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Reflexiones Sobre La Reflexio Ün Con Familias

Este capítulo describe el viaje profesional del autor como médico y su evolución hacia un enfoque basado en la familia y sistémico. Inicialmente se sintió incómodo imponiendo su comprensión sobre los pacientes, pero con el tiempo aprendió a presentar alternativas desde un enfoque de "ambos/y" en lugar de "o/o". También reflexiona sobre cómo la práctica debe preceder a la teoría y cómo su intuición lo guía a participar antes que analizar.

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Reflexiones Sobre La Reflexio Ün Con Familias

Este capítulo describe el viaje profesional del autor como médico y su evolución hacia un enfoque basado en la familia y sistémico. Inicialmente se sintió incómodo imponiendo su comprensión sobre los pacientes, pero con el tiempo aprendió a presentar alternativas desde un enfoque de "ambos/y" en lugar de "o/o". También reflexiona sobre cómo la práctica debe preceder a la teoría y cómo su intuición lo guía a participar antes que analizar.

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CAPÍTULO IV

REFLEXIONES SOBRE LA REFLEXIÓN CON FAMILIAS

Tom Andersen

Este libro me ha otorgado el privilegio de volver sobre mis pasos a través


de los años para describir y comprender lo que podría definirse como mi
evolución profesional. Mi manera de describir y entender ha cambiado con
el tiempo. Por lo tanto, el relato de mi historia profesional tiene que empezar
por el final: por lo que hoy pienso acerca de las descripciones y sus
correspondientes comprensiones, y acerca de la manera en que las construyo.

LO QUE PIENSO HOY

Veo la vida como el desplazamiento hacia el futuro de mi persona, de mis


circunstancias y de las circunstancias de esas circunstancias. Los cambios de
la vida alrededor de mí se producen por sí mismos, no por mí. Lo único que
yo puedo hacer es participar en ellos. Participar es aprender a usar el repertorio
de comprensiones y acciones que han surgido de las diversas experiencias
que tuve a lo largo de los años. Y lo más importante es aprender lo que no
volveré a hacer. Mi relación con Harold Goolishian estimuló fuertemente esta
idea.1 Él decía: «Si uno sabe lo que hará, está limitado; pero si sabe mejor lo
que no hará, entonces habrá una enorme cantidad de cosas que podrá hacer».
La manera en que uso mi repertorio se vincula con la manera en que entiendo
el momento de la vida en que participo; y mi comprensión se vincula con la
manera en que lo describo. Describo a qué presto atención, describo aquello
sobre lo que me concentro. La vida es tan rica y tan plena que es imposible
prestar atención a todo —es decir, concentrarse en todo— al mismo tiempo.
Lo desee así o no, a cada momento tengo que seleccionar aquello sobre lo
que me concentraré. Por lo tanto, no puedo describir aquellas partes de la vida
a las que no presto atención y sobre las cuales, por ende, no me concentro.
Mis descripciones y mis comprensiones

1. Los intercambios de ideas que tuve el privilegio de mantener con Harold Goolishian y
su colega Harlene Anderson, del Galveston Family Institute, Texas, influyeron decisivamente en
mi pensamiento y mi práctica. Sin esas conversaciones, este capítulo no habría tenido la forma
y el contenido que tiene.
FORMAS DE LA PRÁCTICA

se forman en el lenguaje, y sólo puedo construirlas según el lenguaje que


tengo en mi repertorio. En consecuencia, sólo puedo prestar atención a algo
si dispongo de un lenguaje para describirlo y entenderlo.
Cuando la vida viene a mí, me toca la piel, los ojos, los oídos, las papilas
de la lengua, los orificios de la nariz. Como estoy abierto y soy sensible a lo
que veo, oigo, siento, paladeo y huelo, puedo también percibir «respuestas» a
esos contactos desde mí mismo, mientras mi cuerpo, «desde dentro», me
hace saber de diversas maneras lo que piensa acerca de los contactos con el
exterior, me dice sobre qué debo concentrarme y sobre qué no debo. Este
estar abierto y sensible a los contactos con la «vida exterior» y al mismo tiempo
abierto y sensible a las respuestas de la «vida interior» es lo que llamo «intui-
ción». En este momento, en lo que más confío es en la intuición. Al desandar
mi camino profesional, mi intuición me dice que primero debo participar y
después sentarme y pensar en esa participación; no sentarme y pensar
primero, y participar después. Como estoy seguro de que mi pensamiento
me acompaña mientras participo, siempre me siento cómodo al hacer lo que
mi intuición me sugiere.
Esto podría corresponderse muy bien con ciertas ideas que Thomas Kuhn
(1970) sostiene acerca de las teorías. Kuhn dice que toda investigación que
define objetivos y medios dentro de un paradigma dado producirá «resulta-
dos» que apoyen la teoría sobre la que la investigación se basó. Kuhn señala,
indirectamente, que se podrían postergar las aplicaciones de la teoría y dejar
que la práctica sea lo más libre posible en su búsqueda de descripciones y
comprensiones «relevantes». Después se discutirían los «resultados» (descrip-
ciones y comprensiones) teniendo en cuenta las diversas teorías existentes.
Esto serviría para «cuestionar» y hasta tal vez para ampliar esas teorías. He
organizado este trabajo según ese pensamiento. Eso quiere decir que primero
hablaré desde la práctica y luego, de vez en cuando, me detendré para
examinar la práctica descrita y teorizar sobre ella. Esta postura se corresponde
con mi comprensión de ciertas ideas clave que surgieron de la discusión de la
filosofía posmoderna. Baynes et al. (1987) afirman que la teoría misma es una
narración. Así, si mi narración transcurre dentro del marco de mi «vieja»
narración —como, por ejemplo, una repetición— mi narración pierde libertad.

