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Ecumenismo Catolico

Este documento resume la historia del ecumenismo en la Iglesia Católica antes y después de la Segunda Sesión del Concilio Vaticano II. Explica que antes de la Segunda Sesión, la Iglesia Católica se mantuvo alejada del movimiento ecumenico debido a preocupaciones sobre el relativismo. Sin embargo, la Segunda Sesión marcó un punto de inflexión importante al profundizar y encauzar el diálogo ecuménico, reconociendo el movimiento como guiado por el Espíritu Santo en la búsqueda de
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Ecumenismo Catolico

Este documento resume la historia del ecumenismo en la Iglesia Católica antes y después de la Segunda Sesión del Concilio Vaticano II. Explica que antes de la Segunda Sesión, la Iglesia Católica se mantuvo alejada del movimiento ecumenico debido a preocupaciones sobre el relativismo. Sin embargo, la Segunda Sesión marcó un punto de inflexión importante al profundizar y encauzar el diálogo ecuménico, reconociendo el movimiento como guiado por el Espíritu Santo en la búsqueda de
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P. Juan Ochagavía, S,J.

ECUMENISMO EN LA IGLESIA CATOLICA

~~._~ oda época tiene características especiales, ciertas ideas-fuerzas que la


mueven y polarizan en torno suyo sinnúmeras otras actividades hu-
manas. Es el Zeitgeist de que hablan los alemanes. Nuestro tiempo
se caracteriza por un creciente impulso hacia la unidad de todo el
cosmos. Es un lugar común hoy día el hablar de cómo el mundo se
ha reducido gracias a los adelantos de la técnica que prácticamente
han suprimido las distancias y permiten que en fracción de segundo
las palabras y las imágenes se esparzan por todo el globo. Este fenómeno, por la
fuerza de su interno dinamismo, lleva a gestar un mundo más y más integrado en
todos los órdenes: integración económica, cultural, política ...
No es extraño que este proceso de integración creciente tenga también su
contrapartida en el ámbito religioso. Es el movimiento ecuménico. ¡Lejos de nos-
otros el querer explicar por una mera causalidad natural e intramundana las inter-
venciones de Dios en la historia! Pero esto no quita el que la gracia divina opere
sobre la base de las instituciones humanas y se sirva de las modalidad·es especiales
que éstas manifiestan en un momento dado a fin de conducir los hombres hacia
Dios. De aquí que cada época, con su espíritu propio, deba ser vista por el cristiano
como kair6s, es decir, como oportunidad única para las intervenciones salvíficas de
Dios.
En el presente artículo me propongo analizar la reacción de la Iglesia Cató-
lica frente a la corriente ecuménica que se ha hecho sentir con tanta fuerza en nues-
tra época y que para la mirada de la fe es un verdadero kair6s. Para ello desearía
tomar como término de referencia y como punto de observación al mismo tiempo la
Segunda Sesión del Concilio Vaticano n. Estudiaremos pues, tres puntos: la situa-
ción del ecumenismo católico antes de la Segunda Sesión; el aporte de ésta al movi-
miento ecuménico; por último, algunas perspectivas que ya se vislumbran de la ta-
rea que nos trae, el futuro.

l. EL ECUMENISMO CATOLICO ANTERIOR A LA SEGUNDA SESION

La idea motriz del movimiento ecuménico se puede reducir a esta simple


fórmula: las Iglesias cristianas, conscientes de que la desunión de quienes creen en
Jesús, el Cristo, es contraria al Evangelio, se invitan mutuamente a dialogar y em-
prender empresas comune,s con la esperanza de que algún día todas lleguen a for-
mar una sola Iglesia. Los ecumenistas distinguen claramente entre el fin inmediato y
100 TUAN OCHAGAVIA, S.}.

su objetivo último. El fin inmediato es el reunirse a dialogar. El objetivo último es


la deseada unión de todas las Iglesias cristianas. El primero es trabajo de los hom-
bres, aunque no sin la gracia de Dios, que busca remover los obstáculos y preparar
la masa para la unión plepa conforme al Evangelio. Sólo a Dios empero corresponde
señalar el modo y el momento en que se realice de hecho la unión de las Iglesias.
No es fácil señalar la fecha precisa en que comenzó el Movimiento Ecumé-
nico, la mayoría señala la Conferencia Misional dc Edimburgo de 1910 corno su co-
mienzo; otros prefieren el año 1948 en que ISO Iglesias se r~unieron para formar
el Concilio Mundial de Iglesias. Dejando de lado este asunto de la fecha, lo cierto
es que nue,stro siglo vive desde su inicio una actitud de creciente interés por la
unión de las Iglesias separadas.
A la era ecuménica habían precedido dos períodos en la historia de las re-
laciones entre las confesiones cristianas. El primer período fue el que siguió inme-
diatamente al rompimiento definitivo entre Oriente y Occidente en el siglo xr, y a
la separación entre Protestantes y Católicos en el siglo XVI. Este período se carac-
terizó por una atmósfera de ásperas controversias en que toda la artillería de un
pensamiento fraguado en los hábitos escolásticos se lanzaba contra los adversarios,
sin preocuparse de valorar los puntos positivos de las posiciones contrarias y mucho
menos de tomar una actitud crítica frente a las propias deficiencias. El segundo pe-
ríodo comprende los siglos XVIII y XIX Y se caracterizó por el tono más cah:~1o,ob-
jetivo y científico con que fue, llevada la controversia. Exponentes de este nuevo es-
píritu aparecen casi exclusivamente en los países afectados por la Reforma.
Por contraste con los dos períodos anteriores en los cuales la Iglesia Católica
se había mostrado activa de,sde el comienzo, el Movimiento Ecuménico de nuestro
siglo fue originalmente fruto de inspiración protestante. Durante varias décádas la
Iglesia Católica se mantuvo recelosa y desconfiada frente al ecumenismo. Así, por
ejemplo, la Santa Sede se excusó de aceptar la invitación que recibiera para partici-
par oficialmente en las Asambleas de Estocolmo (192S) y Lausanne (1927). Pío XI,
en la encíclica Mortalium animos (6 de junio de 1928), expresa la sospecha de que
el Movimiento Ecuménico pudiera conducir a un relativismo dogmático, buscando
únicamente la unión en el amor. El Monitum del Santo Oficio Cum compertum (S de
junio de 1948) marca el comienzo de, una actitud más positiva frente al Movimiento
Ecuménico ya que no contiene ninguna expresión condenatoria. Mucho más positiva
es la Instrucción del Santo Oficio De motiones oecumenica (20 de diciembre de
1949) en la que, permaneciendo incólume la prohibición de una participación oficial
de la Iglesia Católica en las asambleas ecuménicas, se exhorta a los fieles a orar por
el Movimiento Ecuménico que es guiado por el Espíritu Santo en su nostálgica bús-
queda de la unidad. Allí mismo se permite a los teólogos católicos el participar en
conversaciones con sus colegas no-católicos en un esfuerzo sincero por entenderse
unos a otros y preparar el camino de la unión.
Entre tanto, en el terreno extraoficial de la Iglesia Católica habían surgido
varias iniciativas de diálogo y de acción ecuménica como el Movimiento Una Sancta
y la Octava de la Unidad, entre varios otros. Pero, en general, es un hecho que la
Iglesia Católica se había mantenido alejada de, la preocupación ecuménica. Contac-
tos esporádicos y aislados los había siempre, pero en su conjunto el espíritu del Mo-
vimiento permaneció ajeno del conjunto de la jerarquía y del laica do católico.
• ECUMENISMO EN LA IGLESIA CATOLICA iÓl

Esta ause,ncia se debía no tanto al peligro de relativismo a que aludía Pío XI


sino a la conciencia de la Iglesia Católica de su propia estructura eclesiológica. El
peligro de relativismo pudo quizás haber sido real en el tiempo de Mortalium anirrws
cuando el Movimiento Ecuménico se movía todavía alrededor del problema de la
"eficacia misionera". Pero ya desde antes de esa fecha comenzó a tomar auge dentro
del Movimiento otra preocupación más profunda que excluía todo posible relativis-
mo: la búsqueda en la verdad de la concepción de la Iglesia correspondiente al
Evangelio. En resumen, a pesar de que en la década de los cuarenta la Iglesia Ca-
tólica empezó a aprender a apreciar positivamente y a colaborar extraoficialmente
con el Movimiento, influyendo en esto sin duda su giro hacia una creciente preocu-
pación eclesiológica, en su conjunto el Catolicismo se mantuvo alejado en razón de
la incompatibilidad entre los presupuestos del Movimiento y su propia estructura
eclesiológica.
Entretanto el Espíritu Santo suscitaba en el mundo cristiano nuevas iquie-
tudes que poco a poco irían acercando a los hermanos separados y encendiendo en
ellos el deseo de, conocerse y dialogar: el movimiento litúrgico y catequético, el mo-
vimiento bíblico, la acción social, el apostolado laico. El movimiento de renovación
litúrgica, nacido en el campo católico a comienzos del siglo, fue extendiéndose rá-
pidamente y pasó al campo protestante. Inversamente, el tesonero trabajo de los teó-
logos protestantes por conocer mejor y vivir de la Palabra de Dios despertó en los
católicos todo un movimiento de renovación bíblica. Der Romerbrief de Karl Barth,
verdadero grito de guerra a la exégesis racionalista y liberal, fue escuchado con de-
leite por el catolicismo que reconoció en él el tono de familia que posibilitaba y ha-
cía atrayente el encuentro.
A esto hay que añadir que los sucesos de la última guerra mundial y de la
postguerra sirvieron para hacer convivir cristianos de Iglesias separadas que hasta
entonces apenas habían tenido ocasión de conocerse. Esto vale no sólo de la con-
vivencia de capellanes militares y soldados en el frente de batalla sino también de
los grandes grupos de emigrados que hubieron de radicarse en regiones donde pre-
domina ban cristianos de otra confesión.

11. APORTE DE LA SEGUNDA SESION

El Concilio no crea de la nada sino estimula, prolonga, profundiza y encauza


las iniciativas y corrientes ya existentes en el seno de la Iglesia. Los Padres conci-
liares son los primeros convencidos de que su papel principal consiste en auscultar
la voz del Espíritu de Cristo presente y actuante en la Iglesia. También la preocu-
pación ecuménica manifestada por Juan XXIII al convocar el Vaticano II era refle-
jo de esta inquietud presente en la cristiandad. Por este motivo, al tratar del aporte
de la Segunda Sesión al Ecumenisrr:o en la Iglesia Católica, sería un error pensar
que los frutos allí cosechados surgieron súbitamente como hongos sin raíces en el
pasado, arrebatados por el calor de la discusión. Esto no obstante, es un hecho que
la Segunda Sesión marca un hito en la actitud de la Iglesia Católica frente al Ecu-
menismo: algo nuevo se palpaba allí en el ambiente, alIgo profundamente católico
que desde hacía ya tiempo pugnaba por aflorar a ple,na luz. ¿En qué consistió es-
to nuevo?
102 JUAN OCHAGAVIA, S.}.

Hay ante todo un hecho irrefragable que se nos presenta con toda la densi-
dad de lo fáctico. Ya no se trata de vagas y fugaces ideas, sino de algo sucedido:
por primera vez después de muchos siglos de suspicacia y silencio, observadores de
diversas Iglesias cristianas participan en un Concilio de la Iglesia Católica: oran
juntos a Dios, Padre. de la unidad, por medio de Nuestro común Señor, Jesús el Cristo;
departen con los Padres conciliares y les expresan sus deseos y pareceres; son tes-
tigos de las discrepancias de opiniones y de los esfuerzos sinceros por superar en la
medida de sus fuerzas los obstáculos para la unidad. Que esto haya sucedido y que
continúe sucediendo es motivo para afirmar que la Iglesia Católica ha entrado en
una nueva etapa ecuménica. Sin duda, esto no significaba haber alcanzado ya la
meta, sino es el comienzo del ponerse en camino. Pero lo que. diferencia esta etapa
de la anterior es que ahora es el cuerpo episcopal en masa, el conjunto de la jerar-
quía católica, quien se adentra por el camino de la unidad. Y que esto es mucho
más que un mero gesto académico lo prueban con evidencia varias nuevas disposi-
ciones recientemente introducidas por episcopados que hasta hoy día no se distin-
guían por su entusiasmo hacia el ecumenismo.
Dentro de esta misma línea de los hechos es necesario señalar uno de apa-
riencia muy reducida pero que encierra proyecciones muy vastas: el hecho de que
el Papa Paulo VI, en la asamblea de apertura de la Segunda Sesión, hubiese públi-
camente pedido perdón a los hermanos separados por la culpa que a la Iglesia Ca-
tólica cupiese en la división de la cristiandad. Igual re.conocimiento del pecado en
la Iglesia Católica como factor de desunión se oyó repetidas veces en el aula conci-
liar, quizás de nadie en forma tan abierta y franca como de boca del Cardenal Quin-
teros, Arzobispo de Caracas. Punto crucial de estas "confesiones" es el reconocimien-
to de que el pecado e.s en último término el elemento desintegra dar de la cristian-
dad y de que la unión sólo se podrá obtener con una sincera conversión del corazón.

LA RENOV ACION DE LA IGLESIA

Lo dicho se relaciona con el punto central del Concilio: la necesidad de


"aggiornamento". Sabemos que en la mente de Juan XXIII éste era la condición pre-
via para poder avanzar en la unión. Es necesario que la Iglesia Católica se
renueve, s·e ponga al día, se libere de las manchas que la afean y que deje así bri-
llar más plenamente la luz de Cristo. De aquí que el esquema del Ecumenismo, al
hablar de jos modos de ejercitarlo, ponga en primer lugar la renovación interior, la
cqnversión del corazón y la santidad de vida. El anhelo de una vida cristiana más
pura y auténtica que se hace sentir en todas partes -sea en el campo del apostolado
de los laicos O en el de la vida litúrgica, de la acción social, de la espiritualidad fa-
miliar, de la catequesis o en nuevas formas de vida religiosa- es un auspicio feliz
de que el Espíritu de santidad está de hecho guiando a la Iglesia Católica por el ca-
mino de la unión de los cristianos. Y cuando se advierte que éstos u otros semejan-
tes movimientos también surgen con fuerza renovadora en las otras Iglesias y co-
munidades cristianas, uno no puede menos de agradecer a Dios y robustecerse en
la esperanza.
El aporte del Concilio a esta tarea renovadora consistirá principalmente en
profundizar y hacer llegar a toda la Iglesia estas corrientes suscitadas por el Espí-
ECUMENISMO EN LA IGLESIA CATOLICA 103

ritu Santo. Los propios Obispos son los primeros en confesar que el Concilio -con
sus celebraciones litúrgicas, sus discusiones y contactos personales- ha operado en
ellos un verdadero cambio de mentalidad, abriéndoseles nuevas perspectivas y ha-
bituándose en muchos casos a ver las cosas a una luz más conforme al Evangelio.
No es difícil adivinar el bien que, puede irradiar a toda una diócesis este cambio de
mentalidad de su pastor ...

LA CATOLICIDAD

Un resultado de la discusión sobre el Ecumenismo fue la profundización de


la "catolicidad" de la Iglesia. Se reconoció que aunque la Iglesia Católica no haya
jamás cesado de, ser la portadora de toda la verdad revelada, la división de los cris-
tianos ha contribuido a empobrecer el brillo de su catolicidad. Y esto por varias ra-
zones. En primer lugar, porque la lucha centenaria contra las posiciones de los cris-
tianos separados la llevó insensiblemente a acentuar unilateralmente ciertos aspec-
tos de la verdad, dejando otros en la penumbra. Ejemplos de esto no faltarán para
quien conozca el desarrollo de la teología y de la catequesis post-tridentina con su
fuerte afirmación del opus operatum por sobre el opus operantis y de la tradición
por sobre la Escritura.
Con esto se relaciona también el problema de, si la catolicidad exige la "uni-
formidad" o si bien alcanza su pleno desarrollo dentro de un pluralismo de ritos,
lenguas, espiritualidades diversas, tradiciones jurídicas distintas y variedad de formas
de vida. El problema es vital tanto en lo que respecta a las relaciones con la Orto-
doxia como al ecumenismo con las Iglesias protestantes. Sabemos que la tendencia
preponderante del Concilio marcha en sentido de una catolicidad en la pluralidad.
En efecto, esto es lo que se desprende claramente de la ya aprobada Constitución
de la Liturgia, como también de las discusiones acerca de la colegialidad de los
Obispos, la descentralización del gobierno de la Iglesia y los poderes de las conferen-
cias episcopales. Mons. Elchinger, Obispo Auxiliar de Estrasburgo, hizo notar cómo
los cismas y divisiones de la Iglesia se deben en parte al no haber sabido reconocer
la diversidad de dones del Espíritu Santo. Es preciso valorar y respetar las diferen-
cias de los individuos y las comunidades, y no pret·ender reducirlos a todos a un
mismo molde. Exigir esto equivaldría a atrofiar y amputar la riqueza y la plenitud
de la verdad.
Admitido este principio de la catolicidad en el pluralismo, se ve fácilmente
cómo la catolicidad de la Iglesia obtendrá una intensidad y fulgor mucho mayor
cuando se realice la esperada unión. Tanto el Papa Paulo VI, en su discurso de aper-
tura, como el texto mismo del Esquema aluden a los valiosos elementos de auténtico
cristianismo presentes en las iglesias y comunidades cristianas no católicas. El Obis-
po de Maguncia, Monseñor Volk, fue un paso más allá al admitir con gratitud que
algunas verdades del cristianismo primitivo son presentadas y vividas en forma más
pura por los hermanos separados que por los católicos. La unión de las Iglesias e,n
la Iglesia Católica de ninguna manera debiera significar una amenaza contra esta
riqueza y variedad de manifestaciones de lo cristiano. Cabe aquí echar a andar la
imaginación y entrever esperanzados cuánto se robustecería la catolicidad de la
Iglesia de Cristo cuando ella incluya en armoniosa unidad, junto al espíritu lógico y
1M lUAN OCHAGAVIA, S.J.

pragmático de los latinos, el profundo sentido de humildad de los luteranos, la ado-


ración extasiada ante el Misterio de la liturgia ortodoxa, el amor a la Palabra escrita
de Dios de los protestantes y el estudio asiduo de la tradición litúrgica y patrística
de los anglicanos.
Catolicidad dice no tanto extensión cuantitativa sino plenitud e integridad
cualitativa de todo lo cristiano. La catolicidad no es pues una nota estática de la
Iglesia, que se da de una vez para siempre sin admitir variantes, sino una propiedad
dinámica, un ideal, que debemos estar siempre esforzándonos por alcanzar. En este
sentido, así como el llamado al "aggiornamento" del Papa Juan nos e.nseñó a no
confundir la santidad esencial de la Iglesia con su santidad existencial, ya que en el
orden de la existencia concreta ella se confie,sa pecadora y necesitada de renovación,
así también podemos y debemos distinguir entre la catolicidad esencial y la existen-
cial, o sea, el llamado a la plena realización de todos los legítimos y genuinos va-
lores cristianos.
El llamado del Concilio a la renovación interior, a fin de preparar el camino
de la unión, es un abierto llamado a la plena catolicidad: a ser plenamente lo que
somos y a reconocer a su vez en los demás el sello cristiano que ellos llevan. Esta
visión "católica" del cristianismo será el camino de la unión: reconociéndonos unos
a otros como portadores del auténtico sello de Cristo sólo faltará el soplo aglutinador
del Espíritu de Amor para que todos seamos una sola Iglesia.
La realización de esta tarea de buscar la catolicidad ple,na incumbe no sólo
a la Jerarquía y a quienes están empeñados en el diálogo ecuménico en el nivel cien-
tífico, sino a todos los creyentes de todas las confesiones cristianas. En una conclu-
sión programática, el Obispo Volk, en la intervención ya aludida, sintetizaba esta
tarea en tres puntos: 1) Constante esfuerzo por la totalidad de la verdad en la doc-
trina y en la práctica; 2) realización de la catolicidad mediante la preservación de
la unidad en la pluralidad, y no en la uniformidad; 3) distinción entre las formas
del cristianismo ligadas a un tiempo determinado de la historia y 10 esencial que no
está sujeto a cambio.

LA UNIDAD DE LA IGLESIA

Intimamente ligada a la reflexión conciliar acerca de la santidad y la catoli-


cidad de la Iglesia está el problema de su unidad. Por oposición a una concepción
demasiado restrictiva de la unidad de la Iglesia, presente en la primera y segunda
redacción del Esquema De Ecclesia, el esquema sobre el Ecume.nismo declara abier-
tamente que existe una verdadera comunión, aunque no perfecta, entre la Iglesia
Católica y los hermanos separados. Esta comunión está fundamentalmente basada en
la fe común en Cristo y en el bautismo y lleva consigo la gracia divina con las tres
virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. A esto hay que añadir la presencia
de muchos otros elementos visibles con que se unen y ase.mejan las Iglesias y comu-
nidades separadas y la Iglesia Católica.
Este modo de plantear el problema de la unidad y de la pertenencia a la
Iglesia se funda en la tradición más sólida y rica y sirve de base para una fructuosa
discusión ecuménica. Subyacente a él está la afirmación de que la unidad no es
una nota unívoca y estática sino algo que admite grados de mayor o menor perfec-
:li:CUMENISMO EN LA IGLESIA CATOLICA 105

ción -supuesta la base de la fe en Cristo y el bautismo- y que presepta por con-


siguiente un desafío a los mismos católicos, ya que ella debe ser realizada con la
mayor perfección posible de.ntro de la misma Iglesia Católica. Presentimos aquí que
la nota "unidad" llega en un momento dado a fundirse con la de "catolicidad", cosa
que tiene un cierto paralelo en la filosofía escolástica de los trascendentales.
De e.ste modo de concebir la cuestión de la unidad de la Iglesia se derivan
grandes posibilidades para el diálogo ecuménico. El axioma de. la necesidad de la
Iglesia para la salvación, conservando todo su contenido de verdad, no podrá ya ser
tomado en un sentido exclusivista y estrecho. La expresión "hermanos separados"
recibe así una profundización teológica, lo que no deja de reflejarse en consecuen-
cias prácticas como ser la cuestión de los matrimonios mixtos y de la participación
en los actos de culto, puntos en los cuales se solicitó en el aula conciliar una rela-
jación de las normas actualmente vigentes.
Es preciso reconocer, sin embargo, que, la presentación hecha por el esque-
ma del Ecumenismo sobre el problema de la unidad no satisfizo plenamente y reci-
bió ciertas críticas en la discusión del aula conciliar, principalmente por dos razones.
En primer lugar, porque el concepto de "unidad católica" allí propuesto, aunque
abierto, como hemos visto, a una interpretación dinámica, no acentúa lo bastante es-
te aspecto hasta llegar a formar conciencia de que la unidad es una meta hacia la
cual debemos siempre tender. En segundo lugar, porque no considera suficiente-
mente la relación entre la Iglesia Católica y las otras comunidades cristianas en
cuanto comunidades eclesiales. También fue muy criticado por parte de varios ob-
se,rvadores no católicos el que no se estableciera claramente la posición del Ecume-
nismo de la Iglesia Católica frente al Concilio Mundial de Iglesias.

EL ECUMENISMO DENTRO DEL CON/UNTO DEL CONCILIO


Sería un error juzgar el aporte de la Segunda Sesión al Ecumenismo aislada-
mente de los otros grandes temas del Concilio. Esto vale en forma especial respecto
a la Constitución de la Liturgia y a la de la Iglesia.
La importancia ecuménica de la Constitución de la Liturgia es algo que hoy
apenas podemos empezar a vislumbrar. Allí se adopta una posición decidida en
contra de. un uniformismo monolítico y se abren las compuertas para que con el
tiempo se creen nuevos ritos que respondan mejor a la idiosincrasia de cada pueblo
y a las necesidades peculiares de. cada época. La importancia dada a la Palabra de
Dios y al uso de la vernácula responden plenamente a la posición clásica del Protes-
tantismo al respecto. La reimplantación de la celebración y de, la comunión bajo las
dos especies significa la revaloración de instituciones muy queridas a la Ortodoxia ...
No sin malicia un sacerdote ortodoxo decía que las reformas litúrgicas introducidas
por la Iglesia Católica no eran sino una vuelta a las prácticas de las Iglesias Orto-
doxas, opinión con la cual podemos gustosamente estar de acuerdo, aunque sólo en
parte, ya que la Constitución de la Liturgia muestra una mayor elasticidad para
permitir futuras evoluciones de las formas sagradas. Como se de,sprende de estos po-
cos ejemplos, el espíritu de la reforma litúrgica responde a la tendencia hacia la
"catolicidad en la pluralidad" de que ya hemos hablado.
Otro tanto debemos afirmar de las nuevas líneas generales por que se ha ido
'orientando la discusión sobre el esquema De Ecclesia. Se ha dicho que así como otros
iM lUAN ÓCHAGAVIA, S.j.

Concilios han pasado a la historia compendiados en una sola palabra -omooúsios,


para Nicea; infaUibilitas, para el Vaticano 1-, del mismo modo este Concilio podrá
sintetizarse en la palabra coUegialitas. La colegialidad bien comprendida responde a
muchos de los desiderata expresados por las Iglesias Ortodoxas y satisface a no po-
cas de los reproches básicos del Protestantismo frente a la Iglesia de Roma. Así, por
ejemplo, a la salida de una congregación general en que se discutió arduamente el
tema de la colegialidad, tratándose de precisar la relación entre el poder y la infa-
libilidad del Papa y la de los Obispos, un observador ortodoxo hizo el siguiente, co-
mentario: "Ahora sí que veo una base común de diálogo con la Iglesia de Roma".
El valor ecuménico del principio de la colegialidad se ve aún con mayor evi-
dencia si atepdemos a las consecuencias más o menos directas e inmediatas que de
allí dimanan: descentralización del gobierno de la Iglesia, reconocimiento de los
poderes conferidos al Obispo en virtud de su ordenación episcopal, creación de las
confere,ncias episcopales como realización moderna de los antiguos patriarcados orien-
tales, formación de un cuerpo de Obispos elegidos de todo el mundo para ayudar al
Papa en la dirección de la Iglesia, etc.
Sería evidentemente ingepuo pensar que las diferencias que separan a nues-
tros hermanos de la Iglesia Católica vayan a ser inmediatamente niveladas con la
nueva orientación dada por el Concilio en las discusiones sobre la liturgia y la Igle,-
sia. Hay sin duda puntos mucho más hondos como el problema de la sucesión de
Pedro y el principio protestante. Pero lo que sí no podemos dejar de reconocer
con agradecimiento es que las reformas del Concilio se orientan en la misma direc-
ción hacia la que marchan las Igle,sias cristianas no católicas.
Esto se advierte claramente si comparamos las grandes preocupaciones del
Vaticano n con los temas analizados en la Cuarta Conferencia de Faith and Order,
tenida en Montreal entre, el 12 y el 26 de julio del año pasado, y a la que asistie-
ron como observadores varios destacados ecumenistas católicos. Pues bien, los temas
elegidos para las tres sesiones plenarias fueron los siguiente¡¡: 1) Catolicidad; 2) La
unidad y la diversidad en la eclesiología del Nuevo Testamento; y 3) La Iglesia
romana y la Comisión de Faith and Order. Aunque los oradores expresaran puntos
de vista diversos respecto a la noción de catolicidad, todos coincidieron en que ca-
tolicidad es un don de Dios a la Iglesia que, es sinónimo de "plenitud". No es, pues,
algo estático sino una propiedad dinámica que los cristianos deben siempre procu-
rar alcanzar más y más.
En 'los trabajos de las secciones se abordaron temas tan cercanos al Vaticano
n como la relación entre la Igle¡¡ia como acontecimiento y la Iglesia como institución,
la relación entre la Escritura y la Tradición, la continuación de la obra redentora
de Cristo en los cargos ministeriales de la Iglesia, el culto y la unidad de la Iglesia,
la unidad de todos en un mismo lugar. Como se, echa de ver, la preocupación de esta
.cuarta Conferencia es netamente eclesiológica, la misma que se ha manifestado en
el Vaticano n. En Montreal, sin poder hablar de resultados definitivos y unánime.-
mente aceptados, se advirtió una evidente tendencia a acentuar la Tradición, el
culto litúrgico y, en especial, el carácter eclesiológico de la Eucaristía. En estas ma-
terias podemos hablar de una clara semejanza con ciertas posiciones mayoritarias del
Vaticano n.
ÉCUMENISMO EN LA IGLESIA CATOLICA 101

