Sobre los ocho vicios
malvados
Evagrio Póntico, (¿345?-399).
La Gulai[i]
Capítulo I
El origen del fruto es la flor y el origen de la vida activaii[ii] es la
templanzaiii[iii]; quien domina el propio estómago hace disminuir las
pasiones, al contrario, quien es subyugado por la comida incrementa los
placeres.
Como Amalec es el origen de los pueblos, así la gula lo es de las
pasiones. Como la leña es alimento del fuego así la comida es alimento
del estómago. La mucha leña alienta una gran llama y la abundancia de
comida nutre la concupiscencia. La llama se extingue cuando hay menos
leña y la penuria en la comida apaga la concupiscencia.
Aquel que tiene dominio sobre la mandíbula desbarata a los extranjeros y
disuelve fácilmente las ataduras de sus manos. De la mandíbula arrojada
fuera brota una fuente de agua y la liberación de la gula genera la práctica
de la contemplación.
El palo de la tienda, irrumpiendo, mató la mandíbula enemiga y la
sabiduría de la templanza mata la pasióniv[iv].
El deseo de comida engendra desobediencia y una deleitosa degustación
arroja del paraíso. Sacian la garganta las comidas fastuosas y nutren el
gusano de la intemperancia que nunca duerme.
Un vientre indigente prepara para una oración vigilante, al contrario un
vientre bien lleno invita a un sueño largo.
Una mente sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una
vida llena de delicadezas arroja la mente al abismo.
La oración del ayunante es como el pollito que vuela más alto que un
águila mientras que la del glotón está envuelta en las tinieblas. La nube
esconde los rayos del sol y la digestión pesada de los alimentos ofusca la
mente.
Capítulo II
Un espejo sucio no refleja claramente la forma que se le pone al frente y el
intelecto, obtuso por la saciedad, no acoge el conocimiento de Dios.
Una tierra sin cultivar genera espinas y de una mente corrompida por la
gula germinan pensamientos malignos.
Como el fango no puede emanar fragancia tampoco en el goloso sentimos
el suave perfume de la contemplación.
El ojo del goloso escruta con curiosidad los banquetes, mientras que la
mirada del temperante observa las enseñanzas de los sabios.
El alma del goloso enumera los recuerdos de los mártires, mientras que la
del temperante imita su ejemplo.
El soldado bellaco retiembla al son de la trompeta que preanuncia la
batalla, igualmente tiembla el goloso a los llamados de la templanza.
El monje goloso, sometido a las exigencias de su vientre, exige su tributo
cotidiano. El caminante que camina con ahínco alcanzará pronto la ciudad
y el monje glotón no llegará a la casa de la paz interiorv[v].
El húmedo vapor del sahumerio perfuma el aire, como la oración del
temperante deleita el olfato divino.
Si te abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer
tu placer: el deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que siempre
envuelve y siempre se inflama. Una medida suficiente llena el vaso,
mientras un vientre desfondado jamás dirá ¡basta!". La extensión de las
manos puso en fuga a Amalec y una vida activa elevada somete las
pasiones carnales.
Capítulo III
Extermina todo lo que sea inspirado por los vicios y mortifica fuertemente
tu carne. Que de cualquier manera, en efecto, sea matado el enemigo,
éste no te producirá más miedo, así un cuerpo mortificado no perturbará al
alma. Un cadáver no nota el dolor del fuego y menos aún el temperante
siente el placer del deseo extinguido.
Si matas a un egipciovi[vi], escóndelo bajo la arena, y no engordes el
cuerpo por una pasión vencida: así como en la tierra engordada germina
lo que está escondido, así en el cuerpo gordo revive la pasión.
La llama que languidece se reenciende si se le agrega leña seca y el
placer que se va atenuando revive con la saciedad de la comida; no
compadezcas el cuerpo que se lamenta por la carestía y no lo halagues
con comidas suntuosas: si en efecto lo refuerzas se te volverá en contra
llevándote a una guerra sin tregua, hasta que esclavice tu alma y te haga
siervo de la lujuria.
