El Asunto de Sinaloa
El Asunto de Sinaloa
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      Barry	Gifford
El	asunto	de	Sinaloa
          ePub	r1.0
      Titivillus	19.02.2020
         Página	3
Título	original:	The	Sinaloa	Story
Barry	Gifford,	1988
Traducción:	Luis	Murillo	Fort,	1999
	
Editor	digital:	Titivillus
ePub	base	r2.1
                                      Página	4
           Para	Michael	Swindle
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                 Estoy	esperando	la	muerte.
                              SAN	AGUSTÍN
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PRELUDIO
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                           LA	MADRE	DE	LA	LUZ
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PRIMERA	PARTE
  SINALOA
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                                   DELRAY	Y	AVA
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Pellejo	e	Hijo.	Compramos	reses	muertas,	grasa	de	restaurantes	y	sobras	de	almacén
de	carne.	Llamadas	gratuitas	desde	larga	distancia.
     Unos	 goterones	 golpearon	 el	 parabrisas,	 y	 acto	 seguido	 el	 chasquido	 de	 un
relámpago	cegó	a	DelRay	y	le	hizo	perder	por	momentos	el	control	del	coche.	Mudo
cerró	 el	 contacto	 y	 dejó	 que	 la	 inercia	 impulsara	 el	 vehículo	 hasta	 detenerse	 en	 el
arcén.	Le	venía	bien	un	poco	de	tiempo	para	reflexionar	sobre	su	situación,	teniendo
en	cuenta	que	ésta	era	casi	tan	mala	como	el	estado	atmosférico.
     Pensó	en	Ava	Varazo	y	se	preguntó	dónde	podría	estar.	La	última	vez	que	la	había
visto,	Ava	llevaba	puesto	el	pañuelo	verde	con	loros	morados	y	amarillos	que	DelRay
le	había	comprado	en	Nogales.	Si	ella	hubiera	estado	con	él,	en	el	Cutlass,	a	DelRay
le	 habría	 costado	 lo	 suyo	 decidirse	 por	 estrangularla	 o	 tirársela.	 Presumiblemente
habría	hecho	ambas	cosas,	pero	no	estaba	seguro	de	en	qué	orden.
     Ava	Varazo	trabajaba	de	puta	en	el	drive-in	Puma	Charlie’s	Eat-It	and	Beat-It,	a
las	 afueras	 de	 La	 Paz	 (Arizona),	 cuando	 conoció	 a	 DelRay	 Mudo.	 Él	 había	 oído
hablar	 del	 Puma,	 como	 se	 conocía	 popularmente	 al	 restaurante,	 bastante	 antes	 de
comprobar	lo	que	según	sus	colegas	camioneros	era	la	mejor	casa	de	citas	del	lado
norte	de	la	frontera.	Puma	Charlie,	que	aseguraba	ser	medio	indio	quechua	por	parte
de	 su	 madre	 boliviana,	 se	 llamaba	 en	 realidad	 Carmine	 Ricobene,	 era	 siciliano-
americano	 y	 había	 nacido	 en	 el	 barrio	 neoyorquino	 de	 Belmont,	 en	 Queens.	 Puma
Charlie	había	salido	a	escape	de	la	Costa	Este,	donde	el	hampa	había	puesto	precio	a
su	 cabeza	 por	 trapichear	 en	 un	 negocio	 de	 droga,	 para	 acabar	 de	 proxeneta	 en	 la
localidad	fronteriza	de	La	Paz.
     El	 drive-in	 era	 una	 buena	 tapadera;	 la	 policía	 estatal	 y	 los	 del	 servicio	 de
Inmigración	 cobraban	 su	 mordida[1]	 la	 mitad	 en	 especie,	 la	 mitad	 en	 metálico,	 con
alguna	 que	 otra	 hamburguesa	 o	 ración	 de	 tarta	 a	 guisa	 de	 piscolabis.	 Los	 clientes
aparcaban	sus	vehículos	en	unas	casetas	y	pedían	rubias,	morenas	o	pelirrojas	por	un
interfono,	 especificando	 sus	 preferencias	 en	 materia	 de	 complexión,	 altura,	 etc.	 Si
eran	habituales,	les	bastaba	mencionar	el	nombre	del	bocado	de	su	elección	para	que
se	les	informara	de	su	disponibilidad.	Si	el	cliente	se	veía	obligado	a	esperar	más	de
veinte	minutos,	recibía	por	cuenta	de	la	casa	una	hamburguesa	con	aros	de	cebolla	y
un	refresco.	Eat-It	and	Beat	It	contrataba	principalmente	extranjeras	ilegales,	jóvenes
llegadas	de	contrabando	desde	México	que	se	alojaban	en	unos	remolques	que	Puma
Charlie	tenía	detrás	del	drive-in.
     El	exchantajista	de	Queens	habíase	bautizado	a	sí	mismo	y	a	su	negocio	conforme
al	mito	andino	de	que	los	eclipses	solares	son	producidos	por	un	puma	que	devora	al
astro	rey.	«Mi	abuela	boliviana	—gustaba	de	mentir	el	antiguo	Carmine	Ricobene	a
sus	parroquianos—	me	decía	que	cuando	hay	eclipse	es	que	el	sol	está	enfermo.	Mi
gente,	los	quechua,	encienden	fogatas	para	calentar	la	tierra,	y	los	niños	se	ponen	a
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gritar	 y	 pegan	 a	 las	 bestias	 con	 palos	 para	 que	 éstas	 ahuyenten	 al	 puma	 con	 sus
chillidos».
     Ava	Varazo	procedía	de	La	Villanía,	una	pequeña	localidad	situada	unos	sesenta
kilómetros	al	sur	de	la	frontera.	Decía	la	leyenda	que	el	nombre	del	pueblo	procedía
de	 una	 masacre	 de	 mujeres	 y	 niños	 indefensos	 llevada	 a	 cabo	 por	 soldados
norteamericanos	durante	la	guerra	con	México	en	1847.	Desde	aquel	día,	le	explicó
Ava	a	DelRay,	las	mujeres	de	su	pueblo	atesoraban	atroces	designios	respecto	de	los
gringos.
     —O	sea	que	debo	tener	cuidado	—bromeaba	DelRay.
     —O	sea	que	cuidado	conmigo	—decía	Ava.
     DelRay	 Mudo	 había	 elegido	 a	 Ava	 Varazo	 de	 entre	 las	 otras	 putas	 del
establecimiento	 por	 el	 modo	 en	 que	 la	 luz	 del	 crepúsculo	 realzaba	 su	 sedoso	 pelo
negro,	que	casi	le	llegaba	a	la	cintura.	En	el	Puma	la	apodaban	«La	Crin».	Ninguna
de	 las	 prostitutas,	 le	 decía	 ella,	 tenía	 el	 pelo	 de	 un	 color	 natural	 aparte	 del	 negro	 y
como	DelRay	sólo	era	cliente	de	Ava,	carecía	de	datos	para	dudar	de	sus	palabras.
     Cuando	conoció	a	Ava,	DelRay	vivía	en	Phoenix	y	trabajaba	de	mecánico	en	el
taller	de	reparaciones	de	Chifla	Miguel	en	la	calle	58,	barrio	de	Guadalupe.	Fue	Ava
quien	 le	 convenció	 para	 que	 dejara	 aquel	 empleo	 sin	 futuro	 e	 hiciera	 algo	 de
provecho.
     —¿Por	 ejemplo?	 —le	 preguntó	 DelRay,	 tumbados	 los	 dos	 en	 sábanas	 recién
manchadas,	escuchando	el	ronroneo	del	aire	acondicionado	en	el	Airstream	de	Ava.
     —Ayudarme	a	hacerle	una	trastada	a	un	chuloputas	de	Texas	que	conozco.	Luego
nos	casamos,	tenemos	varios	críos	y	envejecemos	juntos.
     —Mi	padre,	Domingo	«Duro»	Mudo,	solía	decir:	«La	regla	del	Señor	es	que	en
Texas	nunca	pasa	nada	bueno».
     Ava	 recogió	 con	 la	 lengua	 el	 sudor	 que	 adornaba	 el	 pecho	 de	 DelRay	 y	 luego
introdujo	la	punta	en	su	oreja	derecha.
     —No	es	por	meterme	con	tu	padre,	mi	amor	—susurró—,	pero	puede	que	Dios
haga	una	excepción	esta	vez.
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                  RUMBO	AL	ESTE	Y	A	SINALOA
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     —¿C-qué…?
     —Combustión	Humana	Espontánea.	C-H-E.	Primero	le	vaciamos	la	caja	fuerte	y
luego	lo	arreglamos	para	que	parezca	que	el	tío	ha	explotado.	Leí	en	alguna	parte	que
un	hombre	paró	su	coche	junto	a	la	carretera,	sacó	la	chorra	para	mear	y	de	pronto	se
puso	todo	azul	antes	de	caer	muerto	al	suelo.
     —¿Quién	lo	vio?
     —Su	mujer,	que	estaba	dentro	del	coche.	No	quiso	tocar	el	cuerpo	porque	echaba
humo.	La	poli	llamó	al	equipo	médico	y	éstos	descubrieron	que	el	hombre	tenía	un
boquete	en	el	estómago,	estaba	carbonizado	por	dentro.
     —¡¿Qué?!
     —En	serio.	Por	lo	visto	una	especie	de	corriente	eléctrica	había	irrumpido	en	su
cuerpo	 a	 través	 del	 suelo	 provocándole	 una	 combustión	 espontánea	 mientras	 estaba
allí	de	pie	con	la	chorra	en	la	mano.	Los	científicos	explicaron	que	seguramente	se
electrocutó	 por	 la	 orina,	 que	 pudo	 haber	 actuado	 como	 conductor.	 El	 tío	 se	 puso	 a
mear	 bajo	 unas	 líneas	 de	 alta	 tensión	 en	 campo	 abierto;	 hay	 montones	 de	 campos
eléctricos	invisibles	en	esos	sitios.	La	descarga	se	le	metió	por	el	cipote	y	le	calcinó
las	vísceras.	Como	no	lo	pudieron	verificar	al	cien	por	cien,	lo	han	llamado	C.H.E.
Nosotros	 haremos	 pasar	 la	 muerte	 de	 Desacato	 por	 un	 caso	 de	 combustión	 humana
espontánea.
     —Eres	más	complicada	de	lo	que	pensaba	—dijo	DelRay.
     Ava	agitó	su	melena	negra	y	dijo	entre	risas:
     —Uno	se	vuelve	loco	de	tanto	pensar.
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                            EL	ÁNGEL	DE	ELÍAS
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vecino	 pero	 quería	 mucho	 a	 Indio,	 que	 siempre	 le	 daba	 su	 almuerzo	 camino	 de	 la
escuela.	Indio	le	robaba	luego	el	suyo	a	algún	compañero.	Ava	Varazo	le	recordaba	a
Andy.	 Era	 vivaracha,	 bella,	 negra	 y	 lustrosa	 como	 aquel	 labrador,	 y	 suponía	 que
mientras	 la	 alimentara	 bien,	 como	 el	 ángel	 del	 Señor	 había	 hecho	 con	 Elias,	 ella	 le
sería	tan	leal	como	el	labrador.
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                  SÓLO	LOS	SOLITARIOS	SABEN
                     LO	QUE	ES	EL	TIEMPO
En	 una	 tabla	 claveteada	 a	 la	 pared	 en	 la	 recepción	 del	 Tom	 Horn	 Hotel	 de	 la	 calle
Ethiopia,	en	Sinaloa,	había	estas	palabras	impresas	a	mano:	«Amad	también	vosotros
al	 extranjero,	 porque	 extranjeros	 fuisteis	 en	 la	 tierra	 de	 Egipto.	 —Deuteronomio,
10:19».
     DelRay	 había	 tomado	 una	 habitación	 en	 el	 tercer	 piso.	 Ahora	 estaba	 en	 el
vestíbulo,	fumando	un	Lucky	y	esperando	noticias	de	Ava,	a	quien	había	dejado	en	la
mansión	de	Indio	Desacato.	El	Tom	Horn	era	un	hotel	viejo,	de	1910.	Aunque	nunca
había	sido	gran	cosa,	el	vestíbulo	era	bastante	espacioso	y	unos	grandes	ventiladores
cenitales	 giraban	 cansinamente	 pero	 sin	 ruido	 sobre	 las	 cabezas	 de	 varios	 viejos
sentados	en	las	butacas	de	piel	marrón	esparcidas	por	la	estancia.
     —¿Nuevo	en	Sinaloa?
     DelRay	volteó	la	cabeza	veintidós	grados	hacia	el	oeste	e	identificó	a	su	presunto
interlocutor,	 un	 octogenario	 que	 lucía	 un	 lustroso	 traje	 cruzado	 azul	 y	 un	 corbatín
típicamente	 tejano.	 La	 cara	 y	 las	 manos	 del	 viejo	 eran	 otros	 tantos	 muestrarios	 de
manchas	como	monedas	de	un	dólar.
     —Sí,	señor	—respondió	DelRay—.	Es	la	primera	vez	que	vengo.
     —Yo	nací	aquí	en	Sinaloa,	el	mismo	año	en	que	este	hotel	abrió	sus	puertas.	El
Tom	 Horn	 y	 yo	 cumplimos	 ochenta	 y	 cinco	 el	 octubre	 próximo.	 ¿Qué	 es	 ahora,
septiembre?
     —Sí,	diecinueve.
     —Yo	 nací	 el	 treinta	 y	 uno	 de	 octubre.	 El	 día	 en	 que	 murió	 Jeff	 Davis.	 —El
hombre	le	tendió	su	mano	de	calicó—.	Mi	nombre	es	Smith,	Arkadelphia	Quantrill
Smith.	Puedes	llamarme	Arky.
     —Yo,	DelRay	Mudo.	Llámeme	Del.
     Se	estrecharon	la	mano.	A	DelRay	le	impresionó	la	fuerza	de	los	dedos	del	viejo.
     —Caramba,	Arky,	menudo	apretón	tiene.	Y	el	nombre,	no	digamos.
     Arky	se	rió	entre	dientes.
     —Mi	 abuelo	 cabalgó	 junto	 a	 Shelby	 en	 la	 Iron	 Brigade.	 Habrás	 oído	 hablar	 de
ellos,	claro	está.
     —No,	señor,	creo	que	no.
     —Durante	 la	 Guerra	 entre	 los	 Estados,	 más	 o	 menos	 en	 este	 mismo	 mes	 del
sesenta	y	tres,	es	decir	de	mil	ochocientos	sesenta	y	tres,	el	capitán	Jo	Shelby	y	sus
seiscientos	 hombres,	 incluido	 mi	 abuelito,	 Dockery	 «Doc»	 Smith,	 partieron	 de
Arkadelphia,	cruzaron	el	río	Arkansas	hacia	Misuri,	donde	se	les	unieron	otros	tantos
confederados	de	la	frontera,	y	avanzaron	hasta	Boonville	dando	estopa	a	los	yanquis,
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quemando	 puentes	 y	 puestos	 de	 suministros	 y	 destruyendo	 las	 líneas	 de
comunicación.	 La	 caballería	 de	 Shelby	 iba	 disfrazada	 con	 uniformes	 de	 la	 Unión	 y
espigas	rojas	de	zumaque	en	el	sombrero,	que	era	supuestamente	la	señal	secreta	para
identificar	a	las	tropas	federales.	¡Los	chicos	de	Shelby	los	burlaron	a	base	de	bien!
En	cuarenta	y	un	días	la	Iron	Brigade	destruyó	millones	de	dólares	en	comestibles	y
equipo	 rodante	 de	 la	 Unión,	 mataron	 e	 hirieron	 a	 cientos	 de	 soldados	 yanquis	 y
regresaron	a	Arkansas	con	más	hombres	de	los	que	tenían	al	partir.	Aquellos	paletos
de	Misuri	se	apuntaron	a	Shelby	en	un	abrir	y	cerrar	de	ojos.
     —Toda	una	epopeya,	señor	Smith.
     —Pero	el	final	no	es	tan	glorioso,	desde	luego.
     —¿Y	eso?
     —Los	 persiguieron	 hasta	 Texas.	 En	 Cascadia,	 Shelby	 supo	 que	 la	 causa	 estaba
perdida	 pero	 se	 negó	 a	 rendirse.	 Doscientos	 hombres	 le	 siguieron	 hasta	 México,
donde	Maximiliano,	ese	títere	austríaco	que	los	franceses	habían	puesto	en	el	poder
después	de	echar	a	Benito	Juárez,	veía	con	buenos	ojos	la	Confederación.	De	camino
los	soldados	de	Shelby	se	detuvieron	para	atar	sus	agujereadas	banderas	a	unas	rocas
y	sepultarlas	en	el	Río	Grande.
     —¿Qué	les	pasó	en	México?
     —Maximiliano	 les	 ofreció	 unas	 tierras	 cerca	 de	 Veracruz,	 y	 algunos	 decidieron
establecerse	allí.	Otros	optaron	por	tomarse	un	descanso	antes	de	dirigirse	hacia	Cuba
y	 Brasil,	 donde	 fueron	 bien	 recibidos.	 Maximiliano	 tuvo	 que	 salir	 por	 piernas	 de
México	 poco	 después.	 Los	 franceses	 se	 asustaron	 al	 ver	 al	 ejército	 unionista
comandado	por	Phil	Sheridan	que	se	había	congregado	en	la	frontera,	y	abandonaron
al	 emperador.	 Tan	 pronto	 Juárez	 reconquistó	 México	 capital,	 los	 soldados	 sudistas
que	se	habían	instalado	en	Veracruz	se	marcharon,	Doc	Smith	incluido.	Mi	abuelo	se
vino	a	Brownsville,	donde	fue	reclutado	por	Rip	Ford	para	las	tropas	de	McCook	que
controlaban	a	los	bandidos	mexicanos	en	la	zona	de	Oíd	Sal	del	Rey.	No	se	trasladó	a
Sinaloa	hasta	más	tarde.	Eso	fue	después	de	casarse	con	mi	abuela,	Quintana	Fayette
Quantrill,	que	era	hija	ilegítima	del	coronel	William	Quantrill	(aunque	ella	utilizó	su
apellido),	 el	 hombre	 que	 dirigió	 la	 sangrienta	 incursión	 sobre	 Lawrence	 (Kansas),
donde	ciento	cincuenta	personas	fueron	asesinadas	mientras	dormían.
     DelRay	encendió	otro	Lucky	con	la	colilla	del	anterior.
     —Debió	de	ser	una	época	muy	dura,	supongo	—dijo.
     —Fueron	 días	 feroces,	 hijo	 —convino	 Arkadelphia	 Smith—.	 Pues	 bien,	 mis
padres,	 Stand	 y	 Quantrilla	 McCurly	 Smith,	 regentaron	 una	 tienda	 de	 comestibles
hasta	su	muerte,	y	yo	después	de	ellos.	Hace	diez	años	se	la	vendí	a	un	tal	Ramos.	Mi
padre	 se	 llamaba	 así	 por	 Stand	 Watie,	 un	 mestizo	 cherokee	 que	 llegó	 a	 general	 de
brigada	 confederado	 y	 fue	 el	 último	 oficial	 en	 rendirse.	 Mi	 madre	 también	 era
mestiza,	 mexicana	 por	 parte	 de	 padre	 y	 negro-francesa	 por	 parte	 de	 madre;	 él	 se
llamaba	 Francis	 Xavier	 Bonaparte,	 sólo	 sé	 que	 peleó	 con	 el	 segundo	 batallón	 de
Infantería	Negra	de	Kansas.
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    —Sabe	usted	cantidad	de	cosas	sobre	los	viejos	tiempos,	señor	Smith.
    —Llámame	 Arky.	 Sólo	 los	 solitarios	 saben	 lo	 que	 es	 el	 tiempo,	 hijo.	 Dentro	 de
sesenta	 años,	 siempre	 y	 cuando	 a	 este	 planeta	 le	 queden	 aún	 sesenta	 vueltas	 de	 las
grandes,	me	darás	la	razón,	estoy	seguro.
    El	sol	de	la	tarde	había	menguado	considerablemente	mientras	DelRay	escuchaba.
Sólo	unos	rayos	finísimos	se	escurrían	por	entre	las	gruesas	persianas	que	protegían
los	ventanales	del	vestíbulo	del	hotel.	Un	fuerte	ronquido	sobresaltó	a	DelRay.	Miró
hacia	el	oeste	y	vio	que	Arkadelphia	Quantrill	Smith	dormía	como	un	tronco	en	su
butaca.	 DelRay	 se	 preguntó	 qué	 estaría	 haciendo	 Ava	 con	 Indio	 Desacato	 en	 aquel
momento.
    —No	me	cabe	duda,	Arky	—dijo.
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                                 EL	GRAN	VACÍO
—Sólo	 hay	 dos	 formas	 de	 llevar	 un	 negocio,	 la	 buena	 y	 la	 mala.	 El	 truco,	 por
supuesto,	está	en	saber	cuál	es	cuál	antes	de	que	sea	demasiado	tarde.	Siempre	hay
gente	que	prefiere	pegarte	un	tiro	a	dar	las	buenas	noches.
    Indio	Desacato	estaba	sentado	en	un	flamante	sofá	blanco,	fumándose	un	Royal
Jamaica.
    —Que	 yo	 sepa	 —respondió	 Ava	 Varazo,	 contemplando	 desde	 una	 cristalera	 la
enorme	 extensión	 de	 tierra	 árida	 con	 un	 Tequila	 Sunrise	 en	 la	 mano	 derecha—,	 los
hombres	no	han	conseguido	dominar	hacia	dónde	se	les	inclina	la	verga.
    Sorbió	un	poco	de	tequila	por	una	pajita	de	acordeón	y	sacudió	su	melena.
    —En	serio	—prosiguió—.	Fíjate	si	no	en	todo	ese	vacío	de	ahí	afuera.	Sabrás	que
a	 Nueva	 Orleans	 la	 llaman	 The	 Big	 Easy	 [La	 Gran	 Indolente].	 Pues	 al	 sudoeste	 de
Texas	deberían	llamarlo	The	Big	Empty	[El	Gran	Vacío].
    Indio	se	rió.
    —Hay	un	montón	de	huesos	enterrados	ahí,	haciendo	petróleo.
    —A	eso	me	refería	—apostilló	Ava.
    —Me	 alegro	 de	 que	 hayas	 venido,	 ¿sabes?	 No	 lamentarás	 haber	 tomado	 esta
decisión.	Serás	la	chica	más	cara	de	mis	dominios.
    —Y	yo	soñando	que	habías	pensado	hacer	de	mí	una	mujer	honrada.
    Desacato	rió	más	fuerte	que	antes.
    —No	 hay	 nadie	 honrado,	 Ava.	 Eso	 lo	 sabe	 cualquier	 hombre	 que	 sea	 honrado
consigo	mismo.
    —¡Hombres!	Ni	siquiera	se	te	ocurre	pensar	que	exista	algo	llamado	«mujer».
    —Desde	luego,	todo	empezó	por	una	mujer…	y	será	un	hombre	quien	lo	termine.
    —Eso	no	lo	he	dudado	nunca	—dijo	Ava.
    Indio	era	un	hombre	corpulento,	regordete,	bajo	pero	robusto,	a	pocas	semanas	de
cumplir	los	cuarenta.	Tenía	la	tez	del	color	del	madeira	y	las	cavidades	orbitales	tan
hundidas	 que	 casi	 daba	 la	 impresión	 de	 no	 tener	 ojos.	 Antes	 de	 hablar	 se	 lamió	 las
puntas	de	su	cuidado	bigote.
    —Ven	aquí,	nena.	Demuéstrame	por	qué	estoy	pagando.
    Ava	le	miró	con	furia	pero	luego	se	ablandó.
    —Estás	cachondo,	muy	bien	—dijo,	y	apuró	su	copa	de	un	trago.
    Indio	 se	 bajó	 la	 cremallera	 y	 sacó	 su	 cipote.	 Era	 corto	 y	 grueso,	 de	 color	 fango
como	el	resto	de	su	piel.	Ava	pensó	que	parecía	un	cagarro.
    —Ven,	bonita	—dijo	él.
    Ava	dejó	el	vaso	en	una	mesa,	se	acercó,	se	arrodilló	ante	él	e	imaginó	que	estaba
comiendo	 mierda.	 Indio	 cerró	 los	 ojos	 y	 pensó	 en	 las	 nalgas	 de	 una	 niña	 de	 nueve
                                           Página	20
años	 con	 mallas	 rojas	 que	 había	 visto	 el	 día	 anterior	 inclinada	 para	 beber	 de	 una
fuente	pública.
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                   LOS	SANTOS	NOS	PROTEGEN
Ava	tenía	una	cicatriz	en	lo	alto	de	la	mejilla	izquierda.	Cuando	DelRay	le	preguntaba
al	respecto	ella	siempre	se	ponía	de	mal	humor	y	la	marca	rosada	se	volvía	granate.
Ava	 se	 estremecía	 visiblemente	 de	 pies	 a	 cabeza,	 torcía	 un	 poco	 la	 cara	 y	 concluía
con	un	suave	pero	audible	resuello.	En	este	momento,	estaban	los	dos	abrazados	bajo
la	xántica	luna	del	desierto,	frente	al	remolque	de	Ava	Varazo.
    —¿Sabes	qué	día	es	hoy?	—preguntó	Ava.
    —Veintinueve	de	febrero	—dijo	él—.	Un	día	más	para	pagar	el	alquiler.
    —El	día	de	Santa	Niña	de	las	Putas,	la	patrona	de	los	prisioneros	de	Lucifer.	Sólo
se	da	cuando	hay	una	segunda	luna	llena	el	último	día	de	febrero	de	un	año	bisiesto.
    —Me	sonaba	lo	de	la	segunda	luna;	pero	de	los	prisioneros	de	Lucifer	no	tenía	ni
idea.
    —Son	 almas	 vendidas	 a	 Satanás	 en	 vida	 de	 la	 persona.	 Gente	 que	 se	 reformó
antes	de	morir	y	quiso	deshacer	el	trato.
    DelRay	rompió	el	abrazo,	encendió	un	Lucky,	inhaló	y	tosió.	El	aire	nocturno	le
pareció	frío	ahora	que	no	estaba	pegado	a	ella.	Se	frotó	las	manos	y	las	hundió	en	los
bolsillos	del	pantalón,	dejando	el	cigarrillo	a	merced	de	sus	labios.
    —¿Quién	era	esa	Niña?	—balbució.
    —Una	 campesina,	 como	 yo	 —dijo	 Ava—.	 Había	 nacido	 en	 Huehuetenango,
Guatemala.	 Su	 padre	 había	 hecho	 un	 trato	 con	 el	 diablo	 para	 salvar	 la	 vida	 de	 su
mujer,	que	tenía	un	cáncer.	Satanás	le	dijo	que	la	mujer	sólo	viviría	si	él	le	prometía
también	las	almas	de	sus	tres	hijos	varones.
    —¿De	la	hija	no?
    —Niña	no	había	nacido	aún.	Fue	la	más	pequeña	de	cuatro	hijos.	El	padre	estaba
horrorizado,	pero	consintió	pensando	en	que	más	adelante	podría	convencer	a	Satán
de	que	no	se	llevara	a	sus	hijos.	La	madre	sanó	y,	por	supuesto,	el	marido	no	pudo
aplacar	 al	 diablo	 por	 más	 que	 le	 imploró.	 El	 pobre	 hombre	 quedó	 destrozado
pensando	 en	 la	 condenación	 de	 sus	 hijos	 y	 en	 la	 suya	 propia.	 Murió	 de	 pena	 poco
después	de	nacer	su	hija.
    —¿La	madre	conocía	ese	pacto?
    —Sólo	cuando	su	marido	lo	confesó	en	su	lecho	de	muerte.	Cuando	Niña	cumplió
doce	 años	 sus	 hermanos	 resultaron	 muertos	 al	 partirse	 el	 eje	 de	 la	 carreta	 en	 que
viajaban	por	un	camino	muy	empinado;	ellos,	la	carreta	y	el	burro	que	tiraba	de	ella
fueron	a	estrellarse	al	fondo	de	una	barranca.	La	madre	le	contó	a	Niña	qué	pasaría
con	el	alma	de	los	chicos,	y	ella	juró	que	los	salvaría	a	todos.
    DelRay	escupió	el	cigarrillo:
    —¿Lo	consiguió?
                                          Página	22
    —Sí.	Esa	noche	invocó	a	Satán,	diciéndole	que	no	podía	vivir	sin	sus	hermanos	y
que	quería	ir	con	ellos	en	seguida.	Cuando	Satán	apareció	ella	le	tomó	de	la	mano	y
dejó	que	la	llevara	al	infierno,	donde	se	convirtió	en	su	amante.
    —¡No	jodas!	—DelRay	ya	no	sentía	el	frío.
    —El	apego	de	Satanás	por	la	Niña	no	tardó	en	consumarse.	Ella	le	sedujo	de	una
forma	que	ni	el	propio	príncipe	de	las	tinieblas	habría	podido	imaginar.	Fue	así	como
ella	adquirió	cierto	poder	sobre	el	diablo	y	acabó	convenciéndole	para	que	su	padre	y
sus	hermanos	pudieran	salir	del	infierno	y	entrar	en	el	reino	de	los	cielos.	Como	es
lógico,	 Niña	 tuvo	 que	 quedarse	 en	 el	 infierno	 como	 puta	 de	 Satanás.	 Y	 son	 las
prostitutas	quienes	la	honran	por	su	sacrificio,	precisamente	en	este	día,	el	más	raro
de	todos.
    —Santa	Niña	de	las	Putas.
    —Ni	 más	 ni	 menos.	 Es	 el	 único	 día	 del	 año	 en	 que	 ninguna	 prostituta	 debería
sentir	vergüenza	a	los	ojos	de	Dios.
    —Pero	¿y	tu	cicatriz?	¿Qué	fue	lo	que	pasó?
    —La	primera	vez	que	un	hombre	me	folló	por	dinero,	yo	misma	me	hice	un	corte
en	la	cara	con	la	arista	de	una	roca.
    —¿Por	qué?	Eras	muy	hermosa.	Bueno,	todavía	lo	eres.
    —Lo	hice	para	no	serlo	tanto	nunca	más.	Quedé	marcada	por	dentro	y	por	fuera.
    DelRay	la	estrechó	en	sus	brazos.
    —Pobre	Ava.
