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Los Mandamientos Del Diablo

El documento describe los mandamientos del diablo como la inversión de los mandamientos de Dios. El diablo insta a la gente a desobedecer las prohibiciones de Dios y en su lugar adorar ídolos falsos como automóviles, computadoras, televisión y celebridades. El documento argumenta que el mundo moderno ha abandonado a Dios y en su lugar sigue estos "mandamientos del diablo", lo que ha llevado al crecimiento de la maldad y la corrupción de las costumbres.
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Los Mandamientos Del Diablo

El documento describe los mandamientos del diablo como la inversión de los mandamientos de Dios. El diablo insta a la gente a desobedecer las prohibiciones de Dios y en su lugar adorar ídolos falsos como automóviles, computadoras, televisión y celebridades. El documento argumenta que el mundo moderno ha abandonado a Dios y en su lugar sigue estos "mandamientos del diablo", lo que ha llevado al crecimiento de la maldad y la corrupción de las costumbres.
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LOS MANDAMIENTOS DEL DIABLO

Hoy vamos a hablar de los mandamientos del diablo. Por supuesto


que el diablo no tiene mandamientos ni los ha publicado en ninguna
parte. Le basta con tomar los mandamientos de Dios, darles la vuelta
y pervertirlos, y animar a la gente que haga lo que Dios prohíbe y lo
contrario de lo que Dios manda.

Pero veamos primero qué son los mandamientos de Dios. Los 10


mandamientos, forman parte del pacto o alianza que Dios celebró con
el pueblo escogido, Israel, en el monte Sinaí, su parte esencial (Ex
20:1-17; Dt 5:1-21). Son el compendio de la conducta moral que
Dios esperaba de su pueblo entonces y la que Él espera de nosotros
ahora.

Pero podríamos decir aún más, que el Decálogo es un código de


conducta natural, aplicable a todos los hombres y a todos los
tiempos. Tiene un valor inmutable. Por eso es que la mayoría de sus
normas se encuentran en los códigos morales de otros pueblos
antiguos y de otras religiones.

Los mandamientos no están numerados en la Biblia del 1 al 10,


aunque el Deuteronomio los llame específicamente 10 palabras, esto
es, en griego, Decálogo. En realidad son trece, 10 mandatos
negativos que empiezan con la palabra "No" ("No harás tal cosa...") y
3 mandatos positivos, expresados no en función de lo prohibido sino
como afirmación de lo que se debe hacer. Por ello es que, para que
sean 10, algunos de esos mandatos deben ser agrupados en uno
solo.

En el mundo cristiano se conocen dos numeraciones distintas de los


mandamientos. Una es la adoptada por las iglesias ortodoxas. En ella
los mandatos de no adorar a dioses ajenos y de no fabricar imágenes
para rendirles culto, son considerados como mandamientos
separados. En compensación los mandatos finales de "No codiciar..."
son considerados como uno solo. 

Esta es también la numeración que adoptaron los reformadores del


siglo XVI. La otra numeración es atribuida a San Agustín y ha sido
adoptada por la Iglesia Católica. Es la más conocida en nuestro país.
En ella los dos primeros mandamientos son considerados como uno
solo. En cambio las frases finales relativas al "no codiciar" se reparten
en dos mandamientos distintos, uno referido al adulterio, y el otro, a
los bienes ajenos. 
Para instigarnos a seguir sus mandamientos el diablo opera hoy de
acuerdo a los mismos principio con que operó en el Edén y usa las
mismas tácticas. Dios le había dicho a Adán que no comiera del árbol
que estaba en medio del jardín; la serpiente le dijo a Eva que sí
comiera. Dios le dijo a Adán que si comía de él moriría; la serpiente
le dijo a Eva que no moriría, sino que, al contrario, ascendería un
estado de conciencia superior. Contradecía lo que Dios dice, o lo
ponía en duda, y pintaba un cuadro atrayente de lo que sucedería si
se le hacía caso más bien a él.

De igual manera el diablo sugiere hoy al hombre: No seas tonto, no


hagas caso de esas prohibiciones anticuadas, tontas, que se
atribuyen a Dios pero que ya no son válidas sino anticuadas.
Aprovecha las oportunidades, no te limites. Es falso que pueda
traerte malas consecuencias. Al contrario, se te abrirá un panorama
desconocido de nuevas oportunidades que te harán crecer como ser
humano. Tienes que progresar en todo sentido, tienes que madurar,
adquiriendo experiencia y gustando de todo lo maravilloso que la vida
ofrece. Además ¿quién puede decir realmente lo que es bueno y lo
que es malo? Cada cual debe decidirlo por sí mismo.

Seducido por esos consejos halagüeños y astutos, el mundo moderno


olvida cada vez más los mandatos de Dios y practica cada vez más
los mandamientos del diablo, conciente o inconcientemente. Esta es
una de las características más terribles del mundo actual. Le ha dado
la espalda a Dios y sirve al príncipe de este mundo y enemigo de
nuestras almas, haciendo que la maldad en el orbe crezca. De esa
manera el reino de las tinieblas se extiende cada día más y aumenta
cada vez más sus dominios, como Jesús anunció que ocurriría al final
de los tiempos, hasta que finalmente sea vencido por Jesucristo
cuando vuelva y los insensatos tengan un cruel despertar.

El primer (y  segundo) mandamiento manda no tener dioses ajenos ni


hacerse imágenes. El diablo lo ha invertido haciendo que la gente
rinda culto a una multitud de dioses falsos, cuyas imágenes están en
todas partes y atraen todas las miradas.

¿Cuáles son esos dioses? Algunos son ídolos paganos que se han
difundido entre nosotros y ante los que muchos se inclinan.

Pero no hay necesidad de acudir a esos dioses exóticos. Muchos


hombres y mujeres satisfacen la necesidad de adorar que tiene el
corazón humano, adorando y atesorando objetos materiales
fabricados por sus propias manos. Ya no son las estatuas talladas de
la antigüedad, sino algunos bienes de consumo antes desconocidos y
que para nosotros se han vuelto indispensables.
El primero de ellos es el automóvil. ¿No han visto cómo muchos
acarician sus carritos, los besan, los convierten en el objeto de sus
sueños? Algunos dedican la mañana del domingo a lavarlos,  a
engrasarlos y a lustrarlos, con más amor que si fueran sus hijos.

Pero ése no es el único objeto de adoración en nuestros días. Otro es


esa maravilla de la tecnología que es la computadora; a ella dedican
gran parte de su tiempo y energías, sobre todo desde que ha surgido
el Internet. Su encanto seduce hasta los más serios y les hace
malgastar el tiempo.

Pero el ídolo supremo es el televisor, al cual rinden culto  las familias


enteras, arrobadas en trance místico delante de la pantalla,
sacrificando todo diálogo y comunicación entre ellos.

La televisión es el oráculo moderno. En la antigüedad había estatuas


de dioses en algunas ciudades, que hablaban a la gente por medio de
sus servidores. Eran la voz supuesta de algún dios o diosa. El más
famoso era el oráculo de Delfos. Pero cuando vino Jesús el poder
satánico de adivinación que se manifestaba a través de esos oráculos
fue quebrado, dejaron de subyugar al pueblo con sus vaticinios y
perdieron poco a poco su popularidad.

Hoy el oráculo satánico de la TV está en pleno auge. La gente acude a


la pantalla para saber qué es lo que está de moda hacer para
imitarlo. Lo que ahí contemplan es sexo, vulgaridad, adulterio y
violencia y después lo ponen en práctica. La televisión se ha
convertido en la gran maestra de la vida para niños, jóvenes y
adultos; en la universidad de los ignorantes. En verdad, en la mayor
corruptora de las costumbres.

Pero hay también otra clase de dioses falsos, a los cuales se les llama
en el lenguaje común precisamente "ídolos": son personas comunes y
corrientes que han alcanzado la fama mediante tácticas 
manipuladoras de sus agentes de publicidad. Muchos de ellos no
tienen ninguna cualidad humana o artística que los hiciera dignos de
admiración, sino más bien, con frecuencia, todo lo contrario. No
obstante, se convierten en lo que llaman en el lenguaje de los medios
de comunicación "líderes de opinión", aunque en verdad, en la
mayoría de los casos no tienen ninguna opinión que valga la pena
escuchar, ni cultura alguna.

Son los cantantes de moda, o los deportistas del momento, los


animadores de la televisión, o los actores y artistas del último hit. Se
forman clubes de "fans" que los veneran y los siguen de una ciudad a
otra, que coleccionan pedazos de sus vestidos, como si fueran
reliquias de santos, que gritan histéricamente en sus conciertos.
Cuando mueren en accidentes, como en el caso reciente de un
futbolista, la gente va a su tumba a ponerles flores. Hay algunos
cantantes de rock satánico que tienen miles de seguidores que imitan
sus maneras extravagantes de vestir y de peinarse. Algunos de esos
fanáticos han llegado hasta a suicidarse en honor de sus ídolos. Bien
advirtió Dios a Adán: "Si me desobedeces, morirás."

Quizá el más conocido de estos ídolos humanos recientes sea la ya


fallecida Lady Di. Millares fueron los que siguieron su sepelio en la TV
y millares son aún los que acuden en peregrinación a su tumba, como
si se tratara de un héroe. Pero ella no fue más que una niña engreída
y neurótica, extraviada en los caminos de la fama a causa de su
matrimonio con un príncipe heredero. 

Esos ídolos de carne y hueso llevan vidas inmorales, de las que no se


avergüenzan, sino al contrario, las exhiben y se jactan de ellas. Para
colmo las páginas de espectáculos de los diarios y revistas las
describen en todos sus torpes detalles como si fueran algo digno de
admiración: que si tuvo tales y tales amantes, o que se siente atraído
por personas del mismo sexo, etc. Como el hombre tiende a imitar lo
que admira, sus vidas extraviadas se convierten en modelos que
muchos jóvenes y muchachas para su mal imitan.

San Pablo escribió que los que rinden culto a los ídolos a Satanás
adoran. Dice que Dios los entregó a la inmundicia porque cambiaron
la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las
criaturas en vez de darlo al Creador (Rm 1:25,26).

El desenfreno de las costumbres que se observa en nuestros días es


consecuencia del abandono de Dios y de este seguir tras dioses 
ajenos, dioses falsos que en verdad no son nada y nada tienen que
ofrecer sino perdición, desconcierto y angustia. Y eso es precisamente
lo que cosechan sus seguidores.

Seguiremos hablando del tema en nuestra próxima charla.


