INDICE
INTRODUCCION..................................................................................................................................2
Rómulo Gallegos Breve Biografía.......................................................................................................3
Vida literaria de Rómulo Gallegos......................................................................................................5
Doña Barbara: la civilización de la ciudad y la barbarie del campo....................................................6
INTRODUCCION
Rómulo Gallegos Breve Biografía
Nació en agosto de 1884 en Caracas, tiempo en que Antonio Guzmán Blanco estaba
en la mitad del período de la hegemonía absoluta que ejerció en el país, y cuando los
avances económicos e institucionales aumentaban a la medida de la corrupción
administrativa. Su padre fue un comerciante sin mucho talento en el negocio. En
consecuencia, la familia no estuvo en situación acomodada, lo que se puso más difícil con
el nacimiento de los hijos, siete en total. Gallegos fue el mayor de los cinco que llegaron a
crecer.
Algunos investigadores, como Juan Liscano en Rómulo Gallegos y su tiempo, hablan de
una vocación religiosa suya a corta edad y el deseo de entrar en el seminario —experiencia
propia que luego se reproduce en Gabriel Ureña, personaje algo autobiográfico en Canaima
—, lo cual se disipó ante la desgracia familiar: la muerte precoz de la madre cuando tenía
Gallegos doce años, lo que constituyó indudablemente el primer ataque grave de la vida
para el joven. Desde entonces, tuvo que ayudar al padre en el mantenimiento de la casa,
sobre todo en el cuidado de los cuatro hermanos menores. Para divertirlos, simuló predicar
la misa, y les contó cuentos inventados por él mismo. Posiblemente de aquí empezó el brote
de una imaginación literaria.
Por las dificultades económicas de la familia, empezó a trabajar como asistente de los
profesores en el colegio para pagar el gasto de sus estudios. Después ingresó en la
universidad para estudiar leyes, y conoció a otros jóvenes del futuro grupo de La Alborada,
con quienes compartía tanto la vocación literaria como el ideal patriótico.
Cabe mencionar que la generación venezolana de Rómulo Gallegos pasó la mayor parte de
su vida bajo la sombra de un régimen autoritario. Como expone Pedro Henríquez Ureña en
Las corrientes literarias de la América Hispánica, después de conseguir la independencia,
los pueblos latinoamericanos entraron en una fase de anarquía caracterizada por las guerras
civiles y el despotismo, y esta etapa anárquica en Venezuela parecía más larga que en otros
países, por lo menos más larga que las tres décadas planteadas por el dominicano en su
ensayo.
Después de las guerras civiles en qué se consumió el poder de los caudillos regionales,
Venezuela entró en una paz relativamente estable en los años setenta y ochenta bajo la
dictadura del famoso “autócrata ilustrado” Antonio Guzmán Blanco, la cual, como afirma
José Carlos González Boixo, “no pudo influir directamente en la conciencia política y
social de Rómulo Gallegos”, pero “sí, en cambio, marcó el ambiente familiar de nuestro
autor” (1991: 13). Y cuando por una rebelión armada tomó Cipriano Castro la presidencia
en 1899, ya había cumplido el joven quince años y era suficientemente maduro para
percibir la turbación social y política en la capital y el cambio ulterior por el gobierno
militar. Castro fue derribado en diciembre de 1908, en un golpe de estado liderado por Juan
Vicente Gómez, con quien vivió el país caribeño otra autocracia que duró veintisiete años.
Así pasaron Gallegos y sus contemporáneos de una dictadura a otra, y vivieron una
completa turbulencia política y social.
Al principio, el golpe de Gómez fue aplaudido por la intelectualidad venezolana como una
señal hacia la democracia. Por ejemplo, para Gallegos y sus compañeros universitarios,
entre ellos Enrique Soublette, Julio Planchart, Salustio González Rincones y Julio Horacio
Rosales, fue un acto patriótico sin interés personal, una victoria del civismo sobre la
dictadura militar, y el albor para una nueva fase de la construcción nacional. Estimulados
por la novedad, fundaron la revista semanal La Alborada, cuya primera emisión salió un
mes después del acontecimiento con elogios exaltados de Gómez. Por motivos políticos, la
revista no duró mucho y dejó de funcionar con solo ocho entregas. Pero fue en esta revista
donde comenzó Gallegos la carrera de escritor. Publicó allí ensayos desde el primer número
hasta el último, a veces con dos o tres artículos en la misma publicación.