    Ella	se	zafó	y	le	miró	con	ferocidad.
    —No	—masculló—,	yo	de	pobre	no	tengo	nada.
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                             COWBOY	DE	PEGA
Thankful	Priest	entró	dando	briosas	zancadas	en	la	Farmacia	Café	de	Zambo	Fike	y
depositó	 su	 colosal	 corpachón	 en	 dos	 raídos	 taburetes	 de	 similicuero	 rojo.	 Zambo,
cuyo	nombre	verdadero	era	Jesús	María,	debía	su	apodo	a	su	empleo	por	horas	como
payaso	de	rodeo	especializado	en	saltar	con	las	piernas	separadas	sobre	las	astas	de
un	 cebú.	 Hacía	 varios	 años	 que	 había	 interrumpido	 esta	 su	 segunda	 ocupación,
después	 que	 un	 indómito	 morlaco	 pardo	 de	 nombre	 Ygdrasill	 alanceara	 el	 testículo
izquierdo	 del	 payaso-farmacéutico	 cuando	 Zambo	 intentaba	 un	 giro	 de	 360	 grados
con	las	puntas	de	los	dedos.	Zambo	conservaba	una	foto	de	Ygdrasill	en	la	pared	del
retrete	de	su	local,	a	fin	de	recordarse	a	sí	mismo,	cada	vez	que	iba	a	mear,	por	qué
había	abandonado	el	rodeo.
    —¡Ponme	 frijoles	 y	 cerveza	 y	 procura	 que	 no	 se	 acerque	 nadie!	 —le	 gritó
Thankful	 al	 patiestevado	 y	 feísimo	 propietario,	 que	 estaba	 detrás	 de	 la	 barra
chupeteando	una	breva	barata—.	Coño,	Zambo,	podrías	fumar	algo	más	decente,	¿no
crees?
    —Éstos	 me	 gustan,	 Thankful	 —dijo	 Zambo,	 fija	 como	 siempre	 la	 mirada	 en	 el
descolorido	ojo	de	cristal	de	Priest.	A	Thankful	se	le	había	caído	accidentalmente	en
un	bote	de	pintura	magenta.	Pese	a	que	lo	había	lavado,	el	ojo	había	quedado	teñido
para	siempre	y	daba	a	su	rostro	un	fulgor	peculiar	y	ultramundano	que	acentuaba	su
ya	de	por	sí	amenazador	aspecto.
    En	el	momento	en	que	Thankful	Priest	entraba,	DelRay	estaba	hojeando	el	último
número	 de	 Trackdown,	 el	 informe	 mensual	 sobre	 actividades	 de	 los	 cazadores	 de
recompensas,	 junto	 al	 expositor	 de	 revistas.	 Después	 de	 pedir	 su	 almuerzo,	 el
monstruo	reparó	en	DelRay	y	en	lo	que	estaba	leyendo.
    —Sinaloa	no	tiene	una	sola	librería	digna	de	ese	nombre	—dijo—.	Para	eso	hay
que	venir	a	Zambo’s.
    DelRay	levantó	la	vista	y	le	miró.
    —¿Cómo	dice?
    —Que	si	piensas	comprar	esa	revista.
    —¿Qué	más	le	da	si	la	compro	o	no?
    —Oye,	Zambo,	ese	mierda	de	pelagatos	blanco	se	me	cabrea	por	un	comentario
inocente.	 Quiero	 que	 lo	 tengas	 presente	 cuando	 el	 sheriff	 pregunte	 qué	 pinta	 en	 el
suelo	una	piltrafa	sanguinolenta	que	en	su	día	pudo	haber	sido	un	individuo	tirando	a
roñoso.
    —Si	 has	 de	 liarte	 a	 tortas,	 Thankful,	 llévatelo	 afuera.	 No	 quiero	 que	 ningún
cowboy	de	pega	me	monte	una	pelea	en	el	local.
    —¿Tú	qué	dices,	socio?	—le	preguntó	Thankful	Priest	a	DelRay	Mudo.
    —¿Yo	qué	digo	de	qué?
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   —Si	lo	arreglamos	en	la	calle.
   DelRay	dejó	la	revista	en	su	sitio,	miró	detenidamente	la	mole	bizca	que	ocupaba
buena	parte	de	dos	taburetes	y	dijo:
   —Tú	debes	de	ser	el	famoso	Polifemo.
   —¿Poli	qué?	—rió	Priest—.	¿Polifeo,	has	dicho?
   DelRay	se	llegó	a	la	puerta	y	la	abrió.
   —Eh,	¿cómo	te	llamas?	—preguntó	Priest.
   —Ulises	—dijo	DelRay,	un	momento	antes	de	salir—.	Ten	mucho	ojo	conmigo.
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                         MENSAJE	PARA	MUDO
DelRay	 llevaba	 casi	 una	 semana	 sin	 noticias	 de	 Ava	 cuando	 Framboyán	 Lanzar	 le
entregó	un	mensaje	un	día	a	media	mañana.	Mudo	estaba	aún	en	su	cama	del	hotel
cuando	oyó	dos	golpes	impetuosos	en	la	puerta.	DelRay	no	dormía	pero	estaba	medio
en	trance,	fantaseando	a	expensas	de	Cherry	Layne,	personaje	de	La	noche	Ubre	de	la
enfermera,	una	novela	de	bolsillo	que	había	estado	leyendo	durante	la	víspera.	Cherry
Layne,	la	núbil	enfermera	protagonista	de	la	novela,	practica	el	sexo	oral	y/o	anal	con
tres	 médicos	 diferentes,	 dos	 internos,	 un	 anestesista	 y	 otra	 enfermera	 durante	 su
primera	 semana	 de	 trabajo	 en	 un	 gran	 centro	 hospitalario.	 Todas	 estas	 actividades
tienen	lugar	durante	su	turno	normal;	DelRay	no	había	llegado	aún	a	la	noche	libre.
Cherry	se	niega	a	practicar	el	coito	convencional	pues,	como	explica	a	sus	diversas
parejas,	ella	se	reserva	para	el	matrimonio.	«Sólo	mi	marido,	quienquiera	que	llegue	a
ser,	 podrá	 entrar	 por	 la	 puerta	 grande»,	 le	 dice	 Cherry	 al	 doctor	 Rameses	 «Ram»
Melville,	un	cirujano	de	renombre	internacional	que	controla	sus	pulsaciones	con	un
fonendoscopio	mientras	él	y	la	enfermera	Layne	se	arrullan	de	pie	junto	a	la	cama	de
un	paciente	muerto	hace	poco.	DelRay	estaba	imaginando	que	le	lamía	el	pimpollo	a
Cherry	cuando	una	segunda	tanda	de	porrazos	a	la	puerta	le	sacó	violentamente	de	su
ensueño.
    —¿Quién	es?
    —¡Mensajero!	—dijo	una	voz	desde	el	pasillo—.	Traigo	un	mensaje	para	el	señor
Mudo.
    —Un	momento.
    DelRay	saltó	a	regañadientes	de	la	cama,	remetiéndose	en	el	calzoncillo	la	media
erección,	 y	 se	 acercó	 a	 la	 puerta.	 Llevaba	 puesta	 una	 sucia	 y	 muy	 deshilachada
camiseta	con	la	inscripción	«Chifla	Miguel	Arregla	Coches	Más	Mejor».	Al	abrir	la
puerta	vio	a	un	chico	menudo	con	el	pelo	corto	que	le	miraba	fijamente.	No	tendría
más	de	dieciséis	o	diecisiete	años.
    —¿Un	mensaje	para	mí?
    El	chico	se	puso	a	botar	sobre	las	puntas	de	los	pies	mientras	decía:
    —Si	es	que	se	llama	DelRay	Mudo.
    —Soy	yo.
    —¿Cómo	puedo	estar	seguro?	—preguntó	el	saltarín—.	La	señora	insistió	en	que
no	me	equivocara	de	persona.
    DelRay	fue	a	por	sus	pantalones,	se	los	puso	y	extrajo	la	cartera	de	un	bolsillo.	Le
mostró	al	muchacho	su	carnet	de	conducir.
    —¿Te	basta	con	esto?
    —Supongo.
    DelRay	guardó	la	cartera	y	dijo:
                                        Página	26
    —¿Dónde	está	el	mensaje?
    El	chico	no	paraba	de	brincar.
    —No	dónde,	sino	qué.
    —¿Por	qué	das	esos	saltos?
    —Soy	 boxeador.	 Framboyán	 Lanzar.	 El	 número	 dos	 de	 los	 pesos	 mosca	 en	 el
oeste	 de	 Texas.	 Así	 ejercito	 los	 músculos	 de	 mis	 pies.	 El	 mes	 que	 viene	 tengo	 una
pelea	en	San	Angelo	contra	Danny	Melaza.
    —Danny	 Molasses.	 Le	 vi	 contra	 Chuy	 Chancho	 en	 Nogales.	 A	 Chancho	 lo
descalificaron	por	dar	cabezazos.
    —Sí,	Chuy	es	un	púgil	marrullero.	¡Pero	yo	haré	besar	la	lona	a	ese	Melaza!
    —Bueno,	¿y	el	mensaje?
    —La	señora	dice	que	vaya	a	verle	a	El	Oráculo	esta	tarde	a	las	dos.
    —¿Y	eso	qué	es?	¿De	qué	señora	hablas?
    —Una	 con	 el	 pelo	 larguísimo	 que	 dicen	 que	 es	 la	 puta	 más	 cara	 de	 las	 que
trabajan	 en	 La	 Casa	 Desacato.	 Ella	 me	 lo	 dijo	 cuando	 fui	 a	 llevar	 las	 cervezas	y	el
whisky.	Me	pagó	diez	pavos.
    —¿Dónde	está	El	Oráculo?
    —Hacia	el	sur	por	la	vieja	número	4,	cosa	de	trece	kilómetros.	Una	cantina	junto
a	la	carretera.	Es	fácil	de	encontrar.
    —Por	tu	manera	de	llamar	a	la	puerta,	se	diría	que	tienes	un	buen	gancho.
    Framboyán	 Lanzar	 amagó	 un	 directo	 de	 un	 adversario	 invisible	 y	 boxeó	 con	 su
sombra	en	el	pasillo.
    —Oiga,	tío	—dijo	al	cabo—.	¿Y	la	propina?
    —Danny	 Molasses	 siempre	 busca	 atacar	 con	 la	 derecha,	 o	 sea	 que	 es	 fácil
tumbarlo	de	un	buen	gancho	a	la	mandíbula.	Buena	suerte	—dijo	DelRay,	y	cerró	la
puerta.
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                                    EL	ORÁCULO
DelRay	encontró	El	Oráculo	sin	problemas,	y	a	las	dos	menos	cuarto	estaba	sentado	a
la	 barra	 con	 una	 Tecate	 delante.	 Tenía	 ganas	 de	 ver	 a	 Ava	 Varazo.	 La	 necesitaba
físicamente,	 y	 además	 estaba	 impaciente	 por	 poner	 en	 práctica	 el	 plan.	 DelRay	 se
estaba	 quedando	 sin	 dinero;	 sólo	 podría	 pagar	 la	 habitación	 en	 el	 Tom	 Horn	 una
semana	más.	Por	algún	motivo	le	había	perdido	el	gusto	a	fumar	y	hacía	dos	días	que
no	 compraba	 cigarrillos.	 Al	 menos	 así	 ahorraba	 unos	 cuantos	 pavos.	 Qué	 coño,
cuando	él	y	Ava	se	hicieran	con	el	medio	kilo	de	Indio	Desacato	podrían	comprarse
una	plantación	entera	de	tabaco.
     DelRay	 había	 apoyado	 la	 lata	 en	 sus	 labios	 cuando	 en	 la	 máquina	 de	 discos
empezó	a	sonar	«Viva	Las	Vegas».	El	vis	Presley	nunca	había	sido	su	ídolo,	y	Mudo
hizo	 una	 mueca	 mientras	 la	 cerveza	 inundaba	 su	 organismo.	 Dejó	 la	 lata	 sobre	 la
barra	 y	 giró	 el	 taburete	 para	 ver	 quién	 era	 el	 que	 se	 gastaba	 un	 buen	 dinero	 en	 un
disco	tan	malo.	Al	instante	reconoció	la	espalda	del	coloso	que	había	conocido	en	la
Farmacia	Café,	el	antipático	gigante	tuerto	a	quien	el	dueño	del	local	había	llamado
Thankful.	El	gigante	introdujo	más	monedas	en	la	Rockola	y	entonces	se	dio	la	vuelta
y	vio	a	DelRay.
     Su	 ojo	 falso	 reflejó	 los	 múltiples	 colores	 de	 las	 docenas	 de	 botellas	 alineadas
detrás	del	mostrador.	Siempre	era	su	ojo	artificial	lo	primero	que	miraba	y	se	quedaba
mirando	la	gente	cuando	hablaba	con	Thankful,	como	si	el	ojo	que	le	funcionaba	no
fuese	digno	de	atención.
     —Caramba	—dijo	Thankful—,	pero	si	es	mi	gran	amigo	U…	Uli…
     —Ulises	—dijo	DelRay—.	Tienes	buena	memoria.
     —Sí,	recuerdo	que	alguien	me	llamó	Polifeo.
     —Polifemo.	Un	viejo	amigo	mío	al	que	te	pareces	bastante.
     «Viva	Las	Vegas»	sonaba	a	todo	volumen.
     —¿Te	gusta	Elvis?	—preguntó	Priest.
     DelRay	encogió	los	hombros.
     —Lo	tomas	o	lo	dejas.
     —Esta	 canción	 es	 de	 una	 peli	 que	 hizo	 con	 Ann-Margret.	 ¡Seguro	 que	 Él	 se	 la
cepilló!	Mmmm-mmm.
     Thankful	 se	 meció	 al	 compás	 de	 la	 música	 como	 si	 montara	 una	 tabla	 de	 surf.
Cerró	los	ojos	hasta	el	final	de	la	canción,	y	no	los	volvió	a	abrir	hasta	que	empezó	la
siguiente.	 Para	 DelRay	 fue	 un	 alivio	 oír	 a	 Bobby	 Bare	 cantando	 «Six	 Days	 on	 the
Road	and	I’m	Gonna	Make	It	Home	Tonight»,	pero	se	intranquilizó	un	poco	cuando
Priest	arrimó	los	dos	taburetes	vacíos	que	había	a	la	izquierda	de	DelRay	y	los	castigó
con	su	corpachón.
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    —¡Eh,	 Chino!	 —le	 chilló	 Thankful	 al	 barman—.	 Ponme	 un	 lingotazo	 triple	 de
Gusano	Rojo	y	dos	Tecates	de	acompañamiento.	—Fijó	su	atención	en	DelRay	y	dijo
—:	Bueno,	Uli,	háblame	un	poco	de	ese	tal	Polifemo.
    DelRay	 miró	 el	 reloj	 que	 había	 en	 la	 pared,	 sobre	 el	 espejo	 colocado	 tras	 el
mostrador,	y	vio	que	faltaban	cinco	minutos	para	las	dos.
    —Según	 la	 mitología	 griega,	 era	 un	 tipo	 grande	 de	 pelo	 en	 pecho.	 Uno	 de	 los
cíclopes.
    —Forzudo,	¿eh?
    —Y	que	lo	digas.
    Llegaron	las	copas.	Thankful	despachó	el	mezcal	de	un	solo	trago,	y	luego	lo	bajó
con	media	lata	de	cerveza.	Eructó	ruidosamente	justo	cuando	Patsy	Cline	empezaba	a
interpretar	 «Walkin’	 After	 Midnight».	 DelRay	 empezaba	 a	 reconsiderar	 su	 opinión
sobre	los	gustos	musicales	de	Thankful	Priest.
    Ava	Varazo	vio	a	DelRay	conversando	con	Thankful	y	rápidamente	se	echó	atrás.
Indio	 tenía	 prohibido	 a	 sus	 chicas	 frecuentar	 El	 Oráculo	 y	 cualquier	 otro	 bar	 o
tabernucho	de	la	zona.	Creía	que	sus	mujeres	serían	más	misteriosas,	exóticas	y,	por
tanto,	apetecibles	para	los	lugareños	si	no	se	mostraban	en	público.	En	el	fondo	esto
no	era	más	que	una	forma	de	tenerlas	controladas,	y	Ava	se	sentía	muy	a	disgusto	con
este	mandato	de	Indio	en	particular.
    Desacato	 la	 había	 tratado	 bien	 durante	 el	 último	 mes	 y	 ella	 veía	 que	 se	 estaba
ganando	su	confianza.
    La	idea	de	Ava	era	irse	infiltrando	entre	los	íntimos	del	gángster	macarra	a	fin	de
conseguir	 sus	 objetivos	 con	 el	 máximo	 de	 eficacia.	 Sabía	 que	 necesitaba	 tener	 un
aliado	fuera	de	ese	círculo,	razón	por	la	cual	había	reclutado	a	DelRay	Mudo.	Él	no
entraba	necesariamente	en	los	planes	a	largo	plazo	de	Ava.
    Esperando	 al	 sol	 contra	 la	 pared	 de	 la	 cantina,	 Ava	 recordó	 su	 pueblo	 natal,	 La
Villanía,	y	los	amigos	y	familiares	que	había	dejado	allí.	Confiaba	verlos	a	todos	otra
vez	 dentro	 de	 poco.	 Ava	 decidió	 aguardar	 hasta	 que	 Thankful	 Priest	 se	 marchara.
Retrocedió	hacia	el	Monte	Cario	marrón	del	78	con	lunas	superoscuras	que	le	había
dejado	 Moke	 Lamer,	 el	 factótum	 de	 La	 Casa	 Desacato.	 Moke	 había	 perdido	 la
chaveta	por	Ava	y	ésta,	por	descontado,	era	muy	capaz	de	sacarle	partido.	Lo	único
que	le	había	pedido	él	era	que	le	dejase	lamer	el	empeine	de	su	pie	izquierdo,	a	lo	que
Ava	 había	 accedido.	 Tan	 rastrera	 petición	 había	 hecho	 muy	 poco	 por	 mejorar	 la
opinión	que	ella	tenía	de	los	hombres.
    Dentro	 de	 la	 cantina,	 Priest	 y	 Mudo	 habían	 empezado	 a	 sentirse	 a	 gusto	 el	 uno
con	el	otro.	Se	invitaron	a	varias	rondas	y	se	turnaron	en	echar	monedas	a	la	máquina.
La	 impaciencia	 de	 DelRay	 por	 reunirse	 con	 Ava	 se	 desvaneció	 en	 la	 bruma	 etílica.
Tras	 una	 hora	 seguida	 bebiendo,	 Thankful	 se	 bajó	 de	 sus	 dos	 taburetes	 y	 dijo	 que
tenía	que	irse.
    —Eres	un	buen	tipo	—le	dijo	a	DelRay,	palmeándole	la	espalda	con	su	garra	de
oso	pardo—.	Estoy	seguro	de	que	volveremos	a	vernos.
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    —Cuenta	con	ello	—dijo	DelRay.
    Thankful	 Priest	 salió	 del	 bar	 tambaleándose.	 DelRay	 se	 reanimó	 un	 poco	 y	 fue
hacia	el	aseo	de	caballeros.	Estaba	en	plena	meada	cuando	oyó	la	voz	de	Ava	Varazo.
    —Conque	de	copas	con	el	enemigo,	¿eh?
    DelRay	empezó	a	girarse	y	se	percató	de	que	seguía	en	el	acto	de	miccionar,	pero
no	lo	interrumpió.
    —Joder,	creía	que	no	ibas	a	venir	nunca.
    —Eso	me	suena[3].
    Mudo	 terminó	 de	 orinar,	 se	 abrochó	 la	 bragueta	 y	 miró	 a	 La	 Crin.	 Al	 verla	 tan
hermosa	hizo	ademán	de	abrazarla.	Ava	dio	un	paso	atrás.
    —¿No	sabes	con	quién	has	estado	de	parranda?	—preguntó.
    —Claro.	Con	el	mismísimo	Polifemo.	El	famoso	cíclope.
    —Mira,	idiota,	ése	era	Thankful	Priest,	el	principal	matón	de	Indio.	Espero	que
no	le	habrás	dicho	nada	de	por	qué	estabas	aquí.
    —Que	 no,	 joder.	 Le	 he	 dicho	 que	 era	 un	 mecánico	 sin	 empleo	 y	 que	 estaba	 de
paso.	Es	casi	la	verdad.	—DelRay	se	le	acercó	de	nuevo—.	¿Cómo	te	va	a	ti,	cariño?
No	sabes	cuánto	te	echo	de	menos.
    Ava	permitió	que	le	diera	un	achuchón.
    —Salgamos	de	aquí	—dijo—.	Esto	apesta.
    Ava	 llevó	 a	 DelRay	 hasta	 el	 Monte	 Cario	 y	 le	 dijo	 que	 montara	 en	 el	 lado	 del
copiloto.	Ella	se	puso	al	volante.
    —¿De	quién	es	este	cacharro?
    —De	un	tío	que	hace	trabajitos	en	La	Casa.	Es	un	buen	tipo,	no	dirá	nada.
    —Veo	que	ya	has	hecho	buenas	amistades.
    —Es	lo	que	tendrías	que	hacer	tú,	majo.
    —Algo	habrá	que	hacer	pronto,	porque	casi	estoy	sin	blanca.
    —Lo	 sé.	 Te	 enviaré	 a	 Framboyán	 con	 un	 poco	 de	 dinero,	 pero	 has	 de	 tener
paciencia.	 Estoy	 intimando	 con	 Indio,	 no	 creo	 que	 tarde	 mucho	 en	 sacarle	 la
combinación	de	la	caja.	Ya	sé	dónde	la	tiene,	en	el	suelo,	debajo	de	su	cama.
    —Vaya,	has	hecho	horas	extra	con	él…
    DelRay	estaba	espabilando	rápidamente	la	borrachera.
    Ava	ni	pestañeó.
    —Sólo	lo	necesario,	Del.	Tú	y	yo	estamos	juntos	en	esto.	De	por	vida.
    —De	por	vida.
    Ava	se	arrimó	a	DelRay	y	besó	tiernamente	sus	labios	hinchados	por	la	cerveza.
    —Vayamos	al	hotel,	Ava.
    —No	 puedo,	 encanto.	 Ya	 debería	 estar	 de	 vuelta.	 Iré	 yo	 a	 verte	 en	 seguida	 que
pueda,	te	lo	prometo.	Estoy	preparando	un	plan	para	liquidar	a	Indio.	Confía	en	mí.
    DelRay	 examinó	 la	 cara	 morena	 de	 Ava	 con	 toda	 la	 claridad	 de	 que	 fue	 capaz.
Había	crucecitas	amarillas	en	sus	ojos	siena.
    —Confío	en	ti,	Ava.
                                          Página	30
     Ella	le	dio	otro	beso	y	le	puso	la	mano	entre	las	piernas,	ahuecando	los	dedos	en
torno	a	su	escroto.
     —Yo	también	necesito	lo	que	tienes	ahí	—dijo.
     DelRay	salió	del	coche	y	se	quedó	frente	a	El	Oráculo	viendo	marchar	a	Ava.	Por
momentos,	 al	 balancearse	 ligeramente	 en	 el	 polvo	 que	 el	 Monte	 Cario	 había
levantado	 al	 arrancar,	 volvió	 a	 sentirse	 embriagado	 y	 no	 supo	 qué	 hacer.	 Mareado,
DelRay	 se	 sentó	 en	 el	 bordillo,	 miró	 al	 suelo	 que	 tenía	 delante	 y	 vio	 la	 cara	 de
Jesucristo.	 Cerró	 los	 ojos	 con	 fuerza,	 los	 abrió	 otra	 vez	 y	 volvió	 a	 mirar.	 La	 cara
seguía	allí,	sólo	que	ahora	estaba	ensangrentada,	y	aquella	cosa	roja	resbalaba	por	las
piedras	blancas	hasta	llegar	a	sus	botas.	DelRay	dio	un	salto	y	entró	corriendo	en	el
bar.
                                           Página	31
                                     TRINIDAD
—Mi	madre	me	bautizó	así	por	Chino	Cortina,	el	elegido	del	Altísimo	para	echar	a
los	norteamericanos	de	Texas	y	devolver	el	estado	a	México.
    —¿Cuándo	pasó	esto?
    —¿Cuándo	me	bautizó	mi	madre?
    —No,	que	cuándo	vivió	ese	otro	Chino.
    —Ah,	 en	 los	 años	 cuarenta	 o	 cincuenta,	 pero	 del	 siglo	 pasado.	 Después	 de	 la
guerra	con	México.
    DelRay	 era	 el	 último	 cliente	 de	 la	 tarde	 en	 El	 Oráculo.	 Iba	 por	 la	 undécima
cerveza,	 creyendo	 que	 eso	 le	 ayudaría	 a	 contarle	 a	 Chino,	 el	 cantinero,	 que	 había
visto	la	cara	de	Jesucristo	sobre	la	gravilla	del	aparcamiento.
    —Este	 Cortina	 acaudillaba	 una	 banda	 de	 libertadores	 que	 aterrorizó	 a	 los
americanos	desde	Laredo	hasta	el	golfo	de	México.	Era	la	oveja	negra	de	una	buena
familia.	No	sabía	leer	ni	escribir.	Los	pobres	le	adoraban.
    —Una	especie	de	Robín	Hood,	¿eh?
    —Exacto.	Yo	nací	el	veintiocho	de	septiembre,	el	mismo	día	en	que	los	bandidos
de	 Cortina	 atacaron	 Río	 Grande	 City	 por	 sorpresa.	 Saquearon	 los	 comercios
americanos	al	grito	de	«¡Muerte	a	los	gringos!».
    DelRay	apuró	su	cerveza.	Chino	abrió	otra	Tecate	más,	se	la	puso	delante	y	dijo:
    —Por	cuenta	de	la	casa,	hermano.
    —¿Y	qué	ocurrió	después?
    —Se	 esperaba	 que	 los	 hombres	 de	 Cortina	 atacaran	 Brazos	 Santiago	 y	 Point
Isabel,	 los	 depósitos	 de	 suministros	 para	 Brownsville,	 de	 modo	 que	 los	 rangers	 de
Texas	 allanaron	 su	 campamento.	 Hubo	 una	 cruenta	 batalla	 antes	 del	 amanecer.	 La
densa	niebla	hacía	muy	difícil	distinguir	americanos	de	mexicanos,	todos	disparaban
contra	todos.	Al	final	los	rangers	acorralaron	a	los	hombres	de	Cortina	en	el	río.	La
niebla	 se	 levantó	 y	 los	 tejanos	 los	 acribillaron	 como	 si	 fueran	 búfalos	 con	 rifles
Sharpe	mientras	los	de	Chino	trataban	de	vadear	el	río.
    —¿Y	Cortina?
    —El	 Chino	 escapó.	 Consiguió	 llegar	 a	 Guerrero,	 en	 México,	 con	 treinta	 de	 sus
quinientos	 hombres.	 Reunió	 un	 nuevo	 ejército	 de	 guerrilleros	 y	 juró	 pelear	 por	 la
emancipación	 de	 los	 peones	 de	 la	 frontera.	 Cortina	 organizó	 otra	 gran	 incursión	 a
Texas	 en	 1861,	 pero	 fue	 poco	 más	 que	 morder	 y	 correr.	 Él	 murió	 en	 1894.	 En	 su
lecho	de	muerte,	Chino	juró	que	su	nombre	se	escribiría	a	sangre	y	fuego	dondequiera
que	encontrase	a	los	gringos	apestosos,	fuese	en	el	cielo	o	en	el	infierno.
    DelRay	tenía	los	ojos	cerrados	cuando	se	llevó	la	lata	de	Tecate	a	sus	labios,	pero
estaba	 demasiado	 bebido	 para	 tragar	 y	 la	 cerveza	 le	 rezumó	 por	 la	 pechera	 de	 la
camisa.
                                          Página	32
   —Sangre	—dijo—.	Cristo.	Apestosos	gringos.
   La	cabeza	de	DelRay	cayó	a	peso	sobre	la	barra.	Chino	se	santiguó	y	lo	dejó	tal
como	estaba.
                                    Página	33
                                      MOO	YANG
                                           Página	34
                      BREVE	VISITA	A	LA	VIUDA
Indio	 Desacato	 manejaba	 el	 volante	 con	 los	 dedos	 índice	 y	 medio	 de	 la	 mano
izquierda	mientras	conducía	lentamente	su	Lincoln	Mark	VIII	verde	bosque	por	las
polvorientas	 calles	 de	 Ciudad	 Yeguada,	 seis	 kilómetros	 al	 noroeste	 de	 Tampico,
pasada	la	medianoche.	Indio	había	oído	hablar	de	un	burdel	regentado	por	una	mujer
a	 la	 que	 llamaban	 La	Viuda,	 donde	 ninguna	 de	 las	 putas	 pasaba	 de	 los	 doce	 años.
Pensaba	que	una	chica	muy	joven	sería	una	atracción	especial	en	Sinaloa,	más	aún	si
se	sabía	que	sólo	estaba	de	paso.	Indio	había	mandado	aviso	a	La	Viuda	y	recibido
respuesta	de	que	ella	no	tenía	inconveniente	en	alquilarle	uno	de	sus	pimpollos	por
unas	semanas.	La	Viuda	le	estaba	esperando.
     Al	 final	 de	 lo	 que	 algún	 urbanista	 imbécil	 o	 soñador	 había	 bautizado	 como
Avenida	 de	 la	 Paz	 Eterna	 —como	 si	 aquel	 rincón	 de	 mundo	 hubiera	 necesitado	 o
merecido	 semejante	 denominación—	 el	 pernicioso	 mercader	 de	 carne	 torció	 a	 la
derecha	como	le	habían	dicho	que	hiciera	y	detuvo	el	Lincoln	Mark	VIII	frente	a	un
achaparrado	bungalow	con	tejado	de	uralita.	Antes	de	apearse	del	coche,	Indio	abrió
la	guantera	y	extrajo	una	pistola	automática	Glock	de	nueve	milímetros.	Introdujo	la
pistola	en	el	bolsillo	lateral	derecho	de	su	sahariana	y	escudriñó	la	calle	desierta.	Era
el	 momento	 en	 que	 la	 noche	 del	 domingo	 se	 convertía	 en	 mañana	 del	 lunes,	 la
madrugada,	 y	 todos	 los	 bribones	 y	 tenorios,	 los	 que	 trabajaban	 en	 los	 pozos	 de
petróleo,	los	que	trabajaban	en	el	banco	o	en	el	juzgado,	los	policías,	los	que	podían
permitirse	ser	clientes	de	La	Viuda,	tenían	que	respetar	por	fuerza	la	única	noche	de
la	semana	en	que	el	establecimiento	permanecía	cerrado.	Indio	lo	sabía	y	no	esperaba
problemas,	no	obstante	lo	cual	se	sentía	más	seguro	con	un	arma	encima.	Nunca	se
sabía,	 y	 menos	 en	 México,	 cuándo	 podía	 aparecer	 un	 feo	 dragón	 con	 su	 indeseable
bocanada	de	fuego.
