Cuentos populares con tres deseos
¿Quién no ha pedido alguna vez un deseo o ha fantaseado tan solo con la posibilidad de hacerlo?
Si pudieras pedir tres deseos, ¿qué pedirías? Pensalo bien, no vaya a ser que se te conceda algo que
no quieras...
Te invito a leer el cuento: “Los deseos ridículos”,de Charles Perrault
Para saber más: érase una vez un cuento
“Los deseos ridículos” es un cuento muy antiguo -data de 1694- de origen francés. En él se incluyó por
primera vez la frase “érase una vez” para iniciar la historia. Más tarde, el mismo autor retomó la misma
expresión en otros cuentos, hasta que acabó convirtiéndose en la fórmula típica para abrir una narración
maravillosa.
Leé el cuento “Los deseos ridículos” y, si podés, compartí la lectura con tu docente y tus
compañeros o con alguien que te acompañe en casa.
Cuentos populares con tres deseos
LOS DESEOS RIDÍCULOS.Charles Perrault
En lo profundo del bosque, en una casita tan destartalada que a duras penas lograba sostenerse en pie, vivía un
pobre leñador con su mujer.
Cada día se levantaba al alba y trabajaba sin descanso hasta el atardecer recogiendo leña, la que cambiaba en el
pueblo por un poco de harina, de sal o de legumbres. Por las noches las cigarras rodeaban la casa y canturreaba sus
historias antiguas, mientras que adentro ardía un fuego bueno y la sopa olía a hierbas recién cortadas.
El leñador y su mujer, sin embargo, no eran felices (o a lo mejor lo eran y no se daban cuenta). En lugar de
contentarse con lo que era, añoraban lo que no era, soñando con una vida menos esforzada.
—¡Qué largos son mis días de trabajo, y qué corta mi suerte! -se quejaba el leñador
- ¡Y qué cansado estoy! Debe ser por el hacha. Está tan vieja la pobre que cada vez tengo que esforzarme más para
cortar una rama. Ojalá pudiera comprarme una nueva.
— Y yo… si tan solo pudiera alguna vez vestirme como viste la marquesa y pasearme por el pueblo con aires de
gran señora -suspiraba la mujer.
Y así pasaban sus días -y sus noches- deseando y deseando en vano, pues su pobreza seguía tan flaca como siempre.
Cierto día en que regresaba a su casa resoplando bajo el peso de un enorme atado de leña, el leñador tropezó y
cayó en el suelo. Sintiéndose entonces el ser más desdichado , comenzó a quejarse amargamente a los Cielos.
— Heme aquí tirado, el más desgraciado de los hombres. No sé quiénes serán los que gobiernan mi fortuna, pero
sin duda se trata de seres que carecen de corazón. ¡No se han dignado a concederme tan siquiera el más
insignificante de los muchos deseos que les he pedido en todos estos años!
En ese momento, el cielo se cubrió de nubarrones tan espesos que la noche cayó sobre el bosque.
— ¡Sólo esto me faltaba! Va a llover y yo en el medio del bosque -continuó lamentándose el leñador.
Apenas terminó de pronunciar estas palabras un relámpago partió el cielo en dos pedazos y un trueno
retumbó , a través del trueno se oyó una voz.
—¡Ya bastaaa! ¡Basta de tanta queja
El leñador, aturdido, no podía creer a sus ojos (ni a sus oídos). Una nube bajó y bajó, y cuando estuvo tan cerca de él que
podía tocar las pequeñas gotas que la formaban, salió de ella un hombre muy alto de túnica blanca y con el ceño
visiblemente fruncido. Llevaba en sus manos un rayo resplandeciente.
Habrán de saber que por aquel bosque aún merodeaban los dioses antiguos, aquellos que la gente había olvidado
hacía largo tiempo, y que el enigmático aparecido no era otro que el mismísimo Júpiter, el más poderoso de todos
ellos, que había decidido descender del Olimpo para acallar las quejas que no lo dejaban dormir.
— ¡Te quejas con tanta fuerza que es imposible pegar un ojo! ¡Deja de lamentarte, buen hombre, y dime de una
buena vez qué es lo que deseas!
— Na… nada deseo, señor, nada. Ni rayos ni truenos ni nada de lo que usted tiene para ofrecer -contestó el leñador
tartamudeando por el susto.
