Arturo Michelena
(Valencia, 1863 - Caracas, 1898) Pintor venezolano. Especializado en obras histórico-alegóricas,
fue autor de cuadros emblemáticos en la cultura venezolana como Miranda en La Carraca
(1896) y el más destacado exponente del romanticismo tardío junto a Cristóbal Rojas.
Arturo Michelena
Arturo Michelena nació en Valencia el 16 de junio de 1863, año en que termina la guerra,
triunfa la Revolución Federal (iniciada en 1859) y Juan Crisóstomo Falcón asume la presidencia
de la República. Sobre aquel período más de guerras que de luces escribió Mariano Picón
Salas: "para triunfar en Venezuela, y ello será prolongada norma hasta Tito Salas, era necesario
saber pintar caballos al galope, cargas de lanceros y fusileros, uniformes, cañones, presillas".
Era hijo de Socorro Castillo Silva (quien era hija a su vez del pintor Pedro Castillo, retratista y
autor de los murales de la casa de José Antonio Páez en Valencia) y del pintor Juan Antonio
Michelena; este último se convierte en su principal maestro durante su infancia y juventud.
En 1874, a la edad de once años, hace su primer autorretrato, que deja muy impresionado al
escritor costumbrista Francisco de Sales Pérez, quien se convirtió en su protector, lo eligió para
hacer las ilustraciones de su libro Costumbres venezolanas y lo presentó en el círculo de
amigos de Antonio Guzmán Blanco con la intención de que le dieran una beca de estudio para
el exterior. Así funcionaba entonces la cultura en el país, con eternos gobiernos autocráticos y
monocéfalos incapaces de crear estructuras culturales alternativas o de favorecer mecenazgos
independientes.
La época del guzmancismo fue muy particular en ese sentido. Con Guzmán Blanco se crea una
serie de instituciones sin base, servicios y símbolos que forman lo que se ha llamado "la
religión de la patria": el Conservatorio de las Bellas Artes, la Academia Venezolana de la
Lengua, la estatua del Libertador en la plaza de Caracas que lleva su nombre, la línea
telegráfica y telefónica Caracas - La Victoria, el "bolívar" como unidad monetaria, el Gloria al
Bravo Pueblo como himno nacional, la edición de Venezuela heroica de Eduardo Blanco,
etcétera. En su época, que prácticamente cubre de 1870 a 1888 (salvo un corto período), se
inaugura el Panteón Nacional, al que se conducen los restos de Simón Bolívar (1876), y se
conmemora el natalicio del Libertador en 1883, entre otros actos, con una gran exposición. En
ella participa Michelena con La entrega de la bandera al batallón sin nombre, que obtiene la
Medalla de Plata.
En los años anteriores se había entrenado en la Academia de Arte que dirigía junto a su padre,
en Valencia, donde realizaban encargos diversos: desde copias de cuadros antiguos hasta
retratos y dibujos, con una producción muy extensa. Ya con esta experiencia y la obtención de
la medalla, el gobierno de Joaquín Crespo (1884-1886, mano derecha y continuador del
guzmancismo) le promete una beca para estudiar en París, hacia donde parte el año 1885 en
compañía de Martín Tovar y Tovar. En algunas de sus biografías no se suministran datos; en
otras se asegura que esta beca nunca le llegó, por lo que tuvo que trabajar como dibujante y
mantenerse con la ayuda de amigos.
El niño enfermo (1886), de Arturo Michelena
Seguramente la situación en la que vivieron él y Rojas, compañeros de buhardilla parisina, fue
bastante dura. Allí, en París, estudió en la Academia Julien (donde ya estaban Cristóbal Rojas y
Emilio Boggio), en el taller de Jean-Paul Laurens, quien continuaba con éxito la tradición oficial
de pintar ambiciosos cuadros históricos, académicos modelos de héroes mitificados en la
memoria. Bien lejos de allí corría el impresionismo, esa bomba convulsa de la pintura de plein
air de finales del siglo XIX francés. Únicamente el francovenezolano Emilio Boggio se unirá al
incipiente grupo. Los otros lo verán, participarán a distancia de su irradiación, pero se
mantendrán fieles al corsé académico, porque quizás "el imperativo económico de que no
abundaban en Caracas los coleccionistas de arte y el más fiel comprador era el Estado, hacía
para los jóvenes artistas que ese estilo solemne de pintar se les ofreciese como el más seguro
vellocino", dedujo Picón Salas.
Michelena, empujado por Laurens, envía dos cuadros al Salón de Artistas Franceses de 1887,
uno de los cuales, El niño enfermo, obtiene Medalla de Oro en Segunda Clase y el
reconocimiento Hors concours, máxima distinción para un artista extranjero, lo que le permite
en adelante participar automáticamente, sin requerir la aprobación del jurado. Entre 1885 y
1889 continúa pintando incansablemente y participando en los salones oficiales. Otro triunfo
llega con el cuadro Carlota Corday, que obtiene Medalla de Oro en la Exposición Universal de
París de 1889. Esta tela puede considerarse paradigmática en la producción de Michelena: es
el primero de una serie de cuadros históricos que lo aleja de aquel realismo aburguesado de
sus primeras obras, y en donde vemos también una evolución en el tema de la luz, que sale de
los tonos claustrofóbicos de la penumbra de taller para encontrar más contraste, más
claroscuro. Ese mismo año regresó a Venezuela, donde fue recibido con honores como el
artista más laureado en el extranjero.
