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Protocolo de Atención Al Duelo

El documento trata sobre el tema del duelo. Explica las manifestaciones normales del duelo, sus fases y duración. También aborda el duelo patológico, su diagnóstico y cuando se requiere ayuda profesional. Además, analiza el duelo en diferentes grupos como niños, adolescentes, padres y personas mayores. Por último, ofrece recomendaciones sobre la atención al duelo antes, durante y después del fallecimiento.

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Protocolo de Atención Al Duelo

El documento trata sobre el tema del duelo. Explica las manifestaciones normales del duelo, sus fases y duración. También aborda el duelo patológico, su diagnóstico y cuando se requiere ayuda profesional. Además, analiza el duelo en diferentes grupos como niños, adolescentes, padres y personas mayores. Por último, ofrece recomendaciones sobre la atención al duelo antes, durante y después del fallecimiento.

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 Que es el duelo

 Manifestaciones normales del duelo en adultos


 Duración
 Fases del duelo
 Epidemiología
 Duelo patológico
 Diagnóstico episodio depresivo mayor en el contexto de una pérdida
 Cuando considerar que una persona en duelo requiere de ayuda profesional
 Atención al duelo
 Intervenciones recomendadas antes y después del fallecimiento
 Duelo en niños y adolescentes
 Indicación duelo complicado en niños y adolescentes (ramos álvarez, 2010)
 Indicadores de dificultad de afrontamiento en niños y adolescentes antes del
fallecimiento del familiar (ramos álvarez, 2010)
 Duelo en padres
 Duelo en personas mayores, en personas con algún tipo de discapacidad psíquica, cognitiva,
o con problemas de salud.
 Duelo en caso de suicidio
La última versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales del 2013
(DSM-5), define el duelo como la reacción ante la muerte de una persona querida. La
pérdida de un ser querido es considerado uno de los estresores vitales de más alta
intensidad (Holmes, 1967). Se trata de un proceso natural y no de una enfermedad que
haya que evitar o de la que haya que curarse, no siendo un sentimiento único sino una
compleja sucesión de manifestaciones que precisan un cierto tiempo para ser elaboradas.

Es importante que los profesionales conozcan cuáles son las manifestaciones normales en
el proceso de duelo (Tabla 1), sabiendo que su intensidad y las alteraciones que provoca en el
doliente van a depender de varios factores. Éstos son entre otros, la relación emocional
y de dependencia con el ser perdido, las circunstancias de la muerte, el tiempo de preparación para
la pérdida, etc. También resulta relevante conocer los recursos de los que disponen los
supervivientes y las estrategias de afrontamiento, tanto en el ámbito personal como familiar y
social, así como las reacciones de respuesta en situaciones emocionales intensas previas en la
experiencia del doliente (Worden, 2002).
La duración del duelo es muy variable dependiendo de cada persona y situación. En la
bibliografía clásica se apunta como duración 1 año. Sin embargo, en estudios más recientes
parece haber consenso en la idea de que después de una pérdida importante, el doliente
comienza a recuperarse a lo largo del 2º año después de la perdida. Independientemente
del tiempo transcurrido desde la muerte, podremos considerar que el duelo ha terminado
cuando el doliente tiene la capacidad de recordar y hablar de la persona fallecida sin dolor,
y cuando recobra la capacidad para establecer nuevas relaciones y aceptar los retos de su
vida.

El duelo se considera un proceso que evoluciona en etapas, aunque no sigan un orden


específico, manifestándose de modo diferente en cada persona. En la bibliografía
especializada diferentes autores han intentado describir dichas etapas siendo quizás los
investigadores más conocidos en el campo del duelo Parkes y Bowlby que consideran como
etapas habituales del duelo las siguientes (SECPAL, 2014):
1. Shock. Puede durar desde unas horas a semanas y se caracteriza por sentimientos de
irrealidad, insensibilidad, negación e incomprensión de lo sucedido.
2. Anhelo y búsqueda. Durará meses o años. Se anhela que la persona perdida vuelva. La
negación y la rabia juegan un importante papel en esta fase.
3. Desorganización y desesperanza. Aparecen periodos de apatía y desesperación durante
el primer año, que se pueden alargar. Se comienza a aceptar la pérdida como definitiva y
se acompaña de sentimientos depresivos.
4. Reorganización. Una vez han pasado todas las fechas significativas, normalmente en un
año, el doliente empieza a recuperar su vida, se asume la pérdida y una nueva identidad
personal.
Algunos autores definen el duelo como un proceso activo, no siendo sólo este proceso un
“pasar etapas o fases” si no como dice Worden, realizar tareas que faciliten el afrontamiento
adecuado a la pérdida. Define 4 tareas para la elaboración del duelo (Worden, 1997):
1. Aceptar la realidad de la pérdida.
2. Experimentar las emociones y el dolor de la pérdida.
3. Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente.
4. Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.

