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Relacion Del Postulador Diocesano

Este documento resume la vida y el mensaje espiritual de Luisa Piccarreta, una mística italiana del siglo XIX. Aunque era analfabeta, escribió miles de páginas sobre su experiencia de vivir completamente unida a la voluntad de Dios. Sus escritos atrajeron la atención de figuras eclesiásticas importantes pero también generaron controversia. Aunque hubo una condena temporal de sus escritos, Luisa permaneció sumisa a la Iglesia. Hoy en día continúa gozando de fama de santidad entre los habit

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Relacion Del Postulador Diocesano

Este documento resume la vida y el mensaje espiritual de Luisa Piccarreta, una mística italiana del siglo XIX. Aunque era analfabeta, escribió miles de páginas sobre su experiencia de vivir completamente unida a la voluntad de Dios. Sus escritos atrajeron la atención de figuras eclesiásticas importantes pero también generaron controversia. Aunque hubo una condena temporal de sus escritos, Luisa permaneció sumisa a la Iglesia. Hoy en día continúa gozando de fama de santidad entre los habit

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IV CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE LA

SIERVA DE DIOS LUISA PICCARRETA


EN EL 150º ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO
“Iglesia en el Querer Divino”

´RELACION DEL POSTULADOR DIOCESANO


MONS. SABINO AMEDEO LATTANZIO

LUISA PICCARRETA: EN LA VOLUNTAD HUMILDE DIOS SE REVELA

Quien tuvo el privilegio de conocer en vida a la Sierva de Dios Luisa


Piccarreta, de Corato (1865-1947), hija sumisa de la Divina Voluntad,
expresión elocuente y genuina de la santidad de nuestra gente, se sentía
inmediatamente atraído por su candor y por su rectitud de conciencia.
Grande fue, de hecho, la veneración y estima que tuvieron hombres
eminentes de la Iglesia hacia ella, como San Aníbal María Di Francia,
fundador de los Rogacionistas del Corazón de Jesús y de las Hijas del
Divino Celo, o como el fraile capuchino estigmatizado, San Pío de
Pietrelcina.

Sin embargo, no se puede negar que muchos se han preguntado por


qué tanta fama en esta mujer del pueblo, que nunca salió de su ciudad natal
y que pasó cerca de setenta años en una cama, marcada por inauditos y
misteriosos sufrimientos físicos, morales y espirituales.

Su historia comienza con aquella visión impresionante de Jesús,


aplastado bajo el peso de la cruz, que viéndola fijamente a los ojos le pide:
“¡Alma, ayúdame!”. Da inicio así su ascenso hacia el Calvario, en
comunión con el Sumo Bien, en condición de víctima por la salvación de
sus hermanos. Para permanecer en la más grande simplicidad y en el
espíritu de ocultamiento, fruto de verdadera humildad, Luisa le suplicó al
Señor de librarla de las señales exteriores sobrenaturales, como los
estigmas. Si bien era esquiva y reservada por naturaleza, no pudo esconder
del todo aquellos fenómenos extraordinarios que se iban realizando en su
persona, ni pudo desatender las órdenes de Don Gennaro De Gennaro,
confesor designado por el arzobispo de Trani, de poner por escrito todo lo
que el Señor le venía sugiriendo. Comenzó a escribir el diario, desde el 28

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de febrero de 1899 hasta el 28 de diciembre de 1938, y escribió cerca de
diez mil páginas.

Es muy significativa la juicio expresado sobre los escritos de Luisa


por el padre Domenico Franzè ofm, religioso y médico, consultado en el
año de 1931 por el padre Pantaleo Palma, primer sucesor del Fundador de
los Rogacionistas: “ Reverendo Padre Palma […] después de haber leído
las palabras y de haber hablado con quien escribió - el padre Franzè quiso
presentarse en persona en Corato para conocer directamente a la Sierva de
Dios – con juicio de médico y de sacerdote, le digo que únicamente un
espíritu así de mortificado y perennemente mortificado, solamente una
voluntad humana fundida a la Voluntad Divina puede elevarse a
concepciones tan básicas y fundamentales como las que manifiesta esta
alma; la cual, sin estudios profundos y sin escuela, sólo en la cama de su
dolor y de su agonía, con una cultura literaria, teológica y ascética
limitadísima, habla con verdadera competencia de las cuestiones más
recónditas, resuelve los problemas más difíciles, conduce a las almas de
quienes leen sus escritos a los campos más perfumados de la virtud.·

