FERNANDO I 01 A N VEL
E
M A R 1 H E R N A N
ESPINOSA DEL S O L A R
MlGUE L L . MERINO
I SALVADOR
Y E S
FRANCISCO
COLOANE
M. LUlSA
~OMBAL
~. . - nLmOLn. J O S E
1ACEDA MULLER DONOSO
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ARMAND0 J U A N
CASSlGOLl MALUENDA TEJEDA
GUILLERMO OLINA E DUA R b O
A T l A S I R A ANCUITA
BRAULIO € L I S A
ARENAS SERRANA i
El cuento e n Chile ha pasado por diferentes etapas, des-
cL-5;Equella puramente objetiua que imperd a fines del siglo
dieciniueve hasta la de hoy, m.liltiple y rebelde n cualquier nor-
ma. 13n el gtnero campesino y realista se destacaron impor-
tan teii valores, tales como Federico Gana, Baldomero Lillo,
Ferna n d o Santiudn, Luis Durand, Latorre, etc. Detenido el
cuent o largo tiempo -a1 igual de la nouela- e n el criollismo
,, LvatumDrismo urbano ( e n esta iiltima forma sobresnlieron
LT
r n r
Edwards Bello, Alberto Rome?-o; Gonzcilez Vein) se habrin
diclzo q u e ya la prosa chilena n o iba a superar ese plano. Pe-
ro de pronto, como un siibito despertar, surgieron autores
que, sacudiendo todo resabio criollista, se aproximaron a la
proso de August0 d’Halmar y Pedro P m d o , iinicos nouelzstas
chilenos de la pasada generacidn que se habian asomndo a un
?nundo dif ere??le: el de 10s sinzbolos, el del misterio.
Los n u e v os autores penetraron a ese m u n d o quime‘rico,
casi intocado, iluniinnizdo con sus creciciones el terreno sin
horizonte del realism0 a secas. Y aparecid lo q u e yo llamaria
01
L ~ ~ C I L L ~dJg i c o ” , qEe ua mds alld de la mera descripcidn,
m.n-+- c c m ,
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de la estdnapa fotogrdficn, q u e interpreta o transforma la rea-
lidad y que, incluso, anhela alcanzar hasta cierto universo in-
visible, pretendiendo explorarlo. Conjuntamente se hizo mds
hondo el cuento psicoldgico que hasta entonces e n Chile, si de-
linenba caracteres, sdlo en aisladas ocasiones habia desmenuza-
An rnm.hlp;;Jndes
W” ’y””,
ULI I , IWU del alma humana. Surgid, asimismo, el cuen-
to sirl-renlista que, e n sib afcin de’ llegar a la subconciencia es,
n su vez, un compuesto de simbolos. Esta miiltiple euolucidn e n
el ginero, q u e marcha naturalmente J u n t o a lo novela, data
sdlo d e 10s ziltimos veinte aiios.
E n esta Antologia h e deseado, ante todo, ptesentar a au-
tores cuyo accnto y expresiones dejaroia atrds la era crzollista,
trasmutando con s u creacidn la yealidad q u e es sieinpre mdr
compleja y misteriosa de lo q u e aparece.
Ello n o signzfica q u e yo niegue la inaportancia q u e era
s u t i e m p o y e n nuestra historia literaria ha tenido el cnollis-
m o . F u e u n a etapa necesaria. F u e el p u e n t e q u e construyeron
algunos escritores para pasar d e la imitacidn europea e n que
se m o v i a n s u s predecesores a la tierra niiestra, inten-
tando escuchar la voz mziltiforrne y dspera d e Ame‘ri-
ea. Pero era precis0 salii d e esa etapa. Lns ficciones
que sCi20 retratan un aspect0 d e vida, excluyendo tan-
t o 10s rnitos como el misterio, o alguna bzisqueda o aspira-
cidn metnfisica, poco dicen ya a1 h o m b r e moderno quien, S U -
m i d o e n la desorientacidn d e la era mecdnica primero, atd-
mica rlespiie‘s, y dentl-o d e un m u n d o agitado y cadtico, nece?
