Diálogo sobre la Misa y la Eucaristía
Diálogo sobre la Misa y la Eucaristía
Cuando lleguemos al momento de la respuesta, si bien tal vez no estés de acuerdo conmigo, sin
embargo podrás ver que los católicos tienen una montaña de evidencia bíblica para hablar de la
Misa. La de los católicos es una posición que ciertamente se puede mantener no sólo con
evidencia bíblica, sino también histórica, y se enmarca muy bien en la visión global de salvación,
según lo ha revelado Dios. Y si no llegamos a coincidir en todo, entonces quedará claro que en los
textos bíblicos no todo es claro y evidente, y gente que se acerca a la Biblia honestamente puede
tener desacuerdos. Nosotros leemos la Biblia - tú y yo - a través del cristal de la tradición, yo de
una tradición que lleva dos mil años, tu a través de una que lleva quinientos.
Según entiendo, tu pregunta se puede resumir así: ¿Cómo puede ser la Misa, es decir, el
ofrecimiento incruento de Cristo, un verdadero sacrificio, mientras que a la vez los católicos
niegan que sea un re-sacrificar a Jesucristo? Si en verdad es un sacrificio, ¿no es eso negar y
contradecir directamente las Escrituras, que nos enseñan que Jesucristo se sacrificó de una vez y
para siempre? ¿No es suficiente aquel sacrificio de Cristo? ¿Por qué debemos acudir a otros
repetidos sacrificios? ¿Cómo podemos llamar al sacrificio de Cristo “ofrenda”, y al mismo tiempo
llamar “ofrenda” a la Misa? ¿No hacen injuria a Cristo los católicos celebrando “sacrificios”?
Antes que profundicemos sobre el sacrificio de la Misa, debemos preguntarnos con qué autoridad,
es decir, a partir de cuáles fuentes autoritativas sabemos nosotros qué cosa es la Eucaristía, qué
cosa representa, y como la debemos celebrar. Como un buen protestante que era, yo consideré
siempre la Cena del Señor o Comunión como un rito que celebrábamos una vez al mes para
recordar mentalmente qué cosa el Señor hizo por nosotros. Así de simple. Sin embargo, la Iglesia
Católica hoy, y la Iglesia de los primero siglos, entendieron la Eucaristía como mucho más que
eso. Entonces, ¿es la Eucaristía algo más que un simple recuerdo? ¿Cómo lo podemos saber? Y
antes que nada, el Nuevo Testamento ¿enseña todo lo que la Eucaristía es y significa? De hecho,
tenemos en las Escrituras pocos detalles de esa celebración1. Los detalles fueron dados a los
creyentes por Pablo y los Apóstoles en persona, mientras vivían y establecían sus tradiciones en
1
las Iglesias (2Tes 2,15; 3,6; 1Cor 11,2). Los escritos del Nuevo Testamento no tenían la intención
de ser manuales sobre “Cómo celebrar la Cena del Señor”. Más bien, esa información había sido
ya entregada a las iglesias y confiadas a los “superintendentes” (obispos). Las cartas
consiguientes fueron instrumentos correctivos, para enderezar abusos en lo que ya había sido
enseñado con anterioridad.
El sentido de estas líneas, antes de pasar a explicar qué cosa sea la Eucaristía, es demostrarte
que uno no puede ir a la Biblia presuponiendo que todos los detalles y explicaciones sobre todas
las cosas estarán allí claramente expresadas, como si fuese un “divino manual” de cómo celebrar
la Cena del Señor, a modo de “guía para la celebración”. Las cosas no son así 2. El hecho que los
Reformadores, reunidos en Marburg (Alemania) en 1529 no llegaron ni remotamente a un
acuerdo sobre el tema de la Cena del Señor, creo que es algo muy significativo. Cuando visité
Marburg en 1983, buscando mis raíces protestantes, vi con interés el mural que los representa,
sentados, debatiendo hasta los menores detalles, pero sin poder llegar a una conclusión unánime
sobre el significado de las Escrituras con respecto al tema. Si la evidencia bíblica es tan clara,
como algunos dicen, no entiendo por qué incluso aquellos grandes “reformadores” de la Iglesia, y
todos sus 28.000 grupos protestantes herederos de ese pensar, tengan tantas diferencias al
respecto, llegando algunos a negar que la Eucaristía (y también el Bautismo) tenga ningún valor
en el plan actual de salvación (con “plan actual de salvación” traducimos aquí lo que los
anglófonos llaman “dispensation”, “dispensación”; en la teología católica eso se llama “economía
de la salvación”). ¿Te das cuenta que hubo una sola doctrina sobre la Eucaristía por mil
quinientos años, desde el primer siglo de la historia de la Iglesia? Cuando los “reformadores”
abrieron las compuertas de la confusión, causada por la libre interpretación y el juicio privado, la
misma tomó forma de distintas escuelas dogmáticas. No habían pasado aún cincuenta años desde
las “95 tesis” de Lutero, se publicó un libro en alemán que llevaba por título: “Doscientas
definiciones de las palabras ‘Esto es mi Cuerpo’ ”
Desde la perspectiva de Lutero, desanimado por las facciones que ya comenzaban a formarse,
escribió: “Hay casi tantas sectas y creencias como cabezas; este no admite el Bautismo; aquel
rechaza el Sacramento del altar; un tercero dice que hay un mundo intermedio entre el presente
y el día del juicio; no falta quien enseña que Jesucristo no es Dios. No hay nadie, sin embargo,
por más bufón que sea, que no afirme que él está inspirado por el Espíritu Santo, y que no
considere como profecías sus sueños y desvaríos” (citado en Leslie Rumble, Bible Quizzes to a
Street Preacher [Rockford, IL: TAN Books, 1976], 22).
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Apostólicos y los demás Padres de la Iglesia son muy importantes, pues ellos son testigos
auténticos de la Tradición Apostólica “depositada en la Iglesia, al modo como un hombre rico
deposita su dinero en un banco” (San Ireneo). Esta era, de hecho, la primera y primordial fuente
de instrucción durante los primeros siglos. El principio de la Sola Scriptura simplemente no
existía; es más, los Padres rebatían a aquellos que proponían doctrinas supuestamente bíblicas
que no contaban con el apoyo de la enseñanza y Tradición Apostólica constantes. Era la Iglesia la
que trasmitía la verdad. Ella era “la columna y fundamento de la verdad” (1Tim 3,15). Martín
Lutero escribe: “Esto sí debemos concederles (a los católicos) como verdadero, a saber, que el
Papado tiene la Palabra de Dios y el oficio de los Apóstoles, y que nosotros hemos recibido las
Sagradas Escrituras, el Bautismo, el Sacramento y el púlpito de ellos. ¿Qué sabríamos de estas
cosas si no fuera por ellos? (Sermons on the Gospel of John, Chap. 14-16, 1537, en el volumen
24 de Luther’s Works, St. Louis, Missouri: Concordia Publi. House, 1961, 304).
De modo que no contestaré a tu pregunta recurriendo solamente a la Biblia, aunque por cierto
haré eso también; consultaré también a los Padres de la Iglesia, porque respeto el modo cómo
ellos interpretaron los textos y las enseñanzas. Ireneo dice que Clemente, “vio a los santos
Apóstoles y conversó con ellos, sonándole aún en sus oídos sus predicaciones, y teniendo las
autenticas tradiciones ante sus propios ojos. Y él (Clemente) no era el único; vivían aún muchos
que habían sido instruidos por los Apóstoles... En el mismo orden y con la misma sucesión la
auténtica tradición recibida de parte de los Apóstoles y entregada por la Iglesia, y la predicación
de la verdad, han sido confiadas a nosotros”. (Adversus Haereses, 3.3.2s). Yo respeto sus
enseñanzas - debo admitirlo - más de lo que lo hacen los evangélicos de hoy en día, que han
tirado por la borda y contradicho quince siglos de presencia y guía del Espíritu Santo en su
Iglesia. Encuentro particularmente curioso cuánto aprecian, muchos evangélicos, a sus profesores
y maestros actuales, y a la vez cuánta ignorancia tienen de aquellos primeros maestros, maestros
ciertamente extraordinarios.
¿Qué es la Misa?
Con este breve trasfondo, vayamos un poco más adelante. Preguntas qué significa la palabra
“Misa”. En sí misma la palabra es insignificante. Viene de la conclusión latina de la celebración,
cuando el sacerdote despide la asamblea con las palabras: Ite, Missa est, que literalmente
significa: “Id, es ya el final”. El uso prolongado de este saludo final hizo que la palabra “Misa”
significase toda la celebración.
La Misa es una liturgia o servicio muy amplio y profundo, que contiene misterio y tipología.
Incorpora la belleza y el poder de la Pasión de Cristo, recreándola frente a nuestros ojos. Es
simbólica y es real, de lenguaje simple y a la vez tipológico. Es paradojal y a la vez simple.
Contiene toda la dignidad, profundidad, simbolismo, hondura y realidad espiritual que se
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esperaría del acto de culto central de la Iglesia fundada por Jesucristo y los Apóstoles. Incorpora
toda la tipología del Antiguo Testamento, que era su sombra. La Misa fue profetizada por
Malaquías (Mal 1,11), como lo entendió la Iglesia primitiva (lo veremos más adelante). “Misa” es
simplemente otro título del servicio divino, de la liturgia, del compartir el Cuerpo de Cristo en la
Cena del Señor.
¿Significa la Misa un verdadero sacrificio? Si, de varios modos. Describo el más sencillo en primer
lugar. En el Antiguo Testamento, un sacrificio comenzaba con una ofrenda, algo que era llevado
solemnemente ante la presencia de Dios, y allí ofrecido a Él. Este es el primer sentido de “oferta”
o “sacrificio” en la Misa. El pueblo de Dios se reúne alrededor de la mesa del Señor (es decir, del
altar, el lugar del sacrificio; Mal 1; 1 Cor 10,21). A los Israelitas Dios les manda que traigan las
primicias de la tierra para ser puestas en el altar y ofrecer así su adoración. “ ‘Y ahora, he aquí he
traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, Señor’. Y lo dejarás delante del Señor tu
Dios, y adorarás delante de Señor, tu Dios” (Dt 26,10).
Durante el ofertorio, traemos dos cosas para depositar en el altar. Pero antes que nada, ¿es el
“altar” un concepto del Nuevo Testamento, o es resabia perimida del Antiguo? La Iglesia Católica
tiene un altar (Heb 13,10; 1 Cor 10,21; etc). Ignacio de Antioquia (35-107 d.C.) y los primeros
creyentes cristianos coinciden: “Asegúrense, por lo tanto, de que todos celebren una común
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Eucaristía; porque hay uno sólo Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, y una sola copa de unión
con su Sangre, y un solo altar del sacrificio, del mismo modo como hay también un solo obispo,
con su clero y mis compañeros servidores, los diáconos. Esto asegurará que todo lo que hagáis
estará de acuerdo con la voluntad de Dios” (Carta a los de Filadelfia 4, escrito alrededor del 106
d.C.). Nota las cuatro palabras claves que constantemente aparecen: cuerpo, sangre, altar y
sacrificio. El estudioso protestante J. N. D. Delly comenta sobre esta última cita: “La referencia de
Ignacio a ‘un solo altar, del mismo modo como hay también un solo obispo’ nos revela que él
también pensaba [en la Eucaristía] con términos de sacrificio”.
También hay un altar en el Cielo, de oro (Is 6,6; Ap 6,9; 8,3.5; 9,13; 11,1; 14,18; 16,7). Da la
impresión que no podemos escapar de los altares..., comenzando con las ofertas sacrificiales de
los hijos de Adán, pasando por Abraham, y llegando a la Cruz y la Mesa del Señor, el altar al que
se refería el autor de la carta a los Hebreos; e incluso al final mismo del texto inspirado vemos
que Dios no nos dispensó de los altares en esta nueva “era espiritual” en los cielos, sino que
vemos que tiene un altar “de oro” frente a su trono, y el Cordero del sacrificio eternamente ante
sus ojos. Impresionante. Los católicos tienen altares que representan tanto la Cruz del Señor
como su Última Cena (en realidad una misma cosa); los protestantes tienen una mesa delante en
sus templos que no es para nada un altar. De todos modos, aún conservan los así llamados “altar
calls”, es decir, los llamados al altar, cuando invitan a la gente a venir adelante y recibir a Cristo.
Es muy irónico ver cómo usan todos los símbolos de los católicos pero vacíos de su auténtico y
original contenido. Retomaremos este tema más adelante.
Estos dones, reales y simbólicos, son traídos ante la presencia del trono de Dios; ellos
representan a los creyentes, nosotros, que ofrecemos sobre el altar no solamente dones, sino
también - y principalmente - a nosotros mismos, nuestras familias, todo lo que somos y tenemos.
Cuando veo una familia, en la celebración dominical, llevando al altar los dones de pan y vino, me
veo a mí mismo y a todo lo que poseo siendo recibido por el sacerdote y depositado sobre el
altar. Me entrego a la Cruz, renuevo mi entrega a Dios, entrego mi vida como Él entregó la suya,
me entrego a la voluntad de Dios, soy nuevamente ofrecido a Dios como sacrificio viviente y
santo. Él toma lo poco que le puedo ofrecer, y lo convierte en el mismo Cristo. Todo lo que soy es
consumido por el Padre, no ya en llamas de inmolación como sucedía en el Antiguo Testamento,
sino en una ofrenda y una bendición de acción de gracias y de aceptación. Me da la impresión que
los católicos, frecuentemente, no se dan cuenta de la belleza de la Misa, como probablemente tú
cuando eras un joven católico; esto sucede porque no leemos lo suficiente, no estudiamos, no
rezamos, no practicamos suficientemente estos misterios tremendos. Es una verdadera lástima
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cuando estos riquísimos misterios están delante de nuestros ojos y nosotros no los advertimos.
Jesús regañaba a sus seguidores, como lo hace aún hoy, diciéndoles ”Tienen ojos y no ven...” (Mc
8,18).
Llevamos al altar el vino y el pan, frutos de la tierra, dones de Dios, elaborados por las manos del
hombre. Tomamos algo que Él nos dio, lo convertimos en pan y en vino, y le devolvemos parte
de sus dones. Damos gracias a Dios por sus dones, por la vida, por los frutos de la tierra.
“¡Bendito seas por siempre, Señor!”.
Ahora bien, el pan y el vino están sobre el altar. ¿Qué sucede luego? Sabemos que Jesús no dijo
que el pan y el vino “representaban” su Cuerpo y su Sangre (aunque sí en arameo existen las
palabras para “representar”, que bien hubiese Él podido usar, si hubiese tenido esa intención),
sino que dijo que el pan y el vino son su Cuerpo y su Sangre. De hecho algunos estudiosos
piensan que la palabra “cuerpo” en griego estaría traduciendo la palabra “carne” en arameo (la
lengua que usó Jesús), ya que no hay una palabra más exacta para significar “cuerpo” en arameo
que la palabra “carne”. De modo que Jesús estaría diciendo “Esta es mi carne”. ¿Suena bastante
católico, verdad?