Acercándonos al conocimiento de la persona y del mensaje de esta


Terciaria Dominicana, se descubre que ella, así como Catalina de Siena, era
una iletrada. De este modo comprendemos que su amplia producción
literaria no es solamente una obra humana: ¡Verdaderamente ahí está la
mano de Dios que se revela en la voluntad humilde! Además, tratándose no
de una “teóloga” sino de una “mística”, se puede hacer a un lado la
obstinación de buscar en sus páginas un lenguaje teológicamente perfecto y
ortodoxo. Pero su lenguaje, con la fuerza de la persuasión, eleva la mente
hacia doctrinas profundas. Luisa se servía frecuentemente de
comparaciones. Son típicas aquellas tomadas de la vida familiar: la relación
entre padre-hijo contrapuesta a la de patrón-siervo, para distinguir lo que es
la resignación a la Voluntad de Dios del “vivir” en Ella.

He aquí lo que afirmaba al respecto, san Aníbal María di Francia, a


quien el Arzobispo de Trani Mons. Giuseppe María Leo nombró Censor
Eclesiástico para la publicación de los escritos de Luisa, en una carta del 15
de octubre de 1926 enviada a la Sierva de Dios: “Su Excelencia Mons.
Arzobispo de Trani, a quien usted pertenece, me ha dado la jurisdicción
sobre usted en lo referente a sus escritos y a la publicación de los mismos
es decir, de dirigir y disponer la mencionada publicación, como creo que

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es justo,[...] Sobre todo lo que importa en el desarrollo de esta empresa, es
que usted y yo oremos humildísima y fervorosamente [...] para que no
vayamos a equivocarnos en algo tan delicado; sino que una luz divina
asista sea a la Escritora como a los Intérpretes y el Redactor, de modo tal
que no se salga ni más ni menos términos de la Divina Revelación, que en
todo debe estar conforme a la divina prudencia con la cual se deben
acoger y tratar semejantes excelsas Revelaciones sobrenaturales que
pasan por el canal humano no siempre totalmente libres de subjetivas
imperfecciones no culpables, sino accidentales: como enseñan los
Místicos”. En esta carta el Santo de Mesina nos dice qué tan grande y grave
es la responsabilidad no sólo de quien transmite el contenido de las
revelaciones, sino también de los “intérpretes y redactores”, nombrados por
la Iglesia para una mejor comprensión de lo que Luisa iba escribiendo.

Queda como punto firme que la Sierva de Dios nunca tuvo la


pretensión de erigirse como maestra: se sentía siempre demasiado pequeña
e indigna, estaba siempre dispuesta a dejarse guiar, sometida a la Autoridad
Eclesiástica, para tener la certeza de que lo que experimentaba o escribía,
no fuera a ser nunca fruto de una pura ilusión y, sobretodo, esperaba que
sus escritos nunca hubiesen dado lugar a interpretaciones desviadas, como
por desgracia llegó a suceder, tanto de llegar a alarmar al Santo Oficio, que
en 1938 intervino con la condena.

Recuerda María Cimadomo – precisamente en relación a ese terrible


periodo llamado señalado por Luisa el tiempo de la “tormenta” -, que k

Incluso cuando tuvo que vivir esta “noche oscura”, ella permaneció
fuertemente arraigada al antiguo dicho patrístico que recita: “Ubi Ecclesia,
ibi Christus” (Donde está la Iglesia, allí está Cristo). Y es gracias a este
filial y terco amor y adhesión a la Iglesia que los Obispos sucesivos en el
gobierno pastoral de la Arquidiócesis de Trani-Barletta-Bisceglie, lograron
aclarar las sombras que se habían cernido sobre la Sierva de Dios. Este
amor está expreso en la carta que Luisa dirigió al Santo Oficio, tras su
condena en 1938, casi una especie de canto de amor y fidelidad de parte de
quien quería tenazmente permanecer devota hija de la Iglesia. Escribió:
“Espontánea y prontamente cumplo el deber de alma cristiana, de humillar
mi incondicional, pronta, plena y absoluta sumisión al juicio de la Santa
Iglesia Romana, por la cual, sin restricción alguna repruebo y condeno lo
que la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio reprueba y