Hoy vamos a seguir hablando de los mandamientos del diablo. Claro
está, como dije en la charla anterior, que el diablo no tiene
mandamientos. Le basta con tomar los mandamientos de Dios, darles
la vuelta, pervertirlos y animar a la gente a hacer lo contrario de lo
que Dios manda.
El 2do., o 3er., mandamiento, según la numeración que se escoja,
dice literalmente así: "No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en
vano" (Ex 20:7). 
¿Qué cosa es tomar el nombre de Dios en vano? Dios había revelado
al pueblo de Israel, a través de Moisés, su nombre, el nombre
sagrado. Ese nombre está formado en el hebreo por cuatro
consonantes que, en el idioma castellano, están representadas por la
Y, la H, la W y nuevamente la H, esto es YHWH. Ese nombre se
pronuncia Jehová, o según investigaciones recientes, Yavé; aunque,
en verdad, no se sabe con exactitud cómo se pronunciaba en la
antigüedad.
Conocer el nombre sagrado, el nombre secreto de Dios, es un gran
privilegio, porque el nombre de Dios revela su naturaleza, su
carácter. Es el símbolo, la insignia de Dios. Atentar contra su nombre,
es atentar contra Dios mismo. 
Según la interpretación más común, ese nombre significa: "Yo soy el
que soy". Esto es: Yo soy el que existe por sí mismo, el que no debe
su existencia a nadie. O dicho de otra manera: Yo soy la existencia
misma, Yo soy el ser, en quien todo otro ser tiene su origen. Por eso
es que no puede haber otro Dios fuera de Él. Si lo hubiera, ninguno
de los dos sería dios, porque Dios no puede haber más que uno (Is
45:5).
Ese único Dios es el origen de todo lo que existe, por cuya palabra
todo fue creado, y su nombre es un instrumento de poder. ¡A Él sea
la gloria! Jesús dijo: "En mi nombre -esto es, en virtud de mi
nombre; más aun, pronunciando mi nombre- expulsarán demonios,
hablarán nuevas lenguas, tomarán en las manos serpientes, y si
bebieren algo mortífero, no les hará daño; impondrán manos sobre
los enfermos y se sanarán" (Mr 16:17,18).
Mediante el uso del nombre de Dios Padre, o del nombre de Jesús, su
Hijo, los discípulos de los primeros días hacían milagros y prodigios,
como en el caso del paralítico que estaba a la puerta del templo, y
que empezó a caminar cuando los apóstoles Pedro y Juan, en el
nombre de Jesús, le ordenaron que se levantara (Hch 3:1-8).
El diablo, lo sabemos muy bien, es un especialista en imitar y torcer
las cosas que Dios hace. Los sacerdotes de los pueblos paganos
también podían hacer prodigios en el nombre de sus dioses falsos,
como vemos en el libro del Éxodo, cuando los sabios y hechiceros del
Faraón, repetían los portentos que Moisés hacía (Ex 7:11,22; 8:7).
Era el demonio, Satanás mismo, el que les daba ese poder. Pero,
para probar al mundo cómo el poder de las tinieblas no es
comparable con el poder de Dios, llegó un momento en que los sabios
del Faraón no pudieron replicar los milagros que Dios hacía por la
mano de Moisés y Aarón (Ex 8:18,19). Y el Faraón tuvo que rendirse
ante la evidencia de que no hay poder que se compare con el del Dios
verdadero.
El mandamiento de no tomar el nombre de Dios en vano prohíbe el
uso inadecuado del poder inherente en el nombre de Dios, prohíbe
todo uso y mención irrespetuosa de ese poder, prohíbe poner a Dios
por testigo de hechos falsos, porque el nombre de Dios es santo,
como Él mismo es santo. Prohíbe también todo intento de usar el
nombre de dioses falsos para obtener resultados que imiten el poder
del nombre de Dios.  En suma, es un mandamiento contra la magia,
contra los sortilegios, contra el ocultismo, no sólo contra el jurar en
falso.
Hoy día prolifera el ocultismo en el mundo; abundan las prácticas
mágicas, la brujería, el satanismo. A medida que la fe de la gente
disminuye y se corrompe, aumenta la fascinación por las
supersticiones, por las llamadas "ciencias ocultas", por la evocación
de los muertos, por la adivinación, por la lectura de cartas, por la
astrología, y otras cosas similares detrás de las cuales corre hoy día
la gente.
Es Satanás el que los incita a acudir a su poder engañoso, en lugar de
acudir al poder de Dios, mediante la fe y la oración. 
En lugar de poner su confianza en Dios, ponen su confianza en
símbolos satánicos, en talismanes, en piedras preciosas, a los que
atribuyen poderes maravillosos. Ponen su confianza en ritos extraños,
en drogas alucinógenas, en baños de agua de rosas, o en lagunas
sagradas, como "Las Huaringas". Y al hacerlo, abren la puerta a
influencias diabólicas en sus vidas y en la de sus familiares, por lo
que pueden llegar a pagar un altísimo precio.
En nuestro país proliferan los brujos, especialmente en algunos
lugares de provincias. Acudir a ellos es ofender al santo nombre de
Dios, porque es confiar en un poder que se erige en rival del suyo.
Para engañar a los incautos, los brujos se valen también de símbolos
sagrados, de la cruz, de estampas, de nombres de santos, y rezan,
según dicen. Y la gente ingenua piensa: ¿Cómo va a ser eso malo si
le rezan a Dios? No se dan cuenta de que al usar los brujos el nombre
de Dios, al valerse de los símbolos sagrados, lo hacen
engañosamente, obedeciendo al diablo; que lo hacen no para dar
gloria al Creador, sino para glorificarse ellos mismos ante los ojos de
sus clientes, y por una ganancia pecuniaria.
Obrando de esa manera ellos toman el nombre de Dios en vano y le
ofenden gravemente. 
Los que acuden a los brujos se hacen cómplices de las blasfemias que
los brujos pronuncian y se someten al poder de Satanás, a quien los
brujos obedecen. Se convierten ellos mismos en esclavos del diablo.
Si esos ingenuos supieran lo que en verdad practican, no se
atreverían a hacerlo, pero están engañados.
El diablo muchas veces los atrae insidiosamente concediéndoles algo
de lo que piden, porque, como hemos visto, también el diablo tiene
poder, un poder angélico, que Dios le dio cuando fue creado y que no
le ha quitado. Es un poder muy grande comparado con el poder
humano, pero es un poder muy pequeño comparado con el poder de
Dios.
El diablo otorga favores a sus seguidores concientes o inconcientes,
para poder atraerlos y dominarlos mejor, y les tiende de esa manera
un lazo del que después difícilmente pueden escapar. Porque una vez
la dificultad resuelta por el chamán, surge otra que les obliga a acudir
nuevamente a él, y luego otra y otra. Y la gente acaba por ir de brujo
en brujo, de sesión en sesión, de vidente en vidente, porque al cabo
de cierto tiempo sus problemas en lugar de mejorar, empeoran y no
tienen solución. 
No obstante, el diablo se las ingenia para mantenerlos en la ilusión de
que con este hechizo, con esta estampa, con esta fórmula mágica,
van a cambiar su suerte y alcanzar la felicidad que desean. ¡Ilusos
esclavos que se han entregado en las manos de Satanás! ¡Cuántas
desgracias se abaten sobre las familias a causa de la brujería, o a
causa de la guija!
¡Y qué triste es que los que debían advertirles contra ese engaño no
lo hacen, por ignorancia o por indiferencia, y dejan que el pueblo que
Dios les ha confiado se pierda! Dios ha dicho en su palabra que los
que acuden al hechicero, al adivino, al mago, al espiritista, cometen
una abominación (Dt 18:9-12). Ha dicho también que los que no
advierten al pecador de su pecado, debiéndolo hacer porque es su
función, se hacen corresponsables de ese delito y reos de la sangre
del pecador que se condene. Algún día esa sangre les será reclamada
(Ez 3:16-21).
La moda de lo satánico se ha difundido tanto entre nosotros que
hemos visto en días recientes cómo una marca de chocolates dirigida
a los niños, usa abiertamente tatuajes satánicos para atraer a sus
pequeños clientes, corrompiendo sus mentes por una pingüe
ganancia.
Pero hay cristianos que, sin acudir a los brujos, toman el nombre de
Dios en vano. No estoy hablando aquí del jurar, como muchos
irresponsablemente hacen: "Te juro por Dios" y están mintiendo.
También eso es tomar el nombre de Dios en vano. Pero no estoy
hablando de eso. Ahora quiero hablar de otra forma de tomar el
nombre de Dios en vano que no siempre es reconocida como tal, y en
la que muchos incurren sin saberlo y ofenden a Dios.
Jesús dijo: "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará"
(Jn 16:23).
Ese es un privilegio y un poder extraordinario. Él nos ha dado el
poder de pedir a Dios lo que deseamos y ha puesto su nombre como
garantía de que lo que pedimos, lo obtendremos. ¿Quién no quiere
usar ese poder? ¿No es ese un ofrecimiento extraordinario?
Pero toman el nombre de Dios en vano todos lo que, citando esa
escritura y queriendo emplear ese poder, usan el nombre de Jesús
para hacer peticiones egoístas,  peticiones que buscan satisfacer sus
caprichos y sus ansias de lujo, no sus necesidades verdaderas, cosas
frívolas que no son conformes a la voluntad de Dios (St 4:3).
Toman el nombre de Dios en vano todos aquellos que ordenan en el
nombre de Dios, asumiendo una autoridad que Dios no les ha dado,
que suceda tal o cual cosa, y la dan por hecha y engañan a la
congregación proclamando enfáticamente que Dios ya lo ha hecho.
Anuncian con tono presuntuoso que Dios ha hecho lo que ellos han
decretado, o profetizado, sin haberle preguntado antes a Dios si
aquello que piden, o que reclaman, es algo que Dios quiere;
murmuran: "Así dice el Señor", sin que Dios les haya hablado.
¿Podrá alguien forzar el brazo de Dios? ¿Puede alguien obligar a Dios
a hacer algo que Él no desea? Hay quienes se imaginan que sí
pueden, que sostienen que Dios está atado por su palabra, y que con
voz altanera pronuncian oraciones como quien da órdenes a Dios,
oraciones que deben herir los oídos santos del Altísimo y serle
abominables.
La presencia de Dios se aleja de esas iglesias donde las oraciones que
se hacen desde el púlpito ofenden a la majestad de Dios, porque no
son hechas en humildad, en "oración y súplica", como pide Pablo (Ef
6:18); oraciones que no se hacen con ruegos y con muchas lágrimas,
sino como si Dios estuviera obligado a satisfacer nuestros caprichos,
como si Él fuera semejante al espíritu que habitaba la lámpara de
Aladino, listo a acudir a nuestro menor deseo, como si fuera nuestro
esclavo.
¡Qué vana idea tienen de la gloria y de la majestad de Dios los que
así obran, creyendo -y haciendo creer a los incautos- que Dios está a
sus órdenes y no ellos a las órdenes de Dios! ¿Quién es el que les
enseña a encumbrarse en un trono que no es el suyo, sino aquel que
quiso sentarse en el trono de Dios? (Is. 14:13) ¿Los mandamientos
de quién obedecen los que de esa manera actúan? ¿Los
mandamientos de Dios o los mandamientos del diablo?


Vamos a seguir hablando hoy de los mandamientos del diablo; es
decir, de la forma como Satanás pervierte los mandamientos de Dios
y empuja a la gente a hacer lo contrario de lo que Dios dice.

Hoy vamos a hablar del mandamiento que comienza literalmente así:


"Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y
harás toda tu obra, mas el séptimo día es reposo para el Señor, tu
Dios..." (Ex 20:8-10).

Como puede verse Dios manda trabajar seis días a la semana y


descansar el sétimo. Además dice que ese día de reposo debe ser
santificado, esto es, consagrado a Él.

Poca gente presta atención al hecho de que Dios ordena trabajar seis
días a la semana y piensan que este mandamiento establece sólo el
descanso. Olvidan también, de paso, que el día de reposo debe ser
dedicado a Dios.

Pero trabajar era un mandato dado ya a Adán, cuando Dios lo puso


en el huerto del Edén y le encargó que lo cuidara y cultivara.  El
mandato fue repetido agravado, más tarde, cuando lo expulsó del
Edén para que labrase la tierra, que había sido maldita por su causa,
y estableció que, en adelante, el hombre comiera el pan con el sudor
de su frente, esto es, con gran esfuerzo.

Vemos pues cómo es el demonio el que seduce al hombre para que


sea ocioso y no trabaje. Lo hace para poder tentarlo con más
facilidad, ya que, como dijo alguien alguna vez, cuando el hombre
está muy ocupado no tiene tiempo para pecar. Como dice el refrán,
"la ociosidad es madre de todos los vicios".

De hecho vemos cómo en gran número de países, si no en la


mayoría, la semana laboral ha sido reducida a cinco días, para poder
gozar de un fin de semana más largo. Eso en sí no sería  malo, si ese
tiempo adicional fuera dedicado a ocupaciones sanas y a la familia, y
no se descuidara el deber de honrar al Señor.

Porque, en efecto, Dios menciona dos razones por las cuales instituye
el día de descanso. La primera es para que el hombre recuerde que
Dios creó los cielos, la tierra y todo lo que existe en seis días, y el
sétimo día descansó. Es decir, que el hombre recuerde quién es su
creador, el Ser a quien debe la vida y todo lo que tiene, y que, en
agradecimiento, le honre. De ahi que el pueblo escogido debía dejar
en ese día todo ocupación que apartase sus pensamientos de Dios.

El segundo motivo por el cual Dios instituye el día de descanso


(mencionado en el pasaje paralelo del libro de Deuteronomio, 5:15)
es para que el pueblo recuerde cómo pasaron varias generaciones
sirviendo como esclavos en Egipto y para que, ahora que son libres,
tengan consideración de los que les sirven a ellos.

El pueblo cristiano ha transferido el día de descanso (que es lo que


"sábado" significa) del sétimo a lo que era entonces el  primer día de
la semana, es decir, al domingo, en recuerdo de la resurección de
Jesús que se produjo ese día. A ese día los primeros cristianos
empezaron a llamar por ese motivo "el día del Señor", y era el día en
que se reunían y partían el pan en su memoria. La palabra
"domingo", deriva de "dominus" que, en latín, quiere decir "señor".

Pero hoy día ya nadie recuerda que uno de los propósitos del
descanso es honrar a Dios, y más bien, todo el mundo dedica el fin
de semana a divertirse, a jaranear, a ociosear, cuando no a cosas
peores ofendiendo al Señor pecando.

Sabemos, en efecto, que en muchos casos el fin de semana comienza


el viernes por la noche, que en algunos ambientes llaman "viernes
bancario", en el que los empleados van a los bares y cantinas a beber
hasta la embriaguez, a jugar a las cartas, o a hacer cosas peores y a
malgastar el dinero ganado durante la semana; mientras que la
mujer aguarda en casa, aburrida y temerosa de los golpes que ella y
sus hijos pueden recibir cuando el marido regrese borracho.

He aquí pues lo que hace el diablo para malograr la vida familiar,


para crear traumas en los hijos, que despúes son difíciles de superar,
haciendo que los padres se intoxiquen hasta perder el control y
cometan toda clase de torpezas. ¡Cuántos sufrimientos no causan
esas noches de juerga en los mismos hombres que pierden por ellas
salud y dinero, y en las familias, que padecen de maltratos y
vergüenza! ¡Y qué ejemplo dan los padres a sus hijos!

Muchas otras personas felizmente aprovechan el fin de semana para


salir de paseo al campo o ir a la playa, lo cual es sano y bueno, si
sólo se limitaran a gozar del mar y de la naturaleza y no olvidaran
dedicar parte de su tiempo a su Creador. Pero no suele ser así, por
desgracia, porque aun en esas excursiones suelen llevar consigo la
infaltable cerveza y la beben hasta embrutecerse.

Otros se quedan en casa repantigados en sillones, mirando


abotagados en la televisión alguna telenovela nada santa, como
suelen ser esos dramones hoy día, o un partido de fútbol en el que
experimentan las emociones fuertes que su vida rutinaria les niega.

