Antecedentes
El sistema feudal europeo tiene sus antecedentes en el siglo V, al caer el Imperio
romano. El colapso del Imperio acaeció básicamente por su extensión y la incapacidad
del emperador para controlar todas sus provincias, sumado cada vez más numerosas
incursiones de pueblos bárbaros que atacaban y saqueaban las provincias más
retiradas del imperio. Esto provocó que los emperadores necesitaran gente para
defender sus grandes terrenos y contrataran caballeros o nobles (precursores del
modelo de señor feudal), que a su vez contrataran vasallos, villanos, etc. Se llegó
incluso a contratar a jefes y tropas mercenarias de los mismos pueblos "bárbaros".
A partir del siglo X no queda resto de imperio alguno sobre Europa. La realeza, sin
desaparecer, ha perdido todo el poder real y efectivo, y sólo conserva una autoridad
sobrenatural remarcada por las leyendas que le atribuyen carácter religioso o de
intermediación entre lo divino y lo humano. Así, el rey no gobierna, sino que su
autoridad viene, a los ojos del pueblo, de Dios, y es materializado e implementado a
través de los pactos de vasallaje con los grandes señores, aunque en realidad son
éstos quienes eligen y deponen dinastías y personas. En el plano micro, los pequeños
nobles mantienen tribunales feudales que en la práctica compartimentalizan el poder
estatal en pequeñas células.
Un nuevo poder
La Iglesia Católica conocedora de la fragilidad de los reinos y del poder que ella misma
tiene en esa situación, durante los concilios de Charroux y de Puy consagra a los
prelados y señores como jefes sociales y sanciona con graves penas la desobediencia
de estas normas. Los señores, a partir de ese momento, "reciben el poder de Dios" y
deben procurar la paz entre ellos, pacto que deben renovar generación tras generación.
Se conforma así un modelo en el que la "gente armada" adquiere determinados
compromisos sobre la base de juramentos y deben proteger el orden creado, y los
eclesiásticos que forman la moral social y se encuentran salvaguardados por los
señores.
Entorno, tareas y división de la nueva sociedad
El castillo encaramado sobre un alto será la representación del poder y la fuerza. En
principio, baluarte que se daban las poblaciones para protegerse de las depredaciones.
Luego, hogar del señor y lugar de protección de los vasallos en los conflictos. Desde
allí se administra justicia a todos cuantos se encuentran sujetos. En un principio, las
personas libres están sometidas a unas mínimas normas de obediencia, defensa mutua
y servicios prometidos. Los demás son siervos.
En los países donde la dominación romana duró más tiempo (Italia, Hispania,
Provenza), las ciudades se conservan, si bien con menor importancia numérica, pero a
salvo de señoríos. En los países, más al norte, donde los romanos se asentaron menos
tiempo o con menor intensidad, la reducción de la población en las ciudades llegó a
hacer desaparecer los pocos núcleos importantes que había y el feudalismo se implanta
con más fuerza.
La sociedad se encuentra entonces con tres órdenes que, según la propia Iglesia, son
mandatos de Dios y, por tanto, fronteras sociales que nadie puede cruzar. La primera
clase u orden es la de los que sirven a Dios, cuya función es la salvación de todas las
almas y que no pueden encomendar su tiempo a otra tarea. La segunda clase es la de
los combatientes, aquellos cuya única misión es proteger a la comunidad y conservar la
paz. La tercera clase es la de los que laboran, que con su esfuerzo y trabajo deben
mantener a las otras dos clases.
El vasallaje y feudo
Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un lado el vasallaje como relación
jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato sinalagmático (es decir, entre iguales,
con requisitos por ambas partes) entre señores y vasallos (ambos hombres libres,
ambos guerreros, ambos nobles), consistente en el intercambio de apoyos y fidelidades
mutuas (dotación de cargos, honores y tierras -el feudo- por el señor al vasallo y
compromiso de auxilium et consilium -auxilio o apoyo militar y consejo o apoyo
político-), que si no se cumplía o se rompía por cualquiera de las dos partes daba lugar
a la felonía, y cuya jerarquía se complicaba de forma piramidal (el vasallo era a su vez
señor de vasallos); y por otro lado el feudo como unidad económica y de relaciones
sociales de producción, entre el señor del feudo y sus siervos, no un contrato
igualitario, sino una imposición violenta justificada ideológicamente como un quid pro
quo de protección a cambio de trabajo y sumisión.