El cuerpo indigente es como una caballo dócil que jamás desensillará al
caballero: éste, en efecto, dominado por el freno, se somete y obedece a
la mano de quien sujeta las riendas, mientras el cuerpo, domado por el
hambre y las vigilias, no reacciona por un pensamiento malo que lo
cabalga, ni relincha excitado por el ímpetu de las pasiones.
La Lujuria
Capítulo IV
La temperancia genera la mesura, mientras la gula es la madre del
desenfreno; el aceite alimenta la luz de la lámpara y el frecuentar mujeres
atiza la llamarada del placer.
La violencia del oleaje se desencadena contra el mercader mal anclado
como el pensamiento de la lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria
acogerá como aliada a la saciedad, le dará licencia, se juntará a los
adversarios y combatirá finalmente del lado de los enemigos.
Permanece invulnerable a las flechas enemigas aquel que ama la
tranquilidadvii[vii], quien en cambio se mezcla con la multitud recibe golpes
continuamente.
Mirar a una mujer es como un dardo venenoso, hiere el alma, nos inocula
el veneno y cuanto más perdura, tanto más arraiga la infección. El que
busca defenderse de estas flechas se mantiene lejos de las multitudinarias
reuniones públicas y no divaga con la boca abierta en los días de fiesta;
es mucho mejor quedarse en casa pasando el tiempo orando en vez de
hacer la obra del enemigo creyendo que se honra las fiestas.
Evita la intimidad con las mujeres si deseas ser sabio y no les des la
libertad de hablarte ni confianza. En efecto, al inicio tienen o simulan una
cierta cautela, pero seguidamente osan hacerlo todo descaradamente: en
el primer acercamiento tienen la mirada baja, pían dulcemente, lloran
conmovidas, el trato es serio, suspiran con amargura, plantean preguntas
sobre la castidad y escuchan atentamente; las ves una segunda vez y
levanta un poco más la cabeza; la tercera vez se acercan sin mucho
pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír desaforadamente;
seguidamente se embellecen y se te muestran con ostentación, su mirada
cambia anunciando el ardor, levantan las cejas y rotan los ojos, desnudan
el cuello y abandonan todo el cuerpo a la languidez, pronuncian frases
ablandadas por la pasión y te dirigen una voz fascinante al oído hasta que
se apoderan completamente el alma.
Sucede que estas trampas te encaminan a la muerte y estas redes
entretejidas te arrastran a la perdición; por tanto no te dejes ni siquiera
engañar de aquellas que se sirven de discursos discretos: en éstas, en
efecto, se oculta el maligno veneno de las serpientes.
Capítulo V
Acércate al fuego ardiente antes que a una mujer joven, sobre todo si tú
también eres joven: en efecto, cuando te acercas a la llama y sientes una
buena quemazón, te alejas rápidamente, mientras que cuando eres
seducido por las charlas femeninas, difícilmente logras darte a la fuga.
La hierba crece cuando está cerca al agua, como germina la
intemperancia frecuentando a las mujeres.
Aquel que repleta el vientre y hace profesión de sabiduría se parece a
quien afirma que frena la fuerza del fuego con paja. Como efectivamente
es imposible apagar el mutable agitarse del fuego con la paja, así es
imposible colmar en la saciedad el ímpetu inflamado de la intemperancia.
Una columna se apoya en una base y la pasión de la lujuria tiene sus
cimientos en la saciedad.
La nave presa de las tempestades se apresura en llegar al puerto y el
alma del sabio busca la soledad: una huye de las amenazadoras olas del
mar, la otra de las formas femeninas que traen dolor y ruina.
Un semblante embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino: aún
así, éste te da la posibilidad de nadar si quieres salvar la vida, mientras
que la belleza femenina, tras el engaño, te persuade de despreciar incluso
la vida misma.
La zarza solitaria se sustrae intacta a la llama y el sabio que sabe
mantenerse alejado de las mujeres no se enciende en la intemperancia:
como el recuerdo del fuego no quema la mente, así ni siquiera la pasión
tiene vigor si falta la materia.
