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El Asunto de Sinaloa

Literatura
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Pocos

escritores han explorado los márgenes de la sociedad norteamericana con la


penetración y la inteligencia de Barry Gifford. El asunto de Sinaloa lleva esta
investigación a sus límites, gracias a un elenco de personajes que parecen salidos de
los rincones más oscuros de nuestra imaginación.
Desde un burdel en la ciudad fronteriza de La Paz, Arizona, Ava Varazo consigue
encumbrarse hasta convertirse en el amante de Indio Desacato, un rico traficante de
Sinaloa, Texas. Ava convence a uno de sus admiradores, DelRay Mudo, para que le
ayude a estafar a Desacato. Aunque DelRay es consciente de que se mueve en un
terreno lleno de trampas y traiciones, su vida no ofrece otros alicientes que seguir a
Ava.
Presas por igual de los desengaños de su pasado y los sueños de su futuro, los
personajes de El asunto de Sinaloa, como todos nosotros, luchan por sobrevivir a la
suerte que la vida les ha asignado. Barry Gifford, maestro de la intriga, lleva ésta más
allá de lo imaginable, alternando con mano experta los momentos tiernos y los
terroríficos.
«Un libro brillante, perturbador, obsesivo». OLIVER STONE

Página 2
Barry Gifford

El asunto de Sinaloa
ePub r1.0
Titivillus 19.02.2020

Página 3
Título original: The Sinaloa Story
Barry Gifford, 1988
Traducción: Luis Murillo Fort, 1999

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

Página 4
Para Michael Swindle

Página 5
Estoy esperando la muerte.
SAN AGUSTÍN

Anoche dormí en la zona turbia de la ciudad.


DON COVAY

Página 6
PRELUDIO

Página 7
LA MADRE DE LA LUZ

El interior de una casa. Un zaguán en penumbra, solamente iluminado por unas


bombillas de ínfimo voltaje. El zaguán está desierto y en silencio. Se abre una puerta
y un hombre de baja estatura sale de una habitación con un sombrero en la mano.
Cierra la puerta de la habitación, se pone el sombrero y camina hacia el otro lado del
zaguán, luego tuerce a la izquierda y se pierde de vista. El sonido de una voz
femenina se filtra débilmente en el pasillo: en algún punto de la casa alguien ha
puesto un disco, es Yolanda del Río cantando «Tus maletas en la puerta». De pronto
se oye un ruido sordo seguido de una exclamación de angustia. Más ruidos sordos,
una exclamación más fuerte. Dos hombres bajos de espaldas anchas aparecen al
fondo del zaguán. Corren por el pasillo hacia el lugar de donde suenan los ruidos. Se
meten por una puerta —no en la habitación de donde acaba de salir el hombre del
sombrero— y se oye un grito, un chillido amortiguado, rumor de golpes, como
puñetazos. Los dos hombres de espaldas anchas salen de nuevo al zaguán sosteniendo
entre ambos a otro hombre que no se tiene en pie. Los hombres de espaldas anchas se
lo llevan pasillo abajo cogiéndolo por las axilas. Tuercen a la izquierda al llegar al
fondo y se pierden de vista. La puerta de donde han sacado al otro hombre ha
quedado abierta, una nueva rendija de luz pálida alumbra en el pasillo. Del interior de
la habitación llegan quedos sollozos; una mulata menuda, dieciséis años a lo sumo,
está llorando sentada en una estrecha cama plegable, desnuda. La melena negra le
llega casi a media espalda. Se aprecian moretones en la cara y los brazos. Junto a la
cama hay una cómoda con espejo, el perímetro del cual aparece festoneado de
artículos religiosos: rosarios, cadenas de plata con crucifijo, postales de diversos
santos remetidas entre la luna y el marco del espejo. En el otro lado de la pieza hay
un lavabo y, junto a éste, un inodoro. Yolanda del Río está cantando «Hoy te toca
dormir en el suelo». La muchacha se pone de pie: hombros temblorosos, respiración
agitada, ojos llorosos. A paso corto e inseguro va hasta la puerta y la cierra muy
despacio.

Página 8
PRIMERA PARTE
SINALOA

Página 9
DELRAY Y AVA

La serpentina arrugada de un relámpago azul convirtió el paisaje en una tarta de


cumpleaños. DelRay Mudo conducía por las afueras de Sinaloa (Texas) escuchando
«La batalla perdida del amor propio y cómo no pelear por ello», la cinta del doctor
Nuca Picabia. «La gente fina no me gusta —gruñía el exveterinario de Santo
Domingo pasado a psicólogo de masas vía televisión por cable—, me recuerda a la
carne de hamburguesa caducada».
El bandido y revolucionario mexicano Pancho Villa, pensó DelRay, habría
encontrado en Nuca Picabia su alma gemela. Ambos eran individualistas a ultranza,
líderes natos, hombres de extracción humilde que despreciaban el elitismo y la tiranía
bajo todos sus posibles disfraces. Cuando Villa asumió el control del gobierno de
Chihuahua en 1913, ordenó que todo español capturado dentro de los límites de ese
estado fuese conducido a la tapia más próxima y fusilado. Cuando el cónsul
norteamericano protestó ante lo que le parecía una decisión política alocada y brutal,
Villa respondió: «Señor cónsul, los mexicanos hemos aguantado a los españoles
durante trescientos años. Ellos no han cambiado desde la época de los
Conquistadores. Desbarataron el imperio indio y esclavizaron al pueblo. Nosotros no
les pedimos que mezclaran su sangre con la nuestra. Por dos veces los echamos de
México y dejamos que volvieran con los mismos derechos que cualquier mexicano,
pero ellos utilizaron esos derechos para robarnos las tierras, esclavizar a la gente y
levantarse en armas contra la causa de la libertad… Nos endosaron la peor
superstición que el mundo haya conocido jamás: la Iglesia Católica. Sólo por eso
merecerían ir al paredón».
El exveterinario defendía el asesinato como antídoto contra los prosélitos de la
religión organizada, opinión que DelRay Mudo no podía por menos de compartir. A
su modo de ver, el problema de la religión era que le faltaba alma. Con todo, tras
unos veinte minutos de enjundioso panegírico, DelRay paró la casete del señor
Picabia y sintonizó KILO, su emisora local favorita.
—Hola, sur de Texas —anunció una voz ronca de hombre—. Corren rumores de
que la estación de servicio Red Devil de Excello Pomus no durará mucho en Sinaloa.
Bueno, pues éste que les habla es Excello Pomus en persona, y soy propietario del
número 8 de Gorch Street, como consta en la oficina de registros públicos del
condado de Comanche. La próxima vez que me mude, la funeraria y alquiler de
dúmpers Sparky & Buddy se encargará de todo. Para cualquier pregunta, llámenme a
mí, Excello Pomus, dueño y encargado de Excello’s Red Devil, 555-1814, Sinaloa
(Texas). Gracias, y alabado sea el Señor.
—Gracias, Excello —dijo otra voz de hombre, más juvenil—. Creo que con eso
queda zanjada la cuestión. Tenemos otro anuncio, ahora de Comida para Cachorros

Página 10
Pellejo e Hijo. Compramos reses muertas, grasa de restaurantes y sobras de almacén
de carne. Llamadas gratuitas desde larga distancia.
Unos goterones golpearon el parabrisas, y acto seguido el chasquido de un
relámpago cegó a DelRay y le hizo perder por momentos el control del coche. Mudo
cerró el contacto y dejó que la inercia impulsara el vehículo hasta detenerse en el
arcén. Le venía bien un poco de tiempo para reflexionar sobre su situación, teniendo
en cuenta que ésta era casi tan mala como el estado atmosférico.
Pensó en Ava Varazo y se preguntó dónde podría estar. La última vez que la había
visto, Ava llevaba puesto el pañuelo verde con loros morados y amarillos que DelRay
le había comprado en Nogales. Si ella hubiera estado con él, en el Cutlass, a DelRay
le habría costado lo suyo decidirse por estrangularla o tirársela. Presumiblemente
habría hecho ambas cosas, pero no estaba seguro de en qué orden.

Ava Varazo trabajaba de puta en el drive-in Puma Charlie’s Eat-It and Beat-It, a
las afueras de La Paz (Arizona), cuando conoció a DelRay Mudo. Él había oído
hablar del Puma, como se conocía popularmente al restaurante, bastante antes de
comprobar lo que según sus colegas camioneros era la mejor casa de citas del lado
norte de la frontera. Puma Charlie, que aseguraba ser medio indio quechua por parte
de su madre boliviana, se llamaba en realidad Carmine Ricobene, era siciliano-
americano y había nacido en el barrio neoyorquino de Belmont, en Queens. Puma
Charlie había salido a escape de la Costa Este, donde el hampa había puesto precio a
su cabeza por trapichear en un negocio de droga, para acabar de proxeneta en la
localidad fronteriza de La Paz.
El drive-in era una buena tapadera; la policía estatal y los del servicio de
Inmigración cobraban su mordida[1] la mitad en especie, la mitad en metálico, con
alguna que otra hamburguesa o ración de tarta a guisa de piscolabis. Los clientes
aparcaban sus vehículos en unas casetas y pedían rubias, morenas o pelirrojas por un
interfono, especificando sus preferencias en materia de complexión, altura, etc. Si
eran habituales, les bastaba mencionar el nombre del bocado de su elección para que
se les informara de su disponibilidad. Si el cliente se veía obligado a esperar más de
veinte minutos, recibía por cuenta de la casa una hamburguesa con aros de cebolla y
un refresco. Eat-It and Beat It contrataba principalmente extranjeras ilegales, jóvenes
llegadas de contrabando desde México que se alojaban en unos remolques que Puma
Charlie tenía detrás del drive-in.
El exchantajista de Queens habíase bautizado a sí mismo y a su negocio conforme
al mito andino de que los eclipses solares son producidos por un puma que devora al
astro rey. «Mi abuela boliviana —gustaba de mentir el antiguo Carmine Ricobene a
sus parroquianos— me decía que cuando hay eclipse es que el sol está enfermo. Mi
gente, los quechua, encienden fogatas para calentar la tierra, y los niños se ponen a

Página 11
gritar y pegan a las bestias con palos para que éstas ahuyenten al puma con sus
chillidos».
Ava Varazo procedía de La Villanía, una pequeña localidad situada unos sesenta
kilómetros al sur de la frontera. Decía la leyenda que el nombre del pueblo procedía
de una masacre de mujeres y niños indefensos llevada a cabo por soldados
norteamericanos durante la guerra con México en 1847. Desde aquel día, le explicó
Ava a DelRay, las mujeres de su pueblo atesoraban atroces designios respecto de los
gringos.
—O sea que debo tener cuidado —bromeaba DelRay.
—O sea que cuidado conmigo —decía Ava.
DelRay Mudo había elegido a Ava Varazo de entre las otras putas del
establecimiento por el modo en que la luz del crepúsculo realzaba su sedoso pelo
negro, que casi le llegaba a la cintura. En el Puma la apodaban «La Crin». Ninguna
de las prostitutas, le decía ella, tenía el pelo de un color natural aparte del negro y
como DelRay sólo era cliente de Ava, carecía de datos para dudar de sus palabras.
Cuando conoció a Ava, DelRay vivía en Phoenix y trabajaba de mecánico en el
taller de reparaciones de Chifla Miguel en la calle 58, barrio de Guadalupe. Fue Ava
quien le convenció para que dejara aquel empleo sin futuro e hiciera algo de
provecho.
—¿Por ejemplo? —le preguntó DelRay, tumbados los dos en sábanas recién
manchadas, escuchando el ronroneo del aire acondicionado en el Airstream de Ava.
—Ayudarme a hacerle una trastada a un chuloputas de Texas que conozco. Luego
nos casamos, tenemos varios críos y envejecemos juntos.
—Mi padre, Domingo «Duro» Mudo, solía decir: «La regla del Señor es que en
Texas nunca pasa nada bueno».
Ava recogió con la lengua el sudor que adornaba el pecho de DelRay y luego
introdujo la punta en su oreja derecha.
—No es por meterme con tu padre, mi amor —susurró—, pero puede que Dios
haga una excepción esta vez.

Página 12
RUMBO AL ESTE Y A SINALOA

Así pues, el desempleado DelRay y su maravillosa y pérfida Ava pusieron rumbo a


Sinaloa (Texas). ¿Por qué maravillosa?, se preguntó DelRay mientras conducía
tranquilamente el Cutlass. No era sólo su lustrosa melena negra, sus ojos verdes de
reptil, la cicatriz grande como uña de pulgar sobre la mejilla izquierda que adquiría
un brillo ambarino cuando se mosqueaba; lo que cautivaba a DelRay era el modo en
que Ava se movía. Su cabeza, sus caderas, su «movilidad». Toda ella. DelRay
encendió un Lucky sin filtro y repasó mentalmente el asunto de Sinaloa tratando de
comprender algo.
—Indio Desacato es un tipo peligroso —le había advertido Ava antes de que
partieran de La Paz—. Lo que pasa es que está encobado de mí. Tiene gracia, ¿no?
Encobarse de un cobo público.
—Igual que yo.
—Sí, cariño. Pero con una diferencia.
—¿Cuál?
—Yo estoy contigo, no con él.
Ava besó a DelRay y éste a Ava. Ahora estaban en el asiento delantero del
Cutlass, aparcados junto a los surtidores de una gasolinera Mercury. Mudo acababa
de llenar el depósito para el viaje a Sinaloa.
—Bueno, supongo que soy un tío con suerte.
—¿Es que no estás seguro?
DelRay puso el coche en marcha y arrancó.
—Cuéntame otra vez de qué se trata.
—Indio Desacato tiene una cadena de prostíbulos en Texas. Vive en Sinaloa,
cerca de la frontera, en una finca de lujo.
—¿Tú has estado allí?
—No, pero él me lo contó. Me invitó a que me fuera a vivir con él.
—¿Cómo es que no has ido antes?
—Porque es un cerdo. Tiene fama de pegar a sus chicas. A mí siempre me trataba
bien cuando venía a La Paz, pero sé que eso no duraría en cuanto me tuviera en
Texas.
—¿Qué pasa con Puma Charlie?
—Charlie no se hace problemas. Si una chica quiere marcharse, pues bueno. Le
llegan chicas de México cada semana. No puede decirse que haya escasez de mujeres
con ganas de trabajar.
—¿Y cómo crees tú que vamos a engañar a ese Desacato? Dices que es un sujeto
muy peligroso.
—Muy simple: C-H-E.

Página 13
—¿C-qué…?
—Combustión Humana Espontánea. C-H-E. Primero le vaciamos la caja fuerte y
luego lo arreglamos para que parezca que el tío ha explotado. Leí en alguna parte que
un hombre paró su coche junto a la carretera, sacó la chorra para mear y de pronto se
puso todo azul antes de caer muerto al suelo.
—¿Quién lo vio?
—Su mujer, que estaba dentro del coche. No quiso tocar el cuerpo porque echaba
humo. La poli llamó al equipo médico y éstos descubrieron que el hombre tenía un
boquete en el estómago, estaba carbonizado por dentro.
—¡¿Qué?!
—En serio. Por lo visto una especie de corriente eléctrica había irrumpido en su
cuerpo a través del suelo provocándole una combustión espontánea mientras estaba
allí de pie con la chorra en la mano. Los científicos explicaron que seguramente se
electrocutó por la orina, que pudo haber actuado como conductor. El tío se puso a
mear bajo unas líneas de alta tensión en campo abierto; hay montones de campos
eléctricos invisibles en esos sitios. La descarga se le metió por el cipote y le calcinó
las vísceras. Como no lo pudieron verificar al cien por cien, lo han llamado C.H.E.
Nosotros haremos pasar la muerte de Desacato por un caso de combustión humana
espontánea.
—Eres más complicada de lo que pensaba —dijo DelRay.
Ava agitó su melena negra y dijo entre risas:
—Uno se vuelve loco de tanto pensar.

Página 14
EL ÁNGEL DE ELÍAS

El principal sicario de Indio Desacato en Sinaloa, un exjugador profesional de fútbol


americano, tuerto, de metro noventa y siete y ciento sesenta y dos kilos llamado
Thankful Priest, atendía los asuntos rutinarios del negocio mientras Desacato se
dedicaba a viajar y reclutar pupilas. Thankful Priest le preguntó un día a su jefe cómo
era que el prostíbulo prosperaba al margen de los cambios en el gobierno local. Indio
Desacato se rió y le dijo: «Elias corrió más que el carro del rey Ajab, chico. No lo
olvides».
El nombre de pila de Thankful [Agradecido] Priest había sido idea de su madre,
Jezebel Bone Toussaint, quien se empeñó en hacerle recordar que un hombre debía
dar gracias al Señor por su lugar en la tierra. El padre de Thankful, Arturo Okazaki
Priest, un piloto mitad mexicano, mitad hawaiano-japonés, había fallecido dos meses
antes de nacer su hijo cuando el fumigador aéreo que pilotaba fue alcanzado por el
fogonazo de un rayo de doce puntas mientras sobrevolaba Big Tuna, en Texas,
inflamando la mezcla de oxígeno y carburante que llevaba en el depósito.
Thankful vio cortada de raíz su carrera deportiva después que él mismo se
extirpara el ojo izquierdo de la correspondiente cuenca dos horas después de haber
ingerido éxtasis en una fiesta del equipo. Thankful se arrancó de la cabeza el globo
ocular y empleó un flamante descamador de pescado para recortar los músculos y
tendones que quedaron colgando, antes de desplomarse en la cocina de la casa de su
compañero de equipo, el offensive tackle[2] Frank Chicarelli. Toda vez que los
médicos no lograron reinstalarle el globo ocular, Priest dijo a la policía que
investigaba el incidente que el ojo tenía grabado un pentalfa, la estrella de cinco
puntas que según él era el signo de Satanás.
El método que Indio Desacato empleaba mayormente para introducir chicas en el
país consistía en contraer matrimonio con ellas en México y luego pasarlas en coche
por la frontera. En su siguiente excursión a México, provisto del consentimiento por
escrito y ante testigos de la mujer, obtenía el divorcio. Pero Indio sólo se casaba con
chicas muy «especiales», jóvenes que él sabía podían atraer a clientes de alto nivel.
La operación llegaba a oídos de otras chicas y éstas se presentaban de motu propio
para una audición.
Indio había quedado extraordinariamente prendado de Ava Varazo al verla por
vez primera en aquel antro de La Paz. Cuando Puma Charlie le llamó para
comunicarle que Ava iba hacia allí, Desacato le dijo que le compensaría
generosamente. Puma Charlie respondió que no hacía falta pero que le agradecía el
gesto. «Mi gesto estará en tus manos el día siguiente a su llegada», replicó Indio.
Indio había pensado en un labrador retriever negro, de nombre Andy, que le había
acompañado al colegio siendo él un chaval en Waxahachie. Andy pertenecía a un

Página 15
vecino pero quería mucho a Indio, que siempre le daba su almuerzo camino de la
escuela. Indio le robaba luego el suyo a algún compañero. Ava Varazo le recordaba a
Andy. Era vivaracha, bella, negra y lustrosa como aquel labrador, y suponía que
mientras la alimentara bien, como el ángel del Señor había hecho con Elias, ella le
sería tan leal como el labrador.

Página 16
SÓLO LOS SOLITARIOS SABEN
LO QUE ES EL TIEMPO

En una tabla claveteada a la pared en la recepción del Tom Horn Hotel de la calle
Ethiopia, en Sinaloa, había estas palabras impresas a mano: «Amad también vosotros
al extranjero, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. —Deuteronomio,
10:19».
DelRay había tomado una habitación en el tercer piso. Ahora estaba en el
vestíbulo, fumando un Lucky y esperando noticias de Ava, a quien había dejado en la
mansión de Indio Desacato. El Tom Horn era un hotel viejo, de 1910. Aunque nunca
había sido gran cosa, el vestíbulo era bastante espacioso y unos grandes ventiladores
cenitales giraban cansinamente pero sin ruido sobre las cabezas de varios viejos
sentados en las butacas de piel marrón esparcidas por la estancia.
—¿Nuevo en Sinaloa?
DelRay volteó la cabeza veintidós grados hacia el oeste e identificó a su presunto
interlocutor, un octogenario que lucía un lustroso traje cruzado azul y un corbatín
típicamente tejano. La cara y las manos del viejo eran otros tantos muestrarios de
manchas como monedas de un dólar.
—Sí, señor —respondió DelRay—. Es la primera vez que vengo.
—Yo nací aquí en Sinaloa, el mismo año en que este hotel abrió sus puertas. El
Tom Horn y yo cumplimos ochenta y cinco el octubre próximo. ¿Qué es ahora,
septiembre?
—Sí, diecinueve.
—Yo nací el treinta y uno de octubre. El día en que murió Jeff Davis. —El
hombre le tendió su mano de calicó—. Mi nombre es Smith, Arkadelphia Quantrill
Smith. Puedes llamarme Arky.
—Yo, DelRay Mudo. Llámeme Del.
Se estrecharon la mano. A DelRay le impresionó la fuerza de los dedos del viejo.
—Caramba, Arky, menudo apretón tiene. Y el nombre, no digamos.
Arky se rió entre dientes.
—Mi abuelo cabalgó junto a Shelby en la Iron Brigade. Habrás oído hablar de
ellos, claro está.
—No, señor, creo que no.
—Durante la Guerra entre los Estados, más o menos en este mismo mes del
sesenta y tres, es decir de mil ochocientos sesenta y tres, el capitán Jo Shelby y sus
seiscientos hombres, incluido mi abuelito, Dockery «Doc» Smith, partieron de
Arkadelphia, cruzaron el río Arkansas hacia Misuri, donde se les unieron otros tantos
confederados de la frontera, y avanzaron hasta Boonville dando estopa a los yanquis,

Página 17
quemando puentes y puestos de suministros y destruyendo las líneas de
comunicación. La caballería de Shelby iba disfrazada con uniformes de la Unión y
espigas rojas de zumaque en el sombrero, que era supuestamente la señal secreta para
identificar a las tropas federales. ¡Los chicos de Shelby los burlaron a base de bien!
En cuarenta y un días la Iron Brigade destruyó millones de dólares en comestibles y
equipo rodante de la Unión, mataron e hirieron a cientos de soldados yanquis y
regresaron a Arkansas con más hombres de los que tenían al partir. Aquellos paletos
de Misuri se apuntaron a Shelby en un abrir y cerrar de ojos.
—Toda una epopeya, señor Smith.
—Pero el final no es tan glorioso, desde luego.
—¿Y eso?
—Los persiguieron hasta Texas. En Cascadia, Shelby supo que la causa estaba
perdida pero se negó a rendirse. Doscientos hombres le siguieron hasta México,
donde Maximiliano, ese títere austríaco que los franceses habían puesto en el poder
después de echar a Benito Juárez, veía con buenos ojos la Confederación. De camino
los soldados de Shelby se detuvieron para atar sus agujereadas banderas a unas rocas
y sepultarlas en el Río Grande.
—¿Qué les pasó en México?
—Maximiliano les ofreció unas tierras cerca de Veracruz, y algunos decidieron
establecerse allí. Otros optaron por tomarse un descanso antes de dirigirse hacia Cuba
y Brasil, donde fueron bien recibidos. Maximiliano tuvo que salir por piernas de
México poco después. Los franceses se asustaron al ver al ejército unionista
comandado por Phil Sheridan que se había congregado en la frontera, y abandonaron
al emperador. Tan pronto Juárez reconquistó México capital, los soldados sudistas
que se habían instalado en Veracruz se marcharon, Doc Smith incluido. Mi abuelo se
vino a Brownsville, donde fue reclutado por Rip Ford para las tropas de McCook que
controlaban a los bandidos mexicanos en la zona de Oíd Sal del Rey. No se trasladó a
Sinaloa hasta más tarde. Eso fue después de casarse con mi abuela, Quintana Fayette
Quantrill, que era hija ilegítima del coronel William Quantrill (aunque ella utilizó su
apellido), el hombre que dirigió la sangrienta incursión sobre Lawrence (Kansas),
donde ciento cincuenta personas fueron asesinadas mientras dormían.
DelRay encendió otro Lucky con la colilla del anterior.
—Debió de ser una época muy dura, supongo —dijo.
—Fueron días feroces, hijo —convino Arkadelphia Smith—. Pues bien, mis
padres, Stand y Quantrilla McCurly Smith, regentaron una tienda de comestibles
hasta su muerte, y yo después de ellos. Hace diez años se la vendí a un tal Ramos. Mi
padre se llamaba así por Stand Watie, un mestizo cherokee que llegó a general de
brigada confederado y fue el último oficial en rendirse. Mi madre también era
mestiza, mexicana por parte de padre y negro-francesa por parte de madre; él se
llamaba Francis Xavier Bonaparte, sólo sé que peleó con el segundo batallón de
Infantería Negra de Kansas.

Página 18
—Sabe usted cantidad de cosas sobre los viejos tiempos, señor Smith.
—Llámame Arky. Sólo los solitarios saben lo que es el tiempo, hijo. Dentro de
sesenta años, siempre y cuando a este planeta le queden aún sesenta vueltas de las
grandes, me darás la razón, estoy seguro.
El sol de la tarde había menguado considerablemente mientras DelRay escuchaba.
Sólo unos rayos finísimos se escurrían por entre las gruesas persianas que protegían
los ventanales del vestíbulo del hotel. Un fuerte ronquido sobresaltó a DelRay. Miró
hacia el oeste y vio que Arkadelphia Quantrill Smith dormía como un tronco en su
butaca. DelRay se preguntó qué estaría haciendo Ava con Indio Desacato en aquel
momento.
—No me cabe duda, Arky —dijo.