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condena en los citados escritos míos publicados, en el sentido en que la
misma Suprema Congregación lo quiere”

El Padre Luca Masciavè, por muchos años vicario episcopal para la


ciudad de Corato, anota que: “La fe de Luisa fue probada, pero para nada
sacudida por los hechos sucedidos a causa de algunos de sus escritos que
provocaron una condena expresa de parte del Santo Oficio. Luisa (...) no
quedo para nada turbada, es más inculcó también en los demás su misma
actitud de fe y obediencia ante la Autoridad Eclesiástica. Creo atribuir
sobre todo a esta condena, el hecho que sobre nuestro territorio,
especialmente después de su muerte, de Luisa se habló poco”.

Para muchos lo que sucedió en 1938 parecía una tormenta que estaba
destruyendo y cancelando sus escritos y su espiritualidad, pero para ella en
cambio todo era leído en la óptica de la Divina Voluntad, que a menudo
tiene diversos caminos de nuestros caminos humanos (cfr Is 44,8). Maria
Francesca Murgolo recuerda que “Luisa sufrió en silencio y quedó hija
sumisa y obediente de la Iglesia, se dice que un día se resintió con el
Señor: ‘¿Dónde irán a terminar estos escritos dictados por ti?’ Jesús
respondió: ‘Aún si los llevaran al fondo del mar yo los sabré custodiar
bien’ A esta respuesta Luisa se tranquilizó”

Muchos años después de la muerte de Luisa, exactamente en 1961, el


arzobispo de Trani, el dominicano Monseñor Reginaldo Giuseppe Maria
Addazi, respondiendo a una carta del cardenal Alfredo Ottaviani, secretario
de la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio que pedía
información sobre “una cierta Luisa, Vidente de Corato” pudo afirmar: “De
la ‘vidente’ también hoy todos, sacerdotes y laicos, dicen muchísimas
cosas buenas; dicen que era buena, que pasaba largas horas del día y de la
noche en oración, que de sus males jamás se lamentó, que nunca se
benefició de su fama de santidad para hacer dinero, ya que no aceptaba
nunca donativos de quienes la visitaban, etc.

La fama de santidad en Corato y fuera aún perdura (...) no falta la


gente que dice de haber recibido gracias o hasta milagros por la
intercesión de la misma”.

Respecto de la fama de santidad, es significativo como en el censo


del año 1936 - por lo tanto, cuando aún vivía - Luisa es identificada hasta

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en el registro municipal “Piccarreta Luisa (la Santa)” Esto nos dice que,
especialmente en Corato, decir Luisa y decir “la Santa” era la misma cosa:
¡se trataba de un reconocimiento público!

SÍNTESIS DE LOS TESTIMONIOS RECOGIDOS EN LA


PRIMERA FASE DEL PROCESO

Cuando en febrero de 2001, el arzobispo mons. Pichierri me


encomendó el encargo de Postulador de la Causa de beatificación y
canonización de la Sierva de Dios, examinando los testimonios recogidos
hasta aquel momento por los Miembros del Tribunal, me di cuenta
inmediatamente de que las virtudes individualmente habían sido
examinadas en modo insuficiente y apresurado, sin la debida y necesaria
profundización en materia tan importante, porque se habían detenido
mucho más en los fenómenos extraordinarios. Todo esto habría podido
dificultar el futuro reconocimiento de la Iglesia sobre la santidad de la vida
y de las virtudes heroicas ejercitadas de parte de Luisa.

Prontamente intenté localizar otros posibles testimonios y así mismo


volver a escuchar en la Sede del Proceso a quienes estando todavía en vida
ya habían sido escuchados. Todos los textos examinados fueron unánimes y
concordes en afirmar la santidad de vida que emergía de las actitudes, del
pensamiento y de las palabras de la Sierva de Dios, “una mujer – decían –
extraordinariamente grande en su vida ordinaria”, vida ordinaria tan
cercana a nosotros. Piénsese en su caridad, en su amabilidad, en su apremio
por consolar y reconciliar los corazones. Todo con extrema sencillez y con
grande humildad.

