su admisión me dio esperanzas.
—¿Has comido hoy, malyshka? —Cambié de tema.
—Sí.
—¿Cuándo?
—Esta mañana.
—¿Qué tal si comemos algo rápido?
Me lanzó una mirada dudosa.
—Un bocado rápido sería un lugar de comida rápida. No me pareces
un tipo que coma en esos lugares.
Tenía razón, no lo era. Sonriendo, le contesté.
—Hay un restaurante local, un pequeño espacio escondido en la
ciudad, que sirve buena comida y es muy rápido. ¿Quieres probarlo?
Sus ojos se desviaron para comprobar la hora en el salpicadero. Eran
poco más de las tres de la tarde.
—Um, claro. Pero tengo que volver a las cinco.
—Me aseguraré que estés en casa a las cinco. ¿Planes para esta
noche?
Ella asintió.
—Sí. Tatiana y yo vamos a una fiesta de disfraces de Halloween.
Sonreí. Esta noche vería a mi pequeña malyshka. Me pregunté si
ella sabría que era mi club y mi fiesta. No creí que lo supiera porque si
conociera el nombre, adivinaría que me pertenecía. Ella me dio el
nombre, la noche de la fiesta de Halloween cuando tomé su virginidad.
Aparqué el coche, salí y di la vuelta para ayudarla a salir. Le tendí
la mano y ella dudó durante una fracción de segundo antes de poner
su mano en la mía. Mis dedos rodearon su delgada mano, y la visión
de su mano en la mía me hizo querer gritar a pleno pulmón: Mía.
Sí, mis cuarenta años me han convertido en un jodido meloso.
Pronto, podría estar pidiendo una maldita mecedora. O tal vez solo era
Isabella. No sentía la necesidad de ser constantemente despiadado
cerca de ella. Cuando estaba con ella, no era el mafioso. Era Vasili, el
hombre. Y Dios, la forma en que me miraba con esos ojos
conmovedores. Ninguna otra mujer me había mirado así, como ella me
veía. Ni el multimillonario, ni el mafioso despiadado, ni el hermano de
su mejor amiga.
—Gracias.
Ella no retiró su mano de la mía, así que aproveché. Cogidos de la
mano, nos dirigimos a la parte trasera del edificio, donde se extendía
una pequeña terraza con pequeñas mesas redondas. La vista se
extendía sobre el río, los sauces llorones al fondo le daban un aire
encantado. La ligera brisa que corría por la terraza hacía que pareciera
un restaurante de playa.
Mi padre solía traerme aquí cuando era niño y, a pesar de toda la
mierda que pasó, me encantaban los recuerdos. También traje a
Tatiana y a Sasha cuando eran pequeños. Mi padre hacía tiempo que
se había desconectado de nosotros para entonces.
El lugar no cambió mucho. Los dueños ahora eran hijos de amigos
de mi padre, pero mantuvieron todo igual.
—Esto es precioso. —Los ojos de Isabella recorrieron el restaurante—.
Definitivamente no es un agujero en la pared.
—¿Te gusta?
Sus ojos oscuros brillaron, confirmando que así era.
—¡Me encanta!
—Vasili —me llamó una voz conocida y me giré en su dirección. Era
Ysabel, hija de los amigos de mi padre. Tenía más de sesenta años,
pero su aspecto era el mismo desde que recordaba—. No puedo creer
que seas tú.
La mujer era más pequeña que Isabella, pero me envolvió en sus
brazos, apretando fuerte.
—Hola, Ysabel.
—Pensé que te habías olvidado de nosotros. Hace mucho tiempo que
no te veo por aquí.
—He estado ocupado. Aunque no debería haberme alejado tanto
tiempo. He echado de menos tu comida. —Sonrió y sus ojos se dirigieron
a Isabella, su mano aún en la mía—. Ysabel, esta es mi amiga. Isabella
Taylor.
La miró críticamente como si decidiera si le gustaba o no.
—Debe ser importante. Nunca traes chicas aquí.
Ysabel tenía razón. Isabella no era una chica cualquiera.
—Encantada de conocerte —le dijo Isabella, retirando su mano de la
mía y extendiéndola hacia Ysabel. No me gustó la pérdida de su
toque, pero no podía esperar que me cogiera la mano todo el día y
toda la noche. Hmmm, ¿o tal vez sí?
Me di cuenta que Isabella no comentó lo de ser importante.
Probablemente no lo creía, pero el hecho era que ella era importante.
Para mí era la persona más importante del mundo.
Ysabel sonrió y supe que le gustaba.
—También a ti. Espero que hagas que este chico venga a vernos
más a menudo.
Una suave carcajada siguió a esa afirmación, y me encantaba,
jodidamente, escuchar reír a Isabella.
—No creo que nadie obligue a Vasili a hacer lo que no quiere.
—¡Oh, tienes razón, niña! Pero tú vienes y él te seguirá. —Ambas
sonrieron con picardía y el mundo parecía tan jodidamente correcto—.
Ven, déjame mostrarte tu mesa. Espero que tengáis hambre.
—Ahora que estoy oliendo toda la comida, me muero de hambre —
admitió Isabella.
Una vez sentados, Ysabel nos dejó con la excusa que supervisaría la
preparación de nuestra comida. Eso significaba que quería prepararla
ella misma.
Los ojos de Isabella se movían alrededor, absorbiéndolo todo. La
forma en que los mechones de su cabello fluían con la brisa, la
expresión suave de su rostro y una sonrisa relajada jugando alrededor
de sus labios... Casi podía imaginar lo que podríamos haber sido si no lo
hubiera jodido.
—Mi padre me traía aquí cuando era niño —solté, la confesión
surgió de la nada. Ella volvió su rostro hacia mí, con la curiosidad
escrita en él, pero no dijo nada—. Fue cuando Sasha era un niño
pequeño y antes que naciera Tatiana.
—¿Este lugar ha existido tanto tiempo?
Asentí.
—Siempre nos sentábamos en esta mesa.
—Sinceramente, no puedo imaginarte como un niño pequeño —
murmuró, sonriendo mientras se apartaba los rebeldes mechones de
cabello de la cara—. Eres tan ummm... grande.
—Deben ser todas las espinacas que me dio Ysabel.
Echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, con un sonido que
atravesó la terraza.
—Vale, Popeye.
—¿Tienes un lugar favorito de tu infancia? —Sabía datos sobre su
vida, pero quería más. Su color favorito, su comida favorita, su libro,
sus vacaciones... Quería saberlo todo.
Me miró con desconfianza, pero mantuve mi mirada en ella. Había
tantas cosas que tenía que arreglar con ella, pero a menos que
empezara a confiar en mí, no superaríamos ese obstáculo y me niego a
rendirme. Esperé su respuesta y no me di cuenta que estaba
conteniendo la respiración hasta que empezó a hablar.
—Mamá y yo nos movimos mucho hasta que tuve unos diez años. —
Se aclaró la garganta, como si le preocupara que fuera a estallar en
cualquier momento—. Cuando aterrizamos en Cayo Largo, me enamoré
de él. La playa, la comida, todo. Así que supongo que ese es mi lugar
favorito.
—¿Fue cuando empezaste a surfear?
Ella asintió, sonriendo.
—Sí, más o menos.
Una camarera vino con nuestras bebidas y ambos le dimos las
gracias antes que volviera a entrar.
—¿Cómo te metiste en eso?
Volvió a apartarse el cabello de la cara y su expresión se tornó
suave mientras observaba el río.
—Bueno, mi madre se negó a comprarme una tabla de surf. En
primer lugar, era demasiado dinero, y, en segundo lugar, le
preocupaba que me hundiera en el mar. —Puso los ojos en blanco,
aunque con cariño—. Me pasaba los días en la playa mientras mi
madre trabajaba. Un día encontré una tabla de surf en la orilla. La
arrastré a casa, decidida a conservarla. Sabía que lo correcto era
preguntar a quién pertenecía. —Se encogió de hombros y se llevó la
limonada a los labios—. Pero la quería y no quería devolverla. La
escondí en el cobertizo y tardé dos semanas en lijarla, pintarla y
cambiar su aspecto. En el momento en que me puse de pie sobre ella,
con las olas meciéndose bajo mis pies, me enganché. —Había una
mirada melancólica en sus ojos—. Por supuesto, me caí de inmediato.
Me costó un poco de práctica dominarlo.
La imagen de Isabella surcando las olas pasó por mi mente; ya
podía imaginarla intentando aprender a surfear y negándose a
abandonar. Tenía una personalidad apacible con un punto de
terquedad.
—También tuve un cómplice de mi tabla de surf robada —admitió—.
Paolo, un chico de la zona. Mi madre se hizo amiga de sus padres y los
dos pasábamos bastante tiempo juntos. Me ayudó a cambiar el aspecto
de la tabla de surf.
Me acordé del chico del hospital y una punzada de celos floreció en
mi pecho.
—¿Sigues surfeando con él?
—¿Con Paolo? —preguntó ella, levantando una ceja—. No. Perdí el
contacto con él después de la muerte de mamá. Se unió a una banda y
me mantuve alejada.
No había demasiadas bandas en esa zona. Tuve que preguntarme
si Santos se enteró lo de Isabella por él. Hablaron de Santos aquel día
en el hospital, aunque nunca dieron detalles.
—¿Has pensado alguna vez en volver? —No estaba seguro por qué
lo preguntaba. No quería que se fuera. Quería mantenerla en mi
ciudad para siempre.
—¿Para surfear?
—Cayo Largo.
—Todo el tiempo —murmuró suavemente y el tono de su voz me
dijo que lo echaba de menos—. Quizá cuando tenga hijos. Es un lugar
fantástico para formar una familia.
Una sensación desconocida se hinchó en mi pecho. Niños. Familia.
La forma en que lo dijo me reveló que quería hijos y familia.
—¿Quieres hijos? —Mi voz era ronca, mi corazón latía con fuerza.
Una expresión fugaz cruzó su rostro, parecida al dolor y la tristeza,
pero antes que me concentrara en ella, desapareció.
Mierda, quería tener hijos. Y una familia. Si tuviera todo eso con
ella, estaría jodidamente extasiado. El hombre más afortunado del
planeta. No tenía la menor idea, cómo diablos habíamos llegado a
hablar de tener hijos, pero maldita sea, lo que daría por tenerlos con
ella. Tenía la intención de preguntarle si consideraría tener mis hijos. Y
me encantaría el acto de hacerlos con ella. Podía imaginar el vientre
de Isabella hinchado con mi bebé creciendo dentro de su vientre, mi
anillo en su dedo.
A la mierda, lo quería todo con ella. Ella es mi objetivo final. Y
nada me alejaría de ella. Ella no sería nada como mi madre, y yo no
sería nada como mi padre. Nuestra familia lo sería todo para mí.
—Sí, un día —murmuró, con la voz estrangulada—. Primero, tengo
que encontrar un trabajo.
—Trabaja para mí. —Las palabras salieron sin pensar. Solo la quería
conmigo para siempre.
Se rio incómodamente.
—¿Haciendo qué? No soy precisamente personal de empresa.
A veces me preguntaba si ella permanecía ajena a los rumores a
propósito. Algo que me dijo Tatiana cuando se conocieron por primera
vez me vino a la mente. Cuando Bella no quiere saber algo,
simplemente cierra su mente a ello.
—No todos mis negocios son de naturaleza empresarial. —No tenía
idea por qué había decidido tomar este camino. Nunca comentaba
nada de lo que hacía con nadie que no fuera socio en el negocio—.
Tengo otros negocios que frecuentemente requieren asistencia médica
para mis hombres.
Esperé, observando la expresión de su rostro, pero ella se limitó a
inclinar la cabeza hacia un lado, estudiándome a su vez.
—No creo que se necesite personal médico a tiempo completo para
eso —replicó, y tuve que preguntarme si eso significa que sabía lo que
quería decir o no.
—Te sorprendería —sonreí—. Tengo una sala médica privada
equipada para garantizar que reciban los mejores cuidados.
—Hmmm.
—¿Qué significa eso?
—Significa, gracias. —Sus ojos se apartaron de mí, y supe que sus
siguientes palabras no me gustarían—. Sin embargo, no me voy a
quedar en Nueva Orleans.
Quédate por mí. Las palabras estaban en la punta de mi lengua.
Maldita sea, eso me inquietó. Pensé que sacar a Ryan Johnson de su
vida haría más fácil recuperarla, pero ahora no estaba tan seguro. La
atracción entre nosotros podría hacer estallar fuegos artificiales en todo
el maldito estado, pero ella no estaba dispuesta a derribar sus muros.
Hace cinco años, me lo dio todo, pero ahora se mantenía atrincherada
tras los muros de piedra.
Poco sabía ella, que estaba dispuesto a arrasar con todo. Si ella
dejaba mi ciudad, la seguiría. Porque ella era mía, y estaría condenado
a dejar que cualquiera, Benito King o su propio medio hermano, le
pusiera las manos encima.
Capítulo 18
Isabella
Eran las nueve y media y aún esperaba a Tatiana. Uno de los
hombres de Adrian nos llevaría a la fiesta. Supuestamente, Adrian y
Vasili discutieron o algo así. Tatiana no quiso dar más detalles, pero se
enteró que Adrian estaría en la fiesta esta noche. Esperándola. Podía
ver la emoción pintada en su rostro.
Quitando el breve encuentro con los paparazzi y el malhumorado
comportamiento de Vasili cuando me encontró paseando por la ciudad,
fue un día bastante bueno. Esperaba que terminara con la misma nota.
La comida tardía que tuve con Vasili me descolocó. Fue
sorprendentemente cómodo y agradable. Actuó como un hombre
diferente, como si le importara. No estaba segura de poder confiar en
ese exterior. Tenía tantas capas, que no estaba segura, cuál era el
verdadero.
¿Fue el hombre que me lanzó esas crueles palabras la mañana
después que nos acostáramos? ¿Era el hermano cariñoso? ¿Era el
hombre con el que almorcé? ¿O el que chantajeó a Ryan para que me
dejara?
Cualquiera que fuera, mi cuerpo los quería todos. Pero me
preocupaba mi corazón. No había garantías cuando se trata de asuntos
del corazón. Lo aprendí de primera mano con Vasili y
desgraciadamente, mi madre también lo experimentó.
Irónicamente, esas últimas horas con Vasili me trajeron recuerdos.
Pasar horas y horas en la playa, el olor del océano y del bronceado,
nuestro pequeño hogar, Paolo y su familia. Se me rompió el corazón
cuando supe que se había unido a una banda. Juró que nunca lo haría.
Ambos sabíamos que las bandas eran malas noticias. Cuando se enteró
de las conexiones entre Santos y mi madre, se horrorizó. Yo también lo
estaba. Pero nunca le dije cuán profunda era esa conexión. No se lo
había contado a nadie. Ciertos secretos era mejor dejarlos enterrados.
¡Halloween! Todo empezó aquella noche de Halloween de hace
cinco años. Era el día que menos me gustaba del año y ahí estaba yo...
disfrazada.
Me quedé mirando mi reflejo y este disfraz ridículamente escaso.
Todos los años en Georgetown y nunca nos disfrazamos ni una vez. Y
aquí estábamos, haciéndolo ahora. El disfraz era de Cleopatra, pero juro
que me sentía como una bailarina del vientre con una máscara
dorada. Sacudí la cabeza ante la ridiculez, y con una última mirada a
mi reflejo en el espejo, salí de mi habitación y me dirigí a la de
Tatiana.
Entré en su habitación y gemí. No estaba ni siquiera cerca de estar
lista.
—¿En serio? —Me quejé—. ¿Por qué tardas tanto en prepararte?
Solo llevaba el sujetador y la ropa interior, y miraba dos trajes
colocados en la cama.
—¡No puedo decidirme por uno!
Había encargado dos disfraces, sin saber cuál le gustaría más. Uno
de ellos era un disfraz de caperucita roja y el otro era un escaso disfraz
de sirvienta, o, mejor dicho, un body, que dejaba al descubierto casi
todo excepto sus tetas y su zona privada. La máscara hacía juego con
cada uno de esos disfraces.
No es que mi disfraz fuera mucho mejor. Me decanté por un look de
Cleopatra, dos piezas de tela escasa en tonos dorados y una máscara
con material a juego. No me gustaba tener tanta piel a la vista para
que todo el mundo se quedara embobado, pero ya era demasiado tarde
para encontrar un nuevo disfraz.
Los ojos de Tatiana me recorrieron.
—Joder, estás muy sexy con ese disfraz.
Puse los ojos en blanco.
—Estarías aún más sexy con cualquiera de los dos, si te decidieras a
ponerte uno.
—Solo quiero verme bien para que Adrian no se me resista.
Mi labio se curvó en una sonrisa. No sería capaz de resistirse a ella
si llevara sudaderas a esta fiesta.
Aunque si se lo dijera a ella, se opondría. Respiré profundamente.
—¿Sabes de qué se disfraza?
—James Bond.
Me reí. Le venía bien. A Adrian le gustaban los artilugios, y por lo
poco que vi de su seguridad y su tecnología, estaba metido de lleno en
esa mierda.
—Bien, ve por la criada —le dije—. Hará juego con su traje.
—¡Eres la mejor! —Cogió el body de una sola pieza de sirvienta y se
lo puso, deshaciéndose del sujetador, ya que el traje tenía uno
incorporado. Mientras se vestía, siguió hablando—. Voy a seguir tu
consejo y ver a dónde nos lleva. Estoy enamorada de él desde la
universidad. Tal vez sea él, y he estado luchando contra ello.
Sabía que necesitaba esta conversación, así que la dejé hablar.
—¿Qué te parece? —me preguntó, sus ojos me buscaban en el reflejo
del espejo.
—Creo que deberías dejarte llevar por la corriente y ver cómo va —
sugerí—. No lo pienses demasiado. Si te parece bien, hazlo. Si no lo está,
déjalo. Lo sabrás.
—¿Y tú?
Inspiré profundamente y luego exhalé lentamente. Era mejor dar
consejos y prefería no pensar en lo que me parecía correcto. Había
demasiada historia, que se remontaba incluso a mi vida, entre Vasili y
mi familia. Él pensaba que mi madre rompió el matrimonio de sus
padres, me sedujo para vengarse y después me destrozó el corazón. Y
además estaba mi aborto involuntario. Me culpé por ello, lo culpé a él...
era difícil superar todo eso y olvidar.
Sí, siempre se sintió bien para mí. Incluso cuando apenas me
miraba, algo en él me calmaba y me excitaba al mismo tiempo. Lo
deseaba, y desde el momento en que sus labios tocaron los míos, quise
sentirlo por el resto de mi vida. ¿Era entonces una chica joven e
ingenua? Sí, pero la intensidad de nuestra atracción física era algo
extraordinario. Él también debió de sentirla, pero la desechó.
Tal vez estaba cambiando de opinión. Tal vez se dio cuenta de su
error. El rápido almuerzo que tuvimos hoy me mostró a un Vasili
diferente. Habló, hizo preguntas, reveló... como si quisiera compartir
destellos de sí mismo que mantenía ocultos a todos los demás. Y
fascinada como un niño en una tienda de caramelos, quise ver todo de
él, sus profundidades y sus penas, sus deseos y sus anhelos. Y quería
ayudarlo a conseguir todo, pero el recuerdo de aquella noche me
retenía.
No quería darle la oportunidad de volver a hacerme daño.
—¿Estamos listas entonces? —pregunté en su lugar.
—Bien, bien. —Aceptó mi evasiva—. Estamos listas. —Se dirigió de un
salto al rincón de su habitación donde guardaba un pequeño minibar—
. Pero primero, vamos a tomar nuestras bebidas de calentamiento.
Me reí. Era lo que siempre hacíamos en la universidad antes de
salir. Precalentar para levantar nuestro estado de ánimo. No es que
nuestro estado de ánimo necesitara ser reforzado. Ya estábamos
bastante felices.