     —Bienvenido,	 señor	 Desacato	 —dijo	 una	 guapa	 mujer	 de	 unos	 sesenta	 años	 al
aproximarse	 Indio	 a	 la	 entrada	 del	 bungalow.	 La	 mujer	 vestía	 con	 sencillez;	 un
vestido	 largo	 de	 algodón	 blanco	 y,	 sobre	 los	 hombros,	 una	 mantilla	 de	 seda	 negra
estampada	de	pájaros	color	azafrán	y	flores	escarlata—.	Es	un	placer	verle	por	aquí.
     —Usted	debe	de	ser	La	Viuda.
     —En	efecto.	Pase.
     La	Viuda	cerró	la	puerta	al	entrar	él.
     —Ha	hecho	un	largo	viaje	—dijo.
     —Me	he	entretenido	pensando	en	lo	que	me	esperaba	aquí.
     El	interior	estaba	pobremente	iluminado	pero	Indio	se	percató	de	que	el	rostro	de
la	 mujer	 evidenciaba	 una	 historia	 azarosa.	 Las	 líneas	 que	 poblaban	 su	 frente	 y	 sus
mejillas	parecían	haber	sido	practicadas	con	el	filo	de	un	cuchillo	muy	bien	afilado.	A
Indio	no	le	cupo	duda	de	que	ni	una	sola	gota	de	sangre	o	lágrima	que	ella	hubiera
                                          Página	35
derramado	 sería	 jamás	 olvidada	 por	 La	 Viuda	 o	 por	 quienes	 hubieran	 ocasionado
aquellas	heridas,	en	caso	de	que	éstos	vivieran	todavía.
     —Lástima	que	disponga	de	tan	poco	tiempo	—dijo	Indio—	para	disfrutar	de	su
hospitalidad.
     De	 la	 penumbra	 apareció	 entonces	 una	 sílfide	 con	 un	 vestido	 negro	 y	 corto.	 Su
pelo	rojo	estaba	entrelazado	en	lo	alto	de	su	cabeza,	enhiesto	como	por	la	fuerza	de
una	descarga	eléctrica.	Su	piel	era	también	cobriza,	pero	algo	más	oscura.	La	sílfide
medía	cosa	de	un	metro	veinte	y	no	pasaba	de	los	treinta	kilos.
     —La	llamamos	Perla	Roja	—dijo	La	Viuda—.	Las	razones	son	obvias.	Cumplirá
doce	años	dentro	de	tres	semanas.
     Indio	 se	 acercó	 a	 la	 muchacha	 y	 la	 miró	 detenidamente.	 Jamás	 había	 visto	 una
niña	tan	deliciosa,	tan	perfecta.	Sus	ojos	eran	enormes,	dos	esferas	amarillas	y	negras
que	despedían	una	misteriosa	luz,	una	llama	de	un	tiempo	no	recordado	antes	de	este
peligroso	 y	 terrible	 momento.	 La	 habitación	 entera	 adquirió	 un	 fulgor	 ambarino
gracias	a	la	presencia	de	Perla	Roja.
     —Ssssssssss	 —silbó	 Indio	 Desacato	 mientras	 giraba	 alrededor	 de	 la	 chica—.
Caray,	Viuda,	esto	es	más	de	lo	que	nadie	podría	soñar.
     Rozó	 la	 sublime	 cara	 redonda	 de	 Perla	 con	 las	 yemas	 de	 los	 dedos	 de	 su	 mano
derecha,	 luego	 se	 puso	 de	 rodillas	 y	 le	 acarició	 los	 pies	 descalzos,	 los	 dedos,	 los
tobillos,	las	pantorrillas,	los	muslos,	deslizando	finalmente	una	mano	por	sus	prietas	y
temblorosas	nalgas	antes	de	levantarse	otra	vez.
     —Pida	lo	que	quiera	—dijo	Indio.
     La	 chica	 agarró	 la	 Glock	 que	 Desacato	 llevaba	 en	 el	 bolsillo	 de	 la	 chaqueta,
apuntó	hacia	La	Viuda	y	apretó	el	gatillo.	Cuatro	proyectiles	invadieron	el	cuerpo	de
la	 mujer	 antes	 de	 que	 la	 pequeña	 puta	 volviera	 la	 pistola	 hacia	 sí	 misma	 e	 hiciera
fuego.	 Indio	 se	 tambaleó	 y	 cayó	 al	 suelo	 cuando	 la	 bala	 que	 había	 destrozado	 la
cuenca	 del	 ojo	 izquierdo	 de	 Perla	 Roja,	 saliendo	 por	 su	 médula	 oblonga	 posterior,
estrió	la	clavícula	de	Desacato	antes	de	sepultarse	entre	las	manos	casi	enlazadas	de
un	genuflexo	Juan	Diego[4]	representado	en	un	calendario	de	pared	que	anunciaba	la
discoteca	 Orquídea	 Negra.	 Bañado	 en	 la	 sangre	 de	 las	 féminas	 caídas,	 el	 visitante
cerró	los	ojos	y	vio	la	mueca	sonriente	de	un	jaguar.
                                          Página	36
                        EL	EXPRESO	TRISTEZA
                                         Página	37
     —¿Sí?
     —Cielo,	soy	yo.	Ava.
     —Cariño,	¿dónde	estás?
     —En	la	casa.	Escucha,	sólo	tengo	un	momento.	Indio	ha	estado	de	viaje,	regresa
esta	 noche.	 Hay	 rumores	 de	 que	 va	 a	 haber	 una	 importante	 reunión	 de	 mafiosos
dentro	de	un	par	de	días.	Resulta	que	Desacato	es	el	principal	tesorero	del	Sudoeste.
Por	eso	está	aquí	la	pasta.	No	es	de	Indio,	sino	de	la	Mafia.	Hay	que	hacerse	con	el
dinero	antes	de	que	otros	se	nos	adelanten.
     —¿Y	cómo?
     —Mañana	 por	 la	 noche	 tú	 y	 yo	 se	 lo	 vamos	 a	 quitar	 a	 Indio.	 Quiero	 que	 te
presentes	aquí	a	medianoche.	Finge	que	eres	un	cliente.
     —Eso	no	será	difícil.
     —Di	que	quieres	la	chica	más	cara	de	la	casa.	Ésa	seré	yo.
     —Cómo	no.
     —Cuando	estemos	a	solas	te	contaré	lo	que	vamos	a	hacer.
     —Estoy	en	ascuas.
     —He	de	irme.	Te	amo.
     —Yo	también,	Ava.
     Ella	colgó	primero.	DelRay	dejó	el	teléfono	en	la	mesita	y	luego	se	acercó	a	la
puerta	sin	encender	la	luz.	Antes	de	abrir	escuchó	durante	unos	instantes.	Había	un
cuerpo	tendido	en	el	suelo	a	unos	pocos	metros,	inmóvil,	cerca	de	la	escalera.	DelRay
echó	un	vistazo	al	pasillo.	No	había	nadie	más.	Se	aproximó	con	cautela	al	cuerpo,
atento	 al	 menor	 movimiento.	 Se	 inclinó	 sobre	 la	 forma	 inerte	 y	 vio	 que	 era
Framboyán	Lanzar.	Tenía	dos	pequeños	orificios	rojos	en	la	frente,	producto	sin	duda
de	sendos	proyectiles	disparados	por	un	arma	de	pequeño	calibre,	un	25	o	un	22.	Dos
hilillos	 de	 sangre	 desembocaban	 en	 las	 baldosas.	 El	 peso	 mosca	 había	 perdido	 por
K.O.
     DelRay	volvió	a	su	cuarto	y	cerró	la	puerta.	De	pronto	sintió	una	punzada	en	las
costillas	 y	 dio	 un	 respingo.	 Sinaloa,	 se	 dijo,	 era	 el	 último	 lugar	 donde	 le	 gustaría
formar	una	familia,	si	es	que	alguna	vez	llegaba	a	tenerla.
                                           Página	38
                                EXPERIMENTOS
Elvin	«El»	País	prometió	ayudarla	y	eso	hizo.	Tenía	cincuenta	y	cuatro	años,	medía
un	 metro	 sesenta	 y	 seis	 y	 medio	 con	 las	 botas	 puestas	 y	 pesaba	 ciento	 dos	 kilos
desnudo,	pero	conservaba	casi	todo	el	pelo	—una	mezcla	de	castaño	sucio	y	gris—	y
aún	podía	valerse	de	sus	gruesas	pero	robustas	extremidades.	Sus	brazos	conservaban
la	 musculatura	 de	 toda	 una	 vida	 dedicada	 a	 la	 construcción	 y	 a	 manejar	 equipo
pesado.	 El	 País	 se	 dio	 cuenta	 de	 que	 más	 de	 treinta	 y	 cinco	 años	 de	 duro	 trabajo
apenas	le	habían	dejado	nada,	económicamente	hablando.	Él	y	su	mujer	de	un	cuarto
de	siglo,	Ginger,	tenían	solamente	mil	dólares	en	una	cuenta	compartida	de	Sinaloa
Savings,	 de	 la	 que	 Elvin	 creyó	 justificado	 sacar	 la	 mitad.	 Seguramente,	 pensó,
hubiera	debido	sacar	más,	pero	no	quería	que	Ginger	le	recordara	como	un	hombre
avaricioso.
     La	primera	vez	que	Moo	Yang	le	planteó	la	posibilidad	de	escapar	juntos,	Elvin
País	no	supo	qué	decirle.
     ¿Cómo	iba	él,	un	cincuentón	gordo,	a	comenzar	una	vida	nueva	con	una	prostituta
chino-tailandesa	 de	 catorce	 años?	 Pero	 la	 idea	 le	 entusiasmó.	 Al	 no	 haber	 tenido
hijos,	su	matrimonio	con	Ginger	había	perdido	ya	toda	razón	de	ser.	Una	de	las	pocas
actividades	cuyo	interés	compartían	aún	Elvin	y	Ginger	era	el	comer,	pero	sus	magros
ingresos	 descartaban	 cualquier	 posible	 aventura	 de	 carácter	 culinario.	 Tampoco	 es
que	 ninguno	 de	 los	 dos	 tuviera	 mucha	 imaginación	 en	 ese	 campo.	 Muslo	 de	 pollo
frito,	puré	de	patata	con	jugo	de	carne,	tarta	de	limón	y	latas	de	Dr	Pepper	habían	sido
durante	décadas	su	dieta	básica.	Ginger,	especulaba	Elvin,	había	rebasado	los	ciento
treinta	kilos	hacía	veinte	años	y	ya	no	había	bajado	de	ahí.
     La	última	escaramuza	sexual,	que	Elvin	recordara,	había	tenido	lugar	el	día	de	su
cincuenta	aniversario.	Ginger	le	regaló	un	número	de	la	revista	Juggs,	y	mientras	él
miraba	 fotografías	 de	 mujeres	 tetudas	 ella	 le	 masturbó	 con	 un	 trapo	 de	 cocina
empapado	 en	 una	 mezcla	 de	 jalea	 de	 pomelo	 y	 aceite	 lubricante.	 Una	 amiga	 de
Ginger,	 Earlene	 Weld,	 le	 había	 hablado	 de	 un	 artículo	 aparecido	 en	 Cosmopolitan
sobre	la	necesidad	de	alegrar	la	vida	sexual	de	la	gente	casada,	donde	se	sugería	el
empleo	de	miel	y	aceite	a	modo	de	refuerzo	conyugal;	Ginger	lo	había	probado	con	lo
que	tenía	más	a	mano.
     Empero,	el	episodio	tuvo	una	desdichada	conclusión.	Después	de	correrse,	Elvin
se	 quedó	 dormido	 y	 Ginger	 fue	 al	 cuarto	 de	 baño	 para	 lavarse	 las	 manos.	 Mientras
estaba	en	ello	unas	hormigas	rojas	se	introdujeron	en	el	tarro	de	la	jalea,	que	Ginger
había	 dejado	 abierto	 en	 el	 suelo	 junto	 al	 homenajeado,	 y	 de	 allí	 las	 diabólicas
criaturas	procedieron	a	asaltar	los	bien	untados	genitales	de	Elvin.	Éste	tardó	varias
semanas	en	recuperarse	de	las	mordeduras,	los	primeros	quince	días	ingresado	en	un
hospital	de	Sinaloa,	período	durante	el	cual	la	micción	sólo	le	fue	posible	mediante
                                          Página	39
cateterismo.	Aquel	mal	trago	consiguió	fomentar	muy	poco	las	ganas	de	la	pareja	por
seguir	experimentando	en	el	ámbito	sexual.
     Desde	 aquel	 día	 Elvin	 iba	 cada	 dos	 semanas	 a	 La	 Casa	 Desacato	 para	 que	 le
hiciesen	una	mamada.	Hasta	la	llegada	de	Moo	Yang,	sin	embargo,	no	había	sentido
el	 impulso	 de	 superar	 este	 aparente	 callejón	 sin	 salida.	 Tras	 el	 tiroteo	 en	 que	 había
estado	 involucrado	 Big	 Chief	 Buffalo	 Horn	 —acción	 que	 la	 policía	 consideró
plenamente	 justificada	 por	 parte	 de	 Moo	 Yang—	 la	 joven	 chino-tailandesa	 había
empezado	 a	 planear	 su	 fuga.	 El	 País	 era	 su	 cliente	 más	 simpático	 y,	 con	 mucho,	 el
menos	complicado	o	sexualmente	problemático.	Cuando	ella	le	pidió	que	se	fugaran
juntos,	 País	 accedió	 en	 seguida.	 Moo	 Yang	 intentó	 hacerle	 una	 segunda	 felación
aquella	noche	pero	Elvin	no	estaba	para	esos	trotes;	le	dijo	que	con	una	cada	quince
días	 tenía	 suficiente.	 Moo	 Yang	 sonrió	 por	 primera	 vez	 desde	 que	 abandonara	 Port
Arthur.	El	País	era	su	hombre.
     Un	 día	 de	 madrugada,	 Moo	 Yang	 saltó	 desde	 la	 ventana	 trasera	 de	 un	 segundo
piso	al	colchón	que	Elvin	había	puesto	sobre	la	plataforma	de	su	pickup	Ford	de	tres
cuartos	de	tonelada.	País	salió	volando	con	la	chica,	y	todo	parecía	ir	bien	hasta	que
se	 dio	 cuenta	 de	 que	 con	 las	 prisas	 había	 olvidado	 llenar	 el	 depósito.	 Pararon	 en	 la
Red	Devil	de	Excello	Pomus	al	salir	de	Sinaloa,	y	Él	estaba	llenando	el	depósito	del
Ford	cuando	Thankful	Priest	apareció	en	la	gasolinera	en	su	Barracuda	descapotable
del	69.
     Priest	aparcó	el	convertible	junto	al	pickup	de	Elvin	y	le	dijo	a	éste:	«Tienes	algo
que	pertenece	al	señor	Desacato».
     El	País	soltó	el	surtidor	de	gasolina	y	retrocedió.	El	hercúleo	y	monocular	sicario
de	 Indio	 desalojó	 su	 vehículo	 con	 un	 espantoso	 objeto	 negro	 y	 centelleante	 en	 la
mano.
     —Yo	sólo	trataba	de	serle	útil	—dijo	País.
     —¡No	hagas	daño	a	mi	héroe!	—gritó	Moo	Yang.
     —Prueba	esto,	héroe	—replicó	Thankful,	y	convirtió	en	pad	tai	al	chico	de	Moo
Yang	con	su	metralleta.
     La	chica	saltó	de	la	camioneta	y	echó	a	correr.	Thankful	Priest	la	alcanzó	treinta
segundos	más	tarde,	cortándole	el	paso	con	su	Barracuda.
     —Vamos,	Moo	Yang.	Sube.
     Moo	 Yang	 cayó	 de	 hinojos	 sobre	 el	 agrietado	 asfalto	 y	 se	 tapó	 la	 cara	 con	 las
manos.	El	sol	estaba	saliendo.	Empezó	a	gritar.
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                        LÁGRIMAS	SOLITARIAS
La	ejecución	por	inyección	letal	de	un	doble	asesino	de	policías	llamado	Roy	R-Boy
Willis	estaba	programada	para	las	cinco	y	cuarenta	y	dos	minutos,	hora	en	que	debía
despuntar	el	día.	Willis,	que	había	sido	inscrito	ciertamente	como	Roy	R-Boy	por	sus
padres	en	la	partida	de	nacimiento,	era	natural	de	Sinaloa	y	había	sido	una	estrella	del
equipo	de	fútbol	del	instituto,	cuyos	Sinaloa	Sidewinders	[Crótalos]	habían	ganado	el
campeonato	 estatal	 en	 los	 tres	 años	 que	 Willis	 había	 jugado	 con	 ellos	 como
quarterback[6]	 titular.	 En	 calidad	 de	 tal,	 Roy	 R-Boy,	 que	 posteriormente	 hizo	 dos
mediocres	temporadas	en	la	Texas	Christian	University	debido	a	las	muchas	lesiones,
alcanzó	categoría	de	leyenda	entre	los	aficionados	al	fútbol	del	estado	de	la	Estrella
Solitaria[7].	Dicho	de	otro	modo,	R-Boy,	que	es	como	casi	todo	el	mundo	le	llamaba,
fuese	o	no	conocido	suyo,	era	una	de	las	personas	más	famosas	de	esa	parte	del	país.
Incluso	 los	 baptistas	 más	 recalcitrantes	 —aunque	 a	 buen	 seguro	 eso	 les	 habría
costado	 un	 grandísimo	 esfuerzo—	 tenían	 que	 admitir	 en	 el	 fondo	 de	 sus	 corazones
que	 durante	 el	 apogeo	 de	 su	 carrera	 R-Boy	 Willis	 era	 tan	 querido	 para	 ellos	 como
Jesús.
    El	que	Willis	hubiera	dado	aquel	paso	en	falso	era	una	circunstancia	trágica	que
ningún	 habitante	 de	 Sinaloa	 se	 resignaba	 a	 aceptar.	 Según	 el	 artículo	 que	 DelRay
Mudo	 leyó	 en	 un	 San	 Antonio	 Light	 atrasado	 que	 encontró	 sobre	 la	 butaca	 que
Arkadelphia	 Quantrill	 Smith	 utilizaba	 habitualmente	 en	 el	 vestíbulo	 del	 Tom	 Horn,
Roy	R-Boy,	convaleciente	de	unas	lesiones	deportivas,	había	ingresado	en	secreto	en
un	 grupo	 supremacista	 blanco,	 los	 Christ’s	 Teardrops	 [Lágrimas	 de	 Cristo],
hermandad	dedicada	a	vengar	lo	que	ellos	denominaban	«delitos	de	impureza».
    Los	padres	de	Roy	no	eran	evangélicos	ni	carismáticos	sino	baptistas	temerosos
de	Dios,	y	habían	inculcado	a	sus	cuatro	hijos,	de	los	cuales	R-Boy	era	el	mayor,	los
prejuicios	 corrientes	 para	 la	 época.	 Estaban	 a	 dos	 velas	 sobre	 las	 actividades
extremistas	de	Roy.
    —R-Boy	nunca	ha	sido	un	pendenciero	—decía	Estheruth	Willis,	su	madre—.	Es
un	chico	bien	educado.
    —A	 mí	 no	 me	 parece	 bien	 matar	 agentes	 de	 la	 ley	 —decía	 Worth	 «Cakewalk»
Willis,	el	padre	de	Roy,	que	a	su	vez	había	sido	corredor	estrella	en	el	equipo	de	la
Southern	 Methodist—,	 pero	 R-Boy	 creía	 en	 su	 misión	 divina	 y	 los	 otros	 se	 le
pusieron	en	medio.	Seguramente	pensó	que	una	instancia	superior	le	había	otorgado
licencia	para	matar,	y	sólo	hizo	que	obrar	en	consecuencia.
    Tras	colgar	los	estudios	superiores	antes	de	iniciar	su	penúltimo	curso,	R-Boy	se
había	 puesto	 a	 trabajar	 en	 una	 empresa	 de	 alquiler	 de	 coches	 en	 Odessa.	 Su
propietario,	 Bundren	 «War»	 Bond,	 era	 un	 gran	 forofo	 del	 equipo	 de	 la	 Texas
Christian	 y,	 como	 se	 supo	 después,	 el	 principal	 patrocinador	 de	 los	 Christ’s
                                         Página	41
Teardrops.	 Como	 instrumentos	 de	 esta	 cuadrilla	 de	 vigilantes	 derechistas	 cristianos,
Roy	R-Boy	y	sus	compinches	prendieron	fuego	a	casas	ocupadas	por	minorías	étnicas
—esto	 es,	 no	 blancos	 (judíos	 incluidos)—	 en	 un	 intento	 de	 «acojonarlos	 y	 que	 se
larguen	de	Texas»,	como	decía	Bond.
     Una	 noche,	 después	 de	 quemar	 una	 vivienda	 en	 San	 Angelo	 donde	 seis
americano-yemeníes,	tres	de	ellos	niños,	perecieron	en	sus	camas,	R-Boy	y	Spartacus
«Sparky»	 Bond,	 el	 sobrino	 de	 War	 Bond,	 fueron	 vistos	 por	 el	 vecino	 de	 una	 de	 las
víctimas	 huyendo	 de	 la	 escena	 del	 crimen.	 El	 vecino	 llamó	 a	 la	 policía	 y	 dio	 la
descripción	del	Chevrolet	negro	modelo	Grand	National	de	R-Boy,	incluida	la	chapa
de	 matrícula	 tears	 r-us.	 La	 patrulla	 alcanzó	 a	 los	 asesinos	 cerca	 de	 Ozona,
produciéndose	acto	seguido	un	terrible	tiroteo	del	que	resultaron	muertos	dos	policías
estatales	y	Sparky	Bond.	R-Boy	consiguió	escabullirse	hasta	llegar	a	las	cercanías	de
Sinaloa,	donde	la	policía	había	montado	un	control	creyendo	que	Willis	se	dirigiría	a
su	ciudad	natal	para	pedirles	dinero	a	sus	padres	u	ocultarse	en	casa	de	algún	antiguo
amigo.
     Cuando	vio	la	carretera	bloqueada	R-Boy	pisó	a	fondo	el	freno	de	su	polvoriento
Grand	National,	permaneció	en	su	interior	mientras	los	policías	empezaban	a	rodearle
con	 las	 armas	 desenfundadas,	 y	 entonces	 aceleró	 de	 golpe.	 Temiendo	 que	 Willis
tratara	de	lanzarse	contra	la	barricada,	los	agentes	abrieron	fuego	sobre	el	vehículo.
El	Grand	National	absorbió	noventa	y	seis	balas	de	esta	andanada	pero	su	ocupante
sobrevivió	 de	 milagro,	 sufriendo	 tan	 sólo	 varios	 rasguños	 en	 ambos	 brazos	 y	 el
arañazo	de	una	bala	en	lo	alto	de	su	cabeza	rapada,	en	la	coronilla	de	la	cual	se	había
hecho	tatuar	dos	lágrimas	azules.
     Roy	 R-Boy	 rehusó	 comunicarse	 con	 nadie,	 ni	 siquiera	 con	 sus	 padres,	 desde	 el
momento	de	su	captura	hasta	cinco	años	después,	a	tres	días	de	su	ejecución,	cuando
redactó	lo	siguiente	para	que	fuera	del	dominio	público:	«Habéis	abierto	de	par	en	par
las	 Puertas	 del	 Infierno	 y	 permitido	 que	 los	 terroristas	 de	 Satán	 moren	 entre	 los	 de
Cristo.	Os	sentenciáis	a	vosotros	mismos	a	una	muerte	temprana	tan	seguro	como	que
me	condenáis	a	mí,	que	era	vuestro	servidor.	Caiga	la	vergüenza	eterna	sobre	aquellos
cobardes	que	contemplan	en	silencio	cómo	caen	las	últimas	Lágrimas».
                                           Página	42
                               EL	SUEÑO	DE	AVA
Ava	soñó	que	viajaba	en	autobús	por	México	capital,	o	un	lugar	que	ella	suponía	era
México	capital,	ciudad	en	donde	no	había	estado	nunca.	Era	el	autobús	número	cuatro
de	 la	 línea	 Roja	 y	 atravesaban	 un	 gran	 parque	 en	 la	 oscuridad	 de	 la	 noche.	 El
perímetro	 del	 parque	 estaba	 engalanado	 de	 farolas	 amarillas.	 El	 aire	 se	 iba
empañando	 a	 marchas	 forzadas.	 Había	 sombras	 detrás	 de	 las	 farolas,	 formas
irregulares	 que	 Ava,	 desde	 su	 asiento	 próximo	 a	 una	 ventana	 del	 autobús,	 no
conseguía	percibir	con	nitidez	o	identificar.
    De	 pronto	 se	 abrieron	 las	 puertas.	 Hombres	 menudos	 y	 morenos	 entraban	 en
tropel	invadiendo	el	autobús,	vestidos	todos	ellos	de	negro	y	tocados	con	el	gorro	de
lana	 de	 los	 montañeses.	 Hablaban	 a	 gran	 velocidad	 en	 un	 dialecto	 que	 Ava	 no
entendía,	 y	 en	 lugar	 de	 ocupar	 los	 asientos	 se	 sentaban	 en	 el	 pasillo	 central.	 Eran
tantos	que	se	tropezaban	unos	con	otros	y	caían	profiriendo	gritos	y	exclamaciones	de
disgusto.
    Ava	 se	 arrimó	 cuanto	 pudo	 a	 la	 ventana	 para	 no	 entrar	 en	 contacto	 físico	 con
aquellos	 hombres	 haciendo	 que	 cayeran	 encima	 de	 ella.	 En	 el	 sueño,	 Ava	 era	 una
chiquilla	 de	 unos	 nueve	 o	 diez	 años.	 Volvió	 a	 mirar	 las	 farolas	 que	 bordeaban	 el
parque;	eran	azules	y	el	autobús	estaba	pasando	por	un	paisaje	distinto.	Ava	se	daba
cuenta	de	que	los	hombres	debían	de	haber	saltado	al	autobús	en	marcha.	Entonces
veía	a	su	madre	sentada	en	una	carreta	al	borde	de	la	calzada.	El	asno	estaba	tumbado
en	 el	 suelo,	 todavía	 enjaezado,	 pero	 parecía	 muerto	 y	 sus	 patas	 estiradas	 formaban
ángulos	extraños.
    «¡Mamacita!	 ¡Mamacita!»,	 gritaba	 la	 pequeña	 Ava.	 Intentaba	 abrir	 la	 ventana
pero	no	había	forma.	El	autobús	pasaba	con	estruendo	junto	a	la	carreta	y	la	bestia
postrada	en	tierra.	Ava	reclamaba	histérica	a	su	madre.	Entonces	saltaba	de	su	asiento
pisando	a	varios	hombres,	desesperada	por	salir	del	autobús.	Los	hombrecillos	hacían
caso	omiso	mientras	ella	los	pisoteaba;	seguían	hablando	a	gran	velocidad	en	aquel	su
incomprensible	 idioma,	 ajenos	 a	 los	 apuros	 de	 la	 niña.	 Ava	 aporreaba	 la	 puerta	 e
imploraba	 al	 conductor	 —si	 es	 que	 había	 tal—	 que	 parara	 y	 la	 dejase	 bajar	 del
autobús.
    Por	fin	la	puerta	cedía.	Más	que	abrirse,	se	desprendía	o	desaparecía	como	si	no
hubiera	 habido	 ninguna.	 Ava	 se	 encontraba	 a	 solas	 al	 borde	 de	 una	 masa	 de	 agua
negra.	 Podía	 ver	 luces	 al	 otro	 lado	 del	 estanque,	 las	 farolas	 amarillas	 del	 parque.
Tenía	que	encontrar	a	su	madre	y	empezaba	a	andar	alrededor	del	estanque,	siguiendo
la	ruta	que	le	parecía	más	rápida	para	llegar	a	la	carreta.
    Diez	 pasos	 más	 y	 Ava	 se	 veía	 con	 el	 agua	 hasta	 la	 cintura.	 No	 podía	 moverse.
Notaba	como	si	la	mitad	inferior	de	su	cuerpo	hubiera	desaparecido,	engullida	por	la
negrura.	 Ava	 trataba	 de	 gritar,	 pero	 parecía	 tener	 un	 objeto	 en	 la	 garganta	 que	 le
                                          Página	43
impedía	emitir	sonido	alguno.	Empezaba	a	arquear	y	a	toser	en	un	intento	de	expulsar
aquel	 impedimento.	 El	 agua	 pasaba	 de	 negra	 a	 roja.	 La	 pequeña	 Ava	 se	 estaba
ahogando	en	sangre.
   Despertó	 resollando	 y	 con	 los	 ojos	 llenos	 de	 lágrimas.	 Se	 las	 secó	 y	 trató	 de
acompasar	su	respiración.	Entonces	oyó	un	ruido	en	lo	alto	y	miró	hacia	el	techo.	Un
pequeño	murciélago	marrón	oscuro	pendía	de	la	moldura.
                                         Página	44
                          EL	SUEÑO	DE	DELRAY
DelRay	decidió	dormir	un	rato	antes	de	ir	a	ver	a	Ava.	Se	bebió	tres	cervezas	y	antes
de	terminar	la	última	salió	al	pasillo	para	ver	si	el	cuerpo	de	Franboyán	Lanzar	seguía
allí.	 Así	 era.	 Cerró	 la	 puerta,	 fue	 dando	 tumbos	 hasta	 la	 cama,	 se	 acostó	 e
inmediatamente	se	quedó	dormido.