La Presencia Real de Jesús en la Eucaristía no fue jamás negada en la Iglesia primitiva, excepto
por los gnósticos. ¿Por qué negarían los gnósticos la Presencia Real? Porque ellos consideran a
Jesús como sólo un hombre, y Cristo sería un espíritu que vino sobre Jesús, es decir, serían Jesús
y Cristo dos entidades distintas. Cristo no tuvo, según esta doctrina, un cuerpo real, y por lo
tanto no puede existir tal cosa como Presencia Real del Cuerpo y Sangre de Cristo en la
Eucaristía. Los Padres de la Iglesia, curiosamente, argumentaban en el sentido opuesto: dado que
se da una Presencia Real en la Eucaristía, luego Jesús tiene que haber tenido un cuerpo real
cuando vivió en la tierra. Un argumento más que interesante, ¿verdad? ¿No te resulta llamativo
que los Protestantes sigan ahora el razonar del gnosticismo, en vez de acordar con las
enseñanzas y prácticas de los primeros cristianos? No hubo otro modo de pensar en la Iglesia de
los primeros siglos hasta bien llegado el siglo IX; y recién en el siglo XIV surgieron enseñanzas
que negaban la Presencia Real del Señor en la Eucaristía, interpretando las palabras del Señor de
un modo simbólico, en vez de literal. (¡Y pensar que son los Protestantes los que deben
interpretar todo más literalmente!)
Imagínate por un momento a Jesús siendo interrumpido por Santiago o por Juan, mientras dice
“Esto es mi Cuerpo”... Juan se apresura a corregirlo: “No, no es tu cuerpo, sólo simboliza tu
cuerpo”. Y Jesús que lo mira con atención y le dice: “¿Qué has dicho?”. Como veremos, fue eso lo
que le hizo perder la fe a Judas; fue precisamente en aquel momento de fe en la Eucaristía, que
Satanás entró en él.
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Dejaremos a un lado, por el momento, la cuestión de la Presencia Real, aunque en mi libro
escribiré sobre el tema con lujo de detalles, y seguiremos estudiando el Antiguo como el Nuevo
Testamento, la Iglesia primitiva, la Reforma y los tiempos modernos. También incluí en mi libro
Crossing the Tiber una “Breve Historia de la Reforma”; de esta reforma - como sabes - tú eres (y
yo era) descendiente.
Volviendo a la cuestión del Sacrificio: las palabras de Jesús en la institución de la Cena del Señor
están cargadas de sentido sacrificial. De hecho toma lo que era un sacrificio (la Pascua) y lo
transforma con nueva simbología y con nueva realidad. Aquello que los judíos comían cada año -
y ellos tenían que comer el cordero del sacrificio, de lo contrario no tendría ningún efecto -
simbolizaba al Cordero que habría de venir. Pero ahora que el verdadero Cordero se había
ofrecido, debían también comer el Cordero, no de modo simbólico, sino real. Corderos temporales
- Cordero Eterno. Los primeros eran símbolos, el segundo - Realidad. Los judíos previamente
comían el símbolo, mientras que el nuevo Pueblo de Dios come la Realidad. ”Esto es mi Cuerpo
que será entregado por vosotros”. ¡Palabras por cierto extrañas! Cuando vemos estos pasajes en
el original griego, y a la luz de la cultura judía - cosa que haremos enseguida - descubrimos que
hay un uso extenso de terminología sacrificial.
Pero antes de entrar a ver la naturaleza sacrificial de la Eucaristía, recordemos algunos pasajes
importantes de la Escritura: “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos... Entonces Jesús dijo:
-Haced recostar a la gente. Había mucha hierba en aquel lugar. Se recostaron, pues, como cinco
mil hombres. Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los que
estaban recostados... Cuando fueron saciados, dijo a sus discípulos: -Recoged los pedazos que
han quedado... Entonces, cuando los hombres vieron la señal que Jesús había hecho, decían: --
¡Verdaderamente, éste es el profeta que ha de venir al mundo!” (Jn 6,4.10-14).
La palabra griega para “gracias” es “eucaristeo”, de donde proviene nuestro uso de la palabra
“Eucaristía”. Juan, intencionalmente, repite esta palabra en el versículo 23, donde debe ser vista
como una alusión a la intención eucarística del pasaje. Esta conclusión se justifica aún más si
consideramos que el evangelio fue escrito al final del primer siglo, cuando la Cena del Señor era
llamada, técnicamente, Eucaristía, como queda claro de las cartas de San Ignacio de Antioquia,
discípulo de Juan (ver por ejemplo su carta a los Efesios 13, a los de Filadelfia 4, a los de Esmirna
7), y tantos otros. El estudioso protestante Oscar Cullman escribe: “El largo discurso de Jesús en
el evangelio de Juan... ha sido considerado desde tiempos antiguos por la mayoría de los
exegetas un discurso sobre la Eucaristía... Aquí el autor hace que el mismo Jesús establezca la
separación entre el milagro de la multiplicación material del pan material y el milagro del
7
Sacramento” (Early Christian Worship, traducido por A. Stewart Todd and James B. Torrance,
Philadelphia, Westminster Press, 1953, p. 93).
Este es el único milagro obrado por Jesús en su ministerio terreno que ha sido registrado por los
cuatro evangelistas, demostrando así la importancia del evento. Jesús establece el escenario para
el discurso del “Pan de Vida”, que “ha bajado del cielo”. Con la multiplicación de los panes Jesús
demuestra su poder para proveer de pan a todos, preparando una mesa en el “desierto”, que es
un modo velado de hablar del mundo. Pronto veremos que Jesús explica que el pan que él ofrece,
en la Eucaristía, es su carne, que “es ciertamente comida” que será suministrada a través de su
Iglesia a todos los hombres, en todos los lugares, de todos los tiempos.
El tono sacrificial usado por los evangelistas en los evangelios sinópticos sugiere que los
primitivos cristianos asociaban ya desde antiguo el milagro de los panes con la Eucaristía,
teniendo en cuenta que los evangelios fueron escritos en la segunda mitad del primer siglo. El
histórico protestante y anti-católico Philip Schaff escribe: “Aquí el más profundo misterio del
cristianismo toma cuerpo una y otra vez, y la historia de la Cruz se reproduce ante nuestros ojos.
Aquí la alimentación milagrosa de los cinco mil se perpetúa espiritualmente... Aquí Cristo... da su
propio cuerpo y sangre, sacrificados por nosotros... como comida espiritual, como el verdadero
pan que baja del cielo” (History of the Church, Grand Rapids, MI, Eerdmans, 1980, 1:473).
En esta narrativa, Juan nos da una hermosa descripción de la Iglesia: “toda la gente” que hacían
cinco mil personas (sin contar mujeres y niños) representan la Iglesia universal, reunida en
“pequeños grupos” de cincuenta y de cien, que representan a las iglesias locales, todas
alimentadas por Cristo, el gran Sumo Sacerdote, que distribuye “el pan” a todos, a través de las
manos de sus sacerdotes, los Apóstoles. Más adelante, en el mismo capítulo, Jesús explica que el
pan es su carne, que debe ser comida, así como debía comerse la carne del Cordero Pascual. Está
poniendo de este modo el fundamento para la futura enseñanza apostólica y para los
sacramentos de la Iglesia.
Después de la multiplicación de los panes, Jesús dice: “Yo soy el pan vivo que descendió del
cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré por la vida del mundo
es mi carne. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne? Y Jesús les dijo: --De cierto, de cierto os digo que si no coméis la carne del Hijo
del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida,
y mi sangre es verdadera bebida... Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y
ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también? Le
respondió Simón Pedro: -Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 51-
55, 66-68).
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¿Cómo aceptarían los primeros destinatarios del evangelio de Juan? No olvidemos que este
evangelio fue escrito entre el 90 y el 100 d.C. Según George Beasley-Murray, tal vez el exegeta
bautista más importante en estos tiempos, “no es necesario interpretar el texto exclusivamente
en el sentido del cuerpo y sangre de la última cena del Señor; sin embargo, es evidente que ni el
evangelista ni sus lectores cristianos pudieron haber escrito o leído estos dichos de Jesús sin una
referencia conciente a la Eucaristía; por lo menos hay que decir que ellos reconocieron el evento
de la cena del Señor como el cumplimiento más perfecto (de lo dicho en el discurso del Pan de
Vida)”. Ver George Beasley-Murray, John, vol. 36 del Word Biblical Commentary, Waco, TX, Word
Books, 1987, p. 95).
En este discurso parecería como si Jesús se decide hablar de un modo particularmente difícil,
deseando asustar a sus discípulos innecesariamente... Les habló palabras duras de entender,
invitándolos, aparentemente, a ser caníbales; como resultado, muchos se escandalizaron y se
alejaron definitivamente de él. La palabra griega que Juan usa para “comer”, no es la que se usa
habitualmente para describir una delicada cena: es la expresión griega que significa “morder”,
“comer ruidosamente”, y se podría traducir como “masticar” su carne (ver Raymond Brown, The
Gospel according to John I-XII [New York, NY: Doubleday, 1966], 283). “Este escándalo – dice
Cullman – pertenece ahora al Sacramento, del mismo modo que el escándalo contra el cuerpo
humano pertenece al divino Logos” (Oscar Cullman, Early Christian Worship, 100). Y los
Protestantes de tradición Anabaptista y Zwingliana sí se escandalizan por la Eucaristía. Este es el
único caso (en el evangelio), al menos que haya sido registrado, de discípulos que se alejan de
Jesús por una cuestión doctrinal. Como Protestante, yo también me había escandalizado y alejado
del significado real de estas palabras. ¿Por qué Jesús no detuvo la desbandada de los discípulos?
El hubiese podido, con facilidad, decirles: “Esperen, ¿no ven que estoy hablando de un modo
simbólico? Retornad, pues les estaba hablando de modo figurativo”. Como no lo hizo, muchos de
sus discípulos se alejaron de él. Pero los Doce permanecieron con él: se dieron cuenta de que sus
palabras eran palabras de vida eterna.
Este pasaje fue entendido, desde los primeros días de la Iglesia, como una explicación que
anticipa la Eucaristía. San Basilio Magno (330-379 d.C.) escribió en su epístola Al patricio
Coesaria, sobre la Comunión: “Es bueno y saludable comulgar todos los días, y participar así del
santo cuerpo y sangre de Cristo. Porque él lo dice con gran claridad: el que come mi carne y bebe
mi sangre tiene vida eterna” (The Nicene and Post-Nicene Fathers, 2d. series, 8:179). Según
Raymond Brown, “hay dos grandes indicaciones que nos llevan a pensar que aquí (en Juan 6) se
está hablando de la Eucaristía. La primera indicación es la insistencia de Jesús sobre la necesidad
de comer y alimentarse de su cuerpo y su sangre: no podemos tomar estas palabras como una
simple metáfora que nos hablaría de “aceptar su revelación”... De modo que si queremos atribuir
a las palabras de Jesús en Juan 6,53 un sentido positivo, debemos referirlas a la Eucaristía:
‘Tomad, comed: esto es mi cuerpo; ... bebed ... esta es mi sangre’. La segunda indicación
que se refiere a la Eucaristía es la fórmula que encontramos en Juan 6,51, donde Juan nos habla
de ‘carne’, mientras los evangelios sinópticos, contando la Última Cena del Señor, nos hablan de
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su ‘cuerpo’. Sin embargo, hay que saber que no hay una palabra hebrea o aramea para ‘cuerpo’,
como entendemos nosotros esta palabra; por este motivo, muchos estudiosos mantienen que en
la Última Cena lo que Jesús verdaderamente dijo fue el equivalente arameo de ‘Esto es mi
carne’.” (The Gospel According to John I-XII, 284-285). Debemos recordar una vez más que Juan
escribió su evangelio entre el 90 y el 100 d.C.; de este período se conservan documentos que
demuestran que la Eucaristía era claramente celebrada por la Iglesia Católica, en todo el Imperio
Romano, como la participación en el cuerpo y la sangre de Cristo literalmente. Si la Eucaristía
debía tomarse en sentido simbólico, y cualquier otra práctica se hubiese visto como idolatría,
Juan hubiese podido aclarar fácilmente la doctrina, como de hecho le gustaba aclarar en su
evangelio (ver Jn 1,42; 21,19). Hubiese podido aclarar a sus lectores que se trataba de un modo
simbólico de hablar, y no significaba lo que los primeros cristianos pensaban que significaba. Pero
Juan escribió un evangelio sacramental, y sabía exactamente lo que estaba escribiendo, y porqué.
Luego leemos las palabras de Jesús a Judas en el mismo contexto de Juan 6: “Jesús les
respondió: ¿No os escogí yo a vosotros, los doce, y sin embargo uno de vosotros es un diablo? Y
Él se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste, uno de los doce, le iba a entregar” (Jn
6,70-71).
El contexto del pasaje es siempre importante para su interpretación. Mientras se lee la Biblia, hay
que preguntarse siempre cosas como ¿por qué pone el autor este evento en este lugar, y no en
aquel otro? O bien ¿qué conclusión espera de nosotros el autor al poner estas palabras en este
contexto? En nuestro pasaje, nos parece contextualmente significativo que Juan mencione la
traición de Judas en este lugar de su narración. ¿Dónde encontramos nuevamente, en los
evangelios, el evento de la traición de Judas? En cada uno de los evangelios la mención de
Satanás que entra en Judas se menciona en el contexto de la Última Cena. Cada evangelio
comienza el relato con el aviso que era la Pascua, y termina con la aserción de que Satanás entró
en Judas – exactamente como en Juan 6. Y esto se explica porque Juan enmarca su discurso
eucarístico en el capítulo 6 de tal modo que el lector vea el claro paralelo con los relatos
sinópticos de la Cena del Señor. El primer versículo de Juan 6 dice que Jesús dio su discurso
sobre la necesidad de “comer su carne” durante la Pascua. La mención que luego hace de Judas
parecería totalmente fuera de lugar aquí, excepto si se entiende dentro del marco “eucarístico” de
todo el capítulo. ¡Qué maravillosa es la Biblia!
La institución de la Eucaristía
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Pasemos ahora a ver la institución de la Eucaristía, según la trae el evangelio de Marcos (escrito
en la última parte del primer siglo). Marcos escribió: “Y mientras comían, tomó pan, y habiéndolo
bendecido lo partió, se lo dio a ellos, y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando una copa,
después de dar gracias, se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Y les dijo: Esto es mi sangre
del pacto, que es derramada por muchos.” (Mc 14,22-24). Parece que Jesús, intencionalmente,
usa terminología de Éxodo 24,8: “He aquí la sangre del pacto que el Señor hizo con vosotros,
según todas estas palabras”. Es aquí, como notarán, que Jesús cumplió lo prometido en Juan 6:
“Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre”. ¿Qué palabras podrían ser más claras que estas? En ese
momento Jesús y los Apóstoles estaban comiendo la cena de la Pascua, el cordero del sacrificio,
que era la prefiguración del cuerpo del Señor, y ahora, sentados en esa misma mesa, Jesús
levanta un pedazo de pan y dice: “Esto es mi cuerpo”.
Es interesante notar que en el texto griego, el sustantivo “cuerpo” lleva un artículo definido que,
según la gramática griega, hace que la expresión aparezca con particular fuerza, cosa que se
pierde en la traducción al español. Literalmente podríamos traducirlo como “este aquí es mi
cuerpo”; se está declarando que esto (el pan) es mi cuerpo. Jesús dijo estas palabras en
arameo, la lengua que hablaban él y sus Apóstoles. Algunos estudiosos piensan que las palabras
de Jesús aquí fueron “Esto es mi carne”, ya que no hay una palabra aramea para designar
“cuerpo”, sino “carne”. Lo cual se entendería muy bien con aquello de Juan 6, cuando Jesús dice:
“vosotros debéis comer mi carne y beber mi sangre”.