— Deja de temblar y presta atención. Yo soy Júpiter, señor del Cielo y de la Tierra, y he venido a aliviar tus penas. Es
por eso que voy a concederte los tres primeros deseos que formules.
— ¿En verdad tienes ese poder?
— Ese, y muchos más. No olvides mis palabras: los tres primeros deseos que pronuncies con verdadero fervor se
cumplirán de inmediato, sean los que fueren. Pero no expreses tus deseos a la ligera. Regresa a tu casa y piensalos
bien, pues no te daré sino tres, y tu felicidad depende de ellos. Verás que no resulta fácil escoger un deseo cuando
se sabe que se va a cumplir.
Pronunciadas estas palabras, Júpiter desapareció en su nube, y el día volvió a ser claro y brillante.
El leñador, loco de contento, echó a su espalda el haz de leña y llevado por las alas de la alegría, volvió a su casa en
un santiamén, dando grandes pasos y saltos.
Y a los saltos entró en su cabaña, gritando:
— Mujercita mía, enciende un buen fuego y prepara abundante cena , somos ricos, ¡pero muy ricos!; y tanta es
nuestra dicha que todos nuestros deseos se verán por fin realizados.
Y entonces, le contó todo lo sucedido a su esposa, cuyos ojos se iban encendiendo más y más a medida que
escuchaba el relato.
— Ahora podré dejar esta miserable choza y mudarme a un palacio. Pero qué digo un palacio, ¡voy a pedir el palacio
de la mismísima marquesa! Ahí desayunaré cada mañana pastelitos de crema y leche tibia con caramelo -decía la
mujer, sin saber a ciencia cierta si tales manjares existían.
— Yo quisiera que la casa tuviera un techo que no gimiera y gotease cada vez que caen tres gotas. ¡Y una alacena
repleta de hormas de queso y de vino bien estacionado! -soñaba por su lado el marido…
— ¡Joyas y vestidos! ¡Polvos y perfumes!
— Un hacha que no se oxide ni se desafile nunca. ¡Y un buen sacón de piel para no sentir frío cuando salgo al
bosque en el invierno!
— Y por cierto que no he de estropear mis zapatos nuevos andando por el barro. Iré en carruaje, como corresponde
a una marquesa…
— Me vendría bien una mula bien robusta para cargar la leña de vuelta. Ya no soy tan joven…
En ese momento la mujer miró a su marido con sorpresa y también con cierto desdén, pues pensó que sus deseos
se habían quedado un tanto pequeñitos.
Quedaron mirándose en silencio por un breve instante, al cabo del cual ella dijo:
— No nos dejemos llevar por la impaciencia. Dejemos para mañana nuestro primer deseo, consultándolo antes con
la almohada, que es buena consejera.
— Estoy de acuerdo -respondió el hombre-. Mientras tanto, celebremos esta noche. Anda, aviva el fuego que yo
traeré el vino añejo que guardo para las grandes ocasiones.
La pareja bebió alegremente el vino y compartió unas rebanadas de pan mientras seguía haciendo castillos en el
aire.
Mientras hablaban, la mujer tomó unas tenazas y atizó el fuego; y viendo los leños encendidos dijo distraídamente:
— Con estas brasas tan buenas, ¡qué bien vendría una buena vara de morcilla!
— Es verdad, mujer. ¡Ojalá tuviéramos una aquí mismo!
Tan pronto como terminó de pronunciar esas palabras, cayó por la chimenea una morcilla muy grande, causando un
gran alboroto de chispas por toda la habitación.
Al instante la mujer lanzó un grito de indignación. ¡Habían malgastado el primer deseo en una simple morcilla! Y
entonces, hecha una furia, porque a su juicio la torpeza correspondía a su marido, la emprendió contra el pobre con
las palabras más hirientes que pudo encontrar.
— ¡Qué necio eres! Se podría pedir un palacio, oro, collares de perlas, carruajes, vestidos… ¿Y no se te ocurre
desear más que una morcilla?
— Pero mujer, ¡no he hecho más que repetir lo que tú misma acabas de decir! -se defendió el hombre. —
¡Una morcilla! De morcilla hay que tener rellenos los sesos para hacer lo que has hecho tú.