Por tanto, la realidad que se enuncia como relaciones feudo-vasalláticas es realmente
un término que incluye dos tipos de relación social de naturaleza completamente
distinta, aunque los términos que las designan se empleaban en la época (y se siguen
empleando) de forma equívoca y con gran confusión terminológica entre ellos:
El vasallaje era un pacto entre dos miembros de la nobleza de distinta categoría. El
caballero de menor rango se convertía en vasallo (vassus) del noble más poderoso, que
se convertía en su señor (dominus) por medio del Homenaje e Investidura, en una
ceremonia ritualizada que tenía lugar en la torre del homenaje del castillo del señor. El
homenaje (homage) -del vasallo al señor- consistía en la postración o humillación -
habitualmente de rodillas-, el osculum (beso), la inmixtio manum -las manos del vasallo,
unidas en posición orante, eran acogidas entre las del señor-, y frase que reconociera
haberse convertido en su hombre. Tras el homenaje se producía la investidura -del
señor al vasallo-, que representaba la entrega de un feudo (dependiendo de la categoría
de vasallo y señor, podía ser un condado, un ducado, una marca, un castillo, una
población, o un simple sueldo; o incluso un monasterio si el vasallaje era eclesiástico) a
través de un símbolo del territorio o de la alimentación que el señor debe al vasallo -un
poco de tierra, de hierba o de grano- y del espaldarazo, en el que el vasallo recibe una
espada (y unos golpes con ella en los hombros), o bien un báculo si era religioso.
El homenaje y la investidura
Torre del Homenaje del Castillo de Olbrueck en Alemania.
El homenaje era un ritual por el que un señor concedía un feudo a otro hombre de la
clase privilegiada a cambio de algunos servicios y prestaciones, generalmente de orden
militar.
La figura del Homenaje adquiere mayor importancia entre los siglos XI al XIII,
destinándose la parte más noble del castillo para ello, la torre, y en el ceremonial
participaban dos hombres: el vasallo que, arrodillado, destocado y desarmado frente al
señor12 con las manos unidas en prueba de humildad y sometimiento, espera que este
le recoja y lo alce, dándose ambos un reconocimiento mutuo de apoyo y un juramento
de fidelidad. El señor le entregará el feudo en pago por sus servicios futuros, que
generalmente consistía en bienes inmuebles: Grandes extensiones de terreno, casi
siempre de labranza. El juramento y el vasallaje será de por vida.
La entrega del feudo o algún elemento que lo represente constituye la investidura y se
realizaba inmediatamente después del homenaje. El régimen jurídico de entrega es, de
forma general, un usufructo vitalicio, aunque también podía ser en bienes materiales,
pero que con el tiempo se convirtió en una ligazón de familias entre el señor y sus
vasallos, pudiendo heredarse el feudo siempre que los herederos renovaran sus votos
con el señor. Sin embargo, el señor feudal tenía derecho a revocar el feudo a su vasallo
si este no se comportaba como tal, o demostraba algún signo de deslealtad, como
conspirar contra él, no cumplir entregando las tropas de su feudo en caso de guerra,
etc., ya que cometía el delito de felonía. A un felón se le consideraba un mal vasallo y
una persona de la que desconfiar. En el sistema feudal, la felonía era una terrible
mancha de por vida en la reputación de un caballero.
La encomienda. La organización del feudo
La encomienda, encomendación o patrocinio (patrocinium, commendatio, aunque era
habitual utilizar el término commenpdatio para el acto del homenaje o incluso para toda
la institución del vasallaje) eran pactos teóricos entre los campesinos y el señor feudal,
que podían también ritualizarse en una ceremonia o -más raramente- dar lugar a un
documento. El señor acogía a los campesinos en su feudo, que se organizaba en una
reserva señorial que los siervos debían trabajar obligatoriamente (sernas o corveas) y
en el conjunto de los pequeños terrenos para explotaciones familiares (o mansos
feudales) que se atribuían en el feudo a los campesinos para que pudieran subsistir.