Página 19
EL GRAN VACÍO

—Sólo hay dos formas de llevar un negocio, la buena y la mala. El truco, por
supuesto, está en saber cuál es cuál antes de que sea demasiado tarde. Siempre hay
gente que prefiere pegarte un tiro a dar las buenas noches.
Indio Desacato estaba sentado en un flamante sofá blanco, fumándose un Royal
Jamaica.
—Que yo sepa —respondió Ava Varazo, contemplando desde una cristalera la
enorme extensión de tierra árida con un Tequila Sunrise en la mano derecha—, los
hombres no han conseguido dominar hacia dónde se les inclina la verga.
Sorbió un poco de tequila por una pajita de acordeón y sacudió su melena.
—En serio —prosiguió—. Fíjate si no en todo ese vacío de ahí afuera. Sabrás que
a Nueva Orleans la llaman The Big Easy [La Gran Indolente]. Pues al sudoeste de
Texas deberían llamarlo The Big Empty [El Gran Vacío].
Indio se rió.
—Hay un montón de huesos enterrados ahí, haciendo petróleo.
—A eso me refería —apostilló Ava.
—Me alegro de que hayas venido, ¿sabes? No lamentarás haber tomado esta
decisión. Serás la chica más cara de mis dominios.
—Y yo soñando que habías pensado hacer de mí una mujer honrada.
Desacato rió más fuerte que antes.
—No hay nadie honrado, Ava. Eso lo sabe cualquier hombre que sea honrado
consigo mismo.
—¡Hombres! Ni siquiera se te ocurre pensar que exista algo llamado «mujer».
—Desde luego, todo empezó por una mujer… y será un hombre quien lo termine.
—Eso no lo he dudado nunca —dijo Ava.
Indio era un hombre corpulento, regordete, bajo pero robusto, a pocas semanas de
cumplir los cuarenta. Tenía la tez del color del madeira y las cavidades orbitales tan
hundidas que casi daba la impresión de no tener ojos. Antes de hablar se lamió las
puntas de su cuidado bigote.
—Ven aquí, nena. Demuéstrame por qué estoy pagando.
Ava le miró con furia pero luego se ablandó.
—Estás cachondo, muy bien —dijo, y apuró su copa de un trago.
Indio se bajó la cremallera y sacó su cipote. Era corto y grueso, de color fango
como el resto de su piel. Ava pensó que parecía un cagarro.
—Ven, bonita —dijo él.
Ava dejó el vaso en una mesa, se acercó, se arrodilló ante él e imaginó que estaba
comiendo mierda. Indio cerró los ojos y pensó en las nalgas de una niña de nueve

Página 20
años con mallas rojas que había visto el día anterior inclinada para beber de una
fuente pública.

Página 21
LOS SANTOS NOS PROTEGEN

Ava tenía una cicatriz en lo alto de la mejilla izquierda. Cuando DelRay le preguntaba
al respecto ella siempre se ponía de mal humor y la marca rosada se volvía granate.
Ava se estremecía visiblemente de pies a cabeza, torcía un poco la cara y concluía
con un suave pero audible resuello. En este momento, estaban los dos abrazados bajo
la xántica luna del desierto, frente al remolque de Ava Varazo.
—¿Sabes qué día es hoy? —preguntó Ava.
—Veintinueve de febrero —dijo él—. Un día más para pagar el alquiler.
—El día de Santa Niña de las Putas, la patrona de los prisioneros de Lucifer. Sólo
se da cuando hay una segunda luna llena el último día de febrero de un año bisiesto.
—Me sonaba lo de la segunda luna; pero de los prisioneros de Lucifer no tenía ni
idea.
—Son almas vendidas a Satanás en vida de la persona. Gente que se reformó
antes de morir y quiso deshacer el trato.
DelRay rompió el abrazo, encendió un Lucky, inhaló y tosió. El aire nocturno le
pareció frío ahora que no estaba pegado a ella. Se frotó las manos y las hundió en los
bolsillos del pantalón, dejando el cigarrillo a merced de sus labios.
—¿Quién era esa Niña? —balbució.
—Una campesina, como yo —dijo Ava—. Había nacido en Huehuetenango,
Guatemala. Su padre había hecho un trato con el diablo para salvar la vida de su
mujer, que tenía un cáncer. Satanás le dijo que la mujer sólo viviría si él le prometía
también las almas de sus tres hijos varones.
—¿De la hija no?
—Niña no había nacido aún. Fue la más pequeña de cuatro hijos. El padre estaba
horrorizado, pero consintió pensando en que más adelante podría convencer a Satán
de que no se llevara a sus hijos. La madre sanó y, por supuesto, el marido no pudo
aplacar al diablo por más que le imploró. El pobre hombre quedó destrozado
pensando en la condenación de sus hijos y en la suya propia. Murió de pena poco
después de nacer su hija.
—¿La madre conocía ese pacto?
—Sólo cuando su marido lo confesó en su lecho de muerte. Cuando Niña cumplió
doce años sus hermanos resultaron muertos al partirse el eje de la carreta en que
viajaban por un camino muy empinado; ellos, la carreta y el burro que tiraba de ella
fueron a estrellarse al fondo de una barranca. La madre le contó a Niña qué pasaría
con el alma de los chicos, y ella juró que los salvaría a todos.
DelRay escupió el cigarrillo:
—¿Lo consiguió?

Página 22
—Sí. Esa noche invocó a Satán, diciéndole que no podía vivir sin sus hermanos y
que quería ir con ellos en seguida. Cuando Satán apareció ella le tomó de la mano y
dejó que la llevara al infierno, donde se convirtió en su amante.
—¡No jodas! —DelRay ya no sentía el frío.
—El apego de Satanás por la Niña no tardó en consumarse. Ella le sedujo de una
forma que ni el propio príncipe de las tinieblas habría podido imaginar. Fue así como
ella adquirió cierto poder sobre el diablo y acabó convenciéndole para que su padre y
sus hermanos pudieran salir del infierno y entrar en el reino de los cielos. Como es
lógico, Niña tuvo que quedarse en el infierno como puta de Satanás. Y son las
prostitutas quienes la honran por su sacrificio, precisamente en este día, el más raro
de todos.
—Santa Niña de las Putas.
—Ni más ni menos. Es el único día del año en que ninguna prostituta debería
sentir vergüenza a los ojos de Dios.
—Pero ¿y tu cicatriz? ¿Qué fue lo que pasó?
—La primera vez que un hombre me folló por dinero, yo misma me hice un corte
en la cara con la arista de una roca.
—¿Por qué? Eras muy hermosa. Bueno, todavía lo eres.
—Lo hice para no serlo tanto nunca más. Quedé marcada por dentro y por fuera.
DelRay la estrechó en sus brazos.
—Pobre Ava.
Ella se zafó y le miró con ferocidad.
—No —masculló—, yo de pobre no tengo nada.

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COWBOY DE PEGA

Thankful Priest entró dando briosas zancadas en la Farmacia Café de Zambo Fike y
depositó su colosal corpachón en dos raídos taburetes de similicuero rojo. Zambo,
cuyo nombre verdadero era Jesús María, debía su apodo a su empleo por horas como
payaso de rodeo especializado en saltar con las piernas separadas sobre las astas de
un cebú. Hacía varios años que había interrumpido esta su segunda ocupación,
después que un indómito morlaco pardo de nombre Ygdrasill alanceara el testículo
izquierdo del payaso-farmacéutico cuando Zambo intentaba un giro de 360 grados
con las puntas de los dedos. Zambo conservaba una foto de Ygdrasill en la pared del
retrete de su local, a fin de recordarse a sí mismo, cada vez que iba a mear, por qué
había abandonado el rodeo.
—¡Ponme frijoles y cerveza y procura que no se acerque nadie! —le gritó
Thankful al patiestevado y feísimo propietario, que estaba detrás de la barra
chupeteando una breva barata—. Coño, Zambo, podrías fumar algo más decente, ¿no
crees?
—Éstos me gustan, Thankful —dijo Zambo, fija como siempre la mirada en el
descolorido ojo de cristal de Priest. A Thankful se le había caído accidentalmente en
un bote de pintura magenta. Pese a que lo había lavado, el ojo había quedado teñido
para siempre y daba a su rostro un fulgor peculiar y ultramundano que acentuaba su
ya de por sí amenazador aspecto.
En el momento en que Thankful Priest entraba, DelRay estaba hojeando el último
número de Trackdown, el informe mensual sobre actividades de los cazadores de
recompensas, junto al expositor de revistas. Después de pedir su almuerzo, el
monstruo reparó en DelRay y en lo que estaba leyendo.
—Sinaloa no tiene una sola librería digna de ese nombre —dijo—. Para eso hay
que venir a Zambo’s.
DelRay levantó la vista y le miró.
—¿Cómo dice?
—Que si piensas comprar esa revista.
—¿Qué más le da si la compro o no?
—Oye, Zambo, ese mierda de pelagatos blanco se me cabrea por un comentario
inocente. Quiero que lo tengas presente cuando el sheriff pregunte qué pinta en el
suelo una piltrafa sanguinolenta que en su día pudo haber sido un individuo tirando a
roñoso.
—Si has de liarte a tortas, Thankful, llévatelo afuera. No quiero que ningún
cowboy de pega me monte una pelea en el local.
—¿Tú qué dices, socio? —le preguntó Thankful Priest a DelRay Mudo.
—¿Yo qué digo de qué?

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—Si lo arreglamos en la calle.
DelRay dejó la revista en su sitio, miró detenidamente la mole bizca que ocupaba
buena parte de dos taburetes y dijo:
—Tú debes de ser el famoso Polifemo.
—¿Poli qué? —rió Priest—. ¿Polifeo, has dicho?
DelRay se llegó a la puerta y la abrió.
—Eh, ¿cómo te llamas? —preguntó Priest.
—Ulises —dijo DelRay, un momento antes de salir—. Ten mucho ojo conmigo.

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MENSAJE PARA MUDO

DelRay llevaba casi una semana sin noticias de Ava cuando Framboyán Lanzar le
entregó un mensaje un día a media mañana. Mudo estaba aún en su cama del hotel
cuando oyó dos golpes impetuosos en la puerta. DelRay no dormía pero estaba medio
en trance, fantaseando a expensas de Cherry Layne, personaje de La noche Ubre de la
enfermera, una novela de bolsillo que había estado leyendo durante la víspera. Cherry
Layne, la núbil enfermera protagonista de la novela, practica el sexo oral y/o anal con
tres médicos diferentes, dos internos, un anestesista y otra enfermera durante su
primera semana de trabajo en un gran centro hospitalario. Todas estas actividades
tienen lugar durante su turno normal; DelRay no había llegado aún a la noche libre.
Cherry se niega a practicar el coito convencional pues, como explica a sus diversas
parejas, ella se reserva para el matrimonio. «Sólo mi marido, quienquiera que llegue a
ser, podrá entrar por la puerta grande», le dice Cherry al doctor Rameses «Ram»
Melville, un cirujano de renombre internacional que controla sus pulsaciones con un
fonendoscopio mientras él y la enfermera Layne se arrullan de pie junto a la cama de
un paciente muerto hace poco. DelRay estaba imaginando que le lamía el pimpollo a
Cherry cuando una segunda tanda de porrazos a la puerta le sacó violentamente de su
ensueño.
—¿Quién es?
—¡Mensajero! —dijo una voz desde el pasillo—. Traigo un mensaje para el señor
Mudo.
—Un momento.
DelRay saltó a regañadientes de la cama, remetiéndose en el calzoncillo la media
erección, y se acercó a la puerta. Llevaba puesta una sucia y muy deshilachada
camiseta con la inscripción «Chifla Miguel Arregla Coches Más Mejor». Al abrir la
puerta vio a un chico menudo con el pelo corto que le miraba fijamente. No tendría
más de dieciséis o diecisiete años.
—¿Un mensaje para mí?
El chico se puso a botar sobre las puntas de los pies mientras decía:
—Si es que se llama DelRay Mudo.
—Soy yo.
—¿Cómo puedo estar seguro? —preguntó el saltarín—. La señora insistió en que
no me equivocara de persona.
DelRay fue a por sus pantalones, se los puso y extrajo la cartera de un bolsillo. Le
mostró al muchacho su carnet de conducir.
—¿Te basta con esto?
—Supongo.
DelRay guardó la cartera y dijo:

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—¿Dónde está el mensaje?
El chico no paraba de brincar.
—No dónde, sino qué.
—¿Por qué das esos saltos?
—Soy boxeador. Framboyán Lanzar. El número dos de los pesos mosca en el
oeste de Texas. Así ejercito los músculos de mis pies. El mes que viene tengo una
pelea en San Angelo contra Danny Melaza.
—Danny Molasses. Le vi contra Chuy Chancho en Nogales. A Chancho lo
descalificaron por dar cabezazos.
—Sí, Chuy es un púgil marrullero. ¡Pero yo haré besar la lona a ese Melaza!
—Bueno, ¿y el mensaje?
—La señora dice que vaya a verle a El Oráculo esta tarde a las dos.
—¿Y eso qué es? ¿De qué señora hablas?
—Una con el pelo larguísimo que dicen que es la puta más cara de las que
trabajan en La Casa Desacato. Ella me lo dijo cuando fui a llevar las cervezas y el
whisky. Me pagó diez pavos.
—¿Dónde está El Oráculo?
—Hacia el sur por la vieja número 4, cosa de trece kilómetros. Una cantina junto
a la carretera. Es fácil de encontrar.
—Por tu manera de llamar a la puerta, se diría que tienes un buen gancho.
Framboyán Lanzar amagó un directo de un adversario invisible y boxeó con su
sombra en el pasillo.
—Oiga, tío —dijo al cabo—. ¿Y la propina?
—Danny Molasses siempre busca atacar con la derecha, o sea que es fácil
tumbarlo de un buen gancho a la mandíbula. Buena suerte —dijo DelRay, y cerró la
puerta.

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EL ORÁCULO

DelRay encontró El Oráculo sin problemas, y a las dos menos cuarto estaba sentado a
la barra con una Tecate delante. Tenía ganas de ver a Ava Varazo. La necesitaba
físicamente, y además estaba impaciente por poner en práctica el plan. DelRay se
estaba quedando sin dinero; sólo podría pagar la habitación en el Tom Horn una
semana más. Por algún motivo le había perdido el gusto a fumar y hacía dos días que
no compraba cigarrillos. Al menos así ahorraba unos cuantos pavos. Qué coño,
cuando él y Ava se hicieran con el medio kilo de Indio Desacato podrían comprarse
una plantación entera de tabaco.
DelRay había apoyado la lata en sus labios cuando en la máquina de discos
empezó a sonar «Viva Las Vegas». El vis Presley nunca había sido su ídolo, y Mudo
hizo una mueca mientras la cerveza inundaba su organismo. Dejó la lata sobre la
barra y giró el taburete para ver quién era el que se gastaba un buen dinero en un
disco tan malo. Al instante reconoció la espalda del coloso que había conocido en la
Farmacia Café, el antipático gigante tuerto a quien el dueño del local había llamado
Thankful. El gigante introdujo más monedas en la Rockola y entonces se dio la vuelta
y vio a DelRay.
Su ojo falso reflejó los múltiples colores de las docenas de botellas alineadas
detrás del mostrador. Siempre era su ojo artificial lo primero que miraba y se quedaba
mirando la gente cuando hablaba con Thankful, como si el ojo que le funcionaba no
fuese digno de atención.
—Caramba —dijo Thankful—, pero si es mi gran amigo U… Uli…
—Ulises —dijo DelRay—. Tienes buena memoria.
—Sí, recuerdo que alguien me llamó Polifeo.
—Polifemo. Un viejo amigo mío al que te pareces bastante.
«Viva Las Vegas» sonaba a todo volumen.
—¿Te gusta Elvis? —preguntó Priest.
DelRay encogió los hombros.
—Lo tomas o lo dejas.
—Esta canción es de una peli que hizo con Ann-Margret. ¡Seguro que Él se la
cepilló! Mmmm-mmm.
Thankful se meció al compás de la música como si montara una tabla de surf.
Cerró los ojos hasta el final de la canción, y no los volvió a abrir hasta que empezó la
siguiente. Para DelRay fue un alivio oír a Bobby Bare cantando «Six Days on the
Road and I’m Gonna Make It Home Tonight», pero se intranquilizó un poco cuando
Priest arrimó los dos taburetes vacíos que había a la izquierda de DelRay y los castigó
con su corpachón.

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—¡Eh, Chino! —le chilló Thankful al barman—. Ponme un lingotazo triple de
Gusano Rojo y dos Tecates de acompañamiento. —Fijó su atención en DelRay y dijo
—: Bueno, Uli, háblame un poco de ese tal Polifemo.
DelRay miró el reloj que había en la pared, sobre el espejo colocado tras el
mostrador, y vio que faltaban cinco minutos para las dos.
—Según la mitología griega, era un tipo grande de pelo en pecho. Uno de los
cíclopes.
—Forzudo, ¿eh?
—Y que lo digas.
Llegaron las copas. Thankful despachó el mezcal de un solo trago, y luego lo bajó
con media lata de cerveza. Eructó ruidosamente justo cuando Patsy Cline empezaba a
interpretar «Walkin’ After Midnight». DelRay empezaba a reconsiderar su opinión
sobre los gustos musicales de Thankful Priest.
Ava Varazo vio a DelRay conversando con Thankful y rápidamente se echó atrás.
Indio tenía prohibido a sus chicas frecuentar El Oráculo y cualquier otro bar o
tabernucho de la zona. Creía que sus mujeres serían más misteriosas, exóticas y, por
tanto, apetecibles para los lugareños si no se mostraban en público. En el fondo esto
no era más que una forma de tenerlas controladas, y Ava se sentía muy a disgusto con
este mandato de Indio en particular.
Desacato la había tratado bien durante el último mes y ella veía que se estaba
ganando su confianza.
La idea de Ava era irse infiltrando entre los íntimos del gángster macarra a fin de
conseguir sus objetivos con el máximo de eficacia. Sabía que necesitaba tener un
aliado fuera de ese círculo, razón por la cual había reclutado a DelRay Mudo. Él no
entraba necesariamente en los planes a largo plazo de Ava.
Esperando al sol contra la pared de la cantina, Ava recordó su pueblo natal, La
Villanía, y los amigos y familiares que había dejado allí. Confiaba verlos a todos otra
vez dentro de poco. Ava decidió aguardar hasta que Thankful Priest se marchara.
Retrocedió hacia el Monte Cario marrón del 78 con lunas superoscuras que le había
dejado Moke Lamer, el factótum de La Casa Desacato. Moke había perdido la
chaveta por Ava y ésta, por descontado, era muy capaz de sacarle partido. Lo único
que le había pedido él era que le dejase lamer el empeine de su pie izquierdo, a lo que
Ava había accedido. Tan rastrera petición había hecho muy poco por mejorar la
opinión que ella tenía de los hombres.
Dentro de la cantina, Priest y Mudo habían empezado a sentirse a gusto el uno
con el otro. Se invitaron a varias rondas y se turnaron en echar monedas a la máquina.
La impaciencia de DelRay por reunirse con Ava se desvaneció en la bruma etílica.
Tras una hora seguida bebiendo, Thankful se bajó de sus dos taburetes y dijo que
tenía que irse.
—Eres un buen tipo —le dijo a DelRay, palmeándole la espalda con su garra de
oso pardo—. Estoy seguro de que volveremos a vernos.

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—Cuenta con ello —dijo DelRay.
Thankful Priest salió del bar tambaleándose. DelRay se reanimó un poco y fue
hacia el aseo de caballeros. Estaba en plena meada cuando oyó la voz de Ava Varazo.
—Conque de copas con el enemigo, ¿eh?
DelRay empezó a girarse y se percató de que seguía en el acto de miccionar, pero
no lo interrumpió.
—Joder, creía que no ibas a venir nunca.
—Eso me suena[3].
Mudo terminó de orinar, se abrochó la bragueta y miró a La Crin. Al verla tan
hermosa hizo ademán de abrazarla. Ava dio un paso atrás.
—¿No sabes con quién has estado de parranda? —preguntó.
—Claro. Con el mismísimo Polifemo. El famoso cíclope.
—Mira, idiota, ése era Thankful Priest, el principal matón de Indio. Espero que
no le habrás dicho nada de por qué estabas aquí.
—Que no, joder. Le he dicho que era un mecánico sin empleo y que estaba de
paso. Es casi la verdad. —DelRay se le acercó de nuevo—. ¿Cómo te va a ti, cariño?
No sabes cuánto te echo de menos.
Ava permitió que le diera un achuchón.
—Salgamos de aquí —dijo—. Esto apesta.
Ava llevó a DelRay hasta el Monte Cario y le dijo que montara en el lado del
copiloto. Ella se puso al volante.
—¿De quién es este cacharro?
—De un tío que hace trabajitos en La Casa. Es un buen tipo, no dirá nada.
—Veo que ya has hecho buenas amistades.
—Es lo que tendrías que hacer tú, majo.
—Algo habrá que hacer pronto, porque casi estoy sin blanca.
—Lo sé. Te enviaré a Framboyán con un poco de dinero, pero has de tener
paciencia. Estoy intimando con Indio, no creo que tarde mucho en sacarle la
combinación de la caja. Ya sé dónde la tiene, en el suelo, debajo de su cama.
—Vaya, has hecho horas extra con él…
DelRay estaba espabilando rápidamente la borrachera.
Ava ni pestañeó.
—Sólo lo necesario, Del. Tú y yo estamos juntos en esto. De por vida.
—De por vida.
Ava se arrimó a DelRay y besó tiernamente sus labios hinchados por la cerveza.
—Vayamos al hotel, Ava.
—No puedo, encanto. Ya debería estar de vuelta. Iré yo a verte en seguida que
pueda, te lo prometo. Estoy preparando un plan para liquidar a Indio. Confía en mí.
DelRay examinó la cara morena de Ava con toda la claridad de que fue capaz.
Había crucecitas amarillas en sus ojos siena.
—Confío en ti, Ava.

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Ella le dio otro beso y le puso la mano entre las piernas, ahuecando los dedos en
torno a su escroto.
—Yo también necesito lo que tienes ahí —dijo.
DelRay salió del coche y se quedó frente a El Oráculo viendo marchar a Ava. Por
momentos, al balancearse ligeramente en el polvo que el Monte Cario había
levantado al arrancar, volvió a sentirse embriagado y no supo qué hacer. Mareado,
DelRay se sentó en el bordillo, miró al suelo que tenía delante y vio la cara de
Jesucristo. Cerró los ojos con fuerza, los abrió otra vez y volvió a mirar. La cara
seguía allí, sólo que ahora estaba ensangrentada, y aquella cosa roja resbalaba por las
piedras blancas hasta llegar a sus botas. DelRay dio un salto y entró corriendo en el
bar.

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TRINIDAD

—Mi madre me bautizó así por Chino Cortina, el elegido del Altísimo para echar a
los norteamericanos de Texas y devolver el estado a México.
—¿Cuándo pasó esto?
—¿Cuándo me bautizó mi madre?
—No, que cuándo vivió ese otro Chino.
—Ah, en los años cuarenta o cincuenta, pero del siglo pasado. Después de la
guerra con México.
DelRay era el último cliente de la tarde en El Oráculo. Iba por la undécima
cerveza, creyendo que eso le ayudaría a contarle a Chino, el cantinero, que había
visto la cara de Jesucristo sobre la gravilla del aparcamiento.
—Este Cortina acaudillaba una banda de libertadores que aterrorizó a los
americanos desde Laredo hasta el golfo de México. Era la oveja negra de una buena
familia. No sabía leer ni escribir. Los pobres le adoraban.
—Una especie de Robín Hood, ¿eh?
—Exacto. Yo nací el veintiocho de septiembre, el mismo día en que los bandidos
de Cortina atacaron Río Grande City por sorpresa. Saquearon los comercios
americanos al grito de «¡Muerte a los gringos!».
DelRay apuró su cerveza. Chino abrió otra Tecate más, se la puso delante y dijo:
—Por cuenta de la casa, hermano.
—¿Y qué ocurrió después?
—Se esperaba que los hombres de Cortina atacaran Brazos Santiago y Point
Isabel, los depósitos de suministros para Brownsville, de modo que los rangers de
Texas allanaron su campamento. Hubo una cruenta batalla antes del amanecer. La
densa niebla hacía muy difícil distinguir americanos de mexicanos, todos disparaban
contra todos. Al final los rangers acorralaron a los hombres de Cortina en el río. La
niebla se levantó y los tejanos los acribillaron como si fueran búfalos con rifles
Sharpe mientras los de Chino trataban de vadear el río.
—¿Y Cortina?
—El Chino escapó. Consiguió llegar a Guerrero, en México, con treinta de sus
quinientos hombres. Reunió un nuevo ejército de guerrilleros y juró pelear por la
emancipación de los peones de la frontera. Cortina organizó otra gran incursión a
Texas en 1861, pero fue poco más que morder y correr. Él murió en 1894. En su
lecho de muerte, Chino juró que su nombre se escribiría a sangre y fuego dondequiera
que encontrase a los gringos apestosos, fuese en el cielo o en el infierno.
DelRay tenía los ojos cerrados cuando se llevó la lata de Tecate a sus labios, pero
estaba demasiado bebido para tragar y la cerveza le rezumó por la pechera de la
camisa.

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—Sangre —dijo—. Cristo. Apestosos gringos.
La cabeza de DelRay cayó a peso sobre la barra. Chino se santiguó y lo dejó tal
como estaba.

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MOO YANG

Ava se la estaba chupando a Euple Mapes, un labriego de setenta y un años natural de


Big Spring, cuando oyó el disparo. Teniendo en cuenta sus problemas de próstata,
podía decirse que Euple estaba en un tris de obtener lo que podía considerarse sin
exagerar una erección normal. Ava lo había estado trabajando sus buenos quince
minutos sin la menor señal perceptible de acumulación sanguínea en el tejido
peneano cuando el hombre encendió un cigarrillo y dijo: «Déle unos lametazos más,
señorita, y si mi viejo campeón sigue sin empinarse me conformaré con una palmada
en el recto». La detonación llegó inmediatamente después.
Ava y su cliente saltaron al unísono. Euple Mapes se levantó y se subió el
pantalón. Ava fue hasta la puerta, la abrió unos milímetros y echó un vistazo al
pasillo. Thankful Priest pasó de largo pisando fuerte e irrumpió en un cuarto dos
puertas más allá, al otro lado del pasillo. Ava agarró un albornoz y fue tras él.
Thankful estaba justo en el umbral y Ava asomó la cabeza por detrás de su
hombro derecho. Moo Yang, una chica chino-tailandesa de catorce años que Indio
había traído la semana anterior de Port Arthur, estaba sentada en el suelo empuñando
con ambas manos una Ruger Blackhawk del calibre 44, cubierta únicamente por una
cornamenta de búfalo de imitación. Un hombre vestido de ante blanco y con
mocasines altos yacía boca abajo en la cama; la parte posterior de su cabeza estaba en
buena parte adherida a la pared que tenía encima. Ava, que sentía simpatía por Moo
Yang, esquivó a Priest y fue a arrodillarse junto a la chica, la cual estaba mirando
inexpresivamente al vacío.
—¡Madre de Dios, niña! —dijo Ava—. ¿Qué ha pasado?
Moo Yang levantó lentamente el revólver y apuntó con pulso inestable a
Thankful, que dio media vuelta y salió.
—¡Pum! —dijo la chica, y bajó el arma hasta apoyar el largo y negro cañón en su
terso muslo moreno.
—¡Di algo, Moo Yang!
La chica sonrió y miró a Ava Varazo. Sus enormes ojos negros estaban vidriosos.
Rompió a llorar pero sin dejar de sonreír.
—América es una mierda —dijo Moo Yang.

