CAPÍTULO IV: SAN AGUSTÍN II- EL CONOCIMIENTO
Esteban Erazo
Laura Avril Muñoz
1. El conocimiento de la verdad no se busca solo con fines académicos, sino porque
aporta la verdadera felicidad. El hombre siente su insuficiencia y necesita de algo
más grande que le traiga paz y felicidad, ante esto, el conocimiento de ese objeto es
una condición esencial para conseguirlo.
La felicidad se encuentra persiguiendo la verdad, no se trata de su obtención, de
esta forma, no es sabio quien no tiene el conocimiento de la verdad.
“Nadie es feliz si no posee lo que ansía poseer, de modo que el hombre que busca
la verdad pero aún no la ha encontrado no puede llamarse verdaderamente feliz”→
De Beata Vita. Agustín buscó la verdad porque sintió su necesidad y considerando
su desarrollo a la luz de lo logrado, lo interpretó como una búsqueda de Cristo y la
sabiduría cristiana, como la atracción de la belleza divina.
La concepción de Agustín no es puramente subjetiva, pues su introspección
psicológica le capacitó para exponer el dinamismo del alma humana, sus preguntas
se basan en la certeza, diciendo: “¿cómo podemos conseguir certeza?” y cómo es
posible que la mente humana alcanza cierto conocimiento de verdades que rigen la
mente y por ende, la trascienden y cómo puede reconocer las verdades como
eternas y necesarias? Platón explica esto desde la teoría de la reminiscencia (que
Agustín no acoge), la respuesta de esta incógnita se funda como la prueba de la
existencia de dios y su acción. “El conocimiento de verdades eternas podía llevar el
alma, reflexionando sobre ello, al conocimiento de dios y su actividad”.
2. La sabiduría pertenece a la felicidad y que el conocimiento de la verdad
pertenece a la sabiduría, pero los escépticos están ciertos de algunas verdades,
como el principio de no contradicción, por ejemplo.
La apariencia y la verdad no se corresponden siempre, pero está seguro de su
impresión subjetiva→ los sentidos, no se les puede exigir más de lo que pueden dar,
los sentidos nunca mienten o engañan, pero podemos engañarnos al juzgar que las
cosas existen tal como se nos aparecen.
3. Estamos ciertos de la existencia de algún objeto real, o hemos de limitarnos al
conocimiento de principios abstractos o de verdades matemáticas, Agustín dice que
el hombre está al menos cierto de su existencia, pues al dudar de la existencia de
otras cosas, si algo es seguro es que sabe que existe, pues de no existir no podría
dudar. Al mismo tiempo, tampoco se puede decir que alguien se puede engañar al
pensar que existe, pues sin existir, nada te engaña. Está claro para el hombre que él
existe, pero esto se da porque está vivo, y ello está claro porque comprende el
hecho de la existencia y de su vida. Entonces tiene certeza de que entiende, existe
y vive.
Agustín proclama la certeza de lo que conocemos por la experiencia interior, la
autoconciencia, era consciente de que podíamos engañarnos en nuestros juicios
referentes a los objetos de los sentidos (relatividad de las impresiones sensibles),
sin embargo, los objetos corpóreos (manifestaciones de dios) eran un punto de
partida en la ascención de la mente hacia dios, aunque los sentidos causan muchos
problemas, de ellos depende gran parte de nuestro conocimiento. Agustín cuestiona
la verdad de lo aprendido por los sentidos, por ello, no constituye justificación válida
para el escepticismo completo el hecho de haber sido engañado por los sentidos.
Creer en los sentidos no es igual al conocimiento interior directo y la creencia en
ellos, no implica una razón adecuada.
El conocimiento de Agustín es platónico porque aunque no duda de la existencia de
las cosas corporales, estas siguen siendo engañosas, no se constituyen como el
objeto propio del conocimiento.
4. La sensación es un acto del alma que utiliza los órganos de los sentidos como
instrumentos suyos, el alma anima todo el cuerpo, pero cuando intensifica su
actividad en una parte determinada, se genera la sensación. Cualquier deficiencia
en este conocimiento procede del instrumento de la sensación, el órgano y el objeto
de la sensación.
La verdad eterna se tiene por el alma, pero no se puede alcanzar el verdadero
conocimiento a través del mundo (cosas mutables).
Lo mutable es necesario para el mundo práctico, no se descuida lo inmutable por lo
mutable, pues es correlativo al alma humana en cuanto al conocimiento.
El conocimiento humano es superior al del bruto que no puede usar la razón,el
hombre puede realizar juicios racionales sobre cosas corpóreas y percibirlas como
aproximaciones a sus modelos eternos, es racional juzgar las cosas corpóreas
según consideraciones incorpóreas y eternas, que de no estar encima de la mente
humana, no serían inmutables.
El nivel más alto del conocimiento es la contemplación de las cosas eternas
(sabiduría), por la sola mente,sin la sensación, entre estos niveles hay una parte en
que la mente juzga los objetos corpóreos según lo eterno y la incorporeidad; ese
uso se dirige a la acción, en tanto que la sabiduría es contemplativa.
Para san Agustín el objetivo está en el logro no de un bien impersonal, sino de un
Dios personal→ el interés primero es el logro del fin sobrenatural del hombre, la
beatitud, en la posesión y visión de dios y la primacía del amor.
5. Hay objetos de conocimiento que están por encima de la mente humana, pues
son meramente descubiertas por esta, pues la mente asiente ante ellas sin juzgar
que deberían ser de otra manera. Existen modelos objetivos a partir de los cuales se
generan los juicios subjetivos. Los objetos son mutables e imperfectos y perecen,
pero los modelos no sufren de esta condición.