Carlota Corday ante el patíbulo (1889)
El éxito rápido, precoz, la ausencia de referencias locales dispares y la potente maquinaria de
la cultura de fachada levantada por Guzmán Blanco paralizaron cualquier posibilidad de riesgo
en el joven exitoso. Ese año de 1889, en el que fuera del margen oficial hace furor en Francia la
ola impresionista, nacen en Venezuela tres personajes que asumirán el trabajo de ejercer
rupturas estéticas y sociales en el ámbito de la cultura nacional: Teresa de la Parra, Armando
Reverón y Leoncio Martínez, uno de los fundadores del Círculo de Bellas Artes de Caracas en
1912 y promotor de la pintura al aire libre, fuera del taller.
Michelena vive en Caracas, donde contrae matrimonio con Lastenia Tello Mendoza, con quien
regresa enseguida a París. En las obras de este nuevo período parisino se percibe un trazo más
fluido que acompaña al movimiento de las figuras y una utilización más dinámica y acertada
del color; en ellas da la impresión de que hay algo que acaba de suceder y que genera en ese
instante la pintura, no al revés, como en Pentesilea (1891) y La vara rota (1892). Por problemas
de salud y una situación económica inestable, Michelena vuelve a Venezuela con un cuadro
tuberculoso grave que determinará su temprana muerte.
El éxito a su llegada a Caracas es inmediato: rápidamente asumió su lugar de pintor oficial del
Estado y la Iglesia y retratista de la sociedad, con una cantidad de encargos propiamente
prodigiosa que le permitió instalar su propio taller, para el que eligió una casa en la esquina
Urapal de La Pastora, donde actualmente se encuentra el museo que lleva su nombre. En 1893
su cuadro Pentesilea obtiene Medalla de Honor en la Gran Exposición Colombina de Chicago.
Éxito y enfermedad se desarrollan parejas y se confabulan también para impedir que
desarrolle un trabajo más personal, que culmine algunas de sus obras más imponentes y que
lleve a la tela cantidad de bocetos que desarrolló en el tiempo libre de sus compromisos.
En 1897 se instala durante ocho meses en una casa de la calle Ayacucho de Los Teques porque,
según los médicos, era muy difícil para el bacilo de Koch (causante de la tuberculosis)
sobrevivir en aquel clima fresco y ambiente ligero. Allí, en esa casa de doce metros de frente
por setenta de largo, continuó pintando sus telas. Recibió el encargo de La última cena del
arzobispo de Caracas, monseñor Críspulo Uzcátegui, cuadro que dejó inconcluso. De este
período final son sus cuadros históricos y religiosos: La muerte de Sucre en Berruecos (1895),
Miranda en La Carraca (1896), el Descendimiento (1897), La Virgen de las Palomas (1897) y La
multiplicación de los panes (1897).
Miranda en La Carraca (1896), de Arturo Michelena
De todos ellos, Miranda en La Carraca es sin duda la más célebre obra de Michelena y uno de
los cuadros más emblemáticos de la pintura venezolana de todos los tiempos. El artista era
sensible, sobre todo, a la sobriedad y el sosiego, rasgos que están presentes incluso en una
obra como Miranda en Carraca, que evoca un episodio angustioso: el encierro de Francisco de
Miranda en la tenebrosa cárcel gaditana, de la que el prócer independentista no saldría con
vida. Este cuadro le valió a Michelena el premio del concurso convocado en 1896 por el
presidente Joaquín Crespo para conmemorar a Miranda. Expuesto ese mismo año en la Casa
Amarilla de Caracas, ante él desfilaron miles de venezolanos. Hoy en día es una de las piezas
claves de la colección de la Galería de Arte Nacional, y puede afirmarse, sin temor a exagerar,
que todos los escolares venezolanos han tenido al menos una vez en su vida este célebre
lienzo ante sus ojos.
Arturo Michelena falleció el 29 de julio de 1898 en Caracas, en su casa de La Pastora.
Inmediatamente se realizó una exposición individual en homenaje al artista. Cincuenta años
después de su muerte, el 29 de julio de 1948, sus restos fueron trasladados del Cementerio
General del Sur al Panteón Nacional, y en 1960 el gobierno compró su casa de La Pastora, que
fue tres años después convertida en Museo Arturo Michelena. Entre éste y la Galería de Arte
Nacional se reparte buena parte de la obra del pintor de escenas tan emblemáticas como
diferentes en pretensión: La joven madre (1889) y Vuelvan caras (1890), que se han convertido
en fragmentos obligatorios de la iconografía venezolana.
Sin embargo, Michelena también desarrolló otros géneros por los que no es tan conocido, en
los que cumplía con los numerosos encargos que recibía de familias venezolanas, que incluyen
desde ligeras y decorativas flores colgadas en los salones de algunas casas caraqueñas hasta
algunos paisajes, como el marino que realizó para la familia Torres Cárdenas, con atisbos
impresionistas. Junto a las obras públicas y oficiales de gran formato, Michelena descansaba la
mano en esa serie de pequeños encargos sociales, pues todos querían tener alguna muestra
del maestro. En ese final de siglo XIX venezolano, tan alejado de la iconoclasta subversión
pictórica de otras latitudes, Michelena se perfiló como el más destacado de sus
contemporáneos.