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BREVE VISITA A LA VIUDA

Indio Desacato manejaba el volante con los dedos índice y medio de la mano
izquierda mientras conducía lentamente su Lincoln Mark VIII verde bosque por las
polvorientas calles de Ciudad Yeguada, seis kilómetros al noroeste de Tampico,
pasada la medianoche. Indio había oído hablar de un burdel regentado por una mujer
a la que llamaban La Viuda, donde ninguna de las putas pasaba de los doce años.
Pensaba que una chica muy joven sería una atracción especial en Sinaloa, más aún si
se sabía que sólo estaba de paso. Indio había mandado aviso a La Viuda y recibido
respuesta de que ella no tenía inconveniente en alquilarle uno de sus pimpollos por
unas semanas. La Viuda le estaba esperando.
Al final de lo que algún urbanista imbécil o soñador había bautizado como
Avenida de la Paz Eterna —como si aquel rincón de mundo hubiera necesitado o
merecido semejante denominación— el pernicioso mercader de carne torció a la
derecha como le habían dicho que hiciera y detuvo el Lincoln Mark VIII frente a un
achaparrado bungalow con tejado de uralita. Antes de apearse del coche, Indio abrió
la guantera y extrajo una pistola automática Glock de nueve milímetros. Introdujo la
pistola en el bolsillo lateral derecho de su sahariana y escudriñó la calle desierta. Era
el momento en que la noche del domingo se convertía en mañana del lunes, la
madrugada, y todos los bribones y tenorios, los que trabajaban en los pozos de
petróleo, los que trabajaban en el banco o en el juzgado, los policías, los que podían
permitirse ser clientes de La Viuda, tenían que respetar por fuerza la única noche de
la semana en que el establecimiento permanecía cerrado. Indio lo sabía y no esperaba
problemas, no obstante lo cual se sentía más seguro con un arma encima. Nunca se
sabía, y menos en México, cuándo podía aparecer un feo dragón con su indeseable
bocanada de fuego.
—Bienvenido, señor Desacato —dijo una guapa mujer de unos sesenta años al
aproximarse Indio a la entrada del bungalow. La mujer vestía con sencillez; un
vestido largo de algodón blanco y, sobre los hombros, una mantilla de seda negra
estampada de pájaros color azafrán y flores escarlata—. Es un placer verle por aquí.
—Usted debe de ser La Viuda.
—En efecto. Pase.
La Viuda cerró la puerta al entrar él.
—Ha hecho un largo viaje —dijo.
—Me he entretenido pensando en lo que me esperaba aquí.
El interior estaba pobremente iluminado pero Indio se percató de que el rostro de
la mujer evidenciaba una historia azarosa. Las líneas que poblaban su frente y sus
mejillas parecían haber sido practicadas con el filo de un cuchillo muy bien afilado. A
Indio no le cupo duda de que ni una sola gota de sangre o lágrima que ella hubiera

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derramado sería jamás olvidada por La Viuda o por quienes hubieran ocasionado
aquellas heridas, en caso de que éstos vivieran todavía.
—Lástima que disponga de tan poco tiempo —dijo Indio— para disfrutar de su
hospitalidad.
De la penumbra apareció entonces una sílfide con un vestido negro y corto. Su
pelo rojo estaba entrelazado en lo alto de su cabeza, enhiesto como por la fuerza de
una descarga eléctrica. Su piel era también cobriza, pero algo más oscura. La sílfide
medía cosa de un metro veinte y no pasaba de los treinta kilos.
—La llamamos Perla Roja —dijo La Viuda—. Las razones son obvias. Cumplirá
doce años dentro de tres semanas.
Indio se acercó a la muchacha y la miró detenidamente. Jamás había visto una
niña tan deliciosa, tan perfecta. Sus ojos eran enormes, dos esferas amarillas y negras
que despedían una misteriosa luz, una llama de un tiempo no recordado antes de este
peligroso y terrible momento. La habitación entera adquirió un fulgor ambarino
gracias a la presencia de Perla Roja.
—Ssssssssss —silbó Indio Desacato mientras giraba alrededor de la chica—.
Caray, Viuda, esto es más de lo que nadie podría soñar.
Rozó la sublime cara redonda de Perla con las yemas de los dedos de su mano
derecha, luego se puso de rodillas y le acarició los pies descalzos, los dedos, los
tobillos, las pantorrillas, los muslos, deslizando finalmente una mano por sus prietas y
temblorosas nalgas antes de levantarse otra vez.
—Pida lo que quiera —dijo Indio.
La chica agarró la Glock que Desacato llevaba en el bolsillo de la chaqueta,
apuntó hacia La Viuda y apretó el gatillo. Cuatro proyectiles invadieron el cuerpo de
la mujer antes de que la pequeña puta volviera la pistola hacia sí misma e hiciera
fuego. Indio se tambaleó y cayó al suelo cuando la bala que había destrozado la
cuenca del ojo izquierdo de Perla Roja, saliendo por su médula oblonga posterior,
estrió la clavícula de Desacato antes de sepultarse entre las manos casi enlazadas de
un genuflexo Juan Diego[4] representado en un calendario de pared que anunciaba la
discoteca Orquídea Negra. Bañado en la sangre de las féminas caídas, el visitante
cerró los ojos y vio la mueca sonriente de un jaguar.

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EL EXPRESO TRISTEZA

DelRay estaba sentado en su habitación del Tom Horn junto a la ventana de la


esquina nororiental, contemplando las dunas que se extendían al sudoeste. Oscurecía
con rapidez. Encendió un Lucky y escuchó el prolongado, lúgubre y fluctuante
silbido del expreso de Piedras Negras que corría hacia el sur. DelRay se había
habituado ya al alarido del mercancías vespertino. La gente del lugar lo llamaba «El
expreso tristeza», o también «El tormento». Cada tarde a las seis cincuenta y seis,
decían, la horca del diablo se hundía un poco más en el alma humana. Mudo, que así
había empezado a creerlo, estaba pendiente del silbido pero no del todo; siempre le
pillaba por sorpresa.
Esperar a Ava no le resultaba fácil. De niño, DelRay había acompañado
frecuentemente a su padre, Duro, en sus rondas por los bares de Phoenix y sus
alrededores. Mientras Duro estaba de parranda, DelRay tenía que esperar sentado en
la acera o dentro del pickup, incluso horas enteras, mirando a los transeúntes y
dejando que éstos le miraran a su vez. A veces los chicos se metían con él, chavales
mayores en busca de pelea, y DelRay tenía que salir por piernas y volver después a
hurtadillas, esperando que su padre no se hubiera marchado sin él. Las juergas de
Duro terminaban siempre en camorra. La imagen que a DelRay le había quedado de
su padre —muerto de una puñalada en el pecho cuando DelRay tenía dieciséis años—
era la de Duro saliendo a trompicones de un tugurio con la cara ensangrentada.
DelRay siempre decía a quienes le preguntaban que su padre había muerto de un
ataque al corazón. Nunca les contaba que el corazón de Mudo padre había sido
perforado por el cuchillo que esgrimiera un coyote[5] ebrio en el Rowdy Dave’s
Dream of Paradise de Encanto Street, en Padre Luna (Arizona).
Lucía, la madre de DelRay, había muerto de neumonía cuando el niño tenía cuatro
años. Él apenas la recordaba. Duro, que medía un metro cuarenta y ocho y medio sin
botas, era una figura legendaria en el pequeño circuito de rodeo entre Agua Prieta y
San José. Su mejor número, antes de que el alcoholismo le obligara a abandonar,
había sido montar becerros. Duro había derrotado fácilmente al reloj en Gila Bend
montando una bestia terrible llamada Nasty At Night [Avieso de noche] un día
después de cumplir los diecisiete años. Cuando no estaba en el rodeo, Duro trabajaba
en la construcción o hacía chapuzas varias. DelRay había quedado solo desde la
muerte de su padre y, hasta encapricharse de Ava Varazo, había evitado toda clase de
vínculos. Ahora, una vez más, le tocaba esperar.
Justo cuando la delgada línea amarilla se ocultaba por el oeste, sonaron dos
detonaciones consecutivas en el pasillo. DelRay oyó un ruido sordo, pasos y luego
nada. Se quedó tal como estaba, a oscuras en su habitación. Sonó el teléfono. DelRay
alargó la mano hacia la mesita de noche y cogió el auricular.

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—¿Sí?
—Cielo, soy yo. Ava.
—Cariño, ¿dónde estás?
—En la casa. Escucha, sólo tengo un momento. Indio ha estado de viaje, regresa
esta noche. Hay rumores de que va a haber una importante reunión de mafiosos
dentro de un par de días. Resulta que Desacato es el principal tesorero del Sudoeste.
Por eso está aquí la pasta. No es de Indio, sino de la Mafia. Hay que hacerse con el
dinero antes de que otros se nos adelanten.
—¿Y cómo?
—Mañana por la noche tú y yo se lo vamos a quitar a Indio. Quiero que te
presentes aquí a medianoche. Finge que eres un cliente.
—Eso no será difícil.
—Di que quieres la chica más cara de la casa. Ésa seré yo.
—Cómo no.
—Cuando estemos a solas te contaré lo que vamos a hacer.
—Estoy en ascuas.
—He de irme. Te amo.
—Yo también, Ava.
Ella colgó primero. DelRay dejó el teléfono en la mesita y luego se acercó a la
puerta sin encender la luz. Antes de abrir escuchó durante unos instantes. Había un
cuerpo tendido en el suelo a unos pocos metros, inmóvil, cerca de la escalera. DelRay
echó un vistazo al pasillo. No había nadie más. Se aproximó con cautela al cuerpo,
atento al menor movimiento. Se inclinó sobre la forma inerte y vio que era
Framboyán Lanzar. Tenía dos pequeños orificios rojos en la frente, producto sin duda
de sendos proyectiles disparados por un arma de pequeño calibre, un 25 o un 22. Dos
hilillos de sangre desembocaban en las baldosas. El peso mosca había perdido por
K.O.
DelRay volvió a su cuarto y cerró la puerta. De pronto sintió una punzada en las
costillas y dio un respingo. Sinaloa, se dijo, era el último lugar donde le gustaría
formar una familia, si es que alguna vez llegaba a tenerla.

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EXPERIMENTOS

Elvin «El» País prometió ayudarla y eso hizo. Tenía cincuenta y cuatro años, medía
un metro sesenta y seis y medio con las botas puestas y pesaba ciento dos kilos
desnudo, pero conservaba casi todo el pelo —una mezcla de castaño sucio y gris— y
aún podía valerse de sus gruesas pero robustas extremidades. Sus brazos conservaban
la musculatura de toda una vida dedicada a la construcción y a manejar equipo
pesado. El País se dio cuenta de que más de treinta y cinco años de duro trabajo
apenas le habían dejado nada, económicamente hablando. Él y su mujer de un cuarto
de siglo, Ginger, tenían solamente mil dólares en una cuenta compartida de Sinaloa
Savings, de la que Elvin creyó justificado sacar la mitad. Seguramente, pensó,
hubiera debido sacar más, pero no quería que Ginger le recordara como un hombre
avaricioso.
La primera vez que Moo Yang le planteó la posibilidad de escapar juntos, Elvin
País no supo qué decirle.
¿Cómo iba él, un cincuentón gordo, a comenzar una vida nueva con una prostituta
chino-tailandesa de catorce años? Pero la idea le entusiasmó. Al no haber tenido
hijos, su matrimonio con Ginger había perdido ya toda razón de ser. Una de las pocas
actividades cuyo interés compartían aún Elvin y Ginger era el comer, pero sus magros
ingresos descartaban cualquier posible aventura de carácter culinario. Tampoco es
que ninguno de los dos tuviera mucha imaginación en ese campo. Muslo de pollo
frito, puré de patata con jugo de carne, tarta de limón y latas de Dr Pepper habían sido
durante décadas su dieta básica. Ginger, especulaba Elvin, había rebasado los ciento
treinta kilos hacía veinte años y ya no había bajado de ahí.
La última escaramuza sexual, que Elvin recordara, había tenido lugar el día de su
cincuenta aniversario. Ginger le regaló un número de la revista Juggs, y mientras él
miraba fotografías de mujeres tetudas ella le masturbó con un trapo de cocina
empapado en una mezcla de jalea de pomelo y aceite lubricante. Una amiga de
Ginger, Earlene Weld, le había hablado de un artículo aparecido en Cosmopolitan
sobre la necesidad de alegrar la vida sexual de la gente casada, donde se sugería el
empleo de miel y aceite a modo de refuerzo conyugal; Ginger lo había probado con lo
que tenía más a mano.
Empero, el episodio tuvo una desdichada conclusión. Después de correrse, Elvin
se quedó dormido y Ginger fue al cuarto de baño para lavarse las manos. Mientras
estaba en ello unas hormigas rojas se introdujeron en el tarro de la jalea, que Ginger
había dejado abierto en el suelo junto al homenajeado, y de allí las diabólicas
criaturas procedieron a asaltar los bien untados genitales de Elvin. Éste tardó varias
semanas en recuperarse de las mordeduras, los primeros quince días ingresado en un
hospital de Sinaloa, período durante el cual la micción sólo le fue posible mediante

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cateterismo. Aquel mal trago consiguió fomentar muy poco las ganas de la pareja por
seguir experimentando en el ámbito sexual.
Desde aquel día Elvin iba cada dos semanas a La Casa Desacato para que le
hiciesen una mamada. Hasta la llegada de Moo Yang, sin embargo, no había sentido
el impulso de superar este aparente callejón sin salida. Tras el tiroteo en que había
estado involucrado Big Chief Buffalo Horn —acción que la policía consideró
plenamente justificada por parte de Moo Yang— la joven chino-tailandesa había
empezado a planear su fuga. El País era su cliente más simpático y, con mucho, el
menos complicado o sexualmente problemático. Cuando ella le pidió que se fugaran
juntos, País accedió en seguida. Moo Yang intentó hacerle una segunda felación
aquella noche pero Elvin no estaba para esos trotes; le dijo que con una cada quince
días tenía suficiente. Moo Yang sonrió por primera vez desde que abandonara Port
Arthur. El País era su hombre.
Un día de madrugada, Moo Yang saltó desde la ventana trasera de un segundo
piso al colchón que Elvin había puesto sobre la plataforma de su pickup Ford de tres
cuartos de tonelada. País salió volando con la chica, y todo parecía ir bien hasta que
se dio cuenta de que con las prisas había olvidado llenar el depósito. Pararon en la
Red Devil de Excello Pomus al salir de Sinaloa, y Él estaba llenando el depósito del
Ford cuando Thankful Priest apareció en la gasolinera en su Barracuda descapotable
del 69.
Priest aparcó el convertible junto al pickup de Elvin y le dijo a éste: «Tienes algo
que pertenece al señor Desacato».
El País soltó el surtidor de gasolina y retrocedió. El hercúleo y monocular sicario
de Indio desalojó su vehículo con un espantoso objeto negro y centelleante en la
mano.
—Yo sólo trataba de serle útil —dijo País.
—¡No hagas daño a mi héroe! —gritó Moo Yang.
—Prueba esto, héroe —replicó Thankful, y convirtió en pad tai al chico de Moo
Yang con su metralleta.
La chica saltó de la camioneta y echó a correr. Thankful Priest la alcanzó treinta
segundos más tarde, cortándole el paso con su Barracuda.
—Vamos, Moo Yang. Sube.
Moo Yang cayó de hinojos sobre el agrietado asfalto y se tapó la cara con las
manos. El sol estaba saliendo. Empezó a gritar.

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LÁGRIMAS SOLITARIAS

La ejecución por inyección letal de un doble asesino de policías llamado Roy R-Boy
Willis estaba programada para las cinco y cuarenta y dos minutos, hora en que debía
despuntar el día. Willis, que había sido inscrito ciertamente como Roy R-Boy por sus
padres en la partida de nacimiento, era natural de Sinaloa y había sido una estrella del
equipo de fútbol del instituto, cuyos Sinaloa Sidewinders [Crótalos] habían ganado el
campeonato estatal en los tres años que Willis había jugado con ellos como
quarterback[6] titular. En calidad de tal, Roy R-Boy, que posteriormente hizo dos
mediocres temporadas en la Texas Christian University debido a las muchas lesiones,
alcanzó categoría de leyenda entre los aficionados al fútbol del estado de la Estrella
Solitaria[7]. Dicho de otro modo, R-Boy, que es como casi todo el mundo le llamaba,
fuese o no conocido suyo, era una de las personas más famosas de esa parte del país.
Incluso los baptistas más recalcitrantes —aunque a buen seguro eso les habría
costado un grandísimo esfuerzo— tenían que admitir en el fondo de sus corazones
que durante el apogeo de su carrera R-Boy Willis era tan querido para ellos como
Jesús.
El que Willis hubiera dado aquel paso en falso era una circunstancia trágica que
ningún habitante de Sinaloa se resignaba a aceptar. Según el artículo que DelRay
Mudo leyó en un San Antonio Light atrasado que encontró sobre la butaca que
Arkadelphia Quantrill Smith utilizaba habitualmente en el vestíbulo del Tom Horn,
Roy R-Boy, convaleciente de unas lesiones deportivas, había ingresado en secreto en
un grupo supremacista blanco, los Christ’s Teardrops [Lágrimas de Cristo],
hermandad dedicada a vengar lo que ellos denominaban «delitos de impureza».
Los padres de Roy no eran evangélicos ni carismáticos sino baptistas temerosos
de Dios, y habían inculcado a sus cuatro hijos, de los cuales R-Boy era el mayor, los
prejuicios corrientes para la época. Estaban a dos velas sobre las actividades
extremistas de Roy.
—R-Boy nunca ha sido un pendenciero —decía Estheruth Willis, su madre—. Es
un chico bien educado.
—A mí no me parece bien matar agentes de la ley —decía Worth «Cakewalk»
Willis, el padre de Roy, que a su vez había sido corredor estrella en el equipo de la
Southern Methodist—, pero R-Boy creía en su misión divina y los otros se le
pusieron en medio. Seguramente pensó que una instancia superior le había otorgado
licencia para matar, y sólo hizo que obrar en consecuencia.
Tras colgar los estudios superiores antes de iniciar su penúltimo curso, R-Boy se
había puesto a trabajar en una empresa de alquiler de coches en Odessa. Su
propietario, Bundren «War» Bond, era un gran forofo del equipo de la Texas
Christian y, como se supo después, el principal patrocinador de los Christ’s

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Teardrops. Como instrumentos de esta cuadrilla de vigilantes derechistas cristianos,
Roy R-Boy y sus compinches prendieron fuego a casas ocupadas por minorías étnicas
—esto es, no blancos (judíos incluidos)— en un intento de «acojonarlos y que se
larguen de Texas», como decía Bond.
Una noche, después de quemar una vivienda en San Angelo donde seis
americano-yemeníes, tres de ellos niños, perecieron en sus camas, R-Boy y Spartacus
«Sparky» Bond, el sobrino de War Bond, fueron vistos por el vecino de una de las
víctimas huyendo de la escena del crimen. El vecino llamó a la policía y dio la
descripción del Chevrolet negro modelo Grand National de R-Boy, incluida la chapa
de matrícula tears r-us. La patrulla alcanzó a los asesinos cerca de Ozona,
produciéndose acto seguido un terrible tiroteo del que resultaron muertos dos policías
estatales y Sparky Bond. R-Boy consiguió escabullirse hasta llegar a las cercanías de
Sinaloa, donde la policía había montado un control creyendo que Willis se dirigiría a
su ciudad natal para pedirles dinero a sus padres u ocultarse en casa de algún antiguo
amigo.
Cuando vio la carretera bloqueada R-Boy pisó a fondo el freno de su polvoriento
Grand National, permaneció en su interior mientras los policías empezaban a rodearle
con las armas desenfundadas, y entonces aceleró de golpe. Temiendo que Willis
tratara de lanzarse contra la barricada, los agentes abrieron fuego sobre el vehículo.
El Grand National absorbió noventa y seis balas de esta andanada pero su ocupante
sobrevivió de milagro, sufriendo tan sólo varios rasguños en ambos brazos y el
arañazo de una bala en lo alto de su cabeza rapada, en la coronilla de la cual se había
hecho tatuar dos lágrimas azules.
Roy R-Boy rehusó comunicarse con nadie, ni siquiera con sus padres, desde el
momento de su captura hasta cinco años después, a tres días de su ejecución, cuando
redactó lo siguiente para que fuera del dominio público: «Habéis abierto de par en par
las Puertas del Infierno y permitido que los terroristas de Satán moren entre los de
Cristo. Os sentenciáis a vosotros mismos a una muerte temprana tan seguro como que
me condenáis a mí, que era vuestro servidor. Caiga la vergüenza eterna sobre aquellos
cobardes que contemplan en silencio cómo caen las últimas Lágrimas».

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EL SUEÑO DE AVA

Ava soñó que viajaba en autobús por México capital, o un lugar que ella suponía era
México capital, ciudad en donde no había estado nunca. Era el autobús número cuatro
de la línea Roja y atravesaban un gran parque en la oscuridad de la noche. El
perímetro del parque estaba engalanado de farolas amarillas. El aire se iba
empañando a marchas forzadas. Había sombras detrás de las farolas, formas
irregulares que Ava, desde su asiento próximo a una ventana del autobús, no
conseguía percibir con nitidez o identificar.
De pronto se abrieron las puertas. Hombres menudos y morenos entraban en
tropel invadiendo el autobús, vestidos todos ellos de negro y tocados con el gorro de
lana de los montañeses. Hablaban a gran velocidad en un dialecto que Ava no
entendía, y en lugar de ocupar los asientos se sentaban en el pasillo central. Eran
tantos que se tropezaban unos con otros y caían profiriendo gritos y exclamaciones de
disgusto.
Ava se arrimó cuanto pudo a la ventana para no entrar en contacto físico con
aquellos hombres haciendo que cayeran encima de ella. En el sueño, Ava era una
chiquilla de unos nueve o diez años. Volvió a mirar las farolas que bordeaban el
parque; eran azules y el autobús estaba pasando por un paisaje distinto. Ava se daba
cuenta de que los hombres debían de haber saltado al autobús en marcha. Entonces
veía a su madre sentada en una carreta al borde de la calzada. El asno estaba tumbado
en el suelo, todavía enjaezado, pero parecía muerto y sus patas estiradas formaban
ángulos extraños.
«¡Mamacita! ¡Mamacita!», gritaba la pequeña Ava. Intentaba abrir la ventana
pero no había forma. El autobús pasaba con estruendo junto a la carreta y la bestia
postrada en tierra. Ava reclamaba histérica a su madre. Entonces saltaba de su asiento
pisando a varios hombres, desesperada por salir del autobús. Los hombrecillos hacían
caso omiso mientras ella los pisoteaba; seguían hablando a gran velocidad en aquel su
incomprensible idioma, ajenos a los apuros de la niña. Ava aporreaba la puerta e
imploraba al conductor —si es que había tal— que parara y la dejase bajar del
autobús.
Por fin la puerta cedía. Más que abrirse, se desprendía o desaparecía como si no
hubiera habido ninguna. Ava se encontraba a solas al borde de una masa de agua
negra. Podía ver luces al otro lado del estanque, las farolas amarillas del parque.
Tenía que encontrar a su madre y empezaba a andar alrededor del estanque, siguiendo
la ruta que le parecía más rápida para llegar a la carreta.
Diez pasos más y Ava se veía con el agua hasta la cintura. No podía moverse.
Notaba como si la mitad inferior de su cuerpo hubiera desaparecido, engullida por la
negrura. Ava trataba de gritar, pero parecía tener un objeto en la garganta que le

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impedía emitir sonido alguno. Empezaba a arquear y a toser en un intento de expulsar
aquel impedimento. El agua pasaba de negra a roja. La pequeña Ava se estaba
ahogando en sangre.
Despertó resollando y con los ojos llenos de lágrimas. Se las secó y trató de
acompasar su respiración. Entonces oyó un ruido en lo alto y miró hacia el techo. Un
pequeño murciélago marrón oscuro pendía de la moldura.

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EL SUEÑO DE DELRAY

DelRay decidió dormir un rato antes de ir a ver a Ava. Se bebió tres cervezas y antes
de terminar la última salió al pasillo para ver si el cuerpo de Franboyán Lanzar seguía
allí. Así era. Cerró la puerta, fue dando tumbos hasta la cama, se acostó e
inmediatamente se quedó dormido.
DelRay soñó que él y su padre, que parecía sólo un poco mayor de lo que DelRay
era ahora (y también en el sueño), caminaban juntos por un angosto sendero a través
de una selva habitada por maravillosos pájaros cantores. Extasiado por la música,
Duro apretaba el paso y su hijo se veía obligado a apresurarse para no perderlo de
vista. Duro se iba adentrando más y más en la espesura. DelRay tenía dificultad para
no quedarse atrás. Aves de exquisitos colores pasaban volando frente, sobre y junto a
ellos. DelRay no había visto nunca aquellas tonalidades de rojo, amarillo, verde y
azul. Su brillo le cegaba de tal manera que había de detenerse y cerrar los ojos. Al
abrirlos de nuevo y mirar en derredor, Duro había desaparecido.
DelRay gritaba a su padre, pero la única respuesta procedía de los pájaros. Seguía
adelante, luchando a brazo partido con el espeso follaje que le rodeaba. Al poco rato,
sintiéndose cansado, se sentaba en el suelo para descansar. Una víbora de franjas
blancas y anaranjadas aparecía frente a él agitando su cabeza triangular y disparando
su morada lengua bífida. DelRay advertía que la serpiente no tenía ojos. Con la mano
derecha acariciaba al reptil, que se enroscaba a la muñeca de DelRay. Entonces Duro
salía en tromba de la foresta empuñando un machete y de un solo golpe cercenaba el
brazo derecho de su hijo.
DelRay despertó empapado en sudor. Se levantó y fue a abrir la puerta que daba
al pasillo. El cuerpo de Framboyán no estaba allí.