Ahora vemos lo que nos dice Lucas en su evangelio: “Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa, y
con Él los apóstoles, y les dijo: Intensamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes
de padecer; porque os digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de
Dios. Y habiendo tomado una copa, después de haber dado gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo
entre vosotros; porque os digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que
venga el reino de Dios. Y habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les
dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De la
misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en
mi sangre, que es derramada por vosotros.” (Lc 22,14ss).
Pablo y Lucas agregan los elementos de “memoria”, “recuerdo” (griego “anamnesis”), que no
incluye Marcos o los demás evangelios. Hay indicaciones de desarrollo litúrgico aún en el Nuevo
Testamento mismo (ver The Study of Liturgy, ed. por Cheslyn Jones, Geoffrey Wainwright,
Edward Yarnold, and Paul Bradshaw [New York, NY: Oxford Univ. Press; 1978, 1992], 204). La
palabra “memoria” es un término sacrificial, y se usa en la versión griega de los Setenta (se llama
la versión de “los Setenta” a la versión griega del Antiguo Testamento, que era ampliamente
usada en los tiempos de Jesús). “En Lev. 24,7 la palabra anamnesis traduce el hebreo “azkarah”,
que era una sacrificio memorial ... Este sacrificio particular (azkarah) era entendido como un
recuerdo perpetuo de la alianza” (Dictionary of New Testament Theology, ed. por Colin Brown
[Grand Rapids, MI: Zondervan Publ., 1979], 3:239). Anamnesis se usa en Números 10,10, donde
11
nuevamente hace mención al sacrificio, por lo cual la expresión de Jesús en la Última Cena sin
duda tenía para sus oyentes un carácter sacrificial. No podemos pensar que pasó inadvertido a
Jesús, en aquel momento crucial de la Última Cena, el hecho que la palabra anamnesis (o su
equivalente en arameo) tenía esa significación sacrificial... Más bien debemos pensar que lo que
Jesús está haciendo es, precisamente, dar un contexto sacrificial a esa Eucaristía que instituye
durante la celebración judía de la Pascua; Pablo, en 1 Corintios, parece que captó muy bien este
aspecto.
Lo reconocieron…
Finalmente con respecto a Lucas, me gustaría comentar uno de los momentos más interesantes
del Nuevo Testamento. Parece evidente que se está haciendo referencia en este pasaje a la
Eucaristía, ya sea por el uso de la misma terminología, por el escenario de la historia, y por la
fecha en que fue escrito el evangelio. Leemos en Lucas: “Y he aquí que aquel mismo día dos de
ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. Y
conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras
conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. Pero sus ojos estaban
velados para que no le reconocieran. Y Él les dijo: ¿Qué discusiones son estas que tenéis entre
vosotros mientras vais andando? ... Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón
para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas
estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los
profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras. Se acercaron a la aldea adonde
iban, y Él hizo como que iba más lejos. Y ellos le instaron, diciendo: Quédate con nosotros,
porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que al
sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. Entonces les fueron
abiertos los ojos y le reconocieron; pero Él desapareció de la presencia de ellos. Y se dijeron el
uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino,
cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y
hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos ... Y ellos contaban sus experiencias en
el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan.” (Lc 24,13-17.25-33.35).
¡Qué modo en verdad extraño que tienen estos viajeros de contar cómo y cuándo reconocieron
que era Jesús! ¡Y qué modo extraño de concluir con la narración evangélica! Después de su
resurrección, Jesús les estaba explicando las Escrituras, mientras caminaban juntos. “Y
comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en
todas las Escrituras”. Este tiene que haber sido uno de los sermones explicativos más hermosos
de todos los tiempos, ¡predicado por el mismo Jesús! Sin embargo, aún siendo el mismo Jesús el
que les explica las Escrituras, ellos no entendieron quién era Él. Pero, cuando Jesús tomó el pan,
lo partió, lo bendijo y se los dio “les fueron abiertos los ojos y le reconocieron”. Este es un paso
12
muy interesante: los discípulos no presentan el “descubrir a Jesús” como consecuencia de una
“predicación bíblica”, sino que más bien declaran que “le habían reconocido en el partir del pan”
(Lc 24,35). Es de notar que Lucas emplea aquí las mismas palabras que Jesús usó unos capítulos
antes, cuando instituyó la Eucaristía (tomó, bendijo, partió y dio). Las únicas veces que el Nuevo
Testamento emplea estas palabras de esta manera son cuando el evangelista habla de la
Eucaristía y... aquí en Lc 24. ¿Estaba Lucas tratando de decir algo, al cerrar su evangelio con este
relato histórico? Raymond Brown escribe: “La insistencia que demuestra Lucas de explicar que los
discípulos reconocieron a Jesús en el partir el pan, ha sido tomada comúnmente como una
enseñanza eucarística, de modo de poder convencer a la comunidad de que también ellos podían
encontrar a Jesús resucitado en el partir el pan eucarístico” (The Gospel according to John I-XII,
1100).
De cualquier modo que sea, vayamos ahora a las palabras de Pablo en 1 Corintios, sin perder de
vista Malaquías 1,11. Pablo escribe: “Porque yo recibí del Señor lo mismo que os he transmitido:
que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió
y dijo: Esto es mi cuerpo que es para vosotros; haced esto en memoria de mí. De la misma
manera tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto
en mi sangre; haced esto cuantas veces la bebáis en memoria de mí. Porque todas las veces que
comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que Él venga. De
manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo
y de la sangre del Señor” (1Co 11,23-27).
Pablo confirma aquí las palabras de Jesús y la tradición oral de la Iglesia, ya que estas cosas no
se habían escrito aún en los evangelios. De hecho, si damos un vistazo a la cronología, 1
Corintios es probablemente la primera evidencia escrita de las palabras de Jesús en la Última
Cena. Digamos un par de cosas sobre este pasaje, antes de seguir adelante.
Las palabras “recibir” y “transmitir” son palabras técnicas usadas para la trasmisión de la
tradición apostólica (ver también 1 Cor 15,3). Los corintios no aprendieron sobre la Cena del
Señor leyendo el Nuevo Testamento. Lo aprendieron por la tradición entregada o transmitida por
Pablo mediante enseñanza oral y ejemplos (2 Cor 11,2; 2 Tes 2,15; 3,6), tradición que Pablo, a
su vez, recibió directamente del Señor, o tal vez directamente de los Doce Apóstoles (Gal 1,18,
etc). Las cartas del Nuevo Testamento no tuvieron nunca la intención de reemplazar la tradición
enseñada por los Apóstoles, Palabra Viva de Dios entregada personalmente (1 Tes 2,13). Las
cartas de Pablo no se enviaban ni eran vistas como “manuales de iglesia” con instrucciones
completas sobre la Cena del Señor, ya que los de Corinto ya habían sido instruidos
convenientemente por el mismo Pablo, en persona. Sus cartas tenían como finalidad corregir
13
abusos y prácticas defectuosas que se habían introducido en la práctica religiosa de los fieles de
Corinto. La fe había sido entregada oralmente, por la instrucción hecha por parte de los apóstoles
a los santos (Judas 3), es decir, a la Iglesia. Las cartas fueron enviadas mucho más tarde para
alentar y exhortar las iglesias en lo que ellas ya sabían por tradición (1 Cor 4,17; 2 Pe 3,1-2).
Con respecto a la palabra “memoria”, debo hacer algunos comentarios. Según Thomas Howard,
en su libro Evangelical Is Not Enough (San Francisco, Ignatius Press, 1984), la palabra “memoria”
no expresa el contenido último de la palabra griega “anamnesis”, que es usada en el momento de
la institución de la Eucaristía. “La palabra sugiere una memoria que, a la vez, significa un ‘hacer
presente’ (106). El Theological Dictionary of the New Testament usa la palabra re-presentación y
“el hacer presente por parte de la comunidad, al Señor que instituyó la Cena” (1:348). “Este re-
llamar o re-presentar significa que algo ‘pasado’ se hace ‘presente’, algo que, aquí y ahora, nos
afecta vital y profundamente. En otras palabras, la Eucaristía es el hacer presente al verdadero
Cordero Pascual, que es Cristo… De este modo, desde los primeros días, la Iglesia entendió la
Eucaristía como el ‘re-presentar’ del sacrificio de Cristo, con su poder salvador actual. Todas las
antiguas liturgias dejan claro que en el culto eucarístico la Iglesia experimenta el poder del
Salvador presente” (Olive Wyon, The Altar Fire, Londres, SCM Presss, 1956, 35-36). El autor
protestante Max Thurian escribió: “Este memorial no es un simple acto de recogimiento
subjetivo, es una acción litúrgica… que hace presente al Señor… que llama ante el Padre celestial,
como un memorial, el único sacrificio del Hijo, y esto lo hace presente al Hijo en su memorial”
(The Eucharistic Memorial, II, The New Testament, Ecumenical Studies in Worship, según se cita
en el Dictionary of the New Testament, editado por Colin Brown, Gran Rapids, MI, Zondervan
Publ. 1979, 3:244).
Jesús dice que el Cáliz es la Sangre de la Nueva Alianza, haciendo clara referencia a las palabras
de Moisés. Este modo de hablar y usar los términos, está sacado ciertamente del lenguaje
sacrificial del Antiguo Testamento, y Ex 24,8 en particular: “Entonces Moisés tomó la sangre y la
roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros,
según todas estas palabras.” Jesús nos está hablando de verdadera sangre, no de un vino
simbólico que representa sangre. Haciendo referencia a las palabras de la alianza de sangre de
Moisés, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza”, mientras entrega el cáliz a sus discípulos,
ordenándoles que beban su sangre, de la cual Él les había hablado y explicado extensamente en
su discurso de Juan 6.
Finalmente, una palabra con respecto a profanar el Cuerpo del Señor: ser culpable “del cuerpo y
la sangre” de alguien tenía en aquel tiempo el significado de “ser culpable de homicidio”. ¿Cómo
podía ser alguien culpable de homicidio si el cuerpo (pan) es sólo un símbolo? La presencia real
del Cuerpo de Cristo es necesaria para que se pueda cometer una ofensa contra el mismo. ¿Cómo
puede alguien ser culpable “del cuerpo y sangre de Cristo” por comer un trozo de pan o beber un
sorbo de vino? “Nadie es culpable de homicidio si comete violencia contra la imagen o la estatua
de una persona sin tocar a esa persona físicamente. Las palabras de Pablo no tienen sentido sin
14
el dogma de la Presencia Real” (Leslie Rumble and Charles M. Carty, Eucharist Quizzes to a
Street Preacher [Rockford, IL.: TAN Books, 1976], 7-8).
Me gustaría comentar un último pasaje de Pablo antes de considerar con más detalle el centro de
la cuestión, es decir, el Sacrificio Eucarístico, y el hecho de que hay un solo sacrificio ocurrido en
el tiempo, y que el sacrificio diario de la Misa es una re-presentación de aquél único y singular
sacrificio, y no una re-crucifixión de Jesús. Tenme un poco de paciencia...
Pablo continúa: “Os hablo como a sabios; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es la participación en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la
participación en el cuerpo de Cristo? Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos,
somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. Considerad al pueblo de Israel:
los que comen los sacrificios, ¿no participan del altar?... digo que lo que los gentiles sacrifican, lo
sacrifican a los demonios y no a Dios; no quiero que seáis partícipes con los demonios. No podéis
beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor y
de la mesa de los demonios.” (1 Cor 10,15-18.20-21).
¿Qué significa, en este pasaje, la palabra “participación” (griego koinonía)? ¿Se trata de lenguaje
simbólico? No, significa una participación real. San Agustín, queriendo describir lo que sucede en
la Eucaristía, pone en boca de Jesús las siguientes palabras: “Tu no me vas a convertir en ti,
como sucede con la comida corporal, sino más bien tu te convertirás en mí” (Confesiones,
7,10,16). Aún el Theological Dictionary of the New Testament de Gerhard Kittel enseña que
“koinonia denota participación, comunión, con el sentido de cercanía profunda. Expresa una
relación que es mutua. Significa participación, comunicación, comunión”.
San Juan Crisóstomo dice: “Porque, ¿qué cosa es el pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Y en qué cosa se
convierten los que participan de él? En el Cuerpo de Cristo: no muchos cuerpos, sino en un solo
cuerpo” (Homilía sobre 1 Corintios). No sólo participamos con un gesto simbólico, sino que, como
lo dice claramente Pablo, participamos en verdad del cuerpo y sangre de Cristo. ¿Cómo podría ser
eso así, si la participación es meramente simbólica? Los evangélicos fundamentalistas se
atribuyen la cualidad de ser los que toman la Biblia en su sentido más literal: la Biblia dice lo que
quiere decir, y quiere decir lo que dice. Sin embargo, como buen fundamentalista que era, no
dudaba en dejar de lado el sentido literal de estos pasajes, como así también la interpretación de
la Iglesia primitiva, para poder quedarme con la Biblia según la tradición fundamentalista en la
que había sido instruido y la que había aceptado.
La Eucaristía representa, también, la unidad del Cuerpo de Cristo, que los Protestantes han
quebrado. No hay ejemplo más fuerte de la unidad del Cuerpo de Cristo que el ejemplo del pan y
del vino. El pan está hecho de muchos granos separados, que son recogidos y triturados para
obtener la harina, de la cual se amasa y hornea un solo pan. La uvas, originalmente separadas,
son cosechadas y trituradas para obtener el fruto de la vid, el vino. Así como los muchos granos
15
forman un solo pan, también nosotros, cuando comemos ese único pan, el Cuerpo de Cristo, nos
transformamos en un solo cuerpo. Nos convertimos en su cuerpo de un modo muy real, al
participar y comer su Carne y beber su Sangre. Recuerda que Pablo enseña que comemos de un
solo pan, lo cual indica el cuerpo real de Cristo, ya que si nos atenemos al símbolo exterior,
comemos panes separados, distintos. Los católicos comen de un solo pan, Cristo resucitado, el
Pan de Vida.
Pero nos podemos preguntar: ¿Pablo piensa en término sacrificiales? Demos un vistazo a las
palabras que usa, y a los ejemplos que da. Recordemos que 1 Corintios no es un “manual” o
“catecismo” de las doctrinas cristianas. Esa doctrina había sido ya trasmitida a los de Corinto
mediante tradición oral (1 Cor 11,2), por Pablo personalmente. La carta tenía por intención ser
una misiva de carácter correctivo, para hacerles recordar y profundizar el conocimiento y la
práctica eucarística que ya poseían y practicaban. “El sentido sacramental del pan y el vino no
solamente se presuponen en esta carta, sino que son la base de toda la presente
argumentación... La bebida y la comida espiritual aparecen ahora, con mayor claridad, como el
Cuerpo y la Sangre de Cristo; y aunque la base última de esta definición será dada sólo más
tarde (1 Cor 11, 23-26), Pablo la supone ya aquí como algo comúnmente compartido con sus
lectores, que tiene la fuerza suficiente como para fundamentar la argumentación que sigue... Lo
que los escritos del Nuevo Testamento presuponen ... es aún más importante de lo que de hecho
dicen” (The Study of Liturgy, 191).