Capítulo VI
Si tienes piedad para con el enemigo éste será siempre tu enemigo, y si
concedes a la pasión ésta se te revelará.
La vista de las mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a
glorificar a Dios; pero si en medio de las mujeres la pasión está tranquila
no le des crédito a quien te anuncia que has alcanzado la paz
interiorviii[viii].
El perro justamente menea la cola cuando se lo deja en medio de la
multitud, pero cuando se aleja, muestra su maldad. Sólo cuando el
recuerdo de la mujer surja en ti privado de pasión, entonces considérate
cerca de los confines de la sabiduría. Cuando en cambio su imagen te
empuja a verla y sus dardos cercan tu alma, entonces considérate fuera
de la virtud.
Pero no debes mantenerte así en esos pensamientos ni tu mente debe
familiarizarse mucho con las formas femeninas, la pasión es en efecto
reincidente y tiene al peligro junto a sí.
Como sucede efectivamente que una apropiada fundición purifica la plata
pero si se prolonga la destruye fácilmente, así una insistente fantasía de
mujeres destruye la sabiduría adquirida: no tengas, por tanto, familiaridad
prolongada con un rostro imaginado para que no se te adhieran las llamas
del placer y no queme la aureola que circunda tu alma: así como la chispa,
si permanece en medio de la paja, desencadena las llamas, así el
recuerdo de la mujer, persistiendo, enciende el deseo.
La Avariciaix[ix]
Capítulo VII
La avaricia es la raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a
las demás pasiones y no permite que se sequen aquellas que florecen de
ésta.
Quien desea hacer retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si
efectivamente podas para el bien las ramas pero la avaricia permanece,
no te servirá de nada, porque éstas, a pesar de que se hayan reducido,
rápidamente florecen.
El monje rico es como una nave demasiado cargada que es hundida por el
ímpetu de una tempestad: tal como una nave que deja entrar el agua es
puesta a prueba por cada ola, así el rico se ve sumergido por las
preocupaciones.
El monje que no posee nada es en cambio un viajero ágil que encuentra
refugio en todos lados. Es como el águila que vuela por lo alto y que baja
a buscar su alimento cuando lo necesita. Está por encima de cualquier
prueba, se ríe del presente y se eleva a las alturas alejándose de las
cosas terrenas y juntándose a las celestes: tiene efectivamente alas
ligeras, jamás apesadumbradas por las preocupaciones. Sobrepasa la
opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte llega y se va con ánimo
sereno: el alma, en efecto, no ha estado amarrada por ningún tipo de
atadura.
Quien en cambio mucho posee se somete a las preocupaciones y, como
el perro, está amarrado a la cadena, y, si es obligado a irse, se lleva
consigo, como un grave peso y una inútil aflicción, los recuerdos de sus
riquezas, es vencido por la tristeza y, cuando lo piensa, sufre mucho, ha
perdido las riquezas y se atormenta en el desaliento.
Y si llega la muerte abandona miserablemente sus tenencias, entrega el
alma, mientras el ojo no abandona los negocios; de mala gana es
arrastrado como un esclavo fugitivo, se separa del cuerpo y no se separa
de sus intereses: porque la pasión lo aferra más que lo que lo arrastra.
Capítulo VIII
El mar jamás se llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de
los ríos, de la misma manera el deseo de riquezas del avaro jamás se
sacia, él las duplica e inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa
jamás esta multiplicación, hasta que la muerte no pone fin a tal
interminable premura.
El monje juicioso tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá
con pan y agua el estómago indigente, no adulará a los ricos por el placer
del vientre, ni someterá su mente libre a muchos amos: en efecto, las
manos son siempre suficientes para satisfacer las necesidades naturales.
El monje que no posee nada es un púgil que no puede ser golpeado de
lleno y un atleta veloz que alcanza rápidamente el premio de la invitación
celeste.