Obligación del señor era protegerles si eran atacados, y mantener el orden y la justicia
en el feudo. A cambio, el campesino se convertía en su siervo y pasaba a la doble
jurisdicción del señor feudal: en los términos utilizados en España en la Baja Edad
Media, el señorío territorial, que obligaba al campesino a pagar rentas al noble por el
uso de la tierra; y el señorío jurisdiccional, que convertía al señor feudal en gobernante
y juez del territorio en el que vivía el campesino, por lo que obtenía rentas feudales de
muy distinto origen (impuestos, multas, monopolios, etc.). La distinción entre propiedad
y jurisdicción no era en el feudalismo algo claro, pues de hecho el mismo concepto de
propiedad era confuso, y la jurisdicción, otorgada por el rey como merced, ponía al
señor en disposición de obtener sus rentas. No existieron señoríos jurisdiccionales en
los que la totalidad de las parcelas pertenecieran como propiedad al señor, siendo muy
generalizadas distintas formas de alodio en los campesinos. En momentos posteriores
de despoblamiento y refeudalización, como la crisis del siglo XVII, algunos nobles
intentaban que se considerasen despoblados completamente de campesinos un
señorío para liberarse de todo tipo de cortapisas y convertirlo en coto redondo
reconvertible para otro uso, como el ganadero.13
Junto con el feudo, el vasallo recibe los siervos que hay en él, no como propiedad
esclavista, pero tampoco en régimen de libertad; puesto que su condición servil les
impide abandonarlo y les obliga a trabajar. Las obligaciones del señor del feudo
incluyen el mantenimiento del orden, o sea, la jurisdicción civil y criminal (mero e mixto
imperio en la terminología jurídica reintroducida con el Derecho Romano en la Baja
Edad Media), lo que daba aún mayores oportunidades para obtener el excedente
productivo que los campesinos pudieran obtener después de las obligaciones de
trabajo -corveas o sernas en la reserva señorial- o del pago de renta -en especie o en
dinero, de circulación muy escasa en la Alta Edad Media, pero más generalizada en os
últimos siglos medievales, según fue dinamizándose la economía-. Como monopolio
señorial solían quedar la explotación de los bosques y la caza, los caminos y puentes,
los molinos, las tabernas y tiendas. Todo ello eran más oportunidades de obtener más
renta feudal, incluidos derechos tradicionales, como el ius prime noctis o derecho de
pernada, que se convirtió en un impuesto por matrimonios, buena muestra de que es en
el excedente de donde se extrae la renta feudal de forma extraeconómica (en este caso
en la demostración de que una comunidad campesina crece y prospera). También en
muchos casos se puede demostrar que el vasallo era mas privilegiado en comparación
con el siervo por simples razones: el señor feudal le daba protección, justicia y
sustento económico al vasallo a cambio de consejos, ayuda militar y ayuda económica
al vasallo a cambio de consejos, ayuda militar y ayuda económica.
La crisis de las sociedades feudales
La crisis del feudalismo es el periodo de decadencia por el cual pasa el feudalismo, y se
caracteriza por el agotamiento de las tierras de cultivo y la falta de alimentos, lo que por
consecuencia produjo hambruna y una gran cantidad de muertos. A ello hay que añadir
la aparición de graves enfermedades infectocontagiosas o epidémicas, como
las pestes. Tal es el caso de la conocida peste negra, que disminuyó notoriamente la
población europea.
A partir del siglo XIII, la mejora de las técnicas agrícolas y el consiguiente incremento
del comercio hizo que la burguesía fuera presionando para que se facilitara la apertura
económica de los espacios cerrados de las urbes, se redujeran los tributos de peaje y
se garantizaran formas de comercio seguro y una centralización de la administración de
justicia e igualdad de las normas en amplios territorios que les permitieran desarrollar
su trabajo, al tiempo que garantías de que los que vulnerasen dichas normas serían
castigados con igual dureza en los distintos territorios.
Las ciudades que abrían las puertas al comercio y otorgaban una mayor libertad de
circulación, veían incrementar la riqueza y prosperidad de sus habitantes y las del
señor, por lo que con reticencias pero de manera firme se fue diluyendo el modelo. Las
alianzas entre señores eran más comunes, no ya tanto para la guerra, como para
permitir el desarrollo económico de sus respectivos territorios, y el rey fue el elemento
aglutinador de esas alianzas.
El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de
entonces inició su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores
tuvieron problemas para obtener las prestaciones que debían recibir. Los vasallos
prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, «tasas por escudo») a cambio de la
ayuda militar debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero, que les
permitía contratar tropas profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor
entrenadas y eran más disciplinadas que los vasallos. Además, el resurgimiento de las
tácticas de infantería y la introducción de nuevas armas, como el arco y la pica, hicieron
que la caballería no fuera ya un factor decisivo para la guerra. La decadencia del
feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las
caballerías francesa e inglesa combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en
gran medida por los soldados profesionales y en especial por los arqueros de a pie. Los
soldados profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían prestado
juramento de homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y
que normalmente tenían una duración de meses o años. Este «feudalismo bastardo»
estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia de los
condotieros renacentistas.