Según se indica en la Monografía de duelo de la SECPAL, “el duelo puede aumentar el riesgo de
enfermedades psicosomáticas, cardiovasculares, ansiedad, depresión y suicidio en el primer año
tras la pérdida”. Además, refiere que hay estudios que indican que únicamente entre un 10-20% de
las personas en duelo presentan problemas importantes en el proceso de adaptación y que el resto
lo afronta de forma natural y eficaz.
Se considera que un duelo es patológico cuando hay ausencia de duelo, retraso en su aparición, o
cuando hay un duelo excesivamente intenso y duradero. Las personas que tienen un mayor riesgo
de sufrir un duelo patológico son aquellas que experimentan una pérdida repentina o en
circunstancias catastróficas, las que están aisladas socialmente, las que se sienten responsables de
la muerte y aquellas personas que mantenían una relación de intensa ambivalencia o dependencia
del fallecido.

Según el DSM-5 “Las respuestas a una pérdida significativa (p. ej., duelo, ruina económica,
pérdidas debidas a una catástrofe natural, una enfermedad o discapacidad grave) pueden
incluir el sentimiento de tristeza intensa, rumiación acerca de la pérdida, insomnio, pérdida
del apetito y pérdida de peso que pueden simular un episodio depresivo. Aunque estos
síntomas pueden ser comprensibles o considerarse apropiados a la pérdida, también se
debería pensar atentamente en la presencia de un episodio de depresión mayor además de
la respuesta normal a una pérdida significativa.
Esta decisión requiere inevitablemente el criterio clínico basado en la historia del individuo
y en las normas culturales para la expresión del malestar en el contexto de la pérdida.”

• Siempre que el doliente pida ayuda expresa para su proceso.


• Si el profesional valora que la ayuda es necesaria.
• La concomitancia de factores de riesgo de duelo patológico sin la presencia de
factores protectores.

El proceso de duelo comienza desde el momento que se tiene conciencia de pérdida, siendo
el objetivo principal de la atención al duelo facilitar el proceso de adaptación y prevenir un
duelo complicado. La atención al duelo en nuestro ámbito de intervención debería abarcar
los 3 periodos relevantes en torno al momento de la pérdida: antes del fallecimiento, durante
el proceso de agonía y después del fallecimiento. La valoración de predictores de riesgo
(Tabla 2) y factores protectores (Tabla 3) nos permitirán identificar aquellos dolientes que
probablemente necesitarán más apoyo en su proceso de duelo.
Antes del fallecimiento
La fase previa al fallecimiento de un ser querido, deja una honda huella en el recuerdo de toda la
familia. El objetivo específico de esta fase, será cuidar y ayudar a despedirse al enfermo, familia y/o
personas allegadas y significativas.

Intervención específica recomendada:


- Comunicar el diagnóstico al enfermo.
- Controlar adecuadamente los síntomas. Que se tenga un buen control de los
síntomas, tiene gran repercusión psicoemocional en la elaboración del duelo.
- Detectar, valorar y aliviar las necesidades y dificultades surgidas, con el fin de apoyar
y ayudar en su resolución, evitando la sobrecarga.
- Establecer un Plan de Cuidados de acuerdo con el paciente y/o la familia que
establezca normas de actuación y prevenga el riesgo de claudicación familiar.
- Favorecer el desahogo emocional. Prevenir y/o amortiguar sentimientos de culpa.
- Favorecer y promover la resolución de temas pendientes.
- Garantizar la atención integral al enfermo y su familia durante todo el proceso de la
enfermedad. Asegurar el no abandono. Evitar recuerdos dolorosos.
- Identificar factores de riesgo (Anexo I y Anexo II) y derivar al psicólogo del equipo de
Cuidados Paliativos o al equipo de referencia de Atención Primaria del familiar, para
que valoren realizar intervención o remitir al Servicio de Salud Mental
correspondiente.
- Identificar la relación del enfermo con sus familiares, el grado de comunicación
existente. Favorecer la comunicación entre el enfermo y su familia.
- Informar a la familia sobre el diagnóstico y el pronóstico. Conviene reunir a la familia
con la idea de hacer un planteamiento general de la situación e informarles del
diagnóstico, pronóstico, cambios psicofísicos previsibles del paciente, plan de
cuidados, aclaración de dudas, considerando siempre los derechos del paciente
en cuanto al principio de autonomía e información sanitaria.
- Informar de los recursos sociales y sanitarios disponibles.
- Mantener un nivel de información y comunicación franca y veraz en cada momento
del proceso.
- Mediar en situaciones de conflicto.
- Orientar sobre necesidades de organización familiar. Cambios de rol, asuntos
prácticos (preparación de documentación, testamento, etc.).
- Promover pautas de participación y actuación con los niños, adolescentes, mayores
y personas con discapacidad, así como con otros miembros vulnerables de la familia.
- Valorar la información de la que dispone el enfermo y la familia respecto al
diagnóstico y el pronóstico y lo que quiere saber el enfermo. Debemos conocer la
opinión de la familia sobre comunicar el diagnóstico o no al enfermo; hay que
hacerles ver las ventajas de que el enfermo sea el protagonista de su enfermedad eindicarles que
vamos a respetar los deseos del enfermo en cuanto a conocer o no su
enfermedad.
- Valorar y potenciar los recursos y soporte emocional y físico percibido de la familia.
Reforzar su capacidad de cuidar a su ser querido y de poder establecer una
comunicación emocional.
Durante la fase de últimos días
Intervención específica recomendada:
- Controlar adecuadamente los síntomas que se vayan presentando. Aliviar el
sufrimiento y disminuir al máximo el impacto de la pérdida.
- Facilitar pautas de participación y actuación con los niños, adolescentes, mayores y
personas con discapacidad, o en situación de vulnerabilidad.
- Favorecer el desahogo emocional y la comunicación, normalizando pensamientos y
validando emociones.
- Favorecer todos aquellos procesos y actos que faciliten la aceptación de la pérdida:
ver al fallecido, participar en los cuidados post-mortem, permitir la expresión del
dolor, ir al entierro, desarrollo de ritos religiosos o espirituales (antes, durante o tras
el fallecimiento), que ayuden en esta situación. Prestar especial atención en la
participación en los rituales religiosos a los niños y adolescentes.
- Informar a la familia, con cierta antelación (si es posible), de la proximidad de la
muerte para que esté presente y acompañe en estos últimos momentos al enfermo,
ayudándola a despedirse de su ser querido.
- Orientar y facilitar la resolución de los aspectos burocráticos que conlleva la muerte
(servicios funerarios, traslados, funeral, sepelio, etc.). Cuando el fallecimiento sea en
el domicilio es esencial dejar esa información también por escrito, para evitar que
con el impacto del fallecimiento los familiares no recuerden las recomendaciones
proporcionadas.
- Permitir el desarrollo de ritos religiosos o espirituales que ayuden en esta situación.
- Preparar a la familia para la fase de agonía, informando de la posible evolución del
proceso y de lo que pueden hacer, y aumentando y/o intensificando las
visitas/contactos.
- Promover el acompañamiento de los familiares y su organización para evitar el
agotamiento y la claudicación familiar.
- Proporcionar información continua sobre los cambios de situación, síntomas y
objetivos en esta fase (tipo de comunicación adecuada, contacto físico, alimentación,
información de cómo podría ser el fallecimiento, etc.)
- Resolver en todo momento, las dudas concretas que plantee la familia.