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UNA BUENA COMBINACIÓN

Indio Desacato palpó con cuidado el grueso vendaje que llevaba al cuello. El apósito
restringía sus movimientos, y hubo de girar todo el cuerpo a fin de agarrar el teléfono
de su despacho y hablar por él.
—Diga.
—Jefe, soy yo. Thankful.
—¿Dónde estás?
—En Dallas. Usted me dijo que fuera a recoger a la italiana, ¿se acuerda?
—Ah, sí. Desde que me dispararon no rijo como antes.
—Siento lo que le pasó, jefe. Hoy día no se puede ir a ninguna parte que no salga
un tío pegando tiros. ¿Qué tal se encuentra?
—Mejor que La Viuda. Ella ya no siente nada. He visto el nagual, amigo. Le miré
a los ojos y vivo para contarlo. Aún no me lo creo. ¿Cuándo llega el avión?
—En Milán hacía mal tiempo. Lleva tres horas de retraso. Reservaré una
habitación en un hotel y volveré mañana.
—Que sean dos, Priest. Se trata de mercancía muy valiosa.
—No pensaba tocarla, jefe. He creído que sería mejor una sola habitación. Tendré
los ojos bien abiertos, por si trata de escapar.
—Tú sólo tienes un ojo, chico. Si quieres conservarlo, aparta las manos de la
mercancía.
—Claro, jefe, claro. No es que tuviera malos pensamientos.
—Todos los tenemos, Thankful, cuando surge la oportunidad. Santiago, el
hermano del Señor, dijo: «Cada uno es tentado por su propio deseo, que lo atrae y lo
seduce. Luego, cuando el deseo ha concebido, pare el pecado; y el pecado, una vez
consumado, pare la muerte».
—Queda claro.
—Eso pensaba. Hasta mañana.
—Nos veremos entonces, jefe, con el género.
Indio colgó. El teléfono sonó de nuevo cuando él aún no había apartado la mano.
—Diga.
—Hola, Indio. Soy Sonny.
—¡Sonny! ¿Dónde estás?
—En Las Vegas. Me voy esta noche a Houston, así que nos veremos mañana por
la noche, tal como estaba previsto.
—Estoy impaciente por verte. ¿Va a venir Emilio?
—Me temo que no. Tiene un lío en Detroit. Supe que te llevaste un rasguño allá
en México. ¿Estás bien?
Indio se tocó el vendaje del cuello y el hombro.

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—Sobreviviré.
—Chicas y pistolas nunca han sido una buena combinación.
—Lo mismo creo yo, Sonny.
—¿Te he contado alguna vez lo de Sheila, mi segunda esposa, que me despertó un
día apuntándome a la polla con el cañón de un cuarenta y cinco?
—Pues no.
—Sheila descubrió que me tiraba a LaMona, la que después fue mi tercera
esposa. Me amenazó con volarme el bálano si no dejaba de verla.
—Caray, Sonny.
—Juré que lo haría por la tumba de mi abuela Natalia. En cuanto desamartilló el
revólver le di un puñetazo en la nariz. Ya ves tú, la que sí me pegó un tiro fue
LaMona. En el pie derecho.
—¿Tu tercera esposa?
—Exacto. Descubrió que me tiraba a Penny Annie, que por entonces bailaba en
Caesar’s.
—¿Te casaste con ella?
—¿Con Penny Annie?
—Sí.
—Qué va. Lo habría hecho, pero se la cargaron con Ralphie el Rumano en el yate
de éste.
—Ah, sí. El clan de Saigón.
—Fue una suerte. Que no me casara con ella, quiero decir. No sé por qué, pero las
mujeres y yo no acabamos de llevarnos bien. Hasta mañana, Indio.
—Hasta mañana, Sonny.

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EL LAGARTO TUERTO

DelRay decidió fortalecerse un poco antes de su visita nocturna a La Casa Desacato.


Salió de Sinaloa por el lado opuesto a El Oráculo y paró en un bar llamado El Lagarto
Tuerto. La bota izquierda de Mudo tocó la arena justo cuando una descarga en efluvio
se enroscaba a un poste de teléfono cerca de la autopista. DelRay volvió a meterse en
su Cutlass mientras contemplaba el fuego de Santelmo patinando por el tendido
telefónico como un acróbata en bicicleta sobre la maroma. El rayo de bola
blanquiazul bailó primorosamente durante unos segundos en su callado trayecto y
luego desapareció tan rápido como había llegado, dejando tan sólo una como estela
de bruma. Ni trueno ni ruido alguno aparte de un tenue siseo al desintegrarse la esfera
de luz.
DelRay esperó unos minutos antes de intentar apearse del coche otra vez. Había
leído en UFO Monthly, una de las revistas que Chifla Miguel tenía en el taller y que
DelRay y los otros mecánicos hojeaban de vez en cuando durante la pausa para
almorzar, que mucha gente confundía un rayo de bola con una astronave. De hecho
era gas o aire con un comportamiento anormal debido a un campo electromagnético
de alta frecuencia o a una concentración de partículas de rayos cósmicos. Al poner de
nuevo el pie en tierra, DelRay oyó un trueno y corrió hacia el bar anticipándose a la
lluvia. Sabía que las tronadas eran como pilas que mantenían la tierra cargada
negativamente y la atmósfera positivamente.
Mudo ganó la entrada justo cuando en su inmediata cercanía varias toneladas de
agua tomaban contacto con el suelo. Si se trataba de un buen o un mal presagio, él no
sabía decirlo. DelRay confió en que Dios supiera lo que estaba haciendo, porque de sí
mismo no podía decir lo mismo.
Dentro del bar había sólo dos clientes, ambos sentados a la barra en sendos
taburetes pues no había sillas ni mesas. DelRay esperó dos minutos a que acudiera
alguien a la barra, pero en vano. Miró al hombre que tenía más cerca, y se disponía a
preguntarle si allí no trabajaba nadie cuando se percató de que estaba dormido,
roncando sobre la barra con la cabeza acunada en los brazos. DelRay desvió su
atención hacia el hombre con barba que había en el otro extremo y que estaba
contemplando fijamente la etiqueta de una botella de cerveza que tenía delante.
—Oiga, amigo —dijo DelRay—, ¿aquí sirve alguien?
El hombre no dijo nada.
—Eh, colega. ¡Amigo! Digo que si no trabaja nadie en este bar.
El cliente en cuestión se bajó raudo de su taburete y se esfumó.
—Jo, menudo sitio —dijo Mudo.
Afuera, la tormenta dejaba oír fragor de truenos y tromba de agua. Pese a ello,
DelRay fue hacia la puerta.

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—¡Bienvenido al One-Eyed Lizzard! —retumbó una voz a su espalda.
Mudo giró ciento ochenta grados y vio a una mujer de pelo blanco que debía de
medir más de un metro ochenta. Tenía nariz de halcón y ojos de lo mismo. Llevaba
una camisa a cuadros y unos tejanos que sostenía mediante unos tirantes rojos que se
combaban a la altura de sus senos enormes. DelRay calculó que tendría cincuenta y
cinco años, más o menos.
—Bueno, ¿vas a tomar algo o no? —ladró la mujer.
DelRay volvió a la barra.
—No he visto nadie que atendiera.
—Pero ahora sí, ¿verdad?
—Desde luego.
—¿Qué va a ser?
—Pues… una Lone Star.
La mujer achicó los ojos y le miró con detenimiento.
—Veo que eres un chico turbio.
—¿Turbio, dice?
—No muy seguro de ti mismo.
La mujer sacó una botella de cerveza, le quitó la chapa y la puso delante de
DelRay, dejando que la espuma se derramara sobre el mostrador.
—¿Y usted cómo lo sabe?
La mujer soltó una risotada.
—Podría decirte muchas cosas más, pero no pienso hacerlo. Tengo un don.
—¿Un don?
—Sí, el de ver el presente y el futuro al mismo tiempo. ¿Ves mis ojos?
DelRay se fijó en ellos. Eran azul claro y tenían unas pupilas extraordinariamente
dilatadas.
—Soy vidente, muchacho. Igual que Amos, Asaf, Gad, Samuel y Zadok. Habrás
oído hablar de ellos.
—No, señora.
—¿Tú dónde fuiste al colegio, chico?
—En Arizona.
La mujer se inclinó hacia delante con sus grandes manos bien ancladas en la barra
y miró fijamente a DelRay. Su ojo derecho empezó a pasearse, a saltar, a girar.
DelRay estaba boquiabierto.
—¿Es su ojo derecho el que ve el futuro?
La mujer se echó hacia atrás. El ojo se sosegó.
—«Rompe el brazo del impío —dijo—, exige de su mal las cuentas al malvado
hasta que ya no encuentres ninguna».
DelRay dijo:
—¿Se refiere a Indio?
—Bébete eso y vete.

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DelRay echó un buen trago de la botella, volvió a dejarla sobre la barra y extrajo
un dólar del bolsillo.
—Es gratis —dijo la mujer—. Sigue tu camino. Te envío como oveja en medio de
lobos.
DelRay corrió bajo el aguacero, montó en el coche y se quedó allí sentado
pensando en lo que había dicho la mujer. De repente, un solitario rayo vertical nube-
tierra surgió como una mancha fucsia de la masa de cúmulos. La descarga tiñó de
azul el tejado metálico de El Lagarto Tuerto al tiempo que ponía en marcha el motor
del Cutlass. DelRay permaneció tembloroso en el interior del coche al ralentí. Su
verga dio una sacudida, y Del notó que tenía una erección.

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CALENTURA

Cuando DelRay llegó a La Casa Desacato pasaban diez minutos de las doce de la
noche. No había estado nunca allí, de modo que no sabía qué podía encontrarse. Una
mexicana de mediana edad con un vestido negro corriente, prendida una gardenia en
su canoso pelo negro mediante una peineta roja, salió a recibirle. Su rostro
agradablemente surcado de arrugas parecía sereno, a excepción de los ojos, cuya
centelleante intensidad asustó a DelRay.
—¿Puedo servirle en algo? —preguntó ella.
—Quiero la chica más cara de la casa. Tengo dinero. —Mudo arrastró las
palabras fingiendo estar un poco bebido.
La mujer le franqueó el paso. «Espere aquí», dijo señalando a unas sillas de
cómodo aspecto, y dejó a DelRay solo en la habitación a media luz.
Mudo empezó a preguntarse dónde estaría la gente, por qué no se oía ningún
ruido. Un minuto después apareció Ava, sola, envuelta en una escueta túnica rosa.
—Hola, chico —dijo—. Yo me llamo Ava.
Cogió a DelRay del brazo y le llevó por un largo pasillo hasta una alcoba. Una
vez dentro, Ava cerró la puerta con llave.
—Caray, Ava…
Ella le besó con ardor, haciéndole daño. Luego tomó las manos de DelRay y las
puso sobre sus tetas, arrimándose a él.
—Follemos antes de matar a Indio —dijo Ava, despojándose de la túnica, que era
lo único que llevaba puesto.
A DelRay le pareció que estaba rara, y se quedó quieto.
—Vamos, Del. Hagámoslo.
Ava fue hacia la cama, se arrodilló encima y le tendió la mano izquierda. DelRay
se quitó los zapatos y el pantalón y se le acercó. Ava se tumbó de espaldas y abrió las
piernas.
—Te necesito, Del. No sabes cuánto.
Ava estiró el brazo; DelRay la tenía blanda. Ella le acarició primero con suavidad
y luego con energía a medida que la sangre iba subiendo. Cuando se le hubo
empinado lo suficiente, ella le guió hacia dentro.
—¡Follame, Del! ¡Follame a lo bestia! ¡Rápido, jódeme rápido!
DelRay empezó a empujar. Notó el enorme calor que emanaba del cuerpo de Ava
e hizo todo lo que pudo, pero no era eso lo que DelRay quería. Sin embargo, lo que
DelRay quería no tenía importancia para Ava. Ella se valía de su polla en beneficio
propio, a él no le hacía el menor caso. Esta Ava era distinta de la que DelRay había
conocido y amado. Ella empezó a arquearse, a gruñir sin parar. DelRay procuró
mantener el cuerpo rígido y dejarla hacer a ella. Vio que se le ponía la cara casi negra,

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que cerraba los ojos. Cuando los abrió brevemente, le recordaron los de un caballo
salvaje. Ava agitaba su crin a un lado y a otro. Del la penetró tan a fondo como dio de
sí, empujando y siendo empujado hasta notar las contracciones del coño y la
vibración de los músculos. Ava se aferró a él con brazos y piernas tan fuerte como
pudo y luego le dejó ir, y se dejó ir.
—Tú no te has corrido, ¿verdad?
—No.
Ava rió.
—Bueno, te debo uno.
DelRay salió de dentro y se tumbó boca arriba.
—¿Dónde está Indio? —preguntó.
—Durmiendo un poco en su habitación. En México le rozó una bala. Nosotros lo
acribillaremos del todo. ¿Preparado?
La polla de DelRay se irguió contra su vientre. Ava se puso de rodillas y acercó la
cabeza.
—Primero voy a ocuparme de esto —dijo—. Cuando termine pondremos manos a
la obra.

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RIFIFI

—Casi todas las chicas han ido a una fiesta particular —le explicó Ava a DelRay—.
En un rancho de las afueras. Por eso está todo tan tranquilo.
Ava vestía tejanos, botas, camisa vaquera y el pañuelo verde con loros que él le
había comprado en Nogales. Llevaba encima dos pistolas Sig Sauer de nueve
milímetros, una de las cuales entregó a DelRay.
—¿De dónde las has sacado?
—De un cliente que se llama Farfel El Perro. Un traficante de armas de Zip City,
Alabama.
—¿Con qué le pagaste?
—¿De veras quieres saberlo?
—Sí.
—Le dejé entrar por la puerta de atrás sin chubasquero. Es ideal para pillar el
sida, pero pensé que debía correr ese riesgo por la causa.
—¿La causa?
Ava le besó rápidamente en la boca.
—Vámonos, Del. Contamos con muy poquito tiempo.
Recorrieron el pasillo y luego otro más hasta llegar a unas puertas de palisandro
en lo que DelRay supuso debía de ser la otra punta del edificio. Ava se sacó una llave
de un bolsillo del pantalón y la introdujo en la cerradura. La hizo girar despacio hasta
que ambos oyeron un clic y Ava abrió una de las hojas de la puerta.
Indio dormía a pierna suelta en posición fetal en su cama de cuatro pilares y
dosel. La pareja se le acercó con sigilo. Ava apoyó la punta de su pistola en la oreja
derecha del proxeneta.
—Arriba, Desacato —dijo Ava.
Él se rebulló. Abrió un ojo.
—Cuidado —dijo Ava—. Nada de movimientos raros. Levántate despacio.
Indio hizo lo que le ordenaba. Una vez apartadas las sábanas, se puso de pie al
lado de la cama; llevaba un pijama de seda azul y vendajes nuevos.
—Aparta la cama, Del —dijo Ava.
—¿Has pensado bien lo que vas a hacer? —le dijo Indio a Ava.
DelRay movió la cama y retiró la pequeña alfombra oriental que había debajo,
dejando al descubierto la trampilla con la caja fuerte. La chapa de acero negro tenía
una inscripción en letras doradas: HERRING-HALL MARVIN SAFE CO. SAN FRANCISCO.
—Ábrela —ordenó Ava, con su Sig Sauer apoyada en la mejilla derecha de Indio.
—Tú y tu amigo podéis consideraros muertos.
—Ábrela.
Indio se agachó, ajustó la combinación y tiró de la pesada palanca.

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—Levántate —dijo Ava—. Aparta de ahí.
Indio se puso en pie y se apartó. Ava seguía apuntándole.
—Echa un vistazo, cariño. Probablemente hay un arma.
DelRay se metió la Sig Sauer por dentro del cinturón, introdujo la mano y sacó un
horrible pedazo de metal.
—Qué mamón. Un Weaver H&H magnum del calibre 300.
—Nos lo llevaremos. ¿Está ahí el dinero?
DelRay dejó el arma en el suelo y desenterró una bolsa grande de lona. La abrió y
miró en su interior.
—Joder, Ava. Aquí dentro debe de haber un millón de pavos.
—Medio millón —dijo ella—. ¿Verdad, Indio?
Desacato guardó silencio.
—Pásame una almohada, Del.
Mudo se incorporó, agarró una de la cama y se la pasó a ella.
—Mete el Weaver en la bolsa y ciérrala.
DelRay hizo lo que le decía.
—Ponte de rodillas —le dijo Ava a Indio—. Sostén la almohada frente a la cara.
Desacato cogió la almohada y la sostuvo en alto.
—Eres una puta del demonio —dijo.
—Aprieta la cara contra la almohada, cabrón.
Mientras Indio pegaba la nariz a la tela, Ava apoyó el cañón de su Sig Sauer y
disparó. El proxeneta saltó un par de palmos hacia atrás y cayó sobre su costado
izquierdo. La sangre manó a borbotones de lo que había sido su frente. Ava recogió la
almohada y la puso sobre la cara de Indio.
Ava y DelRay salieron de la casa con el dinero.
—Hacia el sur —ordenó ella mientras montaban en el Cutlass de DelRay. La
bolsa estaba en el maletero.
DelRay salió de la ciudad rumbo al sur. Después de recorrer unos quince
kilómetros. Ava dijo, «Para ahí».
Mudo frenó el Cutlass cerca ya de la autopista. Vio otro coche aparcado a escasa
distancia de allí. Parecía un Thunderbird del 86. DelRay se volvió a Ava y entonces
vio que ella le apuntaba con su pistola.
—Entrégame la tuya —dijo ella.
—¿Qué coño pasa, Ava?
—No quiero disparar, Del. En serio. Haz lo que te digo.
Él le entregó la Sig Sauer.
—Ahora sal del coche. Despacio.
DelRay abrió la puerta del lado izquierdo y se apeó. Ava se corrió de asiento y
sacó la llave del contacto. Luego salió del coche y se puso al lado de DelRay.
—Muévete —dijo, indicando la parte posterior del coche. Le entregó las llaves—.
Abre el maletero.

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DelRay cogió las llaves y lo abrió.
—Saca la bolsa y déjala en el suelo.
Así lo hizo él.
—Métete dentro.
—Ava…
—Hazlo, Del. No discutas o tendré que matarte.
DelRay montó en el maletero. Ava le lanzó las llaves y cerró la tapa. Él oyó cómo
arrastraba la bolsa, luego dos puertas que se cerraban una detrás de otra, un motor que
arrancaba, ruedas que arañaban la tierra; después, nada.
Menos de media hora antes, pensó DelRay, Ava se la había estado chupando.

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ADMISIÓN NOCTURNA

—Habla muy bien mi idioma.


—Estuve en un internado británico.
—¿Fue a un internado en Inglaterra?
—Así es.
—Entonces ¿cómo es que…?
—¿Que me convertí en ramera? ¿Es ésa la pregunta?
Thankful Priest había recogido a la italiana en el aeropuerto de Dallas, y ahora se
dirigían en coche al hotel. Carla Coltello, cuyo vuelo transoceánico había sido
costeado por Sonny «Mr Nice» Cicatrice, era una prostituta de renombre
internacional entre cuyos clientes se contaban algunos de los industriales, actores y
mafiosos más célebres y adinerados de todo el mundo. Sonny la había conocido en
Taormina seis semanas atrás, estando allí de vacaciones. Carla se alojaba en el mismo
hotel, como acompañante del diseñador de moda Vincenzo Troppofresco. Había dado
su tarjeta a Sonny, éste la había llamado, y ahora esperaba con ilusión dos días de
delicias carnales: al diablo con los gastos. Carla tenía veintidós años y medía casi un
metro ochenta, con una cara como Elsa Martinelli de joven y una silueta ni más ni
menos espectacular que la de Sophia Loren a la misma edad. A Thankful se le puso
tiesa tan pronto la vio aparecer. La erección no había disminuido aún.
—Cuando yo tenía diecisiete años —le explicó Carla—, un hombre, amigo de mi
padre, me ofreció un millón de liras para que me quitara la ropa y posara para él
mientras se masturbaba.
—¿Y aceptó?
—Naturalmente. Ése fue mi primer paso hacia la independencia económica.
Invirtiendo de forma inteligente, dentro de un par de años podré retirarme.
—¿Y después?
—Estudiaré para veterinaria y cuidaré animales. Siempre ha sido mi sueño. Y me
casaré con un hombre muy rico, por supuesto. La mía es una historia muy típica.
Se registraron en el hotel y Carla subió inmediatamente a su cuarto para dormir.
Thankful estaba nervioso, así que bajó al bar del hotel. Sin proponérselo, Carla
Coltello le había puesto más que cachondo y necesitaba sosegarse un poco antes de
intentar dormir. Cierto que, a medida que se hacía mayor, Thankful necesitaba cada
vez menos horas de sueño. El bar estaba casi desierto. Priest pidió un Johnnie Walker
doble etiqueta negra, con hielo. Cuarenta y cinco minutos y cuatro whiskies más
tarde, Thankful estaba ya «más pellejo que el chocho de una monja de clausura»,
como habría dicho Indio. No podía quitarse a Carla de la cabeza ni aminorar la
supererección que le había provocado ella. El ciclópeo matón necesitaba hacer una
intentona.

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Priest llamó a la puerta de Carla. Ella respondió al quinto intento.
—¿Qué hay? —preguntó desde el otro lado de la puerta.
—Soy yo, Thankful Priest. Quiero hablar con usted.
—Por favor, señor Priest, necesito dormir. Estoy segura de que a usted tampoco le
vendría mal.
—En realidad, yo estaba pensando en otra cosa.
—Me lo figuro. Espere un momento.
Thankful se apoyó en la puerta. Segundos después un trozo de papel salió al
pasillo por debajo de la puerta.
Priest se agachó para recogerlo.
—¿Qué es esto?
—Mírelo bien —sugirió Carla.
Thankful dio vuelta al papel y vio que era una foto de Carla Coltello desnuda.
Aparecía sentada al sol en una silla blanca en mitad de una terraza, mordiendo una
manzana roja.
—Es usted —dijo Thankful.
—Desnudo frontal integral —dijo Carla—. Úselo cuanto quiera. Pero hágame un
favor.
—¿Cuál?
—Espere a estar en su habitación. Buenas noches.
Thankful Priest se demoró unos instantes en el pasillo contemplando la fotografía
a media luz. Su ojo bueno no enfocaba del todo bien. Los suntuosos pechos de Carla
tenían dibujadas sendas caras sonrientes. Thankful les devolvió la sonrisa.

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EN EL DESIERTO

Cuando Mr Nice llegó a La Casa Desacato, Thankful ya había hecho retirar el


cadáver de Indio y lo había facturado a la funeraria Sparky & Buddy. Carla estaba
instalada en una de las habitaciones pero Sonny, no bien fue puesto al corriente del
asesinato de Indio y del robo, se quedó sin ganas de retozar. Hizo unas cuantas
llamadas y luego ordenó a Thankful que dispusiera el regreso de Carla Coltello a
Italia. Ni siquiera quiso verla. La idea de perder tanto dinero le puso literalmente
enfermo. Sonny opinaba que quedarse sin blanca era peor aún que quedarse
impotente. Entregó a Thankful un sobre para Carla y le dijo que enviara al despacho
de Indio —del que Cicatrice había tomado posesión— a la señora Matrera, la
madame que había dejado entrar al cómplice de Ava Varazo. La señora Matrera
describió a DelRay Mudo con profusión de detalles y explicó a Mr Nice que la casa
estaba casi vacía en el momento del crimen. Ella no había oído ningún disparo.
DelRay había conseguido salir del maletero del coche forzando la cerradura con
una palanca de desmontar neumáticos. Sabía que no podía quedarse en Sinaloa pero
no estaba seguro de adónde ir. Antes de sentarse al volante de su Cutlass, DelRay
permaneció un rato en la cuneta maldiciéndose por su estupidez. Encerrado en el
portaequipajes había comprendido que era Ava quien había matado a Framboyán
Lanzar. Una ráfaga de viento lanzó arena a su cara, irritó sus ojos e infestó sus
cabellos.
DelRay recordó una escena de una película que había visto por televisión en el
remolque donde vivía Churro Muchaco, un mecánico amigo suyo allá en Arizona.
Una mujer que ha engañado a un hombre para huir con otro, dejando que el primer
imbécil cargue con el muerto de un crimen que ella cometió, le dice a su nuevo ligue:
«Más vale no contar con nadie, ¿verdad, Eddie? Quiero decir, los hombres y las
mujeres hemos nacido para decepcionarnos unos a otros».
—Esa fulana lleva razón, sí señor —había comentado Churro Muchaco—. El tío
que se presta a ese juego, ¡es mejor que tenga la cabeza bien puesta sobre los
hombros!
Solo, a merced del implacable viento nocturno, DelRay pensó que Churro se
habría reído de él, y con justicia, por dejar que Ana Varazo le pusiera en ridículo. En
su vida había sentido la cabeza tan mal puesta sobre los hombros.