sita e n el arte, para afrontar s u angustia, algo q u e lo sostenga
mds alld del plano realzstn. Por lo demcis, la prosa d e 10s pre-
cursores y representantes del criollismo chileno, habia perma-
necido e n el umbral d e esa zona, sin hacerse intensiva, es de-
cir, d e indiuiduc adentro, .y sin untl interpretacidn lzonda del
paisaje. N o Iznbia expresado e n todn s u potencia la fuerza
teliirica de nuestio territorio e n sus bloques diuersos q u e son
c o m o un nacimiento constante, ni la inseguridad del ser hu-
m a n o frente a esa naturaleza q u e lo devora. De alli la caren-
cia d e universalidad de aqziella prosa, de alli el oluido e n
q u e v a cnyendo.
si esta Antologia es u n a afirmacidn del desarrollo actual
del cuento chileno, no llega hasta repudiar el gPne7o CYZO-
llista n i a elinaiiaarto de sus pdginas. V a n e n ella dos relatos.
d e esa indole, ambos d e m n n o maestra: “Lucero” d e Oscar
Castro y “ U n a Perra y alguncs Vagabundos” d e Nicomedes
Guzmdn. E n ellos el costumbrismo se uiste de un ropaje
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poe‘tico que subliina el tema, envuelve a1 lector y da a s u
contenido un acento universal.
L a mayoria de las narraciones q u e present0 estdn den-
tro de lo sirnbdliro o mitico, tales como “Las Islas Nuevas”,
de Maria Luisa Bombal, “El Poeta que se volvid Gusano” d e
Ferrando Alegria, “El H o m b r e del Funeral” de J u a n Marin,
“El Cielo Colorado” de Andre‘s Sabella, “Miedo ante el Pai-
saje” de J u a n Tejeda, “ E n el TiemPo” de Braulio Arenas y
azin “Despremiados” de Cassigoli, mostrando este ziltimo la
alegoria satirica que, e n general, posee menos radiacidn espz-
ritual q u e las alegorias de sentido dramdtico. E n el mundo
moderno, la sdtira nace y atrae e n menor grado q u e el drama,
tal vez porque, corn0 ha diclzo el inglks Hayward, esa partz-
cularidad sdlo aparece y es buscada dentro de situaciones es-
tablcs e n que el individuo se Aiente como protegido For el am-
biente.
Algunos de 10s relatos seleccionados e n esta obra son sina-
ples bosqeiejos, como “ A h a ” de Silvia Balmaceda, quien fier-
manece e n la sugerencia. Otros tienen un alcance autobiogrd-
firo, mitad realidad, mitad ficcidia. Entre ellos esld “Gertru-
dis” de la q u e escribe estas lineas. Casi todos, salvo 10s dos
criollistas y algiin otro, p u e d e n ocurrir e n cualquier parte del
mundo y azin e n cualquier @oca. “La Muerte Nocturna” d e
Eduardo Anguita, relato d e gran vuelo poktico, nos envuelue
e n una obsesionante atrndsfera de angustia. Herbert Muller,
e n cambio, emplea la alegoria directm e n S I C “A Ins doce y
cuarto”, fina historia provista de cierto candor y exenta d e
misterto. E n ‘%a Linfcmera” de Miguel Seirano hay u n a
densidad de ambiente q u e trasciende a1 lector desde 10s me-
dios q u e describe. “Pibesa” de J u a n Emar es francamente su-
rl-eolista y sus personajes se mueuen e n el plano d e lo irracio-,
rial. POT fin, uarios de 10s cuentos ofrecen, si no un proceso,
tin conflict0 psicoldgico.