Sor Antonia Cataldina Patruno sintetiza que “Luisa era pobre, por lo
tanto, hasta donde sé, no podía disponer para ejercer la caridad material,
y mucho menos donarse con sus pobres fuerzas, habiendo quedado inmóvil
por cerca de 60 años. Sin embargo la caridad para con el prójimo la
ejercitó con la constante oración y con el consuelo de su palabra.
Recuerdo que mi madre, cuando necesitaba algún consejo, para cualquier
necesidad, se dirigía siempre a Luisa y estaba segura de que obtendría
ayuda porque era un alma llena de caridad”.

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Del mismo modo Luisa no se cansaba nunca de promover el amor a
los pobres y a los últimos a quienes la visitaban y sobretodo en las
enseñanzas que impartía a las aprendices que frecuentaban su casa para
aprender encaje de bolillo. También Sor Antonia Cataldina Patruno nos
transmite una historia que Luisa acostumbraba a contar a sus jóvenes:

“Había un Monseñor que ofrecía cada día comida a un mendigo que


lo intercambiaba recitando un ‘Padre Nuestro’ por su benefactor. Este sin
embargo, después de un tiempo se cansó del mendigo y ya no le dio
comida. Al pasar el tiempo, el mendigo no siendo más recibido cesó de
orar por el Monseñor. Mientras tanto las cosas comenzaron a andar mal
para este Prelado que mientras tanto había perdido su serenidad y era
atormentado por distintos tristes acontecimientos de la vida.

Un día el Monseñor, todavía abatido y cansado, se encontró al


pobre mendigo y se detuvo a hablar con él un poco, contándole algunas
amarguras propias de los últimos momentos de su vida. Al terminar le
pidió que rezara, es más le preguntó que si continuaba rezando el ‘Padre
Nuestro’ todos los días por él. El pobre mendigo le confesó que la verdad
era que había dejado de orar por él desde que había dejado de recibir la
comida de cada día.

El Monseñor se quedó pensativo, pero luego entrando en sí mismo,


le pidió enseguida perdón al mendigo, pidiéndole que volviera como de
costumbre a su casa por la comida. Después de un tiempo, narraba Luisa,
la paz y la serenidad volvieron a la vida de aquel Monseñor que no volvió
a negarle el alimento diario al pobre mendigo, quien a cambio le aseguró
su propia oración, recitando diariamente el ‘Padre Nuestro’ por sus
intenciones.”

De los testimonios resulta que casi la totalidad de la existencia


terrena de “Luisa, la santa” – tal como era comúnmente identificada en vida
– se caracterizó por el sufrimiento acogido con gozo de las manos del
Señor para participar de sus dolores salvíficos. Otra característica que
marca la espiritualidad, la vida, los escritos de la Sierva de Dios ha sido
“hacer la Voluntad de Dios”, tanto hasta convertirla en “Pequeña hija” y al
mismo tiempo “Apóstol de la Divina Voluntad”.

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Sobre su enfermedad hay alguna incertidumbre, porque jamás la
ciencia médica emitió un diagnóstico preciso. Aquello que la Sierva de
Dios acostumbraba a llamar “mi estado habitual” de rigidez durante las
horas nocturnas, puede interpretarse como un estado de arrobamiento en
diálogo íntimo con Jesús “paciente”. De este estado ella volvía en sí
únicamente por obediencia a un sacerdote que cada mañana iba a su casa
para darle la bendición.

Luisa pasó casi la totalidad de su vida en un lecho, ciertamente en un


modo continuado desde 1888, a la edad de 23 años, hasta su muerte. De
manera que no pudo jamás dejar su habitación sino solo en tres ocasiones.
En 1922 a causa del desastre hidrogeológico que golpeó a Corato con el
derribamiento de muchísimas habitaciones, también Luisa tuvo que
trasladarse a otra casa por breve tiempo. Don Benedetto Calvi, su último
confesor, en esta ocasión cuenta una simpática anécdota en una biografía
inédita de la Sierva de Dios: “Luisa, por lo tanto, se vio obligada a dejar la
casa paterna por breve tiempo. Durante el viaje, al atravesar las calles de
la ciudad, Luisa vio las bicicletas. Se maravilló mucho y pensó que eran
hombres cojos, que se veían obligados a caminar sobre un dispositivo
especial. Su estupor fue grande al escuchar que eran jóvenes que usaban
las bicicletas para movilizarse más rápidamente de un lugar a otro. Luisa
elevó una alabanza a Dios por este nuevo invento y le dio gracias por
haber dado al hombre un medio de transporte rápido, para poder acortar
las distancias y aliviar el trabajo y el cansancio.”

