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Reflexiones sobre Arte y Humanidad

Este documento es un prólogo escrito por Félix de Azúa que explora los orígenes del arte humano y la necesidad fundamental de representar el mundo. Comienza describiendo cómo los primeros signos humanos fueron los sonidos, luego las imágenes, y finalmente las palabras. Explica que esta voluntad de representación surge de una necesidad profunda de reconocer y entender un mundo separado del nuestro. Luego resume brevemente cómo evolucionaron estas primeras formas de representación a lo largo de la historia humana.

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Raquel Navv Torr
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Reflexiones sobre Arte y Humanidad

Este documento es un prólogo escrito por Félix de Azúa que explora los orígenes del arte humano y la necesidad fundamental de representar el mundo. Comienza describiendo cómo los primeros signos humanos fueron los sonidos, luego las imágenes, y finalmente las palabras. Explica que esta voluntad de representación surge de una necesidad profunda de reconocer y entender un mundo separado del nuestro. Luego resume brevemente cómo evolucionaron estas primeras formas de representación a lo largo de la historia humana.

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VOLVER LA MIRADA
Félix de Azúa
Prólogo
Desde nuestro origen, los humanos hemos querido representar el mundo en el que
vivimos o lo que es igual, reconocerlo. Esta es una primera separación que nos puso,
por decirlo así, delante o frente al mundo a la manera de algo aparte, separado y
distinguido. Lo primero que usamos para representarlo fueron los sonidos
ordenados, luego las imágenes, finalmente las palabras. En este orden fueron
apareciendo nuestros signos del mundo y aún hoy en día así los encontramos;
danzas y ritmos en pueblos muy arcaicos y sin otro modo de expresión, imágenes en
sociedades evolucionadas con una primera explosión en las cuevas paleolíticas, y
palabras que sólo podemos conocer a partir de la invención de soportes que las
perpetuaron en piedra, en arcilla, en láminas vegetales. Esta voluntad de
representación de un mundo separado responde, por tanto, a una necesidad
profunda, algo que nos es imprescindible. Y es un rasgo inmanente de nuestro
propio ser.

Primero fueron lo sonidos porque somos animales y los sonidos, para un animal, son
señales vitales del mundo que pueden significar una amenaza de muerte, anunciar la
caza, una nueva vida o el silencio y el sosiego. Cada sonido le dice al animal algo
sobre el mundo en el que vive y le recomienda un comportamiento. Esos sonidos,
repetidos y ordenados, fueron nuestro primer acercamiento al mundo.

Vinieron luego las imágenes en un estadio más avanzado, cuando las actividades de
la tribu se diversificaron y comenzaron a aparecer objetos y sucesos reiterados y
memorables. Junto con algunos utensilios, huesos y cráneos, son los vestigios
primeros del surgimiento humano y de su memoria, una facultad imprescindible
para la representación y hermana gemela de la imaginación. Únicamente podemos
representar lo que recordamos e imaginamos.

En último lugar la palabra cuando nace el lenguaje articulado del que sólo
conocemos aquellas señales que se imprimieron o esculpieron en soportes
duraderos. Así que la palabra pudo estar desde el comienzo (aunque es probable que
los neandertales no hablaran), pero no tenemos la menor prueba de ello. Las más
antiguas arcillas, moldes e inscripciones traen caracteres, sílabas, nombres. No
obstante, se sospecha que lo primero que inscribimos fueron los números, las
cantidades, los cálculos.