LOS PRIMEROS AÑOS: MÉDICO DE CABECERA

Después de terminar mis estudios de medicina en el sur de Noruega


(Oslo), me trasladé a la parte ártica del país para ser médico de cabecera y
permanecí allí cuatro años.
Durante esos cuatro años se me plantearon muchos interrogantes. Los
dos más importantes fueron-, primero, el efecto social de la enfermedad. Cuan-
REFLEXIONES SOBRE LA REFLEXIÓN CON FAMILIAS

do una persona estaba enferma, sobre todo si esa persona era un niño, yo
me preguntaba cómo podría entender todas las actividades que la enferme-
dad creaba en el entorno del niño enfermo. Pensé que la psiquiatría podría
ser un campo en el que encontraría respuestas, y me interné en ese campo. El
segundo interrogante se refería a todos los sufrimientos y dolores en las
partes móviles de los pacientes, sufrimientos y dolores para los que mis exá-
menes no bastaban. ¿Cómo se podrían entender? Yo no sabía cuál era el ca-
mino ni cómo encontrarlo; sólo podía esperar que un día el camino se rne
mostrara por sí mismo.
La psiquiatría no me brindó respuestas para la primera pregunta. En rea-
lidad, planteó nuevos motivos de reflexión: ¿habría alternativas a la creencia
de que «los pacientes mentalmente enfermos» se podían conducir hacia la
salud? ¿Habría alternativas a la práctica de separar a los «mentalmente enfer-
mos» de su familia, sus amigos, su trabajo? (Ser hospitalizado en el norte de
Noruega significa casi siempre estar muy lejos del hogar.) ¿Sería posible dejar
de llamar «pacientes» a los pacientes? ¿Acaso las alternativas a los tratamientos
estándar (por ejemplo, permanecer en habitaciones cerradas con llave,
medicarlos contra su propia voluntad, etcétera) podrían ser más coherentes
con el contexto «paciente»-familia-amigos-trabajo-vecindario? Éstos eran sólo
algunos de los muchos interrogantes que se me planteaban.

LA BÚSQUEDA DE ALTERNATIVAS

A comienzos de la década de 1970 algunas personas empezamos a reu-


nimos informalmente, un fin de semana al mes. Leímos a Minuchin (1974),
Haley (1963) y Watzlawick et al. (1974). Tratamos de aplicar sus técnicas, pero
no tuvimos mucho éxito en lograr el tipo de cambios que imaginábamos.
En aquella época yo me sentía muy incómodo cada vez que, convenci-
dos de que entendíamos los problemas mejor que las familias mismas, pre-
sentábamos una comprensión nueva e «inteligente» del problema o dábamos
directrices «inteligentes» para tratarlo. El libro de Watzlawick et al. (1967) hizo
que prestáramos atención a Gregory Bateson. Fue una verdadera suerte, y
además un gran alivio, entrar en contacto con el trabajo del equipo de Milán
(Selvini et al., 1980) a través de dos miembros del grupo: Gianfranco
Cec-chin y Luigi Boscolo. Por otra parte, Lynn Hoffman y Peggy Penn, del
Instituto Ackerman de Nueva York, nos ayudaron a elaborar nuestra
comprensión de la obra de Bateson (Bateson, 1972, 1978, 1979) en general
y del enfoque del grupo de Milán en particular.
El procedimiento que aplica el grupo de Milán consiste en que un equipo
se reúne con la familia. Un miembro del equipo conversa con la familia
mientras los otros siguen la conversación desde detrás de un espejo de una
FORMAS DE LA PRÁCTICA

