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Mensaje Pastoral 2021

Este documento es una carta pastoral del obispo Fidencio López Plaza a los catequistas de México sobre la catequesis durante la pandemia de Covid-19. El obispo habla de cómo el nuevo ministerio de catequista establecido por el Papa Francisco es un nuevo Pentecostés que dará nueva vida y protagonismo a los catequistas. También hace consideraciones sobre cómo la catequesis debe adaptarse a los desafíos de la pandemia y pospandemia, más allá de sólo completar sacramentos o usar la misma metodología en lí

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Mensaje Pastoral 2021

Este documento es una carta pastoral del obispo Fidencio López Plaza a los catequistas de México sobre la catequesis durante la pandemia de Covid-19. El obispo habla de cómo el nuevo ministerio de catequista establecido por el Papa Francisco es un nuevo Pentecostés que dará nueva vida y protagonismo a los catequistas. También hace consideraciones sobre cómo la catequesis debe adaptarse a los desafíos de la pandemia y pospandemia, más allá de sólo completar sacramentos o usar la misma metodología en lí

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Mensaje pastoral a

catequistas
Catequesis y pandemia

Mons. Fidencio López Plaza


Mensaje a los (las) catequistas de México con
motivo de las diferentes circunstancias
pastorales desafiadas por la pandemia Covid-19.
Tiempo para contemplar, discernir y proponer
nuevos rumbos en la catequesis.

Responsable de la Dimensión Nacional de


la Nueva Evangelización y Catequesis

Querétaro, Qro. 31 de mayo de 2021


1
Querétaro, Qro. 31 de mayo de 2021

Queridos hermanos, con el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, iniciaba


una nueva historia para la Iglesia y para la misma humanidad. El Espíritu de Dios que
revoloteaba sobre las aguas y que daría origen a la creación entera, ahora revoloteaba
sobre el mundo para generar hombres nuevos…, hombres alcanzados y redimidos por la
sangre preciosa de Cristo. El hombre, reducido a polvo por el pecado de los orígenes,
ahora era sujeto de una nueva creación por el soplo del Espíritu Santo en Pentecostés.

Todo renace; Jesucristo hace nuevas todas las cosas (Cfr. Ap. 21, 5; 2 Cor. 5, 17); su
Espíritu venía a confirmar todo lo que Él había dicho y hecho y, con ello, empezaba el
caminar de una Iglesia profética, de una Iglesia sacerdotal y de una Iglesia servidora de la
humanidad.

La Iglesia toda, embellecida por el toque divino, por la gracia, por el sello de amor de
Cristo, de su Padre y del Espíritu Santo, era enviada en el mundo como una barca que
atraviesa hacia la orilla de la salvación llevando consigo hombres dispuestos a remar, a
servir y hasta dar la vida por sus hermanos. Con el Pentecostés, la Iglesia, representada en
los primeros discípulos, salía del miedo y del anonimato para anunciar que la vida que
Cristo ofrece está más allá de la corrupción del sepulcro y de cualquier expectativa que el
tiempo histórico le pueda presentar al hombre.

Con el don del Espíritu, en un Pentecostés como el que hemos celebrado en estos
días, el Pueblo de Dios, renovado en Cristo, se convertía en una vasija llena de tesoros,
llena de las piedras más preciosas a las que llamamos talentos, dones, carismas y
ministerios. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, quedaba constituida en una belleza que
salva…, belleza representada en la variedad de servidores enriquecidos por los dones del
Espíritu.

Queridos hermanos, hoy, con el Motu Proprio “Antiquum Ministerium” del Papa
Francisco, ofrecida el pasado 10 de mayo, se abre un nuevo Pentecostés para la vida de
los catequistas y de las comunidades cristianas. Estos hermanos nuestros que a lo largo
de la historia han ocupado un papel primordial en la transmisión de la fe y del Evangelio,
ahora, por medio de la institución del ministerio del catequista, se convertirán en un
verdadero incienso que se consume para elevarse hasta Dios y que llenará con su aroma
agradable a la Iglesia y a la sociedad, ya que revitalizarán los pies cansados de un
ministerio no siempre valorado ni reconocido; listos para asumir un renovado
protagonismo en las comunidades.