El monje rico se regocija en las muchas rentas, mientras que el que no
tiene nada se goza con los premios que le vienen de las cosas bien
obtenidas.
El monje avaro trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa
el tiempo para la oración y la lectura.
El monje avaro llena de oro los agujeros, mientras que el que nada posee
atesora en el cielo.
Sea maldito aquel que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que
es afecto a la avaricia: el primero en efecto se postra frente a lo falso e
inútil, el otro lleva en sí la imagenx[x] de la riqueza, como un simulacro.
La Ira
Capítulo IX
La ira es una pasión furiosa que con frecuencia hacer perder el juicio a
quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el
conjunto humano.
Un viento impetuoso no quebrará una torre y la animosidad no arrastra al
alma mansa.
El agua se mueve por la violencia de los vientos y el iracundo se agita por
los pensamientos alocados. El monje iracundo ve a uno y rechina los
dientes.
La difusión de la neblina condensa el aire y el movimiento de la ira nubla
la mente del iracundo.
La nube que avanza ofusca el sol y así el pensamiento rencoroso embota
la mente.
El león en la jaula sacude continuamente la puerta como el violento en su
celda cuando es asaltado por el pensamiento de la ira.
Es deliciosa la vista de un mar tranquilo, pero ciertamente no es más
agradable que un estado de paz: en efecto, los delfines nadan en el mar
en estado de bonanza, y los pensamientos vueltos a Dios emergen en un
estado de serenidad.
El monje magnánimo es una fuente tranquila, una bebida agradable
ofrecida a todos, mientras la mente del iracundo se ve continuamente
agitada y no dará agua al sediento y, si se la da, será turbia y nociva; los
ojos del animoso están descompuestos e inyectados de sangre y
anuncian un corazón en conflicto. El rostro del magnánimo muestra
cordura y los ojos benignos están vueltos hacia abajo.
Capítulo X
La mansedumbre del hombre es recordada por Dios y el alma apacible se
convierte en templo del Espíritu Santo.
Cristo recuesta su cabeza en los espíritus mansos y sólo la mente pacífica
se convierte en morada de la Santa Trinidad.
Los zorros hacen guarida en el alma rencorosa y las fieras se agazapan
en el corazón rebelde.
El hombre honesto huye de las casas de mal vivir y Dios de un corazón
rencoroso.
Una piedra que cae en el agua la agita, como un discurso malvado el
corazón del hombre.
Aleja de tu alma los pensamientos de la ira y no alientes la animosidad en
el recinto de tu corazón y no lo turbes en el momento de la oración:
efectivamente, como el humo de la paja ofusca la vista así la mente se ve
turbada por el rencor durante la oración.
Los pensamientos del iracundo son descendencia de víboras y devoran el
corazón que los ha engendrado. Su oración es un incienso abominable y
su salmodia emite un sonido desagradable.
El regalo del rencoroso es como una ofrenda que bulle de hormigas y
ciertamente no tendrá lugar en los altares asperjados de agua bendita.
El animoso tendrá sueños turbados y el iracundo se imaginará asaltos de
fieras. El hombre magnánimo que no guarda rencor se ejercita con
discursos espirituales y en la noche recibe la solución de los misterios.
La Tristeza
Capítulo XI
El monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la tristeza
es un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira.
El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la
venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y fácilmente
devora a aquel que se entristece.
La tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha
generado.
Sufre la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez alumbrado se ve
libre del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es generada, provoca
largos dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae sufrimientos
menores.
El monje triste no conoce la alegría espiritual, como aquel que tiene una
fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia la contemplación ni
brota de él una oración pura: la tristeza es un impedimento para todo bien.
Tener los pies amarrados es un impedimento para la carrera, así la
tristeza es un obstáculo para la contemplación.
El prisionero de los bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a
aquel que es prisioneroxi[xi] de las pasiones.
En ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene fuerza como no la tiene
una atadura si falta quien ate.