Dentro de la limitacidn q u e impone esta clase de tl-abajo,
he elegido a quienes, a m i juicio, estdn nads de acuerdo con In
kpoca qiie uivimos y In representan e n s u f o r m a cadtica y ator-
mentada. Se verd, por la diuei-sidad de 10s temns y por la va-
riada te‘cnica con q u e h a n sido construidos 10s cuentos, cudn
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GsLLLfv 11. 551 CIL U I L C L G ILL LLLGIULLuILl IlLvLLClILLL. 1
Irssta qzit pzinto difiere del largo period0 que sefialk a1 p i n -
cipio de este prdlogo e n que 10s autores se zininn por un pa-
rentesco de ambiente y por el rnsgo comiin del criollzsmo.
Es, pzies, esta Antologia, el contrapzinto de una etapn q u e
el-eyd demasiado en el pocler racionnl de In literatura e igno-
74 In f i i e m ociiltn y pernznnente del espiritu y d e 10s simbo-
10s e n el nrte. Simbolos q u e si llevan e n si zin soplo de feczin-
didnd y reflejnn 10s profzindns nspiraciones de una tpoca, h n n
d e perclzirar mris allri de la existencia de s u nutor, iluminnndo
a Gziienes lo siguen.
M A R ~ FLORA
A YAikz.
.Julio de 1958
10
M.\R~AFLORAl‘,i,Cm
GERTRUTIIS
Figura de naufragio, que va esparciendo en torno su ce-
niza de muerte, era aquella sefiora alta, p5Iid:t y huesucl:i,
cuya visita a nuestra casa me hacia perder cl sosiego por casi
toda la tarde. Tenia tez apergaminsda. bajo 10s cabellos 1,lan-
cos y ojos que huian ante 10s otrm ojos. I’estida sicmpre de
negro y envuelta en un espeso manto de espumilla, aparecia
dos o tres veces por afio, generalmente n la hora del tt. Era
como el hada mala de 10s cuentos, adusta, torva, solitaria, y
su presencia en nuestro ambiente me producia malestar. El
malestar iba en aumento a medida que sus manos descarna-
das y sinuosas se movian en lentos ndemanes sobre In mesa
del tC. Ademanes que todos efectujbamos, tales como ncercar
la tetera, coger la taza o levantar la maim, p r o que en ella
evocaban -no se por que-- algo del obscuro y sigiIoso cami-
nar de una araiia. Yo clavaba la vista en su figura y sentia
una extraiia impresi6n de temor, como si en vez de una per-
sona en carne y hueso me encontrara frente a nlgo irnpreciso,
negro y blanco -el manto contrastando duramente con la al-
bura del cabello- largo y movible, semejante a una de esas
mariposas nocturnas cuyas alas obsesionan nuestra mente de
nifios. Dos gotitas de sudor se insinuaban en mis sienes y, to-
da tremula, salia de la sala, dejando intacta mi taza de te.
<Quick era esa Gertrudis? <Qu&la unia a nuestra limpicla
claridad hogarefia? Nunca lo supe. Yendo cierta tarde con
mi rnadre por el Portal Mac Clure, la vi pasar como 1111 es-
pectro gris. Presenti que se acercaria a saludrtrnos y solt6 brus-
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camente el brazo maternal, corriendo a guarecerine tras una
arcada de piedra. Alli aguardC, con la cabeza gacha, en la ac-
titud de quien aguarda un vendaval furioso.
-{Que pasa, criatura? interrogci mi madre sorprendida,
alcznzindome hasta el escondite callejero.
S o seiialC con el indice la larga figura que, sin vernos,
.se alejaba, se alejaba rigida y misteriosa, envuelta en su man-
to como un fantasma de la noche. El rostro de mi rnadre a1
* divisarla se bafi6 de indulgencia y, no sospechando mi pa-
vor, la alcanz6 con un grito cordial:
-i Gertrudis! iAdi6s, Gertrudis!
Ella, desde lejos, volvi6 la cabera, mcstr6 en una sonri-
sa sus largos dientes amarillentos y sigui6 lentamente su ruta.
-2Qui6n es? pregunti.. Y una ola de snngre vino a abra-
sar mi rostro.
-iCOmo quiPn es! ?has Perdido la memoria? Pues, Ger-
trudis, esa buena Gertrudis.
