El crimen del
ascensor
Caracas, 30 de julio de 1965 – 6:00 a.m.
La pertinaz lluvia que había estado cayendo desde la noche anterior invitaba a quedarse en
la cama, Luis Olivier, socio de una empresa constructora lo pensó varias veces antes de
levantarse; pero era viernes, fin de mes y para colmo llovía: tres ingredientes nocivos en
una ciudad como Caracas, consciente del tráfico que lo esperaba dio un salto y se fue hasta
el baño mientras su esposa salía a preparar el desayuno. Veinte minutos después estaba en
la cocina-comedor desayunando con su suegra Amanda de Herrera.
Los Olivier-Herrera vivían en el primer piso del edificio Julio César en Colinas de Bello
Monte, una urbanización clase media en el corazón de la ciudad habitada por profesionales
jóvenes e inmigrantes europeos.
A esa misma hora el técnico en refrigeración Laureano Gómez salía al balcón de su
apartamento en el 4to piso del vecino edificio San Martín, desde allí oteaba la serpenteante
figura del río Guaire mientras se peinaba para salir a trabajar. Vio a una guapa mujer que se
paraba en la puerta del edificio Riverside como esperando a alguien, la miro unos segundos
y se dispuso a entrar.
Maracay, 29 de julio de 1965 – 4:00 p.m.
Belkis Borges, una linda morena de 19 años, estudiante de Trabajo Social en la Universidad
Central de Venezuela y residente en la casa número 66 de la avenida Miranda, corría a
tomar el autobús hacia Caracas. Hubiera querido salir más temprano pero su mamá estaba
enferma y debió esperar a que llegara uno de sus hermanos para quedarse con ella.
Planeaba dormir esa noche en casa de su amiga Decia, quería ayudarla con los niños pues
sabía que debía presentar unos exámenes el viernes y seguramente estaría sola. Belkis
sentía que le debía mucho a su amiga pues esta la había apoyado cuando supo de sus
dificultades económicas para continuar los estudios. Ya en el autobús hacia la capital,
Belkis recordó los muchos favores que le debía a aquella dulce paisana suya; entre ellos el
permitirle vivir en su casa de Bello Monte en la temporada de estudios para que así no
tuviera que pagar habitación.
Caracas, 29 de julio de 1965 – 6:00 p.m.
El timbre del apartamento 21 ubicado en el primer piso del edificio Riverside sonó varias
veces, Decia Morelia de Rivero, estudiante del 4to año de economía corrió a atender y al
abrir vio a su madre en el quicio de la puerta, la había llamado unas horas antes para pedirle
que se quedara esa noche con ella; pues al siguiente día sería examinada en finanzas
públicas y no tenía quien le cuidara los niños.
– Madre, gracias por venir. Necesito prepararme bien para mañana. Pasa estoy estudiando,
Roberto salió hace rato con el niño.
– Acabo de verlos abajo, Robertico está jugando en el pasillo con su bicicleta.
Al rato el capitán de la aviación Roberto Rivero Pérez subió al apartamento y se puso a
conversar con Decia y su madre quien respiraba tranquila pues esa noche su hija y el militar
parecían estar de buenas y no tuvo que presenciar las desagradables peleas que se habían
vuelto costumbre en la pareja.
El timbre sonó nuevamente, era Belkis que llegaba de Maracay, la chica que no sabía que
ya Decia tenía quien le cuidara los niños igual decidió quedarse; junto con la señora
Josefina se encargó de los quehaceres para que su amiga pudiera concentrase en estudiar. El
capitán Rivero no salió esa noche, cerca de las diez Decia charló por teléfono con algunos
de sus compañeros y al rato todos se acostaron, Belkis y la señora Josefina durmieron con
los dos niños del matrimonio.
Caracas, 30 de julio de 1965 – 5:45 a.m.