¡Qué lástima! Si fue mediocre la semana laboral, más mediocre suele


ser el fin de semana, porque no lo dedican a nada que los ennoblezca
y levante el nivel espiritual de sus vidas.
Algunos felizmente dedican el fin de semana a estar en familia, a
visitar a los suyos, a diversiones sanas o a ocupaciones útiles que
ensanchan sus horizontes. Pero no siempre se acuerdan de Dios que
les da el trabajo que los sustenta y les da ese tiempo libre de que
gozan.

Sabemos también lamentablemente que es en las noches del viernes


y del sábado cuando se llenan las discotecas que se han multiplicado
por toda la ciudad y donde corren libremente la  droga y el alcohol
que, junto con los bailes cada día más lascivos, empujan a los
jóvenes al sexo irresponsable e irreflexivo.

En esos antros de pecado los juegos de luces y el volumen


ensordecedor de la música, aturden a las conciencias inmaduras y las
empujan al frenesí y al desenfreno. ¡Cuántas vidas jóvenes
malogradas prematuramente!

Esas son también las noches en que hacen su agosto los hostales que
han proliferado por toda la ciudad. Algunos son de lujo, otros son
inmundos. Pero todos ellos se han convertido en templos del adulterio
y de la fornicación, cuando no de mayores perversiones. Ahí también
muchos se contagian del Sida. ¡Cuántas veces me he preguntado si
los dueños, o los que conducen esos locales, no tienen vergüenza de
su negocio y si el dinero que ganan no les quema las manos! ¡En qué
ciudad de meretrices y homosexuales se ha convertido nuestra
capital! ¡Capital de Satanás es ésta, donde las multitudes siguen las
insinuaciones del diablo y corren a enlodarse en su chiquero!
¡Babilonia empalidecería al lado de nuestros desvaríos!

He aquí, pues en lo que se ha convertido, por obra del maligno, el día


que debería ser dedicado a honrar al Señor y a agradecerle por su
generosidad y munificencia con nosotros. Hemos olvidado al que nos
ha dado la vida y el alimento y nos sostiene, y seguimos en cambio
como esclavos dóciles los mandatos del que es en realidad nuestro
enemigo, dejándonos seducir por su canto de sirenas y dejándonos
arrastrar ciegamente al abismo.

Rendimos culto al príncipe de este mundo haciendo aquellas cosas


que Dios prohíbe, a pesar de que se nos ha advertido que los que
practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gal 5:21). Por el
plato de lentejas de un placer transitorio renunciamos a la herencia
que nos ha sido preparada en los cielos (Ef 1:18). ¡Cuánta necedad y
cuánto extravío!

Antes de terminar quisiera mencionar un detalle que añade el texto


del Deuteronomio acerca de este mandamiento. Dice que en el día de
reposo nadie debe hacer ningún trabajo físico, ni siquiera los
animales domésticos, y menos el extranjero que vive contigo, "para
que descanse tu siervo y tu sierva como tú" (Dt 5:14).

En esas palabras nos manifiesta Dios su preocupación por aquellos


cuyo bienestar y manutención depende de nosotros. Y enseguida
añade el segundo motivo por el cual instituye el descanso sabático:
para que el pueblo hebreo se acuerde de que fueron esclavos en
Egipto (v.15).

Hoy día vemos cómo la norma del descanso semanal es violada por
empresarios que obligan a sus empleados y obreros a laborar el fin
de semana, sin compensación especial alguna. Al mismo tiempo, la
jornada de ocho horas se ha vuelto cosa del pasado, porque los
obligan a trabajar de diez a doce horas diarias, sin sobretiempo. Eso
lo hacen abusando del temor que tienen los asalariados de quedarse
sin empleo y amparados por una legislación inhumana y permisiva.

Impulsados por la codicia, esto es, por el deseo de llenar sus bolsillos
a costa del sudor de la frente ajena, no sólo exprimen sin
consideración las energías de sus trabajadores, sino causan también
un grave perjuicio a la vida familiar de muchos de ellos, porque los
hacen regresar a sus casas agotados y sin fuerzas y cuando ya sus
hijos menores duermen.

La palabra de Dios nos advierte: acuérdate de que tu fuiste siervo en


otro tiempo, es decir, subordinado a otros, como estos empleados
tuyos lo son ahora, y que puedes volver a serlo, para que trates a tu
prójimo tal como te gustaría que a tí te traten si estuvieras en la
misma condición, porque ni tú ni él son mercancía.

Vamos a seguir hablando hoy de los mandamientos del diablo. Pero


¿acaso tiene el diablo mandamientos? No, no los tiene, pero él incita
a los hombres a burlarse de los mandamientos de Dios y a hacer lo
contrario de lo que El manda.

Y uno de los mandamientos que el diablo más se esfuerza en


pervertir es el que se refiere al honor debido a los padres, porque
éste es un mandamiento muy especial. Es aquel del cual dice Pablo
que es el primer mandamiento con promesa. En realidad no sólo es el
primero sino el único mandamiento al cual está ligada una promesa.
Y ello es así, sin duda, porque Dios, quiere subrayar la importancia
que él da a su cumplimiento.
El mandamiento dice así en el libro de Deuteronomio: "Honra a tu
padre y a tu madre, como el Señor tu Dios te ha mandado, para que
sean prolongados tus días y que te vaya bien sobre la tierra que Dios
te da". (5:16).

Se trata en verdad de una promesa compuesta: gozar de una larga


vida y que le vaya a uno bien en todo lo que emprenda. ¿Quién no
quiere eso? ¿Vivir muchos años y ser próspero? Eso es aquello a lo
cual casi todos los seres humanos aspiran y en lo que muchos cifran
su felicidad. 

Como el diablo ha venido a robar, matar y destruir y es un envidioso,


él trata por todos los medios posibles que el hombre no alcance esa
felicidad que Dios le ha prometido, haciendo que el hombre no
cumpla la condición que Dios ha puesto para dársela. Que no honre ni
obedezca a sus padres, sino que los maltrate y los desprecie. 

Pero esta no es la única razón por la cual él se empeña en pervertir


este mandamiento. Hay una razón más profunda y de mayores
consecuencias. Dios nos manda honrar padre y madre porque, nótese
bien, los hijos guardan una relación con sus progenitores que es
semejante a la relación que guardan los seres humanos con Dios. O
dicho de otra manera, los padres son para los hijos, en cierta forma,
lo que Dios es para todos los hombres. Por ello la relación que un hijo
tenga con sus padres influirá enormemente en la relación tenga con
Dios. Si el diablo logra perturbar la relación de un hijo con sus
padres, la relación futura de ese hijo con Dios será una relación
perturbada.

Los padres son para los hijos como Dios para el hombre, en primer
lugar, porque ellos los crean. No los crean en sentido absoluto de la
nada, sino al unirse en una sola carne y por el poder inherente en ese
acto. Éste es uno de los aspectos más sagrados de la unión física
entre hombre y mujer: que cuando los esposos se unen, ellos
ejercitan un poder que pertenece a Dios y que Dios ha delegado en
ellos: el de engendrar una nueva vida. No sólo una nueva vida física y
anímica, como cuando se unen dos animales, sino la vida de un
nuevo espíritu que durará por toda la eternidad, una vida que tiene
un valor infinito.

Toda unión sexual entre hombre y mujer es pues sagrada, porque el


poder creador de Dios está inmanente en esa unión. Cuando hombre
y mujer se unen, invocan el poder de Dios. Por eso es que el diablo
ha seducido al hombre para corromper y desfigurar ese acto
eliminando el poder creativo de la unión sexual, a fin de gozar de él
egoísta y lujuriosamente. Pero ese es un tema que pertenece a otro
capítulo.
Los padres son como Dios para los hijos, en segundo lugar, porque
los hijos se les parecen, esto es, llevan las características físicas y
psicológicas de sus padres, así como todo ser humano lleva, por así
decirlo, las características de la naturaleza de Dios, pues fue creado a
su imagen y semejanza.

La relación que mantiene el hijo con sus padres es el modelo de la


relación que mantiene el hombre con su Creador. De hecho los hijos
aprenden a amar, a honrar y a obedecer a Dios, amando, honrando y
obedeciendo a sus padres. Si ellos en la infancia no aprendieron a
comportarse con sus padres humanos de acuerdo a lo que ordena
este mandamiento, más tarde tendrán muchas dificultades en tener
una buena relación con su Padre, Dios.

Por ello es muy importante para el futuro de los hijos, para su


felicidad, para su éxito en la vida y para su comunión con Dios, que
su relación con sus padres lleve las marcas del amor, de la obediencia
y del respeto. La historia nos muestra que muchos de los grandes
ateos, de los grandes impíos, de los grandes criminales, han sido
personas que como hijos tuvieron una relación difícil, o perturbada, o
deficiente con su padre.

Por ese motivo también el diablo se esfuerza en malograr, en


pervertir, en socavar de mil maneras la relación de los hijos con sus
padres. Él pervierte este santo mandamiento incitando a los hijos a
desobedecer a sus progenitores, a faltarles el respeto y a burlarse de
ellos. Cuando logra su cometido ha obtenido una gran victoria.
¡Cuántas veces vemos por desgracia que eso ocurre! Para prevenir a
ese error la Escritura en muchos lugares nos insta a obedecer y a
honrar a nuestros padres: "Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre y
no desprecies la dirección de tu madre". (Pro 1:8)

Un mensaje igual encontramos en el Nuevo Testamento: "Hijos,


obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor".
(Col 3:20).

Pero he aquí que este mandamiento lleva implícita una exigencia


adicional, que atañe esta vez a los padres. Y ella es que, en
contrapartida a todo lo que se ha dicho antes, los padres deben 
comportarse con sus hijos, tal como Dios se comporta con sus
criaturas.

¿Qué es lo que hace Dios por sus criaturas, cómo se comporta Dios
con ellas? La Escritura dice que Él las cuida y les da su alimento diario
(Sal 104:10-15). En los primeros años, lo sabemos muy bien, los
hijos dependen enteramente de sus padres para su subsistencia. Sus
padres son realmente como Dios para ellos. Por ello los padres deben
cuidar del bienestar físico, material y afectivo de sus hijos con un
esmero que se asemeje al que Dios despliega con nosotros. Eso
demanda ciertamente muchos sacrificios durante la primera infancia y
grandes preocupaciones cuando los hijos crecen y llegan a la
adolescencia. Como dice el refrán: "Hijos pequeños, cuidados
pequeños; hijos grandes, cuidados grandes".

Y cuántas veces vemos que Satanás induce a los padres a descuidar


sus deberes frente a sus hijos, a maltratarlos, a explotarlos, a
abandonarlos. El diablo cava de esa manera una herida profunda en
el alma de los niños, de la que muchas veces nunca logran
recuperarse, y que hace que más tarde se descarrilen  en la vida.

A los padres corresponde además ocuparse de la educación de sus


hijos, así como Dios se ocupa de corregirnos y disciplinarnos a
nosotros, tal como lo expone Hebreos citando a Proverbios: "Porque
el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo".
(Hb 12:6)

Educar supone dar reglas claras, exigir su cumplimiento y castigar a


los hijos cuando no las cumplen. Por ello dice también Proverbios:
"No rehúses corregir al muchacho, porque si lo castigas con vara, no
morirá". (23:13)

Para impedir que los padres eduquen a sus hijos como Dios manda el
maligno ha inspirado en los últimos tiempos novedosas teorías
pedagógicas que fueron desarrolladas en otros países pero que ya
circulan entre nosotros, y según las cuales los padres no deben
castigar a sus hijos ni exigirles disciplina, porque, alegan, eso les
causa frustraciones y oprime su personalidad. Como esas ideas son
difundidas con el aval de prestigio que tiene la ciencia, innumerables
padres  caen en esa trampa malévola y les hacen a sus hijos, sin
quererlo, un grave daño.

Claro está que los padres no deben abusar de su autoridad con sus
hijos, ni educarlos en un clima de terror, como a veces,
lamentablemente sucede. Bien nos lo recuerda Pablo: "Y vosotros,
padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la
disciplina y amonestación del Señor". (Ef 6:4). Pero de ahí a no
disciplinarlos ni corregirlos hay mucho trecho.

Los padres cometen una grave injusticia con sus hijos cuando no los
disciplinan y corrigen y no les enseñan a obedecer. El que no ha
aprendido a obedecer de niño no ha aprendido a ejercer dominio
propio. El niño que no fue enseñado a respetar la autoridad de sus
mayores y a obedecerles, el niño a quien se conceden todos sus
caprichos, el niño mimado, engreído, en suma, será un insatisfecho
crónico toda su vida como adulto, que estará siempre esperando que
el mundo se comporte con él como sus padres lo hicieron con él
cuando era pequeño, y no comprenderá por qué no obtiene de los
demás todo lo que desea. Si se casa, querrá que su esposa lo trate
como lo trató su madre y hará de ella una víctima de su egoísmo.

Si por el contrario los padres se comportan como tiranos, el niño


crecerá intimidado y rebelde, y tendrá más tarde dificultades con las
autoridades; será un desadaptado crónico y puede llegar a ser un
delincuente, porque verá en toda autoridad con la que entre en
contacto, al padre que abusó de él o lo descuidó.