Sirvió vodka en pequeños vasos de chupito. Me pasó uno y
entrechocamos nuestros vasos.
—Nostrovia. —Salud en ruso. Al mismo tiempo, inclinamos la cabeza
hacia atrás y bajamos nuestra bebida.
—Mierda, me olvidé cómo quema.
Se rio.
—Una más.
—Vamos va a estar destrozadas antes de llegar. —Llenó nuestros
vasos.
—No, no destrozadas —se justificó y volvió a llenar nuestros dos
vasos—. Solo mareadas. Este es el último, antes que llegue mi chófer.
Vasili
Ella no se fue. Mi pecho retumbó de amor. Sí, la amaba, joder. La
he amado durante años, sin olvidar nunca aquella noche con ella.
—Por favor —suplicó.
—Ponte de rodillas —ordené con voz ronca, manteniendo a duras
penas el control. Quería extenderla sobre la cama y follarla duro hasta
que gritara mi nombre. Me importaba una mierda si todo el mundo la
oía. Era mía; sabrían a quién pertenecía.
Se apresuró a obedecer, arrodillándose entre mis piernas. Sus dedos
buscaron ansiosamente la hebilla de mi pantalón, el tintineo de la
misma seguido por la cremallera. Mi polla estaba ansiosa por ella, yo
estaba tan ansioso por ella que ni siquiera la reprendí por ir a por mi
polla antes de darle permiso.
La próxima vez, pensé. Ahora mismo la deseaba con desesperación.
—Chúpala —dije y sus ojos se empañaron de lujuria. Se metió en la
boca mi dura polla, con sus ojos marrones como el whisky clavados en
los míos, y no hubo mejor visión. Su boca era como el cielo, cálida y
suave, saboreándome como si estuviera tan hambrienta de mí como yo
de ella.
La había echado tantísimo de menos. Su olor, su suavidad, esos ojos
brumosos y llenos de lujuria. La vi pasar su lengua rosada desde la
base hasta la punta en un largo movimiento. Su lengua era suave en
mi polla, su boca cálida. Su cabeza subía y bajaba entre mis piernas,
alternando entre lamer y chupar. Era perfecta. Y mía.
Un fuerte gemido salió de mi boca y mis manos se agarraron a su
cabello.
—Eres jodidamente mía —siseé, empujando mis caderas hasta llegar
al fondo de su garganta. Un escalofrío me recorrió mientras me
deslizaba hacia fuera, con su lengua acariciando mi polla. Ella era la
elegida para mí. Lo era para mí desde hacía mucho tiempo. Fui el
primero y quería ser el último.
No había estado tan duro desde la noche en que tomé su
virginidad. Me hizo enloquecer de lujuria, tirando todo mi control por
la ventana. Sus gemidos vibraron a través de mi eje, encendiendo aún
más las llamas.
La aparté de mi polla y la puse en pie, la acerqué a mí, con mis
manos hambrientas en su carne expuesta. A continuación, le arranqué
el endeble sujetador de Cleopatra y la falda.
—Sube a la cama —ordené con voz ronca.
Ella obedeció sin dudar, y eso me calentó el pecho. Después de lo que
le había hecho, seguía confiando en mí, al menos en el dormitorio.
Su hermoso cuerpo desnudo se extendía sobre las sábanas rojas.
Joder, podría derramarme solo con ver su piel pálida en contraste con el
rojo que la rodeaba. Su oscura melena cubría parte de su pecho y mi
jodida mano tembló al apartarla. Era tan jodidamente hermosa que
me dolía mirarla. La quería conmigo para siempre. La necesitaba
conmigo para siempre.
—Abre las piernas —gruñí, mi control se tambaleaba al límite. Me
levanté, deshaciéndome de mi pantalón y calcetines. Tomando mi
polla dura en la mano, la observé estirada en mi cama—. Quiero ver lo
que es mío.
Acaricié mi dura polla que ansiaba enterrarse en su coño. La
recordaba; estaba en casa. Su garganta se atragantó, sus ojos se fijaron
en mi polla que brillaba con pre—cum para ella.
Sin dudarlo, sus piernas se abrieron y revelaron la evidencia
brillante de su excitación. Unas manchas de rubor marcaron su pecho,
subiendo por su cuello hasta colorear sus mejillas. En su rostro se reflejó
una ligera vergüenza.
Mantuve una mano en mi polla y extendí la otra para rozar la
suave piel de su mejilla. Ella se inclinó hacia mi toque y el corazón se
apretó en mi pecho.
—No te avergüences —murmuré suavemente. Era la única mujer
que me hacía querer ser suave—. Voy a follar contigo, y tú vas a follar
conmigo. —Nuestras miradas se encontraron, y la mirada en sus ojos
me dejó sin aliento. Necesidad, vulnerabilidad, deseo y algo a lo que
no me atrevía a ponerle nombre... todo envuelto en su suave mirada de
whisky—. Si quieres que pare, dímelo.
Y me detendría, con la ayuda de Dios. Pero joder, esperaba que no
lo pidiera.
—Te deseo, Vasili. —Su voz era ronca y suave.
Solté mi polla y subí por su cuerpo desnudo hasta que mi cuerpo se
cernió sobre ella, con mis brazos a ambos lados de su cabeza. Apoyé mi
frente en la suya.
—я твой, Isabella —susurré en ruso—. я всегда был твоим 9.
Ella no podía entender mis palabras, pero esperaba que las sintiera.
Mi polla palpitaba de necesidad. Sus manos se enredaron en mi
cuello, su boca buscó la mía. Mi beso fue áspero, posesivo,
reivindicativo. Su boca se abrió para mí, rindiéndose, con su lengua
como seda suave y una promesa tácita. Apreté mis caderas contra ella
y gimió en mi boca, rodeando mi cintura con sus piernas.
—Por favor, Vasili —sus labios se movieron contra los míos.
—Me duele mucho.
Todo mi cuerpo ardía, las llamas lamían cada centímetro de mi piel.
Por ella.
La miré completamente desnuda, suave y delicada debajo de mí.
Sus magníficos pechos me invitaban a probarlos. Sus manos
descendieron desde mi cuello, bajando por mi pecho hasta que sus
palmas se descansaron justo sobre mi corazón.
—Es tuyo —dije, con la voz ronca y profundo acento. No sabía si ella
entendía lo que quería decir, pero su palma permaneció allí. Pasé la
punta de mi nariz por su cuello, inhalando ese aroma suyo, un aroma
que nunca olvidé.
Ella era mi oxígeno, mi latido, y todo lo demás me importaba una
mierda. Nunca sacrificaría tenerla por nada ni nadie. Había terminado
con los sacrificios.
La mantendré a salvo; mataré a cualquiera que amenace con
acercarse a ella. No había nada que me impidiera tenerla.
—No te contengas, Vasili —murmuró ella—. Dame todo lo que tienes.
Arqueó su espalda sobre la cama, presionando su coño contra mi
polla, dejando que la punta de esta se apoyara en su caliente entrada.
La introduje hasta el fondo, hasta la empuñadura, y ella gritó mi
nombre. Su coño estaba tan apretado que su canal casi estrangulaba
mi polla. Se sentía aún más increíble de lo que recordaba. Tenía que
dejar que se acostumbrara de nuevo a mi tamaño, pero mis músculos
temblaban por la necesidad de penetrarla. El sudor se acumuló en mi
Isabella
Vasili
Fueron tantas las emociones que se deslizaron por el rostro de
Isabella, pero la más fuerte que resonó en mí fue la vacilación, tal vez
incluso el miedo, a creer en mis palabras. No podía culparla, pero joder,
todavía me agitaba.
Llamé al hombre de seguridad de mi club.
—Asegúrate que el camino hacia mi coche esté despejado —ladré la
orden, jodidamente enfadado.
Sinceramente, no debería estar enfadado con nadie más que
conmigo mismo. Creé esos muros que Isabella puso a su alrededor. Hace
cinco años, ella me entregó todo, y cuando despertó, lo tiré todo por la
borda. Para vengar a mi madre y en parte para proteger a Isabella.
Incluso antes de saber quién era su padre, había un peligro para
cualquiera que se relacionara conmigo. Ella no sabía todas las razones
por las que fui tan cruel con ella al día siguiente. Sí, la mayor parte
fue su madre, pero también el conocimiento que ella no pertenecía a
mi mundo. Así que endureció su corazón y siguió adelante.
Tenía que encontrar una manera de explicarle lo que ella
significaba para mí hace cinco años, y todavía hoy. No renunciaría a
ella. Lucharía hasta mi último aliento por ella. Todo lo que hice en los
últimos cinco años, lo hice por ella. Hice mi imperio más fuerte y mi
riqueza abundante, para poder protegerla.
—Todo despejado —fue la confirmación de mi seguridad.
Puse mi mano en la parte baja de su espalda.
—Vamos, malyshka.
Ella asintió, se puso los tacones y, joder, se me puso dura otra vez.
Parecía una mujer recién complacida con su oscura y desordenada
melena cayendo por su espalda y sus mejillas sonrosadas. Lo hice, pensé
con orgullo. Y lo haría por el resto de nuestras vidas si ella me lo
permitiera.
Atravesamos el pasillo de mi club y nos dirigimos a la entrada
privada trasera, donde me esperaba mi todoterreno Mercedes clase G.
En el momento en que salí con Isabella bajo el brazo, mi guarda
abrió la puerta del pasajero. Cuando ella se sentó en el asiento, su
mirada se dirigió a su muslo expuesto y los celos me cegaron.
Mi cuchillo estaba fuera de mi funda y apenas a un centímetro de
su ojo.
—¿Te pago por vigilar los muslos de mi mujer o por abrirle la
puerta? —siseé, la ira hirviendo a fuego lento en cada sílaba.
—A-abrir la puerta —tartamudeó.
—Vasili, ¿qué estás haciendo? —Los ojos muy abiertos de Isabella
estaban sobre mí, y noté que la conmoción se deslizaba de su cuerpo.
—Sal de aquí —le ladré al de seguridad—. Estás despedido.
Se marchó sin volver a mirar a Isabella. Inteligente. No le pagaba
maldita sea para que hiciera de mirón. Volví a poner tranquilamente
mi cuchillo en la funda.
—Vasili, ¿qué diablos fue eso? —me regañó la voz de Isabella. Fue a
mover los muslos y salir del coche, pero la detuve.
—Estaba espiando tus muslos y piernas. —Vale, en cuanto a razones,
esto no era tan bueno.
—¿Y?
—Nadie puede ver eso —gruñí, dándome cuenta de lo
absolutamente ridículo que sonaba—. Solo yo.
—Bieeeeeen. —Esa respuesta me recordó a la de su primer y segundo
año, cuando se las arreglaba para meterse en tantos problemas con
Tatiana. Normalmente era su respuesta a mis reprimendas después de
sacarlas de problemas. Siempre sonaba cediendo solo para no tener que
escuchar más reprimendas.
Le sonreí y me encogí de hombros.
—Soy posesivo.
—Hmmm.
—No quiero que otro hombre se quede embobado contigo.
Sus ojos se encontraron con los míos y una pequeña sonrisa se dibujó
en sus labios.
—Te das cuenta que los hombres siempre se quedan embobados con
las mujeres.
—Sé que habrá hombres que te admiren, pero no quiero que vean
tus muslos o tu coño.
Un atractivo rubor subió por su piel de marfil.
—Tengo tu bóxer puesto —murmuró, su dedo trazando círculos sobre
la piel de mi mano que aún descansaba sobre su muslo—. No habría
visto nada.
—Necesito saber que mis hombres te respetarán y nunca intentarán
nada contigo.
Sacudió la cabeza y me pregunté qué estaría pensando.
—No te entiendo, Vasili.
Sacudí la cabeza. Tenía en la punta de la lengua decirle que la
amaba y me cegaba de celos, pero en lugar de eso, me guardé las
palabras. No estaba preparada para escucharlas.
—Te llevaré a casa ahora.
Cerré la puerta y rodeé el vehículo poniéndome al volante. Si no
tenía cuidado, la alejaría con mi posesividad... y mi crueldad. Isabella
nunca ha visto ese lado despiadado y violento de mí. En los últimos
días, le he dado algunos destellos, pero estaban lejos de ser la imagen
completa. Teniendo en cuenta cómo creció y cómo su madre la
mantuvo protegida, podría huir si tuviera una visión completa. Tenía
que tener cuidado.
Se quedó callada mientras conducía. Me pregunté si se arrepentía
de lo que había pasado entre nosotros. No esperaba que encontrara el
camino a la habitación, y menos aún que se quedara. Ella entregó su
cuerpo sin contenerse, como hace cinco años. Y yo hice lo mismo. Ella
no se contuvo, dándome su placer, haciéndome saber que me
pertenecía. Ella también era dueña de mi placer y ha sido la única
mujer en disolver todo mi control en el dormitorio sin esfuerzo.
¿Ella también lo sintió?
Hace cinco años, supe que ella lo sentía. Ella me quería de nuevo y
pidió verme de nuevo. Me entregó su virginidad. Hoy, ella solo me dio
su cuerpo, pero también quería su alma y su corazón.
Llegamos a casa de Tatiana demasiado pronto. Hubiera preferido
llevarla a mi casa, sobre todo con las amenazas que acechan, pero
tenía guardias vigilando la casa de mi hermana. Aquí estaría segura.
—Gracias por traerme —murmuró, alcanzando el picaporte, con sus
ojos suaves sobre mí—. Buenas noches, Vasili.
Fue a abrir la puerta, pero la agarré por la nuca, la atraje hacia mí
y tomé sus suaves y acogedores labios en un beso posesivo y áspero. Al
instante abrió la boca y mi lengua encontró la suya, jugando un suave
baile de provocación y exploración.
Cuando me retiré, sus ojos estaban empañados de lujuria y mi lado
arrogante y egoísta se alegró. Quería que pensara en mí mientras
dormía esta noche, que se imaginara durmiendo en mi cama. Porque
eso era exactamente lo que yo haría: soñar con ella en mi cama, ver su
cara a primera hora cuando me despertara.
—Buenas noches, malyshka —murmuré contra sus labios.
Salí del vehículo, di la vuelta y le abrí la puerta. Resistí el impulso
de apretarla contra mí. Si la atraía hacia mí, me quedaría con ella
toda la noche, atosigándola. Así que me quedé pegado a mi sitio, la vi
entrar y, antes que entrara en la casa, lanzó una mirada por encima
del hombro, nuestras miradas se encontraron. No pude evitar formar
una sonrisa, feliz que ella sintiera la atracción entre nosotros. Estaba
ahí desde el día en que me llamó señor Nikolaev, asumiendo que era
el padre de Tatiana.
Tuvimos tres años de juegos previos hasta que perdí la batalla y la
tomé como mía. Fui un estúpido al pensar que la venganza contra su
madre apagaría esta necesidad de ella.
Entonces supe la verdad sobre lo que había pasado, sobre mi
hermanastro y la amenaza que la familia Santos suponía para
Isabella. Sin quererlo, los había acercado a ella. Temía verla herida o,
peor aún, perderla para siempre. Igual que perdí a mi padre. Así que
hice una de las cosas más difíciles de mi vida, la sacrifiqué de nuevo a
ella y a lo que podríamos haber tenido para mantenerla a salvo. Meses
después de saber que no fue su madre la que rompió a mis padres y
que Isabella era posiblemente la mujer destinada a mí, volví a
renunciar a ella. Por su propio bien.
Pero ahora, era más fuerte, más rico y más poderoso. Ella estaba de
vuelta en mi vida. La mantendría a salvo a toda costa. De Benito King
y sus secuaces, y de Raphael Santos.
Volví a entrar en mi vehículo y empecé a bajar el camino de
entrada cuando se me ocurrió que no había visto a ningún guardia.
¿Qué diablos?
Haciendo un giro brusco en U, otro vehículo descendió con los
neumáticos chirriando y casi me arrolla. Se desvió hacia la derecha,
evitando golpearme por apenas un centímetro. La puerta se abrió de
golpe y Sasha salió con un arma en la mano. Alarmado al instante,
busqué mi compartimento secreto y saqué mi arma junto con balas
adicionales.
—¿Qué está pasando? —pregunté, saltando fuera de mi coche.
—Raphael Santos está aquí, viniendo por Tatiana.
En el mismo momento, escuché un fuerte estruendo y un grito
saliendo de la casa. Se me heló la sangre en las venas, el miedo a
perder a Isabella la multiplicó.
—Está con Adrian. —No podía creer que mi voz sonara tranquila e
inquebrantable mientras mi corazón se apretaba de miedo, bombeando
sangre a mi cerebro a una velocidad excesiva—. Isabella está dentro
Tanto Sasha como yo comenzamos a correr, refugiándonos detrás de
un gran roble. El patio delantero de la casa de Tatiana estalló en una
lluvia de balas a nuestro alrededor. Hubo un golpeteo de pasos. Sasha
y yo compartimos una mirada mientras esperaba mi orden. En el
momento en que asentí, ambos nos giramos y disparamos. La primera
bala dio en el blanco, hiriendo al enemigo en el cuello, salpicando
sangre en el revestimiento de la casa. Sasha golpeó a su amigo al
mismo tiempo y ahora ambos estaban tirados en el suelo.
Un fuerte grito, el grito aterrorizado de Isabella, atravesó el aire.
—Toma el lado derecho, yo tomaré el izquierdo —siseé, la furia
hirviendo dentro de mí desatando a la bestia.
Busqué otros objetivos, escondidos en las sombras. La luna llena
resaltaba las oscuras sombras del enemigo lo suficiente como para
permitirme verlos. ¡Gracias a Dios! Con precisión, como si mi vida y la
de Isabella dependieran de ello -porque así era-, comencé a disparar.
Otro hombre caído.
Más balas llovieron en nuestro camino, pero no podía darme el lujo
de perder de vista las sombras, ni por una fracción de segundo, aunque
el hermano mayor que hay en mí estuvo tentado de comprobar cómo
estaba Sasha. Perseguí al objetivo, disparándole otro tiro. Cayó de
rodillas y, sin detenerse, le metí otra bala en la frente.
—Ah, suka blyat. —Hijo de puta. Escuché a mi hermano maldecir, y
fue mi confirmación que estaba bien.
Más balas. Otra sombra detrás del árbol. Apuntar. Disparar.
Hombre muerto.
Los cristales se rompieron y la voz de Isabella llegó hasta mí.
—Vasili, hombre a tu izquierda.
Instintivamente, seguí su advertencia. Un hombre a mi izquierda
me apuntaba con su arma y, con un rápido movimiento, me agaché
mientras alcanzaba mi cuchillo. La hoja se clavó en su piel y le abrí el
pecho de par en par. Luego le corté la garganta y lo empujé. Cayó al
suelo, gorgoteando y ahogándose con su propia sangre. No tenía
tiempo que perder con él. Agarré su arma y corrí hacia Isabella.
—Vasili —gritó, el miedo tiñendo su voz. Me destrozó escucharla,
pero me concentré en la dirección de dónde provenía su voz. Me ayudó
a estimar su ubicación. La zona de la piscina.
Corrí y mi paso vaciló, encontrando a Raphael Santos con su mano
envuelta alrededor de la garganta de Isabella y la otra apuntando con
un arma a su sien. Sus ojos estaban agrandados en su cara, arañando
las manos de él, tratando de jadear por aire.
—Estás jodido, Nikolaev. Debería haber dejado vivo a mi padre. —
Raphael Santos podía ser un cruel hijo de puta cuando quería. Sasha la
jodió a lo grande al comenzar esta mierda.
—Raphael, suéltala —gruñí. El horror en el rostro de Isabella
reflejaba el terror que sentía en mi corazón. No podía perderla. No la
perdería. Me negaba a perderla.