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SEGUNDA PARTE
LA VILLANÍA

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COBRA Y LEANDER

Leander Ray «Lee» Rhodes había nacido en Bad Leopard (Idaho), el 20 de enero de
1937. Sus padres, Ardmore y Feline Law Rhodes, regentaban por esa época una
pequeña tienda de comestibles de su propiedad así como la oficina local de Correos.
La población de Bad Leopard no ha pasado nunca de 108 habitantes. En 1937 vivían
allí con carácter permanente menos de cincuenta personas. Ardmore Rhodes había
enseñado Religiones Obscuras en la Universidad de California en Los Ángeles hasta
1930, año en que decidió que el ser humano era un experimento fallido de Dios cuyas
imperfecciones aumentaban en progresión geométrica, y que lo mejor era alejarse
todo lo posible de la especie humana.
Ardmore y la que entonces era su novia, Feline Law, hija de un jardinero de
Pickfair a la que había conocido una tarde de domingo en el muelle de Santa Mónica
adónde ambos habían ido para estar a solas, partieron juntos de Los Ángeles sin
decírselo a nadie. Fueron en el Ford de Ardmore hasta Reno (Nevada) y allí se
casaron. El juez de paz explicó a los recién casados, mientras tomaban café y bollos
una vez concluida la ceremonia, que recientemente había estado pescando en el río
Big Bad Leopard, estado de Idaho, y les comentó que en diez días no había visto un
solo ser humano. Media hora después Ardmore y Feline se dirigían hacia allí.
Leander era hijo único y, en cierto modo, accidental. Sus padres practicaban el
coitus interruptus confiando en no engendrar hijos, y tuvieron éxito durante casi siete
años. Con todo, la llegada de Leander Ray no les resultó nada desagradable.
Decidieron que el niño sería su experimento de perfectibilidad. Ellos esperaban que
Leander Ray Rhodes llegara a ser una persona muy especial.
El joven Leander no les decepcionó, demostrando su pericia como leñador,
cazador y pescador con mosca. No sólo eso; su talento para las ciencias y la literatura
le valió numerosas menciones académicas. Cuando se enroló en la Infantería de
Marina en vísperas de partir para su primer año en el Instituto Tecnológico de
Massachusetts, ni Ardmore ni Feline se sintieron muy sorprendidos o desilusionados.
Leander Ray había venido interesándose por la historia militar desde los dieciséis
años. Sus lecturas no académicas tenían que ver casi siempre con la estrategia militar;
el libro de cabecera de Lee durante sus tres últimos años en la escuela secundaria
había sido La guerra de guerrillas, de Che Guevara.
Desde su incorporación al campamento de reclutas, Lee Rhodes sólo había
regresado una vez a Bad Leopard, para el doble funeral de Ardmore y Feline. Sus
padres se habían suicidado juntos mientras Lee realizaba su segundo viaje al Vietnam
como asesor militar. Feline y Ardmore habían prendido fuego a su casa, dejando que
las llamas los consumieran a ellos y a todas sus pertenencias. Sólo dejaron una nota

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para su hijo Lee prendida de una chincheta en la entrada de la propiedad. Decía así:
«Hijo, ahora nadie puede molestarnos. Sabemos que tú lo comprenderás».
Tras un período de veinte años como marine, Leander Ray se retiró del servicio
activo con el rango de teniente coronel. Se trasladó a Nueva Orleans, donde vivía en
una habitación alquilada de Lafreniere Street en el distrito siete, dedicado al intenso
estudio de las obras de Louis-Ferdinand Céline, Julien Gracq y Junichiro Tanizaki
mientras vivía de su pensión. Lee optó por Nueva Orleans a raíz de la breve amistad
que había mantenido con un teniente negro llamado Ivory Coates, oriundo de aquella
ciudad. Ivory Coates había muerto durante la ofensiva del Tet, pero antes de morir le
había hablado a Lee de Nueva Orleans y de su vida allí antes de ingresar en los
marines. Lee valoraba el cariño apasionado con que Ivory había descrito su ciudad
natal, de modo que decidió ver si también a él le gustaría.
En Nueva Orleans Leander Ray conoció a una joven afroamericana de nombre
Cobra Box, residente en el proyecto de viviendas públicas Reincarnation, donde vivía
con su madre y hermano. Cobra tenía diecisiete años y medio y trabajaba de sirvienta
en el hotel Monteleone de Royal Street. Lee se fijó en Cobra cuando ésta esperaba el
autobús en Canal Street después del trabajo. Impresionado por su belleza de ébano y
su pose regia, Leander Ray fue hacia la chica, se presentó y la invitó a cenar con él
aquella misma noche. Ella dijo que no, sin excesivos miramientos, y subió al primer
autobús.
Incapaz de quitársela de la cabeza, Lee acudió a la parada durante una semana,
cada tarde aproximadamente a la misma hora, y reiteró su invitación a Cobra Box
hasta que por fin, al quinto intento, ella accedió a acompañarle al restaurante chino
Hidden Pearl en St. Charles para tomar un té.
Lee supo que la madre de Cobra, Yarvella, era originaria de Bogue Chitto
(Misisipí); trabajaba de camarera al igual que su hija, en un Holiday Inn cercano al
aeropuerto. El hermano mellizo de Cobra, que se llamaba Fidel, era miembro de un
grupo denominado Dead Menz Eyz [Ojos de Muerto] que aterrorizaba a los
inquilinos de Reincarnation. Leander Ray conocía su existencia por la prensa, y casi
no había noche en que el telediario no hablara de sus actividades delictivas
supuestamente relacionadas con el tráfico de drogas. Cobra le confesó a Lee que no
esperaba que Fidel llegase a cumplir los dieciocho años. Lee siguió viéndose con
Cobra en la parada del autobús casi a diario, y las más de las veces ella le
acompañaba a tomar un té o un café. Un día, él también subió al autobús y juntos
fueron hasta Reincarnation.
Cobra quedó impresionada por la temeridad de Leander Ray; el hecho de ser el
único blanco en la urbanización no parecía molestarle ni intimidarle en lo más
mínimo. Una impresión más o menos igual de buena se llevó Lee de Yarvella, quien,
aunque al principio recelaba de él, se rindió en seguida al carácter franco y
espontáneo de Lee. No le desagradó que Leander Ray empezara a visitar
regularmente la casa de los Box. Fue en su cuarta visita cuando Lee conoció a Fidel.

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Arisco al principio, Fidel se amansó enseguida cuando Lee se puso a hablar de armas
de fuego. No había pasado un mes que Lee le propuso a Cobra que se casaran, y ella
aceptó. Yarvella no puso reparos. El exteniente coronel convenció a Fidel para que se
enrolara en los marines, y él mismo le facilitó el ingreso en el cuerpo. Desde la súbita
y violenta muerte de su padre, Ferdinand Magellan Box, cuando los mellizos
contaban seis años, éstos no habían tenido ingresos paternos, y Yarvella recibió con
agrado los consejos de Leander Ray.
Cobra dejó su empleo en el Monteleone y se dedicó exclusivamente a Lee. Éste, a
su vez, dedicaba su tiempo a Cobra, instruyéndola en todo lo referente a las artes y
las ciencias. Lee ayudaba también a mantener a Yarvella, cosa fácil gracias a su
pensión y a su moderado tren de vida. El día en que Cobra cumplía veintiún años,
Yarvella recibió por mensajero especial una carta de Leander Ray y su esposa donde
le comunicaban que a partir de entonces la pensión que Lee cobraba de los marines
llegaría íntegra a Yarvella cada mes, y que él y Cobra habían abandonado ya Nueva
Orleans. Lee había decidido aceptar un puesto militar en otro país, según explicaba en
la carta, por motivos que no podían ser mejores: ayudar a la gente en su lucha por la
libertad. Cobra había accedido a acompañarlo y ayudarle en esta misión. Leander Ray
y Cobra Box Rhodes terminaban su carta con estas palabras: «Sabemos que tú lo
comprenderás».

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QUEBRADEROS DE CABEZA

Asa Hand, un amigo de Leander Ray que había acogido a éste en su casa de Parris
Island, combatido con él en Vietnam, Granada y El Salvador y dado grandes palizas
al póquer y al blackjack durante casi dos décadas, había escrito a Lee desde México
rogándole que se uniera a él para «luchar por algo decente, aunque sea para variar.
Creo que ya he tenido demasiados quebraderos de cabeza —escribía Asa Hand—. Un
día me desperté y lo que vi no fue pobreza sino pura miseria. Palizas,
encarcelamientos, torturas y asesinatos a la orden del día; aparte, sueldos de pena,
condiciones laborales indecentes, robo de tierras, explotación por parte de los carteles
del petróleo y la droga, etc. Al final uno decide levantar el granujiento culo y hacer
algo al respecto. Sólo un dato: el último año murieron de hambre 17.000 indios. Lee,
se puede aceptar que la gente muera de cáncer, de sida o de infarto. Pero ¿de hambre?
Los caciques venden a precios de saldo las tierras de los campesinos, que las
cooperativas les habían concedido después de la revolución de 1910. No se trata de
comunismo contra capitalismo, amigo mío, sino de vivir o morir. Aquí en La Villanía,
donde tengo mi cuartel general, dos terceras partes de la población carecen de
electricidad, viven en chozas con el piso de tierra. En el ejido Santa María Luisa los
niños comen un día sí otro no, los adultos dos veces por semana. Lo irónico de la
situación es que esta zona es de las más ricas de México, hay cientos de millones de
dólares disponibles para maquinaria agrícola y perforaciones petrolíferas. El
problema es que sólo ha sido invertido un 15 o un 20 por ciento de ese dinero; el
resto está en los bolsillos y cuentas bancarias de un pequeño grupo de personas que
controla la situación política a base de mantener el estado en un atraso total. ¿Te
suena la película? Vente a México, tío. Aquí los indios me llaman "tatic", honrado.
Tú también puedes ser un tatic. Esta gente nos necesita, Lee. Ellos sólo esperan el
golpe de gracia. México está a punto de convertirse en una gran maquiladora. Ven y
échame una mano, "manito"».
Leander Ray enseñó a Cobra la carta de Hand y le dijo que tenía que ir a México.
Ella la leyó y dijo que bueno pero que tendría que llevársela con él.
—Si no —dijo Cobra Box—, no te extrañe que algún día eches a faltar una parte
importante de tu cuerpo.
Lee sonrió, dio un abrazo a su esposa y dijo:
—Cobra, ojalá mis padres te hubieran conocido. Eres de su misma casta.
—¿Qué quiere decir Villanía?
—Canallada, más o menos.
Cobra se rió.
—¿Qué es lo que tiene gracia?
—Creo que ya conozco ese sitio —dijo Cobra.

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EL ESCORPIÓN ROJO

Al llegar de anochecida a La Villanía en su Cutlass rebozado de polvo, DelRay redujo


la velocidad y se puso a la altura de un viejo que guiaba un asno con un trozo de
cuerda. El asno llevaba sobre el lomo un saco grande.
—Perdone, señor, pero estoy buscando a Ava Varazo. ¿Sabe usted dónde vive?
El viejo siguió andando con el asno detrás y señaló en la dirección que ambos
llevaban.
—La casa del tejado azul —dijo.
—Gracias.
DelRay siguió adelante y aparcó junto a la casa que le habían indicado. Paró el
motor y salió del coche. El viento le llenó los ojos de tierra y Mudo se los restregó.
Miró al suelo rojizo, pestañeó varias veces, alzó los ojos y la vio. Llevaba puesto un
vestido blanco, la larga melena recogida en una coleta. Iba sin maquillar.
—No sé si eres más listo —dijo Ava— o más tonto de lo que me pensaba. ¿Tú
qué crees?
—Se me ocurren otras muchas preguntas.
—Te diré una cosa.
—¿Cuál?
—Aquí no soy la misma mujer que al otro lado de la frontera.
DelRay la observó con detenimiento. Aparte de la ropa sencilla, el pelo recogido
y la cara sin maquillar, Ava parecía más robusta que allá en Texas; pero lo que de
verdad había cambiado era su mirada. Eran ojos de halcón enfrentado a su presa.
DelRay buscó en ellos una chispa de caridad. Ella tenía un revólver en la mano
derecha y apuntaba al suelo.
—Me dejaste colgado, Ava.
—Aquí hay una guerra, ¿sabes? Si quieres pelear con nosotros, puedes quedarte.
—¿Y si sólo quiero mi parte del dinero?
—Lo gastamos en armas y municiones.
—No me preguntes por qué, pero me alegro de verte.
Los ojos de Ava se iluminaron, apagándose un poco a continuación. Luego sonrió
y dijo:
—Entra y come algo.
El viejo pasó en ese momento con su asno. Miró a Ava.
—Hola, Javier —dijo ella, y fue hacia la casa.
DelRay se quedó mirando al viejo. Una mano humana asomaba por un extremo
del fardo que el asno llevaba sobre el lomo. Un rollizo escorpión rojo descansaba
perfectamente inmóvil en un pliegue del saco.
—Vamos, Del —dijo Ava.

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DelRay la siguió.

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LA OPORTUNIDAD DE SU VIDA

—No entiendo cómo Indio dejó que esa tía le disparara primero.
—Me gustaba trabajar para él. Voy a echarle de menos.
Thankful Priest y Sonny «Mr Nice» Cicatrice viajaban hacia el sur por la estatal
277 de Texas en el Lincoln Mark VIII propiedad de Indio Desacato. Conducía
Thankful. Estaban en el condado de Val Verde y acababan de cruzar Dry Devils,
rumbo a Del Río y la frontera con el viejo México. Priest había telefoneado a Puma
Charlie a La Paz (Arizona), y Charlie le había dicho que Ava Varazo era natural de La
Villanía, México. Aparte de eso, había asegurado Puma Charlie, no sabía gran cosa
de ella. Sonny insistió en que, puesto que contaban con esa única pista, lo mejor era
empezar por La Villanía. Si a Ava le quedaban parientes allí, argumentó, podía ser
que alguno conociera su paradero.
Thankful había cerrado temporalmente la casa de Sinaloa, dejándola al cuidado
de la señora Matrera y de Moke Lamer hasta su regreso. Habían dado vacaciones a
las chicas con instrucciones de que contactaran con la señora Matrera al cabo de dos
semanas. El cadáver de Indio fue incinerado, como había sido su deseo, y sus cenizas
esparcidas por Moke Lamer en las herrumbrosas aguas del lánguido río Pestoso en
presencia de Thankful y la señora Matrera. Moke interpretó después a la guitarra «La
golondrina», la canción favorita de Indio, tras lo cual Thankful disparó al aire una
sola salva con la pistola Glock de su extinto jefe, arrojando el arma a la pestífera
corriente. «¡Un fuerte abrazo, amigo!», había exclamado Priest poniendo punto final
a la ceremonia.
—En cuanto recuperemos el dinero —dijo Sonny—, la matamos a ella y a quien
haya por allí. ¿De acuerdo?
Thankful asintió.
—Estoy con usted, jefe.
—¿Qué significa eso?
—Que de acuerdo.
—Bien. ¿Sabes por qué me llaman Mr Nice?
—No.
—¿Te acuerdas de Tommaso «Short Hair» Fabregas?
—Sí.
—Un independiente. Birló todo un casino en Paradise Island, las Bahamas. Big
Tony me envió a buscarlo. Yo tenía diecinueve años y no había matado a nadie.
Localicé a Short Hair en Nueva Orleans. Suite 1515 del DeSalvo Hotel. Nunca lo
olvidaré. Él estaba dentro con su mujer. Me encaré a Tommaso y le dije que Big Tony
no quería el dinero. ¿Qué es lo que quiere, entonces?, me preguntó. Short Hair estaba
de rodillas. Yo le apuntaba a la frente con un cuarenta y cinco, el dedo en el pelo del

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gatillo. Tus huevos, le dije. Tony quiere los tremendos cojones que debes de tener
para hacer lo que hiciste… Tommaso intentó negociar. Yo me negué. Entonces dijo,
vale, mátame, pero no toques a mi mujer.
—¿Y ella qué hacía?
—Estaba sentada en el sofá. Sin decir palabra.
—¿Qué pasó entonces?
—Le disparé. Sólo una vez. La bala le atravesó limpiamente el cráneo y salió por
detrás de la cabeza. La mujer ni siquiera miró. Saqué una navaja de veinticinco
centímetros que llevaba en el bolsillo y se la di a ella. Le dije que le cortara las
pelotas a su marido.
—Joder, Sonny. ¿Y lo hizo?
—Se acercó a él y le bajó los pantalones. ¿Sabes qué dijo?
—¿Qué?
—«¿Le corto la polla también?»
Thankful casi perdió el control del coche. «¡No joda!», gritó.
—Palabra. Yo le dije que sólo los huevos. Entonces agarró la navaja como si
fuera un cirujano. Le pasé una bolsa de plástico que había traído al efecto. Ella metió
los huevos dentro y me la dio. Luego limpió la hoja en la camisa de Short Hair, dobló
la navaja y me la devolvió. Adivina qué dijo entonces.
—Ni idea.
—«Vas a ser bueno, ¿verdad?» Eso me dijo. Qué quieres decir con «bueno», le
dije yo. Me recordó lo que me había pedido Tommaso. Que no la tocara a ella. Y yo
dije, pues claro, seré bueno, no soy ningún bruto. Ella estaba postrada de rodillas, y
antes de que pudiera ponerse en pie le metí una bala entre las cejas, igual que al
rufián de su marido. No le toqué ni un pelo.
—Mister Nice [Señor Bueno].
Sonny se rió.
—Big Tony quiso saber los detalles cuando le llevé el trofeo. Fue él quien me
puso el mote.
—¿Era guapa?
—¿Quién? ¿La mujer de Short Hair?
—Sí.
—No especialmente, que yo recuerde. ¿Por qué?
—Estaba pensando qué clase de mujer haría una cosa así, esquilarle los huevos al
marido.
—Y le habría cortado la polla también. Era la oportunidad de su vida, Priest, el
sueño de todas las tías. Fui realmente bueno, sabes, debí haber dejado que lo hiciera.

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LA TIERRA DE LOS PANDAS

—¿Has oído hablar de Julia Pastrana?


—No, ¿quién es?
—Era. La Loba de México.
Ava Varazo y Cobra Box estaban sentadas en sendas sillas de mimbre frente a la
casa de Ava, fumando cigarrillos a la una de la madrugada. La oscuridad no había
conseguido dulcificar la ardiente atmósfera. DelRay Mudo, Lee Rhodes y Asa Hand
estaban dentro de la casa recargando cartucheras.
—¿Has dicho Loba?
—Ajá —respondió Ava—. Nació cerca de aquí hace ciento cincuenta años, creo,
tenía la cara y el cuerpo cubiertos de un largo y espeso pelo negro. Julia Pastrana,
alias la Loba; la persona más famosa de esta parte del país. Un tal Theodore Lent la
vio casualmente en Yucatán en una caseta de feria que acompañaba a un circo, se
casó con ella y se convirtió en su agente. Viajaron por toda Europa y Estados Unidos.
Él amasó una fortuna.
—Apuesto a que la pegaba.
—Puede. Lo que es seguro es que vivía de ella. Incluso después que la Loba
muriese.
—¿Qué hizo entonces?
—Vendió el cadáver a un profesor de anatomía ruso que la momificó. Lo que son
las cosas, años después Lent recuperó la momia de Julia y se dedicó a exhibirla.
—¿Dónde está la momia ahora?
—En Noruega. No se supo nada de la Loba durante un siglo, pero en 1990
apareció en el Instituto Forense de Oslo. El museo de antropología de México está
intentando repatriarla. Existe incluso una organización con el nombre Amigas de
Julia Pastrana.
—Las mujeres nunca lo han tenido demasiado bien en ninguna parte, con pelo o
sin.
—Es una de las cosas por las que luchamos.
—Sabes, Ava, algún día me gustaría ir a China y visitar la tierra de los pandas.
—¿Y eso qué es?
—El gobierno chino ha reservado medio millón de hectáreas para que los osos
panda se paseen por allí a su gusto. El panda es mi animal favorito.
—Los chinos pasan bastante hambre —dijo Ava—, yo creo que acabarán
comiéndoselos.
Cobra Box lanzó su colilla al polvo y cerró los ojos. Se imaginó caminando
desnuda por un bosque de bambú, rodeada de centenares de pandas agazapados. Julia
Pastrana, pensó, habría podido vivir su edad madura entre los pandas cuando una

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parte de su vello corporal se hubiera vuelto blanco, dándole más apariencia de panda
que de lobo.

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DONDE LAS DAN LAS TOMAN

El movimiento revolucionario se autodenominaba Infinitas Gotas de Lluvia (IGL),


pues así de imparables se consideraban los rebeldes. Estaban comprometidos en lo
que calificaban de guerra pro-democracia —una guerra justa— a fin de exigir al
gobierno que observara los principios en que estaba basada la constitución mexicana.
Asa Hand y otros expertos militares los apoyaban en su lucha por la libertad y la
igualdad porque aquí no se trataba sin más de un nuevo movimiento guerrillero
socialista o comunista como los que América Latina ha conocido tan a fondo. Esto
era una revolución legítima, una cruzada que estaba ganando adeptos en todo el país.
Cuando Sonny Cicatrice y Thankful Priest llegaron a La Villanía en el Lincoln
Mark VIII de Indio Desacato, Leander Ray Rhodes y Asa Hand los estaban
esperando. Habíanse figurado correctamente que si DelRay Mudo había podido
localizar tan fácilmente a Ava Varazo, era inevitable que los mafiosos no tardaran en
presentarse. Aquella tarde en que el Lincoln apareció majestuoso en el pueblo, los
habitantes estaban sobre aviso y sabían cómo actuar. Un vigía de IGL estacionado
cerca de la carretera a tres kilómetros del pueblo había comunicado por radio al
cuartel general la proximidad del vehículo. Infinitas Gotas habían hecho despejar
rápidamente las calles de La Villanía.
—¿Dónde está la gente? —preguntó Sonny—. ¿Tú ves a alguien?
—A lo mejor están haciendo la siesta —dijo Priest.
Thankful enfiló una calle lateral cuya calzada sin pavimentar, especialmente
desigual y llena de piedras y baches, puso el sistema de suspensión del Lincoln al
máximo de su rendimiento.
—¡Maldita sea! —rugió Sonny al topar con la cabeza en el techo—. ¡Mira por
dónde vas!
—No es culpa mía, Sonny. Estamos en México.
La rueda frontal derecha del coche se hundió en un bache más profundo que los
demás, y el volante giró de forma violenta sin que Thankful pudiera dominarlo.
Mientras trataba de recuperar el control del sedán, éste empezó a culear. Priest creyó
que iban a volcar pero el impacto apagó el motor y el Lincoln dijo aquí me paro. Los
dos hombres permanecieron en la jaula de metal rodeados de un torbellino de polvo
cegador.
—¡Me cago en la hostia! —aulló Mr Nice.
Lo que Thankful y Sonny vieron al recuperar la visibilidad estaba lejos de ser
algo esperado. Una docena de guerrilleros IGL con ropa de camuflaje y
pasamontañas negros había rodeado el coche. Cada uno de ellos portaba una
bandolera con balas y un rifle M-16. Sonny sacó su Sig Sauer P-220 del calibre 45 y
salió en tromba por la puerta del copiloto.

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—¡Sonny, no! —gritó Thankful.
Para cuando Mr Nice hubo apretado el gatillo y disparado inofensivamente al
aire, ya estaba muerto. Cuatro guerrilleros acribillaron simultáneamente al gángster a
quemarropa. Thankful se quedó sentado al volante con las palmas de las manos
fuertemente apoyadas en el acolchado del techo.
—¡Sal de ahí! —ordenó uno de los soldados.
El cíclope obedeció, cuidando de separar las manos del cuerpo, y se situó junto al
coche.
—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —preguntó el mismo soldado.
—Me llamo Thankful Priest. Busco a Ava Varazo.
—¿Para qué?
—Tiene algo que pertenece a otras personas.
Thankful vio un Thunderbird del 86 acercándose muy lentamente desde el otro
extremo de la calle hasta detenerse a unos diez metros de donde él estaba. Priest
intentó distinguir las caras de las dos personas que iban en el asiento delantero, pero
el parabrisas estaba agrietado y cubierto de una espesa capa de polvo, lo cual
oscurecía la visión. Uno de los soldados hincó la punta de su rifle en el pecho de
Priest. Thankful miró al soldado a los ojos.
—¡Puta! —dijo.
Ava apretó el gatillo.

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TERCERA PARTE
LA BUENA CAUSA

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EL GRAN NORTE BLANCO

Cobra Box salió de México con la siguiente lista de la compra:


—12 M-80 (armas ligeras antitanque calibre 30).
—50 lanzacohetes Lawes, plegables y desechables.
—6 morteros con 100 proyectiles cada uno.
—2 cajas de granadas de fragmentación (50 por caja).
—5.000 cartuchos calibre 225 para rifle M-16.
Llegó a Idaho el día en que cumplía diecinueve años. A resultas de la muerte de
su marido Leander Ray Rhodes y de su camarada Asa Hand en una emboscada de las
tropas gubernamentales en el río Jatate al norte de La Sultana, en la Selva Lacandona,
seis meses después de su llegada a México, Cobra llevaba a cabo misiones nocturnas
para las Incontables Gotas de Lluvia en compañía de Ava Varazo, quien a su vez la
tenía alojada en su casa de La Villanía.
DelRay Mudo había recibido la misión de establecer contacto con un traficante
clandestino de armas en Trouth City (Idaho). El traficante se llamaba Harmon White
Bird y era un indio nez percé con una cuarta parte de negro, lo que a juicio de las IGL
podía hacerle simpatizar con su causa. DelRay había partido hacia el norte tres meses
antes de que Cobra Box le siguiera los pasos. En todo aquel tiempo no se había
sabido nada de Mudo, y los rebeldes suponían que habría desertado o encontrado una
muerte violenta.
Cobra se despidió llorosa de Ava, con la que había establecido una gran amistad,
y prometió telegrafiar la contraseña padre luna desde Ocosingo tan pronto localizara
a White Bird y le entregase el pedido. Según el plan Ava Varazo debía enviar el pago
en dólares y en efectivo por correo privado a Harmon White Bird tan pronto Cobra
Box hubiera verificado la mercancía.
Siguiendo la costa rumbo al norte en autobús hasta llegar a Brownsville (Texas),
Cobra tomó un avión hasta Houston, de allí a Denver (Colorado), y luego de Denver
a Lewiston (Idaho). En esta última ciudad, y valiéndose de documentos falsos que
había obtenido en México, Cobra alquiló un automóvil en el aeropuerto de Nez Percé
County y condujo ciento veinte kilómetros hacia el este, bajo una ligera nevada, hasta
llegar a Trouth City. Desde un teléfono público del Pony Up Cafe, Cobra llamó a
Harmon White Bird. Un mensaje grabado le dijo que dejara nombre y número de
teléfono y que alguien la llamaría. Ella no pudo hacer otra cosa que dar el número de
la cabina y esperar.
Se sentó a la barra. Estaba extenuada tras el viaje y no se percató de que los tres
clientes varones del local y el hombre que había detrás del mostrador la estaban
examinando con extraña insistencia. Preocupada como estaba por su misión, no se le
ocurrió a Cobra que una joven afroamericana, sola, y vestida con ropa ligera de

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origen mexicano pudiera llamar la atención en medio de un bar del Idaho rural a
mediados de octubre. Pegado a la pared, delante de ella, había un calendario con una
foto de una chica blanca rubia y desnuda. Los días del mes habían sido tachados hasta
el número dieciocho. El membrudo barman de mediana edad y barba cobriza se
interpuso entre Cobra y el calendario.
—¿Qué va a ser, señorita? —preguntó.
—No va a ser, ya lo es. Mi cumpleaños —dijo Cobra.
El barbudo sonrió.
—¿Sí? Entonces pida, paga la casa.
Cobra se arrebujó en su chal de algodón y tiritó. Le vino a la memoria el sabor del
quimbombó de su madre Yarvella en las frías tardes de enero en Nueva Orleans.
—Supongo que no tendrá quimbombó —dijo.
El barman se rió.
—No, señora. Aquí en el Pony Up no tenemos de eso, y no creo que lo tengamos
nunca. Pero puedo servirle sopa de puerro y patata bien caliente. ¿Le apetece?
—Buena idea —asintió Cobra.
El hombre le trajo un bol grande de sopa con tres envoltorios de galletas saladas y
una cuchara al lado. Cobra tomó un sorbo.
—¿Tiene alguna salsa picante? —preguntó.
El hombre sacó una botella de Tabasco de bajo la barra. Cobra condimentó la
sopa y volvió a probar.
—¿Mejor ahora? —dijo él.
—Casi perfecta —dijo Cobra, sonriéndole de buena gana.
Cuando terminó la sopa y las galletas, Cobra apartó el bol, apoyó la cabeza en el
mostrador de madera y se quedó dormida.
—Señorita. ¡Señorita!
Cobra notó una mano en su brazo izquierdo, sobre el cual tenía apoyada la
cabeza, y se incorporó rápidamente. Al principio no supo dónde se encontraba.
Sacudió la cabeza para ver con claridad.
—Hay una llamada para usted —dijo el barman—, si es que se llama Mary Jones.
—Soy yo. Gracias.
Cobra fue hasta el teléfono tambaleándose un poco y agarró el auricular que
colgaba del hilo. Se estremeció y vio que el chal mexicano se le había caído al suelo
junto al taburete en donde había estado sentada.
—Diga. Aquí Mary Jones.
—¿Quería hablar con Harmon White Bird?
—Sí.
—Harmon White Bird está muerto.
—¿Muerto?
—Siga mi consejo —dijo la voz del otro lado de la línea telefónica. Una voz de
mujer—, olvídese de este número.