Notemos algo interesante: Pablo compara tres diversos sacrificios. Para sus lectores, el sentido
era claro. Cada sacrificio se ofrece sobre un altar (mesa del sacrificio): en primer lugar el
sacrificio de los judíos (v. 18), luego el de los paganos (v. 19-21, ofrecido a los ídolos), y
finalmente el de los cristianos, la Eucaristía. Mediante estas comparaciones, Pablo confirma el
carácter sacrificial de la Eucaristía cristiana. La “mesa del Señor” es un término técnico común en
el Antiguo Testamento que se refiere al altar del sacrificio (Lev 24,6.7; Ez 41,22; 44,15; Mal
1,7.12), de modo que los lectores de la carta habrían captado inmediatamente la correlación que
Pablo estaba sugiriendo. En este sentido estoy sorprendido de que en mis primeros días como
católico no había notado este importante detalle: la “mesa del Señor” en la Iglesia, a la cual se
refiere Pablo, y que enraíza con la terminología y la práctica del Antiguo Testamento, es ahora el
altar del nuevo sacrificio, del cual habla Malaquías (1,11). Observemos que la “mesa del Señor”
se menciona dos veces en el primer capítulo de Malaquías, antes y después de la promesa de
Dios de un sacrificio nuevo y universal ofrecido por los gentiles. La “mesa del Señor”, o sea el
16
altar del sacrificio, será el lugar de esta ofrenda, que corresponde con la Eucaristía, ofrecida en la
“mesa del Señor” de 1 Corintios 10,21.
Permíteme que te haga esta pregunta: ¿sabías estas cosas cuando dejaste la Iglesia Católica?
¿Acaso el paralelismo no es impactante e inequívoco? Malaquías enmarca dos veces el “sacrificio
sin mancha” de los gentiles con los términos sacrificiales de “mesa del Señor”.
San Pablo entonces utiliza esta misma terminología para explicar el nuevo sacrificio ofrecido
sobre “la mesa del Señor” en la Iglesia. El sacrificio de la Eucaristía sobre la “mesa del Señor” es
comparado con los otros sacrificios ya sobradamente conocidos que se ofrecen sobre mesas de
altares tanto paganos como judíos. Pablo, el más brillante discípulo del más lúcido rabí judío,
Gamaliel, no está usando esta terminología del Antiguo Testamento a la ligera: es un alumno
aventajado... Él sabe que sus lectores interpretan esta terminología sacrificial poniéndola en
relación con la Eucaristía. ¿Se puede poner en duda que Pablo, el brillante maestro de la Torah,
comprendió la Eucaristía en términos sacrificiales, interpretando la “mesa del Señor” como un
cumplimiento de Malaquías 1:11?. “El paralelismo que Pablo dibuja entre la participación de
judíos y paganos en sus sacrificios mediante la comida de la carne de las víctimas y el ágape
cristiano en Cristo por medio de la Eucaristía nos demuestra que él considera la comida de la
Eucaristía como una comida sacrificial y ello implica que la Eucaristía misma es un sacrificio”
(Jerome Biblical Commentary, ed. by Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer, and Roland E.
Murphy [Englewood Cliffs, NJ: PrenticeHall, 1968], 269).
Respondiendo a tu pregunta
Ahora podemos encarar al fin vuestra pregunta específica: ¿cómo puede ser la Misa un sacrificio
real y no implicar un nuevo sacrificio de Cristo? En resumidas cuentas, y creo que he hecho esta
aclaración en mi artículo de Ankerberg, hay sólo un único sacrificio, un sacrificio eterno, y
nosotros estamos participando en él diariamente en las dimensiones del tiempo y del
espacio, en el plano temporal. Los protestantes tienden a enredarse en el tiempo (lo sé, yo he
pasado por ello) mientras que los católicos tienden a ver las cosas en términos de tiempo y de
eternidad. Lo mismo sucede cuando discutimos acerca de la intercesión de los santos. Nos
encontramos con protestantes que argumentan: ¿Dónde dice la Biblia que debamos rezar a los
santos difuntos? El católico se sorprende y responde: ¿dónde dice la Biblia que los santos están
muertos? Es simplemente cuestión de perspectiva. Los protestantes tienden a poner un tejado de
estaño sobre sus cabezas, no son capaces de ver más allá de la dimensión del tiempo –y de la
esfera temporal-, hacia la eternidad. Para ellos los santos han muerto y el sacrificio de Cristo está
17
3
terminado y consumado. Para un católico, los santos están vivos, pero en otra dimensión
(cielo), y el sacrificio de Cristo fue realizado hace dos mil años, pero es aún un acontecimiento
real y un evento eterno a los ojos de un Dios y de una Iglesia no contenidos en el tiempo
solamente, y sin la restringida visión que los Protestantes han aceptado debido a la tradición que
heredaron.
Decir que Cristo murió una sola vez y ya no muere más (Heb 7:27; 9:12; 10:10), y decir a la vez
que es ofrecido en cada misa como sacrificio, parece contradictorio o paradójico a un Protestante
que tiende a considerar todas las cuestiones horizontalmente en vez de verticalmente, pero esto
no resulta problemático si cambias tu forma de pensar, si ensanchas tu visión para pensar
bíblicamente. Déjame preguntarte: ¿cómo puede ser Jesús un Rey que está sentado a la derecha
del Altísimo (Heb 1:3) y ser a la vez un Cordero sacrificial, un sacrificio sobre el altar (Rev 5:6)?
¿Cómo puede Él estar en ambos lugares en dos condiciones tan radicalmente diferentes? ¿Cómo
puede Él estar sentado en el cielo a la derecha del Padre y al mismo tiempo estar en un lugar
diferente, en nuestros corazones (Col 1:27)? Él ahora tiene capacidades asombrosas,
prerrogativas nunca ejercidas mientras estuvo en la tierra, cuando renunció por un tiempo al uso
de algunas prerrogativas de su divinidad (Fil 2:5-11).
Encaramos ahora una de esas paradojas que lo son sólo aparentemente. ¿Vuelven los católicos a
sacrificar a Cristo en el altar en cada Misa? NO.
¿Vuelven los católicos a hacer presente y a participar en el único sacrificio de Cristo en la Misa?
SI.
Remitámonos de nuevo a Malaquías 1:11, que profetiza sobre el futuro sacrificio inmaculado
sobre la Mesa del Señor: “Pues desde el sol levante hasta el poniente, grande será mi Nombre
entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá a mi Nombre un sacrificio de incienso y una
oblación pura. Pues grande será mi Nombre entre las naciones, dice Yahveh Sebaot”.
Destaquemos los plurales y los singulares aquí. En todo lugar ( = plural, en todos los lugares) y
una oblación pura (singular). Una ofrenda ofrecida en todo lugar. Habiendo ya discutido este
versículo, no quiero extenderme en este punto, pero esto se corresponde maravillosamente con
la Misa, como ya lo enseñaban los primeros cristianos en una época tan temprana como el siglo I,
cuando los apóstoles estaban todavía vivos, y desde entonces la interpretación está tan
claramente diseminada durante los dos primeros siglos, que puede admitirse que fue una clara
enseñanza apostólica, que provenía de los mismos apóstoles. Recordemos que ellos pensaron
muchas cosas que no han sido conservadas en los escasos documentos que hemos recopilado en
el canon. De este modo tenemos un único sacrificio ofrecido en múltiples lugares en el futuro
entre las naciones por todo el mundo - una excelente descripción de la Misa.
Debemos ahora subrayar la vigencia del sacrificio de Cristo. No es solamente un único y definitivo
sacrificio, aunque por cierto está referido al tiempo y al espacio, sino que es también perpetuo en
18
su realidad y efectos, referido a la eternidad. Es un sacrificio incesante y sus efectos continúan.
Cristo siempre se ofrece a sí mismo al Padre. Él siempre se ofrece, aunque sólo murió una vez
(Heb 7:5). Esta es la singular oblación pura de Malaquías. Él siempre ofrece esta inmolación, de
la que el hecho físico ya pasó pero cuyo valor permanece. Él constantemente intercede por
nosotros como Sumo Sacerdote. Cristo es, a la vez, sacerdote y ofrenda sacrificial. La pasión y la
muerte de Cristo son cosas pasadas, pero Él, que padeció su pasión y su muerte, permanece
para siempre revestido de los méritos de su pasión y su muerte. Tú muy bien podrías estar de
acuerdo con esto, porque también comprendes la consumación de la obra de Cristo, ofrecida una
sola vez, eficaz para siempre.
En la escena apocalíptica, Cristo permanece de pie, ante el Padre, sobre el altar dorado, ante el
trono, con un corte en el cuello: “Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes
y de los Ancianos, un Cordero, como degollado” (Rev 5:6). Esto ha sido bellisimamente
representado en una pintura de Jan Van Eyck titulada “La Adoración del Cordero”, que se
conserva en Gante (Bélgica). He tenido el privilegio de permanecer ante esta pintura
entusiasmado durante casi una hora analizándola y valorándola. Es probablemente mi pintura
favorita de todas las de la Historia del arte (con el Descendimiento de la Cruz, de Rembrandt, en
segundo término, que vi en Munich). El Cordero permanece majestuosamente sobre el altar con
su garganta acuchillada abierta a la manera de los sacrificios del Antiguo Testamento. El Espíritu
Santo sobrevuela por encima de él derramando su luz sobre todo. La sangre fluye del Cordero a
un cáliz. Personas de los cuatro puntos cardinales del globo (del lugar por donde sale el sol y por
donde se pone, para Malaquías) vienen hasta el Cordero a compartir una misma copa y una
misma carne y a adorar en el eterno sacrificio re-presentado en todo tiempo.
Cristo no cesa de ofrecer su sacrificio. Está eternamente intercediendo por su pueblo. Cuando la
era de la redención haya concluido y la Segunda Venida haya sido llevada a término, sólo
entonces el sacrificio de Cristo habrá sido completado. Un sacrificio es completado cuando
aquellos por quienes es ofrecido gustan sus frutos y reciben todos los beneficios de su eficacia.
Cristo entonces no tendrá ya que ofrecerse más a sí mismo en lo sucesivo como una “víctima”
propiciatoria y expiatoria sobre el altar. Cristo se ofrece como víctima a sí mismo precisamente
para toda la humanidad en la tierra, para los hombres que viven todavía en el tiempo, en trance
de ser justificados y redimidos. Esta ofrenda permanente del sacrificio de la Cruz terminará
cuando llegue el final de los tiempos. La ofrenda que Cristo presenta al Padre es para este mundo
y se dirige a la consumación del último día.
Ha habido muchas especulaciones de los teólogos, católicos y protestantes mano a mano, sobre
la naturaleza de la Cena del Señor. Los teólogos católicos han discutido y especulado sobre la
naturaleza y efectos de la Eucaristía en un intento de sondear las profundidades de este misterio
de los misterios, tan sencillo y tan profundo al mismo tiempo. Tan temporal y tan eterno
simultáneamente. La teología se aproxima siempre más a una completa comprensión de su
plenitud, pero esa plenitud será reservada para el último día, en el que lo que es visto débilmente
19
en un espejo será visto y comprendido plenamente. El pan y el vino consagrados significan no
sólo el cuerpo y la sangre de Cristo sino también su sacrificio. La consagración de las dos
especies es una inmolación simbólica, pero el simbolismo es sacramental y así contiene lo que
significa. La Misa es un sacrificio, porque significa y al mismo tiempo contiene la completa
realidad del sacrificio de la Cruz.
En lo que sigue, y por algunos párrafos, quiero sacar partido del excelente libro de Marie-Joseph
Nicolas ¿Qué es la Eucaristía?, ya que es profundo y sencillo de comprender. Tengo unos setenta
libros en mi estantería que tratan exclusivamente de la Misa y la Eucaristía, pero no tengo tiempo
para citarlos todos, lo que estoy seguro que tendrás en cuenta.
¿Qué significan las palabras “la completa realidad del sacrificio de la Cruz”? Si queremos
comprenderlas hay dos opiniones extremas que debemos eliminar. Una va demasiado lejos, la
otra se queda corta. La primera podría argumentar así: el tiempo y el espacio han sido abolidos
en el misterio de la Eucaristía; lo que yo hago presente en la Misa es la pasión, la muerte y
además la resurrección de Cristo. Esta explicación es absolutamente imposible. El tiempo no es
como el espacio. Lo que ha pasado no existe de modo muy prolongado en la forma dominada por
el tiempo que abarcan los hechos históricos de la pasión y de la muerte. La coexistencia entre el
ayer y el hoy no es posible. Por el contrario, el cuerpo glorificado de Cristo está ausente DE y, sin
embargo, coexiste CON nosotros. Nosotros existimos al mismo tiempo, el mismo momento en la
duración. Hacerlo presente no es devolverle el ser que ya no tiene, es poner su ser donde pueda
entrar en contacto con nosotros. De ningún modo, entonces, está Cristo presente en el altar
como sangrante y muerto, sino de acuerdo con su estado presente como triunfador sobre la
muerte.
Otros dicen que lo que es más importante en el sacrificio de la Cruz es el sacrificio interior, el
estado completamente espiritual e inmanente de oblación en el que se sumió su alma. La
oblación interior de Jesús no ha dejado de existir, continúa en el cielo y ello es expresado de un
modo particularmente sorprendente y visible por el don de sí mismo en la Eucaristía. Pero esta
explicación de los hechos no ve con suficiente claridad que el sacrificio de la Eucaristía es el
sacrificio de la Cruz. Podría parecer que hay, de acuerdo con este punto de vista, dos
“momentos” del único sacrificio, el “momento” eucarístico en tanto que mero signo y
conmemoración del "momento" histórico y al mismo tiempo como una nueva exteriorización y
encarnación de la disposición interior de Jesús.
Debemos ir todavía más lejos y defender esta idea de permanencia en la primera explicación que
está ausente en la segunda. Sólo tenemos que recordar la idea de la permanencia del sacrificio de
la Cruz en sí mismo. No es sólo el estado del alma de Cristo en oblación lo que permanece, es
también lo que él ofrece, su naturaleza humana inmolada pero victoriosa sobre el sufrimiento y la
muerte, revestida con los méritos que posee como fruto permanente de su sacrificio. Lo que ha
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pasado sirve a lo que permanece: el sufrimiento de Cristo y su muerte, que son hechos que han
pasado, está al servicio de ese estado de víctima que es continuamente agradable a Dios. Cristo
es eternamente aquel que muere por nosotros y se ofrece a sí mismo como tal. El sacerdote,
cuando consagra el pan y el vino, lo hace presente para nosotros en este mismo estado, o, más
acertadamente, Cristo mismo, a través de la mediación del sacerdote, se hace a sí mismo
presente como tal, como la víctima, triunfadora de la muerte, que está como ascendiendo de la
muerte por nuestra causa.