Sasha se acercó por mi derecha, con su arma apuntando a Santos.
La furia de ver a mi mujer ahogada y con un arma apuntando a su
cabeza me hizo querer matar a todos los miembros de la organización
criminal de Santos. En este momento, estaba tentado de matar también
a mi hermano porque él empezó, joder.
—P-por favor —Isabella siguió empujando contra Raphael—. No
puedo respirar.
—Esa es la cuestión, cariño —replicó él, mirándola de arriba abajo—.
No es nada personal. Dale las gracias a tus hermanos por ello.
Sus ojos se dirigieron a mí con sorpresa, pero no lo corrigió. Mierda,
no estaba seguro de si me alegraba o no.
—Ella no es nuestra hermana —le dijo Sasha—. Usa tus ojos, maldito
imbécil. O lee a People. Sabrías entonces que esta mujer no es nuestra
hermana.
—Suficiente —gruñí a mi hermano—. Muestra respeto. —Las burlas
de Sasha y la falta de respeto contundente no ayudarían a Isabella.
Volví a centrarme en Raphael Santos—. Sasha dice la verdad. Esta no
es Tatiana.
Aunque no le diría quién era. Sabía por los hombres que ejecuté que
Raphael conocía de su hermana. Solo que no sabía los detalles, como su
aspecto, quién era, su nombre. Tenía un hombre dentro de la
organización Santos confirmando eso. Pero sabían que había estado
ocultando el rastro de su hermana durante los últimos cinco años.
Los ojos de Raphael volvieron a Isabella y la observó pensativo.
Quizás estaba comparando sus rasgos físicos con los nuestros. Todo el
mundo sabía que los miembros de la familia Nikolaev tenían rasgos
de ojos pálidos y cabello rubio. Isabella no podía parecer más diferente
a nosotros. ¿O estaba viendo algo más?
El agarre de su mano se aflojó, y pude ver a Isabella inhalando
profundamente por el oxígeno.
—¿Quién eres? —le preguntó Raphael, con los ojos puestos en ella.
Interiormente, me maldije. Debería haber llevado a Isabella a mi casa.
Prometí a su madre que mantendría a Isabella a salvo de la familia
Santos, y allí estaba en sus manos.
Sus hombres nos apuntaban con sus armas a ella, a mi hermano y a
mí. Las probabilidades eran malas, pero eso no era lo que me
preocupaba. Se trataba de asegurar que Isabella saliera viva. Ella era
mi prioridad.
—La amiga de Tatiana —su voz temblaba. Apenas era capaz de
hablar—. Fuimos juntas a la universidad.
Un silencioso alivio se extendió por mí, y envié una oración de
agradecimiento por haber ocultado su nombre. Mis fuentes me dijeron
que Raphael Santos buscaba sin descanso a su hermanastra, pero no
tenía ni una sola foto de ella. La buscaba a ciegas.
—¿Trabajas para ellos? —ladeó la cabeza, observándola con el ceño
fruncido. Como si estuviera tratando de resolver un rompecabezas. Si
supiera lo importante que era ella para mí, podría decidir hacer de ella
la venganza. O si se daba cuenta de quién era, se la llevaría con él.
—Ella no sabe nada de nuestro negocio —repuse, enfatizando la
última palabra. Era cierto, y él entendería el significado de la misma.
Los ojos de Isabella se movieron entre los dos confusa.
—Yo... yo no trabajo en el sector inmobiliario —murmuró, con la voz
aun ligeramente temblorosa—. Soy médico de urgencias. S-solo estoy de
visita.
Si le hubiera pedido a Isabella que convenciera a Raphael que no
sabía nada, no podría haber dicho nada mejor. Mi empresa era
propietaria de inmuebles, pero no se dedicaba exactamente al negocio
inmobiliario.
—Suéltala, hijo de puta. —Sasha estaba comenzando a ponerme
nervioso. Si salíamos intactos de esto, tendría que patearle el trasero. Se
me estaba yendo de las manos.
—Y tú, cabrón —gruñó Raphael—, deberías aprender a escuchar a tu
hermano mayor y mantener la puta boca cerrada.
Por supuesto, mi hermano siempre tenía el gatillo fácil. Pero Raphael
tenía reflejos rápidos y era un excelente tirador. Le disparó a mi
hermano. En el mismo instante, apunté a Raphael con mi arma, con
una puntería precisa y lista para apretar el gatillo. Sabía que nunca
fallaba, aunque por primera vez en mi vida, temía apretar el gatillo
porque Isabella estaba cerca de mi objetivo.
—Podemos llamar a esto empate. Por mi padre —anunció Raphael,
con los ojos puestos en mí. No era tonto. Probablemente sabía que
Sasha lo había matado.
—Putos colombianos —gimió mi hermano, sangrando en el suelo. El
maldito idiota de mi hermano podría estar en su lecho de muerte y
aún encontraría su último aliento para maldecir a Santos.
—Todavía estás vivo, maldito ruso, que es más de lo que se puede
decir de mi padre —gruñó Raphael. No pude discutir ese punto—.
Deberías besarme el culo y darme las gracias.
—Deseas que bese tu lamentable trasero —siseó Sasha, aunque me
inclinaba más a pensar que era por el dolor que por la ira.
—Deja ir a la mujer, Raphael —hablé a mi enemigo, con mi arma
aun apuntando a él. Una sola bala y estaría muerto. Pero no estaba
dispuesto a arriesgarme, no con mi mujer al alcance de su mano—.
Podemos darlo por zanjado.
—¡Ni mucho menos! Pero no necesito una puta guerra contigo ahora
mismo —gruñó—. La dejaré ir. Mis hombres tienen sus armas
apuntando a su cabeza y a la de tu hermano. Intenta algo estúpido y
está muerta.
—Entendido. —Nunca arriesgaría su vida así.
Retiró el arma que la apuntaba y soltó su cuello completamente.
—Ve hacia él, mujer. —Durante un breve segundo, Isabella se quedó
parada, como si tuviera miedo de moverse; esperando que fuera un
truco y que luego alguien la matara de cualquier manera. No me
gustó la forma en que los ojos de Raphael la estudiaron.
—Está bien —la instó—. Nadie te hará daño. —Ella parpadeó y miró
hacia mí. Asentí con la cabeza, tratando de asegurarla sin palabras—.
Nadie va a disparar a la mujer —añadió Raphael en voz alta y,
gracias a Dios, finalmente se movió.
Un paso. Dos pasos, y cuando se dio cuenta que nadie estaba
disparando, corrió hacia mí, abrí mis brazos, con el corazón
retumbando en mi pecho y en mis oídos. Mi Isabella. Se arrojó a mis
brazos, con el cuerpo temblando. Todos los años intenté mantenerla a
salvo y ahora la arrastré directamente al inframundo.
Este nunca debió ser su mundo; era la razón por la que su madre la
escondía.
La rodeé con mi brazo libre, pero mantuve mi arma apuntando a
los colombianos, por si acaso.
—No hagas que me arrepienta de esto, Nikolaev. —La amenaza de
Santos perduró en el aire, y desapareció en la noche junto con sus
hombres, dejando atrás cadáveres, cristales rotos y a mi hermano
ensangrentado.
—Está bien, malyshka —la consolé—. Se han ido.
Sus ojos se acercaron a mí.
—¿Qué fue eso?
—Venganza. —Era lo más cercano a la verdad que podía decirle en
este momento.
Sin más preguntas, dirigió su atención a mi hermano que sangraba
en el suelo.
Capítulo 22
Isabella
Sasha estaba desplomado en la hierba, con la cara pálida, pero
consiguió sonreír.
—Estoy bien —murmuró.
—No, no lo estás. —Cayendo de rodillas, busqué la herida que
sangraba aceleradamente. Vasili estaba a mi lado, pero me dejó hacer
lo mío mientras sacaba el teléfono. Supuse que estaba llamando a la
policía o al 911.
Encontré el agujero de bala cerca de su clavícula. Pasé el dedo por
encima y encontré un bulto contra su piel. La bala podría haber dado
en el hueso. Y a juzgar por la cantidad de sangre, espero que no haya
tocado una arteria también.
—Adrian —Escuché la voz de Vasili. Levanté la cabeza y lo
encontré hablando por el móvil—. No traigas a Tatiana a casa.
Mantenla contigo, mantenla a salvo. Nos han atacado.
Los ojos de Sasha cayeron, y presioné contra la herida, para evitar
que se desangrara.
—Quédate conmigo, Sasha —le susurré—. Abre los ojos.
—Solo necesito descansar.
Levanté los ojos hacia Vasili.
—Está perdiendo mucha sangre. Tenemos que llevarlo al hospital.
Volví a mirar a Sasha, observando que su color empezaba a ser un
gris enfermizo. Vasili levantó a su hermano del suelo y me llamó.
—Vamos, malyshka. No te vas a quedar aquí.
Le seguí sin cuestionar. No quería quedarme aquí después de lo que
acababa de suceder. No me sentía segura sin Vasili. Los últimos veinte
minutos fueron los peores de toda mi vida y el terror todavía sacudía
mis huesos, pero me negaba a pensar en ello. Mantener a Sasha con
vida era más importante.
—No puedo ir al hospital con este aspecto —murmuré, aunque era
un comentario estúpido. Sasha se estaba desangrando y me
preocupaba ir al hospital descalza, en bóxer y una camisa de hombre.
—Estará bien —me aseguró.
Mirando la herida de Sasha, noté que la sangre se filtraba
demasiado rápido.
—Vasili, ¿tienes un cuchillo? —Necesitaba parar la hemorragia de
Sasha y lo único que tenía a mano ahora mismo era mi camisa. Me
entregó su cuchillo sin preguntar. Agarré el dobladillo de mi camisa y
corté a través de ella, arrancando parte de la misma, y luego la
apliqué sobre su herida, todo mientras mantenía el ritmo de la marcha
de Vasili.
Mis manos se estaban ensangrentando, pero no me importaba.
Mientras mantenía una mano en su herida, con la otra comprobé su
pulso. Todavía estaba allí.
—Necesitamos sangre —murmuré para mis adentros. En mi mente
ya estaba preparando todo lo que necesitaría en el momento en que
llegáramos al hospital—. Oxígeno, equipo quirúrgico. Líquidos.
—Mantenlo vivo, malyshka —la voz de Vasili me sobresaltó. Colocó
el cuerpo de Sasha en la parte trasera de su gran Mercedes, y subí
directamente para mantener la presión sobre su herida. Nada
importaba ahora, solo mantener a Sasha con vida.
Vasili estaba al volante, con los neumáticos chirriando.
—Sasha, sigue respirando —le murmuré, esperando que pudiera
oírme—. Solo aguanta. Pronto llegaremos.
Su respiración era superficial.
—¿Qué tan lejos está el hospital? —pregunté a Vasili. Estaba
apiñada en el suelo de su asiento trasero y no podía ver por la
ventanilla, pero me di cuenta que iba a toda velocidad por la forma
en que el coche se sacudía a derecha e izquierda en cada curva.
—Cinco minutos. —Eso es bueno. Cinco minutos. Podríamos hacer esto.
Con cuidado, desabroché los dos botones superiores y le quité la camisa.
La tela pegajosa estaba empapada de sangre. Se la quité y aspiré un
poco al ver la sangre que salía de la herida.
—¿Cómo está? —El Mercedes de Vasili se desvió de nuevo, tomando
una curva cerrada, y me aferré al cuerpo de Sasha para evitar que
cayera al suelo.
Volví a presionar el paño contra la herida.
—Espero que sea una herida superficial. Eso es mejor que la
alternativa. —Podría haber golpeado un órgano vital, lo que habría
sido mucho peor—. Realmente tenemos que sacar esa bala.
No respondió, pero me di cuenta que estaba preocupado. Yo
también lo estaba. Recorrimos durante los cinco siguientes kilómetros en
silencio cuando, de repente, el vehículo se detuvo.
Antes que pudiera moverme, la puerta del asiento trasero se abrió y
Vasili me ayudó a levantarme del suelo y salir, y luego levantó a su
hermano sin esfuerzo. Vasili empezó a correr hacia una gran mansión
que no se parecía en nada a un hospital, pero no tuve tiempo de
interrogarlo.
Me apresuré a seguirlo, tratando de mantener el ritmo. Vasili cargó
con su hermano por las escaleras de mármol y luego por un largo
pasillo antes de detenerse frente a una gran puerta. La abrí
rápidamente, dejando marcas de sangre en los pomos.
Entró en la habitación y dejó a Sasha en la cama del hospital. Eché
un rápido vistazo a la habitación para ver con qué tenía que trabajar.
La habitación era grande, con una cama de hospital en el centro y
todo tipo de máquinas médicas de alta tecnología. Los armarios de
acero inoxidable con puertas de cristal mostraban un suministro
completo de accesorios médicos, medicamentos y cualquier otra cosa
que pudiera necesitar para salvar una vida.
—Dime lo que necesitas —la voz de Vasili era firme, sus ojos me
miraban buscando orientación.
—Necesita una transfusión de sangre para empezar —le dije,
dirigiéndome al lavabo de la esquina de la habitación. Me lavé las
manos, las desinfecté, cogí un par de guantes y me dirigí a mi
paciente.
Vasili me entregó bolsas de sangre de O negativo y tiré del palo de
la intravenosa, colgando una.
—Kit intravenoso.
Se dirigió al armario más cercano y me entregó el material. Al
quitárselo de las manos, busqué la vena de su brazo y puse en marcha
la vía. A continuación, limpié su herida y, sin tiempo que perder, me
centré en la tarea que tenía entre manos.
Vasili se olvidó a mi lado, mientras me ponía a trabajar con su
hermano. Primero, adormecí la zona con lidocaína. Luego, corté la
carne de Sasha con el bisturí que encontré en la bandeja que había
aparecido milagrosamente a mi lado. Hice la incisión lo
suficientemente grande como para poder agarrar la bala con unas
pinzas y sacarla del agujero. La coloqué en el recipiente de acero
inoxidable y limpié la herida. Miré para ver de dónde había salido
toda la sangre, pero parecía haberse detenido, así que me relajé.
Después de coserlo, cogí la gasa estéril, la puse sobre la herida y la
envolví.
Cambié la bolsa de sangre vacía por otra unidad llena y añadí otra
bolsa de líquido. Observándolo, sentí que estaría bien. Solo había que
asegurarse que la herida no se infectara. El pulso de Sasha era cada
vez más fuerte y su piel, aunque seguía pálida, no estaba húmeda ni
enfermiza.
Miré a Vasili, que permaneció junto a mí todo el tiempo, con la
preocupación dibujada en su rostro.
—Todo hecho —le dije, el cansancio contra el que había luchado toda
la noche finalmente me invadió.
Había asombro en su rostro y algo más, pero estaba demasiado
cansada para reflexionar sobre ello. Esta noche había sido una
revelación inesperada, en primera fila, del mundo de Vasili. A pesar
de la violencia presenciada, no me asustó. Se sentía segura.
Tomó mi cara con ambas manos y me dio un beso en la nariz.
—Gracias, malyshka —murmuró—. Lo has salvado.
El gesto fue sencillo pero cariñoso. Tenía tantas preguntas sobre lo
que había sucedido esta noche, quién era ese tipo y por qué no había
venido la policía, pero no sabía por dónde empezar. El hombre era el
mismo con el que me topé hoy cuando compré el cuadro. Tenía el
presentimiento que todo lo sucedido esta noche cambiaría las cosas
entre nosotros.
—No me des las gracias todavía. Vamos a ver cómo transcurre esta
noche. —Mis ojos se dirigieron a la forma dormida de Sasha—. Lo
vigilaré durante toda la noche.
—Puedo hacer que uno de mis hombres lo vigile.
Sacudí la cabeza.
—No, quiero hacerlo. Solo déjame ducharme y quitarme esta
maldita ropa.
Su mano rozó la piel de mi cuello y no pude controlar un ligero
respingo. Su expresión se ensombreció, furia y miedo en sus ojos. El
miedo me sorprendió. Me pareció alguien que no temía a nadie.
—Quiero matarlo por haberte hecho daño —gruñó en voz baja, con
la rabia a flor de piel en cada una de sus palabras.
—Solo está magullado —murmuré en voz baja. Dios, su actitud
protectora me hacía amarlo aún más—. ¿Estás bien?
Se rio.
—Te ha herido y me preguntas si estoy bien. —Sacudió la cabeza,
con la incredulidad escrita en sus rasgos—. Eres demasiado dulce,
malyshka. Demasiado buena para mí. —Sus palabras eran bajas y su
acento era muy marcado. No entendí lo que quería decir, pero antes
que pudiera reflexionar sobre ello, continuó—: Deja que me ocupe de ti
—replicó con voz suave. Sus labios depositaron un suavísimo beso en mi
magullado cuello—. Quédate conmigo. Es la única manera que esté
bien. —Cuando hablaba así, casi podía convencerme que se preocupaba
profundamente por mí—. No dejaré que esos hombres te hagan daño.
Te protegeré, lo prometo. Mejor de lo que he hecho esta noche.
Le creí y, extrañamente, me hizo sentir físicamente segura. El
mundo de Vasili era muy diferente al mío. Esta noche lo hizo muy
evidente. El estilo de vida que llevaba Vasili era similar al de mi
padre y al que mi madre había intentado mantenerme al margen.
Estaba ciega a la violencia de la mafia hasta esta noche. O tal vez no
quise verlo antes. Pero con él a mi lado, no temía ese mundo.
Me asaltaban temores totalmente diferentes.
Tenía miedo de dejarlo ir, que rompiera los muros de mi corazón
solo para volver a destrozarlo. La primera vez fue dolorosa. Y esta vez
había un secreto que guardaba. ¿Podría perdonarlo? ¿Me perdonaría
él? Incluso suponiendo que superáramos todo eso, no estaba segura de
poder sobrevivir si él decidía volver a desechar mi amor.
Quería participar en todo, pero las batallas de Vasili en su mundo
mafioso se cruzaron con mi padre, que resultó ser su enemigo. El diario
de mi madre puso de manifiesto lo despiadado que podía ser Nikolaev
y su traición podía convertirse fácilmente en mi pecado a pagar de
nuevo.
Asentí, a pesar de las advertencias y del miedo a salir herida. Un
alivio inundó su rostro, y me hizo preguntarme cuánto le importaba
exactamente. Porque él me importaba demasiado. Me rodeó con sus
manos y me di cuenta que nuestras camisas estaban empapadas de
sangre.
—No tienes ninguna herida, ¿verdad? —murmuré, poniéndome de
puntillas y enterrando mi cabeza en su cuello. Tenía que apartar todas
las preocupaciones de mi mente por esta noche. Valoraría el hecho de
estar viva y con este hombre. De todo lo demás me preocuparía con el
próximo amanecer.
—No. La sangre es de Sasha. —Inhalando profundamente, saboreé su
aroma. Ese aroma único y maravilloso que siempre fue Vasili—.
Vamos a limpiarnos. Haré que alguien traiga un sofá aquí, y me
quedaré contigo.
—No...
Me cortó con un beso en la boca.
—Me quedo donde estés. No tiene sentido discutir.
Suspiré, pero secretamente mi corazón se hinchó.
—Estoy demasiado cansada para discutir, y no hay nada que me
gustaría más que quedarme contigo.
Cedí con demasiada facilidad ante este hombre. Podría culpar a mi
estado de agotamiento, pero la verdad era que quería estar con él. No
había ningún otro lugar en el que prefiriera estar.
—Ahhh, malyshka. Finalmente.
Nos llevó a ambos fuera de la habitación. En la puerta, se detuvo y
llamó en ruso. En el mismo segundo, un tipo grande salió de las
sombras. Era alto, casi tan grande como Vasili, y el parecido entre
ambos me pareció extraño, pero lo que más me llamó la atención fue
la cantidad de tatuajes. Nunca había visto a un tipo con tatuajes en la
cara. Tenía dos en el lado izquierdo y derecho de la cara, uno bajo los
ojos y otro sobre la ceja. La expresión de su rostro era estoica, aunque
cuando habló, pude escuchar preocupación en su voz.