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—¡Espere, por favor! ¿Conoce a un tal DelRay Mudo?
Cobra oyó un clic seguido de la señal de marcar. Colgó el teléfono y fue a recoger
su chal. Vio que el café estaba desierto a excepción de ella y del barman barbudo. El
hombre se le acercó con un abrigo tres cuartos rojo en la mano y se lo puso sobre los
hombros.
—Feliz cumpleaños, señorita —dijo él—. Bienvenida al Gran Norte Blanco.

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PASAPORTE

Tras su abortado intento de establecer contacto con Harmon White Bird, Cobra
decidió ir en peregrinación a Big Leopard (Idaho), el pueblo natal de su difunto
esposo Leander Ray Rhodes. Mientras conducía, deliberó consigo misma acerca de la
compra de armas. Las IGL dependían de ella, y Cobra estaba extrañada por la
desaparición de DelRay. Estas dos cosas ocuparon su mente mientras procuraba no
patinar en la carretera resbaladiza de aguanieve.
La nieve la fascinaba. Era un fenómeno casi insólito en su experiencia. Una vez,
cuando Cobra tenía cinco años, había nevado en Nueva Orleans. Ocurrió una tarde de
febrero, y todo el tráfico de la ciudad había quedado paralizado. Las calles heladas
provocaron multitud de accidentes; los automovilistas hubieron de abandonar sus
vehículos y volver a sus casas apabullados por el acontecimiento y con los pies
hundidos hasta el tobillo en la prístina precipitación.
Pero Cobra y los demás niños de Reincarnation, la progenie más pobre de todo
Nueva Orleans, lo pasaron en grande con el inesperado temporal, haciendo muñecos
y lanzándose bolas de nieve en lo que para muchos de ellos iba a ser la primera y
única nevada de su vida. Los ruinosos bloques de viviendas adquirieron de pronto
una pátina que los transformó en castillos de cuento. Cobra se preguntó entonces, y
durante muchos años, qué truco debió de emplear algún brujo para conseguir aquello
que Courageous Jones, su primo de nueve años entonces, también residente en
Reincarnation, había llamado la «hora blanca».
Courageous Jones fue asesinado ocho años después por una chica de once años y
medio llamada Cookie LaBéte a quien él había dejado embarazada. Cookie exigía
que Courageous corriera con los gastos del aborto, pero él se negó a aceptar la
responsabilidad. Le dijo que no le importaba lo que les pudiera pasar a ella o al crío,
que no era su problema. Cookie cogió un revólver reglamentario del calibre 38 que su
hermano, Bagwell «Bag Man» LaBéte, había escondido en su habitación tras
robárselo a un agente de policía muerto y disparó a la oreja izquierda de Courageous
Jones. Mientras éste se desangraba en el suelo frente a la lavandería de Reincarnation,
un corro de gente pudo presenciar cómo Cookie disparaba a quemarropa por segunda
vez a la cabeza de Courageous Jones, ahora por el orificio auditivo de estribor. Antes
de escupir sobre el cadáver encogido en el suelo, Cookie sentenció: «Ahora tienes un
problema que nadie podrá arreglar».
Cobra conectó la radio.
—Bajo el nombre de Ejército de Resistencia del Señor, el grupo ha asesinado a
cientos de vecinos, cortado a menudo narices y orejas, y secuestrado a millares de
niños. La secta, conocida anteriormente como Movimiento del Espíritu Santo y cuyo
radio de acción se centra en los distritos Gulu y Kitgum de Uganda, cerca de la

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frontera con Sudán, recibe ayuda militar del régimen fundamentalista islámico
sudanés empeñado en desestabilizar Uganda, cuyo gobierno, sostienen ellos, da
apoyo a los rebeldes cristianos del sur de Sudán.
»El Ejército del Señor, un grupo bien organizado que cuenta con armas de asalto,
ametralladoras, morteros y minas, es fiel a una insólita lista de "mandamientos", entre
los que se incluye la prohibición de montar en bicicleta y de comer carne de pollo de
plumaje blanco. Matan indiscriminadamente a los adultos pero raptan a los niños a
fin de adoctrinarlos y emplearlos como fuerza de trabajo esclavizada. Las muchachas
son violadas y obligadas a parir niños que puedan engrosar las filas de ese Ejército
del Señor.
Cobra apagó la radio.
—¡Mierda! —exclamó—. Courageous Jones era una ovejita comparado con estos
tíos.
Por un momento consideró la viabilidad de ponerse en contacto con los
musulmanes sudaneses para comprarles armas. Cobra pensaba que ser afroamericana
podía redundar en su propio favor. Claro que, por otra parte, los ugandeses eran
negros y el color de su piel no había atenuado en lo más mínimo el incalificable
proceder del Ejército de Resistencia para con los ugandeses. La raza, concluyó Cobra
Box, era un pasaporte tan poco fiable como la bondad.

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PEREGRINACIÓN

Nevaba con ganas y Cobra conducía despacio camino de Bad Leopard. Tanto el clima
como esta parte del país eran nuevos para ella. Cobra no deseaba morir en plena
romería. Recordó una historia que su difunto marido le había contado acerca de unos
peregrinos que viajaban en barco rumbo a una tierra extranjera. Una noche, en mitad
del océano, el bajel, que era viejo y herrumbroso, chocó con un arrecife y empezó a
hacer agua sin que fuera posible repararlo. El capitán, sus oficiales y gran parte de la
tripulación escaparon en botes salvavidas, abandonando a los peregrinos que viajaban
en la entrecubierta.
Mientras el agua se colaba a chorro por las paredes del barco los peregrinos
trataron de ganar la cubierta superior desde la bodega en que los habían dejado. Al
ver que el carguero se hundía y que los marineros se alejaban en sus botes de remos,
lo dieron todo por perdido. El jefe del grupo puso a los peregrinos a rezar mientras
los hombres a quienes habían encomendado la seguridad de su travesía se perdían tras
la cresta de una ola.
Resultó que cuando el carguero no se había hundido aún del todo fue avistado por
otro barco y los peregrinos pudieron ser rescatados. Algún tiempo después, el capitán
y los oficiales del barco siniestrado fueron encausados por negligencia. Al capitán lo
degradaron públicamente con la consiguiente repulsa, al igual que los demás
oficiales, que fueron expulsados de la marina mercante. La cobardía del capitán
corrió de boca en boca por todos los puertos del mundo, forzándole a emplearse como
grumete en el cuarto de calderas de un palangrero de cabotaje que faenaba en el
Lejano Oriente.
Tras varios años trabajando de simple marinero en barcos de baja categoría en los
puntos más recónditos del planeta, el antiguo capitán se encontró un día al jefe de los
peregrinos que había abandonado a su suerte. El capitán, acosado por el recuerdo de
aquella catástrofe, se había dejado destruir por el alcohol y la mala vida. Viendo
cercana la muerte, le rogó al santo que le perdonara. El peregrino respondió que
perdonar era privilegio y cometido del Señor, no de sus servidores aquí en la tierra.
Añadió, no obstante, que las oraciones de los peregrinos en aquella noche fatídica
habían sido para el capitán y sus hombres. «Pero ¿por qué?», preguntó el moribundo.
«Sólo la abnegación», respondió el peregrino, «puede mudar lo terrible en
soportable». «Para mí es demasiado tarde», dijo el capitán. Entonces el peregrino
sonrió y le dijo: «Luego es tarde para todos nosotros».
Cobra divisó un rótulo a un lado de la carretera:

BAD LEOPARD
108 hab

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Alces y lobos
tienen prioridad de paso

Cobra siguió adelante hechizada por la vista de las montañas cubiertas de nieve.
A menos de un kilómetro pasado el rótulo había una gasolinera, pero parecía
abandonada. No se veían señales de vida por ninguna parte.
La imagen de una jaula de la muerte le vino súbitamente a la memoria. En uno de
los libros de viajes históricos que tenía Leander Ray, Cobra había visto el retrato de
un chino del siglo pasado que había sido condenado a muerte por algún delito grave.
El método para ejecutar la sentencia consistía en una plataforma de madera provista
de una cuerda y construida de forma que para no estrangularse a sí mismo el
prisionero se veía obligado a permanecer siempre de puntillas.
Cobra no supo por qué demonios le había venido a la cabeza aquel artilugio de
tortura. La primera vez que vio la foto se quedó horrorizada. Los ojos del reo chino
parecían a punto de saltar de su cara mientras el criminal ejecutaba la danza de la
muerte sobre las puntas de sus dedos. De repente, el método de la jaula china le
pareció a Cobra el colmo de la sensatez.
Nadie tenía que apretar un gatillo, empujar el émbolo de una jeringa o cortar una
cuerda. La autoejecución era recomendable por más de un motivo.
La imagen del tormento chino no se había disipado aún de su visión interior
cuando un lobo se plantó frente al coche en mitad de la carretera, desapareciendo
luego con la misma rapidez. Cobra frenó en seco. Permaneció en el coche
contemplando la blancura de la nieve mientras decidía qué camino tomar. Conectó la
radio. Los Ink Spots estaban cantando «I Don’t Want to Set the World On Fire»[8].

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LA NOTICIA

Cobra regresó a Trouth City y tomó una habitación en el hotel Chief Joseph, que, a
juzgar por las apariencias, era el único hotel de la ciudad. Nevaba mucho y Cobra
estaba extenuada y con ganas de dejar la carretera. No veía el momento de echarse a
dormir. La peregrinación a Bad Leopard había transcurrido sin novedad, y puesto que
nada indicaba dónde había estado la casa de los Rhodes, Cobra no había sabido dónde
rendir homenaje a su marido. Luego, al ver que la tormenta arreciaba, había decidido
volverse a Trouth City para recapacitar y dormir un poco.
Mientras subía a su habitación, la número 36, en la segunda planta del Chief
Joseph, Cobra vio en el pasillo a una mujer joven con un abrigo de castor largo hasta
los pies, una gorra de béisbol de los Indians de Cleveland y unas botas de marcha Red
Wing negras. Cobra se detuvo al llegar al número 36, justo en frente de la habitación
37, ante cuya puerta estaba la desconocida.
—Hola —dijo Cobra.
La joven, que a juicio de Cobra no pasaba de los veinticinco años, tenía el pelo
cobrizo recogido en una coleta y unos ojos de color violeta con el rímel corrido por
las lágrimas. Era evidente que estaba emocionalmente perturbada.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Cobra.
La otra se quedó un instante quieta y luego levantó la mano derecha mostrando a
Cobra una pequeña pistola niquelada.
—En cuanto Wayne salga de ahí —dijo—, es hombre muerto.
Cobra introdujo la llave que le había dado el recepcionista en la cerradura de la
habitación 36 y abrió la puerta.
—¿Quién es Wayne?
—Mi marido. Está ahí dentro con mi hermana Tanya. A ella no le haré nada,
somos familia. Pero Wayne tiene los segundos contados.
—¿Ellos saben que está usted aquí esperándolos?
La joven negó con la cabeza:
—No creo. Y si lo saben, da igual. Sólo se puede salir por esta puerta.
—¿Quiere entrar un rato en mi habitación y pensárselo bien antes de hacer nada?
—No, gracias.
La joven miró detenidamente a Cobra.
—Es negra —le dijo.
—Veo que lo ha notado —sonrió Cobra.
—Perdón. Bueno, es que aquí en Idaho no vemos a mucha gente de color. Es casi
un acontecimiento.
—Me llamo Cobra Box.
La joven le ofreció la mano izquierda.

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—Y yo Crystal Lake.
Cobra empleó también la mano izquierda para estrechar los dedos de Crystal.
—¿Seguro que no quieres entrar y hablar un poco?
Cobra no pudo reprimir un gran bostezo.
—Pareces muy cansada, Cobra Box. Aquí estoy bien. Ve tú y descansa. Sólo
necesito disparar una vez. Ni siquiera te despertaré.
—Bien, si cambias de opinión, llama a la puerta. No te importe despertarme.
—Gracias, Cobra. Oye, ¿de dónde eres?
—Buena pregunta, Crystal. Creo que de Nueva Orleans. Allí me crié.
—No lo conozco. Dicen que hace mucho calor…
—Sólo ha nevado una vez, que yo recuerde.
—Dulces sueños, Cobra. Es mejor que te metas dentro.
Cobra cerró la puerta al entrar, se quitó la chaqueta y los zapatos, subió a la cama
e inmediatamente se durmió. Soñó que era una chiquilla de ocho años y que estaba en
Reincarnation sentada con otra niña delante de un apartamento. Comían cucuruchos
de helado lamiendo a gran velocidad para que el calor no los derritiera. Las niñas
oían truenos, y al mirar al cielo veían un relámpago como pata de araña en el cielo
súbitamente encapotado. El relámpago iba hacia ellas. Cobra y su amiga se echaban a
gritar y arrojaban sus helados al tiempo que el rayo siseaba y crepitaba y desgarraba
el asfalto frente a donde habían estado sentadas. La acera mostraba un tatuaje de
franjas negras que luego se fundían, como el helado, y así terminaba el sueño.
Cuando Cobra despertó a la mañana siguiente, lo primero que hizo fue asomarse
al pasillo. Crystal Lake no estaba allí.
Cobra fue al Pony Up a desayunar y se puso a leer el Mouth of Trouth, el
periódico local. Una información de la agencia Southern News Service llamó su
atención.

AGENTE DE POLICÍA ASESINA


ES CAPTURADA EN UN TIROTEO

Nueva Orleans (SNS). — Contessa Sims, con dos años en el cuerpo de


policía de esta ciudad, fue capturada ayer por sus propios compañeros tras un
violento tiroteo en la zona de Little Cambodia. La agente Sims ha sido acusada
de extorsión y asesinato en la persona de seis inmigrantes camboyanos, todos
ellos miembros del clan familiar Chan Doc. Dicha familia era propietaria del
restaurante Oriental Immortals de St Bernard Highway, y hay pruebas de que en
su establecimiento se practicaba el juego ilegal. Al parecer Contessa Sims
conocía y participaba en dichas actividades. Se cree que asesinó a los miembros
del clan después que éstos desestimaran aumentar su parte en las ganancias, y
que intentó encubrir los asesinatos como el resultado de un robo al restaurante.

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La agente Sims fue detenida en las viviendas Reincarnation de Orleans Street,
donde había pasado su infancia.

Cobra Box lloró. Contessa Sims había sido su mejor amiga cuando eran niñas. Se
dio cuenta entonces de que la chiquilla que aparecía en su sueño comiendo un helado
con ella era Contessa.

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TODO DEPENDE DEL TIEMPO

Cobra cambió varias veces de tren para ir de Idaho a Luisiana. Si bien deseaba ayudar
a las IGL, en el fondo sentía más apego por Contessa Sims, de modo que puso rumbo
a Nueva Orleans. El día de su llegada allí Cobra fue inmediatamente a ver a su
madre, Yarvella, la cual había dejado Reincarnation para mudarse a una casa pequeña
en Elba Street cerca de la esquina con South Dupre. La sorprendente aparición de
Cobra emocionó y desconcertó a su madre.
—¡Cobra! ¡Mi niña! —chilló Yarvella cuando vio a su hija en la escalinata.
Yarvella abrió la puerta y abrazó vigorosamente a su hija.
—¡Casi le das un soponcio a tu madre! ¿Por qué no me has dicho que venías?
Cobra abrazó a su madre y dejó que fluyeran las lágrimas.
—Me alegro tanto de estar aquí, mamá. Te lo contaré todo en seguida, lo
prometo. Han pasado muchas cosas desde que me fui de Nueva Orleans.
—Está bien, cariño. ¡Qué alegría me da verte!
—Mamá, ¿recibiste mi última carta?
—¿Dónde decías que habían matado a Leander Ray?
Cobra asintió.
—Lo he sentido mucho, mi vida. Debes de haberlo pasado muy mal en México.
Habrás venido para quedarte, ¿no?
—Aún no lo sé, mamá. De momento me quedaré unos días. Leí que habían
arrestado a Contessa.
—Ha sido terrible. Dicen que mató a seis personas.
—¿Es cierto eso, mamá? ¿Tú qué piensas?
—No sé. Misterioso y Lola Mae aseguran que le tendieron una trampa. Vete tú a
saber. La gente dice que Contessa estaba metida en tratos con unos narcotraficantes
asiáticos.
—Tal vez yo pueda ayudarla.
—Rezo todo los días por Contessa. Siempre fue una niña muy simpática.
Cobra durmió un rato en una habitación trasera que Yarvella dijo haber reservado
para el eventual regreso de su hija. La madre explicó a Cobra que a su hermano Fidel
le iba muy bien en los marines. Leander Ray le había puesto en el buen camino y sólo
por eso, sin contar la pensión que cobraba regularmente, Yarvella le estaría siempre
agradecida.
Aquella tarde Cobra fue a ver a Misterioso y Lola Mae Sims. El padre de
Contessa era un hombre huraño cuya severidad nadie se atrevía a desafiar. Misterioso
había perdido ambas piernas de rodilla para abajo cuando el coche que conducía
chocó de frente con un autobús urbano. El conductor del autobús, que sufría de
depresión crónica, se había dormido tras ingerir demasiadas píldoras para los nervios

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y no vio que su vehículo invadía el carril contrario. Misterioso tenía entonces treinta
y un años. El conductor del autobús, Pedro «Pork Chop» Parker, de cuarenta y nueve
años y residente en el distrito nueve, resultó decapitado en el accidente cuando el
autobús salió rebotado tras colisionar con el coche de Misterioso Sims y fue a dar
contra la columna de una farola que penetró por la ventanilla frontal arrancando de
cuajo la cabeza de Pork Chop.
Desde aquel aciago incidente Misterioso pasaba la mayor parte del tiempo en una
silla de ruedas frente al bloque D de Reincarnation con un revólver calibre 32 Smith
& Wesson de tiro a tiro o acción doble en el regazo, esperando que algún adicto al
crack intentara atracarle. «O él o yo —juraba Sims amenazador—, ¡y me importa una
higa cuál de los dos caiga primero!» A pesar de que el municipio le había asignado
una cuantiosa indemnización además de darle la invalidez total, Misterioso se negaba
a abandonar la urbanización. Cuando Lola Mae así se lo sugería, él se limitaba a
decir: «En cualquier parte menos aquí, un tío sin piernas sería un monstruo de feria».
Cuando Cobra Box llegó a casa de los Sims, Misterioso estaba dormido en su silla
de ruedas frente al televisor de la sala de estar, con el revólver en la falda.
El aparato estaba encendido pero sin volumen. Desde el sofá donde fue a sentarse
con Lola Mae, Cobra pudo ver unas chicas blancas semidesnudas que parecían tener
problemas para apartarse el pelo de los ojos mientras correteaban por la playa.
—Es imposible que Contessa hiciera lo que dicen que hizo —le aseguró Lola
Mae—. Tuvo que esforzarse mucho para entrar en la policía. No iba a echarlo todo a
perder. Ella no es una asesina.
—Quisiera ayudar a Contessa —dijo Cobra—. ¿Tiene un buen abogado?
—Sí. Se llama R.P. Dufour, lo de R.P. es por Robes y Pierre, creo. Yo imagino
que hace todo lo que puede. La prensa dice que es un caso muy claro porque hubo
testigos presenciales.
—¿Quiénes son?
—Dos hermanos, un chico y una chica; se escondieron al empezar el tiroteo. No
sé cómo podían ver nada, si estaban tan bien escondidos.
—Creo que iré a ver a ese Dufour. ¿Qué dice Contessa?
—Que fue como siempre a su pluriempleo de guardia jurado y que se los
encontró a todos muertos. Habían cortado el teléfono y tuvo que ir a buscar una
cabina. Poco después unos polis empezaron a dispararle. Consiguió escapar no sé
cómo y se vino a casa. La policía arrestó a Contessa delante de nuestro bloque a las
cuatro de la mañana. La pobre ni siquiera iba armada.
—¿Dónde tenía el arma?
—La policía dice que la encontró en un cubo de basura junto al restaurante
Immoral Oriental[9]. Seguro que es una prueba falsificada. Contessa no ha hecho nada
malo, Cobra. Tú ya la conoces.
Lola Mae, una mujer fornida de tez color naranja y pelo lacio entre granate y
negro, se echó a llorar. Cobra la abrazó. Misterioso despertó y vio a su mujer llorando

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sobre el pecho de Cobra Box. Con el mando a distancia subió el volumen del
televisor.
—Déjale, Patsy —estaba diciendo una chica rubia embutida en un diáfano top
rojo a una morena en bañador negro muy ceñido—. Tú conocías la fama de Rob
cuando empezaste a salir con él. Siempre ha sido como un día de playa nublado.
La morena, Patsy, sacudió la cabeza para apartarse el pelo de los ojos. Contempló
el mar durante unos instantes, viendo cómo una ola se enroscaba y rompía para morir
en la arena, y miró de nuevo a la otra chica.
—Paula —dijo—, es que… creo que estoy embarazada.

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ABOGADO

—¿En qué puedo yo servirle, señorita Box?


Robespierre «R.P.» Dufour, un hombre alto y esquelético, se acomodó ante su
escritorio delante de su interlocutora. La primera idea de Cobra al ver al abogado de
Contessa fue que se parecía a un James Stewart eventualmente desfigurado y
marchito por el sida.
—Venía a preguntar por el caso de Contessa Sims, señor Dufour.
—R.R, por favor. ¿Cuál es exactamente su relación con la agente Sims?
—Es la primera amiga que tuve en mi vida.
—Entiendo.
Dufour sacó un largo cigarro verde de una caja de madera que había sobre la
mesa.
—¿Le importa si fumo, Cobra?
—No, señor.
—¿Le importa que la llame por el nombre de pila?
—No.
Dufour encendió una cerilla y dio unas chupadas al puro hasta que éste prendió.
—Bueno, no estoy muy seguro de que Cobra sea cristiano[10]. De todos modos,
me gusta cómo suena, usted ya me entiende.
—Dicen que hay testigos que vieron disparar a Contessa.
—Eso afirma el fiscal del distrito.
—Señor Dufour…
—R.P.
—Contessa es incapaz de una cosa así. Mi madre me ha dicho que dos de las
víctimas eran niños. La Contessa Sims que yo conozco jamás habría hecho nada
parecido.
Dufour dio vueltas a su cigarro mientras hablaba.
—¿Cuánto hace que no ha visto a la agente Sims?
—Dos años, dos y medio quizá. He estado fuera.
—A veces ocurren cosas que pueden cambiar a una persona en mucho menos
tiempo. Pero estoy de acuerdo con usted, Cobra. No creo que ella cometiera esos
asesinatos. En cambio, sí creo que está encubriendo a alguien. Le apuesto diez contra
uno a que Contessa sabe quién es el culpable. Yo supongo que estaba metida en algún
tipo de extorsión, digamos que salvaguardando la tapadera del juego ilegal. Es
posible que el clan Chan Doc declinara su petición de incrementar los pagos.
—Puede que Contessa tenga miedo de hablar.
Dufour dio una chupada y contempló la nube de humo.
—¿Cree que a usted le dirá algo?

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—No lo sé, pero me gustaría ir a verla.
—Lo arreglaré. Déjele su número de teléfono a mi secretaria.
Cobra se puso en pie.
—Gracias, señor Dufour. Es muy amable. —Le tendió la mano derecha.
Dufour siguió sentado pero estrechó con fuerza la mano de Cobra. Ella le notó los
huesos a través de la piel. El aire se había vuelto una bruma verdosa.
—Soy capaz de mayores muestras de amabilidad, Cobra. Ya nos veremos.
Cobra recuperó su mano. Mientras flexionaba los dedos, su cerebro evocó la
indeleble figura de Ava Varazo disparando sobre Thankful Priest.

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COBRA LO ENTIENDE

Cobra Box esperó del lado de las visitas de la ventana de plástico grueso a que
hicieran entrar a su amiga Contessa Sims. Cobra había visitado anteriormente la
cárcel del condado de Orleans para ver a su hermano Fidel; una vez cuando a éste lo
arrestaron por asalto a mano armada (cargos retirados antes de ir a juicio), y otra a
raíz de un intento de robo (caso sobreseído por falta de pruebas). Odiaba aquel sitio;
apestaba a podrido pese a todo el Lysol que le echaban y que se le metía en la nariz
como si tuviera una invasión de mosquitos. El acre desinfectante no consiguió disipar
la imagen —inducida por los estímulos olfativos— de una charca abarrotada de peces
envenenados flotando panza arriba en la superficie. Cobra cerró los ojos y vio a un
enorme caimán que, imperturbable al hedor, abría sus horripilantes fauces para
tragarse un puñado de percas inertes.
Despegó los ojos al oír el ruido de una puerta de acero. Segundos después
Contessa la estaba mirando del otro lado de la ventana. Las dos amigas agarraron
sendos auriculares de los anaqueles que tenían en frente.
—Hola, Tess. ¿Cómo va eso?
—Tirando, Cob. ¿Y tú? ¿Qué tal te fue en México?
—Es una larga historia. Resumiendo, lo más triste es que mataron a Leander Ray.
—Chica, cuánto lo siento. Has vuelto a casa, ¿eh?
—Sólo temporalmente. Estoy con mamá.
—¿Qué tal le va a Yarvella?
—Bien. La casa nueva no está nada mal. Ella es feliz allí.
—Me alegro de que dejara Reincarnation. La cosa está cada vez peor.
—Tess, ¿cómo puedo ayudarte?
Contessa se rió.
—Diría que has estado hablando con cierto abogado.
—He podido verte gracias a R.R
—R.R, ¿eh? No te fíes de ese tío, Cobra. No te fíes de ningún hombre. —
Contessa se mordió el labio—. Tú quieres saber si lo hice.
—Eso lo sabía antes de venir aquí. Contessa Sims no es ninguna asesina.
—Te quiero, Cob, tú ya lo sabes.
—Yo también te quiero.
—Entonces todo va bien.
Un guardia apareció detrás de la reclusa. Cobra le miró. Vio que sus labios finos
se movían pero no pudo oír lo que estaba diciendo. Contessa apoyó la palma de la
mano en la ventana. Cobra hizo otro tanto.
—Creí que teníamos quince minutos.
—Cambian las normas cuando les da la gana.

Página 88
—¿Qué puedo hacer, Tess?
—R.P. se encargará de todo. Gracias por venir, Cob. Un abrazo para Yarvella.
Cobra se paró en la esquina de Tulane y Broad. Una brisa ligera le heló el sudor
de la frente y la hizo tiritar. El cielo de la tarde se oscurecía rápidamente. Los
transeúntes le parecieron feos, más feos de lo habitual. De pronto, se dobló por la
cintura y vomitó en la acera. Acto seguido se limpió la boca con el dorso de la mano
derecha.
—¿Puedo hacer algo por usted?
Cobra alzó los ojos y vio a un blanco de mediana edad vestido con un traje color
canela. Llevaba gafas de montura plateada, iba bien afeitado y era casi calvo. Una
señal de nacimiento, grande como la chapa de una cerveza Barq, adornaba su mejilla
izquierda.
—Mire usted —dijo Cobra—, nada de lo que pudiera hacer sería suficiente.

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CORREO AÉREO

Querida Ava y todos los que lucháis por la Buena Causa:

Informo desde Nueva Orleans y no Idaho donde no pude encontrar a Harmon


White Bird ni saber lo que le paso a DelRay Mudo. Se que contabais conmigo para
conseguir las armas pero cuando estuve en el Norte me entere que mi mejor amiga de
cuando era niña estaba metida en un buen lio y tuve que venir a NO. Quiero que
sepáis que mi corazón esta con vosotros ahora mismo pero creo que mi sitio es este.
Vuestra lucha es mucho más importante, claro, pero mi amiga Contessa me necesita.
Prometo escribiros pronto.

Vuestra hermana
COBRA BOX

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EL DESLIZ DE HEAVEN

A Cobra no le disgustaba del todo haber vuelto a Nueva Orleans, vivir en casa de su
madre. El mundo y sus problemas habían ido subiendo peligrosamente de nivel, y
Cobra hacía todo lo posible por no ahogarse en aquel mar de aflicción. Aparte de
Contessa Sims otra de sus antiguas amigas de Reincarnation, una chica llamada
Heaven Cure, había cometido un desliz.
Heaven Cure siempre había sido una persona de reducido tamaño, la niña más
pequeña del grupo de su edad. Ya adulta, medía tan sólo un metro cuarenta y siete
centímetros, pero tenía una hermosa figura, unos ojos verdes de gato y una expresión
de natural dulce en su cara color de mango. Los hombres se volvían locos por
Heaven, que podía elegir a placer entre los vecinos. Su decisión de casarse con
Hernando Big Cut[11] Crockett causó no poca zozobra a su madre, Ruby Ponds Cure,
cuyo marido, el padre de Heaven, Ebony George, había muerto de un infarto cuando
Heaven tenía trece años. La gente llamaba «Big Cut» a Hernando Crockett porque ya
desde su niñez se llevaba siempre el trozo más grande de pastel, tarta o filete, lo que
hubiere en la mesa. Big Cut era descomunal, un metro noventa y ocho medía, y su
peso rozaba los ciento cuarenta y cinco kilos. Sin embargo, no eran sus dimensiones
lo que preocupaba a Ruby Ponds Cure, sino su oficio. Crockett controlaba el tráfico
de crack en grupos de viviendas como Reincarnation, Iberville, Florida y Desire. Que
aquel engendro hubiera podido convencer a su estimada y única hija para que se
casara con él tenía a Ruby Cure anonadada.
Yarvella Box y otras buenas amigas suyas hicieron cuanto estuvo en su mano para
consolarla, pero Ruby no conseguía superar su tristeza. La actitud de Heaven
tampoco ayudó mucho, pues insistía en decir a su madre que Hernando era el hombre
más bueno y más gentil que jamás había conocido, que la trataba con respeto y que la
hacía vibrar como ningún otro. El hecho de que fuera traficante de drogas no
inquietaba a Heaven.
—Hernando no tima a nadie —le dijo a su madre—. Es honrado en todo lo que
hace.
La boda con Big Cut trajo cola, pero aquello no fue nada comparado con el desliz
de tener un amigo extraoficial, una situación que ni siquiera las amigas íntimas de
Heaven sospechaban. Que fuera un hombre blanco con quien Heaven tenía un lío no
sorprendió a nadie, pero cuando se supo que se trataba de Durance Vieil, presidente
del Cabildo Bank y distinguido ciudadano de Nueva Orleans, las malas lenguas no
dieron abasto.
Cobra se enteró de ello por O’Kay Fannie Taylor, una antigua residente de
Reincarnation que ahora vivía en la misma calle que Yarvella. Según O’Kay, Heaven
había conocido a Vieil en el banco, en una de sus múltiples visitas a la caja de

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seguridad de Big Cut Crockett. Un buen día, Vieil se puso a charlar con ella y, a partir
de ahí, siempre que Heaven iba a hacer un ingreso o a retirar fondos, ella y Durance
iban juntos a almorzar para reunirse después en una suite que él tenía alquilada en el
hotel Jetta de Magazine Street.
Nunca se desvelaría el misterio de por qué Heaven se había liado con Vieil, dado
que Hernando Crockett hizo los mayores tajos de su vida en las respectivas gargantas
de la pareja antes de que nadie pudiera dar una explicación.
—Big Cut no se fiaba ni de su sombra —le contó O’Kay a Cobra Box—. Un día
hizo que siguieran a Heaven, y cuando Donnell Spells le informó de que Heaven
había entrado en el hotel con su amiguito por una entrada lateral, no supo qué pensar.
Donnell dijo que Big Cut dio a entender que estaba al corriente de todo, que Heaven
le estaba tendiendo una trampa a Vieil por alguna razón. Pero Donnell dijo que Big
Cut no parecía muy convencido, y que le dio instrucciones de seguirla otra vez
cuando Heaven fuera al banco. Cuando Donnell volvió con la misma historia, Big
Cut no dijo esta boca es mía.
»A los pocos días salió en las noticias. Vieil y Heaven prácticamente decapitados
en la habitación del hotel, sangre por todas partes (cama, paredes, tapetes), y Big Cut
muerto en el vestíbulo, que fue donde lo alcanzaron los de seguridad. A la mañana
siguiente el Times-Picayune sacaba en primera página la foto de Big Cut en el suelo
con un cuchillo de carnicero en la mano ensuciando de sangre el piso de mármol.
»¿Tú qué crees que tramaba Heaven con ese elemento, Cobra? Porque Hernando
le gustaba de verdad.
—No sé qué decir: O’Kay. Vi una vieja película en la tele donde una gitana dice
al final: «¿Qué más da lo que cuentan de uno?». No sirve de nada intentar aclarar esta
mierda.

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HIJOS DEL PARAÍSO

Donnell Spells tenía quince años y Cobra Box once cuando él la secuestró. Cobra
volvía sola del colegio camino de su casa. Estaba a dos manzanas de Reincarnation
cuando Donnell se le acercó sigilosamente, agarró a la chica y se la llevó por la
fuerza. Spells se dirigió con Cobra en un coche robado a un solar vacío cerca de la
vía del tren, en la confluencia de Ferdinand Street y Florida Avenue, donde intentó
violarla en el asiento delantero.
Cobra le agarró los testículos con la mano derecha y apretó con todas sus fuerzas.
Donnell gritó y dejó de sujetarla. Cobra saltó del coche. En ese momento pasaba un
mercancías de la Norfolk Southern, lo que obligó a Cobra a correr junto a la línea de
furgones. No se volvió para ver si Donnell Spells la seguía pero, de todos modos,
trastabilló y cayó al suelo. Cobra vio que había tropezado con el cuerpo de una mujer
blanca. Volvió la cabeza en dirección al coche y vio que ya no estaba.
Cobra examinó el cuerpo. La mujer no se movía y tenía muy abiertos sus ojos
azules. Tenía entre veinte y treinta años y llevaba una camiseta blanca con la
inscripción lárgate, zorra en la parte delantera, un pantalón corto de raso azul y un
pañuelo rosa anudado a la cabeza. El pelo, muy corto, era negro y ralo. Algo más alta
que Cobra, como un metro cincuenta y tres, pesaba sin embargo mucho más. La
mujer tenía la boca abierta y Cobra pudo verle un par de dientes de oro. En la pierna
izquierda, detrás de la rodilla, llevaba tatuada la letra V; en la derecha, también detrás
de la rodilla, llevaba tatuado el número 6. De la boca, nariz y orejas de la mujer
entraban y salían bichos.
Cuando Cobra se puso en pie el tren ya había pasado de largo. Cruzó las vías y no
dejó de correr hasta llegar a su casa. Cobra no dijo a nadie que la habían raptado ni lo
que había encontrado después. Donnell Spells desapareció del barrio y Cobra confió
en que estuviera tan muerto como la mujer blanca de pelo ralo.

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CAIRO

Cobra Box iba andando por el paseo de tablas paralelo al río Misisipí. Eran las diez
de la noche pero el cielo conservaba todavía un tropical toque rosado. La media luna
iluminaba el agua, ligeramente rizada, como una antorcha celeste cuya blancura
pareció fluctuar cuando unas nubes alargadas se interpusieron manipulando las
sombras como marionetas de bunraku. Dos remolcadores, el Hará Way y el Marry
me, empujaban una barcaza negra hacia Algiers. Cobra estaba pensando en los
extraños giros que su vida había experimentado en los últimos dos años: su
matrimonio con Leander Ray Rhodes, la vida con los rebeldes en México, la muerte
de Lee, el abortado viaje a Idaho, su retorno a Nueva Orleans acicateada por el caso
de Contessa. Cobra pensó en Ava Varazo, la mujer con más carácter que había
conocido nunca. Ella deseaba ser como Ava Varazo, sólo que no estaba segura de
hacia dónde encaminar su vida. Por el momento, decidió, procuraría hacer las cosas
paso a paso.
Cobra dio un traspié y por poco aterrizó en el suelo. Una mano la asió del hombro
izquierdo y la ayudó a recuperar el equilibrio.
—Ojo, señorita.
Cobra se irguió de nuevo y vio ante ella a un chico mulato de unos trece años que
le sonreía.
—Gracias. Se me habrá metido el tacón entre las tablas.
—Menos mal que pasaba Cairo Fly.
—¿Quién?
—Cairo Fly. Así es como me llamo.
—¿Puedes repetirlo?
—C-a-i-r-o, como Cairo (Illinois), la ciudad en donde nací. Mi mamá y yo nos
vinimos a Nueva Orleans cuando yo tenía tres años, de eso hace casi diez.
Cobra le miró de arriba abajo. El chico hacía más o menos un metro cincuenta y
siete y estaba chupado, pero tenía el mismo pelo que Tony Curtís y unos bellísimos
ojos verde esmeralda que refulgían en la suave luz vespertina. Llevaba puesta una
pringosa camiseta blanca, un pantalón corto caqui y unas náuticas destrozadas, sin
calcetines.
—¿Vives con tu madre, Cairo?
—No, ella ya no está. ¿Cómo te llamas tú?
—Cobra Box.
El chico se rió.
—Tienes un nombre tan gracioso como el mío.
—Eso no te lo discuto —sonrió Cobra.
—¿Tú sí vives con tu madre?

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Cobra dudó un poco y dijo:
—Supongo. ¿Con quién vives tú?
—Con nadie. Ahora estoy solo.
—¿Cuánto hace que murió tu madre?
—No ha muerto, es que se marchó.
—¿Adónde?
Cairo Fly se encogió de hombros y miró hacia el río.
—¿Tienes hambre, Cairo? ¿Quieres acompañarme a mi casa y cenar un poco?
El chico volvió a mirar a Cobra y le sonrió. Tenía los dientes grandes, entre grises
y amarillos.
—¿A tu madre no le importará?
—Vamos. Son cuarenta minutos andando.
—¿No tienes coche?
Cobra se había puesto en marcha; Cairo Fly la alcanzó.
—¿Vas a la escuela? —preguntó Cobra.
—Últimamente no.
—¿Tienes algún otro pariente aquí?
—Siempre estuvimos solos, mamá y yo.
—¿Y dónde duermes?
—Conozco varios sitios donde nadie te molesta. Empezaba a lloviznar. Mientras
caminaban, Cairo se pasó repetidas veces las manos por el largo pelo rizado. —
¿Cómo se llama tu madre?
—Carol. Es blanca.
—¿De veras no tienes idea de adónde ha ido?
—Puede que esté en Illinois. Algún día yo también iré a Cairo, en avión, a buscar
a mi padre. Bueno, cuando tenga con qué pagar el billete.
En la esquina nororiental de Melpomene y Magnolia había un hombre tendido
boca abajo en la acera. Su sombrero marrón oscuro de ala corta había quedado en la
zanja. Cairo dio un puntapié al hombre pero el cuerpo no reaccionó. El chico le
registró rápidamente los bolsillos y encontró unas monedas, que guardó en uno de sus
propios bolsillos.
—¡Zopilote! —le gritó Cobra.
—¿Qué?
—El zopilote es un buitre mexicano que vive a costa de los muertos.
—Ése no está muerto, sólo borracho.
Cairo recogió el sombrero y se lo probó.
—¿Alguna vez has visto un buitre con sombrero?
Cobra siguió andando. Ahora llovía fuerte. Cairo Fly decidió quedarse el
sombrero pese a que le caía hasta las orejas.
Cuando Yarvella vio los ojos de Cairo dio un respingo y se persignó.
—¡Pero Cobra! —exclamó—. ¿A quién me traes a casa?

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—No tiene techo, mamá, y está hambriento. Su nombre es Cairo Fly.
—«Errantes en la estepa, en tierra desolada —dijo Yarvella—, no hallaban ciudad
donde residir. Hambrientos y sedientos, su ánimo iba menguando».
—«Den gracias al Señor por sus favores, y por sus portentos con los hijos de los
hombres —recitó Cobra—. Pues Él sacia al sediento y colma de bienes al
hambriento». Yo también me sé la Biblia, mamá.
Cairo Fly se quitó el sombrero y enseñó sus sucios dientes a Yarvella.
—Encantado de conocerla, señora Box.
A Cobra le sorprendió que incluso a cubierto los ojos de Cairo irradiaran un brillo
tan intenso.

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NAVIDAD EN NUEVA ORLEANS

A la mañana siguiente Yarvella y Cobra despertaron al sonido de un piano. Se


levantaron, fueron a la sala de estar y vieron a Cairo sentado ante el viejo piano
vertical de Yarvella, con los dedos sobre las teclas. El piano era un regalo de la iglesia
de Yarvella, The Serpent in the Wilderness Sanctified [La serpiente del desierto
santificada] en cuyo grupo de gospel, las Serpent’s Tongues [Lenguas de serpiente],
había cantado durante treinta años. La víspera, después de darle de cenar, Cobra había
entregado a Cairo una almohada y una manta y le había dicho que podía dormir en el
sofá, invitación que él había aceptado con gratitud.
Cuando las vio a las dos en la habitación, el chico se puso a cantar:

I was in New Orleans last Christmas


So low down I had to cry
I was in New Orleans on Christmas
So low down I had to cry
I was sittin’ on the sidewalk
Everybody pass me by

It’s sad to be alone at Christmas


In New Orleans or anywhere
It’s sad to be alone in Christmas
In New Orleans or anywhere
When you’re broke down and hungry
And you don’t got no one to care

I was sittin’ on the sidewalk


Thinkin’ how to ease my pain
I was sittin’ on the sidewalk
Thinkin’ on how to ease my pain
If I had a loaded pistol
Might put a bullet in my brain

Felt a touch upon my shoulder


A voice said Brother, come with me
Felt a hand upon my shoulder
Voice said rise and walk with me
I looked up and saw an ángel
The kindest face I’ll ever see

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Won’t be alone again at Christmas
In New Orleans or anywhere
I'll never be alone at Christmas
Not in N.O. or anywhere
In the company of angels
I found the answer to my prayer[12].

Cairo Fly miró a las Box, madre e hija, y sonrió. Fue entonces cuando ellas se
percataron de que se había puesto los pendientes de diamantes falsos, el pintalabios
rojo rubí, el colorete y la sombra de ojos de Yarvella.
—Chico —dijo Cobra—, no paras de sorprenderme.

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HISTORIA BÍBLICA

Yarvella le dio a Fly veinte dólares y una polvera Maybelline Blush nueva y le dijo
que se quedara el pintalabios rojo que ya había utilizado. Cobra abrazó al muchacho y
le dijo que las tuviera al corriente, que podía contar con ella y con su madre.
—Cuídense mucho las dos —dijo Cairo.
—«Recuerda cuán poco he de durar yo —dijo Yarvella—; ¿para qué precario fin
creaste a todos los hombres?» Que el Señor te guíe, Cairo, «pues él te manda a sus
ángeles para que te guarden de todo mal».
—Lo tendré en cuenta, señora Box. Gracias.
Una vez se hubo ido Cairo Fly, Yarvella dijo:
—Cobra, hija mía, el mundo oirá hablar de ese chico.
—Mamá, el mundo ni siquiera sabe que existe. Sólo espero que su corazón sea
tan fuerte como su actitud.
Seis meses después les llegó una carta con matasellos de Chicago (Illinois).
Dentro había un billete de veinte dólares, una nota y un recorte de periódico.

Queridas Box y Box. Estoy trabajando en un club de hombres, el Chicken In


A Basket. Cobro una buena pasta. Recorté esto, es una historia bíblica.

Besos
C. FLY

SEIS EGIPCIOS AHOGADOS AL TRATAR


DE RESCATAR UN POLLO

El Cairo. — Seis personas perecieron ahogadas ayer mientras intentaban


rescatar un pollo que había caído a un pozo.
El primero en descender al pozo, de casi veinte metros, fue un joven
campesino de 18 años. Según la policía el joven pereció al ser succionado por
una corriente subterránea.
Su hermana y dos hermanos, ninguno de los cuales sabía nadar bien, bajaron
uno por uno a ayudarle, pero se ahogaron también. Dos campesinos ya mayores
acudieron en su ayuda, pero al parecer fueron succionados por la misma
corriente subterránea.
Los seis cadáveres fueron sacados posteriormente de otro pozo en la
localidad de Nazlat Imara, 385 kilómetros al este de El Cairo.
El pollo fue rescatado también. Con vida.

Página 99
DESNUDA

A primera hora del día en que la iban a juzgar Contessa Sims fue hallada desnuda en
su celda. Se había ahorcado. Un guardia la bajó de inmediato, pero el forense
determinó que Contessa llevaba muerta aproximadamente treinta minutos. La agente
Sims había empleado su atuendo carcelario, rasgándolo en tiras que luego había atado
entre sí para conseguir su objetivo.
Cuando Cobra Box oyó la noticia por la radio estaba arreglándose para asistir a la
vista. Tuvo un escalofrío y se tumbó en la cama, totalmente aturdida. Entonces
recordó una historia que le había contado su difunto marido referente a un hombre
que se colgó de una cuerda atada a la pala de una retroexcavadora con motor diesel.
El hombre, recolector de remolacha en California, fue hallado en una postura
semisedente con una correa de seguridad arrollada al cuello y grapada a una cuerda
que estaba enganchada a la pala elevada del tractor. El agricultor se había valido de
ese sistema para alcanzar un estado de asfixia parcial erótica, pero perdió el
conocimiento y resultó ahorcado accidentalmente.
Contessa Sims, pensó Cobra, siempre había sido una chica muy decidida, pero
como estaba escrito en el Libro de los Jueces, el alma de Contessa vivía angustiada
por la muerte. Al menos el agricultor solitario se había dado un último gustazo.

Página 100
CUARTA PARTE

El cuaderno
amoratado

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EL CUADERNO AMORATADO

Cobra Box recibió por correo, procedente de México, una libreta manchada,
manoseada y rota de tapas color granate. En la primera página interior, escrito a mano
en letras grandes, se leía este encabezamiento: El cuaderno amoratado. Era el diario
de prostituta que Ava Varazo había escrito en Sinaloa (Texas). Sólo algunas de las
páginas tenían texto, y todo él en español.

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la polla cubierta de verrugas quiere que le
chupe
los huevos pero no se le pone tiesa hace que le
pise
la cara primero con un pie luego con el otro

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un tío muy gordo y muy borracho me pide que
me
ponga un vestido blanco y le cante La
Golondrina
se mea en los calzoncillos tengo que limpiar el
suelo

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miope de un ojo una polla enorme doblada hacia
abajo
se está mucho rato hace ver que no se corre
me lo
saco de encima y le digo que ha de pagar más
él me llama hija de la gran puta

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hace que me siente de espaldas encima de su
cara y
se la frote con el culo la polla no se le mueve
me dice que no se la toque

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mamada a un viejo se le pone dura pero no se
corre
me da un beso en la coronilla y me llama
«Rosita»
o Rosalita dice que es el nombre de su hija

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gringo joven quiere plantarme un crucifijo en el
coño y hacerme una foto le digo que se busque
otra

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dos hombres uno mira mientras el otro folla el
que
mira suda mas que el que me folla

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las dos orejas cortadas cara manos y brazos
llenos
de cicatrices no habla pero folla como un bestia
huele a lima

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guapo pero con una polla enana se me sienta
encima
del pecho se la casco hasta que se corre en mi
cara y
luego me la limpia a lametazos

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me limpia el coño y el culo luego me estruja las
tetas y me da las gracias

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un poli se quita el uniforme ya la tiene dura
pero se corre antes de metérmela y luego ya
no
hay manera de que se le ponga tiesa

Página 113
tipo limpio y callado me folla se levanta y luego
cae muerto con los calcetines puestos

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BOLA DE FUEGO

Cobra Box compró un paquete de galletas saladas y una Snapple en Elgrably’s


Grocery en la esquina de Salcedo y Clio. Al salir de la tienda torció a la derecha por
South Gayoso mientras desenroscaba el tapón de la botella de limonada. Eran las
once de una mañana húmeda y plomiza. Cobra se detuvo, se llevó la botella a los
labios y bebió. De pronto algo golpeó su mejilla izquierda, las galletas y la botella
saltaron por los aires. Cobra oyó ruido de cristales rotos en la acera y luego, sin saber
cómo, se vio arrastrada hacia la calle. Un brazo grande y musculoso le rodeaba
poderosamente el pecho. Cobra estaba atontada por el golpe y no opuso resistencia
cuando el agresor la hizo entrar en un coche y la empujó bajo el tablero de
instrumentos. Oyó cerrarse una puerta, unos pasos, y luego otra puerta que se cerraba.
El coche se puso en marcha. Cobra abrió los ojos, pero veía borroso.
—¡No hables! ¡No te muevas!
Cuando sus ojos enfocaron Cobra vio ante ella la boca del cañón de un arma. La
empuñaba un hombre mulato y corpulento con la cabeza en forma de pera, casi calva,
y un espeso bigote negro. Llevaba puesta una camiseta gris manchada de sudor y
unos pantalones de color verde lima. El coche olía mal, como la orina de alguien que
ha comido espárragos hace poco.
Cobra notó que el coche daba una sacudida, se paraba y arrancaba otra vez.
Pasaron bajo un viaducto y siguieron cuesta arriba. Supo que se dirigían a la
autopista. Cobra golpeó el arma con las dos manos, apartando hacia un lado el brazo
del hombre. El arma cayó de su mano y desapareció en el hueco entre el asiento y la
puerta del copiloto. El hombre levantó el pie derecho del acelerador y dio dos
puntapiés a Cobra, uno en la boca y otro, mientras se volvía, sobre la oreja derecha.
Ella hizo presa en el tirador de la puerta, y al empujar hacia abajo salió disparada del
coche. Cayó de cabeza al suelo e inmediatamente perdió el conocimiento, razón por
la cual no sintió que la rueda posterior derecha del vehículo le aplastaba el pie
izquierdo. Cuatro días más tarde, cuando volvió en sí, lo primero que Cobra notó fue
que tenía la pierna izquierda en alto y el pie correspondiente encerrado en una bota
metálica que pendía del techo mediante varios alambres. La segunda cosa que notó
fue que no podía ver por el ojo derecho; tenía encima un disco con bordes de goma y
un vendaje oclusivo. No oía nada.
Cobra cerró el ojo izquierdo. Vio un amanecer sobre La Villanía, el cielo azul
claro y desprovisto de nubes. Un halcón colirrojo planeaba en el viento de poniente.
Cobra observó al halcón hasta que éste se lanzó repentinamente en picado y la
arrebató del suelo. Le sorprendió notar con qué suavidad la tenía suspendida de sus
garras, y se fue relajando mientras el ave ganaba altura. Allá arriba Cobra vio un

Página 115
ángel que le hacía señas desde el sol. Era hacia la bola de fuego que el halcón
conducía a Cobra Box.

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QUINTA PARTE
CODA

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DIMINUENDO
HOMBRE DADO POR MUERTO
APARECE CON VIDA

Los Angeles. — Un hombre de treinta años de edad que el pasado viernes


fue sometido a un conato de ejecución por la noche fue hallado desangrándose
pero con vida en una zanja próxima a Mulholland Drive, en las colinas de
Hollywood.
El sargento de la policía de Los Ángeles County, Sueña Sabandija, declaró
que el hombre sin identificar fue encontrado por unos automovilistas poco
después de las dos de la mañana.
Sabandija dijo que el hombre había recibido varios balazos siendo arrojado
después por un terraplén, pero que logró trepar hasta las cercanías de la carretera
y se desplomó en un trecho de lodo.
La policía busca a dos mujeres y cuatro hombres que, según las autoridades,
participaron en el simulacro de ejecución.
La víctima tiene un tatuaje en el antebrazo izquierdo, dos serpientes
entrelazadas formando un corazón en torno a las palabras «DelRay quiere a
Ava».

Los cuatro hombres, que se hacían llamar White Horse, Gerónimo, Natches y Fun
por los últimos guerreros apaches; y las dos mujeres, Rosa del Sarón y Lirio de los
Valles, nombres que proceden del Cantar de los Cantares, acampaban en Oíd Woman
Mountains, al este de Cádiz. Habían acudido a este lugar en espera del momento, que
ellos suponían inminente, en que el sol permanecería quieto en mitad del firmamento
durante un día entero. Creían que este fenómeno indicaría que los nuevos cananeos
habrían sido borrados de la faz de la tierra por la mano del Señor; que sería el
momento propicio para que los ángeles terrenales del Señor, refugiados en el desierto
desde la Cruzada de Sangre, regresaran a las ciudades.
Los cuatro hombres y las dos mujeres estaban tumbados bajo las estrellas.
—Sólo quienes han prestado oídos a su palabra sobrevivirán al holocausto o
Verdad Final, conforme a la Historia No Escrita —dijo Fun, el más bravo de los seis.
Rosa del Sarón, quien sin saberlo estaba embarazada de Gerónimo, corroboró lo
anterior:
—Y de su boca saldrá una espada cortante.

Página 118
CON MUCHO CARIÑO

La siguiente carta, sin sobre, fue descubierta por la policía en uno de los bolsillos de
DelRay. Una vez que hubo recobrado el conocimiento se supo que sufría de amnesia
total, probablemente como resultado de un grave traumatismo. El médico que le
atendía, en un intento de refrescarle la memoria, enseñó la carta a DelRay pero éste
no pudo recordar a la autora de la misma.