Debido a los apuros familiares, Gallegos dejó la universidad en 1905 antes de terminar los
estudios, y empezó a trabajar para mantener a su familia. Fue por un tiempo jefe de la
Estación del Ferrocarril Central, y a veces trabajó como contador.
A principios de 1912 fue designado director del Colegio Federal de Barcelona, donde no
pudo hacer sino disolverlo por las condiciones misérrimas de la escuela. Después, fue
nombrado subdirector del Colegio Federal de Varones en Caracas, denominado
posteriormente Liceo Caracas y más tarde Liceo Andrés Bello, y dio clases en la Escuela
Normal al mismo tiempo. Trabajó continuamente en los dos institutos hasta 1930, un año
después de la publicación de Doña Bárbara en España.
La fama literaria lo comprometió en la política interna, y prefirió viajar al exterior antes que
prestar servicios al gobierno dictatorial. Buscó el modo de ganarse la vida primero en
Estados Unidos y después en España, hasta la muerte de Gómez en diciembre de 1935. Al
conocer la noticia, de inmediato decidió volver a su tierra, empezando una vida bien ligada
con la política.
Le nombraron ministro de la Educación, cargo al que renunció pronto tras ver
obstaculizadas sus reformas educativas por los gomecistas en el congreso. Fue diputado de
la oposición desde 1937. En 1941, junto con otros correligionarios, estableció el partido
Acción Democrática (AD) y fue postulado como candidato presidencial, pero perdió las
elecciones. En septiembre de 1947 fue propuesto de nuevo como candidato presidencial por
AD, ya aplicado en el país el voto libre, popular y secreto. Si la primera vez su candidatura
fue un “ensayo del civismo”, en palabras del propio Gallegos, en la segunda ocasión sí fue
un “cabal ejercicio” (Gallegos, 1954: 257). Ganó con el 74.47% de los votos, y se convirtió
en el primer presidente elegido mediante el sufragio universal en Venezuela.
Hizo la toma de posesión en febrero de 1948, y en noviembre del mismo año ocurrió el
infame golpe de estado dirigido por Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez. Se
negó a cooperar con los golpistas militares a cambio de la presidencia, y prefirió tomar el
camino del exilio en defensa de la integridad del poder civil. Esta vez el destierro duró casi
una década. Fue primero a Cuba y luego a México. En este último país pasó la mayoría de
esos años, amargos por la desgracia política y por la pérdida de su querida esposa.
De vez en cuando viajó a otros países americanos y europeos, y no volvió a su tierra hasta
principios de 1958, cuando fue derrocado el gobierno miliar de Pérez Jiménez. Fue recibido
por su pueblo con respeto y amor. Pero ya a los 74 años y con una salud frágil, casi se
abstuvo de las actividades políticas.
Falleció en la ciudad de Caracas el 5 de abril de 1969, a los 84 años de edad. Sus restos
fueron dejados junto la tumba de su esposa Teotiste, en el ala sur del Cementerio General
del Sur, respetando la última voluntad del escritor.
Vida literaria de Rómulo Gallegos
En sus comienzos de narrador, Rómulo Gallegos publicó Los aventureros (1913), una
colección de relatos. Siguió a esta obra El último Solar (1920), una novela que reeditaría en
1930 con el título de Reinaldo Solar, historia de la decadencia de una familia aristocrática a
través de su último representante, en el que se adivina a su amigo Enrique Soublette, con
quien fundara en 1909 la revista Alborada.
Escribió después La trepadora (1925), con un personaje femenino, Victoria Guanipa,
ambiciosa y sin escrúpulos. Doña Bárbara (1929) es una verdadera epopeya que tiene como
escenario la llanura venezolana. Cantaclaro (1934) es la novela de un cantante popular que
recorre las aldeas y los campos. Canaima (1935) narra la existencia ruda de unos
hacendados en las orillas del Orinoco.
Posteriormente publicó Pobre negro (1937), El forastero (1942), Sobre la misma tierra
(1943), La brizna de paja en el viento (1952), La posición en la vida (1954) y La doncella y
el último patriota (1957), obra ésta con la que obtendría el premio Nacional de Literatura.