—¿Cómo está?
—Creo que saldrá adelante. —Le ofrecí una sonrisa, aunque apenas
me miró—. Ha perdido mucha sangre y se ha hecho un corte en la
clavícula, pero podría haber sido peor. Se recuperará bien y solo le
quedará una cicatriz.
El guardia asintió, sus labios se curvaron en la más pequeña de las
sonrisas.
—Gracias.
—No hay de qué —murmuré, preguntándome si era cercano a Vasili
y Sasha. Algo en su forma de cuidar parecía más personal que el
simple hecho de preocuparse por su jefe. Sus ojos eran de color azul
pálido, como los de Vasili y Sasha, aunque su cabello rubio era más
oscuro, lo que hacía un marcado contraste. Incluso sus rasgos faciales
me recordaban a Vasili. Tenía una cicatriz en el centro del labio
superior, pero no le restaba nada. En todo caso, aumentaba su aura:
hermoso, de una manera peligrosa. ¡Y mortal!
—¿Puedes vigilarlo mientras nos lavamos, por favor? —le preguntó
Vasili, interrumpiendo mi estudio del hombre.
—Por supuesto.
—Gracias. Si su respiración cambia o el pulso se ralentiza o se acelera
—le dije—, ven a buscarme. Pase lo que pase. ¿De acuerdo?
Asintió y se apresuró a entrar en la habitación con Sasha. Una vez
que estuvo detrás de las puertas cerradas, Vasili me condujo por el
pasillo, en la dirección opuesta a la que habíamos llegado al principio.
—¿Quién es? —le pregunté. Por alguna razón, sentí que era
importante.
—Es mi hermanastro. —Mi cabeza se dirigió a Vasili y casi tropecé,
plantándome de cara en el suelo de mármol. Por suerte, me cogió del
brazo y me levantó.
—No sabía que tenías un medio hermano —murmuré—. ¿Qué edad
tiene?
—Treinta y cinco.
Fruncí el ceño, confundida. Tatiana nunca había mencionado un
medio hermano. Su padre falleció hace unos diez años. ¿Qué me había
contado de su madre? Me parecía recordar que me había dicho que
había fallecido cuando ella era un bebé. Pero la edad de su medio
hermano estaba entre Tatiana y Sasha. ¿Era medio hermano por parte
de padre o por parte de madre? Había una sensación molesta en el
fondo de mi cerebro, pero no podía comprenderla. Mi cerebro estaba
demasiado cansado y era demasiado lento en este momento.
En cuanto llegamos al lado opuesto de la casa, me olvidé del
hermanastro de Vasili. Unas anchas puertas dobles de caoba estaban
allí, con dos guardias, ambos en posición de firmes y mirándome
fijamente.
—Pueden irse, gracias. —Vasili los despidió.
Observé a sus guardias dispersarse y luego me giré para mirar a
Vasili.
—¿Por qué tienes guardias en tu puerta?
En los últimos días, he aprendido más sobre Vasili que en los
primeros años en los que conocí a Tatiana y a él. ¿Quién era
realmente, además de un multimillonario rico y guapo? ¿Un criminal
despiadado? Tenía la sensación de saber la respuesta desde el principio,
pero me negaba a reconocerla.
En el momento en que entramos por las puertas, mis ojos recorrieron
la inmensa suite. No, tacha eso. No era una suite. Era como un ático en
toda regla.
—¿Es esta tu área o algo así? —Probablemente me veía ridícula
mirando todo mientras aún estaba vestida con su camisa, manchada
con la sangre de Sasha y descalza.
Se rio.
—No, esta casa es mía. Pero esta ala fue acondicionada para tener
cierta privacidad.
Le lancé una mirada.
—¿Por qué necesitas privacidad en tu propia casa?
—Tengo otros hombres que se alojan en la propiedad y utilizan las
habitaciones de la casa —explicó. Levanté una ceja, pero no dije nada.
Le dejaría explicar lo que quisiera—. Debido a mi posición en el imperio
de Nikolaev, la gente me quiere muerto. La seguridad que mantengo
en torno a mi familia es una necesidad.
Atravesamos la gran sala de estar, una cocina de tamaño decente,
y me asomé a una habitación para encontrar un gran dormitorio con
una cama enorme. Vasili tenía una gran obsesión por el negro y el
rojo. El dormitorio estaba pintado de negro y tenía detalles rojos en las
paredes. Y la cama, ¡santo cielo! Era incluso más grande que la de su
club.
—Hmmm. —Apenas podía mantenerme en pie por la larga y
agotadora noche y aquí estaba imaginando todas las cosas que él
podría hacer en esa cama. Me lo imaginaba apoyado como un rey en
medio de esa cama, tocándose, con su gran cuerpo exhibiéndose.
Mierda, ahora estaba excitada.
Me obligué a apartar los ojos de la cama y los fijé en la pared de la
esquina más alejada de la habitación. Tomando una fuerte inhalación,
parpadeé. Ni siquiera me di cuenta que había dado pasos hacia su
habitación, hacia esa esquina, hasta que estuve justo encima de ella.
Era un soporte para atar a una mujer, y una pared llena de
juguetes sexuales. Desde envoltorios de seda para atar las muñecas,
pinzas para los pezones, y cosas que no tenía ni idea de para qué
servían.
Nota para mí, tengo que investigar sobre los juguetes sexuales.
—Supongo que no estabas bromeando cuando dijiste que te gustaba
—murmuré en voz baja.
—No, no estaba bromeando. —Su voz estaba justo detrás de mí, sus
ojos sobre mí guardados, estudiándome—. ¿Qué te parece?
Se me escapó una risa ahogada.
—¿Sobre qué? ¿Estar atada?
Se encogió de hombros.
—Cualquiera de ellas, todas. Lo que te interese.
Mi mirada se dirigió a este hombre. Parecía que este hombre, este
Vasili Nikolaev, era el hombre que había intuido bajo su exterior frío
y malhumorado y sus modales suaves desde el momento en que lo
conocí. Excepto que nunca me dejó entrar. Pero ahora, por alguna razón
desconocida, abrió la puerta y me dejó entrever el interior. ¿Qué ha
cambiado?
Los dos parecíamos un desastre, con la ropa ensangrentada por los
acontecimientos de la noche. Debería estar asustada, pero no lo estaba.
Cuando su enemigo tenía su mano alrededor de mi garganta,
ahogando la vida de mí, mi único pensamiento era que quería más
tiempo. Más tiempo con Vasili.
No me importó el rechazo de hace cinco años ni la amarga rabia
contra él después de perder el bebé. Mi único y vergonzoso secreto
nunca se lo conté a nadie. Tatiana se enteró que estaba embarazada la
noche que me llevó al hospital, la noche de mi aborto. Le hice prometer
que no diría nada a nadie, que mantendría este secreto entre nosotras.
Y lo hizo. Excepto que nunca se dio cuenta que era el bebé de Vasili el
que había perdido hasta la otra noche en el club.
Pero cuando la vida pasó por delante de mis ojos, nada de eso
importó. Solo quería más tiempo. Para amar. Para vivir. Para dar y
recibir.
—¿Me lo enseñas? —Fue la única respuesta que se me ocurrió.
Por la forma en que brillaron sus ojos, supe que no esperaba ese tipo
de respuesta, pero que estaba encantado con ella.
—Sí, pero hoy no. —Apretó su boca sobre la mía, hambrienta y
adorable—. Vamos a tomar una ducha.
Me condujo a través de una puerta en la que no había reparado
hasta ahora. Un gran y lujoso baño se extendía frente a nosotros y de
nuevo el título negro lo hacía brillar bajo las tenues luces, haciendo
promesas de oscuras cosas deliciosamente pecaminosas que este hombre
podría hacerme.
—Realmente te gusta el rojo y el negro, ¿eh?
Se rio.
—Podemos cambiarlo si no te gusta. Realmente siento algo por ti,
más que cualquier otra cosa.
Mis labios se separaron y me quedé mirándolo atónita. Como si no
acabara de decirme algo que me sacudiera hasta el fondo, abrió la
ducha y me quitó la camisa y el bóxer y luego se quitó su propia ropa.
Hoy Vasili Nikolaev era el hombre que intuía debajo de toda su
rudeza, cariñoso, apasionado, amoroso, protector y posesivo.
Debería haber mirado hacia otro lado, pero en lugar de eso me
encontré mirando y soñando con lo que podría ser.
Capítulo 23
Vasili
Isabella estaba desnuda delante de mí, en todo su esplendor, pero
fueron sus ojos y su boca los que me hicieron perder el sentido. Sin
pretensiones, sin tratar de ser sexy. Había un deseo indudable en sus
ojos, que coincidía con los míos.
—Si sigues mirándome así, no podré contenerme. Estás cansada, y
soy una bestia dispuesta a cazarte de nuevo.
Me cogió de la mano y entramos los dos juntos en la ducha.
—No estoy muy cansada.
No debería ceder. Necesitaba descansar, pero la bestia que llevaba
dentro quería más de ella, quería su sumisión. Quería someterla a mi
voluntad, dejar marcas en su pálida y tersa piel, controlar su placer y
adueñarme de todos sus gemidos. Y, sobre todo, poseer su corazón.
No ha dicho nada trascendental, pero he percibido un ligero cambio
en ella. Esperaba que fuera en la dirección que yo quería. Esta mujer
era increíble, todo lo que necesitaba. La forma en que cuidó de Sasha,
apartando su propia experiencia traumática, me demostró lo fuerte que
era. Ella cuidó de mi hermano; ahora me tocaba a mí cuidar de ella.
Cogí el jabón y me lo enjaboné en las manos, y lentamente recorrí
su cuerpo, explorándolo. Ella me siguió, con el labio inferior entre los
dientes.
—Debes hacer mucho ejercicio —murmuró, con sus dedos ligeros como
plumas. A diferencia de mis ásperas manos, que dejaban marcas rojas
sobre su piel de marfil.
Mi polla erecta la presionó y un pequeño jadeo salió de sus labios,
sus ojos se cerraron.
—Me encanta tu cuerpo —ronroneé, bajo el chorro de agua—. Es
suave, hermoso y perfecto para mí.
Miró a través de sus pestañas, sus ojos se detuvieron en mis
abdominales, sus dedos recorriendo cada músculo.
—Hmmm. Me gusta más tu cuerpo.
Su toque era suave, sus dedos trazaban las palabras tatuadas en el
lado derecho de mi pecho. El agua de la ducha brillaba sobre su
cuerpo, haciéndolo resbaladizo.
—Esto es nuevo —murmuró. Se inclinó más cerca, sus ojos leyendo las
palabras.
El mundo que conocimos
No regresará
El tiempo que hemos perdido
No se puede recuperar
La vida que teníamos
No nos sangrará de nuevo.
Mientras leía con su suave voz, mi corazón latía contra sus dedos.
Esas palabras eran para ella. Lo entendí después de conocer todos los
secretos que envolvían a nuestros padres. Mi objetivo final siempre fue
recuperarla. Isabella Taylor Santos era mi objetivo final.
—Sí, es nuevo. —La observé con avidez. Mi siguiente admisión la
haría correr o sellaría su destino para mí—. Lo hice para ti.
La sorpresa brilló en sus profundos ojos marrones. Sus labios se
separaron y tuve que contenerme para no meter la mano en su cabello
y tomar su boca.
La observé tragar, su delicado cuello se movía con el movimiento.
—Me encanta —susurró, inclinándose hacia mí. Dos palabras y su
destino estaba ligado a mí para siempre. Sus labios se detuvieron en él,
y luego bajó la boca hacia el tatuaje, su lengua haciendo círculos
perezosos sobre él mientras los pequeños ruidos hmmm vibraban en su
garganta.
—Agárrate a mí —gruñí, agarrando su culo con mis dos manos y su
brazo se enredó en mi cuello, estabilizándose. Ajusté mi polla e su
entrada, sus dos piernas rodearon mi cintura mientras mi polla se
deslizaba dentro de ella.
Su gemido resonó en la ducha y mis dedos se aferraron a su culo,
clavándose en su suave piel. La sostuve mientras me montaba, con sus
brazos alrededor de mi cuello. Nuestros cuerpos estaban resbaladizos,
chocando el uno contra el otro, piel contra piel.
Su coño caliente se apretó en torno a mi polla, sus gemidos
resonaron en mi oído, y fue el mejor afrodisíaco de todos. La presioné
contra la pared de azulejos, follándola duro, penetrándola, y cada
empujón le arrancaba un grito más fuerte.
Estaba cerca, lo sentí en la forma en que su coño se apretaba
alrededor de mi polla, como un torniquete.
—Oh Dios mío... oh Dios... Vasili.
Sus ojos se cerraron, la expresión de su rostro era de pura felicidad, y
era tan jodidamente sexy verla; su sumisión a mí era completa.
—Joder, malyshka —me puse al borde—. Vente para mí.
Como si su cuerpo necesitara esa orden, explotó a mi alrededor, su
cuerpo se estremeció en mis brazos, derritiendo cada pedazo de mi
corazón sin esfuerzo. Fue el mejor espectáculo de todos. Quería hacer
esto para siempre con ella, y con otro embiste exploté, mi propio
orgasmo me sacudió hasta la médula.
Lo sentí a través de cada hueso y fibra. Lo que esta mujer me hacía
podía acabar conmigo, y moriría feliz. Ella era mi afrodisíaco, y no
podía vivir sin ella. Fui un tonto al pensar que alguna vez podría.
La sostuve en mis brazos, el agua lloviendo sobre nosotros mientras
ambos jadeábamos después de hacer el amor. Y era hacer el amor, no
solo follar. Nunca me había sentido mejor.
—Eso fue... —la voz de Isabella, sin aliento, me hizo buscar su rostro.
Estaba sonrojada, sus ojos brillaban como diamantes—, jodidamente
increíble.
Sonreí, apretando un suave beso en sus labios.
—Quédate conmigo y seremos jodidamente increíbles para siempre.
Juntos. —Sus ojos se cerraron y su labio tembló causando alarma dentro
de mi pecho—. ¿Qué sucede?
Observé cómo se movía su garganta, incapaz de hablar. Su boca se
abrió, pero no salió ninguna palabra, luego tragó con fuerza. Le cogí la
barbilla entre los dedos, alarmado por si, sin querer, le había vuelto a
causar dolor.
—¿Qué pasa? —La preocupación agolpó en mi pecho, las alarmas se
dispararon—. Por favor, dime.
Sus cálidos ojos marrón chocolate se abrieron y me dedicó una
sonrisa temblorosa.
—Es una estupidez.
—Dime. —No me importaba lo estúpido que fuera, quería hacerlo
mejor.
—Pensé que ese tipo me mataría y no podría volver a hacer esto
contigo.
Su admisión me desgarró el corazón. Primero porque ella estaba en
esa posición por mi culpa, y segundo porque sus pensamientos eran de
estar conmigo en ese momento.
—No volverá a llegar a ti —juré—. No se lo permitiré.
La confianza en sus ojos fue suficiente para ponerme de rodillas. Su
madre tenía razón, Isabella era demasiado dulce, pero en todos los
sentidos correctos. Si Lombardo Santos hubiera puesto sus garras en su
hija, habría destruido eso en ella. También lo habría hecho su hijo
mayor, Vicente. Todavía tenía reservas sobre Raphael Santos, pero
hasta ahora, el trato con él me parecía justo. Aun así, era un cabrón
desconfiado, aunque mi sexto sentido me decía que Raphael era un
hombre completamente diferente a su padre y a su hermano mayor.
Lombardo probablemente habría casado a Bella con algún cruel
hijo de puta, para su propio beneficio personal. Les he estado ocultando
el rastro de Isabella durante los últimos cinco años. Sasha podría
haberme hecho un favor cuando mató al bastardo.
—Lo he visto hoy temprano —murmuró—. O supongo que ayer, ya
que es más de medianoche.
Fue lo que me hizo entrar en cólera y me hizo estallar contra
Adrian. Nunca me perdonaría si le pasara algo. Ella estaba bajo mi
protección, lo había estado desde el momento en que puse mis ojos en
ella. Me engañé pensando que ella no era nada para mí. Ella lo ha
sido todo para mí en el momento en que cruzamos nuestras miradas y
su pequeña mano se extendió hacia mí para estrecharla en señal de
presentación.
—Lo sé —murmuré bruscamente, rozando su piel con mi nariz—. Fue
la razón por la que me comporté como un gilipollas cuando te encontré.
Me preocupaba mucho que alguien te hubiera llevado.
—Supongo que los rumores de la universidad eran ciertos —
murmuró.
Su madre la mantenía fuera de este mundo y aquí estaba yo,
arrastrándola a él. Debería haber hecho un mejor trabajo
protegiéndola. ¿Me perdonaría esta tierna mujer si supiera todo lo que
he hecho?
—Vamos a llevarte a la cama —dije en su lugar. Fui un cabrón por
follarla de nuevo. Estaba cansada y había tenido un largo día—.
Pareces cansada.
Asintió y se lavó rápidamente el cabello con champú y se aclaró.
Pero pude ver las ruedas de su cerebro girando, pensando en todo.
¿Cuánto sabía de Santos? La oí mencionar el día que la acosé en el
hospital de su madre. Pero su madre me dijo que se lo había ocultado a
Isabella.
En los diez minutos siguientes, ambos estábamos duchados,
cambiados y listos para ir a la cama. Había algo tan sexy verla
moverse por mi habitación, cepillándose los dientes sobre mi lavabo,
llevando mi camisa. Yo tenía el pantalón del pijama puesto y no tenía
camisa. Normalmente dormía desnudo, así que incluso esto era
demasiada ropa para dormir. Pero Isabella parecía una pequeña diosa
con mi camisa puesta y descalza.
—Bien, vamos a ver cómo está Sasha —dijo, con la mirada puesta en
mí. Tenía ojeras y los moretones violáceos se veían claramente en su
piel. Quería cargarla, pero sabía que se opondría, así que me conformé
con tomar su mano.
Nos dirigimos hacia el lado de la casa en el que tenía la sala
médica. Ese era el trabajo que quería que Isabella tomara. Ella no lo
sabía, pero lo solicitó. Lo llamaba una clínica privada, y supongo que
en cierto modo lo era.
Entramos en la habitación, cogidos de la mano, y me alegré de ver
que ya habían traído un gran sofá, con almohadas y una gran manta.
Hubiera preferido tenerla en mi cama, pero eso ocurriría pronto.
—Hola —saludó mi hermanastro. Su hermanastro. Hice una promesa
a su madre en su lecho de muerte. Lo encontré un año después de su
muerte. Amargado, enojado, golpeado y dañado... todo por culpa de mi
madre. Se desquitó con un niño inocente. Fue un milagro que nos
reconciliáramos, pero era un Nikolaev. Llevaba el apellido ahora y era
de la familia, sin importar lo que había sucedido. Siempre le cubriría la
espalda—. Soy Isabella, por cierto.
Él sabía quién era ella. Alexei había estado pendiente de ella desde
el momento en que supo que tenía una hermana. En cierto modo, se
sentía más cercano a Isabella que a Tatiana, aunque oficialmente
acababa de conocer a la primera. A sus ojos, Isabella estaba sola y
amenazada por Santos. No tenía ninguna duda que, si había que
elegir el bando de Isabella o el de los Nikolaev, elegiría el de su
hermana. Y eso no me molestó ni un poco.
—Soy Alexei. —Su voz era ronca.
Le observé mirando a Isabella mientras se movía alrededor de
Sasha, comprobando sus signos vitales. Era demasiado joven cuando lo
separaron de su madre, pero sabía su aspecto por fotografías. Isabella se
parecía mucho a su madre. La cuidaba desde las sombras. Pero ella no
sabía nada de él. Habría que facilitarle las cosas.