El episodio muestra por una parte la inocencia del alma de Luisa que
confunde una bicicleta por una máquina ortopédica, pero por otra parte nos
hace ver el positivismo con que miraba al hombre y su ingenio. De hecho
sus escritos son ricos en referencias a la ciencia y a la tecnología. Basta
con pensar al uso de la imagen de los cables de electricidad para explicar la
relación de Jesús con las almas.

Las otras dos ocasiones en las que Luisa dejó su habitación fue en
1928 para trasladarse al Orfanato Antoniano y 10 años después, en 1938
para trasladarse a via Maddalena, 20, donde transcurrió los últimos años de
su vida.

El sentido de ese “vivir sacrificada en el lecho” se remonta al amor.


Un amor expresado con acentos típicamente femeninos, especialmente

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hacia Jesús, pero también hacia los hombres. Es ahora Don Benedetto en
su biografía quien nos lo dice:

“Especialmente al inicio de la enfermedad, ella, jovencita, sentía


que fluía toda su sangre entre sus venas y se veía obligada a estar en la
cama. Sus amigas iban a visitarla y ella las miraba llenas de vida, alegres
y fuertes, con el futuro que les sonreía. Para ella todo había terminado.
Frecuentemente ellas hablaban de diversiones que no estaban hechas ya
para ella, porque el lecho todo se lo quitaba.

Contaba que frecuentemente quería levantarse, caminar, dar una


paseo por el campo asoleado, especialmente ella acostumbra correr en los
campos de la Murgia en compañía de su mamá y de sus hermanas. Todo
había terminado para ella.

Se resignó a llevar una vida solitaria y penitente, y en la lecho gustó


el gozo sereno del alma resignada a la Voluntad de Dios, ‘¡Soy feliz,
repetía, en mi lecho de soledad y de dolor!’

‘Quiero ofrecerle al Señor toda mi vida. Para nada sirvo ni puedo


hacer el bien a las criaturas; sólo deseo que cada palabra mía, cada gesto,
cada pensamiento glorifiquen al Dador de cada bien y que cada respiro
mío sea la salvación de un alma alejada de Dios’

Quería que su vida pasara sobrevolando la tierra en busca de almas


que salvar y llevar al Cielo a una multitud de hombres, que glorificaran a
su Creador.

‘Quiero, decía, ser como un hilo de oro invisible que atraiga todas
las almas. Sobre este hilo quiero apoyar mi inútil vida, mi voluntad, mi
corazón y mis dolores para lanzarlos al Cielo y glorificar al Señor’.

‘Quisiera girar con este hilo de oro por la tierra y decirle a los
hombres: ¡Amen a vuestro Dios y Señor. ¡No ofendan y ultrajen el Corazón
Divino de Jesús que tanto los ama! ¡Agradezcan al Dador de cada bien por
las infinitas gracias que les dona!’”

Su ardiente deseo era de unirse a los sufrimientos del Divino Maestro


y, no pudiendo hacer nada más, comenzó a meditar la pasión y la muerte
del Cristo Dios. En él veía al Hombre del dolor, pero también al hombre de

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la máxima resignación (...) Fueron dos puntos de apoyo que sostuvieron a
Luisa en sus cerca de setenta años de cama: el amor y la oración. Por amor
a Dios inmoló su existencia, haciéndose víctima en un lecho de dolor. Por
amor a sus hermanos extraviados y alejados del Señor la Piccarreta se
entregó como holocausto y hostia al Padre Celestial. Quiso amar a Dios y
al prójimo en la oración y en la contemplación (...) “Quiero sufrir, orando”
era su lema.

