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Olivier Delahaye
Instituto y Departamento de Economía Agrícola y Ciencias Sociales, Facultad de Agronomía.
Universidad Central de Venezuela. Apdo 4579, Maracay 2101. Venezuela.
INTRODUCCIÓN
Este trabajo propone un examen de las políticas de tierras implementados
en Venezuela desde la promulgación en 2001 de la Ley de Tierras y Desarrollo
Agrario (LTDA) en Venezuela. Para cumplir con este propósito, es necesario
presentar, en primer lugar, una revisión de los aspectos generales que enmarcan
la investigación, centrados en el concepto de derechos de propiedad aplicado a
la tierra agrícola. Un segundo punto preliminar es la presentación de los ante-
cedentes históricos, que explican numerosos rasgos de la problemática actual.
Una tercera parte enfoca las formas de transmisión y adquisición de los derechos
de propiedad sobre la tierra a en el período de vigencia de la Ley de Reforma
Agraria (LRA) de 1960. En fin, se examinarán las diversas facetas de la imple-
mentación de la LTDA en los años actuales.
ANTECEDENTES
El concepto de derechos de propiedad sobre la tierra
El presente trabajo refiere al concepto de derechos de propiedad, por ofre-
cer una mayor precisión que los términos de “propiedad” y “tenencia”, que usa-
mos frecuentemente en trabajos anteriores. Comby (1995) expresa justamente:
“la propiedad no es nunca la propiedad de la tierra, sino la propiedad de un
derecho sobre la tierra”. Para este autor, la propiedad “absoluta” de la tierra no
existe en ningún país. Varias instituciones, por ejemplo la colectividad, el Estado,
los vecinos, las costumbres y normas locales o regionales, limitan siempre de una
manera u otra el contenido de la propiedad: existen varios derechos, de distinto
contenido, sobre un determinado terreno. Ahora bien, este enfoque requiere una
definición precisa de los derechos existentes; pueden corresponder a varias mo-
dalidades: cultivar, cosechar, dar o recibir en alquiler o en mediería, hipotecar,
E-mail: delahaye.o@gmail.com
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vender, poder construir, cercar, estar facultado para cruzarlo, colocar ganado a
pastorearlo, cazar o pescar en el, etc. Por otra parte, el ejercicio del derecho
puede ser o no limitado en el tiempo. Esta complejidad del contenido de los
derechos de propiedad se refleja en la dificultad de proponer una definición. Pro-
ponemos la formulación de un autor australiano (Cramb, 1993): “Un derecho
de propiedad es un derecho reconocido socialmente de actuar o tomar decisiones
en cuanto a un recurso determinado, cada derecho siendo asociado con obliga-
ciones recíprocas, permisos, interdicciones, o a la ausencia de derechos de parte
de terceros al interior de una red de relaciones de propiedad”. Corresponde al
enfoque institucionalista, al cual el autor citado se refiere explícitamente. Permite
observar las distintas modalidades de reconocimiento de los derechos, que sean
administrativas o judiciales (por algún órgano del Estado), pero también por par-
te de instituciones no estatales (por ejemplo costumbres vigentes en comunidades,
o normas locales).
Los derechos sobre la tierra en Venezuela: indefinición y concentración
En Venezuela, el VI Censo Agrícola de 1997 (Cuadro 1) cuantifica los
derechos de “propiedad” (se trata de la llamada propiedad privada, la cual, lo
vimos, está limitada por varios derechos, en particular los del Estado), “comuni-
dad”, “arrendamiento”, “concesión”, “medianería”, “ocupación”, “título suple-
torio”, “asentamiento” y una categoría genérica “otros”. Ofrece un panorama
muy general de los derechos de propiedad sobre la tierra que existen en el país
(VII Censo de 2008). Si bien se puede formular observaciones en cuanto a la
validez y la transparencia de estas cifras (Delahaye, 2006), ofrecen una muestra
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profesión:
• En primer lugar, la concentración origina una estructura productiva ineficien-
te. Después del pionero Cornia (1985), varios autores enfatizaron la mayor
productividad por superficie de las pequeñas explotaciones en relación con
las grandes (ver por ejemplo Dorner, 1992), tema que ha sido básico en los
últimos trabajos del Banco Mundial sobre el desarrollo agrícola (Deininger,
2003). En Venezuela, Rodríguez (1987) mostró, a partir de los datos del
Censo de 1961, que, al inicio de la reforma agraria, las explotaciones de más
de 1.000 ha, que controlaban 66,74% de la superficie, aportaban 7,78% de
la producción vegetal; las de menos de 50 ha controlaban 7,58% de la tierra
y aportaban 52,9% de la producción vegetal. La reducción del tamaño de las
explotaciones agrícolas resulta ser pues una prioridad económica en un país
marcado por una concentración histórica de la estructura de los derechos de
propiedad.
• La predominancia de situaciones de hecho, donde no existe base legal consis-
tente para asentar una titularidad legal de numerosas explotaciones es otro obs-
táculo para el desarrollo agrícola. Un título precario de propiedad no alienta la
inversión; en forma general, no puede respaldar un crédito hipotecario. La pre-
cariedad de los derechos en terreno privados resulta en gran parte de las con-
secuencias de la promulgación de la ley de 1848, fechada al inicio del período
de la “oligarquía liberal”, para atender “el clamor de las venezolanos que aspi-
ran a obtener porciones de dichas tierras”, según sus consideraciones iniciales.
Indicaba en su artículo 1: “Se averiguarán y medirán todos los baldíos”. Las
condiciones no permitían cumplir con este mandato perentorio, y la Memoria
de Hacienda de 1850 reconoció que no se cumplió la ley de 1848 por la falta
de previsión de los fondos para su aplicación (abertura de oficinas, pago de
agrimensores, etc.). Más tarde, las sucesivas guerras civiles han destruido, y el
comején ha comido, gran parte de los documentos probatorios de los derechos
de propiedad correspondientes. En años más recientes, sentencias contradic-
torias de la Corte Suprema introdujeron dudas en cuanto a la posibilidad de
apropiación de terrenos baldíos vía usucapión (adquisición por prescripción
adquisitiva, de un terreno cuya ocupación cumple con los requisitos legales),
figura que permitiera regularizar situaciones difícilmente solubles (ver al res-
pecto Lagranje, 2006). Además de estas situaciones históricas de precariedad,
difíciles de cuantificar, las últimas leyes de tierras, la LRA y la LTDA, pro-
híben el traspaso de las bienhechurías fomentadas en tierra del IAN (LRA)
y del INTI (LTDA) sin autorización del Instituto IAN (de 1958 a 2001) o
INTI (de 2001 a la fecha de hoy). Vimos que las tierras del INTI representan
más de la mitad de la SEA. Ya en los primeros años de vigencia de la LRA
de 1960, se podía estimar en 5% el porcentaje anual de “beneficiarios” de la
reforma agraria que abandonaban sin el debido permiso el terreno que se les
había asignado (Delahaye, 2001). La gran mayoría de estos abandonos co-
rrespondían a un traspaso ilegal de bienhechurías, no autorizado por el IAN.
Los datos posteriores no permiten seguir con precisión la evolución de este
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Notas: 1 No existen datos exhaustivos ni fidedignos sobre los haberes militares. 2 Se utiliza la
SEA de 1937 (22 207 000 ha). No atribuidas después de 1958 3 Implementadas a partir
de la Ley de baldíos de 1901. Se utiliza la SEA de 1937. No atribuidas después de 1958 4
Cifras no disponibles antes de 1958. Después de 1958, se utiliza la SEA de 1971 (26 470
134). Representan menos de 0,01% de la SEA en el período 1936-1957. 5 Todos tipos de
títulos. La SEA corresponde a 1971.
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forma de familia, la cual puede ser nuclear o ampliada, con la aplicación de los
textos legales que regulan las políticas públicas en materia agraria, y con las cos-
tumbres de las distintas comunidades rurales. Un aspecto importante es por cierto
la contradicción entre las normas de la herencia pautadas en el Código Civil y las
disposiciones estipuladas en las sucesivas reglamentaciones de la herencia obte-
nida mediante las disposiciones de las Leyes agrarias. Mientras el Código Civil
establece el reparto por igual entre los hijos, las leyes agrarias (Leyes Agrarias de
1945 y 1948, Estatuto Agrario de 1949, LRA de 1960, LTDA de 2001 y sus
reformulaciones de 2005 y 2010) estipulan, con una sorprendente unanimidad,
que los terrenos otorgados deberán ser transmitidos a un solo de los herederos.
Esta contradicción está resuelta informalmente en varias situaciones, mientras en
otras se siguen las prescripciones de la Ley agraria vigente (Delahaye, 2008).
nezuela con el peonaje en los años 1960; atacarlo ahora (como lo pretende la
LTDA) no tiene sentido histórico o social, en la medida en la cual sus prota-
gonistas (hateros tradicionales, hacendados y peones) no forman más parte del
escenario agrario. Tanto más que la LTDA lo definió en su primera versión a
partir de sus tierras ociosas y su superficie (art. 7), cuando las características
del latifundio eran más bien las relaciones de producción basadas en la de-
pendencia personal de los trabajadores ante el latifundista (era el peonaje en
Venezuela, huasipongo en Ecuador, inquilinaje en Chile, etc.). Las revisiones
de la LTDA en 2005 y 2010 (art. 7 modificaron este concepto de latifundio,
definiéndolo a partir de indicadores técnicos y económicos. Se hizo un esfuerzo
para establecer criterios que van más allá de la extensión superficial. Podría
ser más indicado hablar de grandes explotaciones extensivas y/o ineficientes
(definiendo, claro está, los criterios correspondientes)
• La LTDA (art. 97-115 de la versión de 2001, 97-114 de las versiones de
2005 y 2010) establece un impuesto a la tierra, tal como lo prescribe la Cons-
titución de 1999 en su artículo 307 (“El régimen latifundista es contrario al
interés social. La ley dispondrá lo conducente en materia tributaria para gravar
las tierras ociosas y establecerá las medidas necesarias para su transformación
en unidades económicas productivas, rescatando igualmente las tierras de vo-
cación agrícola”). Encarga su cobro al Servicio Nacional Integrado de Admi-
nistración Aduanera y Tributaria (SENIAT). Se trata de uno de los objetivos
más importantes de la Ley, que había sido aludido en el texto de 1960 (art. 20)
sin precisión de su implementación. Es una medida esencial para incitar a la
productividad de las tierras y evitar la especulación, recomendada, por ejemplo,
por el Banco Mundial (Deininger, 2003). Pero hacen falta los elementos mate-
riales indispensables para su cobro: un catastro al día, un registro confiable de
las propiedades. La dirección del SENIAT pareció reconocer temprano que
su cobro iba ser particularmente problemático (ver en particular la declaración
de su Director reproducida en “El Nacional” del 28/3/2005). No enfoca más
públicamente el tema desde varios años. Parecería más indicado confiar tal ta-
rea a los Concejos Municipales, tal como es el caso en la mayoría de los países
que aplican tal medida. Genera ingresos a nivel local, y el cobro es facilitado
por el conocimiento que tiene la administración municipal de las características
de las propiedades (Comby, 2007).
• Vimos que la Ley de 1960 requería la autorización del IAN para los traspasos
a terceras personas de bienhechurías fomentadas por el beneficiario en tierras
del Instituto, disposición que no se cumplió, sino en una ínfima proporción
de las cesiones de parcelas: en la práctica, el requisito de autorización corres-
pondía a una prohibición. Un decreto de 1976 las prohibió formalmente, inter-
dicción que se mantiene en el artículo 12 de la LTDA. Esta última medida fue
objeto de críticas acérrimas por parte de voceros de los partidos de la oposición,
quienes la acusaron de no respetar la “propiedad”, cuando los mismos partidos
la defendían a ultranza cuando estaba plasmada en la LRA. Sin embargo, el
artículo 65 de la LTDA (y de sus reformulaciones de 2005 y 2010), prevé la
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regulada como tal en la LTDA. La misma memoria y cuenta del INTI de 2008
(PROVEA, 2009) la califica como la aplicación de “los instrumentos agrarios
contemplados en la Ley de Tierra y Desarrollo Agrario, con la finalidad de avan-
zar en la transformación de los modos de producción del campo venezolano...”,
es decir las distintas figuras de otorgamiento por el INTI da derechos sobre la
tierra a beneficiarios. El Cuadro 4 distingue:
Las cartas agrarias, establecidas por la Resolución 177 del INTI de fecha
5 de febrero 2003; otorgan a grupos campesinos organizados, un derecho de
ocupación poco definido en fincas establecidas en tierras públicas, “mientras se
resuelve la situación de tenencia” (en palabras del Presidente del INTI, en “El
Nacional”, 02/06/2003). La superposición de un nuevo derecho sobre un derecho
existente que no ha sido liquidado es fuente probable de conflictos a mediano y
largo plazo. Las cartas agrarias dejaron de ser una figura utilizada masivamente
para la dotación de tierras a lo largo del año 2005. Una polémica se desarrolló al
respecto en los círculos oficiales, tal como lo indica un artículo de “El Nacional”
del 30-01-2005 (“INTI revocará cartas agrarias”).
Las declaraciones de permanencia implementadas según el artículo 18 de la
LTDA: “Los arrendatarios, medianeros y pisatarios, que cultiven pequeños lotes
en tierras privadas, denunciadas o señaladas como ociosas o incultas, tienen derecho
a permanecer en ellas durante el procedimiento de rescate de las tierras o durante
el procedimiento de expropiación hasta que el Instituto Nacional de Tierras decida
acerca de la adjudicación de las tierras que ocupan o su reubicación en otras de
iguales o mejores condiciones”, disposición confirmada en 2005 y 2010. La
figura del amparo agrario aplicaba por los tribunales agrarios a partir de 1982
tenía efectos comparables, pero no existen estadísticas exhaustivas al respecto.
Los títulos de adjudicación, que otorgan un derecho de propiedad agrario
sobre el terreno (comparables a las adjudicaciones de distintos tipos previstas por
la LRA).
En cuanto a la intensidad de los programas de atribución de derechos, las
diversas formas de dotación, en los 15 primeros años de implementación de la
LRA, se puede evaluar a partir de los datos disponibles (Delahaye, 2008) un
porcentaje anual de 1,3% de la SEA atribuido, mientras el Cuadro 4 apunta a un
porcentaje anual de 2,5 a lo largo de los 8 primeros años de implementación de la
LTDA. Las cifras oficiales, incluso tomando en cuenta la sobrevaluación indicada
más arriba, indican una mayor intensidad que en los primeros años de la LRA.
Las formas colectivas de producción: la continuación de intentos
anteriores
Los fundos zamoranos, orientados a crear explotaciones colectivas, no están
explícitamente previstos en la LTDA. Solamente su artículo 4 dispone, en términos
generales, la implantación de un “sistema cooperativo, colectivo o comunitario”.
Las reformulaciones de este artículo en 2005 y 2006 agregan laxamente a “este sis-
tema”, los “consejos de campesinos y campesinas, consejos comunales y cualquier
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otro tipo de organización colectiva.” Los artículos 62-70 y sus reformulaciones, que
establecen las modalidades de la adjudicación de las tierras no especifican ninguna
modalidad de dotación colectiva. Sin embargo, la creación de “fundos zamoranos”
ha sido evocada desde los primeros años del régimen, y estaba concretada en 2007
con la creación de 85 explotaciones en 400 000 ha según el ministro de Agri-
cultura (“El Universal”, 3/10/ 2007). Existen pocos elementos de evaluación al
respecto. No se trata de una iniciativa completamente nueva en Venezuela, y vale
la pena de interesarse a la enseñanza que pueden ofrecer experiencias anteriores.
Se trata en primer lugar de las “comunidades agrarias, cooperativas de pro-
ducción que empezaron a funcionar como granjas estatales”. Fueron creadas por
la Corporación Venezolana de Fomento (CVF) por la “junta cívica y militar” que
tomó el poder vía el golpe de Estado de octubre 1945. Su objetivo, enunciado
en una resolución de la CVF de 1946, era crear granjas estatales, “hasta que la
comunidad agraria pueda administrarse por si sola” (ibid. p. 102). Catorce comu-
nidades fueron creadas en 1947-48. La memoria anual de la CVF de 1948 pre-
senta un cuadro de fracaso en todas las comunidades (ibid. p. 41): pérdidas con-
siderables, producción casi inexistente. Fueron liquidadas en 1950 por el régimen
militar. La subcomisión económica de la reforma agraria de 1959 (ibid. p. 45) las
agrega “a la lista de ensayos que fracasaron”, considerando que la administración
de las comunidades por la administración pública fue responsable de tal fracaso.
Otro intento corresponde a las “empresas campesinas” colectivas que fue-
ron creadas en la oportunidad de un nuevo cambio de régimen, después de la
caída de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958. La LRA de 1960 preveía
dotaciones colectivas (art. 57 y sig.). Tomando en cuenta la experiencia anterior,
no se preveía fase de transición durante la cual el Estado sería responsable de
su administración. Alcanzaron cierto auge a lo largo de los años 1960. En su
apogeo, en 1968, su número era de 210 (Soto, 1973). El cambio de gobierno
de 1968 instaló a portadores de otras prioridades en los niveles directivos del
IAN, y la importancia de estas empresas disminuyó. Un trabajo interno del IAN
muestra que su número había disminuido rápidamente, aun cuando la cifra de
sus miembros se mantenía: los registros del IAN daban cuenta de 74 empresas
inscritas en 1971, con 4 780 miembros. Las dos terceras partes de las empresas
creadas habían desaparecido. Además, los datos de este trabajo indicaban que sola-
mente 30 de estas empresas mostraban cierta viabilidad económica, en la medida en
la cual presentaban una tasa de recuperación del crédito de más de 80%.
Parece ser que solamente algunas de estas empresas sobrevivieron hasta los
actuales momentos. Otras formas de empresas campesinas (uniones de prestatarios,
centros agrarios, etc.), qua agrupaban explotaciones individuales en tierras de la
reforma agraria para obtener un crédito de grupo, se desarrollaron a lo largo de los
años siguientes, demostrando el mismo ciclo de auge y ocaso. Se puede pensar que
los fundos zamoranos, a pesar de los medios materiales considerables invertidos en
el programa, conocerán la misma suerte, a falta de una evaluación consistente de los
fracasos de las anteriores experiencias
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CONCLUSIONES
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REFERENCIAS
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