Que estas actividades, modernamente llamadas «artes», responden a la voluntad


humana quiere decir que son el fruto o el efecto de una necesidad ineludible y
pertenecen a la pulsión más oculta y profunda de nuestra naturaleza. Sólo algo
excepcionalmente necesario podría distraer a nuestros antepasados de la penosa
tarea diaria de sobrevivir. Tan hondas están enraizadas estas prácticas que es
probable que nunca sepamos ni cómo se originaron, ni cuándo, ni dónde. Esa es la
parte más oscura y extensa de nuestra ignorancia.
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Sabemos, eso sí, que gracias a ellas nos distinguimos de los demás animales, nos
separamos de nuestros primos, nos convertimos en una especie única y singular, una
vez más, situada enfrente o delante del resto de la naturaleza. Hay una conciencia de
excepcionalidad en las representaciones. La imagen mítica de Adán y Eva en el
Paraíso poniendo nombres a los otros animales es una fábula sobre nuestra
conciencia de excepcionalidad.

Es probable, o eso creen algunos teóricos, que tal diferencia absoluta, que semejante
separación brutal, se deba a nuestro conocimiento de la muerte. Somos el único
animal que sabe que va a morir y que su paso por el mundo es efímero, provisional.
En consecuencia, también sabemos que la inmortalidad es concebible como pura
negación de lo evidente. Y también sabemos que ningún animal es consciente de lo
mismo que nosotros, este último paso oscuro y temible, así como su negación divina.
Los animales pueden tener muchas virtudes, pero sin duda desconocen la
inmortalidad. Esta diferencia es abismal.

Sin embargo, la especulación acaba ahí, en la mera constatación de que los humanos
saben desde el principio (ese es su principio) que son mortales. La invención de los
dioses será la consecuencia inmediata de este conocimiento, pero antes nuestros
antepasados procedieron a representar el mundo, su entorno biológico, las cosas que
les eran preciosas o imprescindibles, y también a ellos mismos como cosa entre las
cosas. De esas representaciones y de la noción de inmortalidad nacerán los dioses,
los cuales, en el inicio, también serán «cosas», aunque inmortales: un río, un monte,
el sol, el rayo. Esta es la parte que sabemos.

Ahora, cientos de miles de años más tarde, ese animal singular ha llegado a un
estadio en el que sus necesidades imperiosas han cambiado por completo. Una gran
parte de la humanidad sigue como en siglos anteriores, pero la pequeña parte que
transforma el mundo vigorosamente desde hace cientos de años parece haber dado
un salto gigantesco hacia lo desconocido. Nuestros sonidos son ahora duros,
agresivos, discordes, carecen de todo sosiego, nos advierten sobre un peligro
abrumador. Nuestras imágenes se han trasladado a una superficie no menos
misteriosa, la pantalla, y no las producimos manualmente ni con herramientas a la
mano, sino por medio de máquinas electrónicas. Buena parte de nuestras
representaciones son ahora inmateriales.

En cuanto a las palabras, lo llenan todo, están en todas partes, son invasivas, pero es
cada día más difícil comprenderlas, su espesor las hace tan inaccesibles como un
enorme océano de plásticos sucios. Es un momento crítico. Ante nosotros se ha
abierto un nuevo abismo. Es posible que si empezamos este prólogo hablando del
origen debamos ahora hablar del acabamiento. O de algo más terrible: de un
destino.

Así que no es mal momento para repasar nuestras actividades pasadas, mientras
fuimos animales mortales que representaban el mundo, su entorno y a nosotros
mismos, buscando un entendimiento con aquello de lo que estábamos separados.

En este volumen he reunido, con la inestimable ayuda de Andreu Jaume, muchas de


aquellas imágenes que me han ido diciendo algo, que han dado cierto significado,
por mínimo que fuera, a mi vida y a la de mis semejantes. También aquellas que
levantaron temibles interrogantes. La selección forma casi una historia de la
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pintura, aunque peculiar, claro está. Por ejemplo, apenas roza el arte griego y el del
Renacimiento. Dos momentos que se explican a sí mismos sin necesidad de lecturas
externas, dos momentos de extremado idealismo que ven el mundo desde la
divinidad, como si todos los problemas humanos fueran irrelevantes frente a la
belleza de los inmortales, una belleza que es, sencillamente, la ausencia de muerte.
Es un arte sub specie aeternitatis. Aparte de este hueco enorme, la antología recoge
desde las pinturas parietales del Paleolítico hasta Robert Smithson, Andy Warhol o
Anselm Kiefer.

