EL PRINCIPITO
El principito de la historia explica que:
Cuando tenía 6 años vi un libro sobre la selva virgen que se titulaba
`HISTORIA VIVIDAS ´ una magnifica lamina.
Representaba a una serpiente Boa que se tragaba a una fiera.
Reflexione acerca del libro y diseñe un dibujo:
DIBUJO NUMERO 1:
Enseñe mi dibujo a las persona mayores y le dije si mi dibujo les daba
miedo:
- ¿Porque debería de asustar si es un sombrero?
- Me respondieron
Mi dibujo no representaba a un sombrero.
Representaba a una serpiente Boa que digiere un elefante.
Seguí intentando y diseñando mí:
DIBUJO NÚMERO 2:
Y las personas mayores me aconsejaron de abandonar la serpiente Boa y
poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática.
Y a la edad de 6 años abandone la carrera de ser pintor.
Y tuve que elegir por otro oficio y aprendí a pilotar aviones.
He volado por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido
mucho porque al primer vistazo podía distinguir perfectamente los países.
Viví mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero
esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre ellos.
Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lucido, lo
he sometido a la experiencia de mi Dibujo número 1 que ha conservado
siempre. Quería saber si verdaderamente era ser compresivo.
E invariablemente me contestaban siempre ``ES UN SOMBRERO´´ me
abstenía de hablarles de la Serpiente Boa, de la selva virgen y las estrellas.
Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, el golf, de política y de
corbatas.
Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando
hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había
estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni
pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era
para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber
para ocho días. La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil
millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado
que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi
sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que
decía:
— ¡Por favor... píntame un cordero!
— ¿Eh?
— ¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos.
Miré a mí alrededor. Vi a un extraordinario muchachito que me miraba
gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él,
aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo, ya
que las personas mayores me habían desanimado a mi carrera de ser
pintor
Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay
que olvidar que me encontraba a unas mil millas de distancia del lugar
habitado más próximo. Y ahora bien, el muchachito no me parecía ni
perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía
en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de
distancia del lugar habitado más próximo. Cuando logré, por fin, articular
palabra, le dije: — Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:
— ¡Por favor… píntame un cordero! Cuando el misterio es demasiado
impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me
pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de
muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente.
Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo
y gramática y le dije al muchachito (ya un poco malhumorado), que no
sabía dibujar.
— ¡No importa
—me respondió
—, píntame un cordero! Como nunca había dibujado un cordero, rehíce
para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la
serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al
hombrecito:
— ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es
muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra es todo muy
pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.
— ¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro. Volví a dibujar.
Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
— ¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos…
Rehíce nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.
—Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor,
garrapateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:
—Esta es la caja. El
cordero que quieres está adentro. Con gran
sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:
— ¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para
este cordero?
— ¿Por qué?
—Porque en mi tierra es todo tan pequeño… Se inclinó hacia el dibujo y
exclamó:
— ¡Bueno, no tan pequeño…! Está dormido… Y así fue como conocí al
principito. Después fue a su planeta y dialogo con su rosa
-“Te amo” - dijo el principito…
-“Yo también te quiero” - dijo la rosa.
-“No es lo mismo” - respondió él…
"Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso
que llena las expectativas personales de afecto, de compañía…
Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear
algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos
carentes.
Querer es esperar, es apegarse a las cosas y a las personas desde nuestras
necesidades. Entonces, cuando no tenemos reciprocidad hay sufrimiento.
Cuando el “bien” querido no nos corresponde, nos sentimos frustrados y
decepcionados. DESPUES EL PRINCIPITO DECIDIO IR A LOS PLANETAS
PERO HABIA DEJADO SU ROSA SOLA.
El planeta del rey
El primer asteroide que visita el Principito está habitado por un rey, y
nada más, lo cual es paradójico, pues la obediencia supone al menos dos
personas: quien manda y quien acata el mandato. ¿Pero qué pasa si un día
nos damos cuenta de que el fundamento de dicho poder podría ser
absurdo? ¿Qué pasa si, como el Principito, un día simplemente decidimos
darle la espalda a la lógica del Amo?