Querido DelRay: Te escribo esta carta sentada en la cama. Con la luz


apagada. He puesto cinco velas a la Virgen María. ¿Cuál es tu deseo? Mi abuela
creía mucho en el Rosario. Cada vez que subíamos al coche, si hacíamos más de
quince kilómetros ella se ponía a rezar. Cuando mi padre se enroló en el ejército
mi abuela fue a rezar a la estatua de san Judas. Dos semanas después él se
rompió la pierna con tan mala pata que le dieron inútil total y no tuvo que ir a la
guerra. Mi abuelo, días antes de morir, aseguró haber visto un ángel. Se sentaba
en la cama y hablaba del ángel y de lo hermosa que era[13]. A veces pienso que
en realidad veía a mi abuela, porque yo recuerdo que era más buena que un
ángel. Mi abuelo me contaba la historia de la cantante Yolanda del Río, la Hija
de Nadie. Siendo ella una niña su padre cogió al hermano de Yolanda, que
entonces tenía cinco años, y se marchó. Años más tarde, la hermana gemela de
Yolanda conoció a un hombre y se enamoraron. Resultó que era el hermano que
había perdido, y tanta desolación les causó saberlo que se suicidaron juntos. Su
padre desapareció una vez más y su madre murió de pena poco tiempo después.
¡No me extraña que Yolanda del Río siempre parezca estar llorando cuando
canta!
En realidad, la historia completa de Yolanda, tal como aparecía en una
película sobre su vida, es ésta: La madre de Yolanda tiene gemelas, Yolanda e
Inés. El padre se va de casa llevándose a su hijo mayor. El padre es un borracho
consumado. Las chicas crecen siendo objeto de chanza por parte de los otros
niños por no tener padre. La madre y la hermana de la cantante se caen de una
escalera después de sofocar un incendio. La madre muere y la hermana queda
ciega. Un día la hermana tropieza con un hombre, chocan de cabeza y ella
recupera la visión. Naturalmente se enamoran. Pero descubren que son hermano
y hermana, así que se suicidan. Entonces Yolanda sufre un accidente de coche y
pierde temporalmente la memoria. Después de recobrarla se dedica a buscar a
los únicos miembros de su familia que aún viven: su padre y su hermano.
Yolanda acaba en un campamento entre enanos de raza gitana. Aparece su
padre, pero está tan avergonzado que no se atreve a decirle nada. Del hermano
no sé más, pero poco después de que Yolanda averigüe que aquel hombre es su

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padre la reina de los gitanos le atraviesa el corazón con un cuchillo. FIN. Bien,
amigo, menuda historia. ¿Que no? Y se supone que es cierta.
En esta pensión, dos puertas más allá de la mía, vive un hombre muy raro.
Usa siempre gafas de sol y un pañuelo estampado al cuello, y le he visto más de
una vez saliendo de su cuarto por la noche alumbrándose el camino con una
linterna. Siempre luce alguna tirita en la cara. Encima de su puerta ha puesto un
pequeño espejo cóncavo para poder ver el pasillo. Ayer hice un interesante
descubrimiento. Junto a su cuarto recogí del suelo un trozo de cuerda de piano
con un llavero soldado en cada lado. Supongo que se le cayó al tipo raro. Lo
guardo como un souvenir. No estoy preocupada, aunque seguramente es un
paranoico y un psicópata. Por lo que yo sé estos tipos se ceban en la gente
vulnerable, conque supongo que es una ventaja que yo sea vulnerable sólo en
apariencia.
El mundo está cada día más loco, a mí la gente es que me saca de quicio.
Mis demonios de la guarda han estado haciendo horas extra. ¿Te he hablado de
ellos? Hay quien tiene ángel de la guarda; yo tengo demonios de la guarda que
actúan cuando la gente me saca de quicio. El otro día mi jefe me tocó las narices
y yo me puse a pensar en todas las cosas malas que podía desearle, no tan malas
como para causarle un daño corporal pero sí lo suficiente para causarle ciertas
molestias o mejor aún una ignominia. Decidí que estaría bien que se estrellara
con su coche nuevo. Dos días más tarde ocurrió. No hubo heridos y el
«accidente» fue culpa suya. También le eché mal de ojo a un compañero de
trabajo que desde entonces sufre de la espalda. Además, su perro murió después
de que yo le dijera que se acabaría convirtiendo en uno de esos chuchos que se
te mean encima cuando están excitados. Es algo que no puedo soportar. Como
cuando mi tío Lodo desalojó a una familia pobre de una casa de la que era
propietario. Aquella gente le avisó de que si lo hacía las cosas le irían mal. Mi
tío se rió de ellos en mi presencia y preguntó si le estaban amenazando con
cosas de hechicería. Yo le miré con saña y le dije, Hay gente que no necesita
hechiceros. Al día siguiente Hacienda se incautó de todas sus propiedades.
Habían descubierto que mi tío llevaba años cobrando una pensión de invalidez
correspondiente a un hombre ya fallecido. Pronto estará cantando canciones de
Johnny Cash[14].
Mi padre siempre advierte a sus ligues de que no se metan conmigo porque
yo «hago cosas». Dice que tengo una aureola especial y que su luz protege a los
que están cerca de mí. Yo de eso no sé nada. El otro día un amigo mío empezó a
incordiarme y en menos de 24 horas le cayeron tres multas. Es un poco
alarmante, ya he buscado ayuda profesional en dos ocasiones. Una vez, un cura
que debía de tener mil años me dijo que yo era «una gran tentación» para él y
luego me puso la mano en el muslo. Otra vez, un cura distinto me dijo que ellos
ya no creían en esas cosas. Total, que tendré que irme acostumbrando.

Página 120
La semana pasada estuve muy resfriada. Me quedé en casa el sábado por la
noche viendo Acapulco Caliente por la tele. Uno de mis programas favoritos es
Ocurrió Así, que es en plan culebrón, pero siempre sale gente rara. El otro día
presentaban a la mujer con la lengua más larga del mundo. Otra vez salió un
mexicano que había estado cuarenta años encadenado. Mi preferido es No
Estamos Solos, que va de extraterrestres. Luego está Siempre en Domingo.
Actúan los mejores cantantes o grupos, de ahora y de antes. A mí me deja
parada que hagan salir a Lola Beltrán y después a los últimos rockeros. Eso me
recuerda que he decirte algo: tengo una nueva amiga. Se llama Wednesday
aunque todo el mundo la llama Wendy. Su madre le puso ese nombre porque era
una gran admiradora de la actriz Tuesday Weld pero no quería que su hija
llevara exactamente el mismo nombre, así que le cambió el día[15]. Wendy es
una rockera de diecisiete años. La conocí en unas galerías comerciales donde
trabaja en un puesto de café. Es mestiza y tiene los ojos verdes, como yo. Lleva
el pelo teñido de rubio porque quiere parecerse a Paulina Rubio, pero habla
como las cholas[16]. Dice que yo parezco Audrey Hepburn y que eso «mola
mucho». Dentro de poco va a ir a México D.F. y yo le he explicado dónde
comprar los mejores zapatos, algo que a ella le entusiasma. Dice que va allí para
asistir a la boda del primo de su novio y que va a «molar un montón». Su novio
es lowrider[17]. Él tiene tres, pero ningún Impala. Le pregunté por qué y Wendy
me dijo, Tía, eso es para los cholos. También le pregunté si su novio era cholo,
porque para mi mente obtusa los lowriders son cosa de cholos, y ella va y me
dice, Qué va, nosotros somos rockeros. Una vez al año más o menos conozco a
alguien que me gusta, y que yo recuerde este año le ha tocado a ella. En las
galerías donde conocí a Wendy un hombre y una mujer de no sé qué periódico
estaban preguntando a la gente cuál era su máxima aspiración en la vida. Una
dijo, Ser feliz con mis hijos pero sin marido porque él no me trabaja. Nos
preguntaron a Wendy y a mí. Wendy dijo, Tener mi propia casa y que mi novio
no sea tan majara. Yo respondí, Ser siempre amiga de mis mejores amigas para
ir a hacer de putas juntas por ahí. Si sale en el periódico, lo recorto y te lo
mando.
Aquí mis principales problemas son los mosquitos y el tiempo. Este tiempo
te pone cachondo todo el rato pero no apetece ponerle remedio. Demasiado
calor. Y el aire acondicionado no es nada romántico, una pierde la
concentración. Ayer fui a un parque de atracciones. Menuda lata, y soy tan tonta
que me puse unas plataformas de siete centímetros. Todavía me duelen los pies.
Fui con otra chica, se llama Chocolate y no la conozco muy bien. Ganaba a
todos los juegos y no paró de tomarme el pelo porque yo no daba una. Qué
peñazo. Creo que no seré amiga de Chocolate. ¿Tú qué harías?
Bueno, será mejor que apague las velas o quemaré la casa. Espero verte
pronto.

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Con mucho cariño
Concha

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YO, CAIRO FLY

4 de febrero: Yo, Cairo Fly, empiezo este diario a instancias de mi médico.


Ella me ha sugerido que intente escribir un pensamiento cada día junto con la
descripción del tiempo. Dice que así conseguiremos saber algo más aparte del
tiempo que hace. Bien, pues allá voy. Esta mañana al despertar he visto una
nube en el suelo. En otras palabras, había mucha niebla. Ahora es más tarde y
el sol trata de colarse. Mi palabra favorita es una palabra española: romántico.
5 de febrero: He visto amanecer. La luz era perfecta de punta a punta del
horizonte como una línea trazada a lápiz con regla de tan recta y tan roja. Yo
no maté a nadie.
6 de febrero: El cielo está lleno de estratocúmulos. Son nubes de baja altitud
cargadas de agua entre blancas y grises. Cubren una extensión de varios
cientos de kilómetros. Mi madre me puso Cairo por la ciudad de Illinois en
donde nací y estuve viviendo hasta los tres años. Luego nos mudamos a
Nueva Orleans.
7 de febrero: Han dicho en la radio que ayer en Colorado hubo rachas de
chinook[18] de 197 kilómetros hora. Fue Tondelayo Luna quien mató a aquella
gente. Yo ni siquiera sabía que ella tenía un arma. Yo sólo quería que me
llevaran en coche.
8 de febrero: Ha nevado en casi todo el norte de Alabama. Tan fuerte fue la
nevada que en algunos sitios aplastó gallineros matando a cientos de miles de
gallinas. Me resulta difícil creer que tengo 43 años. Si me lo preguntaran diría
que soy mucho más joven. Tondelayo tenía 22 cuando la metieron en el
corredor de la muerte. Y allí sigue pudriéndose. Me han dicho que en este
estado no ejecutan a mujeres.
9 de febrero: En la tele he visto un reportaje sobre una avalancha de nieve que
sepultaba varias casas en una zona montañosa de Utah. Que a alguien se le
ocurra construir una casa en un sitio así me hace dudar de la cordura ajena.
Me pregunto también si mi vida habría sido muy distinta de no haberme
abandonado mi madre en N.O. cuando yo tenía doce años. Tondelayo decía
que es mejor no pensar en términos de «quizá» o «tal vez». Quizá tenga
razón.
10 de febrero: El sol ya no me gusta. Esto no tiene nada que ver con el color
de mi piel. Hacía mucho frío esta mañana cuando me han dejado salir una
hora del recinto para pasear, pero el sol pegaba fuerte. Esa luz tan potente ya
no va con mi estado de ánimo. Cuando me encontró la policía me pusieron
una pistola en la mano derecha y me hicieron dejar huellas en el gatillo y la
culata y se la llevaron. Se lo dije después al abogado: soy zurdo. Si hubiera
disparado un arma lo habría hecho con la mano izquierda. Quería decírselo
también al juez, pero el abogado me aconsejó que no hablara porque si no me

Página 123
llevarían a una cárcel normal. Tranquilo, Cairo, la partida aún no ha
terminado del todo.
11 de febrero: Hoy se ha formado hielo en el Misisipí. Yo nunca lo había visto
helado en Nueva Orleans. Últimamente oigo voces cuando duermo. No son
sueños sólo voces. Esta mañana cuando aún no era de día he despertado
oyendo una voz que decía que mi madre había muerto. No sé si es verdad o
no. Hace años que no sé dónde para. En la oscuridad de la habitación había
una cara con una especie de círculo amarillo alrededor. La boca se movía y
aunque producía sonidos yo no podía entender las palabras si es que eran
palabras. Cerré los ojos, y al abrirlos de nuevo la cara había desaparecido.
12 de febrero: Vientos huracanados hacen zozobrar un barco frente a Point
Sur en la costa de California, lo cual creo que es bastante raro. Me acuerdo de
que hacía mucho viento el día que Tondelayo me dijo que la acompañara a
hacerse un tatuaje. Se hizo dibujar en el abdomen un cráneo reidor con rayos
que le salían de los ojos. Dijo que cuando los tíos se le echaran encima verían
la calavera y sabrían de qué iba ella y en dónde se estaban metiendo. Después
se rió.
13 de febrero: Calor atípico en Maine y en el resto de Nueva Inglaterra.
Ahora leo la página del tiempo en el periódico. No siempre me apetece mirar
por la ventana. Para qué, si no puedo ir adónde yo quiero. Un hombre y una
mujer murieron por mi causa pese a que yo nos los maté. Quizá habría podido
evitarlo. Todo fue muy rápido. Mañana es el día.
27 de febrero: No he podido escribir durante dos semanas porque estaba
deprimido pensando en los asesinatos. A los cerezos les han salido capullos
blancos. Ayer cayó granizo en las islas Farasan en el mar Rojo, según dicen
por primera vez en la historia. La gente que vive allí debió de pensar que el
cielo se caía a pedazos.
28 de febrero: Un día estaba yo tocando el piano en el club Chicken In A
Basket de Diversey Street en Chicago donde señores mayores iban a citarse
con chicos jóvenes y cayó una nevada que nos tuvo encerrados allí durante
dos días. La que se armó. Si los hombres hubieran podido quedarse
embarazados al cabo de nueve meses habrían colapsado las salas de
maternidad de todos los hospitales de Chicago.
1 de marzo: Nunca me acuerdo de cómo era esa leyenda de la marmota y su
sombra y lo que durará el invierno[19]. El caso es que hoy hace frío incluso
con la calefacción puesta. Hay colores que no veo bien si están junto a ciertos
otros colores. Un chico de Nueva Orleans descubrió que yo no podía
distinguir unos pantalones rojos de unos marrones y me llamó Dog Eyes
[Ojos de perro]. Dicen que los perros son ciegos para los colores, pero me
pregunto cómo lo saben.
2 de marzo: Inundaciones en Georgia. He visto por la tele un pequeño turismo
que quedaba cubierto de agua en un abrir y cerrar de ojos. Daba miedo mirar.
Tondy me manda una carta pidiéndome que diga que está loca para que no la
maten. Cómo va a estar loca si yo sé que tampoco estoy loco.

Página 124
3 de marzo: El hombre del tiempo ha dicho por la radio que un día como hoy
del año 1869 cayó sobre Francia una nieve roja. Nevada de sangre lo
llamaron. Por lo visto no era sangre sino un polvo rojo que procedía del
desierto del Sáhara donde a los vendavales los llaman sirocos. Siroco es una
palabra muy bonita. Igual que romántico. Tondelayo me contó que un día le
clavó un cuchillo a su hermano pequeño que estaba durmiendo sólo para ver
cómo era la sangre cuando brotara de su piel. Ella tenía entonces siete años y
él dos.
4 de marzo: Un huracán ha asolado Australia causando naufragios y muerte.
A veces tengo pensamientos igual que si soñara despierto como que un perro
u otro animal me persigue, pero no es así. Anoche tuve un sueño de verdad.
Alguien me susurraba muy fuerte al oído. Cuando desperté la oreja me
escocía como si se me hubiera colado un insecto. Me metí el dedo en la oreja
y lo agité dentro y entonces recordé que el que me hablaba al oído había
dicho ¡Sal de ahí!
5 de marzo: Hoy hace mucho viento. Los pájaros encuentran difícil seguir su
camino. Cuando mi madre me dejó abandonado en N.O. no creí que aquello
fuera para siempre. La interpretación barata como diría mi psicóloga es que
Tondy apareció en mi vida y yo la identifiqué conmigo mismo a esa edad y no
quise abandonarla como mi madre había hecho. De modo que no es por
Tondy que estoy aquí encerrado. Supongo que la culpa es de mamá o mía. El
mundo no dejará de dar vueltas ni por ella ni por mí.
6 de marzo: Los tornados arrasaron ayer gran parte de Arkansas. En las
noticias salía la ciudad de Arkadelphia prácticamente destruida. ¿Es que Dios
se la tenía jurada a esa pobre gente? No. Lo que pasa es que nosotros nos la
tenemos jurada unos a otros. Y los otros no son sino una parte de nuestro yo.
Es lo que creo y de lo que puedo dar fe. La crueldad empieza y termina en
uno mismo.
7 de marzo: Hoy hace un calor intempestivo pero anuncian que lloverá como
si dijeran que la vida siempre trae problemas. Tondy nunca mencionó que se
la tenía jurada a un tío. La policía dice que me utilizó entonces y que me
utiliza ahora. Probablemente tienen razón pues es lo que hacemos los unos
con los otros. ¿Quién se atreve a decir lo contrario? ¿Se la puede culpar a ella
o a cualquiera que haya tenido una infancia tan desdichada como la suya? Yo
incluido.
8 de marzo: Tormentas de polvo en Oklahoma y el noroeste de Texas según
he visto en las noticias. Dicen que antiguamente pasaba mucho y que por eso
todo el mundo se trasladó a California. Mi madre mientras estuvimos juntos
siempre me decía que no me fiara de los blancos al margen de lo simpáticos
que pudieran caerme. Su experiencia en la vida era diferente de la mía. En
general ha sido alguien mezcla de blanco y negro y más cosas quien me ha
ayudado o me ha perjudicado. ¿Y qué decir de Tondelayo Luna que tiene
sangre de Samoa y de no sé qué otra isla? A la gente la tomas o la dejas por
sus actos.

Página 125
9 de marzo: Kansas está cubierto de nieve. Aquí han aparecido pájaros por
todas partes. Las aves siempre me han llamado mucho la atención. A lo mejor
un día podré dedicarme a estudiarlas. Un chico griego llamado Harry por
quien una vez perdí el culo en Chicago llevaba un halcón tatuado en el brazo
derecho y cuando hacía bola parecía que el halcón volaba.
10 de marzo: Las noticias hablan de tornados (es la época del año en que
suelen darse) y de inundaciones. Yo ya no podría vivir cerca de un río. Si
alguna vez salgo de aquí quiero irme a la cima de una montaña o a un
rascacielos. Tengo idea de hacer una película sobre mi vida pero el final
tendría que ser feliz.
11 de marzo: La temperatura más baja jamás registrada en Estados Unidos en
la fecha de ayer fue de 50 grados bajo cero en Snake River (Wyoming) en
1906. Yo me moriría con tanto frío. Cuando salga quiero irme a una isla
tropical donde sople la brisa. Estoy casi decidido a decir que creo que Tondy
es una enferma mental.
12 de marzo: Llueve como habían anunciado. Tondy se traía tíos y mientras
se los follaba yo les robaba el dinero. Algunas veces me pillaban o se olían de
qué iba la cosa, pero nunca tuvimos problemas. Tondy le sacó la navaja a más
de uno aunque yo sólo le he visto pinchar a un hombre. Estaba totalmente
desnudo menos los zapatos y Tondy le rajó la pierna izquierda tratando de
darle en los cojones. El tío iba forrado. Nos quedamos con toda la pasta.
13 de marzo: Ráfagas de viento de 80 kilómetros por hora. Los hombres que
me gustaban jamás se fijaron en mí por lo que yo era. Esto ha marcado mi
vida y lo que podría haber sido. Creo que me gustaría ser un ángel y quién
sabe si algún día lo conseguiré aun a pesar de mi mal comportamiento.
15 de marzo: La primera vez que lo hice fue en el retrete de un autobús
Greyhound yendo por la autopista al norte de Memphis. Yo tenía catorce años
y había tomado anfetas para el trayecto de Nueva Orleans a Chicago. El
desconocido tenía unos cuarenta. Me bajó los pantalones y me hizo apoyar en
el lavamanos. Todavía recuerdo el frío del metal en la barriga. En el espejo vi
que el color de mi cara cambiaba de chocolate a rojo. Esta noche la luna está
llena de sangre.
19 de marzo: Hoy luce el sol en todo el país pero en Japón ha habido un
terremoto. Espero que no haya muerto nadie. Las personas están atrapadas en
sus propias vidas. No veo por qué habría de importarles lo que yo haga a
menos que les afecte personalmente.
20 de marzo: Pienso que la gente actúa a veces como lo hace influida por el
tiempo. Había una niebla espesa la noche en que Tondelayo y yo nos metimos
en aquel lío. Más o menos como esta mañana pero aquella noche fue peor.
Vimos a la pareja saliendo de la tienda cargados de paquetes y Tondy dijo que
debían de ser ricos y sacó la pistola y fue a por ellos. Yo ni siquiera tuve
tiempo de decir nada hasta que todo acabó.
25 de marzo: El sol me deprime. Para qué lo quiero si yo no puedo salir a
disfrutarlo. A veces el mundo está tan silencioso que no oigo nada. He estado
enfermo unos días y por eso no escribía. Me levanté de la cama para ver un

Página 126
eclipse de luna. Era como si un enorme pez negro surgiera de debajo y se
tragase la luna y digo yo que debe de ser muy emocionante que se te traguen
vivo.
26 de marzo: Granizadas en Florida. Una piedra se cargó a un chaval de
diecisiete años pero hay que estar loco para salir con ese tiempo. He firmado
el papel diciendo que Tondy está loca. Si según ellos yo estoy loco qué
importa mi opinión. De todos modos no creo que ejecuten a una mujer.
1 de abril: Lleva días sin parar de llover. No he escrito porque estaba
desanimado. ¿Es posible que el alma de una persona se extravíe o le sea
robada y que sin ella la persona no pueda estar en paz consigo misma? Creo
que eso es lo que me pasa a mí.

Página 127
Querido Cairo:
Estoy en un sitio horrible donde casi nunca hace sol. Aquí las chicas dicen que a
las mujeres nunca las matan. En Texas y Florida puede pero aquí no. Hay que vigilar
donde comete uno su crimen capital. ¿Te acuerdas de Raoul Colby el viejo que quería
casarse conmigo? Pues le escribí y él me prometió que si me casaba con él me pagaba
un abogado para que me saque de aquí. Le dije que si claro. Mi primer novio Ralph
Deacon llevaba una pistola en el coche metida en una toalla al alcance de la mano por
si la necesitaba. Ralph me gustaba.
En la cama era un verdadero monstruo. Le gustaba que me meara en su pecho
después de hacerlo. Apuesto a que ya esta muerto. Pero tu y yo no lo estaremos ahora
que saben que somos enfermos mentales. Solo me pregunto si alguna vez nos dejaran
salir. Las chicas dicen que no es probable. Quizá cuando estemos resecos como uvas
pasas y ya no podamos hacer daño a nadie. ¿Qué daño podemos hacer tu y yo Cairo?
Matar no esta bien tu lo sabes yo lo se y ellos lo saben. Cuando nos veamos las caras
te daré un abrazo.

Besos
TONDY

Página 128
BARRY GIFFORD (1946) es escritor, ensayista, poeta, dramaturgo, guionista de cine
y uno de los más certeros, feroces y reconocidos narradores de ese extraño
experimento que llamamos «América». Su obra ha sido traducida a veintitrés idiomas
y algunas de sus novelas, como Corazón salvaje, La vida desenfrenada de Saylor y
Lula, Perdita Durango o Gente nocturna, así como su colaboración con el cineasta
David Lynch para la escritura del guión de Carretera perdida, lo han convertido en
un verdadero autor de culto. Otras de sus obras más destacadas son: El asunto de
Sinaloa, Puerto Trópico, El padre fantasma, Una puerta al río, Las cuatro reinas, El
libro de Jack.

Página 129
Notas

Página 130
[1] El autor utiliza numerosas palabras en castellano. En la traducción aparecen en

cursiva. (N. del T.) <<

Página 131
[2] En fútbol americano, jugador situado en la línea de ataque que tiene como misión

placar al contrario. (N. del T.) <<

Página 132
[3] To come, «venir», significa también «correrse», «tener un orgasmo». (N. del T.) <<

Página 133
[4] Personaje de un mito mexicano. (N. del T.) <<

Página 134
[5] En México, «fullero». Sic en el original. (N. del T.) <<

Página 135
[6] En fútbol americano, jugador que dirige el ataque de su equipo. (N. del T.) <<

Página 136
[7] Así se denomina también a Texas. (N. del T.) <<

Página 137
[8] «No quiero prenderle fuego al mundo». (N. del T.) <<

Página 138
[9]
El lapsus de la madre convierte «Los inmortales de Oriente» en «El oriental
inmoral». (N. del T.) <<

Página 139
[10] «Nombre de pila» es Christian name en inglés. (N. del T.) <<

Página 140
[11] «Gran tajo» o «gran tajada» (N. del T.) <<

Página 141
[12] «Mi última Navidad en Nueva Orleans / Fue tan triste que hasta lloré (bis) / Yo

sentado en la acera / Todo el mundo pasaba de largo. / Es penoso pasar la Navidad


solo / En N.O. o donde sea (bis) / Cuando estás hambriento y sin blanca / Y nadie se
preocupa por ti. / Estaba sentado en la acera / Pensando en cómo aliviar mi dolor (bis)
/ De haber tenido una pistola cargada / Quizá me habría volado los sesos. / Noté una
mano en mi hombro / Y una voz dijo: Vamos, hermano, ven conmigo (bis) / Al
levantar la vista vi un ángel / La cara más bondadosa que he visto jamás. / Ya no
volveré a estar solo por Navidad / Sea en N.O. o en cualquier otra parte (bis) / La
respuesta a mi plegaria / Es la compañía de estos ángeles». (N. del T.) <<

Página 142
[13]
En la cuestión del sexo de los ángeles, los anglosajones se inclinan por el
femenino. (N. del T.) <<

Página 143
[14] Johnny Cash solía actuar con frecuencia en las prisiones de Estados Unidos. (N.

del T.) <<

Página 144
[15] Tuesday, «martes» en inglés, por Wednesday, «miércoles». (N. del T.) <<

Página 145
[16] Originalmente, mestiza de europeo e india, sic en el original. (N. del T.) <<

Página 146
[17] Fanático de los coches trucados con suspensión baja. El término se aplica también

al vehículo propiamente dicho. La gracia está en conducir muy despacio en ostentoso


convoy. (N. del T.) <<

Página 147
[18] Viento cálido y seco que sopla en las laderas orientales de las Montañas Rocosas.

(N. del T.) <<

Página 148
[19] El 2 de febrero, la marmota sale de su agujero tras el largo sueño invernal y busca

su sombra. Si la ve, deduce que el mal tiempo aún durará seis semanas más y vuelve
a su agujero. Si está nublado y, por tanto, no hay sombras, lo interpreta como un
indicio de la inminente primavera y permanece a la intemperie. Es el equivalente
americano de la Candelaria. (N. del T.) <<

Página 149

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