Obviamente, se identificó más con la literatura, y la política no fue sino una manera de
actuar que juzgó más necesaria y eficaz a la sazón para procurar el bien mayor para el
pueblo venezolano y realizar su compromiso intelectual. Hay que decir que tal préstamo, a
pesar de su contribución a la civilidad y la democratización del país, fue una pérdida para el
mundo literario de la lengua española. Pues, como apreció Juan Liscano: “Sus novelas,
desde el momento del ingreso a la acción pública, perderán vigor y creatividad, porque su
intelecto y su ser no estarán concentrados en ellas y escribirá a destajo, cada vez con menos
tiempo psíquico para vivir su creación, cada vez con mayor exigencia de compromiso
político” (Liscano, 1986: 211).
Efectivamente, si descontamos las conferencias y algunos artículos de fuerte matiz político,
desde 1936, año en que volvió del exilio voluntario y empezó a ocupar cargos políticos,
hasta su fallecimiento en 1969, publicó cinco novelas, entre las cuales Pobre negro (1937)
estaba casi terminada a la muerte de Gómez; la retomó tras renunciar al ministerio de
Instrucción y la entregó luego a la editorial. El forastero (1942) fue en realidad obra de los
años veinte, cuya redacción terminó en 1922 y el manuscrito quedó en manos de Julio
Planchart sin ser publicado; dos décadas después Gallegos hizo algunas modificaciones y lo
sacó a la luz9. La brizna de paja en el viento (1952) y Tierra bajo los pies (1973) fueron
escritas después del derrocamiento de su gobierno, la primera acerca del pistolerismo
estudiantil habanero a petición de sus amigos cubanos, y la segunda, inspirada por el
reparto de tierras que había visto en el Estado de Michoacán y publicado post mortem.
Quizá la única novela que escribió verdaderamente en la fase política es Sobre la misma
tierra (1943), en la etapa inicial, cuando la acción pública no le quitaba tanto tiempo.
Un fenómeno curioso en la escritura galleguiana es que en un período determinado se
enfoca su creación en un solo género. A grandes rasgos, su camino literario empieza con el
ensayo, pasa luego por el cuento, para quedar al final con la novela. El ensayo es el primer
género con que trabajó: la mayoría de sus artículos fueron escritos en 1909 y salieron en La
Alborada, punto de partida de su carrera literaria. Desde 1910 abordó la escritura del
cuento. En total redactó treinta y tres relatos breves, publicados en diversas revistas de este
año a 1919, con dos excepciones en 1922. Fueron recopilados en tres libros en su vida: siete
fueron recogidos en Los aventureros (1913), esos y otros diecisiete nuevos fueron editados
en La rebelión y otros cuentos (1946), y otros nueve conformaron La doncella y el último
patriota (1957).
En el período inicial ya dio comienzo a la redacción de novelas, concretamente en el año
1912, poco después de la muerte de Enrique Soublette, quien, según los investigadores de
su obra, fue el prototipo del protagonista de su primera novela, El último Solar
(posteriormente cambiado a Reinaldo Solar), que no salió a la luz hasta 1920. Desde esta
última fecha se concentró en la creación novelística, y terminó, antes de ser nombrado
ministro de Educación, La trepadora (1925), Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934),
Canaima (1935) y, como hemos dicho, la primera versión de El forastero y el borrador de
Pobre negro.
Doña Barbara: la civilización de la ciudad y la barbarie del campo
Doña Bárbara es la confrontación entre la civilización y la barbarie en la llanura de Apure,
donde las dos fuerzas antagónicas se encarnan en dos bandos categóricos, dirigidos
respectivamente por Santos Luzardo y doña Bárbara: aquel, apoyado por los peones leales,
es la representación de la fuerza innovadora, moderna y civilizada que aspira a la justicia, el
avance técnico y el bienestar popular, mientras que esta, codiciosa y cruel, juntó bajo su
mando a los bribones más temibles y atropelló los derechos ajenos para sacar el máximo
beneficio personal. Se trata de dos facciones “claramente discernibles” (Damboriena, 1960:
334), pues todos los personajes se encuentran alineados perfectamente en esta división
binaria, o con Santos o con Bárbara, y la lucha resulta estilizada y personal.
Gallegos plantea, con la oposición de la civilización y la barbarie la divergencia entre los
valores urbanos y los rurales. En realidad, la misma historia de la colonización española ha
causado un fenómeno común en todas las naciones hispanoamericanas, es decir, el
trasplante de los valores europeos al continente americano, que se concentran sobre todo en
las ciudades, donde se desarrolla una civilización cuyas peculiaridades están determinadas
en gran medida por sus relaciones con el entorno geográfico rural.