Este nuevo Pentecostés en el que Dios derramará su gracia sobre los catequistas llega
en el momento más indicado. Dios, al ver el sufrimiento de su pueblo sometido al miedo
causado por la pandemia, y que ha replegado las filas de la misma Iglesia, ahora ofrece
2
este don a los catequistas para que, como dijera a Pedro: “y tú, una vez convertido, ve y
fortalece a tus hermanos” (Lc. 22, 32b). Gracias a este don, los catequistas podrán levantar
la mano y convertirse en voz de esperanza, voz de profetas en medio de una sociedad que
necesita de testigos, que necesita de maestros, pero sobre todo que necesita de
hermanos llenos de caridad, hermanos revestidos del espíritu misionero, hermanos
capaces de dialogar ahí donde el mundo ha enmudecido al no tener respuestas a todo lo
que está aconteciendo.

Gracias, Papa Francisco porque con la institución de este ministerio, en medio de un


tiempo de oscuridad, se nos abre un camino de luz que nos indica que, donde abunda el
pecado y la oscuridad, ahí sobreabunda la gracia y la luz (Cfr. Rom. 5, 20).

Por eso, queridos evangelizadores y catequistas, en este tiempo de pandemia y


pospandemia, están llamados a convertirse en antorchas que iluminen el camino; en
antorchas que muestren una ruta que va más allá del dolor histórico que estamos
pasando. La luz que brota de este nuevo Pentecostés en la ministerialidad del catequista
nos empuja a reflexionar y repensar el modo de servir en la Pastoral no desde la
catástrofe de lo que la pandemia nos ha arrebatado, sino desde las oportunidades que se
nos han abierto. Por tal motivo, nuestra actitud de discípulos misioneros es la de convertir
esta etapa oscura de la historia en un verdadero tiempo de gracia, en donde descubramos
que las grandes oportunidades de construir un mundo diferente nos vienen directamente
de Dios, tal como lo es el regalo del Ministerio ahora concedido, pero que también nos
llegan indirectamente por medio de situaciones apremiantes, como lo es el caso de la
pandemia. Es decir, espiritual y pastoralmente nos plantamos ante esta situación, pero
con nuestras vasijas llenas de aceite, con las lámparas encendidas y con la mirada puesta
en el novio quien, aún en medio de la oscuridad de la noche, camina entre las calles del
pueblo para desposarse con la Iglesia y hacer una gran fiesta (Cfr. Mt. 25, 6).

Dicho esto, queridos catequistas, les invito a agudizar la mirada, a seguir llenando sus
lámparas de aceite y a mantener encendida sus lámparas para sostener nuestro servicio
de la transmisión de la fe en el lugar, en la postura y en la orientación adecuadas. Es
tiempo de ceñirse el cíngulo, porque el Pentecostés nos ha hecho ver más allá del
sepulcro y de la oscuridad, y nos hace correr hacia nuestros hermanos para anunciarles
que Cristo hace nuevas todas las cosas.

Es precisamente este alcance de los frutos del Espíritu Santo que abraza y renueva
todo, lo que me da la pauta para compartirles algunos pensamientos pastorales que me
pareciera necesitamos tomar en cuenta para que la praxis catequística no perezca en
esquemas antiguos, ante los desafíos y oportunidades que la pandemia le está
presentando.
3
Contextualización de la catequesis de México ante la pandemia.

La prolongación del estado de contingencia sanitaria provocado por la Pandemia sigue


poniendo en movimiento, en inquietudes y en desafíos a la pastoral de evangelización y
catequesis. Afortunadamente, ha surgido una infinidad de iniciativas y respuestas
pastorales para atender la catequesis, especialmente con la asunción de las tecnologías y
medios de comunicación social. Como bendición, las diócesis han entrado en un ambiente
de comunión y sinodalidad, por lo que ya es común ver cómo comparten sus experiencias
de trabajo con catequistas de otras diócesis. Los mismos catequistas, en su mayoría no
nativos digitales, han empezado a emigrar hacia las plataformas digitales, en su celo
pastoral por seguir atendiendo la evangelización y catequesis.

Sin embargo, se logran percibir algunas actitudes de fondo que, de no entenderse,


provocarán el desperdicio de este tiempo de gracia en el cual la misma pandemia nos ha
dado la oportunidad de replantear los modelos pastorales que se venían manejando en lo
concerniente a la transmisión de la fe. Por poner un ejemplo: Aunque la catequesis ha
entrado formalmente al espacio o continente digital, se percibe que un buen número de
parroquias utiliza estos espacios bajo dos características:

1º Terminar de sacar los Sacramentos que quedaron pendientes.


2º Se da la catequesis con la misma metodología, formas y contenidos de cuando era
presencial.

Esta situación nos lleva a intuir 3 peligros:

1º Prevalencia de una Pastoral Sacramentalista;


2º Añoranza por el ambiente y forma de vida pastoral de antes de la pandemia, por lo
que se esperaría que, pasando la contingencia, se retorne a los mismos modelos
pastorales en la transmisión de la fe;
3º La absolutización de los medios de comunicación en la atención de la transmisión
de la fe, con los desvíos que eso pueda comportar.

Indudablemente, este tiempo de contingencia ha revelado que muchas formas


pastorales de la Iglesia estaban en “jaque” desde hace mucho tiempo, sin embargo, no nos
dábamos cuenta. Tuvo que venir la pandemia para cantarlo. Por eso, nos interesa ver más
allá de las respuestas inmediatas que se puedan estar dando en la catequesis. Deseamos
una revisión esmerada de la situación y de las estrategias que requerimos dar para no
regresar a lo mismo después de la pandemia, ya que eso implicaría el “jaque mate” en la
pastoral.
4
Consideraciones pastorales para la catequesis ante la pandemia y pospandemia.

1. “No mirar al dedo, sino al sol”. La mejor manera de responder catequéticamente a


la pandemia es: ver más allá de lo que pareciera pedir en este momento. No dar
respuestas pastorales con el estilo que se atendía en un tiempo normal y que ahora ya no
existe. Los elementos que tienen que replantearse en la transmisión de la fe, y que la
pandemia nos ha permitido descubrir, darán el enfoque para encauzar la praxis pastoral.
Requerimos ir más allá de lo que aparentemente nos está pidiendo este tiempo. Por lo
mismo, hablando del uso de los medios de comunicación, podremos entender que no lo
son todo en esta renovación de la transmisión de la fe, sólo son instrumentos que pueden
ser generosos si responden a un verdadero cambio de paradigma en la catequesis.
Existen otros elementos esenciales que se deben atender. Es nuestra tarea y obligación
entrar en un período de reflexión profunda para dejarnos tocar por todo aquello que ha
quedado vulnerable en nuestro ejercicio pastoral ante los cambios drásticos de la
pandemia. La vulnerabilidad de muchos de nuestros procesos en la transmisión de la fe
que la pandemia pueda dejar al descubierto, no son necesariamente un indicador de
muerte, sino de oportunidad para renovar. Por eso, les invito a no dejarnos seducir por
dar respuestas inmediatas y urgentes, sino a pensar en propuestas prioritarias y
renovadoras…, siempre viendo más allá de lo que el mundo pueda ver o esperar de forma
rápida.

2. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Retomar el verdadero significado de la


experiencia de vida dentro de la transmisión de la fe. Aunque “la experiencia de vida” se
ha tomado en cuenta dentro de las sesiones de catequesis, ahora requerimos un esfuerzo
para no considerarla como un mero concepto metodológico, sino como realidad
existencial que viven los catequizandos y que se convierte en un elemento hermenéutico
que el catequista debe interpretar para ayudarles a encontrarle sentido y significado a su
vivencia y que, por lo tanto, se encuentren con el mensaje evangélico. Esto requiere
catequistas profetas, visionarios, capaces de interpretar el paso de Dios por la vida y
circunstancias que viven sus discípulos, tal como lo hiciera Elí con Samuel: “cuando vuelvas
a escuchar que alguien te llama, contesta: <habla, Señor, que tu siervo te escucha>” (I
Sam. 3, 9). En definitiva, requerimos una catequesis verdaderamente encarnada en la
historia humana, y que ha entendido el devenir histórico y el mundo como lugar teológico.

3. “Crisma y caricia del que sufre”. Una pastoral que le devuelve la importancia al
primer paso del proceso evangelizador, esto es, el testimonio. La pandemia, antes que
atentar contra la doctrina, la metodología y los libros de catequesis a seguir, está
atentando contra la vida del hombre y contra los recursos de que se tiene que valer para
subsistir, dejándolo en condiciones verdaderamente críticas, especialmente por el
deplorable poder adquisitivo que se tiene, en este caso, en nuestro México. La pandemia
está poniendo ante los ojos de la Iglesia a una infinidad de personas que viven verdaderas
encrucijadas: pérdida de trabajo, sin recursos para atenderse cuando se enferman, dolor
5
por la muerte de seres queridos, confusión ante lo que dicen las noticias y lo que
realmente se vive. Indudablemente, el dolor y la pobreza han aumentado en nuestros
pueblos. Hoy pareciera repetirse aquel cuadro en el que llevaban a Jesús una infinidad de
personas aquejadas por toda clase de males, y a quienes atendía sin dudarlo.