Isabella tiró de la venda para comprobar la herida de bala de
Sasha. Me apoyé en la pared, dejándola hacer lo suyo, observando a
ambos hermanos. Era interesante la diferencia entre la respuesta de
Alexei a Isabella frente a la de Tatiana. En muchos aspectos, Tatiana
y Alexei eran similares. Ambos habían crecido sin ninguno de sus
padres, por lo que tenían cicatrices emocionales y las ocultaban bajo
una gruesa capa de estupidez.
Pero con Isabella, la observaba de forma protectora, el
distanciamiento emocional que solía tener con todo el mundo se
aflojaba ligeramente con ella. Como si quisiera ese vínculo con ella.
Esto podría ser bueno para él. Sasha y yo no podíamos ofrecer ese
vínculo. Estábamos demasiado jodidos; crecer en una familia que dirige
un submundo criminal te hace eso.
—Voy a limpiarlo y a volver a vendarlo. ¿De acuerdo?
—Tú eres el médico —gruñó Alexei, sin dejar de mirar.
Sin embargo, ella no se perturbó. Se limitó a sonreírle y a seguir
cambiando las vendas de Sasha mientras Alexei observaba todos sus
movimientos.
—Eres buena en esto. —Su voz era ruda, pero también estaba
impresionado.
—Gracias. —Sus ojos buscaron los míos—. Comprobaremos por la
mañana si hay infección, pero de momento, tiene buena pinta.
Bruscamente, Alexei se levantó y se dirigió a la puerta.
—¿Estás bien? —pregunté en ruso. No pude evitar preocuparme por
él, igual que con Sasha. Le costó un año después de encontrarlo,
comenzar a relajarse con nosotros, pero nunca se abrió de verdad. Las
cicatrices eran demasiado profundas. Mis puños se hicieron bolas solo
de pensar en el maldito infierno que habría pasado por culpa de mi
madre. Y estaba repartiendo venganza en su nombre. Nunca me
había equivocado tanto.
La infancia de Alexei fue brutal, gracias a mi madre. Lo abandonó
en la puerta de la Bratva de Boston. Fue torturado y maltratado desde
joven, con suficientes cicatrices bajo su tinta como para cubrir a diez
hombres. Con el tiempo, se convirtió en un asesino a sueldo, un cazador,
y trabajaba mejor solo. De hecho, Cassio King lo admiraba y lo quería
en su equipo, pero la oscuridad de Alexei se negaba a formar parte del
equipo de nadie. Cazaba y se vengaba. Si mi madre no estuviera
muerta, me inclinaba a pensar que yo mismo acabaría con ella. No
era bueno en la mierda de la terapia, así que ayudé a mi hermano de
la única manera que sabía. Enseñándole habilidades efectivas de
tortura. Para que hiciera pagar a los hombres que cazaba.
—Sí, solo que es difícil pensar que es hija de Lombardo y de mi
madre. —Su respuesta también fue en ruso. Era una cosa en la que él y
yo estábamos de acuerdo, la mantendríamos a salvo.
Desapareció por la puerta e Isabella se dirigió lentamente hacia mí,
con sus pies descalzos y silenciosos contra el suelo de mármol.
Abrí mis brazos y ella entró en ellos, con sus pequeños brazos
rodeándome. Nos quedamos allí, con dos corazones latiendo al mismo
ritmo y el suave pitido de la máquina como único ruido rompiendo el
silencio.
Capítulo 24
Isabella
Estoy muy cansada.
A través de mi cerebro privado de sueño, escuché voces masculinas
hablando en ruso. ¿O estaba soñando con ello? Estaba en ese punto
entre el sueño y la consciencia. Voces masculinas profundas, un pecho
cálido debajo de mí.
Enterré mi cabeza en ese pecho, inhalando profundamente el
aroma.
—Shhhh —murmuré, somnolienta.
Un pecho fuerte y cálido retumbó bajo mi mejilla. El aroma era de
Vasili. Me tapé la cabeza con la manta, tratando de ignorar lo que
ocurría a mi alrededor, aunque todo mi cuerpo se acurrucara más cerca
de él.
Sasha. La idea me atravesó el cerebro, incorporándome de golpe,
casi cayendo del sofá al suelo.
—Ey, está bien. —Las manos de Vasili me rodearon, manteniéndome
firme, para que no me cayera del sofá.
—¿Está bien Sasha? —Mis ojos se movieron y encontraron a Alexei
sentado en la silla junto a la cama de Sasha. Sasha estaba apoyado, su
color era bueno.
—Estoy bien —respondió—. Gracias a tu experiencia.
Intentó mover el hombro, pero se estremeció.
—No muevas ese hombro —ordené. Poniendo los pies en el suelo, me
levanté rápidamente
Me incliné sobre Sasha, y con movimientos rápidos y cuidadosos
comprobé su vendaje. Tenía buen aspecto, sin signos de infección. Se
curaría bien, solo tenía que asegurarme que no moviera ese hombro.
Sasha sonrió como si hubiera tenido la mejor noche de su vida y no
le hubieran disparado.
—¿Cuál es el veredicto?
—No hay infección, y tiene buen aspecto —le dije—. Pero no muevas
ese hombro. ¿Entendido?
—Tan mandona.
—Hablo en serio —le regañé—. Si quieres ir por ahí con un hombro
que te duela durante meses, adelante. Muévete. Si no, escucha, y en un
mes volverás a la normalidad.
—Sasha escuchará —gruñó Alexei. ¿Por qué era siempre tan gruñón?
Mis ojos se asomaron a la ventana para encontrar el sol en lo alto
del cielo.
—¿Qué hora es?
Vasili se rio.
—Es casi mediodía.
Mis ojos se dirigieron a él.
—¿Por qué no me has despertado? —me quejé.
—Necesitabas dormir.
—Mierda —murmuré—. Tengo una entrevista, hoy.
—¿La tienes?
Levantó una ceja.
—Sí, tengo que estar allí en dos horas. —Mis ojos recorrieron mi
estado—. Mierda, mierda, mierda.
—Di mierda una vez más —se burló Sasha—. Y puede que se
convierta en una mierda.
Puse los ojos en blanco y escupí de vuelta.
—Mierda.
La forma en que se rio me recordó nuestros días en la universidad.
Esto fue realmente un mal momento. Necesitaba este trabajo. En mi
cabeza traté de alinear el plan más eficiente.
—Bien. Puedo parar a comprar ropa de camino —murmuré para mí
más que para nadie—. Vestirme en la tienda y pum. Estoy lista. —
Levanté la mirada para encontrarme con tres pares de ojos
observándome—. ¿Puede alguien llevarme?
—Isabella, tu entrevista... es aquí. —Vasili no tenía ningún sentido.
—¿Qué quieres decir?
—Esta es la clínica privada —respondió—. Recuerda que te pedí que
trabajaras para mí. Fue aquí. Y tú también solicitaste el puesto. Alexei
dirige la clínica, pero quiere que alguien con una sólida formación en
urgencias la asuma.
El brazo de Alexei se dobló sobre su pecho.
—Encajas en el puesto. ¿Lo quieres?
Mi cerebro estaba demasiado lento esta mañana. Lo miré fijamente,
parpadeando varias veces, tratando de procesar todo aquello.
—¿Como aquí?
Alexei sonrió.
—Aquí es donde está la clínica.
—¿Así que no hay entrevista?
—Después de lo de noche, has aprobado.
—Hmmmm.
No era así como esperaba que fuera mi mañana. Vasili me observó
con curiosidad, con una mirada cálida, y estuve medio tentada de
volver a acurrucarme contra él. Como si hubiera leído mis
pensamientos, me dio una palmadita en un lugar a su lado. Sentí
literalmente cómo se me encendían las mejillas. Sus hermanos estaban
aquí, pero mis pies se movieron solos y me senté de nuevo junto a él.
—¿Y qué significa hmmm? —preguntó Alexei.
Me mordí el labio inferior, sin saber si era inteligente trabajar para
Vasili y sus hermanos. ¿Qué pasaría cuando las cosas terminaran entre
nosotros?
—Me lo pensaré —le dije—. Es demasiado para procesar con el
estómago vacío y sin café.
—Bastante justo. —Se levantó y ayudó a Sasha a levantarse—.
Hablando de comida, vamos a comer. Isabella, puedes desayunar si lo
deseas.
Asentí, pero no pude evitar mirar fijamente a Alexei. Me hizo
reflexionar. Cuando mi madre falleció, tuve que revisar todas sus
posesiones. Había tantos secretos que ella albergó toda mi vida. Pero
esto... no podía ser. Su diario concluyó que el hijo que tuvo con el padre
de Vasili estaba muerto.
—¿Cuántos años tienes, Alexei?
Me miró con extrañeza, pero no respondió de inmediato. Sentí que
el aire de la habitación se aquietaba, se tensaba de alguna manera.
—Tiene treinta y cinco años. —Sasha fue quien contestó, el único
ajeno a la tensión.
Se me apretó el pecho. Tenía la edad adecuada. El hijo que tuvo mi
madre, del que nunca supe hasta después de enterrarla. Alexei tenía la
edad adecuada. Es ridículo, traté de decirme. No era posible.
—Vamos a comer —Sasha interrumpió mi silencio—. Me muero de
hambre.
—Sí, yo también. —Alexei y Sasha salieron de la habitación,
dejándonos a Vasili y a mí solos. Tenía hambre, pero también me
preocupaba la sensación dándome un codazo en el fondo de mi mente
y seguía ignorándola. Había demasiadas coincidencias. ¿El padre de
Vasili le quitó el hijo a mi madre? Nunca supe cuánto sufrió hasta que
leí sus diarios. Su angustia y preocupación por su bebé. Pero a través de
sus páginas, ella mencionó al padre de Vasili, Nikola, lo buscó
también. ¿Fue tan cruel que la engañó? Fingió que la ayudaba
cuando realmente se llevó a su hijo.
—Hice traer tu ropa esta mañana —su voz me sacó de mis
pensamientos.
—Oh. —Supongo que, después de todo, no habría tenido que parar
en la tienda... si tuviera la entrevista—. Gracias.
—¿Qué tienes en mente, Isabella?
Los últimos días de mi madre pasaron por mi mente. El dolor y el
sufrimiento que estaba reviviendo mientras tomaba la medicación, sus
pensamientos del presente y del pasado difuminados. Esos últimos días
me dieron una idea de cuánto había amado al padre de Vasili. Nikola.
No dejaba de llamarlo. Me carcomía el corazón no poder aliviar su
dolor. Sin los medicamentos para el dolor, su cuerpo sufría. Con los
medicamentos para el dolor, su mente estaba en agonía. No había una
situación ganadora.
Si Vasili y yo íbamos a seguir adelante, teníamos que hablar. Tenía
razón cuando dijo que teníamos que hablar. Sobre todo. Tenía miedo
de a dónde llevaría todo esto.
Abrí la boca para preguntarle por Alexei, pero sonó su teléfono.
Lo miró, como si estuviera dispuesto a descartarlo, pero cuando vio
de quién se trataba, toda su expresión se ensombreció.
—¿Qué? —contestó al teléfono, con la furia que desprendía.
Lo que dijera la persona en la otra línea, no le tranquilizó en
absoluto.
—Bien. ¿Dónde y cuándo?
Pasaron otros diez segundos y terminó la llamada, con una retahíla
de maldiciones saliendo de sus labios. Algunas eran en inglés y otras
en ruso.
—¿Está todo bien?
Asintió, aunque estaba segura que nada estaba bien—. Vamos a
vestirnos.
—Bien. —Mentiría si dijera que no me molestó que se negara a
confiar en mí y que esperara que le contara lo que me estaba
pesando—. ¿Dónde está mi ropa?
—Mi habitación —murmuró, posando sus labios en mi cuello.
Inmediatamente incliné la cabeza, para permitirle un mejor acceso.
Con él, mi cuerpo reaccionó antes que mi mente procesara nada—.
Siempre te quiero conmigo. Recuérdalo.
Capítulo 25
Vasili
Dejé a Isabella con Alexei y Sasha en mi casa. Me sentía bien
teniéndola en mi casa, viéndola con mis hermanos y protegida por
nuestra familia y nuestros hombres. Lo que ocurrió ayer en casa de
Tatiana fue una violación de la seguridad, de la peor clase. Los
hombres de Santos no deberían haber sido capaces de romper el
parámetro tan fácilmente. Eliminaron a todos los hombres que
custodiaban esa casa. Eso significaba que sabían que Isabella y
Tatiana no estarían, y limpiaron todas las pruebas de su asesinato
antes de esperarlas. Fue una puta suerte que Adrian se llevara a
Tatiana a su casa y yo llevara a Isabella a la suya. Mi corazón se
congelaba cada vez que pensaba en lo que habría pasado si ella
llegaba sola a casa.
Adrian se reunió conmigo a mitad de camino hacia el punto de
encuentro donde me encontraría con Raphael Santos. Dejó su vehículo
estacionado y se subió al mío, con sus armas. Mi conductor nos llevó
hacia el destino.
—¿Tatiana está a salvo?
—Sí. —Estaba tenso. Yo también lo estaba. Lo que sucedió ayer fue
un gran fallo en nuestro sistema de seguridad.
—¿Qué pasó? —No hubo necesidad de explicar, él sabía lo que
quería decir—. Isabella podría haber sido asesinada. Dos veces en
veinticuatro horas.
El terror en la cara de Isabella, en esos suaves ojos marrones, se
quedaría para siempre conmigo. Nunca debería haber ocurrido.
Primero en la ciudad y luego en la casa de Tatiana. ¿Cómo se acercó
Raphael a ella?
—El hombre de Cassio hackeó nuestra red. —Sabía que era difícil
para Adrian admitirlo, incluso más difícil saber que había un tipo por
ahí tan bueno. Adrian era uno de los mejores en este negocio.
Cassio King era un prometedor jefe de la mafia italiana. A lo largo
de los años le vi hacer aliados en los lugares más improbables con los
hombres más improbables. No discriminaba: desde banqueros hasta
políticos. Irlandeses, colombianos, rusos, varias familias italianas. No
importaba. Raphael también era uno de sus aliados y eso era lo
extraño. Cassio nunca se acercó a su padre, ni su hijo mayor. Pasó por
alto a esos dos, yendo directamente a Raphael, y tuve que
preguntarme por qué.
Pero tuve que reconocerlo. Cassio King jugó bien. Reunió a sus
propios aliados fuertes a lo largo de los años, sin levantar la alarma a
su padre, Benito King, porque no fue a por los mejores perros de la
cadena alimentaria. Iba a por los mejores perros de la cadena
alimenticia. Y siempre cubría también la espalda de sus hombres. Era
más una alianza comparada con la que gobernaba su padre, que
fracasaba estrepitosamente. Su padre era un cruel hijo de puta.
—Raphael está en su equipo —le dije. Hace cinco años, poco después
de la muerte de la madre de Isabella, Cassio me invitó a participar en
su acuerdo de asociación, pero no me interesó. No quería formar parte
de nada que implicara a la familia Santos. Era por proteger a Isabella.
Debería haber sabido que Raphael Santos era demasiado inteligente.
Podría haber confundido a Isabella con Tatiana, pero eso jugó a su
favor porque ahora sabía quién era. El hombre de Cassio debe haberle
ayudado a buscar información sobre ella, todo mientras dormíamos.
—¿Cuántos hombres tenemos en el lugar? —pregunté a Adrian. Si la
mierda estaba a punto de suceder, más vale que estemos preparados.
—Veinte. Lo mejor.
—Será mejor que te lo diga ahora —comencé. Raphael ya insinuó
que hablaríamos de la familia y de Isabella. No hacía falta ser un
genio para averiguar qué significaba eso—. Isabella es la hija de
Lombardo. Raphael es su medio hermano.
La cabeza de Adrian se dirigió a mí, con la sorpresa en su rostro. Y
rara vez estaba conmocionado.
—¡Me estás jodiendo!
—No, no lo hago. Raphael no lo sabía anoche, pero lo sabe ahora.
¡Sin embargo, ella no es suya! Pase lo que pase, ella debe estar bajo
nuestra protección.
—¿Incluso si significa la guerra?
—Sí.
—Bien. —Era la razón por la que Adrian y yo trabajábamos bien
juntos. Nunca trató de razonar conmigo, y lo mismo ocurría con él. No
éramos impulsivos como Sasha. Cuando llegábamos a una decisión, era
porque la pensábamos bien.
—Alexei e Isabella son medio hermanos —expliqué—. Si me pasa
algo, Alexei sabe qué hacer y cómo protegerla. Me siento más
tranquilo porque Lombardo y Vincent estén muertos, Raphael es mejor
hombre que su padre.
Pero hice una promesa en la que aseguré que Isabella no caería en
sus garras. Tengo la intención de cumplirla.
El vehículo se detuvo. Nuestro punto de encuentro era un almacén
abandonado, a cincuenta kilómetros de la ciudad. Algunos días me
sentía realmente demasiado viejo para esta mierda. Las palabras de
Isabella sobre tener hijos y una casa en la playa sonaban en mi mente.
Podía verla enseñando a nuestros hijos a hacer surf, caminando
descalzos por el suelo de baldosas, con el sonido de las olas llegando a
la orilla, impregnando la casa.
¿Tal vez podría convencer a Alexei para que se hiciera cargo?
Estaba más involucrado que Sasha y tenía un puesto para ello. Quería
disfrutar el resto de mi vida con la mujer que amaba a mi lado y criar
a nuestros hijos juntos.
—¿Listo? —preguntó Adrian.
Podía ver a Raphael Santos desde aquí, con su traje blanco. Su
cabello oscuro contrastaba con él, y casi odiaba que fuera del mismo
tono que el de Isabella. Era un recordatorio que si la mierda golpea el
ventilador, estaría intentando matar a su medio hermano. Nuestros
padres realmente hicieron un buen trabajo al joder las cosas.
—Sí.
Ambos salimos del vehículo y nos acercamos a Raphael sin mediar
palabra. Me detuve a tres metros de él y me desabroché la chaqueta
por si necesitaba acceder rápidamente a mi arma. Raphael siguió el
movimiento y supo exactamente la razón que había detrás.
—Gracias por reunirte conmigo.
—De nada.
—Isabella Taylor es mi hermana. —Bueno, no se anduvo con rodeos,
eso es seguro.
—Media hermana.
—Ella es una Santos. Debería haber crecido bajo nuestra protección.
—Sin ánimo de ofender, Raphael —gruñí, tratando de controlar mi
ira—. Tu padre y tu hermano no eran precisamente muy protectores. Su
madre se escondió de tu padre para proteger a su hija.
—Su madre también se escondió de tu padre —siseó—. Tus padres
comenzaron esta mierda.
Lo peor fue que ni siquiera podía rebatirlo. Mi padre se enamoró de
una mujer joven y hermosa y se la llevó a la cama, sin tener en cuenta
que estaba casado. Luego mi madre le robó a su hijo y le hizo pasar
una vida de pesadilla. Eso empujó a Marietta Taylor a las garras de
Lombardo Santos.
—¿Hemos venido aquí a discutir el pasado, y quién lo ha jodido
más?
—La quiero en mi vida.
—No va a suceder. —Ni siquiera estaba seguro que Isabella aceptara
mi conexión criminal.
—Podría protegerla. —Intentó con todas sus fuerzas mantener la
calma, pero su acento se hizo más marcado a medida que se enfadaba
más—. Dios mío, Vasili. Benito King sabe de ella. Tiene a sus secuaces
tras ella.
—La protegeré. —Me estaba cabreando, pero era bueno saber que no
estaba dispuesto a dejar que Benito King pusiera sus garras sobre su
hermanastra. No estaba tan seguro que Lombardo o Vincent Santos
hubieran hecho lo mismo.