Aquel que está atado por la tristeza es vencido por las pasiones y como
prueba de su derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente la tristeza deriva de la falta de éxito del deseo carnal
porque el deseo es connatural a todas las pasiones. Quien vence el deseo
vencerá las pasiones y el vencedor de las pasiones no será sometido por
la tristeza.
El temperante no se entristece por la falta de alimentos, ni el sabio cuando
lo ataca una disolución desquiciada, ni el manso que renuncia a la
venganza, ni el humilde si se ve privado del honor de los hombres, ni el
generoso cuando incurre en un pérdida financiera: ellos evitaron con
fuerza, en efecto, el deseo de estas cosas: como efectivamente aquel que
está bien acorazado rechaza los golpes, así el hombre carente de
pasiones no es herido por la tristeza.
Capítulo XII
El escudo es la seguridad del soldado y los muros lo son de la ciudad:
más segura que ambos es para el monje la paz interiorxii[xii].
De hecho, frecuentemente un flecha lanzada por un brazo fuerte traspasa
el escudo y la multitud de enemigos abate los muros, mientras que la
tristeza no puede prevalecer sobre la paz interior.
Aquel que domina las pasiones se enseñoreará sobre la tristeza, mientras
que quien es vencido por el placer no fugará de sus ataduras.
Aquel que se entristece fácilmente y simula una ausencia de pasiones es
como el enfermo que finge estar sano; como la enfermedad se revela por
la rojez, la presencia de una pasión se demuestra por la tristeza.
Aquel que ama el mundo se verá muy afligido mientras que aquellos que
desprecian lo que hay en él serán alegrados por siempre.
El avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente entristecido, mientras que
aquel que desprecia las riquezas estará siempre libre de la tristeza.
Quien busca la gloria, al llegar el deshonor, se verá adolorido, mientras el
humilde lo acogerá como a un compañero.
El horno purifica la plata de baja ley y la tristeza frente a Dios libra el
corazón del error; la continua fusión empobrece el plomo y la tristeza por
las cosas del mundo disminuye el intelecto.
La niebla diminuye la fuerza de los ojos y la tristeza embrutece la mente
dedicada a la contemplación; la luz del sol no llega a los abismos marinos
y la visión de la luz no alumbra el corazón entristecido; dulce es para
todos los hombres la salida del sol, pero incluso de esto se desagrada el
alma triste; la picazón elimina el sentido del gusto como la tristeza sustrae
al alma la capacidad de percibir. Pero aquel que desprecia los placeres
del mundo no se verá turbado por los malos pensamientos de la tristeza.
La Acedia
Capítulo XIII
La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la
naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la tentación
es para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.
El viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan la firmeza
del alma.
La nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente que no
tiene perseverancia del espíritu de la acedia.
El rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la palabra espiritual
exalta la firmeza del alma.
El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que
es perseverante está siempre tranquilo.
El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermosxiii[xiii], cosa que
garantiza su propio objetivo.
El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto
su propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa e
imaginar la salida distrae al acedioso.
Un árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos y la
acedia no doblega al alma bien apuntalada.
El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y
sin quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de
virtud. El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje
acedioso no lo es de una sola ocupación.
No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola
celda para el acedioso.
Capítulo XIV
El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente
imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una
voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se
entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el
sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija
en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la
palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos,
desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo
pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego,
poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás
pronunciará las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo
jamás llega a cargar un peso excesivo así también el acedioso
seguramente no se ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a
uno le falta, efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el vigor del
alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios
curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas
antes de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el
espíritu de la acedia huirá de ti.
La Vanagloriaxiv[xiv]
Capítulo XV
La vanagloria es una pasión irracional que fácilmente se enreda con todas
las obras virtuosas.
Un dibujo trazado en el agua se desvanece, como la fatiga de la virtud en
el alma vanagloriosa.
La mano escondida en el seno se vuelve inocente y la acción que
permanece oculta resplandece con una luz más resplandeciente.
La hiedra se adhiere al árbol y, cuando llega a lo más alto, seca la raíz, así
la vanagloria se origina en las virtudes y no se aleja hasta que no les haya
consumido su fuerza.