Después del fallecimiento


Intervención específica recomendada:
- Aconsejar que no se tomen decisiones precipitadas.
- Animar a los familiares o cuidadores a retomar el cuidado de su salud (revisiones/control médico,
buenos hábitos de sueño, alimentación, ejercicio, ) así como a ir recuperando poco a poco su
actividad/rutina diaria, su relaciones sociales.
- Despedirse y mostrar disponibilidad en caso de que necesiten algo de los
profesionales que han atendido a la persona fallecida. Informar del programa
específico de atención al duelo.
- Explorar si existe sentimiento de culpa.
- Facilitar la comprensión de la realidad de la pérdida. Clarificar dudas del
fallecimiento.
- Facilitar la solución de problemas concretos, como por ejemplo el certificado de
defunción.
- Identificar aquellas personas que presenten “alto riesgo”, duelo complicado o
trastornos relacionados con la pérdida (Anexo I y Anexo II), derivarlos al psicólogo
del equipo de Cuidados Paliativos, o al equipo de referencia de Atención Primaria del
familiar para que valoren realizar intervención o remitir al Servicio de Salud Mental
correspondiente.
- Informar sobre la evolución del duelo normal, sus fases.
- Permitir la expresión emocional y acompañar a la familia transmitiendo tranquilidad.
- Reevaluar riesgos y necesidades de apoyo ofreciendo recursos de atención al duelo
si fuera necesario.
- Reforzar la importancia de los cuidados que han proporcionado al enfermo de la
forma más objetiva posible resaltando los aspectos más positivos.
- Reorientar posibles falsas creencias que puedan dificultar la expresión de
sentimientos (ej. mejor no recordar para no sufrir y olvidar).
- Revisar, reforzar y reconocer los cuidados ofrecidos por la familia, personas
allegadas y/o cuidadores al enfermo, de la forma más objetiva posible, resaltando los
aspectos más positivos.
- Si se desconocen, hablar sobre las circunstancias en que se produjo la muerte,
facilitando la presencia del doliente en el entierro (incineración), funeral, ayudándole
a expresar como se sintió en cada uno de los momentos.
- Validar las emociones de la familia.
- Valorar explorar qué se ha hecho con las pertenencias del fallecido.
Sí estamos en un centro además tener en cuenta:
Facilitar la mayor privacidad posible.
Acompañar hasta que lleguen otros familiares.
Posibilitar despedida del fallecido y colaboración en cuidados post-mortem, si
es su deseo.
Hay que considerar siempre en la intervención a todo el núcleo familiar, sin olvidar a los
niños, familiares con discapacidad y/o personas mayores, para facilitar su afrontamiento y
actuar de manera preventiva en la atención al duelo. Los niños, como los adultos, sufren con las
pérdidas, hablar sobre la muerte y el dolor es esencial. Poder llorar la muerte de un ser querido y
afrontarla antes de que se produzca, en el momento en que ocurre y después.

El concepto de la muerte es abstracto y complejo, de ahí que la forma de abordarlo y


comprenderlo dependa de aspectos como la edad y el nivel de desarrollo evolutivo del niño
y adolescente (SECPAL 2014). (Ver Tabla 4).

Muchas cosas cambian después de la muerte de un familiar o un amigo. Si el niño estaba


muy unido a la persona fallecida sentirá pena igual que un adulto y llorará de vez en cuando.
Los niños difieren de los adultos en que no lloran durante tiempo seguido, están tristes poco
tiempo en comparación con un adulto y regresan a sus actividades normales mucho antes.
Esto no quiere decir que no sean capaces de entender qué es lo que ha ocurrido, sólo
significa que no son capaces de mantener estas reacciones tanto tiempo como los adultos.
Las reacciones normales del duelo en niños y adolescentes incluyen (Ramos Álvarez,
2010):
: Al principio, la muerte es difícil de aceptar aunque la persona
haya estado enferma durante un largo período de tiempo. Esta incredulidad puede
protegernos contra sentimientos intensos.
Poco a poco, los recuerdos y las características de la persona fallecida se hacen
menos claras en nuestras mentes, es un proceso normal. Algunas personas se preocupan
ya que piensan que esto significa que esa persona no era tan especial para ellas como para
tener un recuerdo nítido de la misma.
Pueden tenerse sueños en los que aparezca la persona fallecida. Algunos
encuentran sus sueños reconfortantes, otros se alteran y se despiertan muy tristes.
meses más tarde, las lágrimas aparecen de forma inesperada, esto puede
sorprender a los niños ya que pensaban que lo habían superado. Puede ser porque los
niños están aceptando sus sentimientos y se están dando cuenta de que esa persona ha
muerto y nunca volverá
Miedo después de la muerte de uno de los progenitores: Los niños pueden sentir miedo
de perder al otro progenitor. Lo que resultaba cotidiano ha cambiado, el otro padre está
apenado y diferente, pueden temer que deje de quererles. Pueden también preocuparse
por lo que va a pasar con ellos y con su futuro, por lo que es importante tranquilizarlos y
explicarles que ya se ha pensado en eso.
los niños pueden sentirse enfadados, pensar que el mundo es injusto
y encerrarse en sí mismos. Algunos pueden sentir pánico por el futuro y estar asustados
por tener que depender de otras personas. Pueden creer que se están volviendo locos.
Pueden también sentirse culpables por algo que le pudieron hacer o decir a la persona
fallecida y que son incapaces de olvidar, y como los adultos pueden tener remordimientos
por lo que no hicieron.
la tristeza viene y va a lo largo del tiempo. Si a los niños se les permite hablar
con otra persona que les comprenda, la curación será más probable.