—¿Lo sabe ella? —Raphael cambió de tema—. ¿Sabe ella de mí?
—Santos, ¿qué mierdas quieres?
—Quiero formar parte de la vida de mi hermana.
—Repito. No. Sucederá.
—No es tu decisión —gruñó, con la ira finalmente resurgiendo—. Ella
es mi última hermana de sangre. Familia. —No dije nada, ambos nos
miramos fijamente con las mandíbulas apretadas. Estaba enfadado, él
estaba enfadado. Ni siquiera podía decir que lo culpaba. Yo habría
querido lo mismo. Después de todo, estuve en su lugar cuando me
enteré de Alexei. Sí, tenía a Sasha y a Tatiana, pero la sangre era la
sangre.
—Te estoy dando una advertencia por cortesía, Vasili —Raphael
rompió finalmente el silencio—. Ayer vi que se preocupa por ti.
Lamento la forma en que nos conocimos, pero quiero arreglarlo. Tengo
otras guerras que librar. No necesito intensificar la que hay entre
nosotros, pero lo haré. Podríamos terminar esta guerra ahora. Tú eliges.
Quiero a Isabella en mi vida. Quiero disculparme por haberla herido y
tener la oportunidad de empezar de nuevo.
—¿Y si no quiere? —Era muy posible que, después de lo de ayer,
Isabella no quisiera tener nada que ver con él.
Un destello de arrepentimiento pasó por su rostro, pero rápidamente
enmascaró su expresión.
—Lo respetaré. Pero quiero ser yo quien se lo explique. Quiero estar
presente cuando se lo digas. Hoy.
Estaba ansioso. Podría jugar a mi favor. Todavía había moretones
en el cuello de Isabella por el encuentro de anoche con su medio
hermano. Sí, medio hermano. Enfatizaría en esa mitad por el resto de
mi vida. Alexei sería su hermano. Raphael sería su medio hermano.
—Bien —le dije y la sorpresa apareció en su rostro—. Nos reuniremos
en la casa que asaltaron anoche. Dentro de dos horas. Deberías conocer
la dirección.
—Gracias.
—Dime una cosa. ¿Cómo supiste que era tu hermanastra? —pregunté.
—Debería haber sabido de inmediato que no era tu hermana. Pero
no dejaba de verla todo el día con tus hombres, así que supuse que
había alterado su apariencia. Después de la última noche, volví a casa
y la curiosidad me hizo buscar información. Parecía importante para ti.
—Debería haber mantenido una mejor cara de póquer. Ahora es
demasiado tarde. El hecho que Isabella era la persona más importante
para mí había sido imposible de ocultar—. La conexión no me llegó
hasta que vi su certificado de nacimiento. Su madre tenía algo con mi
padre. Ella quería su ayuda y él la utilizó. Un día desapareció. Solo se
enteró hace unos años que tenía una hija con él. Un chico de su pueblo
natal se acercó. —Tenía que ser el chico del hospital. Hablaron de
Santos—. Excepto que fue inútil en cuanto a decirle a mi padre dónde
estaba o cómo era. Isabella no se mantuvo en contacto después de la
muerte de su madre. Y aquí estamos.
—Aquí estamos —acepté—. Te veré en dos horas. Intenta algo
estúpido, y no me importa lo que cueste, haré que te maten. —No era
una amenaza, era una promesa.
—No te preocupes, Vasili —replicó él gruñendo—. No dañaría mis
posibilidades con mi hermana hiriendo a alguien a quien obviamente
ama.
—Media hermana —le recordé en un gruñido, pero no pude evitar la
esperanza. ¿Acaso él había visto que me amaba?
Dejamos atrás a Raphael y nos dirigimos de nuevo hacia la ciudad,
con mi conductor acelerando por la autopista. No estaba seguro de
cómo le explicaría a Isabella que nos reuniríamos con el hombre que
intentó matarla. Maldita mafia y submundo criminal. Un día nos
matamos entre nosotros y al día siguiente forjamos alianzas. Nadie en
su sano juicio entendería eso.
—Tatiana quiere hablar contigo —Adrian interrumpió mi
pensamiento. No estaba de humor para ello—. Dice que es importante.
Sobre Isabella.
—Dile que la estoy llamando.
Saqué mi teléfono y llamé a mi hermana. Contestó al primer
timbrazo.
—¿Vasili?
—Sí, ¿Qué pasa con Isabella? —Siguió el silencio, poco característico
de mi hermana—. ¿Tatiana?
—¿Cómo está Bella?
Fruncí el ceño. Mi hermana y Bella hablaban todo el tiempo. Por lo
general, yo sería la última persona a la que Tatiana llamaría para
preguntar cómo le iba a su mejor amiga.
—Es fuerte —le dije. No creí que Adrian fuera a compartir detalles
de Raphael asfixiando a Isabella o cualquier detalle de la noche
anterior. Pero nunca sabías qué mierdas hacían los hombres cuando se
enamoraban de sus mujeres. Solo mírame a mí.
Pulsé el botón de silencio y pregunté rápidamente a Adrian.
—¿Qué le contaste a mi hermana anoche?
—Fui breve. Raphael trató de llevarse a Isabella pensando que era
ella, pero tú y Sasha llegaron a ella.
Asentí y quité el silencio de la línea.
—Tatiana, hoy no tengo tiempo para dramas. Si hay algo que
tienes que decir, escúpelo.
Escuché una profunda exhalación a través de la línea.
—Sasha dijo que se despertó con Isabella y tú durmiendo juntos.
—¿Y? —Se quedó callada y sentí que como se erizaba mi piel—. ¿Es
eso un problema?
Dios, esperaba que mi hermana no empezara una mierda ahora.
Han sido las mejores amigas desde siempre y más vale que no tengan
un estúpido pacto. Nada de hermanos o mierdas estúpidas como esa.
—No vuelvas a hacerle daño. —Mi corazón palpitó de dolor y mi
respiración se calmó.
—¿Te lo dijo?
—No, ella nunca dijo nada. Cuando dejó de venir, le eché la culpa a
que probablemente había oído cosas sobre ti. Pero lo comprendí cuando
el otro día se enfadó contigo. —No tenía idea qué decir. ¿Isabella tenía
el corazón roto cuando la dejé? No lo parecía. Cuando la vi el día de su
graduación, apenas me miró. El regalo que le di, la vi tirarlo a la
basura sin siquiera abrirlo—. Vasili, no debería decirte esto, y podría
perder a mi mejor amiga por ello, pero le debo esto.
—No tiene ningún sentido.
—Recuerdas hace cinco años cuando te pedí un coche nuevo.
—Sí, tú e Isabella os metisteis en algún lío y el puto coche parecía la
escena de un crimen. —Todavía podía recordar la cara pálida de
Tatiana de ese día. Se negaba a contarme lo que había sucedido.
Incluso a Sasha, que era más comprensivo.
—Era la sangre de Isabella. Casi muere. —Me quedé mirando al
frente, sin ver nada a mi alrededor más que esas viejas imágenes de
toda esa sangre empapada en las alfombras, en los asientos.
—¿Qué pasó? —Tenía la voz ronca y el corazón me retumbaba en
los oídos.
—Estaba embarazada. —Un dolor agudo atravesó mi pecho y mi
respiración se cortó en mis pulmones. Recordé ayer la fugaz expresión
de dolor, y de repente tuvo sentido—. Estaba de cuatro meses. No lo
sabía. Debería haberme dado cuenta, estaba cansada todo el tiempo,
enferma y pálida, pero se me escapó. Estábamos preparándonos para
los exámenes después que su madre falleciera, así que lo atribuí todo al
agotamiento. Hasta que la encontré en medio de la noche, en su propio
charco de sangre. Estaba segura que moriría. —La voz de Tatiana
temblaba, pero no era nada para las imágenes que se arremolinaban
en mi mente. Isabella lo estaba haciendo sola, y era mi culpa. No me
extraña que se contuviera. Estaba embarazada de nuestro hijo y ni
siquiera me lo había dicho.
¿Por qué iba a hacerlo si la descarté después de esa noche? ¡Todas
las palabras que le lancé!
—¿Por qué no me llamó la universidad? —pregunté, con la voz
áspera—. Era el contacto de emergencia para tu habitación.
—No quiso ir al hospital del campus. Me rogó que no llamara a
nadie y que la llevara a un hospital de la ciudad. La llevé al coche y
se desmayó. Estuvo dos días inconsciente. Dijeron que, si hubiera
llegado diez minutos más tarde, habría muerto desangrada. Ahora sé
que fue una estupidez. Ese retraso podría haberle costado la vida. Pero
fue un shock. Ni siquiera sabía que estaba embarazada. —Por primera
vez desde que la obligué a volver a mi vida, no pude evitar
lamentarlo. Porque la abandoné cuando más me necesitaba—. Fue duro
para ella después de perder el...
La voz de Tatiana se quebró, pero no pude consolar a mi hermana
pequeña. Me senté entumecido, con el corazón golpeando mi pecho,
sintiéndome vacío. Alguien a quien se suponía que debía amar y
proteger fue lastimada de la peor manera posible.
—Se esforzó por seguir adelante. Fingió que estaba bien, pero en
medio de la noche, cuando creía que estaba dormida, oí cómo se
derrumbaba. Si estás jugando con ella, te juro, Vasili, hermano o no
hermano, que no volveré a hablarte. Isabella perdona muy fácilmente,
pero yo no. Si hubiera sabido entonces que era tuyo, te habría matado
yo misma. Ella no se merecía eso.
Nada resaltó más lo mucho que la cagué como ser increpado por mi
hermana pequeña.
—No, no lo merecía. —Joder, no me di cuenta lo mucho que lastimé a
Isabella. Cuando se durmió en mis brazos anoche, tenía la esperanza
que fuéramos a estar juntos para siempre. Ahora, no estaba tan seguro.
Cómo podía mirarme y no recordar lo mucho que había perdido—.
¿Dijeron los médicos por qué sucedió?
—Dijeron algo sobre la placenta. No lo sé. El médico dijo muchas
cosas y la mayoría pasaron de largo por mi cabeza. Hicieron una
operación, pero no pudieron salvar al bebé. Lo único que sé es que
Isabella estaba inconsciente cuando llegamos allí, y le había prometido
antes que se desmayara que no te llamaría. Estaba más preocupada
porque Isabella sobreviviera que por qué no quería que lo supieras.
La idea que Isabella estuviera a punto de morir me sacudió por
completo. Mi mundo sin ella estaría vacío. Cinco años sin ella fueron
una tortura, pero lo que me hizo seguir adelante fue saber que estaba
viva y bien. La madre de Isabella tenía razón. Su hija era demasiado
dulce, demasiado indulgente. Incluso después de todo lo que soportó, me
dejó tocarla. Un bastardo como yo no lo merecía.
—No te preocupes, sestrenka 11. Lo haré bien. —Incluso si me mata.
Vasili
Adrian y yo llegamos a mi complejo y encontramos a Alexei
limpiando sus armas en las escaleras de entrada. Adrian fue
directamente a organizar las posiciones de nuestros hombres.
—¿Te estás preparando para una guerra? —pregunté a mi hermano.
Puede que solo haya estado en mi vida durante los últimos cuatro
años, pero sentía que formaba parte de mí toda la vida. Alexei y mi
carácter se parecían más que el mío y el de Sasha.
Me senté a su lado y me encontré con su mirada de asombro. Sin
que dijera nada, supe que creía que correría en busca de Isabella.
Quería hacerlo, pero después de lo que acababa de descubrir, estaba
jodidamente asustado.
Tenía miedo que me dijera en cualquier momento que no me
soportaba.
—¿Qué sabes de Cassio King? —pregunté a mi hermano. Mi
hermano era un ejecutor subcontratado cuando otros fallaban. Era uno
de los mejores y realizó algunos trabajos con Cassio King durante los
últimos diez años. Su relación comercial comenzó antes que encontrara
a Alexei. Mientras que yo conocía a Cassio de lejos, mi hermano lo
conocía como un socio cercano. Esos dos solían cazar y matar hombres
juntos.
—Es un hombre con honor. Mejor que su padre bastardo. —Miró al
cielo pensativo. No lo sabía, pero era algo que nuestro padre solía
hacer—. Es justo, sus alianzas son fuertes, y no me sorprendería que un
día de estos derrocara a su padre y a su hermanastro, Marco.
—¿Se puede confiar en él?
—¿Se puede confiar en alguien en nuestro mundo?
—Buen punto.
—Aunque creo que es digno de confianza. Respalda a las personas
que están con él.
—¿Todavía mantienes tus conexiones con él?
Alexei levantó un poco la ceja, casi como un tic.
—¿Por qué?
—Necesito saber si Raphael Santos es de confianza y protegería a su
hermana a toda costa.
—¿Qué diablos, Vasili? Acordamos que se quedaría con nosotros.
Eso fue antes de enterarme que la dejé que lidiara sola con el
resultado de nuestra noche de pasión y casi muere. Pero si le decía esto
a Alexei, él mismo podría asesinarme. Estaba convencido que Isabella
nunca se quedaría conmigo a largo plazo.
—Compláceme. En caso que Isabella no quiera quedarse con
nosotros, quiero saber que está a salvo bajo la protección de Santos.
—La mantendré a salvo. —Alexei también era tan terco como yo.
—Lo sé, pero no está de más tener un plan de respaldo. ¿No es eso lo
que siempre me dices? —Y tenía razón. En este mundo nuestro, se
necesitaban múltiples capas de copias de seguridad. Isabella nació en
este mundo, aunque nadie lo sabía. Solo su madre.
—Voy a llamar a Cassio.
—Gracias, hermano.
Me levanté y me dirigí a la entrada cuando la voz de mi hermano
me detuvo.
—Creo que Isabella sabe algo —cambió al ruso—. No paraba de
preguntar por mis padres y mi cumpleaños.
—Tal vez sea curiosa.
—No lo creo. —Se lo daría a mi hermano. Siempre era breve y
directo, mientras que nuestro otro hermano tendía a hablar todo el
tiempo—. Está cambiando las vendas de Sasha. Creo que tendremos que
disparar a algunos de nuestros hombres para que ella pueda estar
ocupada cuidando de ellos. Está volviendo loco a Sasha.
Mi labio se torció divertido. Probablemente eso era lo que la
convertía en una buena médica de urgencias. Le gustaba estar
ocupada.
Me dirigí a la sala médica, y seguro que la encontraría allí
arreglando las vendas de mi hermano.
—Jesús, Sasha. ¡¿Podrías dejar de moverte, por favor?! —Podía oír la
irritación en su voz.
—Solo han pasado cuatro horas desde que me cambiaste el vendaje.
—Se curará más rápido si no tiene una infección.
—Dios, ¿puedes ir a ocuparte de Alexei?
—¿Está herido? —Pude observar desde mi posición, la preocupación
en su rostro.
—Le dispararé por ti, y tú puedes preocuparte por él.
La cara de Isabella se transformó en una de reprimenda.
—Algo está muy mal en ti.
—¿Torturas así a todos sus pacientes? —Tiró más fuerte de su
vendaje y un gruñido salió de los labios de mi hermano—. De acuerdo,
entendido.
—Eres un maldito cascarrabias cuando estás herido, Sasha.
Sonreí, tenía razón. Siempre estaba de mal humor cuando se
lesionaba porque odiaba que algo impidiera su movilidad.
—No soy gruñón.
—Sí, lo eres.
—Y tú te pones de malhumor cuando Vasili no está cerca.
Ella frunció el ceño, con un atractivo rubor subiendo por su cuello.
—Eso ni siquiera tiene sentido.
—No obstante, te pillé.
—No, no lo hiciste.
—Entonces, ¿Desde cuándo está sucediendo lo vuestro? —La atención
de Isabella estaba en la limpieza de las instalaciones e ignoró su
pregunta—. Sé que me has oído.
—No sé de qué estás hablando.
—Me he despertado con vosotros dos acurrucados en el sofá, en mi
habitación.
Ella se encontró con sus ojos y los puso en blanco, molesta.
—Por si no te has dado cuenta, aquí solo había un sofá. ¿Debería
haber dormido en el suelo o quizás en tu cama de hospital?
—No me importaría.
—Bueno, a mí, si —gruñó.
—Me cuesta imaginaros a ti y a Vasili. Tú eres tan agradable y él
es tan —mi hermano buscó la palabra adecuada—, tan gruñón. Y tú le
llamaste viejo.
—¿No somos todos viejos?
—No lo soy. Apenas tengo treinta y ocho años.
Maldito mentiroso. Este año cumplía cuarenta años. Isabella
también lo sabía.
—Bueno, apenas tienes treinta y nueve años —replicó secamente.
Sonreí—. Entonces, ¿cuál es tu punto, Sasha?
—¿Por qué no abofeteaste a Ryan Johnson cuando lo encontraste
follándose a esa chica? Los reporteros estaban por todas partes. Tu
tranquila compostura mientras te alejabas después de encontrarlo en
una posición comprometida.
—Jesús, Sasha. Tu cambio de tema me dará un latigazo.
Se limitó a sonreír.
—¿Por qué, Bella? Sabías que se lo merecía. Podría ir y darle un poco
de caña por ti. No puedes dejar que la gente te pisotee y que se salga
con la suya. Ese es mi miedo cuando te veo con Vasili. Te va a tragar
entera.
¡Gracias por el voto de confianza hermano!
Los ojos de Isabelle se desviaron hacia la ventana.
—No sé por qué no perdí la cabeza, Sasha. Yo misma me lo
pregunté cuando volví a mi casa. —Inspiró profundamente y exhaló—.
Lo curioso fue que, al salir del hospital, me molestó que me enviara un
mensaje ese día para quedar con él. Durante un rato, me debatí en
fingir que no había visto el mensaje. Pero me obligué a ir, y cuando lo
vi... estaba demasiado cansada. Mi último paciente de ese día había
muerto, y vi a su madre derrumbarse por haber perdido a su único
hijo. Sí, fue una mierda que finalmente pillaran a Ryan engañándome
y que me humillara de forma tan pública. Pero en el gran esquema de
las cosas, ¿realmente importaba?
—Supongo que no importaba. No si solo llegó al diez por ciento
después de dos años.
—No puedo creer que recuerdes esa conversación —murmuró Isabella
con una sonrisa—. Tatiana y yo estábamos tan borrachas esa noche.
Debe haber sido una de las veces que Sasha las sacó de apuros. Las
siguientes palabras de Sasha lo confirmaron.
—Vosotras dos juntos causaron estragos en D.C. durante sus años de
universidad. Y cómo podría olvidarlo. Le rompiste la nariz a un
hombre por intentar besarte a la fuerza. El oficial de policía pensó que
tú y Tatiana estaban locas. Hiciste sentar al policía y trataste de
explicarle lo que significa cada porcentaje con tu voz más seria y
borracha.
Isabella se rio.
—Bueno, él podría tener una hija algún día. Le sería útil.
—¿A quién se le ocurrió esa mierda? ¿A ti o a mi hermana?
—Creo que las dos lo hicimos, después de la primera fiesta
universitaria a la que asistimos. Todos los chicos querían meternos
mano, así que establecimos algunas reglas básicas.
—¿Alguien llegó alguna vez a los cien?
—Claro que no. ¿No recuerdas que cien era el matrimonio, los hijos y
la furgoneta? Aunque creo que hay que hacer una enmienda. SUV en
lugar de una furgoneta. Nadie quiere conducir una furgoneta.
Entré en la habitación, interrumpiendo su conversación.
—Puede que tenga una furgoneta por aquí.
Sasha e Isabella compartieron una mirada horrorosa con un brillo
en los ojos. Siempre se han llevado genial. Isabella ha sido parte de
nuestra familia desde el principio, si tan solo no hubiera estado tan
ciego con la venganza.