Al escuchar estas y otras injurias, el esposo, más de una vez, se sintió tentado de formular un deseo mudo. Y,
dicho entre nosotros, habría sido lo mejor que hubiera podido hacer.
Al fin, viendo que su mujer no cesaba en sus agrias palabras, perdió la paciencia y gritó furioso:
— ¡Maldita sea la morcilla que te ha desatado la lengua!
Quiera el Cielo que se te vuelva morcilla la nariz para que te calles de una buena vez. Dicho y hecho, la nariz de la
mujer se transformó al punto en una morcilla que al colgarle por sobre la boca no la dejaba hablar con naturalidad, y
menos aún gritar.
Hubo entonces unos instantes de silencio. El leñador miraba fijamente el fuego con la boca abierta mientras se
rascaba el cogote, cosa que hacía cada vez que tenía que concentrarse en sus pensamientos. A su lado, la mujer
hacía unas morisquetas muy graciosas mientras se ponía bizca tratando de ver su nueva nariz.
¡Ya se podrán imaginar el efecto sobre el rostro de aquella mujer!
“Con el deseo que me queda -pensaba el hombre- podría convertirme en rey, pero hay que pensar la tristeza que
tendría la reina cuando, al sentarse en su trono, se viera con la nariz más larga que una vara. Voy a ver qué dice, y
que decida ella: si prefiere convertirse en una reina y conservar esa horrible nariz o quedarse como una simple
leñadora con la nariz corriente, como las demás personas, tal como la tenía antes de la desgracia.”
En estos pensamientos andaba el leñador cuando su mujer, ya apaciguada, rompió el silencio.
— ¿Y bien? ¿Qué haremos ahora? –dijo en un murmullo, aunque resultaba difícil tomarla en serio, porque al hablar
la morcilla bailoteaba por su rostro como una marioneta.
— Nos queda sólo un deseo. Puedo pedir transformarse en rey, y a ti en reina. O bien puedo devolverte tu nariz.
Elije, mujer: o reina con esa nariz, o leñadora con la nariz con la que viniste al mundo.
— Pero… ¿qué clase de reina se pasea entre sus súbditos precedida de una nariz más larga que una semana sin
pan? Todos se van a reír de mí, lo sé, sobre todo la marquesa.
— Cuando se está coronada siempre se tiene la nariz bien hecha -replicó su marido tratando de conformarla.
Mucho discurrieron antes de tomar una decisión, pero como su mirada no podía apartarse de la morcilla -que a
cada gesto se movía como una rama a impulsos del viento- prefirió la leñadora conservar las narices antes que
hacerse reina y fea.
Una vez que el leñador hubo formulado el tercer deseo, su mujer corrió a mirarse en el espejo, donde comprobó con alegría
que había recuperado su nariz.
Y tocándosela una y otra vez, como si temiera perderla de nuevo, sentenció:
— Después de todo, no estoy segura de que sea cosa buena vivir como marquesa. Ese palacio se ve tan solitario y frío…
Quizás sea mejor tomar las cosas como vienen. Mientras tanto, comámonos la morcilla, puesto que es lo único que nos
queda de los tres deseos. El marido pensó que su mujer tenía razón, y cenaron alegremente, sin volver a preocuparse por las
cosas que habrían podido desear.
Para pensar sobre las decisiones de los personajes
¿Por qué habrán pedido esos deseos?
Te proponemos ubicar en el cuento la parte en la que el leñador pide el primer deseo y releer desde
ahí hasta el final.
❖ Después de releer el fragmento propuesto, escribí tus respuestas expresando tu propia
interpretación.
❖ • ¿Cómo es que el leñador y su mujer no llegan a pedir los deseos que formulan al principio de la
historia? ¿Por qué será que terminan cenando alegremente a pesar de todo?
• Según el título los deseos son ridículos. Pero los personajes del cuento nunca se refieren a sus
deseos como ridículos.
¿Quién califica entonces de ridículos a los deseos que se formulan en el cuento? ¿A vos
también te parece que son ridículos?
• El primer deseo es consecuencia de una distracción, el segundo de un momentáneo rapto de
furia. Pero antes de decidir el tercer y último deseo, el leñador reflexiona cuidadosamente
porque tiene que elegir entre dos opciones.
¿Cuáles son las opciones que considera el leñador en el tercer deseo? ¿Qué hubieses decidido
vos?