Algunas de las reacciones más habituales según edad de los niños, que pueden indicar la
existencia de un proceso de duelo que precisa ayuda, y que se mantienen tras 6 meses del
fallecimiento del familiar, son:
Hasta los 7 años:
Cambios en los juegos. Rotura de juguetes, nerviosismo, llamadas de atención
constantes.
Regresiones: aparecen conductas que ya había superado, más infantiles, como
hacerse pipí de nuevo en la cama.
Indiferencia: actúan como si no hubiera pasado nada.
Hasta los 12 años:
Culpabilidad. Pensar que lo que ha sucedido se debe a algo que dijeron o hicieron.
Idealización de la persona fallecida.
Negación o indiferencia ante lo sucedido.
Miedo a morir o perder al familiar vivo.
Adolescencia:
Indiferencia ante lo sucedido.
Aislamiento social o familiar.
Rebeldía.

Predictores de riesgo en niños y adolescentes:

- Ambiente inestable por no haber un familiar responsable de los cuidados y realizar


esta tarea distintas personas.
- Dependencia con el progenitor superviviente y forma inadecuada de reaccionar éste
ante la pérdida.
- Segundas nupcias con una persona con la que existe una relación negativa.
- Pérdida de la madre para niñas menores de 11 años y del padre en varones
adolescentes.
- Falta de consistencia en la disciplina impuesta al niño o al adolescente.

Los niños van a mostrar también sintomatología concordante con estar afrontando la
pérdida. La siguiente sintomatología es indicadora de dificultad siempre que esta se
mantenga trascurridos más de 6 meses tras el fallecimiento.
1. Regresión a etapa anterior: Volver a orinarse, rabietas, volver a dormir con los
padres.
2. Cambios emocionales: mayor tristeza, irritabilidad, miedo a ser abandonado,
pesadillas, oposicionismo, culpa.
3. Tiene menos apetito, come con ansiedad.
4. Problemas en el rendimiento académico, aislamiento.

Importante en esta etapa


1. Informar al tutor del colegio lo que está pasando.
2. Mantener la rutina del niño.
3. Irles explicando lo que está pasando, adaptado a su edad.
4. Mantener normas, dedicarles un espacio de expresión de emociones, de
preocupaciones.
5. Darles seguridad, que vamos a estar para cuidarles, dedicarles un tiempo especial.
6. Observar cualquier cambio en el niño que nos sea significativo.
7. Evaluar si está siendo atendido por psicólogo, psiquiatra.

Pautas de atención y prevención del duelo en niños y adolescentes


De cara a ayudar a los padres de cómo hacer con sus hijos cuando un familiar está en
situación de final de vida podemos ayudarles con esta serie de estrategias que ayudan a
prevenir el duelo complicado en niños y adolescentes. Muchos plantean dificultades de
cómo realizar las visitas, incluso a veces se niegan por ideas erróneas de sobreprotección.
Otros no saben cómo decírselo. Estas indicaciones pueden ayudar al profesional a facilitar
al progenitor el cómo hacerlo.
Planear con tiempo las visitas de los niños al familiar enfermo (Kroen, 2002):