El racimo de uva arrojado por tierra se marchita fácilmente y la virtud, si se
apoya en la vanagloria, perece.
El monje vanaglorioso es un trabajador sin salario: se esfuerza en el
trabajo pero no recibe ninguna paga; el bolso agujereado no custodia lo
que se guarda en él y la vanagloria destruye la recompensa de las
virtudes.
La continencia del vanaglorioso es como el humo del camino, ambos se
difuminarán en el aire.
El viento borra la huella del hombre como la limosna del vanaglorioso. La
piedra lanzada arriba no llega al cielo y la oración de quien desea
complacer a los hombres no llegará hasta Dios.
Capítulo XVI
La vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con ella corres el riesgo
de perder la carga.
El hombre prudente esconde su tesoro tanto como el monje sabio las
fatigas de su virtud.
La vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras que el que la
combate reza en su pequeña habitación.
El hombre poco prudente hace evidente su riqueza y empuja a muchos a
tenderle insidias. Tu en cambio esconde tus cosas: durante el camino te
cruzarás con asaltantes mientras no llegues a la ciudad de la paz y
puedas usar tus bienes tranquilamente.
La virtud del vanaglorioso es un sacrificio agotado que no se ofrece en el
altar de Dios.
La acedia consume el vigor del alma, mientras la vanagloria fortalece la
mente del que se olvida de Dios, hace robusto al asténico y hace al viejo
más fuerte que el joven, solamente mientras sean muchos los testigos que
asisten a esto: entonces serán inútiles el ayuno, la vigilia o la oración,
porque es la aprobación pública la que excita el celo.
No pongas en venta tus fatigas a cambio de la fama, ni renuncies a la
gloria futura por ser aclamado. En efecto, la gloria humana habita en la
tierra y en la tierra se extingue su fama, mientras que la gloria de las
virtudes permanecen para siempre.
La Soberbiaxv[xv]
Capítulo XVII
La soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará,
emanando un horrible hedor
El resplandor del relámpago anuncia el fragor del trueno y la presencia de
la vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando adjudica a sus
propias capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una telaraña se precipita, así cae aquel que se
apoya en sus propias capacidades.
Una abundancia de frutos doblega las ramas del árbol y una abundancia
de virtudes humilla la mente del hombre.
El fruto marchito es inútil para el labrador y la virtud del soberbia no es
acepta a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor de Dios el alma
virtuosa. Como el peso de los frutos parte el ramo, así la soberbia abate al
alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles. El
alma del soberbio es abandonada por Dios y se convierte en objeto de
maligna alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de
bestias que lo asaltan y de día se ve alterado por pensamientos de vileza.
Cuando duerme, fácilmente se sobresalta y cuando vela los asusta la
sombra de un pájaro. El susurrar de las copas de los árboles aterroriza al
soberbio y el sonido del agua destroza su alma. Aquel que efectivamente
se ha opuesto a Dios rechazando su ayuda, se ve después asustado por
vulgares fantasmas.
Capítulo XVIII
La soberbia precipitó al arcángel del cielo y como un rayo los hizo
estrellarse sobre la tierra.
La humildad en cambio conduce al hombre hacia el cielo y lo prepara para
formar parte del coro de los ángeles.
¿De qué te enorgulleces oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y
podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes?
Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco
volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano.
¿Para qué elevas la cabeza que dentro de poco se marchitará?
Grande es el hombre socorrido por Dios; una vez abandonado reconoció
la debilidad de la naturaleza. No posees nada que no hayas recibido de
Dios, no desprecies, por tanto, al Creador.
Dios te socorre, no rechaces al benefactor. Haz llegado a la cumbre de tu
condición, pero él te ha guiado; haz actuado rectamente según la virtud y
él te ha conducido. Glorifica a quien te ha elevado para permanecer
seguro en las alturas; reconoce a aquel que tiene tus mismos orígenes
porque la sustancia es la misma y no rechaces por jactancia esta
parentela.