Doña Josefina tenía rato levantada cuando sonó el despertador, fue hasta la habitación de
su hija para llamarla e inmediatamente que tocó la puerta recibió un somnoliento –si
mamá-.
Al poco rato vio a Decia con un vestido en jersey a rayas azules y blancas pues la
muchacha guardaba un medio luto por la muerte de su primo el general Castro León; en la
mano llevaba un tetero para la niña. La madre al ver que la lluvia había arreciado le
preguntó:
– ¿Cómo te vas a ir Decia? Me parece que llueve
– Tranquila mamá, Roberto me va a llevar, dame la bendición
Desde la habitación donde estaban, Belkis y doña Josefina sintieron a la pareja salir al
pasillo. A esa misma hora en el apartamento vecino – el número 20- el estudiante de leyes
José Contreras aún dormitaba con su esposa Esperanza, el día realmente estaba como para
quedarse un rato más pegado a las cobijas.
Gilberto Briceño, vendedor de la compañía Dupont y ocupante del número 19 no pensaba
lo mismo, sabía bien que en su oficio cada minuto era oro así que se levantó y se metió en
el baño para asearse. Tomó el cepillo dental y lo untó de crema mientras examinaba su
rostro en el espejo.
Cuando Decia y su esposo llegaron a planta baja la lluvia había arreciado, el capitán con un
gesto de fastidio se devolvió al apartamento para buscar su impermeable, la muchacha
avanzó hasta la puerta del Riverside a esperarlo; en ese momento vio en uno de los balcones
del edificio San Martín a un señor que se peinaba mientras miraba la calle.
Al llegar arriba, el capitán Rivero Pérez se topó con su vecina Evangelina Quintero,
intercambiaron rápidos saludos mientras la mujer abordaba el ascensor, una vez abajo la
mujer vio a Decia parada en la puerta del edificio, repitió el automático buenos días y
siguió su camino.
El capitán llegó a su casa pero no tuvo necesidad de entrar pues el impermeable colgaba al
lado de la puerta, así que lo tomó, cerró y se fue a esperar el ascensor. Belkis y doña
Josefina lo sintieron.
Eran exactamente las 6:20 de la mañana cuando el militar estaba de nuevo en planta baja
del edificio.
A las 6:20 Luis Olivier sorbía su café mientras bromeaba con su suegra, afuera seguía
lloviendo con fuerza, de pronto oyeron 3 estruendosos disparos. La reacción primaria del
hombre fue la de asomarse a ver qué pasaba, al llegar a la ventana sonaron dos tiros más.
Instintivamente se agachó pues había sentido los disparos demasiado cerca. Algo grave
había pasado así que la señora Amanda corrió al apartamento de al lado y con enérgicos
golpes a la puerta despertó a su vecino Homero Quintero funcionario de la Policía Técnica
Judicial, éste sin perder tiempo bajó a investigar, salto el muro que dividía el edificio Julio
César del Riverside y pronto estuvo en la escena.
Laureano Gómez quien aún se peinaba distraídamente, escuchó tres detonaciones. Volvió
corriendo al balcón y vio que la misma mujer que unos segundos antes esperaba en la
puerta del edificio Riversideestaba tirada en el suelo. Después vio salir del pasillo al capitán
Rivero quien hizo dos disparos al aire mientras gesticulaba y gritaba algo que él no podía
escuchar.
Gilberto Briceño dejó el cepillo en el lavabo y desde la ventanilla del baño pudo ver los
pies de una mujer, en ese momento vio salir al capitán, que gritaba y disparaba contra algún
objetivo incierto.
A José Contreras y su esposa los despertaron los tres primeros estruendos y lo gritos de
“atracadores, atracadores”. Sin saber exactamente qué había pasado, José se puso lo
primero que encontró y se llegó hasta la planta baja.
Doña Josefina Carabaño y Belkis Borges oyeron todo el escándalo, la matrona daba a su
nieta el tetero que su hija le había dejado antes de salir, no podía imaginar que en ese
momento Decia yacía mortalmente herida en la puerta del edificio.