Permanecer en cama, por lo tanto, no era algo que Luisa recibió


como un alejamiento de la realidad que la rodeaba. Su soledad estaba
relacionada siempre a su intercesión. Por eso la vemos empeñada en los
momentos más difíciles de la historia de su tiempo: El Cólera en Corato en
1886; el intento de promulgar la ley sobre el divorcio de parte del
Parlamento Italiano en 1902; el terremoto de 1908 en Messina, Sicilia; la
Fiebre Española en 1919 en toda Europa; los colapsos de 1922 en Corato.
Pero sobretodo la Primera y Segunda Guerra Mundial: ¡Cuántas madres se
dirigían a ella para encomendar a sus fervientes oraciones a sus hijos! Ella
oraba, y a todos, especialmente a los más afligidos y probados, les dirigió
una palabra llena de fe que sostiene y de esperanza que espera con
confianza. Muchos jóvenes al volver de la guerra o de la prisión iban a
donde ella para darle las gracias por el favor recibido en la oración
¡habiendo obtenido del Señor la salvación de su vida!

Nunzia Procacci precisamente cuenta cómo en la Guerra del 2015 al


2018 Luisa fue un consuelo para su familia: “Mi padre, Pascual, fue
llamado a las armas, mientras la guerra desde hacía un año se venía
poniendo cada vez más perversa, fue mandado al campo de batalla a
primera fila, entre las trincheras de Trentino. En medio a tantos peligros
mi padre sólo de cuando en cuando lograba enviar alguna carta. (…)
Cuando un día le dieron la noticia: Tu marido cayó en el campo de batalla
ante un soldado, testigo ocular, amigo de la familia; mi mamá quedó fuera
de sí, como paralizada por el dolor, ¡tenía 25 años! Mi abuela, adolorida
también, llevó a mi mamá a ver a Luisa Piccarreta para pedirle conforto y
resignación. Al principio el alma seráfica no habló, luego dijo: ‘No te
preocupes, ten fe, ora, tu marido Pascualino vive’. Mi madre no quedó muy
convencida de lo que le decían, temiendo que la Santa mujer, diciendo así,
lo que quería era solamente consolarla. (…) Pasaron meses de angustia, y
después de tres largos meses, mi mamá recibió de Alemania una carta de

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mi padre en la que decía que había caido prisionero durante la retirada de
Caporetto y conducido a Alemania; (…) regresó a casa, volvió a abrazar a
la familia y volvió a trabajar cultivando los campos abandonados cuando
partió para la guerra”.

El ejercicio de las virtudes teologales y cardinales, es evidente por


los testimonios, que generó en Luisa una personalidad humilde y
obedientísima, únicamente orientada a buscar el Reino de Dios y su Justicia
(cfr Mt 6,33). Siempre serena, trabajadora, alegre, a pesar de los continuos
sufrimientos físicos, afable con cuantos se acercaban a ella. Fue este el
resplandeciente ejemplo de su caridad hacia sus hermanos, a quienes, no
poseyendo “ni oro y plata” (Hc 3,6), daba su consejo, su sonrisa angelical y
su consuelo. Era tranquila y se compenetraba con las penas de los demás y
su persuasiva palabra descendía hasta el fondo del corazón, cautivando a
quien se acercaba a ella.

Don Benedetto añade: “También los hombres curiosos y lejanos de


Dios que iban a donde Luisa, volvían transformados y creyentes. (…) Luisa
quiso inmolarse para ser el consuelo y la sonrisa de los abatidos y de los
que sufren. Un hombre, después de algunas visitas, decía: ‘¡Es un alma de
Dios! Fui a donde ella con el corazón lleno de odio y decidido a vengarme,
y he salido transformado, creyendo en Dios, pronto a perdonar, con la
calma y la paz en el alma’.

Otra mujer añadía: ‘Luisa poseía el don de infundir el amor en las


familias, especialmente entre el marido y la mujer, ponía en paz los
corazones decididos a la venganza, endulzaba el ánimo decidido al odio y
al rencor perenne’”.

María Nunzia Leo informa lo que le contaba una tía suya: “Aunque
ella frecuentaba a Luisa, mi tía escogió el camino del matrimonio y Luisa
no era contraria al matrimonio, es más lo favorecía. A veces sucedía que
mi tía peleaba con su marido y se refugiaba donde Luisa que en cuanto la
veía, aun no sabiendo lo que había sucedido, le decía: ‘Regresa a tu casa y
ponte en paz con tu marido porque te has peleado con él, luego regresas’”.