—No deberías admitir eso, hermano.
Mis ojos se detuvieron en Isabella, absorbiéndola. Ella no apartó la
mirada, pero tampoco se acercó a mí. Esa reserva en ella, ahora tenía
sentido.
—Sasha, ve a ponerte al día con Adrian. Nos moveremos en treinta
minutos.
Sin decir nada más, mi hermano se fue. Absorbiendo su apariencia,
supe que su olor a playa, el toque de su cuerpo, el sonido de su risa y la
suavidad de sus ojos se aferrarían a mi corazón para siempre. Se había
metido bajo mi piel sin ningún esfuerzo y se había tatuado en cada
una de mis células. Puede que fuera yo quien dijera esas crueles
palabras hace cinco años, pero la broma era para mí. Hasta que no
muriera, esta obsesión no se calmaría. Solo se hacía más fuerte con
cada respiración.
—¿Está todo bien? —La voz de Isabella era tentativa, como si
esperara que la silenciara en cualquier momento.
Me acerqué a ella, como un moribundo necesitando su dosis, y ella
fuera la única que podía devolverme la vida. Envolviendo mis brazos
alrededor de ella, me mataba pensar en su pequeño y suave cuerpo
desangrándose en el coche de mi hermana, perdiendo algo precioso que
habíamos creado esa noche.
Y tuvo que pasar por ello sola.
—Te amo, Isabella.
Sentí que se ponía rígida entre mis brazos y mi corazón se apretó
dolorosamente, preparándose para su rechazo. Pero ningún sonido salió
de sus labios. Poco a poco, su cuerpo se relajó y se aferró más a mí. No
sabía si esto era mejor o peor.
—Hueles tan bien. —Su voz retumbó en mi pecho. ¿Era este su suave
rechazo?
Joder, no puedo dejarla ir. Si fuera un hombre mejor, lo haría.
Después de todo, debería haberla dejado ir, pero todo dentro de mí
luchaba contra ello.
—Quiero que seas mía, malyshka —carraspeé, y por primera vez en
mi vida, mi voz tembló de miedo.
Levantó la cabeza de mi pecho, mirándome a los ojos. Había
muchas palabras no pronunciadas entre nosotros, y aún más en sus ojos
brillantes. Quería que me hablara, que me contara todas sus
preocupaciones y miedos. Tenía que arreglar todos los errores que
había cometido.
Sus manos enmarcaron mi rostro, manteniendo el contacto visual
mientras se levantaba de puntillas para alcanzar mis labios. Todavía
era demasiado bajita, así que agaché la cabeza, como si fuera la
última gota de agua que iba a recibir. Sentí que su suave boca rozaba
mis labios con una ternura que sería mi perdición.
Puede que me estuviera dando ternura, pero ¿también era perdón?
Mis acciones de hace tantos años, incluso la forma en que aparté a
Ryan del camino, se sentían como un hierro candente, interponiéndose
entre nosotros, construyendo una alta valla coronada con púas
mortales.
No más secretos. Tatiana nunca debió compartir lo que le había
sucedido a Isabella, pero me alegré que lo hiciera. Podría darme la
oportunidad de pedirle perdón y ganármelo.
—Tatiana me contó lo del bebé.
Su cuerpo se tensó y, antes que diera un paso atrás, alejándose de
mí, percibí que sus muros invisibles se levantaban. El dolor hueco en
mi pecho crecía con cada latido. Me robó el corazón hace ocho años,
una chica de dieciocho años con grandes ojos marrones y un brillo
travieso.
¿Es este tu padre? Esas fueron sus primeras palabras que escuché de
sus labios besables.
Luché contra la atracción desde ese mismo día hasta esa noche de
Halloween, su último año, y perdí. Me mentí, justificando que era mi
manera de vengarme de su madre. Pero si lo fuera, no habría esperado
más de tres años para llevarla a la cama.
—Por favor, habla conmigo, Isabella.
Ella me había dicho esas mismas palabras antes, después de la
misma noche en que le robé su virginidad. Qué ironía que se las echase
en cara, y que ahora fuese yo quien le rogase que hablase conmigo.
La vi tragar con fuerza, su pecho subiendo y bajando era el único
indicio que intentaba mantener la compostura.
—Debería haber estado ahí para ti. —Busqué sus ojos, recé para que
viera que lo decía en serio—. Estaba tan jodidamente equivocado. Desde
el principio.
—Por favor, no lo hagas. —Su voz era apenas un susurro, pero
parecía un grito.
—Te deseé desde el momento en que te vi. A pesar que asumiste que
era el padre de Tatiana. Tienes razón; soy demasiado viejo para ti. No
me importa. No me importa quiénes son tus padres, ni los míos. Nos
quiero a nosotros. Si no fuera un imbécil tan testarudo y admitiera que
eres mi fin después de fantasear contigo desde tu primer año, tal vez
podría habernos ahorrado todos estos años de soledad, y nuestro bebé.
Y si nos das una oportunidad, te compensaré por el resto de nuestras
vidas.
Las palabras salían a borbotones y con cada segundo que se
quedaba quieta, mi corazón se estremecía. Este no era el despiadado
Vasili Nikolaev, mafioso de Nueva Orleans. Este era su hombre y, me
amara o no, sería suyo. Ella vio a este hombre desde el momento en
que nuestros ojos se encontraron.
—Por favor, malyshka. No nos descartes.
Nuestras miradas se cruzaron, sus ojos brillantes me ahogaron.
Había tantas emociones en esos ojos brillantes: pena, soledad,
arrepentimiento. Era esto último lo que me estaba matando. No se veía
bien para mí.
—El bebé... no fue culpa de nadie. Simplemente no estaba destinado
a ser. —Su voz era suave como una pluma. Tenía todo el derecho a
culparme por su pérdida, por hacerla pasar por eso, pero esa no era
Isabella.
La nostalgia me desgarraba. Quería tener hijos con ella. La quería a
ella. Pero esto casi se sentía como si ella me dijera que no estábamos
destinados a estar juntos.
—Tal vez, pero nosotros... tú y yo, Isabella, estamos destinados a ser.
Quiero tener hijos contigo, estar donde tú estés. Tú eres mi corazón.
Quiero verte surfear, verte enseñar a nuestros hijos a surfear. Joder,
quiero que enseñes a mi viejo culo a surfear. —El primer atisbo de
sonrisa apareció en sus labios y la esperanza brilló en mi pecho como el
más brillante rayo de sol—. Por favor, danos una oportunidad. Me
dijiste hace cinco años que no era solo un polvo para ti. Tampoco lo fue
para mí. Lo eras y lo sigues siendo todo para mí.
Maldita sea, quería oírla decir que nos daría otra oportunidad. No
sería un bastardo egoísta y codicioso y le pediría que me amara. No
hasta que estuviera preparada. Pero quería otra oportunidad.
—Puede que no me necesites, malyshka, pero yo te necesito.
Capítulo 27
Isabella
La visión de este hombre me llenó de una gran nostalgia. Estaba aquí,
delante de mí, ofreciéndose, pidiendo un futuro juntos. Las palabras que
tanto había deseado escuchar fueron pronunciadas, pero el agarre en
mi garganta se negó a dejar que ninguna palabra pasara por mis
labios.
¿Qué me retuvo?
Lo amaba, no había ni una pizca de duda en mi corazón al
respecto. Le di mi corazón hace mucho tiempo. Hace cinco años, era
más fácil arriesgarse. Era demasiado joven e ingenua, el dolor del
desamor era desconocido.
Él me ama.
¿Diría eso si supiera quién es mi padre? Si supiera que mi madre,
derramó secretos sobre su padre a su enemigo. Es cierto que lo hizo
para conseguir ayuda para encontrar a su hijo, pero conociendo a
Vasili, no lo encontraría indulgente.
El latido de mi pecho creció junto con mi desesperación. Algo que
deseaba desesperadamente estaba tan cerca, a mi alcance, pero
inalcanzable. Por los errores de nuestros padres. Dijo que no le
importaba quiénes eran nuestros padres, pero ¿le importaba lo que
habían hecho?
Mi corazón estaba insoportablemente pesado, cada latido se
rebelaba ante la decisión que tenía que tomar. Aparté la mirada,
incapaz de ver el daño que causarían mis siguientes palabras. Tenía
que sacarlas y acabar con ellas, pero mi garganta se negaba a emitir
un sonido. Todo mi cuerpo sabía que provocarían el mismo dolor
devastador que experimenté hace cinco años.
Pero no era lo mismo, ¿verdad? Ahora era más fuerte. Y
ciertamente no era esa jovencita que se machacaba tras el hermano de
su mejor amiga durante más de tres años.
Tragué saliva.
—Vasili, yo...
La puerta de la habitación se abrió de golpe y la cabeza de Alexei
se asomó.
—¿Quieres las buenas o las malas noticias?
—¿Qué sucede, Alexei? —Los ojos de Vasili no se apartaron de mí, y
ya pude verlo en ellos, intuía hacia dónde nos dirigíamos.
—Bien, primero las buenas noticias. Cassio King respondió por
Raphael Santos. Dijo que protegería a su familia hasta su último
aliento. La mala noticia es que, si no nos presentamos a esta reunión,
moverá cielo y tierra para llegar a ella. Otro cumplimiento del deseo
de un padre muerto. Su padre le hizo prometer con su último aliento de
muerte.
Me tensé un poco al escuchar el apellido Santos. ¿El hombre de ayer
era parte de la familia Santos?
—¿No podrían nuestros malditos padres hacer las cosas bien desde el
principio, para que no estemos atascados limpiando sus desaguisados?
—gruñó Vasili. Sus palabras me sorprendieron. Era exactamente lo que
yo sentía.
Alexei se limitó a encogerse de hombros.
—Parece que no. Hay muchas cagadas de padres para todos.
No pude evitar seguir mirando a Alexei. Cuando murió mi madre y
revisé sus pertenencias, encontré un certificado de nacimiento de un
hijo que tuvo diez años antes que yo. Lo llamó Alexei. Tenía la misma
edad. ¿El padre de Vasili lo trajo para que se criara con sus hermanos?
Entonces, ¿por qué nunca lo vi ni oí hablar de él durante mis años con
Tatiana?
—¿Y por qué no he oído hablar de ti antes, Alexei? —La pregunta
salió antes que pudiera detenerme. Esta conversación era más fácil que
la que tenía que mantener con Vasili.
Tira de la tirita. A la mierda. A quien se le ocurrió esa lógica era un
maldito idiota.
—Probablemente porque Vasili me encontró solo hace unos cuatro
años.
Mis ojos se movieron entre los dos, esperando que uno de ellos se
explicara. Cuando ninguno de los dos dijo una palabra más, carraspeé
con incomodidad. Nunca estuvo en mí ser entrometida, pero un instinto
interno me instó a seguir pinchando.
—¿Por qué? ¿Qué sucedió?
Alexei entró, cerró la puerta y se apoyó en ella, cruzando los brazos.
Observé sus antebrazos, cada centímetro de su piel cubierto de tinta. Sí
que le gustan los tatuajes. Levanté la vista y me centré en su rostro. Sus
ojos se dirigieron a Vasili, su ceja ligeramente levantada y murmuró
algo en ruso.
—¿No puedes decirlo en inglés? —lo reté.
Los dos compartieron una mirada y Alexei respondió.
—Le dije que creía que lo sabías.
—¿Saber qué? —le pregunté. Necesitaba que esto quedara muy
claro.
—Vasili, hermano —comenzó Alexei, sin dejar de mirarme. Como si
me observara en busca de alguna reacción—. ¿Por qué no le cuentas a
mi hermana -un agudo jadeo sonó en mis labios- cómo te enteraste de
mí?
—¿Qué? —Lo sospechaba, pero al oírlo decir, me pareció una locura—
. ¿Realmente eres...?
Asintió ante mi frase inacabada.
—Visité a tu madre mientras estaba en el hospital —la voz de Vasili
hizo volver mi atención hacia él.
¿Visitó a mi madre? No le creí. Ella me habría dicho que alguien
vino a visitarla.
—¿Cómo no lo he supe? ¿O te vi? Estuve allí todo el tiempo. —Lo
miré con desconfianza. Aunque recordé cómo mi madre me decía que
veía a Nikola, el padre de Vasili.
—Calculé bien el tiempo y solo entré en su habitación durante tus
descansos.
—¿La has visitado más de una vez?
Asintió con la cabeza.
—Sí. El primer día fui a regodearme. —Entorné los ojos hacia él—. Sí,
fui un idiota, Isabella. Y estúpido. Pero lo que descubrí fue que tu
madre y mi padre tuvieron un hijo juntos. Alexei. Mi madre no era la
mejor madre, ni la mejor esposa. Pero era francamente cruel con sus
enemigos, y tu madre se convirtió en su enemiga. Le quitó a mi madre
algo que consideraba suyo, mi padre. Y lo que es peor, mi padre
amaba a tu madre. No estoy seguro que haya amado realmente a la
mía. —Jesús, todo eso sonaba como un gran y maldito desastre. Una
maldita versión jodida como material de películas del Canal Hallmark.
—De todos modos, dos años después que naciera Alexei, mi madre lo
hizo secuestrar y esconder. Tuvo una vida dura, pero a pesar de todos
los esfuerzos que hicieron tu madre o mi padre, no pudieron
encontrarlo. Tu madre le dijo a mi padre que fue mi madre quien se
llevó al niño, pero él se negó a creerlo. Después de unos años, tu madre
se desesperó. Fue al enemigo de mi padre y llegó a un acuerdo. Si la
ayudaban, ella ayudaría a Lombardo Santos. —Tragué con fuerza,
dándome cuenta que Vasili sabía mucho más de lo que pensaba—. Pero
Lombardo también tenía debilidad por las mujeres hermosas. Tu
madre se convirtió en su amante, y una vez que se quedó embarazada,
temió que su esposa hiciera lo mismo que mi madre, así que huyó y se
escondió.
—Realmente tenía la mala costumbre de acostarse con hombres
casados —murmuré más para mí que para ellos.
—No podría estar más de acuerdo contigo, hermana. —La voz de
Alexei era suave, y no podía dejar de mirarlo. Era mi hermano. Bueno,
medio hermano, en realidad. Y también era medio hermano de Vasili.
Vasili y yo no teníamos relaciones de sangre, gracias a Dios, pero la
conexión compartida era incómoda.
—No pareces sorprendida, Isabella —observó Vasili, su pálida
mirada sobre mí me produjo escalofríos.
—Después que mamá falleciera, revisé todas sus cosas y las
empaqueté. Encontré su diario y una caja con recuerdos y fotos del
bebé. Lloraba por la pérdida de su hijo y lloraba por el amor que
compartía con Nikola... umm, tu padre. Fue una gran sorpresa, todo
ello. —Y lo que más temía era a Lombardo Santos, pero me lo guardé
para mí.
—Solo puedo imaginar —murmuró Alexei—. Cuando Vasili me
encontró, me dio una sobrecarga de información.
—¿Qué tan mala fue tu infancia? —Tragué con fuerza porque no
estaba segura de si era algo que debía preguntar.
Algo en la forma en que sus ojos parpadeaban me decía que había
sido malo -realmente malo-, y mi corazón sangró. Tengo un hermano.
—Lo siento —murmuré. Deseé que hubiera algo que pudiera hacer
para ayudar. La cicatriz de su labio no se comparaba con las cicatrices
invisibles que llevaba.
—Está en el pasado —gruñó.
—¿Lo saben Sasha y Tatiana? —Era extraño que Tatiana nunca lo
mencionara, pero no me acerqué mucho en los últimos cinco años.
—Saben que es nuestro hermanastro. —Vasili parecía ligeramente
agitado, y me pregunté por qué. ¿No quería hablarme de mi relación
con Alexei? —No saben de su conexión contigo. —Suspiró—. Hay más,
malyshka.
—¿Qué? —pregunté nerviosa.
—¿Tu madre te habló alguna vez de quién era tu padre? —preguntó
en voz baja, escudriñando mi rostro.
Con una respiración temblorosa, me preparé para decirle la verdad.
Entonces, me di cuenta. Él sabía de mi conexión con Santos, y caí en la
cuenta. Vasili dijo que me amaba. Sabía que yo era la hija de su
enemigo, y, aun así, juró que quería pasar el resto de nuestras vidas
juntos. Amarme. Tener hijos conmigo. Aprender a surfear. Apenas
podía creerlo. Este hombre que había amado durante casi una década
me amaba. Me quería a pesar de todo lo que le decía que no debía
hacerlo. Mi pecho se calentó ante todos esos pensamientos, y mis
entrañas realmente se estremecieron con la revelación de los mismos.
No fui consciente que estaba sonriendo hasta que Alexei dijo algo.
—¿Por qué sonríes así?
Volví la vista hacia Vasili y lo miré al otro lado de la habitación,
con las manos en los bolsillos. ¿Cuándo había cruzado la habitación?
¿Y por qué? Parecía que estaba a punto de asestarle un golpe mortal.
Su cabello rubio brillaba como el oro con los rayos de sol, entrando por
la ventana, pero parecía un ángel oscuro con esa piel bronceada y ese
traje oscuro.
Corrí a través de la habitación y me arrojé a sus brazos, con mis
manos rodeando su cuello.
—¿Lo sabías? —Había una mirada confusa en sus ojos—. Sabías de
mi conexión con Santos, y aun así dijiste todas esas palabras.
Mi boca se apretó contra su cuello, mi cara se enterró en el pliegue
de su cuello.
—Yo también te amo —susurré, todo mi cuerpo temblando de
emociones. Se sentía tan bien, siempre lo había hecho.
—Joder —murmuró, su boca hambrienta en la mía—. Estaba seguro
que te había perdido. Que había desperdiciado todas mis
oportunidades contigo.
Sus grandes manos me tomaron de la cintura y me atrajeron para
besarme profundamente. Suspiré en su boca, con ese calor familiar
extendiéndose por todo mi cuerpo.
—Vasili, siempre has sido tú. Fuiste el primera y quiero que seas el
último.
Hizo un ruido de satisfacción en su garganta, y mis entrañas se
derritieron.
Te amo, Isabella Taylor Santos. Te amo para siempre. Cásate
conmigo. No me estoy haciendo más joven, y no hay un solo minuto
que quiera vivir sin ti.
Lo miré fijamente, sin saber qué decir. Entonces me acordé de
Alexei. Giré la cabeza en dirección a mi hermano, pero no estaba allí.
—Se fue en el momento en que te arrojaste a mis brazos. —La nariz
de Vasili rozó la piel de mi cuello, pellizcando suavemente—.
Malyshka, seré un buen marido.
Mi palma acarició suavemente su mejilla.
—Sé que lo serás. El mejor marido. Y padre.
Su agarre a mi alrededor se hizo más fuerte, y supe que esto era tan
duro para él como para mí.
—Sí.
Buscó mis ojos.
—Sí, ¿qué?
—Sí, me casaré contigo.
Gimió satisfecho y me besó profundamente, dejándome sin aliento.
—Joder, quiero casarme contigo hoy, pero a no ser que quiera guerra
en mis manos, probablemente tengamos que ir a conocer a Raphael
Santos.
Me deslizo por su cuerpo y di un paso atrás.
—¿Qué quieres decir?
—Raphael Santos quiere a su hermanastra -acentuó la última
palabra- en su vida. Quiere disculparse y explicar lo que pasó ayer.
Fruncí el ceño.
—No estoy segura que haya algo que explicar. Intentó matar a
Tatiana.
—No, casi te mata —dijo sombríamente—. Prometí que nos
reuniríamos con él y que podría explicarse, pero todo lo demás depende
de ti.
Me pasó un pulgar por la mejilla, con los ojos sombríos pero una
suave sonrisa en los labios.