El planteamiento galleguiano en Doña Bárbara se refiere una arenga positivista. Se levanta
una bandera del orden y el progreso a través de las obras civilizadoras de Santos Luzardo,
que son la mejor elucidación de la idea de civilización del novelista
Con esta obra, Venezuela sale del criollismo literario para alcanzar la cima del género de la
novela, tanto con una estructura íntegra como con un lenguaje propio y una temática
reveladora de una época y cautivante a la vez. Por ello, su realismo llega más allá de la
observación profunda del mundo y permanece vivo hoy en día.
Sin duda, la devoradora de hombres es una alusión al despotismo caciquil que ha afligido
por largo plazo al pueblo venezolano. Sin ir lejos del tiempo de Gallegos, tenemos los 29
años de dictadura de Antonio Guzmán Blanco, los 9 años de Cipriano Castro, los 27 años
de Juan Vicente Gómez, y otros 9 años de Marcos Pérez Jiménez. Es un mal del régimen
social que ha intranquilizado a todos los intelectuales de preocupaciones humanitarias.
A ese mal contrapuso Gallegos la legalidad en su novela. El combate contra el despotismo
recae otra vez en los hombros del joven civilizador, cuyos conocimientos jurídicos y
resolución en la observación de las leyes no dejan espacio para las mañas, obligando a las
autoridades a hacer justicia y a los caciques a cumplir las obligaciones legales. Eso fue lo
que hizo en la Jefatura Civil para reclamar la cooperación de doña Bárbara y míster Danger
en la cerca de la finca. Les mostró una fuerza superior al dinero y el poder, que era la
autoridad de la ley, la cual había sido pisoteada durante largo tiempo y ahora recobraba sus
fueros para dirigir indistintamente a todo el mundo en la vida social, fuera quien fuera.
La reacción de la cacica ante el disfavor judicial puso en evidencia la revitalización de la
autoridad legal en las conciencias arbitrarias. Debido a la amenaza de Santos de recurrir a
un tribunal si no se hiciera justicia, perdió la protección cómplice del jefe civil y se vio
obligada a renunciar a la “ley de doña Bárbara”. Incrédula ante el resultado, estrujó
enfadada el folleto legal murmurando: “¡Que este papel, este pedazo de papel que yo puedo
arrugar y volver trizas, tenga fuerza para obligarme a hacer lo que no me da la gana!”
(Gallegos, 2018: 263). Por vez primera experimentó la fuerza absoluta de la ley que se le
vino encima, con furia, pero también con asombro, perplejidad, resignación y respeto.
Así son las obras civilizadoras de Santos Luzardo, algunas efectuadas con éxito, otras
interrumpidas sin llegar a su fin. Sea como sea, permiten tener una idea sobre la
civilización y la barbarie que plantea Gallegos en Doña Bárbara: aquella se encarna en las
iniciativas de Santos Luzardo, mientras en su antípoda se sitúan la forma de producción
atrasada, las costumbres primitivas y perjudiciales, la ignorancia y la superstición popular,
el machismo y otras ideologías anticuadas, el atropello tremendo de la ley, el predominio de
la violencia y la injusticia, el abuso arbitrario del poder y, además, la naturaleza devoradora
de los hombres.
Ya podemos decir que, el planteamiento de Gallegos casi un siglo después en Doña Bárbara
atiende más a los problemas surgidos a lo largo de la modernización del país: con la ciencia
y el progreso, en vez del primitivismo y el empirismo; con la justicia y la legalidad, en vez
de la violencia y la arbitrariedad; con la educación y la razón, en vez de la ignorancia y la
superstición. En este sentido, la propuesta galleguiana tiene un fuerte tono positivista. Se
aspira al progreso industrial para la llanura, y el acto de la civilización se realiza en nombre
del progreso y la legalidad. Y la divergencia de los dos intelectuales se debe a la diferencia
de las problemáticas históricas con que se encaran respectivamente.
Pues bien, la civilización ciudadana significa el progreso científico y técnico, la divulgación
de la educación y el fortalecimiento de la legalidad, mientras la barbarie llanera supone
todo lo contrario, es decir, atraso técnico, analfabetismo e ignorancia, arbitrariedad e
injusticia. No cabe duda de que saldrá victoriosa la primera en la contraposición con la
segunda, como prueba el triunfo del propósito civilizador de Santos Luzardo: se ejecutaron
las reformas modernas, se hizo la justicia, se derribaron los caciques atropelladores, se
normalizó la legalidad.