Pero no todos iban a donde ella con buenas intenciones, no obstante


Luisa lograba enderezar hacia el bien incluso los corazones desviados. Nos
cuenta Inmaculada Musci: “La Sierva de Dios no era muy elocuente, en el

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sentido que decía con mucha educación solo las palabras necesarias; y por
lo que me resulta nunca habló mal de nadie. Era inmune a cualquier clase
de vanagloria. ‘Tú no viniste a encargarme un trabajo sino para curiosear
– le decía a quién iba por eso –. Así que ahora regresa a tu casa y más
bien di una oración. Ora y no abandones nunca al Señor. No es a mí a
quien debes dirigirte, sino a él’. Sus palabras estaban siempre llenas de
sabiduría y prudencia. Una mamá quería obligar a su hijo a que se casara
no con la joven que él quería. Esta mamá cuando fue a pedirle consejo
Luisa la regañó, porque estaba obstaculizando la libertad de su hijo”.

La jornada de la Sierva de Dios estaba dedicada al trabajo de encaje


de bolillos, del cual conseguía solo lo esencial – desapegada como lo era de
los bienes de la tierra – para enfrentar los gastos indispensables del
mantenimiento de la casa y para su sustento, el de la hermana y de quien la
ayudaba en las labores domésticas.

A todos les queda claro que nunca hubo en ella sombra alguna de
lucro, tanto con las personas con las que trataba y que le pedían oraciones o
favores del cielo, como cuando se publicaban sus escritos. Nos refiere un
testigo: “Padre Aníbal María di Francia, habiendo publicado algunos de
los escritos de Luisa en sus Tipografías, un día fue a Corato, creyendo
oportuno darle a la Sierva de Dios una cierta suma de dinero de lo
recogido por la venta de dichos escritos. Pero el Santo de Mesina se
encontró ante un absoluto rechazo porque Luisa insistía diciendo que ‘el
contenido de esos escritos no era obra mía sino de Jesús, porque lo que a
mí no me corresponde nada’”

La jornada de Luisa podría, por lo tanto, definirse como un


entretejido de oración y trabajo. Dos realidades que se alternaban y con
frecuencia coincidían. Por la mañana, a las 6.00 el sacerdote iba a la casa
de Luisa para celebrar la Santa Misa, no antes de haberla bendecido para
liberarla de su estado de rigidez en el que pasaba toda la noche. Después le
seguía un largo momento de agradecimiento y oración personal hasta las
11.00 aproximadamente. Luego empezaba a trabajar, concediéndose una
brevísima pausa para un almuerzo de poquísima comida. Inmediatamente
después volvía al trabajo y de nuevo otra pausa de las 4 a las 5 de la tarde,
cuando todos abandonaban la habitación para permitir que Luisa orara sola.
Luego continuaba trabajando, con frecuencia hasta la medianoche, hasta
que caía en su “estado habitual”.

MONS. SABINO AMEDEO LATTANZIO 11


Sus horas de trabajo las compartía siempre con las jóvenes que iban a
su habitación para aprender el trabajo.

La riqueza de la narración de Benedicta Mangione nos da la


posibilidad de comprender lo importante que era el trabajo para Luisa y
como era un instrumento de educación para las jóvenes que frecuentaban su
casa. Nos cuenta Benedicta su primer encuentro con Luisa en 1919: “Mi
mamá, queriendo dirigirme a una buena maestra del trabajo manual tuvo
que decidir un día a donde ir. Yo, sin vacilar, pretendí que debía ir a donde
Luisa ‘la Santa’, ya todos la llamaban así. Fuimos con mi madre, cuando
me miró fijamente a los ojos preguntando cuantos años tenía, mi madre
respondió: ‘Tiene diez años’. Luisa respondió: ‘Es pequeña para poder
aprender el trabajo de encaje con bolillo’. Yo me disgusté y le hice una
señal a mi madre para que dijera algo más, entonces Luisa dijo:
‘Intentémoslo’. Antes que nada me dijo un reglamento diciéndome: ‘Aquí
se ora y se trabaja, aquí también se hace el trabajo que le asignan a uno, y
antes de terminarlo no regresas a tu casa’. Todo eso no me impresionó, lo
único que me impresionó fue su velada santidad, me dijo que preparara
todo lo necesario y al día siguiente volví y empecé a aprender, y así muy
pronto aprendí y lo había bien. Ella estaba siempre sentada en su cama y
nosotras unas pocas jóvenes estábamos a su alrededor trabajando también
como ella, trabajaba, decía que para comer el pan era necesario trabajar
con el sudor de la frente”.