El planeta del vanidoso
Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista. La libido se
invierte sobre todo en la propia subjetividad. El narcisismo no es ningún
amor propio. El sujeto del amor propio emprende una delimitación
negativa frente al otro, a favor de sí mismo. En cambio, el sujeto narcisista
no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite
entre él y el otro. El mundo se le presenta sólo como proyecciones de sí
mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en
esta alteridad. Sólo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí
mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí
mismo, hasta que se ahoga en sí mismo.
El planeta del bebedor
En Pasado en claro, Octavio Paz recuerda a su padre con esta imagen:
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
Porque la tortura es aún más pesarosa si se repite indefinidamente, en un
ciclo ininterrumpido.
Recordamos íntegramente el estimulante y breve paso del principito por
el planeta del borracho:
“El siguiente planeta estaba habitado por un borracho. Esa visita fue muy
corta, pero sumergió al principito en una gran melancolía:
– ¿Qué haces ahí? – le dijo al borracho, que encontró instalado en silencio
ante una colección de botellas vacías y una colección de botellas llenas.
– Bebo – respondió el borracho, con aire lúgubre.
– ¿Por qué bebes? – Le preguntó el principito
– Para olvidar – respondió el borracho.
– ¿Para olvidar qué? – inquirió el principito, que ya lo compadecía.
– Para olvidar que tengo vergüenza – confesó el borracho bajando la
cabeza.
– Vergüenza de qué? – se informó el principito, que deseaba socorrerlo.
– ¡Vergüenza de beber! – concluyó el borracho que se encerró
definitivamente en el silencio.
Y el principito se fue, perplejo.
Las grandes personas son decididamente muy pero muy raras, se decía a sí
mismo durante el viaje. “
El planeta del hombre de negocios
Las fronteras entre infancia y vida adulta son claras sólo una vez que las
hemos traspasado. El ejercicio de la sexualidad, la asunción de
responsabilidades básicas como el cuidado de sí y, también, el
entendimiento de la noción de dinero. Cuando somos niños el dinero
puede parecernos otro objeto entre los objetos, algo que los mayores dan
a cambio de ciertas cosas pero que, por otro lado, no se ve de dónde
surge ni por qué los adultos lo tienen. Quizá por eso, porque a los niños
les parece tan extraño, se encuentra aquí, entre los planetas que visita el
Principito. También porque es aún más incomprensible que el dinero en sí,
que no es más que un medio, lleve al deseo de posesión, a la acumulación
por la acumulación misma, inútil, encerrada en sí misma.
El planeta del farolero
Este sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso, por el
bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único que no
me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo.
El planeta del geógrafo
Es un poco triste hablar de cosas que no se conocen, sobre todo cuando
dicha deficiencia obedece a una prohibición subjetiva. ¿Cómo hablar del
mar si nunca se le ha sentido de cerca? La salinidad en el gusto, la tibia
frialdad de sus aguas, el ruido incesante de su naturaleza. ¿De qué sirve
solazarse en el consuelo de las “cosas eternas” si se descuida eso
“efímero” donde se asienta verdaderamente la vida?
La Tierra
“¡La Tierra no es un planeta cualquiera!”, así que me permitiré una
pequeña trampa que me permita hablar del único momento narrativo que
me importa en esta primera mitad de El principito, cuando su protagonista
arriba a nuestro planeta. Me salto los encuentros del Principito con la
serpiente, la flor, el eco y las rosas para escribir sobre el episodio con el
Zorro, sin duda uno de los más emotivos del libro y, por ello mismo, quizá
también el fragmento más conocido. La conversación entre el Zorro y el
Principito gira en torno a los vínculos, las relaciones que establecemos con
esos otros que son como nosotros en la medida en que también tienen
sentimientos, expectativas, deseos, ideas propias sobre el mundo y más.
Con sutileza, Saint-Exupéry traza una de las descripciones más simples y al
mismo tiempo hermosas de aquello que está implicado en una relación: el
reconocimiento del otro como alguien distinto a quienes somos, el lugar
único que puede llegar a ocupar en nuestra propia existencia y, quizá por
encima de todo, la responsabilidad que tenemos sobre dichos lazos, el
cuidado que nos merecen por el placer que nos prodigan, el único
auténtico que se encuentra por la vía del otro, en el tiempo que
“perdemos” con los demás, encontrando de su mano la vida en el mundo
y esas cosas invisibles a los ojos que, al final, son las que de verdad
importan.
Recordemos, no obstante, que, como nos enseñó el principito, solo con el
corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos..