¿Qué Dijo Jesús Acerca de La Paz?: La Paz Os Dejo, Mi Paz Os Doy
¿Qué Dijo Jesús Acerca de La Paz?: La Paz Os Dejo, Mi Paz Os Doy
¿Cómo puedo encontrar la paz? Está en la Biblia, Job 22:21, "Vuelve ahora en amistad
con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien".
La paz es poner todo en orden con Dios. Está en la Biblia, Romanos 5:1, "Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo".
La paz es un don de Dios. Está en la Biblia, Juan 14:27, "La paz os dejo, mi paz os doy; yo
no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo".
La paz es el resultado de obedecer la ley de Dios. Está en la Biblia, Salmo 119:165, "Mucha
paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo".
La paz es un objetivo valioso. Está en la Biblia, Romanos 14:19, "Así que, sigamos lo que
contribuye a la paz y a la mutua edificación".
La paz es seguridad. Está en la Biblia, Salmo 122:6-7, "Pedid por la paz de Jerusalén;
sean prosperados los que aman. Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de
tus palacios".
Una vez que haya encontrado la paz, ¿cómo puedo mantenerla? Isaías 26:3-4, "Tú
guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha
confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza
de los siglos".
La felicidad resulta al trabajar por alcanzar relaciones pacíficas. Está en la Biblia, Mateo
5:9, "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios".
Servir a Cristo
Romanos 14:17-19 Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo. El que así sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los
hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz ya la mutua edificación .
Amor
2 Corintios 13:11 Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un
mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.
Obediencia
1 Pedro 1:2 elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para
obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Gracia y paz os sean multiplicadas.
Confía
Isaías 12:2 “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y
mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. ”
Fe
Romanos 5:1 Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo
517 La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la
reconciliación.1092 No es fácil perdonar a la vista de las consecuencias de la guerra y de
los conflictos, porque la violencia, especialmente cuando llega « hasta los límites de lo
inhumano y de la aflicción »,1093 deja siempre como herencia una pesada carga de
dolor, que sólo puede aliviarse mediante una reflexión profunda, leal, valiente y común
entre los contendientes, capaz de afrontar las dificultades del presente con una actitud
purificada por el arrepentimiento. El peso del pasado, que no se puede olvidar, puede
ser aceptado sólo en presencia de un perdón recíprocamente ofrecido y recibido: se
trata de un recorrido largo y difícil, pero no imposible.1094
518 El perdón recíproco no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos
impedir el camino que conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio,
los requisitos concretos de la reconciliación. Resultan oportunas las iniciativas que
tienden a instituir Organismos judiciales internacionales. Semejantes Organismos,
valiéndose del principio de jurisdicción universal y apoyados en procedimientos
adecuados, respetuosos de los derechos de los imputados y de las víctimas, pueden
encontrar la verdad sobre los crímenes perpetrados durante los conflictos
armados.1095 Es necesario, sin embargo, ir más allá de la determinación de los
comportamientos delictivos, ya sean de acción o de omisión, y de las decisiones sobre
los procedimientos de reparación, para llegar al restablecimiento de relaciones de
recíproco entendimiento entre los pueblos divididos, en nombre de la
reconciliación.1096 Es necesario, además, promover el respeto del derecho a la paz: este
derecho « favorece la construcción de una sociedad en cuyo seno las relaciones de
fuerza se sustituyen por relaciones de colaboración con vistas al bien común ».1097
519 La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a
una profunda relación con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por
sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor.1098 La oración infunde
valor y sostiene a « los verdaderos amigos de la paz »,1099 a los que tratan de
promoverla en las diversas circunstancias en que viven. La oración litúrgica es « la
cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde
mana toda su fuerza »; 1100 en particular la celebración eucarística, « fuente y cumbre
de toda la vida cristiana »,1101 es el manantial inagotable de todo auténtico compromiso
cristiano por la paz.1102
520 Las Jornadas Mundiales de la Paz son celebraciones de especial intensidad para
orar invocando la paz y para comprometerse a construir un mundo de paz. El Papa
Pablo VI las instituyó con el fin de « dedicar a los pensamientos y a los propósitos de
la Paz, una celebración particular en el día primero del año civil ».1103 Los Mensajes
Pontificios para esta ocasión anual constituyen una rica fuente de actualización y
desarrollo de la doctrina social, e indican la constante acción pastoral de la Iglesia en
favor de la paz: « La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los
deberes de justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la
misericordia, por la caridad ».1104
|p166 Las enseñanzas que hemos expuesto sobre los problemas que en la actualidad
preocupan tan profundamente a la humanidad, y que tan estrecha conexión guardan con
el progreso de la sociedad, nos las ha dictado el profundo anhelo del que sabemos
participan ardientemente todos los hombres de buena voluntad; esto es, la
consolidación de la paz en el mundo. |p167 Como vicario, aunque indigno, de Aquel a
quien en principio el nuncio profético proclamó Príncipe de la Paz <70>, consideramos
deber nuestro consagrar nuestros pensamientos, preocupaciones y energías a procurar
este bien común universal. Pero la paz será palabra vacía mientras no se funde sobre el
orden, cuyas líneas fundamentales, movidos por una gran esperanza hemos como
esbozado en esta nuestra encíclica: un orden basado en la verdad, establecido de
acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y,
finalmente, realizado bajo los auspicios de la libertad. |p168 Débese, sin embargo,
tener en cuenta que la grandeza y la sublimidad de esta empresa son tales, que su
realización de esta empresa no puede en modo alguno obtenerse por las solas fuerzas
naturales del hombre, aunque esté movido por una buena y loable voluntad. Para que la
sociedad humana constituya un reflejo lo más perfecto posible del reino de Dios, es de
todo punto necesario el auxilio sobrenatural del cielo. |p169 Exige, por tanto, la propia
realidad que en nuestros días santos nos dirijamos con preces suplicantes a Aquel que
con sus dolorosos tormentos y con su muerte no sólo borró los pecados, fuente
principal de todas las divisiones, miserias y desigualdades, sino que, además, con el
derramamiento de su sangre, reconcilió al género humano con su Padre celestial,
aportándole los dones de la paz: Pues El es nuestra Paz, que hizo de los pueblos
uno...Y viniendo nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca <71>. |p170
En la sagrada liturgia de estos días resuena el mismo anuncio: Cristo resucitado,
presentándose en medio de sus discípulos, les saludó diciendo: "La paz sea con
vosotros. Aleluya". Y los discípulos se gozaron viendo al Señor <72>. Cristo, pues, nos
ha traído la paz, nos ha dejado la paz: La paz os dejo, mi paz os doy. No como el
mundo la da os la doy yo <73>. |p171 Pidamos, pues, con instantes súplicas al divino
Redentor esta paz que El mismo nos trajo. Que El borre de los hombres cuanto pueda
poner en peligro esta paz y convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y
del amor fraterno. Que El ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las
naciones, para que, al mismo tiempo que les procuran una digna prosperidad, aseguren
a sus compatriotas el don hermosísimo de la paz. Que, finalmente, Cristo encienda las
voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen los unos
de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca
comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera,
bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y
reine siempre entre ellos la tan anhelada paz. |p172 Por último, deseando, venerables
hermanos, que esta paz penetre en la grey que os ha sido confiada, para beneficio,
sobre todo, de los más humildes, que necesiten ayuda y defensa, a vosotros, a los
sacerdotes de ambos cleros, a todos los fieles y a las vírgenes consagradas a Dios, a
todos los fieles cristianos y nominalmente a aquellos que secundan con estusiasmo
estas nuestras exhortaciones, impartimos con todo afecto en el Señor la bendición
apostólica. Para todos los hombres de buena voluntad, a quienes va también dirigida
esta nuestra encíclica, imploramos de Dios salud y prosperidad. Dado en Roma, junto a
San Pedro, el día Jueves Santo, 11 de abril del año 1963, quinto de nuestro pontificado.
1 DE ENERO DE 2014
1. En este mi primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, quisiera desear a todos, a
las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo
hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma
parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los
que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer.
De hecho, la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La
viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como
una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de
una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que
normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo
gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular
del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el
fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al
mundo con su amor.
En muchas partes del mundo, continuamente se lesionan gravemente los derechos humanos
fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa. El trágico fenómeno
de la trata de seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas sin
escrúpulos, representa un ejemplo inquietante. A las guerras hechas de enfrentamientos
armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten
en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de
familias, de empresas.
La globalización, como ha afirmado Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos
hace hermanos[1]. Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de
injusticia revelan no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una
cultura de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo,
egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa
mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de
cuantos son considerados “inútiles”. Así la convivencia humana se parece cada vez más a un
mero do ut des pragmático y egoísta.
Al mismo tiempo, es claro que tampoco las éticas contemporáneas son capaces de generar
vínculos auténticos de fraternidad, ya que una fraternidad privada de la referencia a un
Padre común, como fundamento último, no logra subsistir[2]. Una verdadera fraternidad
entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente. A partir del
reconocimiento de esta paternidad, se consolida la fraternidad entre los hombres, es decir,
ese hacerse «prójimo» que se preocupa por el otro.
2. Para comprender mejor esta vocación del hombre a la fraternidad, para conocer más
adecuadamente los obstáculos que se interponen en su realización y descubrir los caminos
para superarlos, es fundamental dejarse guiar por el conocimiento del designio de Dios, que
nos presenta luminosamente la Sagrada Escritura.
Según el relato de los orígenes, todos los hombres proceden de unos padres comunes, de
Adán y Eva, pareja creada por Dios a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26), de los cuales
nacen Caín y Abel. En la historia de la primera familia leemos la génesis de la sociedad, la
evolución de las relaciones entre las personas y los pueblos.
Hemos de preguntarnos por los motivos profundos que han llevado a Caín a dejar de lado el
vínculo de fraternidad y, junto con él, el vínculo de reciprocidad y de comunión que lo unía a
su hermano Abel. Dios mismo denuncia y recrimina a Caín su connivencia con el mal: «El
pecado acecha a la puerta» (Gn 4,7). No obstante, Caín no lucha contra el mal y decide
igualmente alzar la mano «contra su hermano Abel» (Gn 4,8), rechazando el proyecto de
Dios. Frustra así su vocación originaria de ser hijo de Dios y a vivir la fraternidad.
El relato de Caín y Abel nos enseña que la humanidad lleva inscrita en sí una vocación a la
fraternidad, pero también la dramática posibilidad de su traición. Da testimonio de ello el
egoísmo cotidiano, que está en el fondo de tantas guerras e injusticias: muchos hombres y
mujeres mueren a manos de hermanos y hermanas que no saben reconocerse como tales,
es decir, como seres hechos para la reciprocidad, para la comunión y para el don.
3. Surge espontánea la pregunta: ¿los hombres y las mujeres de este mundo podrán
corresponder alguna vez plenamente al anhelo de fraternidad, que Dios Padre imprimió en
ellos? ¿Conseguirán, sólo con sus fuerzas, vencer la indiferencia, el egoísmo y el odio, y
aceptar las legítimas diferencias que caracterizan a los hermanos y hermanas?
Parafraseando sus palabras, podríamos sintetizar así la respuesta que nos da el Señor Jesús:
Ya que hay un solo Padre, que es Dios, todos ustedes son hermanos (cf. Mt 23,8-9). La
fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica,
indiferenciada e históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y
extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano (cf. Mt 6,25-30). Una
paternidad, por tanto, que genera eficazmente fraternidad, porque el amor de Dios, cuando
es acogido, se convierte en el agente más asombroso de transformación de la existencia y
de las relaciones con los otros, abriendo a los hombres a la solidaridad y a la reciprocidad.
Sobre todo, la fraternidad humana ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte y
resurrección. La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres
no son capaces de generar por sí mismos. Jesucristo, que ha asumido la naturaleza humana
para redimirla, amando al Padre hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2,8),
mediante su resurrección nos constituye en humanidad nueva, en total comunión con la
voluntad de Dios, con su proyecto, que comprende la plena realización de la vocación a la
fraternidad.
Jesús asume desde el principio el proyecto de Dios, concediéndole el primado sobre todas
las cosas. Pero Cristo, con su abandono a la muerte por amor al Padre, se convierte
en principio nuevo y definitivo para todos nosotros, llamados a reconocernos hermanos en
Él, hijos del mismo Padre. Él es la misma Alianza, el lugar personal de la reconciliación del
hombre con Dios y de los hermanos entre sí. En la muerte en cruz de Jesús también queda
superada la separación entre pueblos, entre el pueblo de la Alianza y el pueblo de los
Gentiles, privado de esperanza porque hasta aquel momento era ajeno a los pactos de la
Promesa. Como leemos en la Carta a los Efesios, Jesucristo reconcilia en sí a todos los
hombres. Él es la paz, porque de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando el muro de
separación que los dividía, la enemistad. Él ha creado en sí mismo un solo pueblo, un solo
hombre nuevo, una sola humanidad (cf. 2,14-16).
Quien acepta la vida de Cristo y vive en Él reconoce a Dios como Padre y se entrega
totalmente a Él, amándolo sobre todas las cosas. El hombre reconciliado ve en Dios al Padre
de todos y, en consecuencia, siente el llamado a vivir una fraternidad abierta a todos. En
Cristo, el otro es aceptado y amado como hijo o hija de Dios, como hermano o hermana, no
como un extraño, y menos aún como un contrincante o un enemigo. En la familia de Dios,
donde todos son hijos de un mismo Padre, y todos están injertados en Cristo, hijos en el
Hijo, no hay “vidas descartables”. Todos gozan de igual e intangible dignidad. Todos son
amados por Dios, todos han sido rescatados por la sangre de Cristo, muerto en cruz y
resucitado por cada uno. Ésta es la razón por la que no podemos quedarnos indiferentes
ante la suerte de los hermanos.
Pablo VI afirma que no sólo entre las personas, sino también entre las naciones, debe reinar
un espíritu de fraternidad. Y explica: «En esta comprensión y amistad mutuas, en esta
comunión sagrada, debemos […] actuar a una para edificar el porvenir común de la
humanidad»[5]. Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus
obligaciones hunden sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural, y se presentan bajo
un triple aspecto: el deber de solidaridad, que exige que las naciones ricas ayuden a los
países menos desarrollados; el deber de justicia social, que requiere el cumplimiento en
términos más correctos de las relaciones defectuosas entre pueblos fuertes y pueblos
débiles; el deber de caridad universal, que implica la promoción de un mundo más humano
para todos, en donde todos tengan algo que dar y recibir, sin que el progreso de unos sea
un obstáculo para el desarrollo de los otros[6].
La solidaridad cristiana entraña que el prójimo sea amado no sólo como «un ser humano
con sus derechos y su igualdad fundamental con todos», sino como «la imagen viva de Dios
Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu
Santo»[9], como un hermano.«Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la
hermandad de todos los hombres en Cristo, ‘hijos en el Hijo’, de la presencia y acción
vivificadora del Espíritu Santo, conferirá –recuerda Juan Pablo II– a nuestra mirada sobre el
mundo un nuevo criterio para interpretarlo»[10], para transformarlo.
Además, si por una parte se da una reducción de la pobreza absoluta, por otra parte no
podemos dejar de reconocer un grave aumento de la pobreza relativa, es decir, de las
desigualdades entre personas y grupos que conviven en una determinada región o en un
determinado contexto histórico-cultural. En este sentido, se necesitan también políticas
eficaces que promuevan el principio de la fraternidad, asegurando a las personas –iguales
en su dignidad y en sus derechos fundamentales– el acceso a los «capitales», a los servicios,
a los recursos educativos, sanitarios, tecnológicos, de modo que todos tengan la
oportunidad de expresar y realizar su proyecto de vida, y puedan desarrollarse plenamente
como personas.
Finalmente, hay una forma más de promover la fraternidad –y así vencer la pobreza– que
debe estar en el fondo de todas las demás. Es el desprendimiento de quien elige vivir estilos
de vida sobrios y esenciales, de quien, compartiendo las propias riquezas, consigue así
experimentar la comunión fraterna con los otros. Esto es fundamental para seguir a
Jesucristo y ser auténticamente cristianos. No se trata sólo de personas consagradas que
hacen profesión del voto de pobreza, sino también de muchas familias y ciudadanos
responsables, que creen firmemente que la relación fraterna con el prójimo constituye el
bien más preciado.
El hecho de que las crisis económicas se sucedan una detrás de otra debería llevarnos a las
oportunas revisiones de los modelos de desarrollo económico y a un cambio en los estilos de
vida. La crisis actual, con graves consecuencias para la vida de las personas, puede ser, sin
embargo, una ocasión propicia para recuperar las virtudes de la prudencia, de la templanza,
de la justicia y de la fortaleza. Estas virtudes nos pueden ayudar a superar los momentos
difíciles y a redescubrir los vínculos fraternos que nos unen unos a otros, con la profunda
confianza de que el hombre tiene necesidad y es capaz de algo más que desarrollar al
máximo su interés individual. Sobre todo, estas virtudes son necesarias para construir y
mantener una sociedad a medida de la dignidad humana.
7. Durante este último año, muchos de nuestros hermanos y hermanas han sufrido la
experiencia denigrante de la guerra, que constituye una grave y profunda herida infligida a
la fraternidad.
Muchos son los conflictos armados que se producen en medio de la indiferencia general. A
todos cuantos viven en tierras donde las armas imponen terror y destrucción, les aseguro mi
cercanía personal y la de toda la Iglesia. Ésta tiene la misión de llevar la caridad de Cristo
también a las víctimas inermes de las guerras olvidadas, mediante la oración por la paz, el
servicio a los heridos, a los que pasan hambre, a los desplazados, a los refugiados y a
cuantos viven con miedo. Además la Iglesia alza su voz para hacer llegar a los responsables
el grito de dolor de esta humanidad sufriente y para hacer cesar, junto a las hostilidades,
cualquier atropello o violación de los derechos fundamentales del hombre[15].
Por este motivo, deseo dirigir una encarecida exhortación a cuantos siembran violencia y
muerte con las armas: Redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al que
exterminar, a su hermano y no alcen su mano contra él. Renuncien a la vía de las armas y
vayan al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la reconciliación para reconstruir a su
alrededor la justicia, la confianza y la esperanza. «En esta perspectiva, parece claro que en
la vida de los pueblos los conflictos armados constituyen siempre la deliberada negación de
toda posible concordia internacional, creando divisiones profundas y heridas lacerantes que
requieren muchos años para cicatrizar. Las guerras constituyen el rechazo práctico al
compromiso por alcanzar esas grandes metas económicas y sociales que la comunidad
internacional se ha fijado»[16].
Sin embargo, mientras haya una cantidad tan grande de armamentos en circulación como
hoy en día, siempre se podrán encontrar nuevos pretextos para iniciar las hostilidades. Por
eso, hago mío el llamamiento de mis Predecesores a la no proliferación de las armas y al
desarme de parte de todos, comenzando por el desarme nuclear y químico.
No podemos dejar de constatar que los acuerdos internacionales y las leyes nacionales,
aunque son necesarias y altamente deseables, no son suficientes por sí solas para proteger
a la humanidad del riesgo de los conflictos armados. Se necesita una conversión de los
corazones que permita a cada uno reconocer en el otro un hermano del que preocuparse,
con el que colaborar para construir una vida plena para todos. Éste es el espíritu que anima
muchas iniciativas de la sociedad civil a favor de la paz, entre las que se encuentran las de
las organizaciones religiosas. Espero que el empeño cotidiano de todos siga dando fruto y
que se pueda lograr también la efectiva aplicación en el derecho internacional del derecho a
la paz, como un derecho humano fundamental, pre-condición necesaria para el ejercicio de
todos los otros derechos.
La fraternidad genera paz social, porque crea un equilibrio entre libertad y justicia, entre
responsabilidad personal y solidaridad, entre el bien de los individuos y el bien común. Y una
comunidad política debe favorecer todo esto con trasparencia y responsabilidad. Los
ciudadanos deben sentirse representados por los poderes públicos sin menoscabo de su
libertad. En cambio, a menudo, entre ciudadano e instituciones, se infiltran intereses de
parte que deforman su relación, propiciando la creación de un clima perenne de conflicto.
Un auténtico espíritu de fraternidad vence el egoísmo individual que impide que las personas
puedan vivir en libertad y armonía entre sí. Ese egoísmo se desarrolla socialmente tanto en
las múltiples formas de corrupción, hoy tan capilarmente difundidas, como en la formación
de las organizaciones criminales, desde los grupos pequeños a aquellos que operan a escala
global, que, minando profundamente la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la
dignidad de la persona. Estas organizaciones ofenden gravemente a Dios, perjudican a los
hermanos y dañan a la creación, más todavía cuando tienen connotaciones religiosas.
Pienso en el drama lacerante de la droga, con la que algunos se lucran despreciando las
leyes morales y civiles, en la devastación de los recursos naturales y en la contaminación, en
la tragedia de la explotación laboral; pienso en el blanqueo ilícito de dinero así como en la
especulación financiera, que a menudo asume rasgos perjudiciales y demoledores para
enteros sistemas económicos y sociales, exponiendo a la pobreza a millones de hombres y
mujeres; pienso en la prostitución que cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre
los más jóvenes, robándoles el futuro; pienso en la abominable trata de seres humanos, en
los delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que todavía difunde su horror en
muchas partes del mundo, en la tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con
los que se especula indignamente en la ilegalidad. Juan XXIII escribió al respecto: «Una
sociedad que se apoye sólo en la razón de la fuerza ha de calificarse de inhumana. En ella,
efectivamente, los hombres se ven privados de su libertad, en vez de sentirse estimulados,
por el contrario, al progreso de la vida y al propio perfeccionamiento»[17]. Sin embargo, el
hombre se puede convertir y nunca se puede excluir la posibilidad de que cambie de vida.