Maracay, 27 de junio de 1959
Desde las ordenadas filas de asientos de la iglesia de Boca del Río, Doña Josefina
Carabaño, viuda de Paradisi contemplaba a su hija que avanzaba por el pasillo al compás de
la marcha nupcial. En el altar la esperaba un apuesto oficial de la aviación.
Con lágrimas y sentimientos encontrados la señora recordó el día en que su hija le presentó
a aquel hombre, llegó radiante a la casa y con ese brillo especial que anida en la mirada de
los enamorados. En aquel momento no supo que decirle; como madre sentía natural
desconfianza pero lo importante para ella era que su pequeña estaba feliz y bendijo su
noviazgo.
Para Decia Morelia, aquel era un momento culminante pues iba al encuentro del hombre
que adoraba para unirse en santa alianza, sabía bien lo que dejaba atrás; pero no le
importaba, su principal motivación era Roberto Rivero Pérez y lo único que deseaba era
estar a su lado.
Decia era una chica brillante, con apenas 16 años obtuvo el título de maestra normalista y
de inmediato pasó a dar clases en la escuela República de México, al poco tiempo se
encargó de la cátedra de biología en el Agustín Codazzi y a los 17 ocupaba el cargo de
directora en el colegio Cecilio Acosta Revette de Maracay, de seguir la senda académica de
seguro obtendría una satisfactoria cosecha con el pasar de los años; pero en lugar de eso, la
muchacha prefirió casarse.
La historia de los Paradisi en Venezuela comienza con la llegada de un ingeniero italiano a
finales del siglo XIX, su primogénito al que llamó Aníbal llego a ser gobernador del estado
Aragua y su segundo hijo, Horacio – padre de Decia- se recibió de ingeniero en Europa, al
regresar a nuestro país conoce y se enamora de Josefina Carabaño en la población de Villa
de Cura, con ella procrea tres hijos Decia, María Cristina y Horacio quien como su hermana
escogió la carrera de economía y al graduarse entró a trabajar con su tío González
Gorrondona.
Pese a que su familia se vinculaba con apellidos reconocidos en los medios empresariales,
políticos y castrenses, la muchacha no quiso que su boda se llevara a cabo en la catedral de
Maracay, prefirió aquel modesto templo. Cuando terminó la ceremonia los asistentes se
fueron a celebrar el enlace en casa de la señora Renata Paradisi, tía de la contrayente.
Caracas, 30 de julio de 1965 – 6:23 a.m.
Una vez que estuvo en el pasillo del Riverside, Homero Quintero se identificó como
funcionario policial y solicitó al capitán Rivero que le entregara el arma, cosa que hizo de
inmediato. En ese momento llegaban José Contreras y Gilberto Briceño, la muchacha se
desangraba en el piso por lo que el policía le pidió al militar que le diera las llaves del carro
para trasladarla, éste que tenía las manos manchadas de sangre se las paso y mientras
Quintero ponía el carro en marcha, Briceño y Contreras se servían del impermeable de
Rivero Pérez para levantar a Decia. Una vez que colocaron el desvanecido cuerpo en el
asiento trasero del vehículo enfilaron hasta el hospital de la cercana ciudad universitaria. De
manera extraña, el oficial de la aviación en lugar de ir en el carro con su esposa se devolvió
a su casa pues quería cambiarse de ropa. Quintero iba al volante y Briceño sostenía el
cuerpo de la agónica estudiante. En el hospital fueron recibidos por la enfermera jefe
Carmen de Medina quien junto a un grupo de camilleros trasladaron a Decia hasta la sala de
emergencias. Lamentablemente ya era muy tarde, la muchacha solo llegó allí para que los
médicos de guardia José Ramón Guzmán y Santiago Croce certificaran su deceso. La
infortunada recibió dos impactos uno de ellos ingresó por la nuca y salió por el maxilar
inferior y el otro – el que le causó la muerte- había entrado por la espalda, le destrozó la
aorta y se alojó en el esternón.