Esto es lo que el Concilio de Trento significa mediante las palabras: es el mismo sacrificio porque
es el mismo sacerdote, la misma víctima, ofrecida de otro modo. En la Misa, el mismo sacrificio
es ofrecido de un modo simbólico y sacramental. La Misa es el sacramento del sacrificio de la
Cruz, en todo aquello que el sacrificio de la Cruz tiene de perdurable. Esta es la razón por la que
el Concilio nos hace la aclaración de que la Misa posee todas las cualidades del sacrificio de la
Cruz y aplica sus frutos a nosotros. Como hemos dicho, la fuerza del sacrificio de la Cruz está en
el poder con que, a los ojos de Dios, está revestido Cristo. Cristo está contenido en la Eucaristía
como ejerciendo este poder y aplicándolo aquí y ahora a aquellos que comparten la Eucaristía. No
hay, por tanto, exageración en afirmar que la Eucaristía es el sacrificio de la Cruz hecho presente
una vez más. La idea de renovación que esta expresión implica es, sin embargo, no del todo
exacta. En este punto estamos abordando una presencia, actual y activa, de la víctima que está
siempre sacrificándose y esto es lo que Cristo es hasta el final de los tiempos. Cuando decimos al
creyente: “Debes asistir a Misa como si estuvieras presenciando el sacrificio de la Cruz”,
estaríamos exagerando si quisiéramos decir con ello que el creyente debe sentir compasión de
Cristo como si estuviera sufriendo aquí y ahora. No exageramos si decimos que ellos deben
participar de la ofrenda que Cristo hace de sí mismo en nuestro nombre, una ofrenda que, en el
pasado, fue dolorosa y sangrienta y, porque fue así, retiene toda su virtud en el presente.
Sin embargo, cada Misa es un verdadero sacrificio. Cada consagración es un acto sacrificial,
aunque en el orden sacramental, es decir, en tanto significa y contiene el acto del sacrificio
eterno e invisible del que es el signo sensible. Hay, como sabemos, tantas presencias de Cristo
como hostias consagradas. Pero hay solamente un único Cristo presente en todas ellas. Esto es lo
que San Pablo afirma, aun cuando todos nosotros hemos separado los panes individuales en
cada parroquia, estamos todos recibiendo un único pan. De modo similar, hay muchas ofrendas
sacrificiales, tantas como Misas se dicen, pero hay un solo sacrificio de Cristo, que está expresado
21
en todos esos sacrificios. Hay muchos sacrificios que están referidos a un solo sacrificio absoluto y
que adquieren cada uno su carácter sacrificial sólo en virtud de esta relación.
Nos ayudaría comprender esto si siempre tuviéramos en mente que hay un Autor principal de la
multitud de consagraciones eucarísticas, un solo sacerdote verdadero e invisible, representado
por la multitud de sacerdotes en las Misas: es Cristo en la gloria, el sacerdote eterno.
Y no deberíamos creer que la Nueva Alianza abolió el sacerdocio. En el Antiguo Testamento hubo
tres niveles de sacerdocio: el Sumo Sacerdote (Aarón y sus sucesores), los Levitas como
sacerdotes ministeriales, y luego todo el pueblo de Dios como sacerdocio universal (Ex 19:6:
““Seréis para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” Estas son las palabras que has de
decir a los hijos de Israel”). Vemos tres niveles de sacerdocio: Sumo Sacerdote (sólo uno),
sacerdocio ministerial (el de todos los Levitas) y el sacerdocio universal (todo el pueblo de Dios).
¡Es lo mismo hoy! Tenemos tres niveles: un Sumo Sacerdote (Jesucristo), sacerdotes
ministeriales (los apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes), y el pueblo de Dios (una
nación de sacerdotes). Hay una maravillosa continuidad.
Volvamos a la Misa. ¿Qué hay de nuevo entonces en la Misa, diferente de la única Crucifixión?
¿Qué añade el sacrificio eucarístico al sacrificio de la Cruz perpetuado en la persona de Cristo
glorificado? Para usar una terminología más técnica, ¿qué añade el “sacramento” a la “realidad”
que hace presente?
Lo primero y principal, añade el hecho de hacernos presente esta realidad, de insertar el sacrificio
trascendente de Cristo en nuestro tiempo humano del que él sale por su resurrección. La
eternidad asoma en nuestro tiempo, o bien nosotros somos elevados, transportados al cielo para
compartir la liturgia revelada en el libro del Apocalipsis. Cualquiera de las dos perspectivas es la
misma; somos introducidos en un suceso eterno, una liturgia celestial, un servicio de adoración
cósmica. No debemos olvidar que la salvación de cada hombre se logra durante el tiempo de su
vida terrena mediante el “contacto”, a través del encuentro con su Salvador. Este encuentro
personal, esta respuesta de cada uno de nosotros a Dios, que toma nuestra carne y nos da su
vida, es puesto en primer plano y de modo esencial por medio de la fe, una fe que es también
una aceptación. El objeto de esta fe que salva y justifica es Cristo en el acto verdadero por el que
nos salva. “La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó
y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2:20). Tengo que apropiar y hacer mío ese sacrificio
redentor hecho por Cristo en mi nombre. Esta es la condición que yo debo satisfacer si estoy
verdaderamente dispuesto a recibir en mí mismo la salvación, el perdón de Dios, su amor y su
gracia. La idea que subyace bajo la institución de los sacramentos es llevar a cabo este acto
22
salvífico de Cristo de modo sensible, concreta y exteriormente presente. Me adhiero a esta
presencia por la fe que toma posesión de su objeto y someto a mí mismo al acto todopoderoso
por el que soy salvado. Cada sacramento es un acto invisible de Cristo en el alma y se
fundamenta en el sacrificio de Cristo, del mismo modo que cada recepción provechosa de un
sacramento está fundada en mi fe en el sacrificio de Cristo que murió por mí. En la Eucaristía, es
el sacrificio mismo el que se hace actual y presente para mí. Toda su eficacia está puesta a mi
disposición. Yo creo y yo recibo. La eficacia del sacrificio de Cristo es ofrecida a, y puesta a
disposición de, cada hombre existente en esta esfera del tiempo en que cada sacrificio de Cristo
es injertado.
Estamos ahora en disposición de mostrar más al detalle qué hay de nuevo en el sacrificio de la
Misa en comparación con el de la Cruz.
Mirémoslos individualmente.
1. Cada consagración implica una nueva y real intervención de Cristo, puesto que él es el
sacerdote principal e invisible de la Misa. Es Él quien se ofrece a sí mismo y no -hablando
con propiedad- el sacerdote que ofrece la hostia.
3. El sacrificio de la Misa, por lo tanto, no adquiere con su ofrenda sacramental ningún mérito
nuevo, ninguna eficacia nueva, ningún nuevo valor de sacrificio, sino una nueva aplicación
de su eficacia. La Misa aplica la eficacia del sacrificio de la Cruz a un momento dado del
tiempo y al hombre que vive en el tiempo.
4. El sacrificio de la Cruz, por tomar esta forma sacramental, ha añadido esto: se ofrece a
través de la Iglesia, es decir, por medio de los hombres. Cristo Sacerdote actúa aquí por
medio de un instrumento al que el poder de su sacerdocio pasa y da vida a las palabras y
a los gestos humanos visibles. Y debido precisamente al uso de este instrumento el
sacrificio limita no su valor intrínseco sino su alcance efectivo. Tiene a la vista los objetivos
de la Iglesia aquí presente, de los sacerdotes y de los fieles de la feligresía, y sale al
encuentro de su fe. A primera vista esto parecería limitar el horizonte del sacrificio de
Cristo, pero de hecho lo perfecciona, no en el sentido de que lo haga más perfecto en sí
23
mismo, sino en cuanto amplía su radio de acción en lo humano. Es decir: la Misa hace
posible que el sacrificio de Cristo sea ahora ofrecido también por los hombres a Dios en y
por medio de su Cabeza y Sacerdote soberano, Cristo el Señor.
5. De modo similar, la víctima del sacrificio de la Misa asume todas nuestras ofrendas
personales. Es uno de los principios esenciales de la Alianza de Redención (y podemos
llamarlo el principio de la Co-redención) que los hombres, lejos de ser dispensados por el
sacrificio de Cristo de ofrecerse ellos mismos en sacrificio, se hacen más capaces por ello
de hacerlo así. Las víctimas imperfectas que nosotros somos alcanzan valor por su unión
con la víctima perfecta. Ofreciéndose a sí mismo por mediación de los hombres, Cristo
ofrece a los propios hombres con él. Esto está admirablemente expresado mediante la
liturgia del ofertorio. El pan y el vino tomados de la Creación son el símbolo de aquello que
los hombres han recibido de Dios, de todos sus bienes, de su verdadero ser. La
transubstanciación del pan y del vino en el ser verdadero de Jesucristo expresa
perfectamente el hecho de que Jesucristo asume por completo lo que tenemos y lo que
somos. Tras la Consagración, ya no ofrecemos a Dios nuestras ofrendas, sino a Cristo en
nosotros. Sólo Dios que se hace hombre podía traer a la existencia la víctima perfecta,
pero al encarnarse incorpora a sí todo lo humano, y hace que toda la Iglesia sea su cuerpo
y como una extensión de sí mismo.
El sacrificio de Cristo no cesa de ser real, "comienza de nuevo" en las formas sagradas y
litúrgicas, que son simbólicas. Fue Cristo mismo quien, antes del momento efectivo de su muerte,
creó esta característica de su sacrificio, vinculándola a nuestra condición terrestre. Él ofreció su
sacrificio ritualmente en la Última Cena antes de ofrecerlo de modo efectivo en la Cruz.
24
No debemos nunca olvidar que estamos hablando de un rito que contiene una realidad que es
doble: por una parte la realidad de Cristo ofreciéndose a sí mismo, una víctima inmolada y
glorificada; por otra parte la realidad de los hombres ofreciendo sus vidas reales y su ser real, su
existencia cotidiana. Nuestra participación en el sacrificio sacramental sería una hipocresía si
consistiera sólo en formas y signos vacíos, si no supusiera la ofrenda auténtica de nuestras
propias vidas en unión con Cristo, en las condiciones reales en que vivimos. La vida sacramental
no es nunca autosuficiente, presupone nuestra vida real, tanto la de Cristo como la de los
Cristianos. Presupone la vida real y el don de la vida hasta el día de nuestra muerte. Presupone y
exige una gran fe.
Esto nos ayudará a comprender cómo la Misa es el sacrificio de toda la humanidad y cómo, por
otra parte, es el sacrificio de la Iglesia en exclusiva, es decir, de la humanidad ya efectivamente
redimida. Sólo los que creen pueden participar en ella, por ello sólo mediante la fe y la
aceptación de la misma participamos en ella. Sólo mediante la ofrenda a Dios en Cristo de
nuestros bienes terrenales tenemos parte en la víctima perfecta que es Cristo. Es sólo la Iglesia,
por tanto, en sus miembros vivos, la que está unida a Cristo en el sacrificio eucarístico.
Pero este sacrificio intercede por todo el mundo. Ofrece la salvación al mundo entero. Esto
significa que todo el mundo tal como es, todo lo que existe en la naturaleza humana, está en
consecuencia abierto a recibir la gracia de Cristo, y está autorizado para apropiarse y aprovechar
para sí de su muerte y resurrección.
Podemos resumir diciendo que el sacrificio de la Misa añade nuestra parte al sacrificio de la Cruz,
que no adquiere, por ello, más valor o eficacia, sino un carácter más humano. Al explicar esto es
habitual insistir en el hecho de que cada Misa es una nueva aplicación de la eficacia del sacrificio
de la Cruz. Pero no debemos olvidar que la “eficacia” del sacrificio de la Cruz radica sobre todo en
su ascendencia sobre el Corazón de Dios Padre, su valor como culto perfecto. La aplicación a los
hombres del "poder" del sacrificio de Cristo – y es entonces cuando su eficacia alcanza “su
consumación”- implica siempre el ofrecimiento de su valor por medio de los hombres. Y eso es lo
que de hecho sucede. Cada Misa contiene en sí misma, en toda su plenitud, la adoración de
Cristo, su acción de gracias, su deseo de reparación, pero pasando a través de la Iglesia, a través
de nosotros, y haciendo así nuestra su ofrenda y su adoración.
25
que es celebrado en la Misa, el mismo Cristo que se ofrece una única vez de manera cruenta en
el altar de la Cruz es contenido y es ofrecido de modo incruento”.
Así pues, ¿por qué los Protestantes alegan siempre que el mundo católico tiene otro sacrificio, o
dicen que volvemos a sacrificar a Cristo una y otra vez sin cesar? Uno dijo: “Con todos los
fragmentos del cuerpo de Cristo que los católicos y tú coméis, me pregunto si quedará algo de
Cristo en el cielo.” ¡Qué estupidez! Quiero pensar que es simplemente una equivocación y no
un intento de confundir a la gente o de engañarla. No quisiera considerarte uno de ellos. Tiendo a
imaginarte honesto y sincero en estas materias y espero estar en lo cierto.
También creo que la historia está del lado católico, especialmente si consideramos las citas que
usé en este artículo. Déjame citarte una última vez a San Justino, que fue decapitado por su fe en
165 d. C. “Según las palabras de Dios por boca de Malaquías, uno de los doce profetas, como
dije antes, acerca de los sacrificios en este tiempo presentados por vosotros [los Judíos]: ´ No
me complazco en ti, dice el Señor, y no aceptaré los sacrificios de tus manos; desde la puesta de
sol hasta el ocaso Mi Nombre será glorificado entre los gentiles, y en todos los lugares se ofrecerá
incienso a Mi Nombre, y una oblación pura: porque Mi Nombre es grande entre los gentiles dice el
Señor, pero tú lo profanas.´ Él entonces dijo a esos Gentiles, esto es, a nosotros, que en todas
partes se ofrecerían sacrificios a Él, esto es, el pan de la Eucaristía así como el cáliz de la
Eucaristía, confirmando ambos que nosotros glorificamos Su Nombre y tú lo profanas.”
Ignacio, el discípulo de Pablo y Pedro, escribe en el siglo I, “Pero mira a esos hombres que
tienen esas equivocadas nociones acerca de la gracia de Jesucristo que ha descendido hasta
nosotros, y observa cómo lo que ellos son se opone al espíritu de Dios... Ellos incluso se
abstienen de la Eucaristía y de la oración pública [litúrgica], porque no admiten que la Eucaristía
es el mismísimo cuerpo de nuestro Salvador Jesucristo, cuya [carne] sufrió por nuestros pecados,
y al que el Padre en su bondad revivió. En consecuencia, en vista de que ellos rechazan los dones
de Dios, están condenados en sus mismas rebeldías. Deberían haber aprendido mejor la caridad,
si aspiraban a conocer alguna vez la resurrección... Rechaza el sectarismo, porque es el comienzo
de todo mal" 4.
Si tengo que elegir entre ponerme de parte de estos nuestros nobles predecesores en la fe, que
son la primera generación después de los apóstoles, o bien ponerme de parte de los actuales
protestantes, caprichosamente aferrados a "la sola Biblia", que tiran por la borda quince siglos de
Iglesia, entenderás que la cosa está fuera de discusión: me quedo con los primeros; ¡es buena
compañía!
Sé que la presente respuesta fue mucho más larga de lo que tú probablemente supusiste, o
deseaste, pero quise ser un poco más detallado, con la esperanza de darte un buen pantallazo.
Espero ayudarte a clarificar las cosas y facilitarte que comprendas las enseñanzas Católicas,
históricas y bíblicas, acerca de la Eucaristía. Por esa razón dediqué mucho tiempo a los pasajes
26
de la Biblia, las citas de los primeros Padres de la Iglesia y la explicación sobre cómo se entiende
desde una perspectiva católica lo que la Misa actualiza. Aún suponiendo que no estés de acuerdo,
espero que al menos trates con un poco más de respeto intelectual a tus hermanos Católicos, ya
que esta enseñanza es muy defendible desde el punto de vista bíblico, y es ciertamente viable.