1. Enterarse qué es lo que el niño y/o adolescente sabe sobre lo que ocurre. Los niños son muy
receptivos y aunque nadie les haya contado nada, captan los cambios ocurridos a su alrededor.
Pueden generarse ideas distorsionadas y crear sentimientos dolorosos. Preguntarle qué cree que
está pasando.
2. Preguntar al niño si quiere o necesita visitar al familiar enfermo. Los muy pequeños no pueden
ayudar a tomar esta decisión, los mayores sí pueden decidir y se les debe dejar que cambien de
opinión.
3. Sugerir que los niños y/o adolescentes vengan acompañados por dos personas más a las visitas.
Si los niños son pequeños, su visita será corta y su atención se dirigirá a otra cosa. La idea de muerte
no está formada hasta los 8-9 años. Los adolescentes entienden más, pero sus preguntas son más
difíciles de responder: “¿Por qué la vida es injusta con las personas buenas?”. Responder de manera
simple y si no se tienen respuestas, ser honesto y decirlo con claridad.
4. Explicar al niño y/o adolescente que cambios va a ver en la persona enferma. Le evitará sorpresas
sí la persona ha cambiado físicamente o está muy deteriorada. Explicar el momento de enfermedad
ajustado a la edad del niño (“El abuelo está muy, muy malito, le estamos cuidando, ¿quieres que
vayamos a verle?, ¿Le llevamos un dibujo? ”)
5. Estar preparado para las expresiones de los sentimientos de los niños y adolescentes. Aunque se
crea que lo están llevando bien, puede que realmente no sepan expresar sus sentimientos. Es bueno
que hablen y dejar que lo expresen. Les puede ayudar a aceptar lo que sienten. “Quizás sea la
primera vez que sienten un dolor tan grande, y no saben cómo expresarlo, ni canalizarlo”.

Responder a las preocupaciones relacionadas con la muerte (Kroen, 2002)

Los niños con distintas edades plantean diferentes preguntas sobre la muerte, cuanto más
mayor más capacidad para entender. Si el padre/madre no se ve capaz, que busque a alguien que
escuche y pueda dar respuesta a los niños y sus preocupaciones sobre la muerte y qué es lo que
pasa después. El niño necesita tiempo y atención. Aunque delegue, procure estar presente.
Con los niños utilizar dibujos, muñecas o libros. Es probable que deseen dibujar sus sentimientos.
Las preguntas pueden surgir mientras se le pregunta que es lo que dibuja, porqué elije determinados
colores.
- Estar preparado para algunas duras preguntas sobre la vida y sobre después de la
muerte.
- Estar preparado para duras preguntas acerca de lo que le sucede al cuerpo tras la
muerte.
- Responder a todas las preguntas de forma simple y concreta, incluso con un “no lo
sé”.
- Recordar a los niños que no es culpa nuestra que una persona muera. Es una idea
frecuente y es bueno hablarlo para evitar creencias erróneas.

¿Dónde? En una habitación tranquila y bien iluminada, separada de donde estén los demás
familiares o allegados. Sentarse cerca del niño, estableciendo contacto físico con él.
¿Quién? El padre o la madre o cualquier otro familiar con el que el niño se encuentre
emocionalmente unido.
¿Cuándo? Con la mayor brevedad posible, para evitar que averigüe lo ocurrido de forma
inadecuada o por canales no deseados. Si tardan en decírselo, él lo sabrá, pues los niños
son muy intuitivos, y elaborará una teoría sobre por qué no se lo han dicho.
¿Cómo? Con sinceridad y estableciendo una vía de comunicación permanente, con el fin
de facilitar las preguntas por parte del menor y la expresión de sentimientos, evitando
detalles innecesarios pero no mintiendo. En niños muy pequeños usar frecuentemente
términos como “muy” o “mucho” para hablar del proceso de enfermedad.

Compartir la decisión sobre quién debe ir al funeral y al entierro (Kroen, 2002)