III. VISLUMBRANDO EL FUTURO


Sería presuntuoso pretender trazar un plan preciso y completo de la tarea
que el futuro reserva a la acción ecuménica. Este Movimiento es fundamentalmente
llevado por el Espíritu de la unidad y su soplo irrumpe cuando El quiere e impulsa
hacia donde El quiere. Sin embargo, de la exposición sumaria que hemos hecho se
desprenden cie).tas líneas directrices que nos marcan ya una tarea.
La primera dificultad que ha de salvar el Movimiento Ecuménico es el peli-
gro de corrupción interna. En un movimiento' en que, si bien mucho se ha hecho, es
inmensamente más lo que queda por hacer, ¡es tan fácil ceder a la impaciencia, a
la inconstancia o al desánimo! En una tarea en que el objetivo final e,stá sóla y única-
mente en las manos de Dios, se corre tanto el peligro de que la fe flaquee y dé lu-
gar a un escepticismo amargo o a una aceptación fatalista del status qua. Si hay una
empresa en la que sólo el valor constante y la esperanza poseerán el triunfo, esta
es la empresa ecuménica.
Es necesario guardarse de ilusiones fáciles y de optimismos baratos. Es nece-
sario por sobre todo mantener vibrante el amor apasionado a la verdad, amor que
por lo mismo no tiene nada que ver con componendas interesadas ni con defensas
intransigentes de "nuestras" propias posiciones. El amor a la verdad hace, por el
contrario, que "nuestra verdad" se rinda ante "la Verdad". Y de esta sumisión bro-
tará el deseo paciente de ahondar en nuestra fe y el esfuerzo por expresarla en pa-
labras, imágenes y contextos que tomen en cuenta los hábitos mentale,s y los modos
de exposición de nuestros hermanos dialogantes. '
Hoy día empieza a sentirse en muchos círculos una desconfianza cre,ciente
hacia las conferencias, asambleas, congresos y grandes instituciones. Este malestar
ha encontrado expresión dásic;! en la famosa Ley de Parkinson. Ahora bie~, sin que-
rer negar los fundados motivos de este malestar, deberemos cuidarnos de no hacerlo
superficialmente extensivo- al Movimiento Ecuménico y a sus Conferencias y Asam-
bleas de estudio y deliberación.
La experiencia nos enseña que los hechos tienen mayor poder persuasivo que
las palabras. De, aquí la importancia de que los cristiano~ aprendamos cada vez más
a reunirnos para orar y emprender obras comunes de carácter social o cultural. Don-
de la necesidad urgente de nuestros prójimos nos sale al encuentro por todos lados,
la conciencia cristiana no tardará en encontrar campos de, acción y maneras de po-
nerse a la acción.
Respecto a los puntos analizados en el cuerpo de este artículo, será necesario
seguir ahondando el sentido de la unidad, santidad, apostolicidad y catolicidad de la
Iglesia. Tanto la experiencia de Montreal como la de la Segunda Sesión nos ense-
ñan que estos temas son filones muy ricos que e,s necesario penetrar más y más.
Dado que la conciencia ecuménica aún no ha logrado trascender los límites
de ciertos grupos más o menos restringidos, será labor de esta próxima etapa el am-
pliar su irradiación a la masa de, los creyentes. ¡Nadie debería sentirse excluido de
la responsabilidad de trabajar por la unión de las Iglesias!
Por último, y volviendo al axioma del mayor valor persuasivo de los hechos,
lo que en el fondo dará peso y autenticidad a todos estos esfuerzos será la autentici-
dad con que vivamos nue,stra fe. El llamado del Papa Juan al "aggiornamento" halla
aquí toda su urgencia e importancia.

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