He aquí pues dos campos en los que el demonio incita a los padres  a
pervertir el papel que les toca cumplir frente a sus hijos: de un lado
los induce a no usar la autoridad que Dios les ha dado; y, de otro, los
mueve a abusar de ella.

Notemos que el mandamiento dice: Honra a tu padre y a tu madre.


Menciona a los dos, porque padre y madre, marido y mujer, deben
ser una unidad de amor, cariño y respeto mutuo si han de
representar bien el papel que Dios les ha asignado. Si ambos se
pelean, andan desunidos, o se separan, los hijos crecen en un 
ambiente emocional pernicioso para su desarrollo.

Padre y madre, marido y mujer son la base de la familia que, a su


vez, constituye la base de la sociedad. El demonio sabe muy bien que
la sociedad marcha tal como marcha su célula básica, la familia. Si
las familias andan mal, la sociedad también andará mal; si andan
bien, la sociedad también prosperará. Por eso él se empeña en
demoler la institución familiar, conciente de que si lo logra su
cometido, socava la vida social, la sociedad padece y se impone el
caos. Pero eso será materia de nuestra próxima charla.

Nota: Al publicar esta charla quiero reconocer el estímulo que me han


proporcionado las ideas que J. Vernon McGee expone en su libro
“Love, Liberation and the Law”.

Decía en la charla pasada que Dios ha dado en el Decálogo un


mandamiento que se distingue de los demás porque ofrece
excepcionalmente un premio para todos los que lo cumplan. Es el
mandamiento que ordena honrar padre y madre. Honrar quiere decir 
en la primera etapa de la vida en la que los hijos dependen de sus
padres, obedecerlos  y respetarlos; y en la etapa posterior, cuando
los padres empiezan a depender de los hijos, quiere decir contribuir 
a su sostenimiento, y brindarles apoyo, compañía y cariño, además
del respeto que les es siempre debido.
Este mandamiento contiene una promesa doble: la de tener éxito en
la vida y gozar de largos años. ¿Por qué Dios ha mostrado un interés
tan especial en el cumplimiento de este mandato, al punto de
asignarle un premio como incentivo para que lo guardemos? Por la
importancia que Dios otorga a la familia en el ordenamiento social, a
la relación de hombre y mujer como esposos y transmisores de la
vida.

El mostró esta preocupación desde el inicio de la creación, pues


apenas hubo creado al hombre buscó darle una ayuda idónea, una
compañera adecuada, porque dijo: "No conviene que el hombre esté
solo", (Gn 2:18). Estableció el matrimonio en el que hombre y mujer
formen una sola carne (Gn 2:24); y bendijo esa unión y a la prole
que saldría de ella, cuando dijo: "Fructificad y multiplicaos", (Gn
1:28), dándoles el dominio de la tierra que habrían de llenar con su
descendencia.

Si los hombres iban a poblar la tierra, si iban a crecer en número


hasta convertirse en multitudes, era necesario que este multiplicarse,
que esta muchedumbre humana, tuviera una estructura ordenada,
porque Dios es un Dios de orden.

Él creó con el hombre y la mujer, y con los hijos que les otorga, a la
institución de la familia como componente básico de la sociedad
humana, como base de esa estructura ordenada.

Dios mismo es una familia, puesto que es Padre e Hijo, unidos por el
nexo amoroso del Espíritu Santo. Y todos los seres racionales que ha
creado son los hijos que Él mismo se ha dado. Nos ha dejado,
además, un modelo de familia en aquella que llamamos precisamente
la "Sagrada Familia", conformada por José y María, a los que su único
Hijo estaba sometido, aunque era Dios (1).

Sin exagerar podemos decir que buena parte del Antiguo Testamento 
está organizado en torno de la familia. Cuando el relato bíblico habla
de algún personaje importante, con muy pocas excepciones, habla de
su esposa y de sus hijos. Dios funda al pueblo elegido sobre la base
de una familia, la de Abraham, y transmite a la posteridad las
bendiciones que derrama sobre ella a través de familias sucesivas.

Cuando la vida de las familias que describe la Biblia se vuelve, como


se dice ahora, disfuncional, es decir, cuando interfiere en su
desarrollo algún factor que perturba la relación familiar, la obra de
Dios es también perturbada, como ocurrió con la familia del propio
Abraham, y más aun con la de Jacob, y con la de David. Con ello nos
muestra Dios que cuando la vida de la familia sufre, la marcha de su
plan perfecto para los hombres también sufre. La historia de Israel
contiene varios ejemplos de esta verdad.
Por eso es que el enemigo, en su afán de obstaculizar los planes de
Dios, desde los comienzos de la historia humana ha tratado de
socavar las buenas relaciones entre los miembros de la familia,
comenzando por inspirar odio y celos en Caín por su hermano Abel, y
empujándolo al crimen.

No obstante, y pese a todas sus deficiencias, en las sociedades


tradicionales hasta hace no mucho tiempo, la familia ha sido la base
de la organización humana. Todo se construye en torno a ella, porque
el ser humano, siendo un ser social, tiende naturalmente a formar
familia. Pero en los últimos tiempos se han introducido una serie de
factores que descarrilan la vida familiar y buscan deshacerla.

El primero de ellos es el divorcio, que rompe la unidad familiar y hace


estragos en la psicología frágil de los hijos, sobre todo cuando son
pequeños. No voy a tratar este tema ahora, pero hay evidencias
amplias de que los hijos de padres divorciados o separados, tienen
comparativamente muchas más dificultades en la vida que los hijos
de hogares que no se rompen.

Ello es así porque Dios ha fundado la familia y la sociedad humana


sobre el principio de la autoridad que reposa sobre el padre en unión
con su mujer. Cuando la familia se rompe, o sufre grandes tensiones,
el principio y la unidad de la autoridad paterna queda como lisiado,
maltrecho y no puede ejercerse propiamente. El niño que crece en
este marco de autoridad disminuida por el conflicto entre los padres,
tendrá dificultades como adulto para reconocer a la autoridad civil y
someterse a ella, porque la que conoció cuando niño no supo ganarse
su respeto. Por ello podemos predecir que una sociedad formada en
una alta proporción por hogares desechos, será a la larga una
sociedad de grandes tensiones internas y conflictos. El destructor
encuentra pues en el divorcio un gran aliado para sus fines, para
hacer miserable la vida de esposos e hijos.

En el caso peruano, podemos decir que gran parte de las tensiones y


conflictos de nuestra sociedad tienen su origen en la crisis crónica
que padece la familia entre nosotros, a causa del hábito irresponsable
que tienen muchos hombres de nuestro pueblo de formar hogares
sucesivos, que van abandonando en el curso de los años para formar
uno nuevo.

Nótese que Jesús dijo que Moisés permitió a los hebreos dar  carta de
divorcio a su mujer "a causa de la dureza de sus corazones, pero que
al principio no fue así" (Mt 19:8). ¿Quién es el que ha introducido el
mandato del divorcio en el ordenamiento humano, contrariando el
propósito de Dios? 
Pero ése no es el único factor de perturbación de la vida familiar,
aunque sin duda es el más dañino. Hay otro muy insidioso, que no
siempre es reconocido como tal. Y son las solicitaciones múltiples y
constantes que ofrece el mundo moderno, con su espejismo de
distracciones, que atraen a los padres hacia el exterior y los alejan de
su hogar. 

Son también las exigencias del trabajo esclavizante, que impiden al


padre, y con mucha frecuencia también ahora a la madre, estar
presentes en el hogar cuando los hijos más los necesitan,
especialmente cuando son pequeños. Entonces, inevitablemente, los
descuidan, no les dan la atención necesaria, no les prodigan el amor
que sus almas tiernas requieren para desarrollarse equilibrados y
sanos. Los nidos de infantes, las cunas maternales impersonales y
frías, donde las madres dejan a sus hijos pequeños para ir a trabajar,
no pueden reemplazar al cariño y al calor que puede dar la madre
cuando está presente. ¿Quién es el que roba a los niños ese ambiento
de calor que les es tan necesario?

Pero hay además una ideología, que ha in surgido en los últimos


tiempos, que los cristianos y todos los hombres de buena voluntad
deben aprender a identificar y a reconocer por lo que es: un invento
del maligno para devorar y destruir la institución familiar. Es una
ideología que se está infiltrando en nuestra mentalidad sin que nos
demos cuenta, porque no somos concientes de su existencia. Es lo
que se llama la "ideología feminista de género", que se propone
justamente deshacer el rol tradicional que ha desempeñado la mujer,
tildándolo de superado, y que niega toda diferencia de capacidades
entre hombre y mujer, tachándola de artificial y opresiva.

No es éste el momento para extenderme sobre este punto, que bien


merecería dedicarle una charla, pero es muy probable que la mayoría
de mis oyentes o lectores  no se hayan percatado de la existencia de
esta ideología, a pesar de que ya ha penetrado insidiosamente en las
instituciones de salud y educación de nuestro patria y se hace
presente en el lenguaje corriente sin que no demos cuenta. Los
oyentes pueden reconocer, sin embargo, su presencia cada vez que
se usa la palabra "género" donde normalmente se usaría la palabra
"sexo". Esto es, cuando se habla de "género masculino" o de "género
femenino", en vez de decir como antes, "sexo masculino" o "sexo
femenino".

Esta ideología hace una distinción entre la diferencia biológica que


existe entre hombre y mujer, que naturalmente no pueden negar, y a
la que ellos llaman "sexo", y la diferencia de roles que la sociedad,
aducen, ha asignado a cada sexo, artificialmente y en desmedro de la
mujer, algo que ellos designan con la palabra "género".
Hombre y mujer, sostienen los defensores de esta doctrina, son
básicamente iguales, pese a las diferencia naturales entre ellos. Los
roles diferenciados que la vida y la sociedad les ha asignado son,
según ellos, artificiales e impuestos para oprimir a la mujer y deben
por tanto ser reexaminados.  En  términos simples esta posición
puede resumirse así: si bien existen dos sexos, sólo debe haber un
género indistinto. Hombre y mujer pueden y deben desempeñar los
mismos papeles, las mismas actividades, las mismas funciones, sin
distinción alguna. La diferencia existente entre género masculino y
género femenino es discriminatoria para la mujer y debe ser abolida.

Más aun, sostienen, la maternidad que interrumpe la actividad


profesional de la mujer, atándola a un hijo y al hogar, es una
injusticia de la naturaleza y debe ser en lo posible minimizada,
cuando no eliminada del todo, para liberar a la mujer de las trabas
que le impone. De allí la difusión de las prácticas anticonceptivas y la
defensa del aborto, que curan, dicen, esa enfermedad perniciosa que
es el embarazo.

Pero como no puede eliminarse enteramente la procreación, porque


la humanidad desaparecería, es deseable que la ciencia desarrolle
procedimientos y técnicas que permitan que el óvulo fecundado, esto
es, el embrión, pueda ser trasladado del útero materno a un aparato
en el que el feto pueda crecer y  desarrollarse, sin necesidad del
vientre de la madre.

Lo que digo no es fantasía, aunque comenzó por serlo en una novela


famosa de Huxley, pues ya se está trabajando en hacer viable esta
solución del útero artificial, y ya se ha hecho grandes progresos en
los terrenos afines de la fecundación "in vitro" y más recientemente,
de la clonación. Todo ello con la finalidad de liberar a la mujer de la
servidumbre del embarazo y de la maternidad. Lo que no dicen, o no
quieren admitir, es que, en caso de alcanzar sus objetivos, se
privaría, de paso, a la criatura de la relación íntima y amorosa que
existe entre madre e hijo durante los nueve meses de la gestación.

Por supuesto, dentro de esta concepción, el matrimonio regular y


permanente, desaparece. Hombre y mujer deben poder establecer
relaciones entre ellos de diversa naturaleza y duración, sin ninguna
otra restricción que no sea la del deseo. El sexo debe  ser gozado
libremente, sin ninguna clase de ataduras, si se quiere en encuentros
fugaces, o en relaciones más o menos estables, a capricho de las
partes. De los hijos que puedan ser concebidos como resultado casual
de estas relaciones, que se encargue el Estado.

Esta ideología perniciosa está siendo puesta ya en práctica en los


hechos en algunos países europeos, como Bélgica, por ejemplo,
donde la mayoría de los adultos viven solos, aunque mantengan
relaciones estables, como dicen, de "pareja". Incluso, entre los
jóvenes, son más lo que conviven, los amancebados bajo un mismo
techo, que los matrimonios. No es de extrañar entonces que en una
sociedad así falten los hijos y que la población de esos países
empiece a decrecer en vez de aumentar.

Pero no queda ahí la cruzada destructora del maligno contra la


familia. Hoy día se sostiene en muchos lugares que el matrimonio no
debe estar reservado exclusivamente a personas de distinto sexo, a
hombre y mujer, sino que también debe reconocerse el matrimonio
entre personas del mismo sexo, esto es, de hombre con hombre y de
mujer con mujer, dándole a esas uniones todos los beneficios legales
que se extienden al matrimonio tradicional.

Todavía no hay ningún país en el mundo  que reconozca el


matrimonio entre personas del mismo sexo, es decir, entre
homosexuales o lesbianas, pese a los esfuerzos que hacen sus
defensores. Pero ya en varios países, como Francia, Holanda y las
naciones escandinavas, se están creando instituciones híbridas que,
sin llegar al matrimonio, reconocen legalmente las uniones de hecho
entre personas del mismo sexo y les otorgan ciertos beneficios
económicos fiscales.