¿De qué lugar salen las ideas? Las ideas no son subjetivas sino esencias objetivas,
el lugar se refiere a la situación ontológica. Los neoplatónicos, al ver la dificultad de
la aceptación de éstas esencias inmateriales, interpretaron las ideas platónicas
como ideas de dios y la situaron en la mente divina. Agustín adoptó está posición,
pero no aceptó la teoría neoplatónica de la emanación. Las ideas ejemplares y las
verdades eternas están en Dios. «Las ideas son ciertas formas arquetípicas, o
esencias estables e inmutables de las cosas, que no han sido a su vez formadas,
sino que, existiendo eternamente y sin cambios, están contenidas en la inteligencia
divina.»
6. Inmediatamente se presenta una dificultad. Si la mente humana contempla las
ideas ejemplares y las verdades eternas, y si esas ideas y verdades están en la
mente de Dios, ¿no se sigue como consecuencia que la mente humana contempla
la esencia de Dios, puesto que la mente divina, con todo lo que contiene, es
ontológicamente idéntica a la esencia divina? la mente no ve la esencia divina como
es en sí misma (la visión sobrenatural de los bienaventurados), sino la esencia
divina en tanto que participa de la creación, por ejemplo.
Esta no es una interpretación correcta de la posición de Agustín, por ende, hay que
dar una posición secundaria a los textos ontologistas. Él era consciente de que el
hombre puede percibir las verdades eternas y no ser bueno, aquel hombre puede no
ver las verdades en su fundamento último, pero ve las verdades.
Agustín concebía que el alma debía ser purificada para aproximarse a Dios, por ello,
es más acertado decir que Dios ilumina la mente humana para que contemple la
inmutabilidad y necesidad de ideas eternas.
Agustín asegura la existencia de Dios probado en la aprehensión de verdades
eternas, argumentando que esas necesitan de un fundamento inmutable y eterno,
esto da la posibilidad de que la mente perciba las verdades sin percibir a Dios
mientras duda o niega su existencia.
El hecho de la percepción de las verdades no sería una base suficiente, bajo este
postulado, para convencer a un ateo de la existencia de Dios.
7. No podemos percibir la verdad inmutable de las cosas a menos que éstas estén
iluminadas como por un sol. Esa luz divina, que ilumina la mente, procede de Dios,
que es la «luz inteligible», en la cual, y por la cual, y a través de la cual, se hacen
luminosas todas aquellas cosas que son luminosas para el intelecto.
Agustín hace una comparación neoplatónica del bien con el sol. La mente es tal que
cuando se dirige a objetos inteligibles a la luz de la creación, las ve a una luz
incorpórea, que permite ver al ojo corporal objetos presentes a la luz corpórea. Se
trata de una iluminación espiritual que ilumina la mente como el sol ilumina los
objetos de la vista. La mente no ve la iluminación, sino las verdades e ideas eternas
en la mente por la actividad de Dios.
La mente es mutable y las verdades son inmutables, para llegar a la verdad, la
mente debe ser iluminada, pues ninguna mente es iluminada por sí misma, sino que
debe participar de la verdad eterna, ante esto Dios hizo el alma racional para que
pueda participar de su luz, y no sólo las cosas pueden exhibirse por la verdad, sino
la verdad misma, cuando esa luz ilumina las verdades y hace visibles a la mutable y
temporal mente humana sus características de inmutabilidad y eternidad.
La luz no es el intelecto o actividad de Dios, la iluminación se fundamenta en la
deficiencia humana, se rechaza la idea de un entendimiento ontológicamente
separado donde Dios infunde ideas en la mente humana pasiva.
La mente conoce a través de los asentimientos que se hacen de las cosas
corpóreas y discierne si son sensibles o inteligibles para concretar un concepto, esto
es abstracción. Cuando juzga un objeto corpóreo según una regla inmutable, lo
hace a través de verdades eternas que no son visibles a la mente per se, entonces
la iluminación acerca lo más posible el objeto al modelo sin tocar el contenido del
modelo (reminiscencia platónica), o referirse al génesis de las nociones. La
iluminación cumple la función de darnos discernimiento para realizar juicios de las
cosas ubicadas en la autoconciencia y en los objetos materiales, su teleología se
basa en la calidad del juicio y no en el contenido. De esta forma, la diferencia entre
Santo Tomás y Agustín, es la necesidad del postulado de la acción iluminadora de
Dios para la realización de ideas eternas y necesarias.
Es la iluminación lo que explica su prueba (de San Agustín) de la existencia de Dios,
pues es algo inteligible ontológicamente, por ende, lo que la mente percibe
directamente no necesita prueba.
¿Cómo alcanzamos un conocimiento de verdades que son necesarias, inmutables y
eternas? Llegamos al conocimiento por la experiencia, no simplemente a partir de la
experiencia sensible, ya que los objetos corpóreos son contingentes, cambiantes y
temporales. Ni podemos tampoco producir aquellas verdades como una proyección
de nuestras mentes, puesto que éstas son también contingentes y mutables.
Además, tales verdades dirigen y dominan nuestras mentes, se imponen a éstas, y
no harían tal cosa si dependieran de nosotros.
Se sigue, pues, que lo que nos permite percibir tales verdades es la acción de Dios,
iluminando nuestras mentes.
La interpretación de San Agustín se inclina por decir que el contenido de nuestros
conceptos de los objetos corpóreos se deriva de la experiencia sensible, la
influencia de las ideas divinas, faculta al hombre para que vea la relación de las
cosas creadas a verdades eternas, aquellas que no son visibles sin que la luz de
Dios capacite la mente para discernir los elementos de necesidad, inmutabilidad y
eternidad en la relación entre conceptos expresada en el juicio necesario.