—No te hará daño. Estaré allí contigo, y Alexei preguntó por ahí a
algunos de sus amigos comunes. Mientras que Lombardo y Vincent
Santos eran unos cabrones, Raphael Santos resultó ser un hombre
decente. La gente habla bien de él, y tengo que admitir que ha sido
mucho mejor para tratar que su otra familia.
—Vaya, dos hermanos en el mismo día —murmuré.
—Y un futuro marido. —Vasili sonrió y entrelazó nuestros dedos—.
¿Lista para ir a conocer a tu otro hermano?
Asentí y con sus dedos entrelazados con los míos, salimos de la sala
médica. Conozco a Vasili desde hace casi diez años y era la primera
vez que actuábamos como pareja. Y nunca he sido más feliz.
Mientras este hombre me tomara de la mano, iría a cualquier parte
con él.
Capítulo 28
Vasili
Cuando llegamos a casa de Tatiana, Raphael Santos ya estaba allí.
Y estaba solo, apoyado en su Land Rover negro. A no ser que tuviera
a sus hombres acechando en las sombras, estaba tratando de mostrar
buena fe. Llevaba un traje blanco con camisa negra debajo, con todo el
aspecto del colombiano que era. De nuevo, noté que el color de su
cabello se parecía al de Isabella. Siempre pensé que Isabella tenía el
color de cabello de su madre, pero en realidad era el de su padre. Tenía
la tez pálida de su madre.
—Guau, este lugar está limpio —murmuró Sasha con renuencia. A
disgusto, dejé que me acompañara. Hubiera preferido tenerlo
estacionado en un lugar remoto donde pudiera poner en práctica sus
habilidades de francotirador sin abrir la boca. Pero deshacerse de Sasha
era como quitarse una maldita garrapata. Necesitabas pinzas, o una
maldita arma.
Mi labio se torció, notando que Raphael borró todos los rastros de la
pelea de ayer. Incluso la ventana contra la que alguien se estrelló fue
reparada. Un movimiento inteligente por su parte. No quería
recordatorios de lo que sucedió ayer. Realmente llevó el comenzar de
nuevo a un nivel completamente nuevo, con el objetivo de impresionar
a su hermanastra.
—¿Por qué dejamos que Isabella se reúna con el bastardo de todos
modos? —cuestionó Sasha.
Se puso rígida a mi lado, pero no dijo nada. Tomé su mano entre las
mías. No le dijimos nada a Sasha. Dejaríamos que se enterara durante
esta reunión. A diferencia de Raphael, tenía treinta hombres en
posición y otros cinco vehículos detrás de mí. Me tomé muy en serio la
seguridad de Isabella.
Dejé a Adrian con Tatiana, junto con otros diez hombres. Y nadie
sabía dónde estaba la casa de Adrian, ni siquiera yo. Así que supe que
estaba a salvo. Alexei también estaba con nosotros, pero característico
de él, hablaba poco o nada. Mataría a cualquiera que mirara mal a su
hermana.
En el momento en que el coche se detuvo, las puertas se abrieron.
—Quédate a mi lado —le dije a Isabella, levantando su mano y
rozando mis labios sobre sus nudillos.
—Lo haré. —Estaba nerviosa. Se le notaba. No podía culparla. Han
pasado muchas cosas en las últimas semanas. A decir verdad, las cosas
se han estado gestando en su vida desde el momento en que nació,
pero la crueldad del inframundo no era algo a lo que se acostumbrara.
No porque se haya criado fuera de él, sino por su forma de ser. Su
personalidad suave e indulgente se habría aplastado y su luz se habría
apagado si hubiera crecido entre hombres como su padre. Incluso mi
propio padre, y no era ni de lejos tan cruel y despiadado como
Lombardo Santos.
Salí primero del vehículo y ella me siguió justo detrás, con su
pequeña mano en la mía. Sus ojos se dirigieron a su hermanastro,
apoyado despreocupadamente en su coche. La saludó con una sonrisa.
Raphael hizo todo lo posible por no parecer amenazante.
—Hola, Isabella. Gracias por reunirte conmigo. —Su acento
colombiano era marcado, y era lo único que delataba sus emociones. Su
rostro era una máscara inmóvil.
—Hola —contestó ella con rigidez.
Mi mujer no se lo pondría fácil, y a mí me pareció bien. Más que
bien.
—Hagamos esto rápido, ¿de acuerdo? —intervino Sasha—. Esta es la
cosa más tonta que he escuchado. El puto jefe de los bajos fondos de
Florida quiere disculparse con la mujer por casi asfixiarla hasta la
muerte. Deberíamos dejar que te ahogara hasta la muerte, con nuestra
ayuda. —Sasha sonrió felizmente ante su propia sugerencia tonta como
si fuera la idea del millón de dólares.
La mirada de Raphael se oscureció y sus ojos se fijaron en la forma
de mi hermano, amenazando con todo tipo de dolor a Sasha. Si
quisiera golpear a Sasha, probablemente no lo detendría, pero sabía
que no lo haría. No quería asustar a Isabella. Le había dado suficientes
razones para temerlo anoche. En cambio, siguió mirando a mi
hermano, con el fuego ardiendo en sus ojos. El palpitar del músculo de
su cuello y su mandíbula apretada eran su única traición.
—Es mi hermano. —La voz de Isabella cortó el concurso de miradas
de Raphael y Sasha. Fue casi cómico ver cómo ambos miraban en
dirección a Bella.
—¿Se lo has dicho? —gruñó Raphael.
—¿Qué? —preguntó Sasha al mismo tiempo, con la sorpresa y la
conmoción coloreando su voz.
Los hombros de Isabella se enderezaron, mostrando su fuerza. La
única traición a su nerviosismo fue su mano apretando la mía con
fuerza. Le devolví el apretón con suavidad, haciéndole saber que la
respaldaba.
—Nadie me lo dijo —respondió a la pregunta de Raphael, dejando a
Sasha en la oscuridad. Al final mi hermano pequeño se pondría al
día—. Lo sé desde hace unos años.
—¿Cómo? —Raphael sospechaba. No lo culpaba. Los hombres de
nuestro mundo no jugaban limpio.
—La primera vez que supe que mi madre tenía algo que ver con el
famoso y despiadado líder del cártel de Florida -acentuó la palabra
cártel, haciéndolo saber que claramente no lo aprobaba-, fue cuando
estaba en el hospital, bajo los efectos de sus medicamentos. —Exhaló y
continuó, sosteniendo la mirada de su hermano mayor—. Después de su
muerte, recogí nuestra casa y encontré su diario. Lo leí y averigüé... —se
aclaró la garganta, su mirada se dirigió a Alexei y luego volvió a
Raphael—. Bueno, descubrí mucho. Pero así es como sé de ti y de quién
era mi padre. También sé que mi padre era cruel y malvado, y que mi
madre nunca me quiso cerca de él.
Siguió el silencio y su significado perduró. Fue como si todo el
mundo dejara de respirar. Este conocimiento fue un shock para todos
menos para Alexei y para mí. Todavía recordaba esa sensación cuando
supe quién era su padre. Tres décadas de lucha, y ahora, me casaría
con la única hija de Lombardo Santos.
—¿Qué? —volvió a preguntar Sasha, con una expresión de
estupefacción en su rostro. Empecé a preguntarme si había sido
inteligente haberlo traído. Rezaba para que no hiciera algo estúpido,
como matar a Raphael. Aunque tenía que admitir que era un poco
cómico verle pasarse las manos por el cabello, como si creyera que
estaba perdiendo la cabeza.
Raphael, en cambio, tiraba de su corbata, como si estuviera
demasiado apretada. Los ojos de Isabella permanecían fijos en él,
retándolo en silencio a que contradijera su afirmación.
—Tienes razón —comentó finalmente—. Mi padre y mi hermano
mayor eran dos bastardos crueles. No estaba de acuerdo con sus
métodos ni con su forma de ver las cosas. Pero yo no soy mi padre,
Isabella. —Volvió a meterse las manos en los bolsillos, pero sus ojos
permanecieron fijos en su hermana—. Este mundo es diferente, duro,
brutal e implacable. Vasili y sus hombres no son muy diferentes a mí.
Pero te prometo que nunca te haría daño.
—La asfixiaste, joder —gruñó Alexei—. Su cuello está cubierto de
moretones, hechos por tu mano. —Los labios de Alexei se curvaron en
un ceño fruncido y su cuerpo se movió, como si estuviera listo para
atacar—. Y me importa una mierda si pensabas que era Tatiana o no.
Hacerle daño a cualquiera de las dos es imperdonable.
Estaba de acuerdo con mi hermano. Pero tenía la sensación que el
corazón blando de Isabella le daría una oportunidad a Raphael.
—Y tú Alexei nunca has hecho daño a nadie, ¿verdad? —escupió
Raphael de vuelta—. ¿Veo que te has estado escondiendo bajo la falda
de Nikolaev, matando a sueldo para Vasili? —La cabeza de Isabella se
dirigió a su otro hermano—. No me sermonees, Alexei. Cuando rastreas
a la gente y la matas por dinero.
Gruñí.
—Alexei es mi hermano. Y de Isabella.
Fue el turno de Raphael poner cara de sorpresa. Alexei avanzó
hacia Raphael, dispuesto a abalanzarse sobre él. Aquellos dos estaban
probablemente igualados, pero si intentaba detener a Alexei ahora,
solo conseguiría que atacara más rápido al otro hermano de su
hermana, joder. Sasha estaba justo al lado de Alexei listo para unirse y
Raphael tenía un cuchillo sacado de su funda. Supongo que el cabrón
realmente entró solo porque si no lo hubiera hecho, estaba seguro que
al menos un disparo de advertencia ya se habría producido.
Isabella retiró su mano de la mía, y seguí inmediatamente su
movimiento. Joder, no le dejaría ni un centímetro de espacio; no entre
todos los putos idiotas de este césped.
—¿Podemos calmarnos todos? —Isabella se interpuso entre Alexei y
Raphael, empujando cada una de sus manos contra su pecho. Yo hice
lo mismo con Sasha.
—Compórtate, Sasha —le advertí en ruso.
—Bella—empezó Alexei, pero ella lo cortó.
—No me importa lo que hayas hecho, Alexei —murmuró ella,
frotando suavemente su pecho—. Sé que nunca harías daño a mujeres y
niños. Solo me importa que hayas sobrevivido, y sé que hiciste lo que
tenías que hacer para conseguirlo. —Asintió, y por primera vez desde
que encontré a mi hermano, una pequeña luz entró en sus ojos. Nunca
pensó que alguien pudiera quererlo, sabiendo lo que había hecho. Lo
que tuvo que hacer para sobrevivir. Pero Bella tenía razón, todo lo que
hizo fue por su propia supervivencia. Mi malyshka se volvió hacia su
otro hermano—. Y tú, Raphael Santos —comenzó ella y él se tensó. Era
jodidamente impresionante verla controlar a ambos asesinos con solo
sus palabras—. Puede que me haya mantenido ignorante a propósito de
este mundo en el que vivís, pero sé la reputación que tienes frente a la
que tenían vuestro padre y vuestro hermano.
El rostro de Raphael se tensó, tomando sus palabras como una
convicción, pero antes de poder decir algo Isabella continuó.
—Sé que estás en contra del tráfico de personas y a pesar que ayer
intentaste matarme… —Los ojos de Raphael bajaron a su esbelto cuello
donde los moretones de color púrpura azulado coloreaban su pálida
piel—. Te voy a dar otra oportunidad. Pero será mejor que no intentes
hacernos daño a Tatiana o a mí.
La sorpresa brilló en los ojos de Raphael, pero rápidamente se
recompuso.
—Tienes mi palabra, hermana.
—Y tampoco puedes hacer daño a Vasili —añadió rápidamente, con
una gran sonrisa dibujada en su rostro—. Vamos a casarnos. Y no
puedes hacer daño a Alexei y Sasha. Vale, ¿qué tal si decimos que no
haces daño a nadie que trabaje para la familia Nikolaev o esté
relacionado con ellos? —Sus ojos volvieron a mirarme—. ¿Me estoy
olvidando a alguien?
—Nyet —murmuré, atrayéndola hacia mí—. ¿Qué tal una tregua? —
Clavé los ojos en Raphael—. Parece que todos tenemos algo en común,
mi futura esposa. ¿Qué decís todos?
—Supongo que, si es necesario… —murmuró Alexei con desgana.
Sasha también estuvo de acuerdo.
—Al menos terminamos con los dos mejores Santos. Aunque tengo
que decirte, Raphael. Isabella te supera por millones.
Los ojos de Raphael se dirigieron a su hermana.
—Estoy de acuerdo. Ciertamente lo está.
—No puedo creer que haya terminado con dos hermanos mayores.
—Isabella sacudió la cabeza con incredulidad, con una pequeña sonrisa
jugando en sus labios—. En realidad, serán tres con Sasha.
Sorprendentemente, Sasha se rio.
—Chica, he sido tu hermano mayor desde el momento en que tú y
Tatiana empezasteis el primer año. No olvides que os he visto a las dos
borrachas y casi arrestadas por exhibición indecente.
—¿Qué? —Raphael, Alexei y yo preguntamos al unísono, gruñendo.
Isabella sonrió tímidamente y luego se encontró con mi mirada.
—Esperaba que vinieras a rescatarnos, pero Sasha acabó
apareciendo. Las dos estábamos en traje de baño, nadando en la fuente
del campus. Estábamos decentes —se burló mirando a Sasha.
Sacudí la cabeza. Esas dos probablemente me hicieron envejecer más
en sus años de universidad que todos mis años de dirigir el imperio de
los bajos fondos de Nikolaev.
—Nadie puede verte en traje de baño. —Sí, estaba muy celoso. Tal
vez nunca me calmaría, pero a mi mujer no parecía importarle en
absoluto. Todavía recordaba lo jodidamente sexy que estaba con ese
bikini blanco cuando me la encontré en la piscina de Tatiana.
Cualquiera con dos ojos en la cara querría a mi mujer. Pero Isabella
Taylor Santos, que pronto será Nikolaev, era mía.
—Bieeeeen. Ahí se fue de nuevo, pero sonrió seductoramente, su
mano se posó en mi pecho, justo encima del corazón que le pertenecía.
—Esto es simplemente inquietante —murmuró Alexei en voz baja—.
Ver a mi hermana pequeña liándose con mi hermano mayor.
—Uf, Alexei —Isabella puso los ojos en blanco—. Cuando lo dices así,
suena realmente asqueroso. Vasili y yo no somos parientes. En absoluto.
—Sus ojos viajaron hacia Raphael—. Vasili y yo no somos parientes en
absoluto.
Raphael sonrió, y puede que fuera la primera vez que viera a un
miembro de la familia Santos sonreír realmente con afecto.
—Lo sé. Es que suena raro ya que tú y Alexei sois medio hermanos.
—Raphael trató de hacerla sentir mejor y ella asintió, aceptando su
explicación.
—No, Isabella y yo somos hermanos —protestó Alexei—. Tuvimos la
misma madre. Tú y ella sois medio hermanos.
—Ella y yo tuvimos el mismo padre —objetó Raphael—. Todos
sabemos que es el esperma el que crea al bebé. Así que, técnicamente,
es más mi hermana que la tuya.
—Bieeeeen. —Dijo Isabella de nuevo, aclarándose la garganta
incómodamente—. No tendremos cenas de Acción de Gracias juntos.
Quizá podamos alternar. —Fingió que lo pensaba—. Algo así como una
custodia compartida. ¿Qué os parece?
—¡No! —Tanto Alexei como Raphael estaban de acuerdo en algo,
¡por fin!
—Aprenderemos a llevarnos bien —gruñó Alexei. No le hacía
mucha gracia compartir a su hermana con su hermano Santos—.
¿Verdad, Sasha?
Sasha puso los ojos en blanco, pero murmuró su acuerdo.
Raphael también asintió.
—Sin embargo, hay una cosa que tengo que plantear. —Los ojos de
todos volvieron a él—. Alphonso Romano y Benito King se enteraron de
lo de Bella, y tal vez sea mejor mantener su identidad oculta.
—Demasiado tarde. —Me molestó que ese bastardo dijera su
nombre—. Alphonso Romano tenía dos hombres tras ella. —Solo el
recuerdo de esa noche y saber que esos dos cabrones, pequeños
recaderos se acercaron tanto a Isabella y Tatiana, me hizo ver rojo—.
Casi drogaron a Isabella.
Raphael se tensó.
—¿Tienes sus nombres?
Sí, tener a Raphael del lado de Isabella, así como de Nikolaev, nos
haría más fuertes. No me importaban las riquezas, mientras mi mujer
y mi familia estuvieran a salvo. Parecía que todos tendríamos que
aprender a jugar en la misma caja de arena después de todo.
—Los dos están muertos —dije.
—Enviado en una bonita cajita rosa a Alphonso Romano —intervino
Alexei. Los ojos de Isabella se abrieron, poco acostumbrada a escuchar
palabras tan desenfadadas sobre asesinatos. En cuanto su hermano se
dio cuenta de lo que había dicho, añadió rápidamente—. Ese hombre
secuestra y vende mujeres. Es malvado hasta la médula.
Asintió con la cabeza, pero aún parecía ligeramente perturbada. Le
froté la espalda para reconfortarla, deseando poder evitarle los caminos
del inframundo. Pero si quería que fuera fuerte y estuviera a salvo, no
había mejor manera de saber a qué nos enfrentábamos.
—Hay que acabar con ese hombre —murmuró Raphael—. Tanto
Alphonso como Benito. Antes que maten a más mujeres y niños, joder.
—Acuerdo.
—Hay algunos planes en marcha —continuó Raphael—. No puedo
revelarlos ahora mismo. Esos dos no saben que he descubierto la
existencia de Bella. Así que sería mejor si mantuviéramos mi conexión
con Isabella, que pronto será Nikolaev, y el conocimiento de nuestras
relaciones de sangre en círculos cerrados.
Isabella le miró sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque para cortar esas serpientes, Alphonso y Benito, y destruir su
negocio, tienen que creer que apoyo el tráfico de personas. Estoy
trabajando con Luciano Vitale y Cassio King junto con el resto del
grupo en un plan. Confío en esos hombres con mi vida.
Isabella se tensó.
—Pero no dejarás que ponga sus manos en ninguna mujer, ¿verdad?
—Te lo juro, Isabella —la miró fijamente a los ojos, y había
sinceridad en ellos—, que nunca he traficado carne humana y nunca lo
haré. —Ella le creyó, la confianza brillaba en sus ojos. Esto era lo que le
preocupaba a su madre. Su naturaleza suave y confiada. No estaba
fuera de lugar con Raphael, pero había muchos en nuestro mundo que
se aprovecharían de ello—. Ahora que estás en el radar de Alphonso,
no lo dejará. Ese bastardo vendería a su propia hija, si tuviera una. Lo
que estoy haciendo te salvará a ti y a muchas otras hijas y esposas.
—Te mantendré a salvo —prometí. Lo cierto es que ahora que estaba
en el radar de Benito y Alphonso, este era el lugar más seguro para
ella. Y creía que ella lo sabía—. Además, quiero casarme contigo
cuanto antes. Para que esos cabrones sepan de quién es la ira que
tendrán que soportar si tocan un solo cabello de tu cabeza.
Se rio.
—No puedo decidir si eso es aterrador o romántico.
—Romántico —le dije—. Además, ya hemos esperado bastante.
Debería haberme casado contigo hace cinco años. En lugar de eso, fui
un idiota...
Puso sus fríos dedos en mis labios, su cuerpo se inclinó hacia mí.
—Creo que todo ha salido como debía.
Sí, esta mujer era demasiado indulgente, y la mantendría a salvo
por el resto de nuestras vidas, compensándola.
Epílogo
Isabella
Acompáñenos en
La Guarida del Pecado
Para celebrar el matrimonio de
Vasili Nikolaev e Isabella Taylor
Fin
Sobre la Autora