     DelRay	soñó	que	él	y	su	padre,	que	parecía	sólo	un	poco	mayor	de	lo	que	DelRay
era	ahora	(y	también	en	el	sueño),	caminaban	juntos	por	un	angosto	sendero	a	través
de	 una	 selva	 habitada	 por	 maravillosos	 pájaros	 cantores.	 Extasiado	 por	 la	 música,
Duro	 apretaba	 el	 paso	 y	 su	 hijo	 se	 veía	 obligado	 a	 apresurarse	 para	 no	 perderlo	 de
vista.	Duro	se	iba	adentrando	más	y	más	en	la	espesura.	DelRay	tenía	dificultad	para
no	quedarse	atrás.	Aves	de	exquisitos	colores	pasaban	volando	frente,	sobre	y	junto	a
ellos.	 DelRay	 no	 había	 visto	 nunca	 aquellas	 tonalidades	 de	 rojo,	 amarillo,	 verde	 y
azul.	Su	brillo	le	cegaba	de	tal	manera	que	había	de	detenerse	y	cerrar	los	ojos.	Al
abrirlos	de	nuevo	y	mirar	en	derredor,	Duro	había	desaparecido.
     DelRay	gritaba	a	su	padre,	pero	la	única	respuesta	procedía	de	los	pájaros.	Seguía
adelante,	luchando	a	brazo	partido	con	el	espeso	follaje	que	le	rodeaba.	Al	poco	rato,
sintiéndose	 cansado,	 se	 sentaba	 en	 el	 suelo	 para	 descansar.	 Una	 víbora	 de	 franjas
blancas	y	anaranjadas	aparecía	frente	a	él	agitando	su	cabeza	triangular	y	disparando
su	morada	lengua	bífida.	DelRay	advertía	que	la	serpiente	no	tenía	ojos.	Con	la	mano
derecha	acariciaba	al	reptil,	que	se	enroscaba	a	la	muñeca	de	DelRay.	Entonces	Duro
salía	en	tromba	de	la	foresta	empuñando	un	machete	y	de	un	solo	golpe	cercenaba	el
brazo	derecho	de	su	hijo.
     DelRay	despertó	empapado	en	sudor.	Se	levantó	y	fue	a	abrir	la	puerta	que	daba
al	pasillo.	El	cuerpo	de	Framboyán	no	estaba	allí.
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                    UNA	BUENA	COMBINACIÓN
Indio	Desacato	palpó	con	cuidado	el	grueso	vendaje	que	llevaba	al	cuello.	El	apósito
restringía	sus	movimientos,	y	hubo	de	girar	todo	el	cuerpo	a	fin	de	agarrar	el	teléfono
de	su	despacho	y	hablar	por	él.
    —Diga.
    —Jefe,	soy	yo.	Thankful.
    —¿Dónde	estás?
    —En	Dallas.	Usted	me	dijo	que	fuera	a	recoger	a	la	italiana,	¿se	acuerda?
    —Ah,	sí.	Desde	que	me	dispararon	no	rijo	como	antes.
    —Siento	lo	que	le	pasó,	jefe.	Hoy	día	no	se	puede	ir	a	ninguna	parte	que	no	salga
un	tío	pegando	tiros.	¿Qué	tal	se	encuentra?
    —Mejor	que	La	Viuda.	Ella	ya	no	siente	nada.	He	visto	el	nagual,	amigo.	Le	miré
a	los	ojos	y	vivo	para	contarlo.	Aún	no	me	lo	creo.	¿Cuándo	llega	el	avión?
    —En	 Milán	 hacía	 mal	 tiempo.	 Lleva	 tres	 horas	 de	 retraso.	 Reservaré	 una
habitación	en	un	hotel	y	volveré	mañana.
    —Que	sean	dos,	Priest.	Se	trata	de	mercancía	muy	valiosa.
    —No	pensaba	tocarla,	jefe.	He	creído	que	sería	mejor	una	sola	habitación.	Tendré
los	ojos	bien	abiertos,	por	si	trata	de	escapar.
    —Tú	 sólo	 tienes	 un	 ojo,	 chico.	 Si	 quieres	 conservarlo,	 aparta	 las	 manos	 de	 la
mercancía.
    —Claro,	jefe,	claro.	No	es	que	tuviera	malos	pensamientos.
    —Todos	 los	 tenemos,	 Thankful,	 cuando	 surge	 la	 oportunidad.	 Santiago,	 el
hermano	del	Señor,	dijo:	«Cada	uno	es	tentado	por	su	propio	deseo,	que	lo	atrae	y	lo
seduce.	Luego,	cuando	el	deseo	ha	concebido,	pare	el	pecado;	y	el	pecado,	una	vez
consumado,	pare	la	muerte».
    —Queda	claro.
    —Eso	pensaba.	Hasta	mañana.
    —Nos	veremos	entonces,	jefe,	con	el	género.
    Indio	colgó.	El	teléfono	sonó	de	nuevo	cuando	él	aún	no	había	apartado	la	mano.
    —Diga.
    —Hola,	Indio.	Soy	Sonny.
    —¡Sonny!	¿Dónde	estás?
    —En	Las	Vegas.	Me	voy	esta	noche	a	Houston,	así	que	nos	veremos	mañana	por
la	noche,	tal	como	estaba	previsto.
    —Estoy	impaciente	por	verte.	¿Va	a	venir	Emilio?
    —Me	temo	que	no.	Tiene	un	lío	en	Detroit.	Supe	que	te	llevaste	un	rasguño	allá
en	México.	¿Estás	bien?
    Indio	se	tocó	el	vendaje	del	cuello	y	el	hombro.
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    —Sobreviviré.
    —Chicas	y	pistolas	nunca	han	sido	una	buena	combinación.
    —Lo	mismo	creo	yo,	Sonny.
    —¿Te	he	contado	alguna	vez	lo	de	Sheila,	mi	segunda	esposa,	que	me	despertó	un
día	apuntándome	a	la	polla	con	el	cañón	de	un	cuarenta	y	cinco?
    —Pues	no.
    —Sheila	 descubrió	 que	 me	 tiraba	 a	 LaMona,	 la	 que	 después	 fue	 mi	 tercera
esposa.	Me	amenazó	con	volarme	el	bálano	si	no	dejaba	de	verla.
    —Caray,	Sonny.
    —Juré	que	lo	haría	por	la	tumba	de	mi	abuela	Natalia.	En	cuanto	desamartilló	el
revólver	 le	 di	 un	 puñetazo	 en	 la	 nariz.	 Ya	 ves	 tú,	 la	 que	 sí	 me	 pegó	 un	 tiro	 fue
LaMona.	En	el	pie	derecho.
    —¿Tu	tercera	esposa?
    —Exacto.	Descubrió	que	me	tiraba	a	Penny	Annie,	que	por	entonces	bailaba	en
Caesar’s.
    —¿Te	casaste	con	ella?
    —¿Con	Penny	Annie?
    —Sí.
    —Qué	va.	Lo	habría	hecho,	pero	se	la	cargaron	con	Ralphie	el	Rumano	en	el	yate
de	éste.
    —Ah,	sí.	El	clan	de	Saigón.
    —Fue	una	suerte.	Que	no	me	casara	con	ella,	quiero	decir.	No	sé	por	qué,	pero	las
mujeres	y	yo	no	acabamos	de	llevarnos	bien.	Hasta	mañana,	Indio.
    —Hasta	mañana,	Sonny.
                                           Página	47
                          EL	LAGARTO	TUERTO
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    —¡Bienvenido	al	One-Eyed	Lizzard!	—retumbó	una	voz	a	su	espalda.
    Mudo	giró	ciento	ochenta	grados	y	vio	a	una	mujer	de	pelo	blanco	que	debía	de
medir	más	de	un	metro	ochenta.	Tenía	nariz	de	halcón	y	ojos	de	lo	mismo.	Llevaba
una	camisa	a	cuadros	y	unos	tejanos	que	sostenía	mediante	unos	tirantes	rojos	que	se
combaban	a	la	altura	de	sus	senos	enormes.	DelRay	calculó	que	tendría	cincuenta	y
cinco	años,	más	o	menos.
    —Bueno,	¿vas	a	tomar	algo	o	no?	—ladró	la	mujer.
    DelRay	volvió	a	la	barra.
    —No	he	visto	nadie	que	atendiera.
    —Pero	ahora	sí,	¿verdad?
    —Desde	luego.
    —¿Qué	va	a	ser?
    —Pues…	una	Lone	Star.
    La	mujer	achicó	los	ojos	y	le	miró	con	detenimiento.
    —Veo	que	eres	un	chico	turbio.
    —¿Turbio,	dice?
    —No	muy	seguro	de	ti	mismo.
    La	 mujer	 sacó	 una	 botella	 de	 cerveza,	 le	 quitó	 la	 chapa	 y	 la	 puso	 delante	 de
DelRay,	dejando	que	la	espuma	se	derramara	sobre	el	mostrador.
    —¿Y	usted	cómo	lo	sabe?
    La	mujer	soltó	una	risotada.
    —Podría	decirte	muchas	cosas	más,	pero	no	pienso	hacerlo.	Tengo	un	don.
    —¿Un	don?
    —Sí,	el	de	ver	el	presente	y	el	futuro	al	mismo	tiempo.	¿Ves	mis	ojos?
    DelRay	se	fijó	en	ellos.	Eran	azul	claro	y	tenían	unas	pupilas	extraordinariamente
dilatadas.
    —Soy	vidente,	muchacho.	Igual	que	Amos,	Asaf,	Gad,	Samuel	y	Zadok.	Habrás
oído	hablar	de	ellos.
    —No,	señora.
    —¿Tú	dónde	fuiste	al	colegio,	chico?
    —En	Arizona.
    La	mujer	se	inclinó	hacia	delante	con	sus	grandes	manos	bien	ancladas	en	la	barra
y	 miró	 fijamente	 a	 DelRay.	 Su	 ojo	 derecho	 empezó	 a	 pasearse,	 a	 saltar,	 a	 girar.
DelRay	estaba	boquiabierto.
    —¿Es	su	ojo	derecho	el	que	ve	el	futuro?
    La	mujer	se	echó	hacia	atrás.	El	ojo	se	sosegó.
    —«Rompe	el	brazo	del	impío	—dijo—,	exige	de	su	mal	las	cuentas	al	malvado
hasta	que	ya	no	encuentres	ninguna».
    DelRay	dijo:
    —¿Se	refiere	a	Indio?
    —Bébete	eso	y	vete.
                                          Página	49
     DelRay	echó	un	buen	trago	de	la	botella,	volvió	a	dejarla	sobre	la	barra	y	extrajo
un	dólar	del	bolsillo.
     —Es	gratis	—dijo	la	mujer—.	Sigue	tu	camino.	Te	envío	como	oveja	en	medio	de
lobos.
     DelRay	 corrió	 bajo	 el	 aguacero,	 montó	 en	 el	 coche	 y	 se	 quedó	 allí	 sentado
pensando	en	lo	que	había	dicho	la	mujer.	De	repente,	un	solitario	rayo	vertical	nube-
tierra	 surgió	 como	 una	 mancha	 fucsia	 de	 la	 masa	 de	 cúmulos.	 La	 descarga	 tiñó	 de
azul	el	tejado	metálico	de	El	Lagarto	Tuerto	al	tiempo	que	ponía	en	marcha	el	motor
del	 Cutlass.	 DelRay	 permaneció	 tembloroso	 en	 el	 interior	 del	 coche	 al	 ralentí.	 Su
verga	dio	una	sacudida,	y	Del	notó	que	tenía	una	erección.
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                                  CALENTURA
Cuando	 DelRay	 llegó	 a	 La	 Casa	 Desacato	 pasaban	 diez	 minutos	 de	 las	 doce	 de	 la
noche.	No	había	estado	nunca	allí,	de	modo	que	no	sabía	qué	podía	encontrarse.	Una
mexicana	de	mediana	edad	con	un	vestido	negro	corriente,	prendida	una	gardenia	en
su	 canoso	 pelo	 negro	 mediante	 una	 peineta	 roja,	 salió	 a	 recibirle.	 Su	 rostro
agradablemente	 surcado	 de	 arrugas	 parecía	 sereno,	 a	 excepción	 de	 los	 ojos,	 cuya
centelleante	intensidad	asustó	a	DelRay.
    —¿Puedo	servirle	en	algo?	—preguntó	ella.
    —Quiero	 la	 chica	 más	 cara	 de	 la	 casa.	 Tengo	 dinero.	 —Mudo	 arrastró	 las
palabras	fingiendo	estar	un	poco	bebido.
    La	 mujer	 le	 franqueó	 el	 paso.	 «Espere	 aquí»,	 dijo	 señalando	 a	 unas	 sillas	 de
cómodo	aspecto,	y	dejó	a	DelRay	solo	en	la	habitación	a	media	luz.
    Mudo	 empezó	 a	 preguntarse	 dónde	 estaría	 la	 gente,	 por	 qué	 no	 se	 oía	 ningún
ruido.	Un	minuto	después	apareció	Ava,	sola,	envuelta	en	una	escueta	túnica	rosa.
    —Hola,	chico	—dijo—.	Yo	me	llamo	Ava.
    Cogió	a	DelRay	del	brazo	y	le	llevó	por	un	largo	pasillo	hasta	una	alcoba.	Una
vez	dentro,	Ava	cerró	la	puerta	con	llave.
    —Caray,	Ava…
    Ella	le	besó	con	ardor,	haciéndole	daño.	Luego	tomó	las	manos	de	DelRay	y	las
puso	sobre	sus	tetas,	arrimándose	a	él.
    —Follemos	antes	de	matar	a	Indio	—dijo	Ava,	despojándose	de	la	túnica,	que	era
lo	único	que	llevaba	puesto.
    A	DelRay	le	pareció	que	estaba	rara,	y	se	quedó	quieto.
    —Vamos,	Del.	Hagámoslo.
    Ava	fue	hacia	la	cama,	se	arrodilló	encima	y	le	tendió	la	mano	izquierda.	DelRay
se	quitó	los	zapatos	y	el	pantalón	y	se	le	acercó.	Ava	se	tumbó	de	espaldas	y	abrió	las
piernas.
    —Te	necesito,	Del.	No	sabes	cuánto.
    Ava	estiró	el	brazo;	DelRay	la	tenía	blanda.	Ella	le	acarició	primero	con	suavidad
y	 luego	 con	 energía	 a	 medida	 que	 la	 sangre	 iba	 subiendo.	 Cuando	 se	 le	 hubo
empinado	lo	suficiente,	ella	le	guió	hacia	dentro.
    —¡Follame,	Del!	¡Follame	a	lo	bestia!	¡Rápido,	jódeme	rápido!
    DelRay	empezó	a	empujar.	Notó	el	enorme	calor	que	emanaba	del	cuerpo	de	Ava
e	hizo	todo	lo	que	pudo,	pero	no	era	eso	lo	que	DelRay	quería.	Sin	embargo,	lo	que
DelRay	quería	no	tenía	importancia	para	Ava.	Ella	se	valía	de	su	polla	en	beneficio
propio,	a	él	no	le	hacía	el	menor	caso.	Esta	Ava	era	distinta	de	la	que	DelRay	había
conocido	 y	 amado.	 Ella	 empezó	 a	 arquearse,	 a	 gruñir	 sin	 parar.	 DelRay	 procuró
mantener	el	cuerpo	rígido	y	dejarla	hacer	a	ella.	Vio	que	se	le	ponía	la	cara	casi	negra,
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que	 cerraba	 los	 ojos.	 Cuando	 los	 abrió	 brevemente,	 le	 recordaron	 los	 de	 un	 caballo
salvaje.	Ava	agitaba	su	crin	a	un	lado	y	a	otro.	Del	la	penetró	tan	a	fondo	como	dio	de
sí,	 empujando	 y	 siendo	 empujado	 hasta	 notar	 las	 contracciones	 del	 coño	 y	 la
vibración	 de	 los	 músculos.	 Ava	 se	 aferró	 a	 él	 con	 brazos	 y	 piernas	 tan	 fuerte	 como
pudo	y	luego	le	dejó	ir,	y	se	dejó	ir.
     —Tú	no	te	has	corrido,	¿verdad?
     —No.
     Ava	rió.
     —Bueno,	te	debo	uno.
     DelRay	salió	de	dentro	y	se	tumbó	boca	arriba.
     —¿Dónde	está	Indio?	—preguntó.
     —Durmiendo	un	poco	en	su	habitación.	En	México	le	rozó	una	bala.	Nosotros	lo
acribillaremos	del	todo.	¿Preparado?
     La	polla	de	DelRay	se	irguió	contra	su	vientre.	Ava	se	puso	de	rodillas	y	acercó	la
cabeza.
     —Primero	voy	a	ocuparme	de	esto	—dijo—.	Cuando	termine	pondremos	manos	a
la	obra.
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                                          RIFIFI
—Casi	todas	las	chicas	han	ido	a	una	fiesta	particular	—le	explicó	Ava	a	DelRay—.
En	un	rancho	de	las	afueras.	Por	eso	está	todo	tan	tranquilo.
    Ava	vestía	tejanos,	botas,	camisa	vaquera	y	el	pañuelo	verde	con	loros	que	él	le
había	 comprado	 en	 Nogales.	 Llevaba	 encima	 dos	 pistolas	 Sig	 Sauer	 de	 nueve
milímetros,	una	de	las	cuales	entregó	a	DelRay.
    —¿De	dónde	las	has	sacado?
    —De	un	cliente	que	se	llama	Farfel	El	Perro.	Un	traficante	de	armas	de	Zip	City,
Alabama.
    —¿Con	qué	le	pagaste?
    —¿De	veras	quieres	saberlo?
    —Sí.
    —Le	 dejé	 entrar	 por	 la	 puerta	 de	 atrás	 sin	 chubasquero.	 Es	 ideal	 para	 pillar	 el
sida,	pero	pensé	que	debía	correr	ese	riesgo	por	la	causa.
    —¿La	causa?
    Ava	le	besó	rápidamente	en	la	boca.
    —Vámonos,	Del.	Contamos	con	muy	poquito	tiempo.
    Recorrieron	el	pasillo	y	luego	otro	más	hasta	llegar	a	unas	puertas	de	palisandro
en	lo	que	DelRay	supuso	debía	de	ser	la	otra	punta	del	edificio.	Ava	se	sacó	una	llave
de	un	bolsillo	del	pantalón	y	la	introdujo	en	la	cerradura.	La	hizo	girar	despacio	hasta
que	ambos	oyeron	un	clic	y	Ava	abrió	una	de	las	hojas	de	la	puerta.
    Indio	 dormía	 a	 pierna	 suelta	 en	 posición	 fetal	 en	 su	 cama	 de	 cuatro	 pilares	 y
dosel.	La	pareja	se	le	acercó	con	sigilo.	Ava	apoyó	la	punta	de	su	pistola	en	la	oreja
derecha	del	proxeneta.
    —Arriba,	Desacato	—dijo	Ava.
    Él	se	rebulló.	Abrió	un	ojo.
    —Cuidado	—dijo	Ava—.	Nada	de	movimientos	raros.	Levántate	despacio.
    Indio	 hizo	 lo	 que	 le	 ordenaba.	 Una	 vez	 apartadas	 las	 sábanas,	 se	 puso	 de	 pie	 al
lado	de	la	cama;	llevaba	un	pijama	de	seda	azul	y	vendajes	nuevos.
    —Aparta	la	cama,	Del	—dijo	Ava.
    —¿Has	pensado	bien	lo	que	vas	a	hacer?	—le	dijo	Indio	a	Ava.
    DelRay	 movió	 la	 cama	 y	 retiró	 la	 pequeña	 alfombra	 oriental	 que	 había	 debajo,
dejando	al	descubierto	la	trampilla	con	la	caja	fuerte.	La	chapa	de	acero	negro	tenía
una	inscripción	en	letras	doradas:	HERRING-HALL	MARVIN	SAFE	CO.	SAN	FRANCISCO.
    —Ábrela	—ordenó	Ava,	con	su	Sig	Sauer	apoyada	en	la	mejilla	derecha	de	Indio.
    —Tú	y	tu	amigo	podéis	consideraros	muertos.
    —Ábrela.
    Indio	se	agachó,	ajustó	la	combinación	y	tiró	de	la	pesada	palanca.
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    —Levántate	—dijo	Ava—.	Aparta	de	ahí.
    Indio	se	puso	en	pie	y	se	apartó.	Ava	seguía	apuntándole.
    —Echa	un	vistazo,	cariño.	Probablemente	hay	un	arma.
    DelRay	se	metió	la	Sig	Sauer	por	dentro	del	cinturón,	introdujo	la	mano	y	sacó	un
horrible	pedazo	de	metal.
    —Qué	mamón.	Un	Weaver	H&H	magnum	del	calibre	300.
    —Nos	lo	llevaremos.	¿Está	ahí	el	dinero?
    DelRay	dejó	el	arma	en	el	suelo	y	desenterró	una	bolsa	grande	de	lona.	La	abrió	y
miró	en	su	interior.
    —Joder,	Ava.	Aquí	dentro	debe	de	haber	un	millón	de	pavos.
    —Medio	millón	—dijo	ella—.	¿Verdad,	Indio?
    Desacato	guardó	silencio.
    —Pásame	una	almohada,	Del.
    Mudo	se	incorporó,	agarró	una	de	la	cama	y	se	la	pasó	a	ella.
    —Mete	el	Weaver	en	la	bolsa	y	ciérrala.
    DelRay	hizo	lo	que	le	decía.
    —Ponte	de	rodillas	—le	dijo	Ava	a	Indio—.	Sostén	la	almohada	frente	a	la	cara.
    Desacato	cogió	la	almohada	y	la	sostuvo	en	alto.
    —Eres	una	puta	del	demonio	—dijo.
    —Aprieta	la	cara	contra	la	almohada,	cabrón.
    Mientras	 Indio	 pegaba	 la	 nariz	 a	 la	 tela,	 Ava	 apoyó	 el	 cañón	 de	 su	 Sig	 Sauer	 y
disparó.	 El	 proxeneta	 saltó	 un	 par	 de	 palmos	 hacia	 atrás	 y	 cayó	 sobre	 su	 costado
izquierdo.	La	sangre	manó	a	borbotones	de	lo	que	había	sido	su	frente.	Ava	recogió	la
almohada	y	la	puso	sobre	la	cara	de	Indio.
    Ava	y	DelRay	salieron	de	la	casa	con	el	dinero.
    —Hacia	 el	 sur	 —ordenó	 ella	 mientras	 montaban	 en	 el	 Cutlass	 de	 DelRay.	 La
bolsa	estaba	en	el	maletero.
    DelRay	 salió	 de	 la	 ciudad	 rumbo	 al	 sur.	 Después	 de	 recorrer	 unos	 quince
kilómetros.	Ava	dijo,	«Para	ahí».
    Mudo	frenó	el	Cutlass	cerca	ya	de	la	autopista.	Vio	otro	coche	aparcado	a	escasa
distancia	de	allí.	Parecía	un	Thunderbird	del	86.	DelRay	se	volvió	a	Ava	y	entonces
vio	que	ella	le	apuntaba	con	su	pistola.
    —Entrégame	la	tuya	—dijo	ella.
    —¿Qué	coño	pasa,	Ava?
    —No	quiero	disparar,	Del.	En	serio.	Haz	lo	que	te	digo.
    Él	le	entregó	la	Sig	Sauer.
    —Ahora	sal	del	coche.	Despacio.
    DelRay	 abrió	 la	 puerta	 del	 lado	 izquierdo	 y	 se	 apeó.	 Ava	 se	 corrió	 de	 asiento	 y
sacó	la	llave	del	contacto.	Luego	salió	del	coche	y	se	puso	al	lado	de	DelRay.
    —Muévete	—dijo,	indicando	la	parte	posterior	del	coche.	Le	entregó	las	llaves—.
Abre	el	maletero.
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    DelRay	cogió	las	llaves	y	lo	abrió.
    —Saca	la	bolsa	y	déjala	en	el	suelo.
    Así	lo	hizo	él.
    —Métete	dentro.
    —Ava…
    —Hazlo,	Del.	No	discutas	o	tendré	que	matarte.
    DelRay	montó	en	el	maletero.	Ava	le	lanzó	las	llaves	y	cerró	la	tapa.	Él	oyó	cómo
arrastraba	la	bolsa,	luego	dos	puertas	que	se	cerraban	una	detrás	de	otra,	un	motor	que
arrancaba,	ruedas	que	arañaban	la	tierra;	después,	nada.
    Menos	de	media	hora	antes,	pensó	DelRay,	Ava	se	la	había	estado	chupando.
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                          ADMISIÓN	NOCTURNA
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    Priest	llamó	a	la	puerta	de	Carla.	Ella	respondió	al	quinto	intento.
    —¿Qué	hay?	—preguntó	desde	el	otro	lado	de	la	puerta.
    —Soy	yo,	Thankful	Priest.	Quiero	hablar	con	usted.
    —Por	favor,	señor	Priest,	necesito	dormir.	Estoy	segura	de	que	a	usted	tampoco	le
vendría	mal.
    —En	realidad,	yo	estaba	pensando	en	otra	cosa.
    —Me	lo	figuro.	Espere	un	momento.
    Thankful	 se	 apoyó	 en	 la	 puerta.	 Segundos	 después	 un	 trozo	 de	 papel	 salió	 al
pasillo	por	debajo	de	la	puerta.
    Priest	se	agachó	para	recogerlo.
    —¿Qué	es	esto?
    —Mírelo	bien	—sugirió	Carla.
    Thankful	 dio	 vuelta	 al	 papel	 y	 vio	 que	 era	 una	 foto	 de	 Carla	 Coltello	 desnuda.
Aparecía	sentada	al	sol	en	una	silla	blanca	en	mitad	de	una	terraza,	mordiendo	una
manzana	roja.
    —Es	usted	—dijo	Thankful.
    —Desnudo	frontal	integral	—dijo	Carla—.	Úselo	cuanto	quiera.	Pero	hágame	un
favor.
    —¿Cuál?
    —Espere	a	estar	en	su	habitación.	Buenas	noches.
    Thankful	Priest	se	demoró	unos	instantes	en	el	pasillo	contemplando	la	fotografía
a	media	luz.	Su	ojo	bueno	no	enfocaba	del	todo	bien.	Los	suntuosos	pechos	de	Carla
tenían	dibujadas	sendas	caras	sonrientes.	Thankful	les	devolvió	la	sonrisa.
                                          Página	57
                                EN	EL	DESIERTO
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SEGUNDA	PARTE
 LA	VILLANÍA
   Página	59
                             COBRA	Y	LEANDER
Leander	Ray	«Lee»	Rhodes	había	nacido	en	Bad	Leopard	(Idaho),	el	20	de	enero	de
1937.	 Sus	 padres,	 Ardmore	 y	 Feline	 Law	 Rhodes,	 regentaban	 por	 esa	 época	 una
pequeña	tienda	de	comestibles	de	su	propiedad	así	como	la	oficina	local	de	Correos.
La	población	de	Bad	Leopard	no	ha	pasado	nunca	de	108	habitantes.	En	1937	vivían
allí	 con	 carácter	 permanente	 menos	 de	 cincuenta	 personas.	 Ardmore	 Rhodes	 había
enseñado	Religiones	Obscuras	en	la	Universidad	de	California	en	Los	Ángeles	hasta
1930,	año	en	que	decidió	que	el	ser	humano	era	un	experimento	fallido	de	Dios	cuyas
imperfecciones	 aumentaban	 en	 progresión	 geométrica,	 y	 que	 lo	 mejor	 era	 alejarse
todo	lo	posible	de	la	especie	humana.
     Ardmore	 y	 la	 que	 entonces	 era	 su	 novia,	 Feline	 Law,	 hija	 de	 un	 jardinero	 de
Pickfair	a	la	que	había	conocido	una	tarde	de	domingo	en	el	muelle	de	Santa	Mónica
adónde	 ambos	 habían	 ido	 para	 estar	 a	 solas,	 partieron	 juntos	 de	 Los	 Ángeles	 sin
decírselo	 a	 nadie.	 Fueron	 en	 el	 Ford	 de	 Ardmore	 hasta	 Reno	 (Nevada)	 y	 allí	 se
casaron.	El	juez	de	paz	explicó	a	los	recién	casados,	mientras	tomaban	café	y	bollos
una	 vez	 concluida	 la	 ceremonia,	 que	 recientemente	 había	 estado	 pescando	 en	 el	 río
Big	Bad	Leopard,	estado	de	Idaho,	y	les	comentó	que	en	diez	días	no	había	visto	un
solo	ser	humano.	Media	hora	después	Ardmore	y	Feline	se	dirigían	hacia	allí.
     Leander	 era	 hijo	 único	 y,	 en	 cierto	 modo,	 accidental.	 Sus	 padres	 practicaban	 el
coitus	interruptus	confiando	en	no	engendrar	hijos,	y	tuvieron	éxito	durante	casi	siete
años.	 Con	 todo,	 la	 llegada	 de	 Leander	 Ray	 no	 les	 resultó	 nada	 desagradable.
Decidieron	que	el	niño	sería	su	experimento	de	perfectibilidad.	Ellos	esperaban	que
Leander	Ray	Rhodes	llegara	a	ser	una	persona	muy	especial.
     El	 joven	 Leander	 no	 les	 decepcionó,	 demostrando	 su	 pericia	 como	 leñador,
cazador	y	pescador	con	mosca.	No	sólo	eso;	su	talento	para	las	ciencias	y	la	literatura
le	 valió	 numerosas	 menciones	 académicas.	 Cuando	 se	 enroló	 en	 la	 Infantería	 de
Marina	 en	 vísperas	 de	 partir	 para	 su	 primer	 año	 en	 el	 Instituto	 Tecnológico	 de
Massachusetts,	ni	Ardmore	ni	Feline	se	sintieron	muy	sorprendidos	o	desilusionados.
Leander	 Ray	 había	 venido	 interesándose	 por	 la	 historia	 militar	 desde	 los	 dieciséis
años.	Sus	lecturas	no	académicas	tenían	que	ver	casi	siempre	con	la	estrategia	militar;
el	 libro	 de	 cabecera	 de	 Lee	 durante	 sus	 tres	 últimos	 años	 en	 la	 escuela	 secundaria
había	sido	La	guerra	de	guerrillas,	de	Che	Guevara.
     Desde	 su	 incorporación	 al	 campamento	 de	 reclutas,	 Lee	 Rhodes	 sólo	 había
regresado	 una	 vez	 a	 Bad	 Leopard,	 para	 el	 doble	 funeral	 de	 Ardmore	 y	 Feline.	 Sus
padres	se	habían	suicidado	juntos	mientras	Lee	realizaba	su	segundo	viaje	al	Vietnam
como	asesor	militar.	Feline	y	Ardmore	habían	prendido	fuego	a	su	casa,	dejando	que
las	llamas	los	consumieran	a	ellos	y	a	todas	sus	pertenencias.	Sólo	dejaron	una	nota
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para	su	hijo	Lee	prendida	de	una	chincheta	en	la	entrada	de	la	propiedad.	Decía	así:
«Hijo,	ahora	nadie	puede	molestarnos.	Sabemos	que	tú	lo	comprenderás».
    Tras	un	período	de	veinte	años	como	marine,	Leander	Ray	se	retiró	del	servicio
activo	con	el	rango	de	teniente	coronel.	Se	trasladó	a	Nueva	Orleans,	donde	vivía	en
una	habitación	alquilada	de	Lafreniere	Street	en	el	distrito	siete,	dedicado	al	intenso
estudio	 de	 las	 obras	 de	 Louis-Ferdinand	 Céline,	 Julien	 Gracq	 y	 Junichiro	 Tanizaki
mientras	vivía	de	su	pensión.	Lee	optó	por	Nueva	Orleans	a	raíz	de	la	breve	amistad
que	había	mantenido	con	un	teniente	negro	llamado	Ivory	Coates,	oriundo	de	aquella
ciudad.	Ivory	Coates	había	muerto	durante	la	ofensiva	del	Tet,	pero	antes	de	morir	le
había	 hablado	 a	 Lee	 de	 Nueva	 Orleans	 y	 de	 su	 vida	 allí	 antes	 de	 ingresar	 en	 los
marines.	 Lee	 valoraba	 el	 cariño	 apasionado	 con	 que	 Ivory	 había	 descrito	 su	 ciudad
natal,	de	modo	que	decidió	ver	si	también	a	él	le	gustaría.
    En	 Nueva	 Orleans	 Leander	 Ray	 conoció	 a	 una	 joven	 afroamericana	 de	 nombre
Cobra	Box,	residente	en	el	proyecto	de	viviendas	públicas	Reincarnation,	donde	vivía
con	su	madre	y	hermano.	Cobra	tenía	diecisiete	años	y	medio	y	trabajaba	de	sirvienta
en	el	hotel	Monteleone	de	Royal	Street.	Lee	se	fijó	en	Cobra	cuando	ésta	esperaba	el
autobús	en	Canal	Street	después	del	trabajo.	Impresionado	por	su	belleza	de	ébano	y
su	pose	regia,	Leander	Ray	fue	hacia	la	chica,	se	presentó	y	la	invitó	a	cenar	con	él
aquella	misma	noche.	Ella	dijo	que	no,	sin	excesivos	miramientos,	y	subió	al	primer
autobús.
    Incapaz	 de	 quitársela	 de	 la	 cabeza,	 Lee	 acudió	 a	 la	 parada	 durante	 una	 semana,
cada	 tarde	 aproximadamente	 a	 la	 misma	 hora,	 y	 reiteró	 su	 invitación	 a	 Cobra	 Box
hasta	que	por	fin,	al	quinto	intento,	ella	accedió	a	acompañarle	al	restaurante	chino
Hidden	Pearl	en	St.	Charles	para	tomar	un	té.
    Lee	 supo	 que	 la	 madre	 de	 Cobra,	 Yarvella,	 era	 originaria	 de	 Bogue	 Chitto
(Misisipí);	trabajaba	de	camarera	al	igual	que	su	hija,	en	un	Holiday	Inn	cercano	al
aeropuerto.	El	hermano	mellizo	de	Cobra,	que	se	llamaba	Fidel,	era	miembro	de	un
grupo	 denominado	 Dead	 Menz	 Eyz	 [Ojos	 de	 Muerto]	 que	 aterrorizaba	 a	 los
inquilinos	de	Reincarnation.	Leander	Ray	conocía	su	existencia	por	la	prensa,	y	casi
no	 había	 noche	 en	 que	 el	 telediario	 no	 hablara	 de	 sus	 actividades	 delictivas
supuestamente	relacionadas	con	el	tráfico	de	drogas.	Cobra	le	confesó	a	Lee	que	no
esperaba	 que	 Fidel	 llegase	 a	 cumplir	 los	 dieciocho	 años.	 Lee	 siguió	 viéndose	 con
Cobra	 en	 la	 parada	 del	 autobús	 casi	 a	 diario,	 y	 las	 más	 de	 las	 veces	 ella	 le
acompañaba	 a	 tomar	 un	 té	 o	 un	 café.	 Un	 día,	 él	 también	 subió	 al	 autobús	 y	 juntos
fueron	hasta	Reincarnation.
    Cobra	quedó	impresionada	por	la	temeridad	de	Leander	Ray;	el	hecho	de	ser	el
único	 blanco	 en	 la	 urbanización	 no	 parecía	 molestarle	 ni	 intimidarle	 en	 lo	 más
mínimo.	Una	impresión	más	o	menos	igual	de	buena	se	llevó	Lee	de	Yarvella,	quien,
aunque	 al	 principio	 recelaba	 de	 él,	 se	 rindió	 en	 seguida	 al	 carácter	 franco	 y
espontáneo	 de	 Lee.	 No	 le	 desagradó	 que	 Leander	 Ray	 empezara	 a	 visitar
regularmente	la	casa	de	los	Box.	Fue	en	su	cuarta	visita	cuando	Lee	conoció	a	Fidel.
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Arisco	al	principio,	Fidel	se	amansó	enseguida	cuando	Lee	se	puso	a	hablar	de	armas
de	fuego.	No	había	pasado	un	mes	que	Lee	le	propuso	a	Cobra	que	se	casaran,	y	ella
aceptó.	Yarvella	no	puso	reparos.	El	exteniente	coronel	convenció	a	Fidel	para	que	se
enrolara	en	los	marines,	y	él	mismo	le	facilitó	el	ingreso	en	el	cuerpo.	Desde	la	súbita
y	 violenta	 muerte	 de	 su	 padre,	 Ferdinand	 Magellan	 Box,	 cuando	 los	 mellizos
contaban	seis	años,	éstos	no	habían	tenido	ingresos	paternos,	y	Yarvella	recibió	con
agrado	los	consejos	de	Leander	Ray.
     Cobra	dejó	su	empleo	en	el	Monteleone	y	se	dedicó	exclusivamente	a	Lee.	Éste,	a
su	vez,	dedicaba	su	tiempo	a	Cobra,	instruyéndola	en	todo	lo	referente	a	las	artes	y
las	 ciencias.	 Lee	 ayudaba	 también	 a	 mantener	 a	 Yarvella,	 cosa	 fácil	 gracias	 a	 su
pensión	 y	 a	 su	 moderado	 tren	 de	 vida.	 El	 día	 en	 que	 Cobra	 cumplía	 veintiún	 años,
Yarvella	recibió	por	mensajero	especial	una	carta	de	Leander	Ray	y	su	esposa	donde
le	comunicaban	que	a	partir	de	entonces	la	pensión	que	Lee	cobraba	de	los	marines
llegaría	íntegra	a	Yarvella	cada	mes,	y	que	él	y	Cobra	habían	abandonado	ya	Nueva
Orleans.	Lee	había	decidido	aceptar	un	puesto	militar	en	otro	país,	según	explicaba	en
la	carta,	por	motivos	que	no	podían	ser	mejores:	ayudar	a	la	gente	en	su	lucha	por	la
libertad.	Cobra	había	accedido	a	acompañarlo	y	ayudarle	en	esta	misión.	Leander	Ray
y	 Cobra	 Box	 Rhodes	 terminaban	 su	 carta	 con	 estas	 palabras:	 «Sabemos	 que	 tú	 lo
comprenderás».
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                     QUEBRADEROS	DE	CABEZA
Asa	Hand,	un	amigo	de	Leander	Ray	que	había	acogido	a	éste	en	su	casa	de	Parris
Island,	combatido	con	él	en	Vietnam,	Granada	y	El	Salvador	y	dado	grandes	palizas
al	póquer	y	al	blackjack	durante	casi	dos	décadas,	había	escrito	a	Lee	desde	México
rogándole	 que	 se	 uniera	 a	 él	 para	 «luchar	 por	 algo	 decente,	 aunque	 sea	 para	 variar.
Creo	que	ya	he	tenido	demasiados	quebraderos	de	cabeza	—escribía	Asa	Hand—.	Un
día	 me	 desperté	 y	 lo	 que	 vi	 no	 fue	 pobreza	 sino	 pura	 miseria.	 Palizas,
encarcelamientos,	 torturas	 y	 asesinatos	 a	 la	 orden	 del	 día;	 aparte,	 sueldos	 de	 pena,
condiciones	laborales	indecentes,	robo	de	tierras,	explotación	por	parte	de	los	carteles
del	petróleo	y	la	droga,	etc.	Al	final	uno	decide	levantar	el	granujiento	culo	y	hacer
algo	al	respecto.	Sólo	un	dato:	el	último	año	murieron	de	hambre	17.000	indios.	Lee,
se	puede	aceptar	que	la	gente	muera	de	cáncer,	de	sida	o	de	infarto.	Pero	¿de	hambre?
Los	 caciques	 venden	 a	 precios	 de	 saldo	 las	 tierras	 de	 los	 campesinos,	 que	 las
cooperativas	les	habían	concedido	después	de	la	revolución	de	1910.	No	se	trata	de
comunismo	contra	capitalismo,	amigo	mío,	sino	de	vivir	o	morir.	Aquí	en	La	Villanía,
donde	 tengo	 mi	 cuartel	 general,	 dos	 terceras	 partes	 de	 la	 población	 carecen	 de
electricidad,	viven	en	chozas	con	el	piso	de	tierra.	En	el	ejido	Santa	María	Luisa	los
niños	 comen	 un	 día	 sí	 otro	 no,	 los	 adultos	 dos	 veces	 por	 semana.	 Lo	 irónico	 de	 la
situación	es	que	esta	zona	es	de	las	más	ricas	de	México,	hay	cientos	de	millones	de
dólares	 disponibles	 para	 maquinaria	 agrícola	 y	 perforaciones	 petrolíferas.	 El
problema	 es	 que	 sólo	 ha	 sido	 invertido	 un	 15	 o	 un	 20	 por	 ciento	 de	 ese	 dinero;	 el
resto	está	en	los	bolsillos	y	cuentas	bancarias	de	un	pequeño	grupo	de	personas	que
controla	 la	 situación	 política	 a	 base	 de	 mantener	 el	 estado	 en	 un	 atraso	 total.	 ¿Te
suena	 la	 película?	 Vente	 a	 México,	 tío.	 Aquí	 los	 indios	 me	 llaman	 "tatic",	 honrado.
Tú	 también	 puedes	 ser	 un	 tatic.	 Esta	 gente	 nos	 necesita,	 Lee.	 Ellos	 sólo	 esperan	 el
golpe	de	gracia.	México	está	a	punto	de	convertirse	en	una	gran	maquiladora.	Ven	y
échame	una	mano,	"manito"».
    Leander	Ray	enseñó	a	Cobra	la	carta	de	Hand	y	le	dijo	que	tenía	que	ir	a	México.
Ella	la	leyó	y	dijo	que	bueno	pero	que	tendría	que	llevársela	con	él.
    —Si	no	—dijo	Cobra	Box—,	no	te	extrañe	que	algún	día	eches	a	faltar	una	parte
importante	de	tu	cuerpo.
    Lee	sonrió,	dio	un	abrazo	a	su	esposa	y	dijo:
    —Cobra,	ojalá	mis	padres	te	hubieran	conocido.	Eres	de	su	misma	casta.
    —¿Qué	quiere	decir	Villanía?
    —Canallada,	más	o	menos.
    Cobra	se	rió.
    —¿Qué	es	lo	que	tiene	gracia?
    —Creo	que	ya	conozco	ese	sitio	—dijo	Cobra.
                                           Página	63
                            EL	ESCORPIÓN	ROJO
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DelRay	la	siguió.
                    Página	65
                   LA	OPORTUNIDAD	DE	SU	VIDA
—No	entiendo	cómo	Indio	dejó	que	esa	tía	le	disparara	primero.
    —Me	gustaba	trabajar	para	él.	Voy	a	echarle	de	menos.
    Thankful	Priest	y	Sonny	«Mr	Nice»	Cicatrice	viajaban	hacia	el	sur	por	la	estatal
277	 de	 Texas	 en	 el	 Lincoln	 Mark	 VIII	 propiedad	 de	 Indio	 Desacato.	 Conducía
Thankful.	 Estaban	 en	 el	 condado	 de	 Val	 Verde	 y	 acababan	 de	 cruzar	 Dry	 Devils,
rumbo	a	Del	Río	y	la	frontera	con	el	viejo	México.	Priest	había	telefoneado	a	Puma
Charlie	a	La	Paz	(Arizona),	y	Charlie	le	había	dicho	que	Ava	Varazo	era	natural	de	La
Villanía,	México.	Aparte	de	eso,	había	asegurado	Puma	Charlie,	no	sabía	gran	cosa
de	ella.	Sonny	insistió	en	que,	puesto	que	contaban	con	esa	única	pista,	lo	mejor	era
empezar	 por	 La	 Villanía.	 Si	 a	 Ava	 le	 quedaban	 parientes	 allí,	 argumentó,	 podía	 ser
que	alguno	conociera	su	paradero.
    Thankful	 había	 cerrado	 temporalmente	 la	 casa	 de	 Sinaloa,	 dejándola	 al	 cuidado
de	la	señora	Matrera	y	de	Moke	Lamer	hasta	su	regreso.	Habían	dado	vacaciones	a
las	chicas	con	instrucciones	de	que	contactaran	con	la	señora	Matrera	al	cabo	de	dos
semanas.	El	cadáver	de	Indio	fue	incinerado,	como	había	sido	su	deseo,	y	sus	cenizas
esparcidas	 por	 Moke	 Lamer	 en	 las	 herrumbrosas	 aguas	 del	 lánguido	 río	 Pestoso	 en
presencia	de	Thankful	y	la	señora	Matrera.	Moke	interpretó	después	a	la	guitarra	«La
golondrina»,	 la	 canción	 favorita	 de	 Indio,	 tras	 lo	 cual	 Thankful	 disparó	 al	 aire	 una
sola	 salva	 con	 la	 pistola	 Glock	 de	 su	 extinto	 jefe,	 arrojando	 el	 arma	 a	 la	 pestífera
corriente.	«¡Un	fuerte	abrazo,	amigo!»,	había	exclamado	Priest	poniendo	punto	final
a	la	ceremonia.
    —En	cuanto	recuperemos	el	dinero	—dijo	Sonny—,	la	matamos	a	ella	y	a	quien
haya	por	allí.	¿De	acuerdo?
    Thankful	asintió.
    —Estoy	con	usted,	jefe.
    —¿Qué	significa	eso?
    —Que	de	acuerdo.
    —Bien.	¿Sabes	por	qué	me	llaman	Mr	Nice?
    —No.
    —¿Te	acuerdas	de	Tommaso	«Short	Hair»	Fabregas?
    —Sí.
    —Un	 independiente.	 Birló	 todo	 un	 casino	 en	 Paradise	 Island,	 las	 Bahamas.	 Big
Tony	 me	 envió	 a	 buscarlo.	 Yo	 tenía	 diecinueve	 años	 y	 no	 había	 matado	 a	 nadie.
Localicé	 a	 Short	 Hair	 en	 Nueva	 Orleans.	 Suite	 1515	 del	 DeSalvo	 Hotel.	 Nunca	 lo
olvidaré.	Él	estaba	dentro	con	su	mujer.	Me	encaré	a	Tommaso	y	le	dije	que	Big	Tony
no	quería	el	dinero.	¿Qué	es	lo	que	quiere,	entonces?,	me	preguntó.	Short	Hair	estaba
de	rodillas.	Yo	le	apuntaba	a	la	frente	con	un	cuarenta	y	cinco,	el	dedo	en	el	pelo	del
                                           Página	66
gatillo.	 Tus	 huevos,	 le	 dije.	 Tony	 quiere	 los	 tremendos	 cojones	 que	 debes	 de	 tener
para	hacer	lo	que	hiciste…	Tommaso	intentó	negociar.	Yo	me	negué.	Entonces	dijo,
vale,	mátame,	pero	no	toques	a	mi	mujer.
    —¿Y	ella	qué	hacía?
    —Estaba	sentada	en	el	sofá.	Sin	decir	palabra.
    —¿Qué	pasó	entonces?
    —Le	disparé.	Sólo	una	vez.	La	bala	le	atravesó	limpiamente	el	cráneo	y	salió	por
detrás	 de	 la	 cabeza.	 La	 mujer	 ni	 siquiera	 miró.	 Saqué	 una	 navaja	 de	 veinticinco
centímetros	 que	 llevaba	 en	 el	 bolsillo	 y	 se	 la	 di	 a	 ella.	 Le	 dije	 que	 le	 cortara	 las
pelotas	a	su	marido.
    —Joder,	Sonny.	¿Y	lo	hizo?
    —Se	acercó	a	él	y	le	bajó	los	pantalones.	¿Sabes	qué	dijo?
    —¿Qué?
    —«¿Le	corto	la	polla	también?»
    Thankful	casi	perdió	el	control	del	coche.	«¡No	joda!»,	gritó.
    —Palabra.	 Yo	 le	 dije	 que	 sólo	 los	 huevos.	 Entonces	 agarró	 la	 navaja	 como	 si
fuera	un	cirujano.	Le	pasé	una	bolsa	de	plástico	que	había	traído	al	efecto.	Ella	metió
los	huevos	dentro	y	me	la	dio.	Luego	limpió	la	hoja	en	la	camisa	de	Short	Hair,	dobló
la	navaja	y	me	la	devolvió.	Adivina	qué	dijo	entonces.
    —Ni	idea.
    —«Vas	 a	 ser	 bueno,	 ¿verdad?»	 Eso	 me	 dijo.	 Qué	 quieres	 decir	 con	 «bueno»,	 le
dije	yo.	Me	recordó	lo	que	me	había	pedido	Tommaso.	Que	no	la	tocara	a	ella.	Y	yo
dije,	pues	claro,	seré	bueno,	no	soy	ningún	bruto.	Ella	estaba	postrada	de	rodillas,	y
antes	 de	 que	 pudiera	 ponerse	 en	 pie	 le	 metí	 una	 bala	 entre	 las	 cejas,	 igual	 que	 al
rufián	de	su	marido.	No	le	toqué	ni	un	pelo.
    —Mister	Nice	[Señor	Bueno].
    Sonny	se	rió.
    —Big	 Tony	 quiso	 saber	 los	 detalles	 cuando	 le	 llevé	 el	 trofeo.	 Fue	 él	 quien	 me
puso	el	mote.
    —¿Era	guapa?
    —¿Quién?	¿La	mujer	de	Short	Hair?
    —Sí.
    —No	especialmente,	que	yo	recuerde.	¿Por	qué?
    —Estaba	pensando	qué	clase	de	mujer	haría	una	cosa	así,	esquilarle	los	huevos	al
marido.
    —Y	le	habría	cortado	la	polla	también.	Era	la	oportunidad	de	su	vida,	Priest,	el
sueño	de	todas	las	tías.	Fui	realmente	bueno,	sabes,	debí	haber	dejado	que	lo	hiciera.
                                            Página	67
                      LA	TIERRA	DE	LOS	PANDAS
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parte	de	su	vello	corporal	se	hubiera	vuelto	blanco,	dándole	más	apariencia	de	panda
que	de	lobo.
                                     Página	69
                   DONDE	LAS	DAN	LAS	TOMAN
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     —¡Sonny,	no!	—gritó	Thankful.
     Para	 cuando	 Mr	 Nice	 hubo	 apretado	 el	 gatillo	 y	 disparado	 inofensivamente	 al
aire,	ya	estaba	muerto.	Cuatro	guerrilleros	acribillaron	simultáneamente	al	gángster	a
quemarropa.	 Thankful	 se	 quedó	 sentado	 al	 volante	 con	 las	 palmas	 de	 las	 manos
fuertemente	apoyadas	en	el	acolchado	del	techo.
     —¡Sal	de	ahí!	—ordenó	uno	de	los	soldados.
     El	cíclope	obedeció,	cuidando	de	separar	las	manos	del	cuerpo,	y	se	situó	junto	al
coche.
     —¿Quién	eres?	¿Qué	haces	aquí?	—preguntó	el	mismo	soldado.
     —Me	llamo	Thankful	Priest.	Busco	a	Ava	Varazo.
     —¿Para	qué?
     —Tiene	algo	que	pertenece	a	otras	personas.
     Thankful	 vio	 un	 Thunderbird	 del	 86	 acercándose	 muy	 lentamente	 desde	 el	 otro
extremo	 de	 la	 calle	 hasta	 detenerse	 a	 unos	 diez	 metros	 de	 donde	 él	 estaba.	 Priest
intentó	distinguir	las	caras	de	las	dos	personas	que	iban	en	el	asiento	delantero,	pero
el	 parabrisas	 estaba	 agrietado	 y	 cubierto	 de	 una	 espesa	 capa	 de	 polvo,	 lo	 cual
oscurecía	 la	 visión.	 Uno	 de	 los	 soldados	 hincó	 la	 punta	 de	 su	 rifle	 en	 el	 pecho	 de
Priest.	Thankful	miró	al	soldado	a	los	ojos.
     —¡Puta!	—dijo.
     Ava	apretó	el	gatillo.
                                           Página	71
TERCERA	PARTE
LA	BUENA	CAUSA
    Página	72
                      EL	GRAN	NORTE	BLANCO
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origen	 mexicano	 pudiera	 llamar	 la	 atención	 en	 medio	 de	 un	 bar	 del	 Idaho	 rural	 a
mediados	de	octubre.	Pegado	a	la	pared,	delante	de	ella,	había	un	calendario	con	una
foto	de	una	chica	blanca	rubia	y	desnuda.	Los	días	del	mes	habían	sido	tachados	hasta
el	 número	 dieciocho.	 El	 membrudo	 barman	 de	 mediana	 edad	 y	 barba	 cobriza	 se
interpuso	entre	Cobra	y	el	calendario.
     —¿Qué	va	a	ser,	señorita?	—preguntó.
     —No	va	a	ser,	ya	lo	es.	Mi	cumpleaños	—dijo	Cobra.
     El	barbudo	sonrió.
     —¿Sí?	Entonces	pida,	paga	la	casa.
     Cobra	se	arrebujó	en	su	chal	de	algodón	y	tiritó.	Le	vino	a	la	memoria	el	sabor	del
quimbombó	de	su	madre	Yarvella	en	las	frías	tardes	de	enero	en	Nueva	Orleans.
     —Supongo	que	no	tendrá	quimbombó	—dijo.
     El	barman	se	rió.
     —No,	señora.	Aquí	en	el	Pony	Up	no	tenemos	de	eso,	y	no	creo	que	lo	tengamos
nunca.	Pero	puedo	servirle	sopa	de	puerro	y	patata	bien	caliente.	¿Le	apetece?
     —Buena	idea	—asintió	Cobra.
     El	hombre	le	trajo	un	bol	grande	de	sopa	con	tres	envoltorios	de	galletas	saladas	y
una	cuchara	al	lado.	Cobra	tomó	un	sorbo.
     —¿Tiene	alguna	salsa	picante?	—preguntó.
     El	 hombre	 sacó	 una	 botella	 de	 Tabasco	 de	 bajo	 la	 barra.	 Cobra	 condimentó	 la
sopa	y	volvió	a	probar.
     —¿Mejor	ahora?	—dijo	él.
     —Casi	perfecta	—dijo	Cobra,	sonriéndole	de	buena	gana.
     Cuando	terminó	la	sopa	y	las	galletas,	Cobra	apartó	el	bol,	apoyó	la	cabeza	en	el
mostrador	de	madera	y	se	quedó	dormida.
     —Señorita.	¡Señorita!
     Cobra	 notó	 una	 mano	 en	 su	 brazo	 izquierdo,	 sobre	 el	 cual	 tenía	 apoyada	 la
cabeza,	 y	 se	 incorporó	 rápidamente.	 Al	 principio	 no	 supo	 dónde	 se	 encontraba.
Sacudió	la	cabeza	para	ver	con	claridad.
     —Hay	una	llamada	para	usted	—dijo	el	barman—,	si	es	que	se	llama	Mary	Jones.
     —Soy	yo.	Gracias.
     Cobra	 fue	 hasta	 el	 teléfono	 tambaleándose	 un	 poco	 y	 agarró	 el	 auricular	 que
colgaba	del	hilo.	Se	estremeció	y	vio	que	el	chal	mexicano	se	le	había	caído	al	suelo
junto	al	taburete	en	donde	había	estado	sentada.
     —Diga.	Aquí	Mary	Jones.
     —¿Quería	hablar	con	Harmon	White	Bird?
     —Sí.
     —Harmon	White	Bird	está	muerto.
     —¿Muerto?
     —Siga	mi	consejo	—dijo	la	voz	del	otro	lado	de	la	línea	telefónica.	Una	voz	de
mujer—,	olvídese	de	este	número.
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    —¡Espere,	por	favor!	¿Conoce	a	un	tal	DelRay	Mudo?
    Cobra	oyó	un	clic	seguido	de	la	señal	de	marcar.	Colgó	el	teléfono	y	fue	a	recoger
su	chal.	Vio	que	el	café	estaba	desierto	a	excepción	de	ella	y	del	barman	barbudo.	El
hombre	se	le	acercó	con	un	abrigo	tres	cuartos	rojo	en	la	mano	y	se	lo	puso	sobre	los
hombros.
    —Feliz	cumpleaños,	señorita	—dijo	él—.	Bienvenida	al	Gran	Norte	Blanco.
                                      Página	75
                                     PASAPORTE
Tras	 su	 abortado	 intento	 de	 establecer	 contacto	 con	 Harmon	 White	 Bird,	 Cobra
decidió	 ir	 en	 peregrinación	 a	 Big	 Leopard	 (Idaho),	 el	 pueblo	 natal	 de	 su	 difunto
esposo	Leander	Ray	Rhodes.	Mientras	conducía,	deliberó	consigo	misma	acerca	de	la
compra	 de	 armas.	 Las	 IGL	 dependían	 de	 ella,	 y	 Cobra	 estaba	 extrañada	 por	 la
desaparición	 de	 DelRay.	 Estas	 dos	 cosas	 ocuparon	 su	 mente	 mientras	 procuraba	 no
patinar	en	la	carretera	resbaladiza	de	aguanieve.
     La	nieve	la	fascinaba.	Era	un	fenómeno	casi	insólito	en	su	experiencia.	Una	vez,
cuando	Cobra	tenía	cinco	años,	había	nevado	en	Nueva	Orleans.	Ocurrió	una	tarde	de
febrero,	 y	 todo	 el	 tráfico	 de	 la	 ciudad	 había	 quedado	 paralizado.	 Las	 calles	 heladas
provocaron	 multitud	 de	 accidentes;	 los	 automovilistas	 hubieron	 de	 abandonar	 sus
vehículos	 y	 volver	 a	 sus	 casas	 apabullados	 por	 el	 acontecimiento	 y	 con	 los	 pies
hundidos	hasta	el	tobillo	en	la	prístina	precipitación.
     Pero	 Cobra	 y	 los	 demás	 niños	 de	 Reincarnation,	 la	 progenie	 más	 pobre	 de	 todo
Nueva	Orleans,	lo	pasaron	en	grande	con	el	inesperado	temporal,	haciendo	muñecos
y	 lanzándose	 bolas	 de	 nieve	 en	 lo	 que	 para	 muchos	 de	 ellos	 iba	 a	 ser	 la	 primera	 y
única	 nevada	 de	 su	 vida.	 Los	 ruinosos	 bloques	 de	 viviendas	 adquirieron	 de	 pronto
una	pátina	que	los	transformó	en	castillos	de	cuento.	Cobra	se	preguntó	entonces,	y
durante	muchos	años,	qué	truco	debió	de	emplear	algún	brujo	para	conseguir	aquello
que	 Courageous	 Jones,	 su	 primo	 de	 nueve	 años	 entonces,	 también	 residente	 en
Reincarnation,	había	llamado	la	«hora	blanca».
     Courageous	Jones	fue	asesinado	ocho	años	después	por	una	chica	de	once	años	y
medio	 llamada	 Cookie	 LaBéte	 a	 quien	 él	 había	 dejado	 embarazada.	 Cookie	 exigía
que	 Courageous	 corriera	 con	 los	 gastos	 del	 aborto,	 pero	 él	 se	 negó	 a	 aceptar	 la
responsabilidad.	Le	dijo	que	no	le	importaba	lo	que	les	pudiera	pasar	a	ella	o	al	crío,
que	no	era	su	problema.	Cookie	cogió	un	revólver	reglamentario	del	calibre	38	que	su
hermano,	 Bagwell	 «Bag	 Man»	 LaBéte,	 había	 escondido	 en	 su	 habitación	 tras
robárselo	a	un	agente	de	policía	muerto	y	disparó	a	la	oreja	izquierda	de	Courageous
Jones.	Mientras	éste	se	desangraba	en	el	suelo	frente	a	la	lavandería	de	Reincarnation,
un	corro	de	gente	pudo	presenciar	cómo	Cookie	disparaba	a	quemarropa	por	segunda
vez	a	la	cabeza	de	Courageous	Jones,	ahora	por	el	orificio	auditivo	de	estribor.	Antes
de	escupir	sobre	el	cadáver	encogido	en	el	suelo,	Cookie	sentenció:	«Ahora	tienes	un
problema	que	nadie	podrá	arreglar».
     Cobra	conectó	la	radio.
     —Bajo	el	nombre	de	Ejército	de	Resistencia	del	Señor,	el	grupo	ha	asesinado	a
cientos	 de	 vecinos,	 cortado	 a	 menudo	 narices	 y	 orejas,	 y	 secuestrado	 a	 millares	 de
niños.	La	secta,	conocida	anteriormente	como	Movimiento	del	Espíritu	Santo	y	cuyo
radio	 de	 acción	 se	 centra	 en	 los	 distritos	 Gulu	 y	 Kitgum	 de	 Uganda,	 cerca	 de	 la
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frontera	 con	 Sudán,	 recibe	 ayuda	 militar	 del	 régimen	 fundamentalista	 islámico
sudanés	 empeñado	 en	 desestabilizar	 Uganda,	 cuyo	 gobierno,	 sostienen	 ellos,	 da
apoyo	a	los	rebeldes	cristianos	del	sur	de	Sudán.