1.2 resniiesta n o aclaraba mi curiosidad ni mi inquietud.
“<De d6nde sale? CAd6nde va? (Por quC su paso es silen-
cioso como el de las inimas que pueblan 10s cuartos vacios?”
Ye ahi 18s interropaciones que roian mi mente. No obs-
tante, guard6 silencio. Per0 ya nada, durante esa tarde, pudo
de nuevo hacer que floreciera mi alegria.
Una vez apareci6 en casa la vispera de un accidente ca-
llejero que cost6 la vida a uno de 10s viejos sirvientes. Des-
de entonces fue, para nosotros 10s nifios, el pijaro de mal
augurio, la bruja que a traves de la noche cruza el espacio
montada en una escoba. Y era nuestro secreto: haber adivi-
nado que Gertrudis traia un znuncio y que su presencia, por
doquier, iba sembrando la desventura. No conociamos aim
la palabra “maleficio”, pero interpretsbamos a nuestro mo-
do su pavorosa esencia. Uno de 10s primos afirmG que a SU
llegada solian ernpaiiarse 10s espejos; otro, que las I 2 m F a s
de crista1 titilaban como si las sacudiera una mano invisible.
De pronto dejarncs de verla. Y sS!o bastaron u g O S dias
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para olvidar sx silueta de cementerio. Pasaron 10s afios. Se
dispersaron muchos seres queridos. Los nifios entramos en la
edad adulta, formando hogares propios. Murieron 10s padres.
Cierto dia recibi una esquela escrita con letras apreta-
das que semejaban patas de mosca.
“Estoy en un gran apuro, decia la carta. iNecesito ayu-
da! En memoria de otros tiempos, usted, la niiiita de 10s rizos
castaiios y de 10s ojos llenos de asombro, venga, por favor,
a verme. Vivo en la Avenida Portugal n6mero veinte. Pregun-
te adentro por el treinta y despuCs el siete. Gertrudis”.
Per0 ( a h vive? me dije. iNo es posible! iEn aquella
+oca era ya una vieja! En cierto sentido, me regocijaba la
carta. ;AI fin iba a contemplar la verdadera fisonomia de esa
mujer cuya presencia turb6 a veces la luminosidad de mi in-
fancia! Iba a saber quibn era a1 mirarla con mis ojos de a d d -
ta, a1 conocer su atmdsfera, su medio, las gentes y objetos que
la rodeaban. (El treinta y despuCs el siele? iVo entendi bien.
Quiz5 se trataba de alguna casita o de algim cuarto. Acaso,
la miseria habiala conducido hasta aig6n conventi!lo. “Nece-
sito ayuda”. Asi es que, como todos 10s seres humanos, Ger-
trudis tenia necesidades materiales, se nutria a1 igual que las
dem5s personas, era vulnerable, capaz de sentir hambre y frio.
Estaba, pues, hecha de carne y hueso, la bruja de la escoba.
Demore algunos dias en acudir a la cita. “Mafiana”, me
decia, cansada de antemano. “Maiiana”.
Por fin, con un paquete de frutas bajo el brazo y un ra-
mito de claveles en la mano, parti hacia la direcci6n indica-
da, en un racliante mediodia de diciembre. Recuerdo que en
el aire trinaban 10s p5jaros y que 10s jardines se estremecian
de goce bajo su carga de peonias y de rosas.
Sin embargo, a medida que avanzo, siento crecer en mi
aquel invencible malestar que provocaba la aparici6n de Ger-
trudis en mi vicla cle niiia. Vuelvo a ver sus ademanes, me
abraza su halo enigmAtico, ilotan a mi vera las alas de SLI
manto. Me sorprende comprobar que las seiias indicadas en
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la carta corresponden a un hospicio. Atravieso patios tristes,
manchados cle ese musgo sin color y sin vida que crece a me-
nudo en ios sitios de orfandad y de muerte. Por fin, la sals
treinta. Cuerpos desmembrados, ojos llorosos. La existencia
que se va, la existencia que huye de pulniones que s610 respi.
raron pobreza. Y avanzo. Corno el canto de innumerables re-
lojes, voy escuchando 10s latidos sin eco de aauellos corazoneg
solitaries. El n6mero siete, el n6mero siete. No crei que Ger-
trudis, a quien mi fantasia de nifia prest6 el poder y la ri-
6 queza de lo migico, yaceria en la sala comGn del hospicio.
Me detengo, a1 fin, frente a una cama vacia: el nhmero siete.
-;Y la enferma? pregmto a una escurilicla vecina de le-
cho.
1.0s ojos se posan en mis ojos, luego bajan aiiriosos hastn
el esplendor de las flores y frutas que derraman su fragan-
cia entre mis manos.
--<El siete? murmura. Muri6 ayer en la mafiana.
Corre por mis venas una extrafia sensacicin de derrota.
iAh, un dia antes, s610 un dia, y no habria quedado en sus-
penso rierto capitulo de mi infancia! La diEunta ha partido
llcvando consigo su secteto. A la sensacicin de del-rota be une
una melancolia mexladn de remordimiento. El remordimien-
to de una gran injuaticia conietida por nosotros, 10s nifios.
;Asi es que la Eruja con poderes maleficos no era sino 1111a
pohre mujer que sufria? Planta sin raiz, hoja perdicla, sus
:tdcniane sigilosos acaso s610 clenotaban vergiienza.
Con gestos torpes empie70 a repartir la fruta entre las
dolientes m5s pr6ximas. Luego arrojo 10s claveles sobre el
lecho vacio. Una oraci6n por el alma solitaria y apergainina-
da cle la vieja Gertrudis. Cierro un instante 10s ojos. Cuando
109 abro, una enfermera acierta a pasar a mi lado.
-?Podria informarme sobre la niujer que ocup6 el n6-
mer0 siete? -interrog6.
-La enterraron esta mafiana, responde con indiferencia.
--Per0 ZquiCn era? ?De cl6nde venia? &6mo lleg6 a estn
sala?
Ella se encoge de hombros, contemplando el barniz de
SLIS u i i a ~ .Luego aiiade friamente:
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-%lo SC que se llamaba Gertrudis. Para nosotros, era el
ndmero siete.
Abandon0 la sala. Cruzo 10s grandes patios teiiidos de
musgo incoloro. Sobre 10s muros del edificio creo ver dibu-
jarse sombras informes que, lentamente, se funden con otra
enorme sombra: la de aquella misteriosa Gertrudis cuyo per-
fil agorero asom6 por una de las ventanas de mi infancia.
~ . ~ i .TI.(;RA
x Y . ~ % E z . Piovelista y cucnrista. Naci6 en Santiago. Hizo SLIS
estudios en el Liceo de Nifias NV 2 de Santiago y 10s termin6 en Paris.
l’i!blic6 sit primera novela El Abraio de In Tierra en 1953. Siguieron a
csta obra, las novelas M u n d o e n Sombra, Espeio sin Imcgen, Las Ceniuls
(de la cual se han hccho dos ediciones); Visiones d e Infancia que ob-
tuvo cl I’remio Atenea. E l Bstanque, L a Piedra, novela laureada con el
I’rcmio Municipal y Juan Estrella, publicado en Madrid. Actualmente
crt6 cn preparaci6n su novela Comarca h‘itestra.
Ha representzdo a Chile e n 10s Congresos Internacioales de Escrito-
rei efectuados en Buenos Aires (1936), en Zurich (1947), e n el Cente-
nario de la “SocietC des Gens de Lettres” de Paris (1947) y en las Jorna-
das Literarias que tuvieron lugar en Santiago d e Conipostela (Espafia)
cn 1954.
En 1935 fund6 el Pen Club de Chile, que organizado antes una vcz,
habia estado cn rxeso durante veinte afios.
x i l o : Jirorl7 Eblrelln. Editorial S a m a r h . Colecci6n El Cedro. Madrid.
1954.
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