No es ni antibíblica ni incomprensible, aunque qué duda cabe de que es un profundo misterio.
No seré capaz de mantener una gran correspondencia durante los próximos meses, puesto que
tengo varias conferencias que preparar, un curso sobre la Biblia que comienzo a impartir en
Noviembre (para el cual pensamos que participaran cientos de Católicos (y Protestantes), y
además me veo presionado por el editor para terminar el segundo libro. Además mis chicos están
pensando que estoy casado con este dichoso ordenador. Quiero tomarme un descanso.
Dios te bendiga, Pablo, y espero que podamos seguir siendo amigos mientras compartimos estos
asuntos tan importantes para los dos. Si gustaras de sugerencias en relación con buen material
de lectura sobre esto para profundizar en tu búsqueda, me encantaría sugerirte algunos títulos, y
no el que menos mi libro, que aporta multitud de nuevos datos. He encargado también para ti un
libro que te mandaré por correo cuando esté aquí.
Que recibas las mejores bendiciones de Dios sobre ti, tu familia y tu congregación, ya que te
esfuerzas en servirle en santidad y amor.
En Cristo,
Steve Ray
* * *
Dos Anexos: 1) Un pasaje del Catecismo Católico de John Hardon´s y 2) el párrafo original de
mi carta a John Ankerberg que motivó esta conversación.
Un breve fragmento del Catecismo Católico de John A. Hardon´s (NY: Image Books,
1981)
EL SACRIFICIO DE LA MISA
Ya en la Última Cena, Cristo dejó claro a los apóstoles que lo que Él estaba haciendo en ese
momento y lo que completaría sobre el Calvario era un sacrificio, que deseaba que ellos
continuaran en su memoria. En el Judaísmo, el pan y el vino fueron componentes que integraban
el sacrificio de modo habitual. Las palabras que Jesús utilizó al instituirlo, cuando habló de la
Nueva Alianza, de su cuerpo que debería ser entregado, de su sangre que debería ser derramada,
de hacerlo en memoria de Él- todas ellas tienen profundas implicaciones sacrificiales.
27
En los tiempos apostólicos la Iglesia no dudó de que, mientras el sacrificio de la cruz fue
ciertamente adecuado para la redención del mundo, Cristo se propuso perpetuar este sacrificio de
un modo ritual hasta el final de los tiempos. Este fue uno de los principales temas de la carta a
los Hebreos, que dio por hecho que Cristo se había ofrecido una sola vez a sí mismo a Dios Padre
sobre el altar de la cruz, pero también llegó a afirmar que su redención fue un hecho que se
extiende en el tiempo. El sacerdocio de Cristo “permanece para siempre”, “puesto que Él sigue
intercediendo por todos los que se llegan a Dios a través de Él” (Heb. 7:24-25).
Se trata de una renovación del Calvario. La estrecha asociación de lo que hizo Cristo en la Última
Cena con lo que hizo el Viernes Santo ha sido la norma de la Iglesia para relacionar íntimamente
ambos fenómenos. Por este motivo, el sacrificio del altar no es meramente una conmemoración
vacía del Calvario, sino un verdadero y propio acto de sacrificio, por medio del cual Cristo,
Sumo y Eterno Sacerdote, mediante una inmolación incruenta, se ofrece a sí mismo como víctima
aceptable al Padre eterno, como hizo en la Cruz. Sólo la manera de ofrecerse es diferente.”
“El sacerdote es el mismo, esto es, Jesucristo, cuya persona divina el ministro humano representa
en el altar. Por razón de su ordenación, el ministro es constituido sumo sacerdote y posee el
poder de realizar las acciones "in persona Christi", en lugar de la auténtica persona de Cristo.”
“La víctima es también la misma, es decir, el Salvador en su naturaleza humana con su verdadero
cuerpo y sangre.
Worth recalcó que lo que convierte a la Misa en un sacrificio es que Cristo es un ser humano vivo
con una voluntad humana, capaz, no obstante, de ofrecer (por tanto sacerdote) y de ser ofrecido
(por tanto víctima), no menos verdaderamente hoy que cuando ocurrió en la cruz.
28
“El Catolicismo, por consiguiente, afirma que debido a que Cristo está realmente presente en
su humanidad en el cielo y en el altar es ahora capaz, y lo fue el Viernes Santo, de entregarse
como ofrenda libremente al Padre. No puede morir ya desde el momento en que está ahora
en un cuerpo glorificado, pero la esencia de su oblación sigue siendo la misma: el continuo
sometimiento de su voluntad a la voluntad del Padre.
Los Apóstoles en sus memorias, que son llamadas Evangelios, han dado por hecho que
Jesús ordenó hacerlo; que Él tomó pan y, después de dar gracias, dijo: “Haced esto en
memoria mía; este es mi cuerpo.” De igual modo, tomó también el cáliz, dando gracias, y
dijo: “Esta es mi sangre.” Y lo dio a ellos una sola vez.
“¿Se conmemora sólo la muerte de Cristo? La Iglesia enseña que es “un memorial de su
muerte y Resurrección,” si bien obviamente de diferentes formas. Cuando nosotros
decimos que la Misa conmemora la muerte de Cristo, queremos decir que de modo
misterioso Cristo realmente se ofrece a sí mismo como sacerdote eterno y que su oblación
no es sólo un recuerdo psicológico sino una realidad mística. Cuando decimos que la Misa
es un memorial de su resurrección, esto significa también que no es simplemente un
recuerdo mental. Después de todo, el Cristo que está ahora en el cielo y el sacerdote
principal en el altar es el Salvador glorificado. Su resurrección no es solamente un hecho
que tuvo lugar una vez, sino un hecho continuado en la historia de la salvación. Llamar a
la Misa un memorial de la resurrección puede evocar la imagen de una grata memoria que
suavemente cruza la mente. Debería decirnos más bien que en la Misa el Señor glorificado
está presente y es nuestro centro, y nos une a todos nosotros, todavía mortales, con Él,
que es nuestra resurrección.
3. El Santo Sacrificio de la Misa es el medio querido por Dios para aplicar los méritos del
Calvario. En este punto sería útil clarificar una cuestión, por otra parte complicada: ¿Cómo
aplica la Misa los méritos de la pasión y muerte de Cristo? Durante el periodo de la
Reforma, esta fue una de las más espinosas cuestiones que abordó la Iglesia, a cuyos
sacerdotes algunos decían que estaban equivocados al declarar que la Misa fuera una
fuente de gracia divina. Y se les decía que, bien ellos y el magisterio de la Iglesia estaban
equivocados, o bien estaba confundido San Pablo cuando escribió que cuando Cristo
murió, “Él, por otra parte, ofreció un único sacrificio por los pecados, y luego tomó su
lugar para siempre, a la derecha de Dios” (Heb. 6: 10). El dilema parece insoluble: O
Cristo murió de una vez por todas y su muerte es suficiente para la redención de la
humanidad, o a pesar de su muerte única y suficiente la Misa debería, de algún modo,
"subsanar" lo que fue "insuficiente" en la pasión del Salvador.
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“El Concilio de Trento se aplicó a la solución en un memorable artículo que resume quince siglos
de fe Católica en la eficacia de la Misa, mas una eficacia que depende enteramente del Calvario.
El sacrificio [de la Misa] es verdaderamente propiciatorio, de modo que si nos acercamos a Dios
con un corazón recto y verdadera fe, con temor y reverencia, con pesar y arrepentimiento, por
medio de la Misa podemos obtener misericordia y encontrar gracia que nos auxilie en tiempo de
necesidad. Por medio de esta oblación el Señor es apaciguado, Él concede gracia y el don del
arrepentimiento, y perdona nuestras malas obras y pecados, por graves que sean algunos de
ellos.
Los beneficios de esta oblación (es decir, la única cruenta) son recibidos en abundancia a través
de esta oblación incruenta. En modo alguno, pues, el sacrificio de la Misa resta valor al sacrificio
de la cruz.
Por lo tanto, la Misa puede muy bien ser ofrecida, de acuerdo con la tradición apostólica, por los
pecados, castigos, satisfacción, y otras necesidades de la fe en la tierra, tanto como por los que
han muerto en Cristo y no están todavía completamente purificados.
“Lo que la Iglesia enseña es que, si bien los beneficios de la salvación fueron merecidos para la
humanidad en la cruz, estos beneficios todavía deben ser aplicados por nosotros, principalmente
por medio de la Misa. Entre estas dos realidades, mérito y aplicación, se ubican la realidad de la
fe y de la libertad humanas: fe para creer que Dios nos pide que usemos cauces tales como la
Misa, y libertad para unirnos humildemente en espíritu a la auto-inmolación de Cristo: Él en la
cruz que ha padecido, y nosotros en nuestra cruz, que Él nos ofrece para llevarla diariamente si
deseamos ser sus discípulos.
* * *
Pasaje de mi carta a John Ankerberg sobre la Misa en el que hago un juicio crítico
sobre su libro Protestantes y Católicos:
La Misa
30
palabras diciendo que ella profesa la idea de que Cristo se sacrifica nuevamente [en el altar]. Las
palabras son importantes y molestarán a los Católicos que comprenden lo que usted está
haciendo –jugando libremente con la terminología para satisfacer sus propios intereses. La Iglesia
Católica enseña exactamente lo contrario, y usted, como un hombre docto debería saber que
Cristo fue sacrificado una sola vez y para siempre, como la Epístola a los Hebreos claramente nos
dice, y Él no necesita descender y volver a ser crucificado cada día.
Los Católicos enseñan que hubo sólo un sacrificio y que la Misa es una representación de este
sacrificio, un compartir y un poner en común el único sacrificio – la comida del Cordero (Ex.
12:11; Juan 6:52-58). No hay muchos sacrificios – sólo uno. Los Católicos enseñan que la Misa
es una participación del único sacrificio, el sacrificio del Calvario. Reparemos, con todo, que
vemos a Cristo ante el trono de Dios en Apocalipsis 5:6, siempre presentado como un “cordero
degollado” (el tiempo perfecto en lengua griega, que significa que fue y sigue estando degollado).
El Apóstol Juan nos dice que el Cordero fue degollado, pero está todavía en el altar ante el trono
de Dios 5. Además observamos otra anomalía: Cristo se sienta a la derecha del Padre, y Cristo, el
Cordero de Dios permanece en el Altar. En el mundo temporal, Él fue degollado una sola vez,
pero en el cielo, el mundo fuera del tiempo, parece que el sacrificio de Cristo es un hecho eterno.
Se dice también que fue crucificado antes de la creación del mundo (Apocalipsis 13:8).
El Católico simplemente ve la Misa como un compartir ese hecho eterno. Esto nos presenta ese
hecho eterno en su verdadera naturaleza, nos transporta al cielo para ver, experimentar y
compartir la liturgia eterna situándonos ante el verdadero trono de Dios. Los Católicos se
sorprenden de por qué los Evangélicos se complican tanto con esto, ya que para nosotros es una
realidad muy sencilla, connatural.
Para ser honesto, en la página 81 usted debería haber citado el nuevo Catecismo de la Iglesia
Católica, y no haber aportado su personal paráfrasis e interpretación privada de lo que nuestros
libros dicen. 6. En el parágrafo 1367 el Catecismo afirma: “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de
la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el
ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la
manera de ofrecer.” “En este divino sacrificio que se realiza en la misa, este mismo Cristo, que se
ofreció a sí mismo una vez de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado
de manera no cruenta”. De modo que surge una duda, creo que legítima, sobre la rectitud de
intención de los Protestantes, que continuamente afirman que la Iglesia Católica enseña que el
sacrificio de la Misa es un sacrificio nuevo, distinto del de la Cruz, y que sacrificamos a Cristo "de
31
nuevo" en nuestros altares... Nosotros no pensamos ni enseñamos eso: para nosotros la Misa es
una participación en el único sacrificio. La Historia parece estar de nuestra parte, y esto es algo
sobre lo que también quiero decirte alguna cosa.
Para empezar, uno de los primitivos Cristianos, Justino Mártir, escribió: “De aquí que Dios hable
por boca de Malaquías, uno de los doce profetas, como dije antes, acerca de los sacrificios en el
tiempo presentados por vosotros [los Judíos]: ‘ No me complazco en vosotros’, dice el Señor, ‘y
no aceptaré tus sacrificios de tus manos; desde el amanecer hasta el ocaso Mi Nombre será
glorificado entre los gentiles, y en todas partes será ofrecido incienso a Mi Nombre, y una ofrenda
pura: porque Mi Nombre es grande entre los gentiles dice el Señor, pero vosotros lo profanáis.’ Él
entonces habló a los Gentiles, esto es, a nosotros, que en todas partes Le ofrecemos sacrificios,
esto es, el pan de la Eucaristía y también el cáliz de la Eucaristía, afirmando a la vez que nosotros
7
glorificamos Su Nombre y vosotros lo profanáis.”
Cuando leo la carta de Pablo a los Corintios me parece ver el mismo lenguaje: “ Os hablo como a
hombres sensibles; juzgad por vosotros mismos lo que os digo. El cáliz de bendición que nosotros
bendecimos, ¿no es una participación en la sangre de Cristo? El pan que compartimos, ¿no es
una participación en el cuerpo de Cristo? Porque hay un solo pan, nosotros que somos muchos
somos un solo cuerpo, compartimos un solo pan. Pensemos en el pueblo de Israel; los que comen
los sacrificios, ¿no se hacen partícipes del altar? Doy a entender que lo que los paganos sacrifican
ellos lo ofrecen a los demonios y no a Dios. No os deseo que confraternicéis con los demonios. No
8
podéis compartir la mesa del Señor y la mesa de los demonios.”
Observemos cómo está siendo usado el lenguaje sacrificial. La expresión “mesa del Señor” es un
término técnico y en el Antiguo Testamento siempre se refiere a la mesa del sacrificio. ¿Por qué
habría Pablo de usar tales términos llamativos de la terminología sacrificial si estuviera intentando
negar cualquier asociación entre la Eucaristía y el sacrificio?
He ahí lo que realmente me preocupa y tú no tienes la valentía de abordarlo: ¿Por qué está la
posición protestante sobre la Cena del Señor tan en discordancia con la enseñanza universal de
los primeros Cristianos, que llamaban a la Cena del Señor “Eucaristía”? Yo siempre sostuve, en
mis tiempos previos al catolicismo, que los primeros cuatro siglos del Cristianismo fueron
esencialmente evangélicos, y luego se infiltraron elementos paganos, y la Iglesia Católica fue el
resultado de esa amalgama. Después de leer los escritos de los Padres (la Didaché, siglo I,
Ignacio de Antioquia, 106 AD; Clemente de Roma, 96 AD; Justino Mártir, siglo segundo;
Barnabas, siglo I, etc.) tuve que admitir que no pude encontrar mis doctrinas Evangélicas
favoritas representadas en esos escritores, aunque SÍ encontraba precisamente doctrinas
Católicas 9. Éste es un problema real que necesita ser afrontado y tú no pareces hacerlo. Fue
astuto de parte tuya evitar que tus lectores tomaran contacto con la historia de los primeros
siglos: cuando yo lo hice por primera vez, créeme, ¡fue como un baldazo de agua fría! ¿Por qué
serían precisamente los que han recibido los Evangelios de los Apóstoles los que han perdido el
32
rastro más rápidamente, como sostienen los evangélicos en general? Esto carece de sentido.