    »El	Ejército	del	Señor,	un	grupo	bien	organizado	que	cuenta	con	armas	de	asalto,
ametralladoras,	morteros	y	minas,	es	fiel	a	una	insólita	lista	de	"mandamientos",	entre
los	que	se	incluye	la	prohibición	de	montar	en	bicicleta	y	de	comer	carne	de	pollo	de
plumaje	 blanco.	 Matan	 indiscriminadamente	 a	 los	 adultos	 pero	 raptan	 a	 los	 niños	 a
fin	de	adoctrinarlos	y	emplearlos	como	fuerza	de	trabajo	esclavizada.	Las	muchachas
son	violadas	y	obligadas	a	parir	niños	que	puedan	engrosar	las	filas	de	ese	Ejército
del	Señor.
    Cobra	apagó	la	radio.
    —¡Mierda!	—exclamó—.	Courageous	Jones	era	una	ovejita	comparado	con	estos
tíos.
    Por	 un	 momento	 consideró	 la	 viabilidad	 de	 ponerse	 en	 contacto	 con	 los
musulmanes	sudaneses	para	comprarles	armas.	Cobra	pensaba	que	ser	afroamericana
podía	 redundar	 en	 su	 propio	 favor.	 Claro	 que,	 por	 otra	 parte,	 los	 ugandeses	 eran
negros	 y	 el	 color	 de	 su	 piel	 no	 había	 atenuado	 en	 lo	 más	 mínimo	 el	 incalificable
proceder	del	Ejército	de	Resistencia	para	con	los	ugandeses.	La	raza,	concluyó	Cobra
Box,	era	un	pasaporte	tan	poco	fiable	como	la	bondad.
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                              PEREGRINACIÓN
Nevaba	con	ganas	y	Cobra	conducía	despacio	camino	de	Bad	Leopard.	Tanto	el	clima
como	 esta	 parte	 del	 país	 eran	 nuevos	 para	 ella.	 Cobra	 no	 deseaba	 morir	 en	 plena
romería.	Recordó	una	historia	que	su	difunto	marido	le	había	contado	acerca	de	unos
peregrinos	que	viajaban	en	barco	rumbo	a	una	tierra	extranjera.	Una	noche,	en	mitad
del	océano,	el	bajel,	que	era	viejo	y	herrumbroso,	chocó	con	un	arrecife	y	empezó	a
hacer	agua	sin	que	fuera	posible	repararlo.	El	capitán,	sus	oficiales	y	gran	parte	de	la
tripulación	escaparon	en	botes	salvavidas,	abandonando	a	los	peregrinos	que	viajaban
en	la	entrecubierta.
    Mientras	 el	 agua	 se	 colaba	 a	 chorro	 por	 las	 paredes	 del	 barco	 los	 peregrinos
trataron	de	ganar	la	cubierta	superior	desde	la	bodega	en	que	los	habían	dejado.	Al
ver	que	el	carguero	se	hundía	y	que	los	marineros	se	alejaban	en	sus	botes	de	remos,
lo	dieron	todo	por	perdido.	El	jefe	del	grupo	puso	a	los	peregrinos	a	rezar	mientras
los	hombres	a	quienes	habían	encomendado	la	seguridad	de	su	travesía	se	perdían	tras
la	cresta	de	una	ola.
    Resultó	que	cuando	el	carguero	no	se	había	hundido	aún	del	todo	fue	avistado	por
otro	barco	y	los	peregrinos	pudieron	ser	rescatados.	Algún	tiempo	después,	el	capitán
y	los	oficiales	del	barco	siniestrado	fueron	encausados	por	negligencia.	Al	capitán	lo
degradaron	 públicamente	 con	 la	 consiguiente	 repulsa,	 al	 igual	 que	 los	 demás
oficiales,	 que	 fueron	 expulsados	 de	 la	 marina	 mercante.	 La	 cobardía	 del	 capitán
corrió	de	boca	en	boca	por	todos	los	puertos	del	mundo,	forzándole	a	emplearse	como
grumete	 en	 el	 cuarto	 de	 calderas	 de	 un	 palangrero	 de	 cabotaje	 que	 faenaba	 en	 el
Lejano	Oriente.
    Tras	varios	años	trabajando	de	simple	marinero	en	barcos	de	baja	categoría	en	los
puntos	más	recónditos	del	planeta,	el	antiguo	capitán	se	encontró	un	día	al	jefe	de	los
peregrinos	que	había	abandonado	a	su	suerte.	El	capitán,	acosado	por	el	recuerdo	de
aquella	 catástrofe,	 se	 había	 dejado	 destruir	 por	 el	 alcohol	 y	 la	 mala	 vida.	 Viendo
cercana	 la	 muerte,	 le	 rogó	 al	 santo	 que	 le	 perdonara.	 El	 peregrino	 respondió	 que
perdonar	era	privilegio	y	cometido	del	Señor,	no	de	sus	servidores	aquí	en	la	tierra.
Añadió,	 no	 obstante,	 que	 las	 oraciones	 de	 los	 peregrinos	 en	 aquella	 noche	 fatídica
habían	sido	para	el	capitán	y	sus	hombres.	«Pero	¿por	qué?»,	preguntó	el	moribundo.
«Sólo	 la	 abnegación»,	 respondió	 el	 peregrino,	 «puede	 mudar	 lo	 terrible	 en
soportable».	 «Para	 mí	 es	 demasiado	 tarde»,	 dijo	 el	 capitán.	 Entonces	 el	 peregrino
sonrió	y	le	dijo:	«Luego	es	tarde	para	todos	nosotros».
    Cobra	divisó	un	rótulo	a	un	lado	de	la	carretera:
                                      BAD	LEOPARD
                                         108	hab
                                          Página	78
                                        Alces	y	lobos
                                   tienen	prioridad	de	paso
    Cobra	siguió	adelante	hechizada	por	la	vista	de	las	montañas	cubiertas	de	nieve.
A	 menos	 de	 un	 kilómetro	 pasado	 el	 rótulo	 había	 una	 gasolinera,	 pero	 parecía
abandonada.	No	se	veían	señales	de	vida	por	ninguna	parte.
    La	imagen	de	una	jaula	de	la	muerte	le	vino	súbitamente	a	la	memoria.	En	uno	de
los	libros	de	viajes	históricos	que	tenía	Leander	Ray,	Cobra	había	visto	el	retrato	de
un	chino	del	siglo	pasado	que	había	sido	condenado	a	muerte	por	algún	delito	grave.
El	método	para	ejecutar	la	sentencia	consistía	en	una	plataforma	de	madera	provista
de	 una	 cuerda	 y	 construida	 de	 forma	 que	 para	 no	 estrangularse	 a	 sí	 mismo	 el
prisionero	se	veía	obligado	a	permanecer	siempre	de	puntillas.
    Cobra	no	supo	por	qué	demonios	le	había	venido	a	la	cabeza	aquel	artilugio	de
tortura.	La	primera	vez	que	vio	la	foto	se	quedó	horrorizada.	Los	ojos	del	reo	chino
parecían	 a	 punto	 de	 saltar	 de	 su	 cara	 mientras	 el	 criminal	 ejecutaba	 la	 danza	 de	 la
muerte	 sobre	 las	 puntas	 de	 sus	 dedos.	 De	 repente,	 el	 método	 de	 la	 jaula	 china	 le
pareció	a	Cobra	el	colmo	de	la	sensatez.
    Nadie	tenía	que	apretar	un	gatillo,	empujar	el	émbolo	de	una	jeringa	o	cortar	una
cuerda.	La	autoejecución	era	recomendable	por	más	de	un	motivo.
    La	 imagen	 del	 tormento	 chino	 no	 se	 había	 disipado	 aún	 de	 su	 visión	 interior
cuando	 un	 lobo	 se	 plantó	 frente	 al	 coche	 en	 mitad	 de	 la	 carretera,	 desapareciendo
luego	 con	 la	 misma	 rapidez.	 Cobra	 frenó	 en	 seco.	 Permaneció	 en	 el	 coche
contemplando	la	blancura	de	la	nieve	mientras	decidía	qué	camino	tomar.	Conectó	la
radio.	Los	Ink	Spots	estaban	cantando	«I	Don’t	Want	to	Set	the	World	On	Fire»[8].
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                                   LA	NOTICIA
Cobra	regresó	a	Trouth	City	y	tomó	una	habitación	en	el	hotel	Chief	Joseph,	que,	a
juzgar	 por	 las	 apariencias,	 era	 el	 único	 hotel	 de	 la	 ciudad.	 Nevaba	 mucho	 y	 Cobra
estaba	extenuada	y	con	ganas	de	dejar	la	carretera.	No	veía	el	momento	de	echarse	a
dormir.	La	peregrinación	a	Bad	Leopard	había	transcurrido	sin	novedad,	y	puesto	que
nada	indicaba	dónde	había	estado	la	casa	de	los	Rhodes,	Cobra	no	había	sabido	dónde
rendir	homenaje	a	su	marido.	Luego,	al	ver	que	la	tormenta	arreciaba,	había	decidido
volverse	a	Trouth	City	para	recapacitar	y	dormir	un	poco.
     Mientras	 subía	 a	 su	 habitación,	 la	 número	 36,	 en	 la	 segunda	 planta	 del	 Chief
Joseph,	Cobra	vio	en	el	pasillo	a	una	mujer	joven	con	un	abrigo	de	castor	largo	hasta
los	pies,	una	gorra	de	béisbol	de	los	Indians	de	Cleveland	y	unas	botas	de	marcha	Red
Wing	negras.	Cobra	se	detuvo	al	llegar	al	número	36,	justo	en	frente	de	la	habitación
37,	ante	cuya	puerta	estaba	la	desconocida.
     —Hola	—dijo	Cobra.
     La	joven,	que	a	juicio	de	Cobra	no	pasaba	de	los	veinticinco	años,	tenía	el	pelo
cobrizo	recogido	en	una	coleta	y	unos	ojos	de	color	violeta	con	el	rímel	corrido	por
las	lágrimas.	Era	evidente	que	estaba	emocionalmente	perturbada.
     —¿Se	encuentra	bien?	—le	preguntó	Cobra.
     La	otra	se	quedó	un	instante	quieta	y	luego	levantó	la	mano	derecha	mostrando	a
Cobra	una	pequeña	pistola	niquelada.
     —En	cuanto	Wayne	salga	de	ahí	—dijo—,	es	hombre	muerto.
     Cobra	introdujo	la	llave	que	le	había	dado	el	recepcionista	en	la	cerradura	de	la
habitación	36	y	abrió	la	puerta.
     —¿Quién	es	Wayne?
     —Mi	 marido.	 Está	 ahí	 dentro	 con	 mi	 hermana	 Tanya.	 A	 ella	 no	 le	 haré	 nada,
somos	familia.	Pero	Wayne	tiene	los	segundos	contados.
     —¿Ellos	saben	que	está	usted	aquí	esperándolos?
     La	joven	negó	con	la	cabeza:
     —No	creo.	Y	si	lo	saben,	da	igual.	Sólo	se	puede	salir	por	esta	puerta.
     —¿Quiere	entrar	un	rato	en	mi	habitación	y	pensárselo	bien	antes	de	hacer	nada?
     —No,	gracias.
     La	joven	miró	detenidamente	a	Cobra.
     —Es	negra	—le	dijo.
     —Veo	que	lo	ha	notado	—sonrió	Cobra.
     —Perdón.	Bueno,	es	que	aquí	en	Idaho	no	vemos	a	mucha	gente	de	color.	Es	casi
un	acontecimiento.
     —Me	llamo	Cobra	Box.
     La	joven	le	ofreció	la	mano	izquierda.
                                          Página	80
     —Y	yo	Crystal	Lake.
     Cobra	empleó	también	la	mano	izquierda	para	estrechar	los	dedos	de	Crystal.
     —¿Seguro	que	no	quieres	entrar	y	hablar	un	poco?
     Cobra	no	pudo	reprimir	un	gran	bostezo.
     —Pareces	 muy	 cansada,	 Cobra	 Box.	 Aquí	 estoy	 bien.	 Ve	 tú	 y	 descansa.	 Sólo
necesito	disparar	una	vez.	Ni	siquiera	te	despertaré.
     —Bien,	si	cambias	de	opinión,	llama	a	la	puerta.	No	te	importe	despertarme.
     —Gracias,	Cobra.	Oye,	¿de	dónde	eres?
     —Buena	pregunta,	Crystal.	Creo	que	de	Nueva	Orleans.	Allí	me	crié.
     —No	lo	conozco.	Dicen	que	hace	mucho	calor…
     —Sólo	ha	nevado	una	vez,	que	yo	recuerde.
     —Dulces	sueños,	Cobra.	Es	mejor	que	te	metas	dentro.
     Cobra	cerró	la	puerta	al	entrar,	se	quitó	la	chaqueta	y	los	zapatos,	subió	a	la	cama
e	inmediatamente	se	durmió.	Soñó	que	era	una	chiquilla	de	ocho	años	y	que	estaba	en
Reincarnation	sentada	con	otra	niña	delante	de	un	apartamento.	Comían	cucuruchos
de	 helado	 lamiendo	 a	 gran	 velocidad	 para	 que	 el	 calor	 no	 los	 derritiera.	 Las	 niñas
oían	truenos,	y	al	mirar	al	cielo	veían	un	relámpago	como	pata	de	araña	en	el	cielo
súbitamente	encapotado.	El	relámpago	iba	hacia	ellas.	Cobra	y	su	amiga	se	echaban	a
gritar	y	arrojaban	sus	helados	al	tiempo	que	el	rayo	siseaba	y	crepitaba	y	desgarraba
el	 asfalto	 frente	 a	 donde	 habían	 estado	 sentadas.	 La	 acera	 mostraba	 un	 tatuaje	 de
franjas	negras	que	luego	se	fundían,	como	el	helado,	y	así	terminaba	el	sueño.
     Cuando	Cobra	despertó	a	la	mañana	siguiente,	lo	primero	que	hizo	fue	asomarse
al	pasillo.	Crystal	Lake	no	estaba	allí.
     Cobra	 fue	 al	 Pony	 Up	 a	 desayunar	 y	 se	 puso	 a	 leer	 el	 Mouth	 of	 Trouth,	 el
periódico	 local.	 Una	 información	 de	 la	 agencia	 Southern	 News	 Service	 llamó	 su
atención.
                                          Página	81
  La	agente	Sims	fue	detenida	en	las	viviendas	Reincarnation	de	Orleans	Street,
  donde	había	pasado	su	infancia.
    Cobra	Box	lloró.	Contessa	Sims	había	sido	su	mejor	amiga	cuando	eran	niñas.	Se
dio	cuenta	entonces	de	que	la	chiquilla	que	aparecía	en	su	sueño	comiendo	un	helado
con	ella	era	Contessa.
                                    Página	82
                   TODO	DEPENDE	DEL	TIEMPO
Cobra	cambió	varias	veces	de	tren	para	ir	de	Idaho	a	Luisiana.	Si	bien	deseaba	ayudar
a	las	IGL,	en	el	fondo	sentía	más	apego	por	Contessa	Sims,	de	modo	que	puso	rumbo
a	 Nueva	 Orleans.	 El	 día	 de	 su	 llegada	 allí	 Cobra	 fue	 inmediatamente	 a	 ver	 a	 su
madre,	Yarvella,	la	cual	había	dejado	Reincarnation	para	mudarse	a	una	casa	pequeña
en	 Elba	 Street	 cerca	 de	 la	 esquina	 con	 South	 Dupre.	 La	 sorprendente	 aparición	 de
Cobra	emocionó	y	desconcertó	a	su	madre.
    —¡Cobra!	¡Mi	niña!	—chilló	Yarvella	cuando	vio	a	su	hija	en	la	escalinata.
    Yarvella	abrió	la	puerta	y	abrazó	vigorosamente	a	su	hija.
    —¡Casi	le	das	un	soponcio	a	tu	madre!	¿Por	qué	no	me	has	dicho	que	venías?
    Cobra	abrazó	a	su	madre	y	dejó	que	fluyeran	las	lágrimas.
    —Me	 alegro	 tanto	 de	 estar	 aquí,	 mamá.	 Te	 lo	 contaré	 todo	 en	 seguida,	 lo
prometo.	Han	pasado	muchas	cosas	desde	que	me	fui	de	Nueva	Orleans.
    —Está	bien,	cariño.	¡Qué	alegría	me	da	verte!
    —Mamá,	¿recibiste	mi	última	carta?
    —¿Dónde	decías	que	habían	matado	a	Leander	Ray?
    Cobra	asintió.
    —Lo	he	sentido	mucho,	mi	vida.	Debes	de	haberlo	pasado	muy	mal	en	México.
Habrás	venido	para	quedarte,	¿no?
    —Aún	 no	 lo	 sé,	 mamá.	 De	 momento	 me	 quedaré	 unos	 días.	 Leí	 que	 habían
arrestado	a	Contessa.
    —Ha	sido	terrible.	Dicen	que	mató	a	seis	personas.
    —¿Es	cierto	eso,	mamá?	¿Tú	qué	piensas?
    —No	sé.	Misterioso	y	Lola	Mae	aseguran	que	le	tendieron	una	trampa.	Vete	tú	a
saber.	La	gente	dice	que	Contessa	estaba	metida	en	tratos	con	unos	narcotraficantes
asiáticos.
    —Tal	vez	yo	pueda	ayudarla.
    —Rezo	todo	los	días	por	Contessa.	Siempre	fue	una	niña	muy	simpática.
    Cobra	durmió	un	rato	en	una	habitación	trasera	que	Yarvella	dijo	haber	reservado
para	el	eventual	regreso	de	su	hija.	La	madre	explicó	a	Cobra	que	a	su	hermano	Fidel
le	iba	muy	bien	en	los	marines.	Leander	Ray	le	había	puesto	en	el	buen	camino	y	sólo
por	eso,	sin	contar	la	pensión	que	cobraba	regularmente,	Yarvella	le	estaría	siempre
agradecida.
    Aquella	 tarde	 Cobra	 fue	 a	 ver	 a	 Misterioso	 y	 Lola	 Mae	 Sims.	 El	 padre	 de
Contessa	era	un	hombre	huraño	cuya	severidad	nadie	se	atrevía	a	desafiar.	Misterioso
había	 perdido	 ambas	 piernas	 de	 rodilla	 para	 abajo	 cuando	 el	 coche	 que	 conducía
chocó	 de	 frente	 con	 un	 autobús	 urbano.	 El	 conductor	 del	 autobús,	 que	 sufría	 de
depresión	crónica,	se	había	dormido	tras	ingerir	demasiadas	píldoras	para	los	nervios
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y	no	vio	que	su	vehículo	invadía	el	carril	contrario.	Misterioso	tenía	entonces	treinta
y	un	años.	El	conductor	del	autobús,	Pedro	«Pork	Chop»	Parker,	de	cuarenta	y	nueve
años	 y	 residente	 en	 el	 distrito	 nueve,	 resultó	 decapitado	 en	 el	 accidente	 cuando	 el
autobús	 salió	 rebotado	 tras	 colisionar	 con	 el	 coche	 de	 Misterioso	 Sims	 y	 fue	 a	 dar
contra	la	columna	de	una	farola	que	penetró	por	la	ventanilla	frontal	arrancando	de
cuajo	la	cabeza	de	Pork	Chop.
     Desde	aquel	aciago	incidente	Misterioso	pasaba	la	mayor	parte	del	tiempo	en	una
silla	de	ruedas	frente	al	bloque	D	de	Reincarnation	con	un	revólver	calibre	32	Smith
&	Wesson	de	tiro	a	tiro	o	acción	doble	en	el	regazo,	esperando	que	algún	adicto	al
crack	intentara	atracarle.	«O	él	o	yo	—juraba	Sims	amenazador—,	¡y	me	importa	una
higa	cuál	de	los	dos	caiga	primero!»	A	pesar	de	que	el	municipio	le	había	asignado
una	cuantiosa	indemnización	además	de	darle	la	invalidez	total,	Misterioso	se	negaba
a	 abandonar	 la	 urbanización.	 Cuando	 Lola	 Mae	 así	 se	 lo	 sugería,	 él	 se	 limitaba	 a
decir:	«En	cualquier	parte	menos	aquí,	un	tío	sin	piernas	sería	un	monstruo	de	feria».
     Cuando	Cobra	Box	llegó	a	casa	de	los	Sims,	Misterioso	estaba	dormido	en	su	silla
de	ruedas	frente	al	televisor	de	la	sala	de	estar,	con	el	revólver	en	la	falda.
     El	aparato	estaba	encendido	pero	sin	volumen.	Desde	el	sofá	donde	fue	a	sentarse
con	Lola	Mae,	Cobra	pudo	ver	unas	chicas	blancas	semidesnudas	que	parecían	tener
problemas	para	apartarse	el	pelo	de	los	ojos	mientras	correteaban	por	la	playa.
     —Es	 imposible	 que	 Contessa	 hiciera	 lo	 que	 dicen	 que	 hizo	 —le	 aseguró	 Lola
Mae—.	Tuvo	que	esforzarse	mucho	para	entrar	en	la	policía.	No	iba	a	echarlo	todo	a
perder.	Ella	no	es	una	asesina.
     —Quisiera	ayudar	a	Contessa	—dijo	Cobra—.	¿Tiene	un	buen	abogado?
     —Sí.	 Se	 llama	 R.P.	 Dufour,	 lo	 de	 R.P.	 es	 por	 Robes	 y	 Pierre,	 creo.	 Yo	 imagino
que	hace	todo	lo	que	puede.	La	prensa	dice	que	es	un	caso	muy	claro	porque	hubo
testigos	presenciales.
     —¿Quiénes	son?
     —Dos	hermanos,	un	chico	y	una	chica;	se	escondieron	al	empezar	el	tiroteo.	No
sé	cómo	podían	ver	nada,	si	estaban	tan	bien	escondidos.
     —Creo	que	iré	a	ver	a	ese	Dufour.	¿Qué	dice	Contessa?
     —Que	 fue	 como	 siempre	 a	 su	 pluriempleo	 de	 guardia	 jurado	 y	 que	 se	 los
encontró	 a	 todos	 muertos.	 Habían	 cortado	 el	 teléfono	 y	 tuvo	 que	 ir	 a	 buscar	 una
cabina.	 Poco	 después	 unos	 polis	 empezaron	 a	 dispararle.	 Consiguió	 escapar	 no	 sé
cómo	y	se	vino	a	casa.	La	policía	arrestó	a	Contessa	delante	de	nuestro	bloque	a	las
cuatro	de	la	mañana.	La	pobre	ni	siquiera	iba	armada.
     —¿Dónde	tenía	el	arma?
     —La	 policía	 dice	 que	 la	 encontró	 en	 un	 cubo	 de	 basura	 junto	 al	 restaurante
Immoral	Oriental[9].	Seguro	que	es	una	prueba	falsificada.	Contessa	no	ha	hecho	nada
malo,	Cobra.	Tú	ya	la	conoces.
     Lola	 Mae,	 una	 mujer	 fornida	 de	 tez	 color	 naranja	 y	 pelo	 lacio	 entre	 granate	 y
negro,	se	echó	a	llorar.	Cobra	la	abrazó.	Misterioso	despertó	y	vio	a	su	mujer	llorando
                                          Página	84
sobre	 el	 pecho	 de	 Cobra	 Box.	 Con	 el	 mando	 a	 distancia	 subió	 el	 volumen	 del
televisor.
    —Déjale,	 Patsy	 —estaba	 diciendo	 una	 chica	 rubia	 embutida	 en	 un	 diáfano	 top
rojo	 a	 una	 morena	 en	 bañador	 negro	 muy	 ceñido—.	 Tú	 conocías	 la	 fama	 de	 Rob
cuando	empezaste	a	salir	con	él.	Siempre	ha	sido	como	un	día	de	playa	nublado.
    La	morena,	Patsy,	sacudió	la	cabeza	para	apartarse	el	pelo	de	los	ojos.	Contempló
el	mar	durante	unos	instantes,	viendo	cómo	una	ola	se	enroscaba	y	rompía	para	morir
en	la	arena,	y	miró	de	nuevo	a	la	otra	chica.
    —Paula	—dijo—,	es	que…	creo	que	estoy	embarazada.
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                                    ABOGADO
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    —No	lo	sé,	pero	me	gustaría	ir	a	verla.
    —Lo	arreglaré.	Déjele	su	número	de	teléfono	a	mi	secretaria.
    Cobra	se	puso	en	pie.
    —Gracias,	señor	Dufour.	Es	muy	amable.	—Le	tendió	la	mano	derecha.
    Dufour	siguió	sentado	pero	estrechó	con	fuerza	la	mano	de	Cobra.	Ella	le	notó	los
huesos	a	través	de	la	piel.	El	aire	se	había	vuelto	una	bruma	verdosa.
    —Soy	capaz	de	mayores	muestras	de	amabilidad,	Cobra.	Ya	nos	veremos.
    Cobra	 recuperó	 su	 mano.	 Mientras	 flexionaba	 los	 dedos,	 su	 cerebro	 evocó	 la
indeleble	figura	de	Ava	Varazo	disparando	sobre	Thankful	Priest.
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                            COBRA	LO	ENTIENDE
Cobra	 Box	 esperó	 del	 lado	 de	 las	 visitas	 de	 la	 ventana	 de	 plástico	 grueso	 a	 que
hicieran	 entrar	 a	 su	 amiga	 Contessa	 Sims.	 Cobra	 había	 visitado	 anteriormente	 la
cárcel	del	condado	de	Orleans	para	ver	a	su	hermano	Fidel;	una	vez	cuando	a	éste	lo
arrestaron	 por	 asalto	 a	 mano	 armada	 (cargos	 retirados	 antes	 de	 ir	 a	 juicio),	 y	 otra	 a
raíz	de	un	intento	de	robo	(caso	sobreseído	por	falta	de	pruebas).	Odiaba	aquel	sitio;
apestaba	a	podrido	pese	a	todo	el	Lysol	que	le	echaban	y	que	se	le	metía	en	la	nariz
como	si	tuviera	una	invasión	de	mosquitos.	El	acre	desinfectante	no	consiguió	disipar
la	imagen	—inducida	por	los	estímulos	olfativos—	de	una	charca	abarrotada	de	peces
envenenados	flotando	panza	arriba	en	la	superficie.	Cobra	cerró	los	ojos	y	vio	a	un
enorme	 caimán	 que,	 imperturbable	 al	 hedor,	 abría	 sus	 horripilantes	 fauces	 para
tragarse	un	puñado	de	percas	inertes.
    Despegó	 los	 ojos	 al	 oír	 el	 ruido	 de	 una	 puerta	 de	 acero.	 Segundos	 después
Contessa	 la	 estaba	 mirando	 del	 otro	 lado	 de	 la	 ventana.	 Las	 dos	 amigas	 agarraron
sendos	auriculares	de	los	anaqueles	que	tenían	en	frente.
    —Hola,	Tess.	¿Cómo	va	eso?
    —Tirando,	Cob.	¿Y	tú?	¿Qué	tal	te	fue	en	México?
    —Es	una	larga	historia.	Resumiendo,	lo	más	triste	es	que	mataron	a	Leander	Ray.
    —Chica,	cuánto	lo	siento.	Has	vuelto	a	casa,	¿eh?
    —Sólo	temporalmente.	Estoy	con	mamá.
    —¿Qué	tal	le	va	a	Yarvella?
    —Bien.	La	casa	nueva	no	está	nada	mal.	Ella	es	feliz	allí.
    —Me	alegro	de	que	dejara	Reincarnation.	La	cosa	está	cada	vez	peor.
    —Tess,	¿cómo	puedo	ayudarte?
    Contessa	se	rió.
    —Diría	que	has	estado	hablando	con	cierto	abogado.
    —He	podido	verte	gracias	a	R.R
    —R.R,	 ¿eh?	 No	 te	 fíes	 de	 ese	 tío,	 Cobra.	 No	 te	 fíes	 de	 ningún	 hombre.	 —
Contessa	se	mordió	el	labio—.	Tú	quieres	saber	si	lo	hice.
    —Eso	lo	sabía	antes	de	venir	aquí.	Contessa	Sims	no	es	ninguna	asesina.
    —Te	quiero,	Cob,	tú	ya	lo	sabes.
    —Yo	también	te	quiero.
    —Entonces	todo	va	bien.
    Un	guardia	apareció	detrás	de	la	reclusa.	Cobra	le	miró.	Vio	que	sus	labios	finos
se	 movían	 pero	 no	 pudo	 oír	 lo	 que	 estaba	 diciendo.	 Contessa	 apoyó	 la	 palma	 de	 la
mano	en	la	ventana.	Cobra	hizo	otro	tanto.
    —Creí	que	teníamos	quince	minutos.
    —Cambian	las	normas	cuando	les	da	la	gana.
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    —¿Qué	puedo	hacer,	Tess?
    —R.P.	se	encargará	de	todo.	Gracias	por	venir,	Cob.	Un	abrazo	para	Yarvella.
    Cobra	se	paró	en	la	esquina	de	Tulane	y	Broad.	Una	brisa	ligera	le	heló	el	sudor
de	 la	 frente	 y	 la	 hizo	 tiritar.	 El	 cielo	 de	 la	 tarde	 se	 oscurecía	 rápidamente.	 Los
transeúntes	 le	 parecieron	 feos,	 más	 feos	 de	 lo	 habitual.	 De	 pronto,	 se	 dobló	 por	 la
cintura	y	vomitó	en	la	acera.	Acto	seguido	se	limpió	la	boca	con	el	dorso	de	la	mano
derecha.
    —¿Puedo	hacer	algo	por	usted?
    Cobra	alzó	los	ojos	y	vio	a	un	blanco	de	mediana	edad	vestido	con	un	traje	color
canela.	 Llevaba	 gafas	 de	 montura	 plateada,	 iba	 bien	 afeitado	 y	 era	 casi	 calvo.	 Una
señal	de	nacimiento,	grande	como	la	chapa	de	una	cerveza	Barq,	adornaba	su	mejilla
izquierda.
    —Mire	usted	—dijo	Cobra—,	nada	de	lo	que	pudiera	hacer	sería	suficiente.
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                               CORREO	AÉREO
                                                                           Vuestra	hermana
                                                                                COBRA	BOX
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                          EL	DESLIZ	DE	HEAVEN
A	Cobra	no	le	disgustaba	del	todo	haber	vuelto	a	Nueva	Orleans,	vivir	en	casa	de	su
madre.	 El	 mundo	 y	 sus	 problemas	 habían	 ido	 subiendo	 peligrosamente	 de	 nivel,	 y
Cobra	 hacía	 todo	 lo	 posible	 por	 no	 ahogarse	 en	 aquel	 mar	 de	 aflicción.	 Aparte	 de
Contessa	 Sims	 otra	 de	 sus	 antiguas	 amigas	 de	 Reincarnation,	 una	 chica	 llamada
Heaven	Cure,	había	cometido	un	desliz.
     Heaven	 Cure	 siempre	 había	 sido	 una	 persona	 de	 reducido	 tamaño,	 la	 niña	 más
pequeña	 del	 grupo	 de	 su	 edad.	 Ya	 adulta,	 medía	 tan	 sólo	 un	 metro	 cuarenta	 y	 siete
centímetros,	pero	tenía	una	hermosa	figura,	unos	ojos	verdes	de	gato	y	una	expresión
de	 natural	 dulce	 en	 su	 cara	 color	 de	 mango.	 Los	 hombres	 se	 volvían	 locos	 por
Heaven,	 que	 podía	 elegir	 a	 placer	 entre	 los	 vecinos.	 Su	 decisión	 de	 casarse	 con
Hernando	Big	Cut[11]	Crockett	causó	no	poca	zozobra	a	su	madre,	Ruby	Ponds	Cure,
cuyo	marido,	el	padre	de	Heaven,	Ebony	George,	había	muerto	de	un	infarto	cuando
Heaven	tenía	trece	años.	La	gente	llamaba	«Big	Cut»	a	Hernando	Crockett	porque	ya
desde	su	niñez	se	llevaba	siempre	el	trozo	más	grande	de	pastel,	tarta	o	filete,	lo	que
hubiere	en	la	mesa.	Big	Cut	era	descomunal,	un	metro	noventa	y	ocho	medía,	y	su
peso	rozaba	los	ciento	cuarenta	y	cinco	kilos.	Sin	embargo,	no	eran	sus	dimensiones
lo	que	preocupaba	a	Ruby	Ponds	Cure,	sino	su	oficio.	Crockett	controlaba	el	tráfico
de	crack	en	grupos	de	viviendas	como	Reincarnation,	Iberville,	Florida	y	Desire.	Que
aquel	 engendro	 hubiera	 podido	 convencer	 a	 su	 estimada	 y	 única	 hija	 para	 que	 se
casara	con	él	tenía	a	Ruby	Cure	anonadada.
     Yarvella	Box	y	otras	buenas	amigas	suyas	hicieron	cuanto	estuvo	en	su	mano	para
consolarla,	 pero	 Ruby	 no	 conseguía	 superar	 su	 tristeza.	 La	 actitud	 de	 Heaven
tampoco	ayudó	mucho,	pues	insistía	en	decir	a	su	madre	que	Hernando	era	el	hombre
más	bueno	y	más	gentil	que	jamás	había	conocido,	que	la	trataba	con	respeto	y	que	la
hacía	 vibrar	 como	 ningún	 otro.	 El	 hecho	 de	 que	 fuera	 traficante	 de	 drogas	 no
inquietaba	a	Heaven.
     —Hernando	no	tima	a	nadie	—le	dijo	a	su	madre—.	Es	honrado	en	todo	lo	que
hace.
     La	boda	con	Big	Cut	trajo	cola,	pero	aquello	no	fue	nada	comparado	con	el	desliz
de	 tener	 un	 amigo	 extraoficial,	 una	 situación	 que	 ni	 siquiera	 las	 amigas	 íntimas	 de
Heaven	sospechaban.	Que	fuera	un	hombre	blanco	con	quien	Heaven	tenía	un	lío	no
sorprendió	a	nadie,	pero	cuando	se	supo	que	se	trataba	de	Durance	Vieil,	presidente
del	 Cabildo	 Bank	 y	 distinguido	 ciudadano	 de	 Nueva	 Orleans,	 las	 malas	 lenguas	 no
dieron	abasto.
     Cobra	 se	 enteró	 de	 ello	 por	 O’Kay	 Fannie	 Taylor,	 una	 antigua	 residente	 de
Reincarnation	que	ahora	vivía	en	la	misma	calle	que	Yarvella.	Según	O’Kay,	Heaven
había	 conocido	 a	 Vieil	 en	 el	 banco,	 en	 una	 de	 sus	 múltiples	 visitas	 a	 la	 caja	 de
                                          Página	91
seguridad	de	Big	Cut	Crockett.	Un	buen	día,	Vieil	se	puso	a	charlar	con	ella	y,	a	partir
de	ahí,	siempre	que	Heaven	iba	a	hacer	un	ingreso	o	a	retirar	fondos,	ella	y	Durance
iban	juntos	a	almorzar	para	reunirse	después	en	una	suite	que	él	tenía	alquilada	en	el
hotel	Jetta	de	Magazine	Street.
     Nunca	se	desvelaría	el	misterio	de	por	qué	Heaven	se	había	liado	con	Vieil,	dado
que	Hernando	Crockett	hizo	los	mayores	tajos	de	su	vida	en	las	respectivas	gargantas
de	la	pareja	antes	de	que	nadie	pudiera	dar	una	explicación.
     —Big	Cut	no	se	fiaba	ni	de	su	sombra	—le	contó	O’Kay	a	Cobra	Box—.	Un	día
hizo	 que	 siguieran	 a	 Heaven,	 y	 cuando	 Donnell	 Spells	 le	 informó	 de	 que	 Heaven
había	entrado	en	el	hotel	con	su	amiguito	por	una	entrada	lateral,	no	supo	qué	pensar.
Donnell	dijo	que	Big	Cut	dio	a	entender	que	estaba	al	corriente	de	todo,	que	Heaven
le	estaba	tendiendo	una	trampa	a	Vieil	por	alguna	razón.	Pero	Donnell	dijo	que	Big
Cut	 no	 parecía	 muy	 convencido,	 y	 que	 le	 dio	 instrucciones	 de	 seguirla	 otra	 vez
cuando	 Heaven	 fuera	 al	 banco.	 Cuando	 Donnell	 volvió	 con	 la	 misma	 historia,	 Big
Cut	no	dijo	esta	boca	es	mía.
     »A	los	pocos	días	salió	en	las	noticias.	Vieil	y	Heaven	prácticamente	decapitados
en	la	habitación	del	hotel,	sangre	por	todas	partes	(cama,	paredes,	tapetes),	y	Big	Cut
muerto	 en	 el	 vestíbulo,	 que	 fue	 donde	 lo	 alcanzaron	 los	 de	 seguridad.	 A	 la	 mañana
siguiente	el	Times-Picayune	sacaba	en	primera	página	la	foto	de	Big	Cut	en	el	suelo
con	un	cuchillo	de	carnicero	en	la	mano	ensuciando	de	sangre	el	piso	de	mármol.
     »¿Tú	qué	crees	que	tramaba	Heaven	con	ese	elemento,	Cobra?	Porque	Hernando
le	gustaba	de	verdad.
     —No	sé	qué	decir:	O’Kay.	Vi	una	vieja	película	en	la	tele	donde	una	gitana	dice
al	final:	«¿Qué	más	da	lo	que	cuentan	de	uno?».	No	sirve	de	nada	intentar	aclarar	esta
mierda.
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                             HIJOS	DEL	PARAÍSO
Donnell	 Spells	 tenía	 quince	 años	 y	 Cobra	 Box	 once	 cuando	 él	 la	 secuestró.	 Cobra
volvía	sola	del	colegio	camino	de	su	casa.	Estaba	a	dos	manzanas	de	Reincarnation
cuando	 Donnell	 se	 le	 acercó	 sigilosamente,	 agarró	 a	 la	 chica	 y	 se	 la	 llevó	 por	 la
fuerza.	Spells	se	dirigió	con	Cobra	en	un	coche	robado	a	un	solar	vacío	cerca	de	la
vía	 del	 tren,	 en	 la	 confluencia	 de	 Ferdinand	 Street	 y	 Florida	 Avenue,	 donde	 intentó
violarla	en	el	asiento	delantero.
     Cobra	le	agarró	los	testículos	con	la	mano	derecha	y	apretó	con	todas	sus	fuerzas.
Donnell	gritó	y	dejó	de	sujetarla.	Cobra	saltó	del	coche.	En	ese	momento	pasaba	un
mercancías	de	la	Norfolk	Southern,	lo	que	obligó	a	Cobra	a	correr	junto	a	la	línea	de
furgones.	 No	 se	 volvió	 para	 ver	 si	 Donnell	 Spells	 la	 seguía	 pero,	 de	 todos	 modos,
trastabilló	y	cayó	al	suelo.	Cobra	vio	que	había	tropezado	con	el	cuerpo	de	una	mujer
blanca.	Volvió	la	cabeza	en	dirección	al	coche	y	vio	que	ya	no	estaba.
     Cobra	 examinó	 el	 cuerpo.	 La	 mujer	 no	 se	 movía	 y	 tenía	 muy	 abiertos	 sus	 ojos
azules.	 Tenía	 entre	 veinte	 y	 treinta	 años	 y	 llevaba	 una	 camiseta	 blanca	 con	 la
inscripción	 lárgate,	 zorra	 en	 la	 parte	 delantera,	 un	 pantalón	 corto	 de	 raso	 azul	 y	 un
pañuelo	rosa	anudado	a	la	cabeza.	El	pelo,	muy	corto,	era	negro	y	ralo.	Algo	más	alta
que	 Cobra,	 como	 un	 metro	 cincuenta	 y	 tres,	 pesaba	 sin	 embargo	 mucho	 más.	 La
mujer	tenía	la	boca	abierta	y	Cobra	pudo	verle	un	par	de	dientes	de	oro.	En	la	pierna
izquierda,	detrás	de	la	rodilla,	llevaba	tatuada	la	letra	V;	en	la	derecha,	también	detrás
de	 la	 rodilla,	 llevaba	 tatuado	 el	 número	 6.	 De	 la	 boca,	 nariz	 y	 orejas	 de	 la	 mujer
entraban	y	salían	bichos.
     Cuando	Cobra	se	puso	en	pie	el	tren	ya	había	pasado	de	largo.	Cruzó	las	vías	y	no
dejó	de	correr	hasta	llegar	a	su	casa.	Cobra	no	dijo	a	nadie	que	la	habían	raptado	ni	lo
que	había	encontrado	después.	Donnell	Spells	desapareció	del	barrio	y	Cobra	confió
en	que	estuviera	tan	muerto	como	la	mujer	blanca	de	pelo	ralo.
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                                        CAIRO
Cobra	Box	iba	andando	por	el	paseo	de	tablas	paralelo	al	río	Misisipí.	Eran	las	diez
de	la	noche	pero	el	cielo	conservaba	todavía	un	tropical	toque	rosado.	La	media	luna
iluminaba	 el	 agua,	 ligeramente	 rizada,	 como	 una	 antorcha	 celeste	 cuya	 blancura
pareció	 fluctuar	 cuando	 unas	 nubes	 alargadas	 se	 interpusieron	 manipulando	 las
sombras	 como	 marionetas	 de	 bunraku.	 Dos	 remolcadores,	 el	 Hará	Way	 y	 el	 Marry
me,	 empujaban	 una	 barcaza	 negra	 hacia	 Algiers.	 Cobra	 estaba	 pensando	 en	 los
extraños	 giros	 que	 su	 vida	 había	 experimentado	 en	 los	 últimos	 dos	 años:	 su
matrimonio	con	Leander	Ray	Rhodes,	la	vida	con	los	rebeldes	en	México,	la	muerte
de	Lee,	el	abortado	viaje	a	Idaho,	su	retorno	a	Nueva	Orleans	acicateada	por	el	caso
de	 Contessa.	 Cobra	 pensó	 en	 Ava	 Varazo,	 la	 mujer	 con	 más	 carácter	 que	 había
conocido	 nunca.	 Ella	 deseaba	 ser	 como	 Ava	 Varazo,	 sólo	 que	 no	 estaba	 segura	 de
hacia	dónde	encaminar	su	vida.	Por	el	momento,	decidió,	procuraría	hacer	las	cosas
paso	a	paso.
    Cobra	dio	un	traspié	y	por	poco	aterrizó	en	el	suelo.	Una	mano	la	asió	del	hombro
izquierdo	y	la	ayudó	a	recuperar	el	equilibrio.
    —Ojo,	señorita.
    Cobra	se	irguió	de	nuevo	y	vio	ante	ella	a	un	chico	mulato	de	unos	trece	años	que
le	sonreía.
    —Gracias.	Se	me	habrá	metido	el	tacón	entre	las	tablas.
    —Menos	mal	que	pasaba	Cairo	Fly.
    —¿Quién?
    —Cairo	Fly.	Así	es	como	me	llamo.
    —¿Puedes	repetirlo?
    —C-a-i-r-o,	 como	 Cairo	 (Illinois),	 la	 ciudad	 en	 donde	 nací.	 Mi	 mamá	 y	 yo	 nos
vinimos	a	Nueva	Orleans	cuando	yo	tenía	tres	años,	de	eso	hace	casi	diez.
    Cobra	le	miró	de	arriba	abajo.	El	chico	hacía	más	o	menos	un	metro	cincuenta	y
siete	y	estaba	chupado,	pero	tenía	el	mismo	pelo	que	Tony	Curtís	y	unos	bellísimos
ojos	 verde	 esmeralda	 que	 refulgían	 en	 la	 suave	 luz	 vespertina.	 Llevaba	 puesta	 una
pringosa	 camiseta	 blanca,	 un	 pantalón	 corto	 caqui	 y	 unas	 náuticas	 destrozadas,	 sin
calcetines.
    —¿Vives	con	tu	madre,	Cairo?
    —No,	ella	ya	no	está.	¿Cómo	te	llamas	tú?
    —Cobra	Box.
    El	chico	se	rió.
    —Tienes	un	nombre	tan	gracioso	como	el	mío.
    —Eso	no	te	lo	discuto	—sonrió	Cobra.
    —¿Tú	sí	vives	con	tu	madre?
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    Cobra	dudó	un	poco	y	dijo:
    —Supongo.	¿Con	quién	vives	tú?
    —Con	nadie.	Ahora	estoy	solo.
    —¿Cuánto	hace	que	murió	tu	madre?
    —No	ha	muerto,	es	que	se	marchó.
    —¿Adónde?
    Cairo	Fly	se	encogió	de	hombros	y	miró	hacia	el	río.
    —¿Tienes	hambre,	Cairo?	¿Quieres	acompañarme	a	mi	casa	y	cenar	un	poco?
    El	chico	volvió	a	mirar	a	Cobra	y	le	sonrió.	Tenía	los	dientes	grandes,	entre	grises
y	amarillos.
    —¿A	tu	madre	no	le	importará?
    —Vamos.	Son	cuarenta	minutos	andando.
    —¿No	tienes	coche?
    Cobra	se	había	puesto	en	marcha;	Cairo	Fly	la	alcanzó.
    —¿Vas	a	la	escuela?	—preguntó	Cobra.
    —Últimamente	no.
    —¿Tienes	algún	otro	pariente	aquí?
    —Siempre	estuvimos	solos,	mamá	y	yo.
    —¿Y	dónde	duermes?
    —Conozco	varios	sitios	donde	nadie	te	molesta.	Empezaba	a	lloviznar.	Mientras
caminaban,	 Cairo	 se	 pasó	 repetidas	 veces	 las	 manos	 por	 el	 largo	 pelo	 rizado.	 —
¿Cómo	se	llama	tu	madre?
    —Carol.	Es	blanca.
    —¿De	veras	no	tienes	idea	de	adónde	ha	ido?
    —Puede	que	esté	en	Illinois.	Algún	día	yo	también	iré	a	Cairo,	en	avión,	a	buscar
a	mi	padre.	Bueno,	cuando	tenga	con	qué	pagar	el	billete.
    En	 la	 esquina	 nororiental	 de	 Melpomene	 y	 Magnolia	 había	 un	 hombre	 tendido
boca	abajo	en	la	acera.	Su	sombrero	marrón	oscuro	de	ala	corta	había	quedado	en	la
zanja.	 Cairo	 dio	 un	 puntapié	 al	 hombre	 pero	 el	 cuerpo	 no	 reaccionó.	 El	 chico	 le
registró	rápidamente	los	bolsillos	y	encontró	unas	monedas,	que	guardó	en	uno	de	sus
propios	bolsillos.
    —¡Zopilote!	—le	gritó	Cobra.
    —¿Qué?
    —El	zopilote	es	un	buitre	mexicano	que	vive	a	costa	de	los	muertos.
    —Ése	no	está	muerto,	sólo	borracho.
    Cairo	recogió	el	sombrero	y	se	lo	probó.
    —¿Alguna	vez	has	visto	un	buitre	con	sombrero?
    Cobra	 siguió	 andando.	 Ahora	 llovía	 fuerte.	 Cairo	 Fly	 decidió	 quedarse	 el
sombrero	pese	a	que	le	caía	hasta	las	orejas.
    Cuando	Yarvella	vio	los	ojos	de	Cairo	dio	un	respingo	y	se	persignó.
    —¡Pero	Cobra!	—exclamó—.	¿A	quién	me	traes	a	casa?
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    —No	tiene	techo,	mamá,	y	está	hambriento.	Su	nombre	es	Cairo	Fly.
    —«Errantes	en	la	estepa,	en	tierra	desolada	—dijo	Yarvella—,	no	hallaban	ciudad
donde	residir.	Hambrientos	y	sedientos,	su	ánimo	iba	menguando».
    —«Den	gracias	al	Señor	por	sus	favores,	y	por	sus	portentos	con	los	hijos	de	los
hombres	 —recitó	 Cobra—.	 Pues	 Él	 sacia	 al	 sediento	 y	 colma	 de	 bienes	 al
hambriento».	Yo	también	me	sé	la	Biblia,	mamá.
    Cairo	Fly	se	quitó	el	sombrero	y	enseñó	sus	sucios	dientes	a	Yarvella.
    —Encantado	de	conocerla,	señora	Box.
    A	Cobra	le	sorprendió	que	incluso	a	cubierto	los	ojos	de	Cairo	irradiaran	un	brillo
tan	intenso.
                                      Página	96
                   NAVIDAD	EN	NUEVA	ORLEANS
                                          Página	97
       Won’t	be	alone	again	at	Christmas
       In	New	Orleans	or	anywhere
       I'll	never	be	alone	at	Christmas
       Not	in	N.O.	or	anywhere
       In	the	company	of	angels
       I	found	the	answer	to	my	prayer[12].
    Cairo	 Fly	 miró	 a	 las	 Box,	 madre	 e	 hija,	 y	 sonrió.	 Fue	 entonces	 cuando	 ellas	 se
percataron	de	que	se	había	puesto	los	pendientes	de	diamantes	falsos,	el	pintalabios
rojo	rubí,	el	colorete	y	la	sombra	de	ojos	de	Yarvella.
    —Chico	—dijo	Cobra—,	no	paras	de	sorprenderme.
                                          Página	98
                            HISTORIA	BÍBLICA
Yarvella	le	dio	a	Fly	veinte	dólares	y	una	polvera	Maybelline	Blush	nueva	y	le	dijo
que	se	quedara	el	pintalabios	rojo	que	ya	había	utilizado.	Cobra	abrazó	al	muchacho	y
le	dijo	que	las	tuviera	al	corriente,	que	podía	contar	con	ella	y	con	su	madre.
    —Cuídense	mucho	las	dos	—dijo	Cairo.
    —«Recuerda	cuán	poco	he	de	durar	yo	—dijo	Yarvella—;	¿para	qué	precario	fin
creaste	a	todos	los	hombres?»	Que	el	Señor	te	guíe,	Cairo,	«pues	él	te	manda	a	sus
ángeles	para	que	te	guarden	de	todo	mal».
    —Lo	tendré	en	cuenta,	señora	Box.	Gracias.
    Una	vez	se	hubo	ido	Cairo	Fly,	Yarvella	dijo:
    —Cobra,	hija	mía,	el	mundo	oirá	hablar	de	ese	chico.
    —Mamá,	 el	 mundo	 ni	 siquiera	 sabe	 que	 existe.	 Sólo	 espero	 que	 su	 corazón	 sea
tan	fuerte	como	su	actitud.
    Seis	 meses	 después	 les	 llegó	 una	 carta	 con	 matasellos	 de	 Chicago	 (Illinois).
Dentro	había	un	billete	de	veinte	dólares,	una	nota	y	un	recorte	de	periódico.
                                                                                  Besos
                                                                                  C.	FLY
                                        Página	99
                                     DESNUDA
A	primera	hora	del	día	en	que	la	iban	a	juzgar	Contessa	Sims	fue	hallada	desnuda	en
su	 celda.	 Se	 había	 ahorcado.	 Un	 guardia	 la	 bajó	 de	 inmediato,	 pero	 el	 forense
determinó	que	Contessa	llevaba	muerta	aproximadamente	treinta	minutos.	La	agente
Sims	había	empleado	su	atuendo	carcelario,	rasgándolo	en	tiras	que	luego	había	atado
entre	sí	para	conseguir	su	objetivo.
    Cuando	Cobra	Box	oyó	la	noticia	por	la	radio	estaba	arreglándose	para	asistir	a	la
vista.	 Tuvo	 un	 escalofrío	 y	 se	 tumbó	 en	 la	 cama,	 totalmente	 aturdida.	 Entonces
recordó	 una	 historia	 que	 le	 había	 contado	 su	 difunto	 marido	 referente	 a	 un	 hombre
que	se	colgó	de	una	cuerda	atada	a	la	pala	de	una	retroexcavadora	con	motor	diesel.
El	 hombre,	 recolector	 de	 remolacha	 en	 California,	 fue	 hallado	 en	 una	 postura
semisedente	con	una	correa	de	seguridad	arrollada	al	cuello	y	grapada	a	una	cuerda
que	estaba	enganchada	a	la	pala	elevada	del	tractor.	El	agricultor	se	había	valido	de
ese	 sistema	 para	 alcanzar	 un	 estado	 de	 asfixia	 parcial	 erótica,	 pero	 perdió	 el
conocimiento	y	resultó	ahorcado	accidentalmente.
    Contessa	 Sims,	 pensó	 Cobra,	 siempre	 había	 sido	 una	 chica	 muy	 decidida,	 pero
como	estaba	escrito	en	el	Libro	de	los	Jueces,	el	alma	de	Contessa	vivía	angustiada
por	la	muerte.	Al	menos	el	agricultor	solitario	se	había	dado	un	último	gustazo.
                                        Página	100
    CUARTA	PARTE
El	cuaderno
amoratado
Página	101
                    EL	CUADERNO	AMORATADO
Cobra	 Box	 recibió	 por	 correo,	 procedente	 de	 México,	 una	 libreta	 manchada,
manoseada	y	rota	de	tapas	color	granate.	En	la	primera	página	interior,	escrito	a	mano
en	letras	grandes,	se	leía	este	encabezamiento:	El	cuaderno	amoratado.	Era	el	diario
de	 prostituta	 que	 Ava	 Varazo	 había	 escrito	 en	 Sinaloa	 (Texas).	 Sólo	 algunas	 de	 las
páginas	tenían	texto,	y	todo	él	en	español.
                                         Página	102
   la	 polla	 cubierta	 de	 verrugas	 quiere	 que	 le
chupe
   los	huevos	pero	no	se	le	pone	tiesa	hace	que	le
pise
   la	cara	primero	con	un	pie	luego	con	el	otro
                 Página	103
     un	 tío	 muy	 gordo	 y	 muy	 borracho	 me	 pide	 que
me
   ponga	 un	 vestido	 blanco	 y	 le	 cante	 La
Golondrina
   se	 mea	 en	 los	 calzoncillos	 tengo	 que	 limpiar	 el
suelo
                   Página	104
   miope	de	un	ojo	una	polla	enorme	doblada	hacia
abajo
   se	 está	 mucho	 rato	 hace	 ver	 que	 no	 se	 corre
me	lo
   saco	de	encima	y	le	digo	que	ha	de	pagar	más
   él	me	llama	hija	de	la	gran	puta
                  Página	105
   hace	 que	 me	 siente	 de	 espaldas	 encima	 de	 su
cara	y
   se	la	frote	con	el	culo	la	polla	no	se	le	mueve
   me	dice	que	no	se	la	toque
                 Página	106
   mamada	 a	 un	 viejo	 se	 le	 pone	 dura	 pero	 no	 se
corre
   me	 da	 un	 beso	 en	 la	 coronilla	 y	 me	 llama
«Rosita»
   o	Rosalita	dice	que	es	el	nombre	de	su	hija
                  Página	107
  gringo	joven	quiere	plantarme	un	crucifijo	en	el
   coño	y	hacerme	una	foto	le	digo	que	se	busque
otra
                Página	108
   dos	hombres	uno	mira	mientras	el	otro	folla	el
que
  mira	suda	mas	que	el	que	me	folla
                Página	109
    las	 dos	 orejas	 cortadas	 cara	 manos	 y	 brazos
llenos
   de	cicatrices	no	habla	pero	folla	como	un	bestia
   huele	a	lima
                  Página	110
   guapo	 pero	 con	 una	 polla	 enana	 se	 me	 sienta
encima
   del	pecho	se	la	casco	hasta	que	se	corre	en	mi
cara	y
   luego	me	la	limpia	a	lametazos
                 Página	111
me	limpia	el	coño	y	el	culo	luego	me	estruja	las
tetas	y	me	da	las	gracias
              Página	112
     un	poli	se	quita	el	uniforme	ya	la	tiene	dura
     pero	 se	 corre	 antes	 de	 metérmela	 y	 luego	 ya
no
     hay	manera	de	que	se	le	ponga	tiesa
                   Página	113
tipo	limpio	y	callado	me	folla	se	levanta	y	luego
cae	muerto	con	los	calcetines	puestos
              Página	114
                                BOLA	DE	FUEGO
                                           Página	115
ángel	 que	 le	 hacía	 señas	 desde	 el	 sol.	 Era	 hacia	 la	 bola	 de	 fuego	 que	 el	 halcón
conducía	a	Cobra	Box.
                                         Página	116
QUINTA	PARTE
   CODA
   Página	117
                                  DIMINUENDO
                            HOMBRE	DADO	POR	MUERTO
                               APARECE	CON	VIDA
    Los	cuatro	hombres,	que	se	hacían	llamar	White	Horse,	Gerónimo,	Natches	y	Fun
por	los	últimos	guerreros	apaches;	y	las	dos	mujeres,	Rosa	del	Sarón	y	Lirio	de	los
Valles,	nombres	que	proceden	del	Cantar	de	los	Cantares,	acampaban	en	Oíd	Woman
Mountains,	al	este	de	Cádiz.	Habían	acudido	a	este	lugar	en	espera	del	momento,	que
ellos	suponían	inminente,	en	que	el	sol	permanecería	quieto	en	mitad	del	firmamento
durante	un	día	entero.	Creían	que	este	fenómeno	indicaría	que	los	nuevos	cananeos
habrían	 sido	 borrados	 de	 la	 faz	 de	 la	 tierra	 por	 la	 mano	 del	 Señor;	 que	 sería	 el
momento	propicio	para	que	los	ángeles	terrenales	del	Señor,	refugiados	en	el	desierto
desde	la	Cruzada	de	Sangre,	regresaran	a	las	ciudades.
    Los	cuatro	hombres	y	las	dos	mujeres	estaban	tumbados	bajo	las	estrellas.
    —Sólo	 quienes	 han	 prestado	 oídos	 a	 su	 palabra	 sobrevivirán	 al	 holocausto	 o
Verdad	Final,	conforme	a	la	Historia	No	Escrita	—dijo	Fun,	el	más	bravo	de	los	seis.
    Rosa	del	Sarón,	quien	sin	saberlo	estaba	embarazada	de	Gerónimo,	corroboró	lo
anterior:
    —Y	de	su	boca	saldrá	una	espada	cortante.
                                         Página	118
                         CON	MUCHO	CARIÑO
La	siguiente	carta,	sin	sobre,	fue	descubierta	por	la	policía	en	uno	de	los	bolsillos	de
DelRay.	Una	vez	que	hubo	recobrado	el	conocimiento	se	supo	que	sufría	de	amnesia
total,	 probablemente	 como	 resultado	 de	 un	 grave	 traumatismo.	 El	 médico	 que	 le
atendía,	en	un	intento	de	refrescarle	la	memoria,	enseñó	la	carta	a	DelRay	pero	éste
no	pudo	recordar	a	la	autora	de	la	misma.
                                        Página	119
padre	la	reina	de	los	gitanos	le	atraviesa	el	corazón	con	un	cuchillo.	FIN.	Bien,
amigo,	menuda	historia.	¿Que	no?	Y	se	supone	que	es	cierta.
     En	esta	pensión,	dos	puertas	más	allá	de	la	mía,	vive	un	hombre	muy	raro.
Usa	siempre	gafas	de	sol	y	un	pañuelo	estampado	al	cuello,	y	le	he	visto	más	de
una	 vez	 saliendo	 de	 su	 cuarto	 por	 la	 noche	 alumbrándose	 el	 camino	 con	 una
linterna.	Siempre	luce	alguna	tirita	en	la	cara.	Encima	de	su	puerta	ha	puesto	un
pequeño	 espejo	 cóncavo	 para	 poder	 ver	 el	 pasillo.	 Ayer	 hice	 un	 interesante
descubrimiento.	Junto	a	su	cuarto	recogí	del	suelo	un	trozo	de	cuerda	de	piano
con	 un	 llavero	 soldado	 en	 cada	 lado.	 Supongo	 que	 se	 le	 cayó	 al	 tipo	 raro.	 Lo
guardo	 como	 un	 souvenir.	 No	 estoy	 preocupada,	 aunque	 seguramente	 es	 un
paranoico	 y	 un	 psicópata.	 Por	 lo	 que	 yo	 sé	 estos	 tipos	 se	 ceban	 en	 la	 gente
vulnerable,	 conque	 supongo	 que	 es	 una	 ventaja	 que	 yo	 sea	 vulnerable	 sólo	 en
apariencia.
     El	 mundo	 está	 cada	 día	 más	 loco,	 a	 mí	 la	 gente	 es	 que	 me	 saca	 de	 quicio.
Mis	demonios	de	la	guarda	han	estado	haciendo	horas	extra.	¿Te	he	hablado	de
ellos?	Hay	quien	tiene	ángel	de	la	guarda;	yo	tengo	demonios	de	la	guarda	que
actúan	cuando	la	gente	me	saca	de	quicio.	El	otro	día	mi	jefe	me	tocó	las	narices
y	yo	me	puse	a	pensar	en	todas	las	cosas	malas	que	podía	desearle,	no	tan	malas
como	para	causarle	un	daño	corporal	pero	sí	lo	suficiente	para	causarle	ciertas
molestias	o	mejor	aún	una	ignominia.	Decidí	que	estaría	bien	que	se	estrellara
con	 su	 coche	 nuevo.	 Dos	 días	 más	 tarde	 ocurrió.	 No	 hubo	 heridos	 y	 el
«accidente»	 fue	 culpa	 suya.	 También	 le	 eché	 mal	 de	 ojo	 a	 un	 compañero	 de
trabajo	que	desde	entonces	sufre	de	la	espalda.	Además,	su	perro	murió	después
de	que	yo	le	dijera	que	se	acabaría	convirtiendo	en	uno	de	esos	chuchos	que	se
te	mean	encima	cuando	están	excitados.	Es	algo	que	no	puedo	soportar.	Como
cuando	 mi	 tío	 Lodo	 desalojó	 a	 una	 familia	 pobre	 de	 una	 casa	 de	 la	 que	 era
propietario.	Aquella	gente	le	avisó	de	que	si	lo	hacía	las	cosas	le	irían	mal.	Mi
tío	 se	 rió	 de	 ellos	 en	 mi	 presencia	 y	 preguntó	 si	 le	 estaban	 amenazando	 con
cosas	 de	 hechicería.	 Yo	 le	 miré	 con	 saña	 y	 le	 dije,	 Hay	 gente	 que	 no	 necesita
hechiceros.	 Al	 día	 siguiente	 Hacienda	 se	 incautó	 de	 todas	 sus	 propiedades.
Habían	descubierto	que	mi	tío	llevaba	años	cobrando	una	pensión	de	invalidez
correspondiente	a	un	hombre	ya	fallecido.	Pronto	estará	cantando	canciones	de
Johnny	Cash[14].
     Mi	padre	siempre	advierte	a	sus	ligues	de	que	no	se	metan	conmigo	porque
yo	«hago	cosas».	Dice	que	tengo	una	aureola	especial	y	que	su	luz	protege	a	los
que	están	cerca	de	mí.	Yo	de	eso	no	sé	nada.	El	otro	día	un	amigo	mío	empezó	a
incordiarme	 y	 en	 menos	 de	 24	 horas	 le	 cayeron	 tres	 multas.	 Es	 un	 poco
alarmante,	ya	he	buscado	ayuda	profesional	en	dos	ocasiones.	Una	vez,	un	cura
que	debía	de	tener	mil	años	me	dijo	que	yo	era	«una	gran	tentación»	para	él	y
luego	me	puso	la	mano	en	el	muslo.	Otra	vez,	un	cura	distinto	me	dijo	que	ellos
ya	no	creían	en	esas	cosas.	Total,	que	tendré	que	irme	acostumbrando.
                                        Página	120
     La	semana	pasada	estuve	muy	resfriada.	Me	quedé	en	casa	el	sábado	por	la
noche	viendo	Acapulco	Caliente	por	la	tele.	Uno	de	mis	programas	favoritos	es
Ocurrió	Así,	que	es	en	plan	culebrón,	pero	siempre	sale	gente	rara.	El	otro	día
presentaban	 a	 la	 mujer	 con	 la	 lengua	 más	 larga	 del	 mundo.	 Otra	 vez	 salió	 un
mexicano	 que	 había	 estado	 cuarenta	 años	 encadenado.	 Mi	 preferido	 es	 No
Estamos	 Solos,	 que	 va	 de	 extraterrestres.	 Luego	 está	 Siempre	 en	 Domingo.
Actúan	 los	 mejores	 cantantes	 o	 grupos,	 de	 ahora	 y	 de	 antes.	 A	 mí	 me	 deja
parada	que	hagan	salir	a	Lola	Beltrán	y	después	a	los	últimos	rockeros.	Eso	me
recuerda	 que	 he	 decirte	 algo:	 tengo	 una	 nueva	 amiga.	 Se	 llama	 Wednesday
aunque	todo	el	mundo	la	llama	Wendy.	Su	madre	le	puso	ese	nombre	porque	era
una	 gran	 admiradora	 de	 la	 actriz	 Tuesday	 Weld	 pero	 no	 quería	 que	 su	 hija
llevara	 exactamente	 el	 mismo	 nombre,	 así	 que	 le	 cambió	 el	 día[15].	 Wendy	 es
una	 rockera	 de	 diecisiete	 años.	 La	 conocí	 en	 unas	 galerías	 comerciales	 donde
trabaja	en	un	puesto	de	café.	Es	mestiza	y	tiene	los	ojos	verdes,	como	yo.	Lleva
el	 pelo	 teñido	 de	 rubio	 porque	 quiere	 parecerse	 a	 Paulina	 Rubio,	 pero	 habla
como	 las	 cholas[16].	 Dice	 que	 yo	 parezco	 Audrey	 Hepburn	 y	 que	 eso	 «mola
mucho».	 Dentro	 de	 poco	 va	 a	 ir	 a	 México	 D.F.	 y	 yo	 le	 he	 explicado	 dónde
comprar	los	mejores	zapatos,	algo	que	a	ella	le	entusiasma.	Dice	que	va	allí	para
asistir	a	la	boda	del	primo	de	su	novio	y	que	va	a	«molar	un	montón».	Su	novio
es	lowrider[17].	Él	tiene	tres,	pero	ningún	Impala.	Le	pregunté	por	qué	y	Wendy
me	dijo,	Tía,	eso	es	para	los	cholos.	También	le	pregunté	si	su	novio	era	cholo,
porque	para	mi	mente	obtusa	los	lowriders	son	cosa	de	cholos,	y	ella	va	y	me
dice,	Qué	va,	nosotros	somos	rockeros.	Una	vez	al	año	más	o	menos	conozco	a
alguien	 que	 me	 gusta,	 y	 que	 yo	 recuerde	 este	 año	 le	 ha	 tocado	 a	 ella.	 En	 las
galerías	donde	conocí	a	Wendy	un	hombre	y	una	mujer	de	no	sé	qué	periódico
estaban	preguntando	a	la	gente	cuál	era	su	máxima	aspiración	en	la	vida.	Una
dijo,	 Ser	 feliz	 con	 mis	 hijos	 pero	 sin	 marido	 porque	 él	 no	 me	 trabaja.	 Nos
preguntaron	a	Wendy	y	a	mí.	Wendy	dijo,	Tener	mi	propia	casa	y	que	mi	novio
no	sea	tan	majara.	Yo	respondí,	Ser	siempre	amiga	de	mis	mejores	amigas	para
ir	 a	 hacer	 de	 putas	 juntas	 por	 ahí.	 Si	 sale	 en	 el	 periódico,	 lo	 recorto	 y	 te	 lo
mando.
     Aquí	mis	principales	problemas	son	los	mosquitos	y	el	tiempo.	Este	tiempo
te	 pone	 cachondo	 todo	 el	 rato	 pero	 no	 apetece	 ponerle	 remedio.	 Demasiado
calor.	 Y	 el	 aire	 acondicionado	 no	 es	 nada	 romántico,	 una	 pierde	 la
concentración.	Ayer	fui	a	un	parque	de	atracciones.	Menuda	lata,	y	soy	tan	tonta
que	me	puse	unas	plataformas	de	siete	centímetros.	Todavía	me	duelen	los	pies.
Fui	 con	 otra	 chica,	 se	 llama	 Chocolate	 y	 no	 la	 conozco	 muy	 bien.	 Ganaba	 a
todos	 los	 juegos	 y	 no	 paró	 de	 tomarme	 el	 pelo	 porque	 yo	 no	 daba	 una.	 Qué
peñazo.	Creo	que	no	seré	amiga	de	Chocolate.	¿Tú	qué	harías?
     Bueno,	 será	 mejor	 que	 apague	 las	 velas	 o	 quemaré	 la	 casa.	 Espero	 verte
pronto.
                                         Página	121
             Con	mucho	cariño
                      Concha
Página	122
                        YO,	CAIRO	FLY
                                Página	123
llevarían	 a	 una	 cárcel	 normal.	 Tranquilo,	 Cairo,	 la	 partida	 aún	 no	 ha
terminado	del	todo.
11	de	febrero:	Hoy	se	ha	formado	hielo	en	el	Misisipí.	Yo	nunca	lo	había	visto
helado	 en	 Nueva	 Orleans.	 Últimamente	 oigo	 voces	 cuando	 duermo.	 No	 son
sueños	 sólo	 voces.	 Esta	 mañana	 cuando	 aún	 no	 era	 de	 día	 he	 despertado
oyendo	una	voz	que	decía	que	mi	madre	había	muerto.	No	sé	si	es	verdad	o
no.	Hace	años	que	no	sé	dónde	para.	En	la	oscuridad	de	la	habitación	había
una	cara	con	una	especie	de	círculo	amarillo	alrededor.	La	boca	se	movía	y
aunque	 producía	 sonidos	 yo	 no	 podía	 entender	 las	 palabras	 si	 es	 que	 eran
palabras.	Cerré	los	ojos,	y	al	abrirlos	de	nuevo	la	cara	había	desaparecido.
12	 de	 febrero:	 Vientos	 huracanados	 hacen	 zozobrar	 un	 barco	 frente	 a	 Point
Sur	en	la	costa	de	California,	lo	cual	creo	que	es	bastante	raro.	Me	acuerdo	de
que	 hacía	 mucho	 viento	 el	 día	 que	 Tondelayo	 me	 dijo	 que	 la	 acompañara	 a
hacerse	un	tatuaje.	Se	hizo	dibujar	en	el	abdomen	un	cráneo	reidor	con	rayos
que	le	salían	de	los	ojos.	Dijo	que	cuando	los	tíos	se	le	echaran	encima	verían
la	calavera	y	sabrían	de	qué	iba	ella	y	en	dónde	se	estaban	metiendo.	Después
se	rió.
13	 de	 febrero:	 Calor	 atípico	 en	 Maine	 y	 en	 el	 resto	 de	 Nueva	 Inglaterra.
Ahora	leo	la	página	del	tiempo	en	el	periódico.	No	siempre	me	apetece	mirar
por	la	ventana.	Para	qué,	si	no	puedo	ir	adónde	yo	quiero.	Un	hombre	y	una
mujer	murieron	por	mi	causa	pese	a	que	yo	nos	los	maté.	Quizá	habría	podido
evitarlo.	Todo	fue	muy	rápido.	Mañana	es	el	día.
27	 de	 febrero:	 No	 he	 podido	 escribir	 durante	 dos	 semanas	 porque	 estaba
deprimido	pensando	en	los	asesinatos.	A	los	cerezos	les	han	salido	capullos
blancos.	Ayer	cayó	granizo	en	las	islas	Farasan	en	el	mar	Rojo,	según	dicen
por	primera	vez	en	la	historia.	La	gente	que	vive	allí	debió	de	pensar	que	el
cielo	se	caía	a	pedazos.
28	 de	 febrero:	 Un	 día	 estaba	 yo	 tocando	 el	 piano	 en	 el	 club	 Chicken	 In	 A
Basket	de	Diversey	Street	en	Chicago	donde	señores	mayores	iban	a	citarse
con	 chicos	 jóvenes	 y	 cayó	 una	 nevada	 que	 nos	 tuvo	 encerrados	 allí	 durante
dos	 días.	 La	 que	 se	 armó.	 Si	 los	 hombres	 hubieran	 podido	 quedarse
embarazados	 al	 cabo	 de	 nueve	 meses	 habrían	 colapsado	 las	 salas	 de
maternidad	de	todos	los	hospitales	de	Chicago.
1	de	marzo:	Nunca	me	acuerdo	de	cómo	era	esa	leyenda	de	la	marmota	y	su
sombra	y	lo	que	durará	el	invierno[19].	El	caso	es	que	hoy	hace	frío	incluso
con	la	calefacción	puesta.	Hay	colores	que	no	veo	bien	si	están	junto	a	ciertos
otros	 colores.	 Un	 chico	 de	 Nueva	 Orleans	 descubrió	 que	 yo	 no	 podía
distinguir	 unos	 pantalones	 rojos	 de	 unos	 marrones	 y	 me	 llamó	 Dog	 Eyes
[Ojos	 de	 perro].	 Dicen	 que	 los	 perros	 son	 ciegos	 para	 los	 colores,	 pero	 me
pregunto	cómo	lo	saben.
2	de	marzo:	Inundaciones	en	Georgia.	He	visto	por	la	tele	un	pequeño	turismo
que	quedaba	cubierto	de	agua	en	un	abrir	y	cerrar	de	ojos.	Daba	miedo	mirar.
Tondy	me	manda	una	carta	pidiéndome	que	diga	que	está	loca	para	que	no	la
maten.	Cómo	va	a	estar	loca	si	yo	sé	que	tampoco	estoy	loco.
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3	de	marzo:	El	hombre	del	tiempo	ha	dicho	por	la	radio	que	un	día	como	hoy
del	 año	 1869	 cayó	 sobre	 Francia	 una	 nieve	 roja.	 Nevada	 de	 sangre	 lo
llamaron.	 Por	 lo	 visto	 no	 era	 sangre	 sino	 un	 polvo	 rojo	 que	 procedía	 del
desierto	del	Sáhara	donde	a	los	vendavales	los	llaman	sirocos.	Siroco	es	una
palabra	muy	bonita.	Igual	que	romántico.	Tondelayo	me	contó	que	un	día	le
clavó	un	cuchillo	a	su	hermano	pequeño	que	estaba	durmiendo	sólo	para	ver
cómo	era	la	sangre	cuando	brotara	de	su	piel.	Ella	tenía	entonces	siete	años	y
él	dos.
4	de	marzo:	Un	huracán	ha	asolado	Australia	causando	naufragios	y	muerte.
A	veces	tengo	pensamientos	igual	que	si	soñara	despierto	como	que	un	perro
u	otro	animal	me	persigue,	pero	no	es	así.	Anoche	tuve	un	sueño	de	verdad.
Alguien	 me	 susurraba	 muy	 fuerte	 al	 oído.	 Cuando	 desperté	 la	 oreja	 me
escocía	como	si	se	me	hubiera	colado	un	insecto.	Me	metí	el	dedo	en	la	oreja
y	 lo	 agité	 dentro	 y	 entonces	 recordé	 que	 el	 que	 me	 hablaba	 al	 oído	 había
dicho	¡Sal	de	ahí!
5	de	marzo:	Hoy	hace	mucho	viento.	Los	pájaros	encuentran	difícil	seguir	su
camino.	Cuando	mi	madre	me	dejó	abandonado	en	N.O.	no	creí	que	aquello
fuera	para	siempre.	La	interpretación	barata	como	diría	mi	psicóloga	es	que
Tondy	apareció	en	mi	vida	y	yo	la	identifiqué	conmigo	mismo	a	esa	edad	y	no
quise	 abandonarla	 como	 mi	 madre	 había	 hecho.	 De	 modo	 que	 no	 es	 por
Tondy	que	estoy	aquí	encerrado.	Supongo	que	la	culpa	es	de	mamá	o	mía.	El
mundo	no	dejará	de	dar	vueltas	ni	por	ella	ni	por	mí.
6	 de	 marzo:	 Los	 tornados	 arrasaron	 ayer	 gran	 parte	 de	 Arkansas.	 En	 las
noticias	salía	la	ciudad	de	Arkadelphia	prácticamente	destruida.	¿Es	que	Dios
se	la	tenía	jurada	a	esa	pobre	gente?	No.	Lo	que	pasa	es	que	nosotros	nos	la
tenemos	jurada	unos	a	otros.	Y	los	otros	no	son	sino	una	parte	de	nuestro	yo.
Es	lo	que	creo	y	de	lo	que	puedo	dar	fe.	La	crueldad	empieza	y	termina	en
uno	mismo.
7	de	marzo:	Hoy	hace	un	calor	intempestivo	pero	anuncian	que	lloverá	como
si	dijeran	que	la	vida	siempre	trae	problemas.	Tondy	nunca	mencionó	que	se
la	 tenía	 jurada	 a	 un	 tío.	 La	 policía	 dice	 que	 me	 utilizó	 entonces	 y	 que	 me
utiliza	 ahora.	 Probablemente	 tienen	 razón	 pues	 es	 lo	 que	 hacemos	 los	 unos
con	los	otros.	¿Quién	se	atreve	a	decir	lo	contrario?	¿Se	la	puede	culpar	a	ella
o	a	cualquiera	que	haya	tenido	una	infancia	tan	desdichada	como	la	suya?	Yo
incluido.
8	de	marzo:	Tormentas	de	polvo	en	Oklahoma	y	el	noroeste	de	Texas	según
he	visto	en	las	noticias.	Dicen	que	antiguamente	pasaba	mucho	y	que	por	eso
todo	el	mundo	se	trasladó	a	California.	Mi	madre	mientras	estuvimos	juntos
siempre	me	decía	que	no	me	fiara	de	los	blancos	al	margen	de	lo	simpáticos
que	 pudieran	 caerme.	 Su	 experiencia	 en	 la	 vida	 era	 diferente	 de	 la	 mía.	 En
general	ha	sido	alguien	mezcla	de	blanco	y	negro	y	más	cosas	quien	me	ha
ayudado	 o	 me	 ha	 perjudicado.	 ¿Y	 qué	 decir	 de	 Tondelayo	 Luna	 que	 tiene
sangre	de	Samoa	y	de	no	sé	qué	otra	isla?	A	la	gente	la	tomas	o	la	dejas	por
sus	actos.
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9	de	marzo:	 Kansas	 está	 cubierto	 de	 nieve.	 Aquí	 han	 aparecido	 pájaros	 por
todas	partes.	Las	aves	siempre	me	han	llamado	mucho	la	atención.	A	lo	mejor
un	 día	 podré	 dedicarme	 a	 estudiarlas.	 Un	 chico	 griego	 llamado	 Harry	 por
quien	una	vez	perdí	el	culo	en	Chicago	llevaba	un	halcón	tatuado	en	el	brazo
derecho	y	cuando	hacía	bola	parecía	que	el	halcón	volaba.
10	 de	 marzo:	 Las	 noticias	 hablan	 de	 tornados	 (es	 la	 época	 del	 año	 en	 que
suelen	 darse)	 y	 de	 inundaciones.	 Yo	 ya	 no	 podría	 vivir	 cerca	 de	 un	 río.	 Si
alguna	 vez	 salgo	 de	 aquí	 quiero	 irme	 a	 la	 cima	 de	 una	 montaña	 o	 a	 un
rascacielos.	 Tengo	 idea	 de	 hacer	 una	 película	 sobre	 mi	 vida	 pero	 el	 final
tendría	que	ser	feliz.
11	de	marzo:	La	temperatura	más	baja	jamás	registrada	en	Estados	Unidos	en
la	 fecha	 de	 ayer	 fue	 de	 50	 grados	 bajo	 cero	 en	 Snake	 River	 (Wyoming)	 en
1906.	 Yo	 me	 moriría	 con	 tanto	 frío.	 Cuando	 salga	 quiero	 irme	 a	 una	 isla
tropical	donde	sople	la	brisa.	Estoy	casi	decidido	a	decir	que	creo	que	Tondy
es	una	enferma	mental.
12	de	marzo:	Llueve	como	habían	anunciado.	Tondy	se	traía	tíos	y	mientras
se	los	follaba	yo	les	robaba	el	dinero.	Algunas	veces	me	pillaban	o	se	olían	de
qué	iba	la	cosa,	pero	nunca	tuvimos	problemas.	Tondy	le	sacó	la	navaja	a	más
de	 uno	 aunque	 yo	 sólo	 le	 he	 visto	 pinchar	 a	 un	 hombre.	 Estaba	 totalmente
desnudo	 menos	 los	 zapatos	 y	 Tondy	 le	 rajó	 la	 pierna	 izquierda	 tratando	 de
darle	en	los	cojones.	El	tío	iba	forrado.	Nos	quedamos	con	toda	la	pasta.
13	de	marzo:	Ráfagas	de	viento	de	80	kilómetros	por	hora.	Los	hombres	que
me	 gustaban	 jamás	 se	 fijaron	 en	 mí	 por	 lo	 que	 yo	 era.	 Esto	 ha	 marcado	 mi
vida	 y	 lo	 que	 podría	 haber	 sido.	 Creo	 que	 me	 gustaría	 ser	 un	 ángel	 y	 quién
sabe	si	algún	día	lo	conseguiré	aun	a	pesar	de	mi	mal	comportamiento.
15	 de	 marzo:	 La	 primera	 vez	 que	 lo	 hice	 fue	 en	 el	 retrete	 de	 un	 autobús
Greyhound	yendo	por	la	autopista	al	norte	de	Memphis.	Yo	tenía	catorce	años
y	 había	 tomado	 anfetas	 para	 el	 trayecto	 de	 Nueva	 Orleans	 a	 Chicago.	 El
desconocido	tenía	unos	cuarenta.	Me	bajó	los	pantalones	y	me	hizo	apoyar	en
el	lavamanos.	Todavía	recuerdo	el	frío	del	metal	en	la	barriga.	En	el	espejo	vi
que	el	color	de	mi	cara	cambiaba	de	chocolate	a	rojo.	Esta	noche	la	luna	está
llena	de	sangre.
19	 de	 marzo:	 Hoy	 luce	 el	 sol	 en	 todo	 el	 país	 pero	 en	 Japón	 ha	 habido	 un
terremoto.	Espero	que	no	haya	muerto	nadie.	Las	personas	están	atrapadas	en
sus	 propias	 vidas.	 No	 veo	 por	 qué	 habría	 de	 importarles	 lo	 que	 yo	 haga	 a
menos	que	les	afecte	personalmente.
20	de	marzo:	Pienso	que	la	gente	actúa	a	veces	como	lo	hace	influida	por	el
tiempo.	Había	una	niebla	espesa	la	noche	en	que	Tondelayo	y	yo	nos	metimos
en	 aquel	 lío.	 Más	 o	 menos	 como	 esta	 mañana	 pero	 aquella	 noche	 fue	 peor.
Vimos	a	la	pareja	saliendo	de	la	tienda	cargados	de	paquetes	y	Tondy	dijo	que
debían	 de	 ser	 ricos	 y	 sacó	 la	 pistola	 y	 fue	 a	 por	 ellos.	 Yo	 ni	 siquiera	 tuve
tiempo	de	decir	nada	hasta	que	todo	acabó.
25	de	marzo:	 El	 sol	 me	 deprime.	 Para	 qué	 lo	 quiero	 si	 yo	 no	 puedo	 salir	 a
disfrutarlo.	A	veces	el	mundo	está	tan	silencioso	que	no	oigo	nada.	He	estado
enfermo	unos	días	y	por	eso	no	escribía.	Me	levanté	de	la	cama	para	ver	un
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eclipse	 de	 luna.	 Era	 como	 si	 un	 enorme	 pez	 negro	 surgiera	 de	 debajo	 y	 se
tragase	la	luna	y	digo	yo	que	debe	de	ser	muy	emocionante	que	se	te	traguen
vivo.
26	 de	 marzo:	 Granizadas	 en	 Florida.	 Una	 piedra	 se	 cargó	 a	 un	 chaval	 de
diecisiete	años	pero	hay	que	estar	loco	para	salir	con	ese	tiempo.	He	firmado
el	 papel	 diciendo	 que	 Tondy	 está	 loca.	 Si	 según	 ellos	 yo	 estoy	 loco	 qué
importa	mi	opinión.	De	todos	modos	no	creo	que	ejecuten	a	una	mujer.
1	 de	 abril:	 Lleva	 días	 sin	 parar	 de	 llover.	 No	 he	 escrito	 porque	 estaba
desanimado.	 ¿Es	 posible	 que	 el	 alma	 de	 una	 persona	 se	 extravíe	 o	 le	 sea
robada	y	que	sin	ella	la	persona	no	pueda	estar	en	paz	consigo	misma?	Creo
que	eso	es	lo	que	me	pasa	a	mí.
                                Página	127
     Querido	Cairo:
     Estoy	en	un	sitio	horrible	donde	casi	nunca	hace	sol.	Aquí	las	chicas	dicen	que	a
las	mujeres	nunca	las	matan.	En	Texas	y	Florida	puede	pero	aquí	no.	Hay	que	vigilar
donde	comete	uno	su	crimen	capital.	¿Te	acuerdas	de	Raoul	Colby	el	viejo	que	quería
casarse	conmigo?	Pues	le	escribí	y	él	me	prometió	que	si	me	casaba	con	él	me	pagaba
un	abogado	para	que	me	saque	de	aquí.	Le	dije	que	si	claro.	Mi	primer	novio	Ralph
Deacon	llevaba	una	pistola	en	el	coche	metida	en	una	toalla	al	alcance	de	la	mano	por
si	la	necesitaba.	Ralph	me	gustaba.
     En	 la	 cama	 era	 un	 verdadero	 monstruo.	 Le	 gustaba	 que	 me	 meara	 en	 su	 pecho
después	de	hacerlo.	Apuesto	a	que	ya	esta	muerto.	Pero	tu	y	yo	no	lo	estaremos	ahora
que	saben	que	somos	enfermos	mentales.	Solo	me	pregunto	si	alguna	vez	nos	dejaran
salir.	Las	chicas	dicen	que	no	es	probable.	Quizá	cuando	estemos	resecos	como	uvas
pasas	y	ya	no	podamos	hacer	daño	a	nadie.	¿Qué	daño	podemos	hacer	tu	y	yo	Cairo?
Matar	no	esta	bien	tu	lo	sabes	yo	lo	se	y	ellos	lo	saben.	Cuando	nos	veamos	las	caras
te	daré	un	abrazo.
                                                                                     Besos
                                                                                    TONDY
                                        Página	128
BARRY	GIFFORD	(1946)	es	escritor,	ensayista,	poeta,	dramaturgo,	guionista	de	cine
y	 uno	 de	 los	 más	 certeros,	 feroces	 y	 reconocidos	 narradores	 de	 ese	 extraño
experimento	que	llamamos	«América».	Su	obra	ha	sido	traducida	a	veintitrés	idiomas
y	algunas	de	sus	novelas,	como	Corazón	salvaje,	La	vida	desenfrenada	de	Saylor	y
Lula,	Perdita	Durango	o	Gente	nocturna,	así	como	su	colaboración	con	el	cineasta
David	Lynch	para	la	escritura	del	guión	de	Carretera	perdida,	lo	han	convertido	en
un	 verdadero	 autor	 de	 culto.	 Otras	 de	 sus	 obras	 más	 destacadas	 son:	 El	 asunto	 de
Sinaloa,	Puerto	Trópico,	El	padre	fantasma,	Una	puerta	al	río,	Las	cuatro	reinas,	El
libro	de	Jack.
                                        Página	129
 Notas
Página	130
[1]	 El	 autor	 utiliza	 numerosas	 palabras	 en	 castellano.	 En	 la	 traducción	 aparecen	 en
                                         Página	131
[2]	En	fútbol	americano,	jugador	situado	en	la	línea	de	ataque	que	tiene	como	misión
                                      Página	132
[3]	To	come,	«venir»,	significa	también	«correrse»,	«tener	un	orgasmo».	(N.	del	T.)	<<
                                     Página	133
[4]	Personaje	de	un	mito	mexicano.	(N.	del	T.)	<<
                                     Página	134
[5]	En	México,	«fullero».	Sic	en	el	original.	(N.	del	T.)	<<
                                       Página	135
[6]	En	fútbol	americano,	jugador	que	dirige	el	ataque	de	su	equipo.	(N.	del	T.)	<<
                                      Página	136
[7]	Así	se	denomina	también	a	Texas.	(N.	del	T.)	<<
                                     Página	137
[8]	«No	quiero	prenderle	fuego	al	mundo».	(N.	del	T.)	<<
                                    Página	138
[9]	
   El	 lapsus	 de	 la	 madre	 convierte	 «Los	 inmortales	 de	 Oriente»	 en	 «El	 oriental
inmoral».	(N.	del	T.)	<<
                                       Página	139
[10]	«Nombre	de	pila»	es	Christian	name	en	inglés.	(N.	del	T.)	<<
                                     Página	140
[11]	«Gran	tajo»	o	«gran	tajada»	(N.	del	T.)	<<
                                      Página	141
[12]	«Mi	última	Navidad	en	Nueva	Orleans	/	Fue	tan	triste	que	hasta	lloré	(bis)	/	Yo
                                           Página	142
[13]	
   En	 la	 cuestión	 del	 sexo	 de	 los	 ángeles,	 los	 anglosajones	 se	 inclinan	 por	 el
femenino.	(N.	del	T.)	<<
                                       Página	143
[14]	Johnny	Cash	solía	actuar	con	frecuencia	en	las	prisiones	de	Estados	Unidos.	(N.
                                    Página	144
[15]	Tuesday,	«martes»	en	inglés,	por	Wednesday,	«miércoles».	(N.	del	T.)	<<
                                     Página	145
[16]	Originalmente,	mestiza	de	europeo	e	india,	sic	en	el	original.	(N.	del	T.)	<<
                                      Página	146
[17]	Fanático	de	los	coches	trucados	con	suspensión	baja.	El	término	se	aplica	también
                                     Página	147
[18]	Viento	cálido	y	seco	que	sopla	en	las	laderas	orientales	de	las	Montañas	Rocosas.
                                     Página	148
[19]	El	2	de	febrero,	la	marmota	sale	de	su	agujero	tras	el	largo	sueño	invernal	y	busca
su	sombra.	Si	la	ve,	deduce	que	el	mal	tiempo	aún	durará	seis	semanas	más	y	vuelve
a	 su	 agujero.	 Si	 está	 nublado	 y,	 por	 tanto,	 no	 hay	 sombras,	 lo	 interpreta	 como	 un
indicio	 de	 la	 inminente	 primavera	 y	 permanece	 a	 la	 intemperie.	 Es	 el	 equivalente
americano	de	la	Candelaria.	(N.	del	T.)	<<
Página 149