1. Preguntar si quieren ir al funeral. Los muy pequeños no pueden ayudar a tomar
esta decisión, pero los mayores si pueden decidir. Excluirlos les hace sentirse solos
y no tenidos en cuenta, y les lleva a pensar que la muerte es algo horrible con lo que
no pueden enfrentarse. Los funerales pueden ayudar al niño a afrontar su duelo. Los
menores de 8 años no entienden que la muerte es para siempre, si se les excluye,
les será más difícil entender que está pasando.
2. Preguntar a los niños antes del funeral qué sienten ante lo que está pasando,
qué esperan del funeral, qué verán y qué ocurrirá antes y después; esto les ayudará
a prepararse para la experiencia y evitará que se sientan confusos.
3. Dejar que cambien de opinión. Dejarles decidir, pero, si es importante para los padres que estén,
pedir que asistan sin forzarles. Los niños suelen preferir asistir, hable con ellos, pueden tener
conceptos erróneos o temores que deben aclararse. Los funerales nos ayudan a recordar que la
muerte realmente ha ocurrido, y permite
decir el último adiós.
4. Contar con ellos en las reuniones y comidas después del funeral. Que se sientan parte de la
familia, sino pueden sentirse heridos, abandonados, tristes y con miedo.
5. Es posible que otros adultos estén en descuerdo con la decisión de permitir la asistencia de los
niños a los funerales. La tarea de los padres es ayudar a los hijos a llevar su vida y también a
enfrentarse a la tristeza y al dolor. Tratar con la muerte es parte del aprendizaje de la vida.
6. Asignar a alguien la supervisión de los niños durante el funeral.
7. Dejar que el niño visite la iglesia o el lugar donde se va a celebrar el funeral, antes del día, sobre
todo si el fallecido es uno de los padres. Recordarles que pueden ir si lo desean, y que van a ver muy
tristes a personas muy importantes para ellos.
8. Escuchar lo que otras personas explican al niño que pueden ayudar a confundirle. “Se valiente”,
“no llores”, “se más cariñoso con tu madre ahora que acaba de perder a tu padre”, “a tu padre no
le gustaría que llorases”, “ahora eres el cabeza de familia”. Estos mensajes son convenciones
sociales que no ayudan a expresar sentimientos tan necesarios en la adaptación.
9. Dígales que es correcto si no saben qué es lo que sienten. Cada persona tiene un proceso
diferente. No se tienen que sentir culpables sino están tristes cuando lo esté el resto.

En el caso del fallecimiento de un hijo nos encontramos ante un hecho que va contra natura,
que incluso en la lengua castellana no existe una palabra para definirlo. Estos procesos son
muy difíciles de afrontar para el doliente y es importante trabajar en la prevención y en la
identificación de factores de riesgo, y hacer una valoración y soporte en caso de que sea necesario
durante el proceso de duelo, de cara a prevenir su complicación.
Aunque las indicaciones de atención son las mismas que las generales, en algunas ocasiones y
normalmente con el objetivo de sobreproteger, se evita informar de la situación de enfermedad
avanzada e inminente fallecimiento a ancianos que están en centros residenciales, y a personas con
algún grado de discapacidad cognitiva, psíquica o que
padecen algún problema de salud; pues a ojos de la familia la información del pronóstico, les puede
afectar, “derrumbar”, etc. En estas situaciones se actuará con gran sensibilidad y explorando
previamente como trasmitir la información sin caer en la ocultación.

Si la persona mayor está en un centro residencial es importante planificar la visita, contar con el
apoyo del centro a la hora de comunicar la situación clínica al paciente, y siempre ir acompañados
de un familiar significativo. En caso de que padezca algún tipo de deterioro cognitivo consultar con
su geriatra. Se adaptará la visita y el lenguaje, a la capacidad del familiar. Cuando nos encontremos
con familiares que padezcan enfermedades crónicas, es importante revisar su estado de salud y
confirmar que están en seguimiento médico antes de informales.

Con familiares que padecen trastorno mental grave, riesgo de suicidio, valorar si están en
seguimiento de salud mental para prevenir recaídas ya que el duelo es un estresor vital que puede
favorecer una crisis.

El suicidio es en la actualidad un grave problema de salud pública, en donde no sólo se ven afectadas
las personas de forma directa, si no que la conducta suicida tiene un efecto devastador en el
entorno, en los llamados supervivientes. Se estima que por cada muerte por suicidio, hay de 6 a 10
personas afectadas en el entorno y que como consecuencia a este suceso, y comparación con la
población general, presentan un incremento entre dos y diez veces del riesgo de suicidio, y mayores
dificultades en el proceso de duelo (caracterizado en muchas ocasiones por los sentimientos de
culpa y el “no haber sabido verlo”, sentimientos contradictorios de tristeza, ira y rabia hacia su ser
querido por el abandono o la decepción al pensar que no eran suficientemente amados como para
mantener sus deseos de vivir, búsqueda del porqué actuando en muchas ocasiones como una losa
para el superviviente, etc.). Debido a la elevada prevalencia que existe en los supervivientes para el
desarrollo de trastornos psicológicos/psiquiátricos, como trastornos de ansiedad, duelo complicado
y episodios depresivos mayores, se considera necesario que los profesionales sanitarios detecten
factores de riesgo tras un suicidio y tomen medidas preventivas e intervengan si es necesario. Otros
ejemplos en el que el duelo se puede complicar es en el caso de muerte perinatal donde se produce
en muchos casos una negación social de la pérdida o no se cuenta con una red social de apoyo como
en el caso de personas migrantes.

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