En EEUU el matrimonio entre homosexuales propiamente dicho


todavía no ha sido reconocido en ningún estado, pero ya hay
propuestas para introducir su reconocimiento en algunos de ellos (2).
En todo caso, ya se está permitiendo que convivientes del mismo
sexo adopten hijos. ¡Pobres criaturas! En lugar de tener un papá y
una mamá, tendrán algunos dos papás y ninguna mamá, y otros, dos
mamás y ningún papá. ¡Imagínense cómo crecerán de perturbadas
moral y psicológicamente esas criaturas!

Para prevenir que en el estado de California se pueda reconocer al


matrimonio homosexual, será sometida a referéndum en estos días
una propuesta legal que afirma tácitamente que sólo puede existir
matrimonio entre personas de distinto sexo, esto es, entre hombre y
mujer. Que haya necesidad de afirmar solemnemente esta verdad
archisabida y evidente mediante un documento legal ex-profeso,
habría parecido absurdo hace pocas décadas. Así anda el mundo.

En apoyo de esta proposición se ha formado una coalición entre la


Iglesia Católica y numerosas iglesias evangélicas, que la defienden
ardientemente. Pero varias de las más conocidas denominaciones
protestantes tradicionales han alzado su voz en contra, alegando que
es mezquino negar a los homosexuales el derecho al matrimonio (3).
En realidad ya muchas de esas iglesias, y algunas parroquias
católicas aisladas,  bendicen las uniones entre homosexuales y los
casan. Sostienen que Dios es un Dios de amor, tolerante y bueno,
que no excluye a ninguno de sus hijos, cualquiera que sea su
comportamiento; que todo lo que exalte al amor, exalta a Dios, aun
cuando contradiga a su palabra. Yo me pregunto y te pregunto,
amigo oyente ¿Quién manda en esas iglesias? ¿Dios o el diablo?

Nota (1): Digo único Hijo porque en los escasos pasajes de los
evangelios que hablan de la santa familia como un todo sólo aparece
un hijo: Jesús. La noción de que José y María pudieran haber tenido
además otros hijos está basada en otros pasajes, lingüísticamente
ambiguos, en los que José no aparece.

(2) El estado de Maine ha aprobado recientemente un estatuto legal


para las uniones de hecho que les da prácticamente los mismos
derechos que la ley otorga a los casados. 

(3) La propuesta fue aprobada por una mayoría considerable.


Quiero retomar la serie dedicada a los mandamientos del diablo que
interrumpí hace algún tiempo por abordar otros temas. ¿Qué quiero
decir con la expresión de "mandamientos del diablo"? Naturalmente
Satanás no nos ha dado mandamientos ni puede hacerlo. Pero siendo
él un enemigo de Dios y del hombre, y tan astuto y experto en
fraudes, ha pervertido los mandamientos de Dios con el fin de
impulsar a la gente a hacer lo contrario de lo que Dios manda, y a
practicar lo que Dios prohíbe. Y lo lleva a cabo con tanta maña que la
distorsión de los mandatos de Dios que él promueve aparece a los
ojos de muchos como algo razonable, conveniente, progresista o
agradable.
Hoy vamos a examinar desde este punto de vista cómo Satanás ha
trastocado el mandamiento que prohíbe matar. Ante todo notemos
que lo que este mandamiento del Decálogo prohíbe no es matar en
general sino, específicamente, asesinar. Por ejemplo no condena  la
pena de muerte, porque la pena capital está ordenada y regulada en
los mismos libros de la ley de Moisés. Tampoco prohíbe matar en la
guerra, porque la guerra era una realidad inevitable entonces, y sigue
siéndolo trágicamente en nuestros días.
El mandamiento de "no matar" se refiere al acto por el cual un
individuo quita la vida otro, sea por odio, o por celos, o por deseos de
venganza, o para robar, o para divertirse, o por cualquier otro motivo
personal. Esto es, prohíbe el asesinato en cualquiera de sus formas.
Jesús, es cierto, dio una dimensión trascendente, superior, a este
mandamiento cuando dijo que no sólo el cuchillo asesina, sino que
también nuestros sentimientos de odio y nuestras palabras ofensivas
matan. Pero este tema lo reservamos para otro ocasión.
Vemos por las Escrituras que Satanás ha impulsado a los hombres a
matar a sus semejantes desde el comienzo de la historia. Lo vemos
en el caso de Caín, que mató a Abel impulsado por sentimientos de
envidia que el maligno instigaba (Gn 4). O en el caso de los hijos de
Jacob,  Rubén y Leví, que mataron a los hijos de Hamor impulsados
por el deseo salvaje de lavar el honor de su hermana (Gn 34).
Más adelante vemos cómo el faraón ordenó a las parteras de los
hebreos matar a los hijos varones de los israelitas, porque temía que
el pueblo escogido, al hacerse numeroso, se hiciera muy poderoso y
no pudieran seguir esclavizándolo (Ex 1:15-21). ¿Quién sino el diablo
podía estar interesado en suprimir al pueblo hebreo, al que Dios
había prometido que de su seno nacería el Salvador del mundo?
Siglos más tarde el rey Herodes el Grande, en su afán de eliminar a
un posible rival de su trono, esto es, al Mesías anunciado, ordenó
pasar a espada a todos los pequeños de Belén menores de dos años
(Mt 2:13-23). ¿Quién sino Satanás podía desear eliminar apenas
nacido al Salvador del que hablan los profetas y que vendría a
destruir su reinado de tinieblas y a liberar al hombre del pecado?
Así como impulsó antaño al cruel Herodes, en este mundo moderno
civilizado, de grandes progresos científicos y económicos, el diablo
continúa incentivando a la gente a derramar sangre inocente como
nunca se hiciera en el pasado y está  instigando a gente malvada a
introducir en las naciones leyes que permiten el asesinato a mansalva
de millones de criaturas indefensas antes de que nazcan.
¿En qué forma se producen esos asesinatos? Mediante el aborto.
Pensemos: Hasta hace poco más de 30 o 40 años el aborto estaba
estrictamente prohibido en todos los países de cultura occidental y
era considerado un delito que acarreaba grandes sanciones. El primer
país que lo autorizó fue la Unión Soviética, al implantarse el
comunismo. Su ejemplo fue seguido por las naciones que caían bajo
la férula comunista cuya ideología, como bien sabemos, es atea.
Pero poco a poco a partir de las años 60 los países de tradición
occidental y cristiana han liberalizado sus leyes sobre el aborto,
eliminando las restricciones, de tal manera que ahora se permite la
terminación del embarazo  no sólo para proteger la salud de la
madre, o por violación, sino también por motivos puramente
económicos (no tenemos dinero para criar otro hijo), o psicológicos
(no estoy en condiciones de afrontar la maternidad), o aun sin tener
que alegar justificación alguna. Incluso se permite el aborto cuando
hay la sospecha de que la criatura en el seno pudiera nacer con
defectos congénitos.
Para redondear su logro los promotores del aborto han obtenido
además en muchos países que el estado asigne fondos para
subvencionar la matanza de esos inocentes nonatos a través de la
seguridad social.
Pero a los defensores del aborto no les basta haber impuesto sus
criterios en los países del mundo desarrollado. Ahora quieren imponer
la legalización del aborto en aquellos países como el nuestro que
todavía lo prohíben. Hay una activa campaña en marcha, cuya huella
el lector avisado puede detectar en los periódicos, que está conducida
por organizaciones internacionales antes respetables, pero que ahora
están manejadas por funcionarios declaradamente anticristianos, o
por abanderadas del movimiento feminista, y se proponen obligar a
los países  latinoamericanos y musulmanes, entre otros, a aprobar
legislaciones que hagan posible el acceso sin restricciones al aborto,
alegando que poder disponer de su propio cuerpo a su antojo
constituye un derecho fundamental de la mujer. Para ello niegan al
feto su condición de ser vivo y lo consideran como un mero amasijo
de tejidos y sangre que es apéndice del cuerpo de la mujer.
Felizmente la Constitución del Perú protege a la criatura no nacida, a
la que llama en el lenguaje jurídico "el concebido". Pero las artimañas
de esos col portores de la muerte son tan sutiles que han encontrado
subterfugios legales para realizar entre nosotros abortos con el
pretexto de "regulación menstrual" utilizando una bomba manual de
succión, como está sucediendo actualmente en el Perú y se enseña y
practica en la maternidad de Lima, con la asesoría y fondos de una
entidad extranjera.
No es muy agradable hablar de estos temas, pero es necesario
hacerlo para advertir al pueblo cristiano acerca de lo que está
ocurriendo en nuestro país y en el mundo, para no se deje engañar y
esté advertido. Faltaríamos a nuestro deber si no lo hiciéramos. Por
algo dice el libro de Proverbios: "Libra a los que son llevados a la
muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si
dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo entenderá el que
pesa los corazones? (24:11,12).
Entre esas instituciones internacionales se encuentran organizaciones
que se dedican a los temas de la salud, de la población y hasta de la
infancia. Hay también un gran número de organizaciones privadas,
muy poderosas económicamente, que promueven la esterilización
varonil y femenina y que abogan por la legalización del aborto en
todo el mundo.
La más connotada de esas instituciones mantiene en los EEUU una
red de más 900 clínicas dedicadas al aborto y, para extender su
negocio, ha enfilado su puntería hacia Latinoamérica nombrando
recientemente como presidenta mundial a una conocida activista pro
aborto colombiana. Esta misma organización confecciona y promueve
programas gráficos y explícitos de educación sexual para los alumnos
de primaria, que corrompen a la niñez desde la más tierna edad.
Quisiera advertir a mis oyentes y lectores que son muchas las ONG
en el Perú que se presentan hipócritamente ante la opinión pública
como entidades benéficas, ofreciendo lo que ellas llaman "servicios de
salud reproductiva". Esta fracesita, "salud reproductiva", es una
palabra código que significa no sólo anticoncepción y esterilización,
sino también aborto. Estén atentos cuando la oigan o lean y
comprendan que usan esa expresión para encubrir sus verdaderos
fines.
Cabría preguntarse ¿qué es lo que persiguen realmente estas
entidades? Eliminar todos los obstáculos que se opongan a la libertad
sexual más absoluta, y el temor al embarazo es un serio obstáculo.
Están dominados por una filosofía hedonista, esto es, por una
concepción materialista que ve en el placer la meta de la vida.
Teniendo en cuenta que pocos pecados cierran más el corazón al
Evangelio que la lujuria, ya podemos imaginar quién es el que les
inspira esa ideología.
Como consecuencia de la aprobación de una legislación permisiva en
los EEUU, se realizan en ese país desde 1973 casi un millón y medio
de abortos al año. En muchos países europeos el número de abortos
practicados anualmente es menor cuantitativamente, pero en relación
con su población es proporcionalmente más alto.
Hay países, como el Japón y Rusia, donde la cifra de abortos casi
supera a la de los nacimientos. En la China se obliga a abortar a las
mujeres que ya tienen un hijo y que salen en cinta. En la India,
muchos esposos, de común acuerdo, eliminan a la criatura que está
por nacer si la ecografía revela que es de sexo femenino porque
consideran a las hijas mujeres como una carga. El problema es tan
serio que el gobierno hindú se ha visto obligado a prohibir la
realización de ecografías practicadas con el fin de detectar el sexo del
feto, porque teme que de generalizarse esa práctica se altere el
equilibrio que debe existir entre el número de individuos de ambos
sexos al limitarse el nacimiento de hijas mujeres.
El aborto pues se ha convertido en una plaga mundial y en una
industria lucrativa, no sólo por lo que cobran por cada operación sino
que últimamente han empezado a vender a los laboratorios
farmacéuticos, con fines experimentales, los miembros y tejidos
fetales producto de los abortos que antes se botaban a la basura.
Pero ya no sólo se emplean métodos quirúrgicos para asesinar a
seres humanos indefensos y privarles del derecho a la vida. Han
surgido en la década pasada fármacos como el famoso U-486, que
interrumpen el embarazo en las primeras semanas. Varios países
europeos han legalizado ya su empleo a pesar de que son concientes
de que su acción consiste en provocar un aborto temprano por
medios químicos.
Ha aparecido más recientemente la llamada "píldora del día
siguiente", o "anticonceptivo de emergencia", que la mujer puede
tomar al día siguiente de haber mantenido relaciones sexuales
"desprotegidas", como dicen eufemísticamente, es decir, sin tomar
precauciones contra el embarazo.
La acción de esa píldora, que no es otra cosa sino una dosis muy
fuerte de hormonas,  consiste en impedir que el óvulo fecundado
anide en las paredes del útero y que, por tanto, muera pronto y sea
eliminado. Esto es, provoca un mini aborto.
Es irónico que en muchos países desarrollados se elimine a los  bebes
por nacer con tanta facilidad, para comodidad de las madres, o de las
parejas de esposos o de convivientes que no quieren asumir las
responsabilidades que les corresponden al engendrar un hijo y que, al
mismo tiempo, las autoridades de esos mismos países estén
preocupadas y se quejen porque el número de los nacimientos se
haya reducido peligrosamente y su población empiece a descender,
con grave amenaza para su futuro político y económico. A causa de
ese déficit de nacimientos, que vienen arrastrando desde hace ya
algún tiempo, tienen que permitir la inmigración de extranjeros, a los
que no aman, pero que necesitan para colmar los vacíos de su fuerza
laboral cuando, si dejaran nacer a las criaturas abortadas, no
afrontarían ese problema.
Visto este panorama de egoísmo impío y de tantos niños eliminados
criminalmente antes de que vean la luz del día, uno no puede menos
que recordar los sacrificios de los niños que eran pasados por el fuego
en la antigüedad como parte del culto al dios Moloch en la tierra de
Canaán. Estos sacrificios fueron una de las  abominaciones
practicadas por los pueblos que habitaban la tierra prometida por las
que Dios decidió exterminarlos y entregarlos en manos de Israel (Dt
18:9-12). ¡Dios no quiera que en nuestro país se llegue a legalizar el
aborto!
La generalización del aborto en nuestros días es una forma moderna
de ofrecer sacrificios a Moloch, que Satanás ha promovido para
contaminar la tierra y que clama venganza contra los que cometen
ese crimen.
Sin embargo, no se puede violar la ley de Dios impunemente, sin
sufrir las consecuencias. La violencia ejercida contra esos inocentes
indefensos rebota contra las sociedades que lo permiten. La gente se
escandaliza de que niños puedan matar a niños, como está
ocurriendo ahora con aterradora frecuencia en los EEUU y en algunos
países europeos. Pero la palabra de Dios dice que el que siembra
iniquidad la cosecha (Job 4:8). Y eso es lo que está ocurriendo en el
mundo entero, estimulado también por la violencia irracional que se
exhibe en la pantallas de TV y en el cinema, incluso en las películas
de dibujos animadas para los infantes.
¿Quién es el que se está frotando las manos con la extensión de estos
males sino el ladrón que vino para robar, matar y destruir? ¿Y cuáles
serán los castigos que Dios está preparando para la humanidad a
causa de esos crímenes horrendos?
(La entidad abortista más grande del mundo es la Federación
Internacional de Paternidad Responsable  -Planned Parenthood en
inglés- representada en al Perú por la ONG INPPARES.  Otras ONGs
que trabajan en el campo de la “salud reproductiva”  en nuestro país
APROPO, IEPO, CELSAM, PATHFINDER, etc.)