Maracay a comienzos de los años 60
Poco tiempo después de casarse Decia y Roberto tuvieron a su primer hijo, todos los que
los conocían les auguraban mucha felicidad pues formaban una bonita y exitosa pareja. El
militar era muy apreciado por sus superiores y pronto la pareja decidió mudarse a Caracas.
Roberto Rivero Pérez formó parte de las cuadrillas que fueron a bombardear campamentos
guerrilleros en las montañas de Lara y Falcón, asimismo participó en la represión de los
levantamientos militares de Carúpano y Puerto Cabello, en medios castrenses se decía con
insistencia que el capitán tenía mucha afinidad con el partido de gobierno, lo cierto es que
en una época tan convulsionada como aquella Rivero Pérez siempre estuvo del lado del
régimen gobernante.
Su fidelidad era premiada con constantes viajes a ciudades de los Estados Unidos,
especialmente Miami.
Decia por su parte, luego del primer parto manifestó a Roberto su deseo de continuar
estudiando, el esposo entusiasmado la alentó a que lo hiciera e incluso la acompañó a la
UCV el día de la inscripción. Ella, aparte de su natural inclinación al aprendizaje quería
hacerlo para ayudar a su madre.
El capitán Rivero compartía sus labores operativas y de comando con tareas administrativas
bajo las órdenes del general Francisco Miliani, Comandante General de la Aviación. En
aquellas oficinas conoció a Olga Guerrero, secretaria del general. Una rubia con 27 años
cumplidos y de una belleza impresionante. Olga pronto se convertiría en la manzana de la
discordia pues la atención de Rivero Pérez pasó de su linda esposa a la secretaria de su jefe.
Caracas, 30 de julio de 1965 – 7:00 a.m.
Una vez conocida la muerte de Decia Morelia, el general Miliani se puso en contacto con el
ministro de Justicia Ramón Escovar Salom. Convulsionadas como estaban las cosas en el
plano político era necesario investigar a fondo qué era lo que había pasado. La muchacha
aparte de estar casada con un oficial conocido por su participación en la lucha
antisubversiva tenía relaciones filiales con personas prominentes. Se dio la orden de
coordinar acciones entre los mejores detectives de la Policía Técnica Judicial y el Servicio
de Información de las Fuerzas Armadas (SIFA)
Aún llovía a cantaros cuando la primera comisión policial llegó a la escena del crimen, el
caso se encargó de manera directa al subdirector de la PTJ Dr. Carlos Olivares Bosques
quien decidió trabajar en conjunto con el comisario Carlos Alberto Villavicencio, Jefe del
Buró contra Homicidios, lo primero que había que hacer era pesquisar el sitio, tomar
declaraciones a los principales testigos y hacer la planimetría.
Luego de dejar a los técnicos trabajando la escena, el comisario Carlos Alberto
Villavicencio decidió llegarse hasta el hospital clínico universitario para tratar de ubicar a
Rivero Pérez. En el centro asistencial se enteró de que el militar luego de cambiarse había
llegado hasta allí en un estado de conmoción nerviosa y había hablado con algunas
enfermeras y en especial con el padre Ernesto Scanagatta, capellán del hospital. Como ya el
capitán se había retirado, el policía decidió hacer algunas entrevistas en el sitio. El principal
testigo del hecho era el esposo de la víctima pero no se podía contar con él hasta que no
culminaran los actos fúnebres. El subdirector Carlos Olivares Bosques por su parte
procedió a citar a todas las personas que de manera indirecta se vieron involucradas en el
hecho.
Caracas, 31 de julio de 1965 – 10:00 a.m.