Mencionando la incidencia de Luisa en la vida social de su ciudad,


Corato, no ha sido suficientemente evidenciado su empeño por la
promoción de la mujer y su voluntad de asegurar a todas las jóvenes un
trabajo y un futuro digno.

Durante las horas de trabajo se oraba meditando sobre todo las Horas
de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo y el Santo Rosario. No faltaban los
momentos de diálogo con las jóvenes. Nos cuenta también Benedicta: “Un
día Luisa me preguntó: ‘¿qué apostolado están haciendo para el bien de
las almas?’ Yo, que hacía parte, como presidente, de la juventud femenina
de la Acción Católica, le dije que estábamos siguiendo la semana de la
Juventud Femenina de la A.C. Luisa me escuchó profundamente, mientras
alzó su brazo diestro señalando con su mano el Crucifijo y me dijo:
‘Hagan todo por Dios, de lo contrario se encontrarán solamente con un
puñado de moscas’”.

MONS. SABINO AMEDEO LATTANZIO 12


Su trabajo era continuo, ni siquiera las frecuentes visitas lo
interrumpían, a excepción de cuando la visitaba algún sacerdote lo que
hacía que Luisa se tomara una breve pausa. Cuenta María Nunzia Leo:
“Parecía que no miraba el trabajo que hacía, solamente movía las manos
mientras oraba y aconsejaba”. Ella trabajó hasta los últimos días de su
vida.

Luisa Piccarreta fue también “promotora vocacional”. Feliz de


haberse donado plenamente al Señor, le había dado todo el Señor, hasta su
salud, para obtener a cambio el “Todo”. De esta elección suya de vida
virginal se hizo promotora, contagiando estos ideales a tantos jóvenes, sea
en la dimensión de la vida consagrada en el mundo, que en la vida religiosa
y sacerdotal. Entre estos recordamos a los hermanos Ferrara, sacerdotes, al
fraile capuchino padre Bernardino Giuseppe Bucci, a las Hijas del Divino
Celo, Sor Vincenzina Caputo, Sor Giuditta Di Gennaro, Sor Giovannina
Capozza. En fin, no podemos dejar de mencionar a Sor Remigia, o Angela
Tarantini como se llamaba en el mundo, sobrina de 2º grado de Luisa. Ella,
a los dieciséis años partió para Messina, y en contra de la voluntad de sus
padres, se hizo Hija del Divino Celo.

Precisamente porque Luisa hizo de Dios su único bien, todas sus


necesidades elementales fueron mínimas. Se alimentaba poquísimo, pero sí,
el único alimento esencial de su vida fue la Eucaristía, sin la cual no podía
vivir, así como ella misma testifica en la carta de imploración dirigida al
Santo Padre Pio XII el 13 de agosto de 1942, para volver a obtener la
facultad de la Celebración Eucarística en su casa, que le fue negada en
1938. Escribía: “Mi único consuelo ha sido y es Jesús Eucaristía”.

Como conclusión, podemos afirmar que la Sierva de Dios Luisa


Piccarreta fue una “laica” que vivió en la ordinaria cotidianidad el espíritu
de las Bienaventuranzas Evangélicas, fundamento de todas las virtudes,
alentando a todos a recorrer el mismo camino de santidad. Creo que la
figura, los ejemplos y la santidad, cuya fama – lo que he enfatizado varias
veces – ya se había difundido estando en vida, junto con su espiritualidad
centrada en la Divina Voluntad, pueden ser de mucho provecho a la Iglesia
y de fermento evangélico para la humanidad entera en camino hacia “cielos
nuevos y tierra nueva” (Ap 21,1).

MONS. SABINO AMEDEO LATTANZIO 13

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