En mi charla pasada hablé de cómo el demonio ha pervertido el


mandamiento que prohíbe asesinar a un ser humano, que será el 5to.
o 6to. mandamiento según la numeración que escojamos (Nota). Ha
engañado a la gente haciéndole creer, con argumentos falaces, que el
aborto no constituye un asesinato, o que puede justificarse por
motivos puramente egoístas.

A causa de ese engaño el aborto se ha convertido en una forma


moderna y terrible de sacrificio humano ofrecido en el altar, no ya de
Moloch, como en la antigüedad, sino en el altar del yo y de la
sensualidad; sacrificio que inevitablemente traerá graves
consecuencias para las naciones donde se le ha legalizado y se
comete rutinariamente.

A propósito: Una de las ventajas de la numeración ortodoxa y


protestante de los mandamientos, que en una charla pasado he
mencionado, consiste en que divide el Decálogo en dos tablas
temáticamente distintas, de cinco mandamientos cada una. La
primera contiene los mandamientos que se refieren a Dios,
incluyendo entre ellos al tocante a la reverencia debida a los padres.
La segunda contiene los mandatos referidos al prójimo, colocando en
el primer lugar el mandamiento que prohíbe matar. Se recordará, a
este respecto, que Dios entregó a Moisés los mandamientos de su ley
escritos en dos tablas de piedra (Ex 24:12; 31:18).

El mandamiento que prohíbe asesinar es una norma fundamental


pues toca a la vida del hombre y los mandamientos siguientes
dependen de él. Es además el primero y el más importante de los
mandamientos referidos al hombre porque la vida del ser humano es
sagrada y sólo Dios, que es su autor, puede quitarla, y sólo Dios
puede dictar las condiciones y las circunstancias bajo las cuales el
hombre puede, a su vez, quitar la vida a un semejante.

¿Y por qué es sagrada la vida del hombre? El libro del Génesis nos da
la respuesta: "El que derrame sangre de hombre, por el hombre su
sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre."
(9:6).

El animal ha recibido su vida de Dios, pero Dios no lo creó a su


imagen y semejanza, ni le insufló directamente el aliento de vida,
como hizo con el hombre (Gn 2:7). El ser humano es por ello un ser
especial, de un orden diferente al animal, aunque tenga algunas
características anatómicas y algunos rasgos anímicos comunes con
ciertas especies superiores de animales que se le parecen. 

Si el hombre fuera producto de la evolución, como algunos sostienen,


el resultado de un proceso de transformaciones casuales
experimentadas por alguna especie animal a lo largo del tiempo, en
el pasado remoto y desconocido por nosotros, su vida no sería
sagrada ni tendría más valor que la vida de los animales y, por tanto,
podría ser suprimida sin más consideraciones que las que se guardan
para quitarle la vida a los animales.

Es sintomático que los que defienden el aborto y también, dicho sea


de paso, los defensores del suicidio y de la eutanasia, son  por lo
general personas que creen que el hombre es producto casual de la
evolución y que no ha sido creado especialmente por Dios, para
comenzar, porque no creen en la existencia de un ser supremo. Sus
creencias equivocadas, su ideología materialista, explica sus
opiniones y su manera de proceder en lo tocante a la vida del hombre
y el poco valor que en la práctica le dan.

Los científicos que investigan en sus laboratorios el origen de la vida,


que atribuyen a la casualidad, están seguros de que algún día van a
desentrañar su secreto y que, armados de ese conocimiento, van a
poder crear la vida en una probeta. Pero se hacen ilusiones. La vida
procede de Dios, es una esencia divina y nunca el hombre va a poder
crearla por sí mismo. La ilusión de que algún día podrán crear un
organismo viviente, aunque no sea más que una sola célula, es un
pecado de presunción semejante al de los hombres que intentaron
llegar al cielo construyendo la torre de Babel (Gn 11:1-9). Es una
ilusión soberbia inspirada por aquel que, según Isaías, quiso sentarse
en el trono de Dios (14:13,14). 

Decía antes que, como Dios es el autor de la vida del hombre, sólo Él
puede quitarla y sólo Él puede autorizar que le sea quitada por sus
semejantes. El pasaje del Génesis que leímos antes nos muestra que
Dios ha ordenado hacer morir al asesino. Y el Nuevo Testamento no
ha abolido esa norma. En la ley de Moisés Dios estableció las
condiciones y circunstancias bajo las cuales la justicia humana y la
sociedad pueden y deben cumplir ese mandato.

La manera cómo se lleva a cabo la pena de muerte en los EEUU y en


muchos países (y la manera como ocasionalmente se sentenciaba a
muerte en el Perú hasta no hace mucho) no es conforme a las 
condiciones que Dios señala y constituye, por tanto, un asesinato
legal.

En el Pentateuco Dios estableció que el hombre solamente puede ser


sentenciado a muerte por declaración de al menos dos testigos (Nm
35:30; Dt 17:6; 19:15). Es decir, que sólo puede aplicarse la pena
capital cuando hay pruebas irrefutables, confirmadas por testigos
oculares, de que el acusado es culpable. Establece además que los
testigos deben estar presentes en la ejecución para confirmar su
acusación (Dt 17:7). Lamentablemente la legislación de muchos
países, ignorando lo normado por Dios, permite condenar a muerte
sobre la base únicamente de presunciones probables, de lo que son
indicios graves, de sospechas fundadas, pero no evidencias
concluyentes. Y esto es inadmisible, porque tiene como consecuencia
frecuente que se condene a muerte sin evidencia plena, sin tener
total seguridad, sólo sobre la base de circunstancias e indicios
comprometedores que no constituyen prueba irrefutable. Debido a
este desconocimiento de lo establecido por Dios se cometen muchas
veces errores lamentables, que son irremediables, pues una vez
quitada la vida de un hombre inocente, no se le puede devolver.

De otro lado es práctica común en algunos países que la ejecución de


la sentencia de muerte sea demorada, a veces durante años, por un
proceso de apelaciones y de revisiones de sentencia, y que 
finalmente se lleve a cabo en muchos casos cuando ya el asesino es
otra persona, cuando ha experimentado una transformación interna.
Pero, más grave aun, cuando a causa de la fragilidad de la memoria
humana, el vínculo existente en la conciencia de la población entre el
acto criminal y su castigo se ha perdido y, por consiguiente, la pena
de muerte no cumple el efecto disuasivo que Dios quiere que tenga.

La palabra de Dios dice en Eclesiastés que la ejecución de la pena de


muerte debe seguir sin demora a la sentencia (8:11). Si hay
seguridad de que el condenado es el asesino no hay excusa para
demorar su ejecución. Si se llevara a cabo inmediatamente la
ejecución, los asesinos potenciales temerían. Si el que premedita un
asesinato supiera que, si es capturado y sentenciado, será ejecutado
inmediatamente, es muy probable que se abstenga de cometer su
crimen. Pero cuando transcurre mucho tiempo entre crimen y castigo
ya nadie se acuerda de lo ocurrido y la conexión en la conciencia de
la gente entre el delito cometido y la pena, como ya he dicho, se ha
desvanecido. En esas condiciones la ejecución parece con frecuencia
injusta, y atrae, más bien, las simpatías del público hacia el asesino y
no sirve de escarmiento. En tales circunstancias sería mejor levantar
la sentencia, porque demorarla equivale en la práctica a perdonar la
vida al homicida.

Es muy interesante notar que el primer pecado que cometió el


hombre después de ser expulsado del Edén fue precisamente un
asesinato: el cometido por Caín contra su hermano Abel (Gn 4).
Cegado por la pasión e impulsado por aquel de quien Jesús dijo que
era un homicida desde el principio (Jn 8:44), el hombre levanta su
mano con mucha facilidad contra su semejante y le quita la vida. En
el mundo antiguo no judío el homicidio era tan común que no llamaba
mucho la atención.

Nosotros estamos tan acostumbrados a los refinamientos y


consideraciones de nuestra civilización que no somos concientes de
cuánto cambió el mundo como consecuencia de la venida de Jesús  a
la tierra. Antes de su encarnación la vida humana tenía poco valor
entre los pueblos civilizados de entonces, así como, de hecho,
tampoco la tiene hoy día entre los pueblos paganos.

Los romanos mataban con mucha facilidad y hacían de la muerte un


espectáculo popular, el de los gladiadores, como muchos han visto en
el cinema. Se sabe también que tanto los griegos como los romanos,
tan refinados como se supone que eran, ofrecían con frecuencia
sacrificios humanos, tanto para honrar a sus dioses (detrás de los
cuales, como bien sabemos, se escondían espíritus malignos, Dt
32:17; 1Cor 10:20) como para averiguar en las entrañas del cadáver
todavía tibio, lo que les deparaba el futuro. Esa práctica sangrienta
era una forma común de adivinación.

Todo eso cambió con la venida de Cristo. En todos los territorios y


pueblos donde se difundió el cristianismo apareció pronto un respeto
por la vida desconocido antes. El cristiano no podía empuñar las
armas, no podía agredir. Aunque muchos de los que se bautizaban y
se hacían cristianos en siglos posteriores, eran sólo nominalmente
cristianos, un nuevo respeto por la vida se introdujo en la civilización
y ha permanecido hasta ahora donde quiera que predomina el
cristianismo. Aunque quizá debería decir, ha permanecido hasta hace
poco, por lo que hemos visto en la charla pasada acerca del aborto. 

Lo que nosotros llamamos "derechos humanos" tiene en gran parte


un origen cristiano, son una derivación del precepto del amor, y se
practicaban mucho antes de que fueran declarados oficialmente. Por
eso es que son algo desconocido entre los pueblos paganos o que
siguen otras religiones, y difícilmente los entienden. 
Quisiera decir para terminar que la Biblia señala también que el
hombre es responsable de las muertes que ocasiona por negligencia.
El libro de Deuteronomio ordena, por ejemplo, que cuando se
construya una casa se ponga un parapeto en los bordes de la azotea,
para evitar que alguien por descuido pueda caerse y hacerse daño, o
morir (Dt 22:8). Si cayera porque no hubo baranda el dueño de casa
es responsable de esa muerte.

Esto nos muestra un principio general muy importante: Nosotros


debemos tomar todas las precauciones que puedan ser necesarias
para que nuestras actos no perjudiquen a nadie, ni puedan poner  en
peligro la vida de ninguna persona. Si yo, por ejemplo, empuño el
timón estando embriagado, corro peligro de causar la muerte de las
personas que encuentre en mi ruta, porque no podré dominar el
vehículo. Si yo contrato a un obrero para que realice un trabajo
arriesgado en un sitio alto, de donde pueda caer y lastimarse, debo
proveerlo de las seguridades necesarias (sogas o amarras) para que
no caiga.

¡Cuántas veces en el Perú, por irresponsabilidad o apetito de


ganancia, se incumple esa norma! Los accidentes mortales, tan
frecuentes en nuestras pistas, son muchas veces asesinatos por
negligencia, sea por imprudencia del chofer, o por falta de
mantenimiento del vehículo. Y el culpable muchas veces no es sólo el
conductor que chocó o se precipitó al barranco, sino puede serlo
también el empresario que no mantiene en debido estado su
vehículo, o que no toma el debido cuidado en contratar como
choferes sólo a hombres responsables, o que los hace trabajar
demasiadas horas y, en consecuencia, manejan cansados. Todo por
una pingüe ganancia. ¿Y quien inspira esa codicia?

