PEDRITO Y EL
LOBO
Una adaptación del concierto de Sergei Prokofiev
En el claro de un bosque muy verde y frondoso vivían varios
animales, un niño, su abuelo y un lobo.
La vida era bastante tranquila en este lugar.
Todas las mañanas el abuelo salía de la cabaña para ir a cortar
leña, y Pedrito, su nieto, se quedaba jugando junto a su mejor
amigo, el pájaro.
El pájaro era un gran aviador, como todos los se su especie, y le
encantaba alardear sobre sus excelentes técnicas en el arte de
volar.
-Qué curiosa ave eres tú- le dijo un día al pato- que prefieres
pasar tus días nadando en la laguna en vez de volar.
-Más extraño me pareces tú -no demoró en responder el pato-
que te la pasas en el aire, en vez de divertirte en el agua.
Y así discutían las aves, sin darse cuenta que por perder el tiempo
en cosas sin importancia, el gato -lenta y sigilosamente- se
acercaba dispuesto a comerse al pájaro.
- ¡Cuidado con el gato! - alertó Pedrito a su amigo, quien, de no
haber sido por esta advertencia, habría terminado entre los
bigotes del gato.
Ese día, cuando el abuelo volvía cargado de leña, sorprendió a
Pedrito jugando con sus amigos cerca de la laguna. El anciano se
molestó, pues ya había advertido a su nieto de los peligros del
bosque.
-El gato, el pájaro y el pato son buenos amigos, Pedrito -le dijo el
abuelo-, pero no sucede lo mismo con el lobo. Y si sigues jugando
fuera de la cabaña cuando yo no estoy, podrías verte en
problemas.
Tienes que tener cuidado.
“Qué peligros puede correr un niño como yo”, pensó Pedrito.
“Si viene el lobo a molestarnos, se las verá conmigo”.
Y, seguro de que nada pasaría, Pedrito desobedecía a su abuelo
y continuaba saliendo a jugar lejos de la cabaña.
Pero llegó el día en que Pedrito y sus amigos se encontraron cara
a cara con el peligro.
De las sombras de los árboles del profundo bosque, salió un
enorme y feroz lobo gris.
El gato olió el peligro y subió rápidamente a la rama de un árbol,
el pájaro voló lo más alto que pudo, Pedrito se refugió tras las
rejas de su jardín, pero el pato, ¡ay, el pato!, no tuvo la misma
suerte.
Esta vez, por más que Pedrito alertó a su amigo y le gritó con
fuerzas que se sumergiera en la laguna, el lobo lo alcanzó y se lo
tragó de un solo bocado.
Pedrito no podía creer lo que veían sus ojos. Su cara se tornó roja
y sintió cómo en su interior el enojo se transformaba en rabia y
luego en ira.
-Te las verás conmigo- dijo furioso el niño.
Muy rápido, Pedrito ideó un plan para vengar a su amigo: el
pájaro debía revolotear alrededor del lobo para desconcentrarlo,
mientras él, con la ayuda del gato, que todavía se hallaba en la
rama del árbol, lo amarrarían con un lazo para capturarlo… No
era una tarea fácil.
El lobo, aunque era bastante feroz, no igualaba en inteligencia al
pájaro y cayó de inmediato en la trampa.
Feliz de creer que pronto podría darse otro banquete, siguió el
vuelo del pájaro descuidando lo que sucedía tras de él. Y así fue
como no vio a Pedrito lacear la soga en grandes círculos, hasta
que estuvo completamente agarrado de la cola.
El gato amarró con fuerza la otra punta de la soga al árbol y de
esa manera evitaron que el lobo escapara.
Cuando llegaron los cazadores, no podían creer que un niño tan
pequeño había sido capaz de lacear a un lobo. Y al preparar sus
escopetas para matar al animal, su sorpresa fue mayor al ver que
Pedrito se paraba frente a las armas.
-No disparen- les advirtió Pedrito con voz firme y segura- Ya lo
hemos capturado; será mejor que lo llevemos al zoológico.
Fue así como partieron rumbo al zoológico, con Pedrito a la
cabeza, convertido en un héroe. Luego iba el lobo encerrado en
una jaula y custodiado por los cazadores, y tras ellos, el gato y el
abuelo, acompañados por el vuelo del pájaro.
Mientras caminaban, el anciano miraba de reojo a su nieto.
Inquieto, se hacía una y otra vez la siguiente pregunta: “¿Y si
Pedrito no hubiese capturado al lobo?”
En el silencio de la procesión, se sintió un leve sonido… ¡Era el
pato, que saludaba desde el estómago del lobo!
En el apuro, este se lo había tragado vivo, y aunque el pato se
encontraba encerrado en su estómago, no había sufrido el menor
rasguño…