Para mí, y creo que para todos nosotros, ha llegado el momento de volver la mirada
sobre nuestros antepasados para acercarnos a su sabiduría, la cual se encuentra en
las representaciones que nos han legado y en ningún otro lugar. En ese delicado
depósito se encuentran sus dudas, sus temores, sus esperanzas, sus criterios, sus
estrategias, sus convicciones.

El mundo entero está en una situación de extremo peligro y la sabiduría de los


muertos nos hace mucha falta. Ojalá mis torpes aproximaciones sirvan para algo.

FÉLIX DE AZÚA

Sobre esta edición


El presente volumen recoge los principales ensayos y artículos sobre arte que Félix
de Azúa ha escrito en los últimos años, ordenados de acuerdo con lo que han venido
siendo sus principales áreas de estudio, desde la crisis del romanticismo hasta las
vanguardias, con el añadido de algunos asuntos previos a la modernidad, como la
pintura rupestre, el sacrificio de Isaac en la pintura o el sacrificio mecánico. El libro
es complementario a otras obras del autor como La pasión domesticada (Madrid,
Abada, 2007), Diccionario de las artes (Barcelona, Debate, 2011) y Autobiografía sin
vida (Barcelona, Mondadori, 2010 y Literatura Random House, 2018). Y el ejercicio
interpretativo que aquí se lleva a cabo es comparable con la ambición y el alcance de
sus ensayos sobre literatura reunidos en Nuevas lecturas compulsivas (Madrid,
Círculo de Tiza, 2017).

Los textos han sido revisados y corregidos para esta edición, teniendo en cuenta la
armonía del conjunto y tratando de que sean complementarios entre ellos y no una
mera selección. En las notas se ha procurado dar referencia de todos los títulos
aludidos, así como la información necesaria para completar la lectura.

En cuanto a las imágenes, ante la imposibilidad de ofrecer todas aquellas de las que
se habla y teniendo en cuenta que en la era de internet una mayoría son fáciles de
encontrar y estudiar, hemos optado por dar sólo las que son más raras y menos
accesibles a la pantalla del lector. De ahí que la selección pueda parecer en principio
arbitraria o caprichosa.

ANDREU JAUME
www.elboomeran.com/

En torno a los orígenes


Algunas perplejidades sobre el arte eterno
Comenzaremos con la palabra «arte». Cuando ustedes ven una imagen del
bombardero invisible Northrop Grumman B2 Spirit, seguramente la miran con
cierta aprensión y sin mucha simpatía. Nuestra civilización, tan invasivamente
sentimental, ha situado a las armas de guerra en el terreno de la pornografía. No era
así en los tiempos clásicos, cuando los grandes cañones llevaban esculturas
alegóricas en su fuste, como el Gran Zar del Kremlin. En ambos casos estamos ante
objetos que obedecen igualmente a la denominación de «obras técnicas» y «obras de
arte», según el término griego «techné». Y lo que es aún más asombroso, tanto el
bombardero invisible como el gran cañón son creaciones poéticas, porque ese es el
significado de «poiesis», la producción de algo que antes no existía. En sentido
estricto, tan «poética» es la aparición de un cayado de pastor como la de un soneto.

Bombardero y cañón cumplen con una función mágica, según el viejo adagio «si vis
pacem para bellum».[1] Se trata de la creencia según la cual la acumulación de
herramientas y objetos terroríficos o sagrados detiene o protege de la violencia. Por
eso se almacenan proyectiles atómicos en los silos de Estados Unidos, de China o de
Rusia. Son objetos construidos con la finalidad de proteger la vida de quienes los
construyen. Que sean o no eficaces, es algo que nunca sabremos. Si alguna vez se
ponen a prueba, no quedará nadie para constatar su eficacia. Desde luego, el
bombardero

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