Si hubiéramos de enumerar todos los casos de homicidio por


negligencia que se cometen en nuestra patria, podríamos escribir
volúmenes, pues se producen en todos los campos, incluyendo el
descuido de los médicos y enfermeras o la disposición de los
desechos químicos de las fábricas y del tratamiento de minerales,
muchos de los cuales son tóxicos. Pero ¿qué dice Dios de la tierra
sobre la que se derrama sangre inocente? Que ha sido contaminada
por ella y que sólo puede ser expiada con la sangre del culpable (Nm
35:33). Dice además que al pueblo que tolera esos crímenes no le irá
bien (Dt 19:13). Tomemos buena nota de ello.

Pero antes de acusar a otros, preguntémonos cuántas veces nosotros


hemos causado daño al prójimo sin quererlo, porque no tomamos el
debido cuidado, o por simple inconciencia egoísta. Esta pregunta nos
lleva al tema que trataremos en nuestra próxima charla.

Nota:
En la primera charla de esta serie hice referencia a las dos
numeraciones existentes de los mandamientos del Decálogo.


En las dos charlas pasadas hemos hablado acerca del mandamiento
que dice textualmente "No matarás" pero que, según el sentido
propio de la palabra hebrea empleada por Moisés, "ratzaj", prohíbe
asesinar. Lo hemos examinado principalmente en relación con el
aborto y con la pena de muerte, además de otros aspectos afines,
observando cómo el demonio se esfuerza por pervertir su aplicación. 
Hoy vamos a ver cómo Jesús da a este mandamiento una dimensión
más profunda, que el Antiguo Testamente sólo deja entrever. Él dijo
en efecto: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que mate será culpable de juicio. Pero yo os digo que
cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y
cualquiera que le diga: insensato, será culpable ante el tribunal; y
cualquiera que le diga: fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego."
(Mt 5:21,22).
Aquí es apropiado hacer una advertencia. En esta pasaje pareciera
que Jesús opone sus propias palabras a lo que establece la ley de
Moisés, y así ha sido interpretado por algunos. Pero no es el caso.  La
ley de Moisés es palabra de Dios que permanece para siempre y
Jesús mismo ha dicho poco antes (Mt 5:17-19) que Él no había
venido para abrogar la ley sino para cumplirla.
En el pasaje que hemos citado Jesús presenta el mandamiento tal
como era enseñado al pueblo por los escribas y maestros de la ley,
de acuerdo a su tradición, añadiendo a las palabras "no matarás"
estas otras: "Y cualquiera que mate será reo de juicio", que no están
en el texto original. Esas palabras de comentario agregadas por los
rabinos disminuían la fuerza de las normas dadas por Moisés, al decir
que el homicida corría el riesgo de ser llevado a juicio y ser
condenado. Y sabemos que en los tribunales puede pasar cualquier
cosa. Efectivamente no es lo mismo que decir que el asesino será
juzgado a decir que debe morir.
Las palabras de Jesús muestran que el mandamiento, rectamente
mirado, es mucho más exigente y que va más allá de los actos: El
que se enoja, el que se enfurece con su hermano corre el mismo
riesgo de ser acusado ante el juez que el que mate, no ya en el
tribunal humano sino en el tribunal de Dios. Pues no son sólo los
actos externos los que cuentan sino que los sentimientos internos del
hombre serán juzgados con igual severidad por Dios.
Ya lo dirá Jesús en otra parte: "Porque de dentro, del corazón, salen
los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los
homicidios..." (Mr 7:21).
¿Cuál es la raíz del asesinato? La ira, la cólera, la envidia, el odio que
el hombre sienta contra su hermano. "Corta la raíz y habrás cortado
también la rama" dice Juan Crisóstomo. Desecha la ira y habrás
cortado de raíz el homicidio. Si reemplazáramos el odio por el amor,
la intolerancia por la comprensión, la suspicacia por la confianza, la
envidia por la admiración, suprimiríamos la agresión en el mundo y la
tierra se convertiría en un cielo porque los actos de agresión que el
hombre comete contra sus semejantes, que causan tanta infelicidad,
tienen su origen en los sentimientos que alberga su corazón.
El que se encoleriza contra su hermano puede llegar a matarlo si no
controla su ira, aunque no haya tenido inicialmente esa intención. Por
eso dice el libro de Proverbios: "El que comienza la discordia es como
quien suelta las aguas; deja pues la contienda antes de que se
enrede" (17:14). Una vez comenzada la pelea no sabes cómo va a
terminar.
Por el mismo motivo Jesús dirá en el mismo pasaje que comentamos:
"Reconcíliate pronto con tu adversario mientras vas con él por el
camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas
echado a la cárcel." (Mt 5:25). Es mejor que transes con tu
adversario, que te entiendas a tiempo con él, porque si te empeñas
en llevar adelante la disputa y el asunto va hasta los tribunales,
puede complicarse mucho más de lo que habías previsto y al final
resultes perdiendo. 
Las disputas abren un amplio campo a la acción de Satanás, que se
goza de estas situaciones, pues él sabe cómo caldear los ánimos
hasta que las pasiones se descontrolen. De la cólera se pasa al
insulto, del insulto a las vociferaciones; y de los gritos se pasa
fácilmente a los golpes, uno de los cuales puede ser fatal. Cuando el
hombre malamente herido yace en el suelo, el que lo golpeó quizá se
pregunte ¿cómo he llegado a esto? No era mi intención matarlo. De
hechos de sangre semejantes, que empezaron por una fútil pelea,
están llenas las páginas de los diarios. ¡Cómo se goza Satanás con
esos desenlaces trágicos que él atiza!
De ahí que San Pablo nos advierta en Efesios: "Airaos, mas no
pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al
diablo." (4:26,27). Porque si te enfureces y no haces las paces
rápido, le das oportunidad al demonio para que haga de las suyas y
al día siguiente el conflicto se haya agravado.
Ahí Pablo nos da a entender, según parece, que puedes enojarte sin
pecar. ¿No contradice eso las palabras de Jesús sobre la ira?
Examinemos la cuestión: En algunas versiones del pasaje del sermón
de la montaña que hemos citado antes, se inserta la traducción de
una pequeña palabra griega que significa: "sin causa"; lo que hace
decir a Jesús que no el que se enoja sino el se enoja sin causa, sin
motivo justificado, es culpable de juicio.
Esa palabrita griega figura en la mayoría de los manuscritos del
Nuevo Testamente que se han conservado, pero no en las fuentes
más antiguas, por lo que no se sabe con seguridad si fue
efectivamente pronunciada por Jesús, o si fue añadida por los
copistas para hacer más claro el sentido preciso que Jesús quiso dar a
sus palabras. Pues sabemos muy bien que Jesús en más de una
ocasión se mostró enojado.
Existe en verdad una ira santa, una ira contra el abuso, contra el
pecado, inspirada por amor al que lo comete y que persigue su bien,
esto es corregirlo, no su mal. Es conocido el dicho, que no figura en
la Biblia, pero que se ha hecho popular porque refleja bien su
doctrina, y que dice así: "Dios aborrece el pecado, pero ama al
pecador". Puede haber una ocasión conveniente para la ira, cuando
reprime el mal, y en ciertas ocasiones es necesario tenerla porque
comunica energía a nuestros actos, pero no debe ir acompañada de
odio. Y puede haber una ocasión inconveniente: cuando la ira nos
impulsa a vengarnos.
La cólera que el Evangelio condena es la cólera egoísta, centrada en
el yo, que deja en el alma una estela de odio. No la cólera justa, que
pronto se aplaca y no guarda rencor. Sabemos muy bien por
experiencia que, cuando estamos enfurecidos, la menor palabra
negativa nos saca de quicio. En cambio si amamos a una persona,
perdonamos con facilidad sus palabras poco amables, y hasta las
mayores cargas que nos imponga, abusando de nuestra paciencia,
nos parecerán suaves. Son nuestros sentimientos pues los que dan
valor subjetivo, bueno o malo, a las palabras que nos dirigen y a los
actos del prójimo que nos afecten.
En el pasaje que estamos comentando Jesús menciona dos palabras
de insulto, una más ofensiva que la otra y dos grados de condena.
Aunque no se sabe exactamente cuál era el sentido de esas dos
palabras en la cultura de su tiempo (y cada época tiene sus propias
formas de injuria, que cambian con las costumbres) se presume que
la primera, "raca", traducida a veces como "necio", es una palabra de
desprecio, como si se dijera "tonto" o "estúpido"; y que la segunda,
"more", traducida como "fatuo" en muchos casos, es una injuria que
descalifica moralmente a aquel a quien la dirigimos, como cuando
decimos "bribón" o "sinvergüenza" El que pronuncie la primera, dice
Jesús, será llevado ante el concilio o sanhedrín (el mismo tribunal que
lo condenó a muerte), que es como si dijéramos ante la corte de
justicia más alta. El que pronuncie la segunda será condenado al
infierno. ¿Al infierno por insultar a mi prójimo? 
Aunque las palabras de Jesús contengan un elemento de exageración,
de hipérbole, como era su costumbre para enfatizar la idea que nos
quiere transmitir, no nos debe extrañar que amenace con el infierno
al que injuria a su prójimo, pues Juan, el discípulo amado, en su
primera epístola, escribe: "Todo el que aborrece a su hermano es
homicida" (3:15). El que alberga sentimientos de odio hacia su
prójimo es un homicida ante los ojos de Dios, pues en ese
sentimiento está la raíz de muchos crímenes. El odio es lo contrario al
amor, que es la esencia de Dios, según San Juan (1Jn 4:8). Por eso el
odio nos separa de Dios. Nada extraño pues que Dios mire
severamente al que odie.
En el mismo lugar Juan ha dicho que "todo el que ama es nacido de
Dios y conoce a Dios" (1Jn 4:7). Esta es una frase a la que no se ha
dado todo el peso que merece. Según ella nadie puede amar a Dios y
al prójimo realmente, según ordena el más grande mandamiento, sin
haber sido tocado por la gracia del Espíritu Santo. ¿Cómo sabemos
que hemos pasado de muerte a vida? "En que amamos a los
hermanos" responde Juan (1Jn 3:14). Y enseguida añade: "El que no
ama a su hermano, permanece en muerte". Es decir, está en sus
pecados. 
Sabemos muy bien que hay palabras que hieren profundamente.
Aunque no maten físicamente dejan una huella dolorosa en el alma
que no es sanada fácilmente. De ese tipo de injurias habla el libro de
Proverbios: "Hay hombres cuyas palabras son como golpes de
espada" (12:18). Y el salmo 64 se dice que hay hombres "que lanzan
como saetas sus palabras amargas" (vers. 3). Los que esgrimen esa
espada, los que lanzan esas saetas, son homicidas y reos de muerte.
El diablo nos empuja a todos con frecuencia a proferirlas. y se alegra
con las heridas que causan. Ya sabemos cuál es la condena a la que
nos expone nuestra lengua viperina.
¡Cuánto daño pueden hacer las palabras mal intencionadas! ¡Cuántas
discordias y malentendidos causan! Jesús dijo también que "por
nuestras palabras seríamos justificados y que por nuestras palabras
seríamos condenados" (Mt 12:37).
No se refería solamente a la verdad o mentira de nuestras
expresiones, sino a la carga afectiva de amor u odio que las
acompaña, a la intención con que son dichas, pues de eso depende el
efecto que tengan.
Esta palabra, "intención", nos revela dónde está el meollo del asunto
que estamos tratando. Dios ve las intenciones de nuestro corazón
(Hb 4:12) y de acuerdo a ellas nos juzga. No son tanto nuestros
actos los que cuentan para Él sino las motivaciones que nos
impulsan. Algún día nuestros actos y nuestras palabras serán
desnudados ante todas las naciones, en el juicio universal, y
aparecerán a la vista de todos, no como los hombres los vieron y
oyeron sino como Dios los percibe. Y Él dictará la recompensa que
merecen nuestras intenciones y, según ellas, nuestros actos. Nuestro
corazón es un libro abierto para Él y lo que nuestro corazón encierra
es lo que a Él le importa.
Los fariseos de ayer y de siempre quieren limitar el juicio a la
apariencia de nuestras conducta. Si cumplimos con las formalidades
estamos bien, seremos justificados. Pero a ellos dirigió el Maestro
esas palabras llenas de ira santa: "¡Hipócritas... sepulcros
blanqueados!" (Mt 23:27).
¡Cuántas veces nos hemos acercado al altar de Dios a presentar
nuestra ofrenda de amor o de alabanza, escondiendo sentimientos de
odio, o habiendo tenido con nuestro hermano un altercado no
resuelto! Y Jesús, que lo ve todo, te dice: "No quiero recibir tu
ofrenda si antes no te reconcilias con tu hermano (Mt 5:23,24). No
puedes acercarte a mí con el alma manchada por tus malos
sentimientos, porque si el mundo no los ve, a mí me saltan a los ojos
y te delatan."
Y continúa: "Yo tendría razones para rechazarte a causa de tus
pecados, pero he hecho las paces contigo, te he perdonado, aunque
no lo mereces. Así pues, tu vé y haz lo mismo: haz las paces con tu
hermano aunque sea él quien te haya ofendido." 
Por eso también, en otro lugar, Jesús nos exhorta a perdonar si
queremos ser perdonados (Mr 11:26). Y nosotros hemos hecho
nuestras esas palabras cada vez que hemos dicho en el Padre
Nuestro: "Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos
a los que nos ofenden" (Mt 6:12).