Capítulo XIX
Humilde y moderado es aquel que reconoce esta parentela; pero el
creadorxvi[xvi] lo creó tanto a él como al soberbio.
No desprecies al humilde: efectivamente él está más al seguro que tú:
camina sobre la tierra y no se precipita; pero aquel que se eleva más alto,
si cae, se destrozará.
El monje soberbio es como un árbol sin raíces y no soporta el ímpetu del
viento.
Una mente sin jactancia es como una ciudadela bien fortificada y quien la
habita será incapturable.
Un soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al soberbio a la locura.
Una burbuja reventada desaparece y la memoria del soberbio perece.
La palabra del humilde endulza el alma, mientras que la del soberbio está
llena de jactancia.
Dios se dobla ante la oración del humilde, en cambio se exaspera con la
súplica del soberbio.
La humildad es la corona de la casa y mantiene seguro al que entra.
Cuando te eleves a la cumbre de la virtud tendrás necesidad de mucha
seguridad. Aquel que efectivamente cae al pavimento rápidamente se
reincorpora, pero quien se precipita de grandes alturas, corre riesgo de
muerte.
La piedra preciosa se luce en el brazalete de oro y la humildad humana
resplandece de muchas virtudes.
*** *** ***
i[i]Lo que hoy llamamos gula, Evagrio llamaba gastrimargía, literalmente "locura del vientre".
ii[ii] "Vida activa" es la traducción más cercana a "praktiké", la disciplina espiritual que según Evagrio se
encuentra al principio del proceso de conformación con el Señor Jesús y que tiene como fin purificar las
pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio su "Tratado Práctico".
iii[iii] Enkráteia, es un concepto mucho más rico que el término "templanza" si por éste se entiende
solamente la virtud contraria a la gula. Por la raíz krat, que significa "fuerza" o "poder", esta virtud implica
"dominio de sí" o "señorío de sí".
iv[iv] Se trata de una comparación oscura, pero el mensaje es claro.
v[v] El término que usa Evagrio es Apátheia, que en su espiritualidad equivale al estado de plenitud
espiritual, alcanzado mediante el dominio de las pasiones y el silenciamiento del interior.
vi[vi] El "egipcio" es el nombre que los padres del desierto daban a un demonio especialmente feroz en
la tentación.
vii[vii] Se refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la soledad, en el caso del monje.
viii[viii] Otra vez se trata del término Apátheia. Ver nota 5.
ix[ix] Philargyria, o amor al oro, al dinero. Evagrio le da especial importancia a este vicio, y presenta su
demonio como particularmente astuto, pues presenta al monje una serie de razonamientos que hacen
aparecer la acumulación de bienes como un acto de sensatez y prudencia.
x[x] Para Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto que lo domina.
xi[xi]Evagrio utiliza el término Aikhmálotos, que significa "prisionero de guerra", pero al mismo tiempo
hace referencia a la aikhmálosia, que en su teoría espiritual es el estadio final de esclavitud del alma a
los demonios, que llega como consecuencia de dejarse vencer sistemáticamente por ellos.
xii[xii] Otra vez , la Apátheia.
xiii[xiii] En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era una de las principales
tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era, por tanto, la manera de encubrir bajo el manto de la
caridad el deseo de huir de la soledad.
xiv[xiv] El término Kenodoxía deriva de kenós "vacío, vano" y dóxa, "opinión": una imagen de sí que se
proyecta a los demás en base a valores inexistentes o insignificantes por su trivialidad.
xv[xv] El término Hyperephanía proviene del superlativo hypér y phaíno, "lo que aparece": aquello que
aparece como más de lo que es, arrogancia, altanería.
xvi[xvi] Evagrio utiliza el término Demioyrgós, que en la tradición griega equivalía al trabajador manual o
a la divinidad que creaba el mundo a partir de una materia preexistente. Parece ser que acá lo quiere
utilizar en el sentido de Dios creador, aunque esta acepción no queda totalmente clara.