¿Por qué el Señor esperó mil quinientos años, hasta la venida de Lutero, para hacer que el tren
retorne a sus carriles? Supongo que la respuesta es que "mil años es como un día para Él",
¿verdad?...
***
Respuesta: En primer lugar, admitamos que tu cuestionamiento no es del todo claro, al menos
para mí. Discutiré la voz “misterio” un poco más tarde, como opuesta al vocablo “turbio” que
usas más aldelante, pero por ahora será suficiente con decir que el misterio de la Eucaristía no es
algo que pueda ser explicado en términos sencillos. La Iglesia ha procurado definir tan
claramente como le ha sido posible muchos misterios, y la Eucaristía no ha sido el menor de ellos.
No es extraño que no lo comprendas, puesto que es difícil de comprender con la mente humana.
Si yo recuerdo bien, sin embargo, tú me criticabas por ser demasiado "cerebral" mientras que tú
comprendías las verdades "más recónditas". Ahora yo estoy hablando de misterios y tú esperas
que todo sea explicado con precisión matemática. Sin embargo...
El hecho de que Cristo fuera de una sola vez por todas crucificado ya para siempre presentado
como el “cordero degollado” ante el Padre, ¿no te ayuda a comprender? Pienso que he aclarado
en la carta que el Cordero con un corte en el cuello se hallaba eternamente presente ante el
Padre y que el eterno sacrificio se hace presente en la Eucaristía. El sacrificio o inmolación se
hace real para nosotros en el altar. ¿Sabes que el altar en la Iglesia Católica representa
simultáneamente la cruz (el lugar del sacrificio; Mal 1:7, 12; 1 Cor 10:21) y la mesa en la que
nosotros comemos la Cena del Señor? Sobre esta mesa del Señor el sacrificio de Cristo se hizo
real para nosotros. Es re-presentado. Esto parece suficientemente sencillo para mí. De nuevo el
Catecismo dice, “La Eucaristía es entonces un sacrificio porque re-presenta (hace presente) el
sacrificio de la cruz, porque es su memorial y porque aplica el fruto” (CCC 1366).
33
El Concilio de Trento dijo, “[Cristo], nuestro Señor y Dios, debía inmolarse, una sola vez y para
siempre, a Dios Padre por su muerte en el altar de la cruz, para ejecutar allí la consumación de
la redención. Pero puesto que su sacerdocio no ha acabado con su muerte, en la Última Cena “en
la noche en que fue entregado,” [Él quiso] dejar a su amada esposa la Iglesia un sacrificio visible
(como exige la naturaleza del hombre) por el que el sacrificio cruento que él había realizado de
una vez por todas en la cruz fuera re-presentado, su memoria fuera perpetuada hasta el fin del
mundo, y su saludable poder aplicado al perdón de los pecados que diariamente cometemos".
¿No podrías tú considerar acaso el sacrificio de Cristo como perpetuo y disponible hoy para
redimirte de los pecados que tú cometes? ¿No aplicas tú los trabajos consumados de Cristo
considerándolos cada día como como presentes y eficaces?
El Eterno sacrificio de Cristo se hace presente a diario por un bondadoso acto de Dios. No le
niegues este poder, ni deberías despreciar la constante enseñanza de la Iglesia desde el siglo I.
Tal rechazo me parecería arrogante y espero que no sea tomado en consideración sino
superficialmente.
Protestante: “¿Me estás diciendo que si yo empiezo a buscar los documentos de la Iglesia
Católica nunca encontraré ninguna enseñanza oficial que postule que la Misa es un “re-sacrificio”
del Señor? La oscuridad de tal idea no engaña a los Protestantes sino que engaña a los Católicos,
que nunca han llegado a aclarar qué es lo que está realmente sucediendo.”
Del mismo modo podrás ver un desarrollo de la comprensión y doctrina de la Eucaristía, pero no
encontrarás ninguna diferencia sustancial en la enseñanza de la Iglesia en 2000 años de
desarrollo. Si encuentras algún aspecto que piensas que es contradictorio, deja que lo conozca y
lo discutiremos, pero hasta ahora yo no conozco ninguno y si crees que lo hay, como es natural
en una buena discusión, la necesidad de demostrarlo es tuya.
34
Además, deberías reconocer que no encuentras nada en la enseñanza de la Iglesia que diga que
Cristo es “resacrificado” porque eso sería llamativamente contrario a la Escritura (por ejemplo,
Heb 7:27; 9:12; 10:10). Los Católicos, como yo, pueden ser un poco tímido a veces, pero
conocemos la Biblia. Una enseñanza acerca de que Cristo es “re-sacrificado” en la Misa estaría en
flagrante contradicción con las nítidas afirmaciones de la Escritura y eso no sería muy inteligente.
Recuerda que los Católicos han estado de acuerdo con la Biblia durante 2000 años, la conocen
bien, y no admitirían tamaño disparate.
Se que tu conoces la enseñanza de Hebreos 6,6: “es imposible que se renueven otra vez
mediante el arrepentimiento, pues crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios, y le exponen
a pública infamia.” Interesante, ¿verdad?
Ahora estamos en disposición de considerar tu siguiente párrafo: “La turbidez de tal proposición
no depende de los protestantes, sino más bien de los católicos, que no han aclarado nunca qué es
lo que realmente sucede durante la Misa.” No estoy de acuerdo con la palabra turbidez
[murkiness] puesto que ella implica una torcida intención. Proviene del antiguo inglés “mirce”,
equivalente al antiguo escandinavo “myrkr”, que significa "tinieblas". La Iglesia Católica así como
la Ortodoxa, en la Santa Tradición de los Padres, entiende que el sacrificio de la Misa es un
“misterio”, que no es lo mismo que decir "tiniebla" o "turbidez". Yo creo que estamos ante un
punto clave.
Consideremos por un momento las dos naturalezas de Cristo en una sola Persona, o la Trinidad
de tres personas en una sola naturaleza. ¿Se trata de algo fácil de explicar? Prueba a intentarlo la
próxima vez que los Testigos de Jehová llamen a tu puerta. Es un misterio, no una "tiniebla" y
sabemos que es verdad porque es la constante enseñanza de la Iglesia y se atestigua en la
Escritura (aunque en ninguna parte se afirme con claridad como en un manual teológico “tres
Personas divinas en una sustancia”). Merriam-Webster define “misterio” como “una verdad
religiosa que sólo se puede conocer mediante revelación y no puede ser plenamente
comprendida”, definición que me parece razonable. Un buen Diccionario Católico escribe: “una
realidad que no pueda ser explicada mediante la razón, sino que toma su fuerza desde la fe
sobrenatural”. Esto no debería ser difícil para ti aceptarlo pues yo te reto a que me des una
explicación plenamente científica de cómo el Espíritu Santo habita en nosotros o de qué sucede
cuando se está “muerto en el Espíritu”. ¿Podrías entonces explicarme perfectamente estar
realidades que tú aceptas? O para usar tus propias palabras, “aclárame qué está sucediendo
realmente”. ¿Sostienes que tú puedes explicar claramente todo lo que está sucediendo en la vida
espiritual y en nuestra alma? ¿Puedes explicar qué sucede cuando nacemos de nuevo? ¿Puedes
explicar qué sucede cuando una persona ha sanado espiritualmente? ¿Puedes describir con
detalles científicos qué proceso mecánico o biológico tiene lugar? ¿Puedes explicar cómo el
Espíritu Santo fecundó a María con la Palabra Eterna de Dios? ¿Llamarías a estas realidades
"tenebrosas" o "turbias", o más bien "misteriosas"?
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¡Los Padres de la Iglesia no tuvieron problema en admitir algunos fenómenos que son misterios!
Y si no estás de acuerdo, te pediría que me mostraras uno de los Padres de la Iglesia o
Apostólicos que piensen de modo diferente. De hecho, sería un buen ejercicio para ti indagar
acerca de quién fue la primera persona en la historia del Cristianismo en negar la Presencia Real
de Cristo en la Eucaristía o en negar que fuera un sacrificio.
En Malaquías 1:11 dice: “Mi Nombre será grande entre las naciones [gentiles], desde el levante
hasta el poniente, y en todo lugar se ofrecerá a mi Nombre un sacrificio de incienso y una
oblación pura. Pues grande es mi Nombre entre las naciones”. Los padres apostólicos y toda la
Iglesia primitiva explicaron este pasaje a partir de la Eucaristía. Un erudito protestante buen
conocedor del Antiguo Testamento, Joyce Baldwin recapituló estos versículos de Malaquías del
siguiente modo:
(1) El nombre de Dios será honrado entre las naciones (Gentiles), y ellos llegarán a conocer a
Dios;
(2) este culto mundial no sería dependiente de los sacrificios levíticos ofrecidos en Jerusalem; y,
(3) “será ofrecido” se refiere al inminente futuro, en el que la oblación pura trascenderá todas las
ofrendas anteriores.
Baldwin hace hincapié en que “el adjetivo "pura" no se usa en otro lugar para describir las
ofrendas... En el mejor de los casos los sacrificios levíticos nunca fueron descritos en estos
términos” (Haggai, Zacarías, Malaquías, vol. 24 en los Comentarios al Antiguo Testamento de
Tyndale [Downers Grove, IL: Inter-Varsity Press; 1972], 229-230).
El lenguaje de Malaquías es claramente sacrificial y da cuenta con nitidez de una única oblación,
algo nunca visto en el Antiguo Testamento.
Este sacrificio, ofrecido mundialmente, es superior a los sacrificios levíticos de los Judíos y no
podría nunca ser concebido en pie de igualdad con los sacrificios paganos, por más sinceros que
pudieran ser aquellos. El sacrificio (singular) será ofrecido mundialmente (múltiples sacrificios) y
reemplazará y será superior a todos los sacrificios precedentes. Este sacrificio único alcanza su
plenitud con el sacrificio singular y definitivo de Cristo, en tanto que la mejor explicación para los
múltiples sacrificios “desde el amanecer hasta el ocaso” es la celebración de la Eucaristía, tal
como ha sido entendido por los cristianos que recibieron el evangelio de labios de los apóstoles.
Esto nos conduce a considerar a la Iglesia, el pacto abierto a todas las naciones, Judíos y
Gentiles, como el escenario para esta “ofrenda pura” que será ofrecida en todos los lugares del
planeta. Que esta referencia a la Eucaristía fue hecha pensando en la Iglesia es algo que puede
percibirse en época tan temprana como en la Didajé (también conocida como "doctrina de los
doce Apóstoles", compuesta probablemente en Siria hacia el 60-80 d.C., que es, después del
36
Nuevo Testamento, el documento literario cristiano más antiguo). Aportaré unos pocos ejemplos
por el momento: El sacrificio es una “ofrenda pura” singular, y, sin embargo, “en todo lugar”: la
Misa Católica se ajusta a ello como anillo al dedo. Ya afirmaba San Agustín “¿Qué respondes a
esto? Abre al fin tus ojos, por tanto, en cualquier momento, y mira, desde el amanecer hasta el
ocaso, el Sacrificio de los Cristianos es ofrecido, no en un lugar solamente, como fue establecido
con los Judíos, sino en todas partes; y no cualquier dios para todos, sino el que Él predijo, el Dios
de Israel... No en un solo lugar, como prescribió para vosotros en la primitiva Jerusalén, sino en
todas partes, incluso en la misma Jerusalén. No de acuerdo con la Orden de Aarón, sino de
acuerdo con la Orden de Melquisedec" (La Fe de los primitivos Padres, 3:168).
Ahora te proporcionaré unas pocas citas de los primeros Padres para fundamentar esto. Te
confieso que, como evangélico, quede absolutamente consternado cuado pude comprobar que
ninguno de los representantes de la Iglesia primitiva en su totalidad, y quiero decir ninguno
(excepto los Gnósticos), rechazaron la idea de la eucaristía como de un verdadero sacrificio.
La Didajé, o "Doctrina de los Apóstoles" (escrita incluso antes que algunos de los documentos del
Nuevo Testamento):
Congregaos en el Día del Señor, y partid el pan y ofreced la Eucaristía, pero primero confesad
vuestros pecados, para que así vuestro sacrificio pueda ser completamente puro. El que esté
apartado de su prójimo no participará con vosotros hasta que se haya reconciliado con aquel, y
así evitaréis cualquier profanación de vuestro sacrificio. Esta es la ofrenda de la que el Señor ha
dicho: “En todo lugar y siempre ofrecedme un sacrificio que es sin mancha, porque Yo soy un
gran rey, dice el Señor, y mi nombre es el asombro de las naciones” [Malaquías, 1:11].”
"Nuestros pecados no serán pequeños si nosotros expulsamos del episcopado [obispos o grupo
de los dirigidos por los obispos] a los que de modo irreprochable y santamente han ofrecido sus
Sacrificios.”
Y Clemente afirma además: “El Sumo Sacerdote, por ejemplo, tiene sus propios servicios
asignados a él... Hay ministerios particulares establecidos para los Levitas, y el seglar está
obligado por las reglas que afectan al estado laico. Del mismo modo, hermanos míos, cuando
ofrecemos nuestra propia Eucaristía a Dios, cada uno debe atenerse a su categoría.”
Estad convencidos, por tanto, de que todos participáis de una común Eucaristía; por ello no hay
sino un solo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, un cáliz de unión con Su Sangre, y un solo altar
de sacrificio – incluso no hay sino un solo obispo, con su clero y sus propios servidores
acompañantes, los diáconos. Esto os permitirá aseguraros de que todo lo que hacéis está en
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completo acuerdo con la voluntad de Dios.” J.N.D. Kelly comenta acerca de esta última cita que
“la referencia de Ignacio a un único altar, así como a un único obispo, revela que él también
piensa en términos sacrificiales”.
Y de nuevo, “Pero mirad a esos hombres que tienen esas perversas nociones acerca de la gracia
de Jesucristo que ha descendido a nosotros, y ved cuán contrarios a la mente de Dios son... Ellos
incluso se abstienen de [participar en] la Eucaristía y de la oración pública [litúrgica], porque no
admiten que la Eucaristía es el mismo cuerpo de nuestro Salvador Jesucristo, cuya [carne] fue
inmolada por nuestros pecados, y que el Padre en su bondad resucitó de nuevo. En consecuencia,
puesto que ellos rechazan los dones de Dios, están condenados en sus discusiones. Harían mejor
en aprender a ser caritativos si quieren conocer la resurrección... Abjura de sus discordias,
porque ellas son el principio de sus males.”
“Obedeced a vuestro obispo y sacerdotes con mentes indivisas... Manteneos en una común
participación del pan –la medicina de inmortalidad, y el soberano remedio por el que
escaparemos a la muerte y viviremos en Cristo Jesús para siempre.”
Estas son las palabras de los hombres que fueron guiados por los mismos apóstoles. ¿Debo dar
oído a sus enseñanzas, o a las de los Fundamentalistas, que están a dos mil años de distancia de
los apóstoles?