Carlos Olivares Bosques y Carlos Alberto Villavicencio discutían las incidencias del caso
mientras tomaban café, ambos estaban preocupados por ciertos datos que habían recabado
el día anterior, esa mañana esperaban al capitán Rivero Pérez para que rindiera declaración
como agraviado. El cuerpo de Decia Morelia luego de ser honrado unas horas en casa de
una tía en Caracas fue llevado a Maracay para la velación y los rezos, la chica fue
inhumada en el cementerio de aquella ciudad central.
Cuando llegó el capitán Rivero Pérez ya todo estaba listo para tomar su declaración, en
vista de que era el testigo principal y algunas cosas no estaban encajando, los jefes
policiales incorporaron a un experto en investigación de homicidios, el comisario Guevara
Rosario.
Según la versión dada por el capitán, cuando bajó con el impermeable encontró que dos
sujetos armados apuntaban a su esposa en el pasillo de salida del edificio, él intentó
desenfundar y uno de los hombres lo apuntó de cerca al tiempo que le decía
– Somos del SIFA (Servicio de información de las Fuerzas Armadas), solo nos interesa su
arma, entréguela.
La joven presa de pánico intentó huir y los asaltantes le dispararon tres veces, dos de los
proyectiles la impactaron y el tercero rompió el vidrio de la puerta. El capitán al ver herida
a su esposa salió en persecución de los hampones y lanzó 2 disparos al aire.
Los policías se miraron unos a otros y luego de que el aviador contara el resto de las
incidencias comenzó una andanada de preguntas. Con los datos aportados se elaboraron dos
retratos hablados de los asaltantes y al término de la entrevista el comisario Guevara buscó
a los técnicos que hicieron la inspección ocular y se encaminó a Colinas de Bello Monte;
había muchas cosas que verificar de la narración hecha por el capitán.
En agosto de 1965 las páginas rojas de los diarios caraqueños rebosaban de información:
atracos, suicidios, robos con fractura, estafas y secuestros eran parte del menú, sin embargo
un solo caso acaparaba la atención; el asesinato de Decia Morelia Paradisi, la prensa lo
bautizó como El Crimen de Bello Monte. Y es que este suceso tenía todos los ingredientes
de un teledrama pues aunque en las primeras horas, familiares, amigos y compañeros de la
víctima coincidían en afirmar que la pareja Rivero-Paradisi era ejemplo de amor y de
concordia pronto se escucharon voces disidentes. Los Rivero se alinearon en defensa del
militar y los Paradisi comenzaron a revelar detalles que lo convertían de agraviado en
principal sospechoso.
Por ejemplo se supo que desde hacía un tiempo la pareja tenía constantes discusiones a
causa de Olga Guerrero, la secretaria del general Miliani. Decia Morelia en distintas
ocasiones había afirmado a su madre y a sus tíos que su esposo sostenía relaciones afectivas
con Olga y en su poder tenía cartas y algunos documentos. El 30 de julio de 1963 el capitán
introdujo una demanda de divorcio y unos papeles en el Consejo Venezolano del Niño para
lograr la custodia de su hijo, casi dos años después, el 19 de mayo de 1965 y estando
embarazada Decia acudió junto a Miguel Ángel Pardi -un compañero de clases- al bufete de
abogados del Dr. Efraín La Roche Abreu para averiguar sobre los trámites de divorcio,
como la chica no regresó más, La Roche Abreu dedujo que había solucionado su problema
marital. Ocho días antes de su muerte, Decia envió una carta a su tío Oswaldo Carabaño,
donde afirmaba que su vida estaba en peligro junto a la misiva le envió un neceser en el que
habían dos fotografías de Olga Guerrero. El señor Oswaldo entregó este material al
inspector Torres Agudo Jefe de la delegación de la PTJ en Maracay quien por órdenes
superiores lo llevo personalmente en custodia hasta la sede central en Caracas.
Entre los papeles encontrados en la ropa de la muchacha el día que la mataron, estaban el
pasaporte de Olga Guerrero y el de su esposo, éste había hecho gestiones ante la embajada
de Estados Unidos para que se le otorgara la visa a su presunta amante. Olga saldría para
aquel país el primero de agosto y el capitán Rivero viajaría el día 3 para encontrarse con
ella.