Entendido esto, podemos decir que los estragos de la pandemia son una provocación a
las entrañas de misericordia y de amor fraterno de aquellos que nos llamamos cristianos.
Es el tiempo del testimonio, de la caridad, de la palabra oportuna, de la preocupación por
el otro, de la solidaridad y hasta del sacrificio. Aunque es válido el retorno y consideración
del kerigma en la evangelización y catequesis, hoy, más que nunca, debemos recordar que
al kerigma le antecede el testimonio de la comunidad de creyentes que toca y provoca a
los demás hacia el deseo de saber por qué los cristianos aman y viven de tal o cual
manera.

Desde esta perspectiva, la Iglesia de México, que cuenta con una sorprendente
cantidad de evangelizadores y catequistas, deberá encontrar en ellos la fuerza y condición
necesaria para convertirse en un “hospital de campaña”, en una “Iglesia Samaritana”. Si
bien es necesario organizar grupos de catequistas para prepararlos a dar la catequesis
valiéndose de los medios digitales, es mucho más prioritario organizar a los catequistas
para ser parte de esa Iglesia samaritana. La Iglesia, ciertamente, ha dado testimonio en
muchos lugares apoyando ante la pandemia, pero cuánto más se podría hacer con todos
los catequistas que hay en el país. En definitiva, la pandemia se ha convertido para la
catequesis en un tiempo propicio para ser testigos y suscitar el interés por acercarse a
Dios por medio del que sufre. Lo demás, de la formación, vendrá por añadidura (Cfr.
Misericordiae Vultus 10).

“Te invito a que renueves tu vocación de catequista y pongas toda tu creatividad en “saber estar”
cerca del que sufre, haciendo realidad una “pedagogía de la presencia”, en la que la escucha y
la proximidad no sólo sean un estilo, sino contenido de la catequesis. Y en esta hermosa
vocación artesanal de ser “crisma y caricia del que sufre” no tengas miedo de cuidar la
fragilidad del hermano desde tu propia fragilidad: tu dolor, tu cansancio, tus quiebres; Dios los
transforma en riqueza, ungüento, sacramento… Que María nos conceda valorar el tesoro de
nuestro barro, para poder cantar con ella el Magníficat de nuestra pequeñez junto con la
grandeza de Dios… (Cardenal Jorge Mario Bergoglio, 21 de Agosto de 2003).

4. “Hijo mío, sigue las órdenes de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu


madre” (Proverbios 6 , 20). La verdadera gran catástrofe que se dio en las
comunidades cristianas no fue el cierre de los templos y de los salones de catequesis, sino
el descubrir que hemos absolutizado a la parroquia y a los catequistas como las fuerzas
únicas de evangelización y como el único lugar sagrado. Al iniciarse la contingencia y al
cerrarse dichos espacios, se inició la desesperación de muchos cristianos por sentir que
6
se había perdido todo. Esta reacción nos permite intuir que, desafortunadamente, hemos
dejado de considerar a las familias como verdaderos centros de culto y de transmisión de
la fe.

Ahora es urgente retomar con seriedad la atención a las familias, a los matrimonios. Se
deben buscar procesos de evangelización en los que se les faciliten los recursos para vivir
su sacerdocio y profetismo como cabezas de familia. Requerimos retornar al esquema
pastoral de la Iglesia de los primeros siglos, esto es, la evangelización de los adultos, en
este caso, de los padres de familia. Indudablemente, con la atención esmerada a estos,
podremos escuchar nuevamente las palabras que Cristo hiciera en la conversión de
Zaqueo, también padre de familia: “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc. 19, 9).

La pandemia devuelve a la pastoral la oportunidad de entender y asumir definitivamente a la


familia como Iglesia doméstica. Por lo tanto, ya desde este tiempo de contingencia, y al salir de él,
será necesario repensar la atención y los proyectos de evangelización y catequesis en esa
perspectiva. Pensar y retornar a una catequesis centrada exclusivamente a los niños será nuestro
pecado de insensatez, por lo que con justa razón se nos podría aplicar aquello del Evangelio:
“tienen ojos y no ven” (Cfr. Mc 8, 18).