Justino añade: “Así pues Dios habla por labios de Malaquías, uno de los doce [profetas], como
dije antes, acerca de los sacrificios presentados en ese tiempo por vosotros [los Judíos]: “No me
complazco en ti, dice el Señor, y no aceptaré sacrificios de tus manos; pues desde la salida del
sol hasta su puesta, Mi nombre ha sido glorificado entre los gentiles, y en todas partes se ofrece
incienso a Mi nombre, y una ofrenda pura: pues Mi nombre es grande entre los gentiles dice el
Señor, pero vosotros lo profanáis.” [Así] Él entonces se dirige a los Gentiles, es decir, nosotros,
que en todas partes Le ofrecemos sacrificios, esto es, el pan de la Eucaristía, y también el cáliz
de la Eucaristía, confirmando ambos que nosotros glorificamos Su Nombre y vosotros lo
profanáis.”
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Y una vez más: “En consecuencia, Dios, anticipando todos los sacrificios que nosotros ofrecemos
por medio de este nombre, y que Jesucristo nos mandó ofrecer, es decir, en la Eucaristía del pan
y del cáliz, y que son celebrados por los cristianos en todos los lugares por todo el mundo, da
testimonio de que estos Le son agradables diciendo: “desde el amanecer hasta el ocaso mi
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nombre es glorificado entre los Gentiles [Malaquías 1:11]”
Son unas pocas citas de los siglos primero y segundo, conceptos estos que se multiplicarán en los
siglos siguientes. Ahora bien, ¿encuentras aquí en alguna parte tu concepto de Eucaristía?
Dice el historiador protestante J.N.D. Kelly “Justino habla de “los sacrificios que nosotros
ofrecemos por medio de este nombre, y que Jesucristo nos mandó ofrecer, es decir, en la
Eucaristía del pan y del cáliz, y que son celebrados por los cristianos en todos los lugares por
todo el mundo". No sólo aquí sino también en otra parte, él identifica “el pan de la Eucaristía y
también el cáliz de la Eucaristía”, con el sacrificio profetizado por Malaquías".
“Fue natural para los primeros cristianos pensar en la Eucaristía como en un sacrificio. El
cumplimiento de la profecía reclamó un solemne sacrificio cristiano, y el rito mismo fue arropado
en la atmósfera sacrificial con la que nuestro Señor revistió la Última Cena. Las palabras de la
institución, “Haced esto”, deben haberse cargado de connotaciones sacrificiales para los que las
escuchaban en el siglo segundo; Justino de cualquier modo así lo entendió ... Si nos preguntamos
en qué cosa consistía este "sacrificio", la Didakhé no proporciona ninguna respuesta clara.
Justino, sin embargo, deja bien claro que la “oblación pura” preanunciada por Malaquías fue el
mismo pan y vino de la ofrenda de Jesús. Aun suponiendo que él sostenga que “las oraciones y
acciones de gracias” son los únicos sacrificios agradables a Dios, debemos recordar que usa la
expresión “acción de gracias” como técnicamente equivalente a “el pan y el vino eucarísticos”. El
pan y el vino, además, son ofrecidos “como memorial de la pasión”, una frase que teniendo en
cuenta la identificación de éstos con el cuerpo y la sangre del Señor, implica mucho más que un
acto de simple recuerdo espiritual. Aunque podría parecer que, aun cuando su lenguaje no fue
plenamente explícito, Justino está encaminándose a una concepción de la Eucaristía como la
ofrenda de la pasión del Salvador.” Primitivas doctrinas cristianas por el famoso erudito
protestante J.N.D. Kelly (San Francisco: Harper & Row, 1978).
Te respondo: Supongo que puedes decirte a ti mismo lo que quieras, pero la definición histórica
de Católico, con una mayúscula “C”, ciertamente no se te puede aplicar, aunque concedo en una
“c” minúscula. Como puedes ver, cuando una palabra se escribe con mayúscula se toma en un
sentido muy determinado, como un término técnico, o un nombre. Como Cirilo de Jerusalem
dijo: “Y si visitas alguna ciudad, no preguntes sencillamente dónde está "la casa del Señor",
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puesto que los otros, las sectas de los impíos, también ellos intentan llamar a sus guaridas "la
casa del Señor" -ni preguntes simplemente dónde está la Iglesia, pregunta más bien dónde está
la Iglesia Católica. Por eso es este el nombre singular de la santa Iglesia, la madre de todos
nosotros, que es la Esposa de nuestro Señor Jesucristo, el Unigénito de Dios."
Acogiéndome a la Misericordia,
Steve Ray
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Apóstoles y conocer la relación entre la Tradición oral de la Iglesia y lo escrito en la Biblia te
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NOTAS
[1] Dicho sea de paso, la Biblia no es el árbitro último en la cuestión de la monogamia, ya que
presenta la poligamia como norma; se debe a la tradición católica que los evangélicos crean en la
monogamia. Lo mismo sea dicho con respecto a temas pro-vida, la Trinidad, el canon de las
Escrituras, y muchos otros temas que los evangélicos aceptan ciento por ciento por ser
tradiciones católicas, aunque ellos no lo sepan.
[2] Es interesante notar que el Antiguo Testamento tampoco provee un manual judío de cómo
celebrar todas las fiestas del Señor. Esto se conocía por viva tradición, de generación en
generación. Los judíos entendían que Moisés, cuando bajó del monte Sinaí, traía consigo leyes
escritas y tradiciones orales; esto se ve, por ejemplo, en el hecho de que Moisés, en el Éxodo, se
sentaba entre el pueblo para juzgar sus causas, según los mandamientos del Señor. Esta
autoridad pasó de generación en generación en el pueblo de Israel, a través de los sacerdotes y
demás líderes. Jesús mismo reconoció esa autoridad y no la negó ni la abolió; al contrario, la
aprobó, como consta en Mt 23,2, cuando se habla de la “cátedra de Moisés”.
[3] Mt 22:29-32: “Jesús les respondió: “Estáis en un error, por no entender las Escrituras ni el
poder de Dios. Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán
como ángeles en el cielo. Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído aquellas
palabras de Dios cuando os dice “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”?
No es un Dios de muertos, sino de vivos.”
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Hebreos 12:1: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de
testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba
que se nos propone”.
[4] Ignacio de Antioquia, La Epístola a los habitantes de Esmirna, 7,8, en Primitivos escritos
cristianos, 102-103, escrita hacia 106 d.C.
No cabe duda acerca de que Ignacio consideraba la Eucaristía como la Presencia Real de Cristo, la
mismísima carne que fue crucificada y glorificada de nuevo. No hay aquí novedad alguna; él no
escribió nada nuevo a los fieles de Asia, sólo confirmó lo que ellos siempre habían conocido y
practicado. Expuso la doctrina común de la Iglesia en su conjunto, y en modo alguno dio sus
cartas como fundamentales o apartadas de la doctrina universal de los apóstoles. El historiador
Warren Carroll nos dice que en el momento de su martirio Ignacio contaba al menos treinta años
como obispo, probablemente enseñado por el Apóstol Juan, y fue claramente entonces el
miembro vivo más venerado de toda la Iglesia” (La Fundación del Cristianismo, , [Front Royal,
VA: Christendom Press, 1993],
1:455).
[5] Como hacemos nosotros, los protestantes consideran un altar, la mesa del sacrificio, en el
cielo ante el trono de Dios (Is. 6:1; Rev. 6:9; 8:3, 5; 9:13; 11:1; 14:18; 16:7) ¿Acaso los altares
desaparecen con la Nueva Alianza o Ley?
[6] Si tú manipulas tus propios documentos de modo tan desenvuelto, los Católicos desconfiarán
del modo en que lees e interpretas la Biblia. La credibilidad es difícil de recobrar en relación con
un lector, una vez que la has perdido.
[7] Justino Mártir en su diálogo con Trypho el Judío hacia 135 d.C. [Capítulo 41]. Justino
considera la Eucaristía como un sacrificio, y eso ha sido profetizado varios siglos antes por
Malaquías [1:10]. Esta fue la doctrina universal de la Iglesia primitiva.
“Justino habla de “todos los sacrificios en este nombre que Jesús mandó que se realizaran, es
decir, en la Eucaristía del pan y del cáliz, y que son celebrados en todas partes por los
Cristianos”. No sólo aquí sino también en otra parte identifica “el pan de la Eucaristía, y el cáliz
también de la Eucaristía” con el sacrificio predicho por Malaquías.
“Fue natural para los primitivos Cristianos considerar la Eucaristía un sacrificio. La realización de
la profecía exigía una ofrenda cristiana solemne, y el rito mismo fue arropado en la atmósfera
sacrificial con que nuestro Señor revistió la Última Cena. Las palabras de la institución, “Haced
esto”, se cargarían de connotaciones sacrificiales para los oyentes del siglo segundo; Justino de
cualquier modo así lo entendió en conformidad con mi punto de vista para “Ofreced esto”. Si
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indagamos cómo se concibió el sacrificio para ser compatible con ello, la Didakhé no proporciona
ninguna respuesta clara. Justino, sin embargo, deja bien claro que el pan y el vino mismos fueron
la “oblación pura” preanunciada por Malaquías. Aun suponiendo que él sostenga que “las
oraciones y acciones de gracias” son los únicos sacrificios agradables a Dios, debemos recordar
que él usa la expresión “acción de gracias” como técnicamente equivalente a “el pan y el vino
eucarísticos”. El pan y el vino, además, son ofrecidos “como memorial de la pasión”, una frase
que teniendo en cuenta la identificación de éstos con el cuerpo y la sangre del Señor, implica
mucho más que un acto de simple recuerdo espiritual. Aunque podría parecer que, aun cuando su
lenguaje no fue plenamente explícito, Justino está encaminándose a una concepción de la
Eucaristía como la ofrenda de la pasión del Salvador.” Primitivas doctrinas cristianas por el
famoso erudito protestante J.N.D. Kelly (San Francisco: Harper & Row, 1978).
[8] ¿Qué es lo que el término participación significa? ¿Forma también parte de un lenguaje
simbólico? No, significa una participación real. San Agustín pone estas palabras en los labios de
Jesús para describir lo que sucede en la Eucaristía: “Yo no me transformaré en ti, como sucede
con el alimento corporal; más bien tú te transformarás en mí.” (Confesiones, VII, 10, 16) Como
Kittel afirma: “koinonía denota participación, comunión.” (TDNT, III, 798).
San Juan Crisóstomo afirma: “¿Qué es de hecho el pan? El cuerpo de Cristo. ¿Qué llegan a ser
quienes reciben la comunión? El cuerpo de Cristo.” (Crisóstomo, Homil. Sobre 1 Cor. 24, ad loc.).
Él parece creer que no se trata exactamente de participar en un gesto puramente simbólico, sino
lo que Pablo dice, que nosotros estamos participando en el cuerpo y la sangre de Cristo. ¿Cómo
podría ser así si se tratase de un mero símbolo? ¿Eran los primeros cristianos personas que
tomaran la Biblia al pie de la letra o lo somos nosotros?
“El estatus sacramental del pan y del vino no se toma como presupuesto sino que es convertido
en el fundamento de este argumento...
El alimento y la bebida espiritual ahora aparece más estrictamente definido como el cuerpo y la
sangre de Cristo: aunque el fundamento último de esta definición será dado más tarde (1 Cor.
11: 23-26), Pablo puede asumirla como un terreno común que comparte con su audiencia,
suficientemente sólido como para soportar la posterior argumentación... Lo que los escritos del
Nuevo Testamento presuponen ... es de mayor importancia que lo que de hecho describen.” (The
Study of Liturgy ed. by Jones, Wainwright, Yarnold, and Bradshaw; NY: Oxford University Press;
1978, 1992).
Parece que San Pablo está comparando tres sacrificios ofrecidos en altares (mesas): el de los
Judíos (v. 18), el de los paganos (v. 19-21; ofrecido a los ídolos), y el de los Cristianos, la
Eucaristía. Pablo confirma la naturaleza sacrificial de la Eucaristía Cristiana. La “mesa del Señor”
es un término técnico común en el Antiguo Testamento en referencia al altar del sacrificio (Lev.
24:6, 7; Ez. 41:22; 44:15; Mal. 1:7, 12) La “mesa del Señor” en la Iglesia, en referencia a Pablo,
y extraída de la terminología y práctica del Antiguo Testamento, es ahora el altar para el nuevo
sacrificio en referencia a Malaquías (Mal. 1:11) de acuerdo con el punto de vista de los cristianos
de los siglos primero y segundo. El anuncio de la “mesa del Señor” es mencionado dos veces en
el capítulo primero de Malaquías, antes y después de la promesa de Yahvé sobre un futuro
sacrificio ofrecido por los gentiles en todo el mundo. La “mesa del Señor”, o altar sacrificial, será
el lugar donde se realice esta ofrenda que se corresponde con la Eucaristía ofrecida en la “mesa
del Señor” en 1 Cor. 10: 21.
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Los paralelismos son sorprendentes: Malaquías hace coincidir dos veces el “sacrificio puro” de los
gentiles, con el sacrificio de la “mesa del Señor”.
Pablo después usa esta misma terminología para referirse al nuevo sacrificio ofrecido sobre la
“mesa del Señor” en la Iglesia. El sacrificio de la Eucaristía en la “mesa del Señor” es comparado
con otros bien conocidos sacrificios ofrecidos sobre mesas o altares. Pablo, el perspicaz discípulo
del ilustre maestro judío, Gamaliel, no utiliza esta terminología del Antiguo Testamento a la
ligera. Sabe que sus lectores comprenden el poder de su terminología sacrificial en lo tocante a la
Eucaristía. Parece que Pablo, el brillante maestro de la Torah, entendiera la Eucaristía en
términos sacrificiales, ofrecida sobre la “mesa del Señor” como el cumplimiento de Malaquías
1:11. “El paralelismo que Pablo traza entre la participación judía y pagana en sus respectivos
sacrificios comiendo la carne de las víctimas y la comunión cristiana con Cristo por medio de la
Eucaristía demuestra que él considera la participación en la comida eucarística como una comida
sacrificial y ello implica que la propia Eucaristía es un sacrificio.” (Jerome Biblical Commentary
Edited by Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer, and Roland E. Murphy. Englewood Cliffs, NJ:
PrenticeHall, 1968.)
[9] Por ejemplo, el cristiano del siglo primero, Ignacio de Antioquia, del que la historia nos
cuenta que conoció a los apóstoles, escribe, “¡Observad a los que defienden erróneas opiniones
referentes a la gracia de Jesucristo que ha venido a nosotros, y ved como ellos se oponen al
pensamiento de Dios! No se comprometen en ninguna obra de caridad, ni en relación con viudas
ni huérfanos, ni con personas desgraciadas, ni con los que están en prisión ni fuera de ella, ni con
los hambrientos o sedientos. De la Eucaristía y la oración se mantienen apartados, porque ellos
no confiesan que la Eucaristía es la Carne de nuestro Salvador Jesucristo, que padeció por
nuestros pecados, y que el Padre en Su amor sobreabundante lo resucitó de entre los muertos. Y
así, los que cuestionan el don de Dios acaban por ser víctimas de sus parcialidades. Les iría mejor
si cultivaran la caridad, así tendrían parte en la resurrección [de Cristo].” (Epístola a los
habitantes de Esmirna, 6, 7).
[10] Justino Mártir, Diálogo con Trypho el Judío, capítulo 117; tomado de Los Padres anteriores al
Concilio de Nicea, 1: 257. Justino afirma de manera muy explícita que la Eucaristía es el sacrificio
puro que Dios, por medio del verdadero Mesías, ha sustituido por los del Templo Judío. Defiende
que esta es la doctrina universal de la primitiva Iglesia.
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