Entre las cosas que habían llamado la atención de los detectives estaba el hecho de que el
militar solo disparó dos veces contra los supuestos atacantes en lugar de descargar la
dotación de su arma luego de ver a su esposa mortalmente herida, se miraba también con
extrañeza que en lugar de acompañar a su esposa al hospital prefirió subir primero a
cambiarse de ropa. Ninguno de los testigos del hecho recordó ver a nadie en huida luego de
los disparos, solo a la mujer tirada en el piso y a su esposo gesticulando y gritando.
Los datos de planimetría contradecían la versión dada por Rivero Pérez de que su esposa
echó a correr y los asaltantes dispararon contra ella, en realidad de los dos tiros que la
alcanzaron uno fue hecho en ángulo diagonal desde un metro de distancia y el otro fue
hecho a quemarropa.
Y finalmente cuando el comisario Carlos Alberto Villavicencio conversó con el padre
Ernesto Scanagatta, capellán del hospital éste le dijo que al momento de ir a consolar al
oficial por la muerte de su esposa, el hombre muy conmovido le habría dicho lo siguiente:
“Padre, yo le di los tiros, no sé cómo fue…” Esta versión después fue desmentida por el
sacerdote al ser abordado por la prensa. Como su declaración al comisario no había tenido
carácter oficial no pudo ser usada nunca como elemento de convicción.
Aunque las balas que impactaron a Decia eran de calibre 38 y el arma del capitán Rivero
Pérez era una 9 mm la PTJ logró establecer que en uno de sus viajes a Miami, el oficial
había comprado tres revólveres Smith & Wesson .38 todos de cañón corto. Regaló dos y
dejó uno para él. Este tercer revolver jamás fue encontrado, el capitán alegó que se la
habían hurtado pero no supo precisar ni cómo ni cuándo.
El 25 de agosto luego de un intenso interrogatorio el capitán fue formalmente acusado por
los detectives, como se trataba de un militar no fue detenido sino que se informó de la
situación a sus superiores para que se procediera a la detención preventiva por parte del
SIFA.
El 15 de octubre de 1965 el Juez Tercero en lo Penal de Petare, doctor Pedro Ochoa
Sandoval dictó auto de detención al capitán Roberto Rivero Pérez por homicidio calificado
en agravio de Decia Morelia Paradisi de Rivero y ordenó su reclusión en la Cárcel Modelo
de Caracas. El fiscal de la causa pidió la pena máxima – 30 años -.
La defensa por su parte alegó que la decisión del juez no había sido imparcial y que fue
tomada bajo presión de la opinión pública por lo cual solicitarían que el juicio fuera
radicado en otro tribunal.
Al final esto fue lo que se impuso, el caso se pasó a tribunales militares y poco tiempo
después el capitán Roberto Rivero Pérez salía en libertad plena. Entre los familiares de la
muchacha y los ciudadanos que habían seguido el caso quedaba un amargo sabor en la
boca.
¿Por qué se libera al Capitán?
Sencillamente porque los detectives solo lograron recabar indicios; aplastantes y
reveladores pero que no podían constituir pruebas en ningún tribunal. El arma homicida que
era lo único que podía vincular al oficial con el crimen de su esposa nunca apareció a pesar
de los esfuerzos realizados en su búsqueda. Hoy día uno se pregunta ¿Qué intención pudo
haber tenido el capitán cuando decidió no ir en el carro acompañando a su esposa mal
herida? ¿Por qué prefirió ir a cambiarse de ropa? ¿Tal vez para poder quedarse solo y así
deshacerse de lo único que podía incriminarlo?
En todo caso estas no son más que conjeturas. Un tribunal de la República decidió libertad
plena para Rivero Pérez por lo que no podía volver a ser juzgado por esa causa.