Para pensar sobre la diferencia entre los deseos del leñador y los de su mujer
¿Hay que pensar en grande o en chiquito?
El leñador y su mujer deseaban cosas muy diferentes.
¿La mujer tiene razón cuando piensa que los sueños del leñador “se habían quedado un tanto
pequeñitos ”.?¿O los sueños de la mujer deseaban cosas demasiado grandes ?
¿A vos, qué te parece?¿Considerás que lo que los personajes desean tiene que ver con sus
formas de ser?
❖ Antes de responder, releé este fragmento.
— Ahora podré dejar esta miserable choza y mudarme a un palacio. Pero qué digo un palacio, ¡voy
a pedir el palacio de la mismísima marquesa! Ahí desayunaré cada mañana pastelitos de crema y
leche tibia con caramelo -decía la mujer, sin saber a ciencia cierta si tales manjares existían.
— Yo quisiera que la casa tuviera un techo que no gimiese y gotease cada vez que caen tres gotas.
¡Y una alacena repleta de hormas de queso y de vino bien estacionado! -soñaba por su lado el
marido…
— ¡Joyas y vestidos! ¡Polvos y perfumes!
— Un hacha que no se oxide ni se desafile nunca. ¡Y un buen sacón de piel para no sentir frío
cuando salgo al bosque en el invierno!
— Y por cierto que no he de estropear mis zapatos nuevos andando por el barro. Iré en carruaje,
como corresponde a una marquesa…
— Me vendría bien una mula bien robusta para cargar la leña de vuelta. Ya no soy tan joven…
En ese momento la mujer miró a su marido con sorpresa y también con cierto desdén, pues pensó
que sus deseos se habían quedado un tanto pequeñitos.
Algunas partes del cuento nos llaman particularmente la atención porque incluyen frases y expresiones
fuera de lo común, que parecieran producir ciertos sentimientos o crear ciertos climas que nos ayudan a
imaginar mejor la historia. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el inicio:
En lo profundo de lo profundo del bosque, en una casita tan destartalada que a duras penas lograba
sostenerse en pie, vivía un pobre leñador con su mujer.
Este fragmento expresa que el leñador y su mujer vivían muy lejos y eran muy pobres, pero
de una manera especial, como si nos lo hiciera sentir. La frase “en lo profundo de lo
profundo” nos aproxima la espesura del bosque, como si nos adentráramos en él una vez y
luego una vez más. La palabra “destartalada” nos ayuda a imaginar cuán frágil era su
morada. Todo eso nos provoca un sentimiento de afecto, y quizás también un poco de pena,
por los personajes.
Te propongo que elijas un pequeño fragmento que te guste mucho porque la forma en que está
escrito te produce algo especial, y que lo transcribas a continuación.Explicar qué sentimiento te
produce ese fragmento y cuáles de las expresiones o palabras te llaman particularmente la
atención en él.
• Fragmento elegido:
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• Lo elegí porque:
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¿Qué habría pasado si…?
En este cuento, el primer pedido del leñador inicia una secuencia en la que cada deseo es
consecuencia del anterior. ¿Qué habría pasado, entonces, si en lugar de una morcilla el
leñador hubiese pedido otra cosa? La historia habría sido bastante diferente.
Por ejemplo, si el leñador -porque sentía frío- hubiese dicho sin querer:
— “¡Ojalá que el fuego de este hogar ardiera con más fuerza!”.
El segundo deseo podría haber sido:
— “¡Que los duendes del bosque apaguen este fuego!”.
Y el tercer deseo quizás hubiese podido ser:
— “¡Que se vayan estos diablillos tan traviesos, que lo han dejado todo patas para arriba, y bien
se ve que ha resultado peor el remedio que la enfermedad!”.
Pensá qué habría pasado si el primer deseo del leñador hubiese sido:
❄ que el nogal diera nueces gigantes ese año.
❄ que la sopa brotara de su olla sin parar.
❄ que él y su mujer pudieran volar hasta la luna.
❄ que su hacha trabajase por sí sola, para no tener que esforzarse al derribar los árboles.
• Elegí el que más te guste y anotalo aquí. ¿Cuál hubiera podido ser el segundo
deseo en ese caso?
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Ahora, te invito a que escribas el cuento,según lo que interpretaste,mediante una reseña.