Me gustaría que esto fuese un mensaje de confianza para todos, también para aquellos que
han cometido crímenes atroces, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva (cf. Ez 18,23).
En el contexto amplio del carácter social del hombre, por lo que se refiere al delito y a la
pena, también hemos de pensar en las condiciones inhumanas de muchas cárceles, donde el
recluso a menudo queda reducido a un estado infrahumano y humillado en su dignidad
humana, impedido también de cualquier voluntad y expresión de redención. La Iglesia hace
mucho en todos estos ámbitos, la mayor parte de las veces en silencio. Exhorto y animo a
hacer cada vez más, con la esperanza de que dichas iniciativas, llevadas a cabo por muchos
hombres y mujeres audaces, sean cada vez más apoyadas leal y honestamente también por
los poderes civiles.
Conclusión
Los cristianos creemos que en la Iglesia somos miembros los unos de los otros, que todos
nos necesitamos unos a otros, porque a cada uno de nosotros se nos ha dado una gracia
según la medida del don de Cristo, para la utilidad común (cf. Ef 4,7.25; 1 Co12,7). Cristo ha
venido al mundo para traernos la gracia divina, es decir, la posibilidad de participar en su
vida. Esto lleva consigo tejer un entramado de relaciones fraternas, basadas en la
reciprocidad, en el perdón, en el don total de sí, según la amplitud y la profundidad del amor
de Dios, ofrecido a la humanidad por Aquel que, crucificado y resucitado, atrae a todos a sí:
«Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo les he amado,
ámense también entre ustedes. La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos
será que se aman unos a otros» (Jn 13,34-35). Ésta es la buena noticia que reclama de cada
uno de nosotros un paso adelante, un ejercicio perenne de empatía, de escucha del
sufrimiento y de la esperanza del otro, también del más alejado de mí, poniéndonos en
marcha por el camino exigente de aquel amor que se entrega y se gasta gratuitamente por
el bien de cada hermano y hermana.
Cristo se dirige al hombre en su integridad y no desea que nadie se pierda. «Dios no mandó
a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él»
(Jn 3,17). Lo hace sin forzar, sin obligar a nadie a abrirle las puertas de su corazón y de su
mente. «El primero entre ustedes pórtese como el menor, y el que gobierna, como el que
sirve» –dice Jesucristo–,«yo estoy en medio de ustedes como el que sirve» (Lc 22,26-27).
Así pues, toda actividad debe distinguirse por una actitud de servicio a las personas,
especialmente a las más lejanas y desconocidas. El servicio es el alma de esa fraternidad
que edifica la paz.
Que María, la Madre de Jesús, nos ayude a comprender y a vivir cada día la fraternidad que
brota del corazón de su Hijo, para llevar paz a todos los hombres en esta querida tierra
nuestra.
FRANCISCO
[1] Cf. Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 654-655.
[2] Cf. Francisco, Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 54: AAS 105 (2013), 591-592.
[3] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 87: AAS 59 (1967), 299.
[4] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 39: AAS 80
(1988), 566-568.
[5] Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 43: AAS 59 (1967), 278-279.
[7] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 38: AAS 80 (1988), 566.
[10] Íbid.
[11] Cf. Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 654-655.
[12] Summa Theologiae II-II, q.66, art. 2.
[13] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
69. Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum (15 mayo 1891), 19: ASS 23 (1890-1891),
651; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 42:AAS 80 (1988),
573-574; Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina social de la Iglesia,
n. 178.
[14] Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 16: AAS 61 (1979), 290.
[15] Cf. Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, n.
159.
[17] Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963),34: AAS 55 (1963), 256.
http://www.youtube.com/watch?v=Mg3voo_XKu4
http://www.youtube.com/watch?v=FiqVKUGy4ec
http://www.youtube.com/watch?v=1wCRasRSC4k
http://www.youtube.com/watch?v=w0BI-41j_WM
http://listas.20minutos.es/lista/canciones-por-la-paz-78201/
http://www.taringa.net/posts/videos/7701494/Canciones-para-la-paz.html
http://www.youtube.com/playlist?list=PLX9E4EpLzkiendUtD6dNgTCahHh-26Bp_
http://www.youtube.com/watch?v=CT3ti7EQmOM&list=PLX9E4EpLzkiendUtD6dNgTCahHh-26Bp_