("las aguas hurtadas son dulces" Pr 9:17)
Según el catecismo que muchos aprendimos en el colegio, el sétimo
(o sexto) mandamiento dice así: "No fornicar". Pero en el libro del
Éxodo reza: "No cometerás adulterio" (Ex 20:14). Sin embargo, este
mandamiento cubre no sólo el adulterio sino todas las formas de
inmoralidad sexual, a las que la Biblia llama "fornicación", pues las
palabras del hebreo que designan a lo uno y a la otra están
emparentadas.
La perversión de este mandamiento es un terreno privilegiado,
preferido, de Satanás, en el cual él logra sus más grandes victorias,
pues aunque la inmoralidad sexual no sea el más grave de los
pecados, es el que más pecadores lleva al infierno. Él no tiene una
red más grande y eficiente que ésa para pescar a sus víctimas.
Sabemos que el sexo fue creado por Dios como un medio de
propagación de la vida, no sólo de la vida humana sino de la de casi
todas las especies del reino vegetal y del reino animal.
En el ser humano -y también en los animales superiores- Dios añadió
un elemento afectivo, emocional, para crear intimidad, comunión,
entre los seres de sexo opuesto. En el ser humano ése es un
elemento altamente espiritual que contribuye a la unión de los
esposos, la enriquece y hace que el amor que se profesan (lo que
llamamos "eros") se doble del amor de Dios (lo que llamamos
"agape") y participe de él.
En el Génesis Dios dio una orden: "Dejará el hombre a su padre y a
su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne". (2:24). Al
dar esa orden Dios instituyó el matrimonio, la primera institución
creada por Dios y la que, dicho sea de paso, fue la única cosa buena
que Adán y Eva pudieron llevarse consigo cuando fueron expulsados
del Edén.
En esa orden, dada a la estirpe humana para siempre hay, a partir de
la segunda generación, tres elementos básicos: 1) hombre y mujer
dejan el hogar paterno para formar un nuevo hogar; 2) la unión de la
carne lleva a la unión de alma y espíritu; y 3) el amor que ambos se
dan mutuamente se prolonga en la vida de los hijos que surgen de su
unión. En esos tres aspectos está la esencia del matrimonio.
El sexo es por ello santo en el matrimonio. En verdad todo acto de
unión sexual entre los esposos que se aman es un sacramento en el
verdadero sentido de la palabra, esto es, un signo y un medio de la
gracia de Dios, del favor de Dios. Pero Satanás ha pervertido ese don
extraordinario que Dios ha creado para la felicidad humana y lo usa
para alejarnos de nuestro Padre y sumir nuestras almas en la
depravación; para hacernos desgraciados aun en esta vida,
seduciéndonos con una felicidad momentánea que deja un sabor
amargo.
Sabemos por la historia de Israel que hay una relación estrecha entre
perversión sexual e idolatría. La vemos, por ejemplo, en el episodio
de Baal-peor, donde al pueblo elegido empezó a fornicar con las hijas
de Madián (Nm 25). Invitaban al pueblo a ofrecer sacrificios a sus
dioses usando como señuelo a sus mujeres. Por eso murieron
víctimas de una plaga como 24,000 israelitas.
Pablo explica la relación entre inmoralidad e idolatría en Romanos:
"Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del
Dios incorruptible para adorar imágenes de hombres corruptibles, de
aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual Dios los entregó a la
impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron
entre sí sus propios cuerpos." (1:22-25).
La inmoralidad sexual unida a la idolatría lleva a toda clase de
desórdenes morales y a una maldad descontrolada. En la época de la
decadencia del imperio romano, cuando empezó la predicación del
Evangelio, reinaba el libertinaje más abierto y, al mismo tiempo, las
costumbres públicas eran depravadas y crueles; se abandonaba a las
niñas recién nacidas a la intemperie para que murieran, se inflingían
crueles suplicios a los prisioneros, se torturaba y mataba a los
esclavos a capricho de sus dueños, el pueblo se divertía en
espectáculos sangrientos, como el de los gladiadores y el martirio de
los cristianos en las fauces de las fieras, se organizaban orgías
desenfrenadas, etc. Era el demonio el que impulsaba a esas gentes
depravadas a regodearse en el derramamiento de sangre.
Pero el cristianismo, al difundirse, reeducó a las masas paganas,
enseñándoles las normas de pureza sexual reveladas en el Antiguo
Testamento: pudor, castidad, virginidad y fidelidad en el matrimonio.
Esas normas tenían por finalidad proteger al pueblo de sus propias
tendencias carnales. Los apóstoles las hicieron suyas y las
transmitieron a sus discípulos, a quienes exhortaban a llevar una vida
santa: "Sed santos como Dios es santo." (P 1:15).
Aunque siempre hubo pecadores y hombres sensuales, podemos
decir que durante los trece primeros siglos de la era cristiana esas
normas y principios tocante a lo sexual regulaban la vida del pueblo.
El matrimonio era considerado santo y las relaciones pre y
extramatrimoniales eran condenadas. Pero a partir del
redescubrimiento de la antigüedad greco-romana, que inició ese
movimiento que llamamos Renacimiento en el siglo XIV, con su
exaltación de lo puramente humano, la fe del pueblo empezó a
decaer al mismo tiempo que las costumbres se relajaban.
Siempre que la fe disminuye su vigor se relajan las costumbres. La fe
sostiene nuestra vida, como dice la Escritura: "El justo por la fe
vivirá" (Rm 1:17). Pero no sólo vive el justo por la fe, sino que
también la sociedad entera vive por ella. De ahí que Satanás siempre
esté buscando maneras de debilitar la fe del pueblo a fin de alejarlo
de Dios y corromper sus hábitos y costumbres.
Pero con la reacción que trajo la Reforma y su contraparte, la
Contrarreforma en el siglo XVI, se reavivó la fe y las costumbres
volvieron a los cauces de la moral cristiana. Simultáneamente se
produjo una renovación espiritual y un rebrote de santidad en el
pueblo.
Pero a partir del siglo XVIII, con el creciente racionalismo que ponía
en duda la verdad revelada en la Biblia y envolvía en una nube de
escepticismo a los dogmas del cristianismo, la moral volvió
nuevamente a decaer. Aparece lo galante en el arte, en la literatura y
la música con su culto de la belleza sensual. Los filósofos de la
ilustración difunden ideas anticristianas que, sin negar de plano la
existencia de Dios, lo relegan a la categoría de un Creador lejano que
no se interesa por su creación. La diosa Razón sustituye al Dios de la
Biblia.
A lo largo del siglo XIX, con el surgimiento de las grandes ciudades
que trajo la primera revolución industrial, y el hacinamiento de las
masas obreras en barrios miserables, la libertad sexual comenzó a
ganar terreno, aunque no abiertamente a causa de la hipocresía de
una sociedad que se esforzaba por guardar las apariencias. Su
avance fue también contrarrestado por los avivamientos que surgían
en diversos lugares de Europa y Norteamérica.
A mediados de ese mismo siglo empezaron a difundirse los primeros
medios anticonceptivos: el preservativo inventado por un médico
francés de apellido Condón. Esta novedad alentó la inmoralidad
porque permitía eliminar en gran medida las temidas consecuencias
del sexo ilícito, esto es, el embarazo y las enfermedades venéreas.
La libertad sexual estalló en Europa al concluir la primera guerra
mundial (1914-1918), el conflicto más sangriento de la historia, que
trajo enormes trastornos en el trazo de las fronteras, en la sociedad y
en la vida política de ese continente. A partir de entonces el llamado
"amor libre" se hizo cada vez más frecuente, apoyado por una
literatura cada vez más audaz, por un teatro indecente y, más tarde,
por el cinema. Hollywood contribuyó a crear una nueva mentalidad
materialista al idealizar y rendir culto al amor romántico,
infundiéndole una fuerte carga de erotismo. Entre los años 30 y  60 la
actitud de la gente frente al sexo fue cambiando, sobre todo bajo la
influencia del cinema que era el espectáculo de las multitudes.
A partir de la década del 60, ya lo sabemos, la inmoralidad se hizo
abierta en los países desarrollados y, propiciada por los medios de
comunicación, empezó a difundirse por el mundo entero. Hoy se
predica la inmoralidad abiertamente a través del cinema, de la
televisión, de la prensa, y de las letras procaces de las canciones
populares. La infidelidad matrimonial, de la que gente antes se
avergonzaba, es ahora elogiada y el divorcio se hace cada vez más
común. Lo que antes era condenado sin reservas como una
aberración, esto es, las relaciones entre personas del mismo sexo, ha
sido rebautizadas como "opción alternativa". En nuestras radios se
escucha incluso una tecnocumbia que habla de amores entre
homosexuales.
He trazado este rápido cuadro histórico para explicar cómo hemos
podido llegar a un mundo en donde la virtud y el recato son objeto de
burla, la virginidad constituye una deshonra, el vicio es exaltado y no
hay perversión sexual que no sea admitida como normal.
La difusión de los medios anticonceptivos químicos, a partir de la
década del 60 ha facilitado enormemente la revolución sexual, la
promiscuidad y la infidelidad matrimonial, porque elimina el temor al
embarazo, que antes constituía una barrera. Como consecuencia, el
divorcio se está haciendo cada vez más frecuente, incluso en
sociedades todavía tradicionales, a Dios gracias, como la nuestra.
Las instituciones que se ocupan de la salud promueven el sexo
promiscuo al distribuir gratuitamente preservativos, con el pretexto
de combatir el Sida. Pero la tragedia africana nos demuestra que a
mayor difusión de condones, mayor difusión de la temible
enfermedad. Esto es, el pretendido remedio no combate como se cree
la enfermedad sino la alienta.
La educación sexual de los menores viola la inocencia de sus almas
sensibles, enseñándoles prematuramente detalles que a esa edad no
necesitan conocer, y, peor aun, los alienta a experimentar con las
diversas "opciones sexuales", como las llaman, con el fin, según
sostienen, de que descubran cuál es su verdadera orientación sexual.
El resultado terrible de esa política educativa es el fomento de la
homosexualidad, porque una vez iniciados los jóvenes en ese camino
perverso el espíritu inmundo de esa abominación no suelta fácilmente
a sus presas.
En Europa y en los EEUU las parejas se casan cada vez menos. Viven
amancebados, o como amantes "cama afuera". La convivencia, el
sexo prematrimonial son aceptados socialmente. Ahora las
invitaciones oficiales en muchos países no dicen: Sr. Fulano de Tal y
Sra., como se estilaba antes, sino Sr. Menganito y acompañante,
quien quiera que sea. Y esto se considera "chic" y sofisticado.
Las películas describen las formas más sórdidas y aberrantes de
relaciones entre parejas casadas, desprestigiando la institución
familiar.
La homosexualidad ha salido del closet, como dicen, y se presenta
abiertamente, haciéndonos recordar las palabras de Isaías: "Porque
como Sodoma publican su pecado, no lo disimulan. ¡Ay del alma de
ellos!, porque amontonan mal para sí!" (3:9). Los que la practican
son alabados, promovidos. Hasta el Presidente norteamericano habla
en los desfiles de los "gays" y les promete su apoyo. A los que
manifiestan su desacuerdo con ese "estilo de vida", los tachan de
"homófobos", de cucufatos atrasados.  Tolerar, o más aun, aprobar el
pecado, se ha convertido en una obligación social.
Hoy se sostiene que también es posible el matrimonio entre personas
del mismo sexo. Hay todo un movimiento mundial para legalizar ese
tipo de uniones, otorgándoles todos los derechos legales y fiscales
que corresponden a los casados. Incluso el Secretario General de las
NNUU, ha salido públicamente en defensa de las familias "no
convencionales", es decir, de las formadas por homosexuales o
lesbianas, y se ha llegado a autorizar que esas parejas adopten hijos.
Este es, en breves trazos, el panorama del mundo actual: Sodoma y
Gomorra han resucitado en nuestros días. Por ello  no nos debe
llamar la atención que se hayan resucitado también cultos paganos: a
la diosa Tierra, a Diana y al mismo Satanás.
Un espíritu de impiedad reina en las regiones celestes y difunde la
inmoralidad y el vicio por todas las latitudes. "El príncipe de la
potestad del aire" (Ef 2:2) está promoviendo la perversión de toda la
moral para alejar a los hombres de Dios y poder llevarlos así más
fácilmente engañados a su reino de tinieblas, donde "será el llanto y
el crujir de dientes" (Mt 24:51).
Lo que denuncia San Pablo en Gálatas se ha convertido en moneda
común y corriente en nuestros días: "Porque manifiestas son las
obras de la carne: adulterio, fornicación, inmoralidad,
lascivia...borracheras y cosas semejantes..." Y continúa advirtiendo
"que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios".
(Gal 5:19~21)
Pero ¿y si se arrepienten? A eso contesto yo ¿se arrepentirán? Porque
nada endurece más el corazón del hombre que la inmoralidad sexual.
Satanás lo sabe y por eso la promueve y ha hecho de ella su arma
favorita.

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