5. “Haga como el padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y


cosas viejas” (Mt. 13, 52). Tiempo de creatividad pastoral en la catequesis. En un
espacio de tiempo donde se han esfumado los lugares y herramientas habituales de
socialización y transmisión de la fe, los agentes de pastoral deben sacar cosas nuevas de
su repertorio, deben implementar nuevos recursos; es tiempo de experimentar nuevas
oportunidades y de soñar nuevas formas de transmitir la alegría del Evangelio. La
pandemia, más que un tiempo para llorar por lo perdido, es un tiempo para cosechar y
evaluar todo lo que se ha adquirido en la formación y en la experiencia de ser catequistas
y, más aún, de dejar que el Espíritu suscite los nuevos carismas que requerimos en estos
tiempos históricos. Los catequistas no han dejado de sorprendernos en su creatividad en
tiempos normales, indudablemente, en este espacio de contingencia y pospandemia
harán cosas mejores. Pero, para hacerlo, es necesario entender la dinámica del tiempo
para no querer vivir con los mismos esquemas. Hoy, más que nunca, se trata de renovarse
o morir.

6. “No sólo de pan vive el hombre”. En el tiempo de desierto y de soledad, en medio de


carencias y peligros, Jesús afirma contundentemente: “no sólo de pan vive el hombre, sino
de toda Palabra que procede de Dios” (Mt. 4, 4). La pandemia ha ido dejando a su paso
soledad, hambre y peligros, mucho de lo cual necesitamos atender solidariamente, tal
como se mencionó en el punto 3. Sin embargo, mucha de la sed y hambre provocada en el
desierto de la contingencia no se sacia solamente con comida, bebida y cosas materiales.
7
Hoy, más que nunca, la Palabra de Dios reclama su lugar en el corazón, en el oído y en
el alma del hombre. La Palabra, viva y eficaz, tiene el poder de revivir e inspirar aquello que
pueda estar debilitado en el hombre, tal como: la esperanza, la fe, el sentido de
trascendencia, la confianza en un futuro prometedor, etc. Si bien, las fórmulas doctrinales
han ayudado al cristiano a mantenerse en unidad con la Iglesia, en estos momentos en
que los ánimos flaquean y los ojos se nublan por el llanto y la incertidumbre, las frases
doctrinales no lo serán todo. Es tiempo de dejar a Dios que hable directamente a través
de la Palabra escrita. Es tiempo de confiar desde la catequesis en que Dios está vivo y que
habla desde las Escrituras. Se requiere devolverle a la Palabra de Dios su centralidad en
toda praxis y estructura pastoral. La Palabra de Dios es en este momento el maná que cae
del cielo para alimentar a sus hijos que atraviesan las inclemencias del desierto.

7. Cuando Cristo Resucitado se aparece a sus discípulos, Tomás no estaba con


ellos. Las Sagradas Escrituras nos relatan un momento complicado en la vida del Santo
Apóstol Tomás, quien atravesara por la crisis de no estar a la par de sus hermanos en el
encontrarse con el Resucitado y en el renovar su fe a primera hora… La causa: estaba
fuera de la comunidad en el momento preciso (Cfr. Jn. 20, 24). Me pareciera que esa es
una de las situaciones que hemos vivido en la Iglesia y en la sociedad. Esto es: el problema
no es que la pandemia haya llegado en un momento delimitado a nuestras vidas…, el
problema es que nos agarró no haciendo verdadera comunidad. La pandemia puso en
evidencia que el hecho de ser Iglesia o sociedad no crea automáticamente los vínculos
necesarios para vivir en comunión, sinodalidad, fraternidad y corresponsabilidad de los
unos con los otros. Ante las emergencias pastorales y de caridad que requerían atención
en estos períodos críticos, de repente descubrimos que no teníamos la suficiente fuerza
para responder…, simplemente porque no todos estábamos haciendo comunidad. Esa es
una de las grandes verdades que nos ha mostrado la pandemia. Nos ha golpeado más de
lo debido porque no estábamos plenamente unidos.

En conclusión, queridos catequistas, si queremos ser testigos en primer grado,


capaces de responder en su debido momento a lo que estos tiempos nos plantean,
necesitamos hacer verdadera comunidad, despertando con ello el sentido de pertenencia,
corresponsabilidad y sinodalidad. La espiritualidad de comunión y sinodalidad hoy tocan
las fibras más profundas del ser y quehacer de la Iglesia y la Sociedad, gracias a lo que la
pandemia nos ha mostrado. Hemos aprendido que la mejor forma de afrontar los retos
emergentes que la vida nos plantea es, precisamente, viviendo unidos, y no de manera
individual. Queridos catequistas, la comunión y Sinodalidad son el gran reto a reconstruir
en estos tiempos de pandemia y pospandemia. ¡Es tiempo de soñar y visualizar nuevos
horizontes para la catequesis. En "la alegría y belleza de caminar juntos" nos esperan
grandes cosas, avancemos juntos!

¡Gracias por ser una bendición y luz para estos tiempos!

Mons. Fidencio López Plaza

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