sola dirección. La persona que habla con la familia tiene una idea preliminar
de cómo puede entenderse el problema, es decir, tiene una hipótesis que
orienta la entrevista. En ésta, el entrevistador se aparta de la familia y se reúne
con el resto del equipo para discutir interpretaciones posibles, diferentes de la
interpretación de la familia. Después, el entrevistador se separa del equipo y
vuelve a reunirse con la familia para transmitirles la nueva comprensión.
Esto se llama «la intervención».
Cuando mis colegas y yo tratamos de aplicar el método de trabajo del
grupo de Milán, yo me sentía siempre incómodo al transmitirle la interven-
ción a la familia. Siempre era difícil decir: «Nosotros lo vemos así» o «Noso-
tros lo entendemos así» o «Nosotros queremos que hagan esto». Al presentar
la intervención de este modo yo tenía la sensación de que nosotros, el equipo
terapéutico, teníamos una mejor manera de ver y entender el problema.
Además, teníamos una propuesta acerca de la manera en que la familia debía
tratar su problema, y dábamos por sentado que esa propuesta era mejor que la
de la familia misma.
Para evitar estos problemas empezamos, a fines de 1984, a decir: «Ade-
más de lo que ustedes ven, nosotros vemos esto», o «Además de lo que ustedes
entienden, nosotros entendemos esto», o «Además de lo que ustedes han
tratado de hacer, quisiéramos saber si podrían tratar de hacer esto». En poco
tiempo nos dimos cuenta de que habíamos pasado de una postura del tipo
«o...o» a otra del tipo «ambos...y». Yo me sentí muy aliviado con el cambio. Al
parecer, en mi trabajo la incomodidad siempre ha tenido mucho que ver con
el cambio.

REFLEXIONAR: UN CAMBIO IMPORTANTE

Desde fines de 1981, Aina Skorpen (una enfermera especializada en salud


mental con quien estaba trabajando) y yo veníamos debatiendo cierta idea.
Esta idea tenía mucho que ver con lo que habíamos observado que la gente
nos decía cuando nos reuníamos por primera vez: «¡No sabemos qué hacer!
¿Qué debemos hacer?». Entonces empezamos a preguntarnos por qué nos
separábamos de la familia durante las pausas en las sesiones. ¿Por qué les
ocultábamos nuestras deliberaciones? ¿No podríamos, acaso, permanecer con
ellos y permitir que vieran y oyeran lo que nosotros hacíamos y cómo traba-
jábamos nosotros sobre el tema? Tal vez si les dábamos acceso a nuestro pro-
ceso les resultaría más fácil encontrar sus propias respuestas. Al principio no
nos atrevíamos a «hacer públicas» nuestras deliberaciones porque pensába-
mos que el lenguaje que usábamos contendría muchas «malas palabras». Bien
podría suceder, por ejemplo, que un miembro del equipo dijera: «¡Me alegro
de no pertenecer a una familia con una madre tan charlatana!»; o bien «¿Cómo
REFLEXIONES SOBRE LA REFLEXIÓN CON FAMILIAS

será estar casada con un hombre tan obstinado?». Pensábamos que era inevi-
table que en nuestras conversaciones aparecieran expresiones de ese tipo, y
que aparecerían en presencia de la familia. Sin embargo, y a pesar de todas
nuestras aprensiones, un día de marzo de 1985 pusimos en práctica la idea.
Ese día, un equipo2 que había seguido la conversación desde atrás del espejo
de una sola dirección, les propuso a las personas que participaban de la
conversación terapéutica (una familia y un entrevistador) que escucharan
nuestra conversación. Dijimos que hablaríamos sobre lo que habíamos pen-
sado mientras escuchábamos la conversación que acababa de tener lugar. Mis
temores resultaron injustificados: las «malas palabras» no aparecieron, y no-
sotros no tuvimos que esforzarnos para evitarlas. Desde ese día bautizamos al
equipo como «equipo de reflexión».3
Cuando le sugerimos a la familia que intercambiáramos ideas, nos resultó
natural decir: «Quizás nuestra charla produzca ideas que podrían ser útiles
para vuestra conversación». Desde entonces siempre pienso en los lenguajes
que usan los profesionales. Y digo deliberadamente «lenguajes» (en plural)
porque, naturalmente, siempre hay un lenguaje «público», para la conversación
con las familias presentes, y otro «privado», que los profesionales usan
cuando están a solas. Dentro del lenguaje «privado» aparecerán fácilmente
las «malas palabras» y también todos los términos y conceptos «inte-
lectuales», «académicos» y «extranjeros» que los profesionales suelen usar
cuando están con sus pares. Muchas veces me he preguntado si a los profe-
sionales les resulta fácil pasar del lenguaje «privado» que usan en un momento
al lenguaje «público» que usan en otro. Si no es fácil despojar a la expresión
«pública» de los elementos «privados», ¿cómo afectará eso a las conversacio-
nes con los clientes?
El modo de trabajo del «equipo de reflexión abierta» favorecía un des-
plazamiento del lenguaje profesional hacia el lenguaje cotidiano. Este len-
guaje sólo contenía palabras y conceptos que todos nosotros usábamos en la
vida diaria. Esa manera de relacionarnos con los clientes era algo más que un
cambio de lenguaje.

PROCEDIMIENTOS

A continuación introduciré al lector en la parte práctica del trabajo, si


bien haré mención a veces del correspondiente pensamiento.

2. Éste fue uno de dos equipos que, entre los años 1984 y 1988, formaron los siguientes
miembros, que participaron en diferentes períodos: Carsten Bjerke, Eivind Eckhoff, Bj0rn Z.
Ekelund, John Rolf Ellila, Anna Margrete Flám, Magnus Hald, Torunn Kalst01, Per Lofnes, Torill
Moe, Trygve Nissen, Lorentz Not0, Tivadar Scüzs, Elsa Stiberg, Finn Wangberg y Knut Waterloo.
3. En la expresión «proceso de reflexión» [Reflecting Process], la palabra reflecting alude
i la acción de reflexionar, y no a la de reflejar.
FORMAS DE LA PRÁCTICA

Cómo introducir diferencias no demasiado inusuales

Cuando yo trabajaba en medicina general, comentaba con Gudrun


0vre-berg, fisioterapeuta, todas las preguntas que me hacían mis pacientes
sobre dolores y molestias. 0vreberg me presentó a su maestra, Aadel
Bülow-Hansen, también fisioterapeuta. Bülow-Hansen había observado que
los pacientes que están tensos flexionan el cuerpo hasta adoptar una postura
que da la impresión como si se «enroscaran» sobre ellos mismos. Al mismo
tiempo disminuyen la intensidad de la respiración. Para ayudarlos,
Bülow-Hansen los estimulaba para que se estiraran y «abrieran» el cuerpo.
Una de las maneras de lograrlo era causar un dolor físico al paciente. La
fisioterapeuta había advertido que si se pellizca con fuerza un músculo
situado, por ejemplo, en la pan-torrilla, el dolor hace que la persona estire el
cuerpo. Cuando estiramos el cuerpo inhalamos más profundamente. Esta
inhalación estimula un mayor estiramiento y éste, a su vez, provoca una
inhalación profunda, y así sucesivamente, hasta que el tórax se llena de aire,
según su flexibilidad. Al exhalar ese aire, una parte de la tensión corporal
desaparece. Ella había notado, sin embargo, que si el pellizco era demasiado
suave, no pasaba nada, ni con el estiramiento ni con la respiración. Si, por el
contrario, era demasiado brusco o duraba mucho, el paciente respondía con
una inhalación profunda pero la respiración se cortaba, porque la persona
retenía el aire inspirado. O sea que si el estímulo era lo suficientemente
doloroso y duraba el tiempo adecuado, la respiración se hacía más
profunda pero sin cortarse.
Lo que yo aprendí de Aadel Bülow-Hansen fue una variante de la famosa
frase de Gregory Bateson: «La unidad elemental de información es una
diferencia que hace una diferencia» (Bateson, 1972: 453). Los que no saben
qué hacer necesitan algo diferente (inusual), pero ese algo no debe ser de-
masiado diferente (inusual). Esto se aplica a lo que hablamos con las familias, a
cómo hablamos con ellas y a cuál es el contexto de la conversación. ¿Cómo
podemos saber cuándo nuestras contribuciones son demasiado inusuales?
La respuesta está en la manera en que el cliente participa de la conversación.
¿Hay en la conversación signos que me indiquen que para el cliente partici-
par en ella es incómodo? Esos signos varían de una persona a otra. Por lo
tanto, nos enfrentamos al desafío de ser sensibles, receptivos a los signos que
los diversos individuos usan. Para advertir esos signos tenemos que confiar
en nuestra intuición.
La idea de no ser demasiado inusual se corresponde muy bien con las
ideas de Humberto Maturana y Francisco Várela acerca de las perturbaciones
(trastornos) (1987). Necesitamos estar «trastornados», ya que las pertur-
baciones nos mantienen vivos y nos hacen capaces de cambiar en corres-
pondencia con el cambiante mundo que nos rodea. Pero si pretendemos
incluir trastornos demasiado diferentes de lo que nuestro repertorio es ca-
paz de integrar, nos desintegramos.
REFLEXIONES SOBRE LA REFLEXIÓN CON FAMILIAS

«•O...o» versus «ambos...y»

Una vez iniciada la modalidad de trabajo del equipo de reflexión, se pro-


dujeron cambios espontáneos en nuestros procedimientos. El equipo que
permanecía detrás del espejo —y que hasta entonces conversaba mientras
observaba la sesión— se volvió cada vez más silencioso. Tiempo después
llegamos a entender que escuchar en silencio ayudaba al equipo a generar
más ideas que antes, cuando charlaba. Se puso en evidencia que antes, cuando
conversábamos, nos concentrábamos sólo en una o dos ideas.
También elaboramos algunas normas de acción. La primera fue que las
reflexiones del equipo debían basarse en algo expresado durante la conver-
sación, no en algo tomado de otro contexto. Todas nuestras reflexiones em-
pezaban más o menos así: «Cuando escuché...» o «Cuando vi...» «Se me ocurrió
esta idea». Muchas veces empezábamos por expresar nuestras dudas: «No estoy
seguro pero me parece que...» o bien «No estoy seguro pero tengo la
sensación de que...» o «Tal vez ustedes hayan oído otra cosa, pero yo oí...».
Después, la reflexión seguía su curso más o menos así: «Cuando pensé en
eso empecé a preguntarme...» o «Pensando que ella hablaba de esto y aquello
vi que...» o «Cuando pensé en eso o aquello, me vino a la mente esta pre-
gunta...» o «Cuando advertí que ellos habían hecho esto o aquello me pre-
gunté qué habría pasado si ellos hubieran hecho...». Poníamos mucho énfasis
en la autonomía de decisión de la familia. A las familias que escuchan se las
invita a «entrar» como quieran. Actualmente yo prefiero decir lo siguiente:
«Cuando ellos [es decir, el equipo] conversen, ustedes pueden escucharlos, si
quieren, o pensar en otra cosa, o descansar, o hacer lo que prefieran hacer».
Nos parece importante dejar en claro que escuchar es un ofrecimiento que se
les hace, y que no están obligados a prestar atención. Es fundamental dar al
oyente la posibilidad de apartarse de la situación si esa situación lo
incomoda. Es importante para ellos saber decir que no.
La segunda regla es que los miembros del equipo, al hablar «pública-
mente», deben tratar de no transmitir connotaciones «negativas». Nada es ne-
gativo en sí mismo, pero cualquier cosa puede convertirse en negativa si el
oyente así lo percibe. Por lo tanto, mientras conversamos tenemos presentes
estos pensamientos. Si un miembro del equipo dice, por ejemplo, «No en-
tiendo por qué no intentan esto o aquello», lo más probable es que el co-
mentario suene a crítica. Pero se podría decir, en cambio, «Me pregunto qué
pasaría si ellos intentaran hacer esto o lo otro...».
La tercera y última regla se refiere al modo de reflexionar cuando todos
—la familia y el equipo completo— están en la misma habitación, lo que su-
cede cuando no se dispone de un espejo de una sola dirección. Insistimos en
que cuando el equipo reflexiona se miren entre sí, o sea que no miren a los
que escuchan. Esta práctica permite que los oyentes se sientan en libertad de
no escuchar.
FORMAS DE LA PRÁCTICA

Una vez que el equipo ha expresado sus reflexiones, la conversación se


concentra en la familia y el entrevistador. El entrevistador le ofrece a la familia
la oportunidad de discutir sus pensamientos mientras escuchan la charla del
equipo. Sin embargo, el entrevistador no presiona a la familia: si prefieren
mantener en reserva sus pensamientos, pueden hacerlo. Siempre esperamos
que se expresen pensamientos que sean puntos de partida para nuevas
conversaciones o para encontrar nuevas descripciones y comprensiones. Tales
cambios pueden producirse una o dos veces durante una sesión, y a veces
hasta con más frecuencia. La manera de trabajar que hasta aquí hemos des-
crito implica que siempre existen muchas versiones de una situación, lo que
significa que hay muchas maneras de describirla y, por lo tanto, muchas ma-
neras de entenderla. Casi siempre los que nos consultan piensan que sólo
hay una manera correcta —y muchas erróneas— de entender una situación.
Las palabras «o.. .o» parecen ser herencia de Platón. Platón y muchos de
sus seguidores buscaban la Verdad y el Bien. Se empeñaron en elaborar des-
cripciones que fueran representaciones de esa Verdad. Esas representaciones
nos brindarían conocimiento para explicar y predecir. Habría un cono-
cimiento correcto y un conocimiento erróneo. La filosofía posmoderna ha
cuestionado la postura que se expresa con los términos «o.. .o» (Baynes et al.,
1987; d'Andrade, 1986). Esa discusión aporta otros conceptos, además de los
que dominaron el pensamiento durante largo tiempo: los mitos además de
la verdad; la metáfora además del concepto; lo figurativo además de lo lite-
ral; la imaginación además de la razón; la retórica además de la lógica; la na-
rración además del razonamiento.
Pero, por encima de todo, estas nuevas discusiones introducen la idea
de que nos vinculamos con la vida según nuestras percepciones, descripcio-
nes y comprensiones del mundo. Dicho brevemente, no nos relacionamos
con la vida «misma» sino con nuestra comprensión de la vida. Esta idea re-
presenta un importante cambio de pensamiento, y esta visión concuerda con
el pensamiento constructivista (llamado también cibernética de segundo or-
den), que afirma que todos nosotros participamos en gran medida en la crea-
ción de nuestra comprensión de la vida (Maturana, 1978; von Foerster, 1984;
von Glasersfeld, 1984). Estos autores también destacan especialmente que
hay tantas versiones de una situación como personas que la entienden. El
modo de trabajo del equipo de reflexión trata de incluir la mayor cantidad
posible de versiones. A continuación se exponen algunos ejemplos.

Las dos primeras preguntas de la reunión. «¿Cómo les gustaría a uste-


des utilizar esta reunión?» Esta pregunta, que siempre es una de las primeras
que formulo en una reunión, parece haberse convertido en una consecuencia
natural de haber hecho «pública» la conversación. Es más cómodo no tener
que elaborar un plan acerca de lo que se hablará y de cómo se hablará.
REFLEXIONES SOBRE LA REFLEXIÓN CON FAMILIAS

Y la inclusión de algunas preguntas en la terapia crea una relación más igua-


litaria.
La segunda pregunta es: «¿Cuál es la historia de la idea que está detrás
de esta reunión?». Las respuestas a quién fue el primero que tuvo la idea de
hacer una reunión, y a cómo los participantes se sintieron afectados por la
idea sirven, además, para poner en evidencia quién está más ansioso por ha-
blar y quién es más reservado. El punto siguiente se centra en los temas de
los que los ansiosos quieren hablar. A los familiares más reservados se les
invita a participar, siempre que se sientan cómodos haciéndolo. (...)

La conversación acerca de esta conversación. Pensamos que también es útil


«conversar acerca de cómo deberíamos conversar». Por ejemplo, analizamos
cuáles son las mejores circunstancias para la conversación: ¿en casa o en un
despacho? ¿Tendría que haber un equipo de reflexión o no? ¿Quién podría
conversar (con lo cual se pregunta indirectamente quién no debería) con quién
sobre qué tema en qué momento? Se trata sólo de tres de las muchas cues-
tiones de procedimiento que son importantes. La función de esta conversa-
ción es proporcionar un contexto en el que los participantes se sientan
cómodos.

La conversación acerca de las conversaciones pasadas y futuras.


Ander-son et al. (1986) introdujeron dos conceptos muy útiles: «el sistema de
creación de problemas» y «el sistema de disolución de problemas». Ellos
dicen que con frecuencia un problema atrae a muchas personas, que quieren
contribuir a solucionarlo. Con el propósito de tratar de resolverlo crean sus
significados acerca de cómo se puede describir, entender y representar.
Cuando esos significados no son demasiado diferentes, el intercambio de
opiniones suele crear significados nuevos y útiles. Pero si los significados son
demasiado diferentes, el intercambio cesa. Al preguntar sobre
conversaciones anteriores podemos saber cuáles son los que no se deben
repetir. Formulando la pregunta: «¿Quién puede hablar con quién acerca de
este tema en este momento?» podremos, probablemente, llegar a
conversaciones más útiles. Los participantes que tienen significados
convenientemente diferentes introducirán nuevos significados en el
transcurso de la conversación. Los que apoyan significados que son
demasiado diferentes tendrán grandes dificultades para entablar
conversación, y casi siempre se aferrarán a los significados que ya poseen, aun
cuando se haya demostrado que no sirven. Cuando las personas tienen
visiones muy diferentes yo no las aliento a conversar entre sí, sino más bien a
conversar conmigo, ya que yo me esfuerzo por no tener significados acerca
de sus significados.
FORMAS DE LA PRÁCTICA

Las conversaciones interiores y exteriores. La modalidad de trabajo del


equipo de reflexión ofrece a las personas presentes la posibilidad de avanzar y
retroceder entre hablar y oír, siempre sobre los mismos temas. Estas dos
posiciones diferentes con relación a las mismas cuestiones proporcionan dos
perspectivas diferentes; y probablemente esas dos perspectivas de lo mismo
crearán nuevas perspectivas. Existen numerosas maneras de organizar una
conversación para que pueda producirse el desplazamiento entre los actos
de escuchar y hablar. El modo de trabajo del equipo de reflexión es sólo
una de muchas maneras posibles. La manera más simple es trabajar sin equipo.
El profesional conversa con una de las personas del grupo, por ejemplo
durante cinco o diez minutos, mientras los demás escuchan la conversación.
Después les pregunta a los otros qué pensaban mientras escuchaban. Des-
pués de esta charla con «los otros» se puede volver al primer interlocutor y
preguntarle qué pensó mientras escuchaba lo que los otros habían estado
pensando. El mejor nombre de que disponemos por el momento para estas
charlas cambiantes es: «el proceso de reflexión». Este proceso provoca des-
plazamientos entre conversación «interior» y «exterior». La idea de conversa-
ción «interior» y «exterior» es vieja como la historia de la humanidad. El pro-
ceso de reflexión sólo pone de relieve algo que poseemos pero que no hemos
«organizado» en las conversaciones cotidianas. Cuando hablo con otras per-
sonas, hablo en parte con los otros y en parte conmigo mismo. Gran parte de
mi conversación «interior» se refiere a ciertas ideas que tienen lugar en la
conversación «exterior» y que yo podría «tomar», y también a la utilización
que podría darles.

El flujo de la conversación: preguntas y co-presencia

Cuando entramos en el escenario de un problema es importante localizar


los significados y las opiniones existentes; y la mejor manera de hacerlo es
preguntar (Penn, 1982, 1985). Además, las preguntas suelen servir para rea-
nudar una conversación que se ha detenido. Si el profesional expone sus sig-
nificados y sus opiniones, muy probablemente logrará que los significados
ya existentes se afiancen aún más. Las preguntas más seguras son aquellas
que se vinculan fuertemente con lo que acaba de decir la persona con quien
hablamos. Actualmente yo prefiero postergar mi pregunta (o mis preguntas)
hasta que la persona con quien estoy conversando haya terminado de hablar y
de pensar. Por lo general mi pregunta se centra en algo acerca de lo cual
—así me lo dice mi intuición— es importante que la persona siga hablando.
Por otra parte, la intuición me ayuda también a encontrar la pregunta que
formularé y la manera en que la formularé. Me permito remitir al lector a
REFLEXIONES SOBRE LA REFLEXIÓN CON FAMILIAS

lo que he escrito anteriormente sobre esta manera de preguntar (Andersen,


1991).
Mientras escucho las respuestas de mi interlocutor, trato de desarrollar
un sentido de co-presencia. Esta manera de escuchar se volvió fundamental
para mí cuando conocí a un grupo del interior del Estado de Finnmark. Estas
gentes pertenecen al pueblo sami (llamados, en la literatura inglesa, lapo-nes)
que originariamente siguió a sus manadas de renos en su migración entre el
interior (de donde salían en invierno) y la costa del océano Ártico (donde
permanecían en el verano). Según su tradición, la familia entera acude a la
casa de aquellos que han sufrido un destino cruel, por ejemplo, la muerte
inesperada de un familiar. Se sientan y permanecen en silencio. Los deudos
afligidos saben que sus allegados están allí, co-presentes, dispuestos a con-
versar si es necesario. ¿Será acaso ésta la contribución más importante que
podamos hacer: escuchar el silencioso pensamiento del afligido?

EL LENGUAJE Y LA CONSTITUCIÓN DEL SER

Muchas personas buscan cuidadosamente las palabras para expresarse.


En todos los casos buscan las palabras más significativas para ellas. En cuanto
a mí, cada vez me interesa más hablar con estas personas acerca de la lengua
que usan. En esas charlas casi siempre surgen matices, detalles de las palabras;
y estos detalles de las palabras, de la lengua, contribuyen a modificar las
descripciones, las comprensiones y los significados que el lenguaje pretende
clarificar.
David E. Leary (1984) dice que usamos metáforas para construir todo
lo que decimos:

...nuestra visión de la comprensión —no sólo en la ciencia y la medicina sino


también en la vida cotidiana— se estructura a través de la metáfora. Creo que
toda comprensión se basa en un proceso de comparación de lo desconocido
con lo conocido, de alineación de lo raro con lo familiar, del empleo de cate-
gorías de comprensión tomadas de un ámbito de la experiencia como parrillas o
plantillas sobre las cuales analizar la experiencia procedente de otro ámbito.
Eso es lo que quiero decir cuando hablo de metáfora y pensamiento metafórico.
En sentido amplio, la metáfora consiste simplemente en dar a una cosa o
experiencia un nombre o una descripción que, por convención, pertenece a
otra cosa o a otra experiencia; y hacerlo en función de cierta similitud entre
ambas. Según esta definición, que se remonta a Aristóteles y que sería convali-
dada por la mayoría de los eruditos contemporáneos que estudian el habla y el
pensamiento figurados, la metáfora no se puede diferenciar lógicamente del
tropo en general, y por lo tanto abarca la analogía, el símil, la metonimia y,
FORMAS DE LA PRÁCTICA

desde luego, la metáfora en sentido más restringido. Además, según esta defi-
nición las fábulas, las parábolas, las alegorías, los mitos y los modelos —in-
cluyendo los modelos científicos— pueden interpretarse y entenderse como
metáforas extensas o sostenidas.

Basándome en el artículo de Leary, llego a la conclusión de que no sólo


construimos con metáforas nuestro habla, sino también nuestro pensamiento.
Martin Heidegger (1962) y Hans Georg Gadamer (Warnke, 1987) ponen gran
énfasis en el uso del lenguaje como parte de ese proceso. Y, según entiendo,
Kenneth J. Gergen (1985, 1989) defiende la idea de que la autoexpre-sión de
una persona a través del lenguaje contribuye poderosamente a que esa
persona sea quien es. Hablar con nosotros mismo o con otros es una manera
de definirnos. En este sentido, el lenguaje que usamos nos hace quienes somos
en el momento en que lo usamos. Marlene Anderson y Harold Goolishian
(1988) fueron los primeros que llevaron estas ideas a la práctica clínica.
Tal vez se podría decir que la búsqueda de nuevos significados, que casi
siempre implica la búsqueda de un nuevo lenguaje, equivale a tratar de que
nuestro yo sea el yo con el que más cómodos nos sentimos. La llamada con-
versación «terapéutica» podría considerarse como una forma de búsqueda,
una búsqueda de nuevas descripciones, nuevas comprensiones, nuevos sig-
nificados, nuevos matices de las palabras; y en última instancia, de nuevas
definiciones de uno mismo.
Esta comprensión del significado de la conversación hace que me resulte
difícil interrumpir el pensamiento o el habla de una persona, ya que el
proceso de hablar y pensar constituye una búsqueda de lo nuevo, y parte
de eso es la búsqueda del ser que la persona quiere llegar a ser.
Ya no me resulta difícil escuchar la conversación de otra persona, aun
cuando transcurran cuarenta y cinco minutos antes de que yo pueda pro-
nunciar una palabra. Por otra parte, mis reuniones con Aadel Bülow-Hansen y
Gudrun 0vreberg me brindaron también un valioso punto de apoyo para
modificar mis puntos de vista acerca del habla y el lenguaje. Ellas dicen que la
espiración constituye nuestra expresión de nosotros mismos y también la
liberación de la tensión interior. Toda palabra y toda emoción expresada se
canalizan a través de la espiración. El sollozo de tristeza, el grito de ira, el
susurro de miedo, todo lo transporta la corriente de aire que sale de noso-
tros. Esa corriente de aire la producen los músculos de la pared abdominal y
de la parte inferior de la espalda. Estos músculos producen corrientes de aire
lentas y débiles o rápidas y fuertes, según las expresiones sean suaves o
intensas.
Cada persona tiene su propio ritmo y su propia velocidad, y yo debo
tener en cuenta esos datos al participar en una conversación. Cuando la co-
REFLEXIONES SOBRE LA REFLEXIÓN CON FAMILIAS

mente de aire pasa por la laringe, su altura y su tono se modulan; y cuando


pasa por las cavidades de la boca y la nariz, los músculos de esas zonas ac-
túan sobre ella para formar las vocales y las consonantes que constituyen
las palabras. Las actividades de los músculos de la lengua, los labios, el pala-
dar, las mandíbulas y la nariz influyen sobre la corriente de aire. Cuando
los músculos interfieren con la corriente de aire, se forman las consonantes.
En el idioma inglés las consonantes duras (k, p y t) se forman por inte-
rrupciones súbitas, mientras que las consonantes más suaves (m, n y 1) se
forman por interrupciones más moderadas. Las corrientes de aire que for-
man las vocales no se interrumpen, sino que fluyen libremente. La forma-
ción de las diversas vocales se logra variando la apertura de las cavidades
oral y nasal.
Existe una interesante correspondencia entre la metáfora y la corriente
de aire y su formación. Algunas palabras, al ser pronunciadas —y por lo tanto,
oídas— por el que habla, influyen inmediatamente sobre la actividad de la
pared abdominal y hacen que la elocución sea suave o fuerte. Por lo tanto, si
en una conversación el habla es un proceso por el que una persona trata de
llegar a ser la persona que quiere ser, esa búsqueda no es sólo mental sino
también fisiológica. Y bien podríamos decir que el habla es una definición
mental (metafórica) y fisiológica de uno mismo. Y también podríamos decir
que los dolores y la rigidez del cuerpo se vinculan con la obstrucción del
libre fluir del aire a través del cuerpo. En otras palabras, los fenómenos dolo-
rosos tienen que ver con el hecho de que la persona no esté en disposición
de expresarse a sí misma. Al tener esto en cuenta me resulta cada vez más
importante no interrumpir el pensamiento o el habla de una persona. A ve-
ces, mientras escucho llego a percibir los leves suspiros que se producen cuando
una tensión localizada en cierta parte del cuerpo se libera y, por lo tanto, deja
fluir el aire más fácilmente. Mientras más y más intensamente se escucha, más
se perciben esos pequeños suspiros. Después supe, por Aadel Bülow-Hansen,
que si hay tensión en los músculos de la nariz, el paladar, las mandíbulas, la
lengua y los labios que participan en la formación de las palabras, hay
también una inhibición correlativa de los movimientos respiratorios en el
abdomen y en el pecho.
Las últimas palabras permiten una metáfora:

La pared abdominal es el fuelle del órgano; la laringe, los tubos; y las cavi-
dades de la boca y la nariz son nuestras catedrales, nuestra variable catedral.
Algunas de las palabras que llegan a esas catedrales son sagradas, a veces tan
sagradas que no pueden pronunciarse sino sólo pensarse.
FORMAS DE LA PRÁCTICA

PALABRAS FINALES

Las conversaciones abiertas que constituyen el «proceso de reflexión»


han logrado que profesionales y clientes entablen relaciones más igualitarias.
Y dentro de las relaciones de ese tipo, es natural que hayan centrado su aten-
ción en lo que tienen en común: la conversación. Y durante el largo proceso
que siguió al lanzamiento del «proceso de reflexión», se hizo evidente que
para un profesional las preguntas son mejores instrumentos de trabajo que las
interpretaciones y las opiniones. Y también resultó natural buscar todas
las descripciones y comprensiones inmanentes pero aún no usadas de los
problemas definidos. Y al hacerlo, se percibió la fundamental importancia
del lenguaje que se emplea para describir y comprender. El lenguaje que cada
uno de nosotros usa es sumamente personal y contiene metáforas cuidado-
samente seleccionadas. Cuando se pronuncian palabras, tanto éstas como las
emociones que contienen llegan a los demás a través del acto fisiológico de la
respiración. Este acto de respirar, que forma parte del acto de crear significado,
también es muy personal: pone en movimiento el aire y crea, así, un viento
que toca a los otros con sus palabras y sus emociones.
El oyente no sólo es el receptor de una historia sino que, al estar presente,
constituye un estímulo para el acto de narrar esa historia. Y